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LA HERENCIA (Edición de Day9)

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entrada. Lo consigue. Del otro lado John McConroy se <strong>de</strong>splaza con sigilo, cual si no<br />

quisiera ser <strong>de</strong>scubierto.<br />

Richard abriga a Maggie con una manta, cierra, una a una, todas las cortinas,<br />

oscureciendo por completo el lugar. Se dirige a la puerta y abre, mucho antes <strong>de</strong> que<br />

el visitante llegue a tocar. Rápidamente, le toma <strong>de</strong>l brazo y lo arrastra al interior,<br />

clausurando la entrada con doble vuelta <strong>de</strong> cerrojo.<br />

Todo va <strong>de</strong>senmarañándose en su cerebro. Advirtiendo la angustiosa<br />

preocupación con la que John, mortificado, contempla a Maggie, no le quedan<br />

dudas. Esa joven que yace obnubilada por el trance, indiscutiblemente, es su otra<br />

hija, la mayor. Aquella cuyo nombre se halla <strong>de</strong>sdibujado en los registros <strong>de</strong>l libro<br />

familiar.<br />

Ambos se mi<strong>de</strong>n, observándose <strong>de</strong> modo profundo y lacerante. Un gesto<br />

atormentado se bosqueja en el ceño <strong>de</strong>l antiguo Prefecto.<br />

―Tienes que saberlo, Richard, y voy a <strong>de</strong>círtelo —anuncia McConroy<br />

cabizbajo y sin preludio alguno―. Maggie se halla presa <strong>de</strong> un pánico <strong>de</strong>vastador y,<br />

es justamente por ella, que resolví hacer frente a todo esto y acudir a ti, <strong>de</strong> una vez<br />

por todas, pase lo que pase. Exclusivamente por ella. No importa lo que concibas<br />

sobre nosotros. Déjalo <strong>de</strong> lado y ampárala, te lo ruego.<br />

—Es tu hija, ¿verdad? ―interroga Richard, con un velado gesto satisfecho,<br />

ante una confirmación que la era obvia.<br />

John asiente con la cabeza, como si con ello quitara <strong>de</strong> sobre su espalda un<br />

fabuloso peso.<br />

—Relájate John, para mí está claro. Sé, positivamente que tanto Alice como<br />

Maggie, no son tus hijas en realidad. Y, en lo que respecta a mi madre, he <strong>de</strong>scubierto<br />

casi todo lo que hay que saber. Sin embargo, Maggie… ―Richard titubea― tengo la<br />

certeza <strong>de</strong> que cumple un significativo papel en los entresijos <strong>de</strong> esta confabulación<br />

macabra. ―Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> contemplarla, se sienta junto a la joven. ―Por otro lado, y<br />

sin temor a equivocarme, asumo que lleva la misma sangre <strong>de</strong>… ―no alcanza a<br />

terminar la frase.<br />

― ¡No la menciones! —le interrumpe John―. ¡Tan solo pronunciar su nombre<br />

equivaldría invocarla! Y te aseguro, Richard, que eso no es en lo absoluto<br />

conveniente. Para ninguno <strong>de</strong> nosotros. Peor aún, para mi Maggie —amonesta John<br />

con la mano en alto.<br />

De inmediato, ase a Richard por el brazo y lo hala hacia una <strong>de</strong> las puertas <strong>de</strong>l<br />

semicírculo, abriéndola. Ambos ingresan en la habitación contigua. Una vez <strong>de</strong>ntro<br />

y más sereno, John prosigue.<br />

―Escúchame, Richard: Nuestra Maggie, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> ser una <strong>de</strong> mis amadas<br />

hijas <strong>de</strong>l corazón, es también una po<strong>de</strong>rosa bruja <strong>de</strong> linaje ancestral. Ella me fue<br />

confiada por alguien a quien todos <strong>de</strong>beríamos temer. Alguien con el po<strong>de</strong>r<br />

suficiente como para conquistar cuanto <strong>de</strong>see en el mundo y más allá <strong>de</strong><br />

él. ―Observa a Richard agitado y, revolviéndose, continúa―. Yo intenté, por todos<br />

los medios a mi alcance, preservarla ajena al conocimiento <strong>de</strong> su origen y lo que ello<br />

implicaba. Luché por apartarla <strong>de</strong> las malignas sombras que navegan en su torrente

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