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andahazi, federico – el principe - Lengua, Literatura y ...

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Federico Andahazi El Príncipe<br />

El pequeño príncipe reinó entre las bestias de las profundidades bajo la severa<br />

mirada de su protector. Después d<strong>el</strong> pequeño Apocalipsis, la destrucción de los suyos<br />

y la de su pueblo, Inti Cuntur; después de erigirse como <strong>el</strong> único enviado de Wari<br />

exterminando a la hormiga, la serpiente y <strong>el</strong> sapo, <strong>el</strong> pequeño príncipe llevó una<br />

existencia sosegada, diríase larvada, latente, semejante a la de los gusanos que se<br />

preparan para la metamorfosis. Encerrado en su reino oculto en la profunidad de las<br />

montañas, protegido entre las oscuras paredes de la Salamandra, <strong>el</strong> príncipe se<br />

preparaba, silenciosa y secretamente, bajo <strong>el</strong> consejo de su tutor, para <strong>el</strong> Gran<br />

Apocalipsis.<br />

Cuando <strong>el</strong> consejero determinó que <strong>el</strong> Príncipe tenía la edad suficiente, decidió que<br />

era hora de que abandonara la Salamandra y partiera a mezclarse entre los hombres.<br />

Lo único que habría de llevarse consigo eran las modestas ropas que tenía puestas y<br />

solamente un objeto, <strong>el</strong> que él decidiera. Pero sólo uno. Tenía que ser una <strong>el</strong>ección<br />

sabia, le advirtió <strong>el</strong> consejero, ya que no tenía posibilidad de arrepentirse. El Hijo de<br />

Wari no dudó un momento. Bajó a las ruinas de Inti Cuntur, caminó sobre los restos<br />

d<strong>el</strong> apocalipsis que él mismo había provocado algunos años antes, se abrió paso entre<br />

las figuras petrificadas de aqu<strong>el</strong> carnaval eternizado y se detuvo frente a la efigie<br />

danzante de su madre, Gregoria Galimatías Salsipuedes. Así, disfrazada de China<br />

Zupay, bañada en la liviana piedra volcánica d<strong>el</strong> Wari, frente a frente, <strong>el</strong> príncipe<br />

comprobó que la había superado en estatura. En aqu<strong>el</strong>los pómulos generosos y<br />

planos, en sus ojos rasgados, en sus labios gruesos, <strong>el</strong> joven Hijo de Wari pudo<br />

reconocer su propia fisonomía. La tomó por la cintura, calcárea y áspera, y la estibó<br />

sobre <strong>el</strong> hombro como quien cargara un contrabajo.<br />

Con ese único equipaje bajó de los cerros hasta llegar al largo y tortuoso camino<br />

que habría de conducirlo al lejano pueblo que estaba al pie d<strong>el</strong> valle. Caminaba<br />

seguido por una legión de reptiles e insectos que salían de la Salamandra y, a su paso,<br />

se fueron sumando toda clase de alimañas que andaban por los cerros.<br />

Su tutor, <strong>el</strong> capitanejo Xavier Huáscar Molina Viracocha, encarnado en la forma de<br />

un cactus, lo despidió como si fuese la última vez que habrían de verse. Pero ambos<br />

sabían que no sería así.<br />

El Hijo de Wari hablaba la lengua de los suyos y la d<strong>el</strong> conquistador. Sin embargo,<br />

nunca había visto a un semejante. Ni siquiera en la persona de su tutor, Xavier<br />

Huáscar Molina Viracocha; lo había reconocido en las formas más diversas e<br />

inverosímiles, pero jamás lo vio encarnado en hombre. Conocía la forma humana por<br />

haberse visto a sí mismo reflejado en <strong>el</strong> agua o en <strong>el</strong> metal. Pero, desde luego, ésta no<br />

era sino una visión parcial y fragmentada. La rígida imagen de Gregoria Galimatías<br />

Salsipuedes, cargada ahora sobre su hombro, le devolvía apenas un poco de su propio<br />

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