LA HERENCIA (Edición de Day9)

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CAPÍTULO 3 La Llegada El estertor del motor al detener la marcha se percibe similar a un escalofrío mecánico, ante la visión de la majestuosa mansión que se yergue a su derecha. Absolutamente gris y descuidada; permite, aun así, perfilar algo de su antiguo esplendor por entre los matorrales de la entrada, tras las rejas retorcidas. Richard la contempla durante unos instantes antes de bajar del coche: un diseño arquitectónico digno de la clase más opulenta entre los señores feudales del medioevo, deja traslucir diversas alas y torretas con un definido toque gótico, resaltado por la oscuridad de sus antiguos muros humedecidos y cubiertos de enredaderas muertas. Sí, muertas, como toda la vegetación que la rodea. Hasta los árboles parecen haber fenecido en un vano intento por ceñirla con sus ramas secas y retorcidas, invistiéndola con un aspecto en extremo siniestro. Su mente práctica se debate ante la idea de que una propiedad con estas características, una vez restaurada, si eso es aún posible, podrá constituir un trascendental abanico de opciones lucrativas, ya sea a través de la venta o como de su utilidad en otros diversos destinos posibles. Quizá sea esta la solución a todos sus problemas de dinero. Sin embargo, la oscuridad, las sombras escondiéndose en los rincones, el mustio entorno y abandono que la envuelven por completo, no cesan de estremecer las fibras más recónditas de su subconsciente temeroso. Nunca ha sido, lo que se dice, audaz o valiente. No obstante, siente que debe armarse de valor y enfrentar lo que fuese preciso ante tal oportunidad. Aquí, definitivamente tangible y… suya. Le sobresalta el intempestivo portazo del engendro jorobado y feo que contrató como chófer, quien, presuroso, ha descendido del vehículo, bajando las maletas del portaequipaje. Sacudiendo la cabeza para despejarla, salta del asiento del coche y observa de reojo a su acompañante, notando que este le mira fijo, mientras en su arrugado rostro se bosqueja algo semejante a una sonrisa mordaz. «¡Mierda! Quizá solo lo estoy imaginando», piensa, apartando de él la vista. Quita ese pensamiento de su mente, estira las piernas con movimientos de flexión y elongación, coloca los brazos en jarra y, elevando el pecho displicente, mira el gran portal detrás de la maleza casi con un gesto de satisfacción. Mientras tanto y en lo alto del segundo piso, desde una umbría ventana, la imagen de una mujer vestida de negro observa en detalle cada uno de sus movimientos, con los ojos sumidos en la oscuridad de unas cuencas insondables. La oscilación de la cortina alerta a Richard. Alzando la mirada, cree distinguir con bastante claridad el brazo de un joven de cabello renegrido que, cubriendo enérgicamente la boca de la mujer, la hala hacia atrás, sumergiéndola en la profundidad de un interior que permanece virgen al escrutinio del nuevo dueño de
aquella soberbia estancia. La sangre se le hiela en las venas. ¿Acaso está alucinando? Repentina y bruscamente, un toque sobre su hombro lo devuelve a la realidad. Se trata del singular chófer que lo insta a seguirlo hacia la entrada. Traspasan las oxidadas rejas, sorteando cardos entre la maleza y tanteando el camino de lajas que conduce hacia el portal labrado con arabescos desfigurados por el descascaro del tiempo. Richard comienza a buscar las llaves que le fueran entregadas junto al sobre notarial; mientras hace esto, oye el motor del coche arrancando a su espalda, allá, fuera del extenso jardín. Pasmado, se pregunta cómo ha llegado tan rápido ese jorobado fuera de la propiedad. Le grita en vano intentando detenerlo. El vehículo ya se pierde en el sendero, dejándolo absolutamente solo, frente a las puertas de su nueva vida; además del principio de un destino que no atinaba a sospechar.
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aún no será precisa, como es trad
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agitación que lo embarga. Casi no
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ambos. Ahora Richard juzga ese acto
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pantano, pasando así inadvertido a
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le denota como un ser temerario. Mu
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entrada. Lo consigue. Del otro lado
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diversas ahora. Los sentimientos y
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escalera, como percibiéndolos. Ent
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contigua, siguiendo el pasadizo que
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dueño ―comenta Tim, apuntando su
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la recién nacida y el seno de la j
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John, que la rescata alejándola. C
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CAPÍTULO 22 Sobrevivientes El polv
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CAPITULO 23 Los Herederos En las pr
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