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LA HERENCIA (Edición de Day9)

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En una <strong>de</strong>licada y sutil <strong>de</strong>mostración <strong>de</strong> afecto, <strong>de</strong>speja la frente <strong>de</strong>l joven,<br />

<strong>de</strong>teniéndose en ese gesto unos minutos. Ro<strong>de</strong>a cada ángulo, cada surco <strong>de</strong> su faz<br />

con el extremo <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos. Luego, incorporándose, se encamina con toda calma<br />

hacia don<strong>de</strong> reposan las maletas. Comienza a meter en ellas todo cuanto Richard<br />

trajo consigo. Sobre el escritorio, repara en los documentos que su hijo sostenía en<br />

manos cuando le sorprendiera por la mañana. Deci<strong>de</strong> guardarlos también, pero en<br />

su propia valija, colocada algo más distante.<br />

Cerca <strong>de</strong>l pasadizo que conduce a la cocina, una presencia casi corpórea la<br />

contempla silente. Ella lo intuye <strong>de</strong> inmediato, pero no levanta la vista <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong><br />

se halla en cuclillas.<br />

—Supuse que te encontraría aquí. Te esperaba. Gracias por advertirme…<br />

Robert ―dice, mientras sus ojos se llenan <strong>de</strong> lágrimas.<br />

Robert, o mejor dicho su espectro, permanece <strong>de</strong> pie, apoyado sobre uno <strong>de</strong><br />

los muros <strong>de</strong>l pasillo con las manos hundidas en los bolsillos <strong>de</strong> su pantalón.<br />

Deleitándose ante la visión <strong>de</strong> la mujer que tanto amara y a la que había convertido<br />

en su esposa, apenas conociéndola. Subyugado por su belleza e inteligencia, no le<br />

importó en nada el hecho <strong>de</strong> ignorar por completo <strong>de</strong>talles sobre su pasado o<br />

proce<strong>de</strong>ncia, <strong>de</strong>safiando así las costumbres y el protocolo <strong>de</strong> su clase.<br />

Esa era su Alice, a quien <strong>de</strong>jó sola y con Richard recién nacido, el maldito día<br />

en que viniera por su herencia, encontrando aquí, el lóbrego y fatal <strong>de</strong>stino que lo<br />

condujo directo hacia una traicionera muerte.<br />

Continúa mirándola, con una mezcla <strong>de</strong> gozo y añoranza. Mas nada consigue<br />

borrar <strong>de</strong> su fisonomía aquella inquebrantable expresión <strong>de</strong> torturada tristeza,<br />

dominado por una esperanza que ya concibe extinta.<br />

De pronto, Alice se incorpora, como si ya no resistiera lo tenso <strong>de</strong> la situación,<br />

y voltea, sacudiendo nerviosamente el polvo <strong>de</strong> sus manos, en dirección a quien<br />

había sido su esposo.<br />

Robert quita las manos <strong>de</strong> los bolsillos y esboza una tímida sonrisa.<br />

―Robert… ―pronuncia Alice con la voz <strong>de</strong>scompuesta por el llanto.<br />

—Alice… ―respon<strong>de</strong> él con suavidad.<br />

Mientras ambos se precipitan uno en brazos <strong>de</strong>l otro, recios golpes retumban<br />

en la sala <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el portal <strong>de</strong> entrada. El tiempo se <strong>de</strong>tiene. Alice ve la imagen <strong>de</strong><br />

Robert disolviéndose en el éter, <strong>de</strong>jando tras <strong>de</strong> sí la estela <strong>de</strong> su presente ausencia,<br />

ahora reemplazada por el polvo que flota indolente<br />

Ella traga sus propias lágrimas y, ahogando un lamento, inspira con fuerza,<br />

buscando valor para seguir entera. Se dirige a la puerta. Abre presurosa. El jorobado,<br />

chófer que le transportara tanto a Richard como a ella misma, se encuentra <strong>de</strong> pie<br />

sobre el umbral, haciendo girar nerviosamente la gorra <strong>de</strong> su uniforme con los<br />

<strong>de</strong>dos.<br />

—Mi Lady ―dice a modo <strong>de</strong> saludo, inclinando la cabeza casi calva en señal<br />

<strong>de</strong> reverencia—. Aquí me tiene usted, a vuestra disposición, para ayudarle en lo que<br />

guste mandar.

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