LA HERENCIA (Edición de Day9)

isa contenida.
Cuando ella por fin le mira, él solo puede notar timidez y gracia. Señales
previas a un sí que es preciso y proyectado de ante mano. La magia busca su cauce.
Luego de aceptar con gesto embelesado, Maggie se abalanza sobre su ahora
prometido y, besándole prolongadamente, despliega para él un excitante y femenino
ritual de seducción.
Poco después de la champaña y mientras entrelazan sus cuerpos sedientos de
pasión inagotable, las sombras a su alrededor danzan festivas y erotizantes. Las
esculturas voltean su faz hacia los amantes, los retratos contemplan sus sensuales
movimientos y formas inescrutables comienzan a rodearles expectantes, satisfechas.
La luna se filtra llena y plateada, atravesando el cristal de los ventanales,
revelando sus cuerpos desnudos y radiantes tras una primera noche de absoluta
entrega, sin sospechar que acaban de consolidar lazos con un futuro ineludible.
Al cabo de unas pocas horas y, una vez profundamente dormido Richard,
Maggie se desliza con sumo cuidado hacia su dormitorio. Allí, extrae el manuscrito
lacrado para desplegarlo ante sus ojos. Se trata de un par de páginas sustraídas de
un registro genealógico. Sobre la superficie de las mismas se moldean los nombres
de los más recientes antepasados de Richard, además de la relación sucesoria que
estos tienen entre sí.
Evidentemente es un fragmento. Da inicio citando a Martha y Dorothy
Swillings, George y Timothy Graham, Arthur Greenway, Alice Mc Conroy, Robert
Graham, incluso Tituba. Hasta llegar a Richard Graham Mc Conroy, donde concluye.
Mientras Maggie sostiene el documento, nota cómo, inexplicablemente, junto
al nombre de su prometido, comienza a dibujarse con tinta fresca y por invisible
puño, su propio nombre y el de alguien más.
Previo a distinguirlo y, en tanto exhibe una amplia sonrisa, siente sobre su
cuello la caricia de una mano varonil y firme. Es su Amo, allí presente, en la
penumbra.
Escasos días transcurren antes de que la muchacha convenza a Richard de
emprender un viaje con destino a esa propiedad, la que Arturo Del Fiore había
resuelto obsequiar a su esposa Alice.
Maggie fundamenta su petición en el deseo de concretar, de un modo u otro,
el sueño de su difunta suegra. Incluso expone con insistencia, su aspiración de que
la boda se realizase en dicha residencia.
Richard, por el contrario, se resiste ante aquella idea, argumentando que sus
indagaciones no han culminado y que los devaneos de su memoria aún le ocasionan
cierta inestabilidad.
Sin embargo, ella consigue persuadirlo de llevar todo su trabajo, con cada uno
de sus componentes, a la nueva residencia; comprometiéndose a pasar, si es preciso,
la luna de miel examinándolo junto a él, mientras lo consiente y apoya por completo.
Aduce que esta casa y su estadía en la nebulosa Londres, ya no les resultarán
idóneas si piensan consolidar una nueva y maravillosa vida en común.