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María Merchán Rocamora - casbega

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Pretendía jugar a la famosa videoconsola que tanto admiraban los niños como<br />

él, pero como la tele no funcionaba, no hubo más remedio que dejar de lado esa<br />

agradable idea.<br />

De repente, algo inusual sucedió en él: se interesó por el contenido de aquella<br />

enorme estantería repleta de libros de lectura (todos eran de su madre) que<br />

tanto había despreciado hasta entonces.<br />

Cogió uno de ellos, al azar. De todas maneras no le importaba. Aquel libro<br />

había sido leído tantas veces que sus ajados lomos estaban ya rotos y apenas se<br />

podía distinguir su título. Lo hojeó un poco. A simple vista se podía decir que<br />

trataba sobre algo de una patrulla que extrañamente se dedicaba a quemar los<br />

libros.<br />

“Ahí sí que me hubiera gustado estar a mí, cómo hubiera disfrutado” pensaba.<br />

Junto a ese libro se encontraban en iguales condiciones obras de escritores tan<br />

desconocidos para Alex como el paradero de la mítica Atlántida.<br />

Verne, Dumas, Cervantes, Kipling, Salgari, Defoe, Stokes, Quevedo, Berceo,<br />

Homero, Doyle, Poe, Wells, Virgilio, Lope de Vega, March.... y un sinfín de<br />

nombres y apellidos tan extraños como extravagantes para aquel desdichado<br />

niño al que tan sólo le importaba el mundo de la pequeña pantalla. Tal vez no le<br />

hubiera importado ver algunos de esos títulos en versión cinematográfica, así<br />

como aquellos dibujos tan graciosos que recordaba ver en su tierna infancia,<br />

pero entre leérselo y ver su versión adaptada se encontraba un profundo y<br />

oscuro abismo.<br />

Inesperadamente (tal vez fue la Providencia) tomó una sabia decisión: comenzó<br />

a leerse el famoso libro “La máquina del tiempo” de H.G. Wells. Aquel libro,<br />

por lo que parecía, podría gustarle. En él se encontraban los factores que más le<br />

apasionaban: fantasía, acción, ciencia ficción y misterio.<br />

Y así pasaron las horas, leyendo y leyendo sin cesar, encerrado en su cuarto, y<br />

disfrutando de aquel gran libro. Podía haber temido que le ocurriera lo mismo<br />

que al ingenioso hidalgo Alonso Quijano, pero aquello no importaba, seguro<br />

que la tele acarreaba más penosas consecuencias.<br />

Tan concentrado estaba, que se olvidó de todo, y no se dio cuenta de que su<br />

madre le llamaba.<br />

- Cariño, por fin la tele ya va. No sé qué le habrá pasado- le dijo la madre.

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