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Vicente Pío Marcelino Cirilo Aleixandre y Merlo (Sevilla ... - Il Dialogo

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Apuntes para una autobiografía<br />

Varios aspectos relacionados con su vida son tratados por <strong>Aleixandre</strong> en el texto conocido como “Apuntes para una autobiografía”,<br />

notas que el autor publicó en el diario “Ya”, de Madrid, el 4 de diciembre de 1977.<br />

<strong>Sevilla</strong>: “Nací en <strong>Sevilla</strong> y, como digo siempre, me crié en Málaga. De modo que de <strong>Sevilla</strong> sólo sé que nací allí, pero no tengo<br />

memoria de infancia. Todos mis recuerdos primeros de la vida son malagueños. Nací a la luz, e incluso a los libros, en Málaga –otro<br />

modo de nacer–, porque allí aprendí a leer, que es el segundo nacimiento. Mis abuelos vivían en la Alameda malagueña. Mis padres,<br />

cerca, en lo que hoy es calle de Córdoba, número 6, que entonces se llamaba Alameda de Carlos Haes. [...]”<br />

En Málaga, hasta 1909<br />

En Málaga viví casi desde que nací. Mi padre era ingeniero de ferrocarriles, y yo nací en <strong>Sevilla</strong> porque mi padre tenía allí su trabajo.<br />

Luego pasó destinado a Málaga, donde estaba la central. Tenía un bonito nombre: Compañía de los Ferrocarriles Andaluces. Por<br />

cierto que era un edificio muy grande y algo destartalado, y los malagueños, con esa cosa que tienen gráfica para nombrar y bautizar,<br />

a ese caserón enorme de las oficinas le llamaban El Palacio de la Tinta.<br />

Mis padres, mi hermana y yo vivimos en Málaga hasta 1909. Me dio tiempo a despertar a la vida, a aprender a leer, a empezar a ir a<br />

la escuela, luego a un colegio... Me acuerdo muy bien del nombre del director del colegio: don Buenaventura Barranco Bosch. Fieros<br />

bigotes a lo káiser. Pero encima brillaban unos ojos bondadosos. Parece que mi destino de poeta de una determinada generación, que<br />

se distinguiría por la amistad entre sus miembros, quería ya anunciarse. Porque yo allí, desde la enseñanza primaria, fui compañero y<br />

amigo del que luego iba a ser compañero en la poesía: Emilio Prados. Creo que a esta se le puede llamar, con justo título, la amistad<br />

más antigua de la generación. Emilio vivía en la conocida calle de Larios y yo iba solo –mi familia era muy libre, muy confiada-, le<br />

daba una voz y continuábamos hasta la calle de Granada, donde estaba el colegio. Era una Málaga apacible, con un sabor que ahora<br />

ha consagrado el pintor malagueño, primo de Picasso, Manolo Blasco, que ha hecho toda su pintura ingenuista a base de los<br />

recuerdos de principios de siglo –una pintura muy sugestiva-, y es esa Málaga la que yo he vivido.<br />

La calle de <strong>Aleixandre</strong><br />

Durante algún tiempo, <strong>Aleixandre</strong> sostuvo una curiosa polémica con las autoridades municipales a propósito del nombre de su calle.<br />

Al poeta se debe que la anglófila Wellingtonia, nombrada así por las abundantes secoyas o meliosmas que antiguamente crecían en el<br />

lugar, apareciera en el diccionario hispano como Velintonia, aunque el Ayuntamiento se empeñara en ignorarlo. Hoy la calle se llama<br />

<strong>Vicente</strong> <strong>Aleixandre</strong>, en honor del poeta que la bautizó dos veces.<br />

Encuentro con el barbero<br />

Cuenta <strong>Aleixandre</strong> (en su libro “Los encuentros”) una anécdota protagonizada por el peluquero al que acudía regularmente. El señor,<br />

de nombre Eduardo, parecía tener cierto respeto por la literatura, y aunque no era muy hablador a veces solía extenderse en<br />

consideraciones sobre los clientes más antiguos del establecimiento. Aquel día le tocó el turno a un señor de cierta edad, del cual dio<br />

esmerados detalles relativos al correspondiente corte de pelo y otros pormenores de arte cosmética. Luego añadió, en un inciso:<br />

—Por cierto, que escribe versos también.<br />

—Ah, sí —respondió <strong>Aleixandre</strong>—, ¿y cómo se llama?<br />

—No, no es conocido —aclaró el fígaro. Y siguió prodigando detalles físicos, entreteniéndose en retoques.<br />

—Y dice usted que le gusta hacer versos —insistió <strong>Aleixandre</strong>—. ¿Cómo se llama?<br />

—No, no es conocido. Y si hace versos será de afición, no es lo suyo. Al parecer, atiende otras obligaciones.<br />

—Vaya, pero ¿cuál es su nombre? —insistió <strong>Aleixandre</strong>.<br />

Hubo una pausa. El barbero pareció encogerse todavía de hombros, como si no valiera la pena. Por fin dijo:<br />

—Don Antonio Machado.<br />

La casa donde durmió Franco<br />

En la casa natal de <strong>Aleixandre</strong> se quedó Franco al inicio de la guerra, cuando era ya propiedad de otra familia sevillana. En los<br />

setenta, el Ayuntamiento decidió poner allí una placa, que en vez de conmemorar el nacimiento del poeta celebraba las breves<br />

estancias del general. «Algún día desaparecerá esa lápida», le decían en broma los amigos a <strong>Aleixandre</strong>, «y pondrán una que te<br />

recuerde a ti». «No se vayan a pensar», respondía él, «que yo ando buscando lápidas o monumentos, pero cuando paso por allí me<br />

fastidia. ¡Qué demonios!, parece que me han puesto la placa del general y la guerra encima de la cabeza. Después de todo, en esa<br />

casa nací yo».<br />

Los besos<br />

No te olvides, temprana, de los besos un día.<br />

De los besos alados que a tu boca llegaron.<br />

Un instante pusieron su plumaje encendido<br />

sobre el puro dibujo que se rinde entreabierto.<br />

Te rozaron los dientes. Tú sentiste su bulto,<br />

en tu boca latiendo su celeste plumaje.<br />

Ah, redondo tu labio palpitaba de dicha.<br />

¿Quién no besa esos pájaros cuando llegan, escapan?<br />

Entreabierta tu boca vi tus dientes blanquísimos.<br />

Ah, los picos delgados entre labios se hunden.

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