20.03.2017 Views

LA HERENCIA (Edición de Day9)

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

<strong>LA</strong> <strong>HERENCIA</strong>


CAPÍTULO I<br />

El Inicio<br />

La Historia <strong>de</strong> Robert<br />

―¡¡Demonios!! ―exclamé mientras bajaba agotado <strong>de</strong>l carruaje.<br />

Finalmente había llegado a <strong>de</strong>stino, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> largos días <strong>de</strong> trayectoria,<br />

alejándome <strong>de</strong> Londres, solo acompañado por mis pensamientos, mis libros y un<br />

cochero encapuchado que jamás me dirigió la palabra.<br />

Una pálida joven <strong>de</strong> cabello ensortijado se nos unió a mitad <strong>de</strong> la trayectoria,<br />

silenciosa y abstraída. Ni por un instante, apartó la vista <strong>de</strong> la polvorienta ventana<br />

<strong>de</strong>l vehículo maltrecho.<br />

Sentía las piernas entumecidas. Durante el viaje, me negué a <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l<br />

coche en ninguno <strong>de</strong> los sombríos poblados que encontramos en el trayecto dada la<br />

<strong>de</strong>sconcertante actitud <strong>de</strong> sus habitantes. Era obvio que algo les resultaba<br />

inquietante respecto a mi apariencia. Jamás osaron levantar la vista hacia mis<br />

propios ojos en los mesones, don<strong>de</strong>, al principio, nos <strong>de</strong>teníamos para almorzar. Los<br />

susurros farfullados <strong>de</strong> forma esquiva y recurrente, simplemente, me sacaban <strong>de</strong><br />

quicio. Sucedía igual en cada una <strong>de</strong> las posadas. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> las camas infestadas y<br />

los pasos vigilantes al otro lado <strong>de</strong> mi puerta. Fue <strong>de</strong>bido a ello que finalmente tomé<br />

la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> comprar algunas provisiones y, por las noches, me obligué a dormir<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l carruaje.<br />

Maldije mil veces al tío Alfred, quien me obligara a realizar aquella travesía. Mi<br />

padrastro había fallecido y la herencia <strong>de</strong> mi madre regresaría a la familia original,<br />

<strong>de</strong> la que yo era el último <strong>de</strong>scendiente adulto conocido. Dicha fortuna había<br />

pertenecido inicialmente a mi padre, quien falleciera cuando yo era pequeño. Por su<br />

parte y no mucho tiempo <strong>de</strong>spués, mi madre contrajo nuevas nupcias con un<br />

extraño personaje, <strong>de</strong> quien se <strong>de</strong>cía era explorador. Un sujeto <strong>de</strong> personalidad<br />

renuente y actitud osca, completamente enigmática y colmada <strong>de</strong> misterios.<br />

Recién llegado <strong>de</strong>l África, en ningún momento <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> lado su hierático<br />

comportamiento, aun cuando algunas <strong>de</strong> sus creencias manifiestas resultaron muy<br />

poco ortodoxas, alimentando en los sencillos habitantes <strong>de</strong> la comarca el exacerbo<br />

<strong>de</strong> su imaginación campesina, provocando la proliferación <strong>de</strong> múltiples y oscuras<br />

murmuraciones respecto <strong>de</strong> aquellas supuestas «prácticas rituales», que <strong>de</strong>cían el<br />

forastero llevaba a cabo.<br />

A pesar <strong>de</strong> todo, Arthur Greenway, mi padrastro, persistió inmutable en su<br />

rareza y en el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> tales activida<strong>de</strong>s secretas, sumadas a frecuentes viajes al<br />

otro continente. Dilapidó buena parte <strong>de</strong>l dinero heredado por mi madre, Dorothy,<br />

en proyectos poco claros. Todo ello con el inusual beneplácito <strong>de</strong> la misma.<br />

En realidad, Arthur solía ausentarse por largos períodos <strong>de</strong> tiempo, y se <strong>de</strong>cía<br />

que siempre con idéntico <strong>de</strong>stino: sus añoradas tribus africanas.<br />

Llegado el momento y teniendo en cuenta <strong>de</strong> que nuestra antipatía era mutua<br />

e in<strong>de</strong>clinablemente acérrima, convenció a mi madre <strong>de</strong> enviarme a Londres bajo la<br />

tutela <strong>de</strong>l tío Alfred (hermano mayor <strong>de</strong> ésta), a lo que ella accedió aparentemente<br />

<strong>de</strong> inmediato, complaciendo sus <strong>de</strong>seos y sin posibilidad <strong>de</strong> alternativa alguna.


Aún puedo recordar la singular transformación <strong>de</strong> mi madre, pasando <strong>de</strong> ser<br />

una rozagante dama, bella, vivaz y en ocasiones divertida, a convertirse en una<br />

enjuta mujer <strong>de</strong> pocas palabras y cabeza gacha. Inclusive, siento como si hubiese<br />

sido ayer mismo cuando vi por última vez sus ojos negros. Inescrutables misterios,<br />

para un niño <strong>de</strong> mi corta edad, afloraban entre sus lágrimas <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida.<br />

—Es mejor así, mi querido. No <strong>de</strong>bes regresar. —Fueron las irrevocables,<br />

aunque tristes palabras que escuché <strong>de</strong> ella ese día.<br />

Así fue como sus <strong>de</strong>seos se cumplieron durante estos 20 años transcurridos.<br />

A partir <strong>de</strong> entonces, no hubo mayores noticias, ni siquiera se nos notificó<br />

<strong>de</strong>bidamente sobre su muerte, 10 años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mi partida. Jamás tuvo un funeral.<br />

Al menos, no uno al que yo pudiera asistir.<br />

Tiempo <strong>de</strong>spués supe, como siempre a través <strong>de</strong> los consabidos rumores, que<br />

aquel individuo con quien se había casado consiguió traer <strong>de</strong>s<strong>de</strong> África cierta<br />

cantidad <strong>de</strong> nativos y que estos suplantaron por completo la servidumbre habitual<br />

<strong>de</strong> nuestra casa. Supuestamente tenían por labor el acompañar y asistir a mi<br />

<strong>de</strong>testable padrastro en sus inextricables rituales. Los mismos nunca llegaron a<br />

pronunciar palabra alguna en nuestro idioma.<br />

Dejando <strong>de</strong> lado mis recuerdos, pensé que <strong>de</strong>finitivamente este sería un<br />

trámite por <strong>de</strong>más engorroso. Estipulado en el Testamento, se había fijado una<br />

cláusula que me obligaba a regresar y permanecer en la propiedad heredada <strong>de</strong> mis<br />

padres durante algún tiempo, previo a consi<strong>de</strong>rar siquiera la posibilidad <strong>de</strong> ven<strong>de</strong>r.<br />

Sin otra alternativa y resignado, tomé dicho <strong>de</strong>safío como una oportunidad<br />

para estudiar y preparar mi tesis en leyes, carrera que ya me encontraba finalizando.<br />

Solo esperaba que la vieja mansión se encontrara en condiciones <strong>de</strong> ser habitada.<br />

No <strong>de</strong>seaba más complicaciones <strong>de</strong> las que ya tenía con el bendito viaje y las<br />

ineludibles cláusulas, que me parecían un auténtico disparate.<br />

Después <strong>de</strong> arrastrar mis maletas por el sen<strong>de</strong>ro lleno <strong>de</strong> cardos, llegué a la<br />

entrada <strong>de</strong> rejas oxidadas, las que cedieron <strong>de</strong> un solo empellón y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí hacia la<br />

<strong>de</strong>scascarada puerta que una vez, y según mis vagos recuerdos, luciera majestuosa.<br />

Al abrirla, el espectáculo resultó increíble. Un <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n total reinaba en el lugar,<br />

obviamente abandonado.<br />

Mientras avanzaba por la sala, inesperadamente, una sombra muy oscura<br />

emprendió vuelo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el barandal <strong>de</strong>l piso superior y sobrevoló la estancia, rozando<br />

mi cabello con algo que percibí semejante a garras, <strong>de</strong>sapareciendo luego por el<br />

hueco <strong>de</strong> una gran ventana con el vidrio <strong>de</strong>strozado. Mi corazón comenzó a palpitar<br />

con fuerza. Observé hacia arriba y distinguí claramente otra sombría figura<br />

<strong>de</strong>slizándose fugaz y amparada por la oscuridad.<br />

Bajo tales circunstancias, solo atiné a consi<strong>de</strong>rar la posibilidad <strong>de</strong> ser presa <strong>de</strong><br />

una alucinación, provocada por el suceso <strong>de</strong>l «ave» y el perturbador efecto que<br />

causara en mi estabilidad mental; sin embargo, también había logrado oír el rumor<br />

<strong>de</strong> telas acompañando dicho <strong>de</strong>splazamiento allí arriba. Por supuesto, a estas<br />

alturas, ya me sentía singularmente atemorizado.


Gotas <strong>de</strong> sudor recorrían mi frente, mientras, apelando a todo mi valor,<br />

ascendía con lentitud las escaleras. De improviso, fuertes golpes sonaron en la<br />

puerta <strong>de</strong> entrada. Esto acabó con mi poca compostura.<br />

—¡¡Mierda!! —grité.<br />

Casi <strong>de</strong>scompuesto, me precipité hacia la puerta. Al abrirla, ¡vaya sorpresa! Mi<br />

introvertida compañera <strong>de</strong> viaje estaba <strong>de</strong> pie, allí, frente a mí. Luego <strong>de</strong> presentarse<br />

(Margaret dijo se llamaba), me explicó que había sido enviada por la compañía <strong>de</strong><br />

abogados para asistirme como criada durante mi permanencia en aquella casa.<br />

Pensé que quizá fuera una buena i<strong>de</strong>a, algo <strong>de</strong> compañía no me vendría mal<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo lo que me estaba sucediendo.<br />

Afortunadamente, la joven había traído algunas provisiones. Mientras buscaba<br />

los can<strong>de</strong>labros, se abrió paso entre el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, encaminándose directo a la cocina,<br />

casi como si conociera la estancia, colocando <strong>de</strong> tramo en tramo, velas que extraía<br />

<strong>de</strong> un pequeño maletín.<br />

De momento, <strong>de</strong>cidí ignorarla para continuar con mi propósito, así que retomé<br />

el ascenso <strong>de</strong> las escaleras, dirigiéndome luego y según recordaba, hacia el que fuera<br />

el cuarto <strong>de</strong> mi madre. Al llegar noté, no sin sorpresa, que las gran<strong>de</strong>s puertas dobles<br />

estaban surcadas <strong>de</strong> extraños símbolos y arañazos, todos ellos en apariencia tallados<br />

a filo <strong>de</strong> navaja. Los mismos ro<strong>de</strong>aban la cerradura ya inservible.<br />

Penetré en el cuarto, las sombras reinaban por doquier, cuando <strong>de</strong> pronto, algo<br />

gélido me recorrió la espalda. Pu<strong>de</strong> sentir el roce <strong>de</strong> una mano sobre el cuello y,<br />

nuevamente, esa extraña silueta pasó rauda junto a mí, atravesando el corredor en<br />

dirección hacia una pequeña puerta situada al final <strong>de</strong>l mismo.<br />

Aquel había sido mi cuarto infantil durante los pocos años que habité la<br />

propiedad. Según supe <strong>de</strong>spués, por medio <strong>de</strong> las escuetas noticias que me<br />

comunicaba tío Alfred sobre su hermana, posterior a mi partida se había convertido<br />

en una especie <strong>de</strong> refugio para ella. Solía pasar allí la mayor parte <strong>de</strong>l día, aun cuando<br />

Arthur se encontrara en casa; especialmente entonces, me <strong>de</strong>cía.<br />

La oscuridad se <strong>de</strong>nsificaba a medida que avanzaba en esa dirección, <strong>de</strong>jando<br />

atrás la recámara principal, la <strong>de</strong> las puertas dobles. Cuando por fin llegué frente a<br />

la misma, que daba paso al interior <strong>de</strong> mi antiguo cuarto, ésta se abrió sola,<br />

rechinando.<br />

La ventana aun permitía el ingreso <strong>de</strong> suficiente luz como para distinguir el<br />

sencillo mobiliario, parte <strong>de</strong>l cual reconocía muy bien: una cama simple, las pinturas<br />

<strong>de</strong> mi madre, mis juguetes perfectamente acomodados en hilera sobre los estantes<br />

y una mecedora frente al ventanal, <strong>de</strong> espaldas a mí, meciéndose con frenesí.<br />

Me obligué a aproximarme a ella, aspirando <strong>de</strong>scubrir quién o qué provocaba<br />

el inusual e inexplicablemente enérgico movimiento. Un profundo y sollozante<br />

gemido me alcanzó nítido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el cuarto <strong>de</strong> mamá.<br />

A esta altura <strong>de</strong> los acontecimientos, obviamente había perdido toda<br />

capacidad <strong>de</strong> razonar con luci<strong>de</strong>z. Creo que solo me <strong>de</strong>jaba llevar, actuando por<br />

inercia o simple impulso. Corrí hasta allí y, precipitándome al interior <strong>de</strong> la


ecámara, escuché otra vez aquel suspiro, proce<strong>de</strong>nte nada menos que <strong>de</strong> su lecho.<br />

Entonces, distinguí el contorno <strong>de</strong> lo que parecía ser su propia forma bajo el<br />

cobertor. Anonadado, vi como esta se <strong>de</strong>svanecía, juntamente con la exhalación.<br />

¡Dios! Aún no repuesto <strong>de</strong> lo que acababa <strong>de</strong> experimentar, oí el golpe <strong>de</strong> la<br />

puerta cerrándose con estrépito al final <strong>de</strong>l corredor. No pu<strong>de</strong> más. Me <strong>de</strong>smayé.<br />

Desperté empapado en sudor, sobresaltado por <strong>de</strong>lirantes pesadillas, en la que<br />

mestizas, proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> alguna tribu lejana y <strong>de</strong>sconocida, ejecutaban frenéticas<br />

danzas a mi alre<strong>de</strong>dor. Presidiendo tal exótica y sibilina ceremonia, Arthur<br />

Greenway, mi padrastro, diabólicamente ornamentado con atuendos tribales,<br />

contemplaba el ritual ejecutado.<br />

Había sangre por todos lados, mucha, y dagas que punzaban dolorosamente,<br />

abriéndome surcos en la piel, grabando extraños símbolos, mientras yo permanecía<br />

enca<strong>de</strong>nado. Recuerdo haber visto con gran espanto, en medio <strong>de</strong> aquel sueño, un<br />

insólito y chocante tótem, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> colgaba inerte el cuerpo <strong>de</strong> mi propia madre.<br />

Cuando el horror alcanzaba su punto máximo en mi mente, aquel estado<br />

onírico cedió, dando paso a la conciencia y fue cuando <strong>de</strong>sperté, creyendo así<br />

librarme <strong>de</strong> aquella pesadilla. Noté que me encontraba recostado sobre la pequeña<br />

cama, <strong>de</strong> cara a la pared. Ya había amanecido, lo que me dio esperanzas <strong>de</strong> recobrar<br />

algo <strong>de</strong> serenidad.<br />

Lamentablemente, no fue así. Sin rotar mi posición, comencé a escuchar el<br />

distintivo rechinar <strong>de</strong> la mecedora hamacándose a mis espaldas. Giré abruptamente,<br />

aterido por el pánico; entonces la vi. Vestida en harapos cenicientos, con la piel<br />

grisácea, acartonada, semejante a lo que imaginaba se presentaría un cadáver,<br />

meciéndose impasible frente al cristal <strong>de</strong> la ventana. Lentamente, dio vuelta su<br />

rostro hacia mí, ya no me quedaron dudas… mi difunta madre.<br />

Con la mirada fiera y penetrante, era ella. Muy <strong>de</strong>spacio, se incorporó,<br />

dirigiéndose hacia don<strong>de</strong> me encontraba. Solo atiné a acurrucarme contra la pared.<br />

A pesar <strong>de</strong> hallarme presa <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sconcierto y <strong>de</strong> un terror in<strong>de</strong>scriptible, noté mi<br />

ropa ensangrentada y los símbolos recién tallados sobre mi cuerpo. En ese instante,<br />

tuve la <strong>de</strong>sgarradora certeza sobre la autenticidad <strong>de</strong> lo sucedido. Nunca se trató <strong>de</strong><br />

una pesadilla.<br />

Ella continuó aproximándose, con movimientos <strong>de</strong>sarticulados,<br />

extendiéndome los brazos. Incluso, la vi esbozar una sonrisa infausta que culminó<br />

en tenebrosa mueca, antes <strong>de</strong> que su mandíbula se <strong>de</strong>scolgara, abriéndose<br />

inconmensurable <strong>de</strong> su rostro, <strong>de</strong>jando escapar una bruma oscura y fétida que<br />

inundó <strong>de</strong> cieno etéreo todo el espacio contenido en esa habitación.<br />

Quise huir, pero nunca pu<strong>de</strong> abrir la puerta. Todo comenzó a temblar y<br />

sacudirse violentamente. Grité, grité con todas mis fuerzas. Entonces sentí el gélido<br />

abrazo y su voz llegó a mi mente.<br />

—Tu sangre es necesaria, hijo mío, para volver a la vida. Obtener el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />

la vida sobre la muerte ha sido siempre el objetivo. He viajado a insondables<br />

profundida<strong>de</strong>s en busca <strong>de</strong>l conocimiento. Una vez obtenido, <strong>de</strong>bía regresar con él.<br />

Mas para perpetuar el rito, es preciso mi retorno a este plano en un cuerpo vivo y<br />

para que eso sea posible, tú habrás <strong>de</strong> reemplazarme en el abismo. No <strong>de</strong>sesperes,


Robert, mi querido, solo será por un corto tiempo. Cuando tu propio hijo haya<br />

crecido, vendrá por su herencia y entonces, al igual que yo por tu sangre, tú volverás<br />

a través <strong>de</strong> la suya.<br />

Mi aterrado alarido resonó hasta quebrarse, haciendo ecos en los muros <strong>de</strong> la<br />

infernal casona. Entonces, como una respuesta <strong>de</strong> los dioses, la maldita puerta se<br />

abrió <strong>de</strong> par en par. Allí, la joven criada estaba <strong>de</strong> pie frente a mí. «¡Me ha salvado!»,<br />

pensé. Ansiando escapar, me abracé a ella con <strong>de</strong>sesperación.<br />

Doloroso abrazo. Pareció durar una eternidad.<br />

Luego, me <strong>de</strong>splomé sobre el corredor, mientras mi propia sangre bañaba los<br />

pies <strong>de</strong> mi asesina, quien sonreía, <strong>de</strong>svaneciéndose en la nada y un coro <strong>de</strong><br />

carcajadas se adueñaba <strong>de</strong> la vieja y oscura mansión.


CAPÍTULO 2<br />

20 Años Después<br />

Richard<br />

Un automóvil se encamina lento por la nueva carretera que atraviesa la<br />

campiña. El joven pálido y <strong>de</strong>sgarbado permanece sentado en el asiento trasero,<br />

sumido en sus pensamientos e inquietu<strong>de</strong>s, mientras sostiene entre las manos un<br />

viejo escrito judicial, que le fuera entregado hace apenas un par <strong>de</strong> meses al cumplir<br />

los veintidós años. Allí el ya fallecido abogado familiar le comunica sobre una<br />

herencia, <strong>de</strong> la cual es el único beneficiario.<br />

Se trata <strong>de</strong> una antigua casona en las afueras <strong>de</strong> su Londres natal. Acababa <strong>de</strong><br />

enterarse, pues su madre había evitado durante todo un año tomara conocimiento<br />

<strong>de</strong> aquella carta notarial en la que se lo <strong>de</strong>signaba dueño y señor <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sconocida<br />

y abandonada propiedad.<br />

Durante los dos últimos meses, ambos discutieron acaloradamente sobre si<br />

<strong>de</strong>bía acudir hacia la misma y tomar posesión <strong>de</strong> lo que era suyo por <strong>de</strong>recho.<br />

Ella solía <strong>de</strong>squiciarse <strong>de</strong> solo tocar el tema. Ante la insistencia <strong>de</strong>l joven y,<br />

teniendo en cuenta que la situación económica <strong>de</strong> ambos no era precisamente la<br />

mejor ni más a<strong>de</strong>cuada para una familia con su estirpe, logró convencerla, aunque<br />

solo a medias, <strong>de</strong> tomar el riesgo. Lo que nunca imaginó las razones <strong>de</strong> tan cerrada<br />

obstinación en aquella negativa <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar partir a su único hijo hacia la <strong>de</strong>solada<br />

comarca don<strong>de</strong> estaba situada la misteriosa propiedad que su padre le legara.<br />

Una noche antes <strong>de</strong> iniciar el viaje, la madre con los ojos colmados <strong>de</strong> temor y<br />

lágrimas <strong>de</strong>cidió contarle lo poco que sabía, y aun así temía, sobre lo sucedido allí<br />

veinte años atrás.<br />

Le relató cómo su padre, un joven estudiante <strong>de</strong> leyes con quien se había<br />

casado apenas un año antes <strong>de</strong> su nacimiento, oportunamente recibió un idéntico<br />

documento, <strong>de</strong>signándolo here<strong>de</strong>ro universal <strong>de</strong> dicha propiedad; por lo que, en su<br />

momento, también partió hacia la misma con claras intenciones <strong>de</strong> ven<strong>de</strong>rla. Sin<br />

embargo, según cláusulas testamentarias, <strong>de</strong>bía permanecer en la mansión por el<br />

término <strong>de</strong> algunas semanas.<br />

Él había nacido y vivido allí hasta los diez años <strong>de</strong> edad, en compañía <strong>de</strong> sus<br />

respectivos padres, <strong>de</strong>biendo marcharse a Londres bajo la tutela <strong>de</strong> un hermano<br />

materno, el tío Alfred, enviado por su madre cuando ella quedara viuda y contrajera<br />

nuevas nupcias con un enigmático personaje. Des<strong>de</strong> entonces, nunca volvió a verla.<br />

Diez años más tar<strong>de</strong>, también ella falleció, tan misteriosa y extrañamente como su<br />

primer esposo.<br />

A estas alturas <strong>de</strong>l relato, y no pudiendo contenerse al revivir aquellos tan<br />

celosamente velados recuerdos, la madre rompió a llorar. Su marido, padre <strong>de</strong><br />

Richard, nuestro joven y nuevo here<strong>de</strong>ro, tomó la misma <strong>de</strong>terminación e idéntico<br />

<strong>de</strong>safío. El mismo que hoy él pretendía recorrer. Solo que aquel, el <strong>de</strong> hace dos<br />

décadas, <strong>de</strong> aquel periplo nunca regresó.<br />

Por ese entonces y ante tales circunstancias, Alice golpeó todas las puertas,<br />

recurrió a los abogados y hasta suplicó al único pariente vivo que le quedaba a su


<strong>de</strong>saparecido esposo, intervenir en busca <strong>de</strong> respuestas.<br />

El tío Alfred, hombre cauto y reservado, acudió a la propiedad bajo la presión<br />

<strong>de</strong> sus angustiadas peticiones. Cuando regresó, ya no era el mismo, parecía haber<br />

envejecido varias décadas: pálido, mucho más distante y esquivo que lo habitual.<br />

El día en que retornó a Londres, tras <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l carruaje, solo atinó a<br />

estrecharla con fuerza entre sus brazos, comunicándole contrito, la <strong>de</strong>soladora<br />

noticia: nunca había llegado a encontrarse con su sobrino Robert. Debido a las<br />

señales encontradas en el interior <strong>de</strong> la casa, las autorida<strong>de</strong>s policiales <strong>de</strong>l lugar<br />

<strong>de</strong>dujeron que el joven había sido atacado, asesinado y, posteriormente, sepultado<br />

en algún sitio <strong>de</strong>l bosque lindante, a espaldas <strong>de</strong> la misteriosa y lúgubre casona.<br />

Nunca se supo certeramente lo allí acontecido. Después, Alfred jamás accedió<br />

a volver sobre el tema. Simplemente se aisló <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l vetusto ático en lo alto <strong>de</strong> su<br />

casa, en completo ostracismo y negándose, <strong>de</strong> forma in<strong>de</strong>clinable, a recibir cualquier<br />

tipo <strong>de</strong> visita. Parecía aterido por un miedo atroz, ante la posibilidad <strong>de</strong> que oscuras<br />

fuerzas pudieran haberle seguido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel lugar hasta su propia puerta.<br />

Aun así, asumió la responsabilidad <strong>de</strong> ayudar económicamente a la joven viuda<br />

y al pequeño Richard; al menos, durante el corto tiempo que el anciano vivió. Alfred,<br />

quien acostumbrado a las extravagantes actitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> su hermana <strong>de</strong>s<strong>de</strong> épocas<br />

previas a su matrimonio con el padre <strong>de</strong> Robert, no tuvo en su momento más<br />

alternativa que aceptar al pequeño en su morada, como si fuera <strong>de</strong> allí en más su<br />

propio hijo. Por lo que lo había criado y educado con todo esmero y <strong>de</strong>dicación.<br />

Luego <strong>de</strong> fallecer Alfred, Alice, la joven viuda <strong>de</strong> Robert, y su hijo, heredaron<br />

una mo<strong>de</strong>sta cantidad <strong>de</strong> dinero y la propiedad <strong>de</strong>l difunto tío, como único sostén y<br />

amparo. Esto les sirvió para vivir con cierta dignidad durante los años transcurridos<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la inexplicable muerte <strong>de</strong> Robert.<br />

Muy a pesar <strong>de</strong> Alice y todos sus obstinados argumentos, Richard <strong>de</strong>cidió<br />

aceptar el reto, esperanzado por hallar un mejor futuro para ambos. Des<strong>de</strong> luego,<br />

sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> lado el secreto anhelo por <strong>de</strong>velar la verdad sobre la muerte <strong>de</strong> su padre,<br />

a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> los incognoscibles secretos que parecían ro<strong>de</strong>ar todo lo relacionado con<br />

aquella herencia.<br />

Casi sin darse cuenta, queda profundamente dormido <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l vehículo,<br />

presa <strong>de</strong> extraños sueños, muy poco claros y <strong>de</strong>finitivamente perturbadores.<br />

Despierta <strong>de</strong>bido al intempestivo movimiento <strong>de</strong>l coche cuando abandona la<br />

carretera principal, para introducirse en un sombrío y poco transitado sen<strong>de</strong>ro <strong>de</strong><br />

tierra húmeda, escoltado en ambos lados por altos y tupidos árboles, que apenas si<br />

permitían el paso <strong>de</strong> la luz solar a través <strong>de</strong> sus frondosas copas, las que se inclinaban<br />

sobre el camino, semejando un tétrico recibimiento para quienes se aventuraran<br />

transitarlo.<br />

Richard comienza a tener la sensación <strong>de</strong> ser observado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el cerrado<br />

follaje. Tanto el clima como el entorno mutan <strong>de</strong> modo drástico a partir <strong>de</strong>l<br />

momento en que se introducen en el sen<strong>de</strong>ro. Una espesa neblina surge<br />

prácticamente <strong>de</strong> la nada, envolviéndolos con un manto atemorizante y provocando<br />

en el muchacho nefastos presentimientos, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> un <strong>de</strong>sasosiego inextricable.<br />

Ajusta su abrigo sobre el pecho y se restriega las manos enguantadas.


Observando el espejo retrovisor en la parte <strong>de</strong>lantera, nota que el chófer, a quién no<br />

había visto antes en su vida, le mira <strong>de</strong> un modo extraño, penetrante. Comienza a<br />

sentirse algo incómodo. Buscando en el interior <strong>de</strong>l sobretodo, extrae su plateada<br />

cigarrera y una pequeña petaca <strong>de</strong> licor. Le tiemblan las manos al <strong>de</strong>staparla, intenta<br />

beber un largo y profuso trago. En un <strong>de</strong>scuido, unas pequeñas gotas <strong>de</strong>rramadas se<br />

dibujan nítidas al caer sobre sus ropas. Al verlas Richard piensa en sangre.<br />

Fastidiado, encien<strong>de</strong> un cigarrillo y, aspirando hondo, <strong>de</strong>sea encontrar en este<br />

simple acto un poco <strong>de</strong> claridad mental y cierta calma. No resulta. Su corazón se<br />

acelera <strong>de</strong>sbocado. Mordiéndose los labios, exhala el humo intempestivo, arroja el<br />

cigarro a medio consumir por la ventanilla <strong>de</strong>l automóvil. Vuelve a mirar hacia el<br />

espejo, vigilando el ceño <strong>de</strong> su raro conductor. «¡Demonios! Debería haber prestado<br />

más atención a la hora <strong>de</strong> contratar los servicios <strong>de</strong> transporte», piensa.


CAPÍTULO 3<br />

La Llegada<br />

El estertor <strong>de</strong>l motor al <strong>de</strong>tener la marcha se percibe similar a un escalofrío<br />

mecánico, ante la visión <strong>de</strong> la majestuosa mansión que se yergue a su <strong>de</strong>recha.<br />

Absolutamente gris y <strong>de</strong>scuidada; permite, aun así, perfilar algo <strong>de</strong> su antiguo<br />

esplendor por entre los matorrales <strong>de</strong> la entrada, tras las rejas retorcidas.<br />

Richard la contempla durante unos instantes antes <strong>de</strong> bajar <strong>de</strong>l coche: un<br />

diseño arquitectónico digno <strong>de</strong> la clase más opulenta entre los señores feudales <strong>de</strong>l<br />

medioevo, <strong>de</strong>ja traslucir diversas alas y torretas con un <strong>de</strong>finido toque gótico,<br />

resaltado por la oscuridad <strong>de</strong> sus antiguos muros hume<strong>de</strong>cidos y cubiertos <strong>de</strong><br />

enreda<strong>de</strong>ras muertas. Sí, muertas, como toda la vegetación que la ro<strong>de</strong>a. Hasta los<br />

árboles parecen haber fenecido en un vano intento por ceñirla con sus ramas secas<br />

y retorcidas, invistiéndola con un aspecto en extremo siniestro.<br />

Su mente práctica se <strong>de</strong>bate ante la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que una propiedad con estas<br />

características, una vez restaurada, si eso es aún posible, podrá constituir un<br />

trascen<strong>de</strong>ntal abanico <strong>de</strong> opciones lucrativas, ya sea a través <strong>de</strong> la venta o como <strong>de</strong><br />

su utilidad en otros diversos <strong>de</strong>stinos posibles. Quizá sea esta la solución a todos sus<br />

problemas <strong>de</strong> dinero.<br />

Sin embargo, la oscuridad, las sombras escondiéndose en los rincones, el<br />

mustio entorno y abandono que la envuelven por completo, no cesan <strong>de</strong> estremecer<br />

las fibras más recónditas <strong>de</strong> su subconsciente temeroso.<br />

Nunca ha sido, lo que se dice, audaz o valiente. No obstante, siente que <strong>de</strong>be<br />

armarse <strong>de</strong> valor y enfrentar lo que fuese preciso ante tal oportunidad. Aquí,<br />

<strong>de</strong>finitivamente tangible y… suya.<br />

Le sobresalta el intempestivo portazo <strong>de</strong>l engendro jorobado y feo que<br />

contrató como chófer, quien, presuroso, ha <strong>de</strong>scendido <strong>de</strong>l vehículo, bajando las<br />

maletas <strong>de</strong>l portaequipaje.<br />

Sacudiendo la cabeza para <strong>de</strong>spejarla, salta <strong>de</strong>l asiento <strong>de</strong>l coche y observa <strong>de</strong><br />

reojo a su acompañante, notando que este le mira fijo, mientras en su arrugado<br />

rostro se bosqueja algo semejante a una sonrisa mordaz.<br />

«¡Mierda! Quizá solo lo estoy imaginando», piensa, apartando <strong>de</strong> él la vista.<br />

Quita ese pensamiento <strong>de</strong> su mente, estira las piernas con movimientos <strong>de</strong><br />

flexión y elongación, coloca los brazos en jarra y, elevando el pecho displicente, mira<br />

el gran portal <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la maleza casi con un gesto <strong>de</strong> satisfacción.<br />

Mientras tanto y en lo alto <strong>de</strong>l segundo piso, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una umbría ventana, la<br />

imagen <strong>de</strong> una mujer vestida <strong>de</strong> negro observa en <strong>de</strong>talle cada uno <strong>de</strong> sus<br />

movimientos, con los ojos sumidos en la oscuridad <strong>de</strong> unas cuencas insondables.<br />

La oscilación <strong>de</strong> la cortina alerta a Richard. Alzando la mirada, cree distinguir<br />

con bastante claridad el brazo <strong>de</strong> un joven <strong>de</strong> cabello renegrido que, cubriendo<br />

enérgicamente la boca <strong>de</strong> la mujer, la hala hacia atrás, sumergiéndola en la<br />

profundidad <strong>de</strong> un interior que permanece virgen al escrutinio <strong>de</strong>l nuevo dueño <strong>de</strong>


aquella soberbia estancia. La sangre se le hiela en las venas. ¿Acaso está alucinando?<br />

Repentina y bruscamente, un toque sobre su hombro lo <strong>de</strong>vuelve a la realidad.<br />

Se trata <strong>de</strong>l singular chófer que lo insta a seguirlo hacia la entrada. Traspasan las<br />

oxidadas rejas, sorteando cardos entre la maleza y tanteando el camino <strong>de</strong> lajas que<br />

conduce hacia el portal labrado con arabescos <strong>de</strong>sfigurados por el <strong>de</strong>scascaro <strong>de</strong>l<br />

tiempo.<br />

Richard comienza a buscar las llaves que le fueran entregadas junto al sobre<br />

notarial; mientras hace esto, oye el motor <strong>de</strong>l coche arrancando a su espalda, allá,<br />

fuera <strong>de</strong>l extenso jardín. Pasmado, se pregunta cómo ha llegado tan rápido ese<br />

jorobado fuera <strong>de</strong> la propiedad. Le grita en vano intentando <strong>de</strong>tenerlo. El vehículo<br />

ya se pier<strong>de</strong> en el sen<strong>de</strong>ro, <strong>de</strong>jándolo absolutamente solo, frente a las puertas <strong>de</strong> su<br />

nueva vida; a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>l principio <strong>de</strong> un <strong>de</strong>stino que no atinaba a sospechar.


CAPITULO 4<br />

Cruzando el Portal <strong>de</strong>l Infierno<br />

Richard coloca las llaves en la cerradura, ardua tarea <strong>de</strong>bido a la erosión <strong>de</strong>l<br />

metal oxidado. Mientras forcejea por introducirla y girar para abrir, la puerta ce<strong>de</strong>,<br />

como si nunca hubiese estado cerrada o cual si alguien, sencillamente, abriera <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

el interior. No suce<strong>de</strong> como en las historias <strong>de</strong> terror, esta nunca rechina<br />

tenebrosamente sobre sus goznes. Simplemente se <strong>de</strong>sliza con suavidad hacia<br />

<strong>de</strong>ntro, como sostenida y empujada por un brazo invisible.<br />

Un profano vaho maloliente <strong>de</strong> humedad y encierro se libera <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el interior,<br />

envolviéndolo, para luego dispersarse huidizo en dirección hacia los bosques y la<br />

arboleda muerta en <strong>de</strong>rredor.<br />

Le cuesta mucho distinguir las formas <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la sala-recibidor. Es un día<br />

nublado y el ocaso se aproxima, por lo que la tenue luz que atraviesa los ventanales,<br />

en su gran mayoría cubiertos con pesados cortinajes y tablados <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra cruda, no<br />

consigue iluminar la inmensidad <strong>de</strong>l sitio. Solo polvo, <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n y muebles cubiertos<br />

con lo que alguna vez fueron sábanas, lucen grises y mohosos.<br />

Consciente <strong>de</strong> que el sitio aún no cuenta con energía eléctrica, <strong>de</strong>ci<strong>de</strong><br />

apresurar su ingreso con todo y maletas, antes <strong>de</strong> que el tiempo acucie y que<strong>de</strong><br />

inmerso en la más absoluta oscuridad. ¡Las velas! Debe encontrarlas y también los<br />

can<strong>de</strong>labros. Iluminarlo todo se ha convertido en su tarea principal. Al fin y al cabo,<br />

no conoce ni un ápice <strong>de</strong> aquel extenso lugar, el que ahora le pertenece.<br />

Arrastra como pue<strong>de</strong> sus maletas y cierra la puerta tras <strong>de</strong> sí. A un costado,<br />

encuentra un gran ma<strong>de</strong>ro que sirve como tranca y, buscando los ensambles para<br />

sostenerlo, lo coloca en su sitio, clausurando <strong>de</strong> este modo la entrada. Por un<br />

momento, se pregunta si está haciendo lo correcto, si tal vez no estaría sellando la<br />

única oportunidad conocida <strong>de</strong> salir disparado <strong>de</strong> aquel lugar. Luego lo piensa mejor<br />

y se carcajea. Es una estupi<strong>de</strong>z.<br />

Meditando en ello mientras se aboca a iluminar el caótico lugar, <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> hacer<br />

un repaso <strong>de</strong> todo lo acontecido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que saliera <strong>de</strong> su hogar en Londres.<br />

Indudable, todo ha sido extremadamente repentino, inquietante y muy<br />

extraño. Des<strong>de</strong> el acuse <strong>de</strong>l documento notarial, pasando por el año <strong>de</strong> escamoteo<br />

<strong>de</strong>liberado <strong>de</strong> su madre, terminando en el <strong>de</strong>scubrimiento parcial <strong>de</strong> los<br />

acontecimientos que afectaron la vida <strong>de</strong> su familia.<br />

Hasta no hace mucho, su orfandad paterna siempre fue un tema escuetamente<br />

comentado y <strong>de</strong>liberadamente sintetizado por Alice, durante las muy ocasionales<br />

charlas que mantuviese al respecto con su hijo. Por tanto, a Richard nunca le había<br />

quedado claro el motivo real y concreto <strong>de</strong> la ausencia paterna. Sin embargo esta<br />

situación influyó <strong>de</strong> modo significativo y <strong>de</strong>terminante en el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> su<br />

personalidad.<br />

Por aquella época solo podía <strong>de</strong>ducir simple y llanamente, el haber sido víctima<br />

inocente <strong>de</strong>l abandono precoz y, en apariencia, cobar<strong>de</strong> <strong>de</strong> su progenitor. Creció<br />

sintiéndose poco amado, carente <strong>de</strong> una figura paterna que emular o por quien


sentirse amparado. Sin hermanos, sin historia, ni siquiera familiares a quienes<br />

acudir.<br />

Tales circunstancias lo constituyeron como un muchacho frágil e inseguro,<br />

ambicioso <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r que da el dinero, <strong>de</strong>l que obviamente su madre y el carecían.<br />

Aun cuando asistió a buenos colegios, recibiendo una a<strong>de</strong>cuada educación, era<br />

esquivo a las relaciones interpersonales, sin <strong>de</strong>stacar en nada que no fuera el propio<br />

ingenio en pro <strong>de</strong> la supervivencia.<br />

Nunca logró calificar óptimamente como candidato para ingresar en alguna <strong>de</strong><br />

las prestigiosas faculta<strong>de</strong>s londinenses, tal y como muchos <strong>de</strong> sus compañeros <strong>de</strong><br />

estudios habían hecho. Su propia madre solía observarlo con lo que él,<br />

subjetivamente y en silencio, percibía como cierta <strong>de</strong>sazón frente a esa obstinada<br />

soledad en la que solía aislarse. Tampoco practicaba <strong>de</strong>portes. Era propenso al<br />

influjo <strong>de</strong> placeres vanos y superficiales, como la bebida o los juegos <strong>de</strong> azar.<br />

Quizá fuera esa la razón primordial que hoy lo moviliza, consi<strong>de</strong>rando que la<br />

presente circunstancia pue<strong>de</strong> constituir una oportunidad para salir al exterior <strong>de</strong><br />

aquella coraza que durante años edificó a modo <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa. En estos pocos días,<br />

<strong>de</strong>scubre datos singulares sobre su verda<strong>de</strong>ro origen: proviene <strong>de</strong> una familia<br />

adinerada, con estirpe y si a eso le suma el misterioso charme que envuelve su<br />

historia, ¡vaya con la sorpresa!<br />

Mientras medita, ha ido encendiendo velas hasta el último rincón <strong>de</strong> la<br />

<strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nada sala. También tiene dispuestos los can<strong>de</strong>labros que utilizará para<br />

recorrer la estancia, según sus planes, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> esa misma noche. Contempla renuente<br />

las magnas escaleras <strong>de</strong> roble que conducen al segundo piso.<br />

Jamás sabrá si es <strong>de</strong>bido al temor <strong>de</strong> ascen<strong>de</strong>r por las mismas o el intenso<br />

apetito acumulado por las extensas horas <strong>de</strong> viaje, lo que lo inducen a <strong>de</strong>spejar el<br />

gran escritorio lleno <strong>de</strong> polvo, pergaminos y antiguos libros, que reina predominante<br />

junto al ventanal mayor, presidiendo todo el ambiente <strong>de</strong> la sala, con la finalidad <strong>de</strong><br />

prepararse allí algo <strong>de</strong> cenar. Bajo ningún punto <strong>de</strong> vista se aventura llegar hasta la<br />

cocina, la que supone <strong>de</strong>be estar más allá <strong>de</strong>l oscuro corredor hacia su izquierda.<br />

Por fortuna, Alice le había alistado previsoramente, generosas viandas con<br />

alimentos suficientes para subsistir algunos días sin mayor afán. Toma sus enseres<br />

empacados y, escogiendo lo necesario, los distribuye junto a una botella <strong>de</strong> vino<br />

tinto sobre la mesa improvisada. Sacu<strong>de</strong> el polvo <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las sillas y se sienta a<br />

cenar, ensimismado en sus propios pensamientos. De modo curioso e instintivo, en<br />

ningún momento <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> sostener la vista fija en el inicio <strong>de</strong> aquella atemorizante<br />

escalera.<br />

Repentinamente cansado, termina a medias su cena, bebe <strong>de</strong> un sorbo la cuarta<br />

copa <strong>de</strong> vino. Tal vez como consecuencia <strong>de</strong>l agotamiento mental y físico, sumado<br />

a las intensas y variadas emociones experimentadas, pero se queda dormido sobre<br />

su propio abrigo, colocado a modo <strong>de</strong> almohada sobre el escritorio. Lo último que<br />

atina pensar, «ha sido el vino».<br />

Pero aquel breve solaz llega abruptamente a su fin. Una caricia helada roza su<br />

cuello dolorido, rojos y perfumados cabellos le cubren cayendo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> atrás las<br />

mejillas, mientras que unos labios que nunca llega a ver, susurran en su oído:


―Estás en casa. ¡Por fin has llegado! Te esperábamos.<br />

Totalmente obnubilado y somnoliento, no pue<strong>de</strong> distinguir la realidad <strong>de</strong>l<br />

sueño, obviamente influenciado por las condiciones <strong>de</strong>l ambiente. Sacu<strong>de</strong> la cabeza.<br />

Pestañea varias veces, restregándose los párpados que aún siente pesados. Nota lo<br />

mucho que se han consumido las velas a su alre<strong>de</strong>dor, por lo que <strong>de</strong>duce, ha<br />

dormido varias horas. El alba no tarda en llegar; sin embargo, aún reina la noche,<br />

colmada <strong>de</strong> enigmas y cercando firme la morada en la que ahora comienza a sentirse<br />

prisionero.<br />

Alza la mirada. Frente a sí, los distintivos peldaños. Recordando su anterior<br />

<strong>de</strong>terminación, concluye que el miedo no será su mejor aliado si preten<strong>de</strong> explorar<br />

en <strong>de</strong>talle la propiedad. Armándose <strong>de</strong> todo el valor que sus menguadas fuerzas le<br />

permiten, se pone <strong>de</strong> pie, toma un gran can<strong>de</strong>labro y renueva sus velas. Elevándolo<br />

justo encima <strong>de</strong> él, avanza hacia el origen <strong>de</strong> su mayor temor en aquel preciso<br />

instante.<br />

Ya junto al pie <strong>de</strong> la gra<strong>de</strong>ría, una fría ráfaga <strong>de</strong> viento le alcanza sorpresiva,<br />

estremeciendo su cuerpo entero. Impulsado aún por una infrecuente y temeraria<br />

intrepi<strong>de</strong>z, se aferra al barandal labrado. Como impelido por una <strong>de</strong>scarga eléctrica,<br />

evoca los dos sobrenaturales sucesos experimentados <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la misma tar<strong>de</strong> en que<br />

llegara a la casa: aquellas siluetas que avistó en el ventanal <strong>de</strong>l piso superior y la<br />

insinuante presencia que le susurrara la bienvenida, durante lo que creía, sin estar<br />

completamente seguro, había sido un sueño. Ahora, esa inexplicable y helada brisa<br />

que lo circunda proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la nada. Monta un pie sobre el primer escalón,<br />

mientras la mano que sostiene el can<strong>de</strong>labro tirita consecuente con la intensidad <strong>de</strong><br />

su temor. No obstante, nada lo <strong>de</strong>tiene. Esta es su casa, su propiedad, su alternativa.<br />

Su herencia.<br />

Comienza a subir. Rechina reseca la ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> las gradas bajo sus pies, aun así<br />

y a medida que ascien<strong>de</strong>, advierte una especie <strong>de</strong> quedo y suave lamento femenino,<br />

que estima proviene <strong>de</strong>l siguiente piso. Aun cuando la escalera se extien<strong>de</strong> hacia lo<br />

más alto <strong>de</strong> la casa, (la que consta <strong>de</strong> cuatro o cinco pisos), al llegar a cada uno, se<br />

escin<strong>de</strong> en un <strong>de</strong>scanso y una galería permitiendo el acceso a nuevos corredores<br />

repletos <strong>de</strong> habitaciones, salas y espacios; luego, continúa hasta la gran cúpula <strong>de</strong><br />

cristal vitreaux que corona la mansión.<br />

Tiene entendido que en el siguiente piso se hallan las habitaciones principales,<br />

en especial la que un día perteneciera a su abuela Dorothy, como así también otra<br />

muy particular, la que su padre ocupara mientras habitó el sitio durante los primeros<br />

años <strong>de</strong> su infancia. Richard <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> que ese será el primer tramo a investigar. Ni bien<br />

ha llegado allí, ve cómo una galería protegida por su correspondiente balaustrada<br />

conduce hacia un sombrío y largo corredor, don<strong>de</strong> apenas consigue discernir el sitio<br />

exacto en el que se sitúan las puertas <strong>de</strong> cada uno <strong>de</strong> los cuartos.<br />

Con la exigua luz <strong>de</strong> las velas, pue<strong>de</strong> notar que, <strong>de</strong> tramo en tramo, las pare<strong>de</strong>s<br />

proporcionan una seguidilla <strong>de</strong> farolas colgantes en condiciones <strong>de</strong> ser utilizadas.<br />

Esto le estimula. Proce<strong>de</strong> a encen<strong>de</strong>rlas y, así, el corredor va cobrando forma frente<br />

a sus ojos.<br />

Luego <strong>de</strong> unos metros, se encuentra ante una gran puerta doble, adornada <strong>de</strong><br />

cenefas labradas por eximios ebanistas. Extrayendo un pañuelo que usualmente


lleva en el bolsillo superior <strong>de</strong> su chaleco, empieza a sacudir todo el polvo <strong>de</strong>positado<br />

sobre ella. Entonces <strong>de</strong>scubre, muy cerca <strong>de</strong> la <strong>de</strong>strozada cerradura, una serie <strong>de</strong><br />

símbolos grabados <strong>de</strong> modo grotesco y discordante con la <strong>de</strong>coración propia <strong>de</strong> la<br />

estancia. Parecen haber sido tallados a filo <strong>de</strong> navaja y su diseño no coinci<strong>de</strong> con<br />

ningún estilo artístico que él haya conocido jamás. Aun así, tiene la sensación <strong>de</strong><br />

haberlos visto entre las páginas <strong>de</strong> arcaicos textos <strong>de</strong> contenido místico que, siendo<br />

adolescente, solía escudriñar en las bibliotecas más lóbregas <strong>de</strong> su caliginosa<br />

Londres.<br />

Coloca su mano sobre el picaporte y duda. El hondo lamento vuelve a acariciar<br />

sus oídos, estremeciéndole, pues pareciera proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l interior <strong>de</strong> aquel mismo<br />

cuarto. Empuja la puerta doble y un conjunto <strong>de</strong> sombras perfiladas, idénticamente<br />

a volutas <strong>de</strong> humo espeso, cual, si se originaran <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una hoguera encendida con<br />

leños ver<strong>de</strong>s y húmedos, simula envolverle, manifestando formas difusas que se<br />

escabullen con rapi<strong>de</strong>z en todas direcciones.<br />

Richard ingresa al cuarto, oteando el interior <strong>de</strong>l mismo. Al parecer, una<br />

magnífica estancia. Sin lugar a dudas, este ha sido el cuarto <strong>de</strong> su abuela. Tropieza<br />

con algunos <strong>de</strong> los muebles, hasta toparse con la gran cama y dosel, presidiendo el<br />

centro <strong>de</strong> aquella habitación. Escoltándola, reposan dos pequeñas mesitas veladoras<br />

con sus correspondientes can<strong>de</strong>labros y otros objetos que no logra distinguir.<br />

Sorteando obstáculos en pos <strong>de</strong> llegar hasta ellos, el estrépito <strong>de</strong> una ventana<br />

abriéndose <strong>de</strong> improviso le pone los pelos <strong>de</strong> punta. El viento penetra incontenible,<br />

agitando el cortinado que pen<strong>de</strong> <strong>de</strong>l dosel; entonces observa, totalmente azorado,<br />

como una <strong>de</strong> las sábanas <strong>de</strong> raso se <strong>de</strong>shace <strong>de</strong>l gran lecho y, revistiendo una silueta<br />

in<strong>de</strong>finida, <strong>de</strong>saparece por la puerta <strong>de</strong> entrada directo hacia el corredor.<br />

Estupefacto, solo atina a cerrar el ventanal y salir, casi disparado, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la<br />

figura. Antes <strong>de</strong> alcanzar la puerta, oye un fuerte golpe al final <strong>de</strong>l pasillo. Debe estar<br />

en pleno estado <strong>de</strong> shock, pues se lanza sin dudarlo hacia la zona <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong><br />

provino el contun<strong>de</strong>nte sonido. El viento apagó las velas; sin embargo y <strong>de</strong> modo<br />

inexplicable, el corredor se muestra en sus contornos y extensión, ahora iluminado<br />

por un resplandor iridiscente.<br />

Su mirada ya no <strong>de</strong>nota el temor con que iniciase aquella nocturna y temeraria<br />

exploración, se ha endurecido, expresando una fiereza categórica. Se <strong>de</strong>splaza sobre<br />

la <strong>de</strong>sgastada alfombra, en dirección a la puerta que divisa al final <strong>de</strong> aquel pasaje.<br />

Siente sus pasos elevarse por sobre el suelo, mientras aquella ver<strong>de</strong> y luminosa<br />

bruma lo ro<strong>de</strong>a y transporta, señalándole el camino.<br />

Sin saber <strong>de</strong> qué manera, se halla frente a aquella pequeña entrada. La espesa<br />

niebla <strong>de</strong>saparece tan rauda y misteriosa como naciera. Una angustiante sensación<br />

colma todo su ser, oprime su pecho y le permite oír el agitado bullir <strong>de</strong> la sangre<br />

recorriendo sus arterias.<br />

Insondable abismo <strong>de</strong> silencio le ro<strong>de</strong>a, casi no se atreve a respirar para no<br />

romperlo. Sus manos vuelven a temblar, el valor que lo impulsase se disuelve junto<br />

a la bruma y los lamentos. La oscuridad retorna perenne, diríase que asfixiante.<br />

Escarba con <strong>de</strong>sesperación entre sus ropas en busca <strong>de</strong> los cerillos que trae<br />

consigo, con el fin <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>r una última vela. Se maldice por no haber recordado,<br />

en lo absoluto, que en el interior <strong>de</strong> sus maletas guarda un par <strong>de</strong> linternas.


Demasiado tar<strong>de</strong> para regresar por ellas. Finalmente, y luego <strong>de</strong> varios intentos<br />

fallidos, logra pren<strong>de</strong>r la titilante llama. Es entonces cuando el resto <strong>de</strong> los cerillos<br />

caen, dispersándose en el suelo.<br />

Ante el temor <strong>de</strong> quedarse nuevamente a oscuras, se inclina alumbrando hacia<br />

abajo, procurando coger la mayoría. Mientras lo hace, patéticamente arrodillado en<br />

el piso, nota que se halla sobre una oscura mancha en la alfombra. Algo <strong>de</strong>ntro suyo<br />

le satura <strong>de</strong> un terror in<strong>de</strong>scriptible. Iluminando más <strong>de</strong> cerca, advierte el color<br />

bordó viscoso. Luego se <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> a tocarla y percibe la humedad, tal como si fuese<br />

fresca. Temblando, eleva sus <strong>de</strong>dos al alcance <strong>de</strong> la vista. Están teñidos <strong>de</strong> rojo, un<br />

acre olor a óxido le confirma lo que teme: sangre. ¡Se encuentra <strong>de</strong> hinojos sobre un<br />

imponente charco <strong>de</strong> sangre! ¡¿Pero cómo es esto posible?!<br />

Si bien es cierto que la casa ha permanecido <strong>de</strong>shabitada durante <strong>de</strong>masiado<br />

tiempo, ningún roedor que conociese podría haber sangrado en tal cuantía. A<strong>de</strong>más,<br />

también se pregunta sobre la i<strong>de</strong>ntidad <strong>de</strong> quien acabase con esa vida. Esto implica<br />

la existencia <strong>de</strong> un ser <strong>de</strong> mayor tamaño, consi<strong>de</strong>rablemente, en el lugar. De ser así,<br />

¿dón<strong>de</strong> yace el cadáver? ¿Quién tendrá motivos para inmiscuirse en la propiedad y<br />

retirar los restos, si se trata solo <strong>de</strong> un animal?<br />

Una lúgubre conjetura pugna por emerger en su yo consciente…<br />

¡No! Se niega rotundamente en dar credibilidad a tan perturbadora i<strong>de</strong>a. Aquel<br />

suceso sangriento acaeció hacía más <strong>de</strong> dos décadas y esta, esta sangre, ¡aún está<br />

fresca!<br />

Todavía <strong>de</strong> rodillas e impulsándose hacia atrás, Richard procura escabullirse<br />

<strong>de</strong> aquella huella. Ahora sí se encuentra absolutamente horrorizado y, por más que<br />

batalla, no consigue huir <strong>de</strong> ella. Algo le retiene <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su perímetro. Incluso llega<br />

a especular que continúa soñando. ¡Sí! ¡Sí! ¡De eso se trata! ¡Aún sigo dormido sobre<br />

el escritorio <strong>de</strong> la sala!<br />

Cierra entonces sus ojos con fuerza, concentrándose, pretendiendo <strong>de</strong>sgarrar<br />

el tétrico velo <strong>de</strong> aquella pesadilla. Sin embargo, es inútil. La sencilla puerta enfrente<br />

se abre suave, silenciosa y lentamente. Richard permanece hincado, con la cabeza<br />

gacha. No <strong>de</strong>sea ver.<br />

¡No más! ¡No más, por el amor <strong>de</strong> Dios!<br />

No es necesario que alzase la mirada. Negros faldones <strong>de</strong> un largo vestido<br />

sisean, aproximándosele. Ansía <strong>de</strong>spertar.<br />

—Mírame, pequeño cobar<strong>de</strong> —or<strong>de</strong>na una madura voz femenina que le<br />

resulta especialmente familiar. La misma voz, grave y ronca, <strong>de</strong> la infausta dama que<br />

solía visitarle en sus sueños <strong>de</strong>s<strong>de</strong> pequeño.<br />

Con el transcurrir <strong>de</strong> los años, ella pasó a convertirse en protagonista <strong>de</strong> sus<br />

peores pesadillas, aquellas que nunca mencionó a nadie y que, <strong>de</strong> algún modo, se<br />

instauraron como una especie <strong>de</strong> <strong>de</strong>tonador para la subsiguiente elección <strong>de</strong> su<br />

disipado estilo <strong>de</strong> vida. El temor que le causaba regresar a casa por las noches y<br />

volver a soñar con ella era insoportable, aun al llegar a la madurez.<br />

No podría <strong>de</strong>cirse que aquella dama <strong>de</strong> su pasado onírico le hubiese causado<br />

daño alguno, mas su existencia, aun en sueños, era lo sobradamente conminatoria


como para hacerle temblar <strong>de</strong> miedo Y su voz, inolvidable.<br />

Evi<strong>de</strong>nte, ante las circunstancias presentes, las cartas han sido echadas sobre<br />

el tapete y él posee una mala mano. Se está quedando sin opciones, así lo asume. Tal<br />

y como siempre, su ambición ha vuelto a con<strong>de</strong>narle. Si tan solo hubiese escuchado<br />

a mi madre. Muy lento, como quien enfrenta <strong>de</strong>rrotado su <strong>de</strong>stino, eleva sus ojos<br />

hacia el rostro <strong>de</strong> la mujer. Nada en ella pue<strong>de</strong> pertenecer a este mundo. Le recuerda<br />

la figura en la ventana. Vestida <strong>de</strong> negro, con la mirada incierta flotando en<br />

profundas y oscuras cuencas vacías <strong>de</strong> humanidad, sus manos <strong>de</strong>scarnadas<br />

entrelazan los <strong>de</strong>dos sobre la cintura <strong>de</strong>l faldón.<br />

―Levántate y ven conmigo —dice ella con su característica voz quebrada.<br />

Extendiendo entonces uno <strong>de</strong> sus brazos, ro<strong>de</strong>a el cuello <strong>de</strong> Richard con la<br />

mano, colocándolo enérgicamente <strong>de</strong> pie. No conforme con esto, lo levanta, hasta<br />

suspen<strong>de</strong>rlo a varios centímetros <strong>de</strong>l suelo.<br />

En ese crucial instante y <strong>de</strong> forma inesperada, una figura masculina se precipita<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el interior <strong>de</strong>l cuarto aquel y, empujando a la dama por la espalda, la arroja al<br />

piso, haciéndola caer sobre el joven. No obstante, antes <strong>de</strong> tocar el suelo, esta se<br />

<strong>de</strong>svanece en una negra fumarada que se escurre en dirección opuesta. Richard,<br />

sofocado y sin oxígeno, la sigue con la mirada y cree ver se introduce en la recámara<br />

principal.<br />

En tanto continúa vigilando hacia atrás, una mano se posa sobre su hombro,<br />

voltea a ver: se trata <strong>de</strong>l hombre con el cabello ensortijado y negro que divisara<br />

durante la tar<strong>de</strong> en el ventanal <strong>de</strong>l segundo piso. El sujeto, que ahora le ayuda a<br />

incorporarse, a Richard también le resulta familiar, aunque tampoco logra distinguir<br />

sus ojos. Estos, al igual que los <strong>de</strong> la mujer que acaba <strong>de</strong> atacarlo, se sumergen <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> umbrosas órbitas, resaltando la extrema pali<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su rostro.<br />

―¿Te encuentras bien? ―murmura.<br />

Richard no sabe qué contestar, persiste alelado. Se esfuerza por entablar unas<br />

palabras con su salvador; pero este, reacio y escrutando nervioso hacia un lado y<br />

otro por sobre sus propios hombros, solo dice <strong>de</strong> modo imperativo:<br />

—Debes salir <strong>de</strong> aquí. ¡Pero hazlo ya! O jamás lo lograrás.<br />

En ese instante, una nueva silueta surgida <strong>de</strong> la nada se abalanza a la zaga <strong>de</strong>l<br />

extraño, quien huye, <strong>de</strong>sapareciendo a través <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s con ella por <strong>de</strong>trás.<br />

De ésta última aparición, Richard reconoce el aroma que <strong>de</strong>spren<strong>de</strong> su roja y<br />

resplan<strong>de</strong>ciente cabellera. Es ella, sin duda alguna: la mujer que le susurró entre<br />

sueños sobre el escritorio, aquella bienvenida.


CAPITULO 5<br />

El pacto y la con<strong>de</strong>na<br />

Reencuentro<br />

Richard <strong>de</strong>spierta avanzada la mañana en un sitio que no alcanzó a explorar la<br />

noche previa, justo <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la fastuosa cúpula vitreaux que corona la mansión. A<br />

través <strong>de</strong> ella, la luz solar se esparce en un centenar <strong>de</strong> reflejos multicolores que<br />

traspasan las distintas combinaciones misceláneas en los cristales que componen la<br />

extraordinaria obra <strong>de</strong> arte, asombrosamente incólume tras los avatares <strong>de</strong>l tiempo<br />

transcurrido.<br />

En aquella sala circular, observando la posición <strong>de</strong>l sol sobre la bóveda vítrea,<br />

Richard toma cuenta <strong>de</strong>l largo tiempo que ha permanecido inconsciente. Al parecer<br />

ya es casi mediodía.<br />

A pesar <strong>de</strong> no tener i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> cómo ha llegado allí, comienza a realizar un análisis<br />

minucioso <strong>de</strong> la estancia. El sitio permite apreciar un cambio radical en cuanto al<br />

estilo y <strong>de</strong>coración que parece regir la antigua propiedad. El suelo se halla cubierto,<br />

casi completamente, por finas alfombras, probablemente orientales; sobre las<br />

mismas, reposan distribuidos <strong>de</strong> modo casual y acogedor, una gran cantidad <strong>de</strong><br />

almohadones y divanes, en diversas tonalida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> color pastel. Nada se presenta<br />

acor<strong>de</strong> con el atavío ornamental que pudo apreciar el pasado día en la parte inferior<br />

<strong>de</strong> la morada. Incluso, tanto el polvo como el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n o el abandono generalizado,<br />

dan la impresión <strong>de</strong> haber obviado el lugar, consintiéndole persistir virgen, al<br />

<strong>de</strong>scuido por el paso <strong>de</strong> largos y solitarios años.<br />

La sala está ro<strong>de</strong>ada por gran<strong>de</strong>s rosetones que no logran visualizarse <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

exterior. Al menos él no lo ha notado. De la parte alta <strong>de</strong> los mismos, pen<strong>de</strong>n gruesos<br />

y dorados cortinados, confeccionados en impecable brocado, combinados con gasa<br />

y encaje por <strong>de</strong>bajo. Tres imponentes portales se erigen, formando un semicírculo,<br />

en el lado opuesto a las ventanas, completando así la redon<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la estructura.<br />

Aunque carece <strong>de</strong> certeza sobre ellos, seguramente, tienen la finalidad <strong>de</strong> comunicar<br />

el sitio con el resto <strong>de</strong> la propiedad.<br />

Tratando <strong>de</strong> incorporarse, Richard advierte <strong>de</strong> que ha <strong>de</strong>scansado sobre un<br />

cúmulo <strong>de</strong> sendos cojines <strong>de</strong> raso, ubicados sobre la vasta alfombra color beige que<br />

cubre toda la extensión <strong>de</strong>l disco, <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las orientales. Pue<strong>de</strong> sentir sobre sus<br />

ropas arrugadas el suave aroma <strong>de</strong>l incienso, sándalo y aceites vegetales que inundan<br />

la pulcritud <strong>de</strong>l ambiente. Embriagado por esa sensación cálida y pacífica, casi logra<br />

olvidar lo in<strong>de</strong>scriptible <strong>de</strong> su pasmosa experiencia unos pisos más abajo. Sangre,<br />

sombras y la misma muerte casi truncaron su vida.<br />

Prosigue inmerso en la contemplación <strong>de</strong>l sol <strong>de</strong>splazándose por el cielo.<br />

Matices bautizando acariciantes cada minúsculo rincón, <strong>de</strong>stellando sobre los<br />

extravagantes y heterogéneos objetos que reflectan su luz y tonalidad, escasos y<br />

pequeños, distribuidos sobre las repisas empotradas en las pare<strong>de</strong>s color marfil.<br />

Una vez <strong>de</strong> pie, el joven nota que se encuentra <strong>de</strong>scalzo, con tan solo camisa y<br />

pantalón como atuendo; sin chaleco, ni corbata. Se pregunta entonces, «¿cómo he<br />

llegado hasta aquí?». Aproximándose a una <strong>de</strong> las ventanas, continúa inquiriendo,


«¿cuánto <strong>de</strong> lo vivido tiene visos <strong>de</strong> realidad? O tal vez, ¿he sido presa fácil y maleable<br />

<strong>de</strong> una sobre estimulada imaginación?». Recorriendo un poco el cortinado, preten<strong>de</strong><br />

ver el exterior, rememorando lo que <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> atravesar para llegar a este lugar.<br />

Dejándolo todo atrás.<br />

Cuál es su asombro cuando al echar un vistazo por el cristal, la campiña se<br />

expone ver<strong>de</strong> y próspera, como a la espera <strong>de</strong> una exuberante primavera y el sol<br />

bañando el horizonte, más allá <strong>de</strong>l cerrado bosque que atesora <strong>de</strong> la casa su<br />

existencia. ¿Cómo es posible?<br />

Baja la vista hacia don<strong>de</strong> se figura habrán <strong>de</strong> revelarse, viejos y rudimentarios,<br />

los materiales que componen el techo <strong>de</strong> los pisos inferiores. Contra todo lo<br />

esperado, frente a sus ojos, se ven flamantes, como si apenas ayer hubiesen sido<br />

colocados. Tal cual si el tiempo, los vientos y las lluvias no les hubieran castigado<br />

nunca. Incluso, el amplio jardín atestado <strong>de</strong> matorrales, los árboles muertos<br />

cercando con sus ramas los muros <strong>de</strong> la casa, las hiedras secas ciñendo la gris<br />

fachada que ayer le recibiera; todo, absolutamente todo, se ha transmutado en el<br />

esplendor que, sin lugar a dudas, luciera en vida <strong>de</strong> sus antecesores.<br />

Condicionado por una consternación sin límites, Richard persiste sin lograr<br />

discernir entre realidad o fantasía. No tiene certeza sobre qué sentir y, mucho<br />

menos, esperar <strong>de</strong> las circunstancias. Nada <strong>de</strong> todo esto le parece ser real. Ni el<br />

horror <strong>de</strong> la madrugada, ni la paz <strong>de</strong> esta mañana.<br />

Gira sobre sus pasos y, alelado en busca <strong>de</strong> respuestas, se dirige hacia los<br />

estantes don<strong>de</strong> aquellos insólitos objetos reposan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> quién sabe cuánto antes.<br />

Representaciones extrañas, talladas en diversos materiales, entre los que pue<strong>de</strong><br />

reconocer el oro, el cristal auténtico, el ja<strong>de</strong> y algunas piedras como zafiros y<br />

amatistas, <strong>de</strong>coran las pare<strong>de</strong>s, erigiendo efigies, por cierto, algo extravagantes. Casi<br />

todas ellas ostentan un par <strong>de</strong> ojos impresionantes. En un extremo, halla una<br />

pirámi<strong>de</strong> construida con material incierto, bajo la misma, asoman los bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong> un<br />

papel amarillento, estriado por el tiempo y disimulado a simple vista. Con las manos<br />

temblorosas, Richard levanta el pesado objeto, <strong>de</strong>jando aquel escrito al <strong>de</strong>scubierto.<br />

Toma el papel. Perfiladas letras góticas consienten apenas la dificultosa lectura <strong>de</strong><br />

un mensaje. Comienza a leer:<br />

«Tú, here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Sangre y Credo, que habéis llegado al Sagrado<br />

Recinto, investido por el líquido vital que recorre vuestro cuerpo como<br />

estigma <strong>de</strong> la Fe que rige nuestro Clan; te encuentras hoy a las puertas<br />

<strong>de</strong> la elección suprema, entre la Inmortalidad y el vano fenecer <strong>de</strong> la<br />

carne.<br />

Una serie <strong>de</strong> pruebas han sido estipuladas en tu camino hacia la<br />

cúspi<strong>de</strong> y el logro, mas tu experiencia aún no ha concluido. Para que<br />

ello sea posible, os será requerido, por contrato ya pactado en los<br />

orígenes <strong>de</strong> tu progenie, la ofrenda <strong>de</strong>l sacrificio máximo: Tu propia<br />

vida.<br />

Bajo el techo que nos cubre, no existe el tiempo ni el espacio, tal<br />

como los conoces. Son uno y mil, transmutándose en <strong>de</strong>venires<br />

infinitos. Nada es oculto al conocimiento <strong>de</strong> los Amos Ancestrales. El<br />

hoy es ayer y el futuro pue<strong>de</strong> ser presente. Así es que hemos tomado


conocimiento <strong>de</strong> tu falta: Tu obra primigenia, aún no ha sido<br />

completada.<br />

Con el sagrado fin <strong>de</strong> perpetuar el Rito y, como antes <strong>de</strong> ti<br />

nosotros, habrás <strong>de</strong> generar <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia que en el futuro llegue aquí<br />

tras la Divina Búsqueda.<br />

Por tanto, hoy, los Eternos, en Cónclave reunidos, os hemos<br />

concedido <strong>de</strong>l tiempo la gracia, a fin <strong>de</strong> que logréis consumar el<br />

<strong>de</strong>signio y propósito por el que fuisteis concebido. Entonces y solo<br />

entonces, retornarás ante nosotros, con aquiescencia para la<br />

ceremonia que perfeccionará vuestra existencia.<br />

A tu <strong>de</strong>recha, se erigen tres portales que conducen a <strong>de</strong>stinos<br />

diversos y he aquí la única alternativa que os será conferida: Tras uno<br />

<strong>de</strong> ellos, os hallaréis cautivo <strong>de</strong> vagar entre estos muros perenne y<br />

con<strong>de</strong>nado. Otro, ofrece para vos el obsequio <strong>de</strong>l olvido y la<br />

posibilidad <strong>de</strong> retomar vuestra vida <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> la <strong>de</strong>jasteis,<br />

parcialmente libre <strong>de</strong> todo este conocimiento; aun cuando no acaecerá<br />

<strong>de</strong> igual forma para vuestra <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia. Y, finalmente el último,<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> esa tercera puerta, si la escoges, hallarás a tu pre<strong>de</strong>cesor<br />

inmediato: vuestro padre, quien <strong>de</strong>clarado en osada rebeldía persevera<br />

en su <strong>de</strong>terminación <strong>de</strong> protegeros, negándose a sacrificar tu vida y<br />

acce<strong>de</strong>r así a la propia eternidad. De todos modos, si tenéis la fortuna<br />

<strong>de</strong> tal reencuentro, vuestros <strong>de</strong>stinos <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>rán <strong>de</strong> la astucia con que<br />

lo afrontéis y el uso que hagáis <strong>de</strong> las revelaciones. De fracasar, el será<br />

eterno aun contra su voluntad y vos habréis perecido por nada.<br />

Recuerda: el curso <strong>de</strong>l tiempo yace siempre en nuestras manos y<br />

este, casi fenece».<br />

Richard no alcanza a compren<strong>de</strong>r la dimensión <strong>de</strong> aquel conjunto <strong>de</strong> acertijos.<br />

Permanece estático, aunque las piernas le tiritan. Siente que navega a la <strong>de</strong>riva en<br />

una embarcación sin timonel. Y la caída hacia el abismo se aproxima, inminente.<br />

De pronto, y como en respuesta <strong>de</strong> un mandato supremo, un eclipse hurta <strong>de</strong><br />

la sala el calor, la luz y, lo que es peor, todo indicio <strong>de</strong> calma o esperanza. Las<br />

sombras profanan el aire, trepando por los muros, recorriendo el suelo, procurando<br />

darle alcance. Una incertidumbre insobornable le oprime el pecho, hasta drenar por<br />

completo su aliento.<br />

―¡Maldición! ¡Maldición! ¡Maldición! ―exclama Richard, reaccionando y<br />

golpeando el aire con los puños. Es imperioso concentrarme.<br />

Aquel extenso pliego reza sobre su padre atrapado en algún lugar <strong>de</strong> aquel<br />

maldito sitio. Liberarlo conlleva una con<strong>de</strong>na para cualquiera <strong>de</strong> los dos, más no<br />

hacerlo le <strong>de</strong>strozará el alma. ¡Ay, qué no diera por <strong>de</strong>velar <strong>de</strong> una vez por todas, <strong>de</strong><br />

ésta casa sus secretos! Necesita <strong>de</strong>scubrir el macabro origen <strong>de</strong> tan infausta y<br />

sangrienta maldición. Pero ¡¿cómo?! ¿Cómo hacerlo?<br />

Cerrando con fuerza los ojos, se encamina hacia una <strong>de</strong> las entradas. Ya con la<br />

mano sobre el pomo, un susurro llega a sus oídos, alertándolo. Reconoce la voz <strong>de</strong>l<br />

hombre que le auxiliara en el corredor la noche pasada. Aun cuando ya lo


sospechaba, ahora cuenta con la seguridad <strong>de</strong> que se trata <strong>de</strong> su padre. Sin dudarlo<br />

más, se precipita hacia don<strong>de</strong> proviene el sonido, como si el corazón mismo le<br />

impulsara.<br />

Entra a una <strong>de</strong> las habitaciones contiguas, atestada por infinidad <strong>de</strong> libros,<br />

manuscritos, esculturas, amuletos y una serie <strong>de</strong> estanterías diseminadas por todos<br />

lados, cubriendo las pare<strong>de</strong>s y gran parte <strong>de</strong>l espacio polvoriento. En un rincón,<br />

solitario y con la cabeza entre las manos, Robert llora amargamente. Aun así, alza la<br />

vista hacia Richard. Iluminados por sendas lágrimas, ésta vez sus ojos brillan.<br />

Incorporándose, le extien<strong>de</strong> la mano.<br />

—Richard, mi nombre es Robert. Soy, aunque no logres compren<strong>de</strong>rlo <strong>de</strong><br />

momento, tu difunto padre. Y, aun cuando te resulte cruento, la verdad es que jamás<br />

quise que llegaras a esta casa —dice apesadumbrado―. Si mientras permaneces<br />

entre estos muros tu sangre es <strong>de</strong>rramada al igual que hace 20 años la mía, yo volveré<br />

a la vida y tú me reemplazarás en el purgatorio. Es una trampa macabra y, no nos<br />

resta mucho tiempo. —Luego agrega― Debemos encontrar la forma <strong>de</strong> que salgas<br />

<strong>de</strong> aquí con vida, no importa cómo ni a qué precio. De todos modos, para mí,<br />

siempre será <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>.<br />

—Padre, no comprendo —respon<strong>de</strong> Richard confundido.<br />

—Debes seguir tu instinto, tu voz interior. Dentro <strong>de</strong> este cuarto se oculta el<br />

camino que pue<strong>de</strong> conducirte a las respuestas que serán la clave <strong>de</strong> tu<br />

salvación ―contesta Robert.<br />

Allí, a solas con aquella manifestación espectral, Richard se pregunta cómo<br />

conseguirá librarse <strong>de</strong> aquel pacto siniestro. ¿De qué manera puedo escapar con vida<br />

y salvar también el alma errante <strong>de</strong> mi padre?<br />

Dominado por un repentino frenesí, Richard masculla sus pensamientos en<br />

voz baja, al cabo que recorre <strong>de</strong> un lado a otro el poco espacio libre en la revuelta<br />

habitación don<strong>de</strong> ambos se encuentran. Su ansiedad lo rebasa, por lo que Robert,<br />

más consciente <strong>de</strong> que el tiempo se acaba, dirigiéndose veloz hasta don<strong>de</strong> circula<br />

<strong>de</strong>sorientado su hijo, le propina un fuerte golpe que lo <strong>de</strong>ja sin sentido.<br />

«Es menester calmarlo, hacerlo reaccionar, acelerar los tiempos. El único modo<br />

es que Richard conozca en <strong>de</strong>talle la realidad enmascarada entre las pare<strong>de</strong>s que<br />

amurallan los ancestrales ritos que nuestra familia practica», piensa Robert. Así que,<br />

sentándose junto a él, apoya las manos sobre su cabeza y, concentrándose, entabla<br />

contacto con la propia historia, veinte años atrás. Confiando transmitirle al<br />

muchacho, <strong>de</strong> manera expedita y mentalmente, una <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong> los<br />

acontecimientos por los que él mismo <strong>de</strong>bió atravesar entonces.<br />

Mientras el trance entre ambos da inicio, el cuerpo <strong>de</strong> Robert comienza a<br />

evaporarse, canalizándose en imágenes casi tangibles que, <strong>de</strong>shilvanadas, rebotan<br />

contra las esquinas, una y otra vez, hasta penetrar profundamente la mente <strong>de</strong>l<br />

joven.


CAPITULO 6<br />

Dorothy<br />

El Origen<br />

Salem, Massachusetts. Siglo XVII<br />

Dorothy Swillings nació y creció en el condado <strong>de</strong> Essex, única mujer entre dos<br />

hermanos, hijos <strong>de</strong> un campesino alcohólico. Huérfana <strong>de</strong> madre <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su primera<br />

infancia, se vio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> muy joven inmersa en un mundo don<strong>de</strong> primaba el fanatismo<br />

religioso y su antagonista: el oscurantismo.<br />

Un entorno repleto <strong>de</strong> peligros acechando a cada instante por las calles <strong>de</strong>l<br />

poblado y sus alre<strong>de</strong>dores. Eran épocas signadas por el dominio absoluto <strong>de</strong>l credo<br />

puritano en Nueva Inglaterra, siempre murmurando y observando furtiva y<br />

capciosamente a todos y cada uno <strong>de</strong> sus habitantes; en especial, a jovencitas que<br />

estuvieran transitando la etapa adolescente, como ella; con la <strong>de</strong>satinada y mal<br />

fundamentada creencia <strong>de</strong> que era en ese preciso lapso <strong>de</strong> su <strong>de</strong>sarrollo cuando las<br />

influencias <strong>de</strong>moníacas daban inicio al hostigamiento, en <strong>de</strong>manda por incorporar<br />

nuevas e inocentes almas <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las columnas <strong>de</strong> fieles adoradoras <strong>de</strong> Satán. Todo<br />

esto a través <strong>de</strong> la práctica, nunca bien probada, <strong>de</strong> artes oscuras, que dicha<br />

congregación conceptuaba como: Brujería.<br />

De proce<strong>de</strong>ncia humil<strong>de</strong>, Dorothy poseía un fuerte y <strong>de</strong>terminado espíritu. De<br />

notable inteligencia y templado pensamiento, revelaba gran<strong>de</strong>s habilida<strong>de</strong>s para<br />

<strong>de</strong>senvolverse tanto con soltura como con cautela <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> aquel medio casi hostil<br />

don<strong>de</strong> vivía. Siempre precavida, procuraba mantenerse lo más distante posible <strong>de</strong><br />

los pequeños grupos <strong>de</strong> muchachas, quienes fascinadas por la prohibición que<br />

pendía sobre sus cabezas, no hacían más que insistir en impru<strong>de</strong>nte actitud inversa<br />

a todo lo que se esperaba <strong>de</strong> ellas, ahondando tenazmente <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los secretos<br />

más sombríos <strong>de</strong> aquella práctica vedada.<br />

Sin embargo y a pesar <strong>de</strong> toda previsión, Dorothy no pudo evitar el hecho <strong>de</strong><br />

impresionar agitando la atención <strong>de</strong> los caballeros <strong>de</strong>l pueblo a medida que fue<br />

transformándose en una bella y codiciada muchacha.<br />

En razón <strong>de</strong> que no contaba con un padre lo a<strong>de</strong>cuadamente presente, la<br />

mayoría <strong>de</strong> aquellos «caballeros» especulaba, les sería viable obtener sus favores a<br />

través <strong>de</strong> una simple transacción económica con su alcohólico progenitor, quien<br />

seguramente les conce<strong>de</strong>ría tal <strong>de</strong>recho, sin mayor esfuerzo. Pero ciertamente, la<br />

joven no estaba mínimamente interesada en dicha posibilidad. Aquellos<br />

«pretendientes» lucían ante sus ojos como seres ignotos, burdos y hasta<br />

pusilánimes; mientras que ella aún atesoraba la ilusión <strong>de</strong> que en su vida floreciera<br />

el verda<strong>de</strong>ro amor.<br />

Des<strong>de</strong> los primeros años <strong>de</strong> su infancia, Dorothy se abocó, entre otras cosas, al<br />

cuidado y protección, a través <strong>de</strong> su amistad, <strong>de</strong> un humil<strong>de</strong> muchacho llamado<br />

Jonás, a quien todos por allí dispusieron apodar como «El Tonto <strong>de</strong>l Pueblo».<br />

Ellos se habían conocido <strong>de</strong> pequeños, concurriendo por ese entonces juntos a<br />

la única escuela <strong>de</strong>l lugar. Con el paso <strong>de</strong>l tiempo, se convirtieron en inseparables.<br />

Esta casta relación entre los jovencitos se hizo tan notoria que, como casi todo en


Salem, no pasó <strong>de</strong>sapercibida para el hombre más po<strong>de</strong>roso <strong>de</strong>l lugar: predicador y<br />

gobernador <strong>de</strong>l pueblo, Sir George Graham. Un <strong>de</strong>sagradable personaje, viudo,<br />

obeso, ya entrado en años y bastante feo, consi<strong>de</strong>rado como un gran déspota,<br />

autoritario y manipulador.<br />

Graham tenía un hijo, Timothy, muchacho irreflexivo, rebel<strong>de</strong> y obstinado,<br />

características que su padre atribuía al hecho <strong>de</strong> haber sido educado casi<br />

exclusivamente por su difunta madre: una distinguida dama <strong>de</strong> sociedad londinense,<br />

que en su momento se halló víctima <strong>de</strong> un matrimonio contractual con el Sr.<br />

Graham <strong>de</strong> Salem.<br />

Des<strong>de</strong> que la dama falleciera, el joven Timothy comenzó a ausentarse, cada vez<br />

más, <strong>de</strong> la Comarca y, fundamentalmente, <strong>de</strong> su hogar natal.<br />

Transcurría por aquellos tiempos la <strong>de</strong>spiadada persecución o cacería <strong>de</strong><br />

«brujas y blasfemos», consolidándose como un verda<strong>de</strong>ro pan<strong>de</strong>mónium <strong>de</strong> horcas,<br />

hogueras y acusaciones tan poco sustentables, como quienes las esgrimían.<br />

Fue durante el clímax <strong>de</strong> este <strong>de</strong>satino religioso cuando Timothy Graham<br />

regresó, luego <strong>de</strong> varios años <strong>de</strong> ausencia, al pueblo; transformado en un hombre<br />

hecho, <strong>de</strong>recho y ciertamente apuesto. Lo suficiente, como para <strong>de</strong>jar prendadas <strong>de</strong><br />

amor a la mayoría <strong>de</strong> las doncellas <strong>de</strong>l lugar; incluyendo, <strong>de</strong> forma inevitable, a<br />

nuestra Dorothy. No obstante, en este caso, el sentimiento resultó ser<br />

correspondido. Solo una mirada bastó entre ambos para dar paso al nacimiento <strong>de</strong><br />

una profunda fascinación, una seducción casi irresistible.<br />

Aun conociéndose <strong>de</strong>s<strong>de</strong> niños, las consabidas controversias entre clases<br />

sociales, sumadas a los frecuentes viajes <strong>de</strong>l joven, habían abierto entre ellos una<br />

inmensa brecha, distanciándolos <strong>de</strong> una férrea amistad originada en los albores<br />

mismos <strong>de</strong> su existencia. De todo aquello, solo les quedaba en común lo que se puso<br />

<strong>de</strong> manifiesto apenas Timothy atravesara, montado en su caballo, la entrada <strong>de</strong> la<br />

calle principal: el noble y sincero afecto que compartían por Jonás, «El Tonto <strong>de</strong>l<br />

Pueblo», quien había crecido con ellos.<br />

Este último, al ver llegar al joven, blandió como estandarte la herramienta que<br />

portaba en mano y, a grito <strong>de</strong>scerrajado, corrió hacia su antiguo amigo y protector<br />

<strong>de</strong> la niñez, prodigándole efusivamente la bienvenida. Abrazándolo y besándole las<br />

manos, Jonás se aferró al recién llegado, anunciando a quien quisiera escuchar:<br />

―¡Timothy Graham! ¡Timothy Graham ha vuelto a casa!<br />

Aquella tar<strong>de</strong>, Dorothy se mantuvo a cierta distancia <strong>de</strong> los acontecimientos,<br />

mientras observaba a Timothy complacida y muy sorprendida por el cambio<br />

manifiesto. El muchacho, tras conseguir <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong>l efusivo abrazo <strong>de</strong> Jonás,<br />

alzó la vista, fijando sus ojos color avellana en los penetrantes y negros <strong>de</strong> nuestra<br />

Dorothy. Avergonzada, ella bajó la vista, inclinándose en un cortés saludo al recién<br />

llegado.<br />

―¡Timothy! —se escuchó ronca la voz <strong>de</strong> George Graham, saliendo <strong>de</strong> su gran<br />

mansión, situada justo a mitad <strong>de</strong> cuadra sobre aquella misma calle.<br />

Mientras el pesado hombre se acercaba hacia su hijo, este no apartaba la<br />

mirada <strong>de</strong> la figura <strong>de</strong> Dorothy, aún <strong>de</strong> pie en el mismo sitio don<strong>de</strong> quedara como


alelada ante el reencuentro. Al viejo Predicador, y como nada en la ciudad, este<br />

sencillo hecho tampoco se le pasó por alto. Volteó hacia la joven y, lanzándole una<br />

mirada iracunda, le provocó a ella tremendas ansias por salir <strong>de</strong> allí.<br />

Ese fue apenas el inicio <strong>de</strong> una historia que no quedó sellada por su<br />

buenaventura.<br />

Como era <strong>de</strong> suponer, ellos comenzaron a encontrarse; casualmente a veces,<br />

otras <strong>de</strong> modo previamente concertado. Disfrutaban inmensamente <strong>de</strong> sus paseos,<br />

mientras un sentimiento fuerte y auténtico crecía entre ambos.<br />

Presa <strong>de</strong> los celos y la envidia, el Gobernador Graham no escatimó recursos en<br />

su afán <strong>de</strong> mantenerse al corriente <strong>de</strong> aquella incipiente relación sentimental. En<br />

absoluto capaz <strong>de</strong> sentir respeto, indulgencia o tan solo algo <strong>de</strong> amor paterno por<br />

su único hijo, procedió como le era usual, haciendo alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> una conducta<br />

egocéntrica, lujuriosa y dictatorial. Invariablemente injusto en sus doctrinas e<br />

íntegramente cautivado por un fanatismo religioso hipócrita, henchido <strong>de</strong> utopías<br />

auto soliviantadas, según su propia conveniencia, se consentía con todo el po<strong>de</strong>r que<br />

poseía y lo administraba <strong>de</strong> manera arbitraria, proscribiendo a quien se interpusiera<br />

en su camino, se tratase <strong>de</strong> quien se tratase. Por lo que no contuvo escrúpulo alguno<br />

al momento en que <strong>de</strong>cidió interponerse, enérgicamente, en la relación <strong>de</strong> su hijo<br />

con Dorothy.<br />

Interceptando las misivas que Timothy enviaba a la joven por intermedio <strong>de</strong><br />

Jonás, Graham mandó capturar al pueblerino, con el objeto <strong>de</strong> conminarle a que le<br />

<strong>de</strong>tallara todo sobre una próxima cita entre su hijo y la chica. Obviamente, también<br />

le prohibió bajo terribles amenazas, referir nada <strong>de</strong> lo sucedido a su hijo.<br />

Tergiversando la situación a gusto y placer propio, <strong>de</strong>spachó con artificios a<br />

Jonás, a los efectos <strong>de</strong> que se reuniera con la muchacha, suplantando a Tim, sin que<br />

esta sospechara los infaustos planes <strong>de</strong>l regente.<br />

Poco antes <strong>de</strong> que Jonás alcanzara su <strong>de</strong>stino, un par <strong>de</strong> hombres<br />

encapuchados apresaron al joven a mitad <strong>de</strong>l bosque y, <strong>de</strong>snudándole por completo,<br />

lo arrojaron muy cerca <strong>de</strong>l sitio don<strong>de</strong> Dorothy aguardaba con ansias el arribo <strong>de</strong> su<br />

novio. El sonido <strong>de</strong> ramas al quebrarse y los ahogados sollozos <strong>de</strong> Jonás, alarmaron<br />

a la joven, quien se precipitó en su búsqueda. Unos pocos metros recorridos<br />

bastaron para localizar a su amigo, llorando asustado e intentando resguardar su<br />

<strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z, cubriéndose con hojas y brozas removidas <strong>de</strong> los árboles más bajos.<br />

Ante la angustiosa vergüenza <strong>de</strong>l muchacho, Dorothy tapó sus ojos, empero el<br />

plan ya estaba en marcha. De entre la espesura, comenzaron a surgir <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong><br />

resi<strong>de</strong>ntes partidarios <strong>de</strong>l régimen puritano que Graham encabezaba. Señalando a<br />

los jóvenes con gestos acusadores, iniciaron un tumulto, al cabo que <strong>de</strong>nunciaban:<br />

―¡Prostituta! ¡Libertino!<br />

Toda clase <strong>de</strong> injurias salían <strong>de</strong> sus bocas. Según <strong>de</strong>clararon, a postrer y ya en<br />

el pueblo, los habían sorprendido en pleno «acto impuro». Como prueba <strong>de</strong> su juicio,<br />

argumentaban que uno <strong>de</strong> ellos se hallaba en la ocasión, íntegramente <strong>de</strong>snudo.<br />

Ambos fueron capturados, esposados con ca<strong>de</strong>nas y grilletes; posteriormente,<br />

arrastrados al vecindario. De este infamante modo, Dorothy y Jonás hicieron su


ingreso al lugar. En ambos lados <strong>de</strong>l empedrado que formaba la avenida, se<br />

aglutinaban los curiosos, mientras sus captores pregonaban la acusación a voz en<br />

cuello. Muchos <strong>de</strong> los habitantes se sumaron haciendo ecos fervorosos.<br />

Entre empellones y manotazos <strong>de</strong> lo que ya constituía una turba, les<br />

condujeron hacia los calabozos, cuyas rejas frontales configuraban la fachada,<br />

exponiéndolos ante el paso <strong>de</strong> cualquier transeúnte. En el sitio les aguardaba el<br />

prefecto, quien observó a Dorothy <strong>de</strong> modo extraño e indulgente, tal y como si<br />

tuviera conocimiento <strong>de</strong> lo que sobrevendría. Timothy, continuaba sin aparecer.<br />

Echando un inevitable vistazo a través <strong>de</strong> aquellas rejas, por entre la multitud<br />

que se consentía morbosamente, flanqueando el frontispicio <strong>de</strong> los calabozos,<br />

Dorothy alcanzó a distinguir la presencia <strong>de</strong> una mujer morena, joven,<br />

aparentemente mestiza, <strong>de</strong> larga y negra cabellera; vestida con un atuendo típico,<br />

perteneciente a los nativos <strong>de</strong> una tribu chamánica que se situaba no muy lejos <strong>de</strong><br />

allí.<br />

La <strong>de</strong>sconocida la observaba fija y enigmáticamente, para luego <strong>de</strong>saparecer<br />

entre la multitud, dando paso a un más que atribulado Timothy, que corría hacia las<br />

rejas que ahora los separaban. Entrelazando los <strong>de</strong>dos con los <strong>de</strong> su amada, recibió<br />

<strong>de</strong> ella una breve y aturdida ilustración <strong>de</strong> los hechos.<br />

Su voz estalló, entonces, tan furiosa como su enérgico transitar hacia la<br />

mansión paterna.<br />

―¡Padre! ¡Padre! ¡Maldita sea! ¡Padre! ―gritaba en su carrera, hasta <strong>de</strong>sparecer<br />

tras el portal.<br />

El prefecto intentó seguirle, exhortándole a contenerse (conocía el colérico<br />

carácter <strong>de</strong>l joven Graham). Sin embargo, se paralizó inhábil, frente al enrejado <strong>de</strong><br />

la entrada. Nuevamente, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí, <strong>de</strong>stinó hacia Dorothy otra <strong>de</strong> sus<br />

conmiserativas miradas.<br />

Durante el transcurso <strong>de</strong> esa noche, la prisionera recibió una nueva visita <strong>de</strong><br />

su adorado Tim, quien aún permanecía irascible, aunque visiblemente impotente,<br />

con la cabeza inclinada y tratando contenerse. Miró a Dorothy. Brillaban sus ojos a<br />

causa <strong>de</strong> la cólera y la angustia. Era obvia la razón <strong>de</strong> su impotencia, sus vidas se<br />

<strong>de</strong>sarrollaban en el marco característico <strong>de</strong> una población rural, <strong>de</strong>scomunal e<br />

irracionalmente intolerante; con un estilo <strong>de</strong> vida abarrotado <strong>de</strong> normas pseudo<br />

moralistas, con suficientes a<strong>de</strong>ptos, erigiéndose como sus francos <strong>de</strong>fensores.<br />

Por otro lado, todos sin excepción alguna, <strong>de</strong>pendían <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r económico y<br />

político <strong>de</strong> Graham. Ni aun su propio hijo se hallaba en condiciones <strong>de</strong> enfrentarse<br />

a esto solo y salir <strong>de</strong> allí con vida, junto a quien ya consi<strong>de</strong>raba como su único y<br />

verda<strong>de</strong>ro amor.<br />

Si bien es cierto, no estaba ella con<strong>de</strong>nada a muerte, no le aguardaban la horca<br />

ni la hoguera. Pero inevitablemente sí, sería expuesta a la <strong>de</strong>gradación y el oprobio<br />

público.<br />

Al <strong>de</strong>spuntar el alba, Jonás y Dorothy fueron trasladados hacia la plaza<br />

principal, vistiendo interiores y fuertemente enca<strong>de</strong>nados. Una vez allí y luego <strong>de</strong><br />

un interminable alegato con<strong>de</strong>natorio emitido por el Prefecto en persona y,


vigorizado <strong>de</strong> manera insistente por reiteradas interposiciones orales <strong>de</strong>l mismo<br />

Gobernador Graham, fueron acusados <strong>de</strong> libertinaje, lujuria y cuanta ofensa moral<br />

se les ocurrió inventar.<br />

El pobre e inocente Jonás fue con<strong>de</strong>nado a cuarenta azotes. ¡Vaya que no eran<br />

pocos! Varios antes que él, habían perdido la vida, a causa <strong>de</strong> la violencia <strong>de</strong> tal<br />

castigo.<br />

Dorothy, por el contrario, recibió una sanción diferente, pero no menos<br />

patibularia: Sería confinada bajo tutela y vigilancia <strong>de</strong> las beatas fieles a la<br />

Congregación Puritana; hasta el día en que obtuvieran <strong>de</strong> la joven, una muestra<br />

irrefutable <strong>de</strong> total arrepentimiento por su actitud libertina. Hasta entonces,<br />

permanecería encarcelada, sin posibilidad <strong>de</strong> escapatoria, ni <strong>de</strong>recho a <strong>de</strong>fensa<br />

alguna.<br />

A partir <strong>de</strong> ese momento, le era menester <strong>de</strong>mostrar dicha conversión en su<br />

conducta, <strong>de</strong> forma <strong>de</strong>finitiva y asequible. No obstante, nuestra Dorothy especulaba<br />

sobre las futuras consecuencias <strong>de</strong> su condición actual. Una <strong>de</strong> las posibilida<strong>de</strong>s más<br />

certeras, era que aconteciera como en ocasiones semejantes a la suya: subsistiría<br />

prisionera hasta el instante mismo en que el Concejo, <strong>de</strong> modo arbitrario, la<br />

<strong>de</strong>stinara en matrimonio con quien fuera se le consignara como esposo. Y eso, sin<br />

lugar a dudas, no era más que un exacerbo cruel <strong>de</strong> su actual con<strong>de</strong>na.<br />

Tras aquella bochornosa humillación pública, a Dorothy no le restaban<br />

mayores oportunida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> cimentar una vida mo<strong>de</strong>radamente digna allí, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

los límites <strong>de</strong> Salem y, el horror <strong>de</strong> verse sometida a un matrimonio concertado era,<br />

por sí mismo, el mayor <strong>de</strong> los castigos.<br />

En sus largas horas encierro, hubo momentos en los que <strong>de</strong>seó incluso, acabar<br />

con su propia vida. Tal era la enajenación mental que doblegaba su entereza.<br />

Una y otra vez, la azotaba doloroso el recuerdo <strong>de</strong> aquella mañana en que,<br />

encontrándose asida por grilletes sobre la tarima <strong>de</strong> escarmiento, tres rostros se<br />

dibujaron claros ante sus ojos: el <strong>de</strong>l infame Graham, sudoroso, eufórico y satisfecho;<br />

el <strong>de</strong> Timothy, <strong>de</strong>sesperado por liberarla mientras que a su vez era sujetado,<br />

esposado y encarcelado, no sin antes recibir una dura golpiza or<strong>de</strong>nada impasible,<br />

por su propio padre; pero particularmente, el <strong>de</strong> aquella mestiza, oculta bajo una<br />

capucha, observándola, cual si intentara contactar con ella a través <strong>de</strong> la mirada y,<br />

como la primera vez, <strong>de</strong>svaneciéndose anónima entre la multitud que acudiera al<br />

“espectáculo” proporcionado por las autorida<strong>de</strong>s morales y políticas <strong>de</strong>l lugar.<br />

Pero sus penosos avatares no implicaban solo reflexiones y recuerdos. Pasadas<br />

unas pocas semanas, supo también, por rumores que le llegaron cuchicheados a<br />

través <strong>de</strong> pequeños ventiletes situados en los gruesos muros <strong>de</strong>l claustro en que se<br />

hallaba cautiva, que Timothy, en un fallido intento por rescatarle, fue acusado <strong>de</strong><br />

asesinar a uno <strong>de</strong> los guardias; razón por la que se vio obligado a huir, no solo <strong>de</strong><br />

Salem sino muy probablemente fuera <strong>de</strong>l Condado.<br />

En justa <strong>de</strong>sazón ante la <strong>de</strong>soladora noticia, Dorothy llegó incluso a sospechar<br />

que nada <strong>de</strong> esto fuera cierto y que quizá el joven, tal y como los mal intencionados<br />

conjeturaban, simplemente, había sido <strong>de</strong>sterrado por el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> su padre, o lo que<br />

era aún peor, <strong>de</strong>cidió rendirse ante los hechos y abandonarla.


Lo único irrefutable, era que ya no estaba allí para ayudarla. Se había quedado<br />

sola y únicamente podía contar consigo misma.<br />

Lo más triste fue que Timothy partió <strong>de</strong> su existencia ignorando que en el<br />

vientre, Dorothy gestaba una nueva vida, fruto <strong>de</strong> ese amor que no pudieron ni<br />

supieron <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r. Tan concentrados en sí mismos y en el ímpetu <strong>de</strong> su pasión,<br />

<strong>de</strong>sestimaron los peligros que los circundaban.<br />

¡Si tan solo se hubiesen marchado a tiempo <strong>de</strong> aquel con<strong>de</strong>nado pueblo!, cuán<br />

diversas hubiesen sido las condiciones que signaron el curso <strong>de</strong> la historia que<br />

acaecería a postrer.<br />

Pasaron casi dos meses, en los que la joven fingió cumplir con todos los<br />

preceptos recomendados, mostrándose inusualmente dócil y contrita. Hasta se le<br />

ocurrió argüir que tal vez había sido víctima <strong>de</strong>l influjo mágico <strong>de</strong> las brujas<br />

Ancianas. Personajes místicos que moraban el sombrío pantano ubicado en las<br />

impenetrables profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l bosque aledaño y, no haber sido nunca,<br />

plenamente consciente, <strong>de</strong>l accionar por el que se la censuraba.<br />

Solía repetir con asiduidad y extraviando adre<strong>de</strong> la mirada, haber perdido la<br />

memoria sobre ese lapso <strong>de</strong> tiempo, cuando fuera <strong>de</strong>scubierta en flagrante falta<br />

junto a Jonás. Dicho lo cual, se <strong>de</strong>smoronaba en llanto, falsamente compungido.<br />

Gracias a su gran actuación, no le llevó <strong>de</strong>masiado tiempo convencer a las<br />

beatas <strong>de</strong>votas que dirigían el lugar.<br />

Llegó entonces el día, meticulosamente previsto, en el que el mismísimo<br />

Prefecto vino a visitarle y, como era <strong>de</strong> esperarse, traía consigo una comisión <strong>de</strong>l<br />

Gobernador. Graham proponía a Dorothy redimirse, para ser reinsertada en la<br />

comuna, libre ya <strong>de</strong> toda mella. Por supuesto, luego <strong>de</strong> contraer matrimonio con él<br />

mismo.<br />

¡Vaya que era <strong>de</strong> esperarse! El déspota, advirtiéndose libre <strong>de</strong> la amenaza que<br />

implicaba la rivalidad con su hijo, en sus pretensiones por la joven y, satisfecho por<br />

los laudatorios comentarios que las religiosas le referían respecto <strong>de</strong>l apócrifo<br />

cambio <strong>de</strong> conducta <strong>de</strong> la misma, le ofrecía todo cuanto quisiera.<br />

Mas existía una condición: darle cuanto antes un nuevo here<strong>de</strong>ro. Graham,<br />

había <strong>de</strong>sheredado a Timothy tras los inci<strong>de</strong>ntes que forzaran su <strong>de</strong>stierro,<br />

eliminándolo <strong>de</strong> los registros familiares.<br />

Tan «generosa» propuesta, para Dorothy, no era más que el producto <strong>de</strong> la<br />

exacerbada lívido <strong>de</strong>l viejo Regente, en su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> poseerla.<br />

Desbordante <strong>de</strong> un odio originado en la injusticia, el abandono y el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />

revancha, resolvió aceptar. Tanto dolor y <strong>de</strong>solación habían minado sus buenos<br />

sentimientos, atrapada como estaba, en aquel claustro sin salida. Culpaba a Tim,<br />

consi<strong>de</strong>rando irreflexiva que bien habría podido insistir, volver y liberarla.<br />

Desdichadamente, esto nunca sucedió y, por tanto, también le con<strong>de</strong>nó. Persistente<br />

y aferrándose al rencor, preconcibió que, a través <strong>de</strong>l mismo, conseguiría olvidarle.<br />

Por otro lado, el secreto que palpitaba oculto en su vientre, exigía <strong>de</strong> ella<br />

medidas extremas. Siendo quizá este el <strong>de</strong>tonante cardinal en su <strong>de</strong>sapego por quien<br />

fuera en el pasado. Su embarazo, que con todo esfuerzo y artimañas había logrado


ocultar <strong>de</strong> las carceleras, <strong>de</strong>bía ser protegido.<br />

En realidad, a Dorothy no le preocupaba el <strong>de</strong>stierro al que normalmente sería<br />

intimada si su gravi<strong>de</strong>z fuese <strong>de</strong>scubierta, en caso <strong>de</strong> ser ella, otra cualquiera. Pero<br />

no lo era, por tanto sabía con toda seguridad, que George Graham iría a por el niño,<br />

con quien sabe qué intenciones, a certero riesgo <strong>de</strong> que luego intentara <strong>de</strong>shacerse<br />

<strong>de</strong> ella. En cambio, a través <strong>de</strong> este matrimonio, le sería tal vez posible disfrazar la<br />

verda<strong>de</strong>ra i<strong>de</strong>ntidad <strong>de</strong> la criatura.<br />

Podría <strong>de</strong>cirse así, que no le restaron elecciones. En todo caso y dadas las<br />

circunstancias actuales, la propuesta <strong>de</strong> Graham le confería cierta protección.<br />

Comenzaron a permitírsele algunos paseos a solas por los jardines lindantes al<br />

bosque, próximo al edificio <strong>de</strong> la Iglesia. Era consciente <strong>de</strong> que todo esto, lo había<br />

conseguido a fuerza <strong>de</strong> voluntad, entereza y autocontrol, sobre las auténticas<br />

emociones que le provocaron las visitas que Graham le hiciera allí en la clausura. En<br />

tales oportunida<strong>de</strong>s, fue notable su <strong>de</strong>streza, al momento <strong>de</strong> fingir amabilidad,<br />

respeto, complacencia e incluso una cuota <strong>de</strong> agra<strong>de</strong>cimiento; por lo que «el buen<br />

hombre» pretendía para ella y su futuro en sociedad.


CAPÍTULO 7<br />

Dorothy<br />

El Pacto con la Oscuridad<br />

Salem, Nueva Inglaterra, finales Siglo XVII<br />

Dorothy jamás volvió a ser la misma tras lo acontecido en Salem. Nunca superó<br />

el abandono <strong>de</strong> Timothy ni el oprobio pa<strong>de</strong>cido y, mucho menos, la <strong>de</strong>sagradable<br />

conducta <strong>de</strong> aquellas supuestas «damas <strong>de</strong> sociedad», que no cejaron en su actitud<br />

<strong>de</strong> velado <strong>de</strong>sprecio a su persona, aun <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su matrimonio con el hombre más<br />

po<strong>de</strong>roso <strong>de</strong> la región. Todo aquello a lo que había accedido eran solo apariencias.<br />

Muy <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sí, en ningún momento, encontró la paz y el sosiego que tanto<br />

precisaba.<br />

No obstante, asumió su nuevo rol <strong>de</strong> «Gran Señora», casi monarca, dado el<br />

dominio absoluto que ejercía sobre la voluntad <strong>de</strong> su <strong>de</strong>spreciable esposo, a quien,<br />

en modo alguno, nadie había conseguido doblegar antes. Esto, indudablemente, le<br />

otorgaba una serie <strong>de</strong> ventajas, <strong>de</strong> las que ella dispuso con cierto <strong>de</strong>spotismo y<br />

crueldad: actuando <strong>de</strong>l mismo modo en que lo hiciera su marido, con un claro rasgo<br />

<strong>de</strong> autoritarismo impasible y soberbio.<br />

Lo más significativo <strong>de</strong> la antagónica metamorfosis no se originaba ya en su<br />

<strong>de</strong>nodada lucha por la supervivencia, que le obligara a <strong>de</strong>rogar los valores implícitos<br />

en la piedra basal <strong>de</strong> su anterior carácter fuerte pero justo; sino que más bien nació,<br />

precisamente, durante uno <strong>de</strong> aquellos solitarios paseos en los jardines lindantes a<br />

la Iglesia, pocos días antes <strong>de</strong> su boda.<br />

Aquella sería su última noche <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l recinto. La mañana siguiente se<br />

mudaría a casa <strong>de</strong>l Prefecto Mc. Conroy, don<strong>de</strong> permanecería mientras se<br />

ultimaban los preparativos para la ceremonia. Por ese entonces, ya se habían<br />

flexibilizado los límites horarios y normativas que la rigieran previamente al<br />

compromiso con Graham. Por lo que acostumbraba <strong>de</strong>ambular atar<strong>de</strong>ceres,<br />

caminando <strong>de</strong>scalza sobre la grama, inmersa en su tristeza y con la mente henchida<br />

<strong>de</strong> incertidumbre.<br />

Durante aquel crepúsculo en particular y luego <strong>de</strong> alistar su mo<strong>de</strong>sto equipaje,<br />

salió en dirección al bosque, atravesando el extenso jardín. Pronto se vio cubierta<br />

por una noche cálida, diáfana. Podía sentir la humedad bajo sus pies <strong>de</strong>snudos. Se<br />

<strong>de</strong>cidió a disfrutar la completa libertad, quizá por última vez en su vida. Iba también<br />

dispuesta a llorar todo lo que fuera necesario por aquellas cosas <strong>de</strong> las que no<br />

volvería a gozar: amor, nobleza, bondad, esperanza; como también así, <strong>de</strong>bido al<br />

inminente arribo <strong>de</strong> la oscuridad infiel <strong>de</strong> un futuro por otros dispuesto.<br />

Bor<strong>de</strong>ando los límites <strong>de</strong>l bosque, cayó <strong>de</strong> rodillas, <strong>de</strong>rrumbada por la<br />

contun<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> su dolor. Precisaba expulsar todo rastro <strong>de</strong> sus verda<strong>de</strong>ros<br />

sentimientos, <strong>de</strong>jándolos atrás. Mientras sollozaba, abrazando su vientre casi<br />

imperceptible, sintió que alguien le acariciaba el cabello. Alzó la vista sorprendida<br />

y, entonces, volvió a verla, <strong>de</strong> pie allí a su lado, mirándola silente y comprensiva. Se<br />

trataba <strong>de</strong> la hierática mestiza que había sido mudo testigo en dos <strong>de</strong> los momentos


más amargos <strong>de</strong> su vida.<br />

La extraña, hincándose junto a ella, le habló por vez primera, muy suavemente.<br />

—Ya no llores, Dorothy. Tu <strong>de</strong>stino no es lo que parece y se mostrará<br />

esplendido ante tu vista, llegado el momento. Este se ha sellado mucho antes <strong>de</strong> que<br />

nacieras, y el dolor que hoy pa<strong>de</strong>ces se disipará mañana, transmutándose en la<br />

fortaleza que te es precisa para consumar los <strong>de</strong>signios que han sido estipulados para<br />

ti, por mandato <strong>de</strong> quienes aún <strong>de</strong>sconoces. Nuestros Ancestros. ―Luego <strong>de</strong> una<br />

pausa, que le permitiera a Dorothy asimilar sus palabras, continuó—. Mi nombre es<br />

Tituba y estoy aquí con el fin <strong>de</strong> guiarte, <strong>de</strong> enseñarte todo cuanto necesitarás saber<br />

en el camino que hoy se abre ante ti. Pronto cesarás <strong>de</strong> juzgarte víctima, erigiéndote<br />

en estandarte <strong>de</strong> tu propia represalia. Nunca volverás a bajar la mirada frente a ser<br />

alguno, por el contrario, la alzarás orgullosa y dominante por sobre quienes osen<br />

<strong>de</strong>safiarte. Serás Dueña, serás Señora, <strong>de</strong> todo cuanto te ro<strong>de</strong>a y aún más allá. Te<br />

ofrezco los secretos que te darán acceso al uso <strong>de</strong> un po<strong>de</strong>r inconmensurable. Ese es<br />

tu <strong>de</strong>stino. Seca ya tus lágrimas<br />

—Pero ¿cómo eso será posible? ―respondió Dorothy, olvidando el hecho <strong>de</strong><br />

que hablaba con una total <strong>de</strong>sconocida―. Gran parte <strong>de</strong> lo que dices ya lo sé. Como<br />

esposa <strong>de</strong>l Gobernador obtendré más <strong>de</strong> lo que muchos han soñado. Pero, ¿a qué<br />

precio? El asco <strong>de</strong> la convivencia, los recuerdos que no cesan y ésta mácula en mi<br />

honor, que se resiste a ser lavada en la memoria <strong>de</strong> los otros.<br />

—Shhhh ―le dijo Tituba, colocando suavemente los <strong>de</strong>dos sobre sus labios<br />

húmedos <strong>de</strong> lágrimas—. ¿Por qué crees que las cosas sucedieron tal y como fueron?<br />

¿Piensas acaso, que, tras <strong>de</strong>nigrarte públicamente, Graham te investiría como reina<br />

<strong>de</strong> su morada? ―Sonrió―. Hemos estado a tu lado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mucho antes, señalando,<br />

manipulando tu <strong>de</strong>stino. ¿Te preguntas por qué? Pues por una única razón, mi<br />

querida: Tú eres La Elegida. —Junto con esas palabras, la mestiza la tomó firme <strong>de</strong><br />

los brazos y la levantó, colocándola <strong>de</strong> pie frente a sí. Luego, se inclinó hacia ella―.<br />

He sido a quien los Ancestros escogieron para instruirte, como tu sierva; <strong>de</strong>bes<br />

confiar en mí. Sin embargo, hay <strong>de</strong>talles que precisas conocer: cada paso que damos<br />

hacia el éxito <strong>de</strong> nuestros propósitos, conlleva un costo. Un alto precio será pagado<br />

por ti, llegada la ocasión, en agra<strong>de</strong>cimiento a los favores <strong>de</strong> los que disfrutarás <strong>de</strong><br />

ahora en más. —Tituba se interrumpió unos instantes, mientras clavaba en Dorothy<br />

su penetrante mirada. Prosiguió—. Aun así y a pesar <strong>de</strong> todo ello, otro requisito<br />

estipula que <strong>de</strong>bes acce<strong>de</strong>r voluntariamente nuestra propuesta. Presta mucha<br />

atención: Este, es tu único privilegio previo, y la última oportunidad que se te<br />

conce<strong>de</strong>rá <strong>de</strong> aceptar el pacto.<br />

Dorothy, intranquila y ansiosa, estuvo a punto <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r, mas Tituba volvió<br />

a silenciarla con un gesto.<br />

―Shhhhhhh. No te apresures, aún tengo más que <strong>de</strong>cir. Si no es hoy, tampoco<br />

será mañana. Si nos rechazas, todo cuanto has logrado se <strong>de</strong>svanecerá y retornarás<br />

a esa oscura celda monacal. Des<strong>de</strong> entonces tu futuro, malo o bueno, solo tuyo será,<br />

al igual que el <strong>de</strong> ese niño que llevas en el vientre.<br />

Al escuchar esto, Dorothy se curvó instintivamente sobre sí, como<br />

protegiéndose, completamente anonadada, pero sin emitir palabra alguna.<br />

―Por el contrario, sí te aventuras aceptar la oferta <strong>de</strong>l Oscuro... — la mestiza


enmu<strong>de</strong>ció, <strong>de</strong>jando que la sugestión <strong>de</strong>l pensamiento hablara.<br />

El abisal silencio cobró forma casi perceptible entre las mujeres, quienes<br />

continuaron midiéndose con la mirada, retadoras.<br />

Secas ya sus lágrimas, la mirada <strong>de</strong> Dorothy se tornó dura, provocante. Con<br />

mucho, el tinte innato <strong>de</strong>l rencor danzando entre <strong>de</strong>stellos.<br />

―¡Tú! Tú eres una <strong>de</strong> ellas, ¿verdad? ¡Una bruja! ―espetó entre inquisitiva.<br />

—De las más antiguas ―respondió Tituba, sonriendo sibilina―. Como te dije,<br />

he sido enviada ante ti por las Ancianas, cumpliendo un mandato supremo —<br />

contestó.<br />

—¿Y cuál es el sacrificio que <strong>de</strong>beré ofrecer para obtener lo que <strong>de</strong>seo? —<br />

interrogó Dorothy, con impaciencia.<br />

—¡Jajajajaja! ¡No tan rápido, jovencita! —interrumpió la bruja, riendo.<br />

La visión <strong>de</strong> sus blancos dientes, resaltando sobre la piel morena, hizo pensar<br />

a Dorothy sobre lo bella que se veía la mestiza. Muy alta, casi tanto como ella y con<br />

una silueta lánguida, estilizada. A pesar <strong>de</strong> lo rudimentario <strong>de</strong> su atuendo, la mujer<br />

se <strong>de</strong>splazaba con una gracia innata y el tono firme <strong>de</strong> su piel resaltaba lo exótico <strong>de</strong><br />

sus rasgos <strong>de</strong> origen nativo. Indudablemente, su presencia no conseguía pasar<br />

<strong>de</strong>sapercibida, por mucho que lo intentara.<br />

—Antes, —retomó la palabra Tituba— <strong>de</strong>bes conocer la realidad sobre tu<br />

origen y las razones por las que has sido nominada como La Elegida. Escúchame<br />

bien, no eres la primera <strong>de</strong>l linaje. Tu madre antes que tú, al igual tu abuela. Ni<br />

siquiera eres simiente biológica <strong>de</strong>l hombre que te criara como padre. Martha, tu<br />

madre, se entregó en sacrificio a nuestro Amo, con el fin <strong>de</strong> procrearte. Allí <strong>de</strong>ntro—<br />

dijo la mestiza, señalando las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l oscuro bosque. Dorothy la miró<br />

confusa y Tituba volvió a sonreír―. Des<strong>de</strong> entonces, tu sino ha sido rubricado. Fue<br />

una larga espera; pero ahora tú y no otra, eres quien, en su momento, habrá <strong>de</strong><br />

proporcionar los medios para perpetuar El Rito requerido. Aún es <strong>de</strong>masiado pronto<br />

para que lo entiendas. La sabiduría acudirá a tu esencia cuando sea oportuno. Una<br />

vez que hayas evolucionado lo suficiente para asumir tus responsabilida<strong>de</strong>s para con<br />

el Culto, todos y cada uno <strong>de</strong> los pesares y resquemores que hoy te agobian habrán<br />

quedado <strong>de</strong>finitivamente atrás. Ninguna oblación <strong>de</strong>venida en el futuro, te resultará<br />

imposible <strong>de</strong> ofrendar.<br />

Devolviéndose a la premura <strong>de</strong> sus atribulaciones presentes, Dorothy recuperó<br />

el habla<br />

―Mi boda es en apenas cuatro días ¿Cómo se supone que enfrentaré el horror<br />

que el suceso implica imperturbable? ―preguntó, nuevamente conmocionada.<br />

Tituba quitó <strong>de</strong> sí un extraño colgante. Con <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, lo colocó en Dorothy,<br />

mientras le acariciaba el esbelto y níveo cuello. Luego, la besó en los labios y, al<br />

separarse, el pendiente que ahora Dorothy lucía resplan<strong>de</strong>ció con intensidad.<br />

Mientras el fulgor azulino se <strong>de</strong>svanecía en la oscuridad nocturna, la<br />

consternada expresión <strong>de</strong> Dorothy se transfiguró con rapi<strong>de</strong>z. Su pecho <strong>de</strong>jó <strong>de</strong><br />

palpitar <strong>de</strong>sbocado y el dolor <strong>de</strong> su alma se disipó sin presunciones <strong>de</strong> retornar


jamás. Sus ojos relampaguearon, cual un par <strong>de</strong> brasas can<strong>de</strong>ntes, emanando<br />

fortaleza y un po<strong>de</strong>r in<strong>de</strong>scifrable.<br />

—Muy bien… Ahora que tu corazón principia a semejar la dureza <strong>de</strong> una roca,<br />

presiento po<strong>de</strong>r a<strong>de</strong>lantarte que el sacrificio que se te <strong>de</strong>mandará en su tiempo,<br />

estará estrechamente vinculado a tu propia sangre ―advirtió Tituba.<br />

El silencio cobró nuevamente vida entre las mujeres, en tanto comenzaban a<br />

separarse.<br />

―Volveremos a vernos antes <strong>de</strong> lo que piensas Dorothy. Recuerda, estaré a tu<br />

servicio en la que pronto será tu casa ―dijo Tituba antes <strong>de</strong> partir―. Des<strong>de</strong> el<br />

preciso día <strong>de</strong> tu boda. Y, no te mortifiques por Sir George. El colgante que te di,<br />

resguarda en su interior <strong>de</strong> la magia oscura los secretos, apren<strong>de</strong>rás a usarlos con el<br />

fin <strong>de</strong> esclavizarle. No du<strong>de</strong>s ni receles, lo harás —sentenció, para luego per<strong>de</strong>rse en<br />

la espesura <strong>de</strong> las sombras que la recibían, abrazándola <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la mística frondosidad<br />

<strong>de</strong>l bosque.


CAPITULO 8<br />

Nace un Here<strong>de</strong>ro<br />

Campiña londinense, meses <strong>de</strong>spués<br />

Transcurría la noche, negra y tormentosa, <strong>de</strong>splegando su furia aciaga sobre la<br />

gótica mansión. Dorothy gemía, en medio <strong>de</strong> un difícil trabajo <strong>de</strong> parto. Tituba se<br />

afanaba presurosa, <strong>de</strong> un lado al otro, llevando y trayendo mantas, agua caliente y<br />

hierbas reconfortantes. En uno <strong>de</strong> los pisos superiores, George, afectado <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

tiempo atrás por una anómala enfermedad, oía los esporádicos gritos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su<br />

recámara personal, la que habitaba completamente solo.<br />

El hombre abominaba su nueva resi<strong>de</strong>ncia, enclavada justo en medio <strong>de</strong> la<br />

nada. Muy distante <strong>de</strong> su Nueva Inglaterra. Su esposa y actual administradora <strong>de</strong> la<br />

totalidad <strong>de</strong> sus bienes, insistió inapelable en trasladarse allí, cuando apenas cursaba<br />

el segundo trimestre <strong>de</strong> embarazo. ¿Cuánto tiempo había pasado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces?<br />

¡Vaya si le parecía que se habían mudado apenas un mes atrás! El tiempo huía <strong>de</strong> su<br />

memoria casi <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el mismo día en que contrajo matrimonio. Solo llegaba a su<br />

mente que, por aquel entonces, Dorothy era una jovencita <strong>de</strong>scarriada que pretendía<br />

fugarse ¿Con quién?, no lo recordaba. Pero muy <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sí, tenía la certeza <strong>de</strong><br />

haber obrado en aquellas circunstancias <strong>de</strong> modo exitoso para con su causa, aun<br />

cuando no comprendía muy bien cual era esta, ni cómo fue que todo sucedió.<br />

Casi <strong>de</strong> inmediato, ella se había convertido en su mano <strong>de</strong>recha cuando él<br />

perdió misteriosa y repentinamente la salud, allá en el Condado <strong>de</strong>... tampoco<br />

lograba traerlo a su memoria. Mucho menos la subsiguiente convivencia. No<br />

obstante ahora llegaba el niño, su here<strong>de</strong>ro, quien <strong>de</strong>finitivamente perpetuaría su<br />

estirpe.<br />

A pesar <strong>de</strong> todos sus esfuerzos, George se hallaba dominado por un anhelo<br />

constante: volver a casa y, aun cuando no lo recordaba con exactitud, <strong>de</strong> eso estaba<br />

completamente seguro. Pues ésta, en la que hoy moraba casi prisionero, no era la<br />

suya propia, no conseguía reconocerla como tal. Solo interpretaba que alguna<br />

po<strong>de</strong>rosa motivación <strong>de</strong>terminó a su joven y bella esposa en la adquisición <strong>de</strong> esta<br />

propiedad, en apariencia muy distante <strong>de</strong> la que él consi<strong>de</strong>raba como su verda<strong>de</strong>ro<br />

hogar. Obligándolos a todos a establecerse en el lugar.<br />

―¡Diablos, si tan solo pudiera recordar! A<strong>de</strong>más… ¡Esa odiosa india hereje que<br />

no cesa <strong>de</strong> atiborrarme con horrorosas medicinas, que saben a puré <strong>de</strong> escuerzos! —<br />

rezongó casi para sí mismo, George, babeando.<br />

De pronto, el llanto <strong>de</strong> un bebé trepó, haciendo ecos por las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la gran<br />

mansión. El niño había nacido.<br />

¡Quizá se condolieran <strong>de</strong> su estado y vinieran a mostrárselo antes <strong>de</strong> que<br />

cumpliera un año! «¡Esas dos…!», pensaba resignado.<br />

Un piso más abajo, Tituba le entregaba en brazos el bebé a Dorothy Graham.<br />

―Es un varón, tal y como se había profetizado. Será perfecto para nuestros<br />

planes —le dijo.


Dorothy, que tras el pacto y en especial durante los últimos meses, se había<br />

convertido en una bruja notablemente po<strong>de</strong>rosa y sombría, adquirió a<strong>de</strong>más una<br />

intuición aguda y tremendamente certera. Por lo cual y en respuesta al eufórico<br />

comentario <strong>de</strong> su esclava y maestra en artes oscuras, le increpó:<br />

—¡¿Qué planes?! ¿Los propósitos <strong>de</strong> quiénes? Nosotras, y tú sabes muy bien<br />

porqué, ya no compartimos ningunos al respecto.<br />

Tituba sonrió indiferente y se apresuró en acomodar todo el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n. Hecho<br />

esto, ágilmente tomó al niño con el propósito <strong>de</strong> asearlo e inquirió, cambiando <strong>de</strong><br />

tema:<br />

—¿Qué nombre le pondrás?<br />

Dorothy, sorprendida por segundos, pensó en llamarlo Timothy, mas <strong>de</strong>scartó<br />

la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> inmediato. No <strong>de</strong>seaba, en absoluto, instigar la difusa e inestable memoria<br />

<strong>de</strong> George, provocándole remembranzas sobre su verda<strong>de</strong>ro y único hijo.<br />

—Robert ―anunció grandilocuente—. Se llamará Robert Graham Swillings.<br />

Aspiro sea él, por sobre todas las cosas, quien me conceda finalmente la paz que<br />

ambicioné durante todo este tiempo.<br />

Al escuchar las palabras <strong>de</strong> su ama, Tituba se <strong>de</strong>tuvo en seco, con un gesto<br />

agrio en la mirada. Luego, giró sobre sus pasos y enfrentó a la joven madre, mientras<br />

le colocaba aquel colgante que ella misma le obsequiara, el mismo que se había<br />

<strong>de</strong>sprendido <strong>de</strong> su cuello justo antes <strong>de</strong>l parto. Quizá fue una mala i<strong>de</strong>a, pues <strong>de</strong><br />

inmediato, Dorothy la observó altanera. Con un abrupto movimiento <strong>de</strong> su mano,<br />

lanzó a la criada contra una pared distante, a unos cinco metros, sin el menor<br />

esfuerzo.<br />

Tituba se incorporó, mordiendo una rabia contenida <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía mucho,<br />

<strong>de</strong>cidida a confrontarla, mas <strong>de</strong>sistió al percibir el inigualable furor iracundo que<br />

disparaban los centelleantes ojos negros <strong>de</strong> su ama y solo atinó <strong>de</strong>cir:<br />

—No lo olvi<strong>de</strong>s Dot, ha sido por obra <strong>de</strong> alguien más que te has sitiado don<strong>de</strong><br />

estás ahora. Te aseguro, sin temor a equivocarme, que no es para nada propicio<br />

oponerse a tal po<strong>de</strong>r. Des<strong>de</strong> el instante en que suscribiste a nuestro credo, lo tienes<br />

todo, menos la potestad sobre tu <strong>de</strong>stino.<br />

—He luchado por marcharme tan lejos <strong>de</strong> ese bosque como pudiese, con todo<br />

y lo que ello significa —argumentó Dorothy en respuesta—. En lo que respecta a tus<br />

«amigas», las Ancianas, que pretendieron esclavizarme, pues bien lo sabes: casi no<br />

he <strong>de</strong>jado rastro <strong>de</strong> su pútrida y traicionera existencia. Fue un estúpido empeño<br />

tratar <strong>de</strong> suprimirme, actuando a mis espaldas, ¡<strong>de</strong>spojándome <strong>de</strong> lo que más amaba!<br />

¡Tú tampoco tienes permitido olvidar! Pues nadie en mayor grado que tú, <strong>de</strong>cidió<br />

formar parte sustancial <strong>de</strong> aquel suceso, Tituba —sentenció, apuntando a la nativa<br />

con el índice—. Hoy por hoy, me consi<strong>de</strong>ro lo suficientemente fuerte como para<br />

hacer frente a lo que sea ¡Lo que tenga el valor <strong>de</strong> venir por mí! —prosiguió<br />

<strong>de</strong>safiante—. ¡Quiero a mi hijo al margen <strong>de</strong> toda esa historia!<br />

Tituba, persistiendo en su actitud, refutó intransigente y a modo <strong>de</strong> memento:<br />

―¿Recuerdas que una vez te platiqué sobre el sacrificio <strong>de</strong> tu madre? Ella se<br />

prodigó en cuerpo y alma a nuestro Amo y Señor. Fue a través <strong>de</strong> ese acto que fuiste


concebida y es gracias a ello, a la umbría sangre que corre por tus venas, la cuantía<br />

<strong>de</strong> tu po<strong>de</strong>r. Más no te sobrestimes. Aun así, pue<strong>de</strong>s preten<strong>de</strong>r y solo preten<strong>de</strong>r,<br />

evadirte don<strong>de</strong> quieras; <strong>de</strong> todos modos, Él, siempre, adoptando cualquiera <strong>de</strong> sus<br />

mil perfiles, encontrará la manera <strong>de</strong> tomar posesión <strong>de</strong> lo que es suyo por <strong>de</strong>recho,<br />

sangre o pacto. Jamás cejará en su propósito <strong>de</strong> perpetuar el credo y consumar el<br />

ritual que nos mantiene vivos, cada día más cerca <strong>de</strong>l Po<strong>de</strong>r absoluto.<br />

El silencio se consolidó, cual abismo sombrío y <strong>de</strong>nso, en la gran habitación <strong>de</strong><br />

las puertas dobles. Tituba, con una enérgica maniobra, se aproximó <strong>de</strong> nuevo y tomó<br />

al bebé.<br />

—Ya es tiempo <strong>de</strong> que conozca su habitación —dijo, simulando abandonar su<br />

obstinación—. Descuida, está solo a pocos metros por este mismo corredor. Es una<br />

muy pequeña justo al final, la <strong>de</strong> la puerta ver<strong>de</strong>, ¿recuerdas? —Comenzó a mecer<br />

al pequeño, sonriéndole—. Incluso, he colocado allí una linda y cómoda mecedora<br />

para que puedas ir a amamantarlo. Tiene una ventana con excelente luz, varias<br />

estanterías, las que podremos ir colmando <strong>de</strong> juguetes. ―Luego, con un hábil<br />

remate agregó, mientras salía cargando al niño― También preparé una pequeña<br />

cama, don<strong>de</strong> dormiré <strong>de</strong> ahora en más, para asistirlo, las 24hs <strong>de</strong> todos y cada uno<br />

<strong>de</strong> los días —Salió dando un portazo, sintiéndose satisfecha por el inicuo triunfo <strong>de</strong><br />

aquella disputa.<br />

Dorothy se revolvió en el lecho, cerró los puños y apretó los dientes con fuerza<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la espléndida recámara, don<strong>de</strong> ahora se encontraba. Las velas en los<br />

can<strong>de</strong>labros se encendieron simultáneamente, chisporroteando frenéticas y<br />

<strong>de</strong>rritiendo el cebo en segundos.<br />

La hostilidad entre ambas mujeres había dado inicio tiempo atrás. Des<strong>de</strong> el día<br />

en que Dorothy estallara en rebeldía contra la mística potestad que ejercían las<br />

«Ancianas».<br />

Tras los escalofriantes sucesos que esta rebeldía <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nó en Salem,<br />

Tituba, sin mayores alternativas, actuó sometida y consecuente ante quien fuera su<br />

amiga, ama y pupila, huyendo con ella <strong>de</strong>l Condado Essex. Durante el lapso<br />

subsiguiente y hasta el momento, pareció reinar la paz entre las dos, respaldándose<br />

mutuamente, tal y como solían hacerlo durante los meses previos a la <strong>de</strong>vastación.<br />

La mestiza aparentaba una inquebrantable fi<strong>de</strong>lidad para con ella.<br />

A pesar <strong>de</strong> todo, Dorothy nunca <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> sospechar que tan abnegado<br />

comportamiento constituía solo un artificio, diseñado con la velada intención <strong>de</strong> no<br />

per<strong>de</strong>rla <strong>de</strong> vista, garantizando <strong>de</strong> esta forma la consecución futura <strong>de</strong> aquellos<br />

propósitos establecidos durante el siniestro pacto con la oscuridad.<br />

Resultaba evi<strong>de</strong>nte que Dorothy ya no se fiaba <strong>de</strong> ella; incluso había momentos<br />

en los que se preguntaba, no sin cierto escalofrío recorriéndole la espina: ¿cuál <strong>de</strong><br />

ellas dos era la esclava en realidad?<br />

La relación había llegado a una encrucijada, en la que le era menester cuidar<br />

cada uno <strong>de</strong> los propios movimientos y, a su vez, vigilar atentamente los <strong>de</strong> su<br />

compañera. No <strong>de</strong>bía olvidar, ni por un instante, que también la mestiza estaba<br />

dotada con sobresalientes faculta<strong>de</strong>s sobrenaturales, mucho más representativas<br />

por el hecho <strong>de</strong> haberlas heredado a través <strong>de</strong> su linaje chamánico. Al fin y al cabo,<br />

había sido su mentora.


CAPITULO 9<br />

Macabros Esponsales:<br />

El Principio <strong>de</strong>l Fin<br />

Pasaron algunos años <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> aquella gótica y ostentosa propiedad. Robert<br />

crecía <strong>de</strong> un modo, podría <strong>de</strong>cirse, casi normal, con Tituba in<strong>de</strong>clinablemente<br />

aferrada a su papel <strong>de</strong> institutriz. Por más inexplicable que pareciera, Dorothy nunca<br />

había logrado imponerse ante la resolución <strong>de</strong> su peculiar sirviente.<br />

Las actitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l pequeño pronto suscitaron la evi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> una inusual<br />

propensión a estados taciturnos, herméticos, e incluso funestos; aun cuando frente<br />

a su madre intentara comportarse <strong>de</strong> modo convencional.<br />

Dorothy, preocupada por su umbrío comportamiento, aprovechaba las<br />

ocasiones en que Tituba se ausentaba <strong>de</strong> la casa para inspeccionar cada estante,<br />

cajón o recoveco <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la pequeña habitación infantil, logrando recopilar, a<br />

través <strong>de</strong> este subrepticio método, pruebas que confirmaran sus sospechas <strong>de</strong><br />

manera contun<strong>de</strong>nte.<br />

Descubrió el escondite don<strong>de</strong> Robert atesoraba inusitados bosquejos y apuntes<br />

muy elaborados y poco apropiados para su corta edad. Tales revelaciones, que en<br />

una madre corriente habrían provocado cierto temor, más que amedrentarla,<br />

consiguieron provocarle una particular aversión y un creciente sentido <strong>de</strong> <strong>de</strong>sapego<br />

para con su pequeño hijo.<br />

Otro hecho con el que tenía que lidiar era ser perfectamente consciente <strong>de</strong> la<br />

manipulación intencional y sistemática que la nativa llevaba a cabo en la<br />

preparación y administración <strong>de</strong> medicinas y pociones <strong>de</strong>stinadas a controlar la<br />

voluntad <strong>de</strong> George. El uso habitual <strong>de</strong> las mismas tuvo inicio el día <strong>de</strong> la boda,<br />

ambas habían tenido parte activa en ello. Pero en los últimos meses, las<br />

modificaciones que Tituba obviamente estaba efectuando respecto <strong>de</strong> las dosis y<br />

componentes, solo tenían una finalidad que no prevista por Dorothy, suscitando<br />

como efecto el que Graham <strong>de</strong>notara ciertos atisbos <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z, durante los cuales<br />

requería la presencia y atenciones <strong>de</strong> su esposa con mayor frecuencia que la usual.<br />

De modo tal, que ésta dispusiera <strong>de</strong> una menor cantidad <strong>de</strong> tiempo para <strong>de</strong>stinar a<br />

la vigilancia y educación <strong>de</strong> su propio hijo.<br />

Como consecuencia <strong>de</strong> las maquiavélicas elucubraciones <strong>de</strong> Tituba, George, en<br />

uno <strong>de</strong> esos períodos <strong>de</strong> mayor claridad mental, consiguió entablar contacto con su<br />

antiguo amigo John Mc Conroy, Prefecto <strong>de</strong> Salem, solicitando por medio <strong>de</strong> una<br />

escueta y algo confusa misiva, la que subrepticiamente logró enviar sobornando a<br />

otro <strong>de</strong> los sirvientes, ayuda para escapar <strong>de</strong> la situación coercitiva que las damas<br />

ejercían sobre él.<br />

Dorothy alcanzó a interceptar el borrador <strong>de</strong> una <strong>de</strong> estas cartas, por lo que se<br />

vio obligada a actuar con extremada cautela ante la posibilidad <strong>de</strong> una inminente<br />

visita <strong>de</strong>l Prefecto.<br />

Por supuesto, <strong>de</strong> aquel siervo que ayudara a Graham, no se volvió a saber<br />

jamás.


La inquietante situación llegó a provocarle continuos <strong>de</strong>svelos, ya que, había<br />

perdido el control unilateral y absoluto <strong>de</strong> la situación. Por otro lado, Tituba<br />

porfiaba tenaz en su extraño comportamiento, más <strong>de</strong> lo habitual. Ante los<br />

requerimientos <strong>de</strong> Dorothy en pro <strong>de</strong> librarse mancomunadamente <strong>de</strong> aquella<br />

peligrosa instancia que podría sobrevenir, la mestiza se limitó a respon<strong>de</strong>r <strong>de</strong> modo<br />

sucinto:<br />

—No creo que <strong>de</strong>bas preocuparte. La solución viene en camino. Llegará a<br />

tiempo. Él, nunca falla ―sentenció circunspecta, casi en un susurro.<br />

―¡Maldita sea, con Tituba y todos sus misterios! Nuevamente acometiendo<br />

con atemorizarme. ¡Como si no tuviera suficiente con todo el daño que ha hecho! —<br />

farfulló Dorothy, mordiendo su propia furia.<br />

Pocos días <strong>de</strong>spués, la aldaba en el pórtico <strong>de</strong> entrada sonó sin estrépito, pero<br />

<strong>de</strong> un modo que, por alguna razón que no acertaba a discernir, estremeció a la dueña<br />

<strong>de</strong> la casa. Era tarea <strong>de</strong> Tituba ocuparse <strong>de</strong> la puerta. Al cabo <strong>de</strong> unos minutos, esta<br />

se presentó ante ella acompañada por un <strong>de</strong>sconocido caballero <strong>de</strong> gran estatura,<br />

barba y cabellera <strong>de</strong>sprolija, piel curtida por una exposición permanente al sol y<br />

vestido <strong>de</strong> modo incongruente para las costumbres <strong>de</strong> la época. Aun así, su atuendo,<br />

confeccionado con tela rústica y <strong>de</strong> corte poco elegante, permitía adivinar <strong>de</strong>bajo<br />

<strong>de</strong>l mismo, un cuerpo <strong>de</strong>lgado, pero ostensiblemente fuerte.<br />

Sobre el bronceado <strong>de</strong> su rostro se <strong>de</strong>stacaban un par <strong>de</strong> ojos celestes, ro<strong>de</strong>ados<br />

en el iris por un aura rojiza y permanente, dando la impresión <strong>de</strong> que flotaran entre<br />

llamas; esgrimiendo así, una intimidante y turbulenta mirada.<br />

Tituba, <strong>de</strong> pie a su lado, exhibía aquella inmarcesible expresión que le era<br />

característica; solo que esta vez, acentuada por una nota jocosamente satisfecha,<br />

como Dorothy jamás le había visto. Algo muy en lo profundo <strong>de</strong> su alma le indicó<br />

que el tiempo <strong>de</strong> la auténtica confrontación no hacía más que comenzar.<br />

―Arthur Greenway. ―Se presentó el recién llegado, arqueando la espalda en<br />

leve reverencia.<br />

―Dorothy Graham —respondió ella con voz grave, disfrazando su temor.<br />

Cuando logró exten<strong>de</strong>r su propia mano al caballero, para que éste la besara, la<br />

fustigó el paroxismo <strong>de</strong> esos labios quemándole la piel. Volvió a estremecerse, una<br />

brizna <strong>de</strong> hielo puro recorrió toda la extensión <strong>de</strong> su columna. Se sintió mareada,<br />

confusa, casi como presa <strong>de</strong> la embriaguez narcótica que provoca el opio. Su mente<br />

se vio abruptamente asaltada por una serie <strong>de</strong> imágenes que exponían parajes<br />

<strong>de</strong>sérticos bajo un sol <strong>de</strong>spiadado, enceguecedor y acompañadas por el sonido<br />

rítmico <strong>de</strong> tambores acompañando enar<strong>de</strong>cidas danzas tribales que <strong>de</strong>sconocía en<br />

lo absoluto.<br />

Aquel <strong>de</strong>lirio amenazaba eternizarse en sus sentidos, teñido <strong>de</strong> rojo intenso,<br />

trasuntando escasos vislumbres <strong>de</strong> su realidad vigente, con aquellos otros,<br />

seguramente surgidos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el inconsciente nunca asimilado, acometiendo sobre<br />

sus ojos, cual una certidumbre ineludible, misma que subyacía en lo profundo <strong>de</strong> su<br />

memoria, transmutándose en conocimientos <strong>de</strong>l presente. Un momento que<br />

prometía perdurar por siempre.


Dorothy sintió como sus fuerzas menguaban y, ante un rápido y breve<br />

chasquido que el sujeto realizó con los <strong>de</strong>dos frente a su rostro, cayó <strong>de</strong>svanecida en<br />

brazos <strong>de</strong> Tituba, quien la sostuvo por la espalda. En un último vestigio <strong>de</strong><br />

conciencia, creyó escuchar reír a la mestiza.<br />

A partir <strong>de</strong> aquel turbador encuentro, fueron varios los días que se halló<br />

postrada en cama, abrumada por inexplicables estados febriles y sueños en extremo<br />

alarmantes. Con escasos períodos <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z, pudo notar la presencia <strong>de</strong> Tituba a su<br />

lado ocupándose <strong>de</strong> ella, como así también la <strong>de</strong> ese alarmante personaje, sentado<br />

invariablemente, en uno <strong>de</strong> los sillones <strong>de</strong> su recámara, bajo la tenue luz <strong>de</strong> las velas,<br />

contemplándole. Aun cuando <strong>de</strong>seara con todo fervor librarse <strong>de</strong> su presencia, se<br />

encontraba tan débil que no conseguía articular gesto ni palabra. Por entero inhábil<br />

y a su merced.<br />

Luego <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> semanas infernales, sobrevino una paulatina pero notable<br />

mejoría. Advirtió que permanecía más tiempo sola en su habitación, la fiebre había<br />

cedido y empezó a dormir sin el tormento <strong>de</strong> angustiosas pesadillas que<br />

últimamente trastornaban su <strong>de</strong>scanso.<br />

Al <strong>de</strong>spertar una mañana, alguien había corrido las cortinas <strong>de</strong> su cuarto,<br />

<strong>de</strong>jando penetrar la cálida luz <strong>de</strong>l día. Comenzaba a disfrutar lo agradable <strong>de</strong>l<br />

momento, cuando Tituba entró, sosteniendo una ban<strong>de</strong>ja colmada con platillos para<br />

un tardío <strong>de</strong>sayuno en cama. La sirvió como si nada fuera <strong>de</strong> lo normal hubiese<br />

acontecido; aun así, lucía esa mueca en los labios que Dorothy conocía bien. Supo<br />

que la mestiza tenía muchas cosas que <strong>de</strong>cirle, siendo exactamente eso lo que ella<br />

precisaba: explicaciones.<br />

Sin dudarlo ni esperar autorización, haciendo alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> una conducta<br />

displicente e impropia para una criada, cosa que era frecuente en ella, Tituba tomó<br />

asiento a los pies <strong>de</strong> la gran cama.<br />

—Muy bien Dorothy, creo que ahora es cuando inicia la travesía final hacia tu<br />

auténtica misión―le dijo la bruja―. Te advertí que nunca podrías huir <strong>de</strong> Él.<br />

Simplemente te localizaría don<strong>de</strong> quiera pretendieras ocultarte. Pues bien, ya está<br />

aquí, en casa. Haciéndose cargo <strong>de</strong> todo lo que le concierne. —Volvió a sonreír <strong>de</strong><br />

modo irritante—. Aquel odioso y fanático Prefecto amigo <strong>de</strong> tu marido, nunca dará<br />

con este sitio. Por otro lado, George Graham ya no representa ni un problema, ni<br />

una carga, su tiempo <strong>de</strong> vida útil con nosotros al fin ha terminado.<br />

El espanto que principiaba a manifestarse en la expresión <strong>de</strong> Dorothy fue<br />

reprimido por un gesto imperativo <strong>de</strong> la criada.<br />

—Descuida, fue un procedimiento sencillo y nada cruento, pue<strong>de</strong>s estar segura<br />

<strong>de</strong> ello. Tan solo le administré una dosis mayor <strong>de</strong> su poción para inducir el sueño,<br />

pero asegurándome <strong>de</strong> que esta vez, este sea eterno. —Con un gesto socarrón,<br />

Tituba prosiguió con su monólogo—. Suce<strong>de</strong>, mi reina, que por mucho que lo<br />

precisaras vivo, a nuestro huésped le <strong>de</strong>sagradaba su presencia. El caso es que tú<br />

provocasteis en Él un <strong>de</strong>seo irrefrenable por tenerte. Si hay algo que no puedo negar,<br />

es que posees una belleza extraordinaria y, sumado a o distintivo <strong>de</strong> tus atributos, le<br />

ha sido inevitable sentirse seducido. —Con evi<strong>de</strong>nte muestra <strong>de</strong> celos, efectuó una<br />

breve pausa mientras disfrazaba el <strong>de</strong>stello <strong>de</strong> su mirada—. Ha <strong>de</strong>cidido tomarte<br />

como esposa. La ceremonia se llevará a cabo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las próximas semanas, al


término <strong>de</strong> su último viaje al continente africano.<br />

―¿África? ―logró preguntar Dorothy, paralizada.<br />

―Sí, África ―respondió Tituba, con algo <strong>de</strong> fastidio por la interrupción―. Es<br />

allí don<strong>de</strong> usualmente se dirige, a fin <strong>de</strong> contactar con fuerzas y conocimientos<br />

ancestrales.<br />

—Mi hijo… ―susurró inquisitivamente Dot.<br />

—He allí el pormenor sobre el que vine a poner en tu conocimiento —planteó<br />

cruelmente Tituba—. El <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> Robert está sellado. Arthur, como el Amo<br />

<strong>de</strong>cidió llamarse en esta vida, consi<strong>de</strong>ra que el niño <strong>de</strong>be partir a Londres una vez<br />

realizados los esponsales.<br />

―¿Partir?, ¿<strong>de</strong> qué hablas, maldita perra traicionera? —le soltó Dorothy<br />

furiosa.<br />

—Tranquila, si bien los planes han cambiado, lo hicieron solo relativamente.<br />

El pequeño continúa siendo parte <strong>de</strong> nuestro acuerdo ya que por cierto es quien<br />

lleva en su sangre el precio que <strong>de</strong>berás pagar―. Hizo un gesto con las manos, como<br />

intentando <strong>de</strong>tener el esperado estallido <strong>de</strong> su ama―. Solo se trata <strong>de</strong> una pequeña,<br />

digamos, postergación. Él crecerá, llegará a ser adulto, pero esta concesión <strong>de</strong><br />

tiempo será efectiva con la condición <strong>de</strong> que lo haga lejos <strong>de</strong> ti y, sobre todo, <strong>de</strong><br />

nuestra labor aquí en la casa. ―Luego palmeó las piernas <strong>de</strong> Dot con irónica<br />

conmiseración y puntualizó―: A su regreso, Arthur sabrá darte razones y<br />

respuestas. Solo Él pue<strong>de</strong> hacerlo, no yo. Será así como todo finalmente cobrará<br />

sentido para ti.<br />

Completamente atónita, Dorothy aguardó que la esclava se marchara <strong>de</strong> la<br />

recámara, y trató vehemente aferrarse a su amuleto protector, <strong>de</strong>scubriendo que<br />

este había <strong>de</strong>saparecido.<br />

Los días y las semanas se sucedieron en un estado <strong>de</strong> incertidumbre y<br />

abatimiento difícil <strong>de</strong> sobrellevar. Arthur regresó y con él, lo inevitable. Los<br />

acontecimientos se precipitaron en una vorágine <strong>de</strong> situaciones. El momento había<br />

llegado. Los esponsales se formalizaron en el marco <strong>de</strong> una ceremonia privada, sin<br />

intermediación religiosa tradicional y administrada por un inabordable nativo<br />

africano <strong>de</strong> avanzada edad, que Arthur trajo consigo. Transcurrió inusual, atípica y<br />

en una lengua que, por inexplicable que parezca, Dorothy había comenzado a<br />

compren<strong>de</strong>r.<br />

El pequeño Robert no estuvo presente, eso la entristeció. En lugar <strong>de</strong> arras<br />

matrimoniales, Arthur le obsequió un nuevo amuleto tallado en hueso con<br />

incrustaciones <strong>de</strong> cuarzo, el que prohibió se quitara jamás.<br />

Una sensación <strong>de</strong> total <strong>de</strong>sconcierto se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> Dorothy luego <strong>de</strong> la<br />

ceremonia, la que fue más similar a un ritual pagano que otra cosa. El efecto<br />

aletargante <strong>de</strong> los brebajes y pociones que consumieron le obnubilaron alucinantes<br />

la mente. La noche <strong>de</strong> bodas le resultó abominable; no se advertía dueña <strong>de</strong> su<br />

voluntad, carente <strong>de</strong> sentimiento alguno. Desfiló indolente por situaciones muy<br />

caóticas, como intercambios <strong>de</strong> sangre y grabados <strong>de</strong> símbolos que abrieron heridas<br />

en su piel.


El rostro <strong>de</strong> su nuevo esposo, por momentos, <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> parecerle humano;<br />

a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> que no siempre estuvo segura <strong>de</strong> yacer solo entre sus brazos. A pesar <strong>de</strong><br />

ello, persistía insensible. La violencia y el dolor perpetrados durante el rito cesaron<br />

<strong>de</strong> afectarle, como si le hubiesen arrancado el corazón, o al menos, lo poco que<br />

quedaba <strong>de</strong>l mismo.<br />

Solo podía recordar con claridad, unas pocas palabras que Tituba le susurrara,<br />

mientras ella yacía tendida a merced <strong>de</strong> siniestras posesiones.<br />

―La Dorothy Swillings que conocías y creías ser, ha muerto hoy. Tu soberbia<br />

se trocó en castigo. De ahora en más, solo serás la Concubina <strong>de</strong>l Oscuro. En tanto,<br />

mi Señora Amonet empren<strong>de</strong> el camino <strong>de</strong> la resurrección y retorna a nuestras vidas.<br />

El fin había soltado amarras y venía por ella, trayendo consigo una<br />

innominable cuota <strong>de</strong> horror.<br />

Ahora estaba casada con el ser más temido y oscuro <strong>de</strong> la Creación. Quien,<br />

a<strong>de</strong>más, era su verda<strong>de</strong>ro padre.


CAPITULO 10<br />

Richard:<br />

¿Fantasía o Realidad?<br />

Campiña londinense, Siglo XVIII<br />

Richard <strong>de</strong>spierta en aquella habitación, a la que ingresara por una <strong>de</strong> las<br />

puertas <strong>de</strong> la sala circular. Un terrible dolor <strong>de</strong> cabeza lo tiraniza. Se aprecia a fondo<br />

confuso. Sin lograr diferenciar entre evi<strong>de</strong>ncia y presunción, apenas consigue<br />

retener en pensamiento unos pocos fragmentos <strong>de</strong> todo lo ocurrido hasta el<br />

momento, en el mismo lugar don<strong>de</strong> se había encontrado con el hombre que revelase<br />

ser su padre. Y que por cierto… ¿Dón<strong>de</strong> estaba?<br />

Rememora la conversación que sostuvieron previo al golpe que lo tumbara en<br />

el suelo. Pero también el sueño. Todas esas imágenes, con Robert como protagonista<br />

<strong>de</strong> una horripilante historia acaecida en esa misma casa.<br />

¿Habrá sido aquello cierto? Indiscutiblemente todo concuerda, cual si hubiese<br />

retrocedido en el tiempo, 20 años atrás y presenciado cada <strong>de</strong>talle <strong>de</strong> lo vivido por<br />

su padre con sus propios ojos.<br />

¡Cielos, no! ¡Todo tiene que ser un maldito sueño! —persiste negándose— ¿Pero<br />

<strong>de</strong> ser así, cómo he llegado hasta allí? Solo cuenta con la convicción <strong>de</strong> que le es<br />

imperioso escabullirse sin <strong>de</strong>mora <strong>de</strong>l sitio. Concentrándose en ello, se le hace<br />

presente la sentencia escrita en aquel papiro amarillento bajo la pirámi<strong>de</strong>: «una<br />

puerta lo sacaría <strong>de</strong> allí, las otras acabarían con él». Más o menos ese es el concepto<br />

que le ha quedado claro. O quizá no. ¿Cómo saberlo?<br />

Se incorpora veloz y <strong>de</strong>finitivamente <strong>de</strong>spavorido, al <strong>de</strong>scubrir que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cada<br />

rincón, libro u objeto allí disperso, múltiples y gigantescos insectos, varios <strong>de</strong> ellos<br />

octópodos, surgen en consi<strong>de</strong>rables cantida<strong>de</strong>s, atravesando amenazantes todo el<br />

hábitat.<br />

Se apresura en busca <strong>de</strong> escapatoria, pero no la encuentra, al menos no por<br />

don<strong>de</strong> ha entrado. Aterido por el pánico y la zozobra, registra el espacio entero.<br />

Desplaza estanterías, ajetrea libros, esperanzado en revelar una salida oculta. De<br />

pronto, atolondrado, tropieza con uno <strong>de</strong> los muchos objetos dispersos y cae,<br />

golpeándose con fuerza la cabeza.<br />

¡Maldita sea! Se <strong>de</strong>smaya <strong>de</strong> nuevo.<br />

Cuando recupera la conciencia, por tercera vez este día, su entorno es otro.<br />

Ahora se halla tendido sobre la sanguínea mancha en el corredor, frente a la puerta<br />

<strong>de</strong>l cuarto infantil que perteneciera a su padre. No alcanza a establecer con claridad<br />

nada <strong>de</strong> lo sucedido, todo se le expone cual una secuencia <strong>de</strong> escabrosas imágenes.<br />

Lo único cierto, es que se trata <strong>de</strong>l lugar don<strong>de</strong> su padre había sido asesinado por la<br />

joven pelirroja, dos décadas atrás.<br />

Se incorpora al momento, totalmente asqueado. Pantallazos <strong>de</strong> lo


supuestamente acontecido la noche antes, azotan su mente consternada. Persiste en<br />

atribuir tales «recuerdos» al probable exceso <strong>de</strong> vino con el que acompañara la cena.<br />

Había sido un completo <strong>de</strong>satino retomar luego, y en plena madrugada, la<br />

exploración <strong>de</strong> los múltiples vericuetos <strong>de</strong> la casona. Ahora más que nunca, está<br />

absolutamente convencido <strong>de</strong> su estupi<strong>de</strong>z.<br />

Por otro lado, también <strong>de</strong>be consi<strong>de</strong>rar lo propicias que fueron, para el caso,<br />

las tenebrosas condiciones <strong>de</strong>l ambiente, respecto <strong>de</strong> estimular negativamente una<br />

imaginación susceptible como la suya; eso sin contar con las malhadadas historias<br />

que su madre le relatara, antes <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> Londres.<br />

Mientras repasa todo este contexto inmerso en el <strong>de</strong>vaneo <strong>de</strong> su mente<br />

impresionable, el miedo pue<strong>de</strong> más y, negándose a toda eventualidad <strong>de</strong> que aquello<br />

esgrimiera un mínimo rastro <strong>de</strong> veracidad, se encamina a la planta baja lo más<br />

rápido que sus piernas le permiten.<br />

Una vez allí, revuelve el interior <strong>de</strong> su equipaje en busca <strong>de</strong> una nueva muda,<br />

ya que aún permanece <strong>de</strong>scalzo y a medio vestir. Se cambia con prisa, pero tan<br />

convencionalmente como siempre. Luego, cuando vuelve a empacar, justifica su<br />

actitud <strong>de</strong> asumida cobardía apoyándose en el hecho <strong>de</strong> haber constatado que la<br />

propiedad es ostensiblemente gran<strong>de</strong> y consecuente con el estado <strong>de</strong> abandono<br />

generalizado en que se hallaba, riesgosa <strong>de</strong> recorrer sin compañía. Llega así a la<br />

irrefutable conclusión <strong>de</strong> que lo más a<strong>de</strong>cuado será <strong>de</strong>shacerse <strong>de</strong> ella cuanto antes.<br />

Obviamente, a través <strong>de</strong> una oportuna venta.<br />

Durante ese lapso, escucha sonidos proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l corredor a su izquierda, el<br />

que según antiguos planos que había encontrado sobre el escritorio, conducía a la<br />

cocina. No atina reaccionar al respecto. Simplemente se queda allí, estático, <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong>l escritorio escasamente iluminado por la luz que atraviesa la ventana con el vidrio<br />

roto, mientras sostiene una serie <strong>de</strong> documentos que ha <strong>de</strong>cidido llevar a Londres<br />

para analizar con más calma.<br />

Unos pasos se <strong>de</strong>jan oír, aproximándose <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel pasadizo. ¡Cuán gran<strong>de</strong><br />

es su sorpresa, cuando la silueta <strong>de</strong> su quejumbrosa, egoísta y recelosa madre, Alice,<br />

surge, sonriente y sujetando una ban<strong>de</strong>ja con pan, fresco y abundante café caliente!<br />

Su estupor no pue<strong>de</strong> ser mayor. ¿Alice en la mansión? Ella sonríe ampliamente<br />

―¿Acaso pensabas que permitiría que mi único hijo acudiera a este espantoso<br />

lugar <strong>de</strong>sprotegido y completamente solo? —dice ella, meneando la cabeza y<br />

dándole un rápido beso en la mejilla―. He llegado esta mañana muy temprano, al<br />

ver tus cosas aquí y escuchar ruidos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los pisos superiores, supuse que te<br />

hallabas ocupado explorando. Como a mí no se me dan muy bien esos trajines,<br />

preferí en cambio, prepararte el <strong>de</strong>sayuno. ―Baja la vista, como perdida en la<br />

conciencia <strong>de</strong> alguna vieja culpa. Suspirando, prosigue con sus explicaciones—.<br />

Cuando te fuiste <strong>de</strong> Londres, <strong>de</strong>cidí revisar el ático don<strong>de</strong> solía encerrarse tío Alfred.<br />

¿Y qué imaginas? Descubrí referencias muy interesantes respecto <strong>de</strong> esta casa, como<br />

certificaciones históricas y datos sustanciales relacionados con la historia familiar,<br />

especialmente en lo inherente a su genealogía.<br />

La mujer no cesa <strong>de</strong> hablar, mientras dispone la mesa sobre el mismo escritorio<br />

que Richard utilizara antes.


—Creo que, si ya estás listo para regresar a casa, una vez en Londres, <strong>de</strong>berías<br />

verificarlos personalmente. —De repente y como si acabara <strong>de</strong> recordarlo, le<br />

pregunta al joven—. ¿Quién es, si se pue<strong>de</strong> saber, la bella mujer que has traído<br />

contigo? Bribonzuelo, no me habías comentado nada sobre el hecho <strong>de</strong> venir con<br />

alguien. Lo supe solo al llegar.<br />

Por fin, y aunque ya parecía imposible, la dama guarda silencio, manteniendo<br />

inquisitiva su mirada sobre el sorprendido y bastante apabullado Richard.<br />

Alice, en toda su vida, nunca <strong>de</strong>mostró ser una persona jovial o comunicativa,<br />

tal y como se comportaba en este preciso instante. Segundo, odiaba este lugar hasta<br />

las lágrimas. ¿Cómo fue que <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> lado todo aquello para venir y presentarse aquí,<br />

<strong>de</strong> modo tan natural? Por último, ¿<strong>de</strong> qué mujer le estaba hablando? Él había venido<br />

solo.<br />

Cuando se da cuenta, ella ya lo conduce empujándolo por los hombros hacia<br />

una <strong>de</strong> las sillas, don<strong>de</strong> lo sienta frente a una taza <strong>de</strong> café. Después, apoyando los<br />

brazos sobre el escritorio, espera el acuse <strong>de</strong> una respuesta, entretanto esboza una<br />

sonrisa <strong>de</strong> complicidad picaresca.<br />

―No tengo la menor i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> lo que me hablas, madre —contesta Richard―.<br />

Nadie me ha acompañado, con excepción <strong>de</strong>l horrible chófer que contraté, por<br />

cierto, bajo tu consejo, en esa pésima agencia <strong>de</strong> Londres. El muy cretino no dudó<br />

en <strong>de</strong>jarme plantado frente a esta misma puerta, antes <strong>de</strong> que tan siquiera hubiese<br />

<strong>de</strong>scorrido el cerrojo.<br />

—¡Oh! ¿Te refieres al señor <strong>de</strong> la joroba que tan amablemente se ofreció a<br />

traerme él mismo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Londres, siendo que ya estaba muy entrada la noche? Nadie<br />

más quiso hacerlo. Tenía la premura <strong>de</strong> llegar aquí tan rápido como fuera posible,<br />

cuando mucho en la mañana —dice Alice, sin mirarlo a los ojos―. Pues conmigo se<br />

ha portado <strong>de</strong>corosamente. A<strong>de</strong>más, ha sido justamente él quien recogió a la joven<br />

que salía <strong>de</strong> esta casa. Así es que pu<strong>de</strong> verla Richard. Ambos me ayudaron con el<br />

equipaje y cerraron el portal <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí. Por cierto, no tengo i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> cómo hubiese<br />

entrado si ella, oportunamente, no hubiese cruzado el umbral, permitiéndome el<br />

ingreso. Tú no estabas en la planta baja y quién sabe si escucharías mi llamada —<br />

acotó Alice.<br />

Por unos minutos, los dos se abstienen <strong>de</strong> hablar, aun cuando sus razones para<br />

hacerlo difieren subjetivas. Más tar<strong>de</strong>, con gesto adusto, ella inicia uno <strong>de</strong> sus<br />

habituales sermones:<br />

—Aparte <strong>de</strong> todo eso, hijo, y cambiando un poco el tema, es indudable que<br />

comprendo el hecho <strong>de</strong> que ya seas todo un hombre y, que como tal, tengas<br />

necesida<strong>de</strong>s al igual que otro cualquiera. Pero sabes lo que pienso sobre <strong>de</strong>safiar las<br />

buenas costumbres <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los estratos sociales en especial tratándose <strong>de</strong> gente<br />

<strong>de</strong> nuestra clase. A<strong>de</strong>más, y esto es trascen<strong>de</strong>nte, está la cuestión sobre la diversidad<br />

racial. Espero sinceramente que esto que <strong>de</strong>scubrí hoy día se trate solo <strong>de</strong> un <strong>de</strong>sliz<br />

<strong>de</strong> tu parte. Hay cosas que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi punto <strong>de</strong> vista y el <strong>de</strong> la sociedad en la que<br />

vivimos, no <strong>de</strong>ben <strong>de</strong> mezclarse.<br />

Cada vez más sorprendido por los argumentos <strong>de</strong> su madre, Richard echa un<br />

rápido vistazo a la entrada principal, don<strong>de</strong> ayer mismo había colocado la pesada<br />

tranca <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. Ya no estaba como la <strong>de</strong>jara, asegurando la puerta, sino que


eposaba verticalmente, como la encontrara antes, junto a la misma. Resulta obvio<br />

que alguien más la había retirado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el interior, y no recordaba haberlo hecho él<br />

bajo ninguna circunstancia.<br />

Azorado frente a los inextricables sucesos por los que continuaba atravesando,<br />

apenas si escucha poco más el continuo parlotear <strong>de</strong> su madre. Decreta imponer<br />

algo <strong>de</strong> claridad sobre el caos en el que se halla inmerso e interrumpe a su madre.<br />

—Dime, madre, ¿a qué te refieres con diferencias raciales y todo eso?<br />

—¡No nos hagamos los tontos, Richard! Estoy hablando <strong>de</strong> la joven que salió<br />

<strong>de</strong> aquí esta mañana. De la mestiza —enfatiza Alice concierto ímpetu.<br />

La sangre <strong>de</strong> Richard se congela en sus venas.


CAPITULO 11<br />

La Visita <strong>de</strong> Alice<br />

Ni bien Richard tuvo claro que nada es como parece y todo pue<strong>de</strong> ser aún más<br />

extraño que la vida misma, cuando esta es <strong>de</strong>safiada por entida<strong>de</strong>s sobrenaturales,<br />

<strong>de</strong>termina que su vacua e insignificante mentalidad, restringida por preceptos<br />

estructurados <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una educación y <strong>de</strong>venir existencial netamente<br />

conformista, no le será <strong>de</strong> utilidad alguna en el momento <strong>de</strong> enfrentarse a las<br />

manifestaciones que, significativamente, esta casa le ha expuesto. Tampoco pue<strong>de</strong><br />

arriesgar conjeturas insustentables sobre lo que pudiera o no ser real <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l<br />

plano en el que su vida se <strong>de</strong>sarrolla, o frente aquel otro <strong>de</strong>sconocido, en el que<br />

algunos, al igual que él, fueron intimados a penetrar.<br />

Mientras Alice, en apariencia inocente a las profundas cavilaciones <strong>de</strong> su hijo,<br />

intenta poner algo <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n en la sala, empeñada en su recién <strong>de</strong>scubierto rasgo<br />

parlanchín, Richard toma asiento en una <strong>de</strong> las sillas y golpea con el puño la<br />

superficie <strong>de</strong>l escritorio, elevando la voz <strong>de</strong> modo inusualmente autoritario.<br />

―¡Basta madre! ¡Necesito algo <strong>de</strong> silencio aquí!<br />

Fijando la vista sobre algún punto justo en medio <strong>de</strong> la nada, intenta organizar<br />

cada uno <strong>de</strong> los sucesos transcurridos, partiendo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el instante en que abordara<br />

el automóvil que lo trajera <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Londres.<br />

No obstante, ante la brusca reacción <strong>de</strong> Richard, Alice <strong>de</strong>ja caer la ban<strong>de</strong>ja que<br />

sostenía, <strong>de</strong>sparramando la escasa vajilla en la que le ofreciera el <strong>de</strong>sayuno. No<br />

pronuncia palabra alguna, ni un mínimo gesto se dibuja sobre su empali<strong>de</strong>cido<br />

rostro. Escabulléndose subrepticiamente, se <strong>de</strong>svanece en la oscuridad <strong>de</strong>l corredor<br />

izquierdo.<br />

Unos minutos, quien sabe cuántos, pasan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel impetuoso estallido.<br />

Richard continúa con la mirada extraviada introspectivamente, clasificando sucesos,<br />

concatenando hechos, forjando hipótesis. Lentamente se pone <strong>de</strong> pie y, plantándose<br />

frente al inicio <strong>de</strong> la escalera, hace a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> tomar el barandal. Su mano queda<br />

allí, suspendida en el aire, apenas a unos centímetros <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ra trabajada. Cual,<br />

si asumiera forma <strong>de</strong> brisa, un susurro le alcanza, atravesando su espalda,<br />

envolviéndole la nuca, <strong>de</strong>speinando el rubio cabello:<br />

― Vamos, <strong>de</strong>cí<strong>de</strong>te, Richard! ¡Decí<strong>de</strong>te!<br />

Asiéndose con firmeza, comienza a subir los primeros peldaños. A medida que<br />

avanza, el corazón pier<strong>de</strong> templanza, mas su <strong>de</strong>terminación persiste inalterable. Se<br />

encuentra ya por el tercer escalón, cuando percibe un repentino alboroto <strong>de</strong><br />

sombras y rumores, <strong>de</strong>splegando su presencia, apenas bor<strong>de</strong>ando el primer piso: sin<br />

subterfugios, sin sorpresa, libremente, justo en la cima, don<strong>de</strong> se dirige sin dudarlo.<br />

In crescendo y conjuntamente con tales fenómenos, nacidos seguramente en<br />

el tenebroso caos que avasalla la casa por completo, comienzan a escucharse<br />

lamentos, suspiros, sollozos, risas, gemidos <strong>de</strong> agonía.<br />

Sin embargo, nada parece sorpren<strong>de</strong>rle, menos <strong>de</strong>tenerle. Richard siente y sabe


que <strong>de</strong>be proseguir, esta vez cotejando cada mínimo <strong>de</strong>talle <strong>de</strong> modo eficaz. Toma<br />

conciencia <strong>de</strong> que no se trata <strong>de</strong> una sencilla mansión <strong>de</strong>shabitada, llena <strong>de</strong> polvo,<br />

recuerdos y ma<strong>de</strong>ros rechinantes. Se halla en casa, Su casa, la morada <strong>de</strong> sus<br />

antepasados. Atestada <strong>de</strong> todas y cada una <strong>de</strong> sus esencias, plena <strong>de</strong> residuos, los<br />

que <strong>de</strong> algún modo encontraron la manera <strong>de</strong> revelarse a través <strong>de</strong>l tiempo.<br />

Valiéndose <strong>de</strong> energías muy po<strong>de</strong>rosas y sustentadas por efluvios <strong>de</strong> prácticas<br />

inmemoriales, ejecutadas durante pasadas vidas terrenales, adquiriendo el señorío<br />

<strong>de</strong> la más profunda oscuridad, para así coexistir a través <strong>de</strong> los siglos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> estos<br />

muros. Los que ahora, también le pertenecen.<br />

Como quiera que sea, se trata <strong>de</strong> su historia, su familia: Su herencia.<br />

Cuando la <strong>de</strong>senfrenada actividad espectral allí, en la meta <strong>de</strong> su ascenso, ya<br />

casi llega al clímax <strong>de</strong> lo inenarrable y, mientras Richard apoya el siguiente paso<br />

sobre el cuarto escalón, un fuerte e inesperado golpe <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la cabeza lo <strong>de</strong>rriba<br />

inconsciente, rodando hacia el pie <strong>de</strong> la gra<strong>de</strong>ría.<br />

El silencio se apo<strong>de</strong>ra abrupto <strong>de</strong>l espacio. Cada una y todas las presencias se<br />

paralizan, suspendidas en la atmósfera atemporal, como si atónitas les restara ahora<br />

disiparse, muda y espontáneamente, hacia los rincones más ocultos. Las voces, los<br />

sonidos, reprimen su clamor, bifurcándose entre pasillos, surcando habitaciones,<br />

ro<strong>de</strong>ando el mobiliario, escapando por entre rotos ventanales.<br />

Un <strong>de</strong>mencial e infrahumano aullido retruena cual reclamo, provocando ecos<br />

contra la zona muerta entre los objetos polvorientos y la frágil insonoridad que la<br />

ro<strong>de</strong>a. Fraguando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el infierno mismo un torbellino arrasa, con furia vengativa,<br />

el cuidadoso peinado <strong>de</strong> Alice, quien se halla inexpresiva junto al cuerpo <strong>de</strong> su hijo,<br />

ahora tendido en el suelo. Des<strong>de</strong> su mano <strong>de</strong>recha cuelga el antiguo reloj <strong>de</strong> arena<br />

que ha utilizado para abatir al joven, porque se encontraba en camino <strong>de</strong> su propio<br />

averno.<br />

La mirada <strong>de</strong> Alice se torna fría, dura, retadora, en dirección a lo que fuera que<br />

fluye <strong>de</strong>s<strong>de</strong> arriba. Ni el aullido o el inesperado viento, o aún la certeza misma<br />

consiguen opacar la resolución y prestancia que Alice esgrime en aquel instante<br />

clave.<br />

Unas pequeñas gotas <strong>de</strong> sangre resbalan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ornamenta <strong>de</strong> aquel<br />

instrumento con el que golpeara al muchacho. Elevándolo ante sus ojos, centra la<br />

vista <strong>de</strong> modo hipnótico en los cristales <strong>de</strong> arena que se escurren, ahora e<br />

inexplicablemente, en sentido opuesto.<br />

―El tiempo… ―murmura con voz profunda. Un extraño brillo titila repentino<br />

y fugaz en sus pupilas.<br />

Dejando caer el arma improvisada, acu<strong>de</strong> sin prisas en busca <strong>de</strong> un mohoso<br />

cojín para colocarlo bajo la nuca <strong>de</strong> Richard. Al hacerlo y durante el procedimiento<br />

<strong>de</strong> acomodar la cabeza inerte <strong>de</strong>l muchacho, nota que <strong>de</strong> entre los dorados cabellos<br />

que tanto ama, brota una no muy excesiva cantidad <strong>de</strong> sangre, pero suficiente como<br />

para hume<strong>de</strong>cer con ella su propia mano. Queda brevemente absorta en la<br />

contemplación <strong>de</strong>l rojo intenso que luce aquella mancha, pasando luego a observar<br />

el semblante <strong>de</strong>l muchacho, en tanto limpia la mano ensangrentada sobre el faldón<br />

<strong>de</strong> su vestido.


En una <strong>de</strong>licada y sutil <strong>de</strong>mostración <strong>de</strong> afecto, <strong>de</strong>speja la frente <strong>de</strong>l joven,<br />

<strong>de</strong>teniéndose en ese gesto unos minutos. Ro<strong>de</strong>a cada ángulo, cada surco <strong>de</strong> su faz<br />

con el extremo <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos. Luego, incorporándose, se encamina con toda calma<br />

hacia don<strong>de</strong> reposan las maletas. Comienza a meter en ellas todo cuanto Richard<br />

trajo consigo. Sobre el escritorio, repara en los documentos que su hijo sostenía en<br />

manos cuando le sorprendiera por la mañana. Deci<strong>de</strong> guardarlos también, pero en<br />

su propia valija, colocada algo más distante.<br />

Cerca <strong>de</strong>l pasadizo que conduce a la cocina, una presencia casi corpórea la<br />

contempla silente. Ella lo intuye <strong>de</strong> inmediato, pero no levanta la vista <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong><br />

se halla en cuclillas.<br />

—Supuse que te encontraría aquí. Te esperaba. Gracias por advertirme…<br />

Robert ―dice, mientras sus ojos se llenan <strong>de</strong> lágrimas.<br />

Robert, o mejor dicho su espectro, permanece <strong>de</strong> pie, apoyado sobre uno <strong>de</strong><br />

los muros <strong>de</strong>l pasillo con las manos hundidas en los bolsillos <strong>de</strong> su pantalón.<br />

Deleitándose ante la visión <strong>de</strong> la mujer que tanto amara y a la que había convertido<br />

en su esposa, apenas conociéndola. Subyugado por su belleza e inteligencia, no le<br />

importó en nada el hecho <strong>de</strong> ignorar por completo <strong>de</strong>talles sobre su pasado o<br />

proce<strong>de</strong>ncia, <strong>de</strong>safiando así las costumbres y el protocolo <strong>de</strong> su clase.<br />

Esa era su Alice, a quien <strong>de</strong>jó sola y con Richard recién nacido, el maldito día<br />

en que viniera por su herencia, encontrando aquí, el lóbrego y fatal <strong>de</strong>stino que lo<br />

condujo directo hacia una traicionera muerte.<br />

Continúa mirándola, con una mezcla <strong>de</strong> gozo y añoranza. Mas nada consigue<br />

borrar <strong>de</strong> su fisonomía aquella inquebrantable expresión <strong>de</strong> torturada tristeza,<br />

dominado por una esperanza que ya concibe extinta.<br />

De pronto, Alice se incorpora, como si ya no resistiera lo tenso <strong>de</strong> la situación,<br />

y voltea, sacudiendo nerviosamente el polvo <strong>de</strong> sus manos, en dirección a quien<br />

había sido su esposo.<br />

Robert quita las manos <strong>de</strong> los bolsillos y esboza una tímida sonrisa.<br />

―Robert… ―pronuncia Alice con la voz <strong>de</strong>scompuesta por el llanto.<br />

—Alice… ―respon<strong>de</strong> él con suavidad.<br />

Mientras ambos se precipitan uno en brazos <strong>de</strong>l otro, recios golpes retumban<br />

en la sala <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el portal <strong>de</strong> entrada. El tiempo se <strong>de</strong>tiene. Alice ve la imagen <strong>de</strong><br />

Robert disolviéndose en el éter, <strong>de</strong>jando tras <strong>de</strong> sí la estela <strong>de</strong> su presente ausencia,<br />

ahora reemplazada por el polvo que flota indolente<br />

Ella traga sus propias lágrimas y, ahogando un lamento, inspira con fuerza,<br />

buscando valor para seguir entera. Se dirige a la puerta. Abre presurosa. El jorobado,<br />

chófer que le transportara tanto a Richard como a ella misma, se encuentra <strong>de</strong> pie<br />

sobre el umbral, haciendo girar nerviosamente la gorra <strong>de</strong> su uniforme con los<br />

<strong>de</strong>dos.<br />

—Mi Lady ―dice a modo <strong>de</strong> saludo, inclinando la cabeza casi calva en señal<br />

<strong>de</strong> reverencia—. Aquí me tiene usted, a vuestra disposición, para ayudarle en lo que<br />

guste mandar.


Alice señala el cuerpo inconsciente <strong>de</strong> Richard, tendido al pie <strong>de</strong> la escalera y<br />

las maletas cerca <strong>de</strong>l viejo escritorio.<br />

—¿Podrá usted con todo? ―inquiere, ciertamente indiferente la mujer.<br />

—He traído ayuda, mi Lady —respon<strong>de</strong> el sujeto, corriéndose a un costado y<br />

señalando, tras <strong>de</strong> sí, a una <strong>de</strong>lgada figura encapuchada que aguarda silenciosa junto<br />

al vehículo.<br />

—Bien. ¡De prisa, antes <strong>de</strong> que mi hijo <strong>de</strong>spierte y la noche caiga sobre<br />

nosotros! —or<strong>de</strong>na Alice, imperativa—. No <strong>de</strong>be alcanzarnos ni en esta casa, ni<br />

mucho menos durante el trayecto por los bosques. —Mira con insistencia el gris<br />

plomizo que luce el cielo—. La tormenta es inminente. ¡Apresuraos!<br />

El jorobado y su ayudante ingresan con rapi<strong>de</strong>z a recogerlo todo. Primero, el<br />

cuerpo inerte <strong>de</strong> Richard; luego, las maletas.<br />

Cuando casi culminan con la tarea y Alice se apresta a cerrar la puerta, esta se<br />

<strong>de</strong>tiene, como si hubiese olvidado algo. Entonces, voltea a ver el reloj <strong>de</strong> arena tirado<br />

junto a la escalera. En el acto, se abalanza hacia él a fin <strong>de</strong> recogerlo, acompañada<br />

por el bramido <strong>de</strong> un primer trueno.<br />

Sin interpretar con claridad la razón que le impulsa hacerlo, insiste en su<br />

<strong>de</strong>nuedo. En tanto se aproximaba al mismo, advierte que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer <strong>de</strong>scanso<br />

<strong>de</strong> la majestuosa gra<strong>de</strong>ría, <strong>de</strong>scien<strong>de</strong> una negra y espesa bruma, reptando sigilosa y<br />

con idéntico <strong>de</strong>stino.<br />

A<strong>de</strong>lantándose a tomar la antigüedad entre sus manos, observa que la<br />

repulsiva manifestación rebasa ya el húmedo rastro <strong>de</strong> sangre absorbido por el cojín,<br />

don<strong>de</strong> momentos antes reposara la cabeza herida <strong>de</strong> su hijo.<br />

Serpenteantes trazos <strong>de</strong> la in<strong>de</strong>finible presencia se dispersan cual tentáculos,<br />

procurando alcanzar los bor<strong>de</strong>s ensangrentados <strong>de</strong>l reloj, con la clara pretensión <strong>de</strong><br />

arrebatárselo.<br />

Alice, lejos <strong>de</strong> soltarlo y con una extraña sonrisa triunfal sobre sus labios, se<br />

aleja veloz, aferrando el preciado tesoro; lanzándose esta vez sí, fuera <strong>de</strong> la casona,<br />

no sin antes cerrar la entrada con un sonoro portazo. Ni el grosor <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ra ni el<br />

<strong>de</strong> los grises muros que protegen la casa, logran acallar un nuevo, aterrador y<br />

escalofriante aullido, que proviene <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el interior.<br />

Una vez en el automóvil y con Richard ya recostado en el asiento trasero, ella<br />

sube <strong>de</strong>lante, junto al conductor. Entonces, recuerda al joven asistente.<br />

―¿Y su ayudante? ¿Dón<strong>de</strong> está él? No veo que nos reste espacio para llevarlo<br />

con nosotros ―pregunta al chófer.<br />

El hombre sonríe <strong>de</strong> forma in<strong>de</strong>finida, mientras señala la ventanilla junto a la<br />

dama.<br />

La <strong>de</strong>lgada figura se halla justo allí, a su costado tras la portezuela, con la<br />

capucha todavía ocultándole el rostro. Alice rebusca en su pequeño bolso <strong>de</strong> mano<br />

por algo <strong>de</strong> dinero que ofrecerle en agra<strong>de</strong>cimiento por su oportuna colaboración.<br />

Antes <strong>de</strong> que pudiera entregárselo, el joven misterioso se quita la capucha,


<strong>de</strong>jando al <strong>de</strong>scubierto una larga, negra y rizada cabellera, cayendo sobre sus<br />

hombros y realzando la singular belleza <strong>de</strong> su piel morena… mestiza.<br />

Se trata, nada más ni nada menos, <strong>de</strong> la muchacha que Alice <strong>de</strong>scribiera a<br />

Richard durante el <strong>de</strong>sayuno y que sin saberlo ella, formaba parte inolvidable <strong>de</strong> las<br />

alarmantes y <strong>de</strong>scabelladas vivencias <strong>de</strong>l joven.<br />

Tras una rotunda mutación en el ambiente, Alice, lejos <strong>de</strong> sorpren<strong>de</strong>rse ante<br />

la revelación, esboza una sonrisa inusual y tierna para con la mujer. Dejando caer<br />

las monedas en el interior <strong>de</strong>l coche, extien<strong>de</strong> su mano hacia ella. Con la palma<br />

recorre su rostro afectuosamente, diríase que con orgullo y complacencia.<br />

Tituba coge la mano que le acaricia entre las suyas y la besa con ternura.<br />

—Ahora te pue<strong>de</strong>s marchar, hija —dice.<br />

—Volveremos a vernos. Gracias y hasta siempre, Madre ―respon<strong>de</strong> Alice,<br />

mientras el coche se pone en movimiento. Los <strong>de</strong>dos entrelazados <strong>de</strong> ambas mujeres<br />

se separan a la fuerza. Tituba corre algunos metros <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l auto con los ojos<br />

lacrimosos y el corazón palpitándole con fuerza.<br />

Tras <strong>de</strong>l volante, el chófer sonríe satisfecho. Situado más allá <strong>de</strong> la ignorancia<br />

o el asombro, también él constituye una pieza más <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la intrincada historia<br />

que comienza a <strong>de</strong>splegarse sobre el horizonte existencial y sin tiempo <strong>de</strong> estas<br />

personas.<br />

Mientras se alejan camino a Londres, atravesando el bosque y ya fustigados por<br />

una tormenta que amenaza convertirse en <strong>de</strong>mencial, aquel tenebroso y espectral<br />

fenómeno al que Alice se enfrentara, forma un círculo concéntrico alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l<br />

rastro sanguíneo. Des<strong>de</strong> la oscuridad <strong>de</strong> su vórtice, emerge una maraña <strong>de</strong> cabellos<br />

rojos que, irguiéndose, perfilan una silueta femenina, izándose incontenible e<br />

iluminada por los relámpagos que fustigan la estancia.<br />

Así, mágica y misteriosa, se incorpora <strong>de</strong> forma perfecta la distintiva figura <strong>de</strong><br />

la joven pelirroja que veinte años atrás, asesinara al primer here<strong>de</strong>ro: Robert<br />

Graham; y que inclusive ayer mismo, acosara a su hijo Richard.<br />

Algo más distante, la presencia <strong>de</strong> Robert inicia su transformación,<br />

materializándose paulatinamente más <strong>de</strong>finida. Ro<strong>de</strong>ándose a sí mismo con los<br />

brazos y plegado sobre el vientre, llora <strong>de</strong>sconsolado, al cabo su mustio corazón<br />

empieza a latir muy quedo, muy lento y breve, tiñendo con suave arrebol humano<br />

el rostro gris y acartonado que luciera durante todos estos años <strong>de</strong> encierro, abismo<br />

y tormento.<br />

Ya no había posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> huir, <strong>de</strong> obtener la paz. Había quedado<br />

<strong>de</strong>finitivamente prisionero <strong>de</strong> un <strong>de</strong>stino rubricado por su propia madre,<br />

obligándolo a cumplir pactos heredados sin su connivencia.<br />

Está con<strong>de</strong>nado ahora, a pesar <strong>de</strong> toda su resistencia, a la inclemencia <strong>de</strong> un<br />

apetito insoportable que pronto sesgaría en él hasta el último atisbo <strong>de</strong> humanidad,<br />

preservada muy a pesar <strong>de</strong> Dorothy, su progenitora. Fortaleza conquistada con el<br />

único fin <strong>de</strong> jamás <strong>de</strong>rramar la sangre y vida <strong>de</strong> su hijo. Aunque quizá ya no le sea<br />

posible evitarlo.


In<strong>de</strong>clinable, Robert se negó durante dos décadas someterse al <strong>de</strong>stino<br />

establecido por el Pacto <strong>de</strong> Sangre que los ha <strong>de</strong>struido a todos, obstinándose en<br />

nunca privilegiar las sombrías ventajas <strong>de</strong> alcanzar la Inmortalidad a costa <strong>de</strong>l<br />

sacrificio <strong>de</strong> su propia <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia. No obstante, ahora Robert es consciente <strong>de</strong><br />

que su acci<strong>de</strong>ntal e involuntaria conversión ha dado inicio.<br />

Pronto per<strong>de</strong>ría el control <strong>de</strong> su voluntad y, carente <strong>de</strong>l discernimiento, el<br />

alma, la gnosis o la misericordia humana, simplemente advendría ser un integrante<br />

más <strong>de</strong>l maldito Clan <strong>de</strong>l Rito, adoptado por sus ancestros, con la anuencia y<br />

prepon<strong>de</strong>rante colaboración <strong>de</strong> la mujer que le trajera al mundo.<br />

Había sido tanta y tan dura su lucha por mantener a Richard alejado <strong>de</strong> la casa.<br />

Desafiando todos los preceptos, ganándose la ira <strong>de</strong> sus antepasados, quienes<br />

moraban <strong>de</strong>ntro y fuera <strong>de</strong> la abominable propiedad…pero nada funcionó. Incluso<br />

intercedió por Richard, realizando pactos que comprometían su obediencia y sus<br />

favores por toda la eternidad, siempre que <strong>de</strong>jaran <strong>de</strong> lado el sacrificio <strong>de</strong> su hijo.<br />

¡Oh Dios! Casi lo había logrado. Un día atrás se las ingenió para acudir ante Alice<br />

entre sueños, induciéndola venir en rescate <strong>de</strong> su hijo y evitar así que perdiera al<br />

joven como hace años lo había perdido a él.<br />

Sin embargo y, a pesar <strong>de</strong> todos sus esfuerzos, Robert <strong>de</strong>be admitir que no<br />

existe plan perfecto. Es nada menos que la extraña actitud <strong>de</strong> Alice la que termina<br />

por provocar el inci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la sangre <strong>de</strong>rramada. Si bien esta no ha sido mucha,<br />

como es requerido a fin <strong>de</strong> renacer como un ente <strong>de</strong>moníaco, esas pocas gotas<br />

vertidas fueron suficientes para <strong>de</strong>spertar la maldición que lo estigmatiza. La que ya<br />

no cree posible <strong>de</strong>tener.<br />

Como consecuencia <strong>de</strong> las maquiavélicas jugarretas <strong>de</strong> un <strong>de</strong>stino<br />

incontrolable, su batalla resulta vana y el triunfo inclina la balanza en favor <strong>de</strong>l Señor<br />

Oscuro.


CAPITULO 12<br />

Anamnesis<br />

Londres, siglo XVIII<br />

Pasan varios meses <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Richard retornara a Londres. El día mismo <strong>de</strong> su<br />

arribo, <strong>de</strong>spierta en el propio lecho, ro<strong>de</strong>ado por la cali<strong>de</strong>z metódicamente<br />

estructurada <strong>de</strong> su hogar.<br />

Alice se <strong>de</strong>svive por aten<strong>de</strong>rlo, procurando distraer cada instante <strong>de</strong> sus días<br />

con nuevos <strong>de</strong>safíos y posibilida<strong>de</strong>s. Inclusive, una vez él se hubo recuperado, tuvo<br />

la ocurrencia <strong>de</strong> presentarlo con distinguidas jovencitas citadinas, todas<br />

proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> buenas familias, juiciosas y, a su gusto, excelsamente educadas.<br />

Él, sin embargo, se mantiene inmerso <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un tenaz estado introspectivo.<br />

En apariencia, ha perdido la memoria <strong>de</strong> todo lo recientemente sucedido.<br />

Aquella tar<strong>de</strong> tormentosa en que abandonaran la casona, mientras aferraba sus<br />

manos a las <strong>de</strong> Tituba, Alice recibió <strong>de</strong> ésta un pequeño frasco, conteniendo un<br />

extraño líquido en su interior. Perspicaz, intuye el uso que <strong>de</strong>bía darle. Cuando el<br />

joven intentó, ya avanzada la travesía, abrir los ojos, fue lo primero que le dio a<br />

beber. Completo, hasta la última gota.<br />

Segundos <strong>de</strong>spués, Richard volvió a sumirse en un profundo sueño <strong>de</strong>l que no<br />

<strong>de</strong>spertó durante días. Presa <strong>de</strong> incomprensibles estados febriles y angustiosos<br />

sueños, no <strong>de</strong>jó en ningún momento <strong>de</strong> ser vigilado y confortado por su madre. En<br />

tanto ella aprovechaba la ocasión, abocándose al escrutinio <strong>de</strong> aquellos libros y<br />

manuscritos que el joven había encontrado en la mansión.<br />

Cuando por fin recobra fuerzas suficientes para incorporarse por sí mismo <strong>de</strong><br />

la cama, Richard comienza a <strong>de</strong>ambular por la casa melancólico y distraído. La<br />

sensación <strong>de</strong> que algo huyó <strong>de</strong> su memoria no le abandona. Cosas que ha <strong>de</strong>jado<br />

inconclusas. Esto parece consumirlo internamente. A pesar <strong>de</strong> ello, Alice no claudica<br />

en su intrepi<strong>de</strong>z bizarra <strong>de</strong> llevar a cabo su velado plan.<br />

Poco a poco, Richard reanuda sus habituales excursiones a través <strong>de</strong> la niebla<br />

londinense. Esta vez más solitario que nunca e i<strong>de</strong>ntificado con el esoterismo propio<br />

<strong>de</strong> esta urbe, el que sin lugar a dudas, estimula remembranzas en su fuero interno.<br />

Alice, al notar que Richard retoma, aunque parcialmente, retazos <strong>de</strong> lo que<br />

fuera su anterior rutina, sin evi<strong>de</strong>ncias <strong>de</strong> haber recobrado la memoria, <strong>de</strong>pone su<br />

abnegada <strong>de</strong>dicación. Sintiéndose <strong>de</strong> algún modo liberada, baja la guardia respecto<br />

a lo estricto <strong>de</strong> su vigilancia y cuidados, abocándose con creciente asiduidad a la<br />

inercia <strong>de</strong> inusuales trajines sociales.<br />

Durante las pocas noches en que Richard <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> quedarse encerrado en su<br />

habitación, se contorsiona entre las sábanas, poseso <strong>de</strong> confusos letargos, pesadillas<br />

y negros augurios; los que le hostigan sin darle paz. Aun así y al igual que en el<br />

pasado, persiste en disimularlos frente a su madre. Transcurre la mayor parte <strong>de</strong> su<br />

tiempo elaborando un collage mental, don<strong>de</strong> sitúa una a una las piezas dispersas <strong>de</strong><br />

su perturbada gnosis.<br />

Se le antoja dilucidar las razones que en el pasado propiciaran el aislamiento


<strong>de</strong> su tío Alfred, especulando intuitivamente, que es allí don<strong>de</strong> hallará la punta <strong>de</strong>l<br />

ovillo. También es consciente <strong>de</strong> que su madre le refirió ciertas vicisitu<strong>de</strong>s al<br />

respecto en alguna oportunidad, mas no es capaz <strong>de</strong> recordarlo. Esto exacerba su<br />

intriga, pero sigue sin atreverse a comentar nada sobre el tema. Teme que Alice<br />

consi<strong>de</strong>re la posibilidad <strong>de</strong> que estuviese perdiendo la cordura.<br />

Durante uno <strong>de</strong> esos días en que su madre se ausenta <strong>de</strong> casa, Richard le<br />

escamotea unas llaves ocultas en su tocador y se encamina hacia las escaleras <strong>de</strong>l<br />

ático. Cuando se encuentra frente a ellas, la súbita imagen <strong>de</strong> otras similares azota<br />

su mente, <strong>de</strong>l mismo modo en que sobreviene un <strong>de</strong>ja-vu. Pantallazos que no logra<br />

<strong>de</strong>tallar arremeten sus pupilas, permitiéndole verse en el interior <strong>de</strong> un sitio que le<br />

resulta familiar. Pero, aun así, quimérico e irreal.<br />

En el momento preciso en que Richard se halla presto a subir la escala, oye la<br />

puerta <strong>de</strong> entrada abriéndose, y junto a ello la risa... ¿divertida?… <strong>de</strong> su madre, quien<br />

ingresa sorpren<strong>de</strong>ntemente acompañada por un caballero. Este posee una voz<br />

potente y extraño acento. Prodiga a la mujer una seguidilla <strong>de</strong> galanterías y bromas<br />

que a él le parecen carentes <strong>de</strong> toda gracia.<br />

Richard se apresura a <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r hacia el living. De cara al <strong>de</strong>sconocido<br />

visitante, experimenta la insólita evocación <strong>de</strong> un pasado in<strong>de</strong>finido. Alice proce<strong>de</strong><br />

ágil con las presentaciones <strong>de</strong>l caso.<br />

―Richard, hijo, el señor es un viejo amigo <strong>de</strong> tu padre, que ha llegado a<br />

Londres apenas hoy, para visitarnos ―anuncia ceremoniosa―. Arturo Conrado Del<br />

Fiore, mi hijo Richard Graham. ―Luego continúa dando explicaciones―<br />

Consi<strong>de</strong>rando que Arturo es un extranjero que visita por primera vez Londres y,<br />

habiendo sido cercano a Robert, creo sería muy atinado <strong>de</strong> nuestra parte hospedarle<br />

aquí en casa. ¿Qué te parece? ―interroga, dirigiéndose al joven.<br />

La prestancia <strong>de</strong>l aludido forastero se manifiesta impactante a sola vista.<br />

Durante momentos que parecen eternos, Richard le observa en <strong>de</strong>talle: alto, más <strong>de</strong><br />

1.95 metros, vestido en gris claro, estilo safari, luce un bronceado añejo sobre su faz<br />

curtida por los años, <strong>de</strong> unos cincuenta aproximadamente. Su rostro enmarcado por<br />

una barba rubia entrecana, el cabello <strong>de</strong>l mismo tono cuidadosamente peinado<br />

hacia atrás, <strong>de</strong>spejando así la amplitud <strong>de</strong> su frente sobre unas pobladas cejas<br />

blanquecinas que ensombrecían, en su abundancia, un par <strong>de</strong> ojos color celeste<br />

translúcido, penetrantes como un par <strong>de</strong> afiladas dagas.<br />

Amablemente y en forma <strong>de</strong> saludo, Arturo extien<strong>de</strong> su mano hacia él.<br />

Correspondiendo dicho gesto y, ante el tacto, Richard percibe inesperada, una<br />

<strong>de</strong>scarga eléctrica que recorre su cuerpo en<strong>de</strong>ble, mientras la potencia <strong>de</strong> una voz<br />

grave penetra la oscuridad <strong>de</strong> su memoria adormecida.<br />

A partir <strong>de</strong> ese momento, los días se suce<strong>de</strong>n <strong>de</strong> modo atípico en la vida<br />

doméstica; una cierta euforia flota en el ambiente antes monótono y gris. Alice<br />

semeja estar en permanente estado <strong>de</strong> gracia, brincando <strong>de</strong> un sitio a otro alre<strong>de</strong>dor<br />

<strong>de</strong> la visita. Es evi<strong>de</strong>nte para Richard que su madre, ha encontrado una buena razón<br />

para rehacer su vida. Y, aun cuando él lo hubiese <strong>de</strong>seado, no halla argumento válido<br />

que esgrimir en contra <strong>de</strong> esa relación, la que se presenta como un hecho<br />

consumado.<br />

Tenía que resignarse y aceptar las transiciones que pudiesen sobrevenir. Por


tanto, valiéndose <strong>de</strong> las actuales circunstancias, el muchacho dispone proseguir, en<br />

uso <strong>de</strong> una mayor libertad, con sus viejos hábitos. Empieza a <strong>de</strong>svincularse,<br />

tozudamente, <strong>de</strong> todo lo que tiene concordancia con aquella realidad. De momento,<br />

mucho más ausente <strong>de</strong>l hogar y, como siempre, frecuentando bares y casas <strong>de</strong> juego.<br />

Esta vez, sin discriminar mínimamente la calaña <strong>de</strong> tales sitios. Todo le da igual.<br />

Como justificativo, fundamenta la necedad <strong>de</strong> su conducta en la<br />

disconformidad irrecusable que le provoca la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> compartir su espacio o su<br />

rutina con aquellos dos, ahora tan compenetrados.<br />

Temporalmente relegado su proyecto <strong>de</strong> investigación sobre las cosas <strong>de</strong>l tío<br />

Alfred, nunca <strong>de</strong>vuelve las llaves hurtadas al tocador <strong>de</strong> su progenitora.<br />

Sencillamente simula olvidarlo, o bien <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> no hacerlo. El resultado es idéntico.<br />

Con la llegada <strong>de</strong>l otoño, el compromiso se avecina como un suceso ineludible.<br />

La boda se concertaría durante los primeros días <strong>de</strong> invierno, época durante la cual<br />

Arturo empren<strong>de</strong>ría otra <strong>de</strong> sus travesías por mar, a bordo <strong>de</strong> su propia nave llamada<br />

«Dorothea», en honor <strong>de</strong> quien fuera su primera esposa, como bien se los había<br />

comentado antes.<br />

Según planes ya establecidos, posterior a la celebración <strong>de</strong>l matrimonio, los<br />

consortes iniciarían un periplo a fin <strong>de</strong> que Alice disfrutara conocer diversas costas<br />

antes <strong>de</strong> regresar al continente. Luego y <strong>de</strong> inmediato, tomaría posesión <strong>de</strong> su nuevo<br />

hogar. Este hecho, en particular, constituía la mayor sorpresa entre todas las que su<br />

prometido proyectara para ella.<br />

Días previos a las nupcias, Arturo y Richard se quedan solos disfrutando una<br />

bebida en los jardines <strong>de</strong> la casa. Durante la ocasión, el futuro padrastro propone a<br />

Richard unirse a ellos en su nueva resi<strong>de</strong>ncia una vez se hubieran establecido.<br />

Richard <strong>de</strong>clina la oferta. Por supuesto que se siente complacido <strong>de</strong> que su madre<br />

encontrara en Arthur la estabilidad y el sostén que él mismo no logró brindarle, pero<br />

<strong>de</strong> ningún modo consi<strong>de</strong>ra necesario ser partícipe <strong>de</strong> ello.<br />

No obstante, meditar sobre tal oferta trae a su memoria la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que, en algún<br />

momento <strong>de</strong> su pasado inmediato, se vio embarcado en un proyecto que, confiaba,<br />

les brindaría aquella tan ansiada seguridad, tanto a él como a su madre. En su<br />

pensamiento vaga la noción <strong>de</strong> que se trataba <strong>de</strong> algo así como un negocio, una<br />

venta… ¿una herencia? Pues no, <strong>de</strong>finitivamente todavía no atina a <strong>de</strong>scifrarlo.<br />

Todavía pensando en ello, nota que Arturo se halla expectante frente a la<br />

posibilidad <strong>de</strong> que reconsi<strong>de</strong>rase la propuesta. Así que rápidamente argumenta su<br />

firme intención <strong>de</strong> visitarlos con cierta asiduidad, pero <strong>de</strong>jando ver que no quiere<br />

<strong>de</strong>jar su hogar natal. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> que con las posesiones que Alfred les había legado,<br />

para él es más que suficiente. Menciona vehemente la voluntad <strong>de</strong> preservar su<br />

in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia, no teniendo el más mínimo <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> abandonar Londres.<br />

Ante la rotunda negativa, un resplandor antinatural surge repentino en la<br />

mirada <strong>de</strong> Arturo. A pesar <strong>de</strong> hallarse cómodamente sentado, a pocos metros <strong>de</strong><br />

distancia, sus ojos dan la impresión <strong>de</strong> surcar suspendidos en el aire el espacio que<br />

los separa, aproximándose hacia el joven, hipnóticos, ineluctables y extraordinarios.<br />

Es ya indiscutible que la situación se ha tornado perturbadoramente extraña;<br />

incluso escalofriante


La voz <strong>de</strong> Alice, ingresando muy oportunamente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la calle, pone fin a la<br />

perceptible tensión que impera en el ambiente.<br />

―¿Arturo? ¿Richard? ¿Estáis en casa?<br />

―¡Aquí! ―respon<strong>de</strong> Arturo, haciendo señas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el jardín interno.<br />

Ya la dama frente a ellos, los dos hombres retoman su actitud relajada y cordial,<br />

como si nada fuera <strong>de</strong> lo común hubiese acontecido, <strong>de</strong>partiendo ahora sobre<br />

simples trivialida<strong>de</strong>s, como el estado <strong>de</strong>l tiempo en la ciudad.<br />

Des<strong>de</strong> entonces, la convivencia entre ellos transcurre sin sobresaltos, hasta el<br />

fin <strong>de</strong> semana en que la boda finalmente se lleva a cabo.<br />

Pocas horas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la ceremonia privada, la pareja parte <strong>de</strong> viaje, <strong>de</strong>jando<br />

tras <strong>de</strong> sí a Richard, notablemente disperso, pero liberado <strong>de</strong> toda presión.<br />

Ajeno al control materno, sus borracheras recru<strong>de</strong>cen. En poco tiempo, aquel<br />

<strong>de</strong>safuero termina por trasladarse irrefrenable hasta el propio hogar.<br />

En algún punto durante aquella fase <strong>de</strong> comportamiento disipado, Richard<br />

conoce a una muchacha <strong>de</strong> excepcional belleza e impactante personalidad. Para su<br />

asombro, la joven trabaja como camarera en <strong>de</strong> una <strong>de</strong> esas <strong>de</strong>sagradables y<br />

sombrías cantinas a las que concurre. Muy a pesar <strong>de</strong> su claridad mental obnubilada<br />

por los efectos <strong>de</strong>l alcohol, a Richard le fue imposible no quedar prendado <strong>de</strong> ella.<br />

Como es lógico suponer, ambos traban una distintiva amistad, <strong>de</strong>scubriendo<br />

que comparten múltiples aficiones; en especial, el amor por la literatura. Suelen<br />

discurrir largas horas sobre el tema, disfrutándolo enormemente. A partir <strong>de</strong><br />

entonces, Maggie, tal es su nombre, acapara la atención <strong>de</strong>l muchacho, casi por<br />

completo, llenando el vacío que subsiste entre él y su perenne soledad.<br />

Richard, por otro lado, consi<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>nigrante que su amiga más dilecta, mujer<br />

inteligente y notablemente instruida, se vea obligada a ganarse la vida trabajando<br />

en sitios como ese. Averigua que la joven no solo es huérfana, sino también foránea;<br />

por lo que sobrevivir en la capital constituye todo un reto para ella.<br />

Aun así, su <strong>de</strong>bilidad por la bebida no ceja por completo, sufriendo frecuentes<br />

recaídas. Esta circunstancia provoca fuertes <strong>de</strong>savenencias entre ambos,<br />

ocasionando algunos distanciamientos durante no muy prolongados lapsos <strong>de</strong><br />

tiempo.<br />

Dominado por una terquedad caprichosa, Richard sobrelleva estos períodos<br />

abocándose <strong>de</strong> modo frenético a revolver todo cuanto hay <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su propia casa,<br />

sin <strong>de</strong>jar nada al azar. Circunstancia que propicia su retorno al <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong>l<br />

«Proyecto Alfred», como suele llamarlo, trasladando su furor indagatorio hasta el<br />

ático <strong>de</strong>l anciano. Alimenta la certeza <strong>de</strong> que allí encontrará la clave para <strong>de</strong>scifrar<br />

aquella sempiterna intriga que lo acucia. Necesita llenar los vacíos <strong>de</strong> su mente y <strong>de</strong><br />

su historia para sentirse un hombre completo.<br />

Con tal i<strong>de</strong>a en la cabeza, un día toma las llaves, sube al ático y se encierra<br />

<strong>de</strong>ntro. Sometido a tan apasionada fijación, la sobriedad comienza a abrirse paso en<br />

la rutina <strong>de</strong>l joven. Cada escrito, apunte, libro o reseña que Alfred <strong>de</strong>jara inconcluso,<br />

marca una clara diferencia, <strong>de</strong>spejando los velos que separan la memoria consciente


<strong>de</strong> la que no, permitiendo el resurgimiento <strong>de</strong> fragmentos <strong>de</strong> una realidad que le es<br />

propia y menester recuperar, sabe bien.<br />

Casi sin darse cuenta <strong>de</strong> ello, Richard asume, gradualmente, la actitud propia<br />

<strong>de</strong> un ermitaño: siempre encerrado en el ático, comiendo mal y cuidándose menos.<br />

Su mero objetivo es or<strong>de</strong>nar las piezas <strong>de</strong> aquel rompecabezas que le <strong>de</strong>sasosiega la<br />

existencia.<br />

Durante los seis meses subsiguientes, consigue interpretar ciertos datos <strong>de</strong><br />

interés. Como por ejemplo, la historia genealógica <strong>de</strong> su familia. También, reiteradas<br />

alusiones a una herencia sobre la cual no encuentra mayores especificaciones. Según<br />

registros, la misma se origina en vida <strong>de</strong> sus abuelos paternos, haciendo mención<br />

frecuente a Dorothy Graham, madre <strong>de</strong> Robert. Su abuela, luego <strong>de</strong> enviudar,<br />

contrajo nuevas nupcias con un <strong>de</strong>sconocido. El nombre <strong>de</strong>l sujeto en cuestión le<br />

resulta familiar: Arthur Greenway.<br />

Uno <strong>de</strong> esos días en que el agobio <strong>de</strong> la lectura y la falta <strong>de</strong> alimentos le<br />

conminan a bajar <strong>de</strong>l ático, Richard ingresa en el cuarto <strong>de</strong> su madre, sin pensarlo.<br />

Rememora los secretos que la misma atesoraba en los recovecos <strong>de</strong> su tocador.<br />

Deci<strong>de</strong> <strong>de</strong>smantelarlo por completo. Dentro <strong>de</strong>l mismo cajón don<strong>de</strong> antes<br />

encontrara ocultas las llaves, <strong>de</strong>scubre también un doble fondo.<br />

Impaciente, <strong>de</strong>stroza a golpes la ma<strong>de</strong>ra. En el interior <strong>de</strong> aquel escondite halla<br />

un sobre manila bastante ajado, con el sello roto. Por extraño que parezca, la imagen<br />

<strong>de</strong>l mismo trae a su memoria otro igual. Lo escruta celosamente. Se trata <strong>de</strong> un<br />

documento <strong>de</strong> carácter legal. Algo se agita en su mente representando una escena<br />

don<strong>de</strong> se ve a sí mismo con idéntico oficio entre las manos, transitando un extenso<br />

camino a través <strong>de</strong> la campiña en dirección quien sabe a dón<strong>de</strong>.<br />

Tan intensa es la reminiscencia que, al <strong>de</strong>splegarlo y <strong>de</strong> forma mecánica,<br />

comienza a recitar <strong>de</strong> memoria cada uno <strong>de</strong> los párrafos contenidos en el<br />

documento. Sí, es innegable que se trata <strong>de</strong>l mismo.<br />

Víctima <strong>de</strong> un agudo vértigo ocasionado por el torrente arrollador <strong>de</strong> signos,<br />

símbolos, imágenes y sucesos acaecidos en aquel pasado impreciso, se <strong>de</strong>sploma<br />

extenuado sobre el lecho materno, con el escrito <strong>de</strong>sdoblado sobre el pecho. Aprieta<br />

con fuerza los párpados, mas su pensamiento ha emprendido ya un recorrido a<br />

través <strong>de</strong> insondables túneles, zigzagueando en el laberinto subconsciente.<br />

Una serie <strong>de</strong> acontecimientos casi claramente perfilados se plasman en su<br />

memoria, aunque no logra concatenarlos por completo. Sin lugar a dudas, se trata<br />

<strong>de</strong> las pistas faltantes en el acertijo. Abstraído en ello, queda profundamente<br />

dormido, mientras que una tormenta se <strong>de</strong>sata premonitoria fuera <strong>de</strong> la casa.<br />

Al <strong>de</strong>spuntar el alba, insistentes golpes <strong>de</strong> la aldaba sobre la puerta principal<br />

le espabilan la modorra. Nota que el fragor <strong>de</strong> la tormenta ha cesado, dando paso a<br />

una mañana gris <strong>de</strong> pertinaz llovizna. Incorporándose, procura componer su<br />

aspecto. Todavía somnoliento, <strong>de</strong>scien<strong>de</strong> a la planta baja, don<strong>de</strong> los golpes se oyen<br />

impacientes.<br />

―¡Va! ¡Va! —grita en respuesta, tratando <strong>de</strong> acallarlos.<br />

Una vez frente al pórtico, <strong>de</strong>viene bizarra una sensación <strong>de</strong> mal augurio,


acechándolo. Trata <strong>de</strong> pensar en otra cosa, mientras corre el cerrojo y abre la puerta.<br />

En el pequeño porche <strong>de</strong> entrada pue<strong>de</strong> ver a los dos que lo aguardan fuera: unos<br />

distinguidos caballeros vestidos muy formalmente y <strong>de</strong> apariencia simétrica. Todo<br />

en ellos es semejante y monocromo, incluso la sombría y compungida expresión que<br />

ostentan en el rostro.<br />

―¿Señor Richard Graham? ―pregunta uno <strong>de</strong> ellos.<br />

―Por cierto —respon<strong>de</strong> Richard.<br />

―¿Nos permitiría pasar? ―interrogan los hombrecillos―. El motivo <strong>de</strong><br />

nuestra visita tiene connotaciones que quizá fuese más conveniente tratar bajo la<br />

tranquilidad <strong>de</strong> su morada ―argumenta.<br />

Richard, algo fastidiado y con un gesto breve <strong>de</strong> su brazo, les permite entrar.<br />

―¿A qué <strong>de</strong>bo el honor? ―inquiere, mientras todos toman asiento―. Espero<br />

sepan disculpar mi apariencia, pero no esperaba recibir visitas.<br />

—Se trata <strong>de</strong> vuestra madre Alice y su señor esposo, Arturo Del Fiore –enuncia<br />

visiblemente nervioso, uno <strong>de</strong> los caballeros. Tras una pausa, inspira vehemente,<br />

para luego continuar con el recado―. La embarcación en la que navegaban:<br />

«Dorothea», propiedad <strong>de</strong> su padrastro y nuestro cliente, ha sido víctima <strong>de</strong> un<br />

naufragio en alta mar. Por <strong>de</strong>sgracia y hasta don<strong>de</strong> sabemos, no hay<br />

sobrevivientes. ―El hombre estruja el sombrero que sostiene, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> soltar<br />

abrupto la funesta noticia<br />

Un abisal silencio se consolida en la sala. Ambos visitantes conservan la vista<br />

fija en Richard, a la espera <strong>de</strong> algún tipo <strong>de</strong> reacción emocional; lo que nunca suce<strong>de</strong>.<br />

Richard, impasible y con el rostro inexpresivo, <strong>de</strong>vuelve sus pasos hacia la puerta y,<br />

con un movimiento seco, les invita a retirarse.<br />

Los caballeros se apresuran a hacerlo, notablemente <strong>de</strong>sconcertados. Pero<br />

antes <strong>de</strong> que Richard cerrase la puerta en sus narices, uno <strong>de</strong> ellos extrae un ominoso<br />

sobre <strong>de</strong>l interior <strong>de</strong> su chaqueta y se lo extien<strong>de</strong>.<br />

―Esto le pertenece. Pue<strong>de</strong> ponerse en contacto con nosotros en cuanto se<br />

sienta mejor. Es pertinente y necesario ―dice, para luego <strong>de</strong>spedirse.<br />

Una vez solo con el sobre entre las manos, Richard se <strong>de</strong>sploma sobre la chaise<br />

longe favorita <strong>de</strong> su madre, no sin antes tomar al paso una gran botella <strong>de</strong> licor.<br />

Bebiendo profusamente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el mismo pico, procura saciar una sed que pareciera<br />

datar <strong>de</strong> años atrás.<br />

Durante un par <strong>de</strong> horas, bebe, bebe y sigue bebiendo. Con un cierto grado <strong>de</strong><br />

temor, abre el sobre que le fuera entregado. Allí constan <strong>de</strong>talles legales sobre<br />

propieda<strong>de</strong>s, haberes, cuentas bancarias, cláusulas, bla bla bla. Es solo hasta el<br />

último anexo, cuando su interés <strong>de</strong>spierta. Se le ce<strong>de</strong>, en forma universal, la mansión<br />

que Arturo pretendiera obsequiar a su madre como regalo <strong>de</strong> bodas. Hay una<br />

pequeña particularidad: no se consignan datos <strong>de</strong>l anterior propietario.<br />

Ahora todo le pertenece a él. Al pusilánime borracho que es en la actualidad.<br />

Últimamente, circunscribió sus ambiciones personales a las limitaciones <strong>de</strong> subsistir<br />

gracias al legado <strong>de</strong> su tío. Sin embargo hoy, se ha transformado en un hombre


consi<strong>de</strong>rablemente rico, gracias al oportuno matrimonio <strong>de</strong> su madre con Arturo, y<br />

la ulterior tragedia <strong>de</strong> su muerte. Del Fiore al parecer, no contaba con otros<br />

here<strong>de</strong>ros.<br />

―Madre… ―murmura para sí, reclinándose contra el respaldo, suspirando y<br />

mirando al techo—. ¿Qué se supone <strong>de</strong>bo hacer?<br />

Muy calmado, aunque disperso y abiertamente triste, toma un prolongado<br />

baño y se viste cuidadosamente. Cada uno <strong>de</strong> sus movimientos es maquinal,<br />

ejecutando pasos <strong>de</strong> su rutina <strong>de</strong> forma sistemática. Luego, cogiendo un paraguas,<br />

sale a caminar sin rumbo por las calles cubiertas <strong>de</strong> lodo espeso y pegajoso.<br />

En su inconsciente <strong>de</strong>ambular, se traslada bastante lejos, a mitad <strong>de</strong> la nada y<br />

el todo cubierto por la llovizna persistente. Nada que <strong>de</strong>cir, nadie con quien<br />

compartir aquellos sentimientos encontrados. Solo.<br />

De algún modo, asumir la ausencia irreversible <strong>de</strong> su madre le ultima sentirse<br />

<strong>de</strong>sprotegido. Nunca supo cuánto recorrió <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que saliera <strong>de</strong> casa en la mañana.<br />

Por completo empapado, <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> volver. Detiene sus pasos, intenta ubicarse y<br />

<strong>de</strong>spués empren<strong>de</strong> el retorno, sin levantar la vista <strong>de</strong>l fango.<br />

Ya frente al porche <strong>de</strong> entrada, la divisa. Como enviada por alguna piadosa<br />

entidad divina, allí está ella: Maggie. Aterida por el frío y la humedad <strong>de</strong> las horas<br />

transcurridas mientras le esperaba.<br />

Richard se yergue <strong>de</strong> pie frente a ella, quitándose el sombrero y <strong>de</strong>jando a un<br />

lado el paraguas que nunca abrió. Gruesas lágrimas ruedan por sus mejillas, ni<br />

siquiera lo había notado, pero estuvo llorando todo el camino a casa, quizá <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

antes. ¡Qué importa cuándo o cuánto! Al percibir su angustia, la muchacha extien<strong>de</strong><br />

sus brazos. Se abrazan con fuerza, con gran <strong>de</strong>sesperación, mientras Richard<br />

finalmente da rienda suelta a su dolor vestido en luto.<br />

—No tienes que <strong>de</strong>cir nada, Richard. Lo sé, y lo siento inmensamente ―dice<br />

la joven, mientras su mo<strong>de</strong>sto sombrerito bordado cae rodando por el suelo,<br />

permitiendo resbalar en libertad una extensa y rizada cabellera. Cada una <strong>de</strong> las<br />

gotas <strong>de</strong>splomándose suicidas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el firmamento, reflejan fulgurantes el color rojo<br />

intenso <strong>de</strong> la misma.<br />

Mientras sigue aferrada al cuello <strong>de</strong> Richard, con la mirada extraviada en el<br />

espacio a espaldas <strong>de</strong>l joven, una tenue y misteriosa sonrisa se dibuja sobre los<br />

tiernos y carnosos labios femeninos.


CAPITULO 13<br />

El Misterio <strong>de</strong> Alice:<br />

Essex, siglo XVII<br />

Dorothy ejercía ya su po<strong>de</strong>río absoluto sobre la población <strong>de</strong> Salem. Una vez<br />

casada con el Gobernador, teniendo a Tituba bajo su mando y protegida por las<br />

Ancianas brujas <strong>de</strong>l pantano, dispuso <strong>de</strong> todas y cada una <strong>de</strong> sus nuevas habilida<strong>de</strong>s<br />

sobrenaturales, con el fin <strong>de</strong> dominar la voluntad <strong>de</strong> quien se le pusiera por <strong>de</strong>lante.<br />

Había conseguido confinar a George a una reclusión permanente <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sus<br />

habitaciones. Reclamando <strong>de</strong> este modo y para sí, el cargo que éste <strong>de</strong>jara vacante<br />

en el Concejo <strong>de</strong> la Ciudad.<br />

No obstante, la magnitud <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r, la confrontación, aunque sutil, con su<br />

esclava, principiaba conmover los cimientos <strong>de</strong> la relación entre ambas.<br />

Durante una oportunidad en que Timothy, secretamente, consiguió regresar<br />

al pueblo, la comunidad mística <strong>de</strong> la zona, incluyendo a Tituba y las Ancianas, vio<br />

en este arribo un consi<strong>de</strong>rable peligro para los siniestros planes concertados por<br />

ellos, y que tenían a Dorothy como pieza principal <strong>de</strong>l macabro engranaje.<br />

Aquel romance ya había sido echado por tierra en una ocasión y, ahora,<br />

nuevamente avistaba constituirse en contun<strong>de</strong>nte amenaza. En consecuencia, el<br />

antiguo aquelarre tomó la <strong>de</strong>terminación <strong>de</strong> impedir, a como <strong>de</strong> lugar, el que los<br />

amantes se reconciliasen.<br />

Contaban con el <strong>de</strong>sagrado <strong>de</strong>l joven al enterarse <strong>de</strong> la nueva situación política<br />

y sentimental <strong>de</strong> su amada. Más ello no garantizaba que llegara a <strong>de</strong>spreciarla por<br />

encima <strong>de</strong>l intenso sentimiento que les uniera en un pasado todavía tan reciente. Y,<br />

por sobre todas las cosas, juzgaban que él jamás <strong>de</strong>bía saber que era el verda<strong>de</strong>ro<br />

padre <strong>de</strong> la criatura que Dorothy llevaba en el vientre.<br />

En el bosque <strong>de</strong>l pantano, reunido el grupo <strong>de</strong> hechiceros y a escondidas <strong>de</strong><br />

Dorothy, su actual lí<strong>de</strong>r, tomaron <strong>de</strong>cisiones que tenían por objeto trocar <strong>de</strong> modo<br />

drástico el curso <strong>de</strong> lo que parecía inevitable.<br />

A través <strong>de</strong> una ceremonia <strong>de</strong> invocación a la sabiduría ancestral, y poniendo<br />

sus umbrías dotes al servicio <strong>de</strong> las propias intenciones, resolvieron utilizar a Tituba,<br />

ungiéndola con artificios hasta para ellos prohibidos y en extremo peligrosos.<br />

A fin <strong>de</strong> que esta se presentara ante Timothy suplantando su señora,<br />

recubrieron a la esclava con cieno fétido <strong>de</strong>l pantano y, convocando maléficas<br />

entida<strong>de</strong>s, la <strong>de</strong>spojaron <strong>de</strong> su forma natural, transmutándola por el término <strong>de</strong><br />

varias horas con la apariencia física <strong>de</strong> su ama.<br />

Fundamentalmente pretendían que, <strong>de</strong> un modo u otro, Tituba, así<br />

enmascarada, <strong>de</strong>salentara al muchacho Graham <strong>de</strong> cualquier esperanza que este<br />

albergara <strong>de</strong> reanudar su relación con Dorothy.<br />

A primera instancia <strong>de</strong> aquel encuentro, hábilmente ocasionado por la esclava,<br />

la misión que se le había encomendado parecía estar resultando a pedir <strong>de</strong> boca. No


tardaron en surgir los reproches, la <strong>de</strong>sconfianza y hasta el resentimiento.<br />

Con solo enar<strong>de</strong>cer tales sentimientos, Tituba habría cumplido con todo éxito<br />

el objetivo impuesto, dado que hasta el punto, Tim creía estar discutiendo con la<br />

mujer que amaba. Sin embargo, la bruja escondía <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su alma aspiraciones<br />

auténticamente temerarias y, por cierto diversas<br />

Jamás había olvidado la dolorosa realidad sobre su origen; no siempre formó<br />

parte <strong>de</strong> este aquelarre. Ella nació libre en una tribu <strong>de</strong> ascen<strong>de</strong>ncia Akánica y,<br />

actualmente, integrada por “Chamanes”; dado lo cual, Tituba era una bruja <strong>de</strong> linaje<br />

original. Sin embargo a su vida llegó el día en que, siendo todavía muy pequeña, fue<br />

secuestrada por los blancos y vendida como esclava. Incluso hoy, para las Ancianas,<br />

todavía lo era.<br />

Residía allí el motivo primigenio <strong>de</strong> su <strong>de</strong>seo sojuzgado por tomar revancha.<br />

Allí tan cerca <strong>de</strong> Tim, dicho anhelo cobró tal fuerza en ella, que se libró <strong>de</strong> sus<br />

ca<strong>de</strong>nas, socavando su obediencia en la tarea que le había sido conferida. Impulsiva,<br />

conjeturó que esta podría constituirse en su oportunidad <strong>de</strong> obtener un poco <strong>de</strong> lo<br />

que se le negara <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre. Y puso sobre Tim sus ansias.<br />

Así fue que cedió ante los influjos que cual volcán en erupción, pugnaban por<br />

emerger <strong>de</strong> su fuero interno. Alterando el curso <strong>de</strong> los planes estipulados, pero aun<br />

encubierta tras la apariencia <strong>de</strong> su dueña, trocó su actitud <strong>de</strong>splegando toda<br />

artimaña posible en pro <strong>de</strong> seducirlo.<br />

El triunfo no se hizo esperar y, con una pasión indómita, impulsó al joven hacia<br />

una entrega extensamente codiciada por ambos, aunque por razones muy distintas.<br />

Ingenuo, Tim creyó haber recuperado a su amor. Mas Tituba se <strong>de</strong>leitaba con<br />

el primer esbozo <strong>de</strong> una represalia que había disimulado durante años.<br />

No obstante, el impru<strong>de</strong>nte accionar <strong>de</strong> la hechicera colocaba en riesgo su<br />

propia subsistencia <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l contubernio que la apadrinaba; en el supuesto <strong>de</strong> que<br />

Tim, embriagado nuevamente <strong>de</strong> amor por Dorothy, escogiera luchar por ella y<br />

permanecer en Salem.<br />

Impelida por la contun<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> esta presunción, no le quedó más remedio<br />

que dar un giro inverso y retomar la estrategia original. Debía ser hábil, tanto que el<br />

resultado le permitiera salvaguardar su posición frente al aquelarre. Tras meditarlo<br />

<strong>de</strong>cidió no marcharse, como estaba previsto, antes <strong>de</strong> que el efecto <strong>de</strong>l conjuro<br />

cesara <strong>de</strong>volviéndole su verda<strong>de</strong>ra fisonomía y permaneció junto a él hasta llegada<br />

el alba.<br />

Timothy <strong>de</strong>spertó para sobrecogerse <strong>de</strong> asombro y confusión, frente al cuerpo<br />

<strong>de</strong>snudo <strong>de</strong> la mestiza, que lo contemplaba mordaz.<br />

Tardó unos minutos en sacar sus propias conclusiones, pero no fueron<br />

<strong>de</strong>masiados. Conociendo a la perfección los entresijos y métodos <strong>de</strong> aquella<br />

comunidad en la que había crecido, rápidamente Tim se apercibió <strong>de</strong> los ilusorios<br />

medios a través <strong>de</strong> los cuales había sido tan estúpidamente embaucado.<br />

― ¡Maldita bruja! ―le espetó furioso.<br />

Ella, reía a carcajadas.


--¿Acaso creías que la señora <strong>de</strong> estas tierras se rebajaría a yacer contigo entre la<br />

paja <strong>de</strong> un sucio cobertizo, cuando pue<strong>de</strong> hacerlo sobre sábanas bordadas en oro?<br />

¡No! ¡Te equivocas! Ella, en este preciso instante, retoza satisfecha… ¡en la cama <strong>de</strong><br />

tu padre! Y solo me ha enviado aquí para <strong>de</strong>mostrarte lo poco que le importan tus<br />

absurdos sentimientos. ¡Cómo ha <strong>de</strong> estar riendo! ―mintió todavía hilarante―. ¡Es<br />

más, no <strong>de</strong>sea volverte a ver! —exclamó, casi gritando.<br />

Timothy se negó a seguir escuchándola. Enceguecido por la ira y el<br />

<strong>de</strong>sconcierto, se vistió presuroso y, consciente <strong>de</strong> que su cabeza tenía precio por<br />

aquellos lares, a<strong>de</strong>más que <strong>de</strong> quedarse un segundo más acabaría por asesinar a la<br />

mestiza, <strong>de</strong>sapareció como alma que lleva el diablo, atravesando la arboleda.<br />

Se llevó consigo un <strong>de</strong>sasosiego que no podía ser ni mayor, ni más cruento. Tal<br />

vez los dichos <strong>de</strong> la bruja fuesen ciertos… tal vez no. De todos modos e instigado por<br />

lo irascible <strong>de</strong> su temperamento concluyó que ahora contaba con sobrados motivos<br />

para jamás volver.<br />

Estaba hecho. Tituba se incorporó lánguida, vistiéndose con lentitud. No tenía<br />

mínima i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> las consecuencias que su accionar <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>naría.<br />

El oscuro manto <strong>de</strong> una tragedia nunca sospechada, comenzaba a ceñir el<br />

futuro <strong>de</strong> la resentida. Aquella misma noche, frente al Aquelarre, fue juzgada por su<br />

falta. Nada sucedía al margen <strong>de</strong> los Ancestros. Ya congregadas bajo la espesura <strong>de</strong>l<br />

bosque, una <strong>de</strong> las <strong>de</strong>crépitas Ancianas, se aproximó a ella apuntando hacia su<br />

vientre.<br />

—Este es el precio que <strong>de</strong>berás pagar. Una niña comienza a gestarse en ti,<br />

po<strong>de</strong>mos verlo. Más ella jamás te pertenecerá. Será extirpada <strong>de</strong> tu lado y, hasta el<br />

momento en que así lo <strong>de</strong>cidamos, nadie, absolutamente nadie, conocerá su<br />

para<strong>de</strong>ro.<br />

Tituba cayó <strong>de</strong> rodillas.<br />

―Vivirá, más su <strong>de</strong>stino está signado al servicio <strong>de</strong> nuestra voluntad —<br />

sentenció la octogenaria.<br />

Así fue. La pequeña vino al mundo a orillas <strong>de</strong>l pútrido pantano, tan solo unas<br />

pocas noches <strong>de</strong>spués.<br />

Haciendo uso <strong>de</strong> su magia oculta y siniestra, las umbrías hechiceras<br />

manipularon el tiempo sobre la noche aciaga, acelerando <strong>de</strong> modo antinatural el<br />

proceso <strong>de</strong> gestación y nacimiento.<br />

Ya fuera <strong>de</strong>l vientre materno, abrió sus ojitos hacia el firmamento, con Tituba<br />

aferrándola fuertemente contra su pecho. Pero la bruja solo tuvo unos minutos para<br />

darle un nombre y <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> ella.<br />

Entre el cruel <strong>de</strong>sgarro <strong>de</strong> aquel castigo y la impotencia que la embargaba, la<br />

mestiza besó por única y última vez su casta frente. Mientras la arrancaban <strong>de</strong> sus<br />

brazos, la llamó «Alice».


CAPITULO 14<br />

El Enfrentamiento<br />

Inglaterra, pocos años <strong>de</strong>spués<br />

Pasó el tiempo incontenible <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella noche en el pantano y, apenas<br />

concertados los esponsales entre Dorothy y Arthur Greenway, Tituba pudo al fin<br />

<strong>de</strong>snudar sin temores su auténtica personalidad, su esencia pura, ante quien había<br />

sido <strong>de</strong>stinada como esclava durante años.<br />

Al ser liberada por Arthur <strong>de</strong> las ca<strong>de</strong>nas que sellaban su obediencia, la bella<br />

bruja nativa <strong>de</strong>splegó a diestra y siniestra una reacción genuina y proporcional para<br />

cada diatriba sufrida durante el transcurso <strong>de</strong> su vida junto a Dorothy.<br />

Habían sido <strong>de</strong>masiados los subterfugios a los que <strong>de</strong>bió apelar para persistir<br />

impertérrita, cuando su sangre ardía <strong>de</strong> encono y sedición, eclipsando cualquier<br />

indicio <strong>de</strong> humanidad en la conducta <strong>de</strong> la hechicera. Y es que en aquel momento<br />

infausto que dio inicio a su con<strong>de</strong>na, Dorothy <strong>de</strong>sempeñó un papel protagónico.<br />

Había sido ella quien, como lí<strong>de</strong>r, encabezó al grupo que estipulara tal escarmiento.<br />

Sin embargo, la notable Regente también aprovechó dicha situación para<br />

exteriorizar su animadversión hacia la cúpula mística que le confiriera tales po<strong>de</strong>res.<br />

Sintiéndose doblemente traicionada durante la confabulación en contra <strong>de</strong> su<br />

relación con Timothy, <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nó una sangrienta masacre con el propósito <strong>de</strong><br />

aniquilar los lazos que la mantenían prisionera <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> esa comuna. No tuvo<br />

dudas, no tuvo miedo y mucho menos piedad. No obstante su <strong>de</strong>nuedo, el triunfo,<br />

tal y como lo averiguaría en el futuro, había sido parcial. Aun así logró escapar <strong>de</strong><br />

aquellas tierras. Llevándose a Tituba y George consigo.<br />

Testigo <strong>de</strong> tal <strong>de</strong>spliegue <strong>de</strong> furia vengativa, Tituba no pudo <strong>de</strong>jar <strong>de</strong><br />

experimentar un bien fundamentado resquemor ante el inmenso arbitrio alcanzado<br />

por su ama. Condicionado a ello, no dudó en tomar partido por ganador, partiendo<br />

<strong>de</strong> Essex en su compañía. Mucho más sometida que antes, tras el resultado <strong>de</strong> la<br />

contienda <strong>de</strong>satada entre las Inmemoriales y la Regente. Pero mentirse a sí misma<br />

no le era asequible, muy por <strong>de</strong>ntro jamás conseguiría olvidar.<br />

Culpaba a Dorothy por la pérdida <strong>de</strong> su hija, y no se equivocaba. Ella era «La<br />

Elegida», y como tal, haciendo uso <strong>de</strong> sus místicas faculta<strong>de</strong>s, consiguió vislumbrar<br />

en <strong>de</strong>talle lo que acontecía la noche <strong>de</strong>l engaño. Desquiciada por los celos y la ira<br />

fue quien presidió el juicio <strong>de</strong>cretando la impiadosa reprimenda.<br />

Durante mucho tiempo ninguna <strong>de</strong> las dos volvió a mencionar el inci<strong>de</strong>nte<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella funesta noche. Dorothy solo arremetió contra todo y contra todos,<br />

para luego huir con <strong>de</strong>stino a la campiña londinense. Sin sospechar lo que allí le<br />

<strong>de</strong>paraba el <strong>de</strong>stino.<br />

Ya establecidas en la nueva resi<strong>de</strong>ncia, la hostilidad entre ambas subsistía<br />

latente. Sin mayor culpa <strong>de</strong> una que <strong>de</strong> otra, las dos mujeres coexistían en el marco<br />

<strong>de</strong> una convivencia sedienta <strong>de</strong> venganza.


Pero la vida suele manifestarse en un <strong>de</strong>venir cíclico. Dadas las circunstancias,<br />

hoy por hoy dicha venganza yacía en po<strong>de</strong>r y dominio <strong>de</strong> Tituba, quien nunca perdió<br />

su confianza en que el Señor <strong>de</strong> la Oscuridad, al que servía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que fuera usurpada<br />

<strong>de</strong> su tribu, les daría alcance don<strong>de</strong> quiera que se ocultasen, dando término a su<br />

tormento.<br />

Cuando este, por fin, se presentó ante ellas, Tituba, tuvo el tino <strong>de</strong> confiarle<br />

los pormenores <strong>de</strong> aquel, su más doloroso y a la vez preciado secreto. Un secreto<br />

que, obrando en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Maligno, podría franquearle supremacía absoluta sobre<br />

los <strong>de</strong>stinos <strong>de</strong> la humanidad.<br />

Tras los muros <strong>de</strong> aquella morada lúgubre y maldita, el tiempo y el espacio<br />

confluían intermitentes en uno solo, cual si la mansión estuviera colmada <strong>de</strong><br />

agujeros <strong>de</strong> gusano por los que atravesar constantemente. Por tanto, los miembros<br />

<strong>de</strong>l Clan <strong>de</strong>l Rito <strong>de</strong> Sangre transitaban tanto el presente como el pasado,<br />

manifestándose según les fuera preciso.<br />

Durante el corto lapso en que Dorothy se mantuvo con vida, tras su letal unión<br />

con el Siniestro, Tituba <strong>de</strong>dicó todo su empeño en hostigar a su antigua señora.<br />

Quien, sometida y <strong>de</strong>spojada <strong>de</strong> casi todo atributo, sufrió lo in<strong>de</strong>scriptible, en una<br />

diaria y constante afrenta por la supervivencia. Sin mencionar que aún <strong>de</strong>bía pagar<br />

su parte por aquel pacto perpetrado en Salem. El momento <strong>de</strong> saldar aquella <strong>de</strong>uda,<br />

había llegado.<br />

De acuerdo a lo estipulado por el Rito, Dorothy pereció <strong>de</strong> modo cruel y salvaje,<br />

<strong>de</strong>gollada por Arthur, con el <strong>de</strong>signio <strong>de</strong> que éste accediese a la prolongación <strong>de</strong> su<br />

propia vida, habitando en un renovado cuerpo terrenal.<br />

El atroz ritual <strong>de</strong>mandaba <strong>de</strong>rramar sangre <strong>de</strong> un <strong>de</strong>scendiente directo y, dado<br />

que Dorothy había sido concebida cuando su madre, Martha, se ofrendó en sacrificio<br />

al mismo Oscuro, ella se constituía no solo en consorte, sino también hija <strong>de</strong>l<br />

Maldito.<br />

Este <strong>de</strong>senlace fue algo que ella nunca llegó siquiera a sospechar. Jamás, ni en<br />

sus más locos <strong>de</strong>satinos, imaginó que el encarnado Señor <strong>de</strong>l Inframundo se<br />

proclamaría un día frente ella como su futuro esposo. Aislándola in<strong>de</strong>fensa y<br />

atrapada entre tinieblas que ahora la incluían.<br />

El incesto al que fuera conminada y la sangre que corría por sus venas, se<br />

instauraron en el medio para que Arthur Greenway asumiera, posteriormente, la<br />

personalidad corpórea <strong>de</strong> Arturo Conrado <strong>de</strong>l Fiore.<br />

La supervivencia <strong>de</strong> Tituba, muy por el contrario, perduraba exenta <strong>de</strong> estas<br />

prácticas sacrificiales, dado el hecho <strong>de</strong> haber nacido como una bruja natural, cuyo<br />

po<strong>de</strong>r implícito le confería, conforme a su linaje, la facultad <strong>de</strong> alcanzar por sí misma<br />

la inmortalidad.<br />

Mas Dorothy no contaba con aquella suerte. A pesar <strong>de</strong> ser hija natural <strong>de</strong>l<br />

propio Infierno hecho carne: Satán, Lucifer, Belcebú, Samael o como quiera que el<br />

ser humano, <strong>de</strong> rodillas ante la propia fe, le ha querido nominar; se había convertido<br />

en bruja, no lo era <strong>de</strong> linaje.<br />

Para ella, aun cuando así lo hubiese <strong>de</strong>seado, la muerte no marcó el final <strong>de</strong> tal


estigma. Una vez regada su sangre, subsistió <strong>de</strong> modo espectral pero cautiva <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> la casa, perdiendo todo vestigio <strong>de</strong> humanidad y transformándose in<strong>de</strong>clinable<br />

en un <strong>de</strong>monio sediento <strong>de</strong> vida.<br />

Fue esta la razón por la que, llegado el plazo, consintió en el retorno <strong>de</strong> su hijo<br />

Robert a la mansión. Para continuar con el horrendo ciclo <strong>de</strong> la vida surgiendo a<br />

través <strong>de</strong> los velos <strong>de</strong> la muerte, sacrificando aquello que más <strong>de</strong>bería amar,<br />

intercambiando papeles, hasta la llegada <strong>de</strong> un próximo <strong>de</strong>scendiente.<br />

Sin embargo, tampoco a través <strong>de</strong> este innominable crimen Dorothy conquistó<br />

alguna forma <strong>de</strong> reposo. La consecución o producto <strong>de</strong>l Ritual acaeció totalmente<br />

disímil para con ella.<br />

Como un último acto inmisericor<strong>de</strong>, previo a ser liberada por el Amo y emigrar<br />

hacia los bosques, Tituba lanzó un conjuro <strong>de</strong> sujeción, que mantuvo a Dorothy cual<br />

lúcido rehén, conviviendo a diario con los fantasmagóricos <strong>de</strong>spojos <strong>de</strong> un pasado<br />

que la perseguía, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio <strong>de</strong> la que ahora configuraba su propia dinastía.<br />

Décadas <strong>de</strong>spués y luego <strong>de</strong> ser asesinado, quedando así su alma enca<strong>de</strong>nada<br />

a los <strong>de</strong>sventurados procedimientos <strong>de</strong> los que resultara víctima, Robert resistía su<br />

futura conversión. Intrépida osadía, totalmente imprevista por Dorothy.<br />

Simplemente su hijo, enarbolando una férrea voluntad, no concebía la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />

perpetuar aquella horrenda tradición <strong>de</strong> sangre. Negándose a toda posibilidad <strong>de</strong><br />

que su <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia, Richard, pereciera al igual que él por causa <strong>de</strong>l Rito.<br />

Sin embargo, aún restaba dar cuenta <strong>de</strong> las connotaciones <strong>de</strong> aquel secreto que<br />

Tituba revelara oportunamente al Maestro, y que tenía una firme relación con las<br />

consecuencias <strong>de</strong> lo sucedido entre Timothy Graham y ella, la noche <strong>de</strong> la traición.<br />

Tan excepcionales trascendieron las peculiarida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l evento, que el propio<br />

Ritual perdió cierta relevancia <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los planes futuros <strong>de</strong>l Siniestro.<br />

El <strong>de</strong>stino obviamente había conspirado a sus espaldas, propiciando una serie<br />

<strong>de</strong> acontecimientos que no alcanzó a vaticinar. Esto era lo que el Oscuro analizaba,<br />

mientras ensayaba reconstruir los fragmentos <strong>de</strong> aquella historia.<br />

En primer lugar, Dorothy trajo al mundo a Robert, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la simiente <strong>de</strong><br />

Timothy Graham. Y, en su <strong>de</strong>satino, Tituba sedujo al mismo individuo, concibiendo<br />

con él una niña llamada Alice.<br />

Esta pequeña, acerbamente separada <strong>de</strong> su madre al nacer y, cuya i<strong>de</strong>ntidad<br />

residió oculta para el resto, había sido adoptada nada menos que por el Prefecto Jon<br />

Mc Conroy <strong>de</strong> Salem. A quien Arthur conocía como nadie.<br />

En segundo lugar, durante los primeros años <strong>de</strong> su juventud, Alice fue enviada<br />

a la ciudad <strong>de</strong> Londres por los Mc Conroy. Don<strong>de</strong>, no mucho <strong>de</strong>spués y como<br />

previsto por las sombras mismas <strong>de</strong> lo insospechado, contrajo matrimonio con su<br />

medio hermano, Robert Graham. Obviamente, ignorando la relación sanguínea que<br />

los vinculaba.<br />

En tercer lugar y como si esto no fuera suficiente <strong>de</strong>scalabro, <strong>de</strong> esta unión<br />

nace el próximo here<strong>de</strong>ro: Richard. Producto <strong>de</strong>l incesto y <strong>de</strong>scendiente directo <strong>de</strong><br />

Satán.


El muchacho se instituía, <strong>de</strong> este modo, como el Anticristo. Un presente<br />

<strong>de</strong>notadamente peligroso, pero que podría implicar <strong>de</strong>scomunales variantes en las<br />

perspectivas <strong>de</strong>l Oscuro, si lograba doblegar tanto su esencia como su voluntad.<br />

Este secreto se constituyó en la llave que abriera el cerrojo que esclavizaba a<br />

Tituba. Pero también, repercutió en castigo para Dorothy, quien <strong>de</strong>bió pa<strong>de</strong>cer la<br />

tortura <strong>de</strong> la mestiza en forma constante, <strong>de</strong>clamándole estas verda<strong>de</strong>s, mientras<br />

tallaba sobre las puertas dobles <strong>de</strong> su habitación los símbolos <strong>de</strong>l conjuro que la<br />

mantendrían prisionera.<br />

Así fue que eternizadas ambas, una por la sangre y la otra por la magia,<br />

coexistirían enfrentadas a perpetuidad. Sin sospechar, que presas <strong>de</strong> aquella<br />

obstinación revanchista, podrían haber favorecido el surgimiento <strong>de</strong> un arma letal<br />

contra el Culto y contra sí mismas: Timothy Graham.


CAPITULO 15<br />

Cuando el Diablo manda buscarte.<br />

Londres, siglo XVIII<br />

En el porche <strong>de</strong> entrada, Richard no pue<strong>de</strong> ni quiere soltarse <strong>de</strong>l vehemente<br />

abrazo <strong>de</strong> su joven amiga. Cautivo <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>seos, se aferra aún más a ella. Sujeto a<br />

su cintura, la empuja con suavidad <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la casa.<br />

Percatándose <strong>de</strong> cómo Maggie se estremece a causa <strong>de</strong>l frío, le sirve una copa<br />

<strong>de</strong> licor y parte raudo en dirección a las habitaciones, en busca <strong>de</strong> toallas y algunas<br />

mantas para abrigarla. Al regresar, le sorpren<strong>de</strong> encontrarla con la mirada perdida<br />

en el interior <strong>de</strong> la copa ya vacía.<br />

Solícito, la invita ingresar a la recámara <strong>de</strong> su recién fallecida madre, indicando<br />

que allí encontrará ropa seca, la que sin lugar a dudas le quedaría a medida. La<br />

pelirroja es bastante más alta que Alice, pero, aun así, Richard insiste en que estas<br />

serán <strong>de</strong> provecho, en tanto el atuendo hume<strong>de</strong>cido se seca frente a la hoguera que<br />

acaba <strong>de</strong> atizar.<br />

Sentados frente a la misma, con las llamas coloreando sus facciones,<br />

permanecen largo rato en silencio. Richard, con la creciente sensación <strong>de</strong> pertenecer<br />

a ese instante por sobre todas las cosas. Maggie, sin apartar la vista <strong>de</strong>l fuego,<br />

permitiendo así la espectacular visión <strong>de</strong> los <strong>de</strong>stellos multicolores relejándose en<br />

sus ver<strong>de</strong>s ojos, los que él contempla extasiado.<br />

Poco <strong>de</strong>spués, Maggie apoya la cabeza sobre uno <strong>de</strong> los hombros <strong>de</strong>l<br />

muchacho, se acurruca junto a su cuerpo y se queda dormida. Mientras ella <strong>de</strong>scansa<br />

en esta posición, Richard percibe el intenso aroma que <strong>de</strong>spren<strong>de</strong> su cabello<br />

cayéndole por la espalda. Vagas reminiscencias inva<strong>de</strong>n su embriagado<br />

pensamiento.<br />

Despertaron casi al alba, aun abrazados y con la certidumbre <strong>de</strong> que perdurar<br />

así por siempre significaría la concreción <strong>de</strong> sus mayores ansias.<br />

Durante el transcurso <strong>de</strong>l día, Richard, poniendo <strong>de</strong> manifiesto lo mucho que<br />

ha extrañado el compartir tiempo con ella, proce<strong>de</strong> a relatarle todo cuanto ha<br />

<strong>de</strong>scubierto en sus indagaciones respecto <strong>de</strong> su vida y <strong>de</strong> su historia. Maggie siempre<br />

estuvo al tanto y por cierto, muy interesada en tal afán. Le cuenta sobre lo que halló<br />

tanto en el ático como en el cuarto <strong>de</strong> su madre, inclusive sobre el documento que<br />

le fuera entregado por los emisarios la mañana previa. Ella lo escucha con extrema<br />

atención y en absoluto silencio. Apenas si una imperceptible sonrisa se dibuja sobre<br />

el contorno <strong>de</strong> sus labios perfectos.<br />

Sintiéndose cómodo y complacido con su presencia, el joven insiste en que<br />

Maggie se hospe<strong>de</strong> en la casa. Sugiriendo que <strong>de</strong> este modo, ella podría abandonar<br />

su trabajo en la cantina. También se ofrece a cubrir sus necesida<strong>de</strong>s, con el fin <strong>de</strong><br />

prescindir <strong>de</strong>l oprobio que le representa a la muchacha continuar <strong>de</strong>sempeñando tal<br />

labor.


Por supuesto, la actitud <strong>de</strong> Richard es coherente con su educación,<br />

estableciendo estas propuestas con la más digna y respetuosa <strong>de</strong> las intenciones. En<br />

caso <strong>de</strong> consentir, ella se instalará, por el tiempo que consi<strong>de</strong>re necesario, en la<br />

recámara <strong>de</strong> Alice; mientras que él, seguiría ocupando su propio cuarto en el piso<br />

superior.<br />

No obstante, las dudas propias <strong>de</strong> la joven, esa i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> apoyar a Richard<br />

durante un momento tan crítico <strong>de</strong> su vida, parece emocionarla, lo preciso como<br />

para aceptar. Sin mencionar que este acercamiento entre ambos manifiesta ser claro<br />

y muy conveniente.<br />

Así es como, retomando lo que ahora se ha transformado en interés común, él<br />

se dispone a compartir con ella todos y cada uno <strong>de</strong> sus secretos, dándole pleno<br />

acceso al cúmulo <strong>de</strong> documentos, registros y reseñas que se halla investigando.<br />

Una tar<strong>de</strong>, no mucho <strong>de</strong>spués y estando ambos en el ático abocados a sus<br />

activida<strong>de</strong>s, trepada sobre un taburete, ella consigue alcanzar un viejo tomo <strong>de</strong> lomo<br />

dorado, que luce un escudo <strong>de</strong> armas muy similar al encontrado en los antiguos<br />

manuscritos <strong>de</strong> Alfred. Richard no se apercibe <strong>de</strong> ello en el momento, pero cuando<br />

las manos <strong>de</strong> la joven logran asir el codiciado objeto, algo extremadamente inusual<br />

acontece entre aquellas pare<strong>de</strong>s. Todo comienza a sacudirse, cual presa <strong>de</strong> un<br />

movimiento telúrico <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rables proporciones.<br />

El taburete se vuelca, arrojando a la muchacha por el suelo, mientras un<br />

importante óleo <strong>de</strong> Fausto, colgado <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los muros, cae súbitamente al piso,<br />

casi conjuntamente con el cuerpo <strong>de</strong> la joven. Cuando la pintura se <strong>de</strong>sploma <strong>de</strong><br />

bruces, queda al <strong>de</strong>scubierto la parte trasera <strong>de</strong> la misma, don<strong>de</strong> se observa un<br />

manuscrito adherido al reverso <strong>de</strong> la tela. Richard, parado en medio, le da solo un<br />

rápido vistazo y corre en auxilio <strong>de</strong> Maggie, que aferra triunfal, aunque gimiendo <strong>de</strong><br />

dolor, el ostentoso libro.<br />

La luz que penetra <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una pequeña ventana en forma <strong>de</strong> claraboya, permite<br />

que su haz enfoque claramente el sello <strong>de</strong> laca que posee el manuscrito. Con una<br />

vista mucho más aguda que la <strong>de</strong> su compañero, Maggie no tarda en confirmar que<br />

ese escudo <strong>de</strong> armas efectivamente es idéntico al bruñido en el lomo <strong>de</strong> su atesorado<br />

libro. Se arrastra como pue<strong>de</strong>, apoyada en los brazos <strong>de</strong> Richard, lo más próxima a<br />

dicho escrito. Rogándole vaya por un vaso <strong>de</strong> agua, aprovecha su ausencia para<br />

extraer el documento y escon<strong>de</strong>rlo bajo su vestido. Luego lo reemplaza por un papiro<br />

amarillento y muy similar, que reposa sobre el escritorio.<br />

Apenas Richard hubo regresado, le <strong>de</strong>clara que lo más acertado sería compilar<br />

todo lo relevante <strong>de</strong> aquel sitio y trasladarlo a un lugar más iluminado, menos<br />

peligroso y, especialmente, confortable. De todos modos, lo harían en la mañana,<br />

pues hoy ya no <strong>de</strong>seaba continuar con ello.<br />

Esa misma noche, durante el transcurso <strong>de</strong> la cena, Richard se arma <strong>de</strong> valor y<br />

<strong>de</strong>ci<strong>de</strong> finalmente expresar sus sentimientos. Indiscutible, se ha enamorado<br />

perdidamente <strong>de</strong> la joven y, consi<strong>de</strong>rando que esta ejerce una espléndida influencia<br />

sobre él, cree oportuno pedirle matrimonio.<br />

Cuando así lo hace, en ningún momento percibe el brillo enar<strong>de</strong>cido en la<br />

mirada femenina, oportunamente <strong>de</strong>sviada en dirección hacia algún sombrío rincón<br />

<strong>de</strong> la sala. Tampoco el palpitar <strong>de</strong> su garganta, reprimiendo el primer atisbo <strong>de</strong> una


isa contenida.<br />

Cuando ella por fin le mira, él solo pue<strong>de</strong> notar timi<strong>de</strong>z y gracia. Señales<br />

previas a un sí que es preciso y proyectado <strong>de</strong> ante mano. La magia busca su cauce.<br />

Luego <strong>de</strong> aceptar con gesto embelesado, Maggie se abalanza sobre su ahora<br />

prometido y, besándole prolongadamente, <strong>de</strong>spliega para él un excitante y femenino<br />

ritual <strong>de</strong> seducción.<br />

Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la champaña y mientras entrelazan sus cuerpos sedientos <strong>de</strong><br />

pasión inagotable, las sombras a su alre<strong>de</strong>dor danzan festivas y erotizantes. Las<br />

esculturas voltean su faz hacia los amantes, los retratos contemplan sus sensuales<br />

movimientos y formas inescrutables comienzan a ro<strong>de</strong>arles expectantes, satisfechas.<br />

La luna se filtra llena y plateada, atravesando el cristal <strong>de</strong> los ventanales,<br />

revelando sus cuerpos <strong>de</strong>snudos y radiantes tras una primera noche <strong>de</strong> absoluta<br />

entrega, sin sospechar que acaban <strong>de</strong> consolidar lazos con un futuro ineludible.<br />

Al cabo <strong>de</strong> unas pocas horas y, una vez profundamente dormido Richard,<br />

Maggie se <strong>de</strong>sliza con sumo cuidado hacia su dormitorio. Allí, extrae el manuscrito<br />

lacrado para <strong>de</strong>splegarlo ante sus ojos. Se trata <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> páginas sustraídas <strong>de</strong><br />

un registro genealógico. Sobre la superficie <strong>de</strong> las mismas se mol<strong>de</strong>an los nombres<br />

<strong>de</strong> los más recientes antepasados <strong>de</strong> Richard, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la relación sucesoria que<br />

estos tienen entre sí.<br />

Evi<strong>de</strong>ntemente es un fragmento. Da inicio citando a Martha y Dorothy<br />

Swillings, George y Timothy Graham, Arthur Greenway, Alice Mc Conroy, Robert<br />

Graham, incluso Tituba. Hasta llegar a Richard Graham Mc Conroy, don<strong>de</strong> concluye.<br />

Mientras Maggie sostiene el documento, nota cómo, inexplicablemente, junto<br />

al nombre <strong>de</strong> su prometido, comienza a dibujarse con tinta fresca y por invisible<br />

puño, su propio nombre y el <strong>de</strong> alguien más.<br />

Previo a distinguirlo y, en tanto exhibe una amplia sonrisa, siente sobre su<br />

cuello la caricia <strong>de</strong> una mano varonil y firme. Es su Amo, allí presente, en la<br />

penumbra.<br />

Escasos días transcurren antes <strong>de</strong> que la muchacha convenza a Richard <strong>de</strong><br />

empren<strong>de</strong>r un viaje con <strong>de</strong>stino a esa propiedad, la que Arturo Del Fiore había<br />

resuelto obsequiar a su esposa Alice.<br />

Maggie fundamenta su petición en el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> concretar, <strong>de</strong> un modo u otro,<br />

el sueño <strong>de</strong> su difunta suegra. Incluso expone con insistencia, su aspiración <strong>de</strong> que<br />

la boda se realizase en dicha resi<strong>de</strong>ncia.<br />

Richard, por el contrario, se resiste ante aquella i<strong>de</strong>a, argumentando que sus<br />

indagaciones no han culminado y que los <strong>de</strong>vaneos <strong>de</strong> su memoria aún le ocasionan<br />

cierta inestabilidad.<br />

Sin embargo, ella consigue persuadirlo <strong>de</strong> llevar todo su trabajo, con cada uno<br />

<strong>de</strong> sus componentes, a la nueva resi<strong>de</strong>ncia; comprometiéndose a pasar, si es preciso,<br />

la luna <strong>de</strong> miel examinándolo junto a él, mientras lo consiente y apoya por completo.<br />

Aduce que esta casa y su estadía en la nebulosa Londres, ya no les resultarán<br />

idóneas si piensan consolidar una nueva y maravillosa vida en común.


―Demasiados fantasmas, excesivas tristezas mero<strong>de</strong>an este lugar. Debemos<br />

marcharnos y así construir nuestro propio mundo ―señala en forma categórica.<br />

Su notable persistencia alcanza por fin el éxito. Poco <strong>de</strong>spués, disponen<br />

gran<strong>de</strong>s baúles, cargándolos con toda clase <strong>de</strong> papeles, libros y objetos que<br />

<strong>de</strong>spachan en un transporte <strong>de</strong> mudanzas. Ellos abandonan la ciudad una cálida<br />

mañana, a bordo <strong>de</strong> un lujoso vehículo que los trasladará hacia su nuevo hogar.<br />

Un hombre joven, taciturno, <strong>de</strong> cabello rizado y negro, se presenta ante ellos,<br />

ese día. Su chófer para la travesía.<br />

Una vez cómodamente ubicados en el interior <strong>de</strong>l coche, los tres empren<strong>de</strong>n<br />

la marcha en absoluto silencio. A medida que se distancian <strong>de</strong> la ciudad, Richard<br />

comienza a sentirse inquieto, por razones que no acierta discernir. En tanto que<br />

Maggie, indiferente, no aparta la vista <strong>de</strong> la ventanilla a su costado, perseverando<br />

inmersa en tal contemplación, durante todo el tiempo en que él permanece<br />

consciente. Luego, inducido por la monotonía <strong>de</strong>l viaje y el mutismo reinante, el<br />

joven resuelve dormir.<br />

Antes <strong>de</strong> cerrar los párpados, los que aprecia sobremanera pesados, echa un<br />

rápido vistazo hacia el espejo retrovisor en la parte <strong>de</strong>lantera <strong>de</strong>l vehículo y,<br />

espantado, le parece ver plasmada la penetrante mirada <strong>de</strong> un hombre viejo y<br />

jorobado, quien le <strong>de</strong>vuelve el gesto, <strong>de</strong>lineando una rara mueca entre sus labios.<br />

Richard se incorpora <strong>de</strong> modo súbito, fijando nuevamente la vista en aquel reflejo.<br />

Esta vez, solo divisa la faz serena y confiable <strong>de</strong>l chofer que contrataron. Más calmo,<br />

atribuye el hecho a su excitable imaginación y cae profundamente dormido.<br />

Despierta bien entrada la madrugada. El coche ha estacionado junto a una<br />

inmensa y gris casona. Cuando baja <strong>de</strong>l automóvil y se acerca aún más hacia la<br />

entrada, lo sabe.<br />

Esta… esta es «Mi casa».


CAPITULO 16<br />

Macabra reunión.<br />

En la campiña londinense<br />

Inerte, vacuo e impotente, se <strong>de</strong>ja conducir por el viejo camino <strong>de</strong> lajas ro<strong>de</strong>ado<br />

<strong>de</strong> cardos y mala hierba. Con Maggie por <strong>de</strong>lante halando <strong>de</strong> su mano, dirigiéndolo,<br />

ambos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l chofer. Ahora que lo pensaba, daba notorias muestras <strong>de</strong> conocer<br />

a la perfección cada vericueto <strong>de</strong>l sombrío jardín. Inclusive, ha sido él mismo quien<br />

ha abierto el portal con las llaves que extrajera <strong>de</strong> su vestimenta, introduciéndose<br />

primero en el interior <strong>de</strong> la sala e instándoles entrar.<br />

Apenas los jóvenes atraviesan el umbral, los can<strong>de</strong>labros diseminados <strong>de</strong>ntro<br />

se encien<strong>de</strong>n espontánea e inusitadamente. Así pue<strong>de</strong> Richard divisar una pareja<br />

que se <strong>de</strong>sliza cual si flotara, escaleras abajo, presta a recibirles. Maggie sonríe,<br />

<strong>de</strong>splazándose a su izquierda y algo distante <strong>de</strong> él. El singular chofer se ubica<br />

rápidamente al pie <strong>de</strong> la excelsa gra<strong>de</strong>ría, extien<strong>de</strong> gentil su brazo hacia a la dama<br />

que <strong>de</strong>scien<strong>de</strong>, <strong>de</strong> la cual Richard, aún no conseguía distinguir el rostro.<br />

Una vez alcanzados los escalones más bajos, Richard reconoce la estampa <strong>de</strong><br />

Arturo, su padrastro, bajando en compañía <strong>de</strong> quien fuera su madre, Alice.<br />

«¿Acaso no habían perecido en un naufragio?», piensa visiblemente aturdido<br />

En aquel preciso instante, quien se presentara como su conductor, se quita<br />

ceremoniosamente el sombrero y sostiene la mano <strong>de</strong> la mujer, mientras Arturo se<br />

<strong>de</strong>tiene algo más arriba, contemplativo y enigmático. Alice, aferrada <strong>de</strong>l brazo <strong>de</strong>l<br />

chofer, se aproxima hacia Richard.<br />

—Bienvenido, hijo. ¿Aún no reconoces a tu padre? ―dice, abrazándose a la<br />

cintura <strong>de</strong>l sujeto: Robert.<br />

Lentamente, otras siluetas comienzan a emerger <strong>de</strong> entre las sombras<br />

danzarinas, dibujadas sobre los muros <strong>de</strong> la estancia por la luz <strong>de</strong> las velas. Muestran<br />

una actitud amable y natural.<br />

Des<strong>de</strong> el piso superior y hasta alcanzar a Arturo en la parte baja <strong>de</strong> la escalera,<br />

la atemorizante dama <strong>de</strong>l atuendo negro y vos quebrada, que tan singularmente le<br />

había aterrorizado durante su infancia, le contempla serena. Las usualmente oscuras<br />

cuencas que suelen ro<strong>de</strong>ar la vacuidad <strong>de</strong> sus ojos, han <strong>de</strong>saparecido, dando paso a<br />

una mirada penetrante.<br />

Proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l corredor izquierdo, mismo que conduce a la cocina, otra dama<br />

ya mayor, <strong>de</strong> cabello cano y ojos azules, se acerca discretamente, hasta situarse junto<br />

a Maggie. Arriba, en la galería <strong>de</strong>l primer piso, el chirriar <strong>de</strong> una silla <strong>de</strong> ruedas revela<br />

la presencia <strong>de</strong> un hombre maduro y excedido <strong>de</strong> peso asomándose <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

barandal. Su osco semblante <strong>de</strong>nota disgusto, pero también una gran resignación.<br />

La misteriosa dama <strong>de</strong>l vestido negro continúa su <strong>de</strong>scenso, aproximándose a<br />

Richard. Cuando está lo bastante cerca, este pue<strong>de</strong> distinguir, pendiendo <strong>de</strong> su


cuello, un atípico amuleto tallado en lo que aparenta ser hueso adornado con<br />

incrustaciones <strong>de</strong> pedrería.<br />

Ya frente a él, ella le extien<strong>de</strong> una mano, la que hoy se percibía cálida,<br />

asombrosamente.<br />

—Soy Dorothy, tu abuela ―dice esta. Luego, señalando a la mujer junto a<br />

Maggie, la presenta también—. Ella es tu bisabuela Martha, mi madre.<br />

Más figuras continuaron surgiendo. Estas últimas, sin mostrarse por entero.<br />

Lucen exóticos y escasos atavíos, que <strong>de</strong>jan al <strong>de</strong>scubierto el color ébano <strong>de</strong> su piel.<br />

Alice y Robert se han colocado al lado <strong>de</strong> su hijo, como escoltándolo, sin <strong>de</strong>jar<br />

<strong>de</strong> contemplarse mutua y profundamente.<br />

Concretamente, nadie semeja ser lo que Richard había visto o conocido <strong>de</strong><br />

ellos durante su anterior estadía en la propiedad. Suceso que ahora recuerda con<br />

toda claridad. Incluso, <strong>de</strong>notan el comportamiento típico <strong>de</strong> una familia normal,<br />

reuniéndose <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mucho tiempo.<br />

Aun cuando en realidad, son un cónclave <strong>de</strong> manifestaciones fantasmales,<br />

vinculadas por sanguíneos lazos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una prosapia escalofriante.<br />

Richard escudriña con la mirada el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Maggie, su traicionera Maggie.<br />

A quien ahora reconoce, sin lugar a duda alguna, como el espectro pelirrojo y<br />

misterioso que lo acosara casi un año atrás, en aquella misma casa. Al localizarla, ve<br />

que Martha acaricia el vientre <strong>de</strong> la joven, en tanto ambas cuchichean satisfechas.<br />

Entonces Dorothy, allí erguida justo en medio <strong>de</strong> la sala, toma la palabra,<br />

dirigiéndose a todos los presentes. En especial, a su nieto Richard.<br />

—Aún nos hallamos privados <strong>de</strong> una gran presencia entre nosotros. Alguien<br />

cuya excelsa jerarquía nos es <strong>de</strong> vital importancia <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> esta significativa<br />

asamblea <strong>de</strong> nuestro Clan. La primera entre todos. La mujer original. Quien aún<br />

<strong>de</strong>be renacer y, como lo ha hecho una y otra vez durante milenios, <strong>de</strong> entre los<br />

muertos. Ella <strong>de</strong>berá volver y así tomar posesión <strong>de</strong> lo que es suyo por <strong>de</strong>recho —<br />

dice mirando fijamente a Arturo―. La fémina primigenia en todas las culturas. El<br />

Ángel que acompañó a Lucifer en La Caída: Amonet, Hécate, Lilith o como queráis<br />

llamarla, pues es dueña <strong>de</strong> todos y cada uno <strong>de</strong> esos nombres. Nuestra Señora<br />

Eterna, «La Devoradora <strong>de</strong> Almas». ―Continúa Dorothy―. No bien conozcas en<br />

<strong>de</strong>talle la verda<strong>de</strong>ra historia <strong>de</strong> esta familia, compren<strong>de</strong>rás que aún tras un largo y<br />

extenuante recorrido, repleto <strong>de</strong> sacrificios en pro <strong>de</strong> merecer la Inmortalidad, el<br />

<strong>de</strong>stino nos ha maravillado a través <strong>de</strong> un suceso inesperado y sobrecogedor —Clava<br />

directamente sus ojos en los <strong>de</strong>l joven―. El que indudablemente te <strong>de</strong>jará pasmado,<br />

Richard.<br />

Abuela y nieto sostienen la mirada uno sobre el otro, escrutando más allá <strong>de</strong><br />

lo aparente. En <strong>de</strong>rredor, el mutismo se forja casi tangible.<br />

―Tú, finalmente, has dado cabal cumplimiento con una buena parte <strong>de</strong>l pacto<br />

que te compromete. De ti proviene la simiente que prospera en <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong>l vientre <strong>de</strong> nuestra Maggie. Debido a ello, tus recuerdos retornaron. Del mismo<br />

modo en que lo hiciste tú —dice Arturo, hablando por primera vez—. Sin embargo,<br />

las coyunturas sobre tu origen tomaron un giro insospechado, por lo que tu sangre


aún no será precisa, como es tradición en nuestro Dogma. En apariencia, el<br />

ministerio que te atañe… es otro―. Arthur hace una pausa y se allega intimidante a<br />

Richard, quien permanece estupefacto.<br />

En tanto la tensión entre ambos se hace insostenible, el pórtico principal se<br />

abre <strong>de</strong> par en par. Junto con el intenso aroma a ramas y hojas muertas que proviene<br />

<strong>de</strong>l jardín abandonado, Tituba se abalanza sobre Alice, por completo exaltada y con<br />

el rostro bañado en lágrimas. La estrecha tan fuerte como pue<strong>de</strong>, por segunda vez<br />

en su vida.<br />

―Finalmente hija, finalmente. ―Solloza sobre su hombro.<br />

Arthur continúa avanzando por la sala. Dirigiendo una feroz mirada hacia las<br />

brujas rivales, prosigue con su discurso.<br />

―Dorothy, Tituba. Si no fuera por vuestra persistente rebeldía y el uso<br />

indiscriminado que hicierais <strong>de</strong> aquel «Libre albedrío» que les confiriera<br />

«Padre» ―dice, apuntando burlonamente hacia arriba―, esto no hubiese sido<br />

jamás posible. Ha llegado la hora <strong>de</strong> afrontar las implicaciones <strong>de</strong>rivadas <strong>de</strong> vuestro<br />

accionar, sea cual fuere el resultado. ¿Acaso habéis consi<strong>de</strong>rado la posibilidad <strong>de</strong><br />

que, llegado el caso, tengáis que uniros en veneración ante el fruto <strong>de</strong> tal<br />

encono? ―pregunta posando capciosamente sus ojos sobre los padres <strong>de</strong> Richard,<br />

para luego caminar en círculos ro<strong>de</strong>ando a la pareja.<br />

―Hermanos y unidos en incesto. ¡¿Quién lo diría?! ―proclamó sarcástico―.<br />

Sin siquiera sospecharlo, procrearon a «Aquel» que dicen habrá <strong>de</strong> suce<strong>de</strong>rme. ¿Será<br />

eso posible? —Finaliza con un tono sensiblemente escalofriante.<br />

En ese instante y con un veloz <strong>de</strong>splazamiento, sorpren<strong>de</strong> a Richard,<br />

sujetándolo por los hombros y hablando fuerte, pero directo sobre su oído:<br />

―El Anticristo. La llave que abrirá los cerrojos <strong>de</strong> Infierno, para así reinar sobre<br />

la tierra. Sí, esta tierra, esfera don<strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> tiempos inmemoriales hemos estado<br />

rivalizando por sojuzgar… El Creador… y yo. Más todos los <strong>de</strong>monios, ángeles, brujos<br />

y otras mil divinida<strong>de</strong>s. ¿Ahora llegas tú, investido por mi propia sangre, para<br />

erigirte en here<strong>de</strong>ro, mi sucesor, cuando aún no he logrado quebrantar el maldito y<br />

obsoleto dominio <strong>de</strong> «Mi Padre» sobre estas minúsculas entida<strong>de</strong>s que llamáis<br />

humanos? ¡Yo he estado aquí! ¡Siempre! ¡No Él! ¡Mucho menos tú! Sin embargo, he<br />

persistido <strong>de</strong>ambulando <strong>de</strong> un lado a otro, cautivo perenne <strong>de</strong> un rito que me<br />

permita habitar estos débiles y enfermizos atuendos que <strong>de</strong>finís como «cuerpos».<br />

¡Vaya con lo absurdo! ―Estalla en amarga carcajada—. Solo ambiciono librarme <strong>de</strong><br />

tal fastidio—. Soltándolo abruptamente, hace una breve pausa―. A<strong>de</strong>más, por<br />

supuesto, <strong>de</strong> la irritante presencia <strong>de</strong> ese Padre disoluto que me expulsó hace eones<br />

<strong>de</strong> «Su Reino»—prosigue, señalando nuevamente hacia el techo y con la voz<br />

convertida en trueno.<br />

Richard, estático, resiste en el centro <strong>de</strong> lo que ya semeja un círculo ritual.<br />

Consciente <strong>de</strong> que <strong>de</strong>be hacer algo, reaccionar <strong>de</strong> algún modo ante tal <strong>de</strong>spliegue <strong>de</strong><br />

ira y resentimiento, pues se siente amenazado, enfunda las manos en sus bolsillos y<br />

centra la vista sobre cada uno <strong>de</strong> los integrantes <strong>de</strong> aquella farsa, <strong>de</strong>tenida e<br />

inescrutablemente, buscando con <strong>de</strong>sespero la actitud pertinente a su condición<br />

actual.


Todos guardan silencio, mientras lo ro<strong>de</strong>an, allegándose con la mirada<br />

brillante <strong>de</strong> euforia y anhelos escondidos. Es preciso y urgente ser sagaz <strong>de</strong><br />

pensamiento. El único ser humano entre toda esa horda macilenta proferida por el<br />

Inframundo es él.<br />

Repentinamente, las palabras <strong>de</strong> Arthur o Arturo, el Amo o mismísimo Satán,<br />

tornan, haciendo eco en su memoria: «El Anticristo». Ese es él. Producto final <strong>de</strong><br />

una larga historia <strong>de</strong> muerte, sangre y pecado.<br />

En este fatal minuto, se impone aún más po<strong>de</strong>roso que el Ángel Caído. Y ellos,<br />

craso error <strong>de</strong> hacérselo saber, supuestamente y tan solo supuestamente, no<br />

disponen <strong>de</strong> sobradas probabilida<strong>de</strong>s en su contra. Aun así, <strong>de</strong>be ganar tiempo.<br />

―Uste<strong>de</strong>s prepararon todo esto y como imaginarán, estoy algo sorprendido y<br />

bastante cansado. Necesito meditar —dice repentinamente Richard, haciendo un<br />

gesto con los brazos en dirección al <strong>de</strong>moníaco cenáculo que le ro<strong>de</strong>a.<br />

Continúa ―Es obvio que no voy a escapar a mi <strong>de</strong>stino. Es más, ¿acaso sería posible?<br />

Solo requiero <strong>de</strong> espacio y un sitio don<strong>de</strong> <strong>de</strong>scansar para recuperar fuerzas.<br />

En un gesto acor<strong>de</strong> a su nueva y pre<strong>de</strong>terminada actitud, se dirige a Robert, la<br />

única presencia que sabe relativamente confiable, como si nunca hubiese <strong>de</strong>jado <strong>de</strong><br />

hablarle durante estos veinte años.<br />

―Padre, te ruego me ayu<strong>de</strong>s con las maletas. Y puesto que soy el auténtico<br />

dueño <strong>de</strong> casa, resolví alojarme en la estancia circular <strong>de</strong>l último piso. —<br />

Dirigiéndose al resto, sigue—. A<strong>de</strong>más, quiero hacer una petición especial: Nadie,<br />

absolutamente nadie, <strong>de</strong>be acudir a mí. Seré yo, quien venga ante uste<strong>de</strong>s, cuando<br />

así lo disponga y me encuentre listo.<br />

Arthur le contempla inmutable, todos retroce<strong>de</strong>n <strong>de</strong> modo simultáneo;<br />

dándole así a Richard la certeza <strong>de</strong> que, si obra en control indiviso <strong>de</strong> su proce<strong>de</strong>r,<br />

ante el po<strong>de</strong>r que le inviste y la sangre que porta, pue<strong>de</strong> manipular al homogéneo<br />

grupo bajo su voluntad, aun <strong>de</strong> modo imperfecto.<br />

Sube displicente la magna escalera, siempre <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> Robert, quien carga<br />

parte <strong>de</strong> su equipaje. Antes <strong>de</strong> continuar su ascenso y per<strong>de</strong>rse entre las sombras<br />

que los aguardan más arriba, or<strong>de</strong>na a los nativos, todavía distantes y ocultos por<br />

penumbras, trasladar los baúles con el material <strong>de</strong> sus estudios a la estancia don<strong>de</strong><br />

se instalaría. Vuelve a indicar insistente no ser molestado, <strong>de</strong>jándolo en completa<br />

soledad.<br />

Maggie intenta infructuosamente acompañarle. Frente a un gesto brusco que<br />

Richard hace con la mano, esta se <strong>de</strong>tiene en seco, como si le resultase imposible<br />

caminar.<br />

—¡Tú! Tú ya tienes lo que <strong>de</strong>seabas ―le espeta Richard, aún sorprendido por<br />

el efecto <strong>de</strong> su a<strong>de</strong>mán. ―Llevas un hijo mío en el vientre, considérate afortunada<br />

<strong>de</strong> que por ello no cobre represalias en tu contra. Me has mentido, socavado,<br />

traicionado ¿Qué esperas? —finaliza el joven, <strong>de</strong>sapareciendo por los corredores,<br />

mientras el resto se aglutina concupiscente en la planta baja.<br />

Una vez allí, tras cerrar la puerta <strong>de</strong> acceso al solárium, Richard se queda<br />

apoyado con ambos brazos sobre aquel portal. Solo entonces, <strong>de</strong>ja en libertad la


agitación que lo embarga. Casi no pue<strong>de</strong> respirar y su corazón palpita totalmente<br />

<strong>de</strong>sbocado, al compás <strong>de</strong> sus más perentorios miedos. Pero también es consciente<br />

<strong>de</strong> que, por ahora, y solo por ahora, se halla parcialmente a salvo.


CAPITULO 17<br />

El Anticristo: La dicotomía entre el Ser y el Po<strong>de</strong>r<br />

Devaluado el concepto entre lo esperado y lo que la vida nos pone por <strong>de</strong>lante,<br />

implacable e intransigente, Richard ha <strong>de</strong>scubierto más en estos días <strong>de</strong> lo que ser<br />

alguno concibe <strong>de</strong>velar sobre sí mismo.<br />

En lo más hondo <strong>de</strong> la oscuridad, subyacen innegables las pasiones, los celos,<br />

las represalias. Inclinaciones todas inherentes a los placeres <strong>de</strong>l Infierno. Sin<br />

embargo y curiosamente, existe la probabilidad certera <strong>de</strong> que dicho<br />

comportamiento incline la balanza, finalmente, en favor <strong>de</strong> los plenipotenciarios<br />

planes <strong>de</strong> Dios.<br />

No obstante, el futuro parece <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>r <strong>de</strong> un solo individuo. Un ser todavía<br />

humano, colmado <strong>de</strong> fallas, miedos, zozobras e insegurida<strong>de</strong>s.<br />

Richard, el here<strong>de</strong>ro.<br />

Richard, el Anticristo.<br />

Nunca imaginó, ni en sus sueños más remotos, que investir tal <strong>de</strong>nodado grado<br />

situaría muy por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> sí mismo el sobrestimado po<strong>de</strong>río ejercido hasta la fecha<br />

por el Amo. Indiscutible que este le había minimizado. Con un candor rayano a la<br />

estupi<strong>de</strong>z, le instauró a las puertas <strong>de</strong> un reino que anhelaba poseer. Sin tomar en<br />

cuenta siquiera que la sangre umbría que corría por las venas <strong>de</strong> Richard, le ungían<br />

con po<strong>de</strong>r suficiente como para torcer el curso <strong>de</strong> las expectativas a favor <strong>de</strong>…<br />

¿quién?<br />

Marcadamente, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la casa, el misticismo encerrado en la sangre <strong>de</strong>l<br />

joven libera la exaltación <strong>de</strong> un portentoso dominio. Inclusive, su mente comienza<br />

a <strong>de</strong>senvolverse <strong>de</strong> modo diverso y mucho más organizado.<br />

Mientras continúa afirmado sobre la puerta que da ingreso a su hábitat, el<br />

corazón <strong>de</strong> Richard propen<strong>de</strong> a calmarse, tornándose su respiración más queda y<br />

controlada.<br />

A medida que recorre la estancia elegida, contempla, uno a uno, los baúles con<br />

la documentación recopilada en Londres. Rememorando, mira el portal anexo que<br />

lo condujera hacia la presencia <strong>de</strong> su padre, en su anterior visita a la casa. Recuerda<br />

que, durante aquel encuentro, Robert le había mencionado que se toparía con<br />

revelaciones pertinentes para librarse <strong>de</strong> la maldición y escapar <strong>de</strong>l lugar. Aunque<br />

ahora la situación se expone disímil, sabe que esos son datos dignos <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rar.<br />

Tiempo. Necesita tiempo.<br />

Discretos golpes en la puerta le anuncian que alguien aguarda fuera <strong>de</strong>l<br />

recinto. De inmediato, sabe que se trata <strong>de</strong> Maggie. Abre y, frente a él e idéntica a<br />

una sierva, la hermosa pelirroja sostiene el libro <strong>de</strong> lomo dorado, con un amarillento<br />

manuscrito reposando sobre el mismo.<br />

Viene a su memoria el inci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l ático en Londres, cuando Maggie<br />

escamoteara aquellos documentos, la tar<strong>de</strong> previa al artificioso compromiso entre


ambos. Ahora Richard juzga ese acto como la mayor estupi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su existencia. Ríe<br />

al pensar que aquella noche <strong>de</strong> amor y entrega había sido sincera; cuando en<br />

realidad, se trataba <strong>de</strong> un subterfugio más <strong>de</strong> la muchacha, con el objeto <strong>de</strong><br />

manipularle y así lograr la concepción <strong>de</strong> un próximo <strong>de</strong>scendiente.<br />

Maggie eleva la vista hacia él y le extien<strong>de</strong> lo que trae consigo.<br />

—No digas nada aún Richard, permite que me explique. Es cierto, te he<br />

mentido, manipulado y aprovechado <strong>de</strong> ti. Estas en pleno <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> juzgarme si<br />

así lo <strong>de</strong>seas, pues lo merezco. Pero por la vida y el futuro <strong>de</strong> esta criatura, creo<br />

preciso, más que eso, urgente, <strong>de</strong>pongamos rencores y secretos. ―Hace un breve<br />

gesto con la mano, impidiendo una respuesta que se avecina inminente—. Ya lo sé,<br />

lo sé. ¡Lo sé! Ha sido mi culpa, jamás voy a negarlo. Mas sí puedo asegurarte que<br />

cuando fui por ti a Londres, <strong>de</strong>sconocía en lo absoluto quien eras en realidad; tanto<br />

como tú mismo o como tus padres. Solo cumplía ór<strong>de</strong>nes. Ni siquiera el Amo logró<br />

saberlo antes <strong>de</strong> este tiempo. —Tras un breve silencio, continúa—. Revisa estos<br />

documentos, contienen información que necesitas conocer. Detalles sobre nosotros,<br />

los que estuvieron antes… y los que están prontos a llegar.<br />

Richard no le permite seguir. Tras recoger tanto el libro como aquel escrito,<br />

cierra la puerta contun<strong>de</strong>nte, <strong>de</strong>sestimando por completo la actitud contrita <strong>de</strong> la<br />

muchacha y <strong>de</strong>jándola <strong>de</strong>trás.<br />

Pensativo, se dirige hacia uno <strong>de</strong> los divanes. No tiene nada que <strong>de</strong>cir, ni <strong>de</strong>sea<br />

escuchar más. Despliega el pergamino don<strong>de</strong> se perfilan una serie <strong>de</strong> nombres<br />

enlazados con líneas punteadas, plasmados con exótica caligrafía y una tinta<br />

extraña, semejante a sangre.<br />

Suspira, arrellanándose sobre su asiento y <strong>de</strong>cidido a sumergirse nuevamente<br />

en el inextricable laberinto que ro<strong>de</strong>a su existencia.<br />

Reconoce la mayoría. Todos miembros <strong>de</strong> su oscura familia; al pie, el suyo<br />

propio junto al <strong>de</strong> Maggie, <strong>de</strong> la que no consta el apellido. Indicando como fruto <strong>de</strong><br />

tal unión, otro femenino, escrito al parecer recientemente: «Amonet», entre<br />

paréntesis, «Lilith».<br />

Haciendo un repaso mnémico <strong>de</strong> sus pasadas incursiones por las estanterías<br />

<strong>de</strong> libros ocultos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las bibliotecas londinenses, llega a la conclusión <strong>de</strong> que<br />

esos eran solo algunos <strong>de</strong> los nombres atribuidos a una sola mujer. Otro Ángel Caído<br />

junto a Luzbel, <strong>de</strong>scribiéndola como su «amante inmortal» o «compañera».<br />

Está seguro haber leído en alguna parte que, según los egiptólogos,<br />

remontándose al período faraónico <strong>de</strong> Amón Ra, Amonet era consi<strong>de</strong>rada como su<br />

maléfica consorte mística, <strong>de</strong>nominándola también, «La Eterna». También que, en<br />

la cultura griega, existía una analogía con respecto a la misteriosa fémina, pero en<br />

este caso se la conocía como «Hécate». Así continúa la lista, muy extensa e<br />

inquietante, <strong>de</strong>bido a las múltiples coinci<strong>de</strong>ncias que resultan <strong>de</strong> la comparación.<br />

Richard empieza a cavilar:<br />

«Dios creó a la primera mujer, no <strong>de</strong> la costilla <strong>de</strong> un hombre, como lo<br />

fue Eva y, por tanto, mortal; sino tan divina como un Ángel, a quien llamó<br />

Lilith, y con el <strong>de</strong>signio <strong>de</strong> convertirse en la primera esposa <strong>de</strong> Adán. Sin<br />

embargo, no mucho <strong>de</strong>spués, Lilith le abandonó para unirse a otro <strong>de</strong> los hijos


angélicos <strong>de</strong>l Creador: el Arcángel Samael, Luzbel, Lucifer o como quiera que<br />

el hombre <strong>de</strong> rodillas ante su fe, haya querido <strong>de</strong>signarle. Traducido su nombre<br />

significaría «Estrella más brillante» y gozaba <strong>de</strong> la amorosa predilección <strong>de</strong> su<br />

Padre. Infortunadamente, en algún punto incierto <strong>de</strong> su historia éste se rebeló<br />

provocando así que Dios le <strong>de</strong>sterrara <strong>de</strong> los cielos, con<strong>de</strong>nándolo a gobernar<br />

el Inframundo en castigo por su osado menosprecio hacia la humanidad. Lilith,<br />

cayó con él.<br />

Se cuenta que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, imposibilitados ambos <strong>de</strong> habitar la tierra<br />

como inmortales que eran, se vieron obligados a poseer el cuerpo terrenal <strong>de</strong><br />

las personas, a fin <strong>de</strong> caminar entre ellas sobre un mundo que les había sido<br />

negado. Pero tal existencia se limitaba al período <strong>de</strong> tiempo que subsiste un<br />

ser humano, lo que para ellos resultaba ser muy poco. Soliviantados por tal<br />

situación buscaron el modo <strong>de</strong> perdurar durante milenios, mediante<br />

innumerables sectas, dogmas o cultos y a través <strong>de</strong> sangrientos rituales<br />

<strong>de</strong>stinados a proveerles nuevos «recipientes». Anhelando, por sobre todas las<br />

cosas, librarse <strong>de</strong> aquella punición y reinar sobre este plano en franca<br />

contienda con el Hacedor.<br />

Sin embargo y, por la consabida intervención divina, estos fueron<br />

in<strong>de</strong>clinablemente separados, una y otra vez en cualquier lapso <strong>de</strong> la historia<br />

universal. Llevaban eones luchando por concretar los objetivos que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

principio <strong>de</strong> los tiempos, habían perseguido.<br />

Lucifer y Lilith… Amonet y Amón Ra… Arthur y...<br />

―¡Dios, que así no sea! ―masculla Richard, <strong>de</strong>vastado.<br />

Comienza a dilucidar el trascen<strong>de</strong>ntal riesgo ante el que se halla expuesto. No<br />

solo él, sino también aquellos con quienes se relaciona.<br />

―Maggie… ―musita, apenas para sí.<br />

Todas sus reflexiones le conducen a una única y clarificada conjetura.<br />

Precisamente sería él quien traería nuevamente al mundo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su propia simiente,<br />

a La Eterna, consorte <strong>de</strong>l Diablo en persona.<br />

―Maggie la carga en su seno… ―vuelve a murmurar.<br />

Explorando el grueso volumen revestido en oro, Richard se apercibe que el<br />

mismo <strong>de</strong>scribe la genealogía completa <strong>de</strong> todos los integrantes <strong>de</strong>l Clan y Rito <strong>de</strong><br />

Sangre, remontándose mucho más allá, hasta el inicio mismo <strong>de</strong> la Creación.<br />

Las páginas arrancadas solo citan a los últimos <strong>de</strong>scendientes, aquellos que con<br />

su accionar, inconsciente e irreversible, propiciaron óptimas condiciones para el<br />

nacimiento <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los seres más temidos por la humanidad: él mismo.<br />

Retornando al escrutinio <strong>de</strong> aquellas páginas, un nombre, allí trazado, llama<br />

notoriamente su atención: Timothy Graham.<br />

Tim se instaura como un personaje distintivo en la maraña incestuosa y<br />

<strong>de</strong>scabellada que conforma esta familia. En más <strong>de</strong> una oportunidad y siempre a<br />

causa <strong>de</strong> insólitas circunstancias, ha <strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong> la historia. A pesar <strong>de</strong> ello,<br />

constituye el códice preciso en lo referente a la filiación <strong>de</strong> Richard. Al yacer tanto


con Dorothy como con Tituba, acabó por engendrar a los medio hermanos<br />

<strong>de</strong>stinados a erigirse en progenitores <strong>de</strong>l Anticristo.<br />

De no haber sido por él, tal inesperado acontecimiento no se habría<br />

consumado. Es más, consta, según anotaciones al margen (las que probablemente<br />

eran <strong>de</strong> tío Alfred), que este era el verda<strong>de</strong>ro y único hijo <strong>de</strong> George Graham, a quien<br />

Richard i<strong>de</strong>ntifica como el hombre postrado en silla <strong>de</strong> ruedas, que en la mañana le<br />

observara renuente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la balaustrada en el segundo piso.<br />

Si se ciñe a la verdad, el misterioso Tim vendría a ser, nada menos, que su<br />

abuelo, tanto materno como paterno. ¡Rayos!<br />

Exhausto y, con ese último pensamiento mero<strong>de</strong>ando su cabeza, Richard ce<strong>de</strong><br />

ante la somnolencia que ya conquista cada espacio en su atribulada mente. Pronto<br />

queda dormido, empero su cerebro permanece activo, proyectando conexiones,<br />

<strong>de</strong>scifrando misterios: buscando respuestas.<br />

Despierta al llegar el alba, pero su pertinaz cerebro cuenta ahora con una<br />

mayor cantidad <strong>de</strong> información <strong>de</strong> la que había recabado antes <strong>de</strong> dormir. Uno <strong>de</strong><br />

los datos en los que no profundizó la noche previa, en cuanto a su parentesco con<br />

Timothy Graham, había sido que la bruja Tituba al ser también su abuela y,<br />

<strong>de</strong>scendiendo <strong>de</strong> una tribu don<strong>de</strong> las dotes mágicas son hereditarias, establecía<br />

vínculos sanguíneos entre él y los brujos originales. Lo que le lleva a la inevitable<br />

conclusión <strong>de</strong> que dicha circunstancia le confiere atributos propios e intrínsecos<br />

para acce<strong>de</strong>r a la Inmortalidad en <strong>de</strong>smedro <strong>de</strong> la práctica <strong>de</strong> cualquier ceremonia o<br />

ritual.<br />

Muy, muy interesante. Cada paso que avanza en el contexto <strong>de</strong> sus<br />

especulaciones, lo encumbra un escalón por encima <strong>de</strong> cualquier amenaza que este<br />

Clan propenda esgrimir en su contra. Una progenie indubitablemente infausta, pero<br />

que lo dota con prodigiosas faculta<strong>de</strong>s que usufructuar, <strong>de</strong> ser preciso. Y, quizá muy<br />

pronto se viera en situación <strong>de</strong> hacerlo.<br />

Asimilado esto, aparta la i<strong>de</strong>a y se concentra en los sonidos que provienen <strong>de</strong><br />

la casa. Percibe el murmullo <strong>de</strong> voces <strong>de</strong>sconocidas, anónimas, dialogando en los<br />

pisos inferiores. ¿Acaso habrán arribado nuevos acólitos a la mansión? Tendrá que<br />

averiguarlo.<br />

Abre la puerta <strong>de</strong> su estancia y <strong>de</strong>scien<strong>de</strong> hacia la planta baja. Ciertamente,<br />

más <strong>de</strong> una persona se ha sumado a esta congregación en<strong>de</strong>moniada. Al verlo <strong>de</strong> pie<br />

en la cima <strong>de</strong> la escalera, todos guardan silencio, bajando la vista recelosos, como si<br />

no supieran que esperar <strong>de</strong> su presencia.<br />

En verdad, nadie lo sabe. Mucho menos él.<br />

Echando un vistazo al grupo, Richard <strong>de</strong>duce con rapi<strong>de</strong>z que uno <strong>de</strong> ellos<br />

podría tratarse <strong>de</strong>l Prefecto McConroy, <strong>de</strong> Salem. Quien también figura en el libro<br />

genealógico, don<strong>de</strong> se le <strong>de</strong>scribe como un brujo <strong>de</strong> linaje que, en su momento, fuera<br />

apadrinado por la última personalidad corpórea que Lilith habitó hasta finales <strong>de</strong>l<br />

siglo pasado. Incluso, ambos compartían idéntica ascen<strong>de</strong>ncia. Curiosamente, años<br />

<strong>de</strong>spués, John McConroy se convierte en el padre adoptivo <strong>de</strong> Alice, a quien criara<br />

como propia.


Enfrascado en ello y aun parado allí en lo alto <strong>de</strong> la gra<strong>de</strong>ría, Richard ni siquiera<br />

tiene i<strong>de</strong>a sobre el modo en que enfrentaría un nuevo día en la Casona. Opta,<br />

entonces, por asumir una conducta inasequible, exacerbando a través <strong>de</strong> ella, la<br />

percepción <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más en cuanto a la magnificencia que le inviste inexpugnable.<br />

Ya en la planta baja, nota que Arthur no se halla presente. Mientras toma el<br />

<strong>de</strong>sayuno que Martha le ha servido en el comedor, consigue mantener su<br />

abstracción e hilar sucesos y vicisitu<strong>de</strong>s sin ser interrumpido.<br />

Su mayor diatriba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la noche anterior, <strong>de</strong>riva <strong>de</strong> una circunstancia<br />

particular que le atañe, específicamente, a la renombrada Amonet. Si esta requiere<br />

<strong>de</strong> un recipiente humano para volver <strong>de</strong> entre los muertos, ¿será cierto todo aquello<br />

que rezan los antiguos textos? En caso <strong>de</strong> ser así, ¿es y, como sospecha, que el <strong>de</strong>stino<br />

<strong>de</strong> su hija con Maggie, sea convertirse en contenedor <strong>de</strong> aquel espíritu maligno? Ya<br />

no hay dudas <strong>de</strong> que se trata <strong>de</strong> una niña, aun cuando solo han transcurrido pocas<br />

semanas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su concepción. Pero… ¡Cielos! ¡Es espantoso! ¿Por qué ella?<br />

A<strong>de</strong>más, Richard conoce la premisa <strong>de</strong> que para renacer es preciso que el<br />

recipiente tenga una conexión sanguínea con el espectro. ¿Cuál es esta? ¿Se trata <strong>de</strong><br />

Posesión o Reencarnación? Richard se siente repentinamente <strong>de</strong>scompuesto.<br />

Mientras, las dudas perseveran hostigándole el pensamiento.<br />

Por otro lado, ¿cuál es el origen <strong>de</strong> Maggie? De ella solo pue<strong>de</strong> dar fe sobre su<br />

aparición <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la Mansión para asesinar a Robert y, veinte años más tar<strong>de</strong>,<br />

acosarlo a él mismo. Obviamente, se trata <strong>de</strong> una discípula sobresaliente y valorada<br />

por el Amo, puesto que también la envió tras él a Londres, siendo escogida como la<br />

fuente para concebir su tan esperada <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia. Pero, ¿dón<strong>de</strong> inicia la relación<br />

<strong>de</strong> la pelirroja con el Clan? Debe averiguarlo.<br />

La ausencia <strong>de</strong> Arthur en la cabecera opuesta <strong>de</strong> la mesa, le sugiere a Richard<br />

una temeraria i<strong>de</strong>a, gestándose apenas. Es entonces cuando una voz misteriosa le<br />

susurra, casi imperceptible, al oído:<br />

―Casi puedo oír tus pensamientos y, si en realidad avanzas por el camino que<br />

ahora mismo especulas, habrás hecho también tu última elección, quedándote sin<br />

chances. Dentro <strong>de</strong> ti fluye una oscura y po<strong>de</strong>rosa sangre. Tu potestad podría ser<br />

ilimitada, más tu humanidad aún prevalece, con las alternativas que ello implica. Si<br />

no te contienes y llevas a cabo lo que concibes, con<strong>de</strong>narás tu alma a un <strong>de</strong>rrotero<br />

sin retorno. Será entonces y solo entonces, cuando en efecto sobrevendrás coronado<br />

como El Anticristo y, el hasta hoy benévolo curso <strong>de</strong> tu existencia, cambiará<br />

<strong>de</strong>finitivamente.<br />

Richard voltea, intentando ver el rostro <strong>de</strong> quien le habla, pero solo divisa una<br />

figura masculina alejándose con agilidad. Salta <strong>de</strong> la silla y corre <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la silueta,<br />

que se <strong>de</strong>svanece por entre las múltiples habitaciones sombrías, a pesar <strong>de</strong>l día.<br />

Sorpresivamente, tropieza con Tituba. Esta le coloca las manos sobre el pecho<br />

aspirando <strong>de</strong>tenerle<br />

―Calma Richard. No hay nada que yo no sepa y todo puedo verlo – le dice con<br />

suavidad.<br />

Él la contempla con extrañeza. No atina compren<strong>de</strong>r sus palabras


Ella extrae <strong>de</strong> entre sus ropas el mismo colgante que en el pasado le transfiriera<br />

a Dorothy, colocándoselo impasible. En tanto hace rodar el dije entre sus <strong>de</strong>dos<br />

mirándolo extasiada, le dice:<br />

—Despertará en ti, los dones <strong>de</strong> nuestra sangre en común Richard, pero <strong>de</strong>bes<br />

mantenerlo oculto. Un día, no muy lejano, te urgirá hacer uso <strong>de</strong> la magia que<br />

encierra para salvar tu vida…o la <strong>de</strong> alguien más. ―advierte Tituba y, dándole la<br />

espalda pronta a disiparse entre la nada ―: Entre nosotros subsiste oculto alguien<br />

más, alguien que se manifestará ante ti cuando más lo necesites. Solo en él pue<strong>de</strong>s<br />

confiar pues es quien tiene las respuestas. El único ser que en verdad amé y ya está<br />

aquí, no lo olvi<strong>de</strong>s. —culmina, <strong>de</strong>sapareciendo <strong>de</strong> improviso.<br />

Sus palabras reverberan en la mente <strong>de</strong> Richard, aun cuando no acierta a<br />

interpretarlas. ¿Estará Tituba refiriéndose a Timothy Graham? No lo sabe.<br />

Tras disimular el amuleto bajo la camisa que lleva puesta y, al contacto con su<br />

piel, súbitamente su percepción sensorial se agudiza. Consigue ver y oír mucho más<br />

allá <strong>de</strong> lo normal, incluso presentir. Aun cuando estas son faculta<strong>de</strong>s que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> niño<br />

apreció poseer, nunca en tan <strong>de</strong>stacable forma.<br />

Bajo el influjo <strong>de</strong> tal exaltación, avizora que Maggie se aproxima velozmente<br />

hacia él. Pue<strong>de</strong> escuchar el rápido palpitar <strong>de</strong> la criatura <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l vientre materno<br />

y advertir el temor que anega el corazón <strong>de</strong> la joven.<br />

Esta vez y sin saber porque, la espera ansiosa. Cuando la tiene enfrente,<br />

siguiendo un impulso innato, la abraza.


CAPITULO 18<br />

Revelaciones: El Principio <strong>de</strong> la Contienda<br />

La Mansión en la campiña, siglo XVIII<br />

En ese momento, el gesto es perentorio, inevitable, impulsado quizá por la<br />

memoria <strong>de</strong> aquel fuerte sentimiento que la joven le <strong>de</strong>spertara en Londres, o quizá<br />

también se trata <strong>de</strong> una reacción inconsciente ante su aislamiento como ente<br />

humano en conflicto.<br />

Maggie le había ofrendado, la noche anterior, algo similar a una muestra <strong>de</strong><br />

paz y lealtad. Ni su propia madre tuvo, para con él, gesto semejante. Des<strong>de</strong> que<br />

apareció en su vida, ya sea como un en<strong>de</strong>moniado fantasma, o como la mujer que<br />

tuvo en brazos, siempre ha sido Maggie, al dormir, al respirar, al <strong>de</strong>spertar.<br />

―¿Quién eres en verdad? —le increpa Richard súbitamente, sujetándola por<br />

los hombros―. ¡¿Por qué?! ¡Solo dime porqué, maldita sea!<br />

La joven baja la cabeza y guarda silencio unos segundos.<br />

—Ahora no, Richard, te lo suplico, aún no puedo hablar <strong>de</strong> eso. Concé<strong>de</strong>me el<br />

beneficio <strong>de</strong> la duda y créeme, no seré yo quien provoque daño alguno contra ti o<br />

nuestra hija. Si no me quieres a tu lado, lo acepto; es más, lo comprendo. No soy una<br />

mujer como cualquier otra, maté a tu padre y te mentí, merezco tu <strong>de</strong>sprecio. Pero<br />

las cosas cambiaron <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces y hoy existe una vida que salvar y proteger. Lo<br />

sabes. Únicamente tú pue<strong>de</strong>s logarlo.<br />

Maggie hace una breve pausa y le contempla angustiada, antes <strong>de</strong> seguir.<br />

―La niña fue concebida con otro fin, al menos eso es lo que se me dijo. Sabía<br />

que <strong>de</strong>bía llevar tu sangre, pero no las razones por las cuales también la mía. Ahora<br />

lo sé y tú lo averiguarás muy pronto. ¡Debes mantente firme mientras todo acontece!<br />

Decidas lo que <strong>de</strong>cidas, yo siempre estaré allí para ti. —Soltándose <strong>de</strong> Richard, sale<br />

corriendo por don<strong>de</strong> vino, disolviéndose, como últimamente hacen todos.<br />

Atónito y cabizbajo, Richard regresa al amparo <strong>de</strong> su espacio personal.<br />

Sintiéndose otra vez confuso, <strong>de</strong>solado. Transcurren horas, quién sabe cuántas. No<br />

obstante, persiste en sus análisis y especulaciones. Una cantidad enorme <strong>de</strong><br />

información le atiborra el pensamiento.<br />

Descubre que John McConroy arribó a Essex siendo niño, camuflado entre los<br />

tripulantes <strong>de</strong> un barco, propiedad <strong>de</strong> una enigmática Con<strong>de</strong>sa. Misma que lo<br />

protegía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el momento en que quedara huérfano, tras una violenta masacre<br />

contra gente <strong>de</strong> su misma condición.<br />

Se esperaba que John llegara a convertirse, con el paso <strong>de</strong> los años, en un<br />

po<strong>de</strong>roso brujo, puesto que provenía <strong>de</strong> extenso y aristocrático linaje, consi<strong>de</strong>rado<br />

muy superior al <strong>de</strong> las Ancianas en Essex. Aun así, esta Con<strong>de</strong>sa <strong>de</strong>cidió que<br />

ocultarlo en esas tierras constituiría una buena estratagema, pues nadie podría<br />

sospechar que el joven se hallase encubierto entre el <strong>de</strong>nigrado Aquelarre <strong>de</strong>l


pantano, pasando así inadvertido ante sus cazadores.<br />

McConroy vivió, creció y contrajo matrimonio en Salem. Poco a poco,<br />

comenzó a escalar posiciones estratégicas en la comuna, posicionándose como uno<br />

<strong>de</strong> los lí<strong>de</strong>res <strong>de</strong> la congregación puritana y alcanzando el cargo <strong>de</strong> Prefecto. Por<br />

en<strong>de</strong>, un asiento en el Concejo. Como otro dato <strong>de</strong> interés, es preciso <strong>de</strong>stacar que<br />

los McConroy criaron no una, sino a dos hijas, cuyos respectivos nombres fueron<br />

borrados <strong>de</strong>l libro genealógico.<br />

A Richard le consta que Alice era una <strong>de</strong> ellas, a quien John y su esposa<br />

registraron como propia. Sin embargo, <strong>de</strong> la otra no se enuncian mayores<br />

indicaciones, excepto el hecho <strong>de</strong> que había llegado a sus vidas también proce<strong>de</strong>nte<br />

<strong>de</strong> otra semilla.<br />

Con respecto a la Con<strong>de</strong>sa, todo es impreciso. Teóricamente, por aquel<br />

entonces, esta había sido el recipiente mortal <strong>de</strong> Lilith. Richard solo pue<strong>de</strong> bosquejar<br />

una no muy sustentable historia sobre dicho personaje, más allá <strong>de</strong> que durante las<br />

pocas ocasiones en que visitó Salem, sostuvo una serie <strong>de</strong> enfrentamientos con<br />

prepon<strong>de</strong>rantes personajes <strong>de</strong>l lugar; incluso uno muy particular, con Dorothy, <strong>de</strong>l<br />

cual tampoco se <strong>de</strong>tallan razones.<br />

No obstante, fuera cual fuere la causa, el hecho en sí provocó una vehemente<br />

hostilidad entre ambas mujeres y <strong>de</strong>vengó en represalia <strong>de</strong> la Con<strong>de</strong>sa contra La<br />

Elegida. Durante el mismo lapso <strong>de</strong> aquella confrontación, acontece una <strong>de</strong> las<br />

frecuentes e inexplicables <strong>de</strong>sapariciones <strong>de</strong> Timothy; atribuyéndosele a la<br />

aristócrata la responsabilidad directa sobre aquel hecho. Luego, el rastro <strong>de</strong> la noble<br />

y enigmática mujer se diluye en el tiempo.<br />

Con respecto a la inmortalidad <strong>de</strong> Amonet, Richard logra atar ciertos cabos<br />

sueltos que le indican que su cuerpo, el primero y original, yace oculto en algún<br />

lugar secreto. Más su espíritu, requiere poseer nuevos recipientes por cada ciclo vital<br />

entre nosotros. Estos <strong>de</strong>ben ser previamente ofrecidos en sacrificio por sus<br />

progenitores. Es también menester que los mismos porten en sus venas sangre <strong>de</strong>l<br />

propio linaje <strong>de</strong> la dama.<br />

En cada «renacimiento», ella retoma su lucha, perseverando en reencontrarse,<br />

para reinar en la tierra con su amado. La mención <strong>de</strong> este consorte hace que Richard<br />

piense en Arthur, sin duda alguna.<br />

El que ambos finalmente consiguieran reunirse, precisamente en esta<br />

oportunidad, les conce<strong>de</strong>ría a través <strong>de</strong> algún tipo <strong>de</strong> «consagración», la libertad <strong>de</strong><br />

prescindir <strong>de</strong>l Ritual <strong>de</strong> Sangre; el cual servía al Amo como medio para caminar<br />

temporalmente entre los vivos. En el caso <strong>de</strong> Amonet, la ventaja era similar ya que<br />

implicaba quedar exenta <strong>de</strong> utilizar recipientes humanos para albergar su espíritu.<br />

Richard se esfuerza en <strong>de</strong>ducir “porqué” su hija nonata había sido pre<strong>de</strong>stinada<br />

como el próximo contenedor <strong>de</strong> Amonet.<br />

Recuerda las palabras <strong>de</strong> Maggie, esa tar<strong>de</strong>, diciéndole que la criatura<br />

«<strong>de</strong>bía» llevar su sangre, por lo que el joven concluye que ella pertenece al linaje <strong>de</strong><br />

Lilith, Amonet, o como quiera que se llame. Por tanto, el enigma sobre su origen le<br />

resulta aún más que perentorio <strong>de</strong>velar.<br />

Algo le indica a Richard que está a punto <strong>de</strong> conseguirlo. Es consciente <strong>de</strong> que


John McConroy proviene <strong>de</strong> tal prosapia; sin embargo, ninguna <strong>de</strong> sus dos hijas era<br />

biológica. Alice, por cierto, que no y la otra, siendo también adoptiva, tampoco<br />

encaja <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los parámetros.<br />

Indudablemente, en toda esta historia existe una secuencia conectora siempre<br />

presente, aunque todavía ambigua.<br />

Un viejo diario íntimo, propiedad <strong>de</strong> Dorothy Graham y que Richard había<br />

encontrado en la habitación contigua, narra ciertos pormenores sobre un<br />

<strong>de</strong>scorazonador suceso por el que su abuela atravesara. Allí dice que, estando ya<br />

casada con George Graham, ella y Timothy resolvieron huir juntos, con rumbo<br />

<strong>de</strong>sconocido. Circunstancialmente, la Con<strong>de</strong>sa se hallaba en la ciudad y dada la<br />

extrema situación respecto <strong>de</strong> la cacería <strong>de</strong> brujas que acontecía por entonces, el<br />

barco <strong>de</strong> la aristócrata era el único que obtuvo permiso <strong>de</strong> anclar en puerto. Por lo<br />

cual, para salir <strong>de</strong>l Condado, a los amantes les fue preciso disfrazar su apariencia y,<br />

a través <strong>de</strong> este artilugio, contratar un viaje a bordo <strong>de</strong>l mismo. Así concertado,<br />

acordaron reunirse la noche antes <strong>de</strong> que este zarpara. Sin embargo y extrañamente,<br />

Tim nunca se presentó a la cita en los muelles.<br />

Al parecer esto acaeció poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la involuntaria traición <strong>de</strong>l muchacho<br />

con la esclava mestiza y, casi inmediatamente, a los violentos y trágicos avatares que<br />

fueron consecuencia <strong>de</strong> ello.<br />

Richard <strong>de</strong>termina, mientras acaricia el colgante que Tituba le obsequiara, que<br />

aquella había sido la oportunidad en que Tim fuera secuestrado por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> la<br />

Con<strong>de</strong>sa, en un acto <strong>de</strong> retorcida revancha contra Dorothy. La que, al quedar varada<br />

en puerto, <strong>de</strong>sahuciada y con el alma partida en dos, vivificó su antiguo rencor para<br />

con su amante, culpándolo <strong>de</strong> nuevo por su <strong>de</strong>sdicha.<br />

Madurando todo esto, Richard admite que una consi<strong>de</strong>rable porción <strong>de</strong><br />

respuestas, para todas las incógnitas <strong>de</strong>venidas durante el paso <strong>de</strong> los siglos, yacen<br />

en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l siniestro Amo. Mas y como ya se ha establecido, ambos se convirtieron,<br />

<strong>de</strong> algún modo, en antagonistas tras el dominio. Debido a lo cual le es preciso y<br />

menester, indagar más en cada misterio oculto e inserto en la trama, sin ayuda<br />

alguna.<br />

Sacudiendo la cabeza, alza la vista y la fija en la cúpula. De esta se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>n<br />

ver<strong>de</strong>s los <strong>de</strong>stellos <strong>de</strong> la luna, recordándole los ojos <strong>de</strong> Maggie. Siente imperiosa la<br />

necesidad <strong>de</strong> tenerla cerca.<br />

Una <strong>de</strong> las puertas que forman el semicírculo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la sala, se abre<br />

lentamente y, traspasándola, un individuo ingresa, presentándose ante él. Viste un<br />

largo atuendo con capucha, que no permite divisar porte ni facciones.<br />

Por completo sorprendido y con una indignación creciente, Richard intenta<br />

<strong>de</strong>tenerle, enarbolando un gesto análogo al que utilizara con Maggie el día previo.<br />

Simultáneamente, a su brazo alzado en dirección al extraño el flujo <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r se<br />

le congela, cristalizándose en el aire mucho antes <strong>de</strong> alcanzar al sujeto, estrellándose<br />

contra una especie <strong>de</strong> aura que le envuelve por entero.<br />

¡Vaya! Se acaba <strong>de</strong> topar con alguien muy especial. Quizá tanto como él.<br />

El <strong>de</strong>sconocido continúa avanzando. A pesar <strong>de</strong> su conducta irrebatible, nada


le <strong>de</strong>nota como un ser temerario. Muy calmo pero <strong>de</strong>cidido, toma asiento y, girando<br />

hacia Richard la cabeza, comienza a hablarle. Su voz se oye con la ca<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> un<br />

murmullo, sereno y suave.<br />

―Buscas respuestas, joven Richard, ¿verdad? ―pregunta―. Pero dime antes,<br />

¿para qué las necesitas? ¿Deseas, quizá, librarte <strong>de</strong> tu con<strong>de</strong>na?, ¿<strong>de</strong> todo lo que hoy<br />

sabes que eres capaz? ¿O te consumen las dudas, respecto <strong>de</strong>l camino que en algún<br />

momento habrás <strong>de</strong> tomar?<br />

Tras un breve silencio, prosigue.<br />

―Ese y no otro, es el interrogante capital. El que, para ti, <strong>de</strong>be primar ante<br />

todos, señalándote el sen<strong>de</strong>ro correcto. Si <strong>de</strong>sconoces lo que en realidad preten<strong>de</strong>s,<br />

tus auténticos anhelos, las revelaciones que aquí obtengas no tendrán ningún<br />

significado para ti ―dice, señalando los manuscritos dispersos por el suelo—. Ahora<br />

que si, por el contrario, escoges <strong>de</strong>slindarte <strong>de</strong> tu sino, te diré que aquello que<br />

precisas saber, tampoco ha sido escrito. Todo esto… es un inútil. —Hace una pausa<br />

sugerente, mientras continúa mirando el cúmulo <strong>de</strong> textos. ―La verdad subyace en<br />

otro sitio, o quizá en el mismo, pero visto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una óptica diferente. Todo lo que<br />

hasta hoy has <strong>de</strong>scubierto, solo te confiere un conocimiento fragmentario y tenue,<br />

sobre la oscuridad palpitando en tu interior. Esas, tus lóbregas raíces, mismas que<br />

in<strong>de</strong>fectiblemente podrías sentirte tentado a perpetuar, resi<strong>de</strong>n allí —dice, en tanto<br />

señala el corazón <strong>de</strong> Richard. Se pone <strong>de</strong> pie y avanza hacia el joven ―Si <strong>de</strong>seas ser<br />

honesto y hacer lo a<strong>de</strong>cuado, <strong>de</strong>bes oír lo que tu corazón está gritando, el dictamen<br />

<strong>de</strong> tu instinto, <strong>de</strong> tu esencia. Yo puedo ayudarte, también guiarte; pues ese es mi<br />

<strong>de</strong>stino y mi <strong>de</strong>stino es todo lo que soy. He venido aquí, con la <strong>de</strong>terminación<br />

absoluta <strong>de</strong> acabar con todo esto, <strong>de</strong> una vez y para siempre. Y lo haré contigo… o a<br />

pesar <strong>de</strong> ti.<br />

― ¿Quién eres? ―acaba por preguntar Richard consternado.<br />

—Lo sabrás cuando estés listo. De momento, basta con que me consi<strong>de</strong>res un<br />

partícipe obligado <strong>de</strong> los hechos. En mí se <strong>de</strong>posita el conocimiento que, como<br />

arma, es imprescindible si aspiramos dar término a esta infamia. Pue<strong>de</strong> que, tanto<br />

tú como yo, hayamos sido solo víctimas <strong>de</strong>l proce<strong>de</strong>r y las elucubraciones <strong>de</strong><br />

terceros, tanto en el pasado como en el presente. Pero es <strong>de</strong> nosotros, y solo <strong>de</strong><br />

nosotros, la responsabilidad <strong>de</strong> que tales circunstancias puedan ser distintas <strong>de</strong> hoy<br />

en a<strong>de</strong>lante.<br />

Repentinamente, se escucha la voz <strong>de</strong> Maggie <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el otro lado <strong>de</strong> la puerta.<br />

El extraño apunta hacia allí con la mano.<br />

—Incluso a ella y a vuestra hija podrías salvar. Tenlo muy presente, porque <strong>de</strong><br />

ti <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>. ―Luego se marcha por don<strong>de</strong> vino.<br />

Anonadado, Richard abre la puerta. Maggie se precipita <strong>de</strong>ntro, totalmente<br />

fuera <strong>de</strong> control y, aferrándose <strong>de</strong> su brazo, exhorta:<br />

— ¡No lo permitas, Richard! ¡Te lo suplico! El Amo regresó con <strong>de</strong>lirantes i<strong>de</strong>as<br />

y las más aciagas intenciones. Creo... No, estoy segura, que finalmente resolvió<br />

aniquilarnos si osamos enfrentarle.<br />

Richard, procurando infundirle serenidad, la conduce hacia un diván. Ella


continúa, <strong>de</strong>sesperada.<br />

—Es <strong>de</strong>finitivo, Él ha comenzado a temer la fuerza <strong>de</strong> tu voluntad. Percibe en<br />

ti un verda<strong>de</strong>ro riesgo para sus propósitos. Uno que no está dispuesto a correr.<br />

Todos, absolutamente todos nosotros, fuimos para Él solo peones <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su<br />

elaborado juego. Hoy le restan dos opciones válidas para alcanzar el éxito. —Hace<br />

una pausa, tendiendo a resignarse. Prosigue triste. ―O bien se reúne con Amonet,<br />

luego <strong>de</strong>l nacimiento, tras lo cual, tanto tú como yo, seremos sacrificados; o te<br />

fusionas a él, jurándole fi<strong>de</strong>lidad. En este último caso y, he aquí lo <strong>de</strong>mencial <strong>de</strong> todo<br />

esto, prevé incluso traicionar a La Eterna, eliminándola, para <strong>de</strong>spués unirse a la<br />

mujer que anhela <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace tiempo. Alguien por quien ya la <strong>de</strong>spreciara una vez,<br />

en Salem, cuando Lilith habitaba el cuerpo <strong>de</strong> la Con<strong>de</strong>sa. ―Maggie mira a Richard<br />

con cierto recelo, dado el impacto que sus palabras puedan causarle.<br />

―¡¿De quién hablas, Mag?! ¿Por quién Arthur apostaría una carta tan<br />

azarosa? ―interroga impaciente, Richard.<br />

―Se trata <strong>de</strong> Dorothy, tu abuela ―respon<strong>de</strong> por fin ella, extenuada y recelosa.<br />

Al pobre Richard le parece en extremo discordante e irracional. Está<br />

convencido que la ausencia <strong>de</strong> Arthur esta mañana, implica algún fúnebre objetivo,<br />

pero la verborragia precipitada, imprecisa y vehemente <strong>de</strong> Maggie no le permite<br />

establecer una i<strong>de</strong>a racional al respecto.<br />

―¿Qué dices, mujer? ¡Cálmate! —or<strong>de</strong>na el joven, posando su mano sobre el<br />

rostro <strong>de</strong> Maggie. Tras lo cual y, bajo sobrenatural sortilegio, esta se hun<strong>de</strong> en un<br />

súbito trance hipnótico.<br />

Richard, con toda <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, proce<strong>de</strong> a recostarla sobre el diván. En tanto<br />

acaricia la frente <strong>de</strong> la joven, aguarda paciente a que recobre la calma. Poniendo a<br />

prueba sus faculta<strong>de</strong>s psíquicas se aboca a ello y, en minutos, consigue franquear los<br />

velos en la mente <strong>de</strong> Maggie. Develando así, lo que tanto aterrorizó a la muchacha,<br />

más allá <strong>de</strong> todo cuanto le narrara.<br />

Entonces, lo ve con claridad. Unas sucesiones <strong>de</strong> imágenes escalofriantes<br />

penetran su propio pensamiento. Sumergiéndose en ellas, experimenta una visión<br />

futurista, en la cual Arthur, teniéndolo a él mismo como víctima, le corta el cuello<br />

con una daga, <strong>de</strong>rramando su sangre para bañarse con ella. Inmediatamente, este<br />

comienza a transformarse diabólico y horrendo, en un ente sin forma humana, <strong>de</strong><br />

enormes proporciones y que <strong>de</strong>stila centellas <strong>de</strong> fuego por los ojos. Totalmente<br />

espantado y <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la misma visión, Richard distingue a Maggie, inmovilizada<br />

contra un grotesco tótem y siendo también sacrificada, esta vez… por Dorothy.<br />

Es espeluznante vislumbrar un ceremonial tan pavoroso y salvaje. Dorothy<br />

apuñala el vientre <strong>de</strong> Maggie, una y otra vez, inmisericor<strong>de</strong>. La sangre vertida por la<br />

joven guarda simétrico <strong>de</strong>stino que la suya y, pronto, se ve cubriendo el cuerpo <strong>de</strong><br />

su abuela, como la <strong>de</strong>l pérfido engendro en que se ha transmutado Arthur.<br />

El estado <strong>de</strong> trance se interrumpe abrupto, cuando Richard oye pasos<br />

aproximándose a la estancia don<strong>de</strong> ambos se encuentran.<br />

Resulta impresionante el modo en que sus sentidos se agudizan con el<br />

transcurso <strong>de</strong> los días. Concentrándose, ensaya visualizar aún más allá <strong>de</strong>l portal <strong>de</strong>


entrada. Lo consigue. Del otro lado John McConroy se <strong>de</strong>splaza con sigilo, cual si no<br />

quisiera ser <strong>de</strong>scubierto.<br />

Richard abriga a Maggie con una manta, cierra, una a una, todas las cortinas,<br />

oscureciendo por completo el lugar. Se dirige a la puerta y abre, mucho antes <strong>de</strong> que<br />

el visitante llegue a tocar. Rápidamente, le toma <strong>de</strong>l brazo y lo arrastra al interior,<br />

clausurando la entrada con doble vuelta <strong>de</strong> cerrojo.<br />

Todo va <strong>de</strong>senmarañándose en su cerebro. Advirtiendo la angustiosa<br />

preocupación con la que John, mortificado, contempla a Maggie, no le quedan<br />

dudas. Esa joven que yace obnubilada por el trance, indiscutiblemente, es su otra<br />

hija, la mayor. Aquella cuyo nombre se halla <strong>de</strong>sdibujado en los registros <strong>de</strong>l libro<br />

familiar.<br />

Ambos se mi<strong>de</strong>n, observándose <strong>de</strong> modo profundo y lacerante. Un gesto<br />

atormentado se bosqueja en el ceño <strong>de</strong>l antiguo Prefecto.<br />

―Tienes que saberlo, Richard, y voy a <strong>de</strong>círtelo —anuncia McConroy<br />

cabizbajo y sin preludio alguno―. Maggie se halla presa <strong>de</strong> un pánico <strong>de</strong>vastador y,<br />

es justamente por ella, que resolví hacer frente a todo esto y acudir a ti, <strong>de</strong> una vez<br />

por todas, pase lo que pase. Exclusivamente por ella. No importa lo que concibas<br />

sobre nosotros. Déjalo <strong>de</strong> lado y ampárala, te lo ruego.<br />

—Es tu hija, ¿verdad? ―interroga Richard, con un velado gesto satisfecho,<br />

ante una confirmación que la era obvia.<br />

John asiente con la cabeza, como si con ello quitara <strong>de</strong> sobre su espalda un<br />

fabuloso peso.<br />

—Relájate John, para mí está claro. Sé, positivamente que tanto Alice como<br />

Maggie, no son tus hijas en realidad. Y, en lo que respecta a mi madre, he <strong>de</strong>scubierto<br />

casi todo lo que hay que saber. Sin embargo, Maggie… ―Richard titubea― tengo la<br />

certeza <strong>de</strong> que cumple un significativo papel en los entresijos <strong>de</strong> esta confabulación<br />

macabra. ―Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> contemplarla, se sienta junto a la joven. ―Por otro lado, y<br />

sin temor a equivocarme, asumo que lleva la misma sangre <strong>de</strong>… ―no alcanza a<br />

terminar la frase.<br />

― ¡No la menciones! —le interrumpe John―. ¡Tan solo pronunciar su nombre<br />

equivaldría invocarla! Y te aseguro, Richard, que eso no es en lo absoluto<br />

conveniente. Para ninguno <strong>de</strong> nosotros. Peor aún, para mi Maggie —amonesta John<br />

con la mano en alto.<br />

De inmediato, ase a Richard por el brazo y lo hala hacia una <strong>de</strong> las puertas <strong>de</strong>l<br />

semicírculo, abriéndola. Ambos ingresan en la habitación contigua. Una vez <strong>de</strong>ntro<br />

y más sereno, John prosigue.<br />

―Escúchame, Richard: Nuestra Maggie, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> ser una <strong>de</strong> mis amadas<br />

hijas <strong>de</strong>l corazón, es también una po<strong>de</strong>rosa bruja <strong>de</strong> linaje ancestral. Ella me fue<br />

confiada por alguien a quien todos <strong>de</strong>beríamos temer. Alguien con el po<strong>de</strong>r<br />

suficiente como para conquistar cuanto <strong>de</strong>see en el mundo y más allá <strong>de</strong><br />

él. ―Observa a Richard agitado y, revolviéndose, continúa―. Yo intenté, por todos<br />

los medios a mi alcance, preservarla ajena al conocimiento <strong>de</strong> su origen y lo que ello<br />

implicaba. Luché por apartarla <strong>de</strong> las malignas sombras que navegan en su torrente


vital. Aun así, mi éxito fue parcial, prolongándose hasta el maldito día en que su<br />

verda<strong>de</strong>ra madre regresó por ella. Des<strong>de</strong> entonces, ha vivido en perenne contienda<br />

entre el bien y el mal. ―John guarda silencio, como extraviado en viejos<br />

recuerdos―. Para mi infortunio, luego <strong>de</strong> aquel nefasto encuentro con su realidad,<br />

Maggie se vio seducida por las ilimitadas ventajas <strong>de</strong> su don, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> eficazmente<br />

manipulada para separarse <strong>de</strong> nosotros. Renegando <strong>de</strong> la Fe que se le inculcara.<br />

― ¿Y su madre es…? ―pregunta sutilmente y cediendo espacio a la respuesta<br />

<strong>de</strong> John.<br />

―Maggie huyó <strong>de</strong> casa el mismo día en que la Con<strong>de</strong>sa partiera<br />

<strong>de</strong>finitivamente <strong>de</strong> Salem, secuestrando también a Timothy Graham. De seguro,<br />

bajo la influencia <strong>de</strong> algún po<strong>de</strong>roso hechizo que les forzó abandonar a quienes<br />

realmente amaban —dice John.<br />

—Entiendo, John. Me está usted hablando <strong>de</strong> la Con<strong>de</strong>sa Dumont —vuelve a<br />

interrumpirle Richard.<br />

―Sí ―musita, débilmente, John, antes <strong>de</strong> enunciar una última y templada<br />

frase―. Hubo un momento en que albergué cierta esperanza, cuando Maggie se<br />

comprometió en matrimonio <strong>de</strong>l todo enamorada; entonces llegué a pensar que eso<br />

pondría fin a su inestabilidad emocional. Pero no sucedió así. La tragedia se hizo<br />

presente la misma noche <strong>de</strong> la boda y su esposo fue horrendamente asesinado. No<br />

me caben dudas <strong>de</strong> que su propia madre, la Con<strong>de</strong>sa, envió por la cabeza <strong>de</strong> mi<br />

yerno. Todo con el objetivo concreto <strong>de</strong> quebrarla y, <strong>de</strong> este modo, arrebatármela<br />

por siempre. —El ex prefecto comienza a llorar amargamente.<br />

Ahora, inexpugnable, todo cobra rigurosa transparencia para Richard. Maggie<br />

es hija <strong>de</strong> la Con<strong>de</strong>sa. Carga su misma sangre, por tanto, también la <strong>de</strong> Amonet.<br />

Razón inequívoca por la cual ha sido <strong>de</strong>stinada a concebir el próximo recipiente <strong>de</strong><br />

la infame. Sin embargo, hay algo que no alcanza a compren<strong>de</strong>r. ¿Por qué la joven se<br />

había <strong>de</strong>jado sugestionar <strong>de</strong> modo tan categórico por el Amo?<br />

—Intuyo lo que piensas —dice John <strong>de</strong> improviso―. Cuando una bruja<br />

original <strong>de</strong>sconoce su condición y atraviesa un período traumático, sus po<strong>de</strong>res se<br />

<strong>de</strong>satan sin control y Maggie… Maggie perdió su primer amor <strong>de</strong> forma trágica y bajo<br />

luctuosas consignas. Era fácil prever su reacción ante el <strong>de</strong>sastre. Sus po<strong>de</strong>res se<br />

activaron arrolladores, irreprimibles; doblegando su voluntad. Pero eso no terminó<br />

allí, inmersa en tan intolerable dolor, planamente enceguecida, asesinó a mi esposa,<br />

<strong>de</strong>struyó nuestro hogar, <strong>de</strong>jándome incluso malherido y huyó con la Con<strong>de</strong>sa sin<br />

que yo pudiera impedirlo. Luego <strong>de</strong> ello, perdí todo contacto con ella, confiriéndole<br />

involuntariamente a su progenitora, libertad <strong>de</strong> instruirla por el camino <strong>de</strong> la<br />

oscuridad. Y, Amonet, es una <strong>de</strong>idad que no dudaría un solo instante en sacrificar a<br />

sus propios hijos, en pro <strong>de</strong> su veneración por Lucifer. No tuvo reparo alguno en<br />

permitir que Él tomara a Maggie bajo su tutela, iniciándola en esta con<strong>de</strong>nada<br />

práctica <strong>de</strong>l Rito <strong>de</strong> Sangre y valiéndose ambos <strong>de</strong> las dotes <strong>de</strong> mi niña para el propio<br />

beneficio <strong>de</strong>l Maldito. —John suspira agobiado―. El resto ya lo sabes, y tú lo has<br />

pa<strong>de</strong>cido como nadie, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Maggie, perdida y posesa, se cruzó en la vida <strong>de</strong> tu<br />

padre a fin <strong>de</strong> asesinarle, hace 20 años.<br />

John baja la mirada, contrito, antes <strong>de</strong> seguir<br />

—No obstante, y presta mucha atención Richard, las circunstancias son


diversas ahora. Los sentimientos y la conducta <strong>de</strong> Maggie cambiaron radicalmente<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se reunió contigo en Londres. Quizá <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el día mismo en que te conoció<br />

aquí en la casona. ―Mira al joven directamente a los ojos―. Creo, Richard… No,<br />

estoy seguro <strong>de</strong> que mi hija ha vuelto a enamorarse. Esta vez, <strong>de</strong> ti. —Richard le<br />

observa con atención—. Pero he aquí el dilema que aprisiona su alma, ahora, su<br />

mayor temor es que por tal causa, el Amo tome represalias y la con<strong>de</strong>ne al sacrificio.<br />

O lo que es peor aún, la <strong>de</strong>stierre al Purgatorio, separándola <strong>de</strong> ti y <strong>de</strong> vuestra hija.<br />

― ¡Ya basta! ―exhorta vigoroso e intempestivo, Richard―. ¡Ha sido<br />

suficiente! ¡Yo no soy un monstruo! ¡No soy como Arthur! ¡Nada <strong>de</strong> lo que especulan<br />

sobre mi es cierto! A partir <strong>de</strong>l instante en que enlazamos nuestros sinos, aun<br />

cuando inicialmente fuera a través <strong>de</strong> clan<strong>de</strong>stinas pretensiones, ella se a<strong>de</strong>ntró en<br />

mi sangre, en mi vida, convirtiéndose en mi absoluta responsabilidad. Pero, por<br />

sobre todas las cosas, el fruto que lleva en el vientre, me pertenece solo a mí. ¡Jamás<br />

a nadie más! Nada cambiará eso. Y ningún ser sobre esta tierra podrá quitármelas.<br />

Hallaré la forma <strong>de</strong> protegerlas. —enfatiza, contun<strong>de</strong>nte, el here<strong>de</strong>ro―. Sin<br />

embargo, hay una condición que te involucra John—agrega, casi <strong>de</strong> inmediato―.<br />

Tú. A partir <strong>de</strong> hoy, también me perteneces. Serás mis ojos y oídos entre esos acólitos<br />

infernales y nadie <strong>de</strong>be siquiera sospecharlo ―sentencia―. Haga lo que haga, no<br />

discutirás, menos te opondrás y, sin dudarlo, me seguirás sin preguntas ni<br />

reconcomios.<br />

Richard finaliza su alocución, sosteniendo fija la mirada en McConroy. Este<br />

inclina nuevamente la cabeza y extien<strong>de</strong> los brazos en cruz.<br />

―¡Oh Richard! ¡Conoces mi respuesta! Sabes que me tienes y que pue<strong>de</strong>s<br />

contar conmigo—respon<strong>de</strong> John―. Sin embargo, hay algo más que necesitas saber.<br />

Existe uno entre nosotros, con el po<strong>de</strong>r, sabiduría y <strong>de</strong>terminación precisa, para<br />

ayudarte a dar término con esta perversa estirpe. Cuando llegue a ti, <strong>de</strong>bes<br />

escucharlo —continúa John, mientras refuerza sus palabras con tono fuerte y<br />

claro―. En poco tiempo, y esto lo sabemos muy bien los antiguos miembros, los<br />

planetas se habrán conjugado una vez más, como cada 500 años, en estado óptimo<br />

para llevar a cabo «La Consagración». —Ante esta mención, Richard le mira<br />

sorprendido―. Actualmente, coexistís <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un mismo plano Arthur y tú. Pero<br />

a partir <strong>de</strong> ese suceso si<strong>de</strong>ral, solo uno perdurará a través <strong>de</strong> la aniquilación <strong>de</strong>l otro.<br />

De ahora en más, precisas escoger muy bien tus seguidores, y estar presto a toda<br />

eventualidad. A<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>bes tener en cuenta que careces en lo absoluto, <strong>de</strong>l<br />

privilegio <strong>de</strong> la confianza en favor <strong>de</strong> nadie. Mucho menos, en ti mismo ―dice,<br />

<strong>de</strong>volviéndole con fiereza la mirada.<br />

Tal amonestación no pasa inadvertida para Richard, causándole algo <strong>de</strong><br />

zozobra. Luego <strong>de</strong> un reflexivo momento, hace un gesto <strong>de</strong>spidiendo a John, quien<br />

se escabulle por un pasadizo oculto <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> aquella misma habitación.<br />

Maggie gime <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el diván y Richard se apresura a contenerla. Corriendo a su<br />

lado, se ubica <strong>de</strong>lante cuando esta abre sus ver<strong>de</strong>s ojos. La toma firme <strong>de</strong> la mano y,<br />

posando el índice sobre esos labios perfectos, le anuncia con ternura lo que ha<br />

resuelto.<br />

—Tú y yo nos casaremos. Serás mi esposa y permanecerás aquí, bajo mi<br />

resguardo hasta el alumbramiento. Solo te pido lealtad por encima <strong>de</strong> toda duda, y<br />

fortaleza. No pue<strong>de</strong>s rendirte ante el temor. Confía en mí para que yo pueda hacerlo


en ti. Ya no más encuentros con el Amo, se acabaron los enigmas y, ante nada,<br />

escucharás como única verdad lo que yo y solo yo, tenga para <strong>de</strong>cirte. —Richard le<br />

acaricia el cabello, mientras <strong>de</strong>rriba los muros que los mantuvieron separados,<br />

amándola e ignorando cómo <strong>de</strong>mostrárselo.<br />

Una lágrima rueda, surcando la pálida mejilla <strong>de</strong> Maggie, mientras asiente<br />

agra<strong>de</strong>cida, aun cuando el miedo resiste en abandonarle. Se besan larga y<br />

apasionadamente, ceñidos por la intensidad <strong>de</strong> un sentimiento real y verda<strong>de</strong>ro, que<br />

por fin se abre paso en medio <strong>de</strong> tanta intriga y <strong>de</strong>sencuentro.<br />

Enca<strong>de</strong>nados por la magia <strong>de</strong> una pasión auténtica, se ofrecen uno al otro sin<br />

medidas ni tapujos. Imperiosamente. Desnudos, entrelazados, palpitantes, permiten<br />

a sus labios danzar, recorriendo el cuerpo hume<strong>de</strong>cido <strong>de</strong>l otro, centímetro a<br />

centímetro, en cada movimiento. Gotas <strong>de</strong> sudor caen sobre el pecho firme <strong>de</strong><br />

Maggie, mientras extien<strong>de</strong> hacia atrás el níveo cuello y el éxtasis, hecho gemido, le<br />

ahoga la garganta. Nunca ha sido más intenso el placer <strong>de</strong> ambos que en aquella<br />

entrega.<br />

Agitados y satisfechos, permanecen enlazados durante largos momentos,<br />

enredados uno en el otro, ansiando no volver a separarse. Deslizando una vez más<br />

los <strong>de</strong>dos por sobre el cuerpo <strong>de</strong> la joven, Richard se incorpora lentamente,<br />

contemplando su belleza.<br />

―Te amo. Lo sabes —dicen ambos al unísono.<br />

Sonríen. Casi una primera vez para los dos. Todo lo <strong>de</strong>más había quedado<br />

atrás.<br />

—Ahora duerme. Hablaremos <strong>de</strong>spués —susurra Richard con dulzura.<br />

Maggie se acurruca sobre su vientre y continúa allí, tumbada sobre la alfombra,<br />

don<strong>de</strong> alcanzaran el clímax <strong>de</strong> su pasional reconciliación.<br />

Sin haberlo notado ninguno, una silueta permaneció oculta tras los cortinados.<br />

Cuando Richard, ya vestido, finalmente abandona la sala, Tituba sale <strong>de</strong> su<br />

escondite, pasa muy <strong>de</strong>spacio junto a Maggie, y roza con suavidad la roja cabellera.<br />

Evaporándose luego, en la <strong>de</strong>nsa bruma color ver<strong>de</strong> que caracteriza su presencia<br />

sobrenatural.<br />

Abajo, en una especie <strong>de</strong> cónclave, Arthur, Dorothy, Martha, Robert y Alice, se<br />

hallan reunidos en la sala <strong>de</strong> estar, asidos por las manos y musitando invocaciones<br />

<strong>de</strong> modo inaudible para oídos humanos.<br />

Una figura casi invisible, <strong>de</strong> pie junto a la siempre imperturbable presencia <strong>de</strong><br />

George, en el piso superior, les vigila atentamente. Muy pronto son dos y con la<br />

llegada <strong>de</strong> Tituba, tres. Estos, <strong>de</strong> igual modo, se toman <strong>de</strong> las manos, dando inicio a<br />

sus propias impetraciones, también ininteligibles. Escasos minutos <strong>de</strong>spués, Richard<br />

se les une, completando el círculo ritual y encabezándolo.<br />

Ambos grupos semejan coexistir en planos diferentes, aunque paralelos.<br />

Ninguno se asimila consciente <strong>de</strong> la presencia <strong>de</strong>l otro. Sus voces comienzan a<br />

elevarse, articulando lenguas muertas.<br />

Lentamente, Dorothy se yergue en toda su estampa y dirige sus pasos hacia la


escalera, como percibiéndolos. Entonces, Maggie aparece <strong>de</strong> improviso y,<br />

<strong>de</strong>scendiendo las escaleras, la enfrenta en silencio. Sus miradas se equiparan<br />

<strong>de</strong>safiantes, mientras lanzan centellas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las órbitas.<br />

Súbitamente, todos y cada uno <strong>de</strong> los cristales en las ventanas, estallan en mil<br />

pedazos, presas <strong>de</strong> una implosión sin prece<strong>de</strong>ntes.<br />

Des<strong>de</strong> las grietas que surcan las oscuras pare<strong>de</strong>s, cual si hubiese estado<br />

aguardando contenida durante siglos, comienza a fluir toda la sangre <strong>de</strong>rramada<br />

entre esos muros, a manos <strong>de</strong> aquellos seres infernales. Los can<strong>de</strong>labros se apagan,<br />

víctimas <strong>de</strong>l viento que penetra incontenible. Los objetos comienzan a volar,<br />

violentamente arrojados <strong>de</strong> un lado a otro por fuerzas <strong>de</strong>sconocidas.<br />

Una columna <strong>de</strong> nativos africanos emerge amenazante <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las sombras,<br />

hasta el preciso instante en que la primera y disimulada figura en el primer piso,<br />

extrae <strong>de</strong> su túnica una daga con el mango tallado en hueso humano y, blandiéndola<br />

sobre su cabeza, permite que la hoja resplan<strong>de</strong>ciente reciba el impacto <strong>de</strong> una<br />

<strong>de</strong>scarga eléctrica.<br />

Todo se <strong>de</strong>tiene, incluso el tiempo. Las siluetas retroce<strong>de</strong>n simultáneamente<br />

y, el grupo que acompaña a Richard, se <strong>de</strong>svanece, <strong>de</strong>jando aturdidos a sus<br />

oponentes <strong>de</strong> la planta baja.<br />

La contienda ha dado inicio.


CAPITULO 19<br />

La confrontación<br />

Inmediatamente al sobrenatural suceso <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nado en los pisos inferiores,<br />

quienes habían optado por respaldar a Richard se materializaron <strong>de</strong> modo<br />

espontáneo, en el interior <strong>de</strong> la sala circular.<br />

El misterioso encapuchado <strong>de</strong> la daga, quien tuviera tan prepon<strong>de</strong>rante<br />

participación en el caso, se quita la capa que le mantiene oculto, <strong>de</strong>jando a la vista<br />

su verda<strong>de</strong>ra i<strong>de</strong>ntidad.<br />

Un Timothy Graham, envejecido por el sufrimiento y las rudas circunstancias<br />

que le tocaron vivir, se revela ante ellos. Aparenta tener la misma edad que al<br />

<strong>de</strong>saparecer, mas su porte se halla notablemente signado por el agobio, esbozando<br />

un duro e inescrutable semblante.<br />

Toma asiento sobre un diván cercano al lugar don<strong>de</strong> se encuentra George, su<br />

padre, quien también ha aparecido allí, oteando el bosque a través <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los<br />

gran<strong>de</strong>s ventanales. Mirándose a los ojos, esgrimen un gesto mudo pero compasivo<br />

para con el otro y, precipitándose en un repentino abrazo, ponen fin a todos aquellos<br />

años <strong>de</strong> heridas mutuamente infligidas. Separaciones, resentimientos, olvidos y<br />

afrentas quedan atrás.<br />

Tituba permanece inmóvil, en un rincón distante <strong>de</strong> la estancia, observando<br />

silenciosa, como si temiera ser rechazada por los <strong>de</strong>más.<br />

Maggie se acuesta sobre los cojines dispersos en la alfombra, sumergiéndose<br />

en sus pensamientos, rememorando el momento vivido con el hombre que ama,<br />

mientras se acaricia el vientre. Razón <strong>de</strong> muchos avatares, peligros e interrogantes<br />

presentes y veni<strong>de</strong>ros.<br />

John se ubica próximo a ella, solícito a confortarla. Richard sigue <strong>de</strong> pie frente<br />

a la puerta <strong>de</strong> entrada, con la mirada fija sobre la placa <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, pero avizorando<br />

aún más allá, como a la espera <strong>de</strong> algo o alguien más.<br />

Inevitablemente, los ojos <strong>de</strong>l joven se inundan <strong>de</strong> lágrimas que nadie llega a<br />

ver. Una ausencia se le ha hecho carne, junto al recóndito <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> ver aparecer<br />

aquello que echa en falta. Sin siquiera mencionarlo, encierra al díscolo muchacho<br />

<strong>de</strong> cabello alborotado que un día fuera, muy <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sí.<br />

Lucen fatigados todos. Se mi<strong>de</strong>n unos a otros durante algunos minutos y, sin<br />

pronunciar palabra, se a<strong>de</strong>ntran en lo más hondo <strong>de</strong> la propia oscuridad, buscando<br />

una calma que hoy, como nunca, les es precisa. Requieren renovar sus fuerzas, ahora<br />

que el Clan se ha dividido total e irreversiblemente, en dos, confrontándose.<br />

Sin duda, padre e hijo tendrían mucho <strong>de</strong> qué hablar, mas no es esta noche el<br />

mejor momento. Cada uno repasa, una y otra vez, su intervención personal<br />

intrínseca a este nudo existencial, con <strong>de</strong>stinos férreamente entrelazados.<br />

Con toda certeza, es ese el mancomunado y último pensamiento que mero<strong>de</strong>a<br />

sus mentes, antes <strong>de</strong> abstraerse en el letargo; cada cual, navegando en su plano<br />

interno, sopesando armas, ritos, conjuros, todo cuanto fuera pertinente usar frente<br />

a la contienda que se avecina. De cara ante sus dudas, resisten miedos,<br />

<strong>de</strong>smembrando incertidumbres.<br />

Tim no cierra los ojos hasta mucho <strong>de</strong>spués que el resto. Nadie tiene una justa<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> lo acaecido en su vida. Sin embargo, él no conseguiría olvidarlo nunca, jamás.


Durante años y, tras librarse <strong>de</strong>l secuestro <strong>de</strong> la Con<strong>de</strong>sa, Timothy se había<br />

refugiado entre los indios chamanes pertenecientes a la misma tribu <strong>de</strong> la que Tituba<br />

era nativa. Estos le hallaron <strong>de</strong>sorientado y malherido, vagando entre los bosques<br />

lindantes a Salem. Piadosamente resuelven protegerlo, manteniéndolo escondido<br />

hasta que alcanzara su completa recuperación. Había sido tanto y tan grave lo que<br />

pa<strong>de</strong>ciera, que dicho proceso tardó años en concretarse.<br />

Los indígenas, mejor que nadie, comprendían la <strong>de</strong>soladora situación <strong>de</strong>l<br />

joven, ya que, como él, fueron víctimas recurrentes e in<strong>de</strong>fensas <strong>de</strong> la intolerancia<br />

<strong>de</strong>spótica e irracional, usualmente, ejercida por el hombre blanco; especialmente en<br />

lo que atañe al fanatismo religioso <strong>de</strong> la Congregación Puritana.<br />

Fue el propio padre <strong>de</strong> Tituba, cacique <strong>de</strong> ese pueblo, quien tomó personal<br />

interés en el rebel<strong>de</strong>. Asimilando que éste se hallaba cautivo <strong>de</strong>l odio y el<br />

resentimiento para con su propia gente, <strong>de</strong>cidió iniciarlo en la práctica <strong>de</strong> artes<br />

mágicas, intrínsecamente naturales en aquella casta <strong>de</strong> ascen<strong>de</strong>ncia Akánica.<br />

La meta <strong>de</strong>l anciano chamán nunca fue subjetiva; es más, durante un tiempo<br />

se negó a instruirlo en ellas. Pero, avizorando la magnitud <strong>de</strong>l riesgo que el<br />

muchacho correría en el futuro, así como estaba, perseguido y repudiado,<br />

finalmente accedió hacerlo.<br />

El afecto que el Jefe indio sentía por él era semejante al que se tiene por un<br />

hijo. Por otro lado, también era secretamente consciente <strong>de</strong> la relación que, <strong>de</strong> algún<br />

modo, unía al joven con su hija perdida. Determinando por ello, que era razonable<br />

conferirle la preparación que <strong>de</strong>mandaría, llegado el momento <strong>de</strong> enfrentarse con el<br />

<strong>de</strong>signio al que estaba ineludiblemente atado.<br />

Algo que su pueblo, no había conseguido nunca.<br />

Antes <strong>de</strong> que Timothy abandonara sus tierras, el Chamán forjó para él la daga<br />

que hoy mismo porta. Cuando lo hizo, también la invistió con mágicos atributos, a<br />

fin <strong>de</strong> que estos pudieran servirle como <strong>de</strong>fensa, mucho más allá <strong>de</strong> lo humanamente<br />

conocido. A<strong>de</strong>más, se ocupó <strong>de</strong> adiestrarle en la tarea <strong>de</strong> localizar el lugar y<br />

momento exacto en que esta <strong>de</strong>bía ser utilizada. El Cacique indio había conseguido<br />

ver entonces lo que hoy está pronto a suce<strong>de</strong>r.<br />

Sin embargo, <strong>de</strong>sdichado y sórdido el <strong>de</strong>stino, quiso que el sabio anciano<br />

pereciera masacrado junto a la mayor parte <strong>de</strong> su pueblo, tras <strong>de</strong>spedir a su pupilo,<br />

nuevamente a manos <strong>de</strong> esos beligerantes <strong>de</strong>votos que les hostigaran <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />

diera inicio la colonización en el continente. Durante otra <strong>de</strong> esas cacerías estúpidas,<br />

bregando por exterminar a los «no creyentes» <strong>de</strong> Nueva Inglaterra, un territorio que<br />

nunca les fue propio a los colonos. A través <strong>de</strong> esta última y salvaje incursión<br />

«catequizadora», dieron casi fin al ancestral linaje, <strong>de</strong>l que solo Tituba quedaba con<br />

vida.<br />

Lamentablemente, esta ya había mancillado, con traición y sangre, la memoria<br />

<strong>de</strong> sus antepasados.<br />

Describir en <strong>de</strong>talle todo el <strong>de</strong>rrotero existencial <strong>de</strong> Timothy Graham, sería<br />

aún más largo <strong>de</strong> enunciar. Tanto y tan <strong>de</strong>scabellado ha sido el dolor que <strong>de</strong>bió<br />

experimentar, en más <strong>de</strong> una oportunidad, que el hombre que un día fuera,<br />

<strong>de</strong>sapareció <strong>de</strong> la cruz a la flecha. Demasiada manipulación, innumerables mentiras.<br />

Un constante rodar víctima involuntaria <strong>de</strong> oscuras influencias.<br />

No obstante, se <strong>de</strong>staca en su vida una circunstancia trascen<strong>de</strong>ntal,<br />

constituyéndose quizá, en hito divisor entre el «antes» y el «<strong>de</strong>spués». Un <strong>de</strong>tonante


que acabó <strong>de</strong> quebrantar su espíritu, impeliéndolo hacia la metamorfosis <strong>de</strong> la que<br />

hoy somos testigos. Sucedió poco antes <strong>de</strong>l secuestro, la noche previa a su <strong>de</strong>sarraigo<br />

final <strong>de</strong> Salem.<br />

William Mathers, quien durante la infancia y, junto a Dorothy y Jonás, fuera<br />

uno <strong>de</strong> sus amigos más cercanos, se había instituido como Ministro <strong>de</strong> la<br />

Congregación Puritana; presionado por una absurda e hipócrita tradición familiar.<br />

No mucho <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> or<strong>de</strong>narse y retornar a su ciudad natal, este se enamoró<br />

perdidamente <strong>de</strong> la hija mayor <strong>de</strong>l Prefecto McConroy, Maggie. Dado que dicho<br />

sentir fue plenamente correspondido por la joven, tras obtener anuencia paterna,<br />

ambos se comprometieron en matrimonio. El cual se celebró escasos meses más<br />

tar<strong>de</strong>.<br />

Pero la oscura fatalidad se interpuso en el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> la pareja, estipulando que<br />

William fuera cobar<strong>de</strong>mente asesinado, la noche misma <strong>de</strong> la tan ansiada boda. Sin<br />

embargo, previo a la tragedia, ambos amigos se aliaron con un fin común. Muy a<br />

pesar <strong>de</strong> sus diferencias religiosas, tanto Tim como Will convergían sobre un punto<br />

en particular: los dos procuraban librar al pueblo <strong>de</strong> la indiscriminada cacería <strong>de</strong><br />

brujas, que día a día, cobraba una gran cantidad <strong>de</strong> víctimas, la mayoría<br />

completamente inocentes. Juntos también, pretendían salvaguardar a Maggie <strong>de</strong> la<br />

maléfica influencia que la Con<strong>de</strong>sa Drumond había comenzado a ejercer sobre ella.<br />

Sin embargo y a pesar <strong>de</strong> todo el mancomunado esfuerzo, nada resultó como<br />

esperaban. Aquella <strong>de</strong>safortunada noche <strong>de</strong> la boda, Tim se vio obligado a presenciar<br />

cómo William, su mejor amigo, moría entre sus brazos.<br />

Mientras agonizaba, el joven Ministro rogó por Maggie. Tim sabía lo que esto<br />

significaba y <strong>de</strong>bió prometerle, antes <strong>de</strong> que exhalara su último suspiro, que<br />

resguardaría con su vida el alma <strong>de</strong> la muchacha. Protegiéndola <strong>de</strong> los negros<br />

propósitos que ensombrecían su <strong>de</strong>stino.<br />

Tal vez <strong>de</strong>bido a esa circunstancia clave y <strong>de</strong>terminante, es que hoy se<br />

encuentra aquí y <strong>de</strong> este modo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> liberar sobre sí el odio y el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />

revancha acumulados durante años, no solo por la muerte <strong>de</strong> su amigo sino por todo<br />

lo que <strong>de</strong>bió soportar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> pequeño. A<strong>de</strong>más, y especialmente, porque el maldito<br />

y oscuro ente que habita recipientes escogidos entre la propia <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia tuvo la<br />

osadía <strong>de</strong> arrebatarle a la bella e inocente Maggie, toda posibilidad <strong>de</strong> ser feliz, o tan<br />

siquiera discernir libremente entre el bien y el mal.<br />

Definitivamente, Timothy se halla <strong>de</strong>terminado a cumplir con la promesa que<br />

le hiciera a William antes <strong>de</strong> morir. No obstante, hoy, aquí en la casa y tan cercano<br />

a su propósito, contempla el vientre <strong>de</strong> la joven preguntándose cómo podría<br />

lograrlo. ¡¿Cómo lo haría?! Si precisamente es ella quien gesta a la próxima consorte<br />

<strong>de</strong>l Maligno.<br />

Le tortura la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que, si <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> acabar con la vida <strong>de</strong> esta futura <strong>de</strong>idad<br />

siniestra, antes <strong>de</strong> su renacimiento, arrasará también con la escasa bondad que aún<br />

persiste habitando el corazón <strong>de</strong> Maggie, <strong>de</strong>vastándola. Pero <strong>de</strong> no hacerlo, pondría<br />

en riesgo el futuro <strong>de</strong> la humanidad tal y como la conocemos.<br />

Tim no atina una respuesta.<br />

En mitad <strong>de</strong> la noche y con la luna resplan<strong>de</strong>ciendo sobre el vitral <strong>de</strong> la cúpula,<br />

Richard <strong>de</strong>spierta sofocado por una agitación sin límites. Tiene claro que <strong>de</strong>be hacer<br />

algo, aun cuando no está seguro qué. Siente la imperiosa necesidad <strong>de</strong> acudir en<br />

respuesta <strong>de</strong> un llamado, algún tipo <strong>de</strong> suceso primordial e ineludible.<br />

Incorporándose rápida y silenciosamente, se escabulle a través <strong>de</strong> la habitación


contigua, siguiendo el pasadizo que había utilizado John para salir <strong>de</strong> allí sin ser<br />

visto, durante la tar<strong>de</strong>.<br />

Penetra al interior <strong>de</strong> un mohoso corredor estilo gótico, lúgubre y abandonado.<br />

Hacia ambos lados y, durante todo el trayecto <strong>de</strong>l mismo, se sitúan numerosas celdas<br />

y mazmorras, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las cuales pue<strong>de</strong>n divisarse restos <strong>de</strong> lo que evi<strong>de</strong>ntemente<br />

un día fueran cuerpos humanos.<br />

Camina durante largo tiempo. De improviso, tropieza y cae en una especie <strong>de</strong><br />

pozo que no ha notado en su andar. Este aparenta no tener fin, ya que la caída se<br />

prolonga interminable, precipitándolo hacia la nada. Ya consi<strong>de</strong>rablemente<br />

alarmado, cree atisbar una tenue luz que proviene <strong>de</strong> abajo. Richard procura centrar<br />

sus energías y, compenetrándose con ellas, cierra los ojos.<br />

Entonces, toca fondo. Cúmulos <strong>de</strong> arena y tierra removida atenúan el golpe;<br />

<strong>de</strong>scontando por supuesto, su estrategia y lo fuerte que se ha vuelto en el último<br />

período. Escupiendo polvo y cenizas dispersas en el suelo, se pone <strong>de</strong> pie en lo que<br />

parece ser una amplia caverna subterránea, débilmente iluminada por antorchas.<br />

Avanzando con toda precaución, distingue un altar edificado en piedra, junto a<br />

diversos tótems, esculturas y utensilios <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>sconocida e<br />

indiscutiblemente mística.<br />

Algo en aquel sitio le resulta estremecedoramente familiar, aunque no logra<br />

<strong>de</strong>terminar certeramente <strong>de</strong> dón<strong>de</strong>, qué o cómo. Continúa dirigiéndose hacia el<br />

rústico altar y, una vez frente al mismo, imágenes fugaces, en forma <strong>de</strong> recuerdos,<br />

acu<strong>de</strong>n a su mente. Trae a su memoria las visiones obtenidas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la atribulada<br />

mente <strong>de</strong> Maggie el pasado día. Pue<strong>de</strong> entonces reconocer las figuras, también los<br />

gran<strong>de</strong>s cuencos <strong>de</strong>stinados a recibir la sangre vertida por las víctimas. A<strong>de</strong>más,<br />

<strong>de</strong>scubre la presencia <strong>de</strong> una serie <strong>de</strong> réplicas exactas a las extravagantes y hasta<br />

grotescas, efigies que ostentan las estanterías empotradas <strong>de</strong> la sala circular.<br />

Intenta posar los <strong>de</strong>dos sobre la superficie manchada con sangre <strong>de</strong>l altar. Al<br />

hacerlo, las antorchas chisporrotean enar<strong>de</strong>cidas y una <strong>de</strong>scarga eléctrica ascien<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> su mano, trepando por el brazo e intentando abarcar la totalidad <strong>de</strong> su cuerpo.<br />

Recurriendo entonces el máximo <strong>de</strong> su fuerza, consigue retirarla abruptamente,<br />

<strong>de</strong>splazándose unos pasos hacia atrás.<br />

Observa su mano, suponiendo encontrarla herida por las quemaduras, mas lo<br />

único que en ella ve es sangre, fresca, roja y abundante. Sorprendido, vuelve a<br />

retroce<strong>de</strong>r y, con la otra mano libre, busca aferrarse al amuleto que lleva escondido.<br />

Entonces, advierte que en la misma sostiene una daga <strong>de</strong> plata grabada con extraños<br />

jeroglíficos. No recuerda haberla tomado, ni antes ni <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la caída, ni siquiera<br />

haberla visto con anterioridad. Separa sus <strong>de</strong>dos con la intención <strong>de</strong> soltarla, pero<br />

esta se <strong>de</strong>svanece antes <strong>de</strong> tocar el suelo e inconcebiblemente, retorna hacia su<br />

mano cual si formara parte <strong>de</strong> su cuerpo.<br />

Tiene agitado el pecho. Después <strong>de</strong> un tiempo, vuelve a sentir los efluvios <strong>de</strong>l<br />

miedo acechando su cordura. ¡No! Esto <strong>de</strong>be ser una artimaña más <strong>de</strong>l Amo, para<br />

<strong>de</strong>rrotarle, estando oportunamente solo. Gira sobre sí mismo, alentando la<br />

esperanza <strong>de</strong> divisar el sitio don<strong>de</strong> había caído. La sorpresa lo embarga cuando nota<br />

una doble fila <strong>de</strong> tétricos nativos cercándole por la espalda, <strong>de</strong>notando una mirada<br />

dura, impiadosa e inhumana. Aun cuando se mantienen inmóviles, estos engendros<br />

dan la impresión <strong>de</strong> estar cada vez más próximos.<br />

Alterado, Richard comienza a escrutar en <strong>de</strong>rredor, buscando una salida o, al<br />

menos, don<strong>de</strong> refugiarse. En ese momento lo avista. A su <strong>de</strong>recha se erige una


especie <strong>de</strong> socavón anexo, en cuyo centro se alza el mismo tótem, en don<strong>de</strong><br />

advirtiera, <strong>de</strong> acuerdo a sus visiones, a Maggie inmovilizada y <strong>de</strong>sangrándose a<br />

manos <strong>de</strong> Dorothy. Un poco más allá, predomina un espacio revestido en la<br />

transparencia <strong>de</strong> velos y <strong>de</strong>lgadas telas, irradiado en su interior por un millar <strong>de</strong><br />

velas, estratégicamente dispuestas alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> un antiquísimo y opulento… féretro.<br />

Impulsado por un coraje que no sospechó poseer, llega hasta allí. Despeja los<br />

velos y, al colocar un pie <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> aquel sitio en particular, los nativos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> él<br />

comienzan a golpear rítmicamente sus lanzas contra el suelo, profiriendo aullidos<br />

tribales que consiguen ensor<strong>de</strong>cerlo.<br />

Ráfagas <strong>de</strong> viento inusitado provocan, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la caverna, lo que podría<br />

<strong>de</strong>finirse como una tormenta <strong>de</strong> arena. Bramidos infrahumanos, susurros<br />

incoherentes, clamor <strong>de</strong> suplicas en lenguaje <strong>de</strong>sconocido, señorean posesivos todo<br />

el lugar, convirtiéndolo en un pan<strong>de</strong>mónium confuso e in<strong>de</strong>scriptible. Richard ni<br />

siquiera tiene tiempo para valerse <strong>de</strong> sus recientes aptitu<strong>de</strong>s sobrenaturales, ni<br />

acierta pensar en su novel y umbría investidura. Simplemente, se <strong>de</strong>rrumba <strong>de</strong><br />

rodillas, cubriéndose los oídos y ahogándose con arena.<br />

Al momento, un fuerte brazo le sujeta por el cuello <strong>de</strong> su camisa y lo alza<br />

enérgico, arrojándolo bastante lejos <strong>de</strong> aquel siniestro ataúd. Conjeturando que se<br />

trata <strong>de</strong> Arthur, Richard blan<strong>de</strong> la daga en contra <strong>de</strong>l sujeto, pero el continuo<br />

<strong>de</strong>splazamiento <strong>de</strong> arena en el aire entorpece su visión. Aun así, percibe el impacto,<br />

por lo que <strong>de</strong>duce haberle atinado, más no dón<strong>de</strong>, ni si con ello conseguirá librarse<br />

<strong>de</strong> su oponente.<br />

En medio <strong>de</strong> toda esta ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> aterradores imprevistos, repara que alguien<br />

le sacu<strong>de</strong> vehemente, mientras grita su nombre.<br />

―¡Richard! ¡Richard! ¡Abre los ojos y mírame! ¡Suelta la daga, Richard!<br />

¡Suéltala! ¡Debes concentrarte o uno <strong>de</strong> los dos morirá!<br />

Richard no ceja, luchando por <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse. Su contrincante, poseedor <strong>de</strong> una<br />

fuerza inusual, logra elevarlo por sobre su cabeza y lo lanza violentamente sobre el<br />

altar <strong>de</strong> piedra, para inmediatamente asirlo por el cuello con firmeza asfixiante.<br />

Al caer sobre el altar, los ensor<strong>de</strong>cedores gritos se extinguen, transformándose<br />

en algo semejante a exhalaciones <strong>de</strong> placer. Entonces, Richard abre los ojos. Lo<br />

primero que ve es el semblante tenso y <strong>de</strong>sencajado <strong>de</strong> Timothy, quien empuña la<br />

propia daga contra su pecho, cual si estuviera a segundos <strong>de</strong> apuñalarle con ella.<br />

Un coro <strong>de</strong> exhortaciones y clamores en dialecto tribal, propen<strong>de</strong>n estimular a<br />

Timothy para que culmine el acto <strong>de</strong> sacrificio que emula ejecutar. En ese preciso<br />

instante, los ojos <strong>de</strong> Richard adquieren el color <strong>de</strong>l fuego y, con solo una mirada,<br />

expulsa a Tim tan lejos, que luego le es difícil divisarlo.<br />

Aun notablemente turbado, se incorpora sobre el altar y mira en <strong>de</strong>rredor.<br />

Luce diferente, los ojos íntegramente rojos, la fiereza <strong>de</strong> su estampa proyecta un<br />

aura oscura y carmesí, al mismo tiempo. Ante esta conversión, los nativos<br />

enmu<strong>de</strong>cen y se arrodillan frente a él.<br />

―¡Nooooooo! ―El grito se escucha distante.<br />

Richard baja <strong>de</strong>l altar, acercándose hacia la columna <strong>de</strong> inesperados súbditos<br />

azorados. Una sensación <strong>de</strong> enervada omnipotencia encarna en él, <strong>de</strong>sasiéndolo <strong>de</strong><br />

los cánones que rigen su voluntad humana. Poco <strong>de</strong>spués, una veintena <strong>de</strong> cuerpos<br />

color ébano se <strong>de</strong>sploman, uno a uno, cercenados sobre la tierra ensangrentada. En


los escasos minutos que le toma llevar a cabo la matanza, Richard únicamente oye<br />

la voz <strong>de</strong> Tim, que le grita insistente y sin po<strong>de</strong>r alcanzarlo a tiempo.<br />

―¡Richard, no! ¡Nooooooo!<br />

Demasiado tar<strong>de</strong>...<br />

Cuando finalmente Timothy llega hasta él, Richard, convulsionado por la<br />

frenética y mortífera faena, completamente bañado en sangre, permanece <strong>de</strong> pie,<br />

abyecto. Observa a los cadáveres <strong>de</strong>shacerse en polvo, sin <strong>de</strong>jar ni siquiera huesos<br />

como rastro.<br />

Ha <strong>de</strong>smembrado al siniestro séquito tribal <strong>de</strong> Arthur. «Un problema menos»,<br />

piensa inusitadamente.<br />

Tim se aproxima, lento y abatido. Él, por sobre todas las cosas, se consi<strong>de</strong>raba<br />

pre<strong>de</strong>stinado a perpetrar, sin mella, ese tipo <strong>de</strong> tarea. Uno <strong>de</strong> sus principales<br />

objetivos <strong>de</strong> acudir a la casa, había sido mantener a Richard excluido <strong>de</strong> toda acción<br />

violenta, que pudiera conllevar al <strong>de</strong>rramamiento <strong>de</strong> sangre alguna. Aun cuando, la<br />

misma procediera <strong>de</strong> una secta <strong>de</strong> espectros infernales.<br />

Indudablemente, Tim ha subestimado la potestad e investidura <strong>de</strong>l Anticristo,<br />

habitando al joven. Este, por su propio medio y conectado a su inconsciente,<br />

encontró el modo <strong>de</strong> llegar hacia el lugar que tantos años le ha llevado a él mismo<br />

<strong>de</strong>scubrir: El secreto recinto don<strong>de</strong> se efectúan los rituales <strong>de</strong>l Clan. Y, lo que es <strong>de</strong><br />

mayor trascen<strong>de</strong>ncia, el sarcófago <strong>de</strong> Lilith, don<strong>de</strong> reposa su cuerpo original.<br />

En don<strong>de</strong> quiera que estuviese el espíritu <strong>de</strong> la Devoradora <strong>de</strong> Almas vagando,<br />

certeramente hallaría el modo <strong>de</strong> hacérselo saber al Maléfico y a sus miles <strong>de</strong> clérigos<br />

satánicos. Los que, sin dudarlo por instante alguno, vendrían por ellos, sedientos <strong>de</strong><br />

venganza.<br />

¿Os preguntáis por qué? Pues porque <strong>de</strong>struyendo el cuerpo que yace <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> ese féretro antes <strong>de</strong> que su dueña reencarne, su espíritu se <strong>de</strong>satará errante,<br />

imposibilitado <strong>de</strong> llegar a tiempo para el instante <strong>de</strong> La Consagración. Macabra y<br />

por eones esperada ceremonia, tras la cual, el Infierno asumiría el control en la tierra<br />

y todo lo que sobre ella aun prevaleciera.<br />

Timothy arriba <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong> para preservar incólume la fase inocente en la<br />

humanidad <strong>de</strong> Richard. Sus manos ya se han cubierto <strong>de</strong> sangre y su alma <strong>de</strong> muerte,<br />

<strong>de</strong>spertando el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l mal <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sí. Ahora, solo resta intentar mantenerlo<br />

bajo control, protegiéndolo <strong>de</strong> sí mismo. Como así también a todos, <strong>de</strong> él.


CAPÍTULO 20<br />

La Consagración<br />

Cual si se abrieran los pórticos <strong>de</strong>l mismo infierno, <strong>de</strong> par en par lo hacen las<br />

tres puertas <strong>de</strong>l semicírculo en la sala bajo la cúpula vitral. Huracanado el viento<br />

arrasa con las cortinas, los cojines, <strong>de</strong>sparramando esculturas, óleos y todo tipo <strong>de</strong><br />

objetos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l lugar.<br />

Extenuado, Timothy ingresa intempestivamente por una <strong>de</strong> ellas, cargando a<br />

Richard <strong>de</strong>svanecido sobre uno <strong>de</strong> sus hombros. Ambos cubiertos <strong>de</strong> polvo, arena,<br />

moho y sangre. Una vez se precipitan <strong>de</strong>ntro, <strong>de</strong>ja caer el cuerpo inconsciente <strong>de</strong>l<br />

joven sobre el diván más próximo. Tanto Maggie como Tituba gritan suponiéndolo<br />

muerto y, corriendo hacia él, comienzan a zaran<strong>de</strong>arlo mientras interpelan a Tim,<br />

quien apenas si sostiene su propio aliento.<br />

A medida que el viento se amansa, todos ro<strong>de</strong>an a los dos hombres y las tres<br />

puertas se cierran simultáneamente con estrépito. Haciéndose así la calma <strong>de</strong>finitiva<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la habitación.<br />

―Está vivo —logra <strong>de</strong>cir Tim, antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>smoronarse rendido sobre el piso.<br />

Maggie llora histérica. John acu<strong>de</strong> veloz hacia el inconsciente, seleccionando<br />

<strong>de</strong> su propia alforja algunos amuletos con fines esotéricos. La mestiza se incorpora<br />

y camina hacia Tim, que aún no recupera la respiración. Se queda un instante<br />

estática frente a él y, luego, inesperadamente, se arroja sobre su pecho sollozando,<br />

implorándole perdón.<br />

Timothy ro<strong>de</strong>a compasivo con uno <strong>de</strong> sus brazos a la mujer que, en su<br />

momento, tanto daño ocasionara en su vida.<br />

—No pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>tenerlo... No pu<strong>de</strong>... La Consagración es ahora inevitable ―dice<br />

triste y agobiado<br />

En ese punto, los que allí se encuentran, notan asombrados, cómo el inválido<br />

y usualmente silente George, se coloca <strong>de</strong> pie, por entero erguido, observando con<br />

insistencia un punto fijo más allá <strong>de</strong> la vista <strong>de</strong> todos. Siguiendo el trayecto <strong>de</strong> su<br />

mirada, el grupo <strong>de</strong>scubre al final <strong>de</strong> la misma, los ojos <strong>de</strong> Richard, muy abiertos,<br />

contemplándolo <strong>de</strong> igual manera. Sobre sus labios se dibuja, tenue y siniestra, una<br />

mueca <strong>de</strong> grata satisfacción. Cual si hubiese estado involucrado en la repentina<br />

recuperación <strong>de</strong>l hombre.<br />

Su puño aun sujeta férreo la daga con la que sesgara el hálito infausto <strong>de</strong> una<br />

veintena <strong>de</strong> nativos eternizados, y con el alma vendida al Señor <strong>de</strong> los Infiernos.<br />

Cuando el alba surca la transparencia multicolor <strong>de</strong> la cúpula sobre sus<br />

cabezas, Richard torna a cerrar sus párpados. Igual a un casto niño, se agazapa tras<br />

la profundidad <strong>de</strong> un sueño <strong>de</strong>sconocido por todos, excepto para la oscuridad que<br />

ha nacido en su interior.<br />

Tituba limpia la herida que la daga causara en el abdomen <strong>de</strong> Timothy. No es<br />

muy profunda, pero aun así, mana <strong>de</strong> ella una gran cantidad <strong>de</strong> sangre, resistiendo<br />

toda maniobra para <strong>de</strong>tener el continuo flujo.<br />

―No será fácil <strong>de</strong> sanar. Ha sido abierta por la daga <strong>de</strong> plata, la que reposaba<br />

su sueño inerte en los confines <strong>de</strong>l universo y, que ahora, encontró finalmente a su


dueño ―comenta Tim, apuntando sutilmente a Richard con la vista.<br />

Al escuchar estas palabras, John resuelve acudir en ayuda <strong>de</strong> la bruja.<br />

―Yo puedo aliviar parte <strong>de</strong> su daño. Esa daga fue forjada y sellada entre los<br />

primeros <strong>de</strong> mi estirpe. Por tanto estoy parcialmente familiarizado con su<br />

hechizo. ―Hace una pausa―. Mas no puedo controlar y mucho menos impedir lo<br />

que pudiese provocar en el futuro. Se trata <strong>de</strong> un arma en extremo peligrosa,<br />

especialmente ahora que al fin halló su puño —dice, mientras se reclina sobre<br />

Timothy, mirando <strong>de</strong> soslayo a Richard.<br />

El día transcurre entre miedos, angustias e incógnitas, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la estancia.<br />

En los pisos inferiores, espantos sepulcrales e indómitos se agitan en diversas<br />

diatribas. Sombras danzan entre luces y fantasmas <strong>de</strong>l pasado. Susurros musitados<br />

entre muros reverberan, rebotando sobre cuerpos corruptos y antinaturales,<br />

sacristanes <strong>de</strong>l Clan <strong>de</strong>l Rito. Cada uno <strong>de</strong> los seguidores <strong>de</strong>l Amo se aboca a la tarea<br />

que le fuera asignada, respecto a los preparativos para la Ceremonia más importante<br />

<strong>de</strong> su Dogma: La Ascensión <strong>de</strong>l Elegido.<br />

Todos son perfectamente conscientes <strong>de</strong> que el Anticristo, finalmente, se ha<br />

manifestado, atravesando triunfal y concluyente, las tinieblas <strong>de</strong> una voluntad<br />

vencida. Sin embargo, intuyen a<strong>de</strong>más el peligro que sus contendientes<br />

representan, en caso <strong>de</strong> triunfar la bondad <strong>de</strong>l alma sobre la fuerza amanecida <strong>de</strong> las<br />

sombras.<br />

Alice persiste inmóvil, sumida en sus pensamientos, oteando el bosque a través<br />

<strong>de</strong> la ventana, en el pequeño cuarto don<strong>de</strong> creciera Robert. A su espalda, la<br />

mecedora se inmortaliza mustia y cubierta por el polvo, como un símbolo mágico<br />

<strong>de</strong> la presencia <strong>de</strong>l mal, gestado en las tinieblas y ejecutado en la Casona. Hoy, ella<br />

se juzga una más entre el conjunto, una ficha, un engranaje necesario para el <strong>de</strong>venir<br />

<strong>de</strong> nuevos tiempos. Y es ahora, cuando interpreta crudamente la realidad sobre su<br />

origen y lo que ha sido capaz <strong>de</strong> hacer, sometida e inocente, por el <strong>de</strong>sconocimiento.<br />

Robert, su amado y por años perdido esposo, es también su hermano. Tituba,<br />

su verda<strong>de</strong>ra madre. Cuya i<strong>de</strong>ntidad solo le fuera revelada <strong>de</strong> algún modo, en el<br />

momento en que sus manos empuñaron el reloj <strong>de</strong> arena, en contra <strong>de</strong> su propia<br />

sangre: Richard.<br />

Evoca la mañana <strong>de</strong> su arribo a la mansión, cuando al momento <strong>de</strong> ingresar a<br />

la cocina planeando alistar el <strong>de</strong>sayuno <strong>de</strong> su hijo, conoció a Martha, quien <strong>de</strong><br />

inmediato se ocupó <strong>de</strong> iluminarla con los pormenores <strong>de</strong> esa, su trágica verdad<br />

negada. Circunstancias que marcaron no solo su propia existencia, sino también la<br />

<strong>de</strong> aquellos que la ro<strong>de</strong>aban.<br />

Sin embargo dicha concientización a Martha no le resultó sencilla <strong>de</strong> ejecutar,<br />

<strong>de</strong>biendo recurrir a unos <strong>de</strong> sus lúgubres y poco indulgentes conjuros con el fin <strong>de</strong><br />

controlar la voluntad <strong>de</strong> Alice. Los efectos <strong>de</strong>l mismo se prorrogaron hasta el día en<br />

que Arturo, como ella lo había conocido, le sacrificó sin misericordia alguna para<br />

alimentarse <strong>de</strong> ella, aprisionándola entre estos muros y situándola en posición<br />

antagónica con su unigénito… por toda la eternidad.<br />

Confinada en sus habitaciones, Dorothy se revuelve, furiosa, inmersa en un<br />

torbellino emocional. Nadie, tan atormentada como ella misma, cautiva <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

la propia ira. Ha vuelto a ver a Timothy, tras <strong>de</strong> lo parecieran ser varias vidas; pero<br />

siente que es <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>. Los recuerdos <strong>de</strong> su pasada humanidad la abruman<br />

<strong>de</strong>spiadados, vahos surgidos en las sombras abrasan su existencia, sempiternos. ¡Tan<br />

po<strong>de</strong>rosa que había sido un día!, o al menos, eso creía. ¿Y hoy? ¿Quién era? Ya ni


siquiera lo sabe.<br />

Robert <strong>de</strong>ambula inconsistente, tolerando apenas el ansia insatisfecha <strong>de</strong><br />

cruda sangre. Ese fragmento <strong>de</strong> humanidad doliente resiste allí, muy <strong>de</strong>ntro,<br />

oprimido, censurado por la propia e inarticulada impotencia, <strong>de</strong>batiéndose entre<br />

mundos, sin pertenecer a ninguno, ajeno a cualquiera <strong>de</strong> ellos. Su hijo Richard se ha<br />

transformado hoy por hoy, nada menos que un jerarca <strong>de</strong>l mal, y su dominio se<br />

<strong>de</strong>spliega en pleno ascenso.<br />

Distante al resto, Arthur fuera <strong>de</strong> sí, enar<strong>de</strong>cido, exige <strong>de</strong>sagravio en pro <strong>de</strong> sus<br />

acólitos abatidos, liquidados. Sin embargo, no es la cuantiosa pérdida lo en verdad<br />

le exaspera, sino las implicaciones lógicas que <strong>de</strong>rivan <strong>de</strong> tal inci<strong>de</strong>nte. El hecho <strong>de</strong><br />

que quien supuestamente estaba <strong>de</strong>stinado a trocarse en su cetro y here<strong>de</strong>ro, había<br />

reclamado para sí mismo la bravura requerida; nutriendo un <strong>de</strong>monio que hasta hoy<br />

permaneciera aletargado y convirtiéndose en aquello que Arthur más temía.<br />

La duda es la única certeza incrustada en la esencia <strong>de</strong> quienes conforman este<br />

séquito maldito. ¿Cómo <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r el propósito por el cual han batallado, sojuzgado,<br />

sometido, asesinado, totalmente incólumes y <strong>de</strong>spiadados a través <strong>de</strong> tantos siglos?<br />

Ciertamente, la lealtad no es una virtud que se <strong>de</strong>staque entre partícipes <strong>de</strong> la<br />

noche eterna. Mucho menos ahora que se hallan <strong>de</strong>savenidos <strong>de</strong> modo in<strong>de</strong>clinable.<br />

Sembrados los anhelos más oscuros, hoy cosechan traiciones, mezquinda<strong>de</strong>s y<br />

avaricia. Al igual que casi todos, pero eminentemente, las entida<strong>de</strong>s malignas,<br />

rivalizan a cualquier coste en pos <strong>de</strong> la propia supervivencia, en <strong>de</strong>smedro <strong>de</strong> todo<br />

lo pactado o convenido, bajo cualquier circunstancia.<br />

Claro ya es que Richard sumó a sus filas, <strong>de</strong>stacables y antiguos miembros,<br />

fundadores y creyentes <strong>de</strong> los impíos <strong>de</strong>signios que ese Culto Maldito ha enarbolado.<br />

Por tanto, para aquellos que aún persisten junto al Oscuro, esa nueva fuerza<br />

mancomunada a la que hoy <strong>de</strong>ben hacer frente constituye tanto un riesgo, como<br />

también una sórdida alternativa <strong>de</strong> perdurabilidad en la existencia, dividiendo así al<br />

grupo. Debilitándolo.<br />

El momento <strong>de</strong> La Consagración se halla próximo, quizás <strong>de</strong>masiado. La<br />

inesperada aparición <strong>de</strong> Tim causa una honda fractura <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l conjunto <strong>de</strong><br />

arbitrios estipulados. La hierática protección con que ha sido investido en la extinta<br />

tribu <strong>de</strong> Chamanes, encubrió la continuidad <strong>de</strong> su existencia a través <strong>de</strong> todos estos<br />

años. Dotado con la sabiduría elemental para <strong>de</strong>notar los flancos débiles <strong>de</strong>l<br />

cenáculo, cabalmente informado sobre cada elemento relacionado a los rituales más<br />

vedados; lo que les resulta escabrosamente peyorativo es que su meta implicaba<br />

instituirse en Protector <strong>de</strong> la Luz frente a las Sombras y su máximo objetivo: la<br />

aniquilación <strong>de</strong>l Amo y todos sus propósitos. Aun así esta es una empresa en<br />

extremo difícil <strong>de</strong> materializar. Pues implica retar a un ser imbuido con<br />

características divinas y que ha subsistido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio <strong>de</strong> los tiempos.<br />

Sin embargo su tribu, como él les consi<strong>de</strong>raba, siempre confió que Tim nunca<br />

cejaría en su <strong>de</strong>terminación. Hoy su mente cristaliza especulaciones sin cesar,<br />

alternando hechos factibles con aquellos otros que pudiesen conducirlo al fracaso.<br />

Lo que si le queda claro es que no le atacaría <strong>de</strong> forma directa, por el contrario, lo<br />

haría a través <strong>de</strong> «La Eterna». Conjeturando que la consecuencia <strong>de</strong> su accionar<br />

contra uno, repercutiría directamente sobre el otro. A<strong>de</strong>más, ha <strong>de</strong>scubierto el<br />

sacramental recinto don<strong>de</strong> ésta reposa su sueño.<br />

Aunque, en honor a la verdad, no fue el primero en conseguirlo. Momentos<br />

antes, lo había hecho Richard, ya erigido en lí<strong>de</strong>r. No obstante, el resultado se


manifiesta idéntico. La vulnerabilidad <strong>de</strong>l Clan se ve expuesta, tras la violación <strong>de</strong><br />

su secreto más preciado.<br />

Incertidumbre… Desasosiego… De modo concluyente los sacrílegos no cuentan<br />

con más opción que la <strong>de</strong> adoptar una postura.<br />

Paralelamente, también en la sala circular, las expectativas <strong>de</strong> sus habitantes<br />

no distan mucho <strong>de</strong> ser afines. Mientras Timothy se recupera <strong>de</strong> sus heridas, el resto<br />

vacila su confianza en el <strong>de</strong>senlace <strong>de</strong> las circunstancias.<br />

La transformación <strong>de</strong> Richard, aunque no se manifiesta evi<strong>de</strong>nte, es<br />

singularmente conocida por todos. Una cosa es enfrentar la potestad <strong>de</strong>l Diablo,<br />

guiados por un lí<strong>de</strong>r poseedor <strong>de</strong> importantes faculta<strong>de</strong>s heredadas <strong>de</strong> sus ancestros;<br />

otra muy distinta, el que dicho lí<strong>de</strong>r invistiera ineludible un po<strong>de</strong>r tan inaudito y<br />

oscuro como el <strong>de</strong>l Maligno mismo. Instaurándose sin reservas puras, como el tan<br />

temido Anticristo.<br />

John <strong>de</strong>dica gran parte <strong>de</strong> su tiempo en diseñar una serie <strong>de</strong> planos astrales,<br />

con el fin <strong>de</strong> establecer el plazo exacto en que acaecerá el Rito Mayor: «La<br />

Consagración». A su vez, prueba indagar, a través <strong>de</strong> sus fórmulas, si será capaz <strong>de</strong><br />

eximir a su amada Maggie <strong>de</strong> los corolarios <strong>de</strong>l Advenimiento <strong>de</strong> La Eterna. Si bien<br />

revelaron la ubicación <strong>de</strong> su mayor falencia, el sarcófago en la caverna subterránea,<br />

se les presenta abstrusa la probabilidad <strong>de</strong> acce<strong>de</strong>r a ella. El Maldito no escatimará<br />

esfuerzos por escudarla y, ellos, no podían arriesgarse a sufrir pérdidas o <strong>de</strong>sventajas<br />

que les <strong>de</strong>bilitaran.<br />

Maggie sortea en su mente y en el escrutinio <strong>de</strong> los textos, cada contingencia,<br />

cada medio accesible que lograra conferirle una clave para resguardar su simiente<br />

<strong>de</strong> la posesión infernal a la que estaba <strong>de</strong>stinada.<br />

George se <strong>de</strong>splaza, solícito y silente, en procura <strong>de</strong> aten<strong>de</strong>rlos a todos. A pesar<br />

<strong>de</strong>l perenne mutismo, nadie, conocedor <strong>de</strong> las múltiples peripecias por las que<br />

atravesara en el pasado, abrigaría dudas en relación a sus ansias <strong>de</strong> un <strong>de</strong>squite<br />

contra Dorothy y todos sus secuaces.<br />

Tituba suele ausentarse con frecuencia, para recorrer los corredores ocultos,<br />

bifurcándose tras las puertas.<br />

Richard sobrelleva el tiempo abstraído, ostentando pertinaz, esa, su media<br />

sonrisa escalofriante. Ha comenzado a <strong>de</strong>splazar objetos con solo <strong>de</strong>searlo y celebra<br />

a solas, en el cuarto anexo, extrañas e in<strong>de</strong>scifrables liturgias. Al igual que Tituba,<br />

también se escabulle, pero <strong>de</strong> forma sobrehumana, materializándose o<br />

evaporándose a voluntad y siempre con trayectoria <strong>de</strong>sconocida. Sin abandonar ni<br />

por un instante el puñal <strong>de</strong> plata.<br />

Días <strong>de</strong>spués y mientras el ocaso cierne su manto color naranja sobre la<br />

estancia, Maggie profiere un fuerte y <strong>de</strong>sgarrador aullido. Tituba, situada a sus pies,<br />

articula plegarias en lenguas muertas, sumida en profundo estado <strong>de</strong> trance. En<br />

tanto, Richard posa sus manos sobre el abdomen <strong>de</strong> la joven. Ante la escena, John,<br />

sin <strong>de</strong>mostrar sorpresa, contempla con angustia y resignación, el modo en que el<br />

vientre <strong>de</strong> su hija mayor se distien<strong>de</strong> extraordinaria y antinaturalmente en cuestión<br />

<strong>de</strong> minutos, lo que habría <strong>de</strong> haberle llevado meses.<br />

Cuando los gritos <strong>de</strong> dolor cesan, la muchacha luce un embarazo casi a<br />

término. Luego, se <strong>de</strong>smaya paralelamente con la mestiza que se <strong>de</strong>sploma exhausta<br />

a su costado.


Richard se yergue complacido. Gracias al artificio <strong>de</strong>sarrollado por ambos,<br />

consiguieron a<strong>de</strong>lantar el proceso <strong>de</strong> gestación. Aspiraban con ello, ganar tiempo,<br />

para que la ceremonia ritual <strong>de</strong> La Consagración encontrara separadas tanto a la<br />

madre como a la hija. Pretendiendo, sino salvarlas a las dos, al menos a una <strong>de</strong> ellas.<br />

Tim observa la situación sin per<strong>de</strong>r <strong>de</strong>talle, pero sumergido en sus propios<br />

pensamientos.<br />

Esa misma noche, cuando los astros se alinean propiciamente sobre la cúpula<br />

<strong>de</strong>l techo, Tim, Richard y Tituba se <strong>de</strong>splazan, con lentitud, hacia la joven todavía<br />

inconsciente. Bañados por los <strong>de</strong>stellos platinados <strong>de</strong> la luna, ro<strong>de</strong>an a la futura<br />

madre y, tomándose <strong>de</strong> las manos, se miran a los ojos. John continúa observándolos,<br />

parapetado junto a una <strong>de</strong> las ventanas.<br />

Cerrando con firmeza los párpados, alzan sus rostros hacia el cielo tras el vitral.<br />

Azul intenso es el resplandor que los cubre a los cuatro, cegando a los <strong>de</strong>más. Maggie<br />

vuelve a gritar.<br />

Des<strong>de</strong> lo profundo en sus cimientos, toda la casona comienza a temblar. Una<br />

fuerza incontenible se apo<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> cada cuarto, cada rincón y cada sombra; mientras<br />

la impía sangre reinci<strong>de</strong> a manar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s.<br />

En los pisos inferiores, amparados por penumbras y cuando todo parece<br />

<strong>de</strong>smoronarse, una mujer <strong>de</strong>spliega, radiante y amplia su sonrisa, sujetando con<br />

fuerza la mano extendida <strong>de</strong> otro, que se halla también oculto por la oscuridad.


CAPÍTULO 21<br />

La Batalla <strong>de</strong> los Con<strong>de</strong>nados<br />

La estri<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> alaridos impiadosos profana el silencio, <strong>de</strong>sangrándolo,<br />

quitándole el aliento y perpetrando la <strong>de</strong>mencia <strong>de</strong>l caótico momento. Sobrecogido<br />

el tiempo, recorre las pare<strong>de</strong>s y los infames cuerpos <strong>de</strong>sahuciados que habitan la<br />

antigua morada.<br />

Almas cautivas consumadas a fuerza <strong>de</strong> sangre y sombras. Hijos <strong>de</strong>l mal<br />

nacidos en las tinieblas Todos ellos. Todos.<br />

Nadie está a salvo <strong>de</strong> los juicios si<strong>de</strong>rales que el <strong>de</strong>stino les ha puesto en el<br />

camino, y que ellos mismos retuercen bajo oscuras premisas, en egoísta búsqueda<br />

<strong>de</strong>l Po<strong>de</strong>r y la Inmortalidad.<br />

Víctimas y victimarios unidos bajo un mismo sino. El <strong>de</strong> la propia<br />

supervivencia. Y la Potestad <strong>de</strong>l Mal, sin reserva alguna, cueste lo que cueste.<br />

En la caverna oculta bajo tierra, el millar <strong>de</strong> velas que iluminan el sarcófago <strong>de</strong><br />

Lilith, <strong>de</strong>tonan su flama en múltiples <strong>de</strong>stellos iridiscentes. Una <strong>de</strong>nsa bruma ver<strong>de</strong><br />

amarillenta, impregnada por el característico aroma <strong>de</strong>l azufre, envuelve las sigilosas<br />

y sombrías siluetas que comienzan a mostrarse.<br />

Junto al altar ceremonial, una <strong>de</strong>cena <strong>de</strong> nuevos acólitos, hombres y mujeres<br />

que fueran extirpados <strong>de</strong> entre las incautas familias <strong>de</strong>l poblado más cercano,<br />

permanecen obnubilados, lacios, subyugados, con la mirada extraviada en la negrura<br />

subrepticia <strong>de</strong>l húmedo subsuelo.<br />

Cual si el cielo se <strong>de</strong>splomara atravesando techo y muros sobre sus cabezas, el<br />

estrépito <strong>de</strong>scomunal <strong>de</strong> rayos y centellas ilumina, emulando ráfagas eléctricas, todo<br />

el cúmulo <strong>de</strong> tótems, cuencos y vasijas, estratégicamente ubicados en <strong>de</strong>rredor.<br />

Entonces, la presencia más distante y subrepticia, inicia su avance hacia el<br />

centro <strong>de</strong>l recinto. Muy alta, intimidante, con la cabeza inclinada, el cuerpo cubierto<br />

por una capa color azabache y fuego se <strong>de</strong>sliza a varios centímetros por sobre el<br />

suelo.<br />

Los sonámbulos esclavos <strong>de</strong>l Infierno ce<strong>de</strong>n su complexión ante la fuerza <strong>de</strong>l<br />

letargo y caen <strong>de</strong>smayados <strong>de</strong> modo sincrónico, diseminados por lo bajo.<br />

Un coro grave <strong>de</strong> lamentos y murmullos ininteligibles, con ritmo y ca<strong>de</strong>ncia<br />

sobrenatural y cacofónica, brota <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cada siniestro rincón <strong>de</strong> aquel lóbrego<br />

perímetro.<br />

La soberbia figura que ya presi<strong>de</strong> el macabro entorno, extien<strong>de</strong> sus brazos en<br />

cruz. Tras aquel vigoroso movimiento, la negra capa que le cubre resbala hacia atrás,<br />

<strong>de</strong>velando el curtido rostro humano <strong>de</strong>l Maléfico, habitando el cuerpo <strong>de</strong> Arthur.<br />

Tenso el cuello, la faz impertérrita mol<strong>de</strong>ando la abstracción propia <strong>de</strong> un poseso.<br />

Lanza un alarido proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l mismo Infierno, musita algunos versos en<br />

enoquiano y alarga sus manos hacia los ilustres siervos, que se ya acercan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

entrada.<br />

Tres mujeres vestidas <strong>de</strong> negro y oro se a<strong>de</strong>lantan hacia el Infame. Con el rostro<br />

pálido y solemne el gesto, aparentan ser impelidas más allá <strong>de</strong> toda voluntad certera.


Encabezando el trío, contrita y muda, Dorothy porta entre sus manos una<br />

vasija llena con un líquido viscoso. Cuando comparece frente al Amo, se lo brinda<br />

hincándose en la tierra. Él lo toma y, elevándolo por sobre sí, vuelve a pronunciar<br />

palabras en el antiguo lenguaje angelical. Las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l socavón principian<br />

entonces a conmoverse, e in crescendo, voces improce<strong>de</strong>ntes proclaman la<br />

<strong>de</strong>mencial plegaria <strong>de</strong> los muertos.<br />

Todos a una, los funestos prosélitos <strong>de</strong>l Oscuro revelan totalmente blancos los<br />

ojos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las orbitas, mientras alzan la cabeza hacia un firmamento oculto, pero<br />

para ellos muy presente. Inmediatamente, los rehenes <strong>de</strong> las sombras, allí forzados,<br />

comienzan a convulsionar <strong>de</strong> modo frenético, arrojando espuma por la boca y con<br />

el cuerpo por completo <strong>de</strong>sarticulado, en movimientos humanamente irrealizables.<br />

De lo más alto <strong>de</strong> la casona, casi en la cúspi<strong>de</strong> y luego <strong>de</strong> un quebrantador<br />

estruendo <strong>de</strong> luces y sonidos, nuevamente un <strong>de</strong>shumanizado y <strong>de</strong>sgarrador rugido<br />

se <strong>de</strong>ja escuchar, hiriendo con su filo etéreo no solo los oídos, sino también el alma<br />

<strong>de</strong> todos los presentes. Surcando el cielo, venciendo los espacios, abriéndose paso<br />

entre fumaradas <strong>de</strong>l Averno.<br />

La grandiosa y pesada cubierta <strong>de</strong>l ataúd, allí tras los velos, exhala un soplo <strong>de</strong><br />

polvo y pútrido aliento. Moviéndose, amenazando abrir sus fauces <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo eterno.<br />

Resguardada por el vitreaux <strong>de</strong> la cúpula, mucho más arriba que aquel cónclave<br />

diabólico bajo los cimientos, la joven madre se aferra, con sumo frenesí, <strong>de</strong> los<br />

brazos <strong>de</strong> dos que la ayudan a parir.<br />

Tras el irrebatible grito originado en sus entrañas, nace a la luz <strong>de</strong> la luna, bajo<br />

la transparencia multicolor que <strong>de</strong>scien<strong>de</strong> <strong>de</strong>l techo vítreo, el primer, insobornable<br />

y casto llanto <strong>de</strong>l recipiente presto a la usurpadora. Abriendo, con su prístino<br />

sonido, los cerrojos que retienen al inenarrable y cruento ser que ya acecha el<br />

proscrito umbral entre los vivos y los muertos.<br />

Una irreverente carcajada, escarnio <strong>de</strong> toda misericordia, sacu<strong>de</strong> la casa <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

lo más inasequible <strong>de</strong> sus secretos. Arthur, poseso e hilarante, se halla convencido<br />

<strong>de</strong> que el tiempo se <strong>de</strong>tiene en favor <strong>de</strong> sus anhelos, a punto <strong>de</strong> ce<strong>de</strong>rle la llave que<br />

le <strong>de</strong>jaría libre sobre la tierra. La llave <strong>de</strong> su codiciado Reino.<br />

Enceguecedora, irradia la fluorescencia que restalla sobre la oscuridad <strong>de</strong> la<br />

caverna, transmutando en plata el resplandor <strong>de</strong> las siluetas allí congregadas. Una<br />

explosión sanguínea amenaza abrirse paso <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los muros, las grietas y la tierra. Se<br />

reúne entonces todo el grupo, formando un círculo alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l altar <strong>de</strong> piedra,<br />

antiguo testigo <strong>de</strong> la sistemática matanza <strong>de</strong> innumerables inocentes a través <strong>de</strong>l<br />

tiempo.<br />

Enlazados unos a otros en una orgía <strong>de</strong> cuerpos funestos, <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nan un<br />

nuevo relámpago, que se alza <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el altar al techo. Entonces, se perfila,<br />

materializándose sobre la fría piedra, el cuerpo <strong>de</strong>sgajado <strong>de</strong> Maggie, sosteniendo<br />

entre sus brazos a la pequeña niña, profecía y presagio, símbolo <strong>de</strong> amor y odio.<br />

Inocente aún, mas esperando, in<strong>de</strong>fensa, el albur in<strong>de</strong>scriptible <strong>de</strong> los anhelos más<br />

aviesos.<br />

Las mejillas estremecidas <strong>de</strong> Maggie se ven prontamente surcadas por un río<br />

<strong>de</strong> lágrimas que hace cauce, <strong>de</strong>slizándose hacia el <strong>de</strong>snudo pecho. Un sollozo quedo<br />

la somete ante sus miedos y aferra, <strong>de</strong>sesperadamente, a la criatura contra su cuerpo.<br />

Arthur, Luzbel, Lucifer, ¡qué importa!, Satanás en ese cuerpo, esgrime en alto<br />

un puñal sacrificial, señalando con el extremo distal <strong>de</strong> su hoja, el espacio libre entre


la recién nacida y el seno <strong>de</strong> la joven. Aparta a su vez, con la otra mano, la cabeza <strong>de</strong><br />

la madre y <strong>de</strong>speja <strong>de</strong>l consternado rostro el húmedo y rojo cabello.<br />

Arriba, cerca <strong>de</strong> las torretas y en el interior <strong>de</strong> la sala circular, ámbito <strong>de</strong> los<br />

antagonistas que <strong>de</strong>safían al Siniestro, la totalidad <strong>de</strong> sus habitantes se ve<br />

sorprendida por la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong> Maggie y su pequeña.<br />

Asistieron al parto coadyuvándose con la esperanza <strong>de</strong> evitar el rapto <strong>de</strong><br />

ambas, procurando protegerlas. Pero la <strong>de</strong>senfrenada actividad sobrenatural<br />

perpetrada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo profundo en la caverna, pudo más que toda su cautela.<br />

Sin pensarlo mucho, casi espontáneamente, se agrupan formando un nuevo<br />

círculo y, tomados por los hombros, elevan su clamor al firmamento. La tenue luz<br />

que fluye <strong>de</strong> los can<strong>de</strong>labros se ha extinguido tiempo atrás, dirimiéndolos en la<br />

opacidad <strong>de</strong> las penumbras e iluminados solo por las saetas frecuentes, pero<br />

incontrolables, <strong>de</strong> los relámpagos en el cielo.<br />

Cuando son conscientes <strong>de</strong>l sagaz ardid que extirpa abruptamente madre e hija<br />

<strong>de</strong>l disco protector, toda consigna mancomunada <strong>de</strong> acción se <strong>de</strong>sbarata<br />

improce<strong>de</strong>nte. Luego <strong>de</strong> la plegaria emitida y tras ser acorralados por la cerrazón<br />

in<strong>de</strong>mne <strong>de</strong> la aciaga noche, un remolino <strong>de</strong> tinieblas les halla disgregados.<br />

Junto con el viento que penetra, a través <strong>de</strong> puertas y ventanas <strong>de</strong>strozadas<br />

durante el fragor <strong>de</strong> la tormenta, sumado a los movimientos que zaran<strong>de</strong>an la<br />

mansión, el grupo divi<strong>de</strong> sus fuerzas, difuminándose en la noche por recónditos y<br />

distintos caminos.<br />

La silueta breve <strong>de</strong> la única mujer que resta en el hábitat, tras la <strong>de</strong>saparición<br />

<strong>de</strong> Maggie, resiste <strong>de</strong> hinojos, ceñida a su propio cuerpo, ante Richard erguido frente<br />

a ella. En tanto el cuerpo <strong>de</strong> este, torna a recubrirse <strong>de</strong> un aura recia y vehemente,<br />

irradiando su furia en duelo.<br />

En la caverna, un <strong>de</strong>stello reflecta sobre el filo <strong>de</strong> la hoja que pen<strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

estoque, proclamada por el puño firme y fiero <strong>de</strong>l Señor <strong>de</strong>l Averno. Todo el Ha<strong>de</strong>s<br />

clama su éxtasis en aquel minuto crucial. Inaudible, el llanto <strong>de</strong> la madre sobre el<br />

altar, acallado por la ira <strong>de</strong> tortuosos aullidos, crea un espacio inerme y presto, entre<br />

el trayecto claro <strong>de</strong>l puñal en alto y el <strong>de</strong>snudo pecho.<br />

Hacia la izquierda, en el socavón solemne don<strong>de</strong> reposa el gran féretro, este<br />

inicia a <strong>de</strong>scorrer <strong>de</strong> su contenido la clausura que se le ha impuesto. Su dorada<br />

cubierta, ya agitada por el hálito funesto, comienza a <strong>de</strong>slizarse pesadamente a un<br />

lado, mientras un vaho fatuo, negro, <strong>de</strong>nso y eterno, asoma a la pasmada luz <strong>de</strong> las<br />

mil velas que custodian su sueño.<br />

Un paroxismo irracional se apo<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> cada instante y <strong>de</strong> todos los momentos.<br />

Los ojos <strong>de</strong> Arthur trascien<strong>de</strong>n avivados en llamaradas y culmina su infernal<br />

alocución en lenguaje muerto. Maggie le observa rendida y alza su mano, en un<br />

último intento por <strong>de</strong>tenerlo.<br />

―¡No, Maestro! ¡No! —exclama, aterida por el miedo—. ¡Permita vivir a la<br />

niña, se lo ruego! Seré yo quien le dé a mi madre, en ofrenda y como recipiente, mi<br />

propio cuerpo.<br />

Nuevamente la risa casi histérica <strong>de</strong>l amo <strong>de</strong> los muertos.<br />

―¡Sabías que era mía! ―vocifera, acusándola―. ¡Provocaste este<br />

enfrentamiento! ¡Traicionaste tu fe y tu credo! ¡Me traicionaste a mí, el maldito día


en que <strong>de</strong>cidiste alimentar, <strong>de</strong> ese infeliz, el ego!<br />

Maggie llora <strong>de</strong>sesperada, con la mirada fija en la <strong>de</strong> su verdugo. Él le grita, al<br />

cabo que sujeta con mayor firmeza el puñal siniestro.<br />

―¡Rompiste el pacto y diste fin al juramento! ¡Maldita bruja infame! ¡Soy el<br />

Amo! ¡Alfa y Omega! ¡Yo y no Dios! ¡Yo, el futuro Rey <strong>de</strong>l Universo!<br />

Ella aprieta sus párpados con fuerza, concibiendo el fatal <strong>de</strong>senlace <strong>de</strong> ese<br />

trágico minuto.<br />

Sorpresivamente, el grito <strong>de</strong> una mujer hien<strong>de</strong> la sepulcral atmósfera.<br />

Atravesando la distancia entre los cuerpos, reverberando, originando ecos, mientras<br />

se abalanza hacia Dorothy, aún <strong>de</strong> rodillas en el piso, y le zanja el cuello con un solo<br />

movimiento. Al mismo tiempo, Timothy cruza la estancia en dirección al sitio don<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scansa el ataúd. Simultáneamente, dos <strong>de</strong> los hombres con el rostro disimulado<br />

por capuchas, trocan su actitud, antes sumisa, a otra muy diversa, embistiendo por<br />

la espalda tanto a Martha como al extraño chofer <strong>de</strong> la joroba. Les perforan el plexo<br />

con los puños, extirpándoles el corazón y el último aliento.<br />

Arthur no ceja ante el asombro. Torna su gesto en inflexible voluntad <strong>de</strong><br />

ultimar, cuanto antes, el sacrificio y urgir la transición <strong>de</strong> Amonet hacia un nuevo<br />

recipiente.<br />

Estallan los truenos, las centellas, sin que el Amo perciba que, a su espalda,<br />

una silueta cubierta <strong>de</strong> negro se alza regia y ciclópea, suspendida en el aire,<br />

con<strong>de</strong>scendiendo advertir el esplendor <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> ojos vestidos en rojo fuego.<br />

Repentinamente, Arthur <strong>de</strong>tiene en seco el movimiento. Sin bajar su brazo en<br />

alto, bosqueja en sus labios una diabólica sonrisa, confirmando el presentimiento.<br />

Reconoce, con certeza irrefutable, la i<strong>de</strong>ntidad <strong>de</strong> su oponente. No exterioriza ira<br />

alguna esta vez. Es como si esperara, casi <strong>de</strong>mandara cotejarse con él, en indiviso<br />

duelo.<br />

En esa breve pausa en la que ambos soslayan su estrategia, uno <strong>de</strong> los hombres<br />

vestidos <strong>de</strong> negro <strong>de</strong>ja caer el cuerpo exánime <strong>de</strong> Martha, mientras <strong>de</strong>snuda su<br />

rostro: Robert.<br />

Junto a él John y, más a<strong>de</strong>lante, la mujer que <strong>de</strong>gollara a Dorothy se incorpora,<br />

revelando la estoica faz <strong>de</strong> Alice. Los tres traicionando el Rito y tomando partido<br />

por sus hijos.<br />

El rostro <strong>de</strong> Arthur se <strong>de</strong>vuelve a las sombras. Amparándose en el odio, observa<br />

al resto: Los rehenes abatidos, cubiertos <strong>de</strong> vómito, inservibles y <strong>de</strong>sperdigados. Su<br />

<strong>de</strong>seada amante, bañada en sangre, abierto el cuello. Más allá, tumbados, Martha y<br />

el servil chofer. Sigue escudriñando el área, los recovecos, evitando mirar el ataúd<br />

<strong>de</strong> Lilith, hasta que le fue imposible ignorar el gran estrépito.<br />

Con una inaudita implosión, que lanza a Timothy a varios metros <strong>de</strong> distancia,<br />

el ominoso féretro se parte en un centenar <strong>de</strong> trozos, volando expelidos en todas<br />

direcciones. Sin embargo, emergiendo <strong>de</strong> entre las llamas con que Tim le prendiese<br />

fuego, el espectro maloliente y sórdido <strong>de</strong> la dama <strong>de</strong>l Infierno se alza inconexa <strong>de</strong><br />

sus calcinados restos. Enajenada por la furia y el <strong>de</strong>sconcierto, Lilith trepida su<br />

esencia buscando quien que retenga su vital aliento.<br />

Arthur, al percibir esto, sale <strong>de</strong> su estupor y reaccionando resuelve dar término<br />

por fin al sacrificio <strong>de</strong> Maggie. Cuando blan<strong>de</strong> el puñal contra el cuerpo sobre el<br />

altar, no pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> asombrarse al notar que la joven se halla ya en brazos <strong>de</strong>


John, que la rescata alejándola. Conjuntamente, Alice corre en auxilio <strong>de</strong> la<br />

in<strong>de</strong>fensa criatura. Tanto Arthur como ella se precipitan al mismo tiempo para<br />

cogerla, pero el tobillo <strong>de</strong> Alice queda atrapado tenaz por la mano <strong>de</strong> Dorothy, que<br />

persiste <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su cuerpo <strong>de</strong>sangrado y gélido.<br />

Arthur consigue arrebatar a la niña y la iza en el aire. Amonet lo ve y se paraliza<br />

extasiada en pleno <strong>de</strong>splazamiento aéreo. La fantasmal manifestación posa, sobre la<br />

niña, una mirada henchida, rapsodia <strong>de</strong> orgullo y ansia. Continúa su avance,<br />

convulsionando su tétrica esencia entre en<strong>de</strong>moniadas vibraciones <strong>de</strong> un apetito<br />

extremo.<br />

En ese preciso, inesperado y cardinal instante, Arthur abre los ojos extra<br />

orbitados, cautivo <strong>de</strong> un asombro <strong>de</strong>smedido. Des<strong>de</strong> su mano crispada, resbala el<br />

arma con la que planeara sesgar la vida <strong>de</strong> la joven bruja, que un día fuera su pupila<br />

predilecta.<br />

En su amplio y recio pecho, se escin<strong>de</strong> una grieta por la que escapa,<br />

incontenible y rutilante, la lucífera energía conservada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> eones y encerrada hoy<br />

en ese cuerpo terrenal. Su boca se <strong>de</strong>scuelga inconmensurable, dantesca,<br />

articulando un grito que fenece ante la impiedad <strong>de</strong>l silencio, mientras Richard<br />

presiona, aún más hondo y <strong>de</strong>cidido, su daga <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la espalda <strong>de</strong>l Siniestro.<br />

Atravesándolo por completo.<br />

La daga <strong>de</strong> plata, forjada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las sombras que la Luz <strong>de</strong> Dios creara en el<br />

Jardín Eterno, única arma capaz <strong>de</strong> extinguir el mal originado en Su Propio Reino,<br />

Hoy se encuentra en manos <strong>de</strong> Richard, el pre<strong>de</strong>stinado dueño. El Here<strong>de</strong>ro.<br />

Las sombras huyen, bañadas por la luz <strong>de</strong> la antigua gracia, conferida durante<br />

la Creación misma, a un Ángel que luego cayó <strong>de</strong>l Cielo.<br />

Se levanta magistral y excelso el Anticristo, por todos visto, entre su hija recién<br />

nacida y la sed <strong>de</strong> almas <strong>de</strong> un maldito espanto.<br />

Allí, suspendidos en el aire, mientras fluyen incontenibles gran<strong>de</strong>s cantida<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> sangre profana <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la gruta. Richard y Amonet sopesan<br />

fortalezas, templando el diseño <strong>de</strong> su frontal ataque. Ninguno <strong>de</strong> los dos tiene<br />

permitido fallar. Esta será la única oportunidad para ambos<br />

Al disociado espíritu no le resta <strong>de</strong>masiado tiempo fuera <strong>de</strong> su lecho<br />

mortuorio, como tampoco <strong>de</strong> un recipiente. El <strong>de</strong>scomunal fracaso en la ceremonia<br />

ritual <strong>de</strong> La Consagración perturba, notablemente, su codiciada transición <strong>de</strong><br />

retorno a este plano <strong>de</strong> los vivos. A<strong>de</strong>más, la segunda caída <strong>de</strong> su consorte perenne,<br />

Lucifer, abandona a La Eterna, por completo vulnerable y a expensas <strong>de</strong>l Anticristo.<br />

Aun así, contempla vehemente a la niña que yace aún sobre el altar, escudada tras<br />

la presencia <strong>de</strong> su padre.<br />

La sangre vertida inva<strong>de</strong> gran parte <strong>de</strong>l recinto, anegando los cuerpos dispersos<br />

y amenazando con inundar todo el espacio. Richard permanece impertérrito,<br />

proyectando fuego por los ojos y empuñando aún la daga con que aniquilara a su<br />

adversario más excelso.<br />

En tanto la tensión en el ambiente no pue<strong>de</strong> manifestarse con mayor<br />

intensidad y expectativa, la mestiza Tituba ingresa a la caverna moviéndose silente<br />

hacia el centro. Tim, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el sitio don<strong>de</strong> cayera cuando la temible aparición se<br />

liberara <strong>de</strong> su lujosa celda mortuoria, intenta también aproximarse. Alice persiste<br />

luchando por <strong>de</strong>sasir su pie <strong>de</strong> entre las pétreas garras <strong>de</strong> Dorothy.


A pesar <strong>de</strong> la crítica situación, muy en el fondo, Richard todavía pugna por<br />

dominar el lado oscuro <strong>de</strong> su entelequia. Esforzándose por prevalecer sobre ella y<br />

nutrir con toda su entereza, la <strong>de</strong>bilitada humanidad que en él subyace .<br />

John persevera en su <strong>de</strong>sesperado afán, por revivir las menguadas fuerzas <strong>de</strong><br />

Maggie, la que aún no reacciona.<br />

George, siempre solemne, se mantiene hacia a un costado, expectante y alerta.<br />

Muy próximo a las sombras que ro<strong>de</strong>an el sarcófago.<br />

Todos, excepto las dos entida<strong>de</strong>s suspendidas en el aire, lucen cubiertos por el<br />

rojo bermellón <strong>de</strong> la sangre <strong>de</strong>rramada <strong>de</strong>sbordante por doquier.<br />

Entonces, sobrevino el arrojo, intrépido y ciego <strong>de</strong> los po<strong>de</strong>rosos<br />

contendientes. Encarados a vida o muerte. Supervivencia o exterminio.<br />

Abalanzándose brutal e insobornables uno contra el otro, provocaron una <strong>de</strong>scarga<br />

eléctrica que bañó <strong>de</strong> arena, azufre y sangre cada intersticio entre las mohosas<br />

piedras <strong>de</strong> la gruta.<br />

Y arriba lapidario, el más profundo y mortal silencio.


CAPÍTULO 22<br />

Sobrevivientes<br />

El polvo suspendido en el aire <strong>de</strong>scien<strong>de</strong> lentamente, esparciéndose volátil por<br />

entre las profundas grietas abiertas durante las múltiples convulsiones sísmicas que<br />

la propiedad sufriera en el enfrentamiento.<br />

Poco a poco, comienzan a perfilarse las siluetas <strong>de</strong> los caídos, al igual que las<br />

<strong>de</strong> los que resistieron. Casi totalmente <strong>de</strong>sdibujados e irreconocibles, yacen tal y<br />

como el suceso les ha sorprendido.<br />

Timothy Graham, <strong>de</strong> rodillas, se abraza dolorido al cuerpo <strong>de</strong>gollado <strong>de</strong> su<br />

único y perdido amor, Dorothy, quien extraviase su alma en los intersticios <strong>de</strong> ese<br />

dogma siniestro, impulsándola a este fatal <strong>de</strong>stino. Uno en el que ellos jamás<br />

lograrían reunirse.<br />

No mucho más lejos y absolutamente <strong>de</strong>vastado, John McConroy cierra los<br />

párpados sobre los ver<strong>de</strong>s ojos <strong>de</strong> su hija Maggie. Nunca consiguió reponerse <strong>de</strong> las<br />

maniobras que abreviaran su embarazo, precipitando el posterior alumbramiento.<br />

A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> su mortal confrontación con la más oscura <strong>de</strong> las fuerzas.<br />

Robert y Alice reunidos, por fin, en eterno abrazo, se contemplan mutuamente,<br />

compenetrados, conscientes <strong>de</strong> que el tiempo no proseguiría para ellos. Sus cuerpos<br />

ya lucen un gris pétreo, ascendiendo por los miembros y ensombreciéndoles el<br />

rostro. Han perdurado a través <strong>de</strong>l Rito y este, ha llegado a su final.<br />

Aquellos que hubiesen sido eternizados por mágicas faculta<strong>de</strong>s heredadas,<br />

todavía podrán subsistir. Más los homicidas, bebedores <strong>de</strong> líquido vital entre sus<br />

<strong>de</strong>scendientes, están con<strong>de</strong>nados tras la aniquilación <strong>de</strong> su Amo y todos sus<br />

propósitos.<br />

Asombrosamente para todos, George Graham aparece boca arriba cerca <strong>de</strong> los<br />

restos <strong>de</strong>l gran sarcófago, con un pequeño puñal <strong>de</strong> brujos incrustado en el cuello.<br />

Sobre su pecho, un hoyo profundo da cuenta <strong>de</strong> la ausencia <strong>de</strong> su corazón <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong>l torso. Alguien, <strong>de</strong> modo anónimo, lo había asesinado, <strong>de</strong>sangrándolo y<br />

extirpándole el músculo vital.<br />

En tanto que todos recobraban la perspectiva visual sobre su entorno, les fue<br />

imperioso acudir en busca <strong>de</strong> la respuesta a su más perentoria y atemorizante<br />

incógnita, su miedo más latente: El <strong>de</strong>senlace final y concluyente <strong>de</strong> aquella<br />

espectral contienda entre místicas y umbrías <strong>de</strong>ida<strong>de</strong>s.<br />

El atavío humano <strong>de</strong> Arthur se halla tendido y hueco, cual mortaja<br />

abandonada, con el pecho escindido y calcinados los bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la herida que Richard<br />

le causara con su daga.


El llanto prístino <strong>de</strong> la recién nacida surca el espacio, inmortalizando aquel<br />

instante. Son<strong>de</strong>ando el hábitat con la mirada, el diezmado coro <strong>de</strong> sobrevivientes<br />

percibe que el sonido proviene <strong>de</strong> un oscuro rincón <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l altar <strong>de</strong> piedra.<br />

Temerosos, extenuados y al límite <strong>de</strong> sus fuerzas, los pocos que todavía pue<strong>de</strong>n<br />

<strong>de</strong>splazarse y los que no, a rastras, se allegan al génesis, aún disimulado, <strong>de</strong> aquel<br />

vigoroso e infantil berrido.<br />

En pocos minutos y haciendo a un lado los cuerpos <strong>de</strong>rribados durante la<br />

si<strong>de</strong>ral batalla, se abren paso y, poco a poco, circunvalan el monumento sacrificial,<br />

atisbando con el alma inquieta, lo que yacía en las sombras <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l mismo.<br />

Allí está, <strong>de</strong>splomado sobre la tierra ensangrentada, cubierto <strong>de</strong> heridas, arena<br />

y polvo, con la ropa <strong>de</strong>strozada y el semblante casi translúcido en su pali<strong>de</strong>z mortal,<br />

el cuerpo inerte <strong>de</strong> Richard. Cuyos brazos envuelven protectoramente al otro más<br />

pequeño y <strong>de</strong>snudo. El <strong>de</strong> su niña recién nacida, la que no cesa <strong>de</strong> llorar.


CAPITULO 23<br />

Los Here<strong>de</strong>ros<br />

En las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la antigua casona quedan sepultados los restos <strong>de</strong><br />

aquellos que perpetuaron su existencia a través <strong>de</strong> sibilinas <strong>de</strong>strezas, inducidos por<br />

la ambición sin límites <strong>de</strong> un hijo expulsado <strong>de</strong>l cielo y en búsqueda <strong>de</strong> la venganza<br />

cúspi<strong>de</strong> contra su Padre.<br />

Conmovida <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los cimientos y casi <strong>de</strong>rruida, la gótica mansión <strong>de</strong>ja escapar,<br />

entre muros y rotas ventanas, varias columnas humeantes ascendiendo a las alturas;<br />

cual si se tratase <strong>de</strong> almas persiguiendo libertad.<br />

Des<strong>de</strong> el gran pórtico en el frontispicio <strong>de</strong> la misma, tres siluetas trasponen el<br />

umbral, con un aspecto inenarrable, simulando apariciones gestadas en el propio<br />

Ha<strong>de</strong>s, se sostienen apenas, apuntalándose como pue<strong>de</strong>n sujetos al brazo <strong>de</strong> quien<br />

se halla a su lado.<br />

Cubiertos <strong>de</strong> viscoso cieno, mezcla <strong>de</strong> sangre y cenizas, vacilan sus pasos,<br />

poniendo distancia con la siniestra propiedad. El alba, en su radiante luminiscencia,<br />

les enceguece, obligándoles entrecerrar los párpados mientras inclinan la cabeza.<br />

Entre dos <strong>de</strong> ellos, Tituba resguarda con su propio manto, el cuerpecito níveo<br />

<strong>de</strong> la pequeña infanta. Ha sobrevivido, <strong>de</strong>fendida tras la interposición <strong>de</strong> su padre,<br />

investido con el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Anticristo, que en el minuto exacto primó <strong>de</strong> sí la<br />

supremacía humana contra la ávida tentación que soportara su infausto origen.<br />

Solo tuvo un propósito entonces, salvaguardar la vida <strong>de</strong> su hija y la<br />

continuidad <strong>de</strong> la sangre, a través <strong>de</strong> ella, y no <strong>de</strong> la potestad primigenia <strong>de</strong> un<br />

jerarca <strong>de</strong> la oscuridad. Tal y como hubiese trascendido él mismo.<br />

Tanto Maggie como los <strong>de</strong>más perecieron, abatidos durante la <strong>de</strong>mencial<br />

contienda <strong>de</strong>satada. Luego <strong>de</strong> existir especulando finales inciertos, transitando<br />

<strong>de</strong>rroteros imprevistos e ineludiblemente envueltos en una perenne y <strong>de</strong>spiadada<br />

lucha que los tuvo, contuvo y arrastro exentos <strong>de</strong> la propia voluntad. Involucrados<br />

por terceros o incluso por sí mismos, directamente hacia ésta fatal con<strong>de</strong>na que<br />

sobrevendría <strong>de</strong> cualquier manera.<br />

Triunfase quien triunfase, lo único que les resta a todos es un último acto <strong>de</strong><br />

bondad y transparencia. Resguardar la vida <strong>de</strong> la pequeña here<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l bien y el mal,<br />

como si la perdurabilidad <strong>de</strong> la existencia sobre la tierra <strong>de</strong>pendiera <strong>de</strong> aquel gesto.<br />

Sucesores <strong>de</strong> un ritual fosco y ancestral, concatenados a la flama <strong>de</strong> un<br />

malhadado anhelo amanecido más allá <strong>de</strong>l propio entendimiento, trascien<strong>de</strong>n a la<br />

muerte, aprehendidos a una subsistencia antinatural.


No obstante, lo efímero <strong>de</strong> toda circunstancia que antagonice con los divinos<br />

preceptos, les sentencia implacablemente al <strong>de</strong>ceso terminal <strong>de</strong> cualquier<br />

especulación vana e inconsistente, que <strong>de</strong>safíe la autenticidad <strong>de</strong> tales vaticinios<br />

para la humanidad.<br />

Estos tres que salvaron su pellejo <strong>de</strong> las oscuras garras <strong>de</strong> lo innominable, se<br />

constituyen ahora en custodios <strong>de</strong>l mensaje fundamental <strong>de</strong> pureza y luz, en<br />

antítesis a las tinieblas emergidas en incognoscibles profundida<strong>de</strong>s y su proscrito<br />

ascenso sobre la tierra.<br />

Ahora, todavía místicos y dotados <strong>de</strong> temerarios atributos sobrenaturales, han<br />

tomado por opción subjetiva el camino <strong>de</strong> la verdad. La <strong>de</strong> que no impera oscuridad<br />

capaz <strong>de</strong> oprimir, contun<strong>de</strong>nte y <strong>de</strong>finitivamente, el hálito <strong>de</strong> vida exhalado<br />

incorrupto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una entidad recién nacida.<br />

Con la pequeña en brazos, <strong>de</strong>jan tras <strong>de</strong> sí un montón <strong>de</strong> ruinas, escombros <strong>de</strong><br />

una herencia macabra que rubricara sus <strong>de</strong>stinos durante las últimas décadas. Aun<br />

cuando el mal que se ejecutase por ella, <strong>de</strong>viniese <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los albores <strong>de</strong> la humanidad.<br />

Bajo la cálida luz <strong>de</strong> la mañana en la campiña londinense, los sobrevivientes<br />

<strong>de</strong>l maleficio, escoltando a la pequeña, <strong>de</strong>jan finalmente atrás la tétrica y singular<br />

mansión, montados en el automóvil abandonado junto al sen<strong>de</strong>ro cubierto <strong>de</strong><br />

cardos, en la entrada principal.<br />

Camino a Londres, Tituba <strong>de</strong>speja el rostro <strong>de</strong> la niña.<br />

―Debemos darle un nombre ―dice Tituba a Tim, sentado justo allí a su lado.<br />

―Sí ―contestó él—. Uno que sea coherente con el <strong>de</strong>stino por el que ha sido<br />

concebida —continúa, mientras acaricia la frente <strong>de</strong> la niña con los <strong>de</strong>dos.<br />

Entonces John se incorpora, mostrándose <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el asiento trasero y, con un<br />

extraño gesto en su rostro, <strong>de</strong>creta:<br />

―Hécate. Su nombre siempre ha sido Hécate. No aceptaría otro. Un nombre<br />

más para su inmortalidad.<br />

En la ventana <strong>de</strong>l cuarto infantil <strong>de</strong> la casona, un par <strong>de</strong> ojos encendidos en<br />

llamaradas <strong>de</strong> rojo fuego, relampaguean tras el cristal, mientras contemplan <strong>de</strong>l<br />

mundo el abismo y la inmensidad. Luego, secando una lágrima que rueda <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

ellos, Richard vuelve a hundirse en la <strong>de</strong>nsa, solitaria e inapelable oscuridad.<br />

F I N

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!