Libro MÁS PUTAS QUE NUNCA FINAL.indd - Menú Cultural
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contra su imperio, lo primero que preguntó con harta jeta fue: “¿Por<br />
qué no se callan? ¿Por qué no obedecen? ¿Cómo es que pretenden<br />
dejar de arrodillarse? ¿A qué cuento viene tanta grosería y falta de<br />
consideración?” No se podía hablar ni reclamar tan fácilmente. En<br />
tres siglos apenas unos pocos como Francisco de Miranda, Simón<br />
Rodríguez, Bolívar, José Félix Ribas, Antonio Nariño, se atrevieron a<br />
no callar. Fue aquello una tremenda alharaca y escándalo para el rey.<br />
No lo dejaban evacuar, no lo dejaban pensar, y de aquellas jaranas fue<br />
cómo sobrevino, cual feroz catástrofe, la declaración de independencia<br />
de todas las colonias.<br />
Aquellos próceres le decían al rey: “¿veis por qué nos negamos<br />
a callar?” El dueño de los medios de comunicación del mundo hispano<br />
era entonces el rey. Incluso todavía. ¿Acaso no adora la SIP a Juan<br />
Carlos de Borbón? ¿Acaso no va la SIP a España para sus encuentros<br />
y negocios más importantes? La cosa también es atávica.<br />
Hoy como nunca, con Chávez, estamos conociendo la verdadera<br />
naturaleza del Libertador, y descubriendo las mil y una veces que<br />
Fernando VII trató de mandar a callar a Simón Bolívar. Vieja<br />
costumbre de reyes. Veía Fernando VII sus insolentes escritos y<br />
proclamas, sus alterados juicios y bárbaros procederes, y no podía<br />
concebir que pudiese haber sobre la tierra un loco más presumido<br />
y bocón. Empapándonos de nuestra historia por el ejemplo vivo de<br />
los “dislates” del Comandante Chávez, hemos podido meternos en<br />
los humanos huesos de estos regios gobernantes. Ya no queda duda<br />
alguna para casi todos los contemporáneos de Bolívar, que éste fue<br />
un desaforado loco que nunca midió las graves consecuencias que<br />
podían provocar sus palabras. “El loco de las malditas correrías”, le<br />
llamó Francisco de Paula Santander. Para los gringos como William<br />
Tudor, cónsul de los EE UU ante el gobierno del Perú (1827), el<br />
Libertador era un peligrosísimo loco. En 1828, en medio de grandes<br />
risas y aplausos de sus opositores, se decidió llamarle “Longaniza”,<br />
igual que a un loco que andaba por las calles de Bogotá vestido con<br />
harapos militares, todo porque Longaniza también hablaba mucho.<br />
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