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María Merchán Rocamora - casbega

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3º<br />

Alvaro Pelegrin Martos<br />

Colegio Santa <strong>María</strong> de la Capilla<br />

Jaén<br />

Era sábado y estaba bien entrada la noche sin embargo nos encontrábamos muy<br />

despiertos pues echaban una buena película por la televisión, nuestra reina.<br />

Parecíamos estatuas, nuestros ojos estaban fijos en la señora que nos entretenía<br />

con su aura de luz resplandeciente. No le quitábamos la vista de encima ni para<br />

evitar ver los diez minutos de anuncios.<br />

Y empezaron las interferencias, las cuales nos entrañarían un gran peligro. Era<br />

normal, pues diciembre no perdona lluvia y viento. El imperio que habíamos<br />

creado a las órdenes de la gran jefa se desvanecía y con él, su protección y<br />

seguridad. Intentamos ayudarla, pero era demasiado tarde... un grito de rabia<br />

no nos salía por la garganta.<br />

En un primer momento pensamos sacar alguno de los juegos de mesa que<br />

acumulaban un dedo de polvo, pero los teníamos muy vistos. Entonces lo<br />

oímos, un largo bostezo que provenía de todas partes y de ningún sitio, como si<br />

la tierra misma bostezara.<br />

En ese instante nos dimos cuenta de que éramos cinco: mi padre, mi madre, mi<br />

hermano, mi primo mayor y yo. Tendríamos que luchar para mantener la<br />

seguridad de un reino que creíamos en peligro y defenderlo del monstruo más<br />

terrible, la mayor abominación, el que te inunda y te asesina en silencio...<br />

llegaba el aburrimiento. Por la puerta, las ventanas y las cañerías, otro bostezo<br />

había llegado. Nos sentíamos débiles e indefensos sin nuestra directora.<br />

En primer lugar intentamos pensar en algo divertido, contar chistes, pero de<br />

nada sirvió. Él había entrado ¡y estaba atacando a mi hermano! El llanto<br />

sobrevino, estaba atrapado.<br />

Sus ojos se cerraban buscando el sueño. Nos defendimos como fieras pero<br />

nuestros alborotadores gritos no hacían efecto sobre nuestro silencioso<br />

enemigo. Vi cómo mi madre caía y mi padre, al intentar salvarla, caía con ella.<br />

En ese instante dijeron esas dos palabras malditas que nunca olvidaré: “me<br />

aburro”. No se podía hacer nada por ellos, estaban bajo su yugo. ¡Qué doloroso!<br />

Los muros de diversión de nuestro hogar eran ya meros pedruscos negros.<br />

De pronto hubo un chispazo, un rayo, una luz que sólo yo vi. Una idea<br />

divertida, nuestra salvación. “Inventemos una historia”le dije, “y leamos algo”,<br />

“juguemos al escondite”. Era una tontería pero nos salvó. Ese monstruo terrible

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