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<strong>de</strong> su tío Alfred, especulando intuitivamente, que es allí don<strong>de</strong> hallará la punta <strong>de</strong>l<br />
ovillo. También es consciente <strong>de</strong> que su madre le refirió ciertas vicisitu<strong>de</strong>s al<br />
respecto en alguna oportunidad, mas no es capaz <strong>de</strong> recordarlo. Esto exacerba su<br />
intriga, pero sigue sin atreverse a comentar nada sobre el tema. Teme que Alice<br />
consi<strong>de</strong>re la posibilidad <strong>de</strong> que estuviese perdiendo la cordura.<br />
Durante uno <strong>de</strong> esos días en que su madre se ausenta <strong>de</strong> casa, Richard le<br />
escamotea unas llaves ocultas en su tocador y se encamina hacia las escaleras <strong>de</strong>l<br />
ático. Cuando se encuentra frente a ellas, la súbita imagen <strong>de</strong> otras similares azota<br />
su mente, <strong>de</strong>l mismo modo en que sobreviene un <strong>de</strong>ja-vu. Pantallazos que no logra<br />
<strong>de</strong>tallar arremeten sus pupilas, permitiéndole verse en el interior <strong>de</strong> un sitio que le<br />
resulta familiar. Pero, aun así, quimérico e irreal.<br />
En el momento preciso en que Richard se halla presto a subir la escala, oye la<br />
puerta <strong>de</strong> entrada abriéndose, y junto a ello la risa... ¿divertida?… <strong>de</strong> su madre, quien<br />
ingresa sorpren<strong>de</strong>ntemente acompañada por un caballero. Este posee una voz<br />
potente y extraño acento. Prodiga a la mujer una seguidilla <strong>de</strong> galanterías y bromas<br />
que a él le parecen carentes <strong>de</strong> toda gracia.<br />
Richard se apresura a <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r hacia el living. De cara al <strong>de</strong>sconocido<br />
visitante, experimenta la insólita evocación <strong>de</strong> un pasado in<strong>de</strong>finido. Alice proce<strong>de</strong><br />
ágil con las presentaciones <strong>de</strong>l caso.<br />
―Richard, hijo, el señor es un viejo amigo <strong>de</strong> tu padre, que ha llegado a<br />
Londres apenas hoy, para visitarnos ―anuncia ceremoniosa―. Arturo Conrado Del<br />
Fiore, mi hijo Richard Graham. ―Luego continúa dando explicaciones―<br />
Consi<strong>de</strong>rando que Arturo es un extranjero que visita por primera vez Londres y,<br />
habiendo sido cercano a Robert, creo sería muy atinado <strong>de</strong> nuestra parte hospedarle<br />
aquí en casa. ¿Qué te parece? ―interroga, dirigiéndose al joven.<br />
La prestancia <strong>de</strong>l aludido forastero se manifiesta impactante a sola vista.<br />
Durante momentos que parecen eternos, Richard le observa en <strong>de</strong>talle: alto, más <strong>de</strong><br />
1.95 metros, vestido en gris claro, estilo safari, luce un bronceado añejo sobre su faz<br />
curtida por los años, <strong>de</strong> unos cincuenta aproximadamente. Su rostro enmarcado por<br />
una barba rubia entrecana, el cabello <strong>de</strong>l mismo tono cuidadosamente peinado<br />
hacia atrás, <strong>de</strong>spejando así la amplitud <strong>de</strong> su frente sobre unas pobladas cejas<br />
blanquecinas que ensombrecían, en su abundancia, un par <strong>de</strong> ojos color celeste<br />
translúcido, penetrantes como un par <strong>de</strong> afiladas dagas.<br />
Amablemente y en forma <strong>de</strong> saludo, Arturo extien<strong>de</strong> su mano hacia él.<br />
Correspondiendo dicho gesto y, ante el tacto, Richard percibe inesperada, una<br />
<strong>de</strong>scarga eléctrica que recorre su cuerpo en<strong>de</strong>ble, mientras la potencia <strong>de</strong> una voz<br />
grave penetra la oscuridad <strong>de</strong> su memoria adormecida.<br />
A partir <strong>de</strong> ese momento, los días se suce<strong>de</strong>n <strong>de</strong> modo atípico en la vida<br />
doméstica; una cierta euforia flota en el ambiente antes monótono y gris. Alice<br />
semeja estar en permanente estado <strong>de</strong> gracia, brincando <strong>de</strong> un sitio a otro alre<strong>de</strong>dor<br />
<strong>de</strong> la visita. Es evi<strong>de</strong>nte para Richard que su madre, ha encontrado una buena razón<br />
para rehacer su vida. Y, aun cuando él lo hubiese <strong>de</strong>seado, no halla argumento válido<br />
que esgrimir en contra <strong>de</strong> esa relación, la que se presenta como un hecho<br />
consumado.<br />
Tenía que resignarse y aceptar las transiciones que pudiesen sobrevenir. Por