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<strong>LA</strong> <strong>HERENCIA</strong>
CAPÍTULO I<br />
El Inicio<br />
La Historia <strong>de</strong> Robert<br />
―¡¡Demonios!! ―exclamé mientras bajaba agotado <strong>de</strong>l carruaje.<br />
Finalmente había llegado a <strong>de</strong>stino, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> largos días <strong>de</strong> trayectoria,<br />
alejándome <strong>de</strong> Londres, solo acompañado por mis pensamientos, mis libros y un<br />
cochero encapuchado que jamás me dirigió la palabra.<br />
Una pálida joven <strong>de</strong> cabello ensortijado se nos unió a mitad <strong>de</strong> la trayectoria,<br />
silenciosa y abstraída. Ni por un instante, apartó la vista <strong>de</strong> la polvorienta ventana<br />
<strong>de</strong>l vehículo maltrecho.<br />
Sentía las piernas entumecidas. Durante el viaje, me negué a <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l<br />
coche en ninguno <strong>de</strong> los sombríos poblados que encontramos en el trayecto dada la<br />
<strong>de</strong>sconcertante actitud <strong>de</strong> sus habitantes. Era obvio que algo les resultaba<br />
inquietante respecto a mi apariencia. Jamás osaron levantar la vista hacia mis<br />
propios ojos en los mesones, don<strong>de</strong>, al principio, nos <strong>de</strong>teníamos para almorzar. Los<br />
susurros farfullados <strong>de</strong> forma esquiva y recurrente, simplemente, me sacaban <strong>de</strong><br />
quicio. Sucedía igual en cada una <strong>de</strong> las posadas. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> las camas infestadas y<br />
los pasos vigilantes al otro lado <strong>de</strong> mi puerta. Fue <strong>de</strong>bido a ello que finalmente tomé<br />
la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> comprar algunas provisiones y, por las noches, me obligué a dormir<br />
<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l carruaje.<br />
Maldije mil veces al tío Alfred, quien me obligara a realizar aquella travesía. Mi<br />
padrastro había fallecido y la herencia <strong>de</strong> mi madre regresaría a la familia original,<br />
<strong>de</strong> la que yo era el último <strong>de</strong>scendiente adulto conocido. Dicha fortuna había<br />
pertenecido inicialmente a mi padre, quien falleciera cuando yo era pequeño. Por su<br />
parte y no mucho tiempo <strong>de</strong>spués, mi madre contrajo nuevas nupcias con un<br />
extraño personaje, <strong>de</strong> quien se <strong>de</strong>cía era explorador. Un sujeto <strong>de</strong> personalidad<br />
renuente y actitud osca, completamente enigmática y colmada <strong>de</strong> misterios.<br />
Recién llegado <strong>de</strong>l África, en ningún momento <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> lado su hierático<br />
comportamiento, aun cuando algunas <strong>de</strong> sus creencias manifiestas resultaron muy<br />
poco ortodoxas, alimentando en los sencillos habitantes <strong>de</strong> la comarca el exacerbo<br />
<strong>de</strong> su imaginación campesina, provocando la proliferación <strong>de</strong> múltiples y oscuras<br />
murmuraciones respecto <strong>de</strong> aquellas supuestas «prácticas rituales», que <strong>de</strong>cían el<br />
forastero llevaba a cabo.<br />
A pesar <strong>de</strong> todo, Arthur Greenway, mi padrastro, persistió inmutable en su<br />
rareza y en el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> tales activida<strong>de</strong>s secretas, sumadas a frecuentes viajes al<br />
otro continente. Dilapidó buena parte <strong>de</strong>l dinero heredado por mi madre, Dorothy,<br />
en proyectos poco claros. Todo ello con el inusual beneplácito <strong>de</strong> la misma.<br />
En realidad, Arthur solía ausentarse por largos períodos <strong>de</strong> tiempo, y se <strong>de</strong>cía<br />
que siempre con idéntico <strong>de</strong>stino: sus añoradas tribus africanas.<br />
Llegado el momento y teniendo en cuenta <strong>de</strong> que nuestra antipatía era mutua<br />
e in<strong>de</strong>clinablemente acérrima, convenció a mi madre <strong>de</strong> enviarme a Londres bajo la<br />
tutela <strong>de</strong>l tío Alfred (hermano mayor <strong>de</strong> ésta), a lo que ella accedió aparentemente<br />
<strong>de</strong> inmediato, complaciendo sus <strong>de</strong>seos y sin posibilidad <strong>de</strong> alternativa alguna.
Aún puedo recordar la singular transformación <strong>de</strong> mi madre, pasando <strong>de</strong> ser<br />
una rozagante dama, bella, vivaz y en ocasiones divertida, a convertirse en una<br />
enjuta mujer <strong>de</strong> pocas palabras y cabeza gacha. Inclusive, siento como si hubiese<br />
sido ayer mismo cuando vi por última vez sus ojos negros. Inescrutables misterios,<br />
para un niño <strong>de</strong> mi corta edad, afloraban entre sus lágrimas <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida.<br />
—Es mejor así, mi querido. No <strong>de</strong>bes regresar. —Fueron las irrevocables,<br />
aunque tristes palabras que escuché <strong>de</strong> ella ese día.<br />
Así fue como sus <strong>de</strong>seos se cumplieron durante estos 20 años transcurridos.<br />
A partir <strong>de</strong> entonces, no hubo mayores noticias, ni siquiera se nos notificó<br />
<strong>de</strong>bidamente sobre su muerte, 10 años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mi partida. Jamás tuvo un funeral.<br />
Al menos, no uno al que yo pudiera asistir.<br />
Tiempo <strong>de</strong>spués supe, como siempre a través <strong>de</strong> los consabidos rumores, que<br />
aquel individuo con quien se había casado consiguió traer <strong>de</strong>s<strong>de</strong> África cierta<br />
cantidad <strong>de</strong> nativos y que estos suplantaron por completo la servidumbre habitual<br />
<strong>de</strong> nuestra casa. Supuestamente tenían por labor el acompañar y asistir a mi<br />
<strong>de</strong>testable padrastro en sus inextricables rituales. Los mismos nunca llegaron a<br />
pronunciar palabra alguna en nuestro idioma.<br />
Dejando <strong>de</strong> lado mis recuerdos, pensé que <strong>de</strong>finitivamente este sería un<br />
trámite por <strong>de</strong>más engorroso. Estipulado en el Testamento, se había fijado una<br />
cláusula que me obligaba a regresar y permanecer en la propiedad heredada <strong>de</strong> mis<br />
padres durante algún tiempo, previo a consi<strong>de</strong>rar siquiera la posibilidad <strong>de</strong> ven<strong>de</strong>r.<br />
Sin otra alternativa y resignado, tomé dicho <strong>de</strong>safío como una oportunidad<br />
para estudiar y preparar mi tesis en leyes, carrera que ya me encontraba finalizando.<br />
Solo esperaba que la vieja mansión se encontrara en condiciones <strong>de</strong> ser habitada.<br />
No <strong>de</strong>seaba más complicaciones <strong>de</strong> las que ya tenía con el bendito viaje y las<br />
ineludibles cláusulas, que me parecían un auténtico disparate.<br />
Después <strong>de</strong> arrastrar mis maletas por el sen<strong>de</strong>ro lleno <strong>de</strong> cardos, llegué a la<br />
entrada <strong>de</strong> rejas oxidadas, las que cedieron <strong>de</strong> un solo empellón y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí hacia la<br />
<strong>de</strong>scascarada puerta que una vez, y según mis vagos recuerdos, luciera majestuosa.<br />
Al abrirla, el espectáculo resultó increíble. Un <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n total reinaba en el lugar,<br />
obviamente abandonado.<br />
Mientras avanzaba por la sala, inesperadamente, una sombra muy oscura<br />
emprendió vuelo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el barandal <strong>de</strong>l piso superior y sobrevoló la estancia, rozando<br />
mi cabello con algo que percibí semejante a garras, <strong>de</strong>sapareciendo luego por el<br />
hueco <strong>de</strong> una gran ventana con el vidrio <strong>de</strong>strozado. Mi corazón comenzó a palpitar<br />
con fuerza. Observé hacia arriba y distinguí claramente otra sombría figura<br />
<strong>de</strong>slizándose fugaz y amparada por la oscuridad.<br />
Bajo tales circunstancias, solo atiné a consi<strong>de</strong>rar la posibilidad <strong>de</strong> ser presa <strong>de</strong><br />
una alucinación, provocada por el suceso <strong>de</strong>l «ave» y el perturbador efecto que<br />
causara en mi estabilidad mental; sin embargo, también había logrado oír el rumor<br />
<strong>de</strong> telas acompañando dicho <strong>de</strong>splazamiento allí arriba. Por supuesto, a estas<br />
alturas, ya me sentía singularmente atemorizado.
Gotas <strong>de</strong> sudor recorrían mi frente, mientras, apelando a todo mi valor,<br />
ascendía con lentitud las escaleras. De improviso, fuertes golpes sonaron en la<br />
puerta <strong>de</strong> entrada. Esto acabó con mi poca compostura.<br />
—¡¡Mierda!! —grité.<br />
Casi <strong>de</strong>scompuesto, me precipité hacia la puerta. Al abrirla, ¡vaya sorpresa! Mi<br />
introvertida compañera <strong>de</strong> viaje estaba <strong>de</strong> pie, allí, frente a mí. Luego <strong>de</strong> presentarse<br />
(Margaret dijo se llamaba), me explicó que había sido enviada por la compañía <strong>de</strong><br />
abogados para asistirme como criada durante mi permanencia en aquella casa.<br />
Pensé que quizá fuera una buena i<strong>de</strong>a, algo <strong>de</strong> compañía no me vendría mal<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo lo que me estaba sucediendo.<br />
Afortunadamente, la joven había traído algunas provisiones. Mientras buscaba<br />
los can<strong>de</strong>labros, se abrió paso entre el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, encaminándose directo a la cocina,<br />
casi como si conociera la estancia, colocando <strong>de</strong> tramo en tramo, velas que extraía<br />
<strong>de</strong> un pequeño maletín.<br />
De momento, <strong>de</strong>cidí ignorarla para continuar con mi propósito, así que retomé<br />
el ascenso <strong>de</strong> las escaleras, dirigiéndome luego y según recordaba, hacia el que fuera<br />
el cuarto <strong>de</strong> mi madre. Al llegar noté, no sin sorpresa, que las gran<strong>de</strong>s puertas dobles<br />
estaban surcadas <strong>de</strong> extraños símbolos y arañazos, todos ellos en apariencia tallados<br />
a filo <strong>de</strong> navaja. Los mismos ro<strong>de</strong>aban la cerradura ya inservible.<br />
Penetré en el cuarto, las sombras reinaban por doquier, cuando <strong>de</strong> pronto, algo<br />
gélido me recorrió la espalda. Pu<strong>de</strong> sentir el roce <strong>de</strong> una mano sobre el cuello y,<br />
nuevamente, esa extraña silueta pasó rauda junto a mí, atravesando el corredor en<br />
dirección hacia una pequeña puerta situada al final <strong>de</strong>l mismo.<br />
Aquel había sido mi cuarto infantil durante los pocos años que habité la<br />
propiedad. Según supe <strong>de</strong>spués, por medio <strong>de</strong> las escuetas noticias que me<br />
comunicaba tío Alfred sobre su hermana, posterior a mi partida se había convertido<br />
en una especie <strong>de</strong> refugio para ella. Solía pasar allí la mayor parte <strong>de</strong>l día, aun cuando<br />
Arthur se encontrara en casa; especialmente entonces, me <strong>de</strong>cía.<br />
La oscuridad se <strong>de</strong>nsificaba a medida que avanzaba en esa dirección, <strong>de</strong>jando<br />
atrás la recámara principal, la <strong>de</strong> las puertas dobles. Cuando por fin llegué frente a<br />
la misma, que daba paso al interior <strong>de</strong> mi antiguo cuarto, ésta se abrió sola,<br />
rechinando.<br />
La ventana aun permitía el ingreso <strong>de</strong> suficiente luz como para distinguir el<br />
sencillo mobiliario, parte <strong>de</strong>l cual reconocía muy bien: una cama simple, las pinturas<br />
<strong>de</strong> mi madre, mis juguetes perfectamente acomodados en hilera sobre los estantes<br />
y una mecedora frente al ventanal, <strong>de</strong> espaldas a mí, meciéndose con frenesí.<br />
Me obligué a aproximarme a ella, aspirando <strong>de</strong>scubrir quién o qué provocaba<br />
el inusual e inexplicablemente enérgico movimiento. Un profundo y sollozante<br />
gemido me alcanzó nítido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el cuarto <strong>de</strong> mamá.<br />
A esta altura <strong>de</strong> los acontecimientos, obviamente había perdido toda<br />
capacidad <strong>de</strong> razonar con luci<strong>de</strong>z. Creo que solo me <strong>de</strong>jaba llevar, actuando por<br />
inercia o simple impulso. Corrí hasta allí y, precipitándome al interior <strong>de</strong> la
ecámara, escuché otra vez aquel suspiro, proce<strong>de</strong>nte nada menos que <strong>de</strong> su lecho.<br />
Entonces, distinguí el contorno <strong>de</strong> lo que parecía ser su propia forma bajo el<br />
cobertor. Anonadado, vi como esta se <strong>de</strong>svanecía, juntamente con la exhalación.<br />
¡Dios! Aún no repuesto <strong>de</strong> lo que acababa <strong>de</strong> experimentar, oí el golpe <strong>de</strong> la<br />
puerta cerrándose con estrépito al final <strong>de</strong>l corredor. No pu<strong>de</strong> más. Me <strong>de</strong>smayé.<br />
Desperté empapado en sudor, sobresaltado por <strong>de</strong>lirantes pesadillas, en la que<br />
mestizas, proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> alguna tribu lejana y <strong>de</strong>sconocida, ejecutaban frenéticas<br />
danzas a mi alre<strong>de</strong>dor. Presidiendo tal exótica y sibilina ceremonia, Arthur<br />
Greenway, mi padrastro, diabólicamente ornamentado con atuendos tribales,<br />
contemplaba el ritual ejecutado.<br />
Había sangre por todos lados, mucha, y dagas que punzaban dolorosamente,<br />
abriéndome surcos en la piel, grabando extraños símbolos, mientras yo permanecía<br />
enca<strong>de</strong>nado. Recuerdo haber visto con gran espanto, en medio <strong>de</strong> aquel sueño, un<br />
insólito y chocante tótem, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> colgaba inerte el cuerpo <strong>de</strong> mi propia madre.<br />
Cuando el horror alcanzaba su punto máximo en mi mente, aquel estado<br />
onírico cedió, dando paso a la conciencia y fue cuando <strong>de</strong>sperté, creyendo así<br />
librarme <strong>de</strong> aquella pesadilla. Noté que me encontraba recostado sobre la pequeña<br />
cama, <strong>de</strong> cara a la pared. Ya había amanecido, lo que me dio esperanzas <strong>de</strong> recobrar<br />
algo <strong>de</strong> serenidad.<br />
Lamentablemente, no fue así. Sin rotar mi posición, comencé a escuchar el<br />
distintivo rechinar <strong>de</strong> la mecedora hamacándose a mis espaldas. Giré abruptamente,<br />
aterido por el pánico; entonces la vi. Vestida en harapos cenicientos, con la piel<br />
grisácea, acartonada, semejante a lo que imaginaba se presentaría un cadáver,<br />
meciéndose impasible frente al cristal <strong>de</strong> la ventana. Lentamente, dio vuelta su<br />
rostro hacia mí, ya no me quedaron dudas… mi difunta madre.<br />
Con la mirada fiera y penetrante, era ella. Muy <strong>de</strong>spacio, se incorporó,<br />
dirigiéndose hacia don<strong>de</strong> me encontraba. Solo atiné a acurrucarme contra la pared.<br />
A pesar <strong>de</strong> hallarme presa <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sconcierto y <strong>de</strong> un terror in<strong>de</strong>scriptible, noté mi<br />
ropa ensangrentada y los símbolos recién tallados sobre mi cuerpo. En ese instante,<br />
tuve la <strong>de</strong>sgarradora certeza sobre la autenticidad <strong>de</strong> lo sucedido. Nunca se trató <strong>de</strong><br />
una pesadilla.<br />
Ella continuó aproximándose, con movimientos <strong>de</strong>sarticulados,<br />
extendiéndome los brazos. Incluso, la vi esbozar una sonrisa infausta que culminó<br />
en tenebrosa mueca, antes <strong>de</strong> que su mandíbula se <strong>de</strong>scolgara, abriéndose<br />
inconmensurable <strong>de</strong> su rostro, <strong>de</strong>jando escapar una bruma oscura y fétida que<br />
inundó <strong>de</strong> cieno etéreo todo el espacio contenido en esa habitación.<br />
Quise huir, pero nunca pu<strong>de</strong> abrir la puerta. Todo comenzó a temblar y<br />
sacudirse violentamente. Grité, grité con todas mis fuerzas. Entonces sentí el gélido<br />
abrazo y su voz llegó a mi mente.<br />
—Tu sangre es necesaria, hijo mío, para volver a la vida. Obtener el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />
la vida sobre la muerte ha sido siempre el objetivo. He viajado a insondables<br />
profundida<strong>de</strong>s en busca <strong>de</strong>l conocimiento. Una vez obtenido, <strong>de</strong>bía regresar con él.<br />
Mas para perpetuar el rito, es preciso mi retorno a este plano en un cuerpo vivo y<br />
para que eso sea posible, tú habrás <strong>de</strong> reemplazarme en el abismo. No <strong>de</strong>sesperes,
Robert, mi querido, solo será por un corto tiempo. Cuando tu propio hijo haya<br />
crecido, vendrá por su herencia y entonces, al igual que yo por tu sangre, tú volverás<br />
a través <strong>de</strong> la suya.<br />
Mi aterrado alarido resonó hasta quebrarse, haciendo ecos en los muros <strong>de</strong> la<br />
infernal casona. Entonces, como una respuesta <strong>de</strong> los dioses, la maldita puerta se<br />
abrió <strong>de</strong> par en par. Allí, la joven criada estaba <strong>de</strong> pie frente a mí. «¡Me ha salvado!»,<br />
pensé. Ansiando escapar, me abracé a ella con <strong>de</strong>sesperación.<br />
Doloroso abrazo. Pareció durar una eternidad.<br />
Luego, me <strong>de</strong>splomé sobre el corredor, mientras mi propia sangre bañaba los<br />
pies <strong>de</strong> mi asesina, quien sonreía, <strong>de</strong>svaneciéndose en la nada y un coro <strong>de</strong><br />
carcajadas se adueñaba <strong>de</strong> la vieja y oscura mansión.
CAPÍTULO 2<br />
20 Años Después<br />
Richard<br />
Un automóvil se encamina lento por la nueva carretera que atraviesa la<br />
campiña. El joven pálido y <strong>de</strong>sgarbado permanece sentado en el asiento trasero,<br />
sumido en sus pensamientos e inquietu<strong>de</strong>s, mientras sostiene entre las manos un<br />
viejo escrito judicial, que le fuera entregado hace apenas un par <strong>de</strong> meses al cumplir<br />
los veintidós años. Allí el ya fallecido abogado familiar le comunica sobre una<br />
herencia, <strong>de</strong> la cual es el único beneficiario.<br />
Se trata <strong>de</strong> una antigua casona en las afueras <strong>de</strong> su Londres natal. Acababa <strong>de</strong><br />
enterarse, pues su madre había evitado durante todo un año tomara conocimiento<br />
<strong>de</strong> aquella carta notarial en la que se lo <strong>de</strong>signaba dueño y señor <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sconocida<br />
y abandonada propiedad.<br />
Durante los dos últimos meses, ambos discutieron acaloradamente sobre si<br />
<strong>de</strong>bía acudir hacia la misma y tomar posesión <strong>de</strong> lo que era suyo por <strong>de</strong>recho.<br />
Ella solía <strong>de</strong>squiciarse <strong>de</strong> solo tocar el tema. Ante la insistencia <strong>de</strong>l joven y,<br />
teniendo en cuenta que la situación económica <strong>de</strong> ambos no era precisamente la<br />
mejor ni más a<strong>de</strong>cuada para una familia con su estirpe, logró convencerla, aunque<br />
solo a medias, <strong>de</strong> tomar el riesgo. Lo que nunca imaginó las razones <strong>de</strong> tan cerrada<br />
obstinación en aquella negativa <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar partir a su único hijo hacia la <strong>de</strong>solada<br />
comarca don<strong>de</strong> estaba situada la misteriosa propiedad que su padre le legara.<br />
Una noche antes <strong>de</strong> iniciar el viaje, la madre con los ojos colmados <strong>de</strong> temor y<br />
lágrimas <strong>de</strong>cidió contarle lo poco que sabía, y aun así temía, sobre lo sucedido allí<br />
veinte años atrás.<br />
Le relató cómo su padre, un joven estudiante <strong>de</strong> leyes con quien se había<br />
casado apenas un año antes <strong>de</strong> su nacimiento, oportunamente recibió un idéntico<br />
documento, <strong>de</strong>signándolo here<strong>de</strong>ro universal <strong>de</strong> dicha propiedad; por lo que, en su<br />
momento, también partió hacia la misma con claras intenciones <strong>de</strong> ven<strong>de</strong>rla. Sin<br />
embargo, según cláusulas testamentarias, <strong>de</strong>bía permanecer en la mansión por el<br />
término <strong>de</strong> algunas semanas.<br />
Él había nacido y vivido allí hasta los diez años <strong>de</strong> edad, en compañía <strong>de</strong> sus<br />
respectivos padres, <strong>de</strong>biendo marcharse a Londres bajo la tutela <strong>de</strong> un hermano<br />
materno, el tío Alfred, enviado por su madre cuando ella quedara viuda y contrajera<br />
nuevas nupcias con un enigmático personaje. Des<strong>de</strong> entonces, nunca volvió a verla.<br />
Diez años más tar<strong>de</strong>, también ella falleció, tan misteriosa y extrañamente como su<br />
primer esposo.<br />
A estas alturas <strong>de</strong>l relato, y no pudiendo contenerse al revivir aquellos tan<br />
celosamente velados recuerdos, la madre rompió a llorar. Su marido, padre <strong>de</strong><br />
Richard, nuestro joven y nuevo here<strong>de</strong>ro, tomó la misma <strong>de</strong>terminación e idéntico<br />
<strong>de</strong>safío. El mismo que hoy él pretendía recorrer. Solo que aquel, el <strong>de</strong> hace dos<br />
décadas, <strong>de</strong> aquel periplo nunca regresó.<br />
Por ese entonces y ante tales circunstancias, Alice golpeó todas las puertas,<br />
recurrió a los abogados y hasta suplicó al único pariente vivo que le quedaba a su
<strong>de</strong>saparecido esposo, intervenir en busca <strong>de</strong> respuestas.<br />
El tío Alfred, hombre cauto y reservado, acudió a la propiedad bajo la presión<br />
<strong>de</strong> sus angustiadas peticiones. Cuando regresó, ya no era el mismo, parecía haber<br />
envejecido varias décadas: pálido, mucho más distante y esquivo que lo habitual.<br />
El día en que retornó a Londres, tras <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l carruaje, solo atinó a<br />
estrecharla con fuerza entre sus brazos, comunicándole contrito, la <strong>de</strong>soladora<br />
noticia: nunca había llegado a encontrarse con su sobrino Robert. Debido a las<br />
señales encontradas en el interior <strong>de</strong> la casa, las autorida<strong>de</strong>s policiales <strong>de</strong>l lugar<br />
<strong>de</strong>dujeron que el joven había sido atacado, asesinado y, posteriormente, sepultado<br />
en algún sitio <strong>de</strong>l bosque lindante, a espaldas <strong>de</strong> la misteriosa y lúgubre casona.<br />
Nunca se supo certeramente lo allí acontecido. Después, Alfred jamás accedió<br />
a volver sobre el tema. Simplemente se aisló <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l vetusto ático en lo alto <strong>de</strong> su<br />
casa, en completo ostracismo y negándose, <strong>de</strong> forma in<strong>de</strong>clinable, a recibir cualquier<br />
tipo <strong>de</strong> visita. Parecía aterido por un miedo atroz, ante la posibilidad <strong>de</strong> que oscuras<br />
fuerzas pudieran haberle seguido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel lugar hasta su propia puerta.<br />
Aun así, asumió la responsabilidad <strong>de</strong> ayudar económicamente a la joven viuda<br />
y al pequeño Richard; al menos, durante el corto tiempo que el anciano vivió. Alfred,<br />
quien acostumbrado a las extravagantes actitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> su hermana <strong>de</strong>s<strong>de</strong> épocas<br />
previas a su matrimonio con el padre <strong>de</strong> Robert, no tuvo en su momento más<br />
alternativa que aceptar al pequeño en su morada, como si fuera <strong>de</strong> allí en más su<br />
propio hijo. Por lo que lo había criado y educado con todo esmero y <strong>de</strong>dicación.<br />
Luego <strong>de</strong> fallecer Alfred, Alice, la joven viuda <strong>de</strong> Robert, y su hijo, heredaron<br />
una mo<strong>de</strong>sta cantidad <strong>de</strong> dinero y la propiedad <strong>de</strong>l difunto tío, como único sostén y<br />
amparo. Esto les sirvió para vivir con cierta dignidad durante los años transcurridos<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la inexplicable muerte <strong>de</strong> Robert.<br />
Muy a pesar <strong>de</strong> Alice y todos sus obstinados argumentos, Richard <strong>de</strong>cidió<br />
aceptar el reto, esperanzado por hallar un mejor futuro para ambos. Des<strong>de</strong> luego,<br />
sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> lado el secreto anhelo por <strong>de</strong>velar la verdad sobre la muerte <strong>de</strong> su padre,<br />
a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> los incognoscibles secretos que parecían ro<strong>de</strong>ar todo lo relacionado con<br />
aquella herencia.<br />
Casi sin darse cuenta, queda profundamente dormido <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l vehículo,<br />
presa <strong>de</strong> extraños sueños, muy poco claros y <strong>de</strong>finitivamente perturbadores.<br />
Despierta <strong>de</strong>bido al intempestivo movimiento <strong>de</strong>l coche cuando abandona la<br />
carretera principal, para introducirse en un sombrío y poco transitado sen<strong>de</strong>ro <strong>de</strong><br />
tierra húmeda, escoltado en ambos lados por altos y tupidos árboles, que apenas si<br />
permitían el paso <strong>de</strong> la luz solar a través <strong>de</strong> sus frondosas copas, las que se inclinaban<br />
sobre el camino, semejando un tétrico recibimiento para quienes se aventuraran<br />
transitarlo.<br />
Richard comienza a tener la sensación <strong>de</strong> ser observado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el cerrado<br />
follaje. Tanto el clima como el entorno mutan <strong>de</strong> modo drástico a partir <strong>de</strong>l<br />
momento en que se introducen en el sen<strong>de</strong>ro. Una espesa neblina surge<br />
prácticamente <strong>de</strong> la nada, envolviéndolos con un manto atemorizante y provocando<br />
en el muchacho nefastos presentimientos, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> un <strong>de</strong>sasosiego inextricable.<br />
Ajusta su abrigo sobre el pecho y se restriega las manos enguantadas.
Observando el espejo retrovisor en la parte <strong>de</strong>lantera, nota que el chófer, a quién no<br />
había visto antes en su vida, le mira <strong>de</strong> un modo extraño, penetrante. Comienza a<br />
sentirse algo incómodo. Buscando en el interior <strong>de</strong>l sobretodo, extrae su plateada<br />
cigarrera y una pequeña petaca <strong>de</strong> licor. Le tiemblan las manos al <strong>de</strong>staparla, intenta<br />
beber un largo y profuso trago. En un <strong>de</strong>scuido, unas pequeñas gotas <strong>de</strong>rramadas se<br />
dibujan nítidas al caer sobre sus ropas. Al verlas Richard piensa en sangre.<br />
Fastidiado, encien<strong>de</strong> un cigarrillo y, aspirando hondo, <strong>de</strong>sea encontrar en este<br />
simple acto un poco <strong>de</strong> claridad mental y cierta calma. No resulta. Su corazón se<br />
acelera <strong>de</strong>sbocado. Mordiéndose los labios, exhala el humo intempestivo, arroja el<br />
cigarro a medio consumir por la ventanilla <strong>de</strong>l automóvil. Vuelve a mirar hacia el<br />
espejo, vigilando el ceño <strong>de</strong> su raro conductor. «¡Demonios! Debería haber prestado<br />
más atención a la hora <strong>de</strong> contratar los servicios <strong>de</strong> transporte», piensa.
CAPÍTULO 3<br />
La Llegada<br />
El estertor <strong>de</strong>l motor al <strong>de</strong>tener la marcha se percibe similar a un escalofrío<br />
mecánico, ante la visión <strong>de</strong> la majestuosa mansión que se yergue a su <strong>de</strong>recha.<br />
Absolutamente gris y <strong>de</strong>scuidada; permite, aun así, perfilar algo <strong>de</strong> su antiguo<br />
esplendor por entre los matorrales <strong>de</strong> la entrada, tras las rejas retorcidas.<br />
Richard la contempla durante unos instantes antes <strong>de</strong> bajar <strong>de</strong>l coche: un<br />
diseño arquitectónico digno <strong>de</strong> la clase más opulenta entre los señores feudales <strong>de</strong>l<br />
medioevo, <strong>de</strong>ja traslucir diversas alas y torretas con un <strong>de</strong>finido toque gótico,<br />
resaltado por la oscuridad <strong>de</strong> sus antiguos muros hume<strong>de</strong>cidos y cubiertos <strong>de</strong><br />
enreda<strong>de</strong>ras muertas. Sí, muertas, como toda la vegetación que la ro<strong>de</strong>a. Hasta los<br />
árboles parecen haber fenecido en un vano intento por ceñirla con sus ramas secas<br />
y retorcidas, invistiéndola con un aspecto en extremo siniestro.<br />
Su mente práctica se <strong>de</strong>bate ante la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que una propiedad con estas<br />
características, una vez restaurada, si eso es aún posible, podrá constituir un<br />
trascen<strong>de</strong>ntal abanico <strong>de</strong> opciones lucrativas, ya sea a través <strong>de</strong> la venta o como <strong>de</strong><br />
su utilidad en otros diversos <strong>de</strong>stinos posibles. Quizá sea esta la solución a todos sus<br />
problemas <strong>de</strong> dinero.<br />
Sin embargo, la oscuridad, las sombras escondiéndose en los rincones, el<br />
mustio entorno y abandono que la envuelven por completo, no cesan <strong>de</strong> estremecer<br />
las fibras más recónditas <strong>de</strong> su subconsciente temeroso.<br />
Nunca ha sido, lo que se dice, audaz o valiente. No obstante, siente que <strong>de</strong>be<br />
armarse <strong>de</strong> valor y enfrentar lo que fuese preciso ante tal oportunidad. Aquí,<br />
<strong>de</strong>finitivamente tangible y… suya.<br />
Le sobresalta el intempestivo portazo <strong>de</strong>l engendro jorobado y feo que<br />
contrató como chófer, quien, presuroso, ha <strong>de</strong>scendido <strong>de</strong>l vehículo, bajando las<br />
maletas <strong>de</strong>l portaequipaje.<br />
Sacudiendo la cabeza para <strong>de</strong>spejarla, salta <strong>de</strong>l asiento <strong>de</strong>l coche y observa <strong>de</strong><br />
reojo a su acompañante, notando que este le mira fijo, mientras en su arrugado<br />
rostro se bosqueja algo semejante a una sonrisa mordaz.<br />
«¡Mierda! Quizá solo lo estoy imaginando», piensa, apartando <strong>de</strong> él la vista.<br />
Quita ese pensamiento <strong>de</strong> su mente, estira las piernas con movimientos <strong>de</strong><br />
flexión y elongación, coloca los brazos en jarra y, elevando el pecho displicente, mira<br />
el gran portal <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la maleza casi con un gesto <strong>de</strong> satisfacción.<br />
Mientras tanto y en lo alto <strong>de</strong>l segundo piso, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una umbría ventana, la<br />
imagen <strong>de</strong> una mujer vestida <strong>de</strong> negro observa en <strong>de</strong>talle cada uno <strong>de</strong> sus<br />
movimientos, con los ojos sumidos en la oscuridad <strong>de</strong> unas cuencas insondables.<br />
La oscilación <strong>de</strong> la cortina alerta a Richard. Alzando la mirada, cree distinguir<br />
con bastante claridad el brazo <strong>de</strong> un joven <strong>de</strong> cabello renegrido que, cubriendo<br />
enérgicamente la boca <strong>de</strong> la mujer, la hala hacia atrás, sumergiéndola en la<br />
profundidad <strong>de</strong> un interior que permanece virgen al escrutinio <strong>de</strong>l nuevo dueño <strong>de</strong>
aquella soberbia estancia. La sangre se le hiela en las venas. ¿Acaso está alucinando?<br />
Repentina y bruscamente, un toque sobre su hombro lo <strong>de</strong>vuelve a la realidad.<br />
Se trata <strong>de</strong>l singular chófer que lo insta a seguirlo hacia la entrada. Traspasan las<br />
oxidadas rejas, sorteando cardos entre la maleza y tanteando el camino <strong>de</strong> lajas que<br />
conduce hacia el portal labrado con arabescos <strong>de</strong>sfigurados por el <strong>de</strong>scascaro <strong>de</strong>l<br />
tiempo.<br />
Richard comienza a buscar las llaves que le fueran entregadas junto al sobre<br />
notarial; mientras hace esto, oye el motor <strong>de</strong>l coche arrancando a su espalda, allá,<br />
fuera <strong>de</strong>l extenso jardín. Pasmado, se pregunta cómo ha llegado tan rápido ese<br />
jorobado fuera <strong>de</strong> la propiedad. Le grita en vano intentando <strong>de</strong>tenerlo. El vehículo<br />
ya se pier<strong>de</strong> en el sen<strong>de</strong>ro, <strong>de</strong>jándolo absolutamente solo, frente a las puertas <strong>de</strong> su<br />
nueva vida; a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>l principio <strong>de</strong> un <strong>de</strong>stino que no atinaba a sospechar.
CAPITULO 4<br />
Cruzando el Portal <strong>de</strong>l Infierno<br />
Richard coloca las llaves en la cerradura, ardua tarea <strong>de</strong>bido a la erosión <strong>de</strong>l<br />
metal oxidado. Mientras forcejea por introducirla y girar para abrir, la puerta ce<strong>de</strong>,<br />
como si nunca hubiese estado cerrada o cual si alguien, sencillamente, abriera <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
el interior. No suce<strong>de</strong> como en las historias <strong>de</strong> terror, esta nunca rechina<br />
tenebrosamente sobre sus goznes. Simplemente se <strong>de</strong>sliza con suavidad hacia<br />
<strong>de</strong>ntro, como sostenida y empujada por un brazo invisible.<br />
Un profano vaho maloliente <strong>de</strong> humedad y encierro se libera <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el interior,<br />
envolviéndolo, para luego dispersarse huidizo en dirección hacia los bosques y la<br />
arboleda muerta en <strong>de</strong>rredor.<br />
Le cuesta mucho distinguir las formas <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la sala-recibidor. Es un día<br />
nublado y el ocaso se aproxima, por lo que la tenue luz que atraviesa los ventanales,<br />
en su gran mayoría cubiertos con pesados cortinajes y tablados <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra cruda, no<br />
consigue iluminar la inmensidad <strong>de</strong>l sitio. Solo polvo, <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n y muebles cubiertos<br />
con lo que alguna vez fueron sábanas, lucen grises y mohosos.<br />
Consciente <strong>de</strong> que el sitio aún no cuenta con energía eléctrica, <strong>de</strong>ci<strong>de</strong><br />
apresurar su ingreso con todo y maletas, antes <strong>de</strong> que el tiempo acucie y que<strong>de</strong><br />
inmerso en la más absoluta oscuridad. ¡Las velas! Debe encontrarlas y también los<br />
can<strong>de</strong>labros. Iluminarlo todo se ha convertido en su tarea principal. Al fin y al cabo,<br />
no conoce ni un ápice <strong>de</strong> aquel extenso lugar, el que ahora le pertenece.<br />
Arrastra como pue<strong>de</strong> sus maletas y cierra la puerta tras <strong>de</strong> sí. A un costado,<br />
encuentra un gran ma<strong>de</strong>ro que sirve como tranca y, buscando los ensambles para<br />
sostenerlo, lo coloca en su sitio, clausurando <strong>de</strong> este modo la entrada. Por un<br />
momento, se pregunta si está haciendo lo correcto, si tal vez no estaría sellando la<br />
única oportunidad conocida <strong>de</strong> salir disparado <strong>de</strong> aquel lugar. Luego lo piensa mejor<br />
y se carcajea. Es una estupi<strong>de</strong>z.<br />
Meditando en ello mientras se aboca a iluminar el caótico lugar, <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> hacer<br />
un repaso <strong>de</strong> todo lo acontecido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que saliera <strong>de</strong> su hogar en Londres.<br />
Indudable, todo ha sido extremadamente repentino, inquietante y muy<br />
extraño. Des<strong>de</strong> el acuse <strong>de</strong>l documento notarial, pasando por el año <strong>de</strong> escamoteo<br />
<strong>de</strong>liberado <strong>de</strong> su madre, terminando en el <strong>de</strong>scubrimiento parcial <strong>de</strong> los<br />
acontecimientos que afectaron la vida <strong>de</strong> su familia.<br />
Hasta no hace mucho, su orfandad paterna siempre fue un tema escuetamente<br />
comentado y <strong>de</strong>liberadamente sintetizado por Alice, durante las muy ocasionales<br />
charlas que mantuviese al respecto con su hijo. Por tanto, a Richard nunca le había<br />
quedado claro el motivo real y concreto <strong>de</strong> la ausencia paterna. Sin embargo esta<br />
situación influyó <strong>de</strong> modo significativo y <strong>de</strong>terminante en el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> su<br />
personalidad.<br />
Por aquella época solo podía <strong>de</strong>ducir simple y llanamente, el haber sido víctima<br />
inocente <strong>de</strong>l abandono precoz y, en apariencia, cobar<strong>de</strong> <strong>de</strong> su progenitor. Creció<br />
sintiéndose poco amado, carente <strong>de</strong> una figura paterna que emular o por quien
sentirse amparado. Sin hermanos, sin historia, ni siquiera familiares a quienes<br />
acudir.<br />
Tales circunstancias lo constituyeron como un muchacho frágil e inseguro,<br />
ambicioso <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r que da el dinero, <strong>de</strong>l que obviamente su madre y el carecían.<br />
Aun cuando asistió a buenos colegios, recibiendo una a<strong>de</strong>cuada educación, era<br />
esquivo a las relaciones interpersonales, sin <strong>de</strong>stacar en nada que no fuera el propio<br />
ingenio en pro <strong>de</strong> la supervivencia.<br />
Nunca logró calificar óptimamente como candidato para ingresar en alguna <strong>de</strong><br />
las prestigiosas faculta<strong>de</strong>s londinenses, tal y como muchos <strong>de</strong> sus compañeros <strong>de</strong><br />
estudios habían hecho. Su propia madre solía observarlo con lo que él,<br />
subjetivamente y en silencio, percibía como cierta <strong>de</strong>sazón frente a esa obstinada<br />
soledad en la que solía aislarse. Tampoco practicaba <strong>de</strong>portes. Era propenso al<br />
influjo <strong>de</strong> placeres vanos y superficiales, como la bebida o los juegos <strong>de</strong> azar.<br />
Quizá fuera esa la razón primordial que hoy lo moviliza, consi<strong>de</strong>rando que la<br />
presente circunstancia pue<strong>de</strong> constituir una oportunidad para salir al exterior <strong>de</strong><br />
aquella coraza que durante años edificó a modo <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa. En estos pocos días,<br />
<strong>de</strong>scubre datos singulares sobre su verda<strong>de</strong>ro origen: proviene <strong>de</strong> una familia<br />
adinerada, con estirpe y si a eso le suma el misterioso charme que envuelve su<br />
historia, ¡vaya con la sorpresa!<br />
Mientras medita, ha ido encendiendo velas hasta el último rincón <strong>de</strong> la<br />
<strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nada sala. También tiene dispuestos los can<strong>de</strong>labros que utilizará para<br />
recorrer la estancia, según sus planes, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> esa misma noche. Contempla renuente<br />
las magnas escaleras <strong>de</strong> roble que conducen al segundo piso.<br />
Jamás sabrá si es <strong>de</strong>bido al temor <strong>de</strong> ascen<strong>de</strong>r por las mismas o el intenso<br />
apetito acumulado por las extensas horas <strong>de</strong> viaje, lo que lo inducen a <strong>de</strong>spejar el<br />
gran escritorio lleno <strong>de</strong> polvo, pergaminos y antiguos libros, que reina predominante<br />
junto al ventanal mayor, presidiendo todo el ambiente <strong>de</strong> la sala, con la finalidad <strong>de</strong><br />
prepararse allí algo <strong>de</strong> cenar. Bajo ningún punto <strong>de</strong> vista se aventura llegar hasta la<br />
cocina, la que supone <strong>de</strong>be estar más allá <strong>de</strong>l oscuro corredor hacia su izquierda.<br />
Por fortuna, Alice le había alistado previsoramente, generosas viandas con<br />
alimentos suficientes para subsistir algunos días sin mayor afán. Toma sus enseres<br />
empacados y, escogiendo lo necesario, los distribuye junto a una botella <strong>de</strong> vino<br />
tinto sobre la mesa improvisada. Sacu<strong>de</strong> el polvo <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las sillas y se sienta a<br />
cenar, ensimismado en sus propios pensamientos. De modo curioso e instintivo, en<br />
ningún momento <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> sostener la vista fija en el inicio <strong>de</strong> aquella atemorizante<br />
escalera.<br />
Repentinamente cansado, termina a medias su cena, bebe <strong>de</strong> un sorbo la cuarta<br />
copa <strong>de</strong> vino. Tal vez como consecuencia <strong>de</strong>l agotamiento mental y físico, sumado<br />
a las intensas y variadas emociones experimentadas, pero se queda dormido sobre<br />
su propio abrigo, colocado a modo <strong>de</strong> almohada sobre el escritorio. Lo último que<br />
atina pensar, «ha sido el vino».<br />
Pero aquel breve solaz llega abruptamente a su fin. Una caricia helada roza su<br />
cuello dolorido, rojos y perfumados cabellos le cubren cayendo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> atrás las<br />
mejillas, mientras que unos labios que nunca llega a ver, susurran en su oído:
―Estás en casa. ¡Por fin has llegado! Te esperábamos.<br />
Totalmente obnubilado y somnoliento, no pue<strong>de</strong> distinguir la realidad <strong>de</strong>l<br />
sueño, obviamente influenciado por las condiciones <strong>de</strong>l ambiente. Sacu<strong>de</strong> la cabeza.<br />
Pestañea varias veces, restregándose los párpados que aún siente pesados. Nota lo<br />
mucho que se han consumido las velas a su alre<strong>de</strong>dor, por lo que <strong>de</strong>duce, ha<br />
dormido varias horas. El alba no tarda en llegar; sin embargo, aún reina la noche,<br />
colmada <strong>de</strong> enigmas y cercando firme la morada en la que ahora comienza a sentirse<br />
prisionero.<br />
Alza la mirada. Frente a sí, los distintivos peldaños. Recordando su anterior<br />
<strong>de</strong>terminación, concluye que el miedo no será su mejor aliado si preten<strong>de</strong> explorar<br />
en <strong>de</strong>talle la propiedad. Armándose <strong>de</strong> todo el valor que sus menguadas fuerzas le<br />
permiten, se pone <strong>de</strong> pie, toma un gran can<strong>de</strong>labro y renueva sus velas. Elevándolo<br />
justo encima <strong>de</strong> él, avanza hacia el origen <strong>de</strong> su mayor temor en aquel preciso<br />
instante.<br />
Ya junto al pie <strong>de</strong> la gra<strong>de</strong>ría, una fría ráfaga <strong>de</strong> viento le alcanza sorpresiva,<br />
estremeciendo su cuerpo entero. Impulsado aún por una infrecuente y temeraria<br />
intrepi<strong>de</strong>z, se aferra al barandal labrado. Como impelido por una <strong>de</strong>scarga eléctrica,<br />
evoca los dos sobrenaturales sucesos experimentados <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la misma tar<strong>de</strong> en que<br />
llegara a la casa: aquellas siluetas que avistó en el ventanal <strong>de</strong>l piso superior y la<br />
insinuante presencia que le susurrara la bienvenida, durante lo que creía, sin estar<br />
completamente seguro, había sido un sueño. Ahora, esa inexplicable y helada brisa<br />
que lo circunda proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la nada. Monta un pie sobre el primer escalón,<br />
mientras la mano que sostiene el can<strong>de</strong>labro tirita consecuente con la intensidad <strong>de</strong><br />
su temor. No obstante, nada lo <strong>de</strong>tiene. Esta es su casa, su propiedad, su alternativa.<br />
Su herencia.<br />
Comienza a subir. Rechina reseca la ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> las gradas bajo sus pies, aun así<br />
y a medida que ascien<strong>de</strong>, advierte una especie <strong>de</strong> quedo y suave lamento femenino,<br />
que estima proviene <strong>de</strong>l siguiente piso. Aun cuando la escalera se extien<strong>de</strong> hacia lo<br />
más alto <strong>de</strong> la casa, (la que consta <strong>de</strong> cuatro o cinco pisos), al llegar a cada uno, se<br />
escin<strong>de</strong> en un <strong>de</strong>scanso y una galería permitiendo el acceso a nuevos corredores<br />
repletos <strong>de</strong> habitaciones, salas y espacios; luego, continúa hasta la gran cúpula <strong>de</strong><br />
cristal vitreaux que corona la mansión.<br />
Tiene entendido que en el siguiente piso se hallan las habitaciones principales,<br />
en especial la que un día perteneciera a su abuela Dorothy, como así también otra<br />
muy particular, la que su padre ocupara mientras habitó el sitio durante los primeros<br />
años <strong>de</strong> su infancia. Richard <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> que ese será el primer tramo a investigar. Ni bien<br />
ha llegado allí, ve cómo una galería protegida por su correspondiente balaustrada<br />
conduce hacia un sombrío y largo corredor, don<strong>de</strong> apenas consigue discernir el sitio<br />
exacto en el que se sitúan las puertas <strong>de</strong> cada uno <strong>de</strong> los cuartos.<br />
Con la exigua luz <strong>de</strong> las velas, pue<strong>de</strong> notar que, <strong>de</strong> tramo en tramo, las pare<strong>de</strong>s<br />
proporcionan una seguidilla <strong>de</strong> farolas colgantes en condiciones <strong>de</strong> ser utilizadas.<br />
Esto le estimula. Proce<strong>de</strong> a encen<strong>de</strong>rlas y, así, el corredor va cobrando forma frente<br />
a sus ojos.<br />
Luego <strong>de</strong> unos metros, se encuentra ante una gran puerta doble, adornada <strong>de</strong><br />
cenefas labradas por eximios ebanistas. Extrayendo un pañuelo que usualmente
lleva en el bolsillo superior <strong>de</strong> su chaleco, empieza a sacudir todo el polvo <strong>de</strong>positado<br />
sobre ella. Entonces <strong>de</strong>scubre, muy cerca <strong>de</strong> la <strong>de</strong>strozada cerradura, una serie <strong>de</strong><br />
símbolos grabados <strong>de</strong> modo grotesco y discordante con la <strong>de</strong>coración propia <strong>de</strong> la<br />
estancia. Parecen haber sido tallados a filo <strong>de</strong> navaja y su diseño no coinci<strong>de</strong> con<br />
ningún estilo artístico que él haya conocido jamás. Aun así, tiene la sensación <strong>de</strong><br />
haberlos visto entre las páginas <strong>de</strong> arcaicos textos <strong>de</strong> contenido místico que, siendo<br />
adolescente, solía escudriñar en las bibliotecas más lóbregas <strong>de</strong> su caliginosa<br />
Londres.<br />
Coloca su mano sobre el picaporte y duda. El hondo lamento vuelve a acariciar<br />
sus oídos, estremeciéndole, pues pareciera proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l interior <strong>de</strong> aquel mismo<br />
cuarto. Empuja la puerta doble y un conjunto <strong>de</strong> sombras perfiladas, idénticamente<br />
a volutas <strong>de</strong> humo espeso, cual, si se originaran <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una hoguera encendida con<br />
leños ver<strong>de</strong>s y húmedos, simula envolverle, manifestando formas difusas que se<br />
escabullen con rapi<strong>de</strong>z en todas direcciones.<br />
Richard ingresa al cuarto, oteando el interior <strong>de</strong>l mismo. Al parecer, una<br />
magnífica estancia. Sin lugar a dudas, este ha sido el cuarto <strong>de</strong> su abuela. Tropieza<br />
con algunos <strong>de</strong> los muebles, hasta toparse con la gran cama y dosel, presidiendo el<br />
centro <strong>de</strong> aquella habitación. Escoltándola, reposan dos pequeñas mesitas veladoras<br />
con sus correspondientes can<strong>de</strong>labros y otros objetos que no logra distinguir.<br />
Sorteando obstáculos en pos <strong>de</strong> llegar hasta ellos, el estrépito <strong>de</strong> una ventana<br />
abriéndose <strong>de</strong> improviso le pone los pelos <strong>de</strong> punta. El viento penetra incontenible,<br />
agitando el cortinado que pen<strong>de</strong> <strong>de</strong>l dosel; entonces observa, totalmente azorado,<br />
como una <strong>de</strong> las sábanas <strong>de</strong> raso se <strong>de</strong>shace <strong>de</strong>l gran lecho y, revistiendo una silueta<br />
in<strong>de</strong>finida, <strong>de</strong>saparece por la puerta <strong>de</strong> entrada directo hacia el corredor.<br />
Estupefacto, solo atina a cerrar el ventanal y salir, casi disparado, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la<br />
figura. Antes <strong>de</strong> alcanzar la puerta, oye un fuerte golpe al final <strong>de</strong>l pasillo. Debe estar<br />
en pleno estado <strong>de</strong> shock, pues se lanza sin dudarlo hacia la zona <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong><br />
provino el contun<strong>de</strong>nte sonido. El viento apagó las velas; sin embargo y <strong>de</strong> modo<br />
inexplicable, el corredor se muestra en sus contornos y extensión, ahora iluminado<br />
por un resplandor iridiscente.<br />
Su mirada ya no <strong>de</strong>nota el temor con que iniciase aquella nocturna y temeraria<br />
exploración, se ha endurecido, expresando una fiereza categórica. Se <strong>de</strong>splaza sobre<br />
la <strong>de</strong>sgastada alfombra, en dirección a la puerta que divisa al final <strong>de</strong> aquel pasaje.<br />
Siente sus pasos elevarse por sobre el suelo, mientras aquella ver<strong>de</strong> y luminosa<br />
bruma lo ro<strong>de</strong>a y transporta, señalándole el camino.<br />
Sin saber <strong>de</strong> qué manera, se halla frente a aquella pequeña entrada. La espesa<br />
niebla <strong>de</strong>saparece tan rauda y misteriosa como naciera. Una angustiante sensación<br />
colma todo su ser, oprime su pecho y le permite oír el agitado bullir <strong>de</strong> la sangre<br />
recorriendo sus arterias.<br />
Insondable abismo <strong>de</strong> silencio le ro<strong>de</strong>a, casi no se atreve a respirar para no<br />
romperlo. Sus manos vuelven a temblar, el valor que lo impulsase se disuelve junto<br />
a la bruma y los lamentos. La oscuridad retorna perenne, diríase que asfixiante.<br />
Escarba con <strong>de</strong>sesperación entre sus ropas en busca <strong>de</strong> los cerillos que trae<br />
consigo, con el fin <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>r una última vela. Se maldice por no haber recordado,<br />
en lo absoluto, que en el interior <strong>de</strong> sus maletas guarda un par <strong>de</strong> linternas.
Demasiado tar<strong>de</strong> para regresar por ellas. Finalmente, y luego <strong>de</strong> varios intentos<br />
fallidos, logra pren<strong>de</strong>r la titilante llama. Es entonces cuando el resto <strong>de</strong> los cerillos<br />
caen, dispersándose en el suelo.<br />
Ante el temor <strong>de</strong> quedarse nuevamente a oscuras, se inclina alumbrando hacia<br />
abajo, procurando coger la mayoría. Mientras lo hace, patéticamente arrodillado en<br />
el piso, nota que se halla sobre una oscura mancha en la alfombra. Algo <strong>de</strong>ntro suyo<br />
le satura <strong>de</strong> un terror in<strong>de</strong>scriptible. Iluminando más <strong>de</strong> cerca, advierte el color<br />
bordó viscoso. Luego se <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> a tocarla y percibe la humedad, tal como si fuese<br />
fresca. Temblando, eleva sus <strong>de</strong>dos al alcance <strong>de</strong> la vista. Están teñidos <strong>de</strong> rojo, un<br />
acre olor a óxido le confirma lo que teme: sangre. ¡Se encuentra <strong>de</strong> hinojos sobre un<br />
imponente charco <strong>de</strong> sangre! ¡¿Pero cómo es esto posible?!<br />
Si bien es cierto que la casa ha permanecido <strong>de</strong>shabitada durante <strong>de</strong>masiado<br />
tiempo, ningún roedor que conociese podría haber sangrado en tal cuantía. A<strong>de</strong>más,<br />
también se pregunta sobre la i<strong>de</strong>ntidad <strong>de</strong> quien acabase con esa vida. Esto implica<br />
la existencia <strong>de</strong> un ser <strong>de</strong> mayor tamaño, consi<strong>de</strong>rablemente, en el lugar. De ser así,<br />
¿dón<strong>de</strong> yace el cadáver? ¿Quién tendrá motivos para inmiscuirse en la propiedad y<br />
retirar los restos, si se trata solo <strong>de</strong> un animal?<br />
Una lúgubre conjetura pugna por emerger en su yo consciente…<br />
¡No! Se niega rotundamente en dar credibilidad a tan perturbadora i<strong>de</strong>a. Aquel<br />
suceso sangriento acaeció hacía más <strong>de</strong> dos décadas y esta, esta sangre, ¡aún está<br />
fresca!<br />
Todavía <strong>de</strong> rodillas e impulsándose hacia atrás, Richard procura escabullirse<br />
<strong>de</strong> aquella huella. Ahora sí se encuentra absolutamente horrorizado y, por más que<br />
batalla, no consigue huir <strong>de</strong> ella. Algo le retiene <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su perímetro. Incluso llega<br />
a especular que continúa soñando. ¡Sí! ¡Sí! ¡De eso se trata! ¡Aún sigo dormido sobre<br />
el escritorio <strong>de</strong> la sala!<br />
Cierra entonces sus ojos con fuerza, concentrándose, pretendiendo <strong>de</strong>sgarrar<br />
el tétrico velo <strong>de</strong> aquella pesadilla. Sin embargo, es inútil. La sencilla puerta enfrente<br />
se abre suave, silenciosa y lentamente. Richard permanece hincado, con la cabeza<br />
gacha. No <strong>de</strong>sea ver.<br />
¡No más! ¡No más, por el amor <strong>de</strong> Dios!<br />
No es necesario que alzase la mirada. Negros faldones <strong>de</strong> un largo vestido<br />
sisean, aproximándosele. Ansía <strong>de</strong>spertar.<br />
—Mírame, pequeño cobar<strong>de</strong> —or<strong>de</strong>na una madura voz femenina que le<br />
resulta especialmente familiar. La misma voz, grave y ronca, <strong>de</strong> la infausta dama que<br />
solía visitarle en sus sueños <strong>de</strong>s<strong>de</strong> pequeño.<br />
Con el transcurrir <strong>de</strong> los años, ella pasó a convertirse en protagonista <strong>de</strong> sus<br />
peores pesadillas, aquellas que nunca mencionó a nadie y que, <strong>de</strong> algún modo, se<br />
instauraron como una especie <strong>de</strong> <strong>de</strong>tonador para la subsiguiente elección <strong>de</strong> su<br />
disipado estilo <strong>de</strong> vida. El temor que le causaba regresar a casa por las noches y<br />
volver a soñar con ella era insoportable, aun al llegar a la madurez.<br />
No podría <strong>de</strong>cirse que aquella dama <strong>de</strong> su pasado onírico le hubiese causado<br />
daño alguno, mas su existencia, aun en sueños, era lo sobradamente conminatoria
como para hacerle temblar <strong>de</strong> miedo Y su voz, inolvidable.<br />
Evi<strong>de</strong>nte, ante las circunstancias presentes, las cartas han sido echadas sobre<br />
el tapete y él posee una mala mano. Se está quedando sin opciones, así lo asume. Tal<br />
y como siempre, su ambición ha vuelto a con<strong>de</strong>narle. Si tan solo hubiese escuchado<br />
a mi madre. Muy lento, como quien enfrenta <strong>de</strong>rrotado su <strong>de</strong>stino, eleva sus ojos<br />
hacia el rostro <strong>de</strong> la mujer. Nada en ella pue<strong>de</strong> pertenecer a este mundo. Le recuerda<br />
la figura en la ventana. Vestida <strong>de</strong> negro, con la mirada incierta flotando en<br />
profundas y oscuras cuencas vacías <strong>de</strong> humanidad, sus manos <strong>de</strong>scarnadas<br />
entrelazan los <strong>de</strong>dos sobre la cintura <strong>de</strong>l faldón.<br />
―Levántate y ven conmigo —dice ella con su característica voz quebrada.<br />
Extendiendo entonces uno <strong>de</strong> sus brazos, ro<strong>de</strong>a el cuello <strong>de</strong> Richard con la<br />
mano, colocándolo enérgicamente <strong>de</strong> pie. No conforme con esto, lo levanta, hasta<br />
suspen<strong>de</strong>rlo a varios centímetros <strong>de</strong>l suelo.<br />
En ese crucial instante y <strong>de</strong> forma inesperada, una figura masculina se precipita<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el interior <strong>de</strong>l cuarto aquel y, empujando a la dama por la espalda, la arroja al<br />
piso, haciéndola caer sobre el joven. No obstante, antes <strong>de</strong> tocar el suelo, esta se<br />
<strong>de</strong>svanece en una negra fumarada que se escurre en dirección opuesta. Richard,<br />
sofocado y sin oxígeno, la sigue con la mirada y cree ver se introduce en la recámara<br />
principal.<br />
En tanto continúa vigilando hacia atrás, una mano se posa sobre su hombro,<br />
voltea a ver: se trata <strong>de</strong>l hombre con el cabello ensortijado y negro que divisara<br />
durante la tar<strong>de</strong> en el ventanal <strong>de</strong>l segundo piso. El sujeto, que ahora le ayuda a<br />
incorporarse, a Richard también le resulta familiar, aunque tampoco logra distinguir<br />
sus ojos. Estos, al igual que los <strong>de</strong> la mujer que acaba <strong>de</strong> atacarlo, se sumergen <strong>de</strong>ntro<br />
<strong>de</strong> umbrosas órbitas, resaltando la extrema pali<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su rostro.<br />
―¿Te encuentras bien? ―murmura.<br />
Richard no sabe qué contestar, persiste alelado. Se esfuerza por entablar unas<br />
palabras con su salvador; pero este, reacio y escrutando nervioso hacia un lado y<br />
otro por sobre sus propios hombros, solo dice <strong>de</strong> modo imperativo:<br />
—Debes salir <strong>de</strong> aquí. ¡Pero hazlo ya! O jamás lo lograrás.<br />
En ese instante, una nueva silueta surgida <strong>de</strong> la nada se abalanza a la zaga <strong>de</strong>l<br />
extraño, quien huye, <strong>de</strong>sapareciendo a través <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s con ella por <strong>de</strong>trás.<br />
De ésta última aparición, Richard reconoce el aroma que <strong>de</strong>spren<strong>de</strong> su roja y<br />
resplan<strong>de</strong>ciente cabellera. Es ella, sin duda alguna: la mujer que le susurró entre<br />
sueños sobre el escritorio, aquella bienvenida.
CAPITULO 5<br />
El pacto y la con<strong>de</strong>na<br />
Reencuentro<br />
Richard <strong>de</strong>spierta avanzada la mañana en un sitio que no alcanzó a explorar la<br />
noche previa, justo <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la fastuosa cúpula vitreaux que corona la mansión. A<br />
través <strong>de</strong> ella, la luz solar se esparce en un centenar <strong>de</strong> reflejos multicolores que<br />
traspasan las distintas combinaciones misceláneas en los cristales que componen la<br />
extraordinaria obra <strong>de</strong> arte, asombrosamente incólume tras los avatares <strong>de</strong>l tiempo<br />
transcurrido.<br />
En aquella sala circular, observando la posición <strong>de</strong>l sol sobre la bóveda vítrea,<br />
Richard toma cuenta <strong>de</strong>l largo tiempo que ha permanecido inconsciente. Al parecer<br />
ya es casi mediodía.<br />
A pesar <strong>de</strong> no tener i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> cómo ha llegado allí, comienza a realizar un análisis<br />
minucioso <strong>de</strong> la estancia. El sitio permite apreciar un cambio radical en cuanto al<br />
estilo y <strong>de</strong>coración que parece regir la antigua propiedad. El suelo se halla cubierto,<br />
casi completamente, por finas alfombras, probablemente orientales; sobre las<br />
mismas, reposan distribuidos <strong>de</strong> modo casual y acogedor, una gran cantidad <strong>de</strong><br />
almohadones y divanes, en diversas tonalida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> color pastel. Nada se presenta<br />
acor<strong>de</strong> con el atavío ornamental que pudo apreciar el pasado día en la parte inferior<br />
<strong>de</strong> la morada. Incluso, tanto el polvo como el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n o el abandono generalizado,<br />
dan la impresión <strong>de</strong> haber obviado el lugar, consintiéndole persistir virgen, al<br />
<strong>de</strong>scuido por el paso <strong>de</strong> largos y solitarios años.<br />
La sala está ro<strong>de</strong>ada por gran<strong>de</strong>s rosetones que no logran visualizarse <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />
exterior. Al menos él no lo ha notado. De la parte alta <strong>de</strong> los mismos, pen<strong>de</strong>n gruesos<br />
y dorados cortinados, confeccionados en impecable brocado, combinados con gasa<br />
y encaje por <strong>de</strong>bajo. Tres imponentes portales se erigen, formando un semicírculo,<br />
en el lado opuesto a las ventanas, completando así la redon<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la estructura.<br />
Aunque carece <strong>de</strong> certeza sobre ellos, seguramente, tienen la finalidad <strong>de</strong> comunicar<br />
el sitio con el resto <strong>de</strong> la propiedad.<br />
Tratando <strong>de</strong> incorporarse, Richard advierte <strong>de</strong> que ha <strong>de</strong>scansado sobre un<br />
cúmulo <strong>de</strong> sendos cojines <strong>de</strong> raso, ubicados sobre la vasta alfombra color beige que<br />
cubre toda la extensión <strong>de</strong>l disco, <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las orientales. Pue<strong>de</strong> sentir sobre sus<br />
ropas arrugadas el suave aroma <strong>de</strong>l incienso, sándalo y aceites vegetales que inundan<br />
la pulcritud <strong>de</strong>l ambiente. Embriagado por esa sensación cálida y pacífica, casi logra<br />
olvidar lo in<strong>de</strong>scriptible <strong>de</strong> su pasmosa experiencia unos pisos más abajo. Sangre,<br />
sombras y la misma muerte casi truncaron su vida.<br />
Prosigue inmerso en la contemplación <strong>de</strong>l sol <strong>de</strong>splazándose por el cielo.<br />
Matices bautizando acariciantes cada minúsculo rincón, <strong>de</strong>stellando sobre los<br />
extravagantes y heterogéneos objetos que reflectan su luz y tonalidad, escasos y<br />
pequeños, distribuidos sobre las repisas empotradas en las pare<strong>de</strong>s color marfil.<br />
Una vez <strong>de</strong> pie, el joven nota que se encuentra <strong>de</strong>scalzo, con tan solo camisa y<br />
pantalón como atuendo; sin chaleco, ni corbata. Se pregunta entonces, «¿cómo he<br />
llegado hasta aquí?». Aproximándose a una <strong>de</strong> las ventanas, continúa inquiriendo,
«¿cuánto <strong>de</strong> lo vivido tiene visos <strong>de</strong> realidad? O tal vez, ¿he sido presa fácil y maleable<br />
<strong>de</strong> una sobre estimulada imaginación?». Recorriendo un poco el cortinado, preten<strong>de</strong><br />
ver el exterior, rememorando lo que <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> atravesar para llegar a este lugar.<br />
Dejándolo todo atrás.<br />
Cuál es su asombro cuando al echar un vistazo por el cristal, la campiña se<br />
expone ver<strong>de</strong> y próspera, como a la espera <strong>de</strong> una exuberante primavera y el sol<br />
bañando el horizonte, más allá <strong>de</strong>l cerrado bosque que atesora <strong>de</strong> la casa su<br />
existencia. ¿Cómo es posible?<br />
Baja la vista hacia don<strong>de</strong> se figura habrán <strong>de</strong> revelarse, viejos y rudimentarios,<br />
los materiales que componen el techo <strong>de</strong> los pisos inferiores. Contra todo lo<br />
esperado, frente a sus ojos, se ven flamantes, como si apenas ayer hubiesen sido<br />
colocados. Tal cual si el tiempo, los vientos y las lluvias no les hubieran castigado<br />
nunca. Incluso, el amplio jardín atestado <strong>de</strong> matorrales, los árboles muertos<br />
cercando con sus ramas los muros <strong>de</strong> la casa, las hiedras secas ciñendo la gris<br />
fachada que ayer le recibiera; todo, absolutamente todo, se ha transmutado en el<br />
esplendor que, sin lugar a dudas, luciera en vida <strong>de</strong> sus antecesores.<br />
Condicionado por una consternación sin límites, Richard persiste sin lograr<br />
discernir entre realidad o fantasía. No tiene certeza sobre qué sentir y, mucho<br />
menos, esperar <strong>de</strong> las circunstancias. Nada <strong>de</strong> todo esto le parece ser real. Ni el<br />
horror <strong>de</strong> la madrugada, ni la paz <strong>de</strong> esta mañana.<br />
Gira sobre sus pasos y, alelado en busca <strong>de</strong> respuestas, se dirige hacia los<br />
estantes don<strong>de</strong> aquellos insólitos objetos reposan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> quién sabe cuánto antes.<br />
Representaciones extrañas, talladas en diversos materiales, entre los que pue<strong>de</strong><br />
reconocer el oro, el cristal auténtico, el ja<strong>de</strong> y algunas piedras como zafiros y<br />
amatistas, <strong>de</strong>coran las pare<strong>de</strong>s, erigiendo efigies, por cierto, algo extravagantes. Casi<br />
todas ellas ostentan un par <strong>de</strong> ojos impresionantes. En un extremo, halla una<br />
pirámi<strong>de</strong> construida con material incierto, bajo la misma, asoman los bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong> un<br />
papel amarillento, estriado por el tiempo y disimulado a simple vista. Con las manos<br />
temblorosas, Richard levanta el pesado objeto, <strong>de</strong>jando aquel escrito al <strong>de</strong>scubierto.<br />
Toma el papel. Perfiladas letras góticas consienten apenas la dificultosa lectura <strong>de</strong><br />
un mensaje. Comienza a leer:<br />
«Tú, here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Sangre y Credo, que habéis llegado al Sagrado<br />
Recinto, investido por el líquido vital que recorre vuestro cuerpo como<br />
estigma <strong>de</strong> la Fe que rige nuestro Clan; te encuentras hoy a las puertas<br />
<strong>de</strong> la elección suprema, entre la Inmortalidad y el vano fenecer <strong>de</strong> la<br />
carne.<br />
Una serie <strong>de</strong> pruebas han sido estipuladas en tu camino hacia la<br />
cúspi<strong>de</strong> y el logro, mas tu experiencia aún no ha concluido. Para que<br />
ello sea posible, os será requerido, por contrato ya pactado en los<br />
orígenes <strong>de</strong> tu progenie, la ofrenda <strong>de</strong>l sacrificio máximo: Tu propia<br />
vida.<br />
Bajo el techo que nos cubre, no existe el tiempo ni el espacio, tal<br />
como los conoces. Son uno y mil, transmutándose en <strong>de</strong>venires<br />
infinitos. Nada es oculto al conocimiento <strong>de</strong> los Amos Ancestrales. El<br />
hoy es ayer y el futuro pue<strong>de</strong> ser presente. Así es que hemos tomado
conocimiento <strong>de</strong> tu falta: Tu obra primigenia, aún no ha sido<br />
completada.<br />
Con el sagrado fin <strong>de</strong> perpetuar el Rito y, como antes <strong>de</strong> ti<br />
nosotros, habrás <strong>de</strong> generar <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia que en el futuro llegue aquí<br />
tras la Divina Búsqueda.<br />
Por tanto, hoy, los Eternos, en Cónclave reunidos, os hemos<br />
concedido <strong>de</strong>l tiempo la gracia, a fin <strong>de</strong> que logréis consumar el<br />
<strong>de</strong>signio y propósito por el que fuisteis concebido. Entonces y solo<br />
entonces, retornarás ante nosotros, con aquiescencia para la<br />
ceremonia que perfeccionará vuestra existencia.<br />
A tu <strong>de</strong>recha, se erigen tres portales que conducen a <strong>de</strong>stinos<br />
diversos y he aquí la única alternativa que os será conferida: Tras uno<br />
<strong>de</strong> ellos, os hallaréis cautivo <strong>de</strong> vagar entre estos muros perenne y<br />
con<strong>de</strong>nado. Otro, ofrece para vos el obsequio <strong>de</strong>l olvido y la<br />
posibilidad <strong>de</strong> retomar vuestra vida <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> la <strong>de</strong>jasteis,<br />
parcialmente libre <strong>de</strong> todo este conocimiento; aun cuando no acaecerá<br />
<strong>de</strong> igual forma para vuestra <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia. Y, finalmente el último,<br />
<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> esa tercera puerta, si la escoges, hallarás a tu pre<strong>de</strong>cesor<br />
inmediato: vuestro padre, quien <strong>de</strong>clarado en osada rebeldía persevera<br />
en su <strong>de</strong>terminación <strong>de</strong> protegeros, negándose a sacrificar tu vida y<br />
acce<strong>de</strong>r así a la propia eternidad. De todos modos, si tenéis la fortuna<br />
<strong>de</strong> tal reencuentro, vuestros <strong>de</strong>stinos <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>rán <strong>de</strong> la astucia con que<br />
lo afrontéis y el uso que hagáis <strong>de</strong> las revelaciones. De fracasar, el será<br />
eterno aun contra su voluntad y vos habréis perecido por nada.<br />
Recuerda: el curso <strong>de</strong>l tiempo yace siempre en nuestras manos y<br />
este, casi fenece».<br />
Richard no alcanza a compren<strong>de</strong>r la dimensión <strong>de</strong> aquel conjunto <strong>de</strong> acertijos.<br />
Permanece estático, aunque las piernas le tiritan. Siente que navega a la <strong>de</strong>riva en<br />
una embarcación sin timonel. Y la caída hacia el abismo se aproxima, inminente.<br />
De pronto, y como en respuesta <strong>de</strong> un mandato supremo, un eclipse hurta <strong>de</strong><br />
la sala el calor, la luz y, lo que es peor, todo indicio <strong>de</strong> calma o esperanza. Las<br />
sombras profanan el aire, trepando por los muros, recorriendo el suelo, procurando<br />
darle alcance. Una incertidumbre insobornable le oprime el pecho, hasta drenar por<br />
completo su aliento.<br />
―¡Maldición! ¡Maldición! ¡Maldición! ―exclama Richard, reaccionando y<br />
golpeando el aire con los puños. Es imperioso concentrarme.<br />
Aquel extenso pliego reza sobre su padre atrapado en algún lugar <strong>de</strong> aquel<br />
maldito sitio. Liberarlo conlleva una con<strong>de</strong>na para cualquiera <strong>de</strong> los dos, más no<br />
hacerlo le <strong>de</strong>strozará el alma. ¡Ay, qué no diera por <strong>de</strong>velar <strong>de</strong> una vez por todas, <strong>de</strong><br />
ésta casa sus secretos! Necesita <strong>de</strong>scubrir el macabro origen <strong>de</strong> tan infausta y<br />
sangrienta maldición. Pero ¡¿cómo?! ¿Cómo hacerlo?<br />
Cerrando con fuerza los ojos, se encamina hacia una <strong>de</strong> las entradas. Ya con la<br />
mano sobre el pomo, un susurro llega a sus oídos, alertándolo. Reconoce la voz <strong>de</strong>l<br />
hombre que le auxiliara en el corredor la noche pasada. Aun cuando ya lo
sospechaba, ahora cuenta con la seguridad <strong>de</strong> que se trata <strong>de</strong> su padre. Sin dudarlo<br />
más, se precipita hacia don<strong>de</strong> proviene el sonido, como si el corazón mismo le<br />
impulsara.<br />
Entra a una <strong>de</strong> las habitaciones contiguas, atestada por infinidad <strong>de</strong> libros,<br />
manuscritos, esculturas, amuletos y una serie <strong>de</strong> estanterías diseminadas por todos<br />
lados, cubriendo las pare<strong>de</strong>s y gran parte <strong>de</strong>l espacio polvoriento. En un rincón,<br />
solitario y con la cabeza entre las manos, Robert llora amargamente. Aun así, alza la<br />
vista hacia Richard. Iluminados por sendas lágrimas, ésta vez sus ojos brillan.<br />
Incorporándose, le extien<strong>de</strong> la mano.<br />
—Richard, mi nombre es Robert. Soy, aunque no logres compren<strong>de</strong>rlo <strong>de</strong><br />
momento, tu difunto padre. Y, aun cuando te resulte cruento, la verdad es que jamás<br />
quise que llegaras a esta casa —dice apesadumbrado―. Si mientras permaneces<br />
entre estos muros tu sangre es <strong>de</strong>rramada al igual que hace 20 años la mía, yo volveré<br />
a la vida y tú me reemplazarás en el purgatorio. Es una trampa macabra y, no nos<br />
resta mucho tiempo. —Luego agrega― Debemos encontrar la forma <strong>de</strong> que salgas<br />
<strong>de</strong> aquí con vida, no importa cómo ni a qué precio. De todos modos, para mí,<br />
siempre será <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>.<br />
—Padre, no comprendo —respon<strong>de</strong> Richard confundido.<br />
—Debes seguir tu instinto, tu voz interior. Dentro <strong>de</strong> este cuarto se oculta el<br />
camino que pue<strong>de</strong> conducirte a las respuestas que serán la clave <strong>de</strong> tu<br />
salvación ―contesta Robert.<br />
Allí, a solas con aquella manifestación espectral, Richard se pregunta cómo<br />
conseguirá librarse <strong>de</strong> aquel pacto siniestro. ¿De qué manera puedo escapar con vida<br />
y salvar también el alma errante <strong>de</strong> mi padre?<br />
Dominado por un repentino frenesí, Richard masculla sus pensamientos en<br />
voz baja, al cabo que recorre <strong>de</strong> un lado a otro el poco espacio libre en la revuelta<br />
habitación don<strong>de</strong> ambos se encuentran. Su ansiedad lo rebasa, por lo que Robert,<br />
más consciente <strong>de</strong> que el tiempo se acaba, dirigiéndose veloz hasta don<strong>de</strong> circula<br />
<strong>de</strong>sorientado su hijo, le propina un fuerte golpe que lo <strong>de</strong>ja sin sentido.<br />
«Es menester calmarlo, hacerlo reaccionar, acelerar los tiempos. El único modo<br />
es que Richard conozca en <strong>de</strong>talle la realidad enmascarada entre las pare<strong>de</strong>s que<br />
amurallan los ancestrales ritos que nuestra familia practica», piensa Robert. Así que,<br />
sentándose junto a él, apoya las manos sobre su cabeza y, concentrándose, entabla<br />
contacto con la propia historia, veinte años atrás. Confiando transmitirle al<br />
muchacho, <strong>de</strong> manera expedita y mentalmente, una <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong> los<br />
acontecimientos por los que él mismo <strong>de</strong>bió atravesar entonces.<br />
Mientras el trance entre ambos da inicio, el cuerpo <strong>de</strong> Robert comienza a<br />
evaporarse, canalizándose en imágenes casi tangibles que, <strong>de</strong>shilvanadas, rebotan<br />
contra las esquinas, una y otra vez, hasta penetrar profundamente la mente <strong>de</strong>l<br />
joven.
CAPITULO 6<br />
Dorothy<br />
El Origen<br />
Salem, Massachusetts. Siglo XVII<br />
Dorothy Swillings nació y creció en el condado <strong>de</strong> Essex, única mujer entre dos<br />
hermanos, hijos <strong>de</strong> un campesino alcohólico. Huérfana <strong>de</strong> madre <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su primera<br />
infancia, se vio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> muy joven inmersa en un mundo don<strong>de</strong> primaba el fanatismo<br />
religioso y su antagonista: el oscurantismo.<br />
Un entorno repleto <strong>de</strong> peligros acechando a cada instante por las calles <strong>de</strong>l<br />
poblado y sus alre<strong>de</strong>dores. Eran épocas signadas por el dominio absoluto <strong>de</strong>l credo<br />
puritano en Nueva Inglaterra, siempre murmurando y observando furtiva y<br />
capciosamente a todos y cada uno <strong>de</strong> sus habitantes; en especial, a jovencitas que<br />
estuvieran transitando la etapa adolescente, como ella; con la <strong>de</strong>satinada y mal<br />
fundamentada creencia <strong>de</strong> que era en ese preciso lapso <strong>de</strong> su <strong>de</strong>sarrollo cuando las<br />
influencias <strong>de</strong>moníacas daban inicio al hostigamiento, en <strong>de</strong>manda por incorporar<br />
nuevas e inocentes almas <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las columnas <strong>de</strong> fieles adoradoras <strong>de</strong> Satán. Todo<br />
esto a través <strong>de</strong> la práctica, nunca bien probada, <strong>de</strong> artes oscuras, que dicha<br />
congregación conceptuaba como: Brujería.<br />
De proce<strong>de</strong>ncia humil<strong>de</strong>, Dorothy poseía un fuerte y <strong>de</strong>terminado espíritu. De<br />
notable inteligencia y templado pensamiento, revelaba gran<strong>de</strong>s habilida<strong>de</strong>s para<br />
<strong>de</strong>senvolverse tanto con soltura como con cautela <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> aquel medio casi hostil<br />
don<strong>de</strong> vivía. Siempre precavida, procuraba mantenerse lo más distante posible <strong>de</strong><br />
los pequeños grupos <strong>de</strong> muchachas, quienes fascinadas por la prohibición que<br />
pendía sobre sus cabezas, no hacían más que insistir en impru<strong>de</strong>nte actitud inversa<br />
a todo lo que se esperaba <strong>de</strong> ellas, ahondando tenazmente <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los secretos<br />
más sombríos <strong>de</strong> aquella práctica vedada.<br />
Sin embargo y a pesar <strong>de</strong> toda previsión, Dorothy no pudo evitar el hecho <strong>de</strong><br />
impresionar agitando la atención <strong>de</strong> los caballeros <strong>de</strong>l pueblo a medida que fue<br />
transformándose en una bella y codiciada muchacha.<br />
En razón <strong>de</strong> que no contaba con un padre lo a<strong>de</strong>cuadamente presente, la<br />
mayoría <strong>de</strong> aquellos «caballeros» especulaba, les sería viable obtener sus favores a<br />
través <strong>de</strong> una simple transacción económica con su alcohólico progenitor, quien<br />
seguramente les conce<strong>de</strong>ría tal <strong>de</strong>recho, sin mayor esfuerzo. Pero ciertamente, la<br />
joven no estaba mínimamente interesada en dicha posibilidad. Aquellos<br />
«pretendientes» lucían ante sus ojos como seres ignotos, burdos y hasta<br />
pusilánimes; mientras que ella aún atesoraba la ilusión <strong>de</strong> que en su vida floreciera<br />
el verda<strong>de</strong>ro amor.<br />
Des<strong>de</strong> los primeros años <strong>de</strong> su infancia, Dorothy se abocó, entre otras cosas, al<br />
cuidado y protección, a través <strong>de</strong> su amistad, <strong>de</strong> un humil<strong>de</strong> muchacho llamado<br />
Jonás, a quien todos por allí dispusieron apodar como «El Tonto <strong>de</strong>l Pueblo».<br />
Ellos se habían conocido <strong>de</strong> pequeños, concurriendo por ese entonces juntos a<br />
la única escuela <strong>de</strong>l lugar. Con el paso <strong>de</strong>l tiempo, se convirtieron en inseparables.<br />
Esta casta relación entre los jovencitos se hizo tan notoria que, como casi todo en
Salem, no pasó <strong>de</strong>sapercibida para el hombre más po<strong>de</strong>roso <strong>de</strong>l lugar: predicador y<br />
gobernador <strong>de</strong>l pueblo, Sir George Graham. Un <strong>de</strong>sagradable personaje, viudo,<br />
obeso, ya entrado en años y bastante feo, consi<strong>de</strong>rado como un gran déspota,<br />
autoritario y manipulador.<br />
Graham tenía un hijo, Timothy, muchacho irreflexivo, rebel<strong>de</strong> y obstinado,<br />
características que su padre atribuía al hecho <strong>de</strong> haber sido educado casi<br />
exclusivamente por su difunta madre: una distinguida dama <strong>de</strong> sociedad londinense,<br />
que en su momento se halló víctima <strong>de</strong> un matrimonio contractual con el Sr.<br />
Graham <strong>de</strong> Salem.<br />
Des<strong>de</strong> que la dama falleciera, el joven Timothy comenzó a ausentarse, cada vez<br />
más, <strong>de</strong> la Comarca y, fundamentalmente, <strong>de</strong> su hogar natal.<br />
Transcurría por aquellos tiempos la <strong>de</strong>spiadada persecución o cacería <strong>de</strong><br />
«brujas y blasfemos», consolidándose como un verda<strong>de</strong>ro pan<strong>de</strong>mónium <strong>de</strong> horcas,<br />
hogueras y acusaciones tan poco sustentables, como quienes las esgrimían.<br />
Fue durante el clímax <strong>de</strong> este <strong>de</strong>satino religioso cuando Timothy Graham<br />
regresó, luego <strong>de</strong> varios años <strong>de</strong> ausencia, al pueblo; transformado en un hombre<br />
hecho, <strong>de</strong>recho y ciertamente apuesto. Lo suficiente, como para <strong>de</strong>jar prendadas <strong>de</strong><br />
amor a la mayoría <strong>de</strong> las doncellas <strong>de</strong>l lugar; incluyendo, <strong>de</strong> forma inevitable, a<br />
nuestra Dorothy. No obstante, en este caso, el sentimiento resultó ser<br />
correspondido. Solo una mirada bastó entre ambos para dar paso al nacimiento <strong>de</strong><br />
una profunda fascinación, una seducción casi irresistible.<br />
Aun conociéndose <strong>de</strong>s<strong>de</strong> niños, las consabidas controversias entre clases<br />
sociales, sumadas a los frecuentes viajes <strong>de</strong>l joven, habían abierto entre ellos una<br />
inmensa brecha, distanciándolos <strong>de</strong> una férrea amistad originada en los albores<br />
mismos <strong>de</strong> su existencia. De todo aquello, solo les quedaba en común lo que se puso<br />
<strong>de</strong> manifiesto apenas Timothy atravesara, montado en su caballo, la entrada <strong>de</strong> la<br />
calle principal: el noble y sincero afecto que compartían por Jonás, «El Tonto <strong>de</strong>l<br />
Pueblo», quien había crecido con ellos.<br />
Este último, al ver llegar al joven, blandió como estandarte la herramienta que<br />
portaba en mano y, a grito <strong>de</strong>scerrajado, corrió hacia su antiguo amigo y protector<br />
<strong>de</strong> la niñez, prodigándole efusivamente la bienvenida. Abrazándolo y besándole las<br />
manos, Jonás se aferró al recién llegado, anunciando a quien quisiera escuchar:<br />
―¡Timothy Graham! ¡Timothy Graham ha vuelto a casa!<br />
Aquella tar<strong>de</strong>, Dorothy se mantuvo a cierta distancia <strong>de</strong> los acontecimientos,<br />
mientras observaba a Timothy complacida y muy sorprendida por el cambio<br />
manifiesto. El muchacho, tras conseguir <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong>l efusivo abrazo <strong>de</strong> Jonás,<br />
alzó la vista, fijando sus ojos color avellana en los penetrantes y negros <strong>de</strong> nuestra<br />
Dorothy. Avergonzada, ella bajó la vista, inclinándose en un cortés saludo al recién<br />
llegado.<br />
―¡Timothy! —se escuchó ronca la voz <strong>de</strong> George Graham, saliendo <strong>de</strong> su gran<br />
mansión, situada justo a mitad <strong>de</strong> cuadra sobre aquella misma calle.<br />
Mientras el pesado hombre se acercaba hacia su hijo, este no apartaba la<br />
mirada <strong>de</strong> la figura <strong>de</strong> Dorothy, aún <strong>de</strong> pie en el mismo sitio don<strong>de</strong> quedara como
alelada ante el reencuentro. Al viejo Predicador, y como nada en la ciudad, este<br />
sencillo hecho tampoco se le pasó por alto. Volteó hacia la joven y, lanzándole una<br />
mirada iracunda, le provocó a ella tremendas ansias por salir <strong>de</strong> allí.<br />
Ese fue apenas el inicio <strong>de</strong> una historia que no quedó sellada por su<br />
buenaventura.<br />
Como era <strong>de</strong> suponer, ellos comenzaron a encontrarse; casualmente a veces,<br />
otras <strong>de</strong> modo previamente concertado. Disfrutaban inmensamente <strong>de</strong> sus paseos,<br />
mientras un sentimiento fuerte y auténtico crecía entre ambos.<br />
Presa <strong>de</strong> los celos y la envidia, el Gobernador Graham no escatimó recursos en<br />
su afán <strong>de</strong> mantenerse al corriente <strong>de</strong> aquella incipiente relación sentimental. En<br />
absoluto capaz <strong>de</strong> sentir respeto, indulgencia o tan solo algo <strong>de</strong> amor paterno por<br />
su único hijo, procedió como le era usual, haciendo alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> una conducta<br />
egocéntrica, lujuriosa y dictatorial. Invariablemente injusto en sus doctrinas e<br />
íntegramente cautivado por un fanatismo religioso hipócrita, henchido <strong>de</strong> utopías<br />
auto soliviantadas, según su propia conveniencia, se consentía con todo el po<strong>de</strong>r que<br />
poseía y lo administraba <strong>de</strong> manera arbitraria, proscribiendo a quien se interpusiera<br />
en su camino, se tratase <strong>de</strong> quien se tratase. Por lo que no contuvo escrúpulo alguno<br />
al momento en que <strong>de</strong>cidió interponerse, enérgicamente, en la relación <strong>de</strong> su hijo<br />
con Dorothy.<br />
Interceptando las misivas que Timothy enviaba a la joven por intermedio <strong>de</strong><br />
Jonás, Graham mandó capturar al pueblerino, con el objeto <strong>de</strong> conminarle a que le<br />
<strong>de</strong>tallara todo sobre una próxima cita entre su hijo y la chica. Obviamente, también<br />
le prohibió bajo terribles amenazas, referir nada <strong>de</strong> lo sucedido a su hijo.<br />
Tergiversando la situación a gusto y placer propio, <strong>de</strong>spachó con artificios a<br />
Jonás, a los efectos <strong>de</strong> que se reuniera con la muchacha, suplantando a Tim, sin que<br />
esta sospechara los infaustos planes <strong>de</strong>l regente.<br />
Poco antes <strong>de</strong> que Jonás alcanzara su <strong>de</strong>stino, un par <strong>de</strong> hombres<br />
encapuchados apresaron al joven a mitad <strong>de</strong>l bosque y, <strong>de</strong>snudándole por completo,<br />
lo arrojaron muy cerca <strong>de</strong>l sitio don<strong>de</strong> Dorothy aguardaba con ansias el arribo <strong>de</strong> su<br />
novio. El sonido <strong>de</strong> ramas al quebrarse y los ahogados sollozos <strong>de</strong> Jonás, alarmaron<br />
a la joven, quien se precipitó en su búsqueda. Unos pocos metros recorridos<br />
bastaron para localizar a su amigo, llorando asustado e intentando resguardar su<br />
<strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z, cubriéndose con hojas y brozas removidas <strong>de</strong> los árboles más bajos.<br />
Ante la angustiosa vergüenza <strong>de</strong>l muchacho, Dorothy tapó sus ojos, empero el<br />
plan ya estaba en marcha. De entre la espesura, comenzaron a surgir <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong><br />
resi<strong>de</strong>ntes partidarios <strong>de</strong>l régimen puritano que Graham encabezaba. Señalando a<br />
los jóvenes con gestos acusadores, iniciaron un tumulto, al cabo que <strong>de</strong>nunciaban:<br />
―¡Prostituta! ¡Libertino!<br />
Toda clase <strong>de</strong> injurias salían <strong>de</strong> sus bocas. Según <strong>de</strong>clararon, a postrer y ya en<br />
el pueblo, los habían sorprendido en pleno «acto impuro». Como prueba <strong>de</strong> su juicio,<br />
argumentaban que uno <strong>de</strong> ellos se hallaba en la ocasión, íntegramente <strong>de</strong>snudo.<br />
Ambos fueron capturados, esposados con ca<strong>de</strong>nas y grilletes; posteriormente,<br />
arrastrados al vecindario. De este infamante modo, Dorothy y Jonás hicieron su
ingreso al lugar. En ambos lados <strong>de</strong>l empedrado que formaba la avenida, se<br />
aglutinaban los curiosos, mientras sus captores pregonaban la acusación a voz en<br />
cuello. Muchos <strong>de</strong> los habitantes se sumaron haciendo ecos fervorosos.<br />
Entre empellones y manotazos <strong>de</strong> lo que ya constituía una turba, les<br />
condujeron hacia los calabozos, cuyas rejas frontales configuraban la fachada,<br />
exponiéndolos ante el paso <strong>de</strong> cualquier transeúnte. En el sitio les aguardaba el<br />
prefecto, quien observó a Dorothy <strong>de</strong> modo extraño e indulgente, tal y como si<br />
tuviera conocimiento <strong>de</strong> lo que sobrevendría. Timothy, continuaba sin aparecer.<br />
Echando un inevitable vistazo a través <strong>de</strong> aquellas rejas, por entre la multitud<br />
que se consentía morbosamente, flanqueando el frontispicio <strong>de</strong> los calabozos,<br />
Dorothy alcanzó a distinguir la presencia <strong>de</strong> una mujer morena, joven,<br />
aparentemente mestiza, <strong>de</strong> larga y negra cabellera; vestida con un atuendo típico,<br />
perteneciente a los nativos <strong>de</strong> una tribu chamánica que se situaba no muy lejos <strong>de</strong><br />
allí.<br />
La <strong>de</strong>sconocida la observaba fija y enigmáticamente, para luego <strong>de</strong>saparecer<br />
entre la multitud, dando paso a un más que atribulado Timothy, que corría hacia las<br />
rejas que ahora los separaban. Entrelazando los <strong>de</strong>dos con los <strong>de</strong> su amada, recibió<br />
<strong>de</strong> ella una breve y aturdida ilustración <strong>de</strong> los hechos.<br />
Su voz estalló, entonces, tan furiosa como su enérgico transitar hacia la<br />
mansión paterna.<br />
―¡Padre! ¡Padre! ¡Maldita sea! ¡Padre! ―gritaba en su carrera, hasta <strong>de</strong>sparecer<br />
tras el portal.<br />
El prefecto intentó seguirle, exhortándole a contenerse (conocía el colérico<br />
carácter <strong>de</strong>l joven Graham). Sin embargo, se paralizó inhábil, frente al enrejado <strong>de</strong><br />
la entrada. Nuevamente, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí, <strong>de</strong>stinó hacia Dorothy otra <strong>de</strong> sus<br />
conmiserativas miradas.<br />
Durante el transcurso <strong>de</strong> esa noche, la prisionera recibió una nueva visita <strong>de</strong><br />
su adorado Tim, quien aún permanecía irascible, aunque visiblemente impotente,<br />
con la cabeza inclinada y tratando contenerse. Miró a Dorothy. Brillaban sus ojos a<br />
causa <strong>de</strong> la cólera y la angustia. Era obvia la razón <strong>de</strong> su impotencia, sus vidas se<br />
<strong>de</strong>sarrollaban en el marco característico <strong>de</strong> una población rural, <strong>de</strong>scomunal e<br />
irracionalmente intolerante; con un estilo <strong>de</strong> vida abarrotado <strong>de</strong> normas pseudo<br />
moralistas, con suficientes a<strong>de</strong>ptos, erigiéndose como sus francos <strong>de</strong>fensores.<br />
Por otro lado, todos sin excepción alguna, <strong>de</strong>pendían <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r económico y<br />
político <strong>de</strong> Graham. Ni aun su propio hijo se hallaba en condiciones <strong>de</strong> enfrentarse<br />
a esto solo y salir <strong>de</strong> allí con vida, junto a quien ya consi<strong>de</strong>raba como su único y<br />
verda<strong>de</strong>ro amor.<br />
Si bien es cierto, no estaba ella con<strong>de</strong>nada a muerte, no le aguardaban la horca<br />
ni la hoguera. Pero inevitablemente sí, sería expuesta a la <strong>de</strong>gradación y el oprobio<br />
público.<br />
Al <strong>de</strong>spuntar el alba, Jonás y Dorothy fueron trasladados hacia la plaza<br />
principal, vistiendo interiores y fuertemente enca<strong>de</strong>nados. Una vez allí y luego <strong>de</strong><br />
un interminable alegato con<strong>de</strong>natorio emitido por el Prefecto en persona y,
vigorizado <strong>de</strong> manera insistente por reiteradas interposiciones orales <strong>de</strong>l mismo<br />
Gobernador Graham, fueron acusados <strong>de</strong> libertinaje, lujuria y cuanta ofensa moral<br />
se les ocurrió inventar.<br />
El pobre e inocente Jonás fue con<strong>de</strong>nado a cuarenta azotes. ¡Vaya que no eran<br />
pocos! Varios antes que él, habían perdido la vida, a causa <strong>de</strong> la violencia <strong>de</strong> tal<br />
castigo.<br />
Dorothy, por el contrario, recibió una sanción diferente, pero no menos<br />
patibularia: Sería confinada bajo tutela y vigilancia <strong>de</strong> las beatas fieles a la<br />
Congregación Puritana; hasta el día en que obtuvieran <strong>de</strong> la joven, una muestra<br />
irrefutable <strong>de</strong> total arrepentimiento por su actitud libertina. Hasta entonces,<br />
permanecería encarcelada, sin posibilidad <strong>de</strong> escapatoria, ni <strong>de</strong>recho a <strong>de</strong>fensa<br />
alguna.<br />
A partir <strong>de</strong> ese momento, le era menester <strong>de</strong>mostrar dicha conversión en su<br />
conducta, <strong>de</strong> forma <strong>de</strong>finitiva y asequible. No obstante, nuestra Dorothy especulaba<br />
sobre las futuras consecuencias <strong>de</strong> su condición actual. Una <strong>de</strong> las posibilida<strong>de</strong>s más<br />
certeras, era que aconteciera como en ocasiones semejantes a la suya: subsistiría<br />
prisionera hasta el instante mismo en que el Concejo, <strong>de</strong> modo arbitrario, la<br />
<strong>de</strong>stinara en matrimonio con quien fuera se le consignara como esposo. Y eso, sin<br />
lugar a dudas, no era más que un exacerbo cruel <strong>de</strong> su actual con<strong>de</strong>na.<br />
Tras aquella bochornosa humillación pública, a Dorothy no le restaban<br />
mayores oportunida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> cimentar una vida mo<strong>de</strong>radamente digna allí, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />
los límites <strong>de</strong> Salem y, el horror <strong>de</strong> verse sometida a un matrimonio concertado era,<br />
por sí mismo, el mayor <strong>de</strong> los castigos.<br />
En sus largas horas encierro, hubo momentos en los que <strong>de</strong>seó incluso, acabar<br />
con su propia vida. Tal era la enajenación mental que doblegaba su entereza.<br />
Una y otra vez, la azotaba doloroso el recuerdo <strong>de</strong> aquella mañana en que,<br />
encontrándose asida por grilletes sobre la tarima <strong>de</strong> escarmiento, tres rostros se<br />
dibujaron claros ante sus ojos: el <strong>de</strong>l infame Graham, sudoroso, eufórico y satisfecho;<br />
el <strong>de</strong> Timothy, <strong>de</strong>sesperado por liberarla mientras que a su vez era sujetado,<br />
esposado y encarcelado, no sin antes recibir una dura golpiza or<strong>de</strong>nada impasible,<br />
por su propio padre; pero particularmente, el <strong>de</strong> aquella mestiza, oculta bajo una<br />
capucha, observándola, cual si intentara contactar con ella a través <strong>de</strong> la mirada y,<br />
como la primera vez, <strong>de</strong>svaneciéndose anónima entre la multitud que acudiera al<br />
“espectáculo” proporcionado por las autorida<strong>de</strong>s morales y políticas <strong>de</strong>l lugar.<br />
Pero sus penosos avatares no implicaban solo reflexiones y recuerdos. Pasadas<br />
unas pocas semanas, supo también, por rumores que le llegaron cuchicheados a<br />
través <strong>de</strong> pequeños ventiletes situados en los gruesos muros <strong>de</strong>l claustro en que se<br />
hallaba cautiva, que Timothy, en un fallido intento por rescatarle, fue acusado <strong>de</strong><br />
asesinar a uno <strong>de</strong> los guardias; razón por la que se vio obligado a huir, no solo <strong>de</strong><br />
Salem sino muy probablemente fuera <strong>de</strong>l Condado.<br />
En justa <strong>de</strong>sazón ante la <strong>de</strong>soladora noticia, Dorothy llegó incluso a sospechar<br />
que nada <strong>de</strong> esto fuera cierto y que quizá el joven, tal y como los mal intencionados<br />
conjeturaban, simplemente, había sido <strong>de</strong>sterrado por el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> su padre, o lo que<br />
era aún peor, <strong>de</strong>cidió rendirse ante los hechos y abandonarla.
Lo único irrefutable, era que ya no estaba allí para ayudarla. Se había quedado<br />
sola y únicamente podía contar consigo misma.<br />
Lo más triste fue que Timothy partió <strong>de</strong> su existencia ignorando que en el<br />
vientre, Dorothy gestaba una nueva vida, fruto <strong>de</strong> ese amor que no pudieron ni<br />
supieron <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r. Tan concentrados en sí mismos y en el ímpetu <strong>de</strong> su pasión,<br />
<strong>de</strong>sestimaron los peligros que los circundaban.<br />
¡Si tan solo se hubiesen marchado a tiempo <strong>de</strong> aquel con<strong>de</strong>nado pueblo!, cuán<br />
diversas hubiesen sido las condiciones que signaron el curso <strong>de</strong> la historia que<br />
acaecería a postrer.<br />
Pasaron casi dos meses, en los que la joven fingió cumplir con todos los<br />
preceptos recomendados, mostrándose inusualmente dócil y contrita. Hasta se le<br />
ocurrió argüir que tal vez había sido víctima <strong>de</strong>l influjo mágico <strong>de</strong> las brujas<br />
Ancianas. Personajes místicos que moraban el sombrío pantano ubicado en las<br />
impenetrables profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l bosque aledaño y, no haber sido nunca,<br />
plenamente consciente, <strong>de</strong>l accionar por el que se la censuraba.<br />
Solía repetir con asiduidad y extraviando adre<strong>de</strong> la mirada, haber perdido la<br />
memoria sobre ese lapso <strong>de</strong> tiempo, cuando fuera <strong>de</strong>scubierta en flagrante falta<br />
junto a Jonás. Dicho lo cual, se <strong>de</strong>smoronaba en llanto, falsamente compungido.<br />
Gracias a su gran actuación, no le llevó <strong>de</strong>masiado tiempo convencer a las<br />
beatas <strong>de</strong>votas que dirigían el lugar.<br />
Llegó entonces el día, meticulosamente previsto, en el que el mismísimo<br />
Prefecto vino a visitarle y, como era <strong>de</strong> esperarse, traía consigo una comisión <strong>de</strong>l<br />
Gobernador. Graham proponía a Dorothy redimirse, para ser reinsertada en la<br />
comuna, libre ya <strong>de</strong> toda mella. Por supuesto, luego <strong>de</strong> contraer matrimonio con él<br />
mismo.<br />
¡Vaya que era <strong>de</strong> esperarse! El déspota, advirtiéndose libre <strong>de</strong> la amenaza que<br />
implicaba la rivalidad con su hijo, en sus pretensiones por la joven y, satisfecho por<br />
los laudatorios comentarios que las religiosas le referían respecto <strong>de</strong>l apócrifo<br />
cambio <strong>de</strong> conducta <strong>de</strong> la misma, le ofrecía todo cuanto quisiera.<br />
Mas existía una condición: darle cuanto antes un nuevo here<strong>de</strong>ro. Graham,<br />
había <strong>de</strong>sheredado a Timothy tras los inci<strong>de</strong>ntes que forzaran su <strong>de</strong>stierro,<br />
eliminándolo <strong>de</strong> los registros familiares.<br />
Tan «generosa» propuesta, para Dorothy, no era más que el producto <strong>de</strong> la<br />
exacerbada lívido <strong>de</strong>l viejo Regente, en su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> poseerla.<br />
Desbordante <strong>de</strong> un odio originado en la injusticia, el abandono y el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />
revancha, resolvió aceptar. Tanto dolor y <strong>de</strong>solación habían minado sus buenos<br />
sentimientos, atrapada como estaba, en aquel claustro sin salida. Culpaba a Tim,<br />
consi<strong>de</strong>rando irreflexiva que bien habría podido insistir, volver y liberarla.<br />
Desdichadamente, esto nunca sucedió y, por tanto, también le con<strong>de</strong>nó. Persistente<br />
y aferrándose al rencor, preconcibió que, a través <strong>de</strong>l mismo, conseguiría olvidarle.<br />
Por otro lado, el secreto que palpitaba oculto en su vientre, exigía <strong>de</strong> ella<br />
medidas extremas. Siendo quizá este el <strong>de</strong>tonante cardinal en su <strong>de</strong>sapego por quien<br />
fuera en el pasado. Su embarazo, que con todo esfuerzo y artimañas había logrado
ocultar <strong>de</strong> las carceleras, <strong>de</strong>bía ser protegido.<br />
En realidad, a Dorothy no le preocupaba el <strong>de</strong>stierro al que normalmente sería<br />
intimada si su gravi<strong>de</strong>z fuese <strong>de</strong>scubierta, en caso <strong>de</strong> ser ella, otra cualquiera. Pero<br />
no lo era, por tanto sabía con toda seguridad, que George Graham iría a por el niño,<br />
con quien sabe qué intenciones, a certero riesgo <strong>de</strong> que luego intentara <strong>de</strong>shacerse<br />
<strong>de</strong> ella. En cambio, a través <strong>de</strong> este matrimonio, le sería tal vez posible disfrazar la<br />
verda<strong>de</strong>ra i<strong>de</strong>ntidad <strong>de</strong> la criatura.<br />
Podría <strong>de</strong>cirse así, que no le restaron elecciones. En todo caso y dadas las<br />
circunstancias actuales, la propuesta <strong>de</strong> Graham le confería cierta protección.<br />
Comenzaron a permitírsele algunos paseos a solas por los jardines lindantes al<br />
bosque, próximo al edificio <strong>de</strong> la Iglesia. Era consciente <strong>de</strong> que todo esto, lo había<br />
conseguido a fuerza <strong>de</strong> voluntad, entereza y autocontrol, sobre las auténticas<br />
emociones que le provocaron las visitas que Graham le hiciera allí en la clausura. En<br />
tales oportunida<strong>de</strong>s, fue notable su <strong>de</strong>streza, al momento <strong>de</strong> fingir amabilidad,<br />
respeto, complacencia e incluso una cuota <strong>de</strong> agra<strong>de</strong>cimiento; por lo que «el buen<br />
hombre» pretendía para ella y su futuro en sociedad.
CAPÍTULO 7<br />
Dorothy<br />
El Pacto con la Oscuridad<br />
Salem, Nueva Inglaterra, finales Siglo XVII<br />
Dorothy jamás volvió a ser la misma tras lo acontecido en Salem. Nunca superó<br />
el abandono <strong>de</strong> Timothy ni el oprobio pa<strong>de</strong>cido y, mucho menos, la <strong>de</strong>sagradable<br />
conducta <strong>de</strong> aquellas supuestas «damas <strong>de</strong> sociedad», que no cejaron en su actitud<br />
<strong>de</strong> velado <strong>de</strong>sprecio a su persona, aun <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su matrimonio con el hombre más<br />
po<strong>de</strong>roso <strong>de</strong> la región. Todo aquello a lo que había accedido eran solo apariencias.<br />
Muy <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sí, en ningún momento, encontró la paz y el sosiego que tanto<br />
precisaba.<br />
No obstante, asumió su nuevo rol <strong>de</strong> «Gran Señora», casi monarca, dado el<br />
dominio absoluto que ejercía sobre la voluntad <strong>de</strong> su <strong>de</strong>spreciable esposo, a quien,<br />
en modo alguno, nadie había conseguido doblegar antes. Esto, indudablemente, le<br />
otorgaba una serie <strong>de</strong> ventajas, <strong>de</strong> las que ella dispuso con cierto <strong>de</strong>spotismo y<br />
crueldad: actuando <strong>de</strong>l mismo modo en que lo hiciera su marido, con un claro rasgo<br />
<strong>de</strong> autoritarismo impasible y soberbio.<br />
Lo más significativo <strong>de</strong> la antagónica metamorfosis no se originaba ya en su<br />
<strong>de</strong>nodada lucha por la supervivencia, que le obligara a <strong>de</strong>rogar los valores implícitos<br />
en la piedra basal <strong>de</strong> su anterior carácter fuerte pero justo; sino que más bien nació,<br />
precisamente, durante uno <strong>de</strong> aquellos solitarios paseos en los jardines lindantes a<br />
la Iglesia, pocos días antes <strong>de</strong> su boda.<br />
Aquella sería su última noche <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l recinto. La mañana siguiente se<br />
mudaría a casa <strong>de</strong>l Prefecto Mc. Conroy, don<strong>de</strong> permanecería mientras se<br />
ultimaban los preparativos para la ceremonia. Por ese entonces, ya se habían<br />
flexibilizado los límites horarios y normativas que la rigieran previamente al<br />
compromiso con Graham. Por lo que acostumbraba <strong>de</strong>ambular atar<strong>de</strong>ceres,<br />
caminando <strong>de</strong>scalza sobre la grama, inmersa en su tristeza y con la mente henchida<br />
<strong>de</strong> incertidumbre.<br />
Durante aquel crepúsculo en particular y luego <strong>de</strong> alistar su mo<strong>de</strong>sto equipaje,<br />
salió en dirección al bosque, atravesando el extenso jardín. Pronto se vio cubierta<br />
por una noche cálida, diáfana. Podía sentir la humedad bajo sus pies <strong>de</strong>snudos. Se<br />
<strong>de</strong>cidió a disfrutar la completa libertad, quizá por última vez en su vida. Iba también<br />
dispuesta a llorar todo lo que fuera necesario por aquellas cosas <strong>de</strong> las que no<br />
volvería a gozar: amor, nobleza, bondad, esperanza; como también así, <strong>de</strong>bido al<br />
inminente arribo <strong>de</strong> la oscuridad infiel <strong>de</strong> un futuro por otros dispuesto.<br />
Bor<strong>de</strong>ando los límites <strong>de</strong>l bosque, cayó <strong>de</strong> rodillas, <strong>de</strong>rrumbada por la<br />
contun<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> su dolor. Precisaba expulsar todo rastro <strong>de</strong> sus verda<strong>de</strong>ros<br />
sentimientos, <strong>de</strong>jándolos atrás. Mientras sollozaba, abrazando su vientre casi<br />
imperceptible, sintió que alguien le acariciaba el cabello. Alzó la vista sorprendida<br />
y, entonces, volvió a verla, <strong>de</strong> pie allí a su lado, mirándola silente y comprensiva. Se<br />
trataba <strong>de</strong> la hierática mestiza que había sido mudo testigo en dos <strong>de</strong> los momentos
más amargos <strong>de</strong> su vida.<br />
La extraña, hincándose junto a ella, le habló por vez primera, muy suavemente.<br />
—Ya no llores, Dorothy. Tu <strong>de</strong>stino no es lo que parece y se mostrará<br />
esplendido ante tu vista, llegado el momento. Este se ha sellado mucho antes <strong>de</strong> que<br />
nacieras, y el dolor que hoy pa<strong>de</strong>ces se disipará mañana, transmutándose en la<br />
fortaleza que te es precisa para consumar los <strong>de</strong>signios que han sido estipulados para<br />
ti, por mandato <strong>de</strong> quienes aún <strong>de</strong>sconoces. Nuestros Ancestros. ―Luego <strong>de</strong> una<br />
pausa, que le permitiera a Dorothy asimilar sus palabras, continuó—. Mi nombre es<br />
Tituba y estoy aquí con el fin <strong>de</strong> guiarte, <strong>de</strong> enseñarte todo cuanto necesitarás saber<br />
en el camino que hoy se abre ante ti. Pronto cesarás <strong>de</strong> juzgarte víctima, erigiéndote<br />
en estandarte <strong>de</strong> tu propia represalia. Nunca volverás a bajar la mirada frente a ser<br />
alguno, por el contrario, la alzarás orgullosa y dominante por sobre quienes osen<br />
<strong>de</strong>safiarte. Serás Dueña, serás Señora, <strong>de</strong> todo cuanto te ro<strong>de</strong>a y aún más allá. Te<br />
ofrezco los secretos que te darán acceso al uso <strong>de</strong> un po<strong>de</strong>r inconmensurable. Ese es<br />
tu <strong>de</strong>stino. Seca ya tus lágrimas<br />
—Pero ¿cómo eso será posible? ―respondió Dorothy, olvidando el hecho <strong>de</strong><br />
que hablaba con una total <strong>de</strong>sconocida―. Gran parte <strong>de</strong> lo que dices ya lo sé. Como<br />
esposa <strong>de</strong>l Gobernador obtendré más <strong>de</strong> lo que muchos han soñado. Pero, ¿a qué<br />
precio? El asco <strong>de</strong> la convivencia, los recuerdos que no cesan y ésta mácula en mi<br />
honor, que se resiste a ser lavada en la memoria <strong>de</strong> los otros.<br />
—Shhhh ―le dijo Tituba, colocando suavemente los <strong>de</strong>dos sobre sus labios<br />
húmedos <strong>de</strong> lágrimas—. ¿Por qué crees que las cosas sucedieron tal y como fueron?<br />
¿Piensas acaso, que, tras <strong>de</strong>nigrarte públicamente, Graham te investiría como reina<br />
<strong>de</strong> su morada? ―Sonrió―. Hemos estado a tu lado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mucho antes, señalando,<br />
manipulando tu <strong>de</strong>stino. ¿Te preguntas por qué? Pues por una única razón, mi<br />
querida: Tú eres La Elegida. —Junto con esas palabras, la mestiza la tomó firme <strong>de</strong><br />
los brazos y la levantó, colocándola <strong>de</strong> pie frente a sí. Luego, se inclinó hacia ella―.<br />
He sido a quien los Ancestros escogieron para instruirte, como tu sierva; <strong>de</strong>bes<br />
confiar en mí. Sin embargo, hay <strong>de</strong>talles que precisas conocer: cada paso que damos<br />
hacia el éxito <strong>de</strong> nuestros propósitos, conlleva un costo. Un alto precio será pagado<br />
por ti, llegada la ocasión, en agra<strong>de</strong>cimiento a los favores <strong>de</strong> los que disfrutarás <strong>de</strong><br />
ahora en más. —Tituba se interrumpió unos instantes, mientras clavaba en Dorothy<br />
su penetrante mirada. Prosiguió—. Aun así y a pesar <strong>de</strong> todo ello, otro requisito<br />
estipula que <strong>de</strong>bes acce<strong>de</strong>r voluntariamente nuestra propuesta. Presta mucha<br />
atención: Este, es tu único privilegio previo, y la última oportunidad que se te<br />
conce<strong>de</strong>rá <strong>de</strong> aceptar el pacto.<br />
Dorothy, intranquila y ansiosa, estuvo a punto <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r, mas Tituba volvió<br />
a silenciarla con un gesto.<br />
―Shhhhhhh. No te apresures, aún tengo más que <strong>de</strong>cir. Si no es hoy, tampoco<br />
será mañana. Si nos rechazas, todo cuanto has logrado se <strong>de</strong>svanecerá y retornarás<br />
a esa oscura celda monacal. Des<strong>de</strong> entonces tu futuro, malo o bueno, solo tuyo será,<br />
al igual que el <strong>de</strong> ese niño que llevas en el vientre.<br />
Al escuchar esto, Dorothy se curvó instintivamente sobre sí, como<br />
protegiéndose, completamente anonadada, pero sin emitir palabra alguna.<br />
―Por el contrario, sí te aventuras aceptar la oferta <strong>de</strong>l Oscuro... — la mestiza
enmu<strong>de</strong>ció, <strong>de</strong>jando que la sugestión <strong>de</strong>l pensamiento hablara.<br />
El abisal silencio cobró forma casi perceptible entre las mujeres, quienes<br />
continuaron midiéndose con la mirada, retadoras.<br />
Secas ya sus lágrimas, la mirada <strong>de</strong> Dorothy se tornó dura, provocante. Con<br />
mucho, el tinte innato <strong>de</strong>l rencor danzando entre <strong>de</strong>stellos.<br />
―¡Tú! Tú eres una <strong>de</strong> ellas, ¿verdad? ¡Una bruja! ―espetó entre inquisitiva.<br />
—De las más antiguas ―respondió Tituba, sonriendo sibilina―. Como te dije,<br />
he sido enviada ante ti por las Ancianas, cumpliendo un mandato supremo —<br />
contestó.<br />
—¿Y cuál es el sacrificio que <strong>de</strong>beré ofrecer para obtener lo que <strong>de</strong>seo? —<br />
interrogó Dorothy, con impaciencia.<br />
—¡Jajajajaja! ¡No tan rápido, jovencita! —interrumpió la bruja, riendo.<br />
La visión <strong>de</strong> sus blancos dientes, resaltando sobre la piel morena, hizo pensar<br />
a Dorothy sobre lo bella que se veía la mestiza. Muy alta, casi tanto como ella y con<br />
una silueta lánguida, estilizada. A pesar <strong>de</strong> lo rudimentario <strong>de</strong> su atuendo, la mujer<br />
se <strong>de</strong>splazaba con una gracia innata y el tono firme <strong>de</strong> su piel resaltaba lo exótico <strong>de</strong><br />
sus rasgos <strong>de</strong> origen nativo. Indudablemente, su presencia no conseguía pasar<br />
<strong>de</strong>sapercibida, por mucho que lo intentara.<br />
—Antes, —retomó la palabra Tituba— <strong>de</strong>bes conocer la realidad sobre tu<br />
origen y las razones por las que has sido nominada como La Elegida. Escúchame<br />
bien, no eres la primera <strong>de</strong>l linaje. Tu madre antes que tú, al igual tu abuela. Ni<br />
siquiera eres simiente biológica <strong>de</strong>l hombre que te criara como padre. Martha, tu<br />
madre, se entregó en sacrificio a nuestro Amo, con el fin <strong>de</strong> procrearte. Allí <strong>de</strong>ntro—<br />
dijo la mestiza, señalando las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l oscuro bosque. Dorothy la miró<br />
confusa y Tituba volvió a sonreír―. Des<strong>de</strong> entonces, tu sino ha sido rubricado. Fue<br />
una larga espera; pero ahora tú y no otra, eres quien, en su momento, habrá <strong>de</strong><br />
proporcionar los medios para perpetuar El Rito requerido. Aún es <strong>de</strong>masiado pronto<br />
para que lo entiendas. La sabiduría acudirá a tu esencia cuando sea oportuno. Una<br />
vez que hayas evolucionado lo suficiente para asumir tus responsabilida<strong>de</strong>s para con<br />
el Culto, todos y cada uno <strong>de</strong> los pesares y resquemores que hoy te agobian habrán<br />
quedado <strong>de</strong>finitivamente atrás. Ninguna oblación <strong>de</strong>venida en el futuro, te resultará<br />
imposible <strong>de</strong> ofrendar.<br />
Devolviéndose a la premura <strong>de</strong> sus atribulaciones presentes, Dorothy recuperó<br />
el habla<br />
―Mi boda es en apenas cuatro días ¿Cómo se supone que enfrentaré el horror<br />
que el suceso implica imperturbable? ―preguntó, nuevamente conmocionada.<br />
Tituba quitó <strong>de</strong> sí un extraño colgante. Con <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, lo colocó en Dorothy,<br />
mientras le acariciaba el esbelto y níveo cuello. Luego, la besó en los labios y, al<br />
separarse, el pendiente que ahora Dorothy lucía resplan<strong>de</strong>ció con intensidad.<br />
Mientras el fulgor azulino se <strong>de</strong>svanecía en la oscuridad nocturna, la<br />
consternada expresión <strong>de</strong> Dorothy se transfiguró con rapi<strong>de</strong>z. Su pecho <strong>de</strong>jó <strong>de</strong><br />
palpitar <strong>de</strong>sbocado y el dolor <strong>de</strong> su alma se disipó sin presunciones <strong>de</strong> retornar
jamás. Sus ojos relampaguearon, cual un par <strong>de</strong> brasas can<strong>de</strong>ntes, emanando<br />
fortaleza y un po<strong>de</strong>r in<strong>de</strong>scifrable.<br />
—Muy bien… Ahora que tu corazón principia a semejar la dureza <strong>de</strong> una roca,<br />
presiento po<strong>de</strong>r a<strong>de</strong>lantarte que el sacrificio que se te <strong>de</strong>mandará en su tiempo,<br />
estará estrechamente vinculado a tu propia sangre ―advirtió Tituba.<br />
El silencio cobró nuevamente vida entre las mujeres, en tanto comenzaban a<br />
separarse.<br />
―Volveremos a vernos antes <strong>de</strong> lo que piensas Dorothy. Recuerda, estaré a tu<br />
servicio en la que pronto será tu casa ―dijo Tituba antes <strong>de</strong> partir―. Des<strong>de</strong> el<br />
preciso día <strong>de</strong> tu boda. Y, no te mortifiques por Sir George. El colgante que te di,<br />
resguarda en su interior <strong>de</strong> la magia oscura los secretos, apren<strong>de</strong>rás a usarlos con el<br />
fin <strong>de</strong> esclavizarle. No du<strong>de</strong>s ni receles, lo harás —sentenció, para luego per<strong>de</strong>rse en<br />
la espesura <strong>de</strong> las sombras que la recibían, abrazándola <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la mística frondosidad<br />
<strong>de</strong>l bosque.
CAPITULO 8<br />
Nace un Here<strong>de</strong>ro<br />
Campiña londinense, meses <strong>de</strong>spués<br />
Transcurría la noche, negra y tormentosa, <strong>de</strong>splegando su furia aciaga sobre la<br />
gótica mansión. Dorothy gemía, en medio <strong>de</strong> un difícil trabajo <strong>de</strong> parto. Tituba se<br />
afanaba presurosa, <strong>de</strong> un lado al otro, llevando y trayendo mantas, agua caliente y<br />
hierbas reconfortantes. En uno <strong>de</strong> los pisos superiores, George, afectado <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
tiempo atrás por una anómala enfermedad, oía los esporádicos gritos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su<br />
recámara personal, la que habitaba completamente solo.<br />
El hombre abominaba su nueva resi<strong>de</strong>ncia, enclavada justo en medio <strong>de</strong> la<br />
nada. Muy distante <strong>de</strong> su Nueva Inglaterra. Su esposa y actual administradora <strong>de</strong> la<br />
totalidad <strong>de</strong> sus bienes, insistió inapelable en trasladarse allí, cuando apenas cursaba<br />
el segundo trimestre <strong>de</strong> embarazo. ¿Cuánto tiempo había pasado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces?<br />
¡Vaya si le parecía que se habían mudado apenas un mes atrás! El tiempo huía <strong>de</strong> su<br />
memoria casi <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el mismo día en que contrajo matrimonio. Solo llegaba a su<br />
mente que, por aquel entonces, Dorothy era una jovencita <strong>de</strong>scarriada que pretendía<br />
fugarse ¿Con quién?, no lo recordaba. Pero muy <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sí, tenía la certeza <strong>de</strong><br />
haber obrado en aquellas circunstancias <strong>de</strong> modo exitoso para con su causa, aun<br />
cuando no comprendía muy bien cual era esta, ni cómo fue que todo sucedió.<br />
Casi <strong>de</strong> inmediato, ella se había convertido en su mano <strong>de</strong>recha cuando él<br />
perdió misteriosa y repentinamente la salud, allá en el Condado <strong>de</strong>... tampoco<br />
lograba traerlo a su memoria. Mucho menos la subsiguiente convivencia. No<br />
obstante ahora llegaba el niño, su here<strong>de</strong>ro, quien <strong>de</strong>finitivamente perpetuaría su<br />
estirpe.<br />
A pesar <strong>de</strong> todos sus esfuerzos, George se hallaba dominado por un anhelo<br />
constante: volver a casa y, aun cuando no lo recordaba con exactitud, <strong>de</strong> eso estaba<br />
completamente seguro. Pues ésta, en la que hoy moraba casi prisionero, no era la<br />
suya propia, no conseguía reconocerla como tal. Solo interpretaba que alguna<br />
po<strong>de</strong>rosa motivación <strong>de</strong>terminó a su joven y bella esposa en la adquisición <strong>de</strong> esta<br />
propiedad, en apariencia muy distante <strong>de</strong> la que él consi<strong>de</strong>raba como su verda<strong>de</strong>ro<br />
hogar. Obligándolos a todos a establecerse en el lugar.<br />
―¡Diablos, si tan solo pudiera recordar! A<strong>de</strong>más… ¡Esa odiosa india hereje que<br />
no cesa <strong>de</strong> atiborrarme con horrorosas medicinas, que saben a puré <strong>de</strong> escuerzos! —<br />
rezongó casi para sí mismo, George, babeando.<br />
De pronto, el llanto <strong>de</strong> un bebé trepó, haciendo ecos por las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la gran<br />
mansión. El niño había nacido.<br />
¡Quizá se condolieran <strong>de</strong> su estado y vinieran a mostrárselo antes <strong>de</strong> que<br />
cumpliera un año! «¡Esas dos…!», pensaba resignado.<br />
Un piso más abajo, Tituba le entregaba en brazos el bebé a Dorothy Graham.<br />
―Es un varón, tal y como se había profetizado. Será perfecto para nuestros<br />
planes —le dijo.
Dorothy, que tras el pacto y en especial durante los últimos meses, se había<br />
convertido en una bruja notablemente po<strong>de</strong>rosa y sombría, adquirió a<strong>de</strong>más una<br />
intuición aguda y tremendamente certera. Por lo cual y en respuesta al eufórico<br />
comentario <strong>de</strong> su esclava y maestra en artes oscuras, le increpó:<br />
—¡¿Qué planes?! ¿Los propósitos <strong>de</strong> quiénes? Nosotras, y tú sabes muy bien<br />
porqué, ya no compartimos ningunos al respecto.<br />
Tituba sonrió indiferente y se apresuró en acomodar todo el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n. Hecho<br />
esto, ágilmente tomó al niño con el propósito <strong>de</strong> asearlo e inquirió, cambiando <strong>de</strong><br />
tema:<br />
—¿Qué nombre le pondrás?<br />
Dorothy, sorprendida por segundos, pensó en llamarlo Timothy, mas <strong>de</strong>scartó<br />
la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> inmediato. No <strong>de</strong>seaba, en absoluto, instigar la difusa e inestable memoria<br />
<strong>de</strong> George, provocándole remembranzas sobre su verda<strong>de</strong>ro y único hijo.<br />
—Robert ―anunció grandilocuente—. Se llamará Robert Graham Swillings.<br />
Aspiro sea él, por sobre todas las cosas, quien me conceda finalmente la paz que<br />
ambicioné durante todo este tiempo.<br />
Al escuchar las palabras <strong>de</strong> su ama, Tituba se <strong>de</strong>tuvo en seco, con un gesto<br />
agrio en la mirada. Luego, giró sobre sus pasos y enfrentó a la joven madre, mientras<br />
le colocaba aquel colgante que ella misma le obsequiara, el mismo que se había<br />
<strong>de</strong>sprendido <strong>de</strong> su cuello justo antes <strong>de</strong>l parto. Quizá fue una mala i<strong>de</strong>a, pues <strong>de</strong><br />
inmediato, Dorothy la observó altanera. Con un abrupto movimiento <strong>de</strong> su mano,<br />
lanzó a la criada contra una pared distante, a unos cinco metros, sin el menor<br />
esfuerzo.<br />
Tituba se incorporó, mordiendo una rabia contenida <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía mucho,<br />
<strong>de</strong>cidida a confrontarla, mas <strong>de</strong>sistió al percibir el inigualable furor iracundo que<br />
disparaban los centelleantes ojos negros <strong>de</strong> su ama y solo atinó <strong>de</strong>cir:<br />
—No lo olvi<strong>de</strong>s Dot, ha sido por obra <strong>de</strong> alguien más que te has sitiado don<strong>de</strong><br />
estás ahora. Te aseguro, sin temor a equivocarme, que no es para nada propicio<br />
oponerse a tal po<strong>de</strong>r. Des<strong>de</strong> el instante en que suscribiste a nuestro credo, lo tienes<br />
todo, menos la potestad sobre tu <strong>de</strong>stino.<br />
—He luchado por marcharme tan lejos <strong>de</strong> ese bosque como pudiese, con todo<br />
y lo que ello significa —argumentó Dorothy en respuesta—. En lo que respecta a tus<br />
«amigas», las Ancianas, que pretendieron esclavizarme, pues bien lo sabes: casi no<br />
he <strong>de</strong>jado rastro <strong>de</strong> su pútrida y traicionera existencia. Fue un estúpido empeño<br />
tratar <strong>de</strong> suprimirme, actuando a mis espaldas, ¡<strong>de</strong>spojándome <strong>de</strong> lo que más amaba!<br />
¡Tú tampoco tienes permitido olvidar! Pues nadie en mayor grado que tú, <strong>de</strong>cidió<br />
formar parte sustancial <strong>de</strong> aquel suceso, Tituba —sentenció, apuntando a la nativa<br />
con el índice—. Hoy por hoy, me consi<strong>de</strong>ro lo suficientemente fuerte como para<br />
hacer frente a lo que sea ¡Lo que tenga el valor <strong>de</strong> venir por mí! —prosiguió<br />
<strong>de</strong>safiante—. ¡Quiero a mi hijo al margen <strong>de</strong> toda esa historia!<br />
Tituba, persistiendo en su actitud, refutó intransigente y a modo <strong>de</strong> memento:<br />
―¿Recuerdas que una vez te platiqué sobre el sacrificio <strong>de</strong> tu madre? Ella se<br />
prodigó en cuerpo y alma a nuestro Amo y Señor. Fue a través <strong>de</strong> ese acto que fuiste
concebida y es gracias a ello, a la umbría sangre que corre por tus venas, la cuantía<br />
<strong>de</strong> tu po<strong>de</strong>r. Más no te sobrestimes. Aun así, pue<strong>de</strong>s preten<strong>de</strong>r y solo preten<strong>de</strong>r,<br />
evadirte don<strong>de</strong> quieras; <strong>de</strong> todos modos, Él, siempre, adoptando cualquiera <strong>de</strong> sus<br />
mil perfiles, encontrará la manera <strong>de</strong> tomar posesión <strong>de</strong> lo que es suyo por <strong>de</strong>recho,<br />
sangre o pacto. Jamás cejará en su propósito <strong>de</strong> perpetuar el credo y consumar el<br />
ritual que nos mantiene vivos, cada día más cerca <strong>de</strong>l Po<strong>de</strong>r absoluto.<br />
El silencio se consolidó, cual abismo sombrío y <strong>de</strong>nso, en la gran habitación <strong>de</strong><br />
las puertas dobles. Tituba, con una enérgica maniobra, se aproximó <strong>de</strong> nuevo y tomó<br />
al bebé.<br />
—Ya es tiempo <strong>de</strong> que conozca su habitación —dijo, simulando abandonar su<br />
obstinación—. Descuida, está solo a pocos metros por este mismo corredor. Es una<br />
muy pequeña justo al final, la <strong>de</strong> la puerta ver<strong>de</strong>, ¿recuerdas? —Comenzó a mecer<br />
al pequeño, sonriéndole—. Incluso, he colocado allí una linda y cómoda mecedora<br />
para que puedas ir a amamantarlo. Tiene una ventana con excelente luz, varias<br />
estanterías, las que podremos ir colmando <strong>de</strong> juguetes. ―Luego, con un hábil<br />
remate agregó, mientras salía cargando al niño― También preparé una pequeña<br />
cama, don<strong>de</strong> dormiré <strong>de</strong> ahora en más, para asistirlo, las 24hs <strong>de</strong> todos y cada uno<br />
<strong>de</strong> los días —Salió dando un portazo, sintiéndose satisfecha por el inicuo triunfo <strong>de</strong><br />
aquella disputa.<br />
Dorothy se revolvió en el lecho, cerró los puños y apretó los dientes con fuerza<br />
<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la espléndida recámara, don<strong>de</strong> ahora se encontraba. Las velas en los<br />
can<strong>de</strong>labros se encendieron simultáneamente, chisporroteando frenéticas y<br />
<strong>de</strong>rritiendo el cebo en segundos.<br />
La hostilidad entre ambas mujeres había dado inicio tiempo atrás. Des<strong>de</strong> el día<br />
en que Dorothy estallara en rebeldía contra la mística potestad que ejercían las<br />
«Ancianas».<br />
Tras los escalofriantes sucesos que esta rebeldía <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nó en Salem,<br />
Tituba, sin mayores alternativas, actuó sometida y consecuente ante quien fuera su<br />
amiga, ama y pupila, huyendo con ella <strong>de</strong>l Condado Essex. Durante el lapso<br />
subsiguiente y hasta el momento, pareció reinar la paz entre las dos, respaldándose<br />
mutuamente, tal y como solían hacerlo durante los meses previos a la <strong>de</strong>vastación.<br />
La mestiza aparentaba una inquebrantable fi<strong>de</strong>lidad para con ella.<br />
A pesar <strong>de</strong> todo, Dorothy nunca <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> sospechar que tan abnegado<br />
comportamiento constituía solo un artificio, diseñado con la velada intención <strong>de</strong> no<br />
per<strong>de</strong>rla <strong>de</strong> vista, garantizando <strong>de</strong> esta forma la consecución futura <strong>de</strong> aquellos<br />
propósitos establecidos durante el siniestro pacto con la oscuridad.<br />
Resultaba evi<strong>de</strong>nte que Dorothy ya no se fiaba <strong>de</strong> ella; incluso había momentos<br />
en los que se preguntaba, no sin cierto escalofrío recorriéndole la espina: ¿cuál <strong>de</strong><br />
ellas dos era la esclava en realidad?<br />
La relación había llegado a una encrucijada, en la que le era menester cuidar<br />
cada uno <strong>de</strong> los propios movimientos y, a su vez, vigilar atentamente los <strong>de</strong> su<br />
compañera. No <strong>de</strong>bía olvidar, ni por un instante, que también la mestiza estaba<br />
dotada con sobresalientes faculta<strong>de</strong>s sobrenaturales, mucho más representativas<br />
por el hecho <strong>de</strong> haberlas heredado a través <strong>de</strong> su linaje chamánico. Al fin y al cabo,<br />
había sido su mentora.
CAPITULO 9<br />
Macabros Esponsales:<br />
El Principio <strong>de</strong>l Fin<br />
Pasaron algunos años <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> aquella gótica y ostentosa propiedad. Robert<br />
crecía <strong>de</strong> un modo, podría <strong>de</strong>cirse, casi normal, con Tituba in<strong>de</strong>clinablemente<br />
aferrada a su papel <strong>de</strong> institutriz. Por más inexplicable que pareciera, Dorothy nunca<br />
había logrado imponerse ante la resolución <strong>de</strong> su peculiar sirviente.<br />
Las actitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l pequeño pronto suscitaron la evi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> una inusual<br />
propensión a estados taciturnos, herméticos, e incluso funestos; aun cuando frente<br />
a su madre intentara comportarse <strong>de</strong> modo convencional.<br />
Dorothy, preocupada por su umbrío comportamiento, aprovechaba las<br />
ocasiones en que Tituba se ausentaba <strong>de</strong> la casa para inspeccionar cada estante,<br />
cajón o recoveco <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la pequeña habitación infantil, logrando recopilar, a<br />
través <strong>de</strong> este subrepticio método, pruebas que confirmaran sus sospechas <strong>de</strong><br />
manera contun<strong>de</strong>nte.<br />
Descubrió el escondite don<strong>de</strong> Robert atesoraba inusitados bosquejos y apuntes<br />
muy elaborados y poco apropiados para su corta edad. Tales revelaciones, que en<br />
una madre corriente habrían provocado cierto temor, más que amedrentarla,<br />
consiguieron provocarle una particular aversión y un creciente sentido <strong>de</strong> <strong>de</strong>sapego<br />
para con su pequeño hijo.<br />
Otro hecho con el que tenía que lidiar era ser perfectamente consciente <strong>de</strong> la<br />
manipulación intencional y sistemática que la nativa llevaba a cabo en la<br />
preparación y administración <strong>de</strong> medicinas y pociones <strong>de</strong>stinadas a controlar la<br />
voluntad <strong>de</strong> George. El uso habitual <strong>de</strong> las mismas tuvo inicio el día <strong>de</strong> la boda,<br />
ambas habían tenido parte activa en ello. Pero en los últimos meses, las<br />
modificaciones que Tituba obviamente estaba efectuando respecto <strong>de</strong> las dosis y<br />
componentes, solo tenían una finalidad que no prevista por Dorothy, suscitando<br />
como efecto el que Graham <strong>de</strong>notara ciertos atisbos <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z, durante los cuales<br />
requería la presencia y atenciones <strong>de</strong> su esposa con mayor frecuencia que la usual.<br />
De modo tal, que ésta dispusiera <strong>de</strong> una menor cantidad <strong>de</strong> tiempo para <strong>de</strong>stinar a<br />
la vigilancia y educación <strong>de</strong> su propio hijo.<br />
Como consecuencia <strong>de</strong> las maquiavélicas elucubraciones <strong>de</strong> Tituba, George, en<br />
uno <strong>de</strong> esos períodos <strong>de</strong> mayor claridad mental, consiguió entablar contacto con su<br />
antiguo amigo John Mc Conroy, Prefecto <strong>de</strong> Salem, solicitando por medio <strong>de</strong> una<br />
escueta y algo confusa misiva, la que subrepticiamente logró enviar sobornando a<br />
otro <strong>de</strong> los sirvientes, ayuda para escapar <strong>de</strong> la situación coercitiva que las damas<br />
ejercían sobre él.<br />
Dorothy alcanzó a interceptar el borrador <strong>de</strong> una <strong>de</strong> estas cartas, por lo que se<br />
vio obligada a actuar con extremada cautela ante la posibilidad <strong>de</strong> una inminente<br />
visita <strong>de</strong>l Prefecto.<br />
Por supuesto, <strong>de</strong> aquel siervo que ayudara a Graham, no se volvió a saber<br />
jamás.
La inquietante situación llegó a provocarle continuos <strong>de</strong>svelos, ya que, había<br />
perdido el control unilateral y absoluto <strong>de</strong> la situación. Por otro lado, Tituba<br />
porfiaba tenaz en su extraño comportamiento, más <strong>de</strong> lo habitual. Ante los<br />
requerimientos <strong>de</strong> Dorothy en pro <strong>de</strong> librarse mancomunadamente <strong>de</strong> aquella<br />
peligrosa instancia que podría sobrevenir, la mestiza se limitó a respon<strong>de</strong>r <strong>de</strong> modo<br />
sucinto:<br />
—No creo que <strong>de</strong>bas preocuparte. La solución viene en camino. Llegará a<br />
tiempo. Él, nunca falla ―sentenció circunspecta, casi en un susurro.<br />
―¡Maldita sea, con Tituba y todos sus misterios! Nuevamente acometiendo<br />
con atemorizarme. ¡Como si no tuviera suficiente con todo el daño que ha hecho! —<br />
farfulló Dorothy, mordiendo su propia furia.<br />
Pocos días <strong>de</strong>spués, la aldaba en el pórtico <strong>de</strong> entrada sonó sin estrépito, pero<br />
<strong>de</strong> un modo que, por alguna razón que no acertaba a discernir, estremeció a la dueña<br />
<strong>de</strong> la casa. Era tarea <strong>de</strong> Tituba ocuparse <strong>de</strong> la puerta. Al cabo <strong>de</strong> unos minutos, esta<br />
se presentó ante ella acompañada por un <strong>de</strong>sconocido caballero <strong>de</strong> gran estatura,<br />
barba y cabellera <strong>de</strong>sprolija, piel curtida por una exposición permanente al sol y<br />
vestido <strong>de</strong> modo incongruente para las costumbres <strong>de</strong> la época. Aun así, su atuendo,<br />
confeccionado con tela rústica y <strong>de</strong> corte poco elegante, permitía adivinar <strong>de</strong>bajo<br />
<strong>de</strong>l mismo, un cuerpo <strong>de</strong>lgado, pero ostensiblemente fuerte.<br />
Sobre el bronceado <strong>de</strong> su rostro se <strong>de</strong>stacaban un par <strong>de</strong> ojos celestes, ro<strong>de</strong>ados<br />
en el iris por un aura rojiza y permanente, dando la impresión <strong>de</strong> que flotaran entre<br />
llamas; esgrimiendo así, una intimidante y turbulenta mirada.<br />
Tituba, <strong>de</strong> pie a su lado, exhibía aquella inmarcesible expresión que le era<br />
característica; solo que esta vez, acentuada por una nota jocosamente satisfecha,<br />
como Dorothy jamás le había visto. Algo muy en lo profundo <strong>de</strong> su alma le indicó<br />
que el tiempo <strong>de</strong> la auténtica confrontación no hacía más que comenzar.<br />
―Arthur Greenway. ―Se presentó el recién llegado, arqueando la espalda en<br />
leve reverencia.<br />
―Dorothy Graham —respondió ella con voz grave, disfrazando su temor.<br />
Cuando logró exten<strong>de</strong>r su propia mano al caballero, para que éste la besara, la<br />
fustigó el paroxismo <strong>de</strong> esos labios quemándole la piel. Volvió a estremecerse, una<br />
brizna <strong>de</strong> hielo puro recorrió toda la extensión <strong>de</strong> su columna. Se sintió mareada,<br />
confusa, casi como presa <strong>de</strong> la embriaguez narcótica que provoca el opio. Su mente<br />
se vio abruptamente asaltada por una serie <strong>de</strong> imágenes que exponían parajes<br />
<strong>de</strong>sérticos bajo un sol <strong>de</strong>spiadado, enceguecedor y acompañadas por el sonido<br />
rítmico <strong>de</strong> tambores acompañando enar<strong>de</strong>cidas danzas tribales que <strong>de</strong>sconocía en<br />
lo absoluto.<br />
Aquel <strong>de</strong>lirio amenazaba eternizarse en sus sentidos, teñido <strong>de</strong> rojo intenso,<br />
trasuntando escasos vislumbres <strong>de</strong> su realidad vigente, con aquellos otros,<br />
seguramente surgidos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el inconsciente nunca asimilado, acometiendo sobre<br />
sus ojos, cual una certidumbre ineludible, misma que subyacía en lo profundo <strong>de</strong> su<br />
memoria, transmutándose en conocimientos <strong>de</strong>l presente. Un momento que<br />
prometía perdurar por siempre.
Dorothy sintió como sus fuerzas menguaban y, ante un rápido y breve<br />
chasquido que el sujeto realizó con los <strong>de</strong>dos frente a su rostro, cayó <strong>de</strong>svanecida en<br />
brazos <strong>de</strong> Tituba, quien la sostuvo por la espalda. En un último vestigio <strong>de</strong><br />
conciencia, creyó escuchar reír a la mestiza.<br />
A partir <strong>de</strong> aquel turbador encuentro, fueron varios los días que se halló<br />
postrada en cama, abrumada por inexplicables estados febriles y sueños en extremo<br />
alarmantes. Con escasos períodos <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z, pudo notar la presencia <strong>de</strong> Tituba a su<br />
lado ocupándose <strong>de</strong> ella, como así también la <strong>de</strong> ese alarmante personaje, sentado<br />
invariablemente, en uno <strong>de</strong> los sillones <strong>de</strong> su recámara, bajo la tenue luz <strong>de</strong> las velas,<br />
contemplándole. Aun cuando <strong>de</strong>seara con todo fervor librarse <strong>de</strong> su presencia, se<br />
encontraba tan débil que no conseguía articular gesto ni palabra. Por entero inhábil<br />
y a su merced.<br />
Luego <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> semanas infernales, sobrevino una paulatina pero notable<br />
mejoría. Advirtió que permanecía más tiempo sola en su habitación, la fiebre había<br />
cedido y empezó a dormir sin el tormento <strong>de</strong> angustiosas pesadillas que<br />
últimamente trastornaban su <strong>de</strong>scanso.<br />
Al <strong>de</strong>spertar una mañana, alguien había corrido las cortinas <strong>de</strong> su cuarto,<br />
<strong>de</strong>jando penetrar la cálida luz <strong>de</strong>l día. Comenzaba a disfrutar lo agradable <strong>de</strong>l<br />
momento, cuando Tituba entró, sosteniendo una ban<strong>de</strong>ja colmada con platillos para<br />
un tardío <strong>de</strong>sayuno en cama. La sirvió como si nada fuera <strong>de</strong> lo normal hubiese<br />
acontecido; aun así, lucía esa mueca en los labios que Dorothy conocía bien. Supo<br />
que la mestiza tenía muchas cosas que <strong>de</strong>cirle, siendo exactamente eso lo que ella<br />
precisaba: explicaciones.<br />
Sin dudarlo ni esperar autorización, haciendo alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> una conducta<br />
displicente e impropia para una criada, cosa que era frecuente en ella, Tituba tomó<br />
asiento a los pies <strong>de</strong> la gran cama.<br />
—Muy bien Dorothy, creo que ahora es cuando inicia la travesía final hacia tu<br />
auténtica misión―le dijo la bruja―. Te advertí que nunca podrías huir <strong>de</strong> Él.<br />
Simplemente te localizaría don<strong>de</strong> quiera pretendieras ocultarte. Pues bien, ya está<br />
aquí, en casa. Haciéndose cargo <strong>de</strong> todo lo que le concierne. —Volvió a sonreír <strong>de</strong><br />
modo irritante—. Aquel odioso y fanático Prefecto amigo <strong>de</strong> tu marido, nunca dará<br />
con este sitio. Por otro lado, George Graham ya no representa ni un problema, ni<br />
una carga, su tiempo <strong>de</strong> vida útil con nosotros al fin ha terminado.<br />
El espanto que principiaba a manifestarse en la expresión <strong>de</strong> Dorothy fue<br />
reprimido por un gesto imperativo <strong>de</strong> la criada.<br />
—Descuida, fue un procedimiento sencillo y nada cruento, pue<strong>de</strong>s estar segura<br />
<strong>de</strong> ello. Tan solo le administré una dosis mayor <strong>de</strong> su poción para inducir el sueño,<br />
pero asegurándome <strong>de</strong> que esta vez, este sea eterno. —Con un gesto socarrón,<br />
Tituba prosiguió con su monólogo—. Suce<strong>de</strong>, mi reina, que por mucho que lo<br />
precisaras vivo, a nuestro huésped le <strong>de</strong>sagradaba su presencia. El caso es que tú<br />
provocasteis en Él un <strong>de</strong>seo irrefrenable por tenerte. Si hay algo que no puedo negar,<br />
es que posees una belleza extraordinaria y, sumado a o distintivo <strong>de</strong> tus atributos, le<br />
ha sido inevitable sentirse seducido. —Con evi<strong>de</strong>nte muestra <strong>de</strong> celos, efectuó una<br />
breve pausa mientras disfrazaba el <strong>de</strong>stello <strong>de</strong> su mirada—. Ha <strong>de</strong>cidido tomarte<br />
como esposa. La ceremonia se llevará a cabo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las próximas semanas, al
término <strong>de</strong> su último viaje al continente africano.<br />
―¿África? ―logró preguntar Dorothy, paralizada.<br />
―Sí, África ―respondió Tituba, con algo <strong>de</strong> fastidio por la interrupción―. Es<br />
allí don<strong>de</strong> usualmente se dirige, a fin <strong>de</strong> contactar con fuerzas y conocimientos<br />
ancestrales.<br />
—Mi hijo… ―susurró inquisitivamente Dot.<br />
—He allí el pormenor sobre el que vine a poner en tu conocimiento —planteó<br />
cruelmente Tituba—. El <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> Robert está sellado. Arthur, como el Amo<br />
<strong>de</strong>cidió llamarse en esta vida, consi<strong>de</strong>ra que el niño <strong>de</strong>be partir a Londres una vez<br />
realizados los esponsales.<br />
―¿Partir?, ¿<strong>de</strong> qué hablas, maldita perra traicionera? —le soltó Dorothy<br />
furiosa.<br />
—Tranquila, si bien los planes han cambiado, lo hicieron solo relativamente.<br />
El pequeño continúa siendo parte <strong>de</strong> nuestro acuerdo ya que por cierto es quien<br />
lleva en su sangre el precio que <strong>de</strong>berás pagar―. Hizo un gesto con las manos, como<br />
intentando <strong>de</strong>tener el esperado estallido <strong>de</strong> su ama―. Solo se trata <strong>de</strong> una pequeña,<br />
digamos, postergación. Él crecerá, llegará a ser adulto, pero esta concesión <strong>de</strong><br />
tiempo será efectiva con la condición <strong>de</strong> que lo haga lejos <strong>de</strong> ti y, sobre todo, <strong>de</strong><br />
nuestra labor aquí en la casa. ―Luego palmeó las piernas <strong>de</strong> Dot con irónica<br />
conmiseración y puntualizó―: A su regreso, Arthur sabrá darte razones y<br />
respuestas. Solo Él pue<strong>de</strong> hacerlo, no yo. Será así como todo finalmente cobrará<br />
sentido para ti.<br />
Completamente atónita, Dorothy aguardó que la esclava se marchara <strong>de</strong> la<br />
recámara, y trató vehemente aferrarse a su amuleto protector, <strong>de</strong>scubriendo que<br />
este había <strong>de</strong>saparecido.<br />
Los días y las semanas se sucedieron en un estado <strong>de</strong> incertidumbre y<br />
abatimiento difícil <strong>de</strong> sobrellevar. Arthur regresó y con él, lo inevitable. Los<br />
acontecimientos se precipitaron en una vorágine <strong>de</strong> situaciones. El momento había<br />
llegado. Los esponsales se formalizaron en el marco <strong>de</strong> una ceremonia privada, sin<br />
intermediación religiosa tradicional y administrada por un inabordable nativo<br />
africano <strong>de</strong> avanzada edad, que Arthur trajo consigo. Transcurrió inusual, atípica y<br />
en una lengua que, por inexplicable que parezca, Dorothy había comenzado a<br />
compren<strong>de</strong>r.<br />
El pequeño Robert no estuvo presente, eso la entristeció. En lugar <strong>de</strong> arras<br />
matrimoniales, Arthur le obsequió un nuevo amuleto tallado en hueso con<br />
incrustaciones <strong>de</strong> cuarzo, el que prohibió se quitara jamás.<br />
Una sensación <strong>de</strong> total <strong>de</strong>sconcierto se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> Dorothy luego <strong>de</strong> la<br />
ceremonia, la que fue más similar a un ritual pagano que otra cosa. El efecto<br />
aletargante <strong>de</strong> los brebajes y pociones que consumieron le obnubilaron alucinantes<br />
la mente. La noche <strong>de</strong> bodas le resultó abominable; no se advertía dueña <strong>de</strong> su<br />
voluntad, carente <strong>de</strong> sentimiento alguno. Desfiló indolente por situaciones muy<br />
caóticas, como intercambios <strong>de</strong> sangre y grabados <strong>de</strong> símbolos que abrieron heridas<br />
en su piel.
El rostro <strong>de</strong> su nuevo esposo, por momentos, <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> parecerle humano;<br />
a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> que no siempre estuvo segura <strong>de</strong> yacer solo entre sus brazos. A pesar <strong>de</strong><br />
ello, persistía insensible. La violencia y el dolor perpetrados durante el rito cesaron<br />
<strong>de</strong> afectarle, como si le hubiesen arrancado el corazón, o al menos, lo poco que<br />
quedaba <strong>de</strong>l mismo.<br />
Solo podía recordar con claridad, unas pocas palabras que Tituba le susurrara,<br />
mientras ella yacía tendida a merced <strong>de</strong> siniestras posesiones.<br />
―La Dorothy Swillings que conocías y creías ser, ha muerto hoy. Tu soberbia<br />
se trocó en castigo. De ahora en más, solo serás la Concubina <strong>de</strong>l Oscuro. En tanto,<br />
mi Señora Amonet empren<strong>de</strong> el camino <strong>de</strong> la resurrección y retorna a nuestras vidas.<br />
El fin había soltado amarras y venía por ella, trayendo consigo una<br />
innominable cuota <strong>de</strong> horror.<br />
Ahora estaba casada con el ser más temido y oscuro <strong>de</strong> la Creación. Quien,<br />
a<strong>de</strong>más, era su verda<strong>de</strong>ro padre.
CAPITULO 10<br />
Richard:<br />
¿Fantasía o Realidad?<br />
Campiña londinense, Siglo XVIII<br />
Richard <strong>de</strong>spierta en aquella habitación, a la que ingresara por una <strong>de</strong> las<br />
puertas <strong>de</strong> la sala circular. Un terrible dolor <strong>de</strong> cabeza lo tiraniza. Se aprecia a fondo<br />
confuso. Sin lograr diferenciar entre evi<strong>de</strong>ncia y presunción, apenas consigue<br />
retener en pensamiento unos pocos fragmentos <strong>de</strong> todo lo ocurrido hasta el<br />
momento, en el mismo lugar don<strong>de</strong> se había encontrado con el hombre que revelase<br />
ser su padre. Y que por cierto… ¿Dón<strong>de</strong> estaba?<br />
Rememora la conversación que sostuvieron previo al golpe que lo tumbara en<br />
el suelo. Pero también el sueño. Todas esas imágenes, con Robert como protagonista<br />
<strong>de</strong> una horripilante historia acaecida en esa misma casa.<br />
¿Habrá sido aquello cierto? Indiscutiblemente todo concuerda, cual si hubiese<br />
retrocedido en el tiempo, 20 años atrás y presenciado cada <strong>de</strong>talle <strong>de</strong> lo vivido por<br />
su padre con sus propios ojos.<br />
¡Cielos, no! ¡Todo tiene que ser un maldito sueño! —persiste negándose— ¿Pero<br />
<strong>de</strong> ser así, cómo he llegado hasta allí? Solo cuenta con la convicción <strong>de</strong> que le es<br />
imperioso escabullirse sin <strong>de</strong>mora <strong>de</strong>l sitio. Concentrándose en ello, se le hace<br />
presente la sentencia escrita en aquel papiro amarillento bajo la pirámi<strong>de</strong>: «una<br />
puerta lo sacaría <strong>de</strong> allí, las otras acabarían con él». Más o menos ese es el concepto<br />
que le ha quedado claro. O quizá no. ¿Cómo saberlo?<br />
Se incorpora veloz y <strong>de</strong>finitivamente <strong>de</strong>spavorido, al <strong>de</strong>scubrir que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cada<br />
rincón, libro u objeto allí disperso, múltiples y gigantescos insectos, varios <strong>de</strong> ellos<br />
octópodos, surgen en consi<strong>de</strong>rables cantida<strong>de</strong>s, atravesando amenazantes todo el<br />
hábitat.<br />
Se apresura en busca <strong>de</strong> escapatoria, pero no la encuentra, al menos no por<br />
don<strong>de</strong> ha entrado. Aterido por el pánico y la zozobra, registra el espacio entero.<br />
Desplaza estanterías, ajetrea libros, esperanzado en revelar una salida oculta. De<br />
pronto, atolondrado, tropieza con uno <strong>de</strong> los muchos objetos dispersos y cae,<br />
golpeándose con fuerza la cabeza.<br />
¡Maldita sea! Se <strong>de</strong>smaya <strong>de</strong> nuevo.<br />
Cuando recupera la conciencia, por tercera vez este día, su entorno es otro.<br />
Ahora se halla tendido sobre la sanguínea mancha en el corredor, frente a la puerta<br />
<strong>de</strong>l cuarto infantil que perteneciera a su padre. No alcanza a establecer con claridad<br />
nada <strong>de</strong> lo sucedido, todo se le expone cual una secuencia <strong>de</strong> escabrosas imágenes.<br />
Lo único cierto, es que se trata <strong>de</strong>l lugar don<strong>de</strong> su padre había sido asesinado por la<br />
joven pelirroja, dos décadas atrás.<br />
Se incorpora al momento, totalmente asqueado. Pantallazos <strong>de</strong> lo
supuestamente acontecido la noche antes, azotan su mente consternada. Persiste en<br />
atribuir tales «recuerdos» al probable exceso <strong>de</strong> vino con el que acompañara la cena.<br />
Había sido un completo <strong>de</strong>satino retomar luego, y en plena madrugada, la<br />
exploración <strong>de</strong> los múltiples vericuetos <strong>de</strong> la casona. Ahora más que nunca, está<br />
absolutamente convencido <strong>de</strong> su estupi<strong>de</strong>z.<br />
Por otro lado, también <strong>de</strong>be consi<strong>de</strong>rar lo propicias que fueron, para el caso,<br />
las tenebrosas condiciones <strong>de</strong>l ambiente, respecto <strong>de</strong> estimular negativamente una<br />
imaginación susceptible como la suya; eso sin contar con las malhadadas historias<br />
que su madre le relatara, antes <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> Londres.<br />
Mientras repasa todo este contexto inmerso en el <strong>de</strong>vaneo <strong>de</strong> su mente<br />
impresionable, el miedo pue<strong>de</strong> más y, negándose a toda eventualidad <strong>de</strong> que aquello<br />
esgrimiera un mínimo rastro <strong>de</strong> veracidad, se encamina a la planta baja lo más<br />
rápido que sus piernas le permiten.<br />
Una vez allí, revuelve el interior <strong>de</strong> su equipaje en busca <strong>de</strong> una nueva muda,<br />
ya que aún permanece <strong>de</strong>scalzo y a medio vestir. Se cambia con prisa, pero tan<br />
convencionalmente como siempre. Luego, cuando vuelve a empacar, justifica su<br />
actitud <strong>de</strong> asumida cobardía apoyándose en el hecho <strong>de</strong> haber constatado que la<br />
propiedad es ostensiblemente gran<strong>de</strong> y consecuente con el estado <strong>de</strong> abandono<br />
generalizado en que se hallaba, riesgosa <strong>de</strong> recorrer sin compañía. Llega así a la<br />
irrefutable conclusión <strong>de</strong> que lo más a<strong>de</strong>cuado será <strong>de</strong>shacerse <strong>de</strong> ella cuanto antes.<br />
Obviamente, a través <strong>de</strong> una oportuna venta.<br />
Durante ese lapso, escucha sonidos proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l corredor a su izquierda, el<br />
que según antiguos planos que había encontrado sobre el escritorio, conducía a la<br />
cocina. No atina reaccionar al respecto. Simplemente se queda allí, estático, <strong>de</strong>trás<br />
<strong>de</strong>l escritorio escasamente iluminado por la luz que atraviesa la ventana con el vidrio<br />
roto, mientras sostiene una serie <strong>de</strong> documentos que ha <strong>de</strong>cidido llevar a Londres<br />
para analizar con más calma.<br />
Unos pasos se <strong>de</strong>jan oír, aproximándose <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel pasadizo. ¡Cuán gran<strong>de</strong><br />
es su sorpresa, cuando la silueta <strong>de</strong> su quejumbrosa, egoísta y recelosa madre, Alice,<br />
surge, sonriente y sujetando una ban<strong>de</strong>ja con pan, fresco y abundante café caliente!<br />
Su estupor no pue<strong>de</strong> ser mayor. ¿Alice en la mansión? Ella sonríe ampliamente<br />
―¿Acaso pensabas que permitiría que mi único hijo acudiera a este espantoso<br />
lugar <strong>de</strong>sprotegido y completamente solo? —dice ella, meneando la cabeza y<br />
dándole un rápido beso en la mejilla―. He llegado esta mañana muy temprano, al<br />
ver tus cosas aquí y escuchar ruidos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los pisos superiores, supuse que te<br />
hallabas ocupado explorando. Como a mí no se me dan muy bien esos trajines,<br />
preferí en cambio, prepararte el <strong>de</strong>sayuno. ―Baja la vista, como perdida en la<br />
conciencia <strong>de</strong> alguna vieja culpa. Suspirando, prosigue con sus explicaciones—.<br />
Cuando te fuiste <strong>de</strong> Londres, <strong>de</strong>cidí revisar el ático don<strong>de</strong> solía encerrarse tío Alfred.<br />
¿Y qué imaginas? Descubrí referencias muy interesantes respecto <strong>de</strong> esta casa, como<br />
certificaciones históricas y datos sustanciales relacionados con la historia familiar,<br />
especialmente en lo inherente a su genealogía.<br />
La mujer no cesa <strong>de</strong> hablar, mientras dispone la mesa sobre el mismo escritorio<br />
que Richard utilizara antes.
—Creo que, si ya estás listo para regresar a casa, una vez en Londres, <strong>de</strong>berías<br />
verificarlos personalmente. —De repente y como si acabara <strong>de</strong> recordarlo, le<br />
pregunta al joven—. ¿Quién es, si se pue<strong>de</strong> saber, la bella mujer que has traído<br />
contigo? Bribonzuelo, no me habías comentado nada sobre el hecho <strong>de</strong> venir con<br />
alguien. Lo supe solo al llegar.<br />
Por fin, y aunque ya parecía imposible, la dama guarda silencio, manteniendo<br />
inquisitiva su mirada sobre el sorprendido y bastante apabullado Richard.<br />
Alice, en toda su vida, nunca <strong>de</strong>mostró ser una persona jovial o comunicativa,<br />
tal y como se comportaba en este preciso instante. Segundo, odiaba este lugar hasta<br />
las lágrimas. ¿Cómo fue que <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> lado todo aquello para venir y presentarse aquí,<br />
<strong>de</strong> modo tan natural? Por último, ¿<strong>de</strong> qué mujer le estaba hablando? Él había venido<br />
solo.<br />
Cuando se da cuenta, ella ya lo conduce empujándolo por los hombros hacia<br />
una <strong>de</strong> las sillas, don<strong>de</strong> lo sienta frente a una taza <strong>de</strong> café. Después, apoyando los<br />
brazos sobre el escritorio, espera el acuse <strong>de</strong> una respuesta, entretanto esboza una<br />
sonrisa <strong>de</strong> complicidad picaresca.<br />
―No tengo la menor i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> lo que me hablas, madre —contesta Richard―.<br />
Nadie me ha acompañado, con excepción <strong>de</strong>l horrible chófer que contraté, por<br />
cierto, bajo tu consejo, en esa pésima agencia <strong>de</strong> Londres. El muy cretino no dudó<br />
en <strong>de</strong>jarme plantado frente a esta misma puerta, antes <strong>de</strong> que tan siquiera hubiese<br />
<strong>de</strong>scorrido el cerrojo.<br />
—¡Oh! ¿Te refieres al señor <strong>de</strong> la joroba que tan amablemente se ofreció a<br />
traerme él mismo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Londres, siendo que ya estaba muy entrada la noche? Nadie<br />
más quiso hacerlo. Tenía la premura <strong>de</strong> llegar aquí tan rápido como fuera posible,<br />
cuando mucho en la mañana —dice Alice, sin mirarlo a los ojos―. Pues conmigo se<br />
ha portado <strong>de</strong>corosamente. A<strong>de</strong>más, ha sido justamente él quien recogió a la joven<br />
que salía <strong>de</strong> esta casa. Así es que pu<strong>de</strong> verla Richard. Ambos me ayudaron con el<br />
equipaje y cerraron el portal <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí. Por cierto, no tengo i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> cómo hubiese<br />
entrado si ella, oportunamente, no hubiese cruzado el umbral, permitiéndome el<br />
ingreso. Tú no estabas en la planta baja y quién sabe si escucharías mi llamada —<br />
acotó Alice.<br />
Por unos minutos, los dos se abstienen <strong>de</strong> hablar, aun cuando sus razones para<br />
hacerlo difieren subjetivas. Más tar<strong>de</strong>, con gesto adusto, ella inicia uno <strong>de</strong> sus<br />
habituales sermones:<br />
—Aparte <strong>de</strong> todo eso, hijo, y cambiando un poco el tema, es indudable que<br />
comprendo el hecho <strong>de</strong> que ya seas todo un hombre y, que como tal, tengas<br />
necesida<strong>de</strong>s al igual que otro cualquiera. Pero sabes lo que pienso sobre <strong>de</strong>safiar las<br />
buenas costumbres <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los estratos sociales en especial tratándose <strong>de</strong> gente<br />
<strong>de</strong> nuestra clase. A<strong>de</strong>más, y esto es trascen<strong>de</strong>nte, está la cuestión sobre la diversidad<br />
racial. Espero sinceramente que esto que <strong>de</strong>scubrí hoy día se trate solo <strong>de</strong> un <strong>de</strong>sliz<br />
<strong>de</strong> tu parte. Hay cosas que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi punto <strong>de</strong> vista y el <strong>de</strong> la sociedad en la que<br />
vivimos, no <strong>de</strong>ben <strong>de</strong> mezclarse.<br />
Cada vez más sorprendido por los argumentos <strong>de</strong> su madre, Richard echa un<br />
rápido vistazo a la entrada principal, don<strong>de</strong> ayer mismo había colocado la pesada<br />
tranca <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. Ya no estaba como la <strong>de</strong>jara, asegurando la puerta, sino que
eposaba verticalmente, como la encontrara antes, junto a la misma. Resulta obvio<br />
que alguien más la había retirado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el interior, y no recordaba haberlo hecho él<br />
bajo ninguna circunstancia.<br />
Azorado frente a los inextricables sucesos por los que continuaba atravesando,<br />
apenas si escucha poco más el continuo parlotear <strong>de</strong> su madre. Decreta imponer<br />
algo <strong>de</strong> claridad sobre el caos en el que se halla inmerso e interrumpe a su madre.<br />
—Dime, madre, ¿a qué te refieres con diferencias raciales y todo eso?<br />
—¡No nos hagamos los tontos, Richard! Estoy hablando <strong>de</strong> la joven que salió<br />
<strong>de</strong> aquí esta mañana. De la mestiza —enfatiza Alice concierto ímpetu.<br />
La sangre <strong>de</strong> Richard se congela en sus venas.
CAPITULO 11<br />
La Visita <strong>de</strong> Alice<br />
Ni bien Richard tuvo claro que nada es como parece y todo pue<strong>de</strong> ser aún más<br />
extraño que la vida misma, cuando esta es <strong>de</strong>safiada por entida<strong>de</strong>s sobrenaturales,<br />
<strong>de</strong>termina que su vacua e insignificante mentalidad, restringida por preceptos<br />
estructurados <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una educación y <strong>de</strong>venir existencial netamente<br />
conformista, no le será <strong>de</strong> utilidad alguna en el momento <strong>de</strong> enfrentarse a las<br />
manifestaciones que, significativamente, esta casa le ha expuesto. Tampoco pue<strong>de</strong><br />
arriesgar conjeturas insustentables sobre lo que pudiera o no ser real <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l<br />
plano en el que su vida se <strong>de</strong>sarrolla, o frente aquel otro <strong>de</strong>sconocido, en el que<br />
algunos, al igual que él, fueron intimados a penetrar.<br />
Mientras Alice, en apariencia inocente a las profundas cavilaciones <strong>de</strong> su hijo,<br />
intenta poner algo <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n en la sala, empeñada en su recién <strong>de</strong>scubierto rasgo<br />
parlanchín, Richard toma asiento en una <strong>de</strong> las sillas y golpea con el puño la<br />
superficie <strong>de</strong>l escritorio, elevando la voz <strong>de</strong> modo inusualmente autoritario.<br />
―¡Basta madre! ¡Necesito algo <strong>de</strong> silencio aquí!<br />
Fijando la vista sobre algún punto justo en medio <strong>de</strong> la nada, intenta organizar<br />
cada uno <strong>de</strong> los sucesos transcurridos, partiendo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el instante en que abordara<br />
el automóvil que lo trajera <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Londres.<br />
No obstante, ante la brusca reacción <strong>de</strong> Richard, Alice <strong>de</strong>ja caer la ban<strong>de</strong>ja que<br />
sostenía, <strong>de</strong>sparramando la escasa vajilla en la que le ofreciera el <strong>de</strong>sayuno. No<br />
pronuncia palabra alguna, ni un mínimo gesto se dibuja sobre su empali<strong>de</strong>cido<br />
rostro. Escabulléndose subrepticiamente, se <strong>de</strong>svanece en la oscuridad <strong>de</strong>l corredor<br />
izquierdo.<br />
Unos minutos, quien sabe cuántos, pasan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel impetuoso estallido.<br />
Richard continúa con la mirada extraviada introspectivamente, clasificando sucesos,<br />
concatenando hechos, forjando hipótesis. Lentamente se pone <strong>de</strong> pie y, plantándose<br />
frente al inicio <strong>de</strong> la escalera, hace a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> tomar el barandal. Su mano queda<br />
allí, suspendida en el aire, apenas a unos centímetros <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ra trabajada. Cual,<br />
si asumiera forma <strong>de</strong> brisa, un susurro le alcanza, atravesando su espalda,<br />
envolviéndole la nuca, <strong>de</strong>speinando el rubio cabello:<br />
― Vamos, <strong>de</strong>cí<strong>de</strong>te, Richard! ¡Decí<strong>de</strong>te!<br />
Asiéndose con firmeza, comienza a subir los primeros peldaños. A medida que<br />
avanza, el corazón pier<strong>de</strong> templanza, mas su <strong>de</strong>terminación persiste inalterable. Se<br />
encuentra ya por el tercer escalón, cuando percibe un repentino alboroto <strong>de</strong><br />
sombras y rumores, <strong>de</strong>splegando su presencia, apenas bor<strong>de</strong>ando el primer piso: sin<br />
subterfugios, sin sorpresa, libremente, justo en la cima, don<strong>de</strong> se dirige sin dudarlo.<br />
In crescendo y conjuntamente con tales fenómenos, nacidos seguramente en<br />
el tenebroso caos que avasalla la casa por completo, comienzan a escucharse<br />
lamentos, suspiros, sollozos, risas, gemidos <strong>de</strong> agonía.<br />
Sin embargo, nada parece sorpren<strong>de</strong>rle, menos <strong>de</strong>tenerle. Richard siente y sabe
que <strong>de</strong>be proseguir, esta vez cotejando cada mínimo <strong>de</strong>talle <strong>de</strong> modo eficaz. Toma<br />
conciencia <strong>de</strong> que no se trata <strong>de</strong> una sencilla mansión <strong>de</strong>shabitada, llena <strong>de</strong> polvo,<br />
recuerdos y ma<strong>de</strong>ros rechinantes. Se halla en casa, Su casa, la morada <strong>de</strong> sus<br />
antepasados. Atestada <strong>de</strong> todas y cada una <strong>de</strong> sus esencias, plena <strong>de</strong> residuos, los<br />
que <strong>de</strong> algún modo encontraron la manera <strong>de</strong> revelarse a través <strong>de</strong>l tiempo.<br />
Valiéndose <strong>de</strong> energías muy po<strong>de</strong>rosas y sustentadas por efluvios <strong>de</strong> prácticas<br />
inmemoriales, ejecutadas durante pasadas vidas terrenales, adquiriendo el señorío<br />
<strong>de</strong> la más profunda oscuridad, para así coexistir a través <strong>de</strong> los siglos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> estos<br />
muros. Los que ahora, también le pertenecen.<br />
Como quiera que sea, se trata <strong>de</strong> su historia, su familia: Su herencia.<br />
Cuando la <strong>de</strong>senfrenada actividad espectral allí, en la meta <strong>de</strong> su ascenso, ya<br />
casi llega al clímax <strong>de</strong> lo inenarrable y, mientras Richard apoya el siguiente paso<br />
sobre el cuarto escalón, un fuerte e inesperado golpe <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la cabeza lo <strong>de</strong>rriba<br />
inconsciente, rodando hacia el pie <strong>de</strong> la gra<strong>de</strong>ría.<br />
El silencio se apo<strong>de</strong>ra abrupto <strong>de</strong>l espacio. Cada una y todas las presencias se<br />
paralizan, suspendidas en la atmósfera atemporal, como si atónitas les restara ahora<br />
disiparse, muda y espontáneamente, hacia los rincones más ocultos. Las voces, los<br />
sonidos, reprimen su clamor, bifurcándose entre pasillos, surcando habitaciones,<br />
ro<strong>de</strong>ando el mobiliario, escapando por entre rotos ventanales.<br />
Un <strong>de</strong>mencial e infrahumano aullido retruena cual reclamo, provocando ecos<br />
contra la zona muerta entre los objetos polvorientos y la frágil insonoridad que la<br />
ro<strong>de</strong>a. Fraguando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el infierno mismo un torbellino arrasa, con furia vengativa,<br />
el cuidadoso peinado <strong>de</strong> Alice, quien se halla inexpresiva junto al cuerpo <strong>de</strong> su hijo,<br />
ahora tendido en el suelo. Des<strong>de</strong> su mano <strong>de</strong>recha cuelga el antiguo reloj <strong>de</strong> arena<br />
que ha utilizado para abatir al joven, porque se encontraba en camino <strong>de</strong> su propio<br />
averno.<br />
La mirada <strong>de</strong> Alice se torna fría, dura, retadora, en dirección a lo que fuera que<br />
fluye <strong>de</strong>s<strong>de</strong> arriba. Ni el aullido o el inesperado viento, o aún la certeza misma<br />
consiguen opacar la resolución y prestancia que Alice esgrime en aquel instante<br />
clave.<br />
Unas pequeñas gotas <strong>de</strong> sangre resbalan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ornamenta <strong>de</strong> aquel<br />
instrumento con el que golpeara al muchacho. Elevándolo ante sus ojos, centra la<br />
vista <strong>de</strong> modo hipnótico en los cristales <strong>de</strong> arena que se escurren, ahora e<br />
inexplicablemente, en sentido opuesto.<br />
―El tiempo… ―murmura con voz profunda. Un extraño brillo titila repentino<br />
y fugaz en sus pupilas.<br />
Dejando caer el arma improvisada, acu<strong>de</strong> sin prisas en busca <strong>de</strong> un mohoso<br />
cojín para colocarlo bajo la nuca <strong>de</strong> Richard. Al hacerlo y durante el procedimiento<br />
<strong>de</strong> acomodar la cabeza inerte <strong>de</strong>l muchacho, nota que <strong>de</strong> entre los dorados cabellos<br />
que tanto ama, brota una no muy excesiva cantidad <strong>de</strong> sangre, pero suficiente como<br />
para hume<strong>de</strong>cer con ella su propia mano. Queda brevemente absorta en la<br />
contemplación <strong>de</strong>l rojo intenso que luce aquella mancha, pasando luego a observar<br />
el semblante <strong>de</strong>l muchacho, en tanto limpia la mano ensangrentada sobre el faldón<br />
<strong>de</strong> su vestido.
En una <strong>de</strong>licada y sutil <strong>de</strong>mostración <strong>de</strong> afecto, <strong>de</strong>speja la frente <strong>de</strong>l joven,<br />
<strong>de</strong>teniéndose en ese gesto unos minutos. Ro<strong>de</strong>a cada ángulo, cada surco <strong>de</strong> su faz<br />
con el extremo <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos. Luego, incorporándose, se encamina con toda calma<br />
hacia don<strong>de</strong> reposan las maletas. Comienza a meter en ellas todo cuanto Richard<br />
trajo consigo. Sobre el escritorio, repara en los documentos que su hijo sostenía en<br />
manos cuando le sorprendiera por la mañana. Deci<strong>de</strong> guardarlos también, pero en<br />
su propia valija, colocada algo más distante.<br />
Cerca <strong>de</strong>l pasadizo que conduce a la cocina, una presencia casi corpórea la<br />
contempla silente. Ella lo intuye <strong>de</strong> inmediato, pero no levanta la vista <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong><br />
se halla en cuclillas.<br />
—Supuse que te encontraría aquí. Te esperaba. Gracias por advertirme…<br />
Robert ―dice, mientras sus ojos se llenan <strong>de</strong> lágrimas.<br />
Robert, o mejor dicho su espectro, permanece <strong>de</strong> pie, apoyado sobre uno <strong>de</strong><br />
los muros <strong>de</strong>l pasillo con las manos hundidas en los bolsillos <strong>de</strong> su pantalón.<br />
Deleitándose ante la visión <strong>de</strong> la mujer que tanto amara y a la que había convertido<br />
en su esposa, apenas conociéndola. Subyugado por su belleza e inteligencia, no le<br />
importó en nada el hecho <strong>de</strong> ignorar por completo <strong>de</strong>talles sobre su pasado o<br />
proce<strong>de</strong>ncia, <strong>de</strong>safiando así las costumbres y el protocolo <strong>de</strong> su clase.<br />
Esa era su Alice, a quien <strong>de</strong>jó sola y con Richard recién nacido, el maldito día<br />
en que viniera por su herencia, encontrando aquí, el lóbrego y fatal <strong>de</strong>stino que lo<br />
condujo directo hacia una traicionera muerte.<br />
Continúa mirándola, con una mezcla <strong>de</strong> gozo y añoranza. Mas nada consigue<br />
borrar <strong>de</strong> su fisonomía aquella inquebrantable expresión <strong>de</strong> torturada tristeza,<br />
dominado por una esperanza que ya concibe extinta.<br />
De pronto, Alice se incorpora, como si ya no resistiera lo tenso <strong>de</strong> la situación,<br />
y voltea, sacudiendo nerviosamente el polvo <strong>de</strong> sus manos, en dirección a quien<br />
había sido su esposo.<br />
Robert quita las manos <strong>de</strong> los bolsillos y esboza una tímida sonrisa.<br />
―Robert… ―pronuncia Alice con la voz <strong>de</strong>scompuesta por el llanto.<br />
—Alice… ―respon<strong>de</strong> él con suavidad.<br />
Mientras ambos se precipitan uno en brazos <strong>de</strong>l otro, recios golpes retumban<br />
en la sala <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el portal <strong>de</strong> entrada. El tiempo se <strong>de</strong>tiene. Alice ve la imagen <strong>de</strong><br />
Robert disolviéndose en el éter, <strong>de</strong>jando tras <strong>de</strong> sí la estela <strong>de</strong> su presente ausencia,<br />
ahora reemplazada por el polvo que flota indolente<br />
Ella traga sus propias lágrimas y, ahogando un lamento, inspira con fuerza,<br />
buscando valor para seguir entera. Se dirige a la puerta. Abre presurosa. El jorobado,<br />
chófer que le transportara tanto a Richard como a ella misma, se encuentra <strong>de</strong> pie<br />
sobre el umbral, haciendo girar nerviosamente la gorra <strong>de</strong> su uniforme con los<br />
<strong>de</strong>dos.<br />
—Mi Lady ―dice a modo <strong>de</strong> saludo, inclinando la cabeza casi calva en señal<br />
<strong>de</strong> reverencia—. Aquí me tiene usted, a vuestra disposición, para ayudarle en lo que<br />
guste mandar.
Alice señala el cuerpo inconsciente <strong>de</strong> Richard, tendido al pie <strong>de</strong> la escalera y<br />
las maletas cerca <strong>de</strong>l viejo escritorio.<br />
—¿Podrá usted con todo? ―inquiere, ciertamente indiferente la mujer.<br />
—He traído ayuda, mi Lady —respon<strong>de</strong> el sujeto, corriéndose a un costado y<br />
señalando, tras <strong>de</strong> sí, a una <strong>de</strong>lgada figura encapuchada que aguarda silenciosa junto<br />
al vehículo.<br />
—Bien. ¡De prisa, antes <strong>de</strong> que mi hijo <strong>de</strong>spierte y la noche caiga sobre<br />
nosotros! —or<strong>de</strong>na Alice, imperativa—. No <strong>de</strong>be alcanzarnos ni en esta casa, ni<br />
mucho menos durante el trayecto por los bosques. —Mira con insistencia el gris<br />
plomizo que luce el cielo—. La tormenta es inminente. ¡Apresuraos!<br />
El jorobado y su ayudante ingresan con rapi<strong>de</strong>z a recogerlo todo. Primero, el<br />
cuerpo inerte <strong>de</strong> Richard; luego, las maletas.<br />
Cuando casi culminan con la tarea y Alice se apresta a cerrar la puerta, esta se<br />
<strong>de</strong>tiene, como si hubiese olvidado algo. Entonces, voltea a ver el reloj <strong>de</strong> arena tirado<br />
junto a la escalera. En el acto, se abalanza hacia él a fin <strong>de</strong> recogerlo, acompañada<br />
por el bramido <strong>de</strong> un primer trueno.<br />
Sin interpretar con claridad la razón que le impulsa hacerlo, insiste en su<br />
<strong>de</strong>nuedo. En tanto se aproximaba al mismo, advierte que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer <strong>de</strong>scanso<br />
<strong>de</strong> la majestuosa gra<strong>de</strong>ría, <strong>de</strong>scien<strong>de</strong> una negra y espesa bruma, reptando sigilosa y<br />
con idéntico <strong>de</strong>stino.<br />
A<strong>de</strong>lantándose a tomar la antigüedad entre sus manos, observa que la<br />
repulsiva manifestación rebasa ya el húmedo rastro <strong>de</strong> sangre absorbido por el cojín,<br />
don<strong>de</strong> momentos antes reposara la cabeza herida <strong>de</strong> su hijo.<br />
Serpenteantes trazos <strong>de</strong> la in<strong>de</strong>finible presencia se dispersan cual tentáculos,<br />
procurando alcanzar los bor<strong>de</strong>s ensangrentados <strong>de</strong>l reloj, con la clara pretensión <strong>de</strong><br />
arrebatárselo.<br />
Alice, lejos <strong>de</strong> soltarlo y con una extraña sonrisa triunfal sobre sus labios, se<br />
aleja veloz, aferrando el preciado tesoro; lanzándose esta vez sí, fuera <strong>de</strong> la casona,<br />
no sin antes cerrar la entrada con un sonoro portazo. Ni el grosor <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ra ni el<br />
<strong>de</strong> los grises muros que protegen la casa, logran acallar un nuevo, aterrador y<br />
escalofriante aullido, que proviene <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el interior.<br />
Una vez en el automóvil y con Richard ya recostado en el asiento trasero, ella<br />
sube <strong>de</strong>lante, junto al conductor. Entonces, recuerda al joven asistente.<br />
―¿Y su ayudante? ¿Dón<strong>de</strong> está él? No veo que nos reste espacio para llevarlo<br />
con nosotros ―pregunta al chófer.<br />
El hombre sonríe <strong>de</strong> forma in<strong>de</strong>finida, mientras señala la ventanilla junto a la<br />
dama.<br />
La <strong>de</strong>lgada figura se halla justo allí, a su costado tras la portezuela, con la<br />
capucha todavía ocultándole el rostro. Alice rebusca en su pequeño bolso <strong>de</strong> mano<br />
por algo <strong>de</strong> dinero que ofrecerle en agra<strong>de</strong>cimiento por su oportuna colaboración.<br />
Antes <strong>de</strong> que pudiera entregárselo, el joven misterioso se quita la capucha,
<strong>de</strong>jando al <strong>de</strong>scubierto una larga, negra y rizada cabellera, cayendo sobre sus<br />
hombros y realzando la singular belleza <strong>de</strong> su piel morena… mestiza.<br />
Se trata, nada más ni nada menos, <strong>de</strong> la muchacha que Alice <strong>de</strong>scribiera a<br />
Richard durante el <strong>de</strong>sayuno y que sin saberlo ella, formaba parte inolvidable <strong>de</strong> las<br />
alarmantes y <strong>de</strong>scabelladas vivencias <strong>de</strong>l joven.<br />
Tras una rotunda mutación en el ambiente, Alice, lejos <strong>de</strong> sorpren<strong>de</strong>rse ante<br />
la revelación, esboza una sonrisa inusual y tierna para con la mujer. Dejando caer<br />
las monedas en el interior <strong>de</strong>l coche, extien<strong>de</strong> su mano hacia ella. Con la palma<br />
recorre su rostro afectuosamente, diríase que con orgullo y complacencia.<br />
Tituba coge la mano que le acaricia entre las suyas y la besa con ternura.<br />
—Ahora te pue<strong>de</strong>s marchar, hija —dice.<br />
—Volveremos a vernos. Gracias y hasta siempre, Madre ―respon<strong>de</strong> Alice,<br />
mientras el coche se pone en movimiento. Los <strong>de</strong>dos entrelazados <strong>de</strong> ambas mujeres<br />
se separan a la fuerza. Tituba corre algunos metros <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l auto con los ojos<br />
lacrimosos y el corazón palpitándole con fuerza.<br />
Tras <strong>de</strong>l volante, el chófer sonríe satisfecho. Situado más allá <strong>de</strong> la ignorancia<br />
o el asombro, también él constituye una pieza más <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la intrincada historia<br />
que comienza a <strong>de</strong>splegarse sobre el horizonte existencial y sin tiempo <strong>de</strong> estas<br />
personas.<br />
Mientras se alejan camino a Londres, atravesando el bosque y ya fustigados por<br />
una tormenta que amenaza convertirse en <strong>de</strong>mencial, aquel tenebroso y espectral<br />
fenómeno al que Alice se enfrentara, forma un círculo concéntrico alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l<br />
rastro sanguíneo. Des<strong>de</strong> la oscuridad <strong>de</strong> su vórtice, emerge una maraña <strong>de</strong> cabellos<br />
rojos que, irguiéndose, perfilan una silueta femenina, izándose incontenible e<br />
iluminada por los relámpagos que fustigan la estancia.<br />
Así, mágica y misteriosa, se incorpora <strong>de</strong> forma perfecta la distintiva figura <strong>de</strong><br />
la joven pelirroja que veinte años atrás, asesinara al primer here<strong>de</strong>ro: Robert<br />
Graham; y que inclusive ayer mismo, acosara a su hijo Richard.<br />
Algo más distante, la presencia <strong>de</strong> Robert inicia su transformación,<br />
materializándose paulatinamente más <strong>de</strong>finida. Ro<strong>de</strong>ándose a sí mismo con los<br />
brazos y plegado sobre el vientre, llora <strong>de</strong>sconsolado, al cabo su mustio corazón<br />
empieza a latir muy quedo, muy lento y breve, tiñendo con suave arrebol humano<br />
el rostro gris y acartonado que luciera durante todos estos años <strong>de</strong> encierro, abismo<br />
y tormento.<br />
Ya no había posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> huir, <strong>de</strong> obtener la paz. Había quedado<br />
<strong>de</strong>finitivamente prisionero <strong>de</strong> un <strong>de</strong>stino rubricado por su propia madre,<br />
obligándolo a cumplir pactos heredados sin su connivencia.<br />
Está con<strong>de</strong>nado ahora, a pesar <strong>de</strong> toda su resistencia, a la inclemencia <strong>de</strong> un<br />
apetito insoportable que pronto sesgaría en él hasta el último atisbo <strong>de</strong> humanidad,<br />
preservada muy a pesar <strong>de</strong> Dorothy, su progenitora. Fortaleza conquistada con el<br />
único fin <strong>de</strong> jamás <strong>de</strong>rramar la sangre y vida <strong>de</strong> su hijo. Aunque quizá ya no le sea<br />
posible evitarlo.
In<strong>de</strong>clinable, Robert se negó durante dos décadas someterse al <strong>de</strong>stino<br />
establecido por el Pacto <strong>de</strong> Sangre que los ha <strong>de</strong>struido a todos, obstinándose en<br />
nunca privilegiar las sombrías ventajas <strong>de</strong> alcanzar la Inmortalidad a costa <strong>de</strong>l<br />
sacrificio <strong>de</strong> su propia <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia. No obstante, ahora Robert es consciente <strong>de</strong><br />
que su acci<strong>de</strong>ntal e involuntaria conversión ha dado inicio.<br />
Pronto per<strong>de</strong>ría el control <strong>de</strong> su voluntad y, carente <strong>de</strong>l discernimiento, el<br />
alma, la gnosis o la misericordia humana, simplemente advendría ser un integrante<br />
más <strong>de</strong>l maldito Clan <strong>de</strong>l Rito, adoptado por sus ancestros, con la anuencia y<br />
prepon<strong>de</strong>rante colaboración <strong>de</strong> la mujer que le trajera al mundo.<br />
Había sido tanta y tan dura su lucha por mantener a Richard alejado <strong>de</strong> la casa.<br />
Desafiando todos los preceptos, ganándose la ira <strong>de</strong> sus antepasados, quienes<br />
moraban <strong>de</strong>ntro y fuera <strong>de</strong> la abominable propiedad…pero nada funcionó. Incluso<br />
intercedió por Richard, realizando pactos que comprometían su obediencia y sus<br />
favores por toda la eternidad, siempre que <strong>de</strong>jaran <strong>de</strong> lado el sacrificio <strong>de</strong> su hijo.<br />
¡Oh Dios! Casi lo había logrado. Un día atrás se las ingenió para acudir ante Alice<br />
entre sueños, induciéndola venir en rescate <strong>de</strong> su hijo y evitar así que perdiera al<br />
joven como hace años lo había perdido a él.<br />
Sin embargo y, a pesar <strong>de</strong> todos sus esfuerzos, Robert <strong>de</strong>be admitir que no<br />
existe plan perfecto. Es nada menos que la extraña actitud <strong>de</strong> Alice la que termina<br />
por provocar el inci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la sangre <strong>de</strong>rramada. Si bien esta no ha sido mucha,<br />
como es requerido a fin <strong>de</strong> renacer como un ente <strong>de</strong>moníaco, esas pocas gotas<br />
vertidas fueron suficientes para <strong>de</strong>spertar la maldición que lo estigmatiza. La que ya<br />
no cree posible <strong>de</strong>tener.<br />
Como consecuencia <strong>de</strong> las maquiavélicas jugarretas <strong>de</strong> un <strong>de</strong>stino<br />
incontrolable, su batalla resulta vana y el triunfo inclina la balanza en favor <strong>de</strong>l Señor<br />
Oscuro.
CAPITULO 12<br />
Anamnesis<br />
Londres, siglo XVIII<br />
Pasan varios meses <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Richard retornara a Londres. El día mismo <strong>de</strong> su<br />
arribo, <strong>de</strong>spierta en el propio lecho, ro<strong>de</strong>ado por la cali<strong>de</strong>z metódicamente<br />
estructurada <strong>de</strong> su hogar.<br />
Alice se <strong>de</strong>svive por aten<strong>de</strong>rlo, procurando distraer cada instante <strong>de</strong> sus días<br />
con nuevos <strong>de</strong>safíos y posibilida<strong>de</strong>s. Inclusive, una vez él se hubo recuperado, tuvo<br />
la ocurrencia <strong>de</strong> presentarlo con distinguidas jovencitas citadinas, todas<br />
proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> buenas familias, juiciosas y, a su gusto, excelsamente educadas.<br />
Él, sin embargo, se mantiene inmerso <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un tenaz estado introspectivo.<br />
En apariencia, ha perdido la memoria <strong>de</strong> todo lo recientemente sucedido.<br />
Aquella tar<strong>de</strong> tormentosa en que abandonaran la casona, mientras aferraba sus<br />
manos a las <strong>de</strong> Tituba, Alice recibió <strong>de</strong> ésta un pequeño frasco, conteniendo un<br />
extraño líquido en su interior. Perspicaz, intuye el uso que <strong>de</strong>bía darle. Cuando el<br />
joven intentó, ya avanzada la travesía, abrir los ojos, fue lo primero que le dio a<br />
beber. Completo, hasta la última gota.<br />
Segundos <strong>de</strong>spués, Richard volvió a sumirse en un profundo sueño <strong>de</strong>l que no<br />
<strong>de</strong>spertó durante días. Presa <strong>de</strong> incomprensibles estados febriles y angustiosos<br />
sueños, no <strong>de</strong>jó en ningún momento <strong>de</strong> ser vigilado y confortado por su madre. En<br />
tanto ella aprovechaba la ocasión, abocándose al escrutinio <strong>de</strong> aquellos libros y<br />
manuscritos que el joven había encontrado en la mansión.<br />
Cuando por fin recobra fuerzas suficientes para incorporarse por sí mismo <strong>de</strong><br />
la cama, Richard comienza a <strong>de</strong>ambular por la casa melancólico y distraído. La<br />
sensación <strong>de</strong> que algo huyó <strong>de</strong> su memoria no le abandona. Cosas que ha <strong>de</strong>jado<br />
inconclusas. Esto parece consumirlo internamente. A pesar <strong>de</strong> ello, Alice no claudica<br />
en su intrepi<strong>de</strong>z bizarra <strong>de</strong> llevar a cabo su velado plan.<br />
Poco a poco, Richard reanuda sus habituales excursiones a través <strong>de</strong> la niebla<br />
londinense. Esta vez más solitario que nunca e i<strong>de</strong>ntificado con el esoterismo propio<br />
<strong>de</strong> esta urbe, el que sin lugar a dudas, estimula remembranzas en su fuero interno.<br />
Alice, al notar que Richard retoma, aunque parcialmente, retazos <strong>de</strong> lo que<br />
fuera su anterior rutina, sin evi<strong>de</strong>ncias <strong>de</strong> haber recobrado la memoria, <strong>de</strong>pone su<br />
abnegada <strong>de</strong>dicación. Sintiéndose <strong>de</strong> algún modo liberada, baja la guardia respecto<br />
a lo estricto <strong>de</strong> su vigilancia y cuidados, abocándose con creciente asiduidad a la<br />
inercia <strong>de</strong> inusuales trajines sociales.<br />
Durante las pocas noches en que Richard <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> quedarse encerrado en su<br />
habitación, se contorsiona entre las sábanas, poseso <strong>de</strong> confusos letargos, pesadillas<br />
y negros augurios; los que le hostigan sin darle paz. Aun así y al igual que en el<br />
pasado, persiste en disimularlos frente a su madre. Transcurre la mayor parte <strong>de</strong> su<br />
tiempo elaborando un collage mental, don<strong>de</strong> sitúa una a una las piezas dispersas <strong>de</strong><br />
su perturbada gnosis.<br />
Se le antoja dilucidar las razones que en el pasado propiciaran el aislamiento
<strong>de</strong> su tío Alfred, especulando intuitivamente, que es allí don<strong>de</strong> hallará la punta <strong>de</strong>l<br />
ovillo. También es consciente <strong>de</strong> que su madre le refirió ciertas vicisitu<strong>de</strong>s al<br />
respecto en alguna oportunidad, mas no es capaz <strong>de</strong> recordarlo. Esto exacerba su<br />
intriga, pero sigue sin atreverse a comentar nada sobre el tema. Teme que Alice<br />
consi<strong>de</strong>re la posibilidad <strong>de</strong> que estuviese perdiendo la cordura.<br />
Durante uno <strong>de</strong> esos días en que su madre se ausenta <strong>de</strong> casa, Richard le<br />
escamotea unas llaves ocultas en su tocador y se encamina hacia las escaleras <strong>de</strong>l<br />
ático. Cuando se encuentra frente a ellas, la súbita imagen <strong>de</strong> otras similares azota<br />
su mente, <strong>de</strong>l mismo modo en que sobreviene un <strong>de</strong>ja-vu. Pantallazos que no logra<br />
<strong>de</strong>tallar arremeten sus pupilas, permitiéndole verse en el interior <strong>de</strong> un sitio que le<br />
resulta familiar. Pero, aun así, quimérico e irreal.<br />
En el momento preciso en que Richard se halla presto a subir la escala, oye la<br />
puerta <strong>de</strong> entrada abriéndose, y junto a ello la risa... ¿divertida?… <strong>de</strong> su madre, quien<br />
ingresa sorpren<strong>de</strong>ntemente acompañada por un caballero. Este posee una voz<br />
potente y extraño acento. Prodiga a la mujer una seguidilla <strong>de</strong> galanterías y bromas<br />
que a él le parecen carentes <strong>de</strong> toda gracia.<br />
Richard se apresura a <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r hacia el living. De cara al <strong>de</strong>sconocido<br />
visitante, experimenta la insólita evocación <strong>de</strong> un pasado in<strong>de</strong>finido. Alice proce<strong>de</strong><br />
ágil con las presentaciones <strong>de</strong>l caso.<br />
―Richard, hijo, el señor es un viejo amigo <strong>de</strong> tu padre, que ha llegado a<br />
Londres apenas hoy, para visitarnos ―anuncia ceremoniosa―. Arturo Conrado Del<br />
Fiore, mi hijo Richard Graham. ―Luego continúa dando explicaciones―<br />
Consi<strong>de</strong>rando que Arturo es un extranjero que visita por primera vez Londres y,<br />
habiendo sido cercano a Robert, creo sería muy atinado <strong>de</strong> nuestra parte hospedarle<br />
aquí en casa. ¿Qué te parece? ―interroga, dirigiéndose al joven.<br />
La prestancia <strong>de</strong>l aludido forastero se manifiesta impactante a sola vista.<br />
Durante momentos que parecen eternos, Richard le observa en <strong>de</strong>talle: alto, más <strong>de</strong><br />
1.95 metros, vestido en gris claro, estilo safari, luce un bronceado añejo sobre su faz<br />
curtida por los años, <strong>de</strong> unos cincuenta aproximadamente. Su rostro enmarcado por<br />
una barba rubia entrecana, el cabello <strong>de</strong>l mismo tono cuidadosamente peinado<br />
hacia atrás, <strong>de</strong>spejando así la amplitud <strong>de</strong> su frente sobre unas pobladas cejas<br />
blanquecinas que ensombrecían, en su abundancia, un par <strong>de</strong> ojos color celeste<br />
translúcido, penetrantes como un par <strong>de</strong> afiladas dagas.<br />
Amablemente y en forma <strong>de</strong> saludo, Arturo extien<strong>de</strong> su mano hacia él.<br />
Correspondiendo dicho gesto y, ante el tacto, Richard percibe inesperada, una<br />
<strong>de</strong>scarga eléctrica que recorre su cuerpo en<strong>de</strong>ble, mientras la potencia <strong>de</strong> una voz<br />
grave penetra la oscuridad <strong>de</strong> su memoria adormecida.<br />
A partir <strong>de</strong> ese momento, los días se suce<strong>de</strong>n <strong>de</strong> modo atípico en la vida<br />
doméstica; una cierta euforia flota en el ambiente antes monótono y gris. Alice<br />
semeja estar en permanente estado <strong>de</strong> gracia, brincando <strong>de</strong> un sitio a otro alre<strong>de</strong>dor<br />
<strong>de</strong> la visita. Es evi<strong>de</strong>nte para Richard que su madre, ha encontrado una buena razón<br />
para rehacer su vida. Y, aun cuando él lo hubiese <strong>de</strong>seado, no halla argumento válido<br />
que esgrimir en contra <strong>de</strong> esa relación, la que se presenta como un hecho<br />
consumado.<br />
Tenía que resignarse y aceptar las transiciones que pudiesen sobrevenir. Por
tanto, valiéndose <strong>de</strong> las actuales circunstancias, el muchacho dispone proseguir, en<br />
uso <strong>de</strong> una mayor libertad, con sus viejos hábitos. Empieza a <strong>de</strong>svincularse,<br />
tozudamente, <strong>de</strong> todo lo que tiene concordancia con aquella realidad. De momento,<br />
mucho más ausente <strong>de</strong>l hogar y, como siempre, frecuentando bares y casas <strong>de</strong> juego.<br />
Esta vez, sin discriminar mínimamente la calaña <strong>de</strong> tales sitios. Todo le da igual.<br />
Como justificativo, fundamenta la necedad <strong>de</strong> su conducta en la<br />
disconformidad irrecusable que le provoca la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> compartir su espacio o su<br />
rutina con aquellos dos, ahora tan compenetrados.<br />
Temporalmente relegado su proyecto <strong>de</strong> investigación sobre las cosas <strong>de</strong>l tío<br />
Alfred, nunca <strong>de</strong>vuelve las llaves hurtadas al tocador <strong>de</strong> su progenitora.<br />
Sencillamente simula olvidarlo, o bien <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> no hacerlo. El resultado es idéntico.<br />
Con la llegada <strong>de</strong>l otoño, el compromiso se avecina como un suceso ineludible.<br />
La boda se concertaría durante los primeros días <strong>de</strong> invierno, época durante la cual<br />
Arturo empren<strong>de</strong>ría otra <strong>de</strong> sus travesías por mar, a bordo <strong>de</strong> su propia nave llamada<br />
«Dorothea», en honor <strong>de</strong> quien fuera su primera esposa, como bien se los había<br />
comentado antes.<br />
Según planes ya establecidos, posterior a la celebración <strong>de</strong>l matrimonio, los<br />
consortes iniciarían un periplo a fin <strong>de</strong> que Alice disfrutara conocer diversas costas<br />
antes <strong>de</strong> regresar al continente. Luego y <strong>de</strong> inmediato, tomaría posesión <strong>de</strong> su nuevo<br />
hogar. Este hecho, en particular, constituía la mayor sorpresa entre todas las que su<br />
prometido proyectara para ella.<br />
Días previos a las nupcias, Arturo y Richard se quedan solos disfrutando una<br />
bebida en los jardines <strong>de</strong> la casa. Durante la ocasión, el futuro padrastro propone a<br />
Richard unirse a ellos en su nueva resi<strong>de</strong>ncia una vez se hubieran establecido.<br />
Richard <strong>de</strong>clina la oferta. Por supuesto que se siente complacido <strong>de</strong> que su madre<br />
encontrara en Arthur la estabilidad y el sostén que él mismo no logró brindarle, pero<br />
<strong>de</strong> ningún modo consi<strong>de</strong>ra necesario ser partícipe <strong>de</strong> ello.<br />
No obstante, meditar sobre tal oferta trae a su memoria la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que, en algún<br />
momento <strong>de</strong> su pasado inmediato, se vio embarcado en un proyecto que, confiaba,<br />
les brindaría aquella tan ansiada seguridad, tanto a él como a su madre. En su<br />
pensamiento vaga la noción <strong>de</strong> que se trataba <strong>de</strong> algo así como un negocio, una<br />
venta… ¿una herencia? Pues no, <strong>de</strong>finitivamente todavía no atina a <strong>de</strong>scifrarlo.<br />
Todavía pensando en ello, nota que Arturo se halla expectante frente a la<br />
posibilidad <strong>de</strong> que reconsi<strong>de</strong>rase la propuesta. Así que rápidamente argumenta su<br />
firme intención <strong>de</strong> visitarlos con cierta asiduidad, pero <strong>de</strong>jando ver que no quiere<br />
<strong>de</strong>jar su hogar natal. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> que con las posesiones que Alfred les había legado,<br />
para él es más que suficiente. Menciona vehemente la voluntad <strong>de</strong> preservar su<br />
in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia, no teniendo el más mínimo <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> abandonar Londres.<br />
Ante la rotunda negativa, un resplandor antinatural surge repentino en la<br />
mirada <strong>de</strong> Arturo. A pesar <strong>de</strong> hallarse cómodamente sentado, a pocos metros <strong>de</strong><br />
distancia, sus ojos dan la impresión <strong>de</strong> surcar suspendidos en el aire el espacio que<br />
los separa, aproximándose hacia el joven, hipnóticos, ineluctables y extraordinarios.<br />
Es ya indiscutible que la situación se ha tornado perturbadoramente extraña;<br />
incluso escalofriante
La voz <strong>de</strong> Alice, ingresando muy oportunamente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la calle, pone fin a la<br />
perceptible tensión que impera en el ambiente.<br />
―¿Arturo? ¿Richard? ¿Estáis en casa?<br />
―¡Aquí! ―respon<strong>de</strong> Arturo, haciendo señas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el jardín interno.<br />
Ya la dama frente a ellos, los dos hombres retoman su actitud relajada y cordial,<br />
como si nada fuera <strong>de</strong> lo común hubiese acontecido, <strong>de</strong>partiendo ahora sobre<br />
simples trivialida<strong>de</strong>s, como el estado <strong>de</strong>l tiempo en la ciudad.<br />
Des<strong>de</strong> entonces, la convivencia entre ellos transcurre sin sobresaltos, hasta el<br />
fin <strong>de</strong> semana en que la boda finalmente se lleva a cabo.<br />
Pocas horas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la ceremonia privada, la pareja parte <strong>de</strong> viaje, <strong>de</strong>jando<br />
tras <strong>de</strong> sí a Richard, notablemente disperso, pero liberado <strong>de</strong> toda presión.<br />
Ajeno al control materno, sus borracheras recru<strong>de</strong>cen. En poco tiempo, aquel<br />
<strong>de</strong>safuero termina por trasladarse irrefrenable hasta el propio hogar.<br />
En algún punto durante aquella fase <strong>de</strong> comportamiento disipado, Richard<br />
conoce a una muchacha <strong>de</strong> excepcional belleza e impactante personalidad. Para su<br />
asombro, la joven trabaja como camarera en <strong>de</strong> una <strong>de</strong> esas <strong>de</strong>sagradables y<br />
sombrías cantinas a las que concurre. Muy a pesar <strong>de</strong> su claridad mental obnubilada<br />
por los efectos <strong>de</strong>l alcohol, a Richard le fue imposible no quedar prendado <strong>de</strong> ella.<br />
Como es lógico suponer, ambos traban una distintiva amistad, <strong>de</strong>scubriendo<br />
que comparten múltiples aficiones; en especial, el amor por la literatura. Suelen<br />
discurrir largas horas sobre el tema, disfrutándolo enormemente. A partir <strong>de</strong><br />
entonces, Maggie, tal es su nombre, acapara la atención <strong>de</strong>l muchacho, casi por<br />
completo, llenando el vacío que subsiste entre él y su perenne soledad.<br />
Richard, por otro lado, consi<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>nigrante que su amiga más dilecta, mujer<br />
inteligente y notablemente instruida, se vea obligada a ganarse la vida trabajando<br />
en sitios como ese. Averigua que la joven no solo es huérfana, sino también foránea;<br />
por lo que sobrevivir en la capital constituye todo un reto para ella.<br />
Aun así, su <strong>de</strong>bilidad por la bebida no ceja por completo, sufriendo frecuentes<br />
recaídas. Esta circunstancia provoca fuertes <strong>de</strong>savenencias entre ambos,<br />
ocasionando algunos distanciamientos durante no muy prolongados lapsos <strong>de</strong><br />
tiempo.<br />
Dominado por una terquedad caprichosa, Richard sobrelleva estos períodos<br />
abocándose <strong>de</strong> modo frenético a revolver todo cuanto hay <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su propia casa,<br />
sin <strong>de</strong>jar nada al azar. Circunstancia que propicia su retorno al <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong>l<br />
«Proyecto Alfred», como suele llamarlo, trasladando su furor indagatorio hasta el<br />
ático <strong>de</strong>l anciano. Alimenta la certeza <strong>de</strong> que allí encontrará la clave para <strong>de</strong>scifrar<br />
aquella sempiterna intriga que lo acucia. Necesita llenar los vacíos <strong>de</strong> su mente y <strong>de</strong><br />
su historia para sentirse un hombre completo.<br />
Con tal i<strong>de</strong>a en la cabeza, un día toma las llaves, sube al ático y se encierra<br />
<strong>de</strong>ntro. Sometido a tan apasionada fijación, la sobriedad comienza a abrirse paso en<br />
la rutina <strong>de</strong>l joven. Cada escrito, apunte, libro o reseña que Alfred <strong>de</strong>jara inconcluso,<br />
marca una clara diferencia, <strong>de</strong>spejando los velos que separan la memoria consciente
<strong>de</strong> la que no, permitiendo el resurgimiento <strong>de</strong> fragmentos <strong>de</strong> una realidad que le es<br />
propia y menester recuperar, sabe bien.<br />
Casi sin darse cuenta <strong>de</strong> ello, Richard asume, gradualmente, la actitud propia<br />
<strong>de</strong> un ermitaño: siempre encerrado en el ático, comiendo mal y cuidándose menos.<br />
Su mero objetivo es or<strong>de</strong>nar las piezas <strong>de</strong> aquel rompecabezas que le <strong>de</strong>sasosiega la<br />
existencia.<br />
Durante los seis meses subsiguientes, consigue interpretar ciertos datos <strong>de</strong><br />
interés. Como por ejemplo, la historia genealógica <strong>de</strong> su familia. También, reiteradas<br />
alusiones a una herencia sobre la cual no encuentra mayores especificaciones. Según<br />
registros, la misma se origina en vida <strong>de</strong> sus abuelos paternos, haciendo mención<br />
frecuente a Dorothy Graham, madre <strong>de</strong> Robert. Su abuela, luego <strong>de</strong> enviudar,<br />
contrajo nuevas nupcias con un <strong>de</strong>sconocido. El nombre <strong>de</strong>l sujeto en cuestión le<br />
resulta familiar: Arthur Greenway.<br />
Uno <strong>de</strong> esos días en que el agobio <strong>de</strong> la lectura y la falta <strong>de</strong> alimentos le<br />
conminan a bajar <strong>de</strong>l ático, Richard ingresa en el cuarto <strong>de</strong> su madre, sin pensarlo.<br />
Rememora los secretos que la misma atesoraba en los recovecos <strong>de</strong> su tocador.<br />
Deci<strong>de</strong> <strong>de</strong>smantelarlo por completo. Dentro <strong>de</strong>l mismo cajón don<strong>de</strong> antes<br />
encontrara ocultas las llaves, <strong>de</strong>scubre también un doble fondo.<br />
Impaciente, <strong>de</strong>stroza a golpes la ma<strong>de</strong>ra. En el interior <strong>de</strong> aquel escondite halla<br />
un sobre manila bastante ajado, con el sello roto. Por extraño que parezca, la imagen<br />
<strong>de</strong>l mismo trae a su memoria otro igual. Lo escruta celosamente. Se trata <strong>de</strong> un<br />
documento <strong>de</strong> carácter legal. Algo se agita en su mente representando una escena<br />
don<strong>de</strong> se ve a sí mismo con idéntico oficio entre las manos, transitando un extenso<br />
camino a través <strong>de</strong> la campiña en dirección quien sabe a dón<strong>de</strong>.<br />
Tan intensa es la reminiscencia que, al <strong>de</strong>splegarlo y <strong>de</strong> forma mecánica,<br />
comienza a recitar <strong>de</strong> memoria cada uno <strong>de</strong> los párrafos contenidos en el<br />
documento. Sí, es innegable que se trata <strong>de</strong>l mismo.<br />
Víctima <strong>de</strong> un agudo vértigo ocasionado por el torrente arrollador <strong>de</strong> signos,<br />
símbolos, imágenes y sucesos acaecidos en aquel pasado impreciso, se <strong>de</strong>sploma<br />
extenuado sobre el lecho materno, con el escrito <strong>de</strong>sdoblado sobre el pecho. Aprieta<br />
con fuerza los párpados, mas su pensamiento ha emprendido ya un recorrido a<br />
través <strong>de</strong> insondables túneles, zigzagueando en el laberinto subconsciente.<br />
Una serie <strong>de</strong> acontecimientos casi claramente perfilados se plasman en su<br />
memoria, aunque no logra concatenarlos por completo. Sin lugar a dudas, se trata<br />
<strong>de</strong> las pistas faltantes en el acertijo. Abstraído en ello, queda profundamente<br />
dormido, mientras que una tormenta se <strong>de</strong>sata premonitoria fuera <strong>de</strong> la casa.<br />
Al <strong>de</strong>spuntar el alba, insistentes golpes <strong>de</strong> la aldaba sobre la puerta principal<br />
le espabilan la modorra. Nota que el fragor <strong>de</strong> la tormenta ha cesado, dando paso a<br />
una mañana gris <strong>de</strong> pertinaz llovizna. Incorporándose, procura componer su<br />
aspecto. Todavía somnoliento, <strong>de</strong>scien<strong>de</strong> a la planta baja, don<strong>de</strong> los golpes se oyen<br />
impacientes.<br />
―¡Va! ¡Va! —grita en respuesta, tratando <strong>de</strong> acallarlos.<br />
Una vez frente al pórtico, <strong>de</strong>viene bizarra una sensación <strong>de</strong> mal augurio,
acechándolo. Trata <strong>de</strong> pensar en otra cosa, mientras corre el cerrojo y abre la puerta.<br />
En el pequeño porche <strong>de</strong> entrada pue<strong>de</strong> ver a los dos que lo aguardan fuera: unos<br />
distinguidos caballeros vestidos muy formalmente y <strong>de</strong> apariencia simétrica. Todo<br />
en ellos es semejante y monocromo, incluso la sombría y compungida expresión que<br />
ostentan en el rostro.<br />
―¿Señor Richard Graham? ―pregunta uno <strong>de</strong> ellos.<br />
―Por cierto —respon<strong>de</strong> Richard.<br />
―¿Nos permitiría pasar? ―interrogan los hombrecillos―. El motivo <strong>de</strong><br />
nuestra visita tiene connotaciones que quizá fuese más conveniente tratar bajo la<br />
tranquilidad <strong>de</strong> su morada ―argumenta.<br />
Richard, algo fastidiado y con un gesto breve <strong>de</strong> su brazo, les permite entrar.<br />
―¿A qué <strong>de</strong>bo el honor? ―inquiere, mientras todos toman asiento―. Espero<br />
sepan disculpar mi apariencia, pero no esperaba recibir visitas.<br />
—Se trata <strong>de</strong> vuestra madre Alice y su señor esposo, Arturo Del Fiore –enuncia<br />
visiblemente nervioso, uno <strong>de</strong> los caballeros. Tras una pausa, inspira vehemente,<br />
para luego continuar con el recado―. La embarcación en la que navegaban:<br />
«Dorothea», propiedad <strong>de</strong> su padrastro y nuestro cliente, ha sido víctima <strong>de</strong> un<br />
naufragio en alta mar. Por <strong>de</strong>sgracia y hasta don<strong>de</strong> sabemos, no hay<br />
sobrevivientes. ―El hombre estruja el sombrero que sostiene, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> soltar<br />
abrupto la funesta noticia<br />
Un abisal silencio se consolida en la sala. Ambos visitantes conservan la vista<br />
fija en Richard, a la espera <strong>de</strong> algún tipo <strong>de</strong> reacción emocional; lo que nunca suce<strong>de</strong>.<br />
Richard, impasible y con el rostro inexpresivo, <strong>de</strong>vuelve sus pasos hacia la puerta y,<br />
con un movimiento seco, les invita a retirarse.<br />
Los caballeros se apresuran a hacerlo, notablemente <strong>de</strong>sconcertados. Pero<br />
antes <strong>de</strong> que Richard cerrase la puerta en sus narices, uno <strong>de</strong> ellos extrae un ominoso<br />
sobre <strong>de</strong>l interior <strong>de</strong> su chaqueta y se lo extien<strong>de</strong>.<br />
―Esto le pertenece. Pue<strong>de</strong> ponerse en contacto con nosotros en cuanto se<br />
sienta mejor. Es pertinente y necesario ―dice, para luego <strong>de</strong>spedirse.<br />
Una vez solo con el sobre entre las manos, Richard se <strong>de</strong>sploma sobre la chaise<br />
longe favorita <strong>de</strong> su madre, no sin antes tomar al paso una gran botella <strong>de</strong> licor.<br />
Bebiendo profusamente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el mismo pico, procura saciar una sed que pareciera<br />
datar <strong>de</strong> años atrás.<br />
Durante un par <strong>de</strong> horas, bebe, bebe y sigue bebiendo. Con un cierto grado <strong>de</strong><br />
temor, abre el sobre que le fuera entregado. Allí constan <strong>de</strong>talles legales sobre<br />
propieda<strong>de</strong>s, haberes, cuentas bancarias, cláusulas, bla bla bla. Es solo hasta el<br />
último anexo, cuando su interés <strong>de</strong>spierta. Se le ce<strong>de</strong>, en forma universal, la mansión<br />
que Arturo pretendiera obsequiar a su madre como regalo <strong>de</strong> bodas. Hay una<br />
pequeña particularidad: no se consignan datos <strong>de</strong>l anterior propietario.<br />
Ahora todo le pertenece a él. Al pusilánime borracho que es en la actualidad.<br />
Últimamente, circunscribió sus ambiciones personales a las limitaciones <strong>de</strong> subsistir<br />
gracias al legado <strong>de</strong> su tío. Sin embargo hoy, se ha transformado en un hombre
consi<strong>de</strong>rablemente rico, gracias al oportuno matrimonio <strong>de</strong> su madre con Arturo, y<br />
la ulterior tragedia <strong>de</strong> su muerte. Del Fiore al parecer, no contaba con otros<br />
here<strong>de</strong>ros.<br />
―Madre… ―murmura para sí, reclinándose contra el respaldo, suspirando y<br />
mirando al techo—. ¿Qué se supone <strong>de</strong>bo hacer?<br />
Muy calmado, aunque disperso y abiertamente triste, toma un prolongado<br />
baño y se viste cuidadosamente. Cada uno <strong>de</strong> sus movimientos es maquinal,<br />
ejecutando pasos <strong>de</strong> su rutina <strong>de</strong> forma sistemática. Luego, cogiendo un paraguas,<br />
sale a caminar sin rumbo por las calles cubiertas <strong>de</strong> lodo espeso y pegajoso.<br />
En su inconsciente <strong>de</strong>ambular, se traslada bastante lejos, a mitad <strong>de</strong> la nada y<br />
el todo cubierto por la llovizna persistente. Nada que <strong>de</strong>cir, nadie con quien<br />
compartir aquellos sentimientos encontrados. Solo.<br />
De algún modo, asumir la ausencia irreversible <strong>de</strong> su madre le ultima sentirse<br />
<strong>de</strong>sprotegido. Nunca supo cuánto recorrió <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que saliera <strong>de</strong> casa en la mañana.<br />
Por completo empapado, <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> volver. Detiene sus pasos, intenta ubicarse y<br />
<strong>de</strong>spués empren<strong>de</strong> el retorno, sin levantar la vista <strong>de</strong>l fango.<br />
Ya frente al porche <strong>de</strong> entrada, la divisa. Como enviada por alguna piadosa<br />
entidad divina, allí está ella: Maggie. Aterida por el frío y la humedad <strong>de</strong> las horas<br />
transcurridas mientras le esperaba.<br />
Richard se yergue <strong>de</strong> pie frente a ella, quitándose el sombrero y <strong>de</strong>jando a un<br />
lado el paraguas que nunca abrió. Gruesas lágrimas ruedan por sus mejillas, ni<br />
siquiera lo había notado, pero estuvo llorando todo el camino a casa, quizá <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
antes. ¡Qué importa cuándo o cuánto! Al percibir su angustia, la muchacha extien<strong>de</strong><br />
sus brazos. Se abrazan con fuerza, con gran <strong>de</strong>sesperación, mientras Richard<br />
finalmente da rienda suelta a su dolor vestido en luto.<br />
—No tienes que <strong>de</strong>cir nada, Richard. Lo sé, y lo siento inmensamente ―dice<br />
la joven, mientras su mo<strong>de</strong>sto sombrerito bordado cae rodando por el suelo,<br />
permitiendo resbalar en libertad una extensa y rizada cabellera. Cada una <strong>de</strong> las<br />
gotas <strong>de</strong>splomándose suicidas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el firmamento, reflejan fulgurantes el color rojo<br />
intenso <strong>de</strong> la misma.<br />
Mientras sigue aferrada al cuello <strong>de</strong> Richard, con la mirada extraviada en el<br />
espacio a espaldas <strong>de</strong>l joven, una tenue y misteriosa sonrisa se dibuja sobre los<br />
tiernos y carnosos labios femeninos.
CAPITULO 13<br />
El Misterio <strong>de</strong> Alice:<br />
Essex, siglo XVII<br />
Dorothy ejercía ya su po<strong>de</strong>río absoluto sobre la población <strong>de</strong> Salem. Una vez<br />
casada con el Gobernador, teniendo a Tituba bajo su mando y protegida por las<br />
Ancianas brujas <strong>de</strong>l pantano, dispuso <strong>de</strong> todas y cada una <strong>de</strong> sus nuevas habilida<strong>de</strong>s<br />
sobrenaturales, con el fin <strong>de</strong> dominar la voluntad <strong>de</strong> quien se le pusiera por <strong>de</strong>lante.<br />
Había conseguido confinar a George a una reclusión permanente <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sus<br />
habitaciones. Reclamando <strong>de</strong> este modo y para sí, el cargo que éste <strong>de</strong>jara vacante<br />
en el Concejo <strong>de</strong> la Ciudad.<br />
No obstante, la magnitud <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r, la confrontación, aunque sutil, con su<br />
esclava, principiaba conmover los cimientos <strong>de</strong> la relación entre ambas.<br />
Durante una oportunidad en que Timothy, secretamente, consiguió regresar<br />
al pueblo, la comunidad mística <strong>de</strong> la zona, incluyendo a Tituba y las Ancianas, vio<br />
en este arribo un consi<strong>de</strong>rable peligro para los siniestros planes concertados por<br />
ellos, y que tenían a Dorothy como pieza principal <strong>de</strong>l macabro engranaje.<br />
Aquel romance ya había sido echado por tierra en una ocasión y, ahora,<br />
nuevamente avistaba constituirse en contun<strong>de</strong>nte amenaza. En consecuencia, el<br />
antiguo aquelarre tomó la <strong>de</strong>terminación <strong>de</strong> impedir, a como <strong>de</strong> lugar, el que los<br />
amantes se reconciliasen.<br />
Contaban con el <strong>de</strong>sagrado <strong>de</strong>l joven al enterarse <strong>de</strong> la nueva situación política<br />
y sentimental <strong>de</strong> su amada. Más ello no garantizaba que llegara a <strong>de</strong>spreciarla por<br />
encima <strong>de</strong>l intenso sentimiento que les uniera en un pasado todavía tan reciente. Y,<br />
por sobre todas las cosas, juzgaban que él jamás <strong>de</strong>bía saber que era el verda<strong>de</strong>ro<br />
padre <strong>de</strong> la criatura que Dorothy llevaba en el vientre.<br />
En el bosque <strong>de</strong>l pantano, reunido el grupo <strong>de</strong> hechiceros y a escondidas <strong>de</strong><br />
Dorothy, su actual lí<strong>de</strong>r, tomaron <strong>de</strong>cisiones que tenían por objeto trocar <strong>de</strong> modo<br />
drástico el curso <strong>de</strong> lo que parecía inevitable.<br />
A través <strong>de</strong> una ceremonia <strong>de</strong> invocación a la sabiduría ancestral, y poniendo<br />
sus umbrías dotes al servicio <strong>de</strong> las propias intenciones, resolvieron utilizar a Tituba,<br />
ungiéndola con artificios hasta para ellos prohibidos y en extremo peligrosos.<br />
A fin <strong>de</strong> que esta se presentara ante Timothy suplantando su señora,<br />
recubrieron a la esclava con cieno fétido <strong>de</strong>l pantano y, convocando maléficas<br />
entida<strong>de</strong>s, la <strong>de</strong>spojaron <strong>de</strong> su forma natural, transmutándola por el término <strong>de</strong><br />
varias horas con la apariencia física <strong>de</strong> su ama.<br />
Fundamentalmente pretendían que, <strong>de</strong> un modo u otro, Tituba, así<br />
enmascarada, <strong>de</strong>salentara al muchacho Graham <strong>de</strong> cualquier esperanza que este<br />
albergara <strong>de</strong> reanudar su relación con Dorothy.<br />
A primera instancia <strong>de</strong> aquel encuentro, hábilmente ocasionado por la esclava,<br />
la misión que se le había encomendado parecía estar resultando a pedir <strong>de</strong> boca. No
tardaron en surgir los reproches, la <strong>de</strong>sconfianza y hasta el resentimiento.<br />
Con solo enar<strong>de</strong>cer tales sentimientos, Tituba habría cumplido con todo éxito<br />
el objetivo impuesto, dado que hasta el punto, Tim creía estar discutiendo con la<br />
mujer que amaba. Sin embargo, la bruja escondía <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su alma aspiraciones<br />
auténticamente temerarias y, por cierto diversas<br />
Jamás había olvidado la dolorosa realidad sobre su origen; no siempre formó<br />
parte <strong>de</strong> este aquelarre. Ella nació libre en una tribu <strong>de</strong> ascen<strong>de</strong>ncia Akánica y,<br />
actualmente, integrada por “Chamanes”; dado lo cual, Tituba era una bruja <strong>de</strong> linaje<br />
original. Sin embargo a su vida llegó el día en que, siendo todavía muy pequeña, fue<br />
secuestrada por los blancos y vendida como esclava. Incluso hoy, para las Ancianas,<br />
todavía lo era.<br />
Residía allí el motivo primigenio <strong>de</strong> su <strong>de</strong>seo sojuzgado por tomar revancha.<br />
Allí tan cerca <strong>de</strong> Tim, dicho anhelo cobró tal fuerza en ella, que se libró <strong>de</strong> sus<br />
ca<strong>de</strong>nas, socavando su obediencia en la tarea que le había sido conferida. Impulsiva,<br />
conjeturó que esta podría constituirse en su oportunidad <strong>de</strong> obtener un poco <strong>de</strong> lo<br />
que se le negara <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre. Y puso sobre Tim sus ansias.<br />
Así fue que cedió ante los influjos que cual volcán en erupción, pugnaban por<br />
emerger <strong>de</strong> su fuero interno. Alterando el curso <strong>de</strong> los planes estipulados, pero aun<br />
encubierta tras la apariencia <strong>de</strong> su dueña, trocó su actitud <strong>de</strong>splegando toda<br />
artimaña posible en pro <strong>de</strong> seducirlo.<br />
El triunfo no se hizo esperar y, con una pasión indómita, impulsó al joven hacia<br />
una entrega extensamente codiciada por ambos, aunque por razones muy distintas.<br />
Ingenuo, Tim creyó haber recuperado a su amor. Mas Tituba se <strong>de</strong>leitaba con<br />
el primer esbozo <strong>de</strong> una represalia que había disimulado durante años.<br />
No obstante, el impru<strong>de</strong>nte accionar <strong>de</strong> la hechicera colocaba en riesgo su<br />
propia subsistencia <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l contubernio que la apadrinaba; en el supuesto <strong>de</strong> que<br />
Tim, embriagado nuevamente <strong>de</strong> amor por Dorothy, escogiera luchar por ella y<br />
permanecer en Salem.<br />
Impelida por la contun<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> esta presunción, no le quedó más remedio<br />
que dar un giro inverso y retomar la estrategia original. Debía ser hábil, tanto que el<br />
resultado le permitiera salvaguardar su posición frente al aquelarre. Tras meditarlo<br />
<strong>de</strong>cidió no marcharse, como estaba previsto, antes <strong>de</strong> que el efecto <strong>de</strong>l conjuro<br />
cesara <strong>de</strong>volviéndole su verda<strong>de</strong>ra fisonomía y permaneció junto a él hasta llegada<br />
el alba.<br />
Timothy <strong>de</strong>spertó para sobrecogerse <strong>de</strong> asombro y confusión, frente al cuerpo<br />
<strong>de</strong>snudo <strong>de</strong> la mestiza, que lo contemplaba mordaz.<br />
Tardó unos minutos en sacar sus propias conclusiones, pero no fueron<br />
<strong>de</strong>masiados. Conociendo a la perfección los entresijos y métodos <strong>de</strong> aquella<br />
comunidad en la que había crecido, rápidamente Tim se apercibió <strong>de</strong> los ilusorios<br />
medios a través <strong>de</strong> los cuales había sido tan estúpidamente embaucado.<br />
― ¡Maldita bruja! ―le espetó furioso.<br />
Ella, reía a carcajadas.
--¿Acaso creías que la señora <strong>de</strong> estas tierras se rebajaría a yacer contigo entre la<br />
paja <strong>de</strong> un sucio cobertizo, cuando pue<strong>de</strong> hacerlo sobre sábanas bordadas en oro?<br />
¡No! ¡Te equivocas! Ella, en este preciso instante, retoza satisfecha… ¡en la cama <strong>de</strong><br />
tu padre! Y solo me ha enviado aquí para <strong>de</strong>mostrarte lo poco que le importan tus<br />
absurdos sentimientos. ¡Cómo ha <strong>de</strong> estar riendo! ―mintió todavía hilarante―. ¡Es<br />
más, no <strong>de</strong>sea volverte a ver! —exclamó, casi gritando.<br />
Timothy se negó a seguir escuchándola. Enceguecido por la ira y el<br />
<strong>de</strong>sconcierto, se vistió presuroso y, consciente <strong>de</strong> que su cabeza tenía precio por<br />
aquellos lares, a<strong>de</strong>más que <strong>de</strong> quedarse un segundo más acabaría por asesinar a la<br />
mestiza, <strong>de</strong>sapareció como alma que lleva el diablo, atravesando la arboleda.<br />
Se llevó consigo un <strong>de</strong>sasosiego que no podía ser ni mayor, ni más cruento. Tal<br />
vez los dichos <strong>de</strong> la bruja fuesen ciertos… tal vez no. De todos modos e instigado por<br />
lo irascible <strong>de</strong> su temperamento concluyó que ahora contaba con sobrados motivos<br />
para jamás volver.<br />
Estaba hecho. Tituba se incorporó lánguida, vistiéndose con lentitud. No tenía<br />
mínima i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> las consecuencias que su accionar <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>naría.<br />
El oscuro manto <strong>de</strong> una tragedia nunca sospechada, comenzaba a ceñir el<br />
futuro <strong>de</strong> la resentida. Aquella misma noche, frente al Aquelarre, fue juzgada por su<br />
falta. Nada sucedía al margen <strong>de</strong> los Ancestros. Ya congregadas bajo la espesura <strong>de</strong>l<br />
bosque, una <strong>de</strong> las <strong>de</strong>crépitas Ancianas, se aproximó a ella apuntando hacia su<br />
vientre.<br />
—Este es el precio que <strong>de</strong>berás pagar. Una niña comienza a gestarse en ti,<br />
po<strong>de</strong>mos verlo. Más ella jamás te pertenecerá. Será extirpada <strong>de</strong> tu lado y, hasta el<br />
momento en que así lo <strong>de</strong>cidamos, nadie, absolutamente nadie, conocerá su<br />
para<strong>de</strong>ro.<br />
Tituba cayó <strong>de</strong> rodillas.<br />
―Vivirá, más su <strong>de</strong>stino está signado al servicio <strong>de</strong> nuestra voluntad —<br />
sentenció la octogenaria.<br />
Así fue. La pequeña vino al mundo a orillas <strong>de</strong>l pútrido pantano, tan solo unas<br />
pocas noches <strong>de</strong>spués.<br />
Haciendo uso <strong>de</strong> su magia oculta y siniestra, las umbrías hechiceras<br />
manipularon el tiempo sobre la noche aciaga, acelerando <strong>de</strong> modo antinatural el<br />
proceso <strong>de</strong> gestación y nacimiento.<br />
Ya fuera <strong>de</strong>l vientre materno, abrió sus ojitos hacia el firmamento, con Tituba<br />
aferrándola fuertemente contra su pecho. Pero la bruja solo tuvo unos minutos para<br />
darle un nombre y <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> ella.<br />
Entre el cruel <strong>de</strong>sgarro <strong>de</strong> aquel castigo y la impotencia que la embargaba, la<br />
mestiza besó por única y última vez su casta frente. Mientras la arrancaban <strong>de</strong> sus<br />
brazos, la llamó «Alice».
CAPITULO 14<br />
El Enfrentamiento<br />
Inglaterra, pocos años <strong>de</strong>spués<br />
Pasó el tiempo incontenible <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella noche en el pantano y, apenas<br />
concertados los esponsales entre Dorothy y Arthur Greenway, Tituba pudo al fin<br />
<strong>de</strong>snudar sin temores su auténtica personalidad, su esencia pura, ante quien había<br />
sido <strong>de</strong>stinada como esclava durante años.<br />
Al ser liberada por Arthur <strong>de</strong> las ca<strong>de</strong>nas que sellaban su obediencia, la bella<br />
bruja nativa <strong>de</strong>splegó a diestra y siniestra una reacción genuina y proporcional para<br />
cada diatriba sufrida durante el transcurso <strong>de</strong> su vida junto a Dorothy.<br />
Habían sido <strong>de</strong>masiados los subterfugios a los que <strong>de</strong>bió apelar para persistir<br />
impertérrita, cuando su sangre ardía <strong>de</strong> encono y sedición, eclipsando cualquier<br />
indicio <strong>de</strong> humanidad en la conducta <strong>de</strong> la hechicera. Y es que en aquel momento<br />
infausto que dio inicio a su con<strong>de</strong>na, Dorothy <strong>de</strong>sempeñó un papel protagónico.<br />
Había sido ella quien, como lí<strong>de</strong>r, encabezó al grupo que estipulara tal escarmiento.<br />
Sin embargo, la notable Regente también aprovechó dicha situación para<br />
exteriorizar su animadversión hacia la cúpula mística que le confiriera tales po<strong>de</strong>res.<br />
Sintiéndose doblemente traicionada durante la confabulación en contra <strong>de</strong> su<br />
relación con Timothy, <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nó una sangrienta masacre con el propósito <strong>de</strong><br />
aniquilar los lazos que la mantenían prisionera <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> esa comuna. No tuvo<br />
dudas, no tuvo miedo y mucho menos piedad. No obstante su <strong>de</strong>nuedo, el triunfo,<br />
tal y como lo averiguaría en el futuro, había sido parcial. Aun así logró escapar <strong>de</strong><br />
aquellas tierras. Llevándose a Tituba y George consigo.<br />
Testigo <strong>de</strong> tal <strong>de</strong>spliegue <strong>de</strong> furia vengativa, Tituba no pudo <strong>de</strong>jar <strong>de</strong><br />
experimentar un bien fundamentado resquemor ante el inmenso arbitrio alcanzado<br />
por su ama. Condicionado a ello, no dudó en tomar partido por ganador, partiendo<br />
<strong>de</strong> Essex en su compañía. Mucho más sometida que antes, tras el resultado <strong>de</strong> la<br />
contienda <strong>de</strong>satada entre las Inmemoriales y la Regente. Pero mentirse a sí misma<br />
no le era asequible, muy por <strong>de</strong>ntro jamás conseguiría olvidar.<br />
Culpaba a Dorothy por la pérdida <strong>de</strong> su hija, y no se equivocaba. Ella era «La<br />
Elegida», y como tal, haciendo uso <strong>de</strong> sus místicas faculta<strong>de</strong>s, consiguió vislumbrar<br />
en <strong>de</strong>talle lo que acontecía la noche <strong>de</strong>l engaño. Desquiciada por los celos y la ira<br />
fue quien presidió el juicio <strong>de</strong>cretando la impiadosa reprimenda.<br />
Durante mucho tiempo ninguna <strong>de</strong> las dos volvió a mencionar el inci<strong>de</strong>nte<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella funesta noche. Dorothy solo arremetió contra todo y contra todos,<br />
para luego huir con <strong>de</strong>stino a la campiña londinense. Sin sospechar lo que allí le<br />
<strong>de</strong>paraba el <strong>de</strong>stino.<br />
Ya establecidas en la nueva resi<strong>de</strong>ncia, la hostilidad entre ambas subsistía<br />
latente. Sin mayor culpa <strong>de</strong> una que <strong>de</strong> otra, las dos mujeres coexistían en el marco<br />
<strong>de</strong> una convivencia sedienta <strong>de</strong> venganza.
Pero la vida suele manifestarse en un <strong>de</strong>venir cíclico. Dadas las circunstancias,<br />
hoy por hoy dicha venganza yacía en po<strong>de</strong>r y dominio <strong>de</strong> Tituba, quien nunca perdió<br />
su confianza en que el Señor <strong>de</strong> la Oscuridad, al que servía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que fuera usurpada<br />
<strong>de</strong> su tribu, les daría alcance don<strong>de</strong> quiera que se ocultasen, dando término a su<br />
tormento.<br />
Cuando este, por fin, se presentó ante ellas, Tituba, tuvo el tino <strong>de</strong> confiarle<br />
los pormenores <strong>de</strong> aquel, su más doloroso y a la vez preciado secreto. Un secreto<br />
que, obrando en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Maligno, podría franquearle supremacía absoluta sobre<br />
los <strong>de</strong>stinos <strong>de</strong> la humanidad.<br />
Tras los muros <strong>de</strong> aquella morada lúgubre y maldita, el tiempo y el espacio<br />
confluían intermitentes en uno solo, cual si la mansión estuviera colmada <strong>de</strong><br />
agujeros <strong>de</strong> gusano por los que atravesar constantemente. Por tanto, los miembros<br />
<strong>de</strong>l Clan <strong>de</strong>l Rito <strong>de</strong> Sangre transitaban tanto el presente como el pasado,<br />
manifestándose según les fuera preciso.<br />
Durante el corto lapso en que Dorothy se mantuvo con vida, tras su letal unión<br />
con el Siniestro, Tituba <strong>de</strong>dicó todo su empeño en hostigar a su antigua señora.<br />
Quien, sometida y <strong>de</strong>spojada <strong>de</strong> casi todo atributo, sufrió lo in<strong>de</strong>scriptible, en una<br />
diaria y constante afrenta por la supervivencia. Sin mencionar que aún <strong>de</strong>bía pagar<br />
su parte por aquel pacto perpetrado en Salem. El momento <strong>de</strong> saldar aquella <strong>de</strong>uda,<br />
había llegado.<br />
De acuerdo a lo estipulado por el Rito, Dorothy pereció <strong>de</strong> modo cruel y salvaje,<br />
<strong>de</strong>gollada por Arthur, con el <strong>de</strong>signio <strong>de</strong> que éste accediese a la prolongación <strong>de</strong> su<br />
propia vida, habitando en un renovado cuerpo terrenal.<br />
El atroz ritual <strong>de</strong>mandaba <strong>de</strong>rramar sangre <strong>de</strong> un <strong>de</strong>scendiente directo y, dado<br />
que Dorothy había sido concebida cuando su madre, Martha, se ofrendó en sacrificio<br />
al mismo Oscuro, ella se constituía no solo en consorte, sino también hija <strong>de</strong>l<br />
Maldito.<br />
Este <strong>de</strong>senlace fue algo que ella nunca llegó siquiera a sospechar. Jamás, ni en<br />
sus más locos <strong>de</strong>satinos, imaginó que el encarnado Señor <strong>de</strong>l Inframundo se<br />
proclamaría un día frente ella como su futuro esposo. Aislándola in<strong>de</strong>fensa y<br />
atrapada entre tinieblas que ahora la incluían.<br />
El incesto al que fuera conminada y la sangre que corría por sus venas, se<br />
instauraron en el medio para que Arthur Greenway asumiera, posteriormente, la<br />
personalidad corpórea <strong>de</strong> Arturo Conrado <strong>de</strong>l Fiore.<br />
La supervivencia <strong>de</strong> Tituba, muy por el contrario, perduraba exenta <strong>de</strong> estas<br />
prácticas sacrificiales, dado el hecho <strong>de</strong> haber nacido como una bruja natural, cuyo<br />
po<strong>de</strong>r implícito le confería, conforme a su linaje, la facultad <strong>de</strong> alcanzar por sí misma<br />
la inmortalidad.<br />
Mas Dorothy no contaba con aquella suerte. A pesar <strong>de</strong> ser hija natural <strong>de</strong>l<br />
propio Infierno hecho carne: Satán, Lucifer, Belcebú, Samael o como quiera que el<br />
ser humano, <strong>de</strong> rodillas ante la propia fe, le ha querido nominar; se había convertido<br />
en bruja, no lo era <strong>de</strong> linaje.<br />
Para ella, aun cuando así lo hubiese <strong>de</strong>seado, la muerte no marcó el final <strong>de</strong> tal
estigma. Una vez regada su sangre, subsistió <strong>de</strong> modo espectral pero cautiva <strong>de</strong>ntro<br />
<strong>de</strong> la casa, perdiendo todo vestigio <strong>de</strong> humanidad y transformándose in<strong>de</strong>clinable<br />
en un <strong>de</strong>monio sediento <strong>de</strong> vida.<br />
Fue esta la razón por la que, llegado el plazo, consintió en el retorno <strong>de</strong> su hijo<br />
Robert a la mansión. Para continuar con el horrendo ciclo <strong>de</strong> la vida surgiendo a<br />
través <strong>de</strong> los velos <strong>de</strong> la muerte, sacrificando aquello que más <strong>de</strong>bería amar,<br />
intercambiando papeles, hasta la llegada <strong>de</strong> un próximo <strong>de</strong>scendiente.<br />
Sin embargo, tampoco a través <strong>de</strong> este innominable crimen Dorothy conquistó<br />
alguna forma <strong>de</strong> reposo. La consecución o producto <strong>de</strong>l Ritual acaeció totalmente<br />
disímil para con ella.<br />
Como un último acto inmisericor<strong>de</strong>, previo a ser liberada por el Amo y emigrar<br />
hacia los bosques, Tituba lanzó un conjuro <strong>de</strong> sujeción, que mantuvo a Dorothy cual<br />
lúcido rehén, conviviendo a diario con los fantasmagóricos <strong>de</strong>spojos <strong>de</strong> un pasado<br />
que la perseguía, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio <strong>de</strong> la que ahora configuraba su propia dinastía.<br />
Décadas <strong>de</strong>spués y luego <strong>de</strong> ser asesinado, quedando así su alma enca<strong>de</strong>nada<br />
a los <strong>de</strong>sventurados procedimientos <strong>de</strong> los que resultara víctima, Robert resistía su<br />
futura conversión. Intrépida osadía, totalmente imprevista por Dorothy.<br />
Simplemente su hijo, enarbolando una férrea voluntad, no concebía la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />
perpetuar aquella horrenda tradición <strong>de</strong> sangre. Negándose a toda posibilidad <strong>de</strong><br />
que su <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia, Richard, pereciera al igual que él por causa <strong>de</strong>l Rito.<br />
Sin embargo, aún restaba dar cuenta <strong>de</strong> las connotaciones <strong>de</strong> aquel secreto que<br />
Tituba revelara oportunamente al Maestro, y que tenía una firme relación con las<br />
consecuencias <strong>de</strong> lo sucedido entre Timothy Graham y ella, la noche <strong>de</strong> la traición.<br />
Tan excepcionales trascendieron las peculiarida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l evento, que el propio<br />
Ritual perdió cierta relevancia <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los planes futuros <strong>de</strong>l Siniestro.<br />
El <strong>de</strong>stino obviamente había conspirado a sus espaldas, propiciando una serie<br />
<strong>de</strong> acontecimientos que no alcanzó a vaticinar. Esto era lo que el Oscuro analizaba,<br />
mientras ensayaba reconstruir los fragmentos <strong>de</strong> aquella historia.<br />
En primer lugar, Dorothy trajo al mundo a Robert, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la simiente <strong>de</strong><br />
Timothy Graham. Y, en su <strong>de</strong>satino, Tituba sedujo al mismo individuo, concibiendo<br />
con él una niña llamada Alice.<br />
Esta pequeña, acerbamente separada <strong>de</strong> su madre al nacer y, cuya i<strong>de</strong>ntidad<br />
residió oculta para el resto, había sido adoptada nada menos que por el Prefecto Jon<br />
Mc Conroy <strong>de</strong> Salem. A quien Arthur conocía como nadie.<br />
En segundo lugar, durante los primeros años <strong>de</strong> su juventud, Alice fue enviada<br />
a la ciudad <strong>de</strong> Londres por los Mc Conroy. Don<strong>de</strong>, no mucho <strong>de</strong>spués y como<br />
previsto por las sombras mismas <strong>de</strong> lo insospechado, contrajo matrimonio con su<br />
medio hermano, Robert Graham. Obviamente, ignorando la relación sanguínea que<br />
los vinculaba.<br />
En tercer lugar y como si esto no fuera suficiente <strong>de</strong>scalabro, <strong>de</strong> esta unión<br />
nace el próximo here<strong>de</strong>ro: Richard. Producto <strong>de</strong>l incesto y <strong>de</strong>scendiente directo <strong>de</strong><br />
Satán.
El muchacho se instituía, <strong>de</strong> este modo, como el Anticristo. Un presente<br />
<strong>de</strong>notadamente peligroso, pero que podría implicar <strong>de</strong>scomunales variantes en las<br />
perspectivas <strong>de</strong>l Oscuro, si lograba doblegar tanto su esencia como su voluntad.<br />
Este secreto se constituyó en la llave que abriera el cerrojo que esclavizaba a<br />
Tituba. Pero también, repercutió en castigo para Dorothy, quien <strong>de</strong>bió pa<strong>de</strong>cer la<br />
tortura <strong>de</strong> la mestiza en forma constante, <strong>de</strong>clamándole estas verda<strong>de</strong>s, mientras<br />
tallaba sobre las puertas dobles <strong>de</strong> su habitación los símbolos <strong>de</strong>l conjuro que la<br />
mantendrían prisionera.<br />
Así fue que eternizadas ambas, una por la sangre y la otra por la magia,<br />
coexistirían enfrentadas a perpetuidad. Sin sospechar, que presas <strong>de</strong> aquella<br />
obstinación revanchista, podrían haber favorecido el surgimiento <strong>de</strong> un arma letal<br />
contra el Culto y contra sí mismas: Timothy Graham.
CAPITULO 15<br />
Cuando el Diablo manda buscarte.<br />
Londres, siglo XVIII<br />
En el porche <strong>de</strong> entrada, Richard no pue<strong>de</strong> ni quiere soltarse <strong>de</strong>l vehemente<br />
abrazo <strong>de</strong> su joven amiga. Cautivo <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>seos, se aferra aún más a ella. Sujeto a<br />
su cintura, la empuja con suavidad <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la casa.<br />
Percatándose <strong>de</strong> cómo Maggie se estremece a causa <strong>de</strong>l frío, le sirve una copa<br />
<strong>de</strong> licor y parte raudo en dirección a las habitaciones, en busca <strong>de</strong> toallas y algunas<br />
mantas para abrigarla. Al regresar, le sorpren<strong>de</strong> encontrarla con la mirada perdida<br />
en el interior <strong>de</strong> la copa ya vacía.<br />
Solícito, la invita ingresar a la recámara <strong>de</strong> su recién fallecida madre, indicando<br />
que allí encontrará ropa seca, la que sin lugar a dudas le quedaría a medida. La<br />
pelirroja es bastante más alta que Alice, pero, aun así, Richard insiste en que estas<br />
serán <strong>de</strong> provecho, en tanto el atuendo hume<strong>de</strong>cido se seca frente a la hoguera que<br />
acaba <strong>de</strong> atizar.<br />
Sentados frente a la misma, con las llamas coloreando sus facciones,<br />
permanecen largo rato en silencio. Richard, con la creciente sensación <strong>de</strong> pertenecer<br />
a ese instante por sobre todas las cosas. Maggie, sin apartar la vista <strong>de</strong>l fuego,<br />
permitiendo así la espectacular visión <strong>de</strong> los <strong>de</strong>stellos multicolores relejándose en<br />
sus ver<strong>de</strong>s ojos, los que él contempla extasiado.<br />
Poco <strong>de</strong>spués, Maggie apoya la cabeza sobre uno <strong>de</strong> los hombros <strong>de</strong>l<br />
muchacho, se acurruca junto a su cuerpo y se queda dormida. Mientras ella <strong>de</strong>scansa<br />
en esta posición, Richard percibe el intenso aroma que <strong>de</strong>spren<strong>de</strong> su cabello<br />
cayéndole por la espalda. Vagas reminiscencias inva<strong>de</strong>n su embriagado<br />
pensamiento.<br />
Despertaron casi al alba, aun abrazados y con la certidumbre <strong>de</strong> que perdurar<br />
así por siempre significaría la concreción <strong>de</strong> sus mayores ansias.<br />
Durante el transcurso <strong>de</strong>l día, Richard, poniendo <strong>de</strong> manifiesto lo mucho que<br />
ha extrañado el compartir tiempo con ella, proce<strong>de</strong> a relatarle todo cuanto ha<br />
<strong>de</strong>scubierto en sus indagaciones respecto <strong>de</strong> su vida y <strong>de</strong> su historia. Maggie siempre<br />
estuvo al tanto y por cierto, muy interesada en tal afán. Le cuenta sobre lo que halló<br />
tanto en el ático como en el cuarto <strong>de</strong> su madre, inclusive sobre el documento que<br />
le fuera entregado por los emisarios la mañana previa. Ella lo escucha con extrema<br />
atención y en absoluto silencio. Apenas si una imperceptible sonrisa se dibuja sobre<br />
el contorno <strong>de</strong> sus labios perfectos.<br />
Sintiéndose cómodo y complacido con su presencia, el joven insiste en que<br />
Maggie se hospe<strong>de</strong> en la casa. Sugiriendo que <strong>de</strong> este modo, ella podría abandonar<br />
su trabajo en la cantina. También se ofrece a cubrir sus necesida<strong>de</strong>s, con el fin <strong>de</strong><br />
prescindir <strong>de</strong>l oprobio que le representa a la muchacha continuar <strong>de</strong>sempeñando tal<br />
labor.
Por supuesto, la actitud <strong>de</strong> Richard es coherente con su educación,<br />
estableciendo estas propuestas con la más digna y respetuosa <strong>de</strong> las intenciones. En<br />
caso <strong>de</strong> consentir, ella se instalará, por el tiempo que consi<strong>de</strong>re necesario, en la<br />
recámara <strong>de</strong> Alice; mientras que él, seguiría ocupando su propio cuarto en el piso<br />
superior.<br />
No obstante, las dudas propias <strong>de</strong> la joven, esa i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> apoyar a Richard<br />
durante un momento tan crítico <strong>de</strong> su vida, parece emocionarla, lo preciso como<br />
para aceptar. Sin mencionar que este acercamiento entre ambos manifiesta ser claro<br />
y muy conveniente.<br />
Así es como, retomando lo que ahora se ha transformado en interés común, él<br />
se dispone a compartir con ella todos y cada uno <strong>de</strong> sus secretos, dándole pleno<br />
acceso al cúmulo <strong>de</strong> documentos, registros y reseñas que se halla investigando.<br />
Una tar<strong>de</strong>, no mucho <strong>de</strong>spués y estando ambos en el ático abocados a sus<br />
activida<strong>de</strong>s, trepada sobre un taburete, ella consigue alcanzar un viejo tomo <strong>de</strong> lomo<br />
dorado, que luce un escudo <strong>de</strong> armas muy similar al encontrado en los antiguos<br />
manuscritos <strong>de</strong> Alfred. Richard no se apercibe <strong>de</strong> ello en el momento, pero cuando<br />
las manos <strong>de</strong> la joven logran asir el codiciado objeto, algo extremadamente inusual<br />
acontece entre aquellas pare<strong>de</strong>s. Todo comienza a sacudirse, cual presa <strong>de</strong> un<br />
movimiento telúrico <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rables proporciones.<br />
El taburete se vuelca, arrojando a la muchacha por el suelo, mientras un<br />
importante óleo <strong>de</strong> Fausto, colgado <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los muros, cae súbitamente al piso,<br />
casi conjuntamente con el cuerpo <strong>de</strong> la joven. Cuando la pintura se <strong>de</strong>sploma <strong>de</strong><br />
bruces, queda al <strong>de</strong>scubierto la parte trasera <strong>de</strong> la misma, don<strong>de</strong> se observa un<br />
manuscrito adherido al reverso <strong>de</strong> la tela. Richard, parado en medio, le da solo un<br />
rápido vistazo y corre en auxilio <strong>de</strong> Maggie, que aferra triunfal, aunque gimiendo <strong>de</strong><br />
dolor, el ostentoso libro.<br />
La luz que penetra <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una pequeña ventana en forma <strong>de</strong> claraboya, permite<br />
que su haz enfoque claramente el sello <strong>de</strong> laca que posee el manuscrito. Con una<br />
vista mucho más aguda que la <strong>de</strong> su compañero, Maggie no tarda en confirmar que<br />
ese escudo <strong>de</strong> armas efectivamente es idéntico al bruñido en el lomo <strong>de</strong> su atesorado<br />
libro. Se arrastra como pue<strong>de</strong>, apoyada en los brazos <strong>de</strong> Richard, lo más próxima a<br />
dicho escrito. Rogándole vaya por un vaso <strong>de</strong> agua, aprovecha su ausencia para<br />
extraer el documento y escon<strong>de</strong>rlo bajo su vestido. Luego lo reemplaza por un papiro<br />
amarillento y muy similar, que reposa sobre el escritorio.<br />
Apenas Richard hubo regresado, le <strong>de</strong>clara que lo más acertado sería compilar<br />
todo lo relevante <strong>de</strong> aquel sitio y trasladarlo a un lugar más iluminado, menos<br />
peligroso y, especialmente, confortable. De todos modos, lo harían en la mañana,<br />
pues hoy ya no <strong>de</strong>seaba continuar con ello.<br />
Esa misma noche, durante el transcurso <strong>de</strong> la cena, Richard se arma <strong>de</strong> valor y<br />
<strong>de</strong>ci<strong>de</strong> finalmente expresar sus sentimientos. Indiscutible, se ha enamorado<br />
perdidamente <strong>de</strong> la joven y, consi<strong>de</strong>rando que esta ejerce una espléndida influencia<br />
sobre él, cree oportuno pedirle matrimonio.<br />
Cuando así lo hace, en ningún momento percibe el brillo enar<strong>de</strong>cido en la<br />
mirada femenina, oportunamente <strong>de</strong>sviada en dirección hacia algún sombrío rincón<br />
<strong>de</strong> la sala. Tampoco el palpitar <strong>de</strong> su garganta, reprimiendo el primer atisbo <strong>de</strong> una
isa contenida.<br />
Cuando ella por fin le mira, él solo pue<strong>de</strong> notar timi<strong>de</strong>z y gracia. Señales<br />
previas a un sí que es preciso y proyectado <strong>de</strong> ante mano. La magia busca su cauce.<br />
Luego <strong>de</strong> aceptar con gesto embelesado, Maggie se abalanza sobre su ahora<br />
prometido y, besándole prolongadamente, <strong>de</strong>spliega para él un excitante y femenino<br />
ritual <strong>de</strong> seducción.<br />
Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la champaña y mientras entrelazan sus cuerpos sedientos <strong>de</strong><br />
pasión inagotable, las sombras a su alre<strong>de</strong>dor danzan festivas y erotizantes. Las<br />
esculturas voltean su faz hacia los amantes, los retratos contemplan sus sensuales<br />
movimientos y formas inescrutables comienzan a ro<strong>de</strong>arles expectantes, satisfechas.<br />
La luna se filtra llena y plateada, atravesando el cristal <strong>de</strong> los ventanales,<br />
revelando sus cuerpos <strong>de</strong>snudos y radiantes tras una primera noche <strong>de</strong> absoluta<br />
entrega, sin sospechar que acaban <strong>de</strong> consolidar lazos con un futuro ineludible.<br />
Al cabo <strong>de</strong> unas pocas horas y, una vez profundamente dormido Richard,<br />
Maggie se <strong>de</strong>sliza con sumo cuidado hacia su dormitorio. Allí, extrae el manuscrito<br />
lacrado para <strong>de</strong>splegarlo ante sus ojos. Se trata <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> páginas sustraídas <strong>de</strong><br />
un registro genealógico. Sobre la superficie <strong>de</strong> las mismas se mol<strong>de</strong>an los nombres<br />
<strong>de</strong> los más recientes antepasados <strong>de</strong> Richard, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la relación sucesoria que<br />
estos tienen entre sí.<br />
Evi<strong>de</strong>ntemente es un fragmento. Da inicio citando a Martha y Dorothy<br />
Swillings, George y Timothy Graham, Arthur Greenway, Alice Mc Conroy, Robert<br />
Graham, incluso Tituba. Hasta llegar a Richard Graham Mc Conroy, don<strong>de</strong> concluye.<br />
Mientras Maggie sostiene el documento, nota cómo, inexplicablemente, junto<br />
al nombre <strong>de</strong> su prometido, comienza a dibujarse con tinta fresca y por invisible<br />
puño, su propio nombre y el <strong>de</strong> alguien más.<br />
Previo a distinguirlo y, en tanto exhibe una amplia sonrisa, siente sobre su<br />
cuello la caricia <strong>de</strong> una mano varonil y firme. Es su Amo, allí presente, en la<br />
penumbra.<br />
Escasos días transcurren antes <strong>de</strong> que la muchacha convenza a Richard <strong>de</strong><br />
empren<strong>de</strong>r un viaje con <strong>de</strong>stino a esa propiedad, la que Arturo Del Fiore había<br />
resuelto obsequiar a su esposa Alice.<br />
Maggie fundamenta su petición en el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> concretar, <strong>de</strong> un modo u otro,<br />
el sueño <strong>de</strong> su difunta suegra. Incluso expone con insistencia, su aspiración <strong>de</strong> que<br />
la boda se realizase en dicha resi<strong>de</strong>ncia.<br />
Richard, por el contrario, se resiste ante aquella i<strong>de</strong>a, argumentando que sus<br />
indagaciones no han culminado y que los <strong>de</strong>vaneos <strong>de</strong> su memoria aún le ocasionan<br />
cierta inestabilidad.<br />
Sin embargo, ella consigue persuadirlo <strong>de</strong> llevar todo su trabajo, con cada uno<br />
<strong>de</strong> sus componentes, a la nueva resi<strong>de</strong>ncia; comprometiéndose a pasar, si es preciso,<br />
la luna <strong>de</strong> miel examinándolo junto a él, mientras lo consiente y apoya por completo.<br />
Aduce que esta casa y su estadía en la nebulosa Londres, ya no les resultarán<br />
idóneas si piensan consolidar una nueva y maravillosa vida en común.
―Demasiados fantasmas, excesivas tristezas mero<strong>de</strong>an este lugar. Debemos<br />
marcharnos y así construir nuestro propio mundo ―señala en forma categórica.<br />
Su notable persistencia alcanza por fin el éxito. Poco <strong>de</strong>spués, disponen<br />
gran<strong>de</strong>s baúles, cargándolos con toda clase <strong>de</strong> papeles, libros y objetos que<br />
<strong>de</strong>spachan en un transporte <strong>de</strong> mudanzas. Ellos abandonan la ciudad una cálida<br />
mañana, a bordo <strong>de</strong> un lujoso vehículo que los trasladará hacia su nuevo hogar.<br />
Un hombre joven, taciturno, <strong>de</strong> cabello rizado y negro, se presenta ante ellos,<br />
ese día. Su chófer para la travesía.<br />
Una vez cómodamente ubicados en el interior <strong>de</strong>l coche, los tres empren<strong>de</strong>n<br />
la marcha en absoluto silencio. A medida que se distancian <strong>de</strong> la ciudad, Richard<br />
comienza a sentirse inquieto, por razones que no acierta discernir. En tanto que<br />
Maggie, indiferente, no aparta la vista <strong>de</strong> la ventanilla a su costado, perseverando<br />
inmersa en tal contemplación, durante todo el tiempo en que él permanece<br />
consciente. Luego, inducido por la monotonía <strong>de</strong>l viaje y el mutismo reinante, el<br />
joven resuelve dormir.<br />
Antes <strong>de</strong> cerrar los párpados, los que aprecia sobremanera pesados, echa un<br />
rápido vistazo hacia el espejo retrovisor en la parte <strong>de</strong>lantera <strong>de</strong>l vehículo y,<br />
espantado, le parece ver plasmada la penetrante mirada <strong>de</strong> un hombre viejo y<br />
jorobado, quien le <strong>de</strong>vuelve el gesto, <strong>de</strong>lineando una rara mueca entre sus labios.<br />
Richard se incorpora <strong>de</strong> modo súbito, fijando nuevamente la vista en aquel reflejo.<br />
Esta vez, solo divisa la faz serena y confiable <strong>de</strong>l chofer que contrataron. Más calmo,<br />
atribuye el hecho a su excitable imaginación y cae profundamente dormido.<br />
Despierta bien entrada la madrugada. El coche ha estacionado junto a una<br />
inmensa y gris casona. Cuando baja <strong>de</strong>l automóvil y se acerca aún más hacia la<br />
entrada, lo sabe.<br />
Esta… esta es «Mi casa».
CAPITULO 16<br />
Macabra reunión.<br />
En la campiña londinense<br />
Inerte, vacuo e impotente, se <strong>de</strong>ja conducir por el viejo camino <strong>de</strong> lajas ro<strong>de</strong>ado<br />
<strong>de</strong> cardos y mala hierba. Con Maggie por <strong>de</strong>lante halando <strong>de</strong> su mano, dirigiéndolo,<br />
ambos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l chofer. Ahora que lo pensaba, daba notorias muestras <strong>de</strong> conocer<br />
a la perfección cada vericueto <strong>de</strong>l sombrío jardín. Inclusive, ha sido él mismo quien<br />
ha abierto el portal con las llaves que extrajera <strong>de</strong> su vestimenta, introduciéndose<br />
primero en el interior <strong>de</strong> la sala e instándoles entrar.<br />
Apenas los jóvenes atraviesan el umbral, los can<strong>de</strong>labros diseminados <strong>de</strong>ntro<br />
se encien<strong>de</strong>n espontánea e inusitadamente. Así pue<strong>de</strong> Richard divisar una pareja<br />
que se <strong>de</strong>sliza cual si flotara, escaleras abajo, presta a recibirles. Maggie sonríe,<br />
<strong>de</strong>splazándose a su izquierda y algo distante <strong>de</strong> él. El singular chofer se ubica<br />
rápidamente al pie <strong>de</strong> la excelsa gra<strong>de</strong>ría, extien<strong>de</strong> gentil su brazo hacia a la dama<br />
que <strong>de</strong>scien<strong>de</strong>, <strong>de</strong> la cual Richard, aún no conseguía distinguir el rostro.<br />
Una vez alcanzados los escalones más bajos, Richard reconoce la estampa <strong>de</strong><br />
Arturo, su padrastro, bajando en compañía <strong>de</strong> quien fuera su madre, Alice.<br />
«¿Acaso no habían perecido en un naufragio?», piensa visiblemente aturdido<br />
En aquel preciso instante, quien se presentara como su conductor, se quita<br />
ceremoniosamente el sombrero y sostiene la mano <strong>de</strong> la mujer, mientras Arturo se<br />
<strong>de</strong>tiene algo más arriba, contemplativo y enigmático. Alice, aferrada <strong>de</strong>l brazo <strong>de</strong>l<br />
chofer, se aproxima hacia Richard.<br />
—Bienvenido, hijo. ¿Aún no reconoces a tu padre? ―dice, abrazándose a la<br />
cintura <strong>de</strong>l sujeto: Robert.<br />
Lentamente, otras siluetas comienzan a emerger <strong>de</strong> entre las sombras<br />
danzarinas, dibujadas sobre los muros <strong>de</strong> la estancia por la luz <strong>de</strong> las velas. Muestran<br />
una actitud amable y natural.<br />
Des<strong>de</strong> el piso superior y hasta alcanzar a Arturo en la parte baja <strong>de</strong> la escalera,<br />
la atemorizante dama <strong>de</strong>l atuendo negro y vos quebrada, que tan singularmente le<br />
había aterrorizado durante su infancia, le contempla serena. Las usualmente oscuras<br />
cuencas que suelen ro<strong>de</strong>ar la vacuidad <strong>de</strong> sus ojos, han <strong>de</strong>saparecido, dando paso a<br />
una mirada penetrante.<br />
Proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l corredor izquierdo, mismo que conduce a la cocina, otra dama<br />
ya mayor, <strong>de</strong> cabello cano y ojos azules, se acerca discretamente, hasta situarse junto<br />
a Maggie. Arriba, en la galería <strong>de</strong>l primer piso, el chirriar <strong>de</strong> una silla <strong>de</strong> ruedas revela<br />
la presencia <strong>de</strong> un hombre maduro y excedido <strong>de</strong> peso asomándose <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />
barandal. Su osco semblante <strong>de</strong>nota disgusto, pero también una gran resignación.<br />
La misteriosa dama <strong>de</strong>l vestido negro continúa su <strong>de</strong>scenso, aproximándose a<br />
Richard. Cuando está lo bastante cerca, este pue<strong>de</strong> distinguir, pendiendo <strong>de</strong> su
cuello, un atípico amuleto tallado en lo que aparenta ser hueso adornado con<br />
incrustaciones <strong>de</strong> pedrería.<br />
Ya frente a él, ella le extien<strong>de</strong> una mano, la que hoy se percibía cálida,<br />
asombrosamente.<br />
—Soy Dorothy, tu abuela ―dice esta. Luego, señalando a la mujer junto a<br />
Maggie, la presenta también—. Ella es tu bisabuela Martha, mi madre.<br />
Más figuras continuaron surgiendo. Estas últimas, sin mostrarse por entero.<br />
Lucen exóticos y escasos atavíos, que <strong>de</strong>jan al <strong>de</strong>scubierto el color ébano <strong>de</strong> su piel.<br />
Alice y Robert se han colocado al lado <strong>de</strong> su hijo, como escoltándolo, sin <strong>de</strong>jar<br />
<strong>de</strong> contemplarse mutua y profundamente.<br />
Concretamente, nadie semeja ser lo que Richard había visto o conocido <strong>de</strong><br />
ellos durante su anterior estadía en la propiedad. Suceso que ahora recuerda con<br />
toda claridad. Incluso, <strong>de</strong>notan el comportamiento típico <strong>de</strong> una familia normal,<br />
reuniéndose <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mucho tiempo.<br />
Aun cuando en realidad, son un cónclave <strong>de</strong> manifestaciones fantasmales,<br />
vinculadas por sanguíneos lazos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una prosapia escalofriante.<br />
Richard escudriña con la mirada el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Maggie, su traicionera Maggie.<br />
A quien ahora reconoce, sin lugar a duda alguna, como el espectro pelirrojo y<br />
misterioso que lo acosara casi un año atrás, en aquella misma casa. Al localizarla, ve<br />
que Martha acaricia el vientre <strong>de</strong> la joven, en tanto ambas cuchichean satisfechas.<br />
Entonces Dorothy, allí erguida justo en medio <strong>de</strong> la sala, toma la palabra,<br />
dirigiéndose a todos los presentes. En especial, a su nieto Richard.<br />
—Aún nos hallamos privados <strong>de</strong> una gran presencia entre nosotros. Alguien<br />
cuya excelsa jerarquía nos es <strong>de</strong> vital importancia <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> esta significativa<br />
asamblea <strong>de</strong> nuestro Clan. La primera entre todos. La mujer original. Quien aún<br />
<strong>de</strong>be renacer y, como lo ha hecho una y otra vez durante milenios, <strong>de</strong> entre los<br />
muertos. Ella <strong>de</strong>berá volver y así tomar posesión <strong>de</strong> lo que es suyo por <strong>de</strong>recho —<br />
dice mirando fijamente a Arturo―. La fémina primigenia en todas las culturas. El<br />
Ángel que acompañó a Lucifer en La Caída: Amonet, Hécate, Lilith o como queráis<br />
llamarla, pues es dueña <strong>de</strong> todos y cada uno <strong>de</strong> esos nombres. Nuestra Señora<br />
Eterna, «La Devoradora <strong>de</strong> Almas». ―Continúa Dorothy―. No bien conozcas en<br />
<strong>de</strong>talle la verda<strong>de</strong>ra historia <strong>de</strong> esta familia, compren<strong>de</strong>rás que aún tras un largo y<br />
extenuante recorrido, repleto <strong>de</strong> sacrificios en pro <strong>de</strong> merecer la Inmortalidad, el<br />
<strong>de</strong>stino nos ha maravillado a través <strong>de</strong> un suceso inesperado y sobrecogedor —Clava<br />
directamente sus ojos en los <strong>de</strong>l joven―. El que indudablemente te <strong>de</strong>jará pasmado,<br />
Richard.<br />
Abuela y nieto sostienen la mirada uno sobre el otro, escrutando más allá <strong>de</strong><br />
lo aparente. En <strong>de</strong>rredor, el mutismo se forja casi tangible.<br />
―Tú, finalmente, has dado cabal cumplimiento con una buena parte <strong>de</strong>l pacto<br />
que te compromete. De ti proviene la simiente que prospera en <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>ntro<br />
<strong>de</strong>l vientre <strong>de</strong> nuestra Maggie. Debido a ello, tus recuerdos retornaron. Del mismo<br />
modo en que lo hiciste tú —dice Arturo, hablando por primera vez—. Sin embargo,<br />
las coyunturas sobre tu origen tomaron un giro insospechado, por lo que tu sangre
aún no será precisa, como es tradición en nuestro Dogma. En apariencia, el<br />
ministerio que te atañe… es otro―. Arthur hace una pausa y se allega intimidante a<br />
Richard, quien permanece estupefacto.<br />
En tanto la tensión entre ambos se hace insostenible, el pórtico principal se<br />
abre <strong>de</strong> par en par. Junto con el intenso aroma a ramas y hojas muertas que proviene<br />
<strong>de</strong>l jardín abandonado, Tituba se abalanza sobre Alice, por completo exaltada y con<br />
el rostro bañado en lágrimas. La estrecha tan fuerte como pue<strong>de</strong>, por segunda vez<br />
en su vida.<br />
―Finalmente hija, finalmente. ―Solloza sobre su hombro.<br />
Arthur continúa avanzando por la sala. Dirigiendo una feroz mirada hacia las<br />
brujas rivales, prosigue con su discurso.<br />
―Dorothy, Tituba. Si no fuera por vuestra persistente rebeldía y el uso<br />
indiscriminado que hicierais <strong>de</strong> aquel «Libre albedrío» que les confiriera<br />
«Padre» ―dice, apuntando burlonamente hacia arriba―, esto no hubiese sido<br />
jamás posible. Ha llegado la hora <strong>de</strong> afrontar las implicaciones <strong>de</strong>rivadas <strong>de</strong> vuestro<br />
accionar, sea cual fuere el resultado. ¿Acaso habéis consi<strong>de</strong>rado la posibilidad <strong>de</strong><br />
que, llegado el caso, tengáis que uniros en veneración ante el fruto <strong>de</strong> tal<br />
encono? ―pregunta posando capciosamente sus ojos sobre los padres <strong>de</strong> Richard,<br />
para luego caminar en círculos ro<strong>de</strong>ando a la pareja.<br />
―Hermanos y unidos en incesto. ¡¿Quién lo diría?! ―proclamó sarcástico―.<br />
Sin siquiera sospecharlo, procrearon a «Aquel» que dicen habrá <strong>de</strong> suce<strong>de</strong>rme. ¿Será<br />
eso posible? —Finaliza con un tono sensiblemente escalofriante.<br />
En ese instante y con un veloz <strong>de</strong>splazamiento, sorpren<strong>de</strong> a Richard,<br />
sujetándolo por los hombros y hablando fuerte, pero directo sobre su oído:<br />
―El Anticristo. La llave que abrirá los cerrojos <strong>de</strong> Infierno, para así reinar sobre<br />
la tierra. Sí, esta tierra, esfera don<strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> tiempos inmemoriales hemos estado<br />
rivalizando por sojuzgar… El Creador… y yo. Más todos los <strong>de</strong>monios, ángeles, brujos<br />
y otras mil divinida<strong>de</strong>s. ¿Ahora llegas tú, investido por mi propia sangre, para<br />
erigirte en here<strong>de</strong>ro, mi sucesor, cuando aún no he logrado quebrantar el maldito y<br />
obsoleto dominio <strong>de</strong> «Mi Padre» sobre estas minúsculas entida<strong>de</strong>s que llamáis<br />
humanos? ¡Yo he estado aquí! ¡Siempre! ¡No Él! ¡Mucho menos tú! Sin embargo, he<br />
persistido <strong>de</strong>ambulando <strong>de</strong> un lado a otro, cautivo perenne <strong>de</strong> un rito que me<br />
permita habitar estos débiles y enfermizos atuendos que <strong>de</strong>finís como «cuerpos».<br />
¡Vaya con lo absurdo! ―Estalla en amarga carcajada—. Solo ambiciono librarme <strong>de</strong><br />
tal fastidio—. Soltándolo abruptamente, hace una breve pausa―. A<strong>de</strong>más, por<br />
supuesto, <strong>de</strong> la irritante presencia <strong>de</strong> ese Padre disoluto que me expulsó hace eones<br />
<strong>de</strong> «Su Reino»—prosigue, señalando nuevamente hacia el techo y con la voz<br />
convertida en trueno.<br />
Richard, estático, resiste en el centro <strong>de</strong> lo que ya semeja un círculo ritual.<br />
Consciente <strong>de</strong> que <strong>de</strong>be hacer algo, reaccionar <strong>de</strong> algún modo ante tal <strong>de</strong>spliegue <strong>de</strong><br />
ira y resentimiento, pues se siente amenazado, enfunda las manos en sus bolsillos y<br />
centra la vista sobre cada uno <strong>de</strong> los integrantes <strong>de</strong> aquella farsa, <strong>de</strong>tenida e<br />
inescrutablemente, buscando con <strong>de</strong>sespero la actitud pertinente a su condición<br />
actual.
Todos guardan silencio, mientras lo ro<strong>de</strong>an, allegándose con la mirada<br />
brillante <strong>de</strong> euforia y anhelos escondidos. Es preciso y urgente ser sagaz <strong>de</strong><br />
pensamiento. El único ser humano entre toda esa horda macilenta proferida por el<br />
Inframundo es él.<br />
Repentinamente, las palabras <strong>de</strong> Arthur o Arturo, el Amo o mismísimo Satán,<br />
tornan, haciendo eco en su memoria: «El Anticristo». Ese es él. Producto final <strong>de</strong><br />
una larga historia <strong>de</strong> muerte, sangre y pecado.<br />
En este fatal minuto, se impone aún más po<strong>de</strong>roso que el Ángel Caído. Y ellos,<br />
craso error <strong>de</strong> hacérselo saber, supuestamente y tan solo supuestamente, no<br />
disponen <strong>de</strong> sobradas probabilida<strong>de</strong>s en su contra. Aun así, <strong>de</strong>be ganar tiempo.<br />
―Uste<strong>de</strong>s prepararon todo esto y como imaginarán, estoy algo sorprendido y<br />
bastante cansado. Necesito meditar —dice repentinamente Richard, haciendo un<br />
gesto con los brazos en dirección al <strong>de</strong>moníaco cenáculo que le ro<strong>de</strong>a.<br />
Continúa ―Es obvio que no voy a escapar a mi <strong>de</strong>stino. Es más, ¿acaso sería posible?<br />
Solo requiero <strong>de</strong> espacio y un sitio don<strong>de</strong> <strong>de</strong>scansar para recuperar fuerzas.<br />
En un gesto acor<strong>de</strong> a su nueva y pre<strong>de</strong>terminada actitud, se dirige a Robert, la<br />
única presencia que sabe relativamente confiable, como si nunca hubiese <strong>de</strong>jado <strong>de</strong><br />
hablarle durante estos veinte años.<br />
―Padre, te ruego me ayu<strong>de</strong>s con las maletas. Y puesto que soy el auténtico<br />
dueño <strong>de</strong> casa, resolví alojarme en la estancia circular <strong>de</strong>l último piso. —<br />
Dirigiéndose al resto, sigue—. A<strong>de</strong>más, quiero hacer una petición especial: Nadie,<br />
absolutamente nadie, <strong>de</strong>be acudir a mí. Seré yo, quien venga ante uste<strong>de</strong>s, cuando<br />
así lo disponga y me encuentre listo.<br />
Arthur le contempla inmutable, todos retroce<strong>de</strong>n <strong>de</strong> modo simultáneo;<br />
dándole así a Richard la certeza <strong>de</strong> que, si obra en control indiviso <strong>de</strong> su proce<strong>de</strong>r,<br />
ante el po<strong>de</strong>r que le inviste y la sangre que porta, pue<strong>de</strong> manipular al homogéneo<br />
grupo bajo su voluntad, aun <strong>de</strong> modo imperfecto.<br />
Sube displicente la magna escalera, siempre <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> Robert, quien carga<br />
parte <strong>de</strong> su equipaje. Antes <strong>de</strong> continuar su ascenso y per<strong>de</strong>rse entre las sombras<br />
que los aguardan más arriba, or<strong>de</strong>na a los nativos, todavía distantes y ocultos por<br />
penumbras, trasladar los baúles con el material <strong>de</strong> sus estudios a la estancia don<strong>de</strong><br />
se instalaría. Vuelve a indicar insistente no ser molestado, <strong>de</strong>jándolo en completa<br />
soledad.<br />
Maggie intenta infructuosamente acompañarle. Frente a un gesto brusco que<br />
Richard hace con la mano, esta se <strong>de</strong>tiene en seco, como si le resultase imposible<br />
caminar.<br />
—¡Tú! Tú ya tienes lo que <strong>de</strong>seabas ―le espeta Richard, aún sorprendido por<br />
el efecto <strong>de</strong> su a<strong>de</strong>mán. ―Llevas un hijo mío en el vientre, considérate afortunada<br />
<strong>de</strong> que por ello no cobre represalias en tu contra. Me has mentido, socavado,<br />
traicionado ¿Qué esperas? —finaliza el joven, <strong>de</strong>sapareciendo por los corredores,<br />
mientras el resto se aglutina concupiscente en la planta baja.<br />
Una vez allí, tras cerrar la puerta <strong>de</strong> acceso al solárium, Richard se queda<br />
apoyado con ambos brazos sobre aquel portal. Solo entonces, <strong>de</strong>ja en libertad la
agitación que lo embarga. Casi no pue<strong>de</strong> respirar y su corazón palpita totalmente<br />
<strong>de</strong>sbocado, al compás <strong>de</strong> sus más perentorios miedos. Pero también es consciente<br />
<strong>de</strong> que, por ahora, y solo por ahora, se halla parcialmente a salvo.
CAPITULO 17<br />
El Anticristo: La dicotomía entre el Ser y el Po<strong>de</strong>r<br />
Devaluado el concepto entre lo esperado y lo que la vida nos pone por <strong>de</strong>lante,<br />
implacable e intransigente, Richard ha <strong>de</strong>scubierto más en estos días <strong>de</strong> lo que ser<br />
alguno concibe <strong>de</strong>velar sobre sí mismo.<br />
En lo más hondo <strong>de</strong> la oscuridad, subyacen innegables las pasiones, los celos,<br />
las represalias. Inclinaciones todas inherentes a los placeres <strong>de</strong>l Infierno. Sin<br />
embargo y curiosamente, existe la probabilidad certera <strong>de</strong> que dicho<br />
comportamiento incline la balanza, finalmente, en favor <strong>de</strong> los plenipotenciarios<br />
planes <strong>de</strong> Dios.<br />
No obstante, el futuro parece <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>r <strong>de</strong> un solo individuo. Un ser todavía<br />
humano, colmado <strong>de</strong> fallas, miedos, zozobras e insegurida<strong>de</strong>s.<br />
Richard, el here<strong>de</strong>ro.<br />
Richard, el Anticristo.<br />
Nunca imaginó, ni en sus sueños más remotos, que investir tal <strong>de</strong>nodado grado<br />
situaría muy por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> sí mismo el sobrestimado po<strong>de</strong>río ejercido hasta la fecha<br />
por el Amo. Indiscutible que este le había minimizado. Con un candor rayano a la<br />
estupi<strong>de</strong>z, le instauró a las puertas <strong>de</strong> un reino que anhelaba poseer. Sin tomar en<br />
cuenta siquiera que la sangre umbría que corría por las venas <strong>de</strong> Richard, le ungían<br />
con po<strong>de</strong>r suficiente como para torcer el curso <strong>de</strong> las expectativas a favor <strong>de</strong>…<br />
¿quién?<br />
Marcadamente, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la casa, el misticismo encerrado en la sangre <strong>de</strong>l<br />
joven libera la exaltación <strong>de</strong> un portentoso dominio. Inclusive, su mente comienza<br />
a <strong>de</strong>senvolverse <strong>de</strong> modo diverso y mucho más organizado.<br />
Mientras continúa afirmado sobre la puerta que da ingreso a su hábitat, el<br />
corazón <strong>de</strong> Richard propen<strong>de</strong> a calmarse, tornándose su respiración más queda y<br />
controlada.<br />
A medida que recorre la estancia elegida, contempla, uno a uno, los baúles con<br />
la documentación recopilada en Londres. Rememorando, mira el portal anexo que<br />
lo condujera hacia la presencia <strong>de</strong> su padre, en su anterior visita a la casa. Recuerda<br />
que, durante aquel encuentro, Robert le había mencionado que se toparía con<br />
revelaciones pertinentes para librarse <strong>de</strong> la maldición y escapar <strong>de</strong>l lugar. Aunque<br />
ahora la situación se expone disímil, sabe que esos son datos dignos <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rar.<br />
Tiempo. Necesita tiempo.<br />
Discretos golpes en la puerta le anuncian que alguien aguarda fuera <strong>de</strong>l<br />
recinto. De inmediato, sabe que se trata <strong>de</strong> Maggie. Abre y, frente a él e idéntica a<br />
una sierva, la hermosa pelirroja sostiene el libro <strong>de</strong> lomo dorado, con un amarillento<br />
manuscrito reposando sobre el mismo.<br />
Viene a su memoria el inci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l ático en Londres, cuando Maggie<br />
escamoteara aquellos documentos, la tar<strong>de</strong> previa al artificioso compromiso entre
ambos. Ahora Richard juzga ese acto como la mayor estupi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su existencia. Ríe<br />
al pensar que aquella noche <strong>de</strong> amor y entrega había sido sincera; cuando en<br />
realidad, se trataba <strong>de</strong> un subterfugio más <strong>de</strong> la muchacha, con el objeto <strong>de</strong><br />
manipularle y así lograr la concepción <strong>de</strong> un próximo <strong>de</strong>scendiente.<br />
Maggie eleva la vista hacia él y le extien<strong>de</strong> lo que trae consigo.<br />
—No digas nada aún Richard, permite que me explique. Es cierto, te he<br />
mentido, manipulado y aprovechado <strong>de</strong> ti. Estas en pleno <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> juzgarme si<br />
así lo <strong>de</strong>seas, pues lo merezco. Pero por la vida y el futuro <strong>de</strong> esta criatura, creo<br />
preciso, más que eso, urgente, <strong>de</strong>pongamos rencores y secretos. ―Hace un breve<br />
gesto con la mano, impidiendo una respuesta que se avecina inminente—. Ya lo sé,<br />
lo sé. ¡Lo sé! Ha sido mi culpa, jamás voy a negarlo. Mas sí puedo asegurarte que<br />
cuando fui por ti a Londres, <strong>de</strong>sconocía en lo absoluto quien eras en realidad; tanto<br />
como tú mismo o como tus padres. Solo cumplía ór<strong>de</strong>nes. Ni siquiera el Amo logró<br />
saberlo antes <strong>de</strong> este tiempo. —Tras un breve silencio, continúa—. Revisa estos<br />
documentos, contienen información que necesitas conocer. Detalles sobre nosotros,<br />
los que estuvieron antes… y los que están prontos a llegar.<br />
Richard no le permite seguir. Tras recoger tanto el libro como aquel escrito,<br />
cierra la puerta contun<strong>de</strong>nte, <strong>de</strong>sestimando por completo la actitud contrita <strong>de</strong> la<br />
muchacha y <strong>de</strong>jándola <strong>de</strong>trás.<br />
Pensativo, se dirige hacia uno <strong>de</strong> los divanes. No tiene nada que <strong>de</strong>cir, ni <strong>de</strong>sea<br />
escuchar más. Despliega el pergamino don<strong>de</strong> se perfilan una serie <strong>de</strong> nombres<br />
enlazados con líneas punteadas, plasmados con exótica caligrafía y una tinta<br />
extraña, semejante a sangre.<br />
Suspira, arrellanándose sobre su asiento y <strong>de</strong>cidido a sumergirse nuevamente<br />
en el inextricable laberinto que ro<strong>de</strong>a su existencia.<br />
Reconoce la mayoría. Todos miembros <strong>de</strong> su oscura familia; al pie, el suyo<br />
propio junto al <strong>de</strong> Maggie, <strong>de</strong> la que no consta el apellido. Indicando como fruto <strong>de</strong><br />
tal unión, otro femenino, escrito al parecer recientemente: «Amonet», entre<br />
paréntesis, «Lilith».<br />
Haciendo un repaso mnémico <strong>de</strong> sus pasadas incursiones por las estanterías<br />
<strong>de</strong> libros ocultos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las bibliotecas londinenses, llega a la conclusión <strong>de</strong> que<br />
esos eran solo algunos <strong>de</strong> los nombres atribuidos a una sola mujer. Otro Ángel Caído<br />
junto a Luzbel, <strong>de</strong>scribiéndola como su «amante inmortal» o «compañera».<br />
Está seguro haber leído en alguna parte que, según los egiptólogos,<br />
remontándose al período faraónico <strong>de</strong> Amón Ra, Amonet era consi<strong>de</strong>rada como su<br />
maléfica consorte mística, <strong>de</strong>nominándola también, «La Eterna». También que, en<br />
la cultura griega, existía una analogía con respecto a la misteriosa fémina, pero en<br />
este caso se la conocía como «Hécate». Así continúa la lista, muy extensa e<br />
inquietante, <strong>de</strong>bido a las múltiples coinci<strong>de</strong>ncias que resultan <strong>de</strong> la comparación.<br />
Richard empieza a cavilar:<br />
«Dios creó a la primera mujer, no <strong>de</strong> la costilla <strong>de</strong> un hombre, como lo<br />
fue Eva y, por tanto, mortal; sino tan divina como un Ángel, a quien llamó<br />
Lilith, y con el <strong>de</strong>signio <strong>de</strong> convertirse en la primera esposa <strong>de</strong> Adán. Sin<br />
embargo, no mucho <strong>de</strong>spués, Lilith le abandonó para unirse a otro <strong>de</strong> los hijos
angélicos <strong>de</strong>l Creador: el Arcángel Samael, Luzbel, Lucifer o como quiera que<br />
el hombre <strong>de</strong> rodillas ante su fe, haya querido <strong>de</strong>signarle. Traducido su nombre<br />
significaría «Estrella más brillante» y gozaba <strong>de</strong> la amorosa predilección <strong>de</strong> su<br />
Padre. Infortunadamente, en algún punto incierto <strong>de</strong> su historia éste se rebeló<br />
provocando así que Dios le <strong>de</strong>sterrara <strong>de</strong> los cielos, con<strong>de</strong>nándolo a gobernar<br />
el Inframundo en castigo por su osado menosprecio hacia la humanidad. Lilith,<br />
cayó con él.<br />
Se cuenta que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, imposibilitados ambos <strong>de</strong> habitar la tierra<br />
como inmortales que eran, se vieron obligados a poseer el cuerpo terrenal <strong>de</strong><br />
las personas, a fin <strong>de</strong> caminar entre ellas sobre un mundo que les había sido<br />
negado. Pero tal existencia se limitaba al período <strong>de</strong> tiempo que subsiste un<br />
ser humano, lo que para ellos resultaba ser muy poco. Soliviantados por tal<br />
situación buscaron el modo <strong>de</strong> perdurar durante milenios, mediante<br />
innumerables sectas, dogmas o cultos y a través <strong>de</strong> sangrientos rituales<br />
<strong>de</strong>stinados a proveerles nuevos «recipientes». Anhelando, por sobre todas las<br />
cosas, librarse <strong>de</strong> aquella punición y reinar sobre este plano en franca<br />
contienda con el Hacedor.<br />
Sin embargo y, por la consabida intervención divina, estos fueron<br />
in<strong>de</strong>clinablemente separados, una y otra vez en cualquier lapso <strong>de</strong> la historia<br />
universal. Llevaban eones luchando por concretar los objetivos que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />
principio <strong>de</strong> los tiempos, habían perseguido.<br />
Lucifer y Lilith… Amonet y Amón Ra… Arthur y...<br />
―¡Dios, que así no sea! ―masculla Richard, <strong>de</strong>vastado.<br />
Comienza a dilucidar el trascen<strong>de</strong>ntal riesgo ante el que se halla expuesto. No<br />
solo él, sino también aquellos con quienes se relaciona.<br />
―Maggie… ―musita, apenas para sí.<br />
Todas sus reflexiones le conducen a una única y clarificada conjetura.<br />
Precisamente sería él quien traería nuevamente al mundo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su propia simiente,<br />
a La Eterna, consorte <strong>de</strong>l Diablo en persona.<br />
―Maggie la carga en su seno… ―vuelve a murmurar.<br />
Explorando el grueso volumen revestido en oro, Richard se apercibe que el<br />
mismo <strong>de</strong>scribe la genealogía completa <strong>de</strong> todos los integrantes <strong>de</strong>l Clan y Rito <strong>de</strong><br />
Sangre, remontándose mucho más allá, hasta el inicio mismo <strong>de</strong> la Creación.<br />
Las páginas arrancadas solo citan a los últimos <strong>de</strong>scendientes, aquellos que con<br />
su accionar, inconsciente e irreversible, propiciaron óptimas condiciones para el<br />
nacimiento <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los seres más temidos por la humanidad: él mismo.<br />
Retornando al escrutinio <strong>de</strong> aquellas páginas, un nombre, allí trazado, llama<br />
notoriamente su atención: Timothy Graham.<br />
Tim se instaura como un personaje distintivo en la maraña incestuosa y<br />
<strong>de</strong>scabellada que conforma esta familia. En más <strong>de</strong> una oportunidad y siempre a<br />
causa <strong>de</strong> insólitas circunstancias, ha <strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong> la historia. A pesar <strong>de</strong> ello,<br />
constituye el códice preciso en lo referente a la filiación <strong>de</strong> Richard. Al yacer tanto
con Dorothy como con Tituba, acabó por engendrar a los medio hermanos<br />
<strong>de</strong>stinados a erigirse en progenitores <strong>de</strong>l Anticristo.<br />
De no haber sido por él, tal inesperado acontecimiento no se habría<br />
consumado. Es más, consta, según anotaciones al margen (las que probablemente<br />
eran <strong>de</strong> tío Alfred), que este era el verda<strong>de</strong>ro y único hijo <strong>de</strong> George Graham, a quien<br />
Richard i<strong>de</strong>ntifica como el hombre postrado en silla <strong>de</strong> ruedas, que en la mañana le<br />
observara renuente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la balaustrada en el segundo piso.<br />
Si se ciñe a la verdad, el misterioso Tim vendría a ser, nada menos, que su<br />
abuelo, tanto materno como paterno. ¡Rayos!<br />
Exhausto y, con ese último pensamiento mero<strong>de</strong>ando su cabeza, Richard ce<strong>de</strong><br />
ante la somnolencia que ya conquista cada espacio en su atribulada mente. Pronto<br />
queda dormido, empero su cerebro permanece activo, proyectando conexiones,<br />
<strong>de</strong>scifrando misterios: buscando respuestas.<br />
Despierta al llegar el alba, pero su pertinaz cerebro cuenta ahora con una<br />
mayor cantidad <strong>de</strong> información <strong>de</strong> la que había recabado antes <strong>de</strong> dormir. Uno <strong>de</strong><br />
los datos en los que no profundizó la noche previa, en cuanto a su parentesco con<br />
Timothy Graham, había sido que la bruja Tituba al ser también su abuela y,<br />
<strong>de</strong>scendiendo <strong>de</strong> una tribu don<strong>de</strong> las dotes mágicas son hereditarias, establecía<br />
vínculos sanguíneos entre él y los brujos originales. Lo que le lleva a la inevitable<br />
conclusión <strong>de</strong> que dicha circunstancia le confiere atributos propios e intrínsecos<br />
para acce<strong>de</strong>r a la Inmortalidad en <strong>de</strong>smedro <strong>de</strong> la práctica <strong>de</strong> cualquier ceremonia o<br />
ritual.<br />
Muy, muy interesante. Cada paso que avanza en el contexto <strong>de</strong> sus<br />
especulaciones, lo encumbra un escalón por encima <strong>de</strong> cualquier amenaza que este<br />
Clan propenda esgrimir en su contra. Una progenie indubitablemente infausta, pero<br />
que lo dota con prodigiosas faculta<strong>de</strong>s que usufructuar, <strong>de</strong> ser preciso. Y, quizá muy<br />
pronto se viera en situación <strong>de</strong> hacerlo.<br />
Asimilado esto, aparta la i<strong>de</strong>a y se concentra en los sonidos que provienen <strong>de</strong><br />
la casa. Percibe el murmullo <strong>de</strong> voces <strong>de</strong>sconocidas, anónimas, dialogando en los<br />
pisos inferiores. ¿Acaso habrán arribado nuevos acólitos a la mansión? Tendrá que<br />
averiguarlo.<br />
Abre la puerta <strong>de</strong> su estancia y <strong>de</strong>scien<strong>de</strong> hacia la planta baja. Ciertamente,<br />
más <strong>de</strong> una persona se ha sumado a esta congregación en<strong>de</strong>moniada. Al verlo <strong>de</strong> pie<br />
en la cima <strong>de</strong> la escalera, todos guardan silencio, bajando la vista recelosos, como si<br />
no supieran que esperar <strong>de</strong> su presencia.<br />
En verdad, nadie lo sabe. Mucho menos él.<br />
Echando un vistazo al grupo, Richard <strong>de</strong>duce con rapi<strong>de</strong>z que uno <strong>de</strong> ellos<br />
podría tratarse <strong>de</strong>l Prefecto McConroy, <strong>de</strong> Salem. Quien también figura en el libro<br />
genealógico, don<strong>de</strong> se le <strong>de</strong>scribe como un brujo <strong>de</strong> linaje que, en su momento, fuera<br />
apadrinado por la última personalidad corpórea que Lilith habitó hasta finales <strong>de</strong>l<br />
siglo pasado. Incluso, ambos compartían idéntica ascen<strong>de</strong>ncia. Curiosamente, años<br />
<strong>de</strong>spués, John McConroy se convierte en el padre adoptivo <strong>de</strong> Alice, a quien criara<br />
como propia.
Enfrascado en ello y aun parado allí en lo alto <strong>de</strong> la gra<strong>de</strong>ría, Richard ni siquiera<br />
tiene i<strong>de</strong>a sobre el modo en que enfrentaría un nuevo día en la Casona. Opta,<br />
entonces, por asumir una conducta inasequible, exacerbando a través <strong>de</strong> ella, la<br />
percepción <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más en cuanto a la magnificencia que le inviste inexpugnable.<br />
Ya en la planta baja, nota que Arthur no se halla presente. Mientras toma el<br />
<strong>de</strong>sayuno que Martha le ha servido en el comedor, consigue mantener su<br />
abstracción e hilar sucesos y vicisitu<strong>de</strong>s sin ser interrumpido.<br />
Su mayor diatriba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la noche anterior, <strong>de</strong>riva <strong>de</strong> una circunstancia<br />
particular que le atañe, específicamente, a la renombrada Amonet. Si esta requiere<br />
<strong>de</strong> un recipiente humano para volver <strong>de</strong> entre los muertos, ¿será cierto todo aquello<br />
que rezan los antiguos textos? En caso <strong>de</strong> ser así, ¿es y, como sospecha, que el <strong>de</strong>stino<br />
<strong>de</strong> su hija con Maggie, sea convertirse en contenedor <strong>de</strong> aquel espíritu maligno? Ya<br />
no hay dudas <strong>de</strong> que se trata <strong>de</strong> una niña, aun cuando solo han transcurrido pocas<br />
semanas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su concepción. Pero… ¡Cielos! ¡Es espantoso! ¿Por qué ella?<br />
A<strong>de</strong>más, Richard conoce la premisa <strong>de</strong> que para renacer es preciso que el<br />
recipiente tenga una conexión sanguínea con el espectro. ¿Cuál es esta? ¿Se trata <strong>de</strong><br />
Posesión o Reencarnación? Richard se siente repentinamente <strong>de</strong>scompuesto.<br />
Mientras, las dudas perseveran hostigándole el pensamiento.<br />
Por otro lado, ¿cuál es el origen <strong>de</strong> Maggie? De ella solo pue<strong>de</strong> dar fe sobre su<br />
aparición <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la Mansión para asesinar a Robert y, veinte años más tar<strong>de</strong>,<br />
acosarlo a él mismo. Obviamente, se trata <strong>de</strong> una discípula sobresaliente y valorada<br />
por el Amo, puesto que también la envió tras él a Londres, siendo escogida como la<br />
fuente para concebir su tan esperada <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia. Pero, ¿dón<strong>de</strong> inicia la relación<br />
<strong>de</strong> la pelirroja con el Clan? Debe averiguarlo.<br />
La ausencia <strong>de</strong> Arthur en la cabecera opuesta <strong>de</strong> la mesa, le sugiere a Richard<br />
una temeraria i<strong>de</strong>a, gestándose apenas. Es entonces cuando una voz misteriosa le<br />
susurra, casi imperceptible, al oído:<br />
―Casi puedo oír tus pensamientos y, si en realidad avanzas por el camino que<br />
ahora mismo especulas, habrás hecho también tu última elección, quedándote sin<br />
chances. Dentro <strong>de</strong> ti fluye una oscura y po<strong>de</strong>rosa sangre. Tu potestad podría ser<br />
ilimitada, más tu humanidad aún prevalece, con las alternativas que ello implica. Si<br />
no te contienes y llevas a cabo lo que concibes, con<strong>de</strong>narás tu alma a un <strong>de</strong>rrotero<br />
sin retorno. Será entonces y solo entonces, cuando en efecto sobrevendrás coronado<br />
como El Anticristo y, el hasta hoy benévolo curso <strong>de</strong> tu existencia, cambiará<br />
<strong>de</strong>finitivamente.<br />
Richard voltea, intentando ver el rostro <strong>de</strong> quien le habla, pero solo divisa una<br />
figura masculina alejándose con agilidad. Salta <strong>de</strong> la silla y corre <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la silueta,<br />
que se <strong>de</strong>svanece por entre las múltiples habitaciones sombrías, a pesar <strong>de</strong>l día.<br />
Sorpresivamente, tropieza con Tituba. Esta le coloca las manos sobre el pecho<br />
aspirando <strong>de</strong>tenerle<br />
―Calma Richard. No hay nada que yo no sepa y todo puedo verlo – le dice con<br />
suavidad.<br />
Él la contempla con extrañeza. No atina compren<strong>de</strong>r sus palabras
Ella extrae <strong>de</strong> entre sus ropas el mismo colgante que en el pasado le transfiriera<br />
a Dorothy, colocándoselo impasible. En tanto hace rodar el dije entre sus <strong>de</strong>dos<br />
mirándolo extasiada, le dice:<br />
—Despertará en ti, los dones <strong>de</strong> nuestra sangre en común Richard, pero <strong>de</strong>bes<br />
mantenerlo oculto. Un día, no muy lejano, te urgirá hacer uso <strong>de</strong> la magia que<br />
encierra para salvar tu vida…o la <strong>de</strong> alguien más. ―advierte Tituba y, dándole la<br />
espalda pronta a disiparse entre la nada ―: Entre nosotros subsiste oculto alguien<br />
más, alguien que se manifestará ante ti cuando más lo necesites. Solo en él pue<strong>de</strong>s<br />
confiar pues es quien tiene las respuestas. El único ser que en verdad amé y ya está<br />
aquí, no lo olvi<strong>de</strong>s. —culmina, <strong>de</strong>sapareciendo <strong>de</strong> improviso.<br />
Sus palabras reverberan en la mente <strong>de</strong> Richard, aun cuando no acierta a<br />
interpretarlas. ¿Estará Tituba refiriéndose a Timothy Graham? No lo sabe.<br />
Tras disimular el amuleto bajo la camisa que lleva puesta y, al contacto con su<br />
piel, súbitamente su percepción sensorial se agudiza. Consigue ver y oír mucho más<br />
allá <strong>de</strong> lo normal, incluso presentir. Aun cuando estas son faculta<strong>de</strong>s que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> niño<br />
apreció poseer, nunca en tan <strong>de</strong>stacable forma.<br />
Bajo el influjo <strong>de</strong> tal exaltación, avizora que Maggie se aproxima velozmente<br />
hacia él. Pue<strong>de</strong> escuchar el rápido palpitar <strong>de</strong> la criatura <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l vientre materno<br />
y advertir el temor que anega el corazón <strong>de</strong> la joven.<br />
Esta vez y sin saber porque, la espera ansiosa. Cuando la tiene enfrente,<br />
siguiendo un impulso innato, la abraza.
CAPITULO 18<br />
Revelaciones: El Principio <strong>de</strong> la Contienda<br />
La Mansión en la campiña, siglo XVIII<br />
En ese momento, el gesto es perentorio, inevitable, impulsado quizá por la<br />
memoria <strong>de</strong> aquel fuerte sentimiento que la joven le <strong>de</strong>spertara en Londres, o quizá<br />
también se trata <strong>de</strong> una reacción inconsciente ante su aislamiento como ente<br />
humano en conflicto.<br />
Maggie le había ofrendado, la noche anterior, algo similar a una muestra <strong>de</strong><br />
paz y lealtad. Ni su propia madre tuvo, para con él, gesto semejante. Des<strong>de</strong> que<br />
apareció en su vida, ya sea como un en<strong>de</strong>moniado fantasma, o como la mujer que<br />
tuvo en brazos, siempre ha sido Maggie, al dormir, al respirar, al <strong>de</strong>spertar.<br />
―¿Quién eres en verdad? —le increpa Richard súbitamente, sujetándola por<br />
los hombros―. ¡¿Por qué?! ¡Solo dime porqué, maldita sea!<br />
La joven baja la cabeza y guarda silencio unos segundos.<br />
—Ahora no, Richard, te lo suplico, aún no puedo hablar <strong>de</strong> eso. Concé<strong>de</strong>me el<br />
beneficio <strong>de</strong> la duda y créeme, no seré yo quien provoque daño alguno contra ti o<br />
nuestra hija. Si no me quieres a tu lado, lo acepto; es más, lo comprendo. No soy una<br />
mujer como cualquier otra, maté a tu padre y te mentí, merezco tu <strong>de</strong>sprecio. Pero<br />
las cosas cambiaron <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces y hoy existe una vida que salvar y proteger. Lo<br />
sabes. Únicamente tú pue<strong>de</strong>s logarlo.<br />
Maggie hace una breve pausa y le contempla angustiada, antes <strong>de</strong> seguir.<br />
―La niña fue concebida con otro fin, al menos eso es lo que se me dijo. Sabía<br />
que <strong>de</strong>bía llevar tu sangre, pero no las razones por las cuales también la mía. Ahora<br />
lo sé y tú lo averiguarás muy pronto. ¡Debes mantente firme mientras todo acontece!<br />
Decidas lo que <strong>de</strong>cidas, yo siempre estaré allí para ti. —Soltándose <strong>de</strong> Richard, sale<br />
corriendo por don<strong>de</strong> vino, disolviéndose, como últimamente hacen todos.<br />
Atónito y cabizbajo, Richard regresa al amparo <strong>de</strong> su espacio personal.<br />
Sintiéndose otra vez confuso, <strong>de</strong>solado. Transcurren horas, quién sabe cuántas. No<br />
obstante, persiste en sus análisis y especulaciones. Una cantidad enorme <strong>de</strong><br />
información le atiborra el pensamiento.<br />
Descubre que John McConroy arribó a Essex siendo niño, camuflado entre los<br />
tripulantes <strong>de</strong> un barco, propiedad <strong>de</strong> una enigmática Con<strong>de</strong>sa. Misma que lo<br />
protegía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el momento en que quedara huérfano, tras una violenta masacre<br />
contra gente <strong>de</strong> su misma condición.<br />
Se esperaba que John llegara a convertirse, con el paso <strong>de</strong> los años, en un<br />
po<strong>de</strong>roso brujo, puesto que provenía <strong>de</strong> extenso y aristocrático linaje, consi<strong>de</strong>rado<br />
muy superior al <strong>de</strong> las Ancianas en Essex. Aun así, esta Con<strong>de</strong>sa <strong>de</strong>cidió que<br />
ocultarlo en esas tierras constituiría una buena estratagema, pues nadie podría<br />
sospechar que el joven se hallase encubierto entre el <strong>de</strong>nigrado Aquelarre <strong>de</strong>l
pantano, pasando así inadvertido ante sus cazadores.<br />
McConroy vivió, creció y contrajo matrimonio en Salem. Poco a poco,<br />
comenzó a escalar posiciones estratégicas en la comuna, posicionándose como uno<br />
<strong>de</strong> los lí<strong>de</strong>res <strong>de</strong> la congregación puritana y alcanzando el cargo <strong>de</strong> Prefecto. Por<br />
en<strong>de</strong>, un asiento en el Concejo. Como otro dato <strong>de</strong> interés, es preciso <strong>de</strong>stacar que<br />
los McConroy criaron no una, sino a dos hijas, cuyos respectivos nombres fueron<br />
borrados <strong>de</strong>l libro genealógico.<br />
A Richard le consta que Alice era una <strong>de</strong> ellas, a quien John y su esposa<br />
registraron como propia. Sin embargo, <strong>de</strong> la otra no se enuncian mayores<br />
indicaciones, excepto el hecho <strong>de</strong> que había llegado a sus vidas también proce<strong>de</strong>nte<br />
<strong>de</strong> otra semilla.<br />
Con respecto a la Con<strong>de</strong>sa, todo es impreciso. Teóricamente, por aquel<br />
entonces, esta había sido el recipiente mortal <strong>de</strong> Lilith. Richard solo pue<strong>de</strong> bosquejar<br />
una no muy sustentable historia sobre dicho personaje, más allá <strong>de</strong> que durante las<br />
pocas ocasiones en que visitó Salem, sostuvo una serie <strong>de</strong> enfrentamientos con<br />
prepon<strong>de</strong>rantes personajes <strong>de</strong>l lugar; incluso uno muy particular, con Dorothy, <strong>de</strong>l<br />
cual tampoco se <strong>de</strong>tallan razones.<br />
No obstante, fuera cual fuere la causa, el hecho en sí provocó una vehemente<br />
hostilidad entre ambas mujeres y <strong>de</strong>vengó en represalia <strong>de</strong> la Con<strong>de</strong>sa contra La<br />
Elegida. Durante el mismo lapso <strong>de</strong> aquella confrontación, acontece una <strong>de</strong> las<br />
frecuentes e inexplicables <strong>de</strong>sapariciones <strong>de</strong> Timothy; atribuyéndosele a la<br />
aristócrata la responsabilidad directa sobre aquel hecho. Luego, el rastro <strong>de</strong> la noble<br />
y enigmática mujer se diluye en el tiempo.<br />
Con respecto a la inmortalidad <strong>de</strong> Amonet, Richard logra atar ciertos cabos<br />
sueltos que le indican que su cuerpo, el primero y original, yace oculto en algún<br />
lugar secreto. Más su espíritu, requiere poseer nuevos recipientes por cada ciclo vital<br />
entre nosotros. Estos <strong>de</strong>ben ser previamente ofrecidos en sacrificio por sus<br />
progenitores. Es también menester que los mismos porten en sus venas sangre <strong>de</strong>l<br />
propio linaje <strong>de</strong> la dama.<br />
En cada «renacimiento», ella retoma su lucha, perseverando en reencontrarse,<br />
para reinar en la tierra con su amado. La mención <strong>de</strong> este consorte hace que Richard<br />
piense en Arthur, sin duda alguna.<br />
El que ambos finalmente consiguieran reunirse, precisamente en esta<br />
oportunidad, les conce<strong>de</strong>ría a través <strong>de</strong> algún tipo <strong>de</strong> «consagración», la libertad <strong>de</strong><br />
prescindir <strong>de</strong>l Ritual <strong>de</strong> Sangre; el cual servía al Amo como medio para caminar<br />
temporalmente entre los vivos. En el caso <strong>de</strong> Amonet, la ventaja era similar ya que<br />
implicaba quedar exenta <strong>de</strong> utilizar recipientes humanos para albergar su espíritu.<br />
Richard se esfuerza en <strong>de</strong>ducir “porqué” su hija nonata había sido pre<strong>de</strong>stinada<br />
como el próximo contenedor <strong>de</strong> Amonet.<br />
Recuerda las palabras <strong>de</strong> Maggie, esa tar<strong>de</strong>, diciéndole que la criatura<br />
«<strong>de</strong>bía» llevar su sangre, por lo que el joven concluye que ella pertenece al linaje <strong>de</strong><br />
Lilith, Amonet, o como quiera que se llame. Por tanto, el enigma sobre su origen le<br />
resulta aún más que perentorio <strong>de</strong>velar.<br />
Algo le indica a Richard que está a punto <strong>de</strong> conseguirlo. Es consciente <strong>de</strong> que
John McConroy proviene <strong>de</strong> tal prosapia; sin embargo, ninguna <strong>de</strong> sus dos hijas era<br />
biológica. Alice, por cierto, que no y la otra, siendo también adoptiva, tampoco<br />
encaja <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los parámetros.<br />
Indudablemente, en toda esta historia existe una secuencia conectora siempre<br />
presente, aunque todavía ambigua.<br />
Un viejo diario íntimo, propiedad <strong>de</strong> Dorothy Graham y que Richard había<br />
encontrado en la habitación contigua, narra ciertos pormenores sobre un<br />
<strong>de</strong>scorazonador suceso por el que su abuela atravesara. Allí dice que, estando ya<br />
casada con George Graham, ella y Timothy resolvieron huir juntos, con rumbo<br />
<strong>de</strong>sconocido. Circunstancialmente, la Con<strong>de</strong>sa se hallaba en la ciudad y dada la<br />
extrema situación respecto <strong>de</strong> la cacería <strong>de</strong> brujas que acontecía por entonces, el<br />
barco <strong>de</strong> la aristócrata era el único que obtuvo permiso <strong>de</strong> anclar en puerto. Por lo<br />
cual, para salir <strong>de</strong>l Condado, a los amantes les fue preciso disfrazar su apariencia y,<br />
a través <strong>de</strong> este artilugio, contratar un viaje a bordo <strong>de</strong>l mismo. Así concertado,<br />
acordaron reunirse la noche antes <strong>de</strong> que este zarpara. Sin embargo y extrañamente,<br />
Tim nunca se presentó a la cita en los muelles.<br />
Al parecer esto acaeció poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la involuntaria traición <strong>de</strong>l muchacho<br />
con la esclava mestiza y, casi inmediatamente, a los violentos y trágicos avatares que<br />
fueron consecuencia <strong>de</strong> ello.<br />
Richard <strong>de</strong>termina, mientras acaricia el colgante que Tituba le obsequiara, que<br />
aquella había sido la oportunidad en que Tim fuera secuestrado por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> la<br />
Con<strong>de</strong>sa, en un acto <strong>de</strong> retorcida revancha contra Dorothy. La que, al quedar varada<br />
en puerto, <strong>de</strong>sahuciada y con el alma partida en dos, vivificó su antiguo rencor para<br />
con su amante, culpándolo <strong>de</strong> nuevo por su <strong>de</strong>sdicha.<br />
Madurando todo esto, Richard admite que una consi<strong>de</strong>rable porción <strong>de</strong><br />
respuestas, para todas las incógnitas <strong>de</strong>venidas durante el paso <strong>de</strong> los siglos, yacen<br />
en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l siniestro Amo. Mas y como ya se ha establecido, ambos se convirtieron,<br />
<strong>de</strong> algún modo, en antagonistas tras el dominio. Debido a lo cual le es preciso y<br />
menester, indagar más en cada misterio oculto e inserto en la trama, sin ayuda<br />
alguna.<br />
Sacudiendo la cabeza, alza la vista y la fija en la cúpula. De esta se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>n<br />
ver<strong>de</strong>s los <strong>de</strong>stellos <strong>de</strong> la luna, recordándole los ojos <strong>de</strong> Maggie. Siente imperiosa la<br />
necesidad <strong>de</strong> tenerla cerca.<br />
Una <strong>de</strong> las puertas que forman el semicírculo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la sala, se abre<br />
lentamente y, traspasándola, un individuo ingresa, presentándose ante él. Viste un<br />
largo atuendo con capucha, que no permite divisar porte ni facciones.<br />
Por completo sorprendido y con una indignación creciente, Richard intenta<br />
<strong>de</strong>tenerle, enarbolando un gesto análogo al que utilizara con Maggie el día previo.<br />
Simultáneamente, a su brazo alzado en dirección al extraño el flujo <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r se<br />
le congela, cristalizándose en el aire mucho antes <strong>de</strong> alcanzar al sujeto, estrellándose<br />
contra una especie <strong>de</strong> aura que le envuelve por entero.<br />
¡Vaya! Se acaba <strong>de</strong> topar con alguien muy especial. Quizá tanto como él.<br />
El <strong>de</strong>sconocido continúa avanzando. A pesar <strong>de</strong> su conducta irrebatible, nada
le <strong>de</strong>nota como un ser temerario. Muy calmo pero <strong>de</strong>cidido, toma asiento y, girando<br />
hacia Richard la cabeza, comienza a hablarle. Su voz se oye con la ca<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> un<br />
murmullo, sereno y suave.<br />
―Buscas respuestas, joven Richard, ¿verdad? ―pregunta―. Pero dime antes,<br />
¿para qué las necesitas? ¿Deseas, quizá, librarte <strong>de</strong> tu con<strong>de</strong>na?, ¿<strong>de</strong> todo lo que hoy<br />
sabes que eres capaz? ¿O te consumen las dudas, respecto <strong>de</strong>l camino que en algún<br />
momento habrás <strong>de</strong> tomar?<br />
Tras un breve silencio, prosigue.<br />
―Ese y no otro, es el interrogante capital. El que, para ti, <strong>de</strong>be primar ante<br />
todos, señalándote el sen<strong>de</strong>ro correcto. Si <strong>de</strong>sconoces lo que en realidad preten<strong>de</strong>s,<br />
tus auténticos anhelos, las revelaciones que aquí obtengas no tendrán ningún<br />
significado para ti ―dice, señalando los manuscritos dispersos por el suelo—. Ahora<br />
que si, por el contrario, escoges <strong>de</strong>slindarte <strong>de</strong> tu sino, te diré que aquello que<br />
precisas saber, tampoco ha sido escrito. Todo esto… es un inútil. —Hace una pausa<br />
sugerente, mientras continúa mirando el cúmulo <strong>de</strong> textos. ―La verdad subyace en<br />
otro sitio, o quizá en el mismo, pero visto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una óptica diferente. Todo lo que<br />
hasta hoy has <strong>de</strong>scubierto, solo te confiere un conocimiento fragmentario y tenue,<br />
sobre la oscuridad palpitando en tu interior. Esas, tus lóbregas raíces, mismas que<br />
in<strong>de</strong>fectiblemente podrías sentirte tentado a perpetuar, resi<strong>de</strong>n allí —dice, en tanto<br />
señala el corazón <strong>de</strong> Richard. Se pone <strong>de</strong> pie y avanza hacia el joven ―Si <strong>de</strong>seas ser<br />
honesto y hacer lo a<strong>de</strong>cuado, <strong>de</strong>bes oír lo que tu corazón está gritando, el dictamen<br />
<strong>de</strong> tu instinto, <strong>de</strong> tu esencia. Yo puedo ayudarte, también guiarte; pues ese es mi<br />
<strong>de</strong>stino y mi <strong>de</strong>stino es todo lo que soy. He venido aquí, con la <strong>de</strong>terminación<br />
absoluta <strong>de</strong> acabar con todo esto, <strong>de</strong> una vez y para siempre. Y lo haré contigo… o a<br />
pesar <strong>de</strong> ti.<br />
― ¿Quién eres? ―acaba por preguntar Richard consternado.<br />
—Lo sabrás cuando estés listo. De momento, basta con que me consi<strong>de</strong>res un<br />
partícipe obligado <strong>de</strong> los hechos. En mí se <strong>de</strong>posita el conocimiento que, como<br />
arma, es imprescindible si aspiramos dar término a esta infamia. Pue<strong>de</strong> que, tanto<br />
tú como yo, hayamos sido solo víctimas <strong>de</strong>l proce<strong>de</strong>r y las elucubraciones <strong>de</strong><br />
terceros, tanto en el pasado como en el presente. Pero es <strong>de</strong> nosotros, y solo <strong>de</strong><br />
nosotros, la responsabilidad <strong>de</strong> que tales circunstancias puedan ser distintas <strong>de</strong> hoy<br />
en a<strong>de</strong>lante.<br />
Repentinamente, se escucha la voz <strong>de</strong> Maggie <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el otro lado <strong>de</strong> la puerta.<br />
El extraño apunta hacia allí con la mano.<br />
—Incluso a ella y a vuestra hija podrías salvar. Tenlo muy presente, porque <strong>de</strong><br />
ti <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>. ―Luego se marcha por don<strong>de</strong> vino.<br />
Anonadado, Richard abre la puerta. Maggie se precipita <strong>de</strong>ntro, totalmente<br />
fuera <strong>de</strong> control y, aferrándose <strong>de</strong> su brazo, exhorta:<br />
— ¡No lo permitas, Richard! ¡Te lo suplico! El Amo regresó con <strong>de</strong>lirantes i<strong>de</strong>as<br />
y las más aciagas intenciones. Creo... No, estoy segura, que finalmente resolvió<br />
aniquilarnos si osamos enfrentarle.<br />
Richard, procurando infundirle serenidad, la conduce hacia un diván. Ella
continúa, <strong>de</strong>sesperada.<br />
—Es <strong>de</strong>finitivo, Él ha comenzado a temer la fuerza <strong>de</strong> tu voluntad. Percibe en<br />
ti un verda<strong>de</strong>ro riesgo para sus propósitos. Uno que no está dispuesto a correr.<br />
Todos, absolutamente todos nosotros, fuimos para Él solo peones <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su<br />
elaborado juego. Hoy le restan dos opciones válidas para alcanzar el éxito. —Hace<br />
una pausa, tendiendo a resignarse. Prosigue triste. ―O bien se reúne con Amonet,<br />
luego <strong>de</strong>l nacimiento, tras lo cual, tanto tú como yo, seremos sacrificados; o te<br />
fusionas a él, jurándole fi<strong>de</strong>lidad. En este último caso y, he aquí lo <strong>de</strong>mencial <strong>de</strong> todo<br />
esto, prevé incluso traicionar a La Eterna, eliminándola, para <strong>de</strong>spués unirse a la<br />
mujer que anhela <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace tiempo. Alguien por quien ya la <strong>de</strong>spreciara una vez,<br />
en Salem, cuando Lilith habitaba el cuerpo <strong>de</strong> la Con<strong>de</strong>sa. ―Maggie mira a Richard<br />
con cierto recelo, dado el impacto que sus palabras puedan causarle.<br />
―¡¿De quién hablas, Mag?! ¿Por quién Arthur apostaría una carta tan<br />
azarosa? ―interroga impaciente, Richard.<br />
―Se trata <strong>de</strong> Dorothy, tu abuela ―respon<strong>de</strong> por fin ella, extenuada y recelosa.<br />
Al pobre Richard le parece en extremo discordante e irracional. Está<br />
convencido que la ausencia <strong>de</strong> Arthur esta mañana, implica algún fúnebre objetivo,<br />
pero la verborragia precipitada, imprecisa y vehemente <strong>de</strong> Maggie no le permite<br />
establecer una i<strong>de</strong>a racional al respecto.<br />
―¿Qué dices, mujer? ¡Cálmate! —or<strong>de</strong>na el joven, posando su mano sobre el<br />
rostro <strong>de</strong> Maggie. Tras lo cual y, bajo sobrenatural sortilegio, esta se hun<strong>de</strong> en un<br />
súbito trance hipnótico.<br />
Richard, con toda <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, proce<strong>de</strong> a recostarla sobre el diván. En tanto<br />
acaricia la frente <strong>de</strong> la joven, aguarda paciente a que recobre la calma. Poniendo a<br />
prueba sus faculta<strong>de</strong>s psíquicas se aboca a ello y, en minutos, consigue franquear los<br />
velos en la mente <strong>de</strong> Maggie. Develando así, lo que tanto aterrorizó a la muchacha,<br />
más allá <strong>de</strong> todo cuanto le narrara.<br />
Entonces, lo ve con claridad. Unas sucesiones <strong>de</strong> imágenes escalofriantes<br />
penetran su propio pensamiento. Sumergiéndose en ellas, experimenta una visión<br />
futurista, en la cual Arthur, teniéndolo a él mismo como víctima, le corta el cuello<br />
con una daga, <strong>de</strong>rramando su sangre para bañarse con ella. Inmediatamente, este<br />
comienza a transformarse diabólico y horrendo, en un ente sin forma humana, <strong>de</strong><br />
enormes proporciones y que <strong>de</strong>stila centellas <strong>de</strong> fuego por los ojos. Totalmente<br />
espantado y <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la misma visión, Richard distingue a Maggie, inmovilizada<br />
contra un grotesco tótem y siendo también sacrificada, esta vez… por Dorothy.<br />
Es espeluznante vislumbrar un ceremonial tan pavoroso y salvaje. Dorothy<br />
apuñala el vientre <strong>de</strong> Maggie, una y otra vez, inmisericor<strong>de</strong>. La sangre vertida por la<br />
joven guarda simétrico <strong>de</strong>stino que la suya y, pronto, se ve cubriendo el cuerpo <strong>de</strong><br />
su abuela, como la <strong>de</strong>l pérfido engendro en que se ha transmutado Arthur.<br />
El estado <strong>de</strong> trance se interrumpe abrupto, cuando Richard oye pasos<br />
aproximándose a la estancia don<strong>de</strong> ambos se encuentran.<br />
Resulta impresionante el modo en que sus sentidos se agudizan con el<br />
transcurso <strong>de</strong> los días. Concentrándose, ensaya visualizar aún más allá <strong>de</strong>l portal <strong>de</strong>
entrada. Lo consigue. Del otro lado John McConroy se <strong>de</strong>splaza con sigilo, cual si no<br />
quisiera ser <strong>de</strong>scubierto.<br />
Richard abriga a Maggie con una manta, cierra, una a una, todas las cortinas,<br />
oscureciendo por completo el lugar. Se dirige a la puerta y abre, mucho antes <strong>de</strong> que<br />
el visitante llegue a tocar. Rápidamente, le toma <strong>de</strong>l brazo y lo arrastra al interior,<br />
clausurando la entrada con doble vuelta <strong>de</strong> cerrojo.<br />
Todo va <strong>de</strong>senmarañándose en su cerebro. Advirtiendo la angustiosa<br />
preocupación con la que John, mortificado, contempla a Maggie, no le quedan<br />
dudas. Esa joven que yace obnubilada por el trance, indiscutiblemente, es su otra<br />
hija, la mayor. Aquella cuyo nombre se halla <strong>de</strong>sdibujado en los registros <strong>de</strong>l libro<br />
familiar.<br />
Ambos se mi<strong>de</strong>n, observándose <strong>de</strong> modo profundo y lacerante. Un gesto<br />
atormentado se bosqueja en el ceño <strong>de</strong>l antiguo Prefecto.<br />
―Tienes que saberlo, Richard, y voy a <strong>de</strong>círtelo —anuncia McConroy<br />
cabizbajo y sin preludio alguno―. Maggie se halla presa <strong>de</strong> un pánico <strong>de</strong>vastador y,<br />
es justamente por ella, que resolví hacer frente a todo esto y acudir a ti, <strong>de</strong> una vez<br />
por todas, pase lo que pase. Exclusivamente por ella. No importa lo que concibas<br />
sobre nosotros. Déjalo <strong>de</strong> lado y ampárala, te lo ruego.<br />
—Es tu hija, ¿verdad? ―interroga Richard, con un velado gesto satisfecho,<br />
ante una confirmación que la era obvia.<br />
John asiente con la cabeza, como si con ello quitara <strong>de</strong> sobre su espalda un<br />
fabuloso peso.<br />
—Relájate John, para mí está claro. Sé, positivamente que tanto Alice como<br />
Maggie, no son tus hijas en realidad. Y, en lo que respecta a mi madre, he <strong>de</strong>scubierto<br />
casi todo lo que hay que saber. Sin embargo, Maggie… ―Richard titubea― tengo la<br />
certeza <strong>de</strong> que cumple un significativo papel en los entresijos <strong>de</strong> esta confabulación<br />
macabra. ―Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> contemplarla, se sienta junto a la joven. ―Por otro lado, y<br />
sin temor a equivocarme, asumo que lleva la misma sangre <strong>de</strong>… ―no alcanza a<br />
terminar la frase.<br />
― ¡No la menciones! —le interrumpe John―. ¡Tan solo pronunciar su nombre<br />
equivaldría invocarla! Y te aseguro, Richard, que eso no es en lo absoluto<br />
conveniente. Para ninguno <strong>de</strong> nosotros. Peor aún, para mi Maggie —amonesta John<br />
con la mano en alto.<br />
De inmediato, ase a Richard por el brazo y lo hala hacia una <strong>de</strong> las puertas <strong>de</strong>l<br />
semicírculo, abriéndola. Ambos ingresan en la habitación contigua. Una vez <strong>de</strong>ntro<br />
y más sereno, John prosigue.<br />
―Escúchame, Richard: Nuestra Maggie, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> ser una <strong>de</strong> mis amadas<br />
hijas <strong>de</strong>l corazón, es también una po<strong>de</strong>rosa bruja <strong>de</strong> linaje ancestral. Ella me fue<br />
confiada por alguien a quien todos <strong>de</strong>beríamos temer. Alguien con el po<strong>de</strong>r<br />
suficiente como para conquistar cuanto <strong>de</strong>see en el mundo y más allá <strong>de</strong><br />
él. ―Observa a Richard agitado y, revolviéndose, continúa―. Yo intenté, por todos<br />
los medios a mi alcance, preservarla ajena al conocimiento <strong>de</strong> su origen y lo que ello<br />
implicaba. Luché por apartarla <strong>de</strong> las malignas sombras que navegan en su torrente
vital. Aun así, mi éxito fue parcial, prolongándose hasta el maldito día en que su<br />
verda<strong>de</strong>ra madre regresó por ella. Des<strong>de</strong> entonces, ha vivido en perenne contienda<br />
entre el bien y el mal. ―John guarda silencio, como extraviado en viejos<br />
recuerdos―. Para mi infortunio, luego <strong>de</strong> aquel nefasto encuentro con su realidad,<br />
Maggie se vio seducida por las ilimitadas ventajas <strong>de</strong> su don, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> eficazmente<br />
manipulada para separarse <strong>de</strong> nosotros. Renegando <strong>de</strong> la Fe que se le inculcara.<br />
― ¿Y su madre es…? ―pregunta sutilmente y cediendo espacio a la respuesta<br />
<strong>de</strong> John.<br />
―Maggie huyó <strong>de</strong> casa el mismo día en que la Con<strong>de</strong>sa partiera<br />
<strong>de</strong>finitivamente <strong>de</strong> Salem, secuestrando también a Timothy Graham. De seguro,<br />
bajo la influencia <strong>de</strong> algún po<strong>de</strong>roso hechizo que les forzó abandonar a quienes<br />
realmente amaban —dice John.<br />
—Entiendo, John. Me está usted hablando <strong>de</strong> la Con<strong>de</strong>sa Dumont —vuelve a<br />
interrumpirle Richard.<br />
―Sí ―musita, débilmente, John, antes <strong>de</strong> enunciar una última y templada<br />
frase―. Hubo un momento en que albergué cierta esperanza, cuando Maggie se<br />
comprometió en matrimonio <strong>de</strong>l todo enamorada; entonces llegué a pensar que eso<br />
pondría fin a su inestabilidad emocional. Pero no sucedió así. La tragedia se hizo<br />
presente la misma noche <strong>de</strong> la boda y su esposo fue horrendamente asesinado. No<br />
me caben dudas <strong>de</strong> que su propia madre, la Con<strong>de</strong>sa, envió por la cabeza <strong>de</strong> mi<br />
yerno. Todo con el objetivo concreto <strong>de</strong> quebrarla y, <strong>de</strong> este modo, arrebatármela<br />
por siempre. —El ex prefecto comienza a llorar amargamente.<br />
Ahora, inexpugnable, todo cobra rigurosa transparencia para Richard. Maggie<br />
es hija <strong>de</strong> la Con<strong>de</strong>sa. Carga su misma sangre, por tanto, también la <strong>de</strong> Amonet.<br />
Razón inequívoca por la cual ha sido <strong>de</strong>stinada a concebir el próximo recipiente <strong>de</strong><br />
la infame. Sin embargo, hay algo que no alcanza a compren<strong>de</strong>r. ¿Por qué la joven se<br />
había <strong>de</strong>jado sugestionar <strong>de</strong> modo tan categórico por el Amo?<br />
—Intuyo lo que piensas —dice John <strong>de</strong> improviso―. Cuando una bruja<br />
original <strong>de</strong>sconoce su condición y atraviesa un período traumático, sus po<strong>de</strong>res se<br />
<strong>de</strong>satan sin control y Maggie… Maggie perdió su primer amor <strong>de</strong> forma trágica y bajo<br />
luctuosas consignas. Era fácil prever su reacción ante el <strong>de</strong>sastre. Sus po<strong>de</strong>res se<br />
activaron arrolladores, irreprimibles; doblegando su voluntad. Pero eso no terminó<br />
allí, inmersa en tan intolerable dolor, planamente enceguecida, asesinó a mi esposa,<br />
<strong>de</strong>struyó nuestro hogar, <strong>de</strong>jándome incluso malherido y huyó con la Con<strong>de</strong>sa sin<br />
que yo pudiera impedirlo. Luego <strong>de</strong> ello, perdí todo contacto con ella, confiriéndole<br />
involuntariamente a su progenitora, libertad <strong>de</strong> instruirla por el camino <strong>de</strong> la<br />
oscuridad. Y, Amonet, es una <strong>de</strong>idad que no dudaría un solo instante en sacrificar a<br />
sus propios hijos, en pro <strong>de</strong> su veneración por Lucifer. No tuvo reparo alguno en<br />
permitir que Él tomara a Maggie bajo su tutela, iniciándola en esta con<strong>de</strong>nada<br />
práctica <strong>de</strong>l Rito <strong>de</strong> Sangre y valiéndose ambos <strong>de</strong> las dotes <strong>de</strong> mi niña para el propio<br />
beneficio <strong>de</strong>l Maldito. —John suspira agobiado―. El resto ya lo sabes, y tú lo has<br />
pa<strong>de</strong>cido como nadie, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Maggie, perdida y posesa, se cruzó en la vida <strong>de</strong> tu<br />
padre a fin <strong>de</strong> asesinarle, hace 20 años.<br />
John baja la mirada, contrito, antes <strong>de</strong> seguir<br />
—No obstante, y presta mucha atención Richard, las circunstancias son
diversas ahora. Los sentimientos y la conducta <strong>de</strong> Maggie cambiaron radicalmente<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se reunió contigo en Londres. Quizá <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el día mismo en que te conoció<br />
aquí en la casona. ―Mira al joven directamente a los ojos―. Creo, Richard… No,<br />
estoy seguro <strong>de</strong> que mi hija ha vuelto a enamorarse. Esta vez, <strong>de</strong> ti. —Richard le<br />
observa con atención—. Pero he aquí el dilema que aprisiona su alma, ahora, su<br />
mayor temor es que por tal causa, el Amo tome represalias y la con<strong>de</strong>ne al sacrificio.<br />
O lo que es peor aún, la <strong>de</strong>stierre al Purgatorio, separándola <strong>de</strong> ti y <strong>de</strong> vuestra hija.<br />
― ¡Ya basta! ―exhorta vigoroso e intempestivo, Richard―. ¡Ha sido<br />
suficiente! ¡Yo no soy un monstruo! ¡No soy como Arthur! ¡Nada <strong>de</strong> lo que especulan<br />
sobre mi es cierto! A partir <strong>de</strong>l instante en que enlazamos nuestros sinos, aun<br />
cuando inicialmente fuera a través <strong>de</strong> clan<strong>de</strong>stinas pretensiones, ella se a<strong>de</strong>ntró en<br />
mi sangre, en mi vida, convirtiéndose en mi absoluta responsabilidad. Pero, por<br />
sobre todas las cosas, el fruto que lleva en el vientre, me pertenece solo a mí. ¡Jamás<br />
a nadie más! Nada cambiará eso. Y ningún ser sobre esta tierra podrá quitármelas.<br />
Hallaré la forma <strong>de</strong> protegerlas. —enfatiza, contun<strong>de</strong>nte, el here<strong>de</strong>ro―. Sin<br />
embargo, hay una condición que te involucra John—agrega, casi <strong>de</strong> inmediato―.<br />
Tú. A partir <strong>de</strong> hoy, también me perteneces. Serás mis ojos y oídos entre esos acólitos<br />
infernales y nadie <strong>de</strong>be siquiera sospecharlo ―sentencia―. Haga lo que haga, no<br />
discutirás, menos te opondrás y, sin dudarlo, me seguirás sin preguntas ni<br />
reconcomios.<br />
Richard finaliza su alocución, sosteniendo fija la mirada en McConroy. Este<br />
inclina nuevamente la cabeza y extien<strong>de</strong> los brazos en cruz.<br />
―¡Oh Richard! ¡Conoces mi respuesta! Sabes que me tienes y que pue<strong>de</strong>s<br />
contar conmigo—respon<strong>de</strong> John―. Sin embargo, hay algo más que necesitas saber.<br />
Existe uno entre nosotros, con el po<strong>de</strong>r, sabiduría y <strong>de</strong>terminación precisa, para<br />
ayudarte a dar término con esta perversa estirpe. Cuando llegue a ti, <strong>de</strong>bes<br />
escucharlo —continúa John, mientras refuerza sus palabras con tono fuerte y<br />
claro―. En poco tiempo, y esto lo sabemos muy bien los antiguos miembros, los<br />
planetas se habrán conjugado una vez más, como cada 500 años, en estado óptimo<br />
para llevar a cabo «La Consagración». —Ante esta mención, Richard le mira<br />
sorprendido―. Actualmente, coexistís <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un mismo plano Arthur y tú. Pero<br />
a partir <strong>de</strong> ese suceso si<strong>de</strong>ral, solo uno perdurará a través <strong>de</strong> la aniquilación <strong>de</strong>l otro.<br />
De ahora en más, precisas escoger muy bien tus seguidores, y estar presto a toda<br />
eventualidad. A<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>bes tener en cuenta que careces en lo absoluto, <strong>de</strong>l<br />
privilegio <strong>de</strong> la confianza en favor <strong>de</strong> nadie. Mucho menos, en ti mismo ―dice,<br />
<strong>de</strong>volviéndole con fiereza la mirada.<br />
Tal amonestación no pasa inadvertida para Richard, causándole algo <strong>de</strong><br />
zozobra. Luego <strong>de</strong> un reflexivo momento, hace un gesto <strong>de</strong>spidiendo a John, quien<br />
se escabulle por un pasadizo oculto <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> aquella misma habitación.<br />
Maggie gime <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el diván y Richard se apresura a contenerla. Corriendo a su<br />
lado, se ubica <strong>de</strong>lante cuando esta abre sus ver<strong>de</strong>s ojos. La toma firme <strong>de</strong> la mano y,<br />
posando el índice sobre esos labios perfectos, le anuncia con ternura lo que ha<br />
resuelto.<br />
—Tú y yo nos casaremos. Serás mi esposa y permanecerás aquí, bajo mi<br />
resguardo hasta el alumbramiento. Solo te pido lealtad por encima <strong>de</strong> toda duda, y<br />
fortaleza. No pue<strong>de</strong>s rendirte ante el temor. Confía en mí para que yo pueda hacerlo
en ti. Ya no más encuentros con el Amo, se acabaron los enigmas y, ante nada,<br />
escucharás como única verdad lo que yo y solo yo, tenga para <strong>de</strong>cirte. —Richard le<br />
acaricia el cabello, mientras <strong>de</strong>rriba los muros que los mantuvieron separados,<br />
amándola e ignorando cómo <strong>de</strong>mostrárselo.<br />
Una lágrima rueda, surcando la pálida mejilla <strong>de</strong> Maggie, mientras asiente<br />
agra<strong>de</strong>cida, aun cuando el miedo resiste en abandonarle. Se besan larga y<br />
apasionadamente, ceñidos por la intensidad <strong>de</strong> un sentimiento real y verda<strong>de</strong>ro, que<br />
por fin se abre paso en medio <strong>de</strong> tanta intriga y <strong>de</strong>sencuentro.<br />
Enca<strong>de</strong>nados por la magia <strong>de</strong> una pasión auténtica, se ofrecen uno al otro sin<br />
medidas ni tapujos. Imperiosamente. Desnudos, entrelazados, palpitantes, permiten<br />
a sus labios danzar, recorriendo el cuerpo hume<strong>de</strong>cido <strong>de</strong>l otro, centímetro a<br />
centímetro, en cada movimiento. Gotas <strong>de</strong> sudor caen sobre el pecho firme <strong>de</strong><br />
Maggie, mientras extien<strong>de</strong> hacia atrás el níveo cuello y el éxtasis, hecho gemido, le<br />
ahoga la garganta. Nunca ha sido más intenso el placer <strong>de</strong> ambos que en aquella<br />
entrega.<br />
Agitados y satisfechos, permanecen enlazados durante largos momentos,<br />
enredados uno en el otro, ansiando no volver a separarse. Deslizando una vez más<br />
los <strong>de</strong>dos por sobre el cuerpo <strong>de</strong> la joven, Richard se incorpora lentamente,<br />
contemplando su belleza.<br />
―Te amo. Lo sabes —dicen ambos al unísono.<br />
Sonríen. Casi una primera vez para los dos. Todo lo <strong>de</strong>más había quedado<br />
atrás.<br />
—Ahora duerme. Hablaremos <strong>de</strong>spués —susurra Richard con dulzura.<br />
Maggie se acurruca sobre su vientre y continúa allí, tumbada sobre la alfombra,<br />
don<strong>de</strong> alcanzaran el clímax <strong>de</strong> su pasional reconciliación.<br />
Sin haberlo notado ninguno, una silueta permaneció oculta tras los cortinados.<br />
Cuando Richard, ya vestido, finalmente abandona la sala, Tituba sale <strong>de</strong> su<br />
escondite, pasa muy <strong>de</strong>spacio junto a Maggie, y roza con suavidad la roja cabellera.<br />
Evaporándose luego, en la <strong>de</strong>nsa bruma color ver<strong>de</strong> que caracteriza su presencia<br />
sobrenatural.<br />
Abajo, en una especie <strong>de</strong> cónclave, Arthur, Dorothy, Martha, Robert y Alice, se<br />
hallan reunidos en la sala <strong>de</strong> estar, asidos por las manos y musitando invocaciones<br />
<strong>de</strong> modo inaudible para oídos humanos.<br />
Una figura casi invisible, <strong>de</strong> pie junto a la siempre imperturbable presencia <strong>de</strong><br />
George, en el piso superior, les vigila atentamente. Muy pronto son dos y con la<br />
llegada <strong>de</strong> Tituba, tres. Estos, <strong>de</strong> igual modo, se toman <strong>de</strong> las manos, dando inicio a<br />
sus propias impetraciones, también ininteligibles. Escasos minutos <strong>de</strong>spués, Richard<br />
se les une, completando el círculo ritual y encabezándolo.<br />
Ambos grupos semejan coexistir en planos diferentes, aunque paralelos.<br />
Ninguno se asimila consciente <strong>de</strong> la presencia <strong>de</strong>l otro. Sus voces comienzan a<br />
elevarse, articulando lenguas muertas.<br />
Lentamente, Dorothy se yergue en toda su estampa y dirige sus pasos hacia la
escalera, como percibiéndolos. Entonces, Maggie aparece <strong>de</strong> improviso y,<br />
<strong>de</strong>scendiendo las escaleras, la enfrenta en silencio. Sus miradas se equiparan<br />
<strong>de</strong>safiantes, mientras lanzan centellas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las órbitas.<br />
Súbitamente, todos y cada uno <strong>de</strong> los cristales en las ventanas, estallan en mil<br />
pedazos, presas <strong>de</strong> una implosión sin prece<strong>de</strong>ntes.<br />
Des<strong>de</strong> las grietas que surcan las oscuras pare<strong>de</strong>s, cual si hubiese estado<br />
aguardando contenida durante siglos, comienza a fluir toda la sangre <strong>de</strong>rramada<br />
entre esos muros, a manos <strong>de</strong> aquellos seres infernales. Los can<strong>de</strong>labros se apagan,<br />
víctimas <strong>de</strong>l viento que penetra incontenible. Los objetos comienzan a volar,<br />
violentamente arrojados <strong>de</strong> un lado a otro por fuerzas <strong>de</strong>sconocidas.<br />
Una columna <strong>de</strong> nativos africanos emerge amenazante <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las sombras,<br />
hasta el preciso instante en que la primera y disimulada figura en el primer piso,<br />
extrae <strong>de</strong> su túnica una daga con el mango tallado en hueso humano y, blandiéndola<br />
sobre su cabeza, permite que la hoja resplan<strong>de</strong>ciente reciba el impacto <strong>de</strong> una<br />
<strong>de</strong>scarga eléctrica.<br />
Todo se <strong>de</strong>tiene, incluso el tiempo. Las siluetas retroce<strong>de</strong>n simultáneamente<br />
y, el grupo que acompaña a Richard, se <strong>de</strong>svanece, <strong>de</strong>jando aturdidos a sus<br />
oponentes <strong>de</strong> la planta baja.<br />
La contienda ha dado inicio.
CAPITULO 19<br />
La confrontación<br />
Inmediatamente al sobrenatural suceso <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nado en los pisos inferiores,<br />
quienes habían optado por respaldar a Richard se materializaron <strong>de</strong> modo<br />
espontáneo, en el interior <strong>de</strong> la sala circular.<br />
El misterioso encapuchado <strong>de</strong> la daga, quien tuviera tan prepon<strong>de</strong>rante<br />
participación en el caso, se quita la capa que le mantiene oculto, <strong>de</strong>jando a la vista<br />
su verda<strong>de</strong>ra i<strong>de</strong>ntidad.<br />
Un Timothy Graham, envejecido por el sufrimiento y las rudas circunstancias<br />
que le tocaron vivir, se revela ante ellos. Aparenta tener la misma edad que al<br />
<strong>de</strong>saparecer, mas su porte se halla notablemente signado por el agobio, esbozando<br />
un duro e inescrutable semblante.<br />
Toma asiento sobre un diván cercano al lugar don<strong>de</strong> se encuentra George, su<br />
padre, quien también ha aparecido allí, oteando el bosque a través <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los<br />
gran<strong>de</strong>s ventanales. Mirándose a los ojos, esgrimen un gesto mudo pero compasivo<br />
para con el otro y, precipitándose en un repentino abrazo, ponen fin a todos aquellos<br />
años <strong>de</strong> heridas mutuamente infligidas. Separaciones, resentimientos, olvidos y<br />
afrentas quedan atrás.<br />
Tituba permanece inmóvil, en un rincón distante <strong>de</strong> la estancia, observando<br />
silenciosa, como si temiera ser rechazada por los <strong>de</strong>más.<br />
Maggie se acuesta sobre los cojines dispersos en la alfombra, sumergiéndose<br />
en sus pensamientos, rememorando el momento vivido con el hombre que ama,<br />
mientras se acaricia el vientre. Razón <strong>de</strong> muchos avatares, peligros e interrogantes<br />
presentes y veni<strong>de</strong>ros.<br />
John se ubica próximo a ella, solícito a confortarla. Richard sigue <strong>de</strong> pie frente<br />
a la puerta <strong>de</strong> entrada, con la mirada fija sobre la placa <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, pero avizorando<br />
aún más allá, como a la espera <strong>de</strong> algo o alguien más.<br />
Inevitablemente, los ojos <strong>de</strong>l joven se inundan <strong>de</strong> lágrimas que nadie llega a<br />
ver. Una ausencia se le ha hecho carne, junto al recóndito <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> ver aparecer<br />
aquello que echa en falta. Sin siquiera mencionarlo, encierra al díscolo muchacho<br />
<strong>de</strong> cabello alborotado que un día fuera, muy <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sí.<br />
Lucen fatigados todos. Se mi<strong>de</strong>n unos a otros durante algunos minutos y, sin<br />
pronunciar palabra, se a<strong>de</strong>ntran en lo más hondo <strong>de</strong> la propia oscuridad, buscando<br />
una calma que hoy, como nunca, les es precisa. Requieren renovar sus fuerzas, ahora<br />
que el Clan se ha dividido total e irreversiblemente, en dos, confrontándose.<br />
Sin duda, padre e hijo tendrían mucho <strong>de</strong> qué hablar, mas no es esta noche el<br />
mejor momento. Cada uno repasa, una y otra vez, su intervención personal<br />
intrínseca a este nudo existencial, con <strong>de</strong>stinos férreamente entrelazados.<br />
Con toda certeza, es ese el mancomunado y último pensamiento que mero<strong>de</strong>a<br />
sus mentes, antes <strong>de</strong> abstraerse en el letargo; cada cual, navegando en su plano<br />
interno, sopesando armas, ritos, conjuros, todo cuanto fuera pertinente usar frente<br />
a la contienda que se avecina. De cara ante sus dudas, resisten miedos,<br />
<strong>de</strong>smembrando incertidumbres.<br />
Tim no cierra los ojos hasta mucho <strong>de</strong>spués que el resto. Nadie tiene una justa<br />
i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> lo acaecido en su vida. Sin embargo, él no conseguiría olvidarlo nunca, jamás.
Durante años y, tras librarse <strong>de</strong>l secuestro <strong>de</strong> la Con<strong>de</strong>sa, Timothy se había<br />
refugiado entre los indios chamanes pertenecientes a la misma tribu <strong>de</strong> la que Tituba<br />
era nativa. Estos le hallaron <strong>de</strong>sorientado y malherido, vagando entre los bosques<br />
lindantes a Salem. Piadosamente resuelven protegerlo, manteniéndolo escondido<br />
hasta que alcanzara su completa recuperación. Había sido tanto y tan grave lo que<br />
pa<strong>de</strong>ciera, que dicho proceso tardó años en concretarse.<br />
Los indígenas, mejor que nadie, comprendían la <strong>de</strong>soladora situación <strong>de</strong>l<br />
joven, ya que, como él, fueron víctimas recurrentes e in<strong>de</strong>fensas <strong>de</strong> la intolerancia<br />
<strong>de</strong>spótica e irracional, usualmente, ejercida por el hombre blanco; especialmente en<br />
lo que atañe al fanatismo religioso <strong>de</strong> la Congregación Puritana.<br />
Fue el propio padre <strong>de</strong> Tituba, cacique <strong>de</strong> ese pueblo, quien tomó personal<br />
interés en el rebel<strong>de</strong>. Asimilando que éste se hallaba cautivo <strong>de</strong>l odio y el<br />
resentimiento para con su propia gente, <strong>de</strong>cidió iniciarlo en la práctica <strong>de</strong> artes<br />
mágicas, intrínsecamente naturales en aquella casta <strong>de</strong> ascen<strong>de</strong>ncia Akánica.<br />
La meta <strong>de</strong>l anciano chamán nunca fue subjetiva; es más, durante un tiempo<br />
se negó a instruirlo en ellas. Pero, avizorando la magnitud <strong>de</strong>l riesgo que el<br />
muchacho correría en el futuro, así como estaba, perseguido y repudiado,<br />
finalmente accedió hacerlo.<br />
El afecto que el Jefe indio sentía por él era semejante al que se tiene por un<br />
hijo. Por otro lado, también era secretamente consciente <strong>de</strong> la relación que, <strong>de</strong> algún<br />
modo, unía al joven con su hija perdida. Determinando por ello, que era razonable<br />
conferirle la preparación que <strong>de</strong>mandaría, llegado el momento <strong>de</strong> enfrentarse con el<br />
<strong>de</strong>signio al que estaba ineludiblemente atado.<br />
Algo que su pueblo, no había conseguido nunca.<br />
Antes <strong>de</strong> que Timothy abandonara sus tierras, el Chamán forjó para él la daga<br />
que hoy mismo porta. Cuando lo hizo, también la invistió con mágicos atributos, a<br />
fin <strong>de</strong> que estos pudieran servirle como <strong>de</strong>fensa, mucho más allá <strong>de</strong> lo humanamente<br />
conocido. A<strong>de</strong>más, se ocupó <strong>de</strong> adiestrarle en la tarea <strong>de</strong> localizar el lugar y<br />
momento exacto en que esta <strong>de</strong>bía ser utilizada. El Cacique indio había conseguido<br />
ver entonces lo que hoy está pronto a suce<strong>de</strong>r.<br />
Sin embargo, <strong>de</strong>sdichado y sórdido el <strong>de</strong>stino, quiso que el sabio anciano<br />
pereciera masacrado junto a la mayor parte <strong>de</strong> su pueblo, tras <strong>de</strong>spedir a su pupilo,<br />
nuevamente a manos <strong>de</strong> esos beligerantes <strong>de</strong>votos que les hostigaran <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />
diera inicio la colonización en el continente. Durante otra <strong>de</strong> esas cacerías estúpidas,<br />
bregando por exterminar a los «no creyentes» <strong>de</strong> Nueva Inglaterra, un territorio que<br />
nunca les fue propio a los colonos. A través <strong>de</strong> esta última y salvaje incursión<br />
«catequizadora», dieron casi fin al ancestral linaje, <strong>de</strong>l que solo Tituba quedaba con<br />
vida.<br />
Lamentablemente, esta ya había mancillado, con traición y sangre, la memoria<br />
<strong>de</strong> sus antepasados.<br />
Describir en <strong>de</strong>talle todo el <strong>de</strong>rrotero existencial <strong>de</strong> Timothy Graham, sería<br />
aún más largo <strong>de</strong> enunciar. Tanto y tan <strong>de</strong>scabellado ha sido el dolor que <strong>de</strong>bió<br />
experimentar, en más <strong>de</strong> una oportunidad, que el hombre que un día fuera,<br />
<strong>de</strong>sapareció <strong>de</strong> la cruz a la flecha. Demasiada manipulación, innumerables mentiras.<br />
Un constante rodar víctima involuntaria <strong>de</strong> oscuras influencias.<br />
No obstante, se <strong>de</strong>staca en su vida una circunstancia trascen<strong>de</strong>ntal,<br />
constituyéndose quizá, en hito divisor entre el «antes» y el «<strong>de</strong>spués». Un <strong>de</strong>tonante
que acabó <strong>de</strong> quebrantar su espíritu, impeliéndolo hacia la metamorfosis <strong>de</strong> la que<br />
hoy somos testigos. Sucedió poco antes <strong>de</strong>l secuestro, la noche previa a su <strong>de</strong>sarraigo<br />
final <strong>de</strong> Salem.<br />
William Mathers, quien durante la infancia y, junto a Dorothy y Jonás, fuera<br />
uno <strong>de</strong> sus amigos más cercanos, se había instituido como Ministro <strong>de</strong> la<br />
Congregación Puritana; presionado por una absurda e hipócrita tradición familiar.<br />
No mucho <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> or<strong>de</strong>narse y retornar a su ciudad natal, este se enamoró<br />
perdidamente <strong>de</strong> la hija mayor <strong>de</strong>l Prefecto McConroy, Maggie. Dado que dicho<br />
sentir fue plenamente correspondido por la joven, tras obtener anuencia paterna,<br />
ambos se comprometieron en matrimonio. El cual se celebró escasos meses más<br />
tar<strong>de</strong>.<br />
Pero la oscura fatalidad se interpuso en el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> la pareja, estipulando que<br />
William fuera cobar<strong>de</strong>mente asesinado, la noche misma <strong>de</strong> la tan ansiada boda. Sin<br />
embargo, previo a la tragedia, ambos amigos se aliaron con un fin común. Muy a<br />
pesar <strong>de</strong> sus diferencias religiosas, tanto Tim como Will convergían sobre un punto<br />
en particular: los dos procuraban librar al pueblo <strong>de</strong> la indiscriminada cacería <strong>de</strong><br />
brujas, que día a día, cobraba una gran cantidad <strong>de</strong> víctimas, la mayoría<br />
completamente inocentes. Juntos también, pretendían salvaguardar a Maggie <strong>de</strong> la<br />
maléfica influencia que la Con<strong>de</strong>sa Drumond había comenzado a ejercer sobre ella.<br />
Sin embargo y a pesar <strong>de</strong> todo el mancomunado esfuerzo, nada resultó como<br />
esperaban. Aquella <strong>de</strong>safortunada noche <strong>de</strong> la boda, Tim se vio obligado a presenciar<br />
cómo William, su mejor amigo, moría entre sus brazos.<br />
Mientras agonizaba, el joven Ministro rogó por Maggie. Tim sabía lo que esto<br />
significaba y <strong>de</strong>bió prometerle, antes <strong>de</strong> que exhalara su último suspiro, que<br />
resguardaría con su vida el alma <strong>de</strong> la muchacha. Protegiéndola <strong>de</strong> los negros<br />
propósitos que ensombrecían su <strong>de</strong>stino.<br />
Tal vez <strong>de</strong>bido a esa circunstancia clave y <strong>de</strong>terminante, es que hoy se<br />
encuentra aquí y <strong>de</strong> este modo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> liberar sobre sí el odio y el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />
revancha acumulados durante años, no solo por la muerte <strong>de</strong> su amigo sino por todo<br />
lo que <strong>de</strong>bió soportar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> pequeño. A<strong>de</strong>más, y especialmente, porque el maldito<br />
y oscuro ente que habita recipientes escogidos entre la propia <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia tuvo la<br />
osadía <strong>de</strong> arrebatarle a la bella e inocente Maggie, toda posibilidad <strong>de</strong> ser feliz, o tan<br />
siquiera discernir libremente entre el bien y el mal.<br />
Definitivamente, Timothy se halla <strong>de</strong>terminado a cumplir con la promesa que<br />
le hiciera a William antes <strong>de</strong> morir. No obstante, hoy, aquí en la casa y tan cercano<br />
a su propósito, contempla el vientre <strong>de</strong> la joven preguntándose cómo podría<br />
lograrlo. ¡¿Cómo lo haría?! Si precisamente es ella quien gesta a la próxima consorte<br />
<strong>de</strong>l Maligno.<br />
Le tortura la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que, si <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> acabar con la vida <strong>de</strong> esta futura <strong>de</strong>idad<br />
siniestra, antes <strong>de</strong> su renacimiento, arrasará también con la escasa bondad que aún<br />
persiste habitando el corazón <strong>de</strong> Maggie, <strong>de</strong>vastándola. Pero <strong>de</strong> no hacerlo, pondría<br />
en riesgo el futuro <strong>de</strong> la humanidad tal y como la conocemos.<br />
Tim no atina una respuesta.<br />
En mitad <strong>de</strong> la noche y con la luna resplan<strong>de</strong>ciendo sobre el vitral <strong>de</strong> la cúpula,<br />
Richard <strong>de</strong>spierta sofocado por una agitación sin límites. Tiene claro que <strong>de</strong>be hacer<br />
algo, aun cuando no está seguro qué. Siente la imperiosa necesidad <strong>de</strong> acudir en<br />
respuesta <strong>de</strong> un llamado, algún tipo <strong>de</strong> suceso primordial e ineludible.<br />
Incorporándose rápida y silenciosamente, se escabulle a través <strong>de</strong> la habitación
contigua, siguiendo el pasadizo que había utilizado John para salir <strong>de</strong> allí sin ser<br />
visto, durante la tar<strong>de</strong>.<br />
Penetra al interior <strong>de</strong> un mohoso corredor estilo gótico, lúgubre y abandonado.<br />
Hacia ambos lados y, durante todo el trayecto <strong>de</strong>l mismo, se sitúan numerosas celdas<br />
y mazmorras, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las cuales pue<strong>de</strong>n divisarse restos <strong>de</strong> lo que evi<strong>de</strong>ntemente<br />
un día fueran cuerpos humanos.<br />
Camina durante largo tiempo. De improviso, tropieza y cae en una especie <strong>de</strong><br />
pozo que no ha notado en su andar. Este aparenta no tener fin, ya que la caída se<br />
prolonga interminable, precipitándolo hacia la nada. Ya consi<strong>de</strong>rablemente<br />
alarmado, cree atisbar una tenue luz que proviene <strong>de</strong> abajo. Richard procura centrar<br />
sus energías y, compenetrándose con ellas, cierra los ojos.<br />
Entonces, toca fondo. Cúmulos <strong>de</strong> arena y tierra removida atenúan el golpe;<br />
<strong>de</strong>scontando por supuesto, su estrategia y lo fuerte que se ha vuelto en el último<br />
período. Escupiendo polvo y cenizas dispersas en el suelo, se pone <strong>de</strong> pie en lo que<br />
parece ser una amplia caverna subterránea, débilmente iluminada por antorchas.<br />
Avanzando con toda precaución, distingue un altar edificado en piedra, junto a<br />
diversos tótems, esculturas y utensilios <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>sconocida e<br />
indiscutiblemente mística.<br />
Algo en aquel sitio le resulta estremecedoramente familiar, aunque no logra<br />
<strong>de</strong>terminar certeramente <strong>de</strong> dón<strong>de</strong>, qué o cómo. Continúa dirigiéndose hacia el<br />
rústico altar y, una vez frente al mismo, imágenes fugaces, en forma <strong>de</strong> recuerdos,<br />
acu<strong>de</strong>n a su mente. Trae a su memoria las visiones obtenidas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la atribulada<br />
mente <strong>de</strong> Maggie el pasado día. Pue<strong>de</strong> entonces reconocer las figuras, también los<br />
gran<strong>de</strong>s cuencos <strong>de</strong>stinados a recibir la sangre vertida por las víctimas. A<strong>de</strong>más,<br />
<strong>de</strong>scubre la presencia <strong>de</strong> una serie <strong>de</strong> réplicas exactas a las extravagantes y hasta<br />
grotescas, efigies que ostentan las estanterías empotradas <strong>de</strong> la sala circular.<br />
Intenta posar los <strong>de</strong>dos sobre la superficie manchada con sangre <strong>de</strong>l altar. Al<br />
hacerlo, las antorchas chisporrotean enar<strong>de</strong>cidas y una <strong>de</strong>scarga eléctrica ascien<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> su mano, trepando por el brazo e intentando abarcar la totalidad <strong>de</strong> su cuerpo.<br />
Recurriendo entonces el máximo <strong>de</strong> su fuerza, consigue retirarla abruptamente,<br />
<strong>de</strong>splazándose unos pasos hacia atrás.<br />
Observa su mano, suponiendo encontrarla herida por las quemaduras, mas lo<br />
único que en ella ve es sangre, fresca, roja y abundante. Sorprendido, vuelve a<br />
retroce<strong>de</strong>r y, con la otra mano libre, busca aferrarse al amuleto que lleva escondido.<br />
Entonces, advierte que en la misma sostiene una daga <strong>de</strong> plata grabada con extraños<br />
jeroglíficos. No recuerda haberla tomado, ni antes ni <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la caída, ni siquiera<br />
haberla visto con anterioridad. Separa sus <strong>de</strong>dos con la intención <strong>de</strong> soltarla, pero<br />
esta se <strong>de</strong>svanece antes <strong>de</strong> tocar el suelo e inconcebiblemente, retorna hacia su<br />
mano cual si formara parte <strong>de</strong> su cuerpo.<br />
Tiene agitado el pecho. Después <strong>de</strong> un tiempo, vuelve a sentir los efluvios <strong>de</strong>l<br />
miedo acechando su cordura. ¡No! Esto <strong>de</strong>be ser una artimaña más <strong>de</strong>l Amo, para<br />
<strong>de</strong>rrotarle, estando oportunamente solo. Gira sobre sí mismo, alentando la<br />
esperanza <strong>de</strong> divisar el sitio don<strong>de</strong> había caído. La sorpresa lo embarga cuando nota<br />
una doble fila <strong>de</strong> tétricos nativos cercándole por la espalda, <strong>de</strong>notando una mirada<br />
dura, impiadosa e inhumana. Aun cuando se mantienen inmóviles, estos engendros<br />
dan la impresión <strong>de</strong> estar cada vez más próximos.<br />
Alterado, Richard comienza a escrutar en <strong>de</strong>rredor, buscando una salida o, al<br />
menos, don<strong>de</strong> refugiarse. En ese momento lo avista. A su <strong>de</strong>recha se erige una
especie <strong>de</strong> socavón anexo, en cuyo centro se alza el mismo tótem, en don<strong>de</strong><br />
advirtiera, <strong>de</strong> acuerdo a sus visiones, a Maggie inmovilizada y <strong>de</strong>sangrándose a<br />
manos <strong>de</strong> Dorothy. Un poco más allá, predomina un espacio revestido en la<br />
transparencia <strong>de</strong> velos y <strong>de</strong>lgadas telas, irradiado en su interior por un millar <strong>de</strong><br />
velas, estratégicamente dispuestas alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> un antiquísimo y opulento… féretro.<br />
Impulsado por un coraje que no sospechó poseer, llega hasta allí. Despeja los<br />
velos y, al colocar un pie <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> aquel sitio en particular, los nativos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> él<br />
comienzan a golpear rítmicamente sus lanzas contra el suelo, profiriendo aullidos<br />
tribales que consiguen ensor<strong>de</strong>cerlo.<br />
Ráfagas <strong>de</strong> viento inusitado provocan, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la caverna, lo que podría<br />
<strong>de</strong>finirse como una tormenta <strong>de</strong> arena. Bramidos infrahumanos, susurros<br />
incoherentes, clamor <strong>de</strong> suplicas en lenguaje <strong>de</strong>sconocido, señorean posesivos todo<br />
el lugar, convirtiéndolo en un pan<strong>de</strong>mónium confuso e in<strong>de</strong>scriptible. Richard ni<br />
siquiera tiene tiempo para valerse <strong>de</strong> sus recientes aptitu<strong>de</strong>s sobrenaturales, ni<br />
acierta pensar en su novel y umbría investidura. Simplemente, se <strong>de</strong>rrumba <strong>de</strong><br />
rodillas, cubriéndose los oídos y ahogándose con arena.<br />
Al momento, un fuerte brazo le sujeta por el cuello <strong>de</strong> su camisa y lo alza<br />
enérgico, arrojándolo bastante lejos <strong>de</strong> aquel siniestro ataúd. Conjeturando que se<br />
trata <strong>de</strong> Arthur, Richard blan<strong>de</strong> la daga en contra <strong>de</strong>l sujeto, pero el continuo<br />
<strong>de</strong>splazamiento <strong>de</strong> arena en el aire entorpece su visión. Aun así, percibe el impacto,<br />
por lo que <strong>de</strong>duce haberle atinado, más no dón<strong>de</strong>, ni si con ello conseguirá librarse<br />
<strong>de</strong> su oponente.<br />
En medio <strong>de</strong> toda esta ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> aterradores imprevistos, repara que alguien<br />
le sacu<strong>de</strong> vehemente, mientras grita su nombre.<br />
―¡Richard! ¡Richard! ¡Abre los ojos y mírame! ¡Suelta la daga, Richard!<br />
¡Suéltala! ¡Debes concentrarte o uno <strong>de</strong> los dos morirá!<br />
Richard no ceja, luchando por <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse. Su contrincante, poseedor <strong>de</strong> una<br />
fuerza inusual, logra elevarlo por sobre su cabeza y lo lanza violentamente sobre el<br />
altar <strong>de</strong> piedra, para inmediatamente asirlo por el cuello con firmeza asfixiante.<br />
Al caer sobre el altar, los ensor<strong>de</strong>cedores gritos se extinguen, transformándose<br />
en algo semejante a exhalaciones <strong>de</strong> placer. Entonces, Richard abre los ojos. Lo<br />
primero que ve es el semblante tenso y <strong>de</strong>sencajado <strong>de</strong> Timothy, quien empuña la<br />
propia daga contra su pecho, cual si estuviera a segundos <strong>de</strong> apuñalarle con ella.<br />
Un coro <strong>de</strong> exhortaciones y clamores en dialecto tribal, propen<strong>de</strong>n estimular a<br />
Timothy para que culmine el acto <strong>de</strong> sacrificio que emula ejecutar. En ese preciso<br />
instante, los ojos <strong>de</strong> Richard adquieren el color <strong>de</strong>l fuego y, con solo una mirada,<br />
expulsa a Tim tan lejos, que luego le es difícil divisarlo.<br />
Aun notablemente turbado, se incorpora sobre el altar y mira en <strong>de</strong>rredor.<br />
Luce diferente, los ojos íntegramente rojos, la fiereza <strong>de</strong> su estampa proyecta un<br />
aura oscura y carmesí, al mismo tiempo. Ante esta conversión, los nativos<br />
enmu<strong>de</strong>cen y se arrodillan frente a él.<br />
―¡Nooooooo! ―El grito se escucha distante.<br />
Richard baja <strong>de</strong>l altar, acercándose hacia la columna <strong>de</strong> inesperados súbditos<br />
azorados. Una sensación <strong>de</strong> enervada omnipotencia encarna en él, <strong>de</strong>sasiéndolo <strong>de</strong><br />
los cánones que rigen su voluntad humana. Poco <strong>de</strong>spués, una veintena <strong>de</strong> cuerpos<br />
color ébano se <strong>de</strong>sploman, uno a uno, cercenados sobre la tierra ensangrentada. En
los escasos minutos que le toma llevar a cabo la matanza, Richard únicamente oye<br />
la voz <strong>de</strong> Tim, que le grita insistente y sin po<strong>de</strong>r alcanzarlo a tiempo.<br />
―¡Richard, no! ¡Nooooooo!<br />
Demasiado tar<strong>de</strong>...<br />
Cuando finalmente Timothy llega hasta él, Richard, convulsionado por la<br />
frenética y mortífera faena, completamente bañado en sangre, permanece <strong>de</strong> pie,<br />
abyecto. Observa a los cadáveres <strong>de</strong>shacerse en polvo, sin <strong>de</strong>jar ni siquiera huesos<br />
como rastro.<br />
Ha <strong>de</strong>smembrado al siniestro séquito tribal <strong>de</strong> Arthur. «Un problema menos»,<br />
piensa inusitadamente.<br />
Tim se aproxima, lento y abatido. Él, por sobre todas las cosas, se consi<strong>de</strong>raba<br />
pre<strong>de</strong>stinado a perpetrar, sin mella, ese tipo <strong>de</strong> tarea. Uno <strong>de</strong> sus principales<br />
objetivos <strong>de</strong> acudir a la casa, había sido mantener a Richard excluido <strong>de</strong> toda acción<br />
violenta, que pudiera conllevar al <strong>de</strong>rramamiento <strong>de</strong> sangre alguna. Aun cuando, la<br />
misma procediera <strong>de</strong> una secta <strong>de</strong> espectros infernales.<br />
Indudablemente, Tim ha subestimado la potestad e investidura <strong>de</strong>l Anticristo,<br />
habitando al joven. Este, por su propio medio y conectado a su inconsciente,<br />
encontró el modo <strong>de</strong> llegar hacia el lugar que tantos años le ha llevado a él mismo<br />
<strong>de</strong>scubrir: El secreto recinto don<strong>de</strong> se efectúan los rituales <strong>de</strong>l Clan. Y, lo que es <strong>de</strong><br />
mayor trascen<strong>de</strong>ncia, el sarcófago <strong>de</strong> Lilith, don<strong>de</strong> reposa su cuerpo original.<br />
En don<strong>de</strong> quiera que estuviese el espíritu <strong>de</strong> la Devoradora <strong>de</strong> Almas vagando,<br />
certeramente hallaría el modo <strong>de</strong> hacérselo saber al Maléfico y a sus miles <strong>de</strong> clérigos<br />
satánicos. Los que, sin dudarlo por instante alguno, vendrían por ellos, sedientos <strong>de</strong><br />
venganza.<br />
¿Os preguntáis por qué? Pues porque <strong>de</strong>struyendo el cuerpo que yace <strong>de</strong>ntro<br />
<strong>de</strong> ese féretro antes <strong>de</strong> que su dueña reencarne, su espíritu se <strong>de</strong>satará errante,<br />
imposibilitado <strong>de</strong> llegar a tiempo para el instante <strong>de</strong> La Consagración. Macabra y<br />
por eones esperada ceremonia, tras la cual, el Infierno asumiría el control en la tierra<br />
y todo lo que sobre ella aun prevaleciera.<br />
Timothy arriba <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong> para preservar incólume la fase inocente en la<br />
humanidad <strong>de</strong> Richard. Sus manos ya se han cubierto <strong>de</strong> sangre y su alma <strong>de</strong> muerte,<br />
<strong>de</strong>spertando el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l mal <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sí. Ahora, solo resta intentar mantenerlo<br />
bajo control, protegiéndolo <strong>de</strong> sí mismo. Como así también a todos, <strong>de</strong> él.
CAPÍTULO 20<br />
La Consagración<br />
Cual si se abrieran los pórticos <strong>de</strong>l mismo infierno, <strong>de</strong> par en par lo hacen las<br />
tres puertas <strong>de</strong>l semicírculo en la sala bajo la cúpula vitral. Huracanado el viento<br />
arrasa con las cortinas, los cojines, <strong>de</strong>sparramando esculturas, óleos y todo tipo <strong>de</strong><br />
objetos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l lugar.<br />
Extenuado, Timothy ingresa intempestivamente por una <strong>de</strong> ellas, cargando a<br />
Richard <strong>de</strong>svanecido sobre uno <strong>de</strong> sus hombros. Ambos cubiertos <strong>de</strong> polvo, arena,<br />
moho y sangre. Una vez se precipitan <strong>de</strong>ntro, <strong>de</strong>ja caer el cuerpo inconsciente <strong>de</strong>l<br />
joven sobre el diván más próximo. Tanto Maggie como Tituba gritan suponiéndolo<br />
muerto y, corriendo hacia él, comienzan a zaran<strong>de</strong>arlo mientras interpelan a Tim,<br />
quien apenas si sostiene su propio aliento.<br />
A medida que el viento se amansa, todos ro<strong>de</strong>an a los dos hombres y las tres<br />
puertas se cierran simultáneamente con estrépito. Haciéndose así la calma <strong>de</strong>finitiva<br />
<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la habitación.<br />
―Está vivo —logra <strong>de</strong>cir Tim, antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>smoronarse rendido sobre el piso.<br />
Maggie llora histérica. John acu<strong>de</strong> veloz hacia el inconsciente, seleccionando<br />
<strong>de</strong> su propia alforja algunos amuletos con fines esotéricos. La mestiza se incorpora<br />
y camina hacia Tim, que aún no recupera la respiración. Se queda un instante<br />
estática frente a él y, luego, inesperadamente, se arroja sobre su pecho sollozando,<br />
implorándole perdón.<br />
Timothy ro<strong>de</strong>a compasivo con uno <strong>de</strong> sus brazos a la mujer que, en su<br />
momento, tanto daño ocasionara en su vida.<br />
—No pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>tenerlo... No pu<strong>de</strong>... La Consagración es ahora inevitable ―dice<br />
triste y agobiado<br />
En ese punto, los que allí se encuentran, notan asombrados, cómo el inválido<br />
y usualmente silente George, se coloca <strong>de</strong> pie, por entero erguido, observando con<br />
insistencia un punto fijo más allá <strong>de</strong> la vista <strong>de</strong> todos. Siguiendo el trayecto <strong>de</strong> su<br />
mirada, el grupo <strong>de</strong>scubre al final <strong>de</strong> la misma, los ojos <strong>de</strong> Richard, muy abiertos,<br />
contemplándolo <strong>de</strong> igual manera. Sobre sus labios se dibuja, tenue y siniestra, una<br />
mueca <strong>de</strong> grata satisfacción. Cual si hubiese estado involucrado en la repentina<br />
recuperación <strong>de</strong>l hombre.<br />
Su puño aun sujeta férreo la daga con la que sesgara el hálito infausto <strong>de</strong> una<br />
veintena <strong>de</strong> nativos eternizados, y con el alma vendida al Señor <strong>de</strong> los Infiernos.<br />
Cuando el alba surca la transparencia multicolor <strong>de</strong> la cúpula sobre sus<br />
cabezas, Richard torna a cerrar sus párpados. Igual a un casto niño, se agazapa tras<br />
la profundidad <strong>de</strong> un sueño <strong>de</strong>sconocido por todos, excepto para la oscuridad que<br />
ha nacido en su interior.<br />
Tituba limpia la herida que la daga causara en el abdomen <strong>de</strong> Timothy. No es<br />
muy profunda, pero aun así, mana <strong>de</strong> ella una gran cantidad <strong>de</strong> sangre, resistiendo<br />
toda maniobra para <strong>de</strong>tener el continuo flujo.<br />
―No será fácil <strong>de</strong> sanar. Ha sido abierta por la daga <strong>de</strong> plata, la que reposaba<br />
su sueño inerte en los confines <strong>de</strong>l universo y, que ahora, encontró finalmente a su
dueño ―comenta Tim, apuntando sutilmente a Richard con la vista.<br />
Al escuchar estas palabras, John resuelve acudir en ayuda <strong>de</strong> la bruja.<br />
―Yo puedo aliviar parte <strong>de</strong> su daño. Esa daga fue forjada y sellada entre los<br />
primeros <strong>de</strong> mi estirpe. Por tanto estoy parcialmente familiarizado con su<br />
hechizo. ―Hace una pausa―. Mas no puedo controlar y mucho menos impedir lo<br />
que pudiese provocar en el futuro. Se trata <strong>de</strong> un arma en extremo peligrosa,<br />
especialmente ahora que al fin halló su puño —dice, mientras se reclina sobre<br />
Timothy, mirando <strong>de</strong> soslayo a Richard.<br />
El día transcurre entre miedos, angustias e incógnitas, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la estancia.<br />
En los pisos inferiores, espantos sepulcrales e indómitos se agitan en diversas<br />
diatribas. Sombras danzan entre luces y fantasmas <strong>de</strong>l pasado. Susurros musitados<br />
entre muros reverberan, rebotando sobre cuerpos corruptos y antinaturales,<br />
sacristanes <strong>de</strong>l Clan <strong>de</strong>l Rito. Cada uno <strong>de</strong> los seguidores <strong>de</strong>l Amo se aboca a la tarea<br />
que le fuera asignada, respecto a los preparativos para la Ceremonia más importante<br />
<strong>de</strong> su Dogma: La Ascensión <strong>de</strong>l Elegido.<br />
Todos son perfectamente conscientes <strong>de</strong> que el Anticristo, finalmente, se ha<br />
manifestado, atravesando triunfal y concluyente, las tinieblas <strong>de</strong> una voluntad<br />
vencida. Sin embargo, intuyen a<strong>de</strong>más el peligro que sus contendientes<br />
representan, en caso <strong>de</strong> triunfar la bondad <strong>de</strong>l alma sobre la fuerza amanecida <strong>de</strong> las<br />
sombras.<br />
Alice persiste inmóvil, sumida en sus pensamientos, oteando el bosque a través<br />
<strong>de</strong> la ventana, en el pequeño cuarto don<strong>de</strong> creciera Robert. A su espalda, la<br />
mecedora se inmortaliza mustia y cubierta por el polvo, como un símbolo mágico<br />
<strong>de</strong> la presencia <strong>de</strong>l mal, gestado en las tinieblas y ejecutado en la Casona. Hoy, ella<br />
se juzga una más entre el conjunto, una ficha, un engranaje necesario para el <strong>de</strong>venir<br />
<strong>de</strong> nuevos tiempos. Y es ahora, cuando interpreta crudamente la realidad sobre su<br />
origen y lo que ha sido capaz <strong>de</strong> hacer, sometida e inocente, por el <strong>de</strong>sconocimiento.<br />
Robert, su amado y por años perdido esposo, es también su hermano. Tituba,<br />
su verda<strong>de</strong>ra madre. Cuya i<strong>de</strong>ntidad solo le fuera revelada <strong>de</strong> algún modo, en el<br />
momento en que sus manos empuñaron el reloj <strong>de</strong> arena, en contra <strong>de</strong> su propia<br />
sangre: Richard.<br />
Evoca la mañana <strong>de</strong> su arribo a la mansión, cuando al momento <strong>de</strong> ingresar a<br />
la cocina planeando alistar el <strong>de</strong>sayuno <strong>de</strong> su hijo, conoció a Martha, quien <strong>de</strong><br />
inmediato se ocupó <strong>de</strong> iluminarla con los pormenores <strong>de</strong> esa, su trágica verdad<br />
negada. Circunstancias que marcaron no solo su propia existencia, sino también la<br />
<strong>de</strong> aquellos que la ro<strong>de</strong>aban.<br />
Sin embargo dicha concientización a Martha no le resultó sencilla <strong>de</strong> ejecutar,<br />
<strong>de</strong>biendo recurrir a unos <strong>de</strong> sus lúgubres y poco indulgentes conjuros con el fin <strong>de</strong><br />
controlar la voluntad <strong>de</strong> Alice. Los efectos <strong>de</strong>l mismo se prorrogaron hasta el día en<br />
que Arturo, como ella lo había conocido, le sacrificó sin misericordia alguna para<br />
alimentarse <strong>de</strong> ella, aprisionándola entre estos muros y situándola en posición<br />
antagónica con su unigénito… por toda la eternidad.<br />
Confinada en sus habitaciones, Dorothy se revuelve, furiosa, inmersa en un<br />
torbellino emocional. Nadie, tan atormentada como ella misma, cautiva <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />
la propia ira. Ha vuelto a ver a Timothy, tras <strong>de</strong> lo parecieran ser varias vidas; pero<br />
siente que es <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>. Los recuerdos <strong>de</strong> su pasada humanidad la abruman<br />
<strong>de</strong>spiadados, vahos surgidos en las sombras abrasan su existencia, sempiternos. ¡Tan<br />
po<strong>de</strong>rosa que había sido un día!, o al menos, eso creía. ¿Y hoy? ¿Quién era? Ya ni
siquiera lo sabe.<br />
Robert <strong>de</strong>ambula inconsistente, tolerando apenas el ansia insatisfecha <strong>de</strong><br />
cruda sangre. Ese fragmento <strong>de</strong> humanidad doliente resiste allí, muy <strong>de</strong>ntro,<br />
oprimido, censurado por la propia e inarticulada impotencia, <strong>de</strong>batiéndose entre<br />
mundos, sin pertenecer a ninguno, ajeno a cualquiera <strong>de</strong> ellos. Su hijo Richard se ha<br />
transformado hoy por hoy, nada menos que un jerarca <strong>de</strong>l mal, y su dominio se<br />
<strong>de</strong>spliega en pleno ascenso.<br />
Distante al resto, Arthur fuera <strong>de</strong> sí, enar<strong>de</strong>cido, exige <strong>de</strong>sagravio en pro <strong>de</strong> sus<br />
acólitos abatidos, liquidados. Sin embargo, no es la cuantiosa pérdida lo en verdad<br />
le exaspera, sino las implicaciones lógicas que <strong>de</strong>rivan <strong>de</strong> tal inci<strong>de</strong>nte. El hecho <strong>de</strong><br />
que quien supuestamente estaba <strong>de</strong>stinado a trocarse en su cetro y here<strong>de</strong>ro, había<br />
reclamado para sí mismo la bravura requerida; nutriendo un <strong>de</strong>monio que hasta hoy<br />
permaneciera aletargado y convirtiéndose en aquello que Arthur más temía.<br />
La duda es la única certeza incrustada en la esencia <strong>de</strong> quienes conforman este<br />
séquito maldito. ¿Cómo <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r el propósito por el cual han batallado, sojuzgado,<br />
sometido, asesinado, totalmente incólumes y <strong>de</strong>spiadados a través <strong>de</strong> tantos siglos?<br />
Ciertamente, la lealtad no es una virtud que se <strong>de</strong>staque entre partícipes <strong>de</strong> la<br />
noche eterna. Mucho menos ahora que se hallan <strong>de</strong>savenidos <strong>de</strong> modo in<strong>de</strong>clinable.<br />
Sembrados los anhelos más oscuros, hoy cosechan traiciones, mezquinda<strong>de</strong>s y<br />
avaricia. Al igual que casi todos, pero eminentemente, las entida<strong>de</strong>s malignas,<br />
rivalizan a cualquier coste en pos <strong>de</strong> la propia supervivencia, en <strong>de</strong>smedro <strong>de</strong> todo<br />
lo pactado o convenido, bajo cualquier circunstancia.<br />
Claro ya es que Richard sumó a sus filas, <strong>de</strong>stacables y antiguos miembros,<br />
fundadores y creyentes <strong>de</strong> los impíos <strong>de</strong>signios que ese Culto Maldito ha enarbolado.<br />
Por tanto, para aquellos que aún persisten junto al Oscuro, esa nueva fuerza<br />
mancomunada a la que hoy <strong>de</strong>ben hacer frente constituye tanto un riesgo, como<br />
también una sórdida alternativa <strong>de</strong> perdurabilidad en la existencia, dividiendo así al<br />
grupo. Debilitándolo.<br />
El momento <strong>de</strong> La Consagración se halla próximo, quizás <strong>de</strong>masiado. La<br />
inesperada aparición <strong>de</strong> Tim causa una honda fractura <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l conjunto <strong>de</strong><br />
arbitrios estipulados. La hierática protección con que ha sido investido en la extinta<br />
tribu <strong>de</strong> Chamanes, encubrió la continuidad <strong>de</strong> su existencia a través <strong>de</strong> todos estos<br />
años. Dotado con la sabiduría elemental para <strong>de</strong>notar los flancos débiles <strong>de</strong>l<br />
cenáculo, cabalmente informado sobre cada elemento relacionado a los rituales más<br />
vedados; lo que les resulta escabrosamente peyorativo es que su meta implicaba<br />
instituirse en Protector <strong>de</strong> la Luz frente a las Sombras y su máximo objetivo: la<br />
aniquilación <strong>de</strong>l Amo y todos sus propósitos. Aun así esta es una empresa en<br />
extremo difícil <strong>de</strong> materializar. Pues implica retar a un ser imbuido con<br />
características divinas y que ha subsistido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio <strong>de</strong> los tiempos.<br />
Sin embargo su tribu, como él les consi<strong>de</strong>raba, siempre confió que Tim nunca<br />
cejaría en su <strong>de</strong>terminación. Hoy su mente cristaliza especulaciones sin cesar,<br />
alternando hechos factibles con aquellos otros que pudiesen conducirlo al fracaso.<br />
Lo que si le queda claro es que no le atacaría <strong>de</strong> forma directa, por el contrario, lo<br />
haría a través <strong>de</strong> «La Eterna». Conjeturando que la consecuencia <strong>de</strong> su accionar<br />
contra uno, repercutiría directamente sobre el otro. A<strong>de</strong>más, ha <strong>de</strong>scubierto el<br />
sacramental recinto don<strong>de</strong> ésta reposa su sueño.<br />
Aunque, en honor a la verdad, no fue el primero en conseguirlo. Momentos<br />
antes, lo había hecho Richard, ya erigido en lí<strong>de</strong>r. No obstante, el resultado se
manifiesta idéntico. La vulnerabilidad <strong>de</strong>l Clan se ve expuesta, tras la violación <strong>de</strong><br />
su secreto más preciado.<br />
Incertidumbre… Desasosiego… De modo concluyente los sacrílegos no cuentan<br />
con más opción que la <strong>de</strong> adoptar una postura.<br />
Paralelamente, también en la sala circular, las expectativas <strong>de</strong> sus habitantes<br />
no distan mucho <strong>de</strong> ser afines. Mientras Timothy se recupera <strong>de</strong> sus heridas, el resto<br />
vacila su confianza en el <strong>de</strong>senlace <strong>de</strong> las circunstancias.<br />
La transformación <strong>de</strong> Richard, aunque no se manifiesta evi<strong>de</strong>nte, es<br />
singularmente conocida por todos. Una cosa es enfrentar la potestad <strong>de</strong>l Diablo,<br />
guiados por un lí<strong>de</strong>r poseedor <strong>de</strong> importantes faculta<strong>de</strong>s heredadas <strong>de</strong> sus ancestros;<br />
otra muy distinta, el que dicho lí<strong>de</strong>r invistiera ineludible un po<strong>de</strong>r tan inaudito y<br />
oscuro como el <strong>de</strong>l Maligno mismo. Instaurándose sin reservas puras, como el tan<br />
temido Anticristo.<br />
John <strong>de</strong>dica gran parte <strong>de</strong> su tiempo en diseñar una serie <strong>de</strong> planos astrales,<br />
con el fin <strong>de</strong> establecer el plazo exacto en que acaecerá el Rito Mayor: «La<br />
Consagración». A su vez, prueba indagar, a través <strong>de</strong> sus fórmulas, si será capaz <strong>de</strong><br />
eximir a su amada Maggie <strong>de</strong> los corolarios <strong>de</strong>l Advenimiento <strong>de</strong> La Eterna. Si bien<br />
revelaron la ubicación <strong>de</strong> su mayor falencia, el sarcófago en la caverna subterránea,<br />
se les presenta abstrusa la probabilidad <strong>de</strong> acce<strong>de</strong>r a ella. El Maldito no escatimará<br />
esfuerzos por escudarla y, ellos, no podían arriesgarse a sufrir pérdidas o <strong>de</strong>sventajas<br />
que les <strong>de</strong>bilitaran.<br />
Maggie sortea en su mente y en el escrutinio <strong>de</strong> los textos, cada contingencia,<br />
cada medio accesible que lograra conferirle una clave para resguardar su simiente<br />
<strong>de</strong> la posesión infernal a la que estaba <strong>de</strong>stinada.<br />
George se <strong>de</strong>splaza, solícito y silente, en procura <strong>de</strong> aten<strong>de</strong>rlos a todos. A pesar<br />
<strong>de</strong>l perenne mutismo, nadie, conocedor <strong>de</strong> las múltiples peripecias por las que<br />
atravesara en el pasado, abrigaría dudas en relación a sus ansias <strong>de</strong> un <strong>de</strong>squite<br />
contra Dorothy y todos sus secuaces.<br />
Tituba suele ausentarse con frecuencia, para recorrer los corredores ocultos,<br />
bifurcándose tras las puertas.<br />
Richard sobrelleva el tiempo abstraído, ostentando pertinaz, esa, su media<br />
sonrisa escalofriante. Ha comenzado a <strong>de</strong>splazar objetos con solo <strong>de</strong>searlo y celebra<br />
a solas, en el cuarto anexo, extrañas e in<strong>de</strong>scifrables liturgias. Al igual que Tituba,<br />
también se escabulle, pero <strong>de</strong> forma sobrehumana, materializándose o<br />
evaporándose a voluntad y siempre con trayectoria <strong>de</strong>sconocida. Sin abandonar ni<br />
por un instante el puñal <strong>de</strong> plata.<br />
Días <strong>de</strong>spués y mientras el ocaso cierne su manto color naranja sobre la<br />
estancia, Maggie profiere un fuerte y <strong>de</strong>sgarrador aullido. Tituba, situada a sus pies,<br />
articula plegarias en lenguas muertas, sumida en profundo estado <strong>de</strong> trance. En<br />
tanto, Richard posa sus manos sobre el abdomen <strong>de</strong> la joven. Ante la escena, John,<br />
sin <strong>de</strong>mostrar sorpresa, contempla con angustia y resignación, el modo en que el<br />
vientre <strong>de</strong> su hija mayor se distien<strong>de</strong> extraordinaria y antinaturalmente en cuestión<br />
<strong>de</strong> minutos, lo que habría <strong>de</strong> haberle llevado meses.<br />
Cuando los gritos <strong>de</strong> dolor cesan, la muchacha luce un embarazo casi a<br />
término. Luego, se <strong>de</strong>smaya paralelamente con la mestiza que se <strong>de</strong>sploma exhausta<br />
a su costado.
Richard se yergue complacido. Gracias al artificio <strong>de</strong>sarrollado por ambos,<br />
consiguieron a<strong>de</strong>lantar el proceso <strong>de</strong> gestación. Aspiraban con ello, ganar tiempo,<br />
para que la ceremonia ritual <strong>de</strong> La Consagración encontrara separadas tanto a la<br />
madre como a la hija. Pretendiendo, sino salvarlas a las dos, al menos a una <strong>de</strong> ellas.<br />
Tim observa la situación sin per<strong>de</strong>r <strong>de</strong>talle, pero sumergido en sus propios<br />
pensamientos.<br />
Esa misma noche, cuando los astros se alinean propiciamente sobre la cúpula<br />
<strong>de</strong>l techo, Tim, Richard y Tituba se <strong>de</strong>splazan, con lentitud, hacia la joven todavía<br />
inconsciente. Bañados por los <strong>de</strong>stellos platinados <strong>de</strong> la luna, ro<strong>de</strong>an a la futura<br />
madre y, tomándose <strong>de</strong> las manos, se miran a los ojos. John continúa observándolos,<br />
parapetado junto a una <strong>de</strong> las ventanas.<br />
Cerrando con firmeza los párpados, alzan sus rostros hacia el cielo tras el vitral.<br />
Azul intenso es el resplandor que los cubre a los cuatro, cegando a los <strong>de</strong>más. Maggie<br />
vuelve a gritar.<br />
Des<strong>de</strong> lo profundo en sus cimientos, toda la casona comienza a temblar. Una<br />
fuerza incontenible se apo<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> cada cuarto, cada rincón y cada sombra; mientras<br />
la impía sangre reinci<strong>de</strong> a manar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s.<br />
En los pisos inferiores, amparados por penumbras y cuando todo parece<br />
<strong>de</strong>smoronarse, una mujer <strong>de</strong>spliega, radiante y amplia su sonrisa, sujetando con<br />
fuerza la mano extendida <strong>de</strong> otro, que se halla también oculto por la oscuridad.
CAPÍTULO 21<br />
La Batalla <strong>de</strong> los Con<strong>de</strong>nados<br />
La estri<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> alaridos impiadosos profana el silencio, <strong>de</strong>sangrándolo,<br />
quitándole el aliento y perpetrando la <strong>de</strong>mencia <strong>de</strong>l caótico momento. Sobrecogido<br />
el tiempo, recorre las pare<strong>de</strong>s y los infames cuerpos <strong>de</strong>sahuciados que habitan la<br />
antigua morada.<br />
Almas cautivas consumadas a fuerza <strong>de</strong> sangre y sombras. Hijos <strong>de</strong>l mal<br />
nacidos en las tinieblas Todos ellos. Todos.<br />
Nadie está a salvo <strong>de</strong> los juicios si<strong>de</strong>rales que el <strong>de</strong>stino les ha puesto en el<br />
camino, y que ellos mismos retuercen bajo oscuras premisas, en egoísta búsqueda<br />
<strong>de</strong>l Po<strong>de</strong>r y la Inmortalidad.<br />
Víctimas y victimarios unidos bajo un mismo sino. El <strong>de</strong> la propia<br />
supervivencia. Y la Potestad <strong>de</strong>l Mal, sin reserva alguna, cueste lo que cueste.<br />
En la caverna oculta bajo tierra, el millar <strong>de</strong> velas que iluminan el sarcófago <strong>de</strong><br />
Lilith, <strong>de</strong>tonan su flama en múltiples <strong>de</strong>stellos iridiscentes. Una <strong>de</strong>nsa bruma ver<strong>de</strong><br />
amarillenta, impregnada por el característico aroma <strong>de</strong>l azufre, envuelve las sigilosas<br />
y sombrías siluetas que comienzan a mostrarse.<br />
Junto al altar ceremonial, una <strong>de</strong>cena <strong>de</strong> nuevos acólitos, hombres y mujeres<br />
que fueran extirpados <strong>de</strong> entre las incautas familias <strong>de</strong>l poblado más cercano,<br />
permanecen obnubilados, lacios, subyugados, con la mirada extraviada en la negrura<br />
subrepticia <strong>de</strong>l húmedo subsuelo.<br />
Cual si el cielo se <strong>de</strong>splomara atravesando techo y muros sobre sus cabezas, el<br />
estrépito <strong>de</strong>scomunal <strong>de</strong> rayos y centellas ilumina, emulando ráfagas eléctricas, todo<br />
el cúmulo <strong>de</strong> tótems, cuencos y vasijas, estratégicamente ubicados en <strong>de</strong>rredor.<br />
Entonces, la presencia más distante y subrepticia, inicia su avance hacia el<br />
centro <strong>de</strong>l recinto. Muy alta, intimidante, con la cabeza inclinada, el cuerpo cubierto<br />
por una capa color azabache y fuego se <strong>de</strong>sliza a varios centímetros por sobre el<br />
suelo.<br />
Los sonámbulos esclavos <strong>de</strong>l Infierno ce<strong>de</strong>n su complexión ante la fuerza <strong>de</strong>l<br />
letargo y caen <strong>de</strong>smayados <strong>de</strong> modo sincrónico, diseminados por lo bajo.<br />
Un coro grave <strong>de</strong> lamentos y murmullos ininteligibles, con ritmo y ca<strong>de</strong>ncia<br />
sobrenatural y cacofónica, brota <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cada siniestro rincón <strong>de</strong> aquel lóbrego<br />
perímetro.<br />
La soberbia figura que ya presi<strong>de</strong> el macabro entorno, extien<strong>de</strong> sus brazos en<br />
cruz. Tras aquel vigoroso movimiento, la negra capa que le cubre resbala hacia atrás,<br />
<strong>de</strong>velando el curtido rostro humano <strong>de</strong>l Maléfico, habitando el cuerpo <strong>de</strong> Arthur.<br />
Tenso el cuello, la faz impertérrita mol<strong>de</strong>ando la abstracción propia <strong>de</strong> un poseso.<br />
Lanza un alarido proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l mismo Infierno, musita algunos versos en<br />
enoquiano y alarga sus manos hacia los ilustres siervos, que se ya acercan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />
entrada.<br />
Tres mujeres vestidas <strong>de</strong> negro y oro se a<strong>de</strong>lantan hacia el Infame. Con el rostro<br />
pálido y solemne el gesto, aparentan ser impelidas más allá <strong>de</strong> toda voluntad certera.
Encabezando el trío, contrita y muda, Dorothy porta entre sus manos una<br />
vasija llena con un líquido viscoso. Cuando comparece frente al Amo, se lo brinda<br />
hincándose en la tierra. Él lo toma y, elevándolo por sobre sí, vuelve a pronunciar<br />
palabras en el antiguo lenguaje angelical. Las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l socavón principian<br />
entonces a conmoverse, e in crescendo, voces improce<strong>de</strong>ntes proclaman la<br />
<strong>de</strong>mencial plegaria <strong>de</strong> los muertos.<br />
Todos a una, los funestos prosélitos <strong>de</strong>l Oscuro revelan totalmente blancos los<br />
ojos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las orbitas, mientras alzan la cabeza hacia un firmamento oculto, pero<br />
para ellos muy presente. Inmediatamente, los rehenes <strong>de</strong> las sombras, allí forzados,<br />
comienzan a convulsionar <strong>de</strong> modo frenético, arrojando espuma por la boca y con<br />
el cuerpo por completo <strong>de</strong>sarticulado, en movimientos humanamente irrealizables.<br />
De lo más alto <strong>de</strong> la casona, casi en la cúspi<strong>de</strong> y luego <strong>de</strong> un quebrantador<br />
estruendo <strong>de</strong> luces y sonidos, nuevamente un <strong>de</strong>shumanizado y <strong>de</strong>sgarrador rugido<br />
se <strong>de</strong>ja escuchar, hiriendo con su filo etéreo no solo los oídos, sino también el alma<br />
<strong>de</strong> todos los presentes. Surcando el cielo, venciendo los espacios, abriéndose paso<br />
entre fumaradas <strong>de</strong>l Averno.<br />
La grandiosa y pesada cubierta <strong>de</strong>l ataúd, allí tras los velos, exhala un soplo <strong>de</strong><br />
polvo y pútrido aliento. Moviéndose, amenazando abrir sus fauces <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo eterno.<br />
Resguardada por el vitreaux <strong>de</strong> la cúpula, mucho más arriba que aquel cónclave<br />
diabólico bajo los cimientos, la joven madre se aferra, con sumo frenesí, <strong>de</strong> los<br />
brazos <strong>de</strong> dos que la ayudan a parir.<br />
Tras el irrebatible grito originado en sus entrañas, nace a la luz <strong>de</strong> la luna, bajo<br />
la transparencia multicolor que <strong>de</strong>scien<strong>de</strong> <strong>de</strong>l techo vítreo, el primer, insobornable<br />
y casto llanto <strong>de</strong>l recipiente presto a la usurpadora. Abriendo, con su prístino<br />
sonido, los cerrojos que retienen al inenarrable y cruento ser que ya acecha el<br />
proscrito umbral entre los vivos y los muertos.<br />
Una irreverente carcajada, escarnio <strong>de</strong> toda misericordia, sacu<strong>de</strong> la casa <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
lo más inasequible <strong>de</strong> sus secretos. Arthur, poseso e hilarante, se halla convencido<br />
<strong>de</strong> que el tiempo se <strong>de</strong>tiene en favor <strong>de</strong> sus anhelos, a punto <strong>de</strong> ce<strong>de</strong>rle la llave que<br />
le <strong>de</strong>jaría libre sobre la tierra. La llave <strong>de</strong> su codiciado Reino.<br />
Enceguecedora, irradia la fluorescencia que restalla sobre la oscuridad <strong>de</strong> la<br />
caverna, transmutando en plata el resplandor <strong>de</strong> las siluetas allí congregadas. Una<br />
explosión sanguínea amenaza abrirse paso <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los muros, las grietas y la tierra. Se<br />
reúne entonces todo el grupo, formando un círculo alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l altar <strong>de</strong> piedra,<br />
antiguo testigo <strong>de</strong> la sistemática matanza <strong>de</strong> innumerables inocentes a través <strong>de</strong>l<br />
tiempo.<br />
Enlazados unos a otros en una orgía <strong>de</strong> cuerpos funestos, <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nan un<br />
nuevo relámpago, que se alza <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el altar al techo. Entonces, se perfila,<br />
materializándose sobre la fría piedra, el cuerpo <strong>de</strong>sgajado <strong>de</strong> Maggie, sosteniendo<br />
entre sus brazos a la pequeña niña, profecía y presagio, símbolo <strong>de</strong> amor y odio.<br />
Inocente aún, mas esperando, in<strong>de</strong>fensa, el albur in<strong>de</strong>scriptible <strong>de</strong> los anhelos más<br />
aviesos.<br />
Las mejillas estremecidas <strong>de</strong> Maggie se ven prontamente surcadas por un río<br />
<strong>de</strong> lágrimas que hace cauce, <strong>de</strong>slizándose hacia el <strong>de</strong>snudo pecho. Un sollozo quedo<br />
la somete ante sus miedos y aferra, <strong>de</strong>sesperadamente, a la criatura contra su cuerpo.<br />
Arthur, Luzbel, Lucifer, ¡qué importa!, Satanás en ese cuerpo, esgrime en alto<br />
un puñal sacrificial, señalando con el extremo distal <strong>de</strong> su hoja, el espacio libre entre
la recién nacida y el seno <strong>de</strong> la joven. Aparta a su vez, con la otra mano, la cabeza <strong>de</strong><br />
la madre y <strong>de</strong>speja <strong>de</strong>l consternado rostro el húmedo y rojo cabello.<br />
Arriba, cerca <strong>de</strong> las torretas y en el interior <strong>de</strong> la sala circular, ámbito <strong>de</strong> los<br />
antagonistas que <strong>de</strong>safían al Siniestro, la totalidad <strong>de</strong> sus habitantes se ve<br />
sorprendida por la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong> Maggie y su pequeña.<br />
Asistieron al parto coadyuvándose con la esperanza <strong>de</strong> evitar el rapto <strong>de</strong><br />
ambas, procurando protegerlas. Pero la <strong>de</strong>senfrenada actividad sobrenatural<br />
perpetrada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo profundo en la caverna, pudo más que toda su cautela.<br />
Sin pensarlo mucho, casi espontáneamente, se agrupan formando un nuevo<br />
círculo y, tomados por los hombros, elevan su clamor al firmamento. La tenue luz<br />
que fluye <strong>de</strong> los can<strong>de</strong>labros se ha extinguido tiempo atrás, dirimiéndolos en la<br />
opacidad <strong>de</strong> las penumbras e iluminados solo por las saetas frecuentes, pero<br />
incontrolables, <strong>de</strong> los relámpagos en el cielo.<br />
Cuando son conscientes <strong>de</strong>l sagaz ardid que extirpa abruptamente madre e hija<br />
<strong>de</strong>l disco protector, toda consigna mancomunada <strong>de</strong> acción se <strong>de</strong>sbarata<br />
improce<strong>de</strong>nte. Luego <strong>de</strong> la plegaria emitida y tras ser acorralados por la cerrazón<br />
in<strong>de</strong>mne <strong>de</strong> la aciaga noche, un remolino <strong>de</strong> tinieblas les halla disgregados.<br />
Junto con el viento que penetra, a través <strong>de</strong> puertas y ventanas <strong>de</strong>strozadas<br />
durante el fragor <strong>de</strong> la tormenta, sumado a los movimientos que zaran<strong>de</strong>an la<br />
mansión, el grupo divi<strong>de</strong> sus fuerzas, difuminándose en la noche por recónditos y<br />
distintos caminos.<br />
La silueta breve <strong>de</strong> la única mujer que resta en el hábitat, tras la <strong>de</strong>saparición<br />
<strong>de</strong> Maggie, resiste <strong>de</strong> hinojos, ceñida a su propio cuerpo, ante Richard erguido frente<br />
a ella. En tanto el cuerpo <strong>de</strong> este, torna a recubrirse <strong>de</strong> un aura recia y vehemente,<br />
irradiando su furia en duelo.<br />
En la caverna, un <strong>de</strong>stello reflecta sobre el filo <strong>de</strong> la hoja que pen<strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />
estoque, proclamada por el puño firme y fiero <strong>de</strong>l Señor <strong>de</strong>l Averno. Todo el Ha<strong>de</strong>s<br />
clama su éxtasis en aquel minuto crucial. Inaudible, el llanto <strong>de</strong> la madre sobre el<br />
altar, acallado por la ira <strong>de</strong> tortuosos aullidos, crea un espacio inerme y presto, entre<br />
el trayecto claro <strong>de</strong>l puñal en alto y el <strong>de</strong>snudo pecho.<br />
Hacia la izquierda, en el socavón solemne don<strong>de</strong> reposa el gran féretro, este<br />
inicia a <strong>de</strong>scorrer <strong>de</strong> su contenido la clausura que se le ha impuesto. Su dorada<br />
cubierta, ya agitada por el hálito funesto, comienza a <strong>de</strong>slizarse pesadamente a un<br />
lado, mientras un vaho fatuo, negro, <strong>de</strong>nso y eterno, asoma a la pasmada luz <strong>de</strong> las<br />
mil velas que custodian su sueño.<br />
Un paroxismo irracional se apo<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> cada instante y <strong>de</strong> todos los momentos.<br />
Los ojos <strong>de</strong> Arthur trascien<strong>de</strong>n avivados en llamaradas y culmina su infernal<br />
alocución en lenguaje muerto. Maggie le observa rendida y alza su mano, en un<br />
último intento por <strong>de</strong>tenerlo.<br />
―¡No, Maestro! ¡No! —exclama, aterida por el miedo—. ¡Permita vivir a la<br />
niña, se lo ruego! Seré yo quien le dé a mi madre, en ofrenda y como recipiente, mi<br />
propio cuerpo.<br />
Nuevamente la risa casi histérica <strong>de</strong>l amo <strong>de</strong> los muertos.<br />
―¡Sabías que era mía! ―vocifera, acusándola―. ¡Provocaste este<br />
enfrentamiento! ¡Traicionaste tu fe y tu credo! ¡Me traicionaste a mí, el maldito día
en que <strong>de</strong>cidiste alimentar, <strong>de</strong> ese infeliz, el ego!<br />
Maggie llora <strong>de</strong>sesperada, con la mirada fija en la <strong>de</strong> su verdugo. Él le grita, al<br />
cabo que sujeta con mayor firmeza el puñal siniestro.<br />
―¡Rompiste el pacto y diste fin al juramento! ¡Maldita bruja infame! ¡Soy el<br />
Amo! ¡Alfa y Omega! ¡Yo y no Dios! ¡Yo, el futuro Rey <strong>de</strong>l Universo!<br />
Ella aprieta sus párpados con fuerza, concibiendo el fatal <strong>de</strong>senlace <strong>de</strong> ese<br />
trágico minuto.<br />
Sorpresivamente, el grito <strong>de</strong> una mujer hien<strong>de</strong> la sepulcral atmósfera.<br />
Atravesando la distancia entre los cuerpos, reverberando, originando ecos, mientras<br />
se abalanza hacia Dorothy, aún <strong>de</strong> rodillas en el piso, y le zanja el cuello con un solo<br />
movimiento. Al mismo tiempo, Timothy cruza la estancia en dirección al sitio don<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>scansa el ataúd. Simultáneamente, dos <strong>de</strong> los hombres con el rostro disimulado<br />
por capuchas, trocan su actitud, antes sumisa, a otra muy diversa, embistiendo por<br />
la espalda tanto a Martha como al extraño chofer <strong>de</strong> la joroba. Les perforan el plexo<br />
con los puños, extirpándoles el corazón y el último aliento.<br />
Arthur no ceja ante el asombro. Torna su gesto en inflexible voluntad <strong>de</strong><br />
ultimar, cuanto antes, el sacrificio y urgir la transición <strong>de</strong> Amonet hacia un nuevo<br />
recipiente.<br />
Estallan los truenos, las centellas, sin que el Amo perciba que, a su espalda,<br />
una silueta cubierta <strong>de</strong> negro se alza regia y ciclópea, suspendida en el aire,<br />
con<strong>de</strong>scendiendo advertir el esplendor <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> ojos vestidos en rojo fuego.<br />
Repentinamente, Arthur <strong>de</strong>tiene en seco el movimiento. Sin bajar su brazo en<br />
alto, bosqueja en sus labios una diabólica sonrisa, confirmando el presentimiento.<br />
Reconoce, con certeza irrefutable, la i<strong>de</strong>ntidad <strong>de</strong> su oponente. No exterioriza ira<br />
alguna esta vez. Es como si esperara, casi <strong>de</strong>mandara cotejarse con él, en indiviso<br />
duelo.<br />
En esa breve pausa en la que ambos soslayan su estrategia, uno <strong>de</strong> los hombres<br />
vestidos <strong>de</strong> negro <strong>de</strong>ja caer el cuerpo exánime <strong>de</strong> Martha, mientras <strong>de</strong>snuda su<br />
rostro: Robert.<br />
Junto a él John y, más a<strong>de</strong>lante, la mujer que <strong>de</strong>gollara a Dorothy se incorpora,<br />
revelando la estoica faz <strong>de</strong> Alice. Los tres traicionando el Rito y tomando partido<br />
por sus hijos.<br />
El rostro <strong>de</strong> Arthur se <strong>de</strong>vuelve a las sombras. Amparándose en el odio, observa<br />
al resto: Los rehenes abatidos, cubiertos <strong>de</strong> vómito, inservibles y <strong>de</strong>sperdigados. Su<br />
<strong>de</strong>seada amante, bañada en sangre, abierto el cuello. Más allá, tumbados, Martha y<br />
el servil chofer. Sigue escudriñando el área, los recovecos, evitando mirar el ataúd<br />
<strong>de</strong> Lilith, hasta que le fue imposible ignorar el gran estrépito.<br />
Con una inaudita implosión, que lanza a Timothy a varios metros <strong>de</strong> distancia,<br />
el ominoso féretro se parte en un centenar <strong>de</strong> trozos, volando expelidos en todas<br />
direcciones. Sin embargo, emergiendo <strong>de</strong> entre las llamas con que Tim le prendiese<br />
fuego, el espectro maloliente y sórdido <strong>de</strong> la dama <strong>de</strong>l Infierno se alza inconexa <strong>de</strong><br />
sus calcinados restos. Enajenada por la furia y el <strong>de</strong>sconcierto, Lilith trepida su<br />
esencia buscando quien que retenga su vital aliento.<br />
Arthur, al percibir esto, sale <strong>de</strong> su estupor y reaccionando resuelve dar término<br />
por fin al sacrificio <strong>de</strong> Maggie. Cuando blan<strong>de</strong> el puñal contra el cuerpo sobre el<br />
altar, no pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> asombrarse al notar que la joven se halla ya en brazos <strong>de</strong>
John, que la rescata alejándola. Conjuntamente, Alice corre en auxilio <strong>de</strong> la<br />
in<strong>de</strong>fensa criatura. Tanto Arthur como ella se precipitan al mismo tiempo para<br />
cogerla, pero el tobillo <strong>de</strong> Alice queda atrapado tenaz por la mano <strong>de</strong> Dorothy, que<br />
persiste <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su cuerpo <strong>de</strong>sangrado y gélido.<br />
Arthur consigue arrebatar a la niña y la iza en el aire. Amonet lo ve y se paraliza<br />
extasiada en pleno <strong>de</strong>splazamiento aéreo. La fantasmal manifestación posa, sobre la<br />
niña, una mirada henchida, rapsodia <strong>de</strong> orgullo y ansia. Continúa su avance,<br />
convulsionando su tétrica esencia entre en<strong>de</strong>moniadas vibraciones <strong>de</strong> un apetito<br />
extremo.<br />
En ese preciso, inesperado y cardinal instante, Arthur abre los ojos extra<br />
orbitados, cautivo <strong>de</strong> un asombro <strong>de</strong>smedido. Des<strong>de</strong> su mano crispada, resbala el<br />
arma con la que planeara sesgar la vida <strong>de</strong> la joven bruja, que un día fuera su pupila<br />
predilecta.<br />
En su amplio y recio pecho, se escin<strong>de</strong> una grieta por la que escapa,<br />
incontenible y rutilante, la lucífera energía conservada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> eones y encerrada hoy<br />
en ese cuerpo terrenal. Su boca se <strong>de</strong>scuelga inconmensurable, dantesca,<br />
articulando un grito que fenece ante la impiedad <strong>de</strong>l silencio, mientras Richard<br />
presiona, aún más hondo y <strong>de</strong>cidido, su daga <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la espalda <strong>de</strong>l Siniestro.<br />
Atravesándolo por completo.<br />
La daga <strong>de</strong> plata, forjada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las sombras que la Luz <strong>de</strong> Dios creara en el<br />
Jardín Eterno, única arma capaz <strong>de</strong> extinguir el mal originado en Su Propio Reino,<br />
Hoy se encuentra en manos <strong>de</strong> Richard, el pre<strong>de</strong>stinado dueño. El Here<strong>de</strong>ro.<br />
Las sombras huyen, bañadas por la luz <strong>de</strong> la antigua gracia, conferida durante<br />
la Creación misma, a un Ángel que luego cayó <strong>de</strong>l Cielo.<br />
Se levanta magistral y excelso el Anticristo, por todos visto, entre su hija recién<br />
nacida y la sed <strong>de</strong> almas <strong>de</strong> un maldito espanto.<br />
Allí, suspendidos en el aire, mientras fluyen incontenibles gran<strong>de</strong>s cantida<strong>de</strong>s<br />
<strong>de</strong> sangre profana <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la gruta. Richard y Amonet sopesan<br />
fortalezas, templando el diseño <strong>de</strong> su frontal ataque. Ninguno <strong>de</strong> los dos tiene<br />
permitido fallar. Esta será la única oportunidad para ambos<br />
Al disociado espíritu no le resta <strong>de</strong>masiado tiempo fuera <strong>de</strong> su lecho<br />
mortuorio, como tampoco <strong>de</strong> un recipiente. El <strong>de</strong>scomunal fracaso en la ceremonia<br />
ritual <strong>de</strong> La Consagración perturba, notablemente, su codiciada transición <strong>de</strong><br />
retorno a este plano <strong>de</strong> los vivos. A<strong>de</strong>más, la segunda caída <strong>de</strong> su consorte perenne,<br />
Lucifer, abandona a La Eterna, por completo vulnerable y a expensas <strong>de</strong>l Anticristo.<br />
Aun así, contempla vehemente a la niña que yace aún sobre el altar, escudada tras<br />
la presencia <strong>de</strong> su padre.<br />
La sangre vertida inva<strong>de</strong> gran parte <strong>de</strong>l recinto, anegando los cuerpos dispersos<br />
y amenazando con inundar todo el espacio. Richard permanece impertérrito,<br />
proyectando fuego por los ojos y empuñando aún la daga con que aniquilara a su<br />
adversario más excelso.<br />
En tanto la tensión en el ambiente no pue<strong>de</strong> manifestarse con mayor<br />
intensidad y expectativa, la mestiza Tituba ingresa a la caverna moviéndose silente<br />
hacia el centro. Tim, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el sitio don<strong>de</strong> cayera cuando la temible aparición se<br />
liberara <strong>de</strong> su lujosa celda mortuoria, intenta también aproximarse. Alice persiste<br />
luchando por <strong>de</strong>sasir su pie <strong>de</strong> entre las pétreas garras <strong>de</strong> Dorothy.
A pesar <strong>de</strong> la crítica situación, muy en el fondo, Richard todavía pugna por<br />
dominar el lado oscuro <strong>de</strong> su entelequia. Esforzándose por prevalecer sobre ella y<br />
nutrir con toda su entereza, la <strong>de</strong>bilitada humanidad que en él subyace .<br />
John persevera en su <strong>de</strong>sesperado afán, por revivir las menguadas fuerzas <strong>de</strong><br />
Maggie, la que aún no reacciona.<br />
George, siempre solemne, se mantiene hacia a un costado, expectante y alerta.<br />
Muy próximo a las sombras que ro<strong>de</strong>an el sarcófago.<br />
Todos, excepto las dos entida<strong>de</strong>s suspendidas en el aire, lucen cubiertos por el<br />
rojo bermellón <strong>de</strong> la sangre <strong>de</strong>rramada <strong>de</strong>sbordante por doquier.<br />
Entonces, sobrevino el arrojo, intrépido y ciego <strong>de</strong> los po<strong>de</strong>rosos<br />
contendientes. Encarados a vida o muerte. Supervivencia o exterminio.<br />
Abalanzándose brutal e insobornables uno contra el otro, provocaron una <strong>de</strong>scarga<br />
eléctrica que bañó <strong>de</strong> arena, azufre y sangre cada intersticio entre las mohosas<br />
piedras <strong>de</strong> la gruta.<br />
Y arriba lapidario, el más profundo y mortal silencio.
CAPÍTULO 22<br />
Sobrevivientes<br />
El polvo suspendido en el aire <strong>de</strong>scien<strong>de</strong> lentamente, esparciéndose volátil por<br />
entre las profundas grietas abiertas durante las múltiples convulsiones sísmicas que<br />
la propiedad sufriera en el enfrentamiento.<br />
Poco a poco, comienzan a perfilarse las siluetas <strong>de</strong> los caídos, al igual que las<br />
<strong>de</strong> los que resistieron. Casi totalmente <strong>de</strong>sdibujados e irreconocibles, yacen tal y<br />
como el suceso les ha sorprendido.<br />
Timothy Graham, <strong>de</strong> rodillas, se abraza dolorido al cuerpo <strong>de</strong>gollado <strong>de</strong> su<br />
único y perdido amor, Dorothy, quien extraviase su alma en los intersticios <strong>de</strong> ese<br />
dogma siniestro, impulsándola a este fatal <strong>de</strong>stino. Uno en el que ellos jamás<br />
lograrían reunirse.<br />
No mucho más lejos y absolutamente <strong>de</strong>vastado, John McConroy cierra los<br />
párpados sobre los ver<strong>de</strong>s ojos <strong>de</strong> su hija Maggie. Nunca consiguió reponerse <strong>de</strong> las<br />
maniobras que abreviaran su embarazo, precipitando el posterior alumbramiento.<br />
A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> su mortal confrontación con la más oscura <strong>de</strong> las fuerzas.<br />
Robert y Alice reunidos, por fin, en eterno abrazo, se contemplan mutuamente,<br />
compenetrados, conscientes <strong>de</strong> que el tiempo no proseguiría para ellos. Sus cuerpos<br />
ya lucen un gris pétreo, ascendiendo por los miembros y ensombreciéndoles el<br />
rostro. Han perdurado a través <strong>de</strong>l Rito y este, ha llegado a su final.<br />
Aquellos que hubiesen sido eternizados por mágicas faculta<strong>de</strong>s heredadas,<br />
todavía podrán subsistir. Más los homicidas, bebedores <strong>de</strong> líquido vital entre sus<br />
<strong>de</strong>scendientes, están con<strong>de</strong>nados tras la aniquilación <strong>de</strong> su Amo y todos sus<br />
propósitos.<br />
Asombrosamente para todos, George Graham aparece boca arriba cerca <strong>de</strong> los<br />
restos <strong>de</strong>l gran sarcófago, con un pequeño puñal <strong>de</strong> brujos incrustado en el cuello.<br />
Sobre su pecho, un hoyo profundo da cuenta <strong>de</strong> la ausencia <strong>de</strong> su corazón <strong>de</strong>ntro<br />
<strong>de</strong>l torso. Alguien, <strong>de</strong> modo anónimo, lo había asesinado, <strong>de</strong>sangrándolo y<br />
extirpándole el músculo vital.<br />
En tanto que todos recobraban la perspectiva visual sobre su entorno, les fue<br />
imperioso acudir en busca <strong>de</strong> la respuesta a su más perentoria y atemorizante<br />
incógnita, su miedo más latente: El <strong>de</strong>senlace final y concluyente <strong>de</strong> aquella<br />
espectral contienda entre místicas y umbrías <strong>de</strong>ida<strong>de</strong>s.<br />
El atavío humano <strong>de</strong> Arthur se halla tendido y hueco, cual mortaja<br />
abandonada, con el pecho escindido y calcinados los bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la herida que Richard<br />
le causara con su daga.
El llanto prístino <strong>de</strong> la recién nacida surca el espacio, inmortalizando aquel<br />
instante. Son<strong>de</strong>ando el hábitat con la mirada, el diezmado coro <strong>de</strong> sobrevivientes<br />
percibe que el sonido proviene <strong>de</strong> un oscuro rincón <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l altar <strong>de</strong> piedra.<br />
Temerosos, extenuados y al límite <strong>de</strong> sus fuerzas, los pocos que todavía pue<strong>de</strong>n<br />
<strong>de</strong>splazarse y los que no, a rastras, se allegan al génesis, aún disimulado, <strong>de</strong> aquel<br />
vigoroso e infantil berrido.<br />
En pocos minutos y haciendo a un lado los cuerpos <strong>de</strong>rribados durante la<br />
si<strong>de</strong>ral batalla, se abren paso y, poco a poco, circunvalan el monumento sacrificial,<br />
atisbando con el alma inquieta, lo que yacía en las sombras <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l mismo.<br />
Allí está, <strong>de</strong>splomado sobre la tierra ensangrentada, cubierto <strong>de</strong> heridas, arena<br />
y polvo, con la ropa <strong>de</strong>strozada y el semblante casi translúcido en su pali<strong>de</strong>z mortal,<br />
el cuerpo inerte <strong>de</strong> Richard. Cuyos brazos envuelven protectoramente al otro más<br />
pequeño y <strong>de</strong>snudo. El <strong>de</strong> su niña recién nacida, la que no cesa <strong>de</strong> llorar.
CAPITULO 23<br />
Los Here<strong>de</strong>ros<br />
En las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la antigua casona quedan sepultados los restos <strong>de</strong><br />
aquellos que perpetuaron su existencia a través <strong>de</strong> sibilinas <strong>de</strong>strezas, inducidos por<br />
la ambición sin límites <strong>de</strong> un hijo expulsado <strong>de</strong>l cielo y en búsqueda <strong>de</strong> la venganza<br />
cúspi<strong>de</strong> contra su Padre.<br />
Conmovida <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los cimientos y casi <strong>de</strong>rruida, la gótica mansión <strong>de</strong>ja escapar,<br />
entre muros y rotas ventanas, varias columnas humeantes ascendiendo a las alturas;<br />
cual si se tratase <strong>de</strong> almas persiguiendo libertad.<br />
Des<strong>de</strong> el gran pórtico en el frontispicio <strong>de</strong> la misma, tres siluetas trasponen el<br />
umbral, con un aspecto inenarrable, simulando apariciones gestadas en el propio<br />
Ha<strong>de</strong>s, se sostienen apenas, apuntalándose como pue<strong>de</strong>n sujetos al brazo <strong>de</strong> quien<br />
se halla a su lado.<br />
Cubiertos <strong>de</strong> viscoso cieno, mezcla <strong>de</strong> sangre y cenizas, vacilan sus pasos,<br />
poniendo distancia con la siniestra propiedad. El alba, en su radiante luminiscencia,<br />
les enceguece, obligándoles entrecerrar los párpados mientras inclinan la cabeza.<br />
Entre dos <strong>de</strong> ellos, Tituba resguarda con su propio manto, el cuerpecito níveo<br />
<strong>de</strong> la pequeña infanta. Ha sobrevivido, <strong>de</strong>fendida tras la interposición <strong>de</strong> su padre,<br />
investido con el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Anticristo, que en el minuto exacto primó <strong>de</strong> sí la<br />
supremacía humana contra la ávida tentación que soportara su infausto origen.<br />
Solo tuvo un propósito entonces, salvaguardar la vida <strong>de</strong> su hija y la<br />
continuidad <strong>de</strong> la sangre, a través <strong>de</strong> ella, y no <strong>de</strong> la potestad primigenia <strong>de</strong> un<br />
jerarca <strong>de</strong> la oscuridad. Tal y como hubiese trascendido él mismo.<br />
Tanto Maggie como los <strong>de</strong>más perecieron, abatidos durante la <strong>de</strong>mencial<br />
contienda <strong>de</strong>satada. Luego <strong>de</strong> existir especulando finales inciertos, transitando<br />
<strong>de</strong>rroteros imprevistos e ineludiblemente envueltos en una perenne y <strong>de</strong>spiadada<br />
lucha que los tuvo, contuvo y arrastro exentos <strong>de</strong> la propia voluntad. Involucrados<br />
por terceros o incluso por sí mismos, directamente hacia ésta fatal con<strong>de</strong>na que<br />
sobrevendría <strong>de</strong> cualquier manera.<br />
Triunfase quien triunfase, lo único que les resta a todos es un último acto <strong>de</strong><br />
bondad y transparencia. Resguardar la vida <strong>de</strong> la pequeña here<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l bien y el mal,<br />
como si la perdurabilidad <strong>de</strong> la existencia sobre la tierra <strong>de</strong>pendiera <strong>de</strong> aquel gesto.<br />
Sucesores <strong>de</strong> un ritual fosco y ancestral, concatenados a la flama <strong>de</strong> un<br />
malhadado anhelo amanecido más allá <strong>de</strong>l propio entendimiento, trascien<strong>de</strong>n a la<br />
muerte, aprehendidos a una subsistencia antinatural.
No obstante, lo efímero <strong>de</strong> toda circunstancia que antagonice con los divinos<br />
preceptos, les sentencia implacablemente al <strong>de</strong>ceso terminal <strong>de</strong> cualquier<br />
especulación vana e inconsistente, que <strong>de</strong>safíe la autenticidad <strong>de</strong> tales vaticinios<br />
para la humanidad.<br />
Estos tres que salvaron su pellejo <strong>de</strong> las oscuras garras <strong>de</strong> lo innominable, se<br />
constituyen ahora en custodios <strong>de</strong>l mensaje fundamental <strong>de</strong> pureza y luz, en<br />
antítesis a las tinieblas emergidas en incognoscibles profundida<strong>de</strong>s y su proscrito<br />
ascenso sobre la tierra.<br />
Ahora, todavía místicos y dotados <strong>de</strong> temerarios atributos sobrenaturales, han<br />
tomado por opción subjetiva el camino <strong>de</strong> la verdad. La <strong>de</strong> que no impera oscuridad<br />
capaz <strong>de</strong> oprimir, contun<strong>de</strong>nte y <strong>de</strong>finitivamente, el hálito <strong>de</strong> vida exhalado<br />
incorrupto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una entidad recién nacida.<br />
Con la pequeña en brazos, <strong>de</strong>jan tras <strong>de</strong> sí un montón <strong>de</strong> ruinas, escombros <strong>de</strong><br />
una herencia macabra que rubricara sus <strong>de</strong>stinos durante las últimas décadas. Aun<br />
cuando el mal que se ejecutase por ella, <strong>de</strong>viniese <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los albores <strong>de</strong> la humanidad.<br />
Bajo la cálida luz <strong>de</strong> la mañana en la campiña londinense, los sobrevivientes<br />
<strong>de</strong>l maleficio, escoltando a la pequeña, <strong>de</strong>jan finalmente atrás la tétrica y singular<br />
mansión, montados en el automóvil abandonado junto al sen<strong>de</strong>ro cubierto <strong>de</strong><br />
cardos, en la entrada principal.<br />
Camino a Londres, Tituba <strong>de</strong>speja el rostro <strong>de</strong> la niña.<br />
―Debemos darle un nombre ―dice Tituba a Tim, sentado justo allí a su lado.<br />
―Sí ―contestó él—. Uno que sea coherente con el <strong>de</strong>stino por el que ha sido<br />
concebida —continúa, mientras acaricia la frente <strong>de</strong> la niña con los <strong>de</strong>dos.<br />
Entonces John se incorpora, mostrándose <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el asiento trasero y, con un<br />
extraño gesto en su rostro, <strong>de</strong>creta:<br />
―Hécate. Su nombre siempre ha sido Hécate. No aceptaría otro. Un nombre<br />
más para su inmortalidad.<br />
En la ventana <strong>de</strong>l cuarto infantil <strong>de</strong> la casona, un par <strong>de</strong> ojos encendidos en<br />
llamaradas <strong>de</strong> rojo fuego, relampaguean tras el cristal, mientras contemplan <strong>de</strong>l<br />
mundo el abismo y la inmensidad. Luego, secando una lágrima que rueda <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
ellos, Richard vuelve a hundirse en la <strong>de</strong>nsa, solitaria e inapelable oscuridad.<br />
F I N