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No obstante, lo efímero <strong>de</strong> toda circunstancia que antagonice con los divinos<br />
preceptos, les sentencia implacablemente al <strong>de</strong>ceso terminal <strong>de</strong> cualquier<br />
especulación vana e inconsistente, que <strong>de</strong>safíe la autenticidad <strong>de</strong> tales vaticinios<br />
para la humanidad.<br />
Estos tres que salvaron su pellejo <strong>de</strong> las oscuras garras <strong>de</strong> lo innominable, se<br />
constituyen ahora en custodios <strong>de</strong>l mensaje fundamental <strong>de</strong> pureza y luz, en<br />
antítesis a las tinieblas emergidas en incognoscibles profundida<strong>de</strong>s y su proscrito<br />
ascenso sobre la tierra.<br />
Ahora, todavía místicos y dotados <strong>de</strong> temerarios atributos sobrenaturales, han<br />
tomado por opción subjetiva el camino <strong>de</strong> la verdad. La <strong>de</strong> que no impera oscuridad<br />
capaz <strong>de</strong> oprimir, contun<strong>de</strong>nte y <strong>de</strong>finitivamente, el hálito <strong>de</strong> vida exhalado<br />
incorrupto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una entidad recién nacida.<br />
Con la pequeña en brazos, <strong>de</strong>jan tras <strong>de</strong> sí un montón <strong>de</strong> ruinas, escombros <strong>de</strong><br />
una herencia macabra que rubricara sus <strong>de</strong>stinos durante las últimas décadas. Aun<br />
cuando el mal que se ejecutase por ella, <strong>de</strong>viniese <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los albores <strong>de</strong> la humanidad.<br />
Bajo la cálida luz <strong>de</strong> la mañana en la campiña londinense, los sobrevivientes<br />
<strong>de</strong>l maleficio, escoltando a la pequeña, <strong>de</strong>jan finalmente atrás la tétrica y singular<br />
mansión, montados en el automóvil abandonado junto al sen<strong>de</strong>ro cubierto <strong>de</strong><br />
cardos, en la entrada principal.<br />
Camino a Londres, Tituba <strong>de</strong>speja el rostro <strong>de</strong> la niña.<br />
―Debemos darle un nombre ―dice Tituba a Tim, sentado justo allí a su lado.<br />
―Sí ―contestó él—. Uno que sea coherente con el <strong>de</strong>stino por el que ha sido<br />
concebida —continúa, mientras acaricia la frente <strong>de</strong> la niña con los <strong>de</strong>dos.<br />
Entonces John se incorpora, mostrándose <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el asiento trasero y, con un<br />
extraño gesto en su rostro, <strong>de</strong>creta:<br />
―Hécate. Su nombre siempre ha sido Hécate. No aceptaría otro. Un nombre<br />
más para su inmortalidad.<br />
En la ventana <strong>de</strong>l cuarto infantil <strong>de</strong> la casona, un par <strong>de</strong> ojos encendidos en<br />
llamaradas <strong>de</strong> rojo fuego, relampaguean tras el cristal, mientras contemplan <strong>de</strong>l<br />
mundo el abismo y la inmensidad. Luego, secando una lágrima que rueda <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
ellos, Richard vuelve a hundirse en la <strong>de</strong>nsa, solitaria e inapelable oscuridad.<br />
F I N