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entrada. Lo consigue. Del otro lado John McConroy se <strong>de</strong>splaza con sigilo, cual si no<br />
quisiera ser <strong>de</strong>scubierto.<br />
Richard abriga a Maggie con una manta, cierra, una a una, todas las cortinas,<br />
oscureciendo por completo el lugar. Se dirige a la puerta y abre, mucho antes <strong>de</strong> que<br />
el visitante llegue a tocar. Rápidamente, le toma <strong>de</strong>l brazo y lo arrastra al interior,<br />
clausurando la entrada con doble vuelta <strong>de</strong> cerrojo.<br />
Todo va <strong>de</strong>senmarañándose en su cerebro. Advirtiendo la angustiosa<br />
preocupación con la que John, mortificado, contempla a Maggie, no le quedan<br />
dudas. Esa joven que yace obnubilada por el trance, indiscutiblemente, es su otra<br />
hija, la mayor. Aquella cuyo nombre se halla <strong>de</strong>sdibujado en los registros <strong>de</strong>l libro<br />
familiar.<br />
Ambos se mi<strong>de</strong>n, observándose <strong>de</strong> modo profundo y lacerante. Un gesto<br />
atormentado se bosqueja en el ceño <strong>de</strong>l antiguo Prefecto.<br />
―Tienes que saberlo, Richard, y voy a <strong>de</strong>círtelo —anuncia McConroy<br />
cabizbajo y sin preludio alguno―. Maggie se halla presa <strong>de</strong> un pánico <strong>de</strong>vastador y,<br />
es justamente por ella, que resolví hacer frente a todo esto y acudir a ti, <strong>de</strong> una vez<br />
por todas, pase lo que pase. Exclusivamente por ella. No importa lo que concibas<br />
sobre nosotros. Déjalo <strong>de</strong> lado y ampárala, te lo ruego.<br />
—Es tu hija, ¿verdad? ―interroga Richard, con un velado gesto satisfecho,<br />
ante una confirmación que la era obvia.<br />
John asiente con la cabeza, como si con ello quitara <strong>de</strong> sobre su espalda un<br />
fabuloso peso.<br />
—Relájate John, para mí está claro. Sé, positivamente que tanto Alice como<br />
Maggie, no son tus hijas en realidad. Y, en lo que respecta a mi madre, he <strong>de</strong>scubierto<br />
casi todo lo que hay que saber. Sin embargo, Maggie… ―Richard titubea― tengo la<br />
certeza <strong>de</strong> que cumple un significativo papel en los entresijos <strong>de</strong> esta confabulación<br />
macabra. ―Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> contemplarla, se sienta junto a la joven. ―Por otro lado, y<br />
sin temor a equivocarme, asumo que lleva la misma sangre <strong>de</strong>… ―no alcanza a<br />
terminar la frase.<br />
― ¡No la menciones! —le interrumpe John―. ¡Tan solo pronunciar su nombre<br />
equivaldría invocarla! Y te aseguro, Richard, que eso no es en lo absoluto<br />
conveniente. Para ninguno <strong>de</strong> nosotros. Peor aún, para mi Maggie —amonesta John<br />
con la mano en alto.<br />
De inmediato, ase a Richard por el brazo y lo hala hacia una <strong>de</strong> las puertas <strong>de</strong>l<br />
semicírculo, abriéndola. Ambos ingresan en la habitación contigua. Una vez <strong>de</strong>ntro<br />
y más sereno, John prosigue.<br />
―Escúchame, Richard: Nuestra Maggie, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> ser una <strong>de</strong> mis amadas<br />
hijas <strong>de</strong>l corazón, es también una po<strong>de</strong>rosa bruja <strong>de</strong> linaje ancestral. Ella me fue<br />
confiada por alguien a quien todos <strong>de</strong>beríamos temer. Alguien con el po<strong>de</strong>r<br />
suficiente como para conquistar cuanto <strong>de</strong>see en el mundo y más allá <strong>de</strong><br />
él. ―Observa a Richard agitado y, revolviéndose, continúa―. Yo intenté, por todos<br />
los medios a mi alcance, preservarla ajena al conocimiento <strong>de</strong> su origen y lo que ello<br />
implicaba. Luché por apartarla <strong>de</strong> las malignas sombras que navegan en su torrente