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que <strong>de</strong>be proseguir, esta vez cotejando cada mínimo <strong>de</strong>talle <strong>de</strong> modo eficaz. Toma<br />
conciencia <strong>de</strong> que no se trata <strong>de</strong> una sencilla mansión <strong>de</strong>shabitada, llena <strong>de</strong> polvo,<br />
recuerdos y ma<strong>de</strong>ros rechinantes. Se halla en casa, Su casa, la morada <strong>de</strong> sus<br />
antepasados. Atestada <strong>de</strong> todas y cada una <strong>de</strong> sus esencias, plena <strong>de</strong> residuos, los<br />
que <strong>de</strong> algún modo encontraron la manera <strong>de</strong> revelarse a través <strong>de</strong>l tiempo.<br />
Valiéndose <strong>de</strong> energías muy po<strong>de</strong>rosas y sustentadas por efluvios <strong>de</strong> prácticas<br />
inmemoriales, ejecutadas durante pasadas vidas terrenales, adquiriendo el señorío<br />
<strong>de</strong> la más profunda oscuridad, para así coexistir a través <strong>de</strong> los siglos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> estos<br />
muros. Los que ahora, también le pertenecen.<br />
Como quiera que sea, se trata <strong>de</strong> su historia, su familia: Su herencia.<br />
Cuando la <strong>de</strong>senfrenada actividad espectral allí, en la meta <strong>de</strong> su ascenso, ya<br />
casi llega al clímax <strong>de</strong> lo inenarrable y, mientras Richard apoya el siguiente paso<br />
sobre el cuarto escalón, un fuerte e inesperado golpe <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la cabeza lo <strong>de</strong>rriba<br />
inconsciente, rodando hacia el pie <strong>de</strong> la gra<strong>de</strong>ría.<br />
El silencio se apo<strong>de</strong>ra abrupto <strong>de</strong>l espacio. Cada una y todas las presencias se<br />
paralizan, suspendidas en la atmósfera atemporal, como si atónitas les restara ahora<br />
disiparse, muda y espontáneamente, hacia los rincones más ocultos. Las voces, los<br />
sonidos, reprimen su clamor, bifurcándose entre pasillos, surcando habitaciones,<br />
ro<strong>de</strong>ando el mobiliario, escapando por entre rotos ventanales.<br />
Un <strong>de</strong>mencial e infrahumano aullido retruena cual reclamo, provocando ecos<br />
contra la zona muerta entre los objetos polvorientos y la frágil insonoridad que la<br />
ro<strong>de</strong>a. Fraguando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el infierno mismo un torbellino arrasa, con furia vengativa,<br />
el cuidadoso peinado <strong>de</strong> Alice, quien se halla inexpresiva junto al cuerpo <strong>de</strong> su hijo,<br />
ahora tendido en el suelo. Des<strong>de</strong> su mano <strong>de</strong>recha cuelga el antiguo reloj <strong>de</strong> arena<br />
que ha utilizado para abatir al joven, porque se encontraba en camino <strong>de</strong> su propio<br />
averno.<br />
La mirada <strong>de</strong> Alice se torna fría, dura, retadora, en dirección a lo que fuera que<br />
fluye <strong>de</strong>s<strong>de</strong> arriba. Ni el aullido o el inesperado viento, o aún la certeza misma<br />
consiguen opacar la resolución y prestancia que Alice esgrime en aquel instante<br />
clave.<br />
Unas pequeñas gotas <strong>de</strong> sangre resbalan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ornamenta <strong>de</strong> aquel<br />
instrumento con el que golpeara al muchacho. Elevándolo ante sus ojos, centra la<br />
vista <strong>de</strong> modo hipnótico en los cristales <strong>de</strong> arena que se escurren, ahora e<br />
inexplicablemente, en sentido opuesto.<br />
―El tiempo… ―murmura con voz profunda. Un extraño brillo titila repentino<br />
y fugaz en sus pupilas.<br />
Dejando caer el arma improvisada, acu<strong>de</strong> sin prisas en busca <strong>de</strong> un mohoso<br />
cojín para colocarlo bajo la nuca <strong>de</strong> Richard. Al hacerlo y durante el procedimiento<br />
<strong>de</strong> acomodar la cabeza inerte <strong>de</strong>l muchacho, nota que <strong>de</strong> entre los dorados cabellos<br />
que tanto ama, brota una no muy excesiva cantidad <strong>de</strong> sangre, pero suficiente como<br />
para hume<strong>de</strong>cer con ella su propia mano. Queda brevemente absorta en la<br />
contemplación <strong>de</strong>l rojo intenso que luce aquella mancha, pasando luego a observar<br />
el semblante <strong>de</strong>l muchacho, en tanto limpia la mano ensangrentada sobre el faldón<br />
<strong>de</strong> su vestido.