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INTIMAL Fanzine Multimedia Vol 1, 2019

Este fanzine multimedia ha sido creado por mujeres colombianas migrantes participantes en el proyecto de arte-investigación INTIMAL, quienes residen en Oslo, Barcelona y Londres. En dos páginas, cada una de ellas abre y define su espacio de presencia y reflexión desde la escucha profunda a sus migraciones. Al final se ofrecen pensamientos e invitaciones a soñar y a escuchar, para mujeres y otrxs migrantes. This fanzine multimedia, has been created by Colombian migrant women participating in the art-research project INTIMAL, who are residing in the cities of Oslo, Barcelona and London. In two pages, each of them opens and defines her state of presence and reflects on their migrations from a deep listening perspective. On the back of the fanzine, there are thoughts, and invitations for other migrant women to dream and to listen deeply. Information about INTIMAL: http//intimal.net

Este fanzine multimedia ha sido creado por mujeres colombianas migrantes participantes en el proyecto de arte-investigación INTIMAL, quienes residen en Oslo, Barcelona y Londres. En dos páginas, cada una de ellas abre y define su espacio de presencia y reflexión desde la escucha profunda a sus migraciones. Al final se ofrecen pensamientos e invitaciones a soñar y a escuchar, para mujeres y otrxs migrantes.

This fanzine multimedia, has been created by Colombian migrant women participating in the art-research project INTIMAL, who are residing in the cities of Oslo, Barcelona and London. In two pages, each of them opens and defines her state of presence and reflects on their migrations from a deep listening perspective. On the back of the fanzine, there are thoughts, and invitations for other migrant women to dream and to listen deeply.

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Del retorno, el privilegio y el sueño<br />

Anita Ramírez<br />

Las nevadas de los días anteriores generan un retraso de hora y media en el aeropuerto de Oslo. La<br />

conexión en Frankfurt me atiende. Un gringo le pregunta al chico sentado del otro lado del pasillo<br />

de mi fila 9 para dónde se dirige. El chico dice que va para Colombia y le cuenta que el año pasado<br />

tenía los mismos vuelos y había perdido la conexión. Decido hablarle para compartir la inquietud<br />

y, así, ser dos. Juntos corremos por el aeropuerto alemán, nos esperamos ante las miradas<br />

sospechosas de los agentes rubios de ojos azules para subir las escaleras al terminal y triunfantes<br />

conversamos de vez en cuando en el vuelo dada la coincidencia de tener asientos uno detrás del<br />

otro. A nuestra llegada a El Dorado, atravesamos la selva aduanera para diligenciar la biometría o<br />

lectura de nuestro iris dejando irremediablemente otro medio de control a las autoridades. Nos<br />

damos los teléfonos mientras esperamos las maletas y quedamos en contacto porque tanto él como<br />

yo vivimos en un lugar que nos es ajeno y que aunque nos dé sustento, jamás nos provocará ese<br />

electrocutazo nervioso llamado homesickness.<br />

A los pocos días de mi estadía, empiezo a sentir una presión extraña en el pecho. Continúo mis<br />

actividades familiares pensando que el fastidio es causa de estrés acumulado, combinado a<br />

soroche. Pero el fastidio se convierte en malestar. Mis padres, que a falta de uno son ambos<br />

médicos, actúan poniéndome una inyección de Buscapina. Le siguen días enteros a palo seco en<br />

clínicas del norte de la ciudad. Al cabo del tercer día, me diagnostican un linfoma y pretenden<br />

hospitalizarme inmediatamente. Me transporto a mis cinco años cuando volví del colegio con mi<br />

primer ataque asmático, por esas épocas era sonámbula y corría por el corredor del apartamento<br />

gritando y llorando, inconsciente. Quizás eran las cabezas de enanos o los aviones que aterrizaban<br />

fuera de mi ventana con soldados y guerrilleros dándose plomo que irrumpían recurrentes en mis<br />

sueños de infancia. Recuerdo la balacera en la casa de enfrente un fin de semana cualquiera por<br />

algún ladrón improvisado ante un vigilante temerario. Meses después los gringos de la DEA<br />

alquilaron el lote vacío de la casa derruida. Caída la noche, vimos cómo llegaban camionetas,<br />

bajaban agentes y allanaban el lugar al son de balas de salva y voces autoritarias. Nuestro padre<br />

nos había hecho gatear hacia la parte trasera del apartamento como soldados bajo la orden de<br />

nuestro general. A nosotros el miedo nos duró una o dos horas. Cuando terminaron, todos los<br />

vecinos salimos de nuestras trincheras. Vimos a los gringos subiéndose a sus camionetas; nos<br />

saludaron riéndose. Fue entonces cuando aprendí la palabra simulacro, yo tendría siete u ocho<br />

años.<br />

Los diagnósticos se multiplican y se desmienten al pasar de los días. Mi madre, mi pareja y yo<br />

decidimos coger carretera a tierra caliente. Recorremos ochenta kilómetros en cuatro horas y<br />

media. Salimos a las cinco de la mañana bajando por la calle 80, pasamos Funza y el desierto de<br />

Mondoñedo donde los cactus crecen mientras la arenera abastece la indomable construcción en la<br />

capital. Atravesamos una cadena montañosa de un verde oscuro añorando ver el nevado del Ruiz.<br />

Bajamos las ventanas alejándonos cada vez más de la estrellas para sentir el olor a mango, naranja<br />

y miel. Delineamos esas curvas andinas asfaltadas al lado de colibríes, halcones y chulos. Nos<br />

quitamos las capas de ropa para que el sol despierte nuestra piel pálida del sueño invernal de cinco<br />

meses y entre por los poros ese paisaje que yo reconozco. Pasamos el fin de semana caminando<br />

entre frutales y bañándonos en la quebrada. Cada uno con su angustia mientras se leen revistas de<br />

actualidad para apaciguar la pesadumbre. A veces se charla sobre los últimos acontecimientos<br />

familiares, sobre la vida en Escandinavia. Que el frío y el silencio, que las piedras que arrojan en<br />

las calles para que no hiele, que la tranquilidad, que la seguridad, que la alta calidad de vida. Yo<br />

siento que estoy como en convalecencia del mismo welfare.<br />

Una madrugada despierto con el sonido de un aguacero torrencial. Las gotas golpean los cocos, los<br />

totumos y las orquídeas colgantes componiendo una sinfonía espinosa y teatral. La disfruto entera<br />

durante dos horas acostada en la cama mirando una araña naranja del tamaño de mi puño que está<br />

escampando el aguacero. El aire fresco entra por las venecianas de madera. Una fila de hormigas<br />

carga algo que no logro distinguir. Pienso en las mariposas licénido y las hormigas, ejemplos<br />

representativos de mutualismo, en los que las diferentes especies se benefician de las actividades<br />

de la otra. Las larvas de las mariposas licénido secretan un néctar rico en azúcares y aminoácidos,<br />

suministrando así a las hormigas una fuente de nutrición, mientras que las hormigas, a su vez<br />

protegen a la larva de sus enemigos naturales. Cuando escampa salgo rampante buscando<br />

desentumecerme. Aparecen las guacharacas con su estridente contrapunteo, se suman los loritos<br />

alborotados volando en manada hacia los mangos; los periquitos y las guacamayas no se dejan ver<br />

pero contribuyen a la algarabía. La sinfonía ha cambiado de músicos y por tanto de tono. El<br />

director ya no es el agua sino el sol.<br />

Regresando a la capital me hacen un examen introduciendo un medio de contraste radioactivo en<br />

un cuarto aislado de luz roja. Cruzo algunas palabras con una señora en sus tardos cuarenta que me

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