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consi<strong>de</strong>rablemente rico, gracias al oportuno matrimonio <strong>de</strong> su madre con Arturo, y<br />
la ulterior tragedia <strong>de</strong> su muerte. Del Fiore al parecer, no contaba con otros<br />
here<strong>de</strong>ros.<br />
―Madre… ―murmura para sí, reclinándose contra el respaldo, suspirando y<br />
mirando al techo—. ¿Qué se supone <strong>de</strong>bo hacer?<br />
Muy calmado, aunque disperso y abiertamente triste, toma un prolongado<br />
baño y se viste cuidadosamente. Cada uno <strong>de</strong> sus movimientos es maquinal,<br />
ejecutando pasos <strong>de</strong> su rutina <strong>de</strong> forma sistemática. Luego, cogiendo un paraguas,<br />
sale a caminar sin rumbo por las calles cubiertas <strong>de</strong> lodo espeso y pegajoso.<br />
En su inconsciente <strong>de</strong>ambular, se traslada bastante lejos, a mitad <strong>de</strong> la nada y<br />
el todo cubierto por la llovizna persistente. Nada que <strong>de</strong>cir, nadie con quien<br />
compartir aquellos sentimientos encontrados. Solo.<br />
De algún modo, asumir la ausencia irreversible <strong>de</strong> su madre le ultima sentirse<br />
<strong>de</strong>sprotegido. Nunca supo cuánto recorrió <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que saliera <strong>de</strong> casa en la mañana.<br />
Por completo empapado, <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> volver. Detiene sus pasos, intenta ubicarse y<br />
<strong>de</strong>spués empren<strong>de</strong> el retorno, sin levantar la vista <strong>de</strong>l fango.<br />
Ya frente al porche <strong>de</strong> entrada, la divisa. Como enviada por alguna piadosa<br />
entidad divina, allí está ella: Maggie. Aterida por el frío y la humedad <strong>de</strong> las horas<br />
transcurridas mientras le esperaba.<br />
Richard se yergue <strong>de</strong> pie frente a ella, quitándose el sombrero y <strong>de</strong>jando a un<br />
lado el paraguas que nunca abrió. Gruesas lágrimas ruedan por sus mejillas, ni<br />
siquiera lo había notado, pero estuvo llorando todo el camino a casa, quizá <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
antes. ¡Qué importa cuándo o cuánto! Al percibir su angustia, la muchacha extien<strong>de</strong><br />
sus brazos. Se abrazan con fuerza, con gran <strong>de</strong>sesperación, mientras Richard<br />
finalmente da rienda suelta a su dolor vestido en luto.<br />
—No tienes que <strong>de</strong>cir nada, Richard. Lo sé, y lo siento inmensamente ―dice<br />
la joven, mientras su mo<strong>de</strong>sto sombrerito bordado cae rodando por el suelo,<br />
permitiendo resbalar en libertad una extensa y rizada cabellera. Cada una <strong>de</strong> las<br />
gotas <strong>de</strong>splomándose suicidas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el firmamento, reflejan fulgurantes el color rojo<br />
intenso <strong>de</strong> la misma.<br />
Mientras sigue aferrada al cuello <strong>de</strong> Richard, con la mirada extraviada en el<br />
espacio a espaldas <strong>de</strong>l joven, una tenue y misteriosa sonrisa se dibuja sobre los<br />
tiernos y carnosos labios femeninos.