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LA HERENCIA (Edición de Day9)

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CAPITULO 16<br />

Macabra reunión.<br />

En la campiña londinense<br />

Inerte, vacuo e impotente, se <strong>de</strong>ja conducir por el viejo camino <strong>de</strong> lajas ro<strong>de</strong>ado<br />

<strong>de</strong> cardos y mala hierba. Con Maggie por <strong>de</strong>lante halando <strong>de</strong> su mano, dirigiéndolo,<br />

ambos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l chofer. Ahora que lo pensaba, daba notorias muestras <strong>de</strong> conocer<br />

a la perfección cada vericueto <strong>de</strong>l sombrío jardín. Inclusive, ha sido él mismo quien<br />

ha abierto el portal con las llaves que extrajera <strong>de</strong> su vestimenta, introduciéndose<br />

primero en el interior <strong>de</strong> la sala e instándoles entrar.<br />

Apenas los jóvenes atraviesan el umbral, los can<strong>de</strong>labros diseminados <strong>de</strong>ntro<br />

se encien<strong>de</strong>n espontánea e inusitadamente. Así pue<strong>de</strong> Richard divisar una pareja<br />

que se <strong>de</strong>sliza cual si flotara, escaleras abajo, presta a recibirles. Maggie sonríe,<br />

<strong>de</strong>splazándose a su izquierda y algo distante <strong>de</strong> él. El singular chofer se ubica<br />

rápidamente al pie <strong>de</strong> la excelsa gra<strong>de</strong>ría, extien<strong>de</strong> gentil su brazo hacia a la dama<br />

que <strong>de</strong>scien<strong>de</strong>, <strong>de</strong> la cual Richard, aún no conseguía distinguir el rostro.<br />

Una vez alcanzados los escalones más bajos, Richard reconoce la estampa <strong>de</strong><br />

Arturo, su padrastro, bajando en compañía <strong>de</strong> quien fuera su madre, Alice.<br />

«¿Acaso no habían perecido en un naufragio?», piensa visiblemente aturdido<br />

En aquel preciso instante, quien se presentara como su conductor, se quita<br />

ceremoniosamente el sombrero y sostiene la mano <strong>de</strong> la mujer, mientras Arturo se<br />

<strong>de</strong>tiene algo más arriba, contemplativo y enigmático. Alice, aferrada <strong>de</strong>l brazo <strong>de</strong>l<br />

chofer, se aproxima hacia Richard.<br />

—Bienvenido, hijo. ¿Aún no reconoces a tu padre? ―dice, abrazándose a la<br />

cintura <strong>de</strong>l sujeto: Robert.<br />

Lentamente, otras siluetas comienzan a emerger <strong>de</strong> entre las sombras<br />

danzarinas, dibujadas sobre los muros <strong>de</strong> la estancia por la luz <strong>de</strong> las velas. Muestran<br />

una actitud amable y natural.<br />

Des<strong>de</strong> el piso superior y hasta alcanzar a Arturo en la parte baja <strong>de</strong> la escalera,<br />

la atemorizante dama <strong>de</strong>l atuendo negro y vos quebrada, que tan singularmente le<br />

había aterrorizado durante su infancia, le contempla serena. Las usualmente oscuras<br />

cuencas que suelen ro<strong>de</strong>ar la vacuidad <strong>de</strong> sus ojos, han <strong>de</strong>saparecido, dando paso a<br />

una mirada penetrante.<br />

Proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l corredor izquierdo, mismo que conduce a la cocina, otra dama<br />

ya mayor, <strong>de</strong> cabello cano y ojos azules, se acerca discretamente, hasta situarse junto<br />

a Maggie. Arriba, en la galería <strong>de</strong>l primer piso, el chirriar <strong>de</strong> una silla <strong>de</strong> ruedas revela<br />

la presencia <strong>de</strong> un hombre maduro y excedido <strong>de</strong> peso asomándose <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

barandal. Su osco semblante <strong>de</strong>nota disgusto, pero también una gran resignación.<br />

La misteriosa dama <strong>de</strong>l vestido negro continúa su <strong>de</strong>scenso, aproximándose a<br />

Richard. Cuando está lo bastante cerca, este pue<strong>de</strong> distinguir, pendiendo <strong>de</strong> su

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