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PLATÓN Y LA IRRACIONALIDAD<br />

veces falsas, obramos a veces bien y a veces mal.13 Se explicaría también<br />

otra afirmación paradójica de Sócrates —la de que no hagamos muchas<br />

veces lo que queremos— puesto que lo que queremos es lo verdade­<br />

ramente bueno y para discernirlo siempre adecuadamente es necesario<br />

un conocimiento propiamente dicho o epistémé y no meras opiniones<br />

respecto de éste. Una formulación de este tipo del intelectualismo socrá­<br />

tico supondría que la razón en caso de adquirir un conocimiento experto<br />

podría de modo apodíctico determinar nuestro obrar. Esta no deja, no<br />

obstante, abierta la objeción de que se trataría de una explicación exce­<br />

sivamente intelectualizada de nuestro obrar, puesto que los aspectos<br />

itracionales como voliciones y emociones que intervienen quedarían<br />

aquí reducidos a creencias verdaderas y falsas en la mayoría de los casos,<br />

por lo que obraríamos a veces bien, a veces mal; todas necesariamente<br />

verdaderas si alcanzáramos un conocimiento experto, en cuyo caso<br />

obraríamos siempre bien.<br />

Esta interpretación estándar del conocimiento moral al que hace<br />

referencia Sócrates está relacionada con una manera de entenderlo que<br />

podemos remontar a Aristóteles, quien describe la ética socrática como<br />

una suerte de epistémé o ciencia deductiva y apodíctica que el estagirita<br />

13 Así resume la posición del intelectualismo socrático Boeri (1999). Algunos han<br />

criticado, no obstante, que recurrir aquí a la diferencia que Platón establece entre<br />

dóxa y epistémé implica importar la epistemología de los diálogos medios a los<br />

diálogos tempranos (Berverslius, 1996). Autores como Vlastos (1996) optan<br />

por distinguir entre creencias no justificadas, creencias justificadas a través del<br />

élenchoi, que es el tipo de conocimiento que el Sócrates de los primeros diálogos<br />

podría alcanzar, y el conocimiento infalible o epistémé. WoodrufF(1996), por su<br />

parte, diferencia entre un conocimiento experto o téchné y un conocimiento común<br />

no experto. El problema del intelectualismo socrático está enlazado además a los<br />

debates respecto del élenchos —cf. n. 17 infra— y a la cuestión de la "falacia socrá­<br />

tica" que refiere al problema de que la búsqueda de Sócrates de definiciones en el<br />

plano moral supondría que hay que conocer previamente la definición de lo justo,<br />

lo santo, lo valiente para poder reconocer casos individuales de justicia, santidad<br />

y valentía, al tiempo que estos casos serían los puntos de partida para alcanzar la<br />

definición (Geach, 1966). Una manera de disolver la falacia es tomar la posición<br />

de WoodruíF (1996) de que en el élenchos se hace uso del conocimiento común<br />

cuyas creencias pasan a ser examinadas en el interrogatorio socrático, mientras<br />

que la definición que se busca apuntaría al "conocimiento experto" o téchné que<br />

en estas obras nunca se alcanza.<br />

EL RESIDUO DE LO IRRACIONAL<br />

cuestiona (E. N. 6, 1144bl7-21) a la luz de su propia propuesta ética.<br />

En efecto, en su ética Aristóteles subraya, apuestamente a su propio<br />

modelo de ciencia deductiva, la importancia de una base disposicional<br />

de las motivaciones en la adquisición de la phrónésis o sabiduría prác­<br />

tica, la intervención de aspectos contingentes que no existen en una<br />

epistémé apodíctica, así como la posibilidad de la akrasta, esto es, de<br />

conocer qué es lo bueno y, no obstante, obrar contrariamente a este<br />

conocimiento (E. N. 7, especialmente, 1145b21-28).14 Intérpretes<br />

como Segvic (2006), en cambio, y, de distinto modo, Strycker y<br />

Penner15 aproximan el saber de lo bueno al que refiere Sócrates en los<br />

diálogos tempranos a la phrónésis aristotélica y lo conciben como un<br />

conocimiento que incluye siempre un ingrediente volitivo además de<br />

cognitivo y que supondría el haber logrado una configuración racional<br />

de toda nuestra estructura motivacional.<br />

Ahora bien, aunque en ambos casos se podría hablar de un raciona­<br />

lismo moral —esto es, ya interpretemos que en los diálogos tempranos<br />

el conocimiento experto de lo bueno incorporaría los factores irracio­<br />

nales bajo la forma de creencias verdaderas, ya porque la epistémé moral<br />

incluiría además de la estructura cognitiva apropiada una configuración<br />

motivacional que responda a las pautas de la razón—, lo cierto es que<br />

esta conducción infalible de nuestras acciones por un conocimiento<br />

experto sólo podría plantearse como una suerte de idea regulativa en<br />

la medida en que en el escenario de los diálogos no aparecen, al menos<br />

de modo evidente, sujetos poseedores de una sabiduría moral de estas<br />

14 Sobre la akrasia en Sócrates y Aristóteles, ver Boeri (1999). Ver también Ackrill<br />

(1980) y Furley (1977). Gómez Lobo (1989, 1995) lleva hasta sus últimas conse­<br />

cuencias la interpretación aristotélica de la ética socrática al procurar demos­<br />

trar que en diálogos como Apología, Critón y Gorgias Sócrates estaría planteando<br />

un sistema coherente de principios éticos deducibles de un grupo reducido de<br />

premisas. Es de un sistema de tales características del que se seguiría more geomé­<br />

trico nada menos que su aceptación de la sentencia a muerte dictada por la corte<br />

de Atenas.<br />

15 Strycker (1994), para quien la sabiduría moral de Sócrates no es algo meramente<br />

abstracto, sino que incluye el deseo por lo bueno de parte del agente. Ver también<br />

Penner (1996), quien sostiene que la sabiduría como conocimiento del bien y del<br />

mal es la fuerza motivacional que es idéntica en todas las virtudes.

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