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en que <strong>de</strong>cidiste alimentar, <strong>de</strong> ese infeliz, el ego!<br />
Maggie llora <strong>de</strong>sesperada, con la mirada fija en la <strong>de</strong> su verdugo. Él le grita, al<br />
cabo que sujeta con mayor firmeza el puñal siniestro.<br />
―¡Rompiste el pacto y diste fin al juramento! ¡Maldita bruja infame! ¡Soy el<br />
Amo! ¡Alfa y Omega! ¡Yo y no Dios! ¡Yo, el futuro Rey <strong>de</strong>l Universo!<br />
Ella aprieta sus párpados con fuerza, concibiendo el fatal <strong>de</strong>senlace <strong>de</strong> ese<br />
trágico minuto.<br />
Sorpresivamente, el grito <strong>de</strong> una mujer hien<strong>de</strong> la sepulcral atmósfera.<br />
Atravesando la distancia entre los cuerpos, reverberando, originando ecos, mientras<br />
se abalanza hacia Dorothy, aún <strong>de</strong> rodillas en el piso, y le zanja el cuello con un solo<br />
movimiento. Al mismo tiempo, Timothy cruza la estancia en dirección al sitio don<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>scansa el ataúd. Simultáneamente, dos <strong>de</strong> los hombres con el rostro disimulado<br />
por capuchas, trocan su actitud, antes sumisa, a otra muy diversa, embistiendo por<br />
la espalda tanto a Martha como al extraño chofer <strong>de</strong> la joroba. Les perforan el plexo<br />
con los puños, extirpándoles el corazón y el último aliento.<br />
Arthur no ceja ante el asombro. Torna su gesto en inflexible voluntad <strong>de</strong><br />
ultimar, cuanto antes, el sacrificio y urgir la transición <strong>de</strong> Amonet hacia un nuevo<br />
recipiente.<br />
Estallan los truenos, las centellas, sin que el Amo perciba que, a su espalda,<br />
una silueta cubierta <strong>de</strong> negro se alza regia y ciclópea, suspendida en el aire,<br />
con<strong>de</strong>scendiendo advertir el esplendor <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> ojos vestidos en rojo fuego.<br />
Repentinamente, Arthur <strong>de</strong>tiene en seco el movimiento. Sin bajar su brazo en<br />
alto, bosqueja en sus labios una diabólica sonrisa, confirmando el presentimiento.<br />
Reconoce, con certeza irrefutable, la i<strong>de</strong>ntidad <strong>de</strong> su oponente. No exterioriza ira<br />
alguna esta vez. Es como si esperara, casi <strong>de</strong>mandara cotejarse con él, en indiviso<br />
duelo.<br />
En esa breve pausa en la que ambos soslayan su estrategia, uno <strong>de</strong> los hombres<br />
vestidos <strong>de</strong> negro <strong>de</strong>ja caer el cuerpo exánime <strong>de</strong> Martha, mientras <strong>de</strong>snuda su<br />
rostro: Robert.<br />
Junto a él John y, más a<strong>de</strong>lante, la mujer que <strong>de</strong>gollara a Dorothy se incorpora,<br />
revelando la estoica faz <strong>de</strong> Alice. Los tres traicionando el Rito y tomando partido<br />
por sus hijos.<br />
El rostro <strong>de</strong> Arthur se <strong>de</strong>vuelve a las sombras. Amparándose en el odio, observa<br />
al resto: Los rehenes abatidos, cubiertos <strong>de</strong> vómito, inservibles y <strong>de</strong>sperdigados. Su<br />
<strong>de</strong>seada amante, bañada en sangre, abierto el cuello. Más allá, tumbados, Martha y<br />
el servil chofer. Sigue escudriñando el área, los recovecos, evitando mirar el ataúd<br />
<strong>de</strong> Lilith, hasta que le fue imposible ignorar el gran estrépito.<br />
Con una inaudita implosión, que lanza a Timothy a varios metros <strong>de</strong> distancia,<br />
el ominoso féretro se parte en un centenar <strong>de</strong> trozos, volando expelidos en todas<br />
direcciones. Sin embargo, emergiendo <strong>de</strong> entre las llamas con que Tim le prendiese<br />
fuego, el espectro maloliente y sórdido <strong>de</strong> la dama <strong>de</strong>l Infierno se alza inconexa <strong>de</strong><br />
sus calcinados restos. Enajenada por la furia y el <strong>de</strong>sconcierto, Lilith trepida su<br />
esencia buscando quien que retenga su vital aliento.<br />
Arthur, al percibir esto, sale <strong>de</strong> su estupor y reaccionando resuelve dar término<br />
por fin al sacrificio <strong>de</strong> Maggie. Cuando blan<strong>de</strong> el puñal contra el cuerpo sobre el<br />
altar, no pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> asombrarse al notar que la joven se halla ya en brazos <strong>de</strong>