Ministerio de las Familias - RCC-Argentina

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ondad, fidelidad, mansedumbre, templanza (dominio de sí), tal como lo enseña San Pablo en su carta a los Gálatas 5,22 – 23. Ese es el efecto de la experiencia del amor de Dios en nuestras vidas. El amor divino se hace presente en nuestro día a día renovando nuestras vidas, dando un nuevo sentido a nuestras relaciones. Por lo tanto para experimentar y tener viva la presencia de Dios en nuestra vida necesitamos vivir su gran amor todos los días. Dios siempre está dispuesto a amarnos; depende ahora de nosotros el hacer nuestra parte, es decir abrirnos a ese amor y transformarlo en actitudes concretas dentro de la convivencia familiar y social. VAMOS A COMPARTIR 1) ¿Reflejamos el amor de Dios en las relaciones con nuestros hijos, amigos, en el trabajo? ¿De qué manera? 2) ¿En nuestra relación esposo-esposa, hemos percibido la manifestación de los frutos del amor de Dios como ser paciencia, mansedumbre, delicadeza, etc.? 3) ¿Qué hemos hecho concretamente para mantener viva esta llama del amor de Dios encendida en nosotros? ESFUERZO PARA LA SANTIFICACIÓN DE LA FAMILIA Propósito quincenal: Ejercitar durante estas dos semanas en nuestra convivencia familiar el amor de Dios; buscando reavivar los frutos del amor como la mansedumbre, la paciencia, la alegría, la comprensión, el diálogo, en fin, todo lo que nos una más al amor de Dios. Nuestra Señora de las Familias, ruega por nosotros. 6
ENCUENTRO Nº 3 VIVIR EL AMOR B) PONERLO EN PRÁCTICA Ahora sabemos que la experiencia constante del amor de Dios es necesaria para mantener nuestra vida nueva. Somos amados por Dios y si nos abrimos a ese amor, experimentamos una gran transformación interior que genera en nosotros nuevos valores y criterios; valores y criterios de hijos de Dios. Esos nuevos valores y criterios afectarán nuestra vida nueva de una forma revolucionaria; pues son capaces de modificar nuestras actitudes tanto dentro de la familia como en nuestras relaciones con el mundo y las personas. Nuestros nuevos valores y criterios, muchas veces serán contrapuestos a los valores y criterios del mundo actual. Ya no estamos de la misma manera; nuestro matrimonio ya no es el mismo de antes, pues ahora tenemos como centro de nuestro hogar, de nuestra vida a Jesucristo como nuestro señor, como nuestro Dios, como el centro de nuestra vida. Experimentamos su amor y no nos quedamos apenas en teorías, sino que tenemos un deseo interior de poner en práctica lo aprendido en esa experiencia junto a Él. Y como primer efecto de esa nueva vida en Dios, comenzamos a amarlo sobre todas las cosas. B.1) Amar a Dios sobre todas las cosas: Dt. 6,5 (leer el texto). El primer efecto de la experiencia del amor de Dios es el amarlo más que a todas las cosas que existen en el mundo. Nace en nosotros una nueva forma de amar a Dios más fuerte, más viva, más entusiasta. De esta manera, cuando un joven se enamora de una chica denota en su proceder actitudes visibles que demuestran que él la ama y que expresa ese amor con todo su entusiasmo y busca estar cerca de la persona amada. Así también sucede en la relación con Dios. Cuando somos amados por El, nuestro corazón se llena de su amor y somos seducidos por el Dios vivo, colocando ese amor por encima de todo. Cuando no conseguimos amar a Dios sobre todas las cosas es porque estamos llenos de nosotros mismos, de nuestros problemas, de nuestros deseos y proyectos. Quien ama verdaderamente a alguien comparte la vida del otro. Así sucedió con nosotros: nos enamoramos y el conocimiento más íntimo nació el deseo de compartir todo lo que somos y tenemos a través del sacramento del matrimonio. Dios también quiere compartir su vida con nosotros, y quiere que compartamos nuestra vida con El; pero para que esto suceda debemos ponerlo en primer lugar en nuestras vidas. Así como un joven enamorado coloca a su amada en primer lugar, y tiene ojos solo para ella, debemos fijar nuestros ojos, nuestro amor, en Dios proclamándolo como nuestro Rey y Señor, adorado y amado para siempre. Esta actitud concreta de vida debe ser vivida plenamente por la pareja y no apenas por uno de los dos, puesto que podrá causar contrariedades y desavenencias en la vida conyugal. Dios debe ser desde ahora en adelante aquel que rige nuestros días, planes, proyectos, ritmos de vida. Debemos planificar nuestras vidas de acuerdo con las enseñanzas de Dios y no conforme con los principios del mundo. En la práctica podríamos reflexionar sobre nuestros momentos de oración en familia, nuestra participación en las misas dominicales, en las oraciones antes de las comidas, 7
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