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CAPÍTULO 20<br />
La Consagración<br />
Cual si se abrieran los pórticos <strong>de</strong>l mismo infierno, <strong>de</strong> par en par lo hacen las<br />
tres puertas <strong>de</strong>l semicírculo en la sala bajo la cúpula vitral. Huracanado el viento<br />
arrasa con las cortinas, los cojines, <strong>de</strong>sparramando esculturas, óleos y todo tipo <strong>de</strong><br />
objetos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l lugar.<br />
Extenuado, Timothy ingresa intempestivamente por una <strong>de</strong> ellas, cargando a<br />
Richard <strong>de</strong>svanecido sobre uno <strong>de</strong> sus hombros. Ambos cubiertos <strong>de</strong> polvo, arena,<br />
moho y sangre. Una vez se precipitan <strong>de</strong>ntro, <strong>de</strong>ja caer el cuerpo inconsciente <strong>de</strong>l<br />
joven sobre el diván más próximo. Tanto Maggie como Tituba gritan suponiéndolo<br />
muerto y, corriendo hacia él, comienzan a zaran<strong>de</strong>arlo mientras interpelan a Tim,<br />
quien apenas si sostiene su propio aliento.<br />
A medida que el viento se amansa, todos ro<strong>de</strong>an a los dos hombres y las tres<br />
puertas se cierran simultáneamente con estrépito. Haciéndose así la calma <strong>de</strong>finitiva<br />
<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la habitación.<br />
―Está vivo —logra <strong>de</strong>cir Tim, antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>smoronarse rendido sobre el piso.<br />
Maggie llora histérica. John acu<strong>de</strong> veloz hacia el inconsciente, seleccionando<br />
<strong>de</strong> su propia alforja algunos amuletos con fines esotéricos. La mestiza se incorpora<br />
y camina hacia Tim, que aún no recupera la respiración. Se queda un instante<br />
estática frente a él y, luego, inesperadamente, se arroja sobre su pecho sollozando,<br />
implorándole perdón.<br />
Timothy ro<strong>de</strong>a compasivo con uno <strong>de</strong> sus brazos a la mujer que, en su<br />
momento, tanto daño ocasionara en su vida.<br />
—No pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>tenerlo... No pu<strong>de</strong>... La Consagración es ahora inevitable ―dice<br />
triste y agobiado<br />
En ese punto, los que allí se encuentran, notan asombrados, cómo el inválido<br />
y usualmente silente George, se coloca <strong>de</strong> pie, por entero erguido, observando con<br />
insistencia un punto fijo más allá <strong>de</strong> la vista <strong>de</strong> todos. Siguiendo el trayecto <strong>de</strong> su<br />
mirada, el grupo <strong>de</strong>scubre al final <strong>de</strong> la misma, los ojos <strong>de</strong> Richard, muy abiertos,<br />
contemplándolo <strong>de</strong> igual manera. Sobre sus labios se dibuja, tenue y siniestra, una<br />
mueca <strong>de</strong> grata satisfacción. Cual si hubiese estado involucrado en la repentina<br />
recuperación <strong>de</strong>l hombre.<br />
Su puño aun sujeta férreo la daga con la que sesgara el hálito infausto <strong>de</strong> una<br />
veintena <strong>de</strong> nativos eternizados, y con el alma vendida al Señor <strong>de</strong> los Infiernos.<br />
Cuando el alba surca la transparencia multicolor <strong>de</strong> la cúpula sobre sus<br />
cabezas, Richard torna a cerrar sus párpados. Igual a un casto niño, se agazapa tras<br />
la profundidad <strong>de</strong> un sueño <strong>de</strong>sconocido por todos, excepto para la oscuridad que<br />
ha nacido en su interior.<br />
Tituba limpia la herida que la daga causara en el abdomen <strong>de</strong> Timothy. No es<br />
muy profunda, pero aun así, mana <strong>de</strong> ella una gran cantidad <strong>de</strong> sangre, resistiendo<br />
toda maniobra para <strong>de</strong>tener el continuo flujo.<br />
―No será fácil <strong>de</strong> sanar. Ha sido abierta por la daga <strong>de</strong> plata, la que reposaba<br />
su sueño inerte en los confines <strong>de</strong>l universo y, que ahora, encontró finalmente a su