LA HERENCIA (Edición de Day9)

aún no será precisa, como es tradición en nuestro Dogma. En apariencia, el
ministerio que te atañe… es otro―. Arthur hace una pausa y se allega intimidante a
Richard, quien permanece estupefacto.
En tanto la tensión entre ambos se hace insostenible, el pórtico principal se
abre de par en par. Junto con el intenso aroma a ramas y hojas muertas que proviene
del jardín abandonado, Tituba se abalanza sobre Alice, por completo exaltada y con
el rostro bañado en lágrimas. La estrecha tan fuerte como puede, por segunda vez
en su vida.
―Finalmente hija, finalmente. ―Solloza sobre su hombro.
Arthur continúa avanzando por la sala. Dirigiendo una feroz mirada hacia las
brujas rivales, prosigue con su discurso.
―Dorothy, Tituba. Si no fuera por vuestra persistente rebeldía y el uso
indiscriminado que hicierais de aquel «Libre albedrío» que les confiriera
«Padre» ―dice, apuntando burlonamente hacia arriba―, esto no hubiese sido
jamás posible. Ha llegado la hora de afrontar las implicaciones derivadas de vuestro
accionar, sea cual fuere el resultado. ¿Acaso habéis considerado la posibilidad de
que, llegado el caso, tengáis que uniros en veneración ante el fruto de tal
encono? ―pregunta posando capciosamente sus ojos sobre los padres de Richard,
para luego caminar en círculos rodeando a la pareja.
―Hermanos y unidos en incesto. ¡¿Quién lo diría?! ―proclamó sarcástico―.
Sin siquiera sospecharlo, procrearon a «Aquel» que dicen habrá de sucederme. ¿Será
eso posible? —Finaliza con un tono sensiblemente escalofriante.
En ese instante y con un veloz desplazamiento, sorprende a Richard,
sujetándolo por los hombros y hablando fuerte, pero directo sobre su oído:
―El Anticristo. La llave que abrirá los cerrojos de Infierno, para así reinar sobre
la tierra. Sí, esta tierra, esfera donde desde tiempos inmemoriales hemos estado
rivalizando por sojuzgar… El Creador… y yo. Más todos los demonios, ángeles, brujos
y otras mil divinidades. ¿Ahora llegas tú, investido por mi propia sangre, para
erigirte en heredero, mi sucesor, cuando aún no he logrado quebrantar el maldito y
obsoleto dominio de «Mi Padre» sobre estas minúsculas entidades que llamáis
humanos? ¡Yo he estado aquí! ¡Siempre! ¡No Él! ¡Mucho menos tú! Sin embargo, he
persistido deambulando de un lado a otro, cautivo perenne de un rito que me
permita habitar estos débiles y enfermizos atuendos que definís como «cuerpos».
¡Vaya con lo absurdo! ―Estalla en amarga carcajada—. Solo ambiciono librarme de
tal fastidio—. Soltándolo abruptamente, hace una breve pausa―. Además, por
supuesto, de la irritante presencia de ese Padre disoluto que me expulsó hace eones
de «Su Reino»—prosigue, señalando nuevamente hacia el techo y con la voz
convertida en trueno.
Richard, estático, resiste en el centro de lo que ya semeja un círculo ritual.
Consciente de que debe hacer algo, reaccionar de algún modo ante tal despliegue de
ira y resentimiento, pues se siente amenazado, enfunda las manos en sus bolsillos y
centra la vista sobre cada uno de los integrantes de aquella farsa, detenida e
inescrutablemente, buscando con desespero la actitud pertinente a su condición
actual.