LA HERENCIA (Edición de Day9)

manifiesta idéntico. La vulnerabilidad del Clan se ve expuesta, tras la violación de
su secreto más preciado.
Incertidumbre… Desasosiego… De modo concluyente los sacrílegos no cuentan
con más opción que la de adoptar una postura.
Paralelamente, también en la sala circular, las expectativas de sus habitantes
no distan mucho de ser afines. Mientras Timothy se recupera de sus heridas, el resto
vacila su confianza en el desenlace de las circunstancias.
La transformación de Richard, aunque no se manifiesta evidente, es
singularmente conocida por todos. Una cosa es enfrentar la potestad del Diablo,
guiados por un líder poseedor de importantes facultades heredadas de sus ancestros;
otra muy distinta, el que dicho líder invistiera ineludible un poder tan inaudito y
oscuro como el del Maligno mismo. Instaurándose sin reservas puras, como el tan
temido Anticristo.
John dedica gran parte de su tiempo en diseñar una serie de planos astrales,
con el fin de establecer el plazo exacto en que acaecerá el Rito Mayor: «La
Consagración». A su vez, prueba indagar, a través de sus fórmulas, si será capaz de
eximir a su amada Maggie de los corolarios del Advenimiento de La Eterna. Si bien
revelaron la ubicación de su mayor falencia, el sarcófago en la caverna subterránea,
se les presenta abstrusa la probabilidad de acceder a ella. El Maldito no escatimará
esfuerzos por escudarla y, ellos, no podían arriesgarse a sufrir pérdidas o desventajas
que les debilitaran.
Maggie sortea en su mente y en el escrutinio de los textos, cada contingencia,
cada medio accesible que lograra conferirle una clave para resguardar su simiente
de la posesión infernal a la que estaba destinada.
George se desplaza, solícito y silente, en procura de atenderlos a todos. A pesar
del perenne mutismo, nadie, conocedor de las múltiples peripecias por las que
atravesara en el pasado, abrigaría dudas en relación a sus ansias de un desquite
contra Dorothy y todos sus secuaces.
Tituba suele ausentarse con frecuencia, para recorrer los corredores ocultos,
bifurcándose tras las puertas.
Richard sobrelleva el tiempo abstraído, ostentando pertinaz, esa, su media
sonrisa escalofriante. Ha comenzado a desplazar objetos con solo desearlo y celebra
a solas, en el cuarto anexo, extrañas e indescifrables liturgias. Al igual que Tituba,
también se escabulle, pero de forma sobrehumana, materializándose o
evaporándose a voluntad y siempre con trayectoria desconocida. Sin abandonar ni
por un instante el puñal de plata.
Días después y mientras el ocaso cierne su manto color naranja sobre la
estancia, Maggie profiere un fuerte y desgarrador aullido. Tituba, situada a sus pies,
articula plegarias en lenguas muertas, sumida en profundo estado de trance. En
tanto, Richard posa sus manos sobre el abdomen de la joven. Ante la escena, John,
sin demostrar sorpresa, contempla con angustia y resignación, el modo en que el
vientre de su hija mayor se distiende extraordinaria y antinaturalmente en cuestión
de minutos, lo que habría de haberle llevado meses.
Cuando los gritos de dolor cesan, la muchacha luce un embarazo casi a
término. Luego, se desmaya paralelamente con la mestiza que se desploma exhausta
a su costado.