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Kate Hewitt Doloroso pasado - Publidisa

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<strong>Doloroso</strong> <strong>pasado</strong><br />

<strong>Kate</strong> <strong>Hewitt</strong>


Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.<br />

Núñez de Balboa, 56<br />

28001 Madrid<br />

© 2008 <strong>Kate</strong> <strong>Hewitt</strong>. Todos los derechos reservados.<br />

DOLOROSO PASADO, N.º 1924 - 27.5.09<br />

Título original: The Greek Tycoon’s Reluctant Bride<br />

Publicada originalmente por Mills & Boon ® , Ltd., Londres.<br />

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción,<br />

total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de<br />

Harlequin Enterprises II BV.<br />

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido<br />

con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.<br />

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas<br />

por Harlequin Books S.A.<br />

® y son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y<br />

sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están<br />

registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros<br />

países.<br />

I.S.B.N.: 978-84-671-7172-3<br />

Depósito legal: B-12064-2009<br />

Editor responsable: Luis Pugni


Prólogo<br />

Necesitas ayuda? –edward Jameson, en la<br />

cubierta de su yate atracado en Mikrolimano,<br />

se dirigió al flaco chico que lo miraba desde el<br />

muelle.<br />

–No.<br />

No podía tener más de doce o trece años y parecía<br />

un espantapájaros con una vieja camisa y unos pantalones<br />

que le quedaban cortos. Parecía haber crecido<br />

mucho y de repente. Y también parecía hambriento,<br />

aunque por el brillo decidido de sus ojos grises, jamás<br />

lo admitiría.<br />

–¿Quieres algo entonces? –insistió edward. Hablaba<br />

en griego porque, sin duda, un pilluelo del Pireo<br />

como aquél no conocería otro idioma.<br />

el chico hinchó el pecho antes de contestar:<br />

–Pensé que era usted el que necesitaba algo.<br />

edward soltó una carcajada.<br />

–¿ah, sí?<br />

–Yo puedo hacer muchas cosas. Puedo fregar la cubierta<br />

del barco, llevar mensajes, hacer recados… y<br />

cobro poco.<br />

–¿No deberías estar en el colegio?<br />

el crío se encogió de hombros.<br />

–No, ya no voy al colegio.<br />

–¿Por qué?


4<br />

De nuevo el chico se encogió de hombros y edward<br />

creyó ver un brillo de algo en sus ojos… ¿pena? ¿Mie do?<br />

–tengo que mantener a mi familia.<br />

–¿a tu familia?<br />

–Mi madre y tres hermanas. La más pequeña sólo<br />

tiene un año –el chico se cruzó de brazos–. ¿Va a dar -<br />

me trabajo o no?<br />

¿Darle trabajo? Él era millonario y no contrataba<br />

mano de obra barata y sin experiencia. sin embargo,<br />

algo en los ojos del chaval, su deseo de conseguir trabajo,<br />

de sobrevivir, hizo que lo pensara dos veces.<br />

–sí –contestó por fin–. creo que sí.<br />

el chico sonrió, satisfecho.<br />

–¿cuándo empiezo?<br />

–¿ahora mismo te parece bien?<br />

–si me necesita…<br />

–creo que sí. Pero antes dime tu nombre.<br />

–Demos atrikes.<br />

edward le hizo un gesto para que subiera a bordo y<br />

Demos lo hizo, con los ojos brillantes.<br />

se quedó en medio de la cubierta del multimillonario<br />

yate y sólo traicionó su admiración tocando la pulida madera<br />

de la borda como si fuera de seda. Pero enseguida<br />

bajó la mano para meterla en el bolsillo del pantalón.<br />

–¿Qué quiere que haga?<br />

–Háblame de tu familia primero –dijo edward–.<br />

¿De verdad tienes que trabajar para ganarte la vida?<br />

Demos se encogió de hombros; no hacía falta que<br />

respondiera. era, pensó edward con tristeza, evidente.<br />

–Me necesitan –contestó Demos–. Por eso estoy<br />

aquí.<br />

edward asintió. sabía cuáles eran las alternativas<br />

para un chico como él: los muelles, las fábricas o las<br />

pandillas juveniles.


–Quiero que friegues la cubierta –le dijo por fin–.<br />

espero que no te importe.<br />

Demos lo miró con cierto desdén.<br />

–Haré lo que tenga que hacer.<br />

edward lo observó mientras fregaba la cubierta,<br />

echando cubos de agua sobre las planchas de madera y<br />

fregándolas luego con determinación. Los omóplatos<br />

se marcaban bajo la raída camisa como alitas de pollo<br />

y tenía la nuca quemada por el sol…<br />

Pero lo hizo trabajar todo el día porque sabía que el<br />

chico no aceptaría menos. Y cuando por fin le dio un<br />

montón de billetes, Demos los contó con ojo experto<br />

antes de asentir con la cabeza.<br />

–¿Vuelvo mañana? –le preguntó.<br />

–sí, estoy seguro de que mañana también tendré<br />

trabajo para ti.<br />

Ya se le ocurriría algo.<br />

Demos bajó del yate y se alejó descalzo por el muelle,<br />

despertando alguna mirada de irritación por parte<br />

de los millonarios que atracaban sus yates allí. Pero él<br />

parecía absolutamente indiferente a su desdén.<br />

absolutamente por encima de todo.<br />

al oírlo silbar le pareció uno de esos chavales que<br />

iban al puerto para admirar los lujosos yates.<br />

Pero luego, al recordar su ropa raída, los billetes<br />

bien guardados en el bolsillo de la camisa para que nadie<br />

pudiera quitárselos, edward supo que aquel chico<br />

era diferente.<br />

Recordó entonces sus palabras: «haré lo que tenga<br />

que hacer», preguntándose con tristeza si algún día eso<br />

sería verdad.<br />

5


capítulo 1<br />

Veinte años después<br />

Demos atrikes, apoyado en la pared, observaba la<br />

abarrotada pista de baile y a la gente que se sacudía al<br />

ritmo de la música. Las chicas que no tenían ganas de<br />

bailar estaban elegantemente recostadas en los sofás<br />

de piel, observando las imágenes psicodélicas proyectadas<br />

sobre un telón rojo.<br />

Y a él le dolía la cabeza. No solía acudir a ese tipo<br />

de fiestas, pero otra niña de la alta sociedad cumplía…<br />

¿veintidós años? Demos miró a las descocadas bellezas<br />

en la pista de baile y tuvo que disimular un bostezo<br />

de aburrimiento. Él prefería diversiones más sofisticadas,<br />

aunque incluso ésas empezaban a producirle hastío.<br />

sólo había ido allí esa noche porque la chica del<br />

cumpleaños resultaba ser la hija de uno de sus clientes,<br />

un analista financiero que le había encargado un yate<br />

de doce millones de euros.<br />

Por eso valía la pena acudir a la fiesta de aquella<br />

princesita… o al menos media hora de su tiempo. Demos<br />

se tomó de un trago el resto de su copa y miró alrededor<br />

por última vez. Ya estaba cansado.<br />

cuando salió de la oficina media hora antes estaba<br />

buscando un respiro, pero la música a todo volumen


no iba a dársela. estaba harto de fiestas, de música y<br />

de alcohol. ahora quería otra cosa. algo más.<br />

Pero no sabía qué era.<br />

iba a marcharse cuando una esbelta morena llamó<br />

su atención. estaba en la pista, bailando con un tipo<br />

que llevaba una camisa de seda rosa medio desabrochada.<br />

ella, por su parte, llevaba un escotado vestido<br />

de color plata que se pegaba a su cuerpo como una segunda<br />

piel, dejando al descubierto la mitad de sus<br />

muslos y muy poco a la imaginación.<br />

el hombre que bailaba con ella la tomó por las caderas<br />

en un gesto tan descaradamente sexual que Demos<br />

tuvo que apretar los labios, disgustado, aunque a<br />

los treinta y dos años no era ni ingenuo ni mojigato.<br />

Pero sus ojos brillaron de interés y curiosidad, verdadero<br />

interés y verdadera curiosidad, al ver que la<br />

morena se apartaba. ¿estaría pasándose el tipo, incluso<br />

para una chica como ella?<br />

Luego la joven se encogió de hombros, como aceptando<br />

el juego, y echó la melena oscura hacia atrás en<br />

un gesto a la vez valiente y desafiante.<br />

Bailaron así durante unos segundos y, de repente,<br />

ella se dio la vuelta para salir de la pista.<br />

Demos observó, intrigado, que el tipo de la horrible<br />

camisa rosa la seguía. Pero con una sonrisa coqueta,<br />

que era a la vez una promesa y un rechazo, ella negó<br />

con la cabeza y desapareció entre la gente.<br />

Y sin pensar en lo que estaba haciendo, Demos la<br />

siguió.<br />

No tardó mucho en encontrarla. Medía metro noventa<br />

y cuatro, de modo que su cabeza sobresalía por<br />

encima de todas las demás.<br />

La vio sentada en uno de los sofás en la zona del<br />

bar y se detuvo, preguntándose qué iba a hacer.<br />

7


8<br />

No estaba de humor para fiestas esa noche después<br />

de nueve horas comprobando planos… y de la llamada<br />

de reproche de su madre.<br />

«tienes que venir a vernos, Demos. tu hermana te<br />

necesita».<br />

Una tarea que había llevado sobre sus hombros sin<br />

la menor queja durante veinte años. ahora, sin embargo,<br />

la carga era demasiado pesada.<br />

Y para no pensar en ello dejó que su mirada reposara<br />

en algo más excitante, alguien que no dependía de<br />

él, que no lo necesitaba, alguien a quien sencillamente…<br />

deseaba.<br />

Puro, simple deseo físico.<br />

La deseaba. Pero la joven no se había fijado en él.<br />

Demos aprovechó la oportunidad para estudiarla<br />

más de cerca: la melena muy larga, sexy, los labios generosos,<br />

los ojos de color lapislázuli.<br />

como si se hubiera percatado de la observación,<br />

ella giró la cabeza entonces y, durante un segundo, pareció<br />

sorprendida, atónita incluso. Pero esos labios jugosos<br />

se abrieron enseguida en una sonrisa y, con deliberada<br />

provocación, cruzó las piernas.<br />

Demos tragó saliva, no queriendo dejarse afectar<br />

por tan evidente desafío. Pero lo afectaba.<br />

–¿Lo estás pasando bien? –le preguntó ella. Y Demos<br />

sonrió, sentándose a su lado en el sofá.<br />

–sí, gracias a ti.<br />

La chica lo miró con descaro, desde la sombra de<br />

barba al nudo suelto de la corbata, su sonrisa haciéndolo<br />

sudar.<br />

Él había disfrutado de muchas aventuras de una noche,<br />

una atracción física instantánea que había sido saciada<br />

y finalizada en cuestión de un momento. Pero


nunca había reaccionado de esa manera sólo por una<br />

mirada.<br />

–¿Has visto todo lo que tenías que ver? –bromeó,<br />

inclinándose un poco hacia delante.<br />

ella negó con la cabeza y, al hacerlo, la melena oscura<br />

rozó su mejilla. Olía a un perfume juvenil que en<br />

otra ocasión le hubiese parecido demasiado fuerte,<br />

pero que ahora le resultaba embriagador.<br />

–No, aún no.<br />

–eso podríamos remediarlo.<br />

ella levantó una ceja.<br />

–¿cómo?<br />

estaba retándolo, pensó. su sonrisa era a la vez sensual<br />

y burlona y eso lo hizo sentir una descarga de<br />

adrenalina. aquella chica era diferente a las niñas mimadas<br />

de la alta sociedad, a las vacías modelos. a las<br />

mujeres con las que él solía acostarse.<br />

ellas reían todo el tiempo, lo abrazaban, lo besaban,<br />

intentaban excitarlo. aquella chica no. sencillamente<br />

sonreía y esperaba.<br />

–¿tú qué crees?<br />

–No lo sé –contestó la joven–. a lo mejor tú puedes<br />

hacer alguna sugerencia –dijo luego, poniendo una<br />

mano sobre su pierna.<br />

Las tiras que sujetaban su vestido habían caído hacia<br />

un lado y Demos alargó una mano para volver a colocarlas<br />

en su sitio. Pero no pudo resistir la tentación<br />

de pasar los dedos por la delicada piel para ver si era<br />

tan suave como parecía…<br />

sin embargo, en cuanto la rozó ella se echó hacia<br />

atrás, poniéndose muy seria. era casi como si estuviera<br />

asustada.<br />

Demos apartó la mano.<br />

¿a qué estaba jugando?<br />

9


10<br />

La chica sonrió de nuevo, ofreciéndole una copa<br />

vacía.<br />

–¿Por qué no empiezas por invitarme a algo?<br />

althea Paranoussis le ofreció la copa vacía y él se<br />

quedó mirándola un momento, sus ojos del color del<br />

humo oscureciéndose hasta parecer negros como el<br />

carbón.<br />

Unos ojos duros, pensó. Y no le gustaba la fría observación<br />

que había en ellos, ni cómo le quitó la copa<br />

rozando descaradamente sus dedos.<br />

Ni le gustó el escalofrío que recorrió su brazo.<br />

–¿Qué estás tomando?<br />

ella nombró el cóctel que quería, sacudiendo la melena<br />

en un movimiento seguramente perfeccionado<br />

con los años.<br />

–¿eso es una bebida de verdad?<br />

–el camarero sabe lo que es –contestó la joven con<br />

una arrogante sonrisa.<br />

Demos se levantó del sofá y althea lo observó<br />

mientras se abría paso entre la gente para llegar a la<br />

barra, preguntándose si debía desaparecer.<br />

ella era una experta en el arte de prometer sin cumplir<br />

luego la promesa. así era más seguro, más sensato.<br />

Pero no se movió. Quería volver a verlo, se dio<br />

cuenta. Quería saber más sobre él. Y eso era extraño.<br />

Parecía diferente a los aburridos chicos con los que solía<br />

salir. era mayor, más seguro de sí mismo y, por lo<br />

tanto, más peligroso. sin embargo, no se movió.<br />

Habría tiempo después para excusas o escapes de<br />

última hora.<br />

Muchas excusas.


11<br />

Él volvió enseguida con el cóctel en la mano, un<br />

cóctel de color rosa tan femenino que resultaba incongruente<br />

en la mano de aquel hombre tan grande.<br />

–Gracias –murmuró.<br />

Él se sentó a su lado, mirándola con interés. No era<br />

la lasciva especulación a la que estaba acostumbrada y<br />

eso la afectó profundamente.<br />

–Ni siquiera sé tu nombre.<br />

ella sonrió.<br />

–tal vez sea mejor así.<br />

–¿es así como quieres que sea?<br />

–a veces –la chica dejó su copa sobre la mesa, sin<br />

mirarlo.<br />

–a mí me gusta que las mujeres sepan mi nombre<br />

–replicó Demos–. Me llamo Demos atrikes.<br />

–encantada de conocerte.<br />

Demos atrikes.<br />

Debería haberlo reconocido porque salía en las revistas<br />

del corazón tanto como ella, normalmente con<br />

alguna modelo o actriz del brazo.<br />

althea lo miró de cerca, fijándose en los puntitos<br />

dorados que había en sus pupilas grises. Plata y oro,<br />

pensó. era un hombre rico, lo sabía. Un hombre rico y<br />

aburrido que había salido a buscar diversión. sonriendo<br />

con cierta burla, althea se apoyó en el respaldo<br />

del sofá.<br />

–¿Ocurre algo? –preguntó él.<br />

–estoy aburrida.<br />

–te aburres fácilmente.<br />

–No si alguien me ofrece un buen entretenimiento.<br />

–Vámonos de aquí –murmuró Demos, inclinándose<br />

un poco para hablarle al oído–. Podemos tomar una<br />

copa en algún café, charlar un rato.<br />

althea levantó una ceja, incrédula.


12<br />

–¿Quieres hablar?<br />

–Podemos empezar haciendo eso, ya veremos<br />

dónde nos lleva –sugirió Demos–. tú eres diferente<br />

–dijo luego, mirándola con atención.<br />

ella sonrió de nuevo. No tenía ni idea de lo diferente<br />

que era.<br />

–Me lo tomo como un halago.<br />

–eso era lo que pretendía. ¿Nos vamos?<br />

No debería. althea sabía que no debería. ella no se<br />

relacionaba con hombres como Demos atrikes.<br />

Pero se sentía intrigada a pesar de sí misma. Le había<br />

dicho que era diferente y ahora se preguntaba si<br />

también lo sería él.<br />

era más que simple curiosidad. cuando él alargó<br />

una mano, grande, morena y masculina, se preguntó<br />

cómo sería apretando la suya. cómo sería sentir el<br />

cuerpo de aquel hombre aplastando el suyo… y el hecho<br />

de que estuviera preguntándose eso la dejó estupefacta.<br />

althea se levantó del sofá mientras una vocecita le<br />

recordaba que ella nunca hacía eso. sólo era un hombre,<br />

otro hombre más. Y ella sabía…<br />

aunque quizá no lo sabía. Y a lo mejor quería enterarse.<br />

echándose el pelo hacia atrás, tomó el echarpe plateado<br />

que había llevado con ella. Por la noche, y aun<br />

en primavera, en atenas hacía fresco.<br />

cuando los largos dedos del hombre se cerraron sobre<br />

los suyos sintió un escalofrío, como una flecha que<br />

le llegaba directamente al corazón. No era una sensación<br />

agradable, al contrario; era demasiado fuerte, demasiado<br />

sorprendente. althea intentó apartarse, pero<br />

Demos no la dejó.<br />

se dio cuenta entonces de que había intuido su reac -


13<br />

ción y sabía lo que significaba. Quizá también él lo había<br />

sentido.<br />

Pero por el rabillo del ojo vio una camisa rosa y se<br />

le encogió el estómago cuando angelos Fotopoulos<br />

se acercó con una desagradable sonrisa en los labios.<br />

–Venga, vámonos –dijo althea.<br />

–¿tienes prisa? –murmuró Demos.<br />

angelos había llegado a su lado.<br />

–No te irás de la fiesta tan pronto, ¿verdad, preciosa?<br />

iba a tomarla del brazo, pero no llegó a tocarla porque<br />

Demos lo detuvo con mano férrea.<br />

–se marcha conmigo.<br />

–¿Quién lo dice? –lo retó angelos, hinchando el pecho.<br />

Pero Demos le sacaba una cabeza y era mayor que<br />

él, que aún tenía espinillas en la cara.<br />

–Lo dice ella. ¿Verdad? –Demos se volvió hacia<br />

althea.<br />

estaba dándole la oportunidad de decir que no. Y<br />

no lo había esperado. Había esperado que la defendiese<br />

de angelos por una cuestión de orgullo personal,<br />

pero dejarla elegir… eso era una novedad.<br />

a lo mejor sí era diferente.<br />

–Yo… –althea se aclaró la garganta–. sí, me voy,<br />

angelos.<br />

el chico se encogió de hombros.<br />

–Me da igual, siempre te vas con cualquiera…<br />

Demos alargó una mano para agarrarlo del cuello.<br />

–Pídele perdón ahora mismo –le ordenó, con los<br />

dientes apretados.<br />

–Pronto sabrás que… tengo razón –musitó angelos,<br />

intentando apartar esa tenaza de su cuello.


14<br />

–Demos, déjalo –le pidió ella, percatándose de que<br />

todo el mundo estaba mirando–. No vale la pena.<br />

Demos esperó unos segundos, viendo cómo el rostro<br />

de angelos cambiaba de color, y por fin lo soltó.<br />

–No, es verdad, no merece la pena –asintió, con una<br />

fría sonrisa–. Venga, vamos.<br />

Le puso un brazo sobre los hombros para llevarla<br />

hacia la salida, la gente apartándose a su paso, y en<br />

unos segundos estaban en la puerta de la discoteca,<br />

poco más que un callejón en la zona de Psiri.<br />

–conozco un sitio cerca de aquí.<br />

aunque aquél era un barrio de clase trabajadora,<br />

con fábricas y tiendas pequeñas, por la noche los bares<br />

y las tabernas sacaban terrazas a la calle y habían<br />

abierto allí las mejores discotecas. Pero Demos estaba<br />

llevándola hacia una zona poco recomendable.<br />

–¿Dónde vamos? –preguntó althea.<br />

–No te preocupes –contestó él, con una sonrisa.<br />

–Pero es que quiero saber dónde vamos –insistió<br />

ella, envolviéndose en el chal. el escotado vestido le<br />

había parecido apropiado en la discoteca. allí, en la<br />

calle, de noche, le parecía ridículo y peligroso.<br />

también era consciente de lo poco que sabía sobre<br />

Demos. Le había parecido interesante en la discoteca,<br />

incluso excitante, pero estando a solas con él empezaba<br />

a sentir miedo.<br />

–Hay una pequeña taberna en la siguiente calle, un<br />

sitio muy tranquilo en el que sirven buen vino.<br />

althea respiró profundamente. tenía por norma no<br />

llegar nunca tan lejos con un hombre. Pero se había<br />

saltado esa norma y ahora no sabía qué hacer.<br />

Demos la llevó a través de un laberinto de callejones<br />

hasta que no tenía ni idea de cómo volver a la discoteca<br />

o encontrar un taxi.

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