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9º<br />
<strong>María</strong> <strong>Merchán</strong> <strong>Rocamora</strong><br />
I.E.S. Ribera del Tajo<br />
Talavera de la Reina (Toledo)<br />
Las interferencias primero. Tras ellas, colándose subrepticiamente al principio y<br />
sin pudor después, los zumbidos. Como si un enjambre de abejas hubiera<br />
tomado las emisoras, despojándolas de las voces agudas y monocordes de las<br />
tertulias de la tarde.<br />
La familia entera, arremolinada junto al aparato, juntos los cuerpos, las mentes<br />
concentradas en la imagen que se iba, esa diversión fácil y vacía, como todos los<br />
sucesos que se retransmitían por ella. Brisa ligera de estulticia que sólo dejaba<br />
su huella tras largos años de dedicación, como un nuevo ídolo de los hombres y<br />
mujeres, dispuestos siempre a decantarse por el camino más fácil.<br />
Así pues, desnudo el sábado de ocupación, los miembros de este pequeño clan<br />
urbano intercambian miradas. Se quejan todos, uno de los progenitores se<br />
levanta pesadamente y golpea al televisor. No consigue nada.<br />
- ¿Qué hacemos ahora?- se oye la pregunta al unísono, un grito de<br />
desesperación como el de un niño que pierde de vista a su madre. El pequeño<br />
gimotea. El aburrimiento es un enemigo para sus ganas de entretenerse.<br />
- Vamos a salir, que si no, no aguantan los niños- dice el padre o la madre<br />
viendo al sol colarse por la ventana. Salen. Las calles de asfalto no les dicen<br />
nada. Árboles bordean las avenidas, surcadas de pequeños hoyos, levantada la<br />
argamasa por las ruedas de los coches.<br />
-¿Dónde vamos nene?- inquieren, posando sus miradas en el hijo menor.<br />
-Quiero ir al parque- respondió con más o menos claridad el niño, a causa de su<br />
edad. Aceptan. ¿Qué otra cosa podrían hacer? Lentamente van acercándose al<br />
parque, como unos extranjeros en nueva tierra. Casi nunca han llevado allí a<br />
ninguno de sus hijos. Se sientan. Los columpios vacíos reclaman a los vástagos<br />
de la pareja, que corren y se montan, felices de poder balancearse y soñar que<br />
sus pies tocan el cielo.<br />
Al principio los padres se aburren, tanto o más que el menor, cuando el<br />
electrodoméstico preferido por todos se negó a servirles. Sien embargo se<br />
animan. Charlan de sus recuerdos de infancia, de cuando eran tan jóvenes como<br />
los usuarios de aquel tobogán, esa época de finales de la dictadura cuando se<br />
pasaban todo el día en la calle. Se levantan, juegan, corren y persiguen a sus<br />
hijos. En un alarde de habilidad el padre corre a por su vieja bicicleta, dispuesto<br />
a demostrarse que aún sabe manejarla.
Pasan las horas. La hija mayor aprende a dar pedales mientras que el pequeño<br />
rueda con su madre por el césped ralo de la zona ajardinada.<br />
Los muchachos respiran fuerte, abiertos los pulmones como flores nuevas,<br />
absorbiendo el aire, disfrutando. Los adultos se enorgullecen de su sana<br />
descendencia, renuevan hábitos ya perdidos, le dan un modestos regalo a su<br />
corazón con ese ejercicio inesperado.<br />
Cuando al anochecer regresan al hogar, ese piso del centro de la ciudad,<br />
sudorosos y sonrientes, con la fuerte sensación de ser libres en su cabeza, el<br />
televisor abandonado aún sufre sus ataques de ruidos y luces incoherentes. Lo<br />
apagan. Han aprendido lo que nadie les dijo antes. El juego es el alma de los<br />
jóvenes. El ejercicio, la mejora de sus padres. Ojalá el próximo sábado escapen<br />
al hechizo de la delgada presentadora y despierten de nuevo de su letargo para<br />
salir a sentir la vida.
10º<br />
Irene Moray Rodríguez<br />
Colegio Santa Caterina de Siena<br />
Barcelona<br />
Era una tarde de otoño. Yo estaba reposando en un sillón bastante incómodo,<br />
aburrida como de costumbre, hojeando revistas viejas. Mi madre estaba de pie<br />
junto a la ventana, con un cigarrillo entre las manos. Tenía la mirada perdida,<br />
dirigida hacia el exterior, sus ojos sin brillo extraviados entre la multitud.<br />
Mi padre yacía en el sofá, delante de la televisión, mirando sin mirar, con el<br />
mando en una mano y una lata de cerveza vacía en la otra. Su demacrado rostro<br />
no mostraba expresión alguna, tan solo indiferencia.<br />
El viento soplaba rabioso, tanto, que movió la antena del televisor. Al ver que<br />
empezaba a fallar, mi padre le dio unos golpes para arreglarla, pero nada<br />
sucedió. Siguió golpeando la pantalla, cada vez con más fuerza, chillando y<br />
maldiciendo aquel viento que había interrumpido la única distracción que le<br />
libraba de reconocer la verdad: que su vida estaba vacía.<br />
Mientras mamá seguía sumida en sus pensamientos, ignorando los ruidos de<br />
mi padre, rechazando mi sufrimiento. El cigarrillo se consumía entre sus dedos,<br />
intacto.<br />
Noté un nudo en la garganta y un fuerte dolor en el pecho. Sentí como si cientos<br />
de afilados cuchillos perforaran mis sienes. No soportaba aquella situación: mi<br />
familia deshecha por culpa de unos padres que no querían abrirme su corazón,<br />
ya enmohecido, por el paso de una vida que no daba segundas oportunidades.<br />
Fui corriendo al garaje, cogí mi vieja bicicleta y pedaleé enérgicamente hasta<br />
llegar a la playa. Una vez allí, tiré la bicicleta al suelo, y corrí torpemente por la<br />
orilla, sin rumbo fijo. Caí a la arena. Me incorporé, me quité los zapatos y<br />
contemplé.<br />
El viento creaba dunas en la arena, que golpeaban bruscamente contra mi<br />
rostro. El mar estaba furioso, las olas rompían con fuerza y el agua salpicaba<br />
por todas partes. Parecía que el mar estuviera llorando. Las lágrimas<br />
empezaron a brotar de mis ojos enrojecidos y no pude reprimir un gemido.<br />
Me sentía sola, y veía que mi vida perdía el sentido, sin ningún sueño por el<br />
que luchar. Era un pájaro enjaulado y quería volar en libertad.<br />
Y, en un acto de desesperación, me uní al mar. Nadé junto a él durante horas,<br />
los dos unidos en un fuerte abrazo que nada ni nadie podía romper. Jugamos a<br />
un juego ficticio llamado “felicidad”, me adentré en sus profundidades y juntos
curamos las viejas heridas que carcomían nuestra apesadumbrada alma.<br />
Cabalgué sobre las olas hasta que mi cuerpo no pudo más. Emergía de nuevo<br />
de sus entrañas y noté la ropa mojada pegada a mi piel. El frío había abordado<br />
sin mi permiso cada uno de mis músculos.<br />
Recogía la bicicleta, dispuesta a marcharme, pero antes, observé de nuevo. El<br />
mar ya no lloraba, porque juntos nos habíamos calmado, habíamos sido libres<br />
por un instante muy breve, pero tan intenso que mi corazón latía desbocado.<br />
Una última lágrima recorrió mi mejilla, y sonreí. El mar había disipado mis<br />
dudas, y todo el dolor que me quebraba por dentro.<br />
Monté en la bicicleta. Se había hecho tarde y aún me quedaban deberes por<br />
hacer.
12º<br />
<strong>María</strong> Pilar Puerto Camacho<br />
I.E.S. Delgado Brackembury<br />
Las Cabezas de San Juan (Sevilla)<br />
Hoy en día es raro no ver en cualquier casa alguna que otra tele. Las tecnologías<br />
han avanzado tanto que las hay en todos los tamaños: grandes, pequeñas,<br />
planas, etc... En un principio se creó como forma de comunicación, más tarde se<br />
hicieron programas de ocio... Hasta llegar al día de hoy.<br />
La tele, de ser un gran invento ha pasado a ser algo indispensable en nuestras<br />
vidas pero que no aprovechamos. En vez de utilizarla para aprender, conocer<br />
otras culturas o apreciar nuestra naturaleza, la utilizamos para ver programas<br />
basura que no conducen a ninguna parte o para ver la telenovela de las tardes,<br />
ahora tan de moda y que puede llegar a mover a incalculables masas de<br />
personas.<br />
¿Cómo es posible que se pueda estropear la tele? La mayoría que se preguntan<br />
esto cuando la están viendo creen que no ocurrirá nada, además, no se puede<br />
estropear...<br />
Pero, ¿qué ocurriría si de repente, cuando estás más tranquila, las imágenes se<br />
distorsionan, se escucha un ruido raro y la pantalla se apaga quedando sólo en<br />
el centro un diminuto punto blanco que va desapareciendo? En tu casa se<br />
aprecia el terror de perderte tu programa favorito. Y cuando llegue mamá, ¿qué<br />
dirá? Se desilusionará porque no va a poder ver el primer famoso de tres al<br />
cuarto que aparezca contando su vida. Aunque se haya estropeado, papá no<br />
piensa perderse el partido de fútbol de los domingos y lo escucha por la radio, o<br />
se va a casa de un amigo, para ver el encuentro con más emoción, si cabe. Tú,<br />
sin embargo, después de asimilar que tu mejor aliado, aquel que te hace reír y<br />
llorar; aquel que te divierte, con el que juegas con la videoconsola, no ha<br />
sobrevivido más a inagotables horas encendido, decides llamar a alguien que lo<br />
pueda arreglar urgentemente. Pero no has caído en la cuenta de que es<br />
domingo y tendrás que soportar la difícil prueba que es el no ver la tele toda<br />
una tarde.<br />
Tu mente, en esta situación, comienza a recordar otras formas de ocio: lectura,<br />
deporte... Llegas a tu cuarto y decides comenzar a leer de nuevo aquel libro<br />
empolvado que hay en tu estantería y que dejaste de leer porque comenzó una<br />
nueva serie. Después de adentrarte en innumerables mundo, decides repasar lo<br />
que diste en “mates” la clase anterior y que te costaba un poquito entenderlo,<br />
decides coger la bici y un balón y buscar a tus amigos para jugar un partido... Al<br />
final de la tarde te habrás dado cuenta de que lo que al principio iba a ser todo<br />
un reto se había convertido en una tarde muy amena y habrás aprendido que<br />
ninguna “caja tonta” puede controlar tu vida.
3º<br />
Alvaro Pelegrin Martos<br />
Colegio Santa <strong>María</strong> de la Capilla<br />
Jaén<br />
Era sábado y estaba bien entrada la noche sin embargo nos encontrábamos muy<br />
despiertos pues echaban una buena película por la televisión, nuestra reina.<br />
Parecíamos estatuas, nuestros ojos estaban fijos en la señora que nos entretenía<br />
con su aura de luz resplandeciente. No le quitábamos la vista de encima ni para<br />
evitar ver los diez minutos de anuncios.<br />
Y empezaron las interferencias, las cuales nos entrañarían un gran peligro. Era<br />
normal, pues diciembre no perdona lluvia y viento. El imperio que habíamos<br />
creado a las órdenes de la gran jefa se desvanecía y con él, su protección y<br />
seguridad. Intentamos ayudarla, pero era demasiado tarde... un grito de rabia<br />
no nos salía por la garganta.<br />
En un primer momento pensamos sacar alguno de los juegos de mesa que<br />
acumulaban un dedo de polvo, pero los teníamos muy vistos. Entonces lo<br />
oímos, un largo bostezo que provenía de todas partes y de ningún sitio, como si<br />
la tierra misma bostezara.<br />
En ese instante nos dimos cuenta de que éramos cinco: mi padre, mi madre, mi<br />
hermano, mi primo mayor y yo. Tendríamos que luchar para mantener la<br />
seguridad de un reino que creíamos en peligro y defenderlo del monstruo más<br />
terrible, la mayor abominación, el que te inunda y te asesina en silencio...<br />
llegaba el aburrimiento. Por la puerta, las ventanas y las cañerías, otro bostezo<br />
había llegado. Nos sentíamos débiles e indefensos sin nuestra directora.<br />
En primer lugar intentamos pensar en algo divertido, contar chistes, pero de<br />
nada sirvió. Él había entrado ¡y estaba atacando a mi hermano! El llanto<br />
sobrevino, estaba atrapado.<br />
Sus ojos se cerraban buscando el sueño. Nos defendimos como fieras pero<br />
nuestros alborotadores gritos no hacían efecto sobre nuestro silencioso<br />
enemigo. Vi cómo mi madre caía y mi padre, al intentar salvarla, caía con ella.<br />
En ese instante dijeron esas dos palabras malditas que nunca olvidaré: “me<br />
aburro”. No se podía hacer nada por ellos, estaban bajo su yugo. ¡Qué doloroso!<br />
Los muros de diversión de nuestro hogar eran ya meros pedruscos negros.<br />
De pronto hubo un chispazo, un rayo, una luz que sólo yo vi. Una idea<br />
divertida, nuestra salvación. “Inventemos una historia”le dije, “y leamos algo”,<br />
“juguemos al escondite”. Era una tontería pero nos salvó. Ese monstruo terrible
tuvo que rendirse. Casi rompe las cañerías por la prisa, dejó las ventanas<br />
abiertas con un fuerte golpe y la puerta se deslizó rápidamente.<br />
Los demás despertaron de su letargo al oírnos reír. Se despejaron las nubes,<br />
cesó el viento pero la antena estaba descolocada y la Señora no volvió a la vida.<br />
Era igual, no nos importó, ella era el pasado y nuestras mentes eran el presente,<br />
la verdadera y genuina diversión.
4º<br />
Elena Mansilla Navarra<br />
Colegio Compañía de <strong>María</strong><br />
Albacete<br />
Habían sido las campanas del prehistórico reloj de la plaza las encargadas de<br />
interrumpir mi sueño. Me quedé absorto, contemplando a través de la ventana<br />
al “Mago del Tiempo”, que con su impasible “tic-tac” marca el ritmo de<br />
nuestras vidas.<br />
Hoy hace un año que se apagó la suya. Mi abuelo siempre dijo que ella era la<br />
puerta capaz de transportarte al mundo de la fantasía. Pero ¿dónde está ahora<br />
esa puerta? Aquel día le prometí que nunca la olvidaría. Ella me dijo que<br />
abriera mi maleta, y guardara en ella todo cuanto quería. Yo la quería a ella. De<br />
algunas cosas sólo podemos guardar recuerdos. Mi abuela para mí era el<br />
televisor en el que sintonizabas el canal que querías, asegurándote horas de<br />
diversión. Y entonces cerró su maleta, y con un deje de amargura, la arrastró<br />
hacia la nada, despidiéndose de todo. Una voz, una llamada; la vida se apaga. Y<br />
se apagó mi alegría.<br />
Y aún recuerdo aquel día, pero hoy abro mi maleta para sacar su recuerdo. Aún<br />
recuerdo aquel día, aquel día en el que se estropeó la tele.
5º<br />
Sara Mosquera Pedreiro<br />
Colegio Compañía de <strong>María</strong><br />
El Ferrol (La Coruña)<br />
En una fría mañana del mes de marzo, mientras toda la ciudad dormía después<br />
de un laborioso día, una luz se mantenía todavía inquebrantable, desafiando a<br />
la creciente oscuridad que se cernía sobre ella. Aquel chorro de luz iluminaba<br />
un libro, y sobre ese libro se alzaba un hombre. Un hombre, cuyos cansados<br />
ojos denotaban los efectos de una noche en vela, sus antiguas gafas ampliaban<br />
unas suaves arrugas, fruto de sus muchos años de experiencia, y su alborotado<br />
cabello, plateado y canoso era fiel prueba del paso de los años. Mas su anciana y<br />
experta mirada pasaba vivazmente de línea en línea saciando su sed de<br />
conocimientos. Sus ojos se quedaron fijos en un capítulo de ese sucio y raído<br />
libro, que rezaba:”Vida eterna”, y a continuación citaba que si viajaba alguien<br />
continuamente hacia el Este, iría rejuveneciendo progresivamente debido a la<br />
rotación de la Tierra.<br />
Aquel hombre releía sin cesar ese párrafo con una sagaz expresión de júbilo.<br />
Por fin había conseguido lo que buscaba, había alcanzado su objetivo. Si eso era<br />
cierto, podría desafiar a la misma muerte, incrementar su experiencia, sus<br />
conocimientos, conseguiría comenzar una nueva carrera, una nueva vida...<br />
Cavilaba en ello, mientras se preparaba para emprender su partida. Su destino<br />
era el Este, poco le importaba adónde.<br />
Ya en el cielo, muy lejos de su hogar y mirando a las estrellas, aquel hombre se<br />
mantenía en silencio, sentado en su solitario compartimiento. De verdad<br />
deseaba rejuvenecer, pero ¿a qué precio?. Tendría que estar viajando<br />
continuamente y su familia no lo reconocería al llegar. Pero, gracias a ello, se<br />
convertiría en la persona tan admirada que era, siendo joven. No podría olvidar<br />
nunca lo irresponsable que fue hace tanto tiempo. Se pasaba todo el día viendo<br />
la televisión e ignorando el tan poco valorado almacén de conocimientos que<br />
poseían los libros, hasta que un día se le estropeó aquella máquina tonta, y<br />
empezó a descubrir aquel mundo nuevo, aquel paisaje inexplorado, y no cejó en<br />
su empeño de conseguir más. Sin duda, de no ser por ese incidente, no habría<br />
podido encontrar dicha información, y no podría haber conseguido esa fórmula<br />
del elixir de la vida, tan codiciado últimamente por todo el mundo.<br />
Aquel hombre proseguía su tarea sin cesar, día tras día, año tras año, sin<br />
embargo, su cuerpo y su cara seguían igual de ancianas, incluso más débiles,<br />
pero su mente también cada vez más abierta, más extrovertida, más culta y sin<br />
darse cuenta, había rejuvenecido, pero no físicamente, sino mentalmente. Poco
a poco, fue enterándose de que su objetivo era hacerse joven, no para ser fuerte,<br />
ni ágil, sino para adquirir conocimientos y ya lo había logrado.<br />
Aquel “joven” anciano, débil y cansado, se fue a su hogar, ya olvidado, para<br />
proseguir su complicada tarea. Su cuerpo marchito, descansaba en una silla<br />
pero en su interior, todavía se mantenía el recuerdo de una mente de niño,<br />
dichosa y ágil; que aumentaba con el tiempo.<br />
Aquel era su destino, pensaba, en una fría mañana de marzo, mientras la<br />
ciudad dormía.
7º<br />
Rocío Moreira Alvela<br />
C.P.I. Alcalde Xosé Pichel<br />
Coristanco (La Coruña)<br />
Somos víctimas de una sociedad en la cual ser feliz es tener, no ser.<br />
Soy feliz si tengo éxito y me reconocen por la calle. Si tengo un móvil con<br />
cámara o un televisor con pantalla extraplana. Un coche nuevo, con una marca<br />
que ni siguiera sé descifrar; lo importante es que el vecino no tiene uno igual.<br />
¿A todo esto llamamos progreso?<br />
Un día, una tarde cualquiera, se estropea la tele. ¡Qué suplicio! La abuela sin<br />
telenovela, los telediarios que tienen que informar a mi madre, mi padre sin<br />
partido...<br />
¡Dios mío, nosotros sí que somos la noticia! No buscamos alternativas. La tele es<br />
como tener un ladrón en la familia. No te enteras de que te están robando y...<br />
acabas más vacío que una caja de bombones. Te arrebata las ilusiones, las ganas<br />
de salir, la libertad... Es la culpable de que sintamos un deseo irrefrenable de<br />
comprar todo lo que sale en los anuncios. Nos crea adicción a las compras<br />
innecesarias. Aunque quizás, también nosotros seamos culpables por no saber<br />
controlarnos. Un bolígrafo puede ser utilizado para escribir, pero también para<br />
lanzar bolitas al compañero; por ejemplo.<br />
¿Qué pasaría si tuviéramos que vivir sin televisor? ¿Se nos derretirían las ideas,<br />
al sol, que tan pocas veces nos ve la cara?. Esto es todo lo que gira a nuestro<br />
alrededor. Es nuestra vida. Nuestros avances tecnológicos, que a veces, sin<br />
darnos cuenta, terminan por volvernos locos...<br />
Quizás, no todos quisiéramos ser así, pero nadie nos preguntó en qué mundo ni<br />
de qué manera queríamos vivir...
6º<br />
Lara Abalde González<br />
Colegio Santiago Apóstol<br />
Ponteareas (Pontevedra)<br />
Cuenta la leyenda que existe una biblioteca fantástica, en la que las estanterías<br />
forman un inmenso laberinto (del que no podrías salir sin el mapa que te da la<br />
secretaria al entrar), en el que rebosan libros con historias impresas que desean<br />
ser leídas por las personas que asisten día tras día a vivir nuevas experiencias.<br />
Lo que le iba a pasar a Pedro, junto a su hermana Eva, esa misma tarde era<br />
inimaginable para él.<br />
Los dos hermanos eran totalmente opuestos: Pedro era un aficionado al<br />
televisor, se pasaba horas y horas viendo series y programas absurdos con tal<br />
de pasar el tiempo; Eva no entendía la afición de su hermano, pues ella pensaba<br />
que lo único que hacía Pedro era malgastar el tiempo, y aunque ella insistía en<br />
que le acompañase en la lectura, él jamás cedía.<br />
Era domingo, el día en que todos los miembros de la familia se juntaban a<br />
comer en casa de los abuelos de Pedro y Eva. Pedro fue el primero en acabar de<br />
comer, como de costumbre, ya que lo único que pretendía era pasar la tarde<br />
viendo el televisor de plasma de sus abuelos. Eva, lo que quería era visitar la<br />
biblioteca de la abuela pues desde niña había oído historias contadas por su<br />
abuela de una “Biblioteca Fantástica”, desde entonces visitaba todas las<br />
bibliotecas para ver si la encontraba, y a esa por falta de tiempo nunca había<br />
entrado.<br />
Pedro se desplomó bruscamente en el sofá azul marino de sus abuelos y con el<br />
mando encendió el televisor.<br />
¡¡PAFF!! ¡La tele soltaba chispas! ¡El mando no respondía! Pedro gritó nervioso<br />
y entró su abuela junto con Eva al salón. Entre las dos convencieron a Pedro<br />
para que acompañase a su hermana a la antigua biblioteca.<br />
Atravesaron la aldea hasta llegar a un antiguo edificio, con unas majestuosas<br />
puertas de entrada hechas en madera de roble con dos pomos bañados en oro.<br />
Al entrar observaron meticulosamente la maravilla que antes ellos se mostraba:<br />
¡La Biblioteca Fantástica!, la biblioteca que su abuela narraba en sus historias. Se<br />
dirigieron a la secretaria, una señora mayor, cuya cara reflejaba su hermosa<br />
vejez. Les dio un mapa y se fueron a la zona de los libros de aventuras. Estaban<br />
rodeados de altas estanterías, en las que resaltaba un voluminoso libro color
crema. Eva ansiosa por leerlo lo posó sobre la mesa, Pedro sin ganas lo abrió.<br />
De repente se encontraban en una clase del profesor Snape con Harry Potter a<br />
un lado y Ron al otro. Ahora estaban ayudando a luchar a Don Quijote contra<br />
los molinos, escuchando a sus espaldas los gritos de Sancho Panza. ¡Junto al<br />
sultán escuchando una de las historias de Las mil y una noches que Sherezade<br />
le contaba! ¡En la Torre de Marfil de la Historia Interminable contemplando a la<br />
hermosa Emperatriz! ¡Dando la vuelta al mundo en una de las historias de Julio<br />
Verne!<br />
¿Pero qué encantamiento era ése? ¿Estaban viviendo realmente esas<br />
maravillosas aventuras, o era fruto de su imaginación?<br />
Desde aquel día en el que se estropeó la televisión, Pedro comprendió que hay<br />
cosas mucho más entretenidas, y desea ansioso que lleguen las tardes de<br />
domingo para ir con su hermana a la “Biblioteca Fantástica”.<br />
¿Tú no querrías vivir aventuras así?<br />
¡Pues lee! Y verás cómo, solamente abriendo un libro y usando la imaginación,<br />
te trasladas a lugares inéditos, conocerás miles de aventuras y te divertirás.
1º<br />
Andrés González Fariñas<br />
Colegio Salesianos<br />
Orense<br />
Era un sábado por la tarde. Pedro pululaba por su habitación, haciendo que<br />
estudiaba, esperando a que se fueran sus padres para así poder ver la tele.<br />
Cuál fue su desilusión al descubrir que la tele no funcionaba. Cambió las pilas<br />
del mando a distancia, pero no era por eso. Pedro se asustó y se pinchó el dedo<br />
con una aguja para ver si estaba soñando y... fue corriendo al baño a ponerse<br />
una tirita. ¡Era una pesadilla! ¡Una tarde sin tele!. No sabiendo qué hacer, Pedro<br />
se durmió en el sofá. Despertó al poco rato y decidió bajar al “ciber” de la<br />
esquina, pero al llegar vio que estaba cerrado. No había nadie en la calle. Pero<br />
nadie, nadie ¿eh? Pedro, frustrado, empezó a andar. Cuando se dio cuenta,<br />
estaba en un barrio que no conocía. Decidió volver, pero no encontraba el<br />
camino. De pronto, en una esquina que daba a un callejón, vio a un elefante que<br />
dormía plácidamente, mientras ronroneaba.<br />
¿Qué es esto? –pensó- los gatos ronronean, no los elefantes.<br />
En ese momento, como si quisieran vacilarle, un corderito que estaba entre unos<br />
contenedores rugió, y un lagarto aulló mientras corría para esconderse del<br />
corderito. Pedro siguió andando sorprendido durante media hora. Entonces, en<br />
una entrada a un callejón sin salida, vio un botellón en el que participaban<br />
Eduardo Manostijeras, el profesor Bacterio, un esquimal, la rana Gustavo, el<br />
monstruo del lago Ness y por último, pero no por eso menos peligroso, el Fari.<br />
Lo miraron recelosos y Pedro se escapó.<br />
Pasado un tiempo, Pedro empezó a sentir hambre, y se encontró con Doraemon,<br />
que sacó el “bolsillo mágico” unas monedas y se las dio. Pedro entró en un bar<br />
llamado “La Manzana Empozoñada” y, pidió una sopa a la cocinera, que era la<br />
bruja de Blancanieves. Observó el panorama y vio a Gotzilla aferrado a una<br />
jarra de cerveza, al maestroYoda y Dartz Vader echando un pulso, y a<br />
Calimero, Yaki Chan y La Masa, que apostaban por el ganador del combate de<br />
la tele. Era un combate de Spiderman vs.Sandokan.<br />
Cuando Pedro acabó la sopa, se fue. Ya era de noche cerrada. Después de andar<br />
y andar sin encontrar el camino de vuelta, se sentó abatido en un banco que<br />
estaba junto a una cabina de teléfono, donde E.T. metía monedas y marcaba<br />
números frenéticamente y decía: “Mi casa, mi casa”...<br />
Por el suelo había folletos publicitarios anunciando el abrillantador del coche<br />
fantástico. Un perro se le acercó y le dijo:
- Hola chaval, ¿qué te pasa?<br />
Y así, Pedro se encontró en mitad de la noche contándoles sus problemas a un<br />
perro desconocido que hablaba. Al acabar Pedro con su historia, el perro dijo:<br />
-¡Ah! Pero yo puedo llevarte a tu casa.<br />
- ¿De verdad?<br />
- Si, quédate muy quieto....<br />
Y el perro le mordió una pierna.<br />
Pedro despertó y se vio tirado en el sofá, con su hermano pequeño estrenando<br />
los dientes en su desprotegida pierna. Entonces su madre dijo:<br />
- Niño, deja a tu hermano en paz. Con lo tranquilo que estaba<br />
durmiendo...
2º<br />
<strong>María</strong> García Díaz<br />
Colegio Internacional Meres<br />
Meres (Asturias)<br />
Nunca pensé que le pudiera deber tanto al tiempo atmosférico. Era sábado y<br />
llovía con ganas. Parecía una fría venganza contra alguno de nosotros, contra<br />
alguno de mis “sedentarios hermanos” o contra mí. Los tres nos habíamos<br />
pasado la mañana quejándonos, porque ya no podríamos salir a jugar al fútbol.<br />
Así que, nosotros tres, jóvenes sin alternativas, decidimos encender el televisor<br />
y sumergirnos en el mullido sofá del salón. Era una película de serie b, en la que<br />
una mujer asesinaba a sus maridos ricos para quedarse así con la fortuna.<br />
Nadie hizo ningún comentario, porque no había nada más que hacer. Cuando<br />
por fin íbamos a conocer el final de aquel anodino argumento, un fallo en la<br />
corriente eléctrica borró la imagen de la pantalla. Estábamos perdidos. Sin tele,<br />
ni libros, discos ni revistas, porque se los había llevado ya el camión de la<br />
mudanza. Sin embargo, tras un rato de silencio y miradas perdidas, mi<br />
hermano Eduardo, el pequeño, tuvo una singular y brillante idea: entre<br />
nosotros crearíamos el desenlace de la película, con música, pintura y diálogo.<br />
Nos pusimos manos a la obra. Eduardo que tomaba clases de clarinete, pronto<br />
se ausentó a su cuarto, desde donde se podía percibir una sencilla aunque bella<br />
melodía que describía a la perfección el final que él había elegido. Resultaba<br />
increíble cómo aquella perfecta sucesión de escalas, arpegios y matices era<br />
capaz de plasmar al propio Eduardo en el aire.<br />
Miguel, el mediano, aficionado a la pintura, cogió su caja de pinturas y<br />
rápidamente preparó su caballete, con un ímpetu que jamás había percibido en<br />
él desde que la adolescencia llamó a su puerta.<br />
Allí se quedó conmigo, en el salón. Pude observar su boceto que, con aquel<br />
carboncillo tan apagado, describía claramente una lóbrega noche de invierno,<br />
empapada de ternura con aquellos dulces trazos pastel que había decidido<br />
incluir. Su final estaba claro y sorprendentemente se asemejaba al de Eduardo.<br />
De nuevo aquel lienzo reflejaba al pintor, mi hermano. Yo, amante fiel de la<br />
literatura me dispuse a crear mi desenlace particular. Inmerso en la trama,<br />
conseguí hacerla mía, más profunda y pasional.<br />
Finalmente nos reunimos en el salón para disfrutar de nuestras creaciones. Nos<br />
sorprendimos al constatar que las tres encajaban a la perfección (no podía ser<br />
menos viniendo de tres hermanos).
Gozamos al máximo con aquella mezcla de pintura, música y palabras, que<br />
describía una fría noche en la que la protagonista de vida superficial y frívola<br />
subía calle arriba, pistola en mano, dispuesta a asesinar a su marido. No sabía<br />
que éste caminaba detrás de ella dispuesto a darle una dulce sorpresa. Por fin la<br />
alcanzó y le entregó una rosa, a la vez que le susurraba unas sinceras palabras<br />
acerca de su amor por ella, quien de repente sintió una llama de pasión en tu<br />
interior. Por su mente pasaron todos los instantes de su malévola vida, dándose<br />
cuenta de que ninguno era realmente feliz. Arrebatada, se aferró a su caballero<br />
y le besó. Se fundieron en un tierno beso, del cual fue testigo una farola de luz<br />
tenue, un clarinetista que pedía limosna en la acera de enfrente, la luna más<br />
llena que nunca; y un revólver, que yacía abandonado en un oscuro rincón de la<br />
acera.<br />
Sin duda fue la mejor tarde de tormenta de nuestras cortas vidas. Aparcamos la<br />
idea del fútbol, aunque saludable, por culpa del tiempo atmosférico. Y<br />
sobrevivimos, incluso sin tele. Es más, descubrimos una nueva forma de ocio: el<br />
arte, nuestra nueva alternativa. El arte, apreciado por tan pocos, paloma que<br />
logra sacar nuestros más profundos sentimientos al exterior, al mundo. Espejo<br />
de esa abstracción que todos escondemos, y que debemos invitar a salir.
8º<br />
Mª Victoria Ordoño Saiz<br />
Colegio Inmaculado Corazón de <strong>María</strong><br />
Valencia<br />
La belleza es efímera, como un soplo de aire, como una figura de cristal que<br />
puede romperse con sólo acariciarla, como las mariposas; son hermosas, su<br />
belleza es pasajera.<br />
La vida es así, tan frágil y delicada, pero a la vez tan bella...<br />
Quien descubre su belleza y no se encierra en su mundo es capaz de ser libre.<br />
Pero no nos damos cuenta de que nuestro tiempo es valioso, como una gota de<br />
agua en el desierto, y lo malgastamos. Convertimos nuestra vida en algo<br />
monótono y no le damos el valor que merece a un regalo tan bello. Y nos<br />
pasamos el día viendo la televisión. Ojalá se estropearan todas las televisiones<br />
del mundo; ojalá no volvieran a funcionar. Y mucha gente descubriría lo que yo<br />
ya he descubierto.<br />
Ven conmigo, no te asustes, cierra los ojos y siente la brisa fresca acariciando tus<br />
mejillas. Y escucha el canto de los pájaros. Sentirás la luz del sol del verano, y<br />
descubrirás en ella el significado de la libertad. Y podrás oír el murmullo de las<br />
hojas secas en el otoño, contándote sus historias y sus más íntimos secretos.<br />
Abre tus ojos y verás un cielo estrellado, con miles de estrellas, cada una de<br />
ellas te llama, su luz será tu guía. Verás los campos, las casas, las montañas<br />
cubiertas por un fino manto de blanca nieve, suave como el algodón, ella te<br />
revelará el secreto de la vida. Llegará la primavera, podrás oler el aroma de las<br />
violetas y del jazmín, de la hierba fresca y apreciarás los colores de los paisajes.<br />
Y yo me marcharé, me buscarás, pero yo ya me habré ido. No te he dejado solo,<br />
estoy ahí, en la brisa fresca, acariciándote, en lo luceros del alba y en las<br />
estrellas, guiándote con mi luz. En la luz del sol del verano. En las hojas secas<br />
del otoño, susurrándote palabras al oído, contándote mis historias, mis más<br />
íntimos secretos; cuando acaricies la nieve del invierno te revelaré el secreto de<br />
su existencia. Estaré en todo lo que te he enseñado.<br />
Cuando llegue la primavera, me dejaré ver, mostrándote mis colores,<br />
regalándote mis perfumes. Acuérdate de mí.<br />
Después te reunirás conmigo, recordando que no te habrás ido del todo, porque<br />
la muerte no es el final de la vida, es el reflejo de tu vida contenido en la mirada<br />
de los demás.<br />
Pero aún te queda tiempo, un tiempo cuyo valor ya has descubierto, y que<br />
aprovecharás lo mejor que puedas. Sé que no me olvidarás, cuando te sientas
triste, acude a mí, yo te acunaré y te cubriré con mi manto para que no sientas<br />
frío. Sabrás que eres libre y saborearás tu libertad, comprenderás que tu vida es<br />
hermosa y conocerás sus secretos.<br />
Y cuando abras los ojos, descubrirás que sigues en casa, el día en que se<br />
estropeó la tele, te levantarás de un salto, abrirás la ventana y gritarás al<br />
mundo la belleza de la vida.
11º<br />
Diego Palomar Pérez<br />
Colegio San Pablo (CEU)<br />
Moncada (Valencia)<br />
Era una fría y oscura mañana del mes de diciembre. Como todos los días,<br />
Alejandro, un niño gordito, de piel sonrosada y alegre mirada, se levantó<br />
apresuradamente de la cama para realizar su habitual ritual matutino: ponerse<br />
sus agradables zapatillas, lavarse un poco la cara y, ante todo, algo que no<br />
podía faltar en su casa ni en su rutina, encender uno de los inventos más<br />
utilizados por el ser humano, la maravillosa televisión... Mientras se preparaba<br />
él mismo su desayuno favorito (cinco pastelitos rellenos de crema y un gran<br />
vaso de chocolate caliente) cogió el mando de la televisión, a continuación se<br />
aposentó en el gran sillón de su padre, presionó el botón del mando a distancia<br />
para encenderla, y esperó para ver las alegres imágenes que tanto deseaba ver...<br />
Pasaron varios segundos y no sucedió nada. ¡Cuál fue su sorpresa al darse<br />
cuenta que la pequeña pantalla de su más preciada posesión seguía negra, ni<br />
tan siquiera una mísera imagen que apareciese ante él.<br />
¡NADA! Volvió a encenderla, esta vez directamente desde el televisor. “Tal vez<br />
este maldito mando ya no funcione más, las pilas tal vez” pensó,<br />
esperanzadamente...<br />
Sin embargo, y para desgracia de Alex, la televisión seguía sin funcionar.<br />
¡Mamá, ven! –gritó- ¡Cuántas veces te tengo que decir que no desconectes la tele<br />
por la noche, no hace falta, no va a pasar nada¡<br />
Su madre, uno de los seres con más paciencia del firmamento, acudió en<br />
“ayuda de su caprichoso hijo”. Sabía que, al igual que un terrible volcán<br />
dormido, Alex podía entrar en erupción en cualquier momento.<br />
Pero “pitufín” –le dijo melosamente- yo no he tocado nada... tal vez habría sido<br />
tu padre. Alejandro sabía que su padre no podía haber sido, puesto que él<br />
amaba la tele tanto como su mimado vástago (sobre todo cuando estaban de<br />
vacaciones).<br />
Desesperado, y sin saber qué hacer, persistente y terco como él solo, volvió a<br />
intentar encender la tele, pero el pobre aparato no volvería (de momento) a<br />
desvelar las encantadoras imágenes en movimiento que tanto añoraba Alex. La<br />
tele se había estropeado.<br />
¿No tienes nada que hacer cariño? – le preguntó su madre- ¿Has hecho todos<br />
los deberes?. Alex sabía perfectamente que no había hecho nada de provecho<br />
desde que comenzaron las vacaciones, tan solo ver la tele, pero prefería hacer<br />
cualquier otra cosa a tener que enfrentarse a sus deberes.
Pretendía jugar a la famosa videoconsola que tanto admiraban los niños como<br />
él, pero como la tele no funcionaba, no hubo más remedio que dejar de lado esa<br />
agradable idea.<br />
De repente, algo inusual sucedió en él: se interesó por el contenido de aquella<br />
enorme estantería repleta de libros de lectura (todos eran de su madre) que<br />
tanto había despreciado hasta entonces.<br />
Cogió uno de ellos, al azar. De todas maneras no le importaba. Aquel libro<br />
había sido leído tantas veces que sus ajados lomos estaban ya rotos y apenas se<br />
podía distinguir su título. Lo hojeó un poco. A simple vista se podía decir que<br />
trataba sobre algo de una patrulla que extrañamente se dedicaba a quemar los<br />
libros.<br />
“Ahí sí que me hubiera gustado estar a mí, cómo hubiera disfrutado” pensaba.<br />
Junto a ese libro se encontraban en iguales condiciones obras de escritores tan<br />
desconocidos para Alex como el paradero de la mítica Atlántida.<br />
Verne, Dumas, Cervantes, Kipling, Salgari, Defoe, Stokes, Quevedo, Berceo,<br />
Homero, Doyle, Poe, Wells, Virgilio, Lope de Vega, March.... y un sinfín de<br />
nombres y apellidos tan extraños como extravagantes para aquel desdichado<br />
niño al que tan sólo le importaba el mundo de la pequeña pantalla. Tal vez no le<br />
hubiera importado ver algunos de esos títulos en versión cinematográfica, así<br />
como aquellos dibujos tan graciosos que recordaba ver en su tierna infancia,<br />
pero entre leérselo y ver su versión adaptada se encontraba un profundo y<br />
oscuro abismo.<br />
Inesperadamente (tal vez fue la Providencia) tomó una sabia decisión: comenzó<br />
a leerse el famoso libro “La máquina del tiempo” de H.G. Wells. Aquel libro,<br />
por lo que parecía, podría gustarle. En él se encontraban los factores que más le<br />
apasionaban: fantasía, acción, ciencia ficción y misterio.<br />
Y así pasaron las horas, leyendo y leyendo sin cesar, encerrado en su cuarto, y<br />
disfrutando de aquel gran libro. Podía haber temido que le ocurriera lo mismo<br />
que al ingenioso hidalgo Alonso Quijano, pero aquello no importaba, seguro<br />
que la tele acarreaba más penosas consecuencias.<br />
Tan concentrado estaba, que se olvidó de todo, y no se dio cuenta de que su<br />
madre le llamaba.<br />
- Cariño, por fin la tele ya va. No sé qué le habrá pasado- le dijo la madre.
Pero Alejandro, aquel niño que hasta bien poco odiaba el mundo de la<br />
literatura, al contrario que el de la pequeña pantalla, se había adentrado ya en el<br />
luminoso mundo de la cultura y el conocimiento, y no había nadie que le<br />
pudiese sacar de allí....