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LA HERENCIA (Edición de Day9)

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No obstante, lo efímero <strong>de</strong> toda circunstancia que antagonice con los divinos<br />

preceptos, les sentencia implacablemente al <strong>de</strong>ceso terminal <strong>de</strong> cualquier<br />

especulación vana e inconsistente, que <strong>de</strong>safíe la autenticidad <strong>de</strong> tales vaticinios<br />

para la humanidad.<br />

Estos tres que salvaron su pellejo <strong>de</strong> las oscuras garras <strong>de</strong> lo innominable, se<br />

constituyen ahora en custodios <strong>de</strong>l mensaje fundamental <strong>de</strong> pureza y luz, en<br />

antítesis a las tinieblas emergidas en incognoscibles profundida<strong>de</strong>s y su proscrito<br />

ascenso sobre la tierra.<br />

Ahora, todavía místicos y dotados <strong>de</strong> temerarios atributos sobrenaturales, han<br />

tomado por opción subjetiva el camino <strong>de</strong> la verdad. La <strong>de</strong> que no impera oscuridad<br />

capaz <strong>de</strong> oprimir, contun<strong>de</strong>nte y <strong>de</strong>finitivamente, el hálito <strong>de</strong> vida exhalado<br />

incorrupto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una entidad recién nacida.<br />

Con la pequeña en brazos, <strong>de</strong>jan tras <strong>de</strong> sí un montón <strong>de</strong> ruinas, escombros <strong>de</strong><br />

una herencia macabra que rubricara sus <strong>de</strong>stinos durante las últimas décadas. Aun<br />

cuando el mal que se ejecutase por ella, <strong>de</strong>viniese <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los albores <strong>de</strong> la humanidad.<br />

Bajo la cálida luz <strong>de</strong> la mañana en la campiña londinense, los sobrevivientes<br />

<strong>de</strong>l maleficio, escoltando a la pequeña, <strong>de</strong>jan finalmente atrás la tétrica y singular<br />

mansión, montados en el automóvil abandonado junto al sen<strong>de</strong>ro cubierto <strong>de</strong><br />

cardos, en la entrada principal.<br />

Camino a Londres, Tituba <strong>de</strong>speja el rostro <strong>de</strong> la niña.<br />

―Debemos darle un nombre ―dice Tituba a Tim, sentado justo allí a su lado.<br />

―Sí ―contestó él—. Uno que sea coherente con el <strong>de</strong>stino por el que ha sido<br />

concebida —continúa, mientras acaricia la frente <strong>de</strong> la niña con los <strong>de</strong>dos.<br />

Entonces John se incorpora, mostrándose <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el asiento trasero y, con un<br />

extraño gesto en su rostro, <strong>de</strong>creta:<br />

―Hécate. Su nombre siempre ha sido Hécate. No aceptaría otro. Un nombre<br />

más para su inmortalidad.<br />

En la ventana <strong>de</strong>l cuarto infantil <strong>de</strong> la casona, un par <strong>de</strong> ojos encendidos en<br />

llamaradas <strong>de</strong> rojo fuego, relampaguean tras el cristal, mientras contemplan <strong>de</strong>l<br />

mundo el abismo y la inmensidad. Luego, secando una lágrima que rueda <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

ellos, Richard vuelve a hundirse en la <strong>de</strong>nsa, solitaria e inapelable oscuridad.<br />

F I N

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