LA HERENCIA (Edición de Day9)

Por supuesto, la actitud de Richard es coherente con su educación,
estableciendo estas propuestas con la más digna y respetuosa de las intenciones. En
caso de consentir, ella se instalará, por el tiempo que considere necesario, en la
recámara de Alice; mientras que él, seguiría ocupando su propio cuarto en el piso
superior.
No obstante, las dudas propias de la joven, esa idea de apoyar a Richard
durante un momento tan crítico de su vida, parece emocionarla, lo preciso como
para aceptar. Sin mencionar que este acercamiento entre ambos manifiesta ser claro
y muy conveniente.
Así es como, retomando lo que ahora se ha transformado en interés común, él
se dispone a compartir con ella todos y cada uno de sus secretos, dándole pleno
acceso al cúmulo de documentos, registros y reseñas que se halla investigando.
Una tarde, no mucho después y estando ambos en el ático abocados a sus
actividades, trepada sobre un taburete, ella consigue alcanzar un viejo tomo de lomo
dorado, que luce un escudo de armas muy similar al encontrado en los antiguos
manuscritos de Alfred. Richard no se apercibe de ello en el momento, pero cuando
las manos de la joven logran asir el codiciado objeto, algo extremadamente inusual
acontece entre aquellas paredes. Todo comienza a sacudirse, cual presa de un
movimiento telúrico de considerables proporciones.
El taburete se vuelca, arrojando a la muchacha por el suelo, mientras un
importante óleo de Fausto, colgado de uno de los muros, cae súbitamente al piso,
casi conjuntamente con el cuerpo de la joven. Cuando la pintura se desploma de
bruces, queda al descubierto la parte trasera de la misma, donde se observa un
manuscrito adherido al reverso de la tela. Richard, parado en medio, le da solo un
rápido vistazo y corre en auxilio de Maggie, que aferra triunfal, aunque gimiendo de
dolor, el ostentoso libro.
La luz que penetra desde una pequeña ventana en forma de claraboya, permite
que su haz enfoque claramente el sello de laca que posee el manuscrito. Con una
vista mucho más aguda que la de su compañero, Maggie no tarda en confirmar que
ese escudo de armas efectivamente es idéntico al bruñido en el lomo de su atesorado
libro. Se arrastra como puede, apoyada en los brazos de Richard, lo más próxima a
dicho escrito. Rogándole vaya por un vaso de agua, aprovecha su ausencia para
extraer el documento y esconderlo bajo su vestido. Luego lo reemplaza por un papiro
amarillento y muy similar, que reposa sobre el escritorio.
Apenas Richard hubo regresado, le declara que lo más acertado sería compilar
todo lo relevante de aquel sitio y trasladarlo a un lugar más iluminado, menos
peligroso y, especialmente, confortable. De todos modos, lo harían en la mañana,
pues hoy ya no deseaba continuar con ello.
Esa misma noche, durante el transcurso de la cena, Richard se arma de valor y
decide finalmente expresar sus sentimientos. Indiscutible, se ha enamorado
perdidamente de la joven y, considerando que esta ejerce una espléndida influencia
sobre él, cree oportuno pedirle matrimonio.
Cuando así lo hace, en ningún momento percibe el brillo enardecido en la
mirada femenina, oportunamente desviada en dirección hacia algún sombrío rincón
de la sala. Tampoco el palpitar de su garganta, reprimiendo el primer atisbo de una