INTIMAL Fanzine Multimedia Vol 1, 2019

䤀 一 吀 䤀 䴀 䄀 䰀
䴀 甀 氀 琀 椀 洀 攀 搀 椀 愀 昀 愀 渀 稀 椀 渀 攀 嘀 漀 氀 ⸀ ⼀ ㈀ 㤀
䐀 椀 戀 甀 樀 漀 猀 瀀 漀 爀 琀 愀 搀 愀 ☀ 挀 漀 渀 琀 爀 愀 瀀 漀 爀 琀 愀 搀 愀 㨀 匀 椀 氀 瘀 椀 愀 嘀 椀 氀 氀 愀 氀 戀 愀

⼀ ꄀ 倀 䄀 吀 䄀 䔀 一 䄀 䰀 吀 伀 ℀ 䔀 渀 洀 椀 猀 甀 攀 漀 攀 猀 琀 漀 礀 攀 渀 愀 氀 最 甀 渀 愀 挀 椀 甀 搀 愀 搀 攀 甀 爀 漀 瀀 攀 愀 焀 甀 攀 琀 愀 氀 瘀 攀 稀
挀 漀 渀 漀 稀 挀 漀 ⸀ 䴀 攀 愀 挀 漀 洀 瀀 愀 愀 渀 愀 氀 最 甀 渀 愀 猀 瘀 椀 攀 樀 愀 猀 愀 洀 椀 最 愀 猀 挀 漀 渀 氀 愀 猀 焀 甀 攀 洀 攀 猀 椀 攀 渀 琀 漀
琀 爀 愀 渀 焀 甀 椀 氀 愀 ⸀ 䴀 攀 瀀 椀 攀 爀 搀 漀 攀 渀 氀 愀 挀 愀 氀 氀 攀 ⸀ 䌀 漀 洀 椀 攀 渀 稀 漀 愀 挀 愀 洀 椀 渀 愀 爀 猀 漀 氀 愀 瀀 漀 爀 氀 愀 挀 椀 甀 搀 愀 搀 礀
搀 攀 猀 挀 甀 戀 爀 漀 焀 甀 攀 ˻ 漀 琀 漀 攀 渀 甀 渀 愀 猀 漀 氀 漀 瀀 椀 攀 Ⰰ 洀 椀 攀 渀 琀 爀 愀 猀 洀 椀 漀 琀 爀 愀 瀀 椀 攀 爀 渀 愀 攀 猀 琀
挀 漀 洀 瀀 氀 攀 琀 愀 洀 攀 渀 琀 攀 攀 猀 琀 椀 爀 愀 搀 愀 栀 愀 挀 椀 愀 愀 爀 爀 椀 戀 愀 ⸀ 匀 椀 最 漀 ˻ 漀 琀 愀 渀 搀 漀 礀 瘀 攀 漀 挀 漀 洀 漀 氀 愀 最 攀 渀 琀 攀 愀 洀 椀
愀 氀 爀 攀 搀 攀 搀 漀 爀 搀 愀 甀 渀 瀀 愀 猀 漀 栀 愀 挀 椀 愀 愀 琀 爀 猀 ⸀ 䴀 攀 洀 椀 爀 愀 渀 挀 漀 渀 爀 攀 猀 瀀 攀 琀 漀 ⸀ 䴀 攀 猀 椀 攀 渀 琀 漀 攀 渀 洀 椀
猀 愀 氀 猀 愀 ⸀ 䌀 漀 渀 琀 椀 渀 切 漀 ˻ 漀 琀 愀 渀 搀 漀 甀 渀 戀 甀 攀 渀 爀 愀 琀 漀 Ⰰ 猀 甀 戀 椀 攀 渀 搀 漀 攀 猀 挀 愀 氀 攀 爀 愀 猀 礀 戀 愀 樀 愀 渀 搀 漀 挀 愀 氀 氀 攀 猀 Ⰰ
愀 琀 爀 愀 瘀 攀 猀 愀 渀 搀 漀 瀀 氀 愀 稀 愀 猀 Ⰰ 最 椀 爀 愀 渀 搀 漀 攀 猀 焀 甀 椀 渀 愀 猀 瀀 漀 爀 氀 愀 搀 攀 爀 攀 挀 栀 愀 礀 瀀 漀 爀 氀 愀 椀 稀 焀 甀 椀 攀 爀 搀 愀 ⸀ 䌀 漀 渀 氀 愀
瀀 椀 攀 爀 渀 愀 攀 渀 愀 氀 琀 漀 礀 氀 漀 猀 瀀 甀 漀 猀 愀 氀 昀 爀 攀 渀 琀 攀 猀 漀 礀 挀 漀 洀 漀 甀 渀 愀 猀 愀 礀 愀 礀 椀 渀 ⠀ 搀 椀 最 漀 氀 甀 攀 最 漀 攀 渀 洀 椀
ᠠ 最 爀 甀 瀀 漀 搀 攀 猀 甀 攀 漀 猀 ᤠ 礀 洀 攀 氀 漀 爀 攀 瀀 椀 琀 攀 堀 椀 洀 攀 渀 愀 ⤀⸀ 䴀 椀 爀 礀 愀 洀 猀 甀 攀 愀 攀 渀 攀 氀 圀 栀 愀 琀 猀 愀 瀀 瀀 焀 甀 攀
猀 漀 洀 漀 猀 戀 愀 椀 氀 愀 爀 椀 愀 渀 愀 猀 搀 攀 挀 愀 渀 挀 渀 ⸀⼀ 䠀 䤀 䜀 䠀 䬀 䤀 䌀 䬀 匀 ℀ 䤀 渀 洀 礀 搀 爀 攀 愀 洀 䤀 愀 洀 椀 渀 猀 漀 洀 攀
甀 渀 欀 渀 漀 眀 渀 䌀 愀 渀 愀 搀 椀 愀 渀 挀 椀 琀 礀 ⸀ 匀 漀 洀 攀 眀 漀 洀 攀 渀 愀 爀 攀 眀 椀 琀 栀 洀 攀 ⸀ 䤀 搀 漀 渀 琀 欀 渀 漀 眀 琀 栀 攀 洀 戀 甀 琀 䤀
昀 攀 攀 氀 挀 漀 洀 昀 漀 爀 琀 愀 戀 氀 攀 ⸀ 䤀 氀 漀 猀 攀 琀 栀 攀 最 爀 漀 甀 瀀 ⸀ 䤀 猀 琀 愀 爀 琀 漀 û 愀 氀 漀 渀 攀 愀 渀 搀 䤀 搀 椀 猀 挀 漀 瘀 攀 爀 琀 栀 愀 琀 䤀 挀 愀 渀
˻ 漀 愀 琀 漀 渀 漀 渀 攀 氀 攀 最 琀 栀 爀 漀 甀 最 栀 琀 栀 攀 猀 琀 爀 攀 攀 琀 猀 ⸀ 䴀 礀 漀 琀 栀 攀 爀 氀 攀 最 椀 猀 猀 琀 爀 攀 琀 挀 栀 攀 搀 瘀 攀 爀 礀 栀 椀 最 栀 愀 氀 氀 琀 栀 攀
琀 椀 洀 攀 ⸀ 䤀 欀 攀 攀 瀀 ˻ 漀 愀 琀 椀 渀 最 愀 渀 搀 䤀 猀 攀 攀 栀 漀 眀 琀 栀 攀 瀀 攀 漀 瀀 氀 攀 愀 爀 漀 甀 渀 搀 洀 攀 猀 琀 漀 瀀 Ⰰ 氀 漀 漀 欀 琀 漀 甀 琀 漀 昀 琀 栀 攀
挀 漀 爀 渀 攀 爀 漀 昀 琀 栀 攀 椀 爀 攀 礀 攀 ⸀ 䤀 昀 攀 攀 氀 猀 愀 琀 椀 猀 ǻ 攀 搀 ⸀ 䤀 欀 攀 攀 瀀 ˻ 漀 愀 琀 椀 渀 最 眀 椀 琀 栀 漀 渀 攀 氀 攀 最 甀 瀀 Ⰰ 挀 氀 椀 洀 戀 椀 渀 最
猀 琀 愀 椀 爀 猀 Ⰰ 挀 爀 漀 猀 猀 椀 渀 最 猀 焀 甀 愀 爀 攀 猀 Ⰰ 琀 甀 爀 渀 椀 渀 最 琀 栀 攀 挀 漀 爀 渀 攀 爀 琀 漀 琀 栀 攀 爀 椀 最 栀 琀 愀 渀 搀 琀 漀 琀 栀 攀 氀 攀 昀 琀 ⸀ 圀 椀 琀 栀
ǻ 猀 琀 猀 椀 渀 昀 爀 漀 渀 琀 䤀 愀 洀 氀 椀 欀 攀 愀 猀 愀 礀 愀 礀 椀 渀 ⠀ 琀 栀 愀 琀 椀 猀 眀 栀 愀 琀 䤀 猀 愀 礀 椀 渀 洀 礀 ᠠ 搀 爀 攀 愀 洀 瀀 漀 琀 ᤠ 眀 椀 琀 栀 䰀 愀 甀 爀 愀 ⤀⸀
䤀 愀 洀 愀 氀 猀 漀 氀 椀 欀 攀 愀 瀀 椀 渀 ⴀ 甀 瀀 Ⰰ 眀 椀 琀 栀 匀 椀 氀 瘀 椀 愀 愀 渀 搀 䰀 椀 氀 椀 愀 琀 洀 礀 猀 椀 搀 攀 猀 ⸀⼀ 倀 䔀 唀 䔀 一 䰀 䄀 䤀 刀 䔀 ℀ 䔀 渀 攀 氀
洀 攀 甀 猀 漀 洀 渀 椀 攀 猀 琀 椀 挀 攀 渀 愀 氀 最 甀 渀 愀 挀 椀 甀 琀 愀 琀 搀 攀 氀 渀 漀 爀 搀 焀 甀 攀 渀 漀 挀 漀 渀 攀 挀 ⼀ 䴀 愀 挀 漀 洀 瀀 愀 渀 礀 攀 渀
愀 氀 最 甀 渀 攀 猀 挀 漀 氀 뜀 氀 攀 最 甀 攀 猀 愀 洀 戀 氀 攀 猀 焀 甀 愀 氀 猀 攀 洀 猀 攀 渀 琀 漀 琀 爀 愀 渀 焀 甀 椀 氀 뜀 氀 愀 ⸀ 䔀 洀 瀀 攀 爀 搀 漀 愀 氀 挀 愀 爀 爀 攀 爀 ⸀
䌀 漀 洀 攀 渀 漀 愀 挀 愀 洀 椀 渀 愀 爀 猀 漀 氀 愀 瀀 攀 爀 氀 愀 挀 椀 甀 琀 愀 琀 椀 搀 攀 猀 挀 漀 戀 爀 攀 椀 砀 漀 焀 甀 攀 瘀 椀 愀 琀 樀 漀 攀 渀 甀 渀 猀 漀 氀 瀀 攀 甀 Ⰰ
洀 攀 渀 琀 爀 攀 氀 ᤠ 愀 氀 琀 爀 愀 挀 愀 洀 愀 攀 猀 琀 挀 漀 洀 瀀 氀 攀 琀 愀 洀 攀 渀 琀 攀 猀 琀 椀 爀 愀 搀 愀 挀 愀 瀀 愀 氀 愀 氀 琀 ⸀ 䌀 漀 渀 琀 椀 渀 甀 漀 猀 甀 爀 愀 渀 琀 椀
瘀 攀 椀 最 挀 漀 洀 氀 愀 最 攀 渀 琀 愀 氀 瘀 漀 氀 琀 愀 渀 琀 昀 愀 甀 渀 瀀 愀 猀 攀 渀 爀 攀 爀 攀 ⸀ 倀 愀 爀 氀 愀 搀 攀 洀 椀 愀 洀 戀 甀 渀 猀 漀 洀 爀 椀 甀 爀 攀 攀 渀 氀 愀
戀 漀 挀 愀 ⸀ 䔀 洀 猀 攀 渀 琀 漀 戀 ⸀ 䌀 漀 渀 琀 椀 渀 甀 漀 猀 甀 爀 愀 渀 琀 甀 渀 愀 戀 漀 渀 愀 攀 猀 琀 漀 渀 愀 Ⰰ 瀀 甀 樀 愀 渀 琀 攀 猀 挀 愀 氀 攀 猀 Ⰰ
琀 爀 愀 瘀 攀 猀 猀 愀 渀 琀 瀀 氀 愀 挀 攀 猀 Ⰰ 最 椀 爀 愀 渀 琀 氀 愀 挀 愀 渀 琀 漀 渀 愀 搀 愀 愀 氀 愀 搀 爀 攀 琀 愀 椀 愀 氀 攀 猀 焀 甀 攀 爀 爀 愀 ⸀ 䄀 洀 戀 氀 愀 挀 愀 洀 愀
攀 渀 氀 愀 椀 爀 攀 椀 攀 氀 猀 瀀 甀 渀 礀 猀 愀 氀 挀 愀 瀀 搀 愀 瘀 愀 渀 琀 猀 挀 挀 漀 洀 甀 渀 愀 猀 愀 礀 愀 礀 椀 渀 ⠀ 栀 漀 搀 椀 挀 攀 渀 攀 氀 洀 攀 甀 最 爀 甀 瀀 搀 攀
猀 漀 洀 渀 椀 ⤀⸀ 匀 挀 挀 漀 洀 甀 渀 愀 戀 愀 氀 氀 愀 爀 椀 渀 愀 搀 攀 氀 瀀 愀 爀 愀 氀 뜀 氀 攀 氀 Ⰰ 愀 洀 戀 氀 愀 䄀 渀 愀 䴀 愀 爀 愀 䄀 椀 氀 愀 䄀 渀 愀 䴀 愀 爀 愀
䈀 ⸀⼀ 倀 준 倀 刀 䄀 䌀 䤀 䴀 䄀 ℀ 一 漀 洀 攀 甀 猀 漀 渀 栀 漀 攀 甀 攀 猀 琀 漀 甀 攀 洀 愀 氀 最 甀 洀 愀 挀 椀 搀 愀 搀 攀 搀 漀 猀 甀 氀 搀 漀 䈀 爀 愀 猀 椀 氀 Ⰰ
甀 洀 愀 洀 攀 椀 漀 攀 甀 爀 漀 瀀 攀 椀 愀 Ⰰ 洀 攀 椀 漀 搀 攀 猀 挀 漀 渀 栀 攀 挀 椀 搀 愀 ⸀ 䄀 氀 最 甀 洀 愀 猀 洀 甀 氀 栀 攀 爀 攀 猀 焀 甀 攀 渀 漀 挀 漀 渀 栀 攀 漀
洀 攀 愀 挀 漀 洀 瀀 愀 渀 栀 愀 洀 ⸀ 䴀 攀 猀 椀 渀 琀 漀 挀 漀 渀 昀 漀 爀 琀 瘀 攀 氀 ⸀ 倀 攀 爀 挀 漀 漀 最 爀 甀 瀀 漀 攀 瘀 漀 甀 猀 漀 稀 椀 渀 栀 愀 瀀 攀 氀 愀
挀 椀 搀 愀 搀 攀 ⸀ 䐀 攀 猀 挀 甀 戀 爀 漀 焀 甀 攀 ˻ 甀 琀 甀 漀 攀 洀 甀 洀 愀 瀀 攀 爀 渀 愀 瀀 攀 氀 愀 猀 爀 甀 愀 猀 ⸀ 䴀 椀 渀 栀 愀 漀 甀 琀 爀 愀 瀀 攀 爀 渀 愀
攀 猀 琀 攀 猀 琀 椀 挀 愀 搀 愀 攀 瘀 愀 椀 洀 甀 椀 琀 漀 愀 氀 琀 愀 ⸀ 䌀 漀 渀 琀 椀 渀 切 漀 ˻ 甀 琀 甀 愀 渀 搀 漀 攀 瘀 攀 樀 漀 挀 漀 洀 漀 愀 猀 瀀 攀 猀 猀 漀 愀 猀 愀 漀
洀 攀 甀 爀 攀 搀 漀 爀 瀀 甀 氀 愀 洀 攀 漀 氀 栀 愀 洀 瀀 愀 爀 愀 洀 椀 洀 挀 漀 洀 洀 愀 氀 挀 椀 愀 ⸀ 䔀 甀 洀 攀 猀 椀 渀 琀 漀 瀀 氀 挀 椀 搀 愀 ⸀
䌀 漀 渀 琀 椀 渀 甀 漀 ˻ 甀 琀 甀 愀 渀 搀 漀 Ⰰ 猀 甀 戀 椀 渀 搀 漀 攀 猀 挀 愀 搀 愀 猀 Ⰰ 挀 爀 甀 稀 愀 渀 搀 漀 瀀 爀 愀 愀 猀 Ⰰ 瘀 椀 爀 愀 渀 搀 漀 愀 攀 猀 焀 甀 椀 渀 愀
瀀 愀 爀 愀 愀 搀 椀 爀 攀 椀 琀 愀 攀 瀀 愀 爀 愀 愀 攀 猀 焀 甀 攀 爀 搀 愀 Ⰰ 瀀 愀 爀 愀 挀 椀 洀 愀 攀 瀀 愀 爀 愀 昀 爀 攀 渀 琀 攀 ⸀ 匀 漀 甀 挀 漀 洀 漀 甀 洀 猀 愀 礀 愀 礀 椀 渀
⠀ 搀 椀 最 漀 氀 漀 最 漀 渀 愀 最 爀 甀 瀀 漀 搀 攀 猀 漀 渀 栀 漀 ᤠ 攀 䌀 愀 氀 切 漀 爀 攀 瀀 椀 琀 攀 ⤀⸀ 匀 漀 甀 琀 愀 洀 戀 洀 甀 洀 搀 愀 渀 愀 爀 椀 渀 愀 搀 攀
昀 爀 攀 瘀 漀 Ⰰ 伀 氀 最 愀 搀 椀 稀 ⸀⨀
⨀ 䐀 攀 氀 瘀 椀 搀 攀 漀 ᠠ 䰀 愀 渀 椀 愀 瀀 椀 渀 琀 愀 愀 氀 愀 匀 愀 渀 琀 愀 䴀 愀 爀 愀 ᤠⰀ ⠀ 嘀 椀 漀 氀 攀 琀 愀 伀 猀 瀀 椀 渀 愀 Ⰰ ㈀ 㤀 ⤀⸀ 倀 愀 猀 愀 瀀 漀 爀 琀 攀 攀 甀 爀 漀 瀀 攀 漀 礀 洀 愀 爀 搀 攀 䌀 漀 猀 琀 愀 䴀 愀 礀 愀 Ⰰ 攀 渀 䴀 砀 椀 挀 漀 ⸀
匀 甀 瘀 攀 渀 椀 爀 搀 攀 瘀 椀 愀 樀 攀 搀 攀 挀 爀 甀 挀 攀 爀 漀 搀 攀 戀 愀 樀 漀 挀 漀 猀 琀 漀 攀 渀 攀 氀 ᠠ 䘀 爀 攀 攀 搀 漀 洀 漀 昀 琀 栀 攀 猀 攀 愀 猀 ᤠⰀ 挀 漀 渀 攀 氀 愀 瀀 漀 礀 漀 搀 攀 洀 椀 猀 猀 甀 攀 最 爀 漀 猀 瀀 攀 渀 猀 椀 漀 渀 愀 搀 漀 猀 ⸀
⨀ 倀 愀 爀 愀 琀 漀 搀 愀 猀 氀 愀 猀 猀 漀 愀 搀 漀 爀 愀 猀 焀 甀 攀 洀 椀 最 爀 愀 洀 漀 猀 愀 漀 琀 爀 愀 猀 挀 椀 甀 搀 愀 搀 攀 猀 搀 攀 氀 洀 甀 渀 搀 漀 Ⰰ 爀 愀 搀 椀 愀 洀 漀 猀 Ⰰ 爀 愀 戀 椀 愀 洀 漀 猀 Ⰰ 挀 攀 氀 攀 戀 爀 愀 洀 漀 猀 Ⰰ 渀 漀 猀 挀 甀 椀 搀 愀 洀 漀 猀 Ⰰ
愀 瀀 爀 攀 渀 搀 攀 洀 漀 猀 愀 挀 愀 攀 爀 礀 愀 氀 攀 瘀 愀 渀 琀 愀 爀 渀 漀 猀 Ⰰ 洀 漀 瘀 椀 氀 椀 稀 愀 洀 漀 猀 昀 甀 攀 爀 稀 愀 猀 搀 攀 猀 挀 漀 渀 漀 挀 椀 搀 愀 猀 Ⰰ 瘀 攀 渀 挀 攀 洀 漀 猀 洀 椀 攀 搀 漀 猀 愀 搀 焀 甀 椀 爀 椀 搀 漀 猀 礀 挀 甀 氀 琀 椀 瘀 愀 洀 漀 猀 愀 最 攀 渀 挀 椀 愀 猀
㸀 䌀 愀 渀 搀 攀 氀 愀 爀 椀 愀 攀 猀 琀 爀 愀 搀 愀 Ⰰ 䌀 愀 爀 挀 攀 氀 漀 渀 愀 Ⰰ ㈀ 㤀 ⸀

Del retorno, el privilegio y el sueño
Anita Ramírez
Las nevadas de los días anteriores generan un retraso de hora y media en el aeropuerto de Oslo. La
conexión en Frankfurt me atiende. Un gringo le pregunta al chico sentado del otro lado del pasillo
de mi fila 9 para dónde se dirige. El chico dice que va para Colombia y le cuenta que el año pasado
tenía los mismos vuelos y había perdido la conexión. Decido hablarle para compartir la inquietud
y, así, ser dos. Juntos corremos por el aeropuerto alemán, nos esperamos ante las miradas
sospechosas de los agentes rubios de ojos azules para subir las escaleras al terminal y triunfantes
conversamos de vez en cuando en el vuelo dada la coincidencia de tener asientos uno detrás del
otro. A nuestra llegada a El Dorado, atravesamos la selva aduanera para diligenciar la biometría o
lectura de nuestro iris dejando irremediablemente otro medio de control a las autoridades. Nos
damos los teléfonos mientras esperamos las maletas y quedamos en contacto porque tanto él como
yo vivimos en un lugar que nos es ajeno y que aunque nos dé sustento, jamás nos provocará ese
electrocutazo nervioso llamado homesickness.
A los pocos días de mi estadía, empiezo a sentir una presión extraña en el pecho. Continúo mis
actividades familiares pensando que el fastidio es causa de estrés acumulado, combinado a
soroche. Pero el fastidio se convierte en malestar. Mis padres, que a falta de uno son ambos
médicos, actúan poniéndome una inyección de Buscapina. Le siguen días enteros a palo seco en
clínicas del norte de la ciudad. Al cabo del tercer día, me diagnostican un linfoma y pretenden
hospitalizarme inmediatamente. Me transporto a mis cinco años cuando volví del colegio con mi
primer ataque asmático, por esas épocas era sonámbula y corría por el corredor del apartamento
gritando y llorando, inconsciente. Quizás eran las cabezas de enanos o los aviones que aterrizaban
fuera de mi ventana con soldados y guerrilleros dándose plomo que irrumpían recurrentes en mis
sueños de infancia. Recuerdo la balacera en la casa de enfrente un fin de semana cualquiera por
algún ladrón improvisado ante un vigilante temerario. Meses después los gringos de la DEA
alquilaron el lote vacío de la casa derruida. Caída la noche, vimos cómo llegaban camionetas,
bajaban agentes y allanaban el lugar al son de balas de salva y voces autoritarias. Nuestro padre
nos había hecho gatear hacia la parte trasera del apartamento como soldados bajo la orden de
nuestro general. A nosotros el miedo nos duró una o dos horas. Cuando terminaron, todos los
vecinos salimos de nuestras trincheras. Vimos a los gringos subiéndose a sus camionetas; nos
saludaron riéndose. Fue entonces cuando aprendí la palabra simulacro, yo tendría siete u ocho
años.
Los diagnósticos se multiplican y se desmienten al pasar de los días. Mi madre, mi pareja y yo
decidimos coger carretera a tierra caliente. Recorremos ochenta kilómetros en cuatro horas y
media. Salimos a las cinco de la mañana bajando por la calle 80, pasamos Funza y el desierto de
Mondoñedo donde los cactus crecen mientras la arenera abastece la indomable construcción en la
capital. Atravesamos una cadena montañosa de un verde oscuro añorando ver el nevado del Ruiz.
Bajamos las ventanas alejándonos cada vez más de la estrellas para sentir el olor a mango, naranja
y miel. Delineamos esas curvas andinas asfaltadas al lado de colibríes, halcones y chulos. Nos
quitamos las capas de ropa para que el sol despierte nuestra piel pálida del sueño invernal de cinco
meses y entre por los poros ese paisaje que yo reconozco. Pasamos el fin de semana caminando
entre frutales y bañándonos en la quebrada. Cada uno con su angustia mientras se leen revistas de
actualidad para apaciguar la pesadumbre. A veces se charla sobre los últimos acontecimientos
familiares, sobre la vida en Escandinavia. Que el frío y el silencio, que las piedras que arrojan en
las calles para que no hiele, que la tranquilidad, que la seguridad, que la alta calidad de vida. Yo
siento que estoy como en convalecencia del mismo welfare.
Una madrugada despierto con el sonido de un aguacero torrencial. Las gotas golpean los cocos, los
totumos y las orquídeas colgantes componiendo una sinfonía espinosa y teatral. La disfruto entera
durante dos horas acostada en la cama mirando una araña naranja del tamaño de mi puño que está
escampando el aguacero. El aire fresco entra por las venecianas de madera. Una fila de hormigas
carga algo que no logro distinguir. Pienso en las mariposas licénido y las hormigas, ejemplos
representativos de mutualismo, en los que las diferentes especies se benefician de las actividades
de la otra. Las larvas de las mariposas licénido secretan un néctar rico en azúcares y aminoácidos,
suministrando así a las hormigas una fuente de nutrición, mientras que las hormigas, a su vez
protegen a la larva de sus enemigos naturales. Cuando escampa salgo rampante buscando
desentumecerme. Aparecen las guacharacas con su estridente contrapunteo, se suman los loritos
alborotados volando en manada hacia los mangos; los periquitos y las guacamayas no se dejan ver
pero contribuyen a la algarabía. La sinfonía ha cambiado de músicos y por tanto de tono. El
director ya no es el agua sino el sol.
Regresando a la capital me hacen un examen introduciendo un medio de contraste radioactivo en
un cuarto aislado de luz roja. Cruzo algunas palabras con una señora en sus tardos cuarenta que me

alcanza a contar que lleva ya varias cirugías. Al lado de su camilla hay una maleta pequeña. El
examen en sí dura media hora. Acostada con los brazos arriba y palmas unidas me cubren todo el
cuerpo con cobijas dejando descubierto solo el rostro. La máquina Phillips me desplaza hacia
delante y atrás haciendo tres tomas de todo el cuerpo midiendo si las células cancerígenas
chuparían ese líquido como manjar de energía. Los médicos concluyen que no, que no hay células
cancerígenas aunque hay inflamación en el tórax. Mis padres se abrazan luego de varios años de
separación e indiferencia. Observo todo con una cierta distancia. Presiento que la pantomima
continuará hasta que haya un diagnóstico definitivo. Faltan dos días para mi regreso a Oslo así que
me voy para el centro, es mi manera de celebrar.
La nueva sede satélite del museo nacional Fragmentos es un espacio creado como
contramonumento por la artista colombiana Doris Salcedo. Es uno de los tres proyectos artísticos
que harán conmemoración a la reconciliación entre el gobierno y la antigua guerrilla de las FARC.
De los otros dos aún no se sabe nada. Con las nueve mil armas fundidas entregadas por la guerrilla,
Salcedo crea el piso de un nuevo espacio expositivo localizado en el lote de una vieja casa colonial
cuyas ruinas permanecen afuera en el jardín. Exterior e interior buscan complementarse
enfatizando el concepto de memoria colectiva emplazada en un contexto íntimo y privado. Como
ruinas de un mundo antiguo, las paredes de piedra hacen parte de un paisaje construido meticulosa
e intencionalmente. Las paredes blancas de lo que es el museo contrastan con las baldosas de metal
que no son lisas mas si tienen pliegues. Un documental audiovisual narra el proceso de la obra. Un
grupo de mujeres víctimas de violencia sexual por diferentes grupos armados son invitadas a
martillar unas latas para dar forma a su dolor y trauma. Las imágenes muestran a Salcedo martillar
también. Las latas martilladas son los moldes para los pliegues de la superficie final de las
baldosas de armamento fundido. Durante mi visita hay por lo menos unas cincuenta personas entre
las cuales diez señoras con escoltas. Corren voces que es la esposa del expresidente Ernesto
Samper y sus amigas. En el año 1993, Samper implementa la Ley 100 que basará el sistema de
salud nacional en el concepto de EPS (entidades promotoras de salud), aseguradoras privadas que
actúan como intermediarias y administradoras de los recursos que provee el estado.
Después me dirijo hacia el claustro de San Agustín para visitar la retrospectiva del fotoperiodista
antioqueño Jesús Abad Colorado quien desde los años 90 recorre el país documentando el
conflicto desde el punto de vista de la víctimas de los diferentes grupos armados, guerrilla,
paramilitares y ejército colombiano. Hay alrededor de 500 fotografías colgadas en la pared junto a
textos escritos por el fotógrafo. Además, cada sala incluye una obra de otro artista local, Miler
Lagos y Miguel Ángel Rojas son algunos de ellos. La exposición se presenta como un homenaje a
las víctimas que han luchado para que la paz no sea solo una firma en un papel, y sea realmente
una posibilidad de vivir con dignidad. Entre cada sala que recorre un jardín central, típico de las
casas coloniales, hay gráficos sobre las paredes que muestran las cifras de diferentes hechos de
desaparición forzada, secuestro y víctimas sexuales. Desde el jardín del claustro bajo un cielo azul
veo Monserrate iluminado por el sol de una tarde calurosa mientras escucho el canto de pájaros
andinos, obra de Rojas quien a su vez ha escogido y diseñado la vegetación tratando de recrear un
paisaje andino antiguo, buscando una idea de origen.
Aterrizando en Oslo veo los cerros de unas montañas que no reconozco. No como esos cerros
orientales de la capital bogotana. Afuera del avión me espera una niebla tupida y pienso en ese
aguacero de hace unos días para que la textura de ese momento me abrace como en el umbral de
un sueño, no el del exilio, sino el del retorno. Recuerdo a Gloria Milena Aristizábal, asesinada por
paramilitares el 4 de mayo de 2001. Era madre de cuatro niños que quedaron al cuidado de la
abuela, doña Rosalba Aristizábal. El padre de los niños, José Alberto Franco, también había sido
asesinado el 30 de agosto de 2000. A la abuela le preguntaron: “¿Quién les dio el lugar donde
estaban los restos de su hija?” La abuela respondió: “Gloria me contó en un sueño”. i La nieve ha
descongelado y me hospitalizan de entrada a la ciudad. Por lo menos diez enfermeras sacan tomas
de sangre y me aíslan por dos días. Los resultados parecen tener carácter congénito. La última
noche sueño nadar en aguas muy profundas sin necesidad de respirar. Me doy cuenta que el mundo
es una pileta al final de una quebrada de aguas cristalinas donde todos los límites de la tierra han
desaparecido.
i De la exposición Jesús Abad Colorado “El testigo”, octubre 20 de 2018 a abril 28 de 2019, Museo claustro de San
Agustín, Bogotá

A la luz de la memoria
Un terruño verde, aguas pintadas de gris, arena negra que guarda el canto de la marimba, el
cununo y el guasá, así es Tumaco: sobria, profunda, compleja y dolorosa.
Sabor a coco, plátano y pescao, paraíso invisible que guarda los secretos de la muerte; voces
que se apagan, murmullos, sonidos evaporándose entre la oscuridad. Escuchamos su eco en
las raíces de la historia y en las huellas de un hoy eclipsado.
Ta ca ta cu ta…ta ca ta tum ba.
Suena el tambor en la playa remota, olas de tiempo, vientos que susurran los arrullos de
mujeres llorando la muerte, la vida, las horas eternas del no saber.
Tumaco, tierra bendecida por la naturaleza y maldecida por una nación que no te piensa, tu
eres Colombia, tus tambores son los latidos de mi corazón, cueros que sostienen las notas
de mi ritmo al danzar.
Presente confuso, violento, olvidado, pide a gritos sordos auxilios: “la casa está al revés”
repite la sabia de la memoria, los palafitos andan al revés…
Silencio
“Pase por esta puerta, es la puerta de su compromiso con la paz”
Paso, paso porque quiero hablarte cuerpos dueños del mar, pieles soberanas del aire fresco
que danza el bambuco viejo por entre las palmas, allí donde nació el currulao de la selva.
Todos los lamentos de arrullos ancestrales se detienen, ya no vale solo llorar, emerge una
pausa de reflexión de un pueblo que se resiste a morir entre la pobreza, el olvido, la
violencia…y la indiferencia.
Myriam Ojeda Patiño
Londres Febrero 16, 2019.

lachiki

Tips de INTIMAL 2018-2019
Recordar algo simple y esencial, como el sonido de la juventud
¿Qué sueño incubaré esta noche?
Sentir la posibilidad como una herramienta para la entereza
¿Puede ser mi cuerpo un lugar para afirmarme en mi búsqueda
por un lugar familiar?
Transitar como medusa y danzar sus gestos
¿Dónde está el conflicto? ¿dentro o afuera?
Pujar con colores
Si dejo de juzgarme, automáticamente dejo de juzgar a los
demás?
Confiar en lo que uno está haciendo y detenerse para recargar
energías
LOJ: Lift Off Judgement (Levantar el Juzgamiento; tip de IONE)
Reconocer los sonidos internos que hacen parte del
funcionamiento del cuerpo, sinapsis
Me quito el miedo para que no me paralice las rodillas
Puede una montaña convertirse en mi mamá?
Incorporarse en la práctica y practicar la incorporación
Me cepillo el pelo en las noches para descargar la energía del día
La libertad no se alcanza sino que se manifiesta
Mi pijama me abraza
Sentir el tiempo que queda, el que capturamos y el que huye
Qué es eso de ser sexy?
Recorrer los caminos de colores de otoño y las gamas en la idea de
caminarnos
El río Magdalena me navega
Encaminar la separación de nuestras realidades en una lucha
colectiva donde lo emocional se una a la acción de lo posible
Y me sentí feliz, pues en esa entrevista “fui yo”!
Revelarse es rebelarse
Skin sCream… quitándonos capas nos transformamos…
Romper con el ser correcto, con el rol antropológico
Me sacudo la culpa y florezco
https://intimal.net