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2 pideme lo que quieras ahora y siempre de megan maxwell

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—¿Y por qué no me habías dicho que jugabas al baloncesto?

Eric me mira, me mira, me mira, y finalmente, murmura:

—Porque nunca me lo has preguntado. Pero ahora estamos en Alemania, en mi

terreno, y puede ser que te sorprendan muchas cosas de mí.

Asiento como una boba. Creía conocerlo y de pronto me entero de que hace tiro

olímpico, juega al baloncesto y supuestamente me va a sorprender con más cosas. Sigo

comiendo el delicioso desayuno. Volver a ver a su madre y conocer al pequeño Flyn son

situaciones que me ponen nerviosa, por lo que no puedo callar lo que pulula por mi cabeza.

—Cuando dijiste que aquí no erais muy efusivos en los saludos, ¿significa también

que tampoco habrá besos de buenos días?

Noto que mi pregunta lo pilla por sorpresa, pero contesta mientras vuelve a abrir el

periódico:

—Habrá besos siempre que los dos queramos.

Vale..., me acaba de decir que ahora no le apetece a él. ¡Mierdaaaaaaaaaaa...! Me

está dando a probar mi misma medicina y yo soy muy mala enferma.

Sigo comiendo el plum-cake, pero mi cara debe de ser tal que suelta:

—¿Alguna pregunta más?

Niego con la cabeza, y él vuelve a dirigir la vista al periódico, pero con el rabillo del

ojo veo que las comisuras de sus labios se curvan. ¡Qué bribón!

Cuando termino totalmente el riquísimo desayuno, se levanta y yo hago lo mismo.

Vamos hasta la entrada y aquí, tras abrir un armario, sacamos nuestros abrigos. Eric me

mira.

—¿Qué pasa ahora? —le digo al ver su gesto.

—Eso que llevas es poco abrigo. Esto no es España.

Con mis manos toco mi abrigo negro de Desigual y aclaro:

—Tranquilo, abriga más de lo que crees.

Con el cejo fruncido, me sube el cuello del abrigo y, tras agarrarme de la mano,

afirma mientras caminamos hacia el garaje por el interior de la casa:

—Habrá que comprarte algo si no quiero que enfermes.

Suspiro y no respondo. Tampoco voy a estar tanto tiempo aquí como para que

necesite comprarme nada. Una vez que subimos al Mitsubishi, Eric acciona un mando que

hay en el coche. La puerta del garaje se abre mientras la calefacción del vehículo caldea el

ambiente en décimas de segundo. ¡Qué pasote el Mitsubishi!

Suena la radio y sonrío al reconocer la música de Maroon 5. Eric conduce. Está

serio; vamos, como siempre. Y, sin necesidad de que yo le pregunte, comienza a

explicarme por dónde vamos pasando.

Su casa, según me dice, está en el distrito de Trudering, un lugar bonito y donde a la

luz del día veo que hay más viviendas como la de él alrededor. ¡Y menudas casas!, a cuál

más impresionante. Al salir a una carretera me indica que, un poco más al sur, hay campos

agrícolas y pequeños bosques. Eso me emociona. Tener la naturaleza cerca, como en Jerez,

para mí es esencial.

Por el camino pasamos por el distrito de Riem, hasta llegar a un elegante barrio

llamado Bogenhausen. Aquí vive su madre. Tras recorrer calles flanqueadas por chalets,

nos paramos ante una verja oscura, y mis nervios se tensan. Conozco a Sonia y sé que es un

amor, pero es la madre de Eric, y eso me pone muy nerviosa.

Una vez que Eric aparca el coche en el interior de un bonito garaje, me mira y

sonríe. Me va conociendo y sabe que cuando estoy tan callada es porque estoy tensa.

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