LA HERENCIA (Edición de Day9)

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desaparecido esposo, intervenir en busca de respuestas. El tío Alfred, hombre cauto y reservado, acudió a la propiedad bajo la presión de sus angustiadas peticiones. Cuando regresó, ya no era el mismo, parecía haber envejecido varias décadas: pálido, mucho más distante y esquivo que lo habitual. El día en que retornó a Londres, tras descender del carruaje, solo atinó a estrecharla con fuerza entre sus brazos, comunicándole contrito, la desoladora noticia: nunca había llegado a encontrarse con su sobrino Robert. Debido a las señales encontradas en el interior de la casa, las autoridades policiales del lugar dedujeron que el joven había sido atacado, asesinado y, posteriormente, sepultado en algún sitio del bosque lindante, a espaldas de la misteriosa y lúgubre casona. Nunca se supo certeramente lo allí acontecido. Después, Alfred jamás accedió a volver sobre el tema. Simplemente se aisló dentro del vetusto ático en lo alto de su casa, en completo ostracismo y negándose, de forma indeclinable, a recibir cualquier tipo de visita. Parecía aterido por un miedo atroz, ante la posibilidad de que oscuras fuerzas pudieran haberle seguido desde aquel lugar hasta su propia puerta. Aun así, asumió la responsabilidad de ayudar económicamente a la joven viuda y al pequeño Richard; al menos, durante el corto tiempo que el anciano vivió. Alfred, quien acostumbrado a las extravagantes actitudes de su hermana desde épocas previas a su matrimonio con el padre de Robert, no tuvo en su momento más alternativa que aceptar al pequeño en su morada, como si fuera de allí en más su propio hijo. Por lo que lo había criado y educado con todo esmero y dedicación. Luego de fallecer Alfred, Alice, la joven viuda de Robert, y su hijo, heredaron una modesta cantidad de dinero y la propiedad del difunto tío, como único sostén y amparo. Esto les sirvió para vivir con cierta dignidad durante los años transcurridos desde la inexplicable muerte de Robert. Muy a pesar de Alice y todos sus obstinados argumentos, Richard decidió aceptar el reto, esperanzado por hallar un mejor futuro para ambos. Desde luego, sin dejar de lado el secreto anhelo por develar la verdad sobre la muerte de su padre, además de los incognoscibles secretos que parecían rodear todo lo relacionado con aquella herencia. Casi sin darse cuenta, queda profundamente dormido dentro del vehículo, presa de extraños sueños, muy poco claros y definitivamente perturbadores. Despierta debido al intempestivo movimiento del coche cuando abandona la carretera principal, para introducirse en un sombrío y poco transitado sendero de tierra húmeda, escoltado en ambos lados por altos y tupidos árboles, que apenas si permitían el paso de la luz solar a través de sus frondosas copas, las que se inclinaban sobre el camino, semejando un tétrico recibimiento para quienes se aventuraran transitarlo. Richard comienza a tener la sensación de ser observado desde el cerrado follaje. Tanto el clima como el entorno mutan de modo drástico a partir del momento en que se introducen en el sendero. Una espesa neblina surge prácticamente de la nada, envolviéndolos con un manto atemorizante y provocando en el muchacho nefastos presentimientos, además de un desasosiego inextricable. Ajusta su abrigo sobre el pecho y se restriega las manos enguantadas.
Observando el espejo retrovisor en la parte delantera, nota que el chófer, a quién no había visto antes en su vida, le mira de un modo extraño, penetrante. Comienza a sentirse algo incómodo. Buscando en el interior del sobretodo, extrae su plateada cigarrera y una pequeña petaca de licor. Le tiemblan las manos al destaparla, intenta beber un largo y profuso trago. En un descuido, unas pequeñas gotas derramadas se dibujan nítidas al caer sobre sus ropas. Al verlas Richard piensa en sangre. Fastidiado, enciende un cigarrillo y, aspirando hondo, desea encontrar en este simple acto un poco de claridad mental y cierta calma. No resulta. Su corazón se acelera desbocado. Mordiéndose los labios, exhala el humo intempestivo, arroja el cigarro a medio consumir por la ventanilla del automóvil. Vuelve a mirar hacia el espejo, vigilando el ceño de su raro conductor. «¡Demonios! Debería haber prestado más atención a la hora de contratar los servicios de transporte», piensa.
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John, que la rescata alejándola. C
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