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LA HERENCIA (Edición de Day9)

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Encabezando el trío, contrita y muda, Dorothy porta entre sus manos una<br />

vasija llena con un líquido viscoso. Cuando comparece frente al Amo, se lo brinda<br />

hincándose en la tierra. Él lo toma y, elevándolo por sobre sí, vuelve a pronunciar<br />

palabras en el antiguo lenguaje angelical. Las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l socavón principian<br />

entonces a conmoverse, e in crescendo, voces improce<strong>de</strong>ntes proclaman la<br />

<strong>de</strong>mencial plegaria <strong>de</strong> los muertos.<br />

Todos a una, los funestos prosélitos <strong>de</strong>l Oscuro revelan totalmente blancos los<br />

ojos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las orbitas, mientras alzan la cabeza hacia un firmamento oculto, pero<br />

para ellos muy presente. Inmediatamente, los rehenes <strong>de</strong> las sombras, allí forzados,<br />

comienzan a convulsionar <strong>de</strong> modo frenético, arrojando espuma por la boca y con<br />

el cuerpo por completo <strong>de</strong>sarticulado, en movimientos humanamente irrealizables.<br />

De lo más alto <strong>de</strong> la casona, casi en la cúspi<strong>de</strong> y luego <strong>de</strong> un quebrantador<br />

estruendo <strong>de</strong> luces y sonidos, nuevamente un <strong>de</strong>shumanizado y <strong>de</strong>sgarrador rugido<br />

se <strong>de</strong>ja escuchar, hiriendo con su filo etéreo no solo los oídos, sino también el alma<br />

<strong>de</strong> todos los presentes. Surcando el cielo, venciendo los espacios, abriéndose paso<br />

entre fumaradas <strong>de</strong>l Averno.<br />

La grandiosa y pesada cubierta <strong>de</strong>l ataúd, allí tras los velos, exhala un soplo <strong>de</strong><br />

polvo y pútrido aliento. Moviéndose, amenazando abrir sus fauces <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo eterno.<br />

Resguardada por el vitreaux <strong>de</strong> la cúpula, mucho más arriba que aquel cónclave<br />

diabólico bajo los cimientos, la joven madre se aferra, con sumo frenesí, <strong>de</strong> los<br />

brazos <strong>de</strong> dos que la ayudan a parir.<br />

Tras el irrebatible grito originado en sus entrañas, nace a la luz <strong>de</strong> la luna, bajo<br />

la transparencia multicolor que <strong>de</strong>scien<strong>de</strong> <strong>de</strong>l techo vítreo, el primer, insobornable<br />

y casto llanto <strong>de</strong>l recipiente presto a la usurpadora. Abriendo, con su prístino<br />

sonido, los cerrojos que retienen al inenarrable y cruento ser que ya acecha el<br />

proscrito umbral entre los vivos y los muertos.<br />

Una irreverente carcajada, escarnio <strong>de</strong> toda misericordia, sacu<strong>de</strong> la casa <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

lo más inasequible <strong>de</strong> sus secretos. Arthur, poseso e hilarante, se halla convencido<br />

<strong>de</strong> que el tiempo se <strong>de</strong>tiene en favor <strong>de</strong> sus anhelos, a punto <strong>de</strong> ce<strong>de</strong>rle la llave que<br />

le <strong>de</strong>jaría libre sobre la tierra. La llave <strong>de</strong> su codiciado Reino.<br />

Enceguecedora, irradia la fluorescencia que restalla sobre la oscuridad <strong>de</strong> la<br />

caverna, transmutando en plata el resplandor <strong>de</strong> las siluetas allí congregadas. Una<br />

explosión sanguínea amenaza abrirse paso <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los muros, las grietas y la tierra. Se<br />

reúne entonces todo el grupo, formando un círculo alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l altar <strong>de</strong> piedra,<br />

antiguo testigo <strong>de</strong> la sistemática matanza <strong>de</strong> innumerables inocentes a través <strong>de</strong>l<br />

tiempo.<br />

Enlazados unos a otros en una orgía <strong>de</strong> cuerpos funestos, <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nan un<br />

nuevo relámpago, que se alza <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el altar al techo. Entonces, se perfila,<br />

materializándose sobre la fría piedra, el cuerpo <strong>de</strong>sgajado <strong>de</strong> Maggie, sosteniendo<br />

entre sus brazos a la pequeña niña, profecía y presagio, símbolo <strong>de</strong> amor y odio.<br />

Inocente aún, mas esperando, in<strong>de</strong>fensa, el albur in<strong>de</strong>scriptible <strong>de</strong> los anhelos más<br />

aviesos.<br />

Las mejillas estremecidas <strong>de</strong> Maggie se ven prontamente surcadas por un río<br />

<strong>de</strong> lágrimas que hace cauce, <strong>de</strong>slizándose hacia el <strong>de</strong>snudo pecho. Un sollozo quedo<br />

la somete ante sus miedos y aferra, <strong>de</strong>sesperadamente, a la criatura contra su cuerpo.<br />

Arthur, Luzbel, Lucifer, ¡qué importa!, Satanás en ese cuerpo, esgrime en alto<br />

un puñal sacrificial, señalando con el extremo distal <strong>de</strong> su hoja, el espacio libre entre

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