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la recién nacida y el seno <strong>de</strong> la joven. Aparta a su vez, con la otra mano, la cabeza <strong>de</strong><br />
la madre y <strong>de</strong>speja <strong>de</strong>l consternado rostro el húmedo y rojo cabello.<br />
Arriba, cerca <strong>de</strong> las torretas y en el interior <strong>de</strong> la sala circular, ámbito <strong>de</strong> los<br />
antagonistas que <strong>de</strong>safían al Siniestro, la totalidad <strong>de</strong> sus habitantes se ve<br />
sorprendida por la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong> Maggie y su pequeña.<br />
Asistieron al parto coadyuvándose con la esperanza <strong>de</strong> evitar el rapto <strong>de</strong><br />
ambas, procurando protegerlas. Pero la <strong>de</strong>senfrenada actividad sobrenatural<br />
perpetrada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo profundo en la caverna, pudo más que toda su cautela.<br />
Sin pensarlo mucho, casi espontáneamente, se agrupan formando un nuevo<br />
círculo y, tomados por los hombros, elevan su clamor al firmamento. La tenue luz<br />
que fluye <strong>de</strong> los can<strong>de</strong>labros se ha extinguido tiempo atrás, dirimiéndolos en la<br />
opacidad <strong>de</strong> las penumbras e iluminados solo por las saetas frecuentes, pero<br />
incontrolables, <strong>de</strong> los relámpagos en el cielo.<br />
Cuando son conscientes <strong>de</strong>l sagaz ardid que extirpa abruptamente madre e hija<br />
<strong>de</strong>l disco protector, toda consigna mancomunada <strong>de</strong> acción se <strong>de</strong>sbarata<br />
improce<strong>de</strong>nte. Luego <strong>de</strong> la plegaria emitida y tras ser acorralados por la cerrazón<br />
in<strong>de</strong>mne <strong>de</strong> la aciaga noche, un remolino <strong>de</strong> tinieblas les halla disgregados.<br />
Junto con el viento que penetra, a través <strong>de</strong> puertas y ventanas <strong>de</strong>strozadas<br />
durante el fragor <strong>de</strong> la tormenta, sumado a los movimientos que zaran<strong>de</strong>an la<br />
mansión, el grupo divi<strong>de</strong> sus fuerzas, difuminándose en la noche por recónditos y<br />
distintos caminos.<br />
La silueta breve <strong>de</strong> la única mujer que resta en el hábitat, tras la <strong>de</strong>saparición<br />
<strong>de</strong> Maggie, resiste <strong>de</strong> hinojos, ceñida a su propio cuerpo, ante Richard erguido frente<br />
a ella. En tanto el cuerpo <strong>de</strong> este, torna a recubrirse <strong>de</strong> un aura recia y vehemente,<br />
irradiando su furia en duelo.<br />
En la caverna, un <strong>de</strong>stello reflecta sobre el filo <strong>de</strong> la hoja que pen<strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />
estoque, proclamada por el puño firme y fiero <strong>de</strong>l Señor <strong>de</strong>l Averno. Todo el Ha<strong>de</strong>s<br />
clama su éxtasis en aquel minuto crucial. Inaudible, el llanto <strong>de</strong> la madre sobre el<br />
altar, acallado por la ira <strong>de</strong> tortuosos aullidos, crea un espacio inerme y presto, entre<br />
el trayecto claro <strong>de</strong>l puñal en alto y el <strong>de</strong>snudo pecho.<br />
Hacia la izquierda, en el socavón solemne don<strong>de</strong> reposa el gran féretro, este<br />
inicia a <strong>de</strong>scorrer <strong>de</strong> su contenido la clausura que se le ha impuesto. Su dorada<br />
cubierta, ya agitada por el hálito funesto, comienza a <strong>de</strong>slizarse pesadamente a un<br />
lado, mientras un vaho fatuo, negro, <strong>de</strong>nso y eterno, asoma a la pasmada luz <strong>de</strong> las<br />
mil velas que custodian su sueño.<br />
Un paroxismo irracional se apo<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> cada instante y <strong>de</strong> todos los momentos.<br />
Los ojos <strong>de</strong> Arthur trascien<strong>de</strong>n avivados en llamaradas y culmina su infernal<br />
alocución en lenguaje muerto. Maggie le observa rendida y alza su mano, en un<br />
último intento por <strong>de</strong>tenerlo.<br />
―¡No, Maestro! ¡No! —exclama, aterida por el miedo—. ¡Permita vivir a la<br />
niña, se lo ruego! Seré yo quien le dé a mi madre, en ofrenda y como recipiente, mi<br />
propio cuerpo.<br />
Nuevamente la risa casi histérica <strong>de</strong>l amo <strong>de</strong> los muertos.<br />
―¡Sabías que era mía! ―vocifera, acusándola―. ¡Provocaste este<br />
enfrentamiento! ¡Traicionaste tu fe y tu credo! ¡Me traicionaste a mí, el maldito día