LA HERENCIA (Edición de Day9)

CAPITULO 17
El Anticristo: La dicotomía entre el Ser y el Poder
Devaluado el concepto entre lo esperado y lo que la vida nos pone por delante,
implacable e intransigente, Richard ha descubierto más en estos días de lo que ser
alguno concibe develar sobre sí mismo.
En lo más hondo de la oscuridad, subyacen innegables las pasiones, los celos,
las represalias. Inclinaciones todas inherentes a los placeres del Infierno. Sin
embargo y curiosamente, existe la probabilidad certera de que dicho
comportamiento incline la balanza, finalmente, en favor de los plenipotenciarios
planes de Dios.
No obstante, el futuro parece depender de un solo individuo. Un ser todavía
humano, colmado de fallas, miedos, zozobras e inseguridades.
Richard, el heredero.
Richard, el Anticristo.
Nunca imaginó, ni en sus sueños más remotos, que investir tal denodado grado
situaría muy por debajo de sí mismo el sobrestimado poderío ejercido hasta la fecha
por el Amo. Indiscutible que este le había minimizado. Con un candor rayano a la
estupidez, le instauró a las puertas de un reino que anhelaba poseer. Sin tomar en
cuenta siquiera que la sangre umbría que corría por las venas de Richard, le ungían
con poder suficiente como para torcer el curso de las expectativas a favor de…
¿quién?
Marcadamente, dentro de la casa, el misticismo encerrado en la sangre del
joven libera la exaltación de un portentoso dominio. Inclusive, su mente comienza
a desenvolverse de modo diverso y mucho más organizado.
Mientras continúa afirmado sobre la puerta que da ingreso a su hábitat, el
corazón de Richard propende a calmarse, tornándose su respiración más queda y
controlada.
A medida que recorre la estancia elegida, contempla, uno a uno, los baúles con
la documentación recopilada en Londres. Rememorando, mira el portal anexo que
lo condujera hacia la presencia de su padre, en su anterior visita a la casa. Recuerda
que, durante aquel encuentro, Robert le había mencionado que se toparía con
revelaciones pertinentes para librarse de la maldición y escapar del lugar. Aunque
ahora la situación se expone disímil, sabe que esos son datos dignos de considerar.
Tiempo. Necesita tiempo.
Discretos golpes en la puerta le anuncian que alguien aguarda fuera del
recinto. De inmediato, sabe que se trata de Maggie. Abre y, frente a él e idéntica a
una sierva, la hermosa pelirroja sostiene el libro de lomo dorado, con un amarillento
manuscrito reposando sobre el mismo.
Viene a su memoria el incidente del ático en Londres, cuando Maggie
escamoteara aquellos documentos, la tarde previa al artificioso compromiso entre