triste, acude a mí, yo te acunaré y te cubriré con mi manto para que no sientas frío. Sabrás que eres libre y saborearás tu libertad, comprenderás que tu vida es hermosa y conocerás sus secretos. Y cuando abras los ojos, descubrirás que sigues en casa, el día en que se estropeó la tele, te levantarás de un salto, abrirás la ventana y gritarás al mundo la belleza de la vida.
11º Diego Palomar Pérez Colegio San Pablo (CEU) Moncada (Valencia) Era una fría y oscura mañana del mes de diciembre. Como todos los días, Alejandro, un niño gordito, de piel sonrosada y alegre mirada, se levantó apresuradamente de la cama para realizar su habitual ritual matutino: ponerse sus agradables zapatillas, lavarse un poco la cara y, ante todo, algo que no podía faltar en su casa ni en su rutina, encender uno de los inventos más utilizados por el ser humano, la maravillosa televisión... Mientras se preparaba él mismo su desayuno favorito (cinco pastelitos rellenos de crema y un gran vaso de chocolate caliente) cogió el mando de la televisión, a continuación se aposentó en el gran sillón de su padre, presionó el botón del mando a distancia para encenderla, y esperó para ver las alegres imágenes que tanto deseaba ver... Pasaron varios segundos y no sucedió nada. ¡Cuál fue su sorpresa al darse cuenta que la pequeña pantalla de su más preciada posesión seguía negra, ni tan siquiera una mísera imagen que apareciese ante él. ¡NADA! Volvió a encenderla, esta vez directamente desde el televisor. “Tal vez este maldito mando ya no funcione más, las pilas tal vez” pensó, esperanzadamente... Sin embargo, y para desgracia de Alex, la televisión seguía sin funcionar. ¡Mamá, ven! –gritó- ¡Cuántas veces te tengo que decir que no desconectes la tele por la noche, no hace falta, no va a pasar nada¡ Su madre, uno de los seres con más paciencia del firmamento, acudió en “ayuda de su caprichoso hijo”. Sabía que, al igual que un terrible volcán dormido, Alex podía entrar en erupción en cualquier momento. Pero “pitufín” –le dijo melosamente- yo no he tocado nada... tal vez habría sido tu padre. Alejandro sabía que su padre no podía haber sido, puesto que él amaba la tele tanto como su mimado vástago (sobre todo cuando estaban de vacaciones). Desesperado, y sin saber qué hacer, persistente y terco como él solo, volvió a intentar encender la tele, pero el pobre aparato no volvería (de momento) a desvelar las encantadoras imágenes en movimiento que tanto añoraba Alex. La tele se había estropeado. ¿No tienes nada que hacer cariño? – le preguntó su madre- ¿Has hecho todos los deberes?. Alex sabía perfectamente que no había hecho nada de provecho desde que comenzaron las vacaciones, tan solo ver la tele, pero prefería hacer cualquier otra cosa a tener que enfrentarse a sus deberes.