Todos guardan silencio, mientras lo ro<strong>de</strong>an, allegándose con la mirada brillante <strong>de</strong> euforia y anhelos escondidos. Es preciso y urgente ser sagaz <strong>de</strong> pensamiento. El único ser humano entre toda esa horda macilenta proferida por el Inframundo es él. Repentinamente, las palabras <strong>de</strong> Arthur o Arturo, el Amo o mismísimo Satán, tornan, haciendo eco en su memoria: «El Anticristo». Ese es él. Producto final <strong>de</strong> una larga historia <strong>de</strong> muerte, sangre y pecado. En este fatal minuto, se impone aún más po<strong>de</strong>roso que el Ángel Caído. Y ellos, craso error <strong>de</strong> hacérselo saber, supuestamente y tan solo supuestamente, no disponen <strong>de</strong> sobradas probabilida<strong>de</strong>s en su contra. Aun así, <strong>de</strong>be ganar tiempo. ―Uste<strong>de</strong>s prepararon todo esto y como imaginarán, estoy algo sorprendido y bastante cansado. Necesito meditar —dice repentinamente Richard, haciendo un gesto con los brazos en dirección al <strong>de</strong>moníaco cenáculo que le ro<strong>de</strong>a. Continúa ―Es obvio que no voy a escapar a mi <strong>de</strong>stino. Es más, ¿acaso sería posible? Solo requiero <strong>de</strong> espacio y un sitio don<strong>de</strong> <strong>de</strong>scansar para recuperar fuerzas. En un gesto acor<strong>de</strong> a su nueva y pre<strong>de</strong>terminada actitud, se dirige a Robert, la única presencia que sabe relativamente confiable, como si nunca hubiese <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> hablarle durante estos veinte años. ―Padre, te ruego me ayu<strong>de</strong>s con las maletas. Y puesto que soy el auténtico dueño <strong>de</strong> casa, resolví alojarme en la estancia circular <strong>de</strong>l último piso. — Dirigiéndose al resto, sigue—. A<strong>de</strong>más, quiero hacer una petición especial: Nadie, absolutamente nadie, <strong>de</strong>be acudir a mí. Seré yo, quien venga ante uste<strong>de</strong>s, cuando así lo disponga y me encuentre listo. Arthur le contempla inmutable, todos retroce<strong>de</strong>n <strong>de</strong> modo simultáneo; dándole así a Richard la certeza <strong>de</strong> que, si obra en control indiviso <strong>de</strong> su proce<strong>de</strong>r, ante el po<strong>de</strong>r que le inviste y la sangre que porta, pue<strong>de</strong> manipular al homogéneo grupo bajo su voluntad, aun <strong>de</strong> modo imperfecto. Sube displicente la magna escalera, siempre <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> Robert, quien carga parte <strong>de</strong> su equipaje. Antes <strong>de</strong> continuar su ascenso y per<strong>de</strong>rse entre las sombras que los aguardan más arriba, or<strong>de</strong>na a los nativos, todavía distantes y ocultos por penumbras, trasladar los baúles con el material <strong>de</strong> sus estudios a la estancia don<strong>de</strong> se instalaría. Vuelve a indicar insistente no ser molestado, <strong>de</strong>jándolo en completa soledad. Maggie intenta infructuosamente acompañarle. Frente a un gesto brusco que Richard hace con la mano, esta se <strong>de</strong>tiene en seco, como si le resultase imposible caminar. —¡Tú! Tú ya tienes lo que <strong>de</strong>seabas ―le espeta Richard, aún sorprendido por el efecto <strong>de</strong> su a<strong>de</strong>mán. ―Llevas un hijo mío en el vientre, considérate afortunada <strong>de</strong> que por ello no cobre represalias en tu contra. Me has mentido, socavado, traicionado ¿Qué esperas? —finaliza el joven, <strong>de</strong>sapareciendo por los corredores, mientras el resto se aglutina concupiscente en la planta baja. Una vez allí, tras cerrar la puerta <strong>de</strong> acceso al solárium, Richard se queda apoyado con ambos brazos sobre aquel portal. Solo entonces, <strong>de</strong>ja en libertad la
agitación que lo embarga. Casi no pue<strong>de</strong> respirar y su corazón palpita totalmente <strong>de</strong>sbocado, al compás <strong>de</strong> sus más perentorios miedos. Pero también es consciente <strong>de</strong> que, por ahora, y solo por ahora, se halla parcialmente a salvo.
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aquella soberbia estancia. La sangr
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sentirse amparado. Sin hermanos, si
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lleva en el bolsillo superior de su
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como para hacerle temblar de miedo
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«¿cuánto de lo vivido tiene viso
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