Navidad 09 pxp - Misioneros Siervos de los Pobres del Tercer Mundo

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nuestro corazón… antes de engendrarlo en los corazones de nuestros niños pobres y de sus familias. Nuestra misión en Cuzco, en España, en Hungría comienza con este paso interior: la adoración. Será solo a continuación de ella como multiplicaremos los pasos misioneros que nos llevarán a estas numerosas comunidades andinas de la alta Cordillera, que esperan una “prolongación” de la presencia de Cristo. Rogamos para que haya numerosos corazones tocados por la llamada misionera. Pág. 14 El mensajero celestial que nos invita a esta “aventura misionera” puede ser hoy en día una sencilla revista que nos cae entre manos… Meditaremos, en un próximo artículo, sobre los kilómetros que el Señor hizo hacer a José y María desde el acontecimiento de la Anunciación… El ímpetu misionero mueve primero el corazón, luego los pies. La misión es decididamente una cuestión de pasos… “La Adoración Eucarística es el primer paso del Misionero”
El evangelista San Mateo narra que “Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos” (Mt 2, 16). Temiendo a un Mesías político, a un posible rival, Herodes no duda un solo instante. Condena a una muerte cruel a tantos niños que de esta manera dejan esta vida poco después de haber llegado a ella. Ellos dejan esta vida, pero la dejan para entrar en la Vida. Los Santos Inocentes En efecto, San Agustín, hablando de Herodes, afirma que “aquel desalmado enemigo no hubiese podido jamás beneficiar con sus favores a estos bienaventurados niños tanto cuanto los benefició con su odio” (PL 39, 2152) Precisamente la mirada dirigida a la Vida Eterna nos permite iluminar con la Luz de Cristo Resucitado el misterio de este dolor inocente, que por un lado recuerda la matanza de los niños hebreos en Egipto (cfr. Ex 1, 22), y, por el otro, recuerda a los muchos niños inocentes que aún hoy, en el Perú como en otros países del mundo, sufren el hambre, la sed, el terrorismo, la guerra... Por no hablar de todos aquellos que son asesinados mientras se encuentran todavía en el seno de la madre, por miedo de que su nacimiento pueda estorbar la vida cómoda y disipada a la que los hombres parecen aspirar cada vez más. Niños víctimas de un materialismo y un egoísmo que no están lejos de igualar a los del tetrarca Herodes. Cada año, tres días después de la Navidad del Señor, la Iglesia universal honra la inocencia de estos Santos Inocentes, niños que por privilegio divino murieron cuando ningún vicio se había apoderado de su corazón. Una inocencia que ya de por sí es un testimonio silencioso que da gloria a Dios. Además, este episodio de la vida de Jesús, en el que aparece con fuerza el misterio del dolor de los inocentes (un misterio que se encarna todavía en nuestros días, en países como el Perú, donde tantos niños sufren sin su culpa, obligados a trabajar duramente, explotados, esclavizados…), quiere subrayar desde un comienzo cómo la obra de la redención realizada por Cristo no se realizará prescindiendo del dolor, del sufrimiento y de la Cruz, sino al contrario, precisamente a través del camino angosto (cf. Mt 7, 13-14), que la Imitación de Cristo, nuestra Regla de vida, llama “regia via sanctae Crucis” (el camino real de la santa Cruz). En el centro del símbolo de nuestro Movimiento aparece justamente la Cruz, porque servir a Cristo en los pobres significa prepararse a soportar incomprensiones, ingratitud, indiferencia... sabiendo sin embargo al mismo tiempo que “esta señal de la Cruz aparecerá en el cielo, cuando el Señor vendrá a juzgar. Entonces todos los siervos de la Cruz, que en la vida se conformaron con el Crucificado, se acercarán a Cristo Juez con gran confianza” (Imitación de Cristo, II, 12, 1). P. Pierfilippo Giovanetti (italiano), msp Pág. 15
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