LA HERENCIA (Edición de Day9)

acechándolo. Trata de pensar en otra cosa, mientras corre el cerrojo y abre la puerta.
En el pequeño porche de entrada puede ver a los dos que lo aguardan fuera: unos
distinguidos caballeros vestidos muy formalmente y de apariencia simétrica. Todo
en ellos es semejante y monocromo, incluso la sombría y compungida expresión que
ostentan en el rostro.
―¿Señor Richard Graham? ―pregunta uno de ellos.
―Por cierto —responde Richard.
―¿Nos permitiría pasar? ―interrogan los hombrecillos―. El motivo de
nuestra visita tiene connotaciones que quizá fuese más conveniente tratar bajo la
tranquilidad de su morada ―argumenta.
Richard, algo fastidiado y con un gesto breve de su brazo, les permite entrar.
―¿A qué debo el honor? ―inquiere, mientras todos toman asiento―. Espero
sepan disculpar mi apariencia, pero no esperaba recibir visitas.
—Se trata de vuestra madre Alice y su señor esposo, Arturo Del Fiore –enuncia
visiblemente nervioso, uno de los caballeros. Tras una pausa, inspira vehemente,
para luego continuar con el recado―. La embarcación en la que navegaban:
«Dorothea», propiedad de su padrastro y nuestro cliente, ha sido víctima de un
naufragio en alta mar. Por desgracia y hasta donde sabemos, no hay
sobrevivientes. ―El hombre estruja el sombrero que sostiene, después de soltar
abrupto la funesta noticia
Un abisal silencio se consolida en la sala. Ambos visitantes conservan la vista
fija en Richard, a la espera de algún tipo de reacción emocional; lo que nunca sucede.
Richard, impasible y con el rostro inexpresivo, devuelve sus pasos hacia la puerta y,
con un movimiento seco, les invita a retirarse.
Los caballeros se apresuran a hacerlo, notablemente desconcertados. Pero
antes de que Richard cerrase la puerta en sus narices, uno de ellos extrae un ominoso
sobre del interior de su chaqueta y se lo extiende.
―Esto le pertenece. Puede ponerse en contacto con nosotros en cuanto se
sienta mejor. Es pertinente y necesario ―dice, para luego despedirse.
Una vez solo con el sobre entre las manos, Richard se desploma sobre la chaise
longe favorita de su madre, no sin antes tomar al paso una gran botella de licor.
Bebiendo profusamente desde el mismo pico, procura saciar una sed que pareciera
datar de años atrás.
Durante un par de horas, bebe, bebe y sigue bebiendo. Con un cierto grado de
temor, abre el sobre que le fuera entregado. Allí constan detalles legales sobre
propiedades, haberes, cuentas bancarias, cláusulas, bla bla bla. Es solo hasta el
último anexo, cuando su interés despierta. Se le cede, en forma universal, la mansión
que Arturo pretendiera obsequiar a su madre como regalo de bodas. Hay una
pequeña particularidad: no se consignan datos del anterior propietario.
Ahora todo le pertenece a él. Al pusilánime borracho que es en la actualidad.
Últimamente, circunscribió sus ambiciones personales a las limitaciones de subsistir
gracias al legado de su tío. Sin embargo hoy, se ha transformado en un hombre