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LA HERENCIA (Edición de Day9)

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--¿Acaso creías que la señora <strong>de</strong> estas tierras se rebajaría a yacer contigo entre la<br />

paja <strong>de</strong> un sucio cobertizo, cuando pue<strong>de</strong> hacerlo sobre sábanas bordadas en oro?<br />

¡No! ¡Te equivocas! Ella, en este preciso instante, retoza satisfecha… ¡en la cama <strong>de</strong><br />

tu padre! Y solo me ha enviado aquí para <strong>de</strong>mostrarte lo poco que le importan tus<br />

absurdos sentimientos. ¡Cómo ha <strong>de</strong> estar riendo! ―mintió todavía hilarante―. ¡Es<br />

más, no <strong>de</strong>sea volverte a ver! —exclamó, casi gritando.<br />

Timothy se negó a seguir escuchándola. Enceguecido por la ira y el<br />

<strong>de</strong>sconcierto, se vistió presuroso y, consciente <strong>de</strong> que su cabeza tenía precio por<br />

aquellos lares, a<strong>de</strong>más que <strong>de</strong> quedarse un segundo más acabaría por asesinar a la<br />

mestiza, <strong>de</strong>sapareció como alma que lleva el diablo, atravesando la arboleda.<br />

Se llevó consigo un <strong>de</strong>sasosiego que no podía ser ni mayor, ni más cruento. Tal<br />

vez los dichos <strong>de</strong> la bruja fuesen ciertos… tal vez no. De todos modos e instigado por<br />

lo irascible <strong>de</strong> su temperamento concluyó que ahora contaba con sobrados motivos<br />

para jamás volver.<br />

Estaba hecho. Tituba se incorporó lánguida, vistiéndose con lentitud. No tenía<br />

mínima i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> las consecuencias que su accionar <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>naría.<br />

El oscuro manto <strong>de</strong> una tragedia nunca sospechada, comenzaba a ceñir el<br />

futuro <strong>de</strong> la resentida. Aquella misma noche, frente al Aquelarre, fue juzgada por su<br />

falta. Nada sucedía al margen <strong>de</strong> los Ancestros. Ya congregadas bajo la espesura <strong>de</strong>l<br />

bosque, una <strong>de</strong> las <strong>de</strong>crépitas Ancianas, se aproximó a ella apuntando hacia su<br />

vientre.<br />

—Este es el precio que <strong>de</strong>berás pagar. Una niña comienza a gestarse en ti,<br />

po<strong>de</strong>mos verlo. Más ella jamás te pertenecerá. Será extirpada <strong>de</strong> tu lado y, hasta el<br />

momento en que así lo <strong>de</strong>cidamos, nadie, absolutamente nadie, conocerá su<br />

para<strong>de</strong>ro.<br />

Tituba cayó <strong>de</strong> rodillas.<br />

―Vivirá, más su <strong>de</strong>stino está signado al servicio <strong>de</strong> nuestra voluntad —<br />

sentenció la octogenaria.<br />

Así fue. La pequeña vino al mundo a orillas <strong>de</strong>l pútrido pantano, tan solo unas<br />

pocas noches <strong>de</strong>spués.<br />

Haciendo uso <strong>de</strong> su magia oculta y siniestra, las umbrías hechiceras<br />

manipularon el tiempo sobre la noche aciaga, acelerando <strong>de</strong> modo antinatural el<br />

proceso <strong>de</strong> gestación y nacimiento.<br />

Ya fuera <strong>de</strong>l vientre materno, abrió sus ojitos hacia el firmamento, con Tituba<br />

aferrándola fuertemente contra su pecho. Pero la bruja solo tuvo unos minutos para<br />

darle un nombre y <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> ella.<br />

Entre el cruel <strong>de</strong>sgarro <strong>de</strong> aquel castigo y la impotencia que la embargaba, la<br />

mestiza besó por única y última vez su casta frente. Mientras la arrancaban <strong>de</strong> sus<br />

brazos, la llamó «Alice».

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