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Con tremendo mal ambiente<br />

(Crónicas de un viaje a Cuba)<br />

Testimonio<br />

Miguel Ángel Carcelén Gandía<br />

CENINFEC Ediciones<br />

2


Portada: Con tremendo mal ambiente (2012). CENINFEC Ediciones<br />

Sobre la presente edición:<br />

© Miguel Ángel Carcelén Gandía<br />

© CENINFEC Ediciones<br />

C/ Julio González Nº 1. 28981<br />

Parla. Madrid<br />

Agradecimiento:<br />

El Concurso “Cuba con dolor en el corazón” forma par te del Proyecto “Campaña anual de sensibilización<br />

por las necesarias transformaciones democráticas en Cuba” convocado por la ONGD Centro de<br />

Información y Documentación de Estudios Cubanos (CENINFEC) bajo el auspicio de la Dirección de<br />

Voluntariado y Cooperación para el Desarrollo de la Comunidad de Madrid.<br />

Los contenidos de las publicaciones son responsabilidad de los autores, la Comunidad de Madrid y<br />

Ceninfec declinan cualquier responsabilidad por los criterios autorales reflejados en las obras.<br />

3


Concurso: “Cuba, con dolor en el corazón” 2011<br />

Premio Testimonio<br />

Miguel Ángel Carcelén Gandía<br />

Villalgordo del Júcar, Albacete, 1968<br />

Compagina su trabajo como funcionario en el Ministerio del Interior con su afición a la literatura. Es escritor,<br />

articulista de prensa y durante un tiempo ejerció de director de Publicaciones Acumán, editorial solidaria que<br />

destina todos sus beneficios a financiar proyectos de ayuda al desarrollo en países empobrecidos en colaboración<br />

con distintas ONGs.<br />

Cuenta en su haber con más de trescientos reconocimientos literarios, colaboraciones en revistas de creación<br />

literaria y ha publicado una veintena de libros, la mayoría de ellos novelas, aunque también ha experimentado con<br />

el cuento infantil en Tornillo Adriana y el Caracol. Cuentos para la solidaridad, y el ensayo en los dos tomos de Mi<br />

mochila, recopilatorios de artículos periodísticos.<br />

4


Prólogo<br />

El trabajo del jurado en el Concurso “Cuba con dolor en el corazón, resultó gratamente<br />

recompensado por la masiva respuesta de los autores a la convocatoria. Un pequeño equipo de<br />

profesores, periodistas y escritores, dedicaron una parte importante de su escaso tiempo disponible a la<br />

lectura, evaluación y emisión de propuestas para el otorgamiento de los Premios y Menciones.<br />

La dirección del Concurso, -aunque con voto de calidad según el reglamento- declinó tal honor<br />

por ser de todos los lectores especializados, el único que conocía previo al dictamen la identidad de<br />

cada autor de obra.<br />

En el caso de la obra que nos ocupa, fue necesario eliminar del texto a evaluar los evidentes<br />

datos autobiográficos y procedencia geográfica del autor. Solo después de emitido el fallo, se informó a<br />

los miembros del jurado sobre los datos autobiográficos y nacionalidad de cada autor.<br />

La obra testimonial “Con tremendo mal ambiente” resultó, -no obstante- una obra premiada de<br />

forma unánime, y que conste la “unanimidad” es una categoría que no goza de ningún prestigio entre<br />

los que hemos padecido ese flagelo.<br />

Si el lector desinformado de la realidad cubana quiere investigar el por qué de la afirmación<br />

anterior, le recomendamos el corto de ¿ficción? Intermezzo, del director cubano Eduardo del Llano y<br />

que bajo la marca productora Sex Machine 69 está disponible en la Red.<br />

El testimonio de Miguel Ángel Carcelén Gandía es a nuestro criterio el informe de un verdadero<br />

trabajo de observación comprometida sobre el terreno, que deviene en estudio socio-antropológico del<br />

fragmento de la realidad cubana que tuvo oportunidad de diseccionar.<br />

Importante sobre todo en España, donde el tema cubano se mezcla con el eterno debate de las<br />

izquierdas y las derechas, el antiamericanismo –sobre todo el de salón- y la memoria histórica de la<br />

última gran colonia -¡Más se perdió en Cuba!- pero sobre todo con una imagen constantemente<br />

oxigenada por la campaña mediática –también constante- de la más antigua dictadura totalitaria de la<br />

cultura occidental; que sin embargo sobrevive reproduciendo como la Hidra sus numeroso tentáculos<br />

“solidarios” en suelo español.<br />

Que conste, -que como el resto de los autores- este modesto prologuista se responsabiliza<br />

personalmente con sus criterios.<br />

Magnífico trabajo del autor del testimonio, que no ya como presidente de la Asociación, sino<br />

simplemente como cubano me permito elogiar y sobre todo ¡dar las gracias!.<br />

Por último, Pater; ha demostrado Ud. con creces la vocación de su sacerdocio, bueno sería<br />

que siguiera cundiendo el ejemplo.<br />

Miguel Ángel García Puñales<br />

5


7 DE NOVIEMBRE DE 1999, DOMINGO<br />

En el trabajo me llaman páter, no porque sea el capellán del centro, que es un cargo que quedó vacante<br />

hace años, al menos en Jerez, sino porque soy cura. Ya sé que resulta difícil de creer, un sacerdote que se gana<br />

la vida como carcelero, pero en este caso sí es cierto que la realidad supera a la fantasía. No es tarea sencilla<br />

explicar mi situación, podría decir que he optado por ganarme el pan con el sudor de mi frente, y no vivir a<br />

expensas de la Iglesia; podría, tal vez, ponerme medallas y calificarme de cura obrero; podría, ¿por qué no?,<br />

presumir de desarrollar mi ministerio entre los presidiarios, pero, para ser sincero, la verdad es mucho más<br />

prosaica.<br />

En mi diócesis, Albacete, tuve problemas con mi superior, el obispo, por algo que a él le pareció un<br />

“quítame allá esas pajas” y que para mí resultaba de capital importancia, de importancia evangélica, matizaría, y al<br />

no ser capaz de llegar a ningún acuerdo, opté por desvincularme de una diócesis en la que el Pastor supremo se<br />

desentendía de graves problemas, al igual que muchos sacerdotes compañeros. También influyó decisivamente<br />

en mi toma de postura el hecho de que por parte del arzobispado de Toledo –ya me es difícil aclarar si a<br />

instancias de mi obispo o por propia iniciativa- se me prohibiera celebrar la Eucaristía y ejercer como presbítero<br />

debido a unos escritos en los que cuestionaba la honradez económica de un clérigo distinguido de la imperial<br />

ciudad.<br />

No pretendo aburrir a nadie con mis miserias, por lo que abrevio diciendo que, en vista de la fijación de<br />

posturas, decidí prepararme unas oposiciones y seguir ejerciendo mi ministerio sacerdotal en tierras donde no<br />

gustase tanto maquillar el Evangelio. Aprobé el proceso selectivo del Cuerpo de Ayudante de Instituciones<br />

Penitenciarias (vulgo, carceleros) y aquí estoy. Concluyo esta propedéutica lamentándome por no haber<br />

encontrado, hasta el momento y debido a las circunstancias descritas, una parroquia donde no se me mire con<br />

sospecha.<br />

Pienso que por coherencia debo mantener mis convicciones. En alguna ocasión me ha flaqueado el<br />

ánimo y he añorado la vida que durante seis años –el tiempo que llevo ordenado sacerdote- disfruté. Ésa es mi<br />

vocación, y con sólo treinta años a las espaldas confío en que, más pronto que tarde, pueda desarrollarla en<br />

condiciones. Mientras tanto me conformo con ganarme honradamente el sustento, escribir algo de vez en cuando<br />

(para desagrado de más de diez compañeros sacerdotes), y ejercer mi ministerio en los lugares y condiciones más<br />

insospechadas.<br />

- Páter, ¡cómo te lo montas!, ¡a Cuba nada menos! Ten cuidado con las mulatas, que ésas no respetan<br />

alzacuellos.<br />

Me lo dijo el jefe de servicios cuando se enteró por el secretario de que iban a prescindir de mi presencia<br />

durante algo más de un mes. Había juntado mis vacaciones con los días que me debían algunos compañeros. Los<br />

necesitaba para viajar a Cuba, pero no de turismo, precisamente.<br />

Con Carlos, mi cuñado, había hablado dos días atrás. Me confirmó que los billetes para Cuba ya estaban<br />

6


asegurados y que saldríamos el día ocho. Él y Sole, mi hermana, se encargarían de todos los trámites. Carlos es<br />

el presidente del Consejo Territorial de la ONCE en Castilla-La Mancha, ciego, por no decir invidente, que suena a<br />

eufemismo. Le gusta decir que no ve nada de nada, si acaso las estrellas cuando se da un trastazo. Sole es<br />

enfermera y ama de casa. Tiene veintiocho años y dos enanos preciosos, Luis Ángel y Jorge, ambos de tres años.<br />

No son gemelos ni mellizos. A Jorge lo adoptaron el pasado verano. Y, ¡misterios de la vida!, es clavado al marido<br />

de Sole, culibajo, paticorto y barrigón. Jorge tiene una fuerza increíble, una sonrisa encandiladora y el Síndrome<br />

de Down.<br />

De Jerez viajé a Albacete para recoger a Sole. Ella andaba algo liada porque el superior de su marido,<br />

militar de carrera, había decidido no concederle el permiso de seis semanas a que tenía derecho por adopción.<br />

Así las cosas había que buscar a alguien que se hiciese cargo de sus enanos, Luis Ángel y Jorge, durante el<br />

tiempo del viaje. Pepa, la mujer de Carlos, que es hermana de Sole y, por esas rarezas del destino, mía también,<br />

se prestó a pedirse unos días de vacaciones para atender a los sobrinos. A última hora el padre de las criaturas<br />

consiguió que le concediesen también unos días de permiso, con lo que se juntaron dos cuidadores.<br />

La idea era viajar esa tarde hasta Toledo, hacer noche en la casa de Carlos y organizar todos los bultos<br />

que llevaríamos. Dicho y hecho. A las diez tocábamos el timbre de Pepa y Carlos. En su casa había una nutrida<br />

comisión de bienvenida: Pilita, Jesús, Merce, Margarita. Todos ellos habían viajado dos años antes a Cuba y eran,<br />

en cierto modo, culpables de esta nueva expedición. La habitación en la que se amontonaban las maletas parecía<br />

la consigna de cualquier estación provinciana. Con lo que había y lo que traíamos sobrepasábamos ampliamente<br />

lo permitido. Había que trabajar rápido para poner algo de orden. Nuestro avión salía a las cuatro de la tarde del<br />

día siguiente. El hermano de Carlos intentaría llevarnos a Barajas y, si no cupiesen todos los bultos, Carlos y yo<br />

viajaríamos en autobús, y Sole y las maletas se desplazarían en el coche.<br />

Ni siquiera sabíamos qué tope máximo de kilos había por persona. Calculamos que unos treinta sería lo<br />

aceptable. Treinta por tres, noventa. Los once bultos que habíamos preparado sobrepasaban la cifra. La solución<br />

era repartir más peso en los bolsos de mano. Tras una reestructuración de urgencia conseguimos que los bolsos<br />

de mano –para los que no rezaba límite de peso-, alcanzasen el volumen de cualquier maleta a facturar. Una silla<br />

de ruedas donada por la Cruz Roja de Toledo quedaba fuera de la medición, ya que ese tipo de bultos no se<br />

tenían en cuenta. A las dos de la madrugada nos fuimos a dormir.<br />

7


8 DE NOVIEMBRE, LUNES<br />

El primero en levantarse fui yo. En tanto se despertaban Sole y Carlos me dediqué a enrollar billetes de<br />

veinte dólares para acomodarlos en el interior de un cinturón con cremallera. Es un sitio seguro para el dinero.<br />

Carlos y Sole habían hecho lo propio con los suyos con más antelación. En total llevábamos unos dos mil dólares,<br />

unas trescientas veinte mil pesetas, más otra cantidad parecida destinada a un proyecto de construcción de casas<br />

para campesinos en los alrededores de la ciudad de Santiago de Cuba. En esa ciudad pasaríamos la mayor parte<br />

de nuestra estancia en la isla; el antepenúltimo día volaríamos a La Habana.<br />

Sole se quedó preparando los bocadillos para el mediodía (comeríamos en el aeropuerto de Barajas)<br />

mientras yo acompañaba a Carlos a los servicios médicos de la ONCE para que le vendasen el pie. Llevaba un<br />

tiempo con molestias en el tobillo y Marga, la médico, le diagnosticó un leve esguince. Aprovechamos la coyuntura<br />

para incluir una silla de ruedas en el equipaje. En la aduana no podrían decirnos nada, llevábamos el certificado<br />

médico. También pensamos incluir unas muletas, pero ningún aduanero es tan tonto como para no sospechar<br />

ante tales circunstancias. A decir verdad, sabíamos que íbamos a despertar sospechas. Tres personas que viajan<br />

a Cuba de turismo para sólo quince días no es posible que lleven doce maletas de tamaño impresionante. Ni<br />

juntando todas mis pertenencias soy capaz de llenar las cuatro maletas que, en teoría, me correspondían.<br />

Hasta el más incauto sabría que la maletas iban repletas de medicinas, ropa, material escolar, material<br />

higiénico, libros, productos de primera necesidad con los que aliviar la situación de un pueblo que se asfixia por el<br />

bloqueo económico y el despotismo de su gobierno (perdón, quise decir desgobierno). También se incluía en<br />

nuestro equipaje gran cantidad de pequeños paquetes que familias españolas enviaban a sus ahijados cubanos,<br />

niños a los que socorren con una cantidad mensual que les ayuda a vivir con cierta dignidad. Siempre que les es<br />

posible se cartean y, por medio de turistas colaboradores, envían paquetes para ellos. Eran muchos los encargos<br />

que hicieron reventar una de las maletas antes de iniciar el viaje. De correprisa nos tocó buscar una mochila y<br />

recolocar el contenido. Carlos se ocupó de eso. Yo me quise quedar tranquilo haciendo fotocopias a los<br />

pasaportes de los tres y Sole inspeccionó los carretes de fotos y de diapositivas. Tenía en mente hacer un<br />

reportaje para utilizar como material de sensibilización en las campañas que Manos Unidas desarrolla anualmente<br />

en los colegios e institutos. Más por olvido que por modestia todavía no he dicho que los tres formamos parte de<br />

una asociación de apoyo al Tercer Mundo, Maná, que colabora con Manos Unidas en sus tareas de sensibilización<br />

acerca de la problemática de los países empobrecidos y buscando fondos para financiar proyectos de promoción y<br />

desarrollo de los mismos.<br />

Luis Alberto, el hermano de Carlos –ya se ve que todo queda en familia-, llegó puntual a recogernos. Por<br />

teléfono nos había asegurado que cabríamos todos en el coche. Fue necesario un estudio detenido y juicioso para<br />

que ninguna de las maletas se quedase en casa. No podría decir cómo un Ford Orión se estiró tanto; sí sé que yo<br />

iba sentado sobre el respaldo de la silla de ruedas y que el armazón metálico de la mochila incluida a última hora<br />

se me clavaba en los riñones. Sabía que Carlos iba en el asiento del copiloto y mi hermana a mi izquierda, no<br />

porque los viese, sino por sus voces; una muralla de maletas se interponía entre nosotros.<br />

Pero llegamos.<br />

8


Tarea de sabuesos conseguir un carrito para las maletas en el aparcamiento del aeropuerto. Nos hicimos<br />

con dos tras muchas vueltas rastreadoras. Como soy poco amigo de formalidades dejé que ellos se ocupasen de<br />

retirar los billetes en el mostrador de La Cubana. Preferí hacer una visita al servicio por si las condiciones del<br />

despegue me lo impidiesen en su momento. Curiosamente el hilo musical llegaba hasta el W.C.; Nacida libre era<br />

la canción que sonaba. ¡Qué adelantos! La facturación de equipajes fue la primera grata sorpresa. Facturamos en<br />

Iberia y el chico que nos atendió se mostró muy comprensivo. Teníamos derecho a llevar veinte kilos por persona<br />

más el bolso de mano. Después de pesar las maletas el resultado nos aterró: ciento ochenta y cinco kilos. Sólo<br />

llevábamos el triple de lo permitido. Por las hechuras de las maletas se veía bien claro que no éramos un trío de<br />

turistas.<br />

- ¿A que lleváis treinta kilos de regalos? –nos sorprendió el empleado de la Compañía. Él mismo asentía<br />

con la cabeza.<br />

- Sí, claro, sí.<br />

- ¿A que lleváis treinta kilos de medicinas?<br />

- Sí, claro, sí.<br />

Y así estuvo haciéndonos preguntas sobre productos que no necesitaban ser declarados hasta que<br />

consiguió rebajar el sobrepeso, de forma milagrosa, a sólo cuatro kilos.<br />

- Mirad, estos cuatro kilos no os los puedo camuflar de ninguna manera. Acercaos a la ventanilla de La<br />

Cubana y se los abonáis. Son caros, os advierto que son tres mil pesetas por cada kilo de sobrepeso.<br />

Tres mil por cuatro, doce mil pesetas. Intentaríamos conseguir una rebaja. Luis Alberto me acompañó<br />

hasta la citada ventanilla. Entregué los billetes y cuando iba a comenzar a llorarles diciendo que con nosotros<br />

viajaba un pobre ciego que nada veía y que encima tenía que ir en silla de ruedas por un maldito esguince, el<br />

moreno que nos atendió cogió su cuño y selló los papeles sin más explicación. Jugada redonda. A título de<br />

curiosidad apunté que la silla de ruedas pesaba diecisiete kilos y que todavía conservaba los precintos de<br />

garantía. Se los quitamos en un momento para que al llegar a Cuba no se notase tanto su poco uso.<br />

Luis Alberto se despidió. Antes nos dio una docena de relojes de pulsera de propaganda que un amigo<br />

suyo, visitador médico, le había regalado.<br />

- Dádselos por allí a quien los necesite.<br />

Cambiamos los nuestros y él mismo se los llevó a Toledo. No era cuestión de duplicar objetos.<br />

9


Habíamos llegado pronto, eran las dos, y hasta las tres y media no estaba previsto el embarque. Nos<br />

sentamos para deleitarnos con la variada fauna (rabinos, japoneses clónicos, nórdicas despampanantes...) que<br />

cruzaba por delante de nuestras narices y dimos cuenta de los bocadillos. En esas entremedias llegó Marino, un<br />

hermano (somos siete, igual que los sacramentos y que los enanitos). Había estrenado la línea de Metro que unía<br />

el centro de la ciudad con Barajas. No quería perderse la despedida ni dejar de darnos recuerdos para Odalys y<br />

los suyos, la familia en cuya casa nos íbamos a hospedar. Él los conocía de un pasado viaje estival. Puntualmente<br />

los altavoces solicitaron nuestra presencia en la puerta de embarque 24-B. Todo sin problemas hasta llegar a<br />

nuestros asientos, no había forma de colocar los bolsos de mano –super maletas camufladas- en el lugar de los<br />

equipajes. Uno de los azafatos resolvió el caso colocando cada una de las maletas en un extremo del avión. El<br />

muchacho sudó, y no es metáfora, para hacerlas entrar en los compartimentos más amplios.<br />

Parece ser que las travesías inducen a las confidencias; Carlos se desató por ellas cuando<br />

sobrevolábamos un mar de nubes algodonosas. Nos habló de que, de niño, en su colegio, el de los Somascos,<br />

había un tal Ramírez que se masturbaba delante de los profesores aprovechando la ceguera de todos. En los<br />

dormitorios corridos de veinticuatro camas, nos dijo, había otro pervertido que se dedicaba a meter mano a los<br />

compañeros. En un contexto así debe ser muy difícil capturar al sobón. Al hilo de la temática Sole reclama nuestra<br />

atención.<br />

- Mira aquel grupito del fondo. Esos van a Cuba a lo que van.<br />

El grupo estaba compuesto por unos seis muchachos que, excepto durante el despegue, habían<br />

permanecido de pie todo el rato junto a los servicios, formando corro. Conversaban animadamente y se reían. Su<br />

aspecto era el de gente campesina, con la piel curtida por el sol, sonrosada, corpulentos, excesivamente<br />

endomingados.<br />

- Seguro que son de Los Pocicos... –continuó burlándose Sole.<br />

Lo del apelativo de Los Pocicos se le ocurrió porque en Albacete hay una aldea de igual nombre. Bien<br />

podría haber dicho que eran más de pueblo que san Isidro, pero eligió el primer circunloquio.<br />

- ... Ahora después me voy a acercar para cotillear un rato.<br />

Y lo habría hecho si la azafata no hubiese pastoreado al pasaje indicando que tomasen asiento para<br />

visionar un documental infumable titulado La Cubanita, que sirvió de telonero a una película de enrevesado<br />

argumento, Atrapado, en la que un vejestorio Sean Connery formaba dúo ladronicio con una guapísima Catherine<br />

Jones. Al escribir infumable me ha venido a las mientes un episodio protagonizado por Carlos y un chico argentino<br />

que viajaba justo en el asiento delantero.<br />

Carlos había hecho ya alguna referencia al régimen opresor de Fidel; el argentino volvía la cabeza algo<br />

molesto siempre que esto sucedía. Con ese prolegómeno no nos extrañó que el enfrentamiento saltase cuando mi<br />

cuñado, al olisquear el humo del cigarrillo procedente del asiento delantero, se quejase.<br />

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mismo.<br />

- Esto es zona de no fumadores.<br />

- ¿Quién lo dijo? –no necesitó mucho para darse por aludido-, acá yo no veo ninguna indicación de lo<br />

- Bueno, pues si tú fumas, yo me tiro pedos, por eso no nos vamos a pelear.<br />

Tiene un temperamento muy calmado y no gusta de entrar en discusiones estériles. El argentino quedó<br />

con ganas de gresca. A Carlos lo pudimos convencer para que no cumpliese su amenaza. Los primeros<br />

perjudicados habríamos sido nosotros mismos.<br />

- Lo veis, tenía razón –nos despertó Sole, que venía de la parte trasera-, esos vienen a Cuba a lo que<br />

vienen. El gordote es el único que ya ha estado aquí otra vez y les está dando explicaciones a los demás. No<br />

encuentran en España quien los aguante y se tienen que venir a estas latitudes a alquilar amores.<br />

- Si el caso es que sólo les falta haber venido en tractor y con vertederas –me sumé alegremente a la<br />

confirmación de su hipótesis.<br />

No sé cuál de los viajeros se había portado mal, el caso es que nos castigaron con la repetición del<br />

documental La Cubanita. Ése fue el comienzo de nuestro disección del pasaje. Entre bromas nos percatamos de<br />

que el grupo de Los Pocicos no era el único que encajaba con el tópico de español de origen rural en busca de<br />

sexo barato y fácil. Retazos de conversaciones pillados aquí y allá alentaban nuestra teoría. En la parte del avión<br />

que controlábamos con la vista había cuatro parejas mixtas (varones maduros y poco agraciados con hembras de<br />

color –de color negro, se entiende- bastante bonitas) A la altura de San Juan de Puerto Rico –un Belén diminuto<br />

vislumbrado por la ventanilla era el testigo- Sole nos leyó parte de las guías turísticas entregadas en la agencia de<br />

viajes. Evidentemente quien escribe tales folletos lo hace pensando en que todo el que viaja a Cuba sólo busca<br />

playas, chicas bonitas y noches de baile. Las feministas cubanas –si es que las circunstancias permitieran que<br />

semejante especie existiera- tendrían mucho que decir al respecto.<br />

El último tema que abarcó nuestra conversación fue el de los custodios auto actuantes, catalizadores del<br />

pensamiento y ancianos del saber. Sería un leit motiv de nuestro viaje, y todo gracias a que un amigo de Carlos<br />

andaba enfrascado en la lectura de la nueva Biblia del milenio, un tomo de proporciones increíbles –nos contó- en<br />

el que se contenía la historia de la Humanidad y su futuro, ¡ahí era nada!; aparecían muchas clases de seres, de<br />

entre los que destacaban (quizás no destacasen, puede que fuesen los únicos que se le habían grabado a Carlos<br />

en la memoria) los custodios auto actuantes y su corte celestial.<br />

El amigo de Carlos que ahora los patrocinaba era conocido del grupo por sus rarezas; años atrás pensó<br />

instalar una agencia de viajes con la peculiaridad de que sus clientes no precisarían de ningún medio de<br />

locomoción, él se encargaría de tele transportarlos. Su equilibrio mental no es un prodigio.<br />

11


El aeropuerto de Santiago de Cuba, al que arribamos a las diez de la noche, hora cubana (doce horas de<br />

vuelo), presentaba el aspecto de una terminal de autobuses tercermundista. El grupo de Los Pocicos había<br />

taponado la salida del avión; nuestro convencimiento de que era la primera vez que salían de su aldea iba en<br />

aumento. Recolecté penosamente nuestros “bolsos de mano” y me reuní con Sole y Carlos al pie de las escaleras<br />

del avión. Calor húmedo, sin llegar al extremo del que tuve que sufrir en Santo Domingo. Carlos acentuó su cojera<br />

para que el asunto de la silla de ruedas llegase a buen puerto (estaba destinada a Giovani, un niño paralítico sin<br />

recursos; niño cubano, al fin) El viaje se estaba desarrollando excesivamente bien, algo tenía que comenzar a<br />

fallar. El prieto de la aduana, militar del Ministerio del Interior con dos rectángulos sobre sus hombros, se encargó<br />

de devolvernos a la realidad.<br />

- ¿Para qué viajan a Cuba?<br />

- Por turismo.<br />

- ¿Dónde se van a alojar?<br />

- Con unos amigos.<br />

- Dirección de los amigos.<br />

- Reparto de santa Bárbara, calle seis, el número no lo recuerdo –contestó Carlos.<br />

- ¿No recuerda el número?, ¿son familia de ustedes esos amigos?<br />

- No, los conocemos de hace tiempo, pero no son familia.<br />

El militar se quedó mirando fijamente los tres pasaportes.<br />

- Iban a venir a esperarnos –apostilló Carlos.<br />

- Bien, esperen ahí atrás un momento, saldremos a ver si los están esperando.<br />

La demora fue, más bien, larga. Por las cristaleras veíamos cómo nuestras maletas eran las únicas que<br />

continuaban dando vueltas en la cinta transportadora. La sala se vació. Por fin el militar nos selló los papeles<br />

advirtiéndonos que al día siguiente a primera hora teníamos la obligación de pasar por las oficinas de inmigración,<br />

12


nuestro visado era de turista y necesitábamos el llamado familiar si queríamos hospedarnos en casa particular.<br />

Habían comprobado que había alguien aguardándonos.<br />

Nada más superar el arco detector de metales (por mi experiencia en la cárcel sé que esos aparatos son<br />

fiables sólo en un ochenta por ciento) rescaté la silla de ruedas de la cinta transportadora y le dije a Carlos que se<br />

sentase.<br />

- Voy a sacar a mi compañero a que le de el aire, se ha mareado. Ahora vuelvo a por el equipaje –le dije<br />

al militar de la puerta.<br />

Afuera había una pareja que se nos acercó. Debían ser Odalys y el padre Bartolomé. Sin conocerlos les<br />

anuncié que quedaban al cargo de Carlos y volví para adentro. Ya me iba temiendo que, al ser los últimos, los<br />

aduaneros –aduaneras, en este caso- tendrían tiempo de entretenerse con nosotros. Así fue.<br />

- ¿Llevan tanto equipaje para sólo quince días?<br />

- Es que nos han dicho que se suda mucho. Traemos ropa para cambiarnos –explicó Sole.<br />

- Ustedes también traen regalos, ¿cierto?<br />

- Bueno, sí, alguna cosa traemos. Es lógico –esta vez contesté yo.<br />

- Tienen que pagar por los regalos.<br />

- ¿Cómo va a ser?, ¿pagar por los regalos? –se quiso indignar mi hermana.<br />

Nos separaron para poder atendernos mejor, supongo. La morenita que se quedó conmigo preguntó que<br />

en cuanto valoraba los regalos que traía.<br />

- No sé, es muy difícil hacer un cálculo. Son cosas sin importancia, detalles, no sé si me entiende.<br />

- Pero ¿en cuanto lo valora?<br />

- No lo sé, de verdad.<br />

- Si no me lo dice tendremos que abrir.<br />

Lo dijo como si fuera una cirujana dispuesta a utilizar el bisturí.<br />

- ¿Diez dólares? –probé fortuna.<br />

- Vamos a ver qué lleva. Abra su equipaje –era obvio que la cifra no le satisfizo.<br />

13


Abrí una maleta al azar, no estaba mi mente como para acordarse del contenido de cada una. Sí sabía<br />

que los medicamentos iban disimulados entre la ropa. Tuve suerte, lo primero que apareció fueron lapiceros y<br />

gomas de borrar a puñados.<br />

- Ya se lo he dicho, son regalitos sin valor.<br />

- Está bien, veinte dólares más dos por el servicio.<br />

Veinte dólares, tres mil seiscientas pesetas. Merecía la pena pagar esa cantidad por introducir en el país<br />

un cargamento que sólo en medicinas valdría más del millón de pesetas. A mi hermana le habían exigido la misma<br />

cantidad. Bien pagadas estaban. Lo único que pretendían aquellas dos funcionarias era sacar un pellizco. Habida<br />

cuenta de que el sueldo de un funcionario cubano ronda los cinco dólares mensuales aquella cantidad resultaba<br />

apetecible.<br />

Aún no habíamos pisado propiamente suelo cubano y ya nos habíamos enfrentado con el primer síntoma<br />

de esquizofrenia: un país con doble moneda, siendo una de ellas la específica del coloso imperialista al que más<br />

odia el gobierno de la isla. Muchos cubanos que continúan encarcelados por haber utilizado dólares hace diez<br />

años en el país, cuando Fidel lo consideraba delito de traición, se preguntan qué es lo que los retiene ahora<br />

privados de libertad. Yo lo sé, la incapacidad del comandante en jefe de reconocer sus equivocaciones.<br />

Un portamaletas –precisamente el que había colocado nuestro equipaje en las fauces de las aduaneras-<br />

nos transportó los bultos hasta la furgoneta del padre Bartolomé. Carlos conversaba animadamente con él y con<br />

Odalys.<br />

- Bienvenidos al aeropuerto Antonio Maceo de Santiago de Cuba –dijo el maletero al terminar de acoplar<br />

el equipaje.<br />

Le di las gracias y omití la propina. Cuarenta y cuatro dólares, los míos y los de Sole (por fortuna Carlos<br />

se libró del trámite), habían pagado con creces sus servicios. Todo el personal de la terminal trabajaba<br />

conchabado.<br />

Odalys nos recibió temblando, aseguraba tener frío. Yo, en cambio, sudaba copiosamente. Carlos la<br />

conocía de un viaje anterior y se había brindado a ofrecernos su casa como alojamiento. El padre Bartolomé hacía<br />

de chófer, era jesuita, de unos sesenta y muchos años. Residía en el Seminario y se encargaba de los<br />

apadrinamientos y del proyecto de construcción de casas para campesinos. La furgoneta carecía de cristales y de<br />

estabilidad. Los baches de la autopista no ayudaban a mantenerla en posición tranquilizadora. Con todo lo<br />

adelantada que está Cuba, según su presidente, sus autopistas nada tienen que envidiar a los caminos<br />

secundarios que se estilan en Marruecos.<br />

Bartolomé nos llevó a la casa de Odalys y se encargó de transportar hasta el Seminario las maletas en<br />

las que traíamos los medicamentos y los paquetes para los niños.<br />

Las edificaciones eran muy parecidas a las de Santo Domingo; casas bajas de tres habitaciones,<br />

fachadas con predominio del azul claro y blanco, pequeño soportal, ventanas con persianas giratorias, dos pisos<br />

como máximo y techados de placa. Con esta descripción no estoy diciendo que abunden las casas, sino que las<br />

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pocas que hay poseen esas características. Lo normal es encontrar solares vallados con uralitas rotas y placas<br />

metálicas oxidadas. Los edificios de la época colonial están muy localizados en ciertas partes de la ciudad y<br />

componen un museo al aire libre de tristísima visión.<br />

Odalys disfrutaba de casa en una zona respetable de Santiago, el Reparto de santa Bárbara. Su marido,<br />

Román, y sus dos tímidos hijos, Romanín y Javier, nos esperaban en la puerta de la vivienda. No sabían qué<br />

hacerse para que nos sintiéramos cómodos. Enseguida pusieron manos a la obra para preparar un arroz con<br />

pollo. Carlos tenía la suficiente confianza como para decirles que lo que más nos apetecía era refrescarnos un<br />

poco y dormir. No entendían que pudiésemos renunciar así como así a una comida. Su decepción no quedó<br />

disimulada del todo. El servicio estaba separado de la cocina por una cortinilla, y la cocina no era más que un<br />

ensanchamiento del pasillo que unía las tres únicas habitaciones: salón y dos dormitorios. Si algún arquitecto<br />

español consiguiese colocar una ducha, una pila y un retrete de forma que pudiesen ser utilizados en un espacio<br />

algo mayor de dos metros cuadrados obtendría, sin duda, el reconocimiento oficial de la Sociedad General de<br />

Magos. Juro por lo más sagrado que lo descrito ya está inventado y puede verse en la casa de Odalys.<br />

Román, parco en palabras, preguntó por el viaje. Lo único reseñable era el episodio de la aduana.<br />

- Todo bien, salvo los facinerosos del aeropuerto. Antonio Maceo, se llama Antonio Maceo el aeropuerto,<br />

¿verdad?<br />

Entonces el pequeño de los muchachos, Javier, de diez años, se soltó a hablar mecánicamente: “Antonio<br />

Maceo nació en Santiago en 1845 era alto y bien formado de aspecto sano y fuerte era de clara inteligencia de<br />

carácter reposado honrado y valiente en grado sumo al iniciarse la guerra del 68 ingresó Maceo en las fuerzas de<br />

Marcano y pronto se distinguió por su bravura y decisión en el ataque ascendió hasta el grado de mayor general<br />

en 1875 después de su gloriosa...” Su hermano, adolescente robusto, lo detuvo. Aprovechó el menor para respirar.<br />

Quedaba claro que el adoctrinamiento escolar daba sus frutos.<br />

Román nos explicó llanamente que Maceo fue uno de los héroes de la guerra contra los españoles, un<br />

mambí, como se les conoce en Cuba a esos luchadores. Derrotó al general Martínez Campos y a Weyler en varias<br />

ocasiones e hizo triunfar la revolución en toda la isla. Murió a finales de 1896 en una escaramuza de Punta Brava,<br />

cerca de La Habana, cuando estaba reorganizando sus fuerzas. Javier no quiso dejar de poner el broche a la<br />

exposición del padre: “Maceo fue el más afortunado de los generales cubanos y perteneció a una familia de<br />

héroes que dieron todos la vida por la patria.” Tiempo tendríamos de conocer su efigie, repetida hasta la saciedad<br />

en cuanto parque, plaza o recodo de Santiago ofreciese espacio para ello.<br />

Carlos pidió telefonear a España para notificar a Pepa que había llegado bien. Odalys lo acompañó al<br />

piso superior, donde Esperancita alquilaba habitaciones a turistas. Allí coincidió con tres de los por nosotros<br />

bautizados Pocicos. Con lo grande que era la ciudad y teníamos que coincidir en la misma cuadra. Uno de los<br />

muchachos le explicó que eran de un pueblo de Burgos. Se llamaban Jorge, José Ramón y Andrés. Esperancita,<br />

lamentándolo mucho, no podía ofrecerles habitación, estaba al completo. Los derivó seis cuadras más abajo,<br />

hacia la casa de Magalys, quien, casualmente, era la madre de Odalys. Por ella podríamos enterarnos de las<br />

peripecias de los Pocicos. Carlos no pudo contactar con su mujer, pero a cambio nos trajo la noticia de que los<br />

Pocicos habían preguntado por un paladar, un restaurante casero, para cenar y que habían pedido permiso a la<br />

dueña de la casa para llevar chicas a la habitación.<br />

- ¿No os dije? –se entusiasmó Sole-, esos han venido a lo que han venido. ¡Tengo un ojo!<br />

Los hijos nos cedieron su habitación; con el suplemento de una tumbona de playa nos acomodamos los<br />

tres en el dormitorio. Carlos se acopló en la tumbona y no hubo manera de convencerlo de que nos fuésemos<br />

turnando en su utilización. Al parecer quería ponerse moreno y presumir a su regreso a la madre patria.<br />

Llevábamos mosquiteras, la experiencia de Santo Domingo nos aconsejó ir prevenidos. Sin embargo, debido a la<br />

época del año, los insectos que había podían ser combatidos con las lociones repelentes que también habíamos<br />

incluido en el equipaje. Aunque para Odalys hacía frío yo no terminaba de sudar. ¡Cómo me vería que colocó un<br />

ventilador en la habitación! Lo agradecí. Nos dormimos al instante sin reparar siquiera en que sólo quedaba una<br />

cama de matrimonio para los cuatro miembros de la familia. Al día siguiente nos enteraríamos de que Odalys y los<br />

hijos la ocupaban y Román imitaba a Carlos en su nocturna ubicación. Ubi bene, ibi patria, pensé entre sueños al<br />

apagar a medianoche el ventilador.<br />

Por más que mi predisposición para buscar argumentos apologéticos del régimen cubano continuase en<br />

pie, no pude negar que, hasta el momento y por lo poco que llevábamos visto, me sería muy difícil mantener la<br />

admiración que desde muy joven sentía por la Revolución cubana.<br />

15


9 DE NOVIEMBRE, MARTES<br />

A las seis de la madrugada sonó un despertador. Acto seguido se oyó trastear en la cocina. Al tener las<br />

puertas amplios respiraderos superiores la privacidad constituía un lujo inalcanzable para estas familias. También<br />

se oía el goteo del agua de la ducha. A la media hora se hizo de nuevo el silencio; los hijos habían marchado para<br />

el liceo, o eso creímos. Volví a dormirme hasta las ocho, más o menos. El reloj que llevaba puesto no era el que<br />

habitualmente utilizaba, lo había cambiado antes de salir de España con el objeto de donárselo a alguien que lo<br />

necesitase. En la riñonera llevaba otros dos con el mismo fin.<br />

Como yo era el que más próximo dormía a la ventana me encargué de tocar diana; al accionar la<br />

cochambrosa palanqueta que abría la persiana una cucaracha marrón y de un tamaño no conocido en España<br />

cayó a los pies de la cama. Al estrujarla con la sandalia se oyó un sonido de vidrios remolidos. A partir de esa<br />

misma noche antes de acostarme inspeccionaba los rincones de la habitación en busca de alimañas, a las arañas<br />

de aspecto inofensivo que habitaban rincones las indultaba para que nos hicieran el favor de encargarse de los<br />

mosquitos. En mis rastreos nocturnos sólo cobré otra cucaracha gigantesca, un chipojo, especie de salamanquesa<br />

de vivos colores, y una peluda (en Santo Domingo las llamaban cacatas), araña del tamaño de un puño, pero<br />

completamente inofensiva. Más por repugnancia que por miedo no pude amnistiar a ninguno de los tres bichos.<br />

El desayuno consistió en una taza de café y pan. Los pequeños aparecieron a darnos los buenos días.<br />

Se habían comido la guásima, dijo la madre; tardamos en entender que habían hecho novillos. No querían<br />

perderse la novedad. Odalys andaba nerviosa, tenía que acompañarnos a inmigración y quiso dejar atados todos<br />

los cabos: “Ustedes digan que nos conocimos de un viaje anterior, pero, por favor, no saquen a relucir el nombre<br />

de Rigoberto ni nada que tenga que ver con la Iglesia. Las relaciones ahora andan ciertamente tensas.” Rigoberto<br />

era su hermano. Había sido el causante de la amistad entre Odalys y Carlos. Su historia conmovió a mi cuñado<br />

cuando fue a visitar la sede de la ONG, creada por él, Puente familiar con Cuba, para llevar algún paquete a la<br />

isla. Eso había sido dos años atrás. Rigoberto había pasado un año y cuatro meses en las cárceles de Fidel (es<br />

curioso, allá nadie dice cárceles a secas o cárceles del gobierno, todas son cárceles de Fidel) a causa de su<br />

callada oposición al Régimen. Trabajaba como topógrafo y se reunía clandestinamente con un grupo de<br />

compañeros que compartían su inquina contra el sistema que los tiranizaba. Trabajaban en la contrarrevolución de<br />

forma lenta pero aplastante. Alguien del grupo era un infiltrado y traicionó a Rigoberto. El tres de febrero del 92 lo<br />

apresaron.<br />

El juicio contra él, como todos los juicios por traición, fue, a decir de Magalys, su madre, tremenda<br />

pantomima. Tuvo el discutible honor de ocupar el mismo lugar que sacralizase Fidel Castro al ser juzgado por su<br />

primera intentona fallida de conquista de Cuba, el asalto al Cuartel Moncada. Rigoberto no tuvo la ocurrencia de<br />

querer pasar a la posteridad con la repetición de la célebre frase: “La historia me absolverá.” La historia, no dada a<br />

corrupciones, no lo ha absuelto; en cambio a Rigoberto sí. Por mediación del presidente de la Xunta de Galicia,<br />

Fraga Iribarne, él, junto a otros cuantos presos políticos tuvieron la fortuna de poder transmutar la pena de prisión<br />

por la de destierro. No le dejaron despedirse de sus familiares. Desde la cárcel de Boniato lo trasladaron a la<br />

prisión La Habana del Este, y allí lo embarcaron en un avión que lo dejó, con lo único que llevaba puesto, en<br />

Barajas.<br />

Ha sabido salir adelante en España, se ha casado, tiene hijos, y sigue trabajando a favor de los que<br />

continúan bajo la esclavitud del régimen castrista. A raíz de todo aquello su familia, hermanas y tías<br />

fundamentalmente, quedaron bajo estricto control de las fuerzas revolucionarias, intervención del teléfono y correo<br />

incluido. Odalys es una creyente comprometida, instruye en la catequesis a los niños, colabora en la Pastoral<br />

penitenciaria, trabaja en Cáritas, y sabedora de que las últimas intervenciones televisivas del comandante en jefe<br />

habían coqueteado con no muy velados ataques a la Iglesia (la visita de Juan Pablo II no ha ayudado tanto como<br />

desde fuera creemos) nos insistió mucho en que no hablásemos de Iglesia en las oficinas de inmigración.<br />

Tampoco yo tenía un interés especial en darme a conocer como sacerdote ante los descerebrados que nos<br />

atendieron.<br />

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Por cuestiones de espacio sólo entramos en el despacho del Mayor Odalys y yo. Fue atravesar una<br />

cortina de espacio y tiempo. En la habitación se respiraba el aire de las sindicales franquistas de los años<br />

cincuenta. El interrogatorio fue despreciativo y prepotente para con Odalys; ésta lo pasó mal, rehuía mantener la<br />

insidiosa mirada del Mayor. A mí, como turista, tan sólo me preguntó, para cotejar, los datos del pasaporte. En la<br />

pared había un afiche del Che Guevara, me pareció que aquel símbolo estaba de más, lo mismo que sobraría una<br />

cruz en el pecho de un ateo.<br />

- Deben ir a la Banca de la esquina san Pedro con la Menor y comprar sellos por valor de cuarenta<br />

dólares por cada visa. Hay que cambiar ésta por la A-2, esta familia no tiene autorización para recibir visitas.<br />

¡Tremendo atropello! Odalys respiró aliviada, iban a permitir que nos quedásemos en su casa. Yo no<br />

entendí que por semejante burla se pudiese estar contento. Nos iban a chulear otros ciento veinte dólares y<br />

encima había que estar agradecidos. Pero ahí no quedaba todo, la Banca indicada quedaba bastante lejos y el<br />

Mayor nos había dado un plazo de veinte minutos. Seguramente no porque tuviese su agenda muy ocupada, que<br />

a la vista estaba que sus obligaciones eran nulas, sino para humillar a Odalys y para mostrarnos su superioridad.<br />

Cogimos un taxi clandestino que por cinco dólares nos acercó a la sucursal bancaria (estatal, por supuesto), y nos<br />

devolvió a inmigración.<br />

El taxista, de nombre Ruperto, era policía jubilado. No tenía licencia –patente la llaman ellos- para<br />

trabajar, por lo que se arriesgaba a que si lo paraban sus antiguos compañeros tuviese que pagar una multa de<br />

mil quinientos pesos. El peso cubano, por aquellos días, equivalía a ocho pesetas. Resumiendo, tendría que pagar<br />

una fortuna y el carro le sería retirado si le llegaban a echar el alto. Bien sabíamos que nadie lo pararía, los<br />

muchos policías con los que nos encontramos en el trayecto lo saludaban. Otro síntoma de esquizofrenia: sólo los<br />

policías y sus jubilados tienen derecho a saltarse la ley impunemente. Ruperto nos enseñó que en Cuba es<br />

imposible mantener la coherencia. “No me negarán que Cuba goza de muchos progresos; ningún niño pasa<br />

hambre, la sanidad es gratuita, tenemos cultura, mucha cultura; se puede decir que estamos privados de derechos<br />

civiles, pero no de los humanos, que son los esenciales...” Odalys se sonreía, con algo de rabia, escuchando a<br />

aquel carcamal. ¿Ningún niño pasa hambre? Y las desnutridas criaturas que deambulaban a ambos lados de su<br />

taxi, ¿qué eran?, ¿extranjeros? La sanidad era gratuita, entonces, ¿por qué esperaban como agua de mayo que<br />

algún turista les trajese medicinas?<br />

El Mayor nos hizo esperar otro rato hasta atendernos. Carlos y Sole quedaron en la antesala<br />

compartiendo calor con los que se desesperaban por la lentitud de los militares en atenderlos; la mayoría eran<br />

hermosas muchachas que habían conseguido engatusar a algún extranjero para que las sacase del país.<br />

Jineteras las llaman. Al principio el nombre sólo se utilizó para las que se prostituían con ese fin. Hoy se ha<br />

extendido a cualquier clase de puta cubana.<br />

- ¿Y vive?<br />

Por tercera vez Odalys tuvo que recitar su dirección al Mayor. Éste se había informado durante el tiempo<br />

que nos ocupó acercarnos al Banco y presumió un poquito ante mí:<br />

- Es la casa que hay enfrente del C.D.R, una que tiene unas matas a mano derecha, después de la curva<br />

del Mercado Ferreiro, ¿cierto, compañera?<br />

Tardó veinte minutos en pegar los sellos en nuestros visados; los miraba, los remiraba, buscaba en el<br />

cajón el pegamento, lo destapaba temeroso de desperdiciar una sola gota. El bolígrafo de la oficina tenía que ser<br />

compartido por tres militares, lo que aún alargó más el trámite. Y a todo esto el Mayor no despegaba su mirada<br />

taladradora del rostro de Odalys, pretendiendo, claramente, intimidarla. Me pregunto qué clase de relación tendrán<br />

esas personas con sus vecinos.<br />

Cuando se quiten el uniforme y tengan que pasear por las mismas calles por las que transitan sus<br />

víctimas, ¿qué gesto compondrán? En Rumania sucedió que tras la caída del comunismo los ciudadanos se<br />

comportaron dignamente con los que habían ejercido cargos políticos. Fue una lección de dignidad a seguir. En<br />

Cuba dudo mucho que el día en el que el Régimen caiga los ciudadanos tengan ese tipo de consideración para los<br />

lacayos del poder.<br />

Sole me informa a la salida que había estado sumando todo el dinero que le exigían a cualquier cubano<br />

para la tramitación del pasaporte, entre solicitud, gastos de viaje, chequeo médico y pólizas la gestión se elevaba<br />

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a setecientos dólares. Sólo la gestión; te podías gastar todo ese dinero para que en última instancia alguien te<br />

denegase la salida. Me vino de nuevo a la cabeza el montante de un sueldo medio cubano, equivalente a cinco<br />

dólares, ¿de dónde pensarían que podrían conseguir setecientos dólares?<br />

Paseamos por las calles antes de regresar a la casa. Me fijé en la diversidad de matrículas: las verdes<br />

eran militares, las azules y rojas pertenecían a cuerpos estatales, la amarilla la llevaban los carros particulares, las<br />

blancas eran propiedad de las empresas y las negras nadie me supo decir a quién correspondían. Podría ser un<br />

buen sistema de control si la pintura no escasease, ya que muy pocas presentaban íntegro el color, con lo que<br />

frecuente resultaba encontrar matrículas amarillas repintadas por los bordes con color distinto.<br />

Carlos, que caminaba cogido a mi codo, notó algo húmedo en el brazo. Se le había cagado un aura<br />

(gallinazo, diría García Márquez) ave del tamaño de un buitre que se enseñoreaba de los cielos de Santiago.<br />

Jamás antes había visto un bicho volador tan grande y tan cercano; con las alas extendidas podía medir<br />

fácilmente los dos metros. Javier notó mi fascinación. “Son asquerosos, huelen mal y comen basura”, dijo. No sé<br />

de qué tipo de basura se alimentarían, porque todos los desperdicios orgánicos que la población producía se<br />

convertían en el alimento de los más pobres. “¿Conocen ustedes a la princesa Diana?”, cambió de tercio el propio<br />

Javier. No quise darle mi opinión sobre el particular, la imagen que de ella tenía la familia estaba bastante próxima<br />

a los cuentos de hadas. La televisión, de cuando en cuando, introducía alguna noticia de ese tipo y la repetía<br />

hasta la saciedad para atontar a la población, extremo éste difícil de conseguir supuesto que nadie que vea la<br />

televisión cubana puede presumir de adecuada higiene mental. Román, el mayor, estaba maravillado de que en<br />

España hubiese tantas cadenas televisivas y con tanta variedad de programas.<br />

Confieso que comencé a mentir como un bellaco al observar la envidia con la que oía mis explicaciones.<br />

Cuánta lástima no me daría que acabé defendiendo que la televisión cubana era muchísimo más entretenida que<br />

la nuestra, y eso que, hasta el momento, no había podido verla. “Antes nos ponían muñequitos rusos, lo que<br />

ustedes llaman dibujos animados, pero eran tan pésimos que las mamás amenazaban a sus hijos con ponerlos<br />

delante del televisor para que los viesen si hacían alguna maldad. Llevamos ya varios años sin ellos, mi pipo (es<br />

una forma cariñosa de llamar al padre) dice que es por lo de la caída de Rusia. Hay un grupo que dice que se han<br />

jubilado; el grupo se llama Punto y Coma, ¿lo conocen en España?<br />

Son muy buenos, hacen canciones críticas y por eso los desaparecen cada cierto tiempo. Hace unos<br />

meses actuaron en el Teatro Heredia, grabé una cinta, si les apetece la escuchamos al llegar.” La escuchamos, y<br />

era muy buena; criticaban con mucho humor: “Gracias a los españoles tuvimos mulatas y gracias a los mismos<br />

nos estamos quedando sin ellas. Compay, ¿sabes que en Cuba las vacas son tan sagradas como en la India? No<br />

digas eso, compay, o te quedarás sin tu cuota de carne. ¿Carne?, ¿dónde hay carne? No, era un cuento.” Nos<br />

enteramos de que la pena por sacrificar una res y venderla sin autorización es de nueve años de cárcel, tremendo;<br />

hay asesinatos que se han castigado sólo con seis años de prisión. Comienzo a ver que la justicia cubana no se<br />

rige por la lógica. Tomo alguna nota en mi libreta y Javier se entusiasma:<br />

- ¿Estás haciendo un diccionario? –me pregunta.<br />

- Sí, claro, para ir enterándome mejor.<br />

A partir de ahí los dos muchachos se empeñaron en llenarme de palabras cubanas: pluma es grifo,<br />

azulita es una persona muy negra, fruta bomba es papaya, empinado es colador, pena es vergüenza, cuento es<br />

chiste, pomo es botella, luz brillante es queroseno, chícharo, fongo, guineo, congrí......<br />

- Entonces, ¿no conocen ustedes a la princesa Diana, reina de corazones? –Javier es como el principito,<br />

jamás renuncia a una pregunta.<br />

Me intriga tanto interés en Lady Di; el gobierno se ha dedicado a fomentar el culto a su persona por<br />

razones estrictamente comerciales. En La Habana, días más tarde, nos tropezaríamos, de pura casualidad, que<br />

no de otra forma son los tropiezos, con una plaza dedicada a la “primera adúltera que murió virgen y mártir”, en<br />

expresión de Vázquez Montalbán. Hay que atraer al turismo inglés, es de los que más dólares deja, y el reclamo<br />

de Lady Di no es mal invento. También un gobierno socialista y antimonárquico puede hacer la vista gorda ante<br />

según qué principios con tal de incrementar su erario.<br />

Antes de comer me di una vuelta por el Mercado de Ferreiro, a diez minutos de la casa. Había<br />

muchísimos más carteles que género para vender. “El Partido no administra nada ni directa ni indirectamente. El<br />

Gobierno es el que administra”, rezaba un cartel azul y blanco sobre un puesto de carne plagada de moscas. “Es<br />

muy peligroso comer esa carne. Son animales enfermos que venden porque han sobornado al veterinario”. Eso<br />

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me decía el padre de familia. Aunque se hubiese tratado de la carne más sana del mundo habría sido incapaz de<br />

tragar algo que había estado expuesto toda la mañana a las visitas de las moscas y a la luz directa del sol de<br />

justicia con el que el día nos estaba obsequiando. “Seguimos peleando por el 26”, anunciaba una tienda de frutas<br />

podridas. El 26 de julio de 1953 fue el día en el que Fidel comenzó su conquista de la isla con el asalto al Cuartel<br />

Moncada; es una consigna muy repetida en las paredes, no por los labios cubanos que bastante tienen con<br />

intentar que no les cobren hasta por hablar. “Fidel, el barrio te quiere”, encabezaba el toldo de un carrito de<br />

chícharo (lentejas con sabor a guisante) y arroz. Junto al cartel un rótulo sobre cartón decía: “Premio al megor<br />

bendedor”. Luego no era cierto que el analfabetismo no es una lacra del país.<br />

En líneas generales el Mercado inducía al vómito, con muladares hediondos que se extendían por todo<br />

el recinto. Días más tarde Carlos se vino conmigo para conocer tan turístico lugar y le fue imposible no salir con<br />

los pies llenos de la porquería del suelo. La única nota agradable de las calles eran los grupos de escolares que<br />

jugueteaban de camino a sus casas; hasta los catorce años los pequeños llevan un uniforme compuesto de<br />

pantalón o falda color crema y camisa blanca. Casi todo el mundo va uniformado, es otra de las maneras de<br />

control: estudiantes de Medicina (pantalón azul, camisa blanca), estudiantes de Enfermería (lila y blanco), becados<br />

(completamente azul), estudiantes de ingenierías... El uniforme lo suministra el Estado. “Lo suministra cuando lo<br />

suministra –explicó Odalys-; a mí me dieron hace cuatro años un pantalón para Javier y he tenido que hacer<br />

milagros para conservarlo y estirarlo. Los de arriba se piensan que los niños no crecen. Y si van sucios o sin ropa<br />

a la escuela te llaman la atención. ¡Mi hiiijo!”<br />

En la comida (Odalys nos hervía el agua para evitar males mayores) me enteré de uno de los datos que<br />

más me descolocaron de todo el viaje. Las famosas cartillas de racionamiento no eran gratis. Me explico: una<br />

persona tiene derecho a una cuota de pan, una cuota de café, otra de chícharo, los niños hasta seis años perciben<br />

una cuota de leche, y los mayores de sesenta también, y así con otros productos. Yo creía que esos alimentos<br />

eran facilitados por el Gobierno gratuitamente, dado lo ridículo de los sueldos. Pues no, estaban racionados y,<br />

además, había que pagar por ellos. No me cuadraron las cuentas.<br />

De ninguna manera. Por ejemplo, el pan; a cada miembro de la familia se le asigna en su cuota un bollo<br />

del tamaño de medio puño para todo el día. Con esos ridículos gramos tiene que desayunar, comer, merendar y<br />

cenar, ya sea peón de albañil o maestro de escuela. Cada bollito, y quiero ser gráfico, sólo tiene tres bocados, tres<br />

y medio si la boca es de niño. Evidentemente esa alimentación debe ser completada. Se puede comprar pan,<br />

además del de la cuota. Si es de este tipo sólo te cuesta un peso, ocho pesetas, pero si ya no queda incluido<br />

dentro de tu ración te costará un cuarto de dólar, es decir cuarenta pesetas. Cualquier trabajador precisará, al<br />

menos, cuatro bollitos para no desmayarse, no digo ya para cubrir sus necesidades, por lo que al día, y siempre<br />

en teoría, necesitará gastar ciento veintiocho pesetas. Sólo en pan y para él. Su sueldo es de ochocientas pesetas<br />

mensuales. No me podían cuadrar las cuentas. Ni modo. Odalys me recitó la lista de los demás productos: medio<br />

kilo de arroz, cinco pesos; medio kilo de frijoles, diez pesos; cuarenta centilitros de leche, diez pesos. Por ley les<br />

correspondían tres huevos cada diez días, la realidad era que llevaban dieciséis meses sin recibir un solo huevo.<br />

“No es fácil, Míguel, no es fácil.<br />

No tenemos más remedio que resolver...”, apostilló Román. Resolver, palabra que oiríamos mil veces<br />

durante nuestra estancia en Cuba. La gente resolvía revendiendo la leche de la cuota de los recién nacidos;<br />

resolvía trapicheando con regalos de sus familiares emigrados; resolvía ejerciendo los más variopintos oficios:<br />

manicura, alquiladora de habitaciones, adivinadora, vendedor de pizzas, vendedor de maní, fosforero... Pero el<br />

comandante en jefe no estaba por la labor de permitir que sus esclavos desarrollasen ningún tipo de creatividad,<br />

por lo que había ideado que toda actividad que produjese beneficios debía pagar la patente, el impuesto estatal,<br />

abusivo, huelga decirlo.<br />

Así, un fosforero, una persona que se dedicaba a rellenar de gas los mecheros, asumía la obligación de<br />

pagar mensualmente una patente de cien pesos. Por cada servicio el buen hombre cobraba medio peso; en un<br />

mes debía rellenar doscientos mecheros para pagar la patente y a partir de ahí reponer el producto e intentar<br />

subsistir. Misión casi imposible. Los que alquilaban habitaciones a turistas, Esperancita, por ejemplo, no lo tenían<br />

tampoco nada fácil. Su patente se elevaba a ¡cien dólares! mensuales. A ese gasto había que añadir el de la<br />

comida, limpieza de sábanas, etc., etc., etc. Lo normal era alquilar por quince dólares la habitación, cantidad<br />

apetecible; el problema radicaba en que los turistas, lógicamente, preferían la comodidad de un hotel a los<br />

inconvenientes de casas que sufrían continuos apagones, cortes en el suministro de agua, visitas de mosquitos,<br />

calor agobiante. Excepto en la temporada alta los que alquilaban habitaciones debían andar a la caza y captura<br />

del cliente, y lo más usual era que, tras matarse a trabajar, los beneficios fueran mínimos.<br />

Sin darnos cuenta la comida había concluido. Plato único, arroz con arroz. Eso sí, colmados hasta la<br />

exageración. Quisieron homenajearnos por haber tenido la deferencia de quedarnos en su casa. No había sitio<br />

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para mesa sobre la que comer, lo hicimos cada uno sentado en un taburete y con el plato en la mano. La verdad<br />

es que uno termina acostumbrándose a ese tipo de incomodidades. Es más, se ahorra muchísimo tiempo al no<br />

tener que preparar la mesa.<br />

La sobremesa se alargó. Los tres estábamos ansiosos por conocer más detalles de una sociedad que no<br />

coincidía con nuestra imagen del paraíso socialista. Conversábamos en la sala, con la puerta de la calle abierta y<br />

la de un pequeño patio en el que criaban a un machito, un gorrino, para que nos entendamos, también. Se puede<br />

decir que casi todas las familias viven casi en mitad de la calle. Por esta falta de privacidad veíamos cuando el<br />

vecino de enfrente salía a hacer sus periódicas rondas. Era el CDR, abreviatura de Comité de Defensa de la<br />

Revolución. Se trata de la típica figura del chivato; en cada barrio hay uno y su misión es informar a la superioridad<br />

de movimientos subversivos o sospechosos, al menos. Para desgracia de Odalys les tocaba ser vecinos.<br />

- Ya se está desengañando también. Escuchen, hace unos años, cuando el dólar estaba prohibido, envió<br />

a varios a la cárcel porque lo utilizaban. Incluso algún familiar suyo se la buscó por eso. Y al poco tiempo Fidel lo<br />

legaliza. Quedó como un payaso. Y dice que a quien vea comerciar en la Bolsa Negra lo encamina a la Unidad. Se<br />

cree que no nos damos cuenta de que su mujer compra carne de la Bolsa Negra por la puerta trasera de su casa.<br />

Que delate a su mujer.<br />

Me he fijado en que nuestros anfitriones sólo pronuncian el nombre de Fidel cuando hablamos dentro de<br />

la casa; si han de hacer referencia a él en la calle utilizan el pronombre “él” o se llevan la mano a la barbilla y la<br />

estiran, en clara referencia a las barbas del dictador.<br />

Una visita interrumpe la charla. Es un médico, un patólogo que recurre a Odalys para conseguir una<br />

medicina muy concreta. Ella nos llama en un aparte y nos transmite el caso: “Es para su mamá, que ha sufrido<br />

una trombosis. Se ha enterado de que han llegado ustedes con medicamentos y viene a pedirles el favor.” Sole es<br />

enfermera y se pone a rebuscar en la maleta de medicamentos; es difícil, los habíamos sacado de sus cajas para<br />

que abultasen menos y ahora hay que ir desliando los prospectos. No hemos traído algo tan específico, lo<br />

sentimos de verdad. El médico lo comprende y pide que alguno de nosotros lo acompañe a la Clínica Internacional<br />

para comprar el medicamento, el dinero, aunque es mucho, lo tiene. Román explica que prácticamente cualquier<br />

medicamento que no sea paracetamol sólo se vende a turistas. Increíble. Con mucho pesar Odalys le cuenta<br />

nuestra visita a inmigración y el propio médico se da cuenta de que no es prudente llamar más la atención en el<br />

mismo día. Nos sorprende que ya todo el barrio sepa que hemos traído un cargamento de medicinas.<br />

Aprovechamos la tarde para visitar la Plaza de la Revolución, una explanada tremenda y feísima<br />

presidida por la enorme escultura de Antonio Maceo. Javier vuelve a repetirnos, sin apenas respirar, la biografía<br />

del valeroso mambí. Ya se me va atragantando el personaje. “...enfrentando su coraje bravura inteligencia y sus<br />

solos machetes a las sofisticadas armas de los malvados españoles...” Ya sería menos, me digo. Román nos<br />

enseña unos charcos fabulosos y pestilentes, cercanos a la Plaza, que nacieron con la pretensión de ser refugios<br />

para resistir los ataques de EE.UU., y han quedado para criaderos de mosquitos.<br />

- En esta Plaza el Santo Padre nos dio su bendición hace dos años –se emociona Odalys.<br />

- Lo que tenía que haber hecho era darle un buen trastazo al barbudo –empatiza Carlos con el<br />

sentimiento mayoritario de la población.<br />

En aquella ocasión el arzobispo de Santiago tuvo unas muy duras palabras para con el Régimen<br />

sirviéndose del amparo del Papa. Fidel no olvida, y después de dos años le está pasando factura tachándolo de<br />

contrarrevolucionario y acusándolo de financiar un complot contra su persona. Odalys tiene memorizados párrafos<br />

del discurso de bienvenida de monseñor Pedro Meurice a Juan Pablo II. Le pregunto dónde lo puedo conseguir.<br />

No es fácil. Carlos graba en su máquina lo que Odalys recuerda de aquel 24 de enero del pasado año:<br />

“Santidad, este es un pueblo que tiene la riqueza de la alegría y la pobreza material que lo entristece y<br />

agobia hasta no dejarlo ver más allá de la inmediata subsistencia (...) Nuestro pueblo es respetuoso de la<br />

autoridad y le gusta el orden, pero necesita aprender a desmitificar los falsos mesianismos (...) Le presento,<br />

Santidad, a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso<br />

histórico que hemos vivido en las últimas décadas, y la cultura con una ideología. Son cubanos que al rechazar<br />

todo de una vez, sin discernir, se sienten desarraigados, rechazan lo de aquí y sobrevaloran todo lo extranjero (...)<br />

Le presento a todos aquellos cubanos y santiagueros que no encuentran sentido a sus vidas, que no han<br />

20


podido optar y desarrollar un proyecto de vida por causa de un camino de despersonalización que es fruto del<br />

paternalismo...”<br />

La memoria se agudiza cuando el mensaje abre tantos caminos a la esperanza, caminos que muy pronto<br />

se cegaron.<br />

Menos interesada por la historia y más atenta al paisaje urbano Sole nos hace partícipes de su<br />

descubrimiento: hay muchísimos travestís. “Son patos”, nos instruye Román. A los homosexuales se les llama<br />

patos, palomas o maricones (bugarrones si se prostituyen) Nuestro vocabulario no difiere tanto como cabría<br />

pensar. Aunque lo disimula muy bien una mirada a su nuez nos hace caer en la cuenta de que una mulatona<br />

preciosa que se contonea por la Plaza es del género masculino. Me dedico a inspeccionar nueces y compruebo<br />

que mi hermana tiene razón, abundan los patos. “Son una plaga –se queja Román-, los cubanos estamos<br />

perdiendo la dignidad; antes los patos iban a la cárcel, ahora se pasean molestando a todo el mundo. Entre los<br />

patos y las jineteras esta sociedad se está pudriendo”. No soy quien para compartir su juicio, pero sí me doy<br />

cuenta de que en cada esquina hay una insinuante muchachita brevemente vestida (en algunos casos brevemente<br />

desvestida)<br />

Desde la Plaza de la Revolución retornamos al Reparto de santa Bárbara por el Parque de Ferreiro. Nos<br />

desviamos hacia la derecha para conocer el famoso Cuartel Moncada, donde perdieron la vida los primeros<br />

compañeros de Fidel, aspirantes a conquistadores, y donde el mismo Comandante fue condenado. Eso es lo que<br />

predican los tendenciosos libros de Historia; para el cubano medio el Cuartel Moncada no tiene nada que ver con<br />

la Revolución, es el lugar en el que han juzgado y condenado a algún familiar por el absurdo delito de traición.<br />

Rigoberto inició en ese lugar su particular calvario que concluyó en el exilio. Como si el destino quisiese aliarse<br />

con los más débiles, en el momento de acercarnos al edificio, se produce un apagón. Toda la ciudad a oscuras; si<br />

no fuese por la luz de los faros de los carros resultaría arriesgado aventurarse a caminar.<br />

- Están ustedes comenzando a conocer la verdadera Cuba, no la de los hoteles. Ya se darán cuenta de<br />

que en Cuba no suele haber apagones, lo común es que haya alumbrones...<br />

Tenía razón Román. La población pasa mucho más tiempo sin luz eléctrica que con ella.<br />

- ...Esto debe ser porque hoy “él” no tiene previsto decir en televisión nada que considere prioritario para<br />

la Revolución.<br />

Con el correr de los días comprobamos que así era: cuando había algún discurso programado del<br />

Presidente se producía un alumbrón, por más que luego las noticias lo justificasen con “desde el comienzo de la<br />

semana que concluye, el Sistema Electro energético Nacional ha presentado déficit de generación debido,<br />

primeramente, a la salida por averías de la Unidad Felton, acompañado esto, en su inicio, por la baja generación<br />

en las plantas 10 de Octubre y Renté...”<br />

Caminando en penumbras llegamos a la casa. En el trayecto habíamos presenciado el ensayo de un<br />

baile de candomblé. A la luz de unas candelas cuatro adolescentes bellamente vestidas con larguísimas faldas<br />

rojas y camisas blancas de encaje cimbreaban sus cuerpos al ritmo de una tambora. Había algo que encandilaba;<br />

más adelante tendríamos oportunidad de conocer más de esos ritos afrocubanos.<br />

El matrimonio amigo no cesaba de prevenirnos: “Tengan cuidado en las esquinas; sujétense bien los<br />

espejuelos (las gafas) y las carteras...” Para ser una ciudad donde la inseguridad ciudadana no existe, según el<br />

compañero Fidel, sus habitantes andan con demasiado temor.<br />

En el porche de la casa nos aguardaban el padre Bartolomé y Mari Nati, una vitalista madrileña que<br />

colabora con el jesuita en su proyecto de apadrinamiento de niños. Se habían detenido con la idea de quedar con<br />

nosotros para el día siguiente. Podíamos dedicar la jornada a repartir los paquetes traídos desde España y<br />

conocer el proyecto de construcción de casas campesinas.<br />

Toda la casa olía a luz brillante; muchas veces Odalys debía dejar encendido el hornillo que hacía las<br />

veces de cocina porque era increíblemente difícil encontrar cerillas o disponer de un mechero. Cansados por el<br />

paseo y por el cambio de horario, animados por el apagón, nos fuimos a la cama (Carlos a su tumbona) a las diez<br />

y media de la noche. Cenamos lo que había sobrado de la merienda. Olvidé mencionar que no habíamos<br />

merendado.<br />

21


10 DE NOVIEMBRE, MIÉRCOLES<br />

- A lo peor no le estamos buscando más que complicaciones a esta familia –compartí mi temor con<br />

Carlos después de que Magalys nos hubiese visitado bien temprano y nos hubiese puesto al corriente de algunos<br />

datos indignantes, como, por ejemplo, que una delegación del Partido la había visitado la tarde anterior para<br />

interrogarla acerca de sus creencias ideológicas y religiosas.<br />

- ¡Qué va! Hemos pagado lo nuestro en inmigración y ya no pueden decir nada. Si les molesta a los<br />

inútiles esos, que les moleste, y los feos que hagan los recados de noche, ¡ea!<br />

El desayuno lo cambié por una sentada en el portal de la casa. A cada instante se llegaban personas con<br />

bolsas en las que ofrecían su prohibida mercancía: pollo, arroz, huevos, lechosa, mantequilla..., el estraperlo, la<br />

Bolsa Negra. Odalys, como buena ama de casa, despachaba con ellos regateando precios. La única ventaja de<br />

este delirante sistema es que el supermercado llega a la puerta de tu casa.<br />

- No es fácil, Míguel, no es fácil. El litro de aceite de soja ya está a dos dólares, y el dentífrico a dos y<br />

medio –se quejaba el ama de casa- Y lo peor es que no hay derecho al pataleo.<br />

Aún con todo yo veía que la situación de la casa era privilegiada, debido a la gran cantidad de alquila<br />

habitaciones cercanas. Los vendedores visitaban mucho, por ese motivo, la zona. Román llegó de resolver, de<br />

chiripear, de conseguir a buen precio media docena de huevos. Continuaban queriendo agradarnos y hacían<br />

excesos que nos dolían.<br />

- M’hija, a dólar la media docena –sonrió triunfalmente Román por tan barata adquisición-, y el dulce de<br />

guayaba a veinte pesos. No he tenido ni que meterme en la shoping.<br />

Nos iban a obsequiar con un festín. La palabra shoping no era la primera vez que aparecía, pero no<br />

había querido preguntar por miedo a parecer ignorante. Con el tiempo descubriría que una shopping es una tienda<br />

en la que sólo se admiten dólares; en ella se puede conseguir cualquier producto, cualquiera, a un precio bastante<br />

elevado. Las sucesivas visitas a shoppings me confirmaron que lo del bloqueo de la isla no es sino una excusa del<br />

dictador para recocerse en su odio antiestadounidense. Si el bloqueo fuese férreo y real también las shoppings,<br />

como las bodegas –tiendas de cuota-, tendrían sus estanterías vacías. Lo que nadie me supo decir es cómo hay<br />

inacabables colas en las puertas de estos comercios si el poder adquisitivo de los cubanos es tan pequeño y los<br />

precios tan elevados. Para ellos entrar en un establecimiento de esas características es como evadirse durante un<br />

rato de la miseria cotidiana: aire acondicionado, productos bellísimos, mostradores abarrotados de género,<br />

limpieza europea..., pero a la salida, en la misma puerta, retornan a la realidad, un generalmente forzudo guardia<br />

de seguridad los registra a conciencia. A los cubanos, no a los turistas, obviamente.<br />

Román, que va tomando cierta confianza, se atreve a bosquejarnos una posible respuesta al misterio:<br />

¿de dónde saca la gente el dinero? “De resolver”. Él resolvía meses atrás criando pollos en la gorrinera del<br />

machito; llegó a engordar 60 pollos en un espacio inferior a tres metros cuadrados. Por su seguridad tuvo que<br />

renunciar a esos ingresos extra, el CDR había detectado movimientos extraños en su casa y no tardarían en<br />

exigirle cuentas.<br />

- ¿Y la policía puede venir aquí y registrar lo que le venga en gana? –pregunta Sole, que se había<br />

sumado al grupo del portal.<br />

El matrimonio se ríe sin ganas.<br />

- Por supueeeesto, mi amor. Esto es Cuba. Ellos saben en todo momento lo que hay en cada casa,<br />

todas las paredes tienen oídos y ojos las ventanas. Y, por si fuera poco, semana sí, semana también, nos envían<br />

a los fumigadores.<br />

22


Los había visto actuar el día anterior. Parejas que, con la excusa de acabar con los mosquitos, se<br />

colaban en las casas inspeccionando las habitaciones. Sutiles.<br />

- Creo que Tere y Luis no estuvieron en Cuba este verano –dijo, sin venir a cuento, Sole-; son unos<br />

amigos que dicen que en Cuba la gente vive muy bien.<br />

- Los hipnotizarían –bromeó Román.<br />

- No, pero es curioso, todas las personas que conozco que han venido acá de vacaciones hablan de un<br />

lugar maravilloso en el que la gente es feliz –corroboro la impresión de mi hermana.<br />

- Ustedes mismos lo están viendo, ¿es la gente feliz? –inquiere Odalys.<br />

Por la acera de enfrente pasa arrastrando los pies un anciano que quiere vociferar su mercancía, maní, y<br />

apenas tiene fuerza para respirar; detrás de él un muchacho empuja una caja de madera suspendida sobre cuatro<br />

aros metálicos en la que lleva a un niño paralítico. Queda contestada la pregunta.<br />

Se nos propone una excursión al centro de la ciudad, pero Carlos preferiría visitar un Colegio. Román<br />

nos mira sonriendo: “El humor de Carlitos es pa respetar.” Nos explica que ningún extranjero puede visitar ningún<br />

centro oficial sin una expresa autorización.<br />

- Los extranjeros sólo pueden ir al Salao, que es un barrio residencial de las afueras construido al estilo<br />

europeo por europeos –continúa explicando.<br />

- ¿No hay aquí quien los construya?<br />

- No es fácil. Yo soy técnico en construcción, lo que ustedes llaman aparejador, pero jamás he tenido<br />

trabajo. Los cubanos no pueden comprar ni vender terreno, sólo permutarlo; tampoco pueden edificar, por eso<br />

queda todo para los extranjeros, que son los que traen las divisas, lo único que le interesa a Fidel.<br />

Habríamos escuchado con gusto las muchas explicaciones de Román, pero Mari Nati nos chistó desde<br />

la calle. Nos iba a acompañar al Seminario para el desembalaje de las maletas. La historia de esta mujer es<br />

peculiar; ya jubilada se ha volcado en la ayuda al pueblo cubano y se pasa meses en Santiago gestionando<br />

apadrinamientos. Ella sola ha conseguido pasar por la aduana de una sola vez quinientos kilos de equipaje. Como<br />

sentenciaría Odalys, una auténtica camaján, turista que conoce Cuba mejor que los nativos. “Suelo traer las<br />

muñecas llenas de bisutería, y en cuanto me ponen pegas empiezo a sacarme pulseras y anillos y ahí se acaban<br />

las protestas. Se puede decir que yo sola estoy surtiendo de baratijas a toda la plantilla de la aduana de Santiago.”<br />

Ella nos conduce por calles de barrios paupérrimos para que veamos la cara mayoritaria de la ciudad.<br />

Después de esta buena ducha de realidad nos acercamos a la Plaza de la Revolución y tomamos, por un peso, un<br />

cochecito. Doce personas apiñadas en el espacio reservado a no más de seis saltamos sobre un viejo carromato<br />

tirado por un caballo sarnoso. Atravesamos toda la alameda en tan curioso medio de transporte hasta llegar al<br />

puerto. El conductor no puede disimular su orgullo al llevar a cuatro Pepes, cuatro turistas, en su humilde<br />

cochecito. “No guapees tanto”, le chillan los compañeros con los que se cruza. El Paseo es una avenida<br />

flanqueada por grandes almacenes semivacíos y edificios muertos; a la derecha encontramos los restos de la<br />

antigua estación de ferrocarriles.<br />

A menos de medio kilómetro el conductor nos señala la nueva terminal. Seis auras sobrevuelan el<br />

muelle; una de ellas se posa sobre un cartel de letras rojas: “Tendremos porque construimos”. La falta de previsión<br />

ha hecho que se levante sobre escombros. Un autobús de la Empresa Municipal de Transportes de Madrid, ¡qué<br />

cosas!, arranca y deja al descubierto otro letrero no menos paradójico: “Sólo retroceder para tomar impulso. Cuba<br />

no es pedigüeña.” Una anciana desdentada pordiosea a su sombra ante un grupo de turistas nórdicos. En el<br />

colmo del reciclaje Sole me señala un camión de la Empresa Municipal de Basuras de Salamanca reconvertido en<br />

transporte público. Es otro de los logros del socialismo. Si las grandes ciudades cubanas funcionan es gracias a la<br />

inventiva de los hambreados ciudadanos.<br />

El transporte público es, a todas luces, insuficiente, no hay nada más que ver cómo los camiones<br />

particulares se repletan de viajeros. Si no fuera por ellos todo se paralizaría. Ciertamente los autobuses estatales<br />

son más baratos, un trayecto te cuesta veinte centavos de peso, los particulares alcanzan el peso; ocurre, sin<br />

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embargo, que los transportes oficiales pasan cada tres cuartos de hora (y pueden pasar o no pasar) y sus plazas<br />

son limitadísimas. En un camión, por el contrario, hemos visto acomodar a cerca de ochenta personas.<br />

- Mirad qué belleza de puerto.<br />

Mari Nati nos lleva hasta el borde mismo para que comprobemos la suciedad y la pestilencia del agua.<br />

No es que el agua esté sucia, es que el petróleo contiene una proporción mínima de agua.<br />

- El día que una cerilla caiga aquí se va a incendiar la bahía entera.<br />

He sacado mi libreta para apuntar algunas de las consignas revolucionarias leídas en las paredes:<br />

“Masividad para la Revolución”, “Hasta la victoria siempre”, “Revolución o Muerte”, “Sin CDR no hay Revolución”;<br />

también anoto la inscripción que ensucia el pedestal de la estatua de José Martí: “Busto construido por cuestación<br />

entre profesores y alumnos.” No hay que poner en duda que en la cuestación todos participaron voluntariamente<br />

obligados. Es una expresión que gusta mucho de repetir Román, voluntariamente obligados. Hay un hombre más<br />

negro que la pez que se ha acercado a curiosear.<br />

- No es bueno que apuntes nada fuera de los sitios turísticos –aconseja Mari Nati-, los revolucionarios<br />

ven enemigos en cualquier parte y todo les parece sospechoso.<br />

Andamos un buen trecho por el barrio de Cangrejitos hasta subir la loma que conduce al Seminario. Se<br />

nos acerca una muchachita con un cachorro entre los brazos: “¿Se lo quieren llevar a España?”, ¿son españoles,<br />

verdad? Aquí se me va a morir.” Es precioso, lanudo; Sole conversa con ella y la convence de que se lo quede. La<br />

adolescente queda agradecida porque mi hermana le ha puesto el nombre de Chispi al perro. Una cuadra más<br />

adelante un anciano, calco de Compay Segundo, nos saluda: “Ustedes son españoles, distingo el buen acento<br />

español a la legua. Acá estamos perdiendo el habla, y es lastimoso, cierto, tremendamente lastimoso.” La tercera<br />

parada se la debemos a un trigueño misterioso que nos quiere vender un anillo de oro auténtico. ¡A qué extremos<br />

lleva la necesidad! Una verja de hierro repujado nos anuncia la entrada al Seminario San Basilio Magno. Nuestra<br />

Señora de los Desamparados. Desde allí se divisa buena parte de la bahía. La vista sería preciosa si antes del<br />

mar no se levantase una postal deprimente de casas de cartón y plástico y tejados oxidados. Nos recibe el rector,<br />

Joan Rovira, espíritu puro que viste una camiseta con la inscripción “Feria de la Bicicleta”. Nos indica el salón que<br />

podemos utilizar para deshacer las maletas y nos ponemos manos a la obra.<br />

Loli, una cuarentona que trabaja como recepcionista en el Seminario, se nos ofrece para lo que podamos<br />

necesitar. Es muy dulce. En cuanto se marcha, no sin antes habernos repetido por activa y por pasiva que la<br />

avisemos para cualquier cosa, Mari Nati nos cuenta que acaba de superar una depresión de elefante. La buena<br />

mujer lo ha intentado todo para abandonar la isla. Años atrás se entrenó junto a su marido durante meses<br />

nadando tres horas diarias en la bahía para acometer la empresa de llegar a la Base militar estadounidense de<br />

Guantánamo desde las playas cercanas. El mismo día en el que lo iban a intentar la policía los detuvo; algún<br />

malaje se fue de la lengua. El marido consiguió escaparse en el transcurso de un traslado; a Loli la excarcelaron<br />

con el fin de que sirviese de cebo para apresar al marido. No les dio resultado. Con mucha paciencia y muy pocos<br />

recursos su hombre salió de Cuba en balsa. Desde Méjico le envió por dos veces dinero suficiente para pagarse el<br />

pasaje en balsa. No eligió bien a los correos y los dólares se perdieron en el camino.<br />

Cuando, por fin, Loli reunió por sus propios medios el montante que le exigían para ocupar plaza de<br />

balsera, la embarcación naufragó a sólo dos kilómetros de distancia de las aguas fronterizas. Sufrió arresto<br />

domiciliario indefinido. Hoy colabora en una biblioteca clandestina de la oposición y sueña con el día en el que<br />

pueda decir adiós a la opresión. Su marido ya no lo es, la distancia y el tiempo forzaron el divorcio. Ella participa<br />

cada año, sin éxito, en el sorteo, e incluso ha ayudado a amigas a rellenar los formularios, amigas que sí<br />

consiguieron salir. Lo del bombo o sorteo es otra aberración de tintes buñuelianos: Estados Unidos concede<br />

anualmente un cupo de inmigrantes cubanos, veinte mil, aproximadamente; el gobierno de la isla lo aprueba, se<br />

sortea y a quien le toca y tiene el dinero para costearse el viaje, se marcha. Así, sin más.<br />

Mari Nati sospecha que conforme avanzan los años los yanquis recortan la cifra. Esa noche, en Radio<br />

Martí escuché un comentario precioso acerca del tema. Carlos tuvo el acierto de conservarlo en su grabadora:<br />

“Alguien comentaba que hacen daño los aires del sorteo. Son veinte mil sonrisas que se van, veinte mil<br />

amigos, veinte mil sueños, veinte mil novias y novios, veinte mil recuerdos... Alguien comentaba del daño del<br />

adiós, de la herida múltiple, de la cicatriz callada... Son veinte mil cubanos que se van, y otros tantos –no elegidos<br />

por la magia del sorteo- que de alguna manera ya no están. Ayer despedí a un amigo, hace un mes era otro, y<br />

hace otro, era un primo que nos creció en la sombra del camino. Los adioses son la mitad de una sonrisa, la otra<br />

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mitad es polvo, lágrima, silencio, espalda, oscuridad... ¿Serán verdades la ausencia y los relojes? ¿Serán ciertos<br />

la soledad y el sol?<br />

Dios mío, hazme recordar aquellos sitios, yo tuve un aguacero, un barco de papel, dos rodillas peladas y<br />

otros tantos recuerdos que no alcanzan... Hazme recordar que mía fue la pelota entre las tejas, míos los sueños y<br />

unas novias que casi borra el tiempo. Yo canté y soñé, y pedí para que no hubiera truenos y mamá nos dejara un<br />

aguacero. Esa es la Patria, tú lo sabes, tú tienes que saberlo.<br />

Dice un amigo que la Economía abre las puertas del exilio; haz entonces mejorar la economía y abre y<br />

endulza y abraza y alumbra los corazones de tus hijos...<br />

Dios mío, son veinte mil cubanos que se van, veinte mil hijos, veinte mil espaldas, veinte mil nostalgias.<br />

Mírame, Dios, ante estas páginas. Dame fuerza para crecer en el futuro de mis hijos, dame la capacidad<br />

y esperanza, y salud para ordenar la forma y los cansancios. Eso te pido... Y otra cosa: haz que por mucho,<br />

muchísimo tiempo, pueda yo decir como Martí: dos patrias tengo yo, Cuba y la noche.”<br />

Durante hora y media desembalamos y ordenamos el material; Mari Nati se encarga de darles la mejor<br />

ubicación: medicinas, productos de higiene, libros, material escolar, etc. Me tengo que quitar la camisa, la he<br />

empapado de sudor, y eso que el esfuerzo ha sido ridículo y el día está nublado. Dejamos para el final los<br />

paquetes que debemos entregar personalmente a los niños apadrinados por españoles. Suena una campanilla y<br />

Bartolomé nos hace pasar al comedor; compartiremos almuerzo con los seminaristas. A mí, por cuestiones de<br />

jerarquía, me colocan en la mesa de los formadores, jesuitas todos. Son un grupo del que se podría aprender una<br />

barbaridad: Paquito, Evilio, Joan Rovira, Bartolomé Vanrell y Jorge Centelles, cubanos los dos primeros y<br />

españoles los últimos. Para ser exactos, Bartolomé es mallorquín; como buen isleño divide el mundo en Mallorca y<br />

el resto. “¿Dónde vas? Fuera. Y lo mismo se les es que ese fuera sea la China que Madrid”, se burla Centelles de<br />

él. Jesuitas muy abiertos e inteligentemente críticos. Son varios los temas de conversación que rellenan la dieta de<br />

toronja, boniato, berro y arroz.<br />

Les interesa saber qué aires se respiran por la Iglesia española; les ofrezco mi muy subjetiva y pesimista<br />

impresión: “Caminamos de involución en involución; ahora los obispos se están dedicando a dar respuestas a<br />

preguntas que nadie ha formulado. Hemos vuelto a los tiempos de las apariencias y la multiplicación de<br />

estructuras poco operativas.”<br />

- Intuyo que no aspiras al cardenalato –ironiza Centelles.<br />

- Sólo aspiro a que el día menos pensado le dejemos al Espíritu Santo colarse, aunque sea de rondón,<br />

en la Iglesia.<br />

No sé por qué he sido tan sincero con unos compañeros sacerdotes a los que apenas conozco; supongo<br />

que me habrá ganado el ambiente. Centelles, el más hablador, accede a contestar mi pregunta sobre la situación<br />

de la Iglesia en Cuba: “Por una parte ya ves y, por otra, ¿qué quieres que te diga?”. Suficientemente expresivo. Se<br />

comenta la alusión que el comandante en jefe hizo al arzobispo de Santiago en una de sus últimas apariciones<br />

televisivas, todos manifiestan su repulsa. Recordaba haber leído un libro que compré en un mercadillo de segunda<br />

mano titulado Fidel y la Religión, escrito por Frei Betto: a los jesuitas los tenía en muy alta estima. Aporto el dato<br />

creyendo que semejante panfleto no habría circulado por la isla, pero me equivoco.<br />

- En su día el libro hizo mucho bien, no por su contenido –es Bartolomé quien habla-, que se reducía a<br />

propaganda del Presidente, sino porque muchos católicos lo llevaban debajo del brazo cuando iban a Misa, y si<br />

los del Partido los detenían, enseñaban el libro. Ahí el barbas se despacha a mentiras, pero, mira, como sirvió<br />

para que la gente practicase su fe sin sobresaltos, bienvenido fue.<br />

Fidel fue educado por jesuitas, incluso llegó a hacer ejercicios espirituales, por más que ese dato lo<br />

haya querido borrar de su biografía en no pocas ocasiones. Hablando de unas y otras cosas desembocamos en el<br />

Che. Centelles ha pasado treinta años como misionero en Bolivia, su primera parroquia fue el territorio en el que<br />

asesinaron al mítico guerrillero argentino, copartícipe de la Revolución. Sus palabras no tienen desperdicio: “Los<br />

medios de comunicación son jineteras que se venden al mejor postor. Medio país ha sabido siempre que al Che lo<br />

ametrallaron por orden de la C.I.A., fue un fusilamiento en toda regla... Y luego lo de cortarle las manos... Todo<br />

eso se grabó y, sin embargo, la versión oficial es que murió en acto de combate, ¡memeces! Pero así consta y, por<br />

25


lo tanto, así fue.”<br />

Centelles odia tanto el imperialismo como el esquizofrénico sistema cubano. Se lo insinúo y, con su<br />

proverbial ironía, matiza: “Lo de Cuba no es esquizofrenia, estás visitando el único país del planeta en el que al<br />

capitalismo se le llama socialismo.”<br />

A la una partimos en la furgoneta de Bartolomé hacia el municipio de El Cristo, a quince kilómetros de<br />

Santiago en dirección a Guantánamo. Allí conocemos a Elisabeth y Eduardo, un matrimonio que trabaja en Cáritas<br />

y se encarga de supervisar y distribuir la ayuda de los apadrinamientos. Visitamos la casa de Camilo, un niñito de<br />

dos años, invidente, al que una familia española ayuda mensualmente con mil doscientas pesetas que para la<br />

familia supone un mundo. Gracias a ese dinero los padres han podido comprar conejos y dedicarse a la cría, con<br />

patente estatal, por supuesto, no quieren dar con sus huesos en la cárcel.<br />

Nos enseñan las jaulas con los animales y me entero de que los curielitos, conejillos de Indias, se<br />

emplean para desparasitar de sarna a los conejos. Camilo es rubio, precioso, y, pese a su ceguera y corta edad,<br />

se desenvuelve con soltura: “Permiso para impedido, permiso para impedido”, vocifera cuando se quiere liberar<br />

del abrazo de alguien. La casa en la que vive es penosa, cuatro tablas mal puestas, sin agua, sin servicio, con un<br />

tendido eléctrico que acabará electrocutando a alguien.<br />

Le entregamos a la familia el paquete que llevamos y nos encaminamos a la casa de Karina, una<br />

síndrome de Down de cuatro años. Para llegar al cobertizo que le sirve de vivienda a su familia hay que atravesar<br />

una loma comunal embarrada. La madre no se esperaba la visita y se le nota azorada. La casa es una habitación<br />

sin puertas ni ventanas; un frigorífico y una cama, nada más. Karina está enferma. Se le nota en la mirada. Sole la<br />

coge en brazos y comienza a preguntarle:<br />

- ¿No me va a dar un beso esta niña tan guapa?<br />

Silencio.<br />

- A lo mejor es que a esta niña no le gustan las muñecas. Y es una lástima porque yo le he traído una<br />

muñeca.<br />

Abre los ojillos y sigue la dirección de la mano de mi hermana. Ésta saca de su mochila el paquete de<br />

Karina. Una muñeca pequeña aparece en primer lugar. Karina se entusiasma y dice “mama”. Se le han pasado<br />

los dolores a la niña. Coge la muñeca y comienza a acunarla diciéndole “cheche, cheche”. Pido permiso a la<br />

madre para hacerles unas fotografías –los padrinos españoles quieren tener constancia de que su dinero y sus<br />

paquetes llegan al destino- y la mujer se azora:<br />

- Estamos sucios.<br />

- ¡Qué va! Están la dos muy lindas –la tranquilizo.<br />

- Deje que me arregle un poco.<br />

Sale al patio y al abrigo de una bidón se cambia de camisa.<br />

- Ya estoy más presentable.<br />

La cámara no se me cae de las manos por un extraño sortilegio. Esa mujer no tiene más que un par de<br />

camisas desteñidas, pero le sobra dignidad. Yo tengo muchas camisas y pantalones y escasa ración de dignidad.<br />

Visitamos algunas casas más, en todas ellas miseria y podredumbre, si bien las ayudas españolas les<br />

impiden morir de hambre. De cualquier forma la necesidad es mucha, los padrinos pocos. La más apartada de las<br />

viviendas hacia la que caminamos carece de tejado y de fachada. Bartolomé nos explica que hace años un<br />

extraño objeto cayó del cielo y destrozó lo que estaba a la vista. Por suerte en aquel momento no había nadie<br />

cerca, lo que evitó una catástrofe. “Aquello no sucedió”, anuncia.<br />

Militares de alta graduación se desplazaron hacia allá con el propósito de construir una burda historia de<br />

ataque estadounidense; no cabía duda de que aquello era parte de un misil errático de procedencia imperialista,<br />

26


pensaron antes de iniciar el viaje. Pero no, ni era misil ni su origen había que buscarlo en el país vecino.<br />

Se trataba de chatarra espacial con inscripciones rusas. Mejor olvidarlo. Los militares prometieron a la<br />

familia afectada que en breve se desplazarían hacia el lugar micro brigadas obreras que reconstruirían la casa.<br />

“Por efecto de las tormentas se ha producido el derrumbamiento del techo”, dijeron a los atónitos campesinos<br />

mientras cargaban sus camiones con todos los restos del artefacto llovido del cielo. No interesaba divulgar noticias<br />

que pusieran en evidencia los fallos aeronáuticos de la nación ejemplar, la Rusia comunista. Todavía andan estos<br />

pobres esperando que el gobierno cumpla su promesa.<br />

En la calle nos cruzamos con una joven madre, lindísima, que lleva a su bebé con los pies escayolados.<br />

Chirría el corazón al mirar a aquella criatura; no será la última que veamos en iguales circunstancias. Es familia de<br />

Camilo, nos dice la madre. En mi riñonera llevo collares y pendientes; le digo que a ella no le hacen falta, porque<br />

es suficientemente linda, pero que puede sacar un dinero vendiéndolos. Lo agradece muchísimo. Mi hermana le<br />

entrega medallas de la Virgen, esta gente nos demuestra ser muy religiosa. El sol se va poniendo y regresamos a<br />

la casa de Elisabeth, donde nos espera Bartolomé. Debido a sus actividades es considerado sospechoso, por lo<br />

que prefiere no llamar la atención acompañándonos.<br />

La historia de este jesuita merecería ser llevada al cine: es diabético y lleva un marcapasos, doctorado<br />

en Filosofía y Teología, ha pasado toda su vida en Latinoamérica: Colombia, Bolivia, Perú, Paraguay, Argentina...<br />

De Paraguay lo expulsaron junto a otros doce miembros de la Compañía en 1976. Se trasladó a Argentina en<br />

espera de que la situación política mejorase para poder regresar, mas allí se volvió a buscar complicaciones; los<br />

militares de la dictadura dieron orden de fondearlo en el Paraná. Se libró del asesinato por una de las muchas<br />

coincidencias que agrupadas reciben el nombre de Providencia.<br />

Las tres únicas veces que ha perdido un avión en su vida le han supuesto una prórroga; en esas tres<br />

ocasiones el avión se estrelló. Debe ser cierto lo del ángel de la guarda. Le hago entrega de seiscientos<br />

veinticinco dólares para el proyecto de construcción de casas –más adelante las visitaríamos- y otros cien para<br />

completar algunos apadrinamientos de última hora. Los pasaportes y el dinero, junto con los pasajes de avión, los<br />

llevo siempre en la riñonera; las fotocopias de los pasaportes se las he dado a Carlos en previsión de robos o<br />

extravíos. Como El Cristo es terreno pantanoso los mosquitos empiezan a agobiarnos. Eduardo nos entretiene<br />

con cuentos populares: “Con el socialismo se inventó que el chícharo y el fongo son comestibles”. El fongo es<br />

parecido al plátano, pero de sabor arenoso. Debido a su abundancia es la comida de los pobres, o sea, de la<br />

inmensa mayoría de cubanos. “¿Saben dónde vivieron Adán y Eva? En Cuba. Fíjense, ambos iban desnudos,<br />

ambos iban descalzos, para ambos la fruta estaba prohibida y encima les hacían creer que vivían en el Paraíso.”<br />

Ingenio no les falta, la verdad. Pienso, oyendo desahogarse a Eduardo, que el cubano es más serio que<br />

el dominicano y menos que el haitiano. Es una tontería que me viene a la cabeza, no acierto a entender por qué.<br />

Nos despedimos y regresamos a la ciudad. Por la autopista (el nombre sería una burla si no se tratase<br />

de algo oficial) recogemos a dos hombres que piden botella. Apunto en mi libreta “pedir botella es hacer autostop”.<br />

Luego se la enseñaré a los hijos de Odalys para que vean que me he tomado en serio lo del diccionario.<br />

Precisamente los encontramos en casa con dos chicas. Nos las presentan como sus novias, aunque la de Javier<br />

todavía no es oficial en razón de su corta edad. Anita y Yaraimis son sus nombres. Yaraimis, la mayor, lleva<br />

puesta una camiseta con la fotografía del saludo de Fidel Castro y el Papa. “¡Hombre!, el Santo Padre con el<br />

Padre Santo”, comento con guasa. A Román le hace gracia la tontería y desde ese momento bautiza a Fidel con el<br />

apodo de Padre Santo.<br />

El dictador está presente en la mayoría de conversaciones, incluso cuando no se le nombra. Me extraña<br />

que en su tierra se conozca tan poco de su vida privada. Por haberme leído un libro de su hija, Alina, estoy en<br />

posesión de más conocimientos sobre el Gran Hombre que la mayoría de sus tiranizados. Me agrada poder<br />

informar de pequeños cotilleos a esta gente.<br />

Cenamos pizzas compradas en la calle. Se me representa el calvario que pasé a mi regreso de Santo<br />

Domingo y evito por todos los medios no comer sin parecer descortés. Imposible. Odalys me somete a un<br />

estrecho marcaje. Que Dios me proteja, y engullo media pizza. Ha sido una invitación formal a las amebas, pero la<br />

satisfacción de Román al verme comer es tan grande que supongo que tendré que darlo por bien empleado.<br />

Salimos a tomar el fresco a la calle cinco minutos antes de que se produzca un apagón. Los faros de los<br />

carros y camiones alumbran a la variopinta fauna que puebla las aceras: legión de jineteras y patos en busca de<br />

compañía.<br />

27


- Ser pato no está tan mal –dice Román-, se libran del servicio militar.<br />

No podía acabarse el día sin que me enterase de un nuevo disparate del Régimen. En efecto, el servicio<br />

militar, que tiene una duración de tres años, ¡ahí es nada! no reza para los homosexuales.<br />

- Entonces todo el mundo se hará pasar por homosexual –concluyo, cargado de razón.<br />

- No, m’hijo, te hacen un examen anal en toda regla. Es imposible engañarlos.<br />

No lo entiendo, creo que me están tomando el pelo, pero opto por callarme ante la sospecha de que es<br />

un tema que a Odalys no le gusta tratar delante de los niños. Javier nos tararea alguna canción de Amaury<br />

Rodríguez, cantautor cubano en el exilio mejicano, y la noche se sosiega.<br />

La gente cubana se te mete en el corazón con la misma facilidad que las amebas en el intestino. En sólo<br />

día y medio de convivencia esta familia ha sabido hacer hueco en nuestro interior. Fue premonitorio lo de Ubi<br />

bene, ibi patria. Lo repito en voz alta y el eco de los latines le despierta a Odalys un recado:<br />

- Padre Miguel, vino el padre José Conrado, de la parroquia de santa Teresita, quiere conocerte para ver<br />

si eres digno de residir en el territorio de su feligresía y también, por supuesto, para darles las gracias por la<br />

maleta con ayuda que trajeron para la comunidad–no puede evitar fajarse de mí.<br />

- Pues si no es un petardo tendremos que ir a visitarlo.<br />

No entienden lo de petardo, y cuando se lo hago comprender no conciben que me pueda burlar de ese<br />

modo de un sacerdote. La peana sobre la que nos tienen puestos a los curas en estas tierras es digna de mejor<br />

causa. La tormenta se desata en cuestión de segundos y nos obliga a refugiarnos en la casa, sirve para olvidar el<br />

tema; creo que me había comenzado a adentrar en terreno farragoso.<br />

Sin luz y sin posibilidad de llenarnos del movimiento de la calle decidimos iniciar la retirada. Los truenos<br />

no cesarán hasta las tres y media de la madrugada. Tremenda tormenta. Tremendo país.<br />

28


11 DE NOVIEMBRE, JUEVES<br />

Hoy el día es para conocer la ciudad. Me he puesto mi camiseta de lujo, una blanca en la que se lee la<br />

frase de Eduardo Galeano: “...que algún mágico día llueva, de pronto, la buena suerte...” Es lo que esta gente está<br />

necesitando, que la suerte, no las auras, adorne el cielo caribeño. Mientras me ducho oigo cómo en la cocina, es<br />

decir, a medio metro, Odalys explica a mis compañeros de viaje el sermón dominical de José Conrado: “Nos hizo<br />

levantar el pulgar y observarlo atentamente; seguiditamente lo comparamos con el de los demás. Ninguno<br />

coincidía. Y, satisfecho, nos enseñó que lo mismo que nuestros pulgares no tienen por qué ser iguales, aunque lo<br />

parezcan, nuestras ideas no han de ser necesariamente iguales, aunque coincidan en lo externo.” Se notaba que<br />

toda la familia admiraba al cura, y no era para menos. El buen hombre llevaba una vida ministerial de lo más<br />

enrevesada a causa de su manía por la justicia, tiempo tendríamos de conocerla.<br />

Con las emociones de los primeros días habíamos olvidado entregar a Odalys una maleta con ropa y<br />

productos de higiene. Para ellos fue como si hubiesen venido los Reyes Magos. Cualquier cosa que llevábamos<br />

en los bolsillos de las mochilas y que les ofrecíamos les parecía un tesoro de proporciones incalculables:<br />

imperdibles, parches para bicicletas, un rosario, chinchetas (las habíamos llevado para colocar las todavía sin<br />

estrenar mosquiteras)... Lo que no habíamos reparado en incluir en el equipaje era algodón, y a Carlos no le<br />

vendría mal para igualar las plantillas de sus sandalias. No es fácil para un ciego mantener el calzado intacto en<br />

un suelo como el de Santiago de Cuba.<br />

Montamos por vez primera en un camión para acercarnos al centro de la ciudad. Medio peso por<br />

persona con derecho a un poco de aire que se filtra entre los cuerpos apretados de mulatos, prietos, niños<br />

trigueños, blancos pálidos y cajas de pollos propias de los autobuses de nuestra postguerra.<br />

Como anécdota es divertido, pero tener que utilizar diariamente este suplicio con pretensiones de<br />

transporte debe minar la moral de cualquiera. Supongo que para las mujeres será, sin ánimo de enarbolar<br />

banderas machistas, mucho más humillante que para los hombres: los resabeos son inevitables. Bajamos –mejor<br />

dicho, la marea humana nos baja- en la Plaza de Marte.<br />

Aluvión ordenado de ancianos de ambos sexos con el periódico Granma en las manos mendigando un<br />

dólar. Afortunadamente el hecho de ir acompañados de una pareja de cubanos nos otorga cierta inmunidad.<br />

Siempre a pie conocemos las dos calles comerciales: Aguilera y Enramada; muchas shopping, muchas colas<br />

quemándose las pestañas en los escaparates, mucho desocupado ofreciéndonos servicios de taxi, habanos<br />

baratos, ron económico, pidiéndonos de forma educada y tras preguntas de compromiso -“¿Españoles? Mi<br />

abuelito es de allá”. Todos los abuelos de todos los cubanos son españoles- algún jaboncillo, un lapicero, una<br />

camiseta.<br />

Ambas calles desembocan en la Plaza Bulevar, en una de cuyas esquinas se levanta un templo que ya<br />

no lo es: “Fue la Iglesia de los Dolores..., se quemó... El Estado quiso comprársela a los jesuitas y, como no<br />

accedieron, se quemó..., m´ijo, se quemó... Nadie se atrevió a suministrar los materiales para repararla y la<br />

Compañía acabó vendiéndosela al Partido...”<br />

No termino de entender el interés de los dirigentes en un templo más bien soso. Román continúa<br />

iluminándome con su memoria histórica: “Es que en esa iglesia hizo sus primeros ejercicios espirituales el Padre<br />

Santo.” De forma tácita adoptamos el nombre de Padre Santo para Fidel.<br />

La Catedral, en el Parque Céspedes, tiene muy poco que ofrecer, es lóbrega, sucia y sin tallas ni<br />

retablos memorables. Su construcción concluyó en el 1529, siendo obispo fray Miguel Ramírez de Salamanca. Su<br />

peculiaridad es que posee algo que difícilmente se puede ver en otras catedrales: enormes goteras; no es<br />

disparatado aventurar que Dios se sentirá bastante a gusto aquí.<br />

Me separo del grupo para recorrer los atrios con más detenimiento. Carlos se queda en la entrada<br />

conversando con Odalys y Román, éste no es creyente, sí respetuoso, lo cual no suele ser habitual. Me detengo al<br />

borde de una gran lápida: “Franciscus de Paula Barnada et Aguilar: Primus Archiepiscopus Cubanus, natus est<br />

anno 1835, et obiit die 8 Junii 1913. Vir fuit pietate insignis et ingenio praeclarus.”<br />

29


No quiero que a mí me entierren en un lugar sobre el que la gente pueda pisar hablando de béisbol o del<br />

precio de las guayabas. Es lo que hace una pareja que me precede. Una adolescente de rasgos haitianos se me<br />

acerca y me invita a ir con ella por quince dólares. Sonrío. “No, gracias”. Busco en la riñonera y le doy unos<br />

pendientes y una pulsera dorada. El previsible complejo de Dama de la Caridad -también conocido como de Lady<br />

Di- que me iba a entrar se diluye cuando veo la ilusión que le hace.<br />

Vuelvo con el grupo todavía pensando en lo irreal de la situación: prostitución dentro de la catedral. Nos<br />

acercamos a la Casa del Adelantado Diego Velázquez, la edificación más antigua de Cuba, nada más y nada<br />

menos que de 1515. El guía nos explica que funcionó como casa de contratación y que la planta baja era una<br />

fundición de oro y plata. Entre sus elementos originales conserva las paredes, los techos, algunas puertas y el<br />

horno de fundición, también los muebles, asegura el guía.<br />

Me extraña que unas maderas de hace cinco siglos huelan a barniz reciente y una de las sillas haya<br />

atrapado en su brillo a una mosca. Lamentable la conservación del patrimonio. De allí deambulamos hasta el<br />

Balcón de Velázquez, un mediocre mirador desde el que se divisa la bahía. Fue un sitio que frecuentó mucho don<br />

Diego y en el que Hernando de Soto triunfó. Eso es lo que saco en claro después de leer los seis paneles que<br />

tapan las paredes de los soportales. Imposible hacerse una idea de por qué ese exacto lugar es visitable; de seis<br />

paneles uno está dedicado a recoger los nombres, apellidos y cargos de los que se han encargado de la<br />

restauración del lugar.<br />

Vergonzoso. No se puede decir que esté enriqueciendo mi acervo histórico cubano con las explicaciones<br />

de los lugares turísticos Lo más gratificante es que dos chiquillos nos han pedido lapiceros y Sole lleva en su bolso<br />

un par de ellos. También les da caramelos.<br />

Seguimos callejeando y pasamos por el parque de la iglesia del Carmen. Monumento a Rafael<br />

Portuondo Tamayo, 1927, Símbolo de las virtudes públicas y privadas. Nadie me sabe dar razón de quién fue tal<br />

personaje. A todo esto y dada la profusión de coches -la mayoría de ellos auténticas antiguallas anteriores a los<br />

años sesenta- llevamos la piel ligeramente morena. Los tubos de escape son micro atentados al equilibrio<br />

ecológico del planeta. Uno se maquilla con sólo pasearse dos veces por la calle Aguilera. Carlos ha sido el<br />

primero en notar lo desproporcionado de la contaminación en este lugar, y eso que él no ve la negrura de los<br />

humos. Precisamente los pedigüeños lo han elegido a él para abordar al grupo. Un pato le canta Bésame mucho<br />

y una jinetera le pellizca sugerentemente la espalda llamándolo gordito. Está triunfando, ya veremos qué opina su<br />

mujer cuando regrese a Toledo.<br />

Soledad lleva la dirección de los Hermanos de la Salle y quiere que nos acerquemos a verlos para<br />

preguntarles por un proyecto que financió Manos Unidas en La Habana. Bartolomé está interesado en ampliar su<br />

campo de acción con la ayuda de esta ONG y cree que con la amplitud de los tentáculos estatales resultará casi<br />

imposible. No le falta razón, Cuba es de los países en los que menos proyectos financia Manos Unidas debido a<br />

que todo ha de pasar bajo la supervisión –es decir, esquilmación- del Partido.<br />

Odalys conoce a los de La Salle y decidimos visitarlos. De camino nos anuncia que los Pocicos<br />

marcharon en un coche de alquiler a recorrer Cuba. Mucho riesgo han asumido, habida cuenta que el seguro que<br />

se contrata con el coche no cubre ni el radiocasete ni las ruedas. Algún día pueden amanecer sin neumáticos.<br />

fresca<br />

vinieron.<br />

- Dice mi mamá que no fueron con mujeres, que eran muy agradables, muy buenos chicos.<br />

Román comparte con nosotros otra opinión; él los había visto merodear por el barrio en busca de carne<br />

- Dile a Magalys –Sole no va a dar su brazo a torcer- que la tienen engañada, que esos vinieron a lo que<br />

- No, mi amor –teatraliza Odalys-, si inclusive la invitaron a comer en un paladar y la acompañaron a<br />

repartir paquetes de la ONG que ellos mismos se habían prestado a traer.<br />

- Es lo mismo –se suma Carlos-, lo uno no quita lo otro, tampoco van a estar todo el día dale que te pego<br />

con lo mismo..., habrán necesitado una actividad complementaria, como la de repartir paquetes.<br />

- Ustedes sólo buscan pleito, y van a conseguir que me faje –Odalys habla como en las telenovelas<br />

sudamericanas que infestan nuestras emisiones.<br />

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Encontrar a alguien en Santiago es tarea ímproba. Las calles no suelen tener nombre ni números<br />

visibles. Transcurren dos horas y tres intentos hasta que localizamos al Hermano Antonio, resulta que habían<br />

permutado su antigua casa por otra mayor. Nos recibe cálidamente, es casi paisano nuestro. No falla,<br />

comenzamos hablando de ayuda humanitaria y a los cinco minutos ya hemos desembocado en “él”, en el Padre<br />

Santo.<br />

El hermano Antonio ha tenido ciertos problemas con el aparato policial, a punto ha estado de conocer las<br />

cárceles por dentro, y si no lo ha hecho ha sido por su condición de extranjero. “Recogimos firmas para que nos<br />

permitieran construir un nuevo templo. Eso se consideró actividad contrarrevolucionaria; a una catequista le<br />

amorató el cuerpo a correazos un policía sólo porque llevaba un papel con firmas para ese fin.” Vemos que la vida<br />

en Cuba no es fácil para nadie. Antonio nos habla, finalmente, del proyecto subvencionado por Manos Unidas y<br />

nos invita a conocerlo cuando vayamos a La Habana. Nos da la dirección -hermano Evaristo Suárez, calle<br />

Marqués de la Torre 279, entre Mangos y Correa, al lado de la iglesia de Jesús del Monte-, y nos pide el favor de<br />

entregar en España unas cartas a sus familiares.<br />

En Cuba la agencia postal es un saco sin fondo que se lo apropia todo. Al despedirnos nos entrega un<br />

papel con el artículo que envió a la revista Vitral, de la diócesis de Pinar del Río, relatando lo sucedido. No fue<br />

publicado por prudencia, nos dice con algo de pesar:<br />

“Las comunidades católicas del reparto Abel Santamaría -Ntra. Sra. de la Caridad, Espíritu Santo, San<br />

José y San Juan Bautista de la Salle- realizan, desde hace varios años, misiones casa a casa, en todo el reparto y<br />

zonas vecinas, llevando la Palabra de Dios y su mensaje de amor, paz y reconciliación entre todos los cubanos.<br />

Con motivo de la preparación para la venida del Papa y la visita de la Virgen de la Caridad a diferentes<br />

templos y lugares de culto a la arquidiócesis, se hizo una misión invitando a los moradores del reparto a recibir la<br />

Virgen en el improvisado lugar que para ello cedieron las autoridades: la hamburguesería de Micro. (...) Animados<br />

por el éxito nos presentamos a nuestro arzobispo para solicitarle erigiera una parroquia en el reparto Abel<br />

Santamaría a lo que respondió que hacía falta un espacio para edificar el templo. ¿Cómo conseguirlo? La mejor<br />

forma que se nos ocurrió fue organizar una gran misión, pidiendo la firma de todos los habitantes del reparto que<br />

estuvieran de acuerdo con ello.<br />

El domingo 26, se realizó en micro 1 B una misión, con un gran respeto de la población presente, que en<br />

su gran mayoría no sólo apoya el proyecto, sino que está dispuesta a trabajar por él como sea. Ese día hubo<br />

algún incidente protagonizado por compañeros del CDR que en forma descortés fueron diciendo que no se podía<br />

realizar esa misión y estuvieron discutiendo largo rato de una manera acalorada; otros, que con un<br />

intercomunicador en la mano, ofendieron públicamente a hermanas nuestras de color y las amenazaron con llamar<br />

a la policía, como realmente hicieron, quienes desde el carro haciendo uso del altavoz diciendo a la población que<br />

no firmara.<br />

En la semana del 26 al 3 de octubre profesores del Ministerio de Educación se dieron a la tarea de ir por<br />

los centros escolares de primaria del reparto, preguntando a los niños en qué casas se había firmado las hojas y<br />

diciéndoles que no deberían firmar si les visitaban, violentando así claramente el espíritu y la letra del artículo 8 de<br />

nuestra Constitución. Al mismo tiempo se dieron a la tarea de hacer circular rumores de que las firmas se podían<br />

usar por grupos contrarrevolucionarios, creando un ambiente tenso y preparando grupos de personas que<br />

pudieran impedir la labor de los misioneros.<br />

Cualquiera que estuviera en el reparto el día 3 de octubre por la tarde, se pudo dar cuenta de la<br />

abundancia de jeeps y carros de seguridad que se movían inquietos buscando los misioneros católicos que, con<br />

su bolígrafo y hoja de papel iban de casa en casa llevando su mensaje de esperanza y amor cristiano (...)”<br />

Volvemos al Reparto de santa Bárbara recorriendo la Avenida Garzón. Carlos va cogido de mi codo y<br />

Sole se burla, leyendo en voz alta algunos párrafos, de los folletos turísticos:<br />

“Andar las calles santiagueras es aprender la historia del país. Es común encontrarse placas alusivas a<br />

acontecimientos históricos de diversa índole o en memoria de próceres y de figuras ilustres. En su cementerio de<br />

santa Ifigenia reposan los restos mortales del precursor revolucionario José Martí, héroe nacional de Cuba y autor<br />

intelectual del Asalto al Cuartel Moncada, donde resonó la clarinada insurgente que convocó a la carga final por la<br />

independencia, coronada por el triunfo de la Revolución en 1959. Pero más allá de lo que pueda decirse del<br />

Santiago que fue, está vivirlo como es hoy, con sus terrazas floridas y sus colores tropicales, posado sobre un<br />

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Caribe vasto y alegre. Los arcos en madera, los medios puntos y los patios interiores, son los principales<br />

protagonistas de la casa santiaguera.”<br />

- Se referirá a Santiago de Compostela, porque aquí aún no hemos visto nada de eso –redunda en la<br />

mofa Carlos.<br />

- Mira, esto es sí es interesante –y continúa leyendo Sole:<br />

“Santiago fue fundada en 1515 por los españoles al oeste de una bahía de bolsa descomunal y bien<br />

protegida, de donde partieron poco tiempo después importantes figuras de la conquista del Nuevo Mundo, como<br />

Hernán Cortés, entre otros. El pueblo santiaguero es hospitalario por naturaleza propia. Sus dotes de buen<br />

anfitrión se le reconocen como una cualidad inigualable, fruto de su natural jovialidad y alegría. Conviene visitar la<br />

Casa de Diego Velázquez, el Museo Bacardí, el Museo histórico 26 de julio, el Museo de la lucha clandestina y el<br />

Cementerio de Santa Ifigenia”<br />

Sole había entrado en el Museo Bacardí mientras Román y Odalys tomaban un helado y Carlos y yo<br />

bebíamos agua hervida que llevábamos en la mochila. “Acongojante, chicos, acongojante”, había sido el juicio<br />

crítico de mi hermana. Según ella el recorrido histórico que se prometía se reducía a alguna reseña, brevísima, de<br />

la época precolombina y colonial hasta llegar al Padre de la Patria Carlos Manuel Céspedes y José Martí. Ya nos<br />

habíamos percatado de que en Cuba la única historia que merecía ser tratada era la que se iniciaba en el 1953, lo<br />

anterior era mera anécdota.<br />

Por la tarde visitamos la casa de Magalys, muy cerca de su fachada otra pintada descomunal: “Nos<br />

felicitamos por el cuarenta aniversario de la Revolución.” La Revolución, como Manos Unidas, cumple cuarenta<br />

años. En la bodega de la zona se venden medicamentos con la inscripción “Donación de Médicos del Mundo”.<br />

Otro de los logros del camarada Fidel. Disimuladamente hago una fotografía.<br />

El tiempo parece menguar en la sala de estar de Magalys. Hemos estado cuatro horas escuchando<br />

embelesados y apenas nos han parecido minutos. Ha sido una lección de historia reciente cubana contada por<br />

una de las protagonistas no precisamente más favorecidas por la Revolución. Gracias al monólogo conocemos<br />

que hubo un tiempo, el de los marielitos, llamados así porque el asunto se desarrolló en Mariel, un puerto cercano<br />

a La Habana, en el que Fidel consintió que muchos patos, contrarrevolucionarios, presos políticos y chusma<br />

-siempre según él- abandonaran el país. Para ello permitió que yates privados estadounidenses se acercaran a<br />

puertos cubanos para recoger a sus familiares. ¿Qué sucedió? Que antes de poder embarcar a los familiares esos<br />

yates debían llevarse a lo que el comandante en jefe consideraba chusma. Se aseguró a los tripulantes de los<br />

yates que en el segundo viaje ya podrían llevarse a sus familiares.<br />

Regresaron y se encontraron con las mismas; debían transportar más presos y patos antes de hacerse<br />

cargo de sus familiares. Al tercer viaje ya nadie regresó, la tomadura de pelo había sido mayúscula. Una gracia del<br />

Régimen. El sueño de los que se habían hecho pasar por patos para poder huir del país desembocó en pesadilla,<br />

al igual que ocurrió con los contrarrevolucionarios de iguales intenciones. Contra ellos se organizaron los famosos<br />

actos de repudio, consistentes en convocar al barrio delante de la vivienda del interesado para su escarnio<br />

mediante gritos, insultos, escupitajos y, las más de las veces, palizas.<br />

Frente a Magalys vive Mercedes, una de las que quiso irse. A raíz de aquello la llevaron a las oficinas de<br />

inmigración. Estuvo cuatro días sin que nadie supiese dar señales de su paradero. El marido, desesperado, se<br />

suicidó. Luego apareció en el Parque Céspedes, medio muerta, y un alma caritativa la recogió. En cuanto se<br />

recuperó se volvieron a organizar actos de repudio contra ella. Cesaron milagrosamente porque una de sus tías<br />

regaló discos al CDR de zona.<br />

Magalys hace pausas en su narración y mira, inquieta, hacia la calle. La prevención forma parte de la<br />

vida de esta gente.<br />

Nos pone al día de la emisora libre y anticastrista Radio Martí, la que emite desde Miami por más que el<br />

Partido haya gastado un dineral intentando interferir sus ondas. Conocemos el pasado de Odalys, botada de sus<br />

estudios de Trabajo Social por declararse católica, y expulsada de su trabajo por el mismo motivo. Oímos una<br />

versión de Playa Girón completamente distinta a la imaginada por todos los idealistas del mundo al escuchar la<br />

canción del mismo título de Silvio Rodríguez -confieso que, pese a todo lo que conoceré en este viaje acerca del<br />

cantautor de palacio, me siguen encandilando sus canciones- Unos dos mil cubanos exiliados –mil doscientos,<br />

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calculan otras fuentes- ayudados por EE.UU. intentaron invadir Cuba a principios de los sesenta desembarcando<br />

en la playa de Matanzas, en Bahía Cochinos; en setenta y dos horas el golpe había sido neutralizado merced a<br />

una enésima traición.<br />

Las represalias fueron brutales, sin embargo, aquello sirvió de excusa a Castro para abonar su odio<br />

antiimperialista. Durante dos años un programa de televisión, Cuba demanda, atormentó los hogares –o lo que<br />

quedase de ellos- cubanos. En dicho espacio combatientes y familiares de combatientes de Playa Girón exigían al<br />

gobierno de EE.UU. indemnizaciones millonarias por la pérdida de un miembro del cuerpo o secuelas psicológicas<br />

irreparables.<br />

- No me explico, mi amor, cómo es que toda Cuba combatió en aquel lugar en tan sólo setenta y dos<br />

horas, ni tampoco cómo hubo tantos heridos cubanos..., ¿ustedes sí, galleguitos? –gesticula, más que habla,<br />

Magalys.<br />

Todos los españoles somos gallegos; todos los turistas son Pepes y todos los raterillos son Robertos.<br />

El discurso de la anciana se cierra con la referencia a la Opción Cero del año noventa y uno, el inicio del<br />

llamado por el Padre Santo Período Especial. “Fue ponerle apellidos al hambre; desde entonces el hambre, acá<br />

en Cuba, se llama Hambre Extrema. Siempre que el barbas se mete a economista los números se le ríen. Cuando<br />

quiso que la zafra de la caña de azúcar llegase a los diez millones de toneladas para burlar la penuria provocada<br />

por el bloqueo, nos quedamos en ocho. Y así todo.”<br />

Me arrepiento de las veces que he considerado que el sistema cubano merecía la admiración de los que<br />

gustamos apoyar causas perdidas. Lo que estoy viendo no es lo que nos llega al extranjero. Antes de que<br />

comience a diluviar (los huesos se lo han advertido a Magalys) volvemos a casa. Las calles están iluminadas; hoy<br />

no habrá apagón porque el Padre Santo ha convocado una rueda de prensa para explicar unos incidentes<br />

ocurridos en La Habana. En el televisor de Román seguimos parte de esa burla. Tres pobres diablos iban a<br />

desplegar una pancarta en un céntrico parque denunciando las atrocidades del sistema de Fidel.<br />

Por delación habitual el aparato policial lo conocía y cuando lo iban a hacer una nube de ellos, de<br />

paisano, se había abalanzado sobre los sorprendidos vende patrias, que así los llama Castro. Curiosamente los<br />

medios de comunicación extranjeros habían sido convocados a ese lugar con la excusa de un acto que no se<br />

celebró. El Presidente quería que los informadores fuesen testigos de cómo el pueblo -pueblo seleccionado,<br />

evidentemente-, intentaba linchar a los opositores. Todo burdamente preparado. Hasta se había convocado una<br />

manifestación espontánea de apoyo al Régimen para que el mundo entero viera que los detractores eran<br />

poquísimos y los afectos al sistema legión.<br />

La imagen del televisor es borrosa, al parecer tiene alguna pieza estropeada. Aún así nos tragamos dos<br />

horas –de las siete que duró aquello, no hay mejor palabra para definirlo- en las que Fidel se deja querer por<br />

adolescentes de cerebro trabajado: “Comandante, queremos que sepa que el estudiantado está de su parte y que<br />

sepa que a cualquier llamado que usted haga el estudiantado responderá, y que sepa que por parte del<br />

estudiantado la continuidad de la Revolución está garantizada.”<br />

Los periodistas extranjeros no pueden ser muy insidiosos en sus preguntas si quieren conservar sus<br />

credenciales para la cercana Cumbre Iberoamericana a desarrollar en La Habana, por eso ninguno le dice<br />

directamente al Presidente: “¿Y cómo tiene la caradura de hablar de respuesta espontánea del pueblo en contra<br />

de un acto de vende patrias cuando todos los presentes, incluidos nosotros, habíamos sido convocados una<br />

semana antes?”<br />

Fidel cae en el esperpento cuando se pone a leer, con una ironía de payaso infantil, el historial de los<br />

tres encarcelados: detenidos cinco años atrás por holgazanería, por alta traición, por vender carne, por delitos<br />

contra la seguridad del Estado. Un periodista japonés pregunta que por qué no se puede conocer la versión de los<br />

hechos de los tres encarcelados, el Padre Santo contesta que la presencia de esos vende patrias –no se le cae la<br />

palabra de la boca- es altamente desaconsejable, se burla incluso de las faltas de ortografía que mostraba el<br />

dichoso cartel, cartel que no se llegó a desplegar.<br />

No se da cuenta de que esas faltas de ortografía, atribuibles a cubanos, vende patrias, pero cubanos,<br />

desdicen su inmediata afirmación: “¿Cómo nadie puede estar disconforme con un sistema que ha conseguido<br />

sanidad de calidad para todos y gratuita, educación de calidad para todos y gratuita, trabajo de calidad y<br />

garantizado para todos? En Cuba no hay analfabetos, ni niños hambrientos.”<br />

33


Decididamente nos hemos equivocado y los lugares que estamos conociendo no pertenecen a Cuba,<br />

deben ser pedazos de otras naciones tercermundistas implantados en la isla.<br />

- Alguien más quiere decir algo –pregunta Fidel, y una mujer alza el brazo.<br />

- Comandante, como jefa de micro brigada expreso mi adhesión a su persona y a la Revolución.<br />

- ¿Qué edad tú tienes?, veinticuatro, ¿cierto? –flirtea el Presidente para regocijo de los asistentes.<br />

- Cuarenta y dos.<br />

Gesto de asentimiento satisfecho del Padre de la Revolución.<br />

- ¿Qué tú estudias? –pregunta a una muchachita de rostro sereno que también ha recitado frases<br />

memorizadas de apoyo al camarada Fidel.<br />

- Periodismo.<br />

- Me entrevistarás cuando te gradúes.<br />

- Me haría muchísima ilusión, Presidente.<br />

Me están comenzando a entrar arcadas ante la visión de eso, insisto en el calificativo. Román regresa de<br />

la calle con la noticia de que han detenido en Santa Clara a la tía de Odalys, Elaine, dentro de la campaña de<br />

limpieza de elementos desestabilizadores que garantizará el éxito de la Cumbre Iberoamericana. Magalys está<br />

destrozada y ya piensa en desplazarse hasta allá para saber de su hermana. El teléfono le ha sido cortado<br />

sospechosamente; por obra y gracia del aparato estatal deberá pasar toda la noche en vela reconcomiéndose por<br />

la suerte de Elaine.<br />

Carlos y Sole ya se han acostado. Esta es la noche en la que encuentro bajo la hamaca de mi cuñado<br />

una araña enorme, una peluda. Le echo una bolsa de plástico encima y la piso. No me extraña que los cubanos no<br />

se inquieten al compartir sueño con tan tremendas alimañas, éstas, al menos, no te encarcelan ni te apalean sin<br />

mediar explicación.<br />

34


12 DE NOVIEMBRE, VIERNES<br />

La angustia por el encarcelamiento de Elaine se nos ha transmitido. El día ha amanecido triste,<br />

encapotado, y hasta el machito con sus gruñidos parece protestar por la situación. Han cortado el suministro del<br />

agua; la ducha matinal ha de hacerse con el agua de lluvia recogida en barreños del angosto patio de la casa. El<br />

retrete es mejor no utilizarlo por razones obvias.<br />

Odalys tiene los ojos llorosos. Quiere disimularlo y nos agasaja con café del bueno y mantequilla.<br />

“Conseguí mantequilla para que desayunen, ¿no es un milagro?”. Sole le dio algunos dólares para ir pagando los<br />

gastos que le ocasionaba nuestra estancia. Son pequeñas fortunas para ellos. Notamos cómo emplean el dinero<br />

en conseguirnos lo mejor; en condiciones normales habría sido impensable que consiguiesen mantequilla, habría<br />

supuesto la mitad del salario de Román.<br />

Parece que nos hemos puesto de acuerdo los tres en disimular el apetito; nos duele cada bocado que no<br />

llega a sus bocas.<br />

- De verdad, Odalys, yo soy de muy poco comer..., no es que aquí quiera pasar hambre porque me dais<br />

pena, en serio, es que yo no como casi nada –miento muy mal, pese a que tengo fama de ser gran mentiroso.<br />

Carlos arguye lo mismo, si bien, en su caso, con más de cien kilos entre pecho y espalda, cuesta más de<br />

creer que sea hombre de escaso apetito.<br />

Para salirme por la tangente y omitir el trámite del desayuno rebusco en mi mochila y encuentro un<br />

rosario de madera de Jerusalén bendecido por Juan Pablo II. Me lo regaló un franciscano capuchino que hizo su<br />

tesis doctoral en Tierra Santa y más tarde fue profesor mío de Sagrada Escritura. Pensé que en otras manos más<br />

piadosas estaría mejor. A Odalys le hizo una ilusión inenarrable. Inenarrable es una palabra que siempre he<br />

evitado; se me antoja afectada, pero aquí no cabe ninguna otra.<br />

El plan para el día consistía en visitar el Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, en el pueblo del<br />

mismo nombre, a veinte kilómetros de distancia, regresar antes de las tres, y viajar de nuevo hacia El Cristo para<br />

terminar de repartir paquetes y conocer a más niños apadrinados.<br />

A El Cobre viajamos en camión; si grande era el asombro de los cubanos al ver que utilizábamos ese<br />

medio de transporte no menor nos parecía el de los propios turistas que desde la calle nos señalaban. Caminé<br />

hasta el fondo y me correspondió ir de pie, como a la inmensa mayoría del pasaje. Seguramente si escribo que en<br />

un espacio destinado a treinta personas viajábamos sesenta y siete, sin contar a los niños, nacerán sospechas de<br />

exageración. Los conté por dos veces: sesenta y siete. El toldo del camión no estaba pensado para grandes tallas<br />

y debí viajar algo encorvado para que el contacto de mi cabeza con la lona fuese mínimo. Sole y Carlos, en el otro<br />

extremo, oyeron comentar a dos jóvenes que mi estatura debía ser de siete pies. Se excedieron en mucho.<br />

Afuera llovía. La neblina embellecía un paisaje que se iba engalanando de más y más verde. Se espesó<br />

la vegetación y aparecieron flamboyanes de troncos rugosos y kilométricos. Cada cierto tiempo el camión hacía un<br />

alto y la gente aprovechaba para subir o bajar; el suelo del vehículo sufría los efectos de la carcoma, de la<br />

humedad y de cuantas miserias quepa predicar. Por eso los humos del motor se desviaban de su natural salida<br />

sita en el tubo de escape filtrándose entre nuestros pies. Media hora más de distancia y nos habríamos intoxicado.<br />

Un camión con remolque sin laterales que nos cruzó despidió a uno de sus ocupantes en una curva; el<br />

muchacho creía que iba a conseguir mantener el equilibrio sin ningún tipo de sujeción y, debido a la velocidad del<br />

vehículo, salió disparado hacia el arcén. El conductor no debió darse cuenta, pues siguió su camino. El<br />

accidentado sólo tuvo fuerzas para reincorporarse trabajosamente y orillarse todavía más. Román, que iba junto a<br />

mí y había presenciado el suceso, movió negativamente la cabeza y sentenció: “No es fácil”. El machacante, el<br />

que se dedica a cobrar el medio peso del pasaje, también se había percatado de lo ocurrido. “Está prohibido<br />

encaramarse a camiones sin protección. Él se lo ha buscado”, explicó a una chica que se había quedado<br />

impresionada por lo visto.<br />

35


El compañero de mi izquierda tiene el codo midiéndome los riñones; mis rodillas, por más esfuerzos que<br />

hago para arrinconarlas, no pueden evitar clavarse en los muslos de una negrona de desapacible mirada. Gracias<br />

a Dios mi flanco derecho coincide con los laterales del camión y puedo asomar de vez en cuando la cabeza para<br />

conseguir aire. A veces, dependiendo de la agresividad de las curvas, veo la cabecita de una prieta de no más de<br />

doce años que me espía con disimulo. Lleva un vestido gastado de tanto lavado y unos zapatos de hombre dos o<br />

más tallas mayores de la que necesita. Su nombre es Carola. Lo sé porque otra chiquilla, algo mayor, la ha<br />

llamado desde la esquina opuesta del camión.<br />

Con grandes dificultades rebusco en mi riñonera; es difícil mantener el equilibrio agarrado con una mano<br />

a la madera del remolque y con la otra buceando en los bolsillos. Encuentro unos pesos sueltos y unos pendientes<br />

de colores alegres. Ella me sigue mirando entre la maraña de brazos y cabezas que nos separan. Cuando me<br />

quiero dar cuenta ha desaparecido. No sé cómo lo ha hecho, lo cierto es que la reencuentro a sólo medio metro de<br />

mí. Ha avanzado posiciones. Le sonrío y supongo que se sonroja. La negritud del rostro no permite aseveraciones<br />

sobre el particular, pero la mirada sí. No me pide nada, al parecer sólo sentía curiosidad. Extiendo la mano hacia<br />

ella, con discreción, y le doy el dinero y los pendientes. Se lo guarda, sin mirarlo siquiera, en uno de los bolsillos<br />

del vestido.<br />

- Gracias.<br />

- Eres muy linda, Carola.<br />

- Gracias.<br />

Ya he aprendido a no decir guapa, aquí se interpreta como arrogante.<br />

Nos seguimos mirando sonriendo. Se ha acercado un poco más. Me dice algo que no entiendo; he de<br />

agacharme para oírla mejor.<br />

- Ustedes, los extranjeros, ¿saben el nombre de las personas sólo con mirarlas?<br />

Me da lástima tanta ingenuidad.<br />

- Sí, pero eso sólo funciona con las personas especiales, con las que son muy, muy lindas.<br />

- Me está embromando..., yo no soy muy, muy linda.<br />

- Entonces, ¿cómo sé tu nombre?<br />

Abandonó el camión convencida de que era una persona especial. Y lo era. Alguien que carece de<br />

zapatos dignos, por no elencar las otras mil miserias que sufriría Carola, y aún es capaz de sonreír, es muy, muy<br />

especial.<br />

Llegamos al Santuario. El pueblo que lo rodea es pequeño, miserable, como todos. Hay un dentista<br />

operando a un paciente; lo vemos a través de los inexistentes cristales de las ventanas de la consulta. Podemos<br />

pasear hasta las minas de cobre a cielo abierto que se remontan al 1830; la alternativa es centrarnos en el<br />

Santuario y comer allí mismo. Carlos anda algo fastidiado por la incomodidad de las sandalias y elegimos la<br />

segunda opción. Odalys le ha pedido a Sole el folleto que se nos facilitó en la agencia de viajes y lo lee en voz<br />

alta. Es una decisión que alegra a Carlos:<br />

“Levantado sobre una colina, el santuario –entre los más visitados del país- puede ser visto desde lejos.<br />

En él se adora a la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, quien posee altar permanente en el segundo piso. En el<br />

momento de la Misa, un dispositivo electrónico hace girar la imagen de la virgen hacia la nave central y entonces<br />

aparece en el nivel más alto del altar mayor, sobre la figura de Cristo. Fue a esta iglesia que el famoso escritor<br />

norteamericano, Ernest Hemingway –quien vivió por más de 20 años en La Habana-, donó su medalla de Premio<br />

Nobel de Literatura. En vitrinas, especialmente concebidas para ello, se exhiben otras muchas ofrendas de<br />

personas ilustres y devotos de todo tipo, algo muy tradicional.”<br />

Román, desde su increencia, me explica que a comienzos del siglo XVII tres niños mineros, Juan<br />

Moreno –negro y esclavo- y los hermanos Juan y Rodrigo de Hoyos, que iban en busca de sal, se encontraron en<br />

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la Bahía de Nipe, cerca del cayo Francés, navegando sobre las olas, la imagen de la Virgen mestiza; iba apoyada<br />

en un madero en el cual se leía: “Yo soy la Virgen de la Caridad”. Se admiraron de que siendo sus vestiduras de<br />

ropaje no estuvieran mojadas. La trasladaron hasta el Hato de Barajagua y desde allí parece que comenzó a<br />

despertar las ansias de libertad de los esclavos cobreros, quienes se rebelaron contra el Comisionado Real, don<br />

Antonio Ortiz Matienzo, convirtiéndose en cimarrones a las órdenes del padre Alejandro Ascanio.<br />

Por fin consiguieron el reconocimiento de su libertad, siendo El Cobre el primer pueblo de Cuba donde<br />

se abolió la esclavitud. La Virgen pasó a ser la patrona de los luchadores, por eso también Carlos Manuel de<br />

Céspedes se acogió a su protección nombrándola Virgen Mambisa. Benedicto XV la declaró oficialmente patrona<br />

de Cuba a petición de los veteranos de guerra recién lograda la independencia y en 1927 quedó inaugurado el<br />

Santuario. No puedo por menos que admirar a una persona que tan documentada está sobre un tema por el que<br />

no siente gran inclinación. Eso es cultura. Apenas me da tiempo a copiar tanto dato en mi libretita.<br />

A cambio de tanta erudición Román precisa que le aclare algo; aprovecha que los demás están haciendo<br />

fotos y me pregunta:<br />

- Mire, Miguel –a veces me llama de usted, según le da-, hay algo que me provoca y que no me explico.<br />

Como no están las mujeres delante se lo pregunto: ¿por qué los turistas prefieren a las jineteras prietas?<br />

Me deja descolocado. Supongo que será porque son las que más abundan, no recuerdo haber visto<br />

todavía a ninguna prostituta blanca. Así se lo hago saber, pero no es la respuesta que le convence:<br />

- No, no es por eso. En el Parque de Ferreiro se colocan por las noches las jineteras que se quieran y<br />

más, y los extranjeros siempre se van con las más prietas, aunque haya mulatas más bonitas. Acá nadie quiere a<br />

las prietas, y menos a las azulitas. Son feas, no sé, no provocan, no gustan.<br />

- Eso va en gustos, a mí, por ejemplo, las negritas son las que más me gustan, mucho más que las<br />

mulatas, parecen diosas de ébano, tan proporcionadas...<br />

- Pero son flacas, y negras... Además, Miguel, su opinión no cuenta, como es padre...<br />

Lo ha dicho sin malicia ni dobles intenciones, como si aseverase una verdad de fe, como soy padre no<br />

tengo gusto para las mujeres.<br />

- Debe ser por algo distinto, no sé.<br />

- Hombre, Román, también influye el exotismo, en España no hay tanta gente de color como aquí, en<br />

algunas ciudades, en Albacete, sin ir más lejos, es difícil encontrar a una negra.<br />

- Ya, compay, pero igual de difícil será encontrarte una mulata.<br />

En eso tiene razón. Odalys nos mira desde lejos algo intrigada; Román no parece tener prisa en concluir<br />

la conversación.<br />

- Mira, Román, en confianza, te voy a decir la verdad, allá, en España, la gente con menos cultura piensa<br />

que cuanto más negra es una mujer, mejor se comporta en la cama, no sé si me entiendes..., por eso las buscan<br />

tan prietas.<br />

La cara del hombre se ilumina:<br />

- ¿Viiiiiste? ¡Sabía que era por algo! ¡Ay, madre!<br />

Me alegra haberlo sacado de dudas, aunque no creo que sea del todo cierto lo que acabo de decir, de<br />

alguna manera había que terminar tan inquietante conversación. Uno es cura, pero no de piedra, y ciertos temas<br />

mejor no menearlos.<br />

- Otra cosa que me provoca, ¿en España no hay tantas jineteras como acá? Lo digo porque como son<br />

tantos los que vienen a lo que vienen, tantos Pocicos, como ustedes les dicen.<br />

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- A bote pronto te podría decir que allí también tenemos bastantes, aunque no tantas ni tan sueltas por<br />

las calles, quiero decir que tienen sus zonas, no como aquí, que te las encuentras en cualquier sitio; pero son<br />

mucho más caras. No soy ningún entendido en la materia, ya te puedes figurar, pero con el dinero que te cuesta<br />

acostarte con una fulana española de la belleza de cualquiera de las de Santiago aquí te puedes acostar con cinco<br />

o seis.<br />

- ¡Pa respetar!, ¡mi madre!<br />

Aprovecho su asombro para comenzar a andar en dirección al grupo.<br />

- ¿Qué secretos se gasta mi marido contigo? –quiere saber Odalys.<br />

- Nada, hablábamos de mujeres.<br />

- Miguel, lo dices tan seriecito, con cara de no haber roto nunca un plato, que cuesta no creerte.<br />

Me suceden estas cosas, desde pequeño. Cuando digo la verdad nadie me cree, y es cuando me inflo a<br />

esparcir mentiras cuando todos asienten.<br />

Antes de viajar a Cuba Carlos me había hablado de la lacra de la prostitución y yo, incondicional del<br />

Benedetti poeta y articulista se lo rebatí con una apología, para mí, magistral:<br />

“ (...)¿Prostitución? Existe, por supuesto, y es uno de los reproches que casi diariamente se hacen a la<br />

Revolución. Especialmente algunos visitantes y cronistas europeos ponen el acento en ese rubro. Su puritano<br />

estupor incluye una considerable hipocresía ya que proviene de un continente que ostenta su calle de la Montera o<br />

su Castellana nocturna, su calle de Budapest o los mismísimos Champs Elysées, el refinado meretricio de Via<br />

Veneto, o los escaparates prostibularios de Hamburgo y Amsterdam. La verdad es que en Cuba la prostitución<br />

nunca desapareció, pero también es cierto que en el primer decenio de la Revolución, hubo un intenso trabajo<br />

social, gracias al cual las rameras tuvieron -y por cierto aprovecharon- la oportunidad de dedicarse a labores que<br />

no fueran las regateadas a su sexo; muchas de ellas se incorporaron a fábricas y tuvieron hijos.<br />

No obstante la necesidad imperiosa que tuvo Cuba de estimular el turismo, y la invasión foránea que ello<br />

implicó, también significó el renacimiento de la decana de las profesiones (...) De todos modos, el estupor<br />

occidental está fuera de foco, ya que la relación prostituta/hombre es en La Habana notoriamente más modesta<br />

que en cualquier capital europea o latinoamericana. Y con un rasgo a destacar: a diferencia de sus colegas de<br />

otras urbes civilizadas, en la Cuba “bárbara” la prostituta carece de gigoló o rufián o chulo o cafisho. Tolerada a<br />

regañadientes, como algo inevitable, por el régimen, la puta cubana no tiene amo ni promotor ni mantenido; tal vez<br />

represente cierta insólita fórmula de autogestión en una peculiar sociedad socialista”.<br />

Evidentemente la experiencia me estaba demostrando la falacia de todos y cada uno de esos<br />

argumentos. Incluso en los alrededores del Santuario se congregaban jineteras y no en actitud devota. Me hace<br />

gracia recordar la frase del comandante en jefe -Comediante en jefe, lo llama Zoé Valdés-: “Nuestras putas son las<br />

más instruidas, las más sanas del mundo entero”. Pobre consuelo.<br />

El Santuario en sí no es ninguna maravilla; la talla de la Virgen tampoco, y que me perdonen sus muchos<br />

fieles. El paisaje es, con gran diferencia, lo mejor del lugar. Las nubes se han ido amalgamando sobre las lomas y<br />

el verde de más altura adquiere el aspecto de un crisol de tonos mates. Los flamboyanes y caguairanes se<br />

concentran en las laderas más abruptas.<br />

Pasamos a la sala de exvotos coincidiendo con la salida de la misma de una adolescente disfrazada de<br />

Sissí emperatriz; varios fotógrafos pululan a su alrededor. Es la celebración de los quince. Dicho así parece un<br />

congreso de países con intereses comunes; pero no, es el decimoquinto cumpleaños de una jovencita. Para esa<br />

fecha tan señalada los padres empeñan lo mucho o poco que tienen, se endeudan hasta lo inadmisible, y alquilan<br />

por nueve dólares un traje de novia para su pequeña. No menor es el desembolso que realizan en fotografías y<br />

afeites.<br />

Yaraimis, la novia de Román, celebró recientemente sus quince. Los padres verán pasar años y años<br />

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antes de poder cancelar las deudas que contrajeron por tal motivo. Recuerdo que en República Dominicana<br />

existía algo muy parecido, sin llegar a estos extremos. Una influencia más de los Estados Unidos. Fue la propia<br />

Yaraimis quien nos contó días después que a partir de la celebración de los quince una chica ya puede<br />

maquillarse –si encuentra con qué hacerlo-, y salir con hombres.<br />

El pudor le impidió decirnos que también adquiría suficiente madurez como para mantener relaciones<br />

sexuales; oficialmente, por supuesto, en la práctica la edad de comienzo de trato carnal suele ser bastante más<br />

precoz. Román, el novio, completó lo que a ella le pareció impropio de charla pública informándonos del precio de<br />

los preservativos, un peso. Santiago presume de una densidad de carteles promocionando los condones sin<br />

parangón. "Protege tu esperanza. Usa condón”, así rezan. Y no me explico cómo se ven tantas embarazadas, y<br />

tan jóvenes, si es cierto que los “cauchitos” se encuentran con facilidad. El padre Bartolomé, días después, me lo<br />

aclarará: “Hay tanta necesidad que no son pocos los que reciclan los preservativos”. Acabáramos.<br />

El Estado se preocupa de que no falten condones, pero no entra dentro de sus competencias vigilar su<br />

procedencia ni su estado. El jesuita también me pondría al corriente de la política de abortos forzados que se<br />

exigía en Cuba, pero todo eso sería más tarde.<br />

De momento nos encontrábamos en la sala de ofrendas a la Patrona de Cuba, verdadero museo de las<br />

curiosidades. Vimos de todo –excepto Carlos, lógicamente-, menos la famosa medalla del Nobel de Hemingway.<br />

Una Biblia muy aparente donada por Manuel Fraga Iribarne, varias insignias del Ejército Rebelde traídas en 1959,<br />

un carnet del Partido Comunista con el nombre raspado, una carta de esmerada caligrafía pidiendo un novio, un<br />

cartel impetrando la liberación de los presos políticos, un televisor pre jurásico, una fotografía de Pedro Luis Boitel,<br />

preso en Guantánamo; los lápices con los que aprobaron la prueba de ingreso a la Universidad Lycia y Nora, una<br />

medalla de oro con la inscripción “Judo.EE.UU. 1996”, la foto de una cabaretera muy ligerita de ropa actuando en<br />

un club de alterne de Fuenlabrada, la foto de una balsa vacía que llegó a las costas de Miami junto a una carta<br />

firmada por Víctor Hugo Tamayo aconsejando no intentar la huida por mar, otra foto de René y Manuel Sánchez<br />

en la Base de Guantánamo, fechada el 28 de diciembre de 1994, una medalla de oro conseguida por Javier<br />

Sotomayor el pasado agosto en Canadá -no hay ninguna de cuando las cosas le iban viento en popa, sin<br />

sanciones por dopaje ni fricciones con el Régimen-, una reproducción de la Basílica de Covadonga con la<br />

inscripción “Recuerdo de la Visita de los sacerdotes asturianos a Cuba. Febrero de 1998”.<br />

Me indigno por las vueltas que da la vida y lo pequeño que es el mundo. Con ocasión de esa visita un<br />

grupo de amigos de Toledo y Asturias quiso enviar algunos paquetes con medicinas y ropa. Recuerdo que uno de<br />

los sacerdotes a los que se les propuso transportar la ayuda, Vicente Suárez, no se me va a olvidar el nombre, se<br />

excusó diciendo que ya llevaban mucho equipaje y todo era imprescindible.<br />

Después de un año me encuentro con que parte de ese imprescindible equipaje era la reproducción de la<br />

Basílica de Covadonga; presumo qué sería el resto de lo que llenase sus maletas. Más les valdría haber traído<br />

jabones y parches para bicicletas en lugar de adornos que potencien su ego. Me indigno de que siempre<br />

tengamos que ser los curas los que demos la nota. Apunto en mi libretita, para asombro de Odalys, que en cuanto<br />

llegue a España he de visitar al psiquiatra para que me aclare por qué siendo cura, soy anticlerical. En el libro de<br />

visitas que custodia una de las puertas del Santuario dejé para la posteridad este comentario, pidiendo perdón al<br />

pueblo de Cuba por la estulticia de mis compañeros de ministerio sagrado.<br />

El interior del templo está muy cuidado, no es como la catedral de Santiago. Para mi gusto le falta<br />

luminosidad. Las vidrieras padecen un curioso sarampión, todas llevan en letras inmodestas la inscripción: “En<br />

memoria de mi hija. Rosalía Abreu”. Debió ser una ricachona que quiso pasar a la posteridad mediante tan<br />

anónima donación. La jugada no le está saliendo tan bien como su piedad calculó debido a que, por falta de<br />

espacio, algunos confesionarios tapan la parte inferior de varias vidrieras.<br />

Delante del Santísimo –que, como en la inmensa mayoría de Santuarios, sean cubanos, chinos o de<br />

Badajoz, ocupa un lugar secundario-, presencio una riña de enamorados:<br />

- ¿Quíhubo, mi amor?<br />

- Tremenda desesperación. Llevo acá desde las diez –contesta una mulata con ojos de haber llorado.<br />

- No tanto, mi amor, no tanto, que no me tardé más de media hora –el chico se defiende.<br />

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- Media hora de las de sin reloj, que cuando viniste con la harina yo ya me comí el pan...<br />

(Los dichos cubanos tienen una gracia contagiosa, en cuanto los oyes te da por intentar comparaciones<br />

parecidas) Los dejé reconciliándose a escasos cinco pasos del sagrario, a ella debió darle un mareo porque el<br />

novio la sostenía fuertemente entre sus brazos mientras le practicaba la respiración boca a boca y le<br />

mordisqueaba la oreja. También a Dios le gustará comprobar que, pese a la miseria y falta de libertades, esta<br />

gente no pierde la capacidad amatoria.<br />

Comimos en una especie de hospedería que hay cerca del templo. Nada turístico, como se apreciaba<br />

nada más entrar. Chícharo con arroz. El chícharo es la comida de los cubanos (iba a escribir “de los pobres”, pero<br />

ya cometí ese error páginas atrás) No se habla mientras se come, y no por el respeto sacro que pueda imponer el<br />

lugar, que no lo hay, sino porque para casi todo el mundo en este país comer, como defecar, es sólo una<br />

necesidad fisiológica que hay que satisfacer, no una ocasión de descanso ni delectación. A ello contribuye lo poco<br />

apetecible de lo que normalmente constituye la dieta.<br />

En los servicios de la hospedería, como en todos los servicios públicos del mundo, supongo, encuentro<br />

la huella de la voz reprimida del pueblo. Los carteles no comparten la misma orientación que los de los muros de<br />

las calles. “Seguimos peleando por el 26. Tú, ¿y cuántos mongoles más?”. Se utiliza mucho el término mongol por<br />

idiota, en clara referencia a mongólico. Poca gracia les haría a los de Mongolia si lo supiesen, la misma que me<br />

haría a mí si utilizasen mongólico. Queda constancia del paso de un español (o española, que los servicios son<br />

unisex) no muy devoto del Comandante por estos cuchitriles: “Fidel y su jinetera madre buscan cuadra en Santa<br />

Clara. A. M.M. 1999.” Sólo un español podría conocer la existencia de un grupo de rock de tan corta vida como<br />

fue Tarzán y su puñetera madre buscan piso en Alcobendas.<br />

Se escucha el griterío de un anciano trastornado que amenaza a un grupo de críos con ganas de<br />

diversión: “Si no hacen lo que les digo los llevo a todos a la Unidad.” No hay hombre del saco en Cuba, su papel lo<br />

ha asumido la Unidad de Policía.<br />

Regresamos a la ciudad en camión. A Román lo han llamado jinetero al verlo cerca de Sole. Es un<br />

hombre pacífico y se lo toma a broma. Tampoco sería nada extraño que lo fuese, se ven decenas de ellos. No son<br />

sólo los Pocicos los que vienen a la isla en busca de amores mercenarios y económicos; también hemos<br />

comprobado que son muchas las Pocicas que viajan con idéntico fin. La verdad es que en estos días hemos<br />

podido observar de todo, desde la mulata que en mitad de la calle Enramada le sobaba los pechos a una nórdica<br />

nada agraciada (el gesto de la rubia mostraba bien a las claras que daba por bien empleado el dinero que le<br />

estaba costando pasear a su conquista por la zona turística), hasta una cincuentona pelirroja disfrazada de<br />

adolescente del brazo de dos prietos que no llegarían a los quince años, pasando por el españolito culturista de<br />

pantalón de deporte ajustado negociando con los patos locales el precio de sus servicios.<br />

De Román todavía no he dicho que es la prudencia personificada. Buen hombre. Se ha pedido unos días<br />

de vacaciones en su trabajo para poder atendernos y acompañarnos cuando sea necesario. Aparejador e<br />

ingeniero técnico que nunca ha podido ejercer su profesión; como él, miles. Trabaja, después de muchos años en<br />

paro, en una oficina de almacenajes. Ha hecho de todo para sacar adelante a su familia: machacante en un<br />

camión, criador clandestino de pollos, vendedor ambulante de pizzas, barrendero, custodio de parques... Entre la<br />

gente del barrio notamos que tiene cierta ascendencia, se le respeta y se le quiere. Detesta el sistema que lo<br />

oprime y al dictador que lo mantiene.<br />

La tarde la teníamos comprometida con Bartolomé y Mari Nati. Volvemos a El Cristo; en esta ocasión<br />

nos acompaña una joven monja, Alanis, y una pareja que anima el coro parroquial, Tomás y Dyanami. Durante los<br />

veinte minutos que dura el viaje hablo con Alanis acerca de cuestiones catequéticas; los cubanos son menos<br />

pudorosos que los españoles a la hora de conversar sobre sus creencias.<br />

Me edifica esta mujer y me apena que tenga tan asumido su papel secundario dentro del escalafón<br />

jerárquico. Mari Nati nos acompaña a la casa de la Negra, anciana cubana blanquísima que no tiene reparos en<br />

hablarnos de los logros –pocos- de la Revolución y de sus miserias. Ella luchó contra Fulgencio Batista, participó<br />

en la Revolución, al igual que muchos otros católicos que, más tarde, serían apartados del sistema. “La<br />

Revolución la hizo la gente pudiente y los católicos. Bacardí llevó a Fidel a EE.UU. a entrevistarse con Kennedy.<br />

Fidel dijo al principio que él no era comunista...” Los recuerdos se le amontonan y su discurso no es ordenado.<br />

Habla con gran admiración del comandante Hubert Matos, compañero de Fidel en sus años guerrilleros<br />

por Sierra Maestra, que no quiso seguirle los pasos en su giro comunista y permaneció encerrado veinte años en<br />

cárceles castristas hasta que se exilió a Estados Unidos. “Al año ya todos estábamos desengañados de la<br />

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Revolución”, sentencia la Negra. Todo esto nos lo cuenta en su huerta, al amor de una enorme guayabera y de<br />

grupos de iguanitas que corretean a nuestro lado.<br />

Es una mujer con dinero, su hija le envía dólares desde Miami. Su marido murió en una refriega contra<br />

los leales a Batista y quisieron concederle una pensión a la viuda. Ella, visto el cariz que había tomado la victoria,<br />

no la aceptó. Ejemplo de coherencia. Sus convecinos la aprecian porque se ha ido transmitiendo de padres a hijos<br />

su pundonor en la defensa del municipio ante el asedio de las tropas estatales en el 59. “No dormí durante tres<br />

días..., tenía las manos en carne viva de rellenar sacos de arena para las barricadas..., y todo, ¿para qué?, para<br />

no tener un redrojo de pan que llevarnos a la boca ni la libertad de decir lo que queramos sin temor a las rejas.”<br />

A diez minutos está el templo, es una nave grande, ruinosa..., un grupo de niños y niñas nos aguarda en<br />

su interior. Son los apadrinados. Cecilia, otra de las responsables de Cáritas que gestiona las ayudas nos va<br />

explicando, uno a uno, los casos. Tomamos notas para trasladárselas a los que en España les ayudan<br />

económicamente.<br />

También hacemos algunas fotografías. Sole les reparte algunas chucherías. Hay también un anciano<br />

apadrinado. Lo acompañamos a su casa para entregarle el paquete de ropa, jabones y medicamentos. Su mujer<br />

está allí. Carecen de familia; los únicos ingresos que tenían hasta que quedaron acogidos al programa de<br />

apadrinamiento se reducían a los escasos pesos que el abuelo obtenía de la venta de cacharritos de lata que él<br />

fabricaba.<br />

No viven en la calle, no tienen esa suerte. Habitan un cajón de madera de no más de metro y medio de<br />

altura comido por la humedad y las chinches. Han de turnarse a la hora de salir porque si dejaran su casa sola les<br />

robarían lo que no tienen. Carlos le compra candiles artesanos hechos con corchetas y latas. Con los veinte<br />

dólares que le da tendrán para vivir durante meses.<br />

Ya está oscureciendo y hemos de regresar al templo para la Misa. Bartolomé nos ha citado allí a las<br />

siete. En el trayecto de vuelta, a no más de diez metros de donde nos encontramos, se produce una pequeña<br />

explosión seguida de chisporroteos en los tejados; las chispas avanzan en nuestra dirección guiadas por el hilo del<br />

tendido eléctrico. Por muy poco no nos hemos electrocutado.<br />

- Tendría gracia que no nos hubiésemos estrellado en el avión y ahora nos friese un cortocircuito<br />

callejero –dice Sole con el susto asomándole por los ojos.<br />

Damos un rodeo para evitar cableados no revisados desde hace siglos sin conseguir que el temblor de<br />

las piernas nos abandone.<br />

Al llegar al templo encontramos a Bartolomé cambiando uno de los neumáticos de la furgoneta. Me<br />

pregunta si no me importa celebrar la Eucaristía mientras él termina de arreglar el vehículo. Luego aprovechará<br />

para confesar a quien lo desee.<br />

La Misa es una auténtica celebración de la fe; los curas tenemos la ventaja –que casi siempre es<br />

inconveniente- de detectar enseguida si la feligresía vive lo que está sucediendo. En mis seis años de ministerio<br />

sacerdotal muy pocas veces he experimentado esa sensación en España; los meses que pasé en República<br />

Dominicana lo anormal era lo contrario, notar que los fieles andaban de cuerpo presente y espíritu ausente. El<br />

templo de El Cristo estaba lleno, lo que, de principio y tal como está de perseguido en Cuba el manifestarse<br />

creyente, suponía un punto a favor de la gente.<br />

Se cantaban las canciones de forma sentida, las lecturas se habían preparado con tiempo y había un<br />

interés general por oírlas (no era obstáculo que la megafonía se redujese a elevar el tono de la voz), el ambiente<br />

era de fiesta. No me sorprende que los misioneros vocacionados encuentren penoso tener que regresar a sus<br />

países del primer mundo; para quien cree de verdad lo que predica, el Evangelio, formar parte de una comunidad<br />

de este estilo es una inmensa suerte que compensa todas las penalidades que pueda suponer vivir en países<br />

subdesarrollados.<br />

Lo dice también Javier Reverte en Vagabundo en África: “Las misas en África, largas y alegres, se viven<br />

con mayor sentimiento de fe y esperanza que en Europa... Por eso, quizás, los sacerdotes europeos en África son<br />

hombres felices, joviales como los niños que disfrutan con su juguete favorito”. En ese sentido se puede predicar<br />

lo mismo de Latinoamérica.<br />

41


En este momento caigo en la cuenta de que Cuba es un país subdesarrollado. No me retracto. Ya no me<br />

sirve la tópica propaganda de que en Cuba todos tienen educación universitaria, la sanidad es pública y gratuita,<br />

ningún niño duerme en la calle y a nadie le falta el pan. Pero vuelvo al templo de El Cristo, donde un buen puñado<br />

de creyentes estamos celebrando nuestra fe. El Evangelio del día es el que habla del hombre que se va de viaje y<br />

confía a su siervo cinco millones. A su vuelta el siervo ha conseguido duplicar la cantidad dejada en custodia. Mi<br />

sermón es breve, no me gusta extenderme en explicaciones de algo que, por lo general, está bastante claro. Uno<br />

de los monaguillos me ha dicho que en el coro hay alguien que se llama Aksana. La llamo desde el presbiterio. Es<br />

una muchachita mulata. Ella me ayuda a actualizar la Palabra de Dios escuchada. Dios nos da, no cinco millones,<br />

sino mil millones de salud, de amor, de fe, de inteligencia, y lo único que nos pide a cambio es que se lo<br />

devolvamos duplicado compartiéndolo con los demás, especialmente los más necesitados. San Pablo también<br />

tenía un mensaje bonito que compartir esa tarde con nosotros: “Estad preparados para cuando llegue el Señor”.<br />

Le pregunto a Tomás, el que había venido con nosotros en la furgoneta para animar los cantos, que nos<br />

diga a toda la comunidad cuánto tiempo a la semana dedica a amar a Dyanami, su novia. La pregunta le<br />

sorprende, pero contesta bien: la ama a todas horas. Dyanami ya no sabe cómo colocarse en el banco para no ser<br />

vista; su deseo sería hacerse invisible. Es muy tímida. Aprovecho la coyuntura para explicar que Dios nos ama<br />

igual que Tomás a Dyanami, a todas horas, que sería absurdo que un enamorado le dijese a su novia: “Esta<br />

semana te voy a amar tres horas, el jueves después de comer, el sábado a las seis y el domingo antes de Misa”.<br />

Un amor así no es amor. Por eso precisamente, porque Dios nos ama a todas horas, nosotros, en justa<br />

correspondencia, debemos amarlo siempre, que eso y no otra cosa supone el estar preparados para cuando el<br />

Señor llegue. Hago hincapié en el aspecto gozoso de la lectura de Pablo, ya que lo normal es cargar las tintas en<br />

el lado amenazador. “Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la Tierra, del Santo Padre Juan Pablo<br />

II...”, ahí he titubeado un instante, no porque me falle la ortodoxia al profesar mi adhesión al Papa, sino porque no<br />

quería decir Padre Santo. Cuando te obsesionas con algo acaba traicionándote. A un compañero mío se le escapó<br />

en una homilía aquello del chiste, la multiplicación de los penes y las paces, por algo serían.<br />

Al terminar la Misa muchas personas entraron a la sacristía a saludarme -de todas recuerdo el nombre-:<br />

Dunia, Karina, Aksana, Luis, Eduardo, a quien le cantamos el cumpleaños feliz durante la Misa, Sucel, Cecilia,<br />

Aksanay, Gisela, José de la Cruz, Odailmiris, Andrés, Yanuris, Frenk, Gabriel, Yerileidi, otra Yanuris, Anita,<br />

Cosme...; esta gente sabe ser acogedora.<br />

Renqueando, la furgoneta nos devuelve a la ciudad más caribeña de la isla. En el viaje Tomás y<br />

Dyanami nos anuncian que se casarán el día veintitrés de diciembre. Sole les anticipa el regalo de bodas, echa<br />

mano de su mochila y saca una pluma estilográfica muy aparente -propaganda de la ONCE- y unos pendientes<br />

preciosos que hacen juego con la belleza soberbia de la chica. Su mochila y mi riñonera parecen no tener fondo:<br />

cuantos más abalorios sacamos más parecen quedar. Tomás ha terminado sus estudios y ahora debe ofrendar<br />

tres años de su vida a la patria, en el llamado servicio social. Es una constante del sistema cubano, desde los<br />

doce años se obliga a los niños a trabajar en los campos, en la zafra de la caña, del café o de lo que se tercie.<br />

Odalys nos ha hablado de esa experiencia, de los becados; durante cuarenta y cinco días los chiquillos y<br />

chiquillas se parten los riñones en el campo trabajando gratis para el gobierno. Viven en barracones y la ración<br />

alimenticia consiste en chícharo aguado. A los padres se les obliga a visitar a sus hijos utilizando transporte<br />

especial que han de pagar al precio del oro. Es un negocio redondo para el Estado. Odalys confiesa que quedó<br />

traumatizada por aquella etapa de su vida. A veces ha habido tímidos intentos de protesta, como cuando el año<br />

pasado todo un curso de becados se dedicó a pisotear el café recolectado, pero pronto las aguas vuelven a su<br />

cauce con alguna paliza que se escapa por aquí y otra más por allá. Nadie está libre de ese débito a la<br />

Revolución.<br />

Un hermano de Tomás, cirujano que consiguió ampliar estudios en prestigiosas universidades alemanas,<br />

se inutilizó para el ejercicio de su profesión cuando un machete más afilado de la cuenta le cercenó dos dedos de<br />

la mano derecha en la recogida de la caña. Ni el ser un fuera de serie te exonera de cumplir con tu obligación para<br />

con el pueblo. Sólo hay una excepción, al menos así nos lo hacen saber fuentes tan distintas como el padre<br />

Bartolomé y los campesinos de las aldeas: te puedes escabullir si reúnes dos requisitos, el primero de ellos es ser<br />

familiar de algún alto cargo del Partido; el segundo, deshacerte de algún dinero a favor de la causa. Aquellos que<br />

no van a los campos por motivos de salud saben que no podrán optar a estudios universitarios. Es la filosofía del<br />

Partido: si estás enfermo para trabajar también los estás para cursar estudios superiores; tan lógicos como<br />

requerir de amores a una estufa de butano.<br />

Por supuesto que todo esto no es lo que yo había leído en algún artículo de Mario Benedetti favorable al<br />

sistema castrista: “Ya no son convocadas como en épocas pasadas, enormes movilizaciones al campo, con<br />

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doscientos mil o más voluntarios, cuya buena voluntad y desprolijidad laboral más perjudicaban que beneficiaban<br />

al corte de caña y otras tareas agrícolas. Ahora, el aporte no excede los veinte mil trabajadores voluntarios, en<br />

especial estudiantes, en contingentes que acuden al campo, en turnos sucesivos, sólo por quince días, y allí<br />

cumplen con un trabajo impecable.”<br />

Por el camino vemos camiones cisternas –con matrículas anteriores al año 59- que congregan a gran<br />

cantidad de personas. Son los camiones-pluma, bares ambulantes que venden cerveza de garrafa, infecta como<br />

pocas. A su alrededor los jóvenes bailan al ritmo de cualquier música producida por ellos mismos.<br />

Carlos detecta el jolgorio y pregunta a la monja por su origen; Alanis se lo explica. “Si hay plumas debe<br />

haber patos”, comenta Carlos en ingenioso juego de palabras. Y todos los ocupantes de la furgoneta ríen la<br />

ocurrencia admirados de lo prontamente que se ha hecho Carlos con la terminología jocosa.<br />

Mari Nati regresa esa misma noche a España; nos despedimos de ella y quedamos en encontrarnos más<br />

adelante en Madrid para continuar gestionando otros apadrinamientos.<br />

Odalys ha recibido noticias preocupantes sobre su tía; oficialmente se desconoce su paradero, aunque<br />

hartos estén todos de saber que ocupa celda en la cárcel de mujeres de Santa Clara. Al parecer, alguien que<br />

compartía con ella cautiverio y que ha logrado la libertad asegura que su salud no es digna de encomio. Es una<br />

forma suave de decir que la pobre mujer lo está pasando mal.<br />

El suministro de agua sigue cortado; Odalys hierve el agua de lluvia para achicharrar a las amebas. Caso<br />

inútil, me parece. Esa misma tarde no hemos tenido más remedio que aceptar la invitación de las gentes de El<br />

Cristo: limonada. No podíamos hacer el feo, como se suele decir. Mi imaginación me jugaba la mala pasada de ver<br />

saltar a las amebas dentro del hielo del refresco, y eso que son microscópicas. “Pasen y vean, organismos<br />

bacterianos, queda abierta la veda del turista”, le digo a Sole. Ella me entiende.<br />

La luz tampoco ha regresado; hoy no hemos tenido ni un solo minuto de fluido eléctrico. El Presidente no<br />

tenía nada que comentar en televisión.<br />

Antes de acostarnos le hablamos a Román de lo que hemos visto en los campos; aunque tan sólo están<br />

a quince kilómetros constituyen un lugar remoto para los santiagueros, dadas las escasas posibilidades que tienen<br />

de desplazarse hacia allá. Odalys, sin querer, me amarga la noche:<br />

- Se deben sentir ustedes tan dichosos solucionando las vidas de tanta gente..., se desprenden de cinco<br />

dólares y le hacen un mundo a la familia que los recibe..., es un milagro –dice ella.<br />

No respondo. Estaría fuera de lugar exponer lo que en verdad pienso, que me siento un intruso entre<br />

tanta miseria, que yo regresaré dentro de poco a mi mundo insolidario y cómodo, con agua caliente y calefacción,<br />

sin hablar de las comidas a la carta, mientras que ellos, los que tan agradecidos me han de estar, continuarán<br />

viviendo la pesadilla de la subsistencia. Y me avergüenzo de haber nacido en el lado injusto del planeta. Creo que<br />

ese sentimiento de culpabilidad es lo menos que puedo aceptar a cambio de todos los adelantos de que disfruto.<br />

Ya en la cama –Carlos en la tumbona- comentamos algunos aspectos del sistema de apadrinamientos.<br />

Nos incomoda el hecho de que haya tantos niños sin apadrinar.<br />

- No es justo que Camilo esté apadrinado y el vecino de la casuta de enfrente no; se crea una situación<br />

de agravio comparativo que en ningún caso puede ser bueno –afirma Sole.<br />

Comparto su opinión, pero ¿qué hacer? Cambiar el sistema de apadrinamientos por proyectos de<br />

desarrollo sería la solución, sin embargo, la política cubana no permite la puesta en práctica de esos programas.<br />

Admitir ayuda benéfica extranjera de forma abierta supondría confesar que el sistema socialista no ha conseguido<br />

el paraíso publicado. Mientras en Cuba no varíe la situación el sistema de apadrinamientos –un tanto clandestino-<br />

es la única manera de conseguir mejorar el nivel de vida de estas familias. Sólo podemos incrementar el número<br />

de padrinos para que no se den situaciones de desigualdad en las comunidades que reciben ayuda. Carlos sale<br />

por los cerros de Úbeda anunciando que una alternativa satisfactoria sería enviar al Padre Santo un custodio auto<br />

actuante o un catalizador del pensamiento para que lo convirtiese en persona. Sigue desvariando con sus seres<br />

celestiales y yo me adentro en el mundo de los sueños, en el que no hay niños raquíticos con manos extendidas ni<br />

jineteras avergonzadas de tener que vender sus cuerpos para alimentar al bebé.<br />

- Seguimos peleando por el 26 –le oigo decir entre sueños.<br />

43


13 DE NOVIEMBRE, SÁBADO<br />

Bartolomé me recoge con un coche enano del año cincuenta y cinco, mezcla de seiscientos y motocarro.<br />

Son las siete y media de la mañana. He madrugado más de la cuenta porque hoy estaba previsto que mantuviese<br />

un encuentro con los seminaristas de la diócesis para hablarles de mi experiencia sacerdotal en España. El<br />

suministro de luz y agua continuaba cortado, por lo que me he tenido que duchar con el agua de lluvia que tan<br />

diligentemente recoge Román en el patio. La verdad es que no es tan incómodo utilizar un vaso para ducharte.<br />

Puede que sea la solución al despilfarro de agua en épocas de sequía.<br />

Afortunadamente he pillado desprevenida a Odalys y consigo marcharme sin desayunar.<br />

A las ocho y cuarto comienzo la charla; todas las ideas que traía se me han ido quedando en las<br />

esquinas del camino, pero no me importa, lo único a considerar es que estoy vivo después de haber atravesado<br />

todo Santiago en un ¿coche? sin frenos y con la dirección hecha una lástima.<br />

Hay un grupo de quince seminaristas. Me entra el miedo escénico, no puedo evitar recordar mis dos<br />

años de formador de seminaristas en el Seminario Menor de Albacete. Trago amargo aquella época. Temo que<br />

me vayan a hacer lo mismo que gustaban practicar mis pupilos, comenzar a cuchichear entre ellos y a ignorar por<br />

sistema mis palabras. No me siento con fuerzas para llamarles la atención, que era en lo que desembocaba años<br />

atrás. No hay lugar, ha sido un espejismo, el calor y tanta novedad ya me están comenzando a pasar factura. Los<br />

seminaristas no sólo atienden a mis palabras, sino que participan, preguntan y, pese a que les había prometido no<br />

demorarme más de hora y cuarto, a las once y media todavía continuábamos reunidos. ¡Qué diferencia con el<br />

escenario español!<br />

Hablamos un poco de todo, de las comunidades eclesiales de base, de mi trabajo como funcionario de<br />

prisiones compaginado con mi consagración sacerdotal, de las dificultades de la Iglesia cubana, de sus logros, del<br />

trabajo pastoral de cada uno de ellos..., resulta gratificante encontrar un grupo de jóvenes -y no tan jóvenes;<br />

Jorge, por ejemplo, tenía cuarenta y dos años- comprometidos vivamente con la causa del Evangelio. A lo mejor<br />

con esto quiero decir que no es fácil encontrar eso mismo en los seminarios españoles, no sé, mi paso y contacto<br />

con cuatro muy diferentes seminarios en España alguna autoridad me confieren para opinar. Y conste que no todo<br />

el monte es orégano o, como dicen en la zona de Holguín, también hay chivos entre los machitos; detecto que no<br />

falta el interesado de turno que se ha arrimado a la sombra de la Iglesia para poder comer de caliente todos los<br />

días y conseguir una educación esmerada.<br />

Otra observación que anoto en mis adentros es algo que el pudor me impediría compartir, pero que, a la<br />

tarde, Bartolomé sacará a relucir. Se lo agradeceré, hay temas que a uno le queman en el pecho si no los expulsa.<br />

Aún después de dar por concluido el encuentro con los aspirantes al sacerdocio algunos de ellos hacen<br />

corro a mi alrededor ansiosos de darme a conocer la realidad de su particular Iglesia, emocionados como estaban<br />

de que pudiese interesarme vivamente. Casi de pasada les había comentado que el único documento eclesial que<br />

conocía de su isla era el redactado por los obispos cubanos en forma de pastoral allá por el año noventa y dos, “El<br />

amor todo lo espera”. Siempre lo he tenido por mensaje valiente y en más de una ocasión lo he utilizado para<br />

ilustrar la posición de la Iglesia (y aquí hasta caben los obispos) en el tema de la política. Dijeron en aquel<br />

entonces los prelados, con bellas palabras, que la Iglesia no puede identificarse con opciones ideológicas que no<br />

estén a favor del prójimo. En un contexto dictatorial es de justicia reconocer la valentía del discurso:<br />

“Nosotros, pastores de la Iglesia, no somos políticos y sabemos bien que esto nos limita, pero también<br />

nos da la posibilidad de hablar a partir del tesoro que el Señor nos ha confiado: la Palabra de Dios (...) La Iglesia<br />

no puede tener un programa político, porque su esfera es otra, pero la Iglesia puede y debe dar su juicio moral<br />

sobre todo aquello que sea humano o inhumano, en el respeto siempre de las autonomías propias de cada esfera<br />

(...) Nuestros puntos de vista no están referidos a ningún modelo político, pero nos interesa saber el grado de<br />

humanidad que ellos contienen. Hablamos, pues, sin presión de nadie y sin compromisos.”<br />

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Los seminaristas me consiguieron el texto íntegro, y no sólo eso, sino que me obsequiaron con La voz de<br />

la Iglesia en Cuba, cien documentos episcopales que abarcan desde el 1914 hasta el 1994, maravilla que permite<br />

ver qué genio y garra se han gastado los católicos cubanos al construir el Reino de Dios en estas tierras (con una<br />

lengua muy suelta que ha ocasionado torturas y desapariciones), y el documento final del ENEC -Encuentro<br />

nacional eclesial cubano- , desarrollado en el 86 y síntesis extraordinaria de la fe de un pueblo en sus muchas<br />

vertientes.<br />

Más tarde el padre Bartolomé me regaló, para no ser menos, Grandes figuras y sucesos de la Iglesia<br />

cubana, de Salvador Larrúa Guedes, editado -lógico dado su contenido-, fuera del país, en República Dominicana,<br />

para ser exactos. Es un libro neutro, en el que no se cita en ningún momento a Fidel Castro y se omite cualquier<br />

valoración sobre la Revolución, de ahí su carácter contrarrevolucionario.<br />

Quisieron rebajarme el atragantamiento de papeles con un jugo de guayaba y leche que sabía a gloria –<br />

muy parecido a lo que en Santo Domingo llamaban Morir Soñando, cóctel de chinola con leche-, y que me hizo ver<br />

hasta qué extremos llega la hospitalidad cubana. Ese manjar sólo lo bebían ellos en las más grandes ocasiones.<br />

El tiempo se había echado encima y debía regresar. Pero no había carro, alguna urgencia pastoral tenía<br />

ocupados todos los vehículos de los que disponía el Seminario, por lo que me invitaron a comer. Berro y arroz, no<br />

más. Compartí plato con Luis, seminarista añoso que antes de atender su vocación terminó la licenciatura en<br />

Filología. Me enseña su tesina sobre El Jarama, de Sánchez Ferlosio. Gracias a él me entero de que el río es una<br />

metáfora de la Guerra Civil española. Uno de los anexos del trabajo muestra un croquis del curso del Jarama con<br />

las ciudades más importantes; no termino de creerme que lo haya dibujado a ciegas, no por la fidelidad con la que<br />

muestra el boceto, sino por su explicación: “No me fue posible conseguir ningún mapa detallado de España”.<br />

Increíble. Un universitario no tiene acceso a un mapa detallado de España.<br />

La sobremesa la paso con el padre Centelles frente a un televisor cuya imagen carraspea si la puerta del<br />

frigorífico que hay a su vera no se coloca en determinada posición. El jesuita, el irónico más inteligente con el que<br />

he tratado nunca, me habla con la ambigüedad de los prudentes de la historia de Cuba, desde Martí hasta la visita<br />

del Papa, pasando por acontecimientos como Mariel, Playa Girón, la zafra de los diez millones, Camilo<br />

Cienfuegos, Hubert Mato, Mas Canosa, Alpha 66, etc., etc., etc.<br />

Sale a relucir el libro de Vázquez Montalbán Y Dios entró en la Habana y los artículos de Zoé Valdés. Ha<br />

intentado terminar de leer el primero, confiesa que le resultó imposible: “Cuando se acumula tanto dato con<br />

apenas corazón a uno le aburre leer hasta la biografía de la propia abuela; no se puede dogmatizar sobre una<br />

realidad miserable alojándose en hoteles y entrevistándose casi exclusivamente con personalidades, sean<br />

partidarias o detractoras del Régimen. Y por la parte que le toca a la teología el libro me parece simplemente<br />

indocumentado; la Teología de la Liberación ha venido a apoyar a Fidel, dice, y coloca como exponente a Frei<br />

Betto. Ellacuría, poco antes de ser asesinado, manifestó públicamente que Fidel Castro empujaba al FMLN para<br />

no quedarse solo. Ya se ve que no toda la Teología de la Liberación apoyaba al Presidente”.<br />

Introduzco el inciso de que, de vuelta en España, leí el libro y agradecí esa información vetada al común<br />

de los cubanos. Es triste que los extranjeros podamos estar más puestos al día que los propios interesados sobre<br />

grandes cuestiones. Coincido plenamente con la crítica del jesuita respecto al tratamiento de la Teología de la<br />

Liberación.<br />

En cambio, a Zoé Valdés, sí le seguía la pista con agrado; le reprochaba el lenguaje soez, pero nada<br />

más. Y eso, en el jesuita, era sinónimo de gran aprobación. Respecto a su opinión sobre el comandante en jefe lo<br />

único que puedo sonsacarle es que se trata de un personaje muy inteligente y muy mal economista. Este último<br />

dato lo oiré muchas veces durante mi estancia en Cuba, por eso me sorprenderá que Recarte, solvente<br />

economista, afirme que Fidel es un mago de las finanzas.<br />

Por fin regresa Bartolomé con la noticia de que la furgoneta ha vuelto de los campos y podemos regresar<br />

a la casa de Odalys. Siento que se interrumpa la charla con Centelles, es un pozo de sabiduría cubana.<br />

Como buen formador, Bartolomé, en el trayecto hasta el reparto de santa Bárbara, sondea mi opinión<br />

sobre los seminaristas. Lleva el intercambio de pareceres hasta el terreno que le interesa y, por fin, acaba<br />

sincerándose: “Hace dos días tuvimos que decir a dos de los muchachos que pasasen un tiempo en sus casas.<br />

Fue, digamos, una expulsión temporal.<br />

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En plenos ejercicios espirituales habían reñido hasta llegar a las manos. Eran muy amigos, tenían una<br />

relación de la que en mis tiempos se llamaba amistad particular, no sé si tú habrás llegado a oír hablar de eso”. Le<br />

contesto que sí; hoy en día en los seminarios se sigue temiendo hablar de homosexualidad; hemos pasado del<br />

eufemismo “amistad particular” al vacío lingüístico. En justa correspondencia le confieso que la única nota<br />

disonante de mi apreciación sobre el grupo de seminaristas era la poca virilidad en las maneras de algunos de<br />

ellos, por utilizar términos rebuscados. Hablamos de lo mismo.<br />

En Cuba parece ser que el fenómeno de los patos ha alcanzado a los seminarios, a Bartolomé se le nota<br />

sinceramente preocupado por ello. Mi breve experiencia de dos años como formador seminarístico la pongo a su<br />

disposición: “En España ocurre tres cuartos de lo mismo. No digo yo que abunden los homosexuales en el clero y<br />

en los seminarios, pero sostengo contra viento y marea que, en proporción, es un colectivo de alto índice de<br />

amaneramiento, al menos amaneramiento acusado. Quien no se deje llevar por el escándalo o la defensa a<br />

ultranza y falsa de lo que pueda perjudicar a la Iglesia, ha de reconocer que esto es así. Mira, Bartolomé, lo que<br />

está a la vista no tiene engaño.”<br />

Le expongo mi teoría, criticada mil veces por compañeros diocesanos, de que los seminarios, la Iglesia<br />

en general, en un lugar propicio para refugio de homosexuales, por lo menos hasta hace unos años. Estas<br />

personas han sido, por sistema, humilladas y rechazadas en la totalidad de sectores sociales; la Iglesia, por<br />

sistema, no puede rechazar y humillar a nadie, por lo que ha sido el único espacio en el que la homosexualidad se<br />

asentaba, por más que, paradójicamente, en el plano de la teoría también se empeñase en machacarla. Conozco<br />

dos casos de sacerdotes amanerados y homosexuales en funciones que lavan su conciencia predicando con<br />

enfermiza frecuencia en contra de “esos depravados que se casan entre sí siendo del mismo sexo y aún desean<br />

afrentar a Dios adoptando hijos”.<br />

No es tema de risa; algunos profesionales lo han pretendido abordar desde la psicología, desde la<br />

sociología, pero se tropiezan con la falta de colaboración de los implicados, claro está. Así no es extraño que, de<br />

cuando en cuando, las páginas sensacionalistas de los periódicos informen del caso de tal arzobispo o cual<br />

sacerdote sorprendido con su masculino amante o practicando libidinosos tocamientos a adolescentes. Se rodó<br />

una muy buena película sobre el particular “Priest”, que pasó sin pena ni gloria por España, no así por el resto de<br />

Europa, especialmente en Alemania e Italia.<br />

Me pongo algo pesado repitiéndole a Bartolomé que lo preocupante no es el hecho de que un sacerdote<br />

sea homosexual, como tampoco lo es el que lo sea un médico o un campesino, sino que se cree violencia<br />

viviéndolo a escondidas y teniendo que mantener la moral tradicional de azote de sí mismo. La llegada a la casa<br />

de Odalys pone fin a nuestra conversación. Me despido del compañero hasta el día siguiente; pasará a<br />

recogernos temprano.<br />

Carlos y Sole escuchan atentamente a un moreno de bigote cavernoso y verbo fluido. Se llama Israel y<br />

es epidemiólogo. Su mujer es dentista, la que atiende a toda la familia de Odalys, razón por la cual ésta se ha<br />

sentido en la obligación de acceder a la petición de Israel para entrevistarse con nosotros. Quiere una medicina,<br />

una muy específica para la esquizofrenia; él padece ese trastorno. Rebuscamos en las maletas sin esperanzas.<br />

No importa, parece aceptar el contratiempo y se conforma con hacerse escuchar.<br />

Si no hubiese aclarado que su psicología lo traiciona, de buena gana Carlos le habría rebatido las<br />

muchas barbaridades y contradicciones en las que caía: “Entre mi esposa y yo conseguimos un sueldo de<br />

novecientos pesos mensuales; es bastante dinero para lo que se estila por acá, y, sin embargo, créanme ustedes,<br />

nos es difícil vivir con una mínima dignidad. No hay jabón, no hay comida, no hay ropa... En Cuba estamos<br />

viviendo, aún dentro del período especial, un comunismo capitalista, admítanme el dislate. Todo cubano es<br />

instruido, no culto, sino instruido, yo, por ejemplo, no sé hablar del todo bien, aunque he leído el artículo famoso<br />

de García Márquez publicado en un periódico de ustedes, El País, ¿ven como estoy informado?, he leído ese<br />

artículo, Una botella al agua, creo recordar que se titula, en el que se burla de la ortografía. Los médicos nos<br />

burlamos de la ortografía, porque no salva vidas humanas... En Cuba somos sesenta y cinco mil médicos, y otras<br />

tantas enfermeras, personas muy preparadas, no como en otros países, el de ustedes, la madre patria, que para<br />

diplomarse en enfermería bastan tres años. Y nuestra Universidad es de las más avanzadas del planeta. Gracias<br />

a eso podemos atajar cualquier epidemia, cualquiera, sin ir más lejos les hablaré del brote de dengue del 97,<br />

¿oyeron hablar de él? Sólo doce muertos, un éxito; y gracias a eso la tasa de mortalidad infantil es bajísima...”<br />

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Él prosigue su verborrea y me inhibo. Es sábado, y se nota en la gran cantidad de chulos apacentando a<br />

jineteras que pasan por delante de la puerta. Israel nos invita a visitar el policlínico en el que trabaja, el mejor de<br />

Santiago, el 30 de noviembre. “Así verán que cuanto dicen del sistema sanitario cubano es cierto. La Revolución<br />

ha traído importantes triunfos en todos los campos.”<br />

En atención a su enfermedad asentimos a todo de forma cortés. No sería adecuado manifestarle que las<br />

cifras de mortalidad infantil que hemos leído en España respecto de su país son bastante más altas de lo que<br />

defiende. Tampoco tiene objeto hacer referencia a los abortos obligados al detectar anomalías en el feto, práctica<br />

ésta que rebaja la tasa considerablemente. ¿Y para qué cuestionar que unos estudios universitarios en los que no<br />

hay libros de texto, ni apuntes, ni clases prácticas, ni bolígrafos siquiera, malamente pueden ofrecer unas mínimas<br />

garantías? Muy discutible esa docena de muertos por el dengue del 97; Carlos estuvo ese año en Cuba y,<br />

lógicamente, se interesó por el tema. En España las cifras se ofrecieron bastante abultadas y la Embajada de<br />

Cuba en España negó repetidas veces que existiese brote alguno de dengue.<br />

Israel hace alarde de su variada cultura, como él la llama, exponiendo que en España se han sufrido<br />

situaciones todavía más penosas que las cubanas, y en fechas no muy distantes: “¿Podrán negar que el gran<br />

cantante Nino Bravo murió a causa del mal estado de las carreteras? Y eso sucedió en tiempo relativamente<br />

reciente.” Es el broche de oro. Se despide hasta el martes a mediodía; promete pasar a recogernos para<br />

mostrarnos el policlínico.<br />

Lo vemos alejarse con su bicicleta ruinosa y Odalys se disculpa por las muchas inconveniencias que ha<br />

dicho el marido de su dentista. Nos cuenta que en la proyección pública de un documental sobre los logros de la<br />

Revolución él se alzó gritando que casi todos los datos relativos a la sanidad eran falsos. Le costó el atrevimiento<br />

unas cuantas semanas en un centro para enfermos psiquiátricos recibiendo electroshocks, desde entonces no<br />

había levantado cabeza.<br />

Sole duda mucho de que podamos entrar en el policlínico; si no nos han permitido visitar un simple<br />

colegio “por motivos de seguridad”, ¿cómo van a consentir que nos metamos en un hospital, el mejor de<br />

Santiago, para más inri? Odalys es de la misma opinión. Se extiende en la explicación del asunto de los abortos<br />

forzados y recuerdo un párrafo de El amor todo lo espera que esa misma mañana he leído en el Seminario: “La<br />

mortalidad infantil reducida es un logro de la Salud Pública cubana, pero la mortalidad por abortos de niños que<br />

antes de nacer mueren en el mismo lugar donde se consideraban más seguros, en el seno materno, es<br />

asombrosa, particularmente en jóvenes de edad escolar.”<br />

Odalys asegura que el Estado ha arremetido contra cualquier valor que dijera relación con la doctrina<br />

católica, al sentir que se posicionaba como competidora, y de este modo se ha conseguido una sociedad<br />

desestructurada. Ese mismo documento señala que “la nupcialidad prematura es una señal de poco equilibrio<br />

social, los divorcios aumentan en forma alarmante, poniendo punto final a una unión que debiera ser para toda la<br />

vida. Más de la mitad de los que se casan ya se han separado al poco tiempo y hay muchos hijos sin padre”. A<br />

Sole le ha llamado la atención que Israel no parase de vigilar su bicicleta durante la charla, aparcada en la misma<br />

puerta. El miedo al robo es obsesivo en casi todos los que hemos conocido, pero nadie admite, de forma abierta,<br />

que la inseguridad ciudadana exista, por mucho que el comandante en jefe presuma de lo contrario.<br />

Para oxigenarnos un poco decidimos dar una vuelta por el barrio. Invasión ingente de Pocicos y Pocicas<br />

en busca de noche de sábado memorable. Incluso a Román le da vergüenza que veamos tan lastimosa exhibición<br />

de mercancía humana.<br />

- El asunto se ha puesto tan mal que hasta los varones son los que ofrecen a sus propias mujeres como<br />

postuladoras.<br />

Odalys evita términos comprometidos, ni siquiera es partidaria de jinetera, por eso se inventa lo de<br />

postuladora, en virtud de las exageradas poses de las muchachas al enseñarse. La necesidad no sabe de<br />

fronteras; no puedo evitar acordarme de los tratos de varios presos de Jerez, que pagan la droga ofreciendo los<br />

servicios sexuales de sus mujeres. Willy Chirino, cantante cubano en el exilio de Miami, ha compuesto una<br />

preciosa canción para las jineteras, mucho más bonita que la de Jarabe de Palo, “La Flaca”, o que la de Silvio<br />

Rodríguez, “Flores de Quinta Avenida”, creo que es el título.<br />

47


Va anocheciendo. Hay apagón, y el corte en el suministro de agua parece generalizado en todo el barrio,<br />

por no decir toda la ciudad. El reparto de santa Bárbara dispone de más casas en ruinas que habitables, y de más<br />

solares sin edificar que casas derrumbadas sumadas a las que se mantienen en pie. En una librería de la calle<br />

Heredia había visto varios títulos como “Arquitectura de Santiago de Cuba: modelo caribeño”, “Geografía urbana<br />

incontestable del Oriente”. Pura burla.<br />

Odalys nos invita a un helado de puesto callejero; por supuesto no cae en la cuenta de que, amén de<br />

invitarnos a nosotros, está invitando a las amebas a tomar posesión de nuestros estómagos. Ya los ha comprado<br />

y no tenemos arrojo para decirle que no, con lo que abrimos una vez más nuestro intestino a las diminutas<br />

criaturas. Alguien informa a Odalys de la confirmación de la detención y malos tratos a su tía Elaine; el mismo<br />

cauce de información –las noticias se transmiten en esquinas y con muchas precauciones- asegura que Rigoberto<br />

ya lo sabe y está haciendo gestiones en Madrid para hablar con el presidente Aznar antes de que se desplace a<br />

Cuba con motivo de la Cumbre Iberoamericana.<br />

Magalys sigue confinada en su casa con todo medio de comunicación vetado. Me voy convenciendo de<br />

que el cuento de Caperucita no termina como nos solían contar, no todo es tan bello, el cazador no sólo no salva a<br />

la abuelita, sino que acaba violando a Caperucita. La Revolución a favor de los derechos humanos parece que no<br />

es tal –ya dudo hasta de que lo fuese en algún momento-. Frei Betto dice que Fidel dio a Tomás Borge una<br />

respuesta contundente y cierta a la pregunta que se le hizo sobre la cuestión de derechos humanos en Cuba (me<br />

duele que Frei sea compañero cura y opine así, como me duele que Tomás Borge, el teólogo, escritor y<br />

comandante revolucionario, le sirva en bandeja la entrevista a Fidel para su personal lucimiento) La entrevista se<br />

publicó en Un grano de maíz, en el 92:<br />

“Para empezar, Tomás Borge –habla Fidel-, Cuba es el país que más respeta los derechos humanos. Aquí no hay<br />

niños mendigos, ni desasistidos sanitariamente, ni analfabetos, ni abandonados, ni prostitución infantil como en<br />

casi todo el Tercer Mundo y tenemos la mortalidad infantil más baja... En más de treinta años aquí no se han<br />

tomado medidas de fuerza contra el pueblo, ni se ha torturado a pesar de las calumnias, de la misma manera que<br />

jamás torturamos ni golpeamos a nadie durante la guerra revolucionaria y, en parte, por eso la ganamos, por la<br />

dimensión ética de nuestra lucha armada... Pero no podemos aceptar de manera unilateral la supresión de la pena<br />

de muerte cuando estamos frente a los Estados Unidos y constantemente amenazados, envueltos en una lucha<br />

por la supervivencia, en una cuestión de vida o muerte”.<br />

Si ésa es toda la justificación de la pena de muerte, que parece ser que así es, no habrá que alabar el<br />

genio apologético del Comandante. Y conste que hasta hacía no más de dos semanas creía a pies juntillas lo<br />

mismo que aseveraba Benedetti: “Distintos interlocutores me aseguraron que si por fin el Gobierno cubano<br />

decidiera algún día eliminar la pena de muerte, sería imprescindible que previamente llevara a cabo una<br />

cuidadosa campaña destinada a convencer a la población de la pertinencia de esa medida”. Benedetti decía en el<br />

año 91 –y lo sigue manteniendo- que hay una campaña contra Cuba, yo digo que eso es evidente, que todo lo que<br />

molesta a EEUU es crucificado con más ahínco, y el caso de la pena de muerte no va a ser una excepción; el<br />

uruguayo argumenta que en veinte años sólo ha habido en la isla cinco ejecuciones, en otros países cientos, y<br />

nadie los critica tanto. Pero el hecho de que las críticas de EEUU suenen más no quiere decir que sean las de<br />

todo el mundo. En España se critica tanto la pena de muerte en Cuba como en China.<br />

Le doy vueltas a estas palabras antes de dormirme, y no consigo entender cómo se puede negar lo<br />

evidente. En Cuba no hay prostitutas ni niños que pasan hambre. Ni por supuesto torturas; que se lo pregunten a<br />

Israel o a Elaine.<br />

48


14 DE NOVIEMBRE, DOMINGO<br />

El día del Señor. Acá es día de trabajo comunal, la jornada dedicada a mejorar el barrio, la ciudad, la<br />

nación, la Revolución y no sé cuántas cosas más con el trabajo gratuito de los cubanos. Se supone que han de<br />

reunirse –así lo publicitan en demasía por la televisión- los de la misma zona para reparar lo que esté defectuoso,<br />

ya sea un muro, una calle o un poste de la luz. Nosotros comenzamos la jornada temprano, hemos de visitar La<br />

Maya y Alto Songo para terminar de supervisar las casas construidas con el dinero de la ayuda humanitaria. Debe<br />

deberse a la madrugadora hora el que no veamos rastro alguno de ese trabajo comunal gratuito; Bartolomé es<br />

claro en su afirmación: “El trabajo comunal sólo lo vais a ver en los anuncios revolucionarios de las calles y la<br />

televisión. Hace tiempo que la gente ya no está por eso.”<br />

Por primera vez me he puesto los pantalones vaqueros que traje, la pitusa, que así les dicen. Si esta<br />

gente se coloca sus mejores galas para celebrar el domingo, yo no quiero desentonar. Carlos es de la misma<br />

opinión, enriquecida por el deseo de no regresar a Santiago con las piernas saturadas de picaduras de mosquitos.<br />

- También me he puesto los pelusa –informa equivocadamente, y los de la furgoneta se tronchan de risa.<br />

Carlos, Sole y yo compartimos vehículo con el jesuita, con Alanis, la joven monja, y Hugo, seminarista.<br />

Bartolomé, o Tolo, como le decía Mari Nati, me pide que celebre la Eucaristía en La Maya. Encantado. Además<br />

hay cinco bautizos: Ibonis de la Caridad, Brenda María, Adrián Ernesto, Pedro Orlando y Osmari. El templo –lo<br />

que queda de él, dos paredes y el suelo- amenaza tanta ruina que todas las reuniones se celebran en la sacristía.<br />

Ésta es pequeña, con capacidad para no más de cien personas, sin embargo, ocurre lo que con los transportes<br />

públicos, por extraño sortilegio la capacidad se triplica. En la celebración de los bautizos contabilicé, por encima,<br />

doscientas veinte personas.<br />

El seminarista entonaba los cantos y la gente disfrutaba con la Misa, además de intentar respirar de<br />

cuando en cuando. Los chiquillos eran preciosos; uno de ellos, Adrián, residía en Miami y sus padres lo habían<br />

traído ex profeso a su aldea para ser bautizado. El otro, Pedro Orlando, era un prieto de dos años que ya le había<br />

visto las orejas al lobo. Su madre, jovencísima, soltera y de aspecto haitiano, parecía lidiar con la vida a cada<br />

instante. En lugar de mirada poseía dos crisoles de sufrimientos varios. De padrino ejerció Tomás, el capataz que<br />

había dirigido las obras de las casas financiadas por españoles, un miserable potentado entre miserables don<br />

nadie. No repetiré lo muy a gusto que me sentí durante la fiesta de la fe, léase páginas atrás, sólo que esta vez<br />

corregido y aumentado.<br />

Al terminar la Eucaristía Carlos y Sole se reunieron con un grupo de familiares de niños apadrinados<br />

para corroborar datos e informarse de situaciones que transmitir a los que ayudaban desde España. Aprovecho<br />

para hablar con los padres y padrinos de los recién bautizados. Salvo los procedentes de Miami, el resto vive bajo<br />

los umbrales de la pobreza y mínimamente por encima de la miseria. El caso de la madre de Pedro Orlando es<br />

sangrante; inexplicablemente su niño no está apadrinado. Inexplicablemente para mí; Cecilia, que es quien se<br />

encarga de todos los trámites, junto a Eduardo Y Elisabeth, asegura que existen niños en peores circunstancias.<br />

Dijo Heráclito que la plenitud no admitía grados; constato que su contrario sí. Acallo al enano que está martillando<br />

mi conciencia con un puñado de baratijas que la madre de Pedro Orlando podrá vender a buen precio.<br />

Hugo imparte catequesis a un grupo de adolescentes en una esquina de la sacristía; sólo por lo que<br />

hablan y cómo lo hablan sé que es cierto que a los cristianos viejos nos han de evangelizar las nuevas<br />

comunidades latinoamericanas.<br />

Comenzamos, por fin, la visita a familias apadrinadas y casas construidas. Miseria sobre miseria. Las<br />

casas nuevas son como un oasis en la inmensidad de la podredumbre, y eso que estas casas en España serían<br />

de pobre calificativo. Con cien mil pesetas se ha financiado la construcción de dos casas para impedidos, ambas<br />

adosadas. Se les ha solucionado la vida, pero ¿de qué les servirá cuando tengan que salir a la calle y se<br />

encuentren con lomas insalvables, charcos perennes y zanjas inmemoriales?<br />

49


A Fidel se le olvida incluir en sus discursos el tema de los discapacitados, casi mejor, pues de lo<br />

contrario mentiría que en Cuba ningún minusválido se encuentra desatendido. Conocemos a la familia de Juan<br />

Carlos, con una vivienda de habitación única en la que duermen doce personas. Y han de sentirse agradecidos,<br />

porque Juan Carlos está apadrinado y, mejor que peor, nunca les falta qué comer. Mi hermana y mi cuñado no<br />

paran de sacar medallas, baratijas, caramelos, lápices... de sus riñoneras. Si no fuera por lo agradecida que se<br />

siente la gente al recibir estas pequeñeces no se prestarían a semejante demostración de barata caridad. Yo me<br />

juré no caer en lo mismo, y ahora soy el primero que echa mano al bolsillo rebuscando lo que mejor convenga a la<br />

situación.<br />

Usamos la furgoneta para desplazarnos hasta algunas casas, pero la mayoría de las veces hemos de ir<br />

a pie, dado lo impracticable del terreno. Llevamos las sandalias embarradas, y Carlos no se ha incrustado en<br />

ninguna zanja de puro milagro. A pesar de su ceguera creo que está detectando con mucha fiabilidad el grado de<br />

podredumbre que nos rodea. Tomás, el capataz, nos va ilustrando acerca de los problemas que hubo a la hora de<br />

construir, y también nos señala los lugares en los que se levantarán las próximas casas, si llega el dinero, claro.<br />

Nuestros informes no podrán ser mejores, por cincuenta mil pesetas se le soluciona la vida a una familia. Nunca<br />

ha sido más barato acallar nuestras conciencias.<br />

Tomás es un buen hombre que trabaja para los demás, sin embargo, no puedo evitar percibir el tufillo<br />

que de su persona emana. Me recuerda los célebres casos de conversos chinos, aquellos a los que llamaban<br />

católicos de arroz, quienes se bautizaban para obtener de los misioneros un cuenco de arroz. Quizá sea muy duro<br />

en mi apreciación –que no es compartida ni por Sole ni Carlos-, pero la casa de Tomás, a la que también nos<br />

lleva, no se corresponde con la miseria de la zona, y el hecho de que sea de los pocos que tienen una molienda<br />

de trigo (con patente anual de dos mil pesos) me confirma esa teoría. Además, ha tenido varios gestos<br />

prepotentes a lo largo de la mañana, como sacarse del bolsillo unos pesos y entregárselos a los necesitados que<br />

veíamos. Si lo hubiese hecho de forma disimulada lo habría alabado, no obstante, siempre que se iba a<br />

desprender de unas monedas lo anunciaba a bombo y platillo y sólo faltaba que nos pidiese que lo<br />

fotografiásemos realizando la entrega. “Toma, cielo, para que guapees el día”, les gritaba a los beneficiados.<br />

Bartolomé habla maravillas de este hombre. Su criterio es de todo punto fiable para mí, sin embargo, no<br />

sé, no sé... Él nos vende unos sacos de grano que vamos repartiendo por algunas aldeas, el precio al que nos lo<br />

deja es bastante bajo. Creo que estoy demasiado escamado por la experiencia de los muchos dominicanos que se<br />

acercaban a la Iglesia en busca del prestigio que proporcionaba ser amigo del cura, por no hablar de los<br />

beneficios materiales consistentes en algún pequeño obsequio.<br />

En nuestra pequeña excursión de reparto de grano observamos gran cantidad de reses, famélicas, eso<br />

sí. Cecilia vuelve a repetir el chiste de que el comunismo ha convertido las vacas en animales sagrados, igual que<br />

en la India. Debe matar de impotencia el criar ganado para enriquecer al Estado. “Tus hijos pasando hambre y<br />

esos animales más vigilados que el Tesoro Nacional”, nos resume una campesina cuyas manos son puro callo.<br />

En una de las aldeas una mujer con evidentes síntomas de trastorno comenzó a gritarle a Carlos: “Pero<br />

mire acá, venga, yo estoy enamorada como una perra de ese hombre”. No sé cómo se las ingenia mi cuñado para<br />

triunfar allá donde vaya. Cecilia nos explica que la falta de alimentación produce unas locuras impresionantes. Lo<br />

habíamos notado. Lo que acá llaman neuropatías (que en ciertos casos es un eufemismo del beri-beri,<br />

enfermedad vergonzosa que, por supuesto, no se da en Cuba, aunque la haya en todas las regiones) es la más<br />

extendida de las dolencias, coincidiendo con la geografía del hambre, es decir, abarcando toda la isla.<br />

Bartolomé, ya de regreso, nos quiere alegrar algo la mañana y nos señala un lugar de la carretera:<br />

- Vean allá, aquella es la curva de Cuba que más muertos tiene...<br />

Nos extrañamos, pues su peligrosidad parece nula.<br />

- ... El muro que hay al lado es el de un cementerio.<br />

La tarde transcurre pegajosa en la casa de Odalys; Román y Javier juegan con Carlos a la brisca, con una baraja<br />

de Braille que se trajo desde España. Sole conversa con Odalys acerca de recetas y yo ojeo los libros que me<br />

regalaron en el Seminario.<br />

50


Aunque la tormenta se forma en cuestión de segundos y la lluvia cae sin ninguna mansedumbre,<br />

comienzan a llegar visitas en petición de medicinas. En algunos casos la maleta socorre, en la mayoría no se<br />

encuentra lo pedido.<br />

Sole sube a la casa de Esperancita para telefonear a España a cobro revertido; quiere saber cómo se<br />

encuentran sus dos enanos. Recibe la desagradable noticia de la muerte de una tía de su marido; la mamá de<br />

Esperancita también anda algo pachucha y me pide que le administre la unción de enfermos. Mientras tanto, una<br />

joven demandando medicinas ocupa la silla que dejó vacante mi hermana; Carlos, concentrado en el juego, no se<br />

ha dado cuenta del cambio y se dirige hacia ella palmeándole la espalda con una familiaridad que deja sin habla a<br />

la pobre muchacha. No es de los peores equívocos que le he presenciado a mi cuñado; en una ocasión,<br />

guardando turno en un supermercado, Carlos arremetió con el carrito de la compra contra la señora que nos<br />

precedía creyendo que era otro carro. La mujer nada dijo, pero debió quedar con el culo amoratado. Carlos se<br />

justificaba: “Es que como estaba blandito”.<br />

Aprovechamos que ha dejado de llover para acercarnos a la parroquia de santa Teresita, donde vive<br />

José Conrado, el cura que le había vuelto a insistir a Odalys para que nos entrevistásemos. Es un hombre<br />

tranquilo, pausado, de franca sonrisa y mirada inteligente. Nos acoge como sólo los caribeños nobles saben<br />

hacerlo. En un abrir y cerrar de ojos nos ha instalado frente a él en el primer banco del templo; quiere compartir.<br />

Le acompaña Vilma, una religiosa de no recuerdo qué congregación, sí retengo que a ella y sus compañeras les<br />

llaman hermanas sociales. El cura quiere conocer el funcionamiento de la ONG Manos Unidas, está interesado en<br />

promover algún tipo de proyecto de desarrollo en el barrio. Sole, que ha estado varios años trabajando en el<br />

Comité Ejecutivo de Manos Unidas en Madrid satisface su curiosidad. Enseguida comienza su larga e ilustrativa<br />

charla; el aperitivo es el comentario a la penúltima norma dictada por el Gobierno (se suceden con tanta celeridad<br />

que es imposible saber cuál es la última): ya nadie podrá ir a los aeropuertos a recoger pasajeros, excepto los<br />

taxis del Estado.<br />

Quedan incluidos en la prohibición incluso los mismos familiares de los viajeros. Román nos lo traduce:<br />

“Supongan que yo viajo de La Habana a Santiago por el motivo equis; tengo que gastarme veinte dólares en el<br />

taxi que me traerá hasta casa o venir andando por la autopista. Es decir, que he de trabajar cuatro meses para<br />

poder pagarme el trayecto. ¿Por qué hace esto el Padre Santo? Porque ya no sabe de dónde sacar los fulas”.<br />

Aprendo en ese mismo momento que los fulas son dólares y José Conrado intuye que el Padre Santo es Fidel.<br />

La conversación deriva hacia las cárceles de Fidel (siempre de Fidel, no el Estado o simplemente<br />

cárceles), quizá porque a Conrado le sorprenda que yo sea cura y funcionario de prisiones. Muchos internos de<br />

los Centros en los que he trabajado cesarían en sus quejas si conocieran en qué condiciones viven los presidiarios<br />

cubanos. De principio llama la atención el alto porcentaje de población reclusa, hay doscientos mil internos para<br />

una población de diez millones, de los cuales entre mil quinientos y dos mil son presos políticos. Las epidemias de<br />

piojos, de sarna incluso, son frecuentes; por supuesto que la comida se reduce a lo mínimo, por no hablar de las<br />

medicinas, que son rara avis en las cárceles.<br />

Por esta zona son célebres los presidios de Boniato y Ciudad Mar, éste de mujeres. También son<br />

conocidos el Centro de Menores, en la carretera de Mar Verde, la prisión provincial, donde la detención máxima es<br />

de ocho días, y la Granja de Tránsito (antes localizada en Siboney, lugar revolucionario por excelencia, allá se<br />

refugiaron los insurrectos de Fidel tras el desembarco del Granma), en la que paran los que cometen infracciones<br />

de tráfico. En la misma ciudad está la Zona de Versalles, también conocida como olla a presión, porque todo el<br />

que entra canta. Román conoce a un compadre que salió lisiado de pie y brazo derecho después de un suave<br />

interrogatorio (quizá la elección de los miembros se debiese a inclinaciones ideológicas) La hermana Vilma<br />

trabaja en una de las cuarenta y seis comunidades que atienden la pastoral penitenciaria y relata horrores de los<br />

Centros. Las reclusas no disponen de ningún tipo de producto higiénico ni de ropa interior; el personal que<br />

gobierna las cárceles es militar, lo que ya da idea de qué tipo de régimen se aplica. Para colmo, en un muro bien<br />

visible del edificio se puede leer: “El sistema penitenciario cubano es el más justo”.<br />

Huelga decir que también el más modesto. No sé por qué ese cinismo me recordó el letrero que presidía<br />

la entrada del campo de concentración de Dachau: “Arbeit macht Frei”, (el trabajo nos hace libres). Lo visité con<br />

veintiún años y creo que es lo más pavoroso que he visto nunca, no por las fotografías que adornaban los<br />

barracones y por estos mismos, sino por el respeto casi sagrado con el que nos movíamos todos los visitantes.<br />

Esto era una divagación inoportuna que me distrajo de la explicación de Vilma sobre las cárceles. Para<br />

ella una de las monstruosidades más detestables es el alto grado de homosexualidad que existe dentro.<br />

51


“Como pasan horas y horas sin nada en que entretenerse acaban abocadas a las desviaciones<br />

sexuales”, comenta en voz baja para que no nos escandalicemos. “Piensen que sólo hay un televisor para cuatro<br />

bloques, y el televisor no funciona”.<br />

Es cosa de risa, si no fuera por lo dramático de la situación. Nos habla Conrado de una asociación,<br />

“Presos libres entre rejas”, que en la cárcel de Boniato han creado una especie de fondo común, una java, para<br />

compartir comida y dinero. El contacto con el exterior deja mucho que desear; los familiares que son autorizados a<br />

comunicar con los presos son registrados indecorosamente, cacheados incluso con desnudos integrales, lo que<br />

aquí en España ya está casi prohibido aplicar a los mismos presos.<br />

Los sacerdotes no pueden entrar en las cárceles, ni tampoco símbolos religiosos, como cruces, rosarios,<br />

estampas. Esto es lo que más le duele a la monja. La verdad es que esta mujer, no sé si por su edad, o por su<br />

formación, habita un reino que no es de este mundo. Propone como principal medida para reconducir la vida de<br />

las presas la compra inmediata de varias barajas y juegos de parchís; estando entretenidas no se entregarán a<br />

devaneos contra Natura. Odalys, que también trabajó en la pastoral penitenciaria y conoce la situación, se indigna<br />

cuando Vilma nos pide ayuda para hacerse con ese material lúdico, y su enfado llega a extremos impensables en<br />

mujer tan comedida cuando la religiosa insiste en que se podían comprar en la shopping por tan sólo seis dólares.<br />

Verdaderamente esta mujer, por mucho tiempo que lleve acá lidiando con situaciones extremas, no tiene dos<br />

dedos de frente, me duele decirlo.<br />

Hay otras referencias que procuro no olvidar: los presos llevan uniforme especial y son obligados a<br />

trabajar en faenas consideradas penosas por el común de la población: construcción de carreteras, canteras, etc.<br />

En el patio de la iglesia se oyen, de cuando en cuando, aplausos y gritos; “Los del grupo de alcohólicos<br />

anónimos están celebrando una reunión”, aclara el cura. José Conrado intentó en una ocasión hacer llegar ayuda<br />

humanitaria desde Miami; ciento cincuenta millones de pesetas en medicinas gracias a la mediación de George<br />

Bush y el cardenal de Boston. A última hora Fidel lo prohibió. A Mari Nati le sucedió un caso calcado; con sus<br />

contactos y la ayuda de una ONG gallega, EGA, me parece que eran sus siglas, pudo hacer llegar a Cuba un<br />

barco cargado de medicinas, ropa y alimentos no perecederos. El Gobierno había autorizado la entrada de todo el<br />

material, pero cuál no sería la sorpresa de la española cuando una contraorden modificó sustancialmente el<br />

acuerdo: ya no toda la ayuda sería distribuida por la Iglesia, sino que el Estado se encargaría de distribuir las tres<br />

cuartas partes, entiéndase apropiarse. Para terquedades, la de Mari Nati, que no le dolieron prendas a la hora de<br />

desviar la ruta del barco y encaminarlo hacia Haití, donde nadie le pondría pegas de ese calibre.<br />

José Conrado nos habla como cura y como cubano, una mezcla explosiva; nos habla con mucho amor<br />

hacia su pueblo y también con mucho dolor: “Padecemos lo que algún psicólogo ha dado en llamar la indefensión<br />

aprendida o desesperanza inducida, hagas lo que hagas no se puede cambiar nada, nos lo han de dar todo<br />

pensado, y ni siquiera tenemos el derecho al pataleo. No sé si por la madre patria conocen un documental de<br />

Estela Bravo, “Habana Miami”, es muy ilustrativo. En él se entrevista a un joven cubano residente en La Habana y<br />

a otro exiliado en Little Havanna. El primero dice que no le desagradaría la idea de ir a Miami; el segundo afirma<br />

que en Estados Unidos se vive mejor que en la isla, pero que en Cuba se puede vivir sin trabajar, logro imposible<br />

de aplicar a Miami, ¿lo ven? El sistema nos está volviendo inútiles, nos condena a carecer de capacidad de<br />

reacción..., es tremendo. Y no les hablo del síndrome esquizofrénico que nos está afectando. Si uno se arriesga a<br />

poner su propio negocio, un puesto de venta, supongamos, se le exige que compre en dólares lo que luego ha de<br />

vender en pesos. ¡Terrible! Hay gente encarcelada desde hace años por negociar con dólares cuando eso es algo<br />

que ya está permitido.”<br />

Vilma sigue dándole vueltas a la compra de barajas y dominós y sugiere que busquemos en las trapi<br />

shopping, lo encontraremos todo más barato. Conozco así una tercera modalidad de comercio, la trapi shopping,<br />

tienda en la que se venden productos usados. El pago es en dólares, lógico de puro ilógico, como casi todo en<br />

Cuba. “Éste es el país del absurdo”, repite Román constantemente. Desde alguna casa vecina se filtra la música<br />

de una canción de Celia Cruz con Emilio Aragón: “De la Habana a Madrid hay una corriente que a mí me llama...”<br />

Odalys se sonríe, Celia Cruz no está permitida en Cuba por su anticastrismo militante. Dice que sólo volverá a la<br />

isla para bailar sobre la tumba del dictador; según voy constatando va a faltar espacio sobre la lápida para tanta<br />

demanda como habrá.<br />

Un prieto anciano entra en la iglesia y nos va entregando un vasito con helado; es del grupo de<br />

alcohólicos anónimos. Nos invitan a su fiesta. El aspecto del helado es tan atractivo como alto su contenido en<br />

amebas; sólo hay que ver de dónde sacan el agua para fabricarlo. Pero la suerte ya está echada, y nos lo<br />

52


tomamos con la mayor satisfacción. Conrado nos presenta al grupo de alcohólicos Esplendor. Nos reciben con<br />

aplausos y con discursos.<br />

También nos invitan a hablar a nosotros, y hemos de hacerlo desde una especie de ambón que han<br />

colocado al lado de la mesa presidencial. Para ser sinceros, pese a lo cutre del rincón del patio en el que están, la<br />

escasa iluminación –una sola bombilla-, y lo desastroso del aspecto de los congregados, esta reunión le levanta a<br />

uno la moral. Escuchamos testimonios de lo más variado. El que habla, invariablemente, comienza diciendo su<br />

nombre y reconociendo su dependencia del alcohol; el resto lo saluda en voz alta. El presidente recuerda a los<br />

presentes que el movimiento nació en el año treinta y cinco y que en Cuba entró de la mano de un sacerdote<br />

español en el noventa y siete.<br />

Se celebra de modo especial el primer aniversario de Danilo sin beber. Al concluir cada intervención el<br />

orador dice: “Felices veinticuatro”. Al principio nos cuesta entender a qué se refieren, luego suponemos que se<br />

trata de las veinticuatro horas que han aguantado sin probar el alcohol. El cura también tiene unas palabras para<br />

con los alcohólicos, les anuncia que está próxima la construcción de un salón en el que podrán reunirse. Aplausos<br />

y felicitaciones. Conrado comenzó su charla con un dicho guajiro que me impresionó: “Acá tiene usted casa y<br />

persona.” Se está haciendo tarde y la reunión concluye con una caldosa, olla común a la que nos invitan y a la que<br />

no podemos quedarnos por estimar que sería abusivo. El presidente de la asociación se disculpa mil veces antes<br />

de atreverse a pedirnos un favor, que le consigamos y enviemos desde España material sobre dinámicas grupales<br />

con alcohólicos. Lo apunto en mi libreta. Conrado nos emplaza para el miércoles a la noche, estará encantado de<br />

invitarnos a cenar. No tanto como nosotros de volver a encontrarnos con persona tan impactante.<br />

Antes de marcharnos le pido a Vilma que me abra el sagrario para que pueda coger al Santísimo para la<br />

madre de Esperancita. Sin venir mucho a cuento me explica que en la cárcel hay jineteras que no deberían estar y<br />

otras que no están pero que se las echa en falta. Esta mujer habla en parábolas, como Jesucristo.<br />

En el camino de vuelta constato que comienzo a oler como en Santo Domingo, es decir, a ropa húmeda.<br />

Esa apreciación no consigue oscurecer lo que me ronda en la cabeza, la película del día, tan cargada de gente<br />

necesitada, de gente que, a pesar de su indefensión aprendida, lucha por salir adelante valiéndose de la fe. “Y<br />

Dios entró en La Habana” es el título del libro de Vázquez Montalbán. No estoy de acuerdo. Dios no puede haber<br />

entrado porque jamás se había salido, ni de Santiago, ni de La Habana, ni de Cuba.<br />

Al tiempo que Odalys nos obsequia con un plato de arroz y fongo nos preguntamos el motivo de que esta<br />

noche no se haya producido apagón. “Es que es hoy mismo cuando llega el Rey de ustedes y su señora esposa”,<br />

resuelve el misterio Javier. Lo poquito que les puede interesar ese dato y el desarrollo todo de la Cumbre a los<br />

pobres cubanos que tendrán mañana que madrugar, como cualquier otro día, para resolver la comida. Luego nos<br />

enteraremos de que en España se comentará mucho la incorrección de Fidel al estrechar la mano de la reina<br />

antes que la del monarca, así como el tema de la camisa de manga corta de Aznar y la fastuosa más que<br />

inadecuada alfombra roja que tapizaba la bajada del avión.<br />

Que las televisiones consuman su tiempo discutiendo esas sandeces mientras hermanos nuestros<br />

pelean por su supervivencia es indicativo de que el tan ponderado progreso de la humanidad no es más que una<br />

falacia.<br />

- Felices veinticuatro- nos desea Carlos tumbado en la hamaca.<br />

- Felices veinticuatro –respondo con el vivo deseo de que lo hayan sido y lo sean para todos los<br />

desheredados del planeta, especialmente para los cubanos.<br />

De Elaine hoy hubo breves noticias: “En Santa Clara, compay, parece que andan con tremendo mal<br />

ambiente.”<br />

53


15 DE NOVIEMBRE, LUNES<br />

Las atronantes noticias de la televisión del vecino se nos cuelan por las rendijas de la ventana, lo mismo<br />

que una hilera de hormigas gigantes que, disciplinadamente sobre mi cabeza, se pierden detrás de la suerte de<br />

aparador que conforma el único mobiliario de la habitación, junto a las camas y la hamaca. El machito ha querido<br />

sumarse al concierto intempestivo. Son las seis y media de la mañana. Aguantamos algo más en la cama,<br />

sabedores de que la jornada será larga y necesitará su cuerpo descansado. El olor a ropa húmeda llena la<br />

habitación; Odalys confiesa que es, además del de la consecución de comida, uno de sus mayores quebraderos<br />

de cabeza, el conseguir secar la ropa tras la colada. Nuestras vestiduras van menguando; vinimos con lo justo<br />

para ceder el sitio del equipaje a productos más perentorios. Según se van ensuciando pasan a engrosar una<br />

bolsa que cederemos a la familia que nos acoge.<br />

Nada más estrenar día la primera escena chocante, el cobrador de la luz viene con el propósito de<br />

cobrar ochenta pesos, que es lo que marca el contador. El modelo de frigorífico de la casa fue muy moderno en<br />

los años cuarenta, ya no, y eso se nota en su consumo y en sus nulas prestaciones. Ochenta pesos es una<br />

barbaridad. El cobrador lo sabe, así que resuelve, y nunca mejor dicho, que sólo cobrará treinta si Román le da de<br />

propina veinte. Trato hecho.<br />

gracias.<br />

Desayunamos café mezclado con chícharo molido, algo así como nuestra achicoria. Nada más, y<br />

Sole recuerda que en España estarán enterrando a la tía Rafaela y comenta que su marido le tiene dicho<br />

que cuando muera, por favor, no lo entierren en Madrid. Ella lo hostiga inmisericorde: “Ándate con ojo, que a la<br />

mínima mando que te sepulten en la Almudena.” Ricardo, mi cuñado, detesta Madrid más que los escorpiones el<br />

fuego, quizá porque haya tenido que pasar muchos años de su vida tragando contaminación, horas punta, robo de<br />

coches y metros que acaban de partir. “Que me perdonen los de Madrid –repite una y otra vez-, pero no quiero<br />

estar allí ni muerto.” Realmente pocas personas se pueden ofender por sus palabras si es cierto lo que me decía<br />

Gloria Fuertes semanas antes de morir, acurrucada en su sillón de Alberto Alcocer: “Mira, muchacho, de Madrid, lo<br />

que se dice de Madrid, somos muy pocos..., el oso, el madroño, una servidora y alguno que se me olvida.”<br />

Vamos a pasear por las calles de Santiago, no se nos ocurre mejor modo de agradecer a esta familia lo<br />

bien que se está portando con nosotros. Ellos no tienen oportunidad de recorrer el centro de la ciudad así como<br />

así, somos una buena excusa. Tomamos el camión, abarrotado, como siempre, y en un cuarto de hora nos deja<br />

en la Plaza de Marte, enfrente de la esquina caliente, lugar en el que se reúnen grandes aficionados al béisbol<br />

para charlar y matar el tiempo o, tal vez, para hacer lo mismo pero en orden inverso. Me he fijado que viajaba con<br />

nosotros un mulato lampiño con una camiseta desgastada en la que se leía: “Ante el bloqueo no CDRemos”.<br />

En la Plaza hay una estatua horrible para mi gusto y, para cualquiera que posea un mínimo de<br />

sensibilidad, en la que los veteranos del Oriente agasajan a la República de Cuba; también se ve, algo más<br />

escondido, un busto de Camilo Cienfuegos. Un personaje enigmático. Héroe de la Revolución, compañero de<br />

Fidel, que en unos tiempos en los que se rumoreaba que comenzaban a nacer tensiones entre el uno y el otro –<br />

después del triunfo, claro-, desapareció en un muy misterioso accidente de aviación. Román asegura que alguien<br />

lo volatilizó para no convertirlo en un primer Hubert Mato. Su tesis es que el comandante en jefe ha tenido mucha<br />

suerte en la vida política, tanta que aquellos que podían haberle hecho sombra han ido borrándose del mapa de<br />

trágicos modos: el Che y Camilo Cienfuegos son los ejemplos más notorios.<br />

Las muchas veces que Fidel se ha defendido de esa acusación parecen avalar la tesis, por aquello de<br />

excusa no pedida, acusación manifiesta: “Se decía que por celos, por rivalidades, habíamos asesinado a Camilo.<br />

El pueblo sabe, al pueblo sí que no lo engañó nunca nadie, porque nos conoce a todos y conoce cuál es nuestra<br />

ética.”<br />

Hoy parece que hay más abundancia de jineteras, si es que eso es posible. Una se me ofrece por diez<br />

dólares; también se le ofrecen a Román, el hecho de acompañar a turistas –aunque cada vez, por las trazas que<br />

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vamos adquiriendo en cuanto a la ropa, se nos note menos- otorga una elevación del status social.<br />

De la Plaza de Marte bajamos por la calle Aguilera hasta el Parque Boulevard, luego desandaremos el<br />

camino por la calle Enramada. Nos topamos con una excursión de turistas franceses algo mayores. Es algo<br />

curiosa la manera en la que los conducen: de un autobús aparcado en la misma acera del restaurante van<br />

bajando, como estabulizados, mientras dos empleados del hotel o de la agencia, ya no sé, cortan el tramo por el<br />

que pasarán para que no pueda haber ningún tipo de contacto entre los extranjeros y la gente de la calle.<br />

Comerán en el famoso restaurante, algún trío les recitará famosos sones cubanos y, luego, sin haber<br />

pisado apenas suelo de la ciudad, de vuelta al hotel en el autobús. “Conozca usted Cuba sin que le extiendan la<br />

mano delante pidiendo un jaboncito o un dólar”, podría ser el título de esta forma de hacer turismo.<br />

Andando, andando, llegamos hasta la Alameda. Carlos recuerda que en su anterior viaje visitó una<br />

fábrica de habanos cercana y una destilería de ron. Hacemos el ánimo de ir. En el camino una pareja de ancianos<br />

nos ofrecen camiones de juguete hechos con latas de cerveza “Cristal” y maderas. Son una maravilla de reciclaje.<br />

Compramos cuantos tienen. Odalys y Román están maravillados de que compremos nada más que porquerías en<br />

lugar de los recuerdos típicos de la ciudad. Ya van sospechando que somos unos turistas poco modélicos.<br />

La pobreza se nos enfrenta de nuevo de la mano de una mujer que nos pide a gritos ayuda: “Por favor,<br />

dólares, por favor, me estoy muriendo de hambre, estoy enferma, tengo que comer tierra, que no hay cosa<br />

ninguna.” En la mano lleva un puñado de tierra que simula echarse a la boca. Tremendo.<br />

Para poder entrar en la fábrica de habanos se necesita comprar una autorización en una calle perdida de<br />

las afueras, nos dice una amable señorita. Sólo nos costará dos dólares y, por supuesto, los cubanos, nuestros<br />

acompañantes, no pueden entrar. Como dice Benedetti: “Si bien la burocracia ha sido parcialmente conmovida en<br />

sus sólidos cimientos por el llamado período especial en tiempos de paz, aún sigue constituyendo un grave<br />

estorbo para el desarrollo y la eficacia.” Ahí se queda la fábrica y sus requisitos. En la de ron no quisimos correr<br />

igual suerte, así que nos detuvimos en una sala de venta próxima a la misma. Ambiente selecto, aire<br />

acondicionado y precios para turistas, ¡cómo no! Una simple lata de cerveza, dos dólares, comprada en el<br />

mostrador; si te la tomabas en cualquier mesa del cuchitril, cuatro dólares. Las botellas de ron rondaban los veinte<br />

dólares.<br />

Me sentía muy mal siempre que la verdad se nos escupía de esa manera; acaso fuese porque nos<br />

acompañaban Román y Odalys: fíjate, qué tontería, por sólo cuatro meses de trabajo puedes comprarte una<br />

botella de ron, Román. Eso sí, puedes elegir, una botella de ron o que un taxi del Estado te vaya a recoger al<br />

aeropuerto, y sólo por veinte dólares. Curiosamente el señor con la camiseta de “ante el bloqueo no CDRemos”,<br />

también estaba allí.<br />

A la salida menudeaban las muchachitas provocativas, y eso que no eran ni las once de la mañana.<br />

Alguien se burló de una de ellas y obtuvo por respuesta: “Al bagazo, poco caso, al mojón, poca atención.” Román<br />

se desternillaba, y cuando pudo conectar dos palabras seguidas sin que la risa lo atragantase, nos lo explicó: “El<br />

bagazo es lo que sobra de la caña de azúcar, es talmente basura, y el mojón es mierda.” Algo así como “a<br />

palabras necias, oídos sordos”.<br />

A partir de ese momento ya Carlos no cesará en sus intermitentes y escatológicas peticiones: “Quiero un<br />

bocadillo de mojón”. Eso provoca la hilaridad, en primer término, y carcajada suprema, en segundo, de Odalys.<br />

Tenía razón santa Teresa al decir que hablar de mierda y pedos no desagrada a Nuestro Señor y provoca la risa<br />

de los demás.<br />

Con la modestia que lo caracteriza Román nos comenta que estamos muy cerca de donde trabaja.<br />

Vamos para allá. Una oficina con cuatro mesas y tres mujeres que las ocupan. Son muy amables, incluso la que<br />

parece la jefa, impresión ésta causada porque tras de ella se levantan dos pequeños bustos de Lenin y el Che. A<br />

pesar de ser revolucionaria es muy simpática, las cosas como son. Y tiene su escritorio repleto de las fotos de sus<br />

hijos, lo que nos demuestra que, si es capaz de tener fotos, su potencial económico está por encima de la media.<br />

Las oficinistas nos preguntan lo de rigor: “¿Y qué les está pareciendo nuestra ciudad?” Podría haberles explicado:<br />

“Pues mirad, el más hermoso exponente de Santiago de Cuba que, al decir de los folletos turísticos, es la Plaza de<br />

la Catedral, no está del todo mal; si no fuera porque los árboles son los más castigados por la contaminación de<br />

toda la región, las fachadas cuentan con más desconchones que pintura, el tráfico de dinosaurios con ruedas es<br />

mareante, la visión de casi chiquillas prostituyéndose es lamentable, los ancianos demandando un peso para<br />

comer te rompen el alma, y la terraza de ese hotel de la esquina, del que no recuerdo ni quiero recordar el<br />

nombre, se asemeja a un mirador desde el que los turistas contemplan la miseria de la que se están librando..., si<br />

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no fuera por todo eso, tendría que reconocer que ese lugar, como el resto de Santiago, es bonito”.<br />

Sin embargo, miento como un bellaco: “Bella, una ciudad muy bella”. Y mis acompañantes me secundan.<br />

Antes de que Carlos cometa alguna incorrección dando muestras de su extenso vocabulario cubano y nos pida un<br />

bocadillo de mojón, les digo que la única pena que llevamos consiste en que él todavía no ha encontrado novia, y<br />

era a eso precisamente a lo que habíamos viajado. Les hace gracia.<br />

- ¿Y cómo va a ser? Acá todas andan como locas por encontrar un novio extranjero.<br />

- No sé, a lo mejor es que lo ven muy gordo. O como es ciego...<br />

Aprovecho que Carlos no tiene ningún complejo por su ceguera para bromear sobre ella.<br />

- No, ni modo –replica la más joven de las oficinistas que, aunque casada, según Román nos diría más<br />

tarde, puede que ya estuviese cuadrando planes-, está gordito, pero es un gordito parejito. Y eso se sana<br />

subiendo unas cuantas lomas.<br />

A partir de entonces Carlos quedaba bautizado como el gordito parejito.<br />

En la calle Heredia, famosa por sus puestecillos al aire libre, Carlos compra dos libros sobre el Che,<br />

encargo de una amiga. Se nos llevan todos los demonios cuando, más tarde, pasamos a una bodega, y<br />

encontramos los mismos títulos a quince pesos. En Heredia nos costaron trece dólares. Es un buen aviso para<br />

navegantes, acá, en Cuba, todo lo has de regatear hasta el infinito para que te engañen lo menos posible. Por<br />

tercera vez diviso, esta vez a lo lejos, al cubano de la curiosa camiseta. También él curiosea por la librería en la<br />

que hemos adquirido los dos libros de Che comandante. Con respecto a la venta de libros existe una norma<br />

ridícula: no se pueden vender a extranjeros libros anteriores al cincuenta y nueve; tampoco se pueden sacar del<br />

país.<br />

- ¿En La Habana sucede igual? –pregunto a Odalys-, me refiero a la diferencia de precios.<br />

- Igual, mi amor, igual. Para eso somos igualitos. Lo cierto es que lo único que nos diferencia es el<br />

acento. Los santiagueros hablamos un cubano normal y ellos lo hablan cantando.<br />

En La Habana oiríamos que son los santiagueros quienes cantan el cubano. Yo apenas noté la<br />

diferencia, si bien es de justicia decir que el español de La Habana es mucho más rico que el de Santiago, aparte<br />

de que se vocaliza bastante más.<br />

Estas disquisiciones vendrán más tarde. De momento recorríamos la Avenida Garzón fotografiando<br />

“camellos”, autobuses enormes a manera de trenes que, por el desnivel entre sus guaguas, crean jorobas.<br />

Llegamos a la Plaza de Ferreiro y, para mi asombro, el fulano –ya no era mulato, ni cubano, ni señor, sino fulano-<br />

de la camiseta de los CDR leía el Granma en un banco –lo que quedaba de él, que la madera del asiento y del<br />

respaldo pasó a manos de alguien que más la necesitaba- del parque. Demasiada casualidad.<br />

- Román, aquel hombre de allí, el de la camiseta blanca, ¿lo conoces?<br />

No lo conocía. Le explico mi interés y me contesta con naturalidad que será un informante. Lo dice con el<br />

tono de quien está recitando una obviedad.<br />

- Hay muchos, tú sabes, y dan cuenta de lo que pueda ser contrarrevolucionario.<br />

Tremendo mal ambiente, pienso para mis adentros. Un estado policial que ya ni sorprende a quienes lo<br />

padecen. Me pregunto qué tipo de informes podrá dar el fulano sobre nosotros: “Han comprado camiones de<br />

hojalata, dos libros sobre el Che, han fotografiado camellos...”<br />

Nos está aguardando Esperancita, su mamá se ha puesto peor. Ya se me había olvidado lo de la unción<br />

de enfermos. Subo enseguida y, en destellos de lucidez que parecen venirle a la buena anciana de tarde en tarde,<br />

consigo oír su confesión, comulga y le administro el sacramento. Me dijo que había soñado conmigo: “El Señor me<br />

dijo que vendría usted, padre, y yo lo vi en mi sueño.” En Santo Domingo me sucedió algo parecido con Daría, una<br />

joven que murió a causa de un ataque de asma, mejor dicho, a causa de que no tenía dinero suficiente para<br />

pagarse el médico ni la medicina. También me había visto en sueños antes de que la confesase y le diese la<br />

comunión. Aquello me impresionó muchísimo. Al día siguiente murió. En una novela cambié su final, y logré<br />

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mantenerla con vida gracias a la presión del barrio que hacía que el médico se compadeciese, la visitase y le<br />

donase el medicamento. Ni aún con ese ardid consigo que desaparezca de mis sueños.<br />

Esperancita me agradece que haya subido: “Parece, padre, que empató usted con mi mamá”; me<br />

informa de que el huracán se ha desviado y no tocará costas cubanas. Ni siquiera nos habíamos enterado de que<br />

hubiese amenaza de huracán. Odalys no lo comentó para no preocuparnos. También en República Dominicana<br />

esquivamos un ciclón por muy poco; habrá que pensar que Carlos o Sole ahuyentan esas catástrofes.<br />

Los noticieros se hicieron eco de la información, felicitándose porque “el viento desatado no vaya a<br />

perjudicar el desarrollo de la Cumbre”. Muy bonito. El huracán no despeinará a los políticos congregados, eso es<br />

motivo de alegría; tangencialmente nos gozaremos porque tampoco se llevará los techos de las viviendas<br />

miserables campesinas ni anegará los suelos de las chabolas más hundidas.<br />

La comida transcurre en silencio, no sé por qué. Intuyo que esta familia se va avergonzando a medida<br />

que vamos descubriendo la realidad de su país.<br />

- La cuota de pan ya está a seis ochenta y cinco las cuatro piezas –se lamenta Odalys.<br />

- No es fácil –contesta Román.<br />

Javito alegra algo el ambiente contándonos lo que aprendió en la escuela; se trata de una anécdota del<br />

Che. Cuando trabajaba en la zafra como un cubano más y llegó el turno de la comida a él le pusieron, además del<br />

arroz, pollo. La carne que había en su plato la repartió hasta donde alcanzó con sus compañeros de labor, y todos<br />

quedaron hartos. Es como el milagro de la multiplicación de los panes de Jesucristo, sólo que con pollo, que es<br />

mucho más complicado de obrar. Una anciana de Alcaraz, un pueblo en el que anduve de párroco durante un año,<br />

le solía rezar a Franco; acá no son pocos los que le rezan al Che. Se nota que son fuertes los lazos que nos unen<br />

a esta isla.<br />

- ¿Y en qué asignatura aprendieron eso, m’ijo? –pregunta, capcioso, el padre.<br />

- En Historia Universal.<br />

Por la tarde Bartolomé nos recoge con la furgoneta para visitar El Caney, un pequeño pueblo de tres mil<br />

habitantes, aproximadamente, al este de la ciudad. Es famoso por la variedad de las frutas que se cultivan en los<br />

alrededores. Significa algo así como choza e históricamente goza del privilegio de haber sido el último reducto de<br />

los taínos acosados por Colón. Así nos lo explica Marisa, la colaboradora de Cáritas que se encarga de los<br />

apadrinamientos en esta zona. Como la inmensa mayoría de los cubanos sus abuelos son españoles. También<br />

conocemos a Humberto, joven padre de familia, tres hijas, licenciado en Bellas Artes que se gana la vida como<br />

sereno y albañil. En sus ratos libres colabora con la parroquia. Nos causa muy buena impresión, sabe lo que se<br />

lleva entre manos a pesar de su juventud.<br />

En El Caney sólo podemos visitar la casa de Yanuris, una niña inteligentísima, nos dice Marisa, con<br />

graves carencias económicas, ¡qué novedad!. No hay nada más que ver la casa, afectada de lo que acá conocen<br />

como estática milagrosa. De la techumbre sólo quedan porciones. Si el aspecto material es pésimo, la situación<br />

familiar no puede ser peor: niña, madre abandonada por el marido y abuela paralítica por rotura de cadera. La<br />

madre no puede contener la desesperación y se arranca en llanto ante nosotros. Es una mujer joven con aspecto<br />

de casi anciana; el sufrimiento multiplica edades. A Yanuris no podemos verla, está todavía en clase y no es<br />

nuestra intención variar su jornada. Bartolomé asegura que el dinero para la reconstrucción de la casa ya está<br />

concedido hace tiempo por la ONG Mallorca Amiga, el problema es que no se encuentran materiales con que<br />

hacerla. Marisa intenta entretener la pena de la madre de Yanuris encomendándole que diga a su hija que escriba<br />

una carta a sus padrinos para que podamos llevárnosla a España.<br />

Nos despedimos tras la consabida entrega de pulseras y medallas que las dos mujeres reciben con<br />

especial satisfacción. El padre, no el de Yanuris, que andará Dios sepa dónde, sino el jesuita, insiste en hacer una<br />

última gestión en un casuto algo apartado del pueblo; Marisa intenta convencerlo de que lo deje para mejor<br />

ocasión. Ha empezado a diluviar.<br />

- Padre, se nos va a volver a enfermar, no salga de la furgona con este chaparrón.<br />

- Es sólo un instante.<br />

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- Es usted un cabezón..., español al fin.<br />

Se nota que la gente aprecia a Bartolomé; también se percibe que él no es de los que gusten extremar<br />

atenciones en su propio cuidado: hace poco salió de un constipado de órdago a la grande y ya anda por ahí<br />

zancaloteando bajo la lluvia.<br />

Regresamos a Santiago, todavía no hemos visitado a ningún niño allí y es la zona más extensa. El<br />

primer hogar que pisamos es el de Enmanuel, un niñito con problemas en los pies que se salvó, según Marisa, del<br />

aborto terapéutico por no se sabe qué milagro. Volvemos a escuchar las desmesuradas proporciones con que se<br />

aplica ese aborto en Cuba. Resulta una forma sangrienta, mas económica, de no traer cargas onerosas a la<br />

sociedad. En la antigua URSS son algo más benévolos y, aunque los encierran de por vida en sanatorios<br />

mentales, les permiten nacer.<br />

Sole.<br />

- ¿Y esto ha sido siempre así o se ha comenzado desde que Rusia dejó de enviar ayuda? –quiere saber<br />

- Esto ha sido siempre igual, incluso en la época en la que yo ni siquiera pensaba nacer -exagera Marisa-<br />

Acá siempre hemos pasado necesidad, no se hagan la idea de que cuando el comunismo funcionaba en la Unión<br />

Soviética por estas tierras nos acostábamos con la panza llena. De ilusiones, todo lo más. En Cuba hay hambre<br />

vieja, y es lástima, porque llegó a ser la perla de las Antillas.<br />

Cavilo que las generaciones jóvenes tienen la suerte de no saber lo que se están perdiendo; nunca se<br />

añora lo que jamás se disfrutó.<br />

Nuestra siguiente visita es al barrio de los Cangrejitos, cerca del puerto. Frank es de los apadrinados<br />

mayores. Cuenta con diecisiete años, casi dos metros de altura, una delgadez extrema y un número de pie –que<br />

no de calzado- descomunal. Vive con su tía y su abuela. El muchacho es tímido, y la abuela nos cuenta que, a<br />

veces, se resiste a ir al liceo porque no dispone nada más que de unas sandalias ruinosas. Es un gran estudiante,<br />

coinciden en ello tantos los familiares como el jesuita y Marisa. La casa, lóbrega como todas las visitadas, está<br />

presidida por una muñeca muy negra vestida de amarillo y adornada con rosarios y crucifijos. Es nuestro primer<br />

contacto con una diosa, Ochún.<br />

Me intereso por el tema y la abuela nos explica a su manera, lo que sabe. Ochún es una orisha, una<br />

diosa del panteón yoruba, la religión traída a la isla por los esclavos africanos y mezclada posteriormente con las<br />

creencias católicas. Las leyendas que tienen por protagonistas a orishas reciben el nombre de pataquines; uno de<br />

ellos habla de que Ojún, el dios de los metales, perseguía a Ochún, la diosa del amor, porque se prendó de ella al<br />

verla desnuda bañándose en un río.<br />

Ochún se refugia en el mar, donde la acoge Yemayá -que en el sincretismo se corresponde con la<br />

Virgen de Regla- Ochún, en realidad, estaba enamorada de Changó, que es un dios algo prepotente y narcisista.<br />

Lo que termina de descuadrarme es que Changó encuentre su correspondencia en santa Bárbara y que<br />

durante seis meses al año sea varón y el resto hembra. Cuando Changó comienza el año de varón la prosperidad<br />

está asegurada para todos, apostilla Marisa, que también entiende de santería y que, después, en su casa, nos<br />

dará unos apuntes a máquina en los que se resumen los pataquines y divinidades del Bembé, que viene a ser<br />

como el Candomblé brasileño. No es arriesgado aventurar que Changó lleva más de cuarenta años comenzando<br />

el año como hembra. No sé si tendrá algo que ver, pero con esta noticia puedo explicarme la famosa coplilla que<br />

atribuye en nuestro país a santa Bárbara una identidad dudosa:<br />

Santa Bárbara bendita, que en algún tiempo fue obispo;<br />

Y san Julián, el de Cuenca, la madre de Jesucristo.<br />

A san Julián no le encontramos correspondencia alguna en el panteón yoruba, pero debía ser familiar de<br />

Changó en razón de su peculiaridad.<br />

Hizo muy bien la Iglesia cubana interesándose por el fenómeno sincretista, la opción religiosa con más<br />

adeptos hoy en día en la isla. Siempre se le ha achacado una negación poco inteligente; no lo creo, me da la<br />

impresión de que los más enterados del tema, al menos en el plano teórico, son la gente de Iglesia, curas,<br />

catequistas y asimilables. Otra cosa es que no lo asuman, que me parece muy lógico dada la cantidad de<br />

extravagancias inconciliables con la doctrina católica que se amalgaman en la santería.<br />

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Recorremos los barrios más miserables de Santiago: Nueva Asunción, el Polvorín, el Chicharrón y la<br />

Veguita de Galo, donde vive Janet, una quinceañera de cuya ayuda económica me encargo yo. Nunca me ha<br />

gustado el término apadrinar, y si lo utilizo es porque a la gente le hace ilusión sentirse padrino de alguien. En mi<br />

caso no es así. Yo no soy el padrino de Janet porque ella tiene a sus padres -a su madre, por ser rigurosos en la<br />

exposición de los detalles- y porque el desprenderme mensualmente de una cantidad de dinero en beneficio de<br />

ella y su madre no me da derecho a creerme con ninguna prerrogativa, ni siquiera el débito del agradecimiento. A<br />

Janet no la encontramos en casa, justo el día anterior había salido a trabajar como becada a los campos. Es<br />

lástima porque sabía que tenía problemas de visión y quería saber hasta qué punto eran subsanables.<br />

La madre, que parece una mujer idiotizada, afectada probablemente por la falta de vitamina B, se resiste<br />

a invitarnos a entrar en la casa. Al pasar comprendemos por qué. Jamás antes había visto tanta miseria. Una sola<br />

habitación de maderas húmedas y asquerosas en mitad de un patio comunal. No tiene puertas ni ventanas. Un<br />

somier sin más aditamento es la cama. Y no hay más, sólo oscuridad y barro. La mujer está cocinando algo justo<br />

al lado de la letrina y de un machito atado con un alambre.<br />

Marisa se da cuenta de que salgo “choqueado”. No es para menos. Ya voy comprendiendo por qué para<br />

muchas familias el hecho de que sus hijos vayan a trabajar en los campos no es una desgracia, sino una<br />

bendición. Allí, al menos, tienen algo parecido a un colchón y la privacidad del campo para hacer sus necesidades,<br />

por ejemplo.<br />

Aún visitamos, con el ánimo por los suelos, a otra pareja de niños. Quiere la casualidad que al día<br />

siguiente tengan que partir para los campos, igualmente como becados, y no caben en sí de gozo, lo que confirma<br />

mi teoría. Son dos casi adolescentes fuertes y prietos que llevan ya bastante tiempo apadrinados, lo que se<br />

traduce en su alimentación y, consecuentemente, en su aspecto. Lo que hace las veces de su casa es una<br />

hondonada en el terreno, techada y sin ventanas. Un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús preside la única sala;<br />

ni siquiera tienen camas.<br />

En la calle principal, a la que accedemos tras embarrarnos por varios callejones oscuros, un abuelo de<br />

mil arrugas se gana la vida paseando a la chiquillería en un carro tirado por un chivo enorme. Todo vuelve a ser<br />

apagón y la prudencia aconseja no andar de noche por tales calles. Fidel dijo pocos días antes del comienzo de la<br />

Cumbre que en Cuba no había delincuencia; no es ése el sentir de la gente de la calle.<br />

Marisa nos convida a un café rápido en su casa; Bartolomé no encuentra parqueo en la calle debido a su<br />

estrechez, y nos deja mientras él se las ingenia para colocar la furgoneta en el espacio que ocupaba una fuente<br />

derruida. La casa de Marisa es habitable debido a que tiene fe, así nos lo dice, creyendo que nos iba a sorprender,<br />

pero la sorprendida es ella cuando Carlos le contesta: “¿Así que tienes familia en el extranjero?” Eso significa fe.<br />

- Pero ustedes están hechos unos verdaderos camajanes –se sonríe la catequista.<br />

Nosotros todavía no, pero me acuerdo de Mari Nati, de quien sí se puede predicar el término camaján.<br />

Marisa tiene familia en Miami, lo que le permite recibir dólares y vivir con cierto desahogo. Por ella<br />

sabemos que los balseros y huidos pierden automáticamente sus posesiones así como el derecho a heredar sus<br />

descendientes. Éste y el tema de los abortos, nuevamente, son los que monopolizan la conversación. A casi todas<br />

las mujeres se les hace una prueba a los siete meses de embarazo para detectar malformaciones en el feto, algo<br />

tardía, presumo basándome en mis mediocres conocimientos médicos; si se encuentra algo disonante se obliga a<br />

la futura madre a abortar.<br />

- Y entonces, ¿cómo es que se ven tantos casos de minusválidos psíquicos y físicos por las calles?<br />

–quiere saber Sole, a quien la reciente adopción de Jorge la tiene muy sensibilizada con este tema.<br />

- Porque como casi todo lo que depende del Estado en cuestión de Sanidad, lo que es un derecho<br />

para toda la población, en este caso la revisión médica, no llega ni a la cuarta parte de las interesadas.<br />

También nos habla de la amistad que la unió a Polita Grau, la organizadora de la “operación Peter Pan”,<br />

en la que unos catorce mil niños cubanos fueron enviados por sus padres anticomunistas a Estados Unidos a<br />

principios de los años sesenta. Polita reside en Miami, y parece ser que su salud no es muy buena.<br />

En ese momento entra en la sala Efici, su nuera, quien es gran aficionada a la Santería, razón por la cual<br />

Marisa la invita a instruirnos con un curso acelerado. Como toda religión posee su jerarquía; están los babalaos<br />

(sacerdotes dedicados al culto del oráculo Orula), los babalochas (sacerdotes que consagran a neófitos),<br />

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iyalochas (equivalente femenino del anterior), iní (especie de monaguillo), osainista (sacerdote facultado para<br />

buscar en el monte las yerbas de iniciación), okilapua (tamborero principal), olubatá (tocador consagrado), akpuón<br />

(cantante que invoca a orishas) e Iyawó (talmente un seminarista).<br />

Nos habla del desarrollo de las ceremonias o wemireres y de la preparación del líquido ritual omiero.<br />

Habla aprisa, dando por sentado que conocemos la mayor parte de información que nos proporciona. Al volapié<br />

puedo apuntar algunos nombres de orishas: Elegbará (san Pedro), Eshua (san Roque), Ogún (san Gabriel),<br />

Ochossi (san Norberto), Oko (san Isidro), Einle (san Rafael), Samponná (san Lázaro), Dadá (santa Catalina),<br />

Ibegis (san Cosme y san Damián), Oba (santa Rita), Orunmila (san Francisco de Asís)... La recitación es<br />

interminable. Constato que hay personajes del santoral católico que se corresponden con dos o más orishas.<br />

También me llama la atención el que la lista de orishas no sea cerrada; por ejemplo, el Che ha entrado en la<br />

misma identificándose con Changó, lo que propicia un patakín harto extraño: fue santa Catalina de Siena, Dadá, la<br />

que crió al Che, que, por ser Changó, variaría de sexo cada seis meses. Efici admite que esto pueda ser: “En los<br />

panteones yorubas eso no es inconveniente, puede suceder de todo, hasta lo que no llegamos a pensar.” Da por<br />

buena la muchacha la creencia en otras religiones: “Claro que nuestros dioses nos protegen, pero no somos<br />

absolutistas, sabemos que hay otros muchos dioses a los que no conocemos, por ejemplo, en Dinamarca, que son<br />

igualmente creíbles.” Dice Dinamarca con la convicción de estar nombrando las antípodas.<br />

Ya nos despedíamos de las dos mujeres cuando aparece Yanuris con su madre. Ambas van muy<br />

arregladas. La chiquilla es preciosa. Habían hecho el viaje desde El Caney en camión para que pudiésemos<br />

entregar su carta. La madre ha rejuvenecido quince años; Yanuris tiene una sonrisa que encandila. ¡Lástima que<br />

Bartolomé tenga prisa y ellas no puedan demorarse para regresar con la abuela! Nos hacemos algunas fotografías<br />

con ellas y las acompañamos hasta la parada de su transporte. En el camino Sole va sacando de su mochila las<br />

delicias de la chiquilla. Cuando nos despedimos le entrego discretamente a la madre quince dólares. La familia los<br />

necesita y ella se nota que sabe administrarlos, no creo estar haciendo caridad. Aún conservo el beso que me dio<br />

en la mejilla.<br />

Para retornar al reparto santa Bárbara hemos de pasar necesariamente por el centro. Es la primera vez<br />

que lo vemos anochecido. Curiosamente hasta allí no llegan los apagones, no se querrá mostrar a los extranjeros<br />

la verdadera realidad. Alejados de la zona turística, por llamarla de algún modo, vemos cómo los cochecitos<br />

tirados por caballos llevan en la parte inferior un candil a manera de faro.<br />

Odalys y familia nos están esperando para la cena, que aquí se llama comida. Le da pena el plato que<br />

ha preparado (pena es vergüenza, lo mismo que guapo es presuntuoso), arroz con huevo frito.<br />

- No pude encontrar otra cosa, está todo tan mal, hasta la bolsa negra. No es fácil.<br />

- No sufras, mujer, si esto está muy bien. En España también lo comemos mucho y, date cuenta, el plato<br />

se llama arroz a la cubana –intenta animarla mi hermana.<br />

- ¡Nooo! ¿Es así? Acá le llamamos arroz de puta. Y si lleva carne se le dice arroz con si me encuentras.<br />

Estoy tentado de mostrarle un apunte que traje en mi libretita: “Aún así la cuota de cuatro huevos por<br />

persona y por semana, dos kilos y medio de arroz y otro tanto de azúcar por persona y por mes, no parece menor<br />

que la que consume cualquier ciudadano de un país no racionado. Las carnes de res, cerdo, pollo o pescado,<br />

tienen límites más estrictos, pero aún así no son descuidados los índices normales de proteínas. Con su<br />

experiencia de períodos críticos del pasado, la población prefiere (y lo dice abiertamente) la reimplantación del<br />

racionamiento, ya que elimina de modo radical la lesiva institución del acaparador y asegura la distribución<br />

equitativa de lo que se tiene o produce.” Lo copié de algún articulista tan defensor de la Revolución como<br />

ignorante de la verdadera realidad, no la de las estadísticas oficiales.<br />

A la luz de una candela concluimos el arroz y, por vez primera, soy yo el primero en replegar velas.<br />

Carlos y Sole quedan departiendo con los demás y yo caigo rendido sobre la cama, sin tiempo si quiera de<br />

inspeccionar la habitación en busca de compañías indeseables. Comienzo a rezar de memoria los salmos de<br />

Completas que más me gustan. En el duermevela todavía oigo a Román anunciar que al día siguiente Mario, el<br />

padre de Yaraimis, nos llevará con su coche a visitar la fortaleza del Morro.<br />

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16 DE NOVIEMBRE, MARTES<br />

Un gran acontecimiento inaugura la jornada; por fin consigo vaciar el vientre después de ocho días.<br />

Nadie me tiene que jurar por su vida el poder astringente del arroz, ya sea de puta o de si me encuentras. Precede<br />

la alegría del desalojo corporal al problema del suministro de agua, ¿cómo consigo que el retrete quede hábil para<br />

nuevos usos? Con los barreños del agua de lluvia y el concurso de mi mano enguantada con plástico empujando<br />

hacia abajo. No es plato de gusto hablar de estos temas, pero sería injusto si omitiera decir que el setenta por<br />

ciento de las casas cubanas carecen de retrete, lo que además de incómodo es causa de transmisión de<br />

enfermedades. El treinta por ciento restante tampoco puede felicitarse en exceso por poseer tan apreciado<br />

servicio, ya que no son infrecuentes los casos en los que las cañerías han acabado convirtiéndose en lodazales<br />

irrecuperables a causa de la constante falta de agua. La Revolución –que es el nombre utópico que, a veces,<br />

utiliza el Gobierno para mal definirse- ha sabido hacer de la necesidad virtud y combate los cortes de agua con<br />

camiones cisterna que abastecen a quien lo solicite, eso sí, pagando precios que sólo están al alcance de quienes<br />

poseen dólares de forma habitual.<br />

Mientras desayunamos café con chícharo regresa Javierito del colegio.<br />

- ¡Ay, compay, cómo me duele la cabeza! –anuncia sonriendo.<br />

Odalys entra en el juego y consiente que el hijo nos acompañe a la excursión proyectada. Mario debe<br />

estar en las oficinas de inmigración gestionando el permiso para poder llevarnos en su carro. En condiciones<br />

normales no podría hacerlo, sólo le está permitido a los familiares directos el ofrecer sus vehículos a los turistas, el<br />

resto ha de utilizar los servicios de los taxis del Estado que, para variar, suelen manejar tarifas astronómicas.<br />

Mario conoce a una funcionaria de inmigración a la que casi a diario lleva en el carro, razón por la cual hay<br />

grandes posibilidades de que prospere el negocio. Así es; llega el conductor sonriente con un Buick del 49 que<br />

milagrosamente camina. La mayoría de carros que circulan por las calles son de la misma hechura, dinosaurios<br />

ambulantes.<br />

- No hay problemas, no se olviden de traer su visa A-2. Cuando quieran nos vamos -es bastante<br />

complicado entender a Mario a causa de su acento cerrado.<br />

Mario es buen conversador, entiende cualquier tema y para todo tiene una chirigota. Con su Buick y un<br />

camión de la familia que destina al transporte público se defiende muy bien en el aspecto económico. El hecho de<br />

poseer algunas herramientas y conocimientos más que básicos de mecánica le posibilita ganar unos pesos extra<br />

arreglando carros.<br />

- Estuvo muy valiente el rey de ustedes ayer, ¿no lo vieron? Habló en la Cumbre y dijo que Cuba debía<br />

abrirse a la democracia..., metió caña, ya lo creo.<br />

Román no era del parecer de Mario; a él se le antojó que el discurso de don Juan Carlos no era más que<br />

un saludo de compromiso. Para salir de dudas Carlos compró el Granma, y bien que le dolieron los veinte<br />

centavos que hubo de pagar por el panfleto. Le fui leyendo los titulares en el transcurso del viaje: “Con respeto y<br />

cariño recibe pueblo habanero a los Reyes de España”, “Saludos de chavetas para Su Majestad” (chaveta es un<br />

instrumento que se utiliza para la elaboración de los puros habanos), “Hemos demostrado que los<br />

iberoamericanos no somos inferiores a nadie ni en talento ni en valor”, “La Cumbre contribuirá en gran medida a<br />

reforzar las señas de identidad y a consolidar la Comunidad Iberoamericana de Naciones”, “Un recuerdo de Aznar<br />

en La Habana”, “Primer ministro portugués sostiene diversos encuentros”...<br />

Voy directamente al brindis del Rey en la cena ofrecida por el Presidente de los Consejos de Estado y de<br />

Ministros de Cuba a los Jefes de Estado y de Gobierno y Señoras. Realmente parece que la opinión de Román es<br />

más acertada que la de Mario, el discurso en ningún momento es reivindicativo ni agresivo, y el párrafo, quizá,<br />

más comprometedor, no pasa de una declaración de buenas intenciones.<br />

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Carlos quiere escuchar las palabras de Fidel, que no tienen desperdicio. Según él huelgan los<br />

comentarios. Si acaso procede incluir la opinión de un defensor a ultranza de la Revolución, García Márquez -<br />

Gabo para los amigos- con respecto a la información: “La prensa cubana, y particularmente Granma y los<br />

respectivos órganos oficiales de cada provincia, sigue siendo tan esquemática, tan previsible y poco interesante<br />

como en años anteriores”<br />

Hemos tomado la autopista del aeropuerto, hacia el este de la ciudad; es un breve recorrido de ocho<br />

kilómetros que nos lleva más tiempo del imaginable debido a la reducida velocidad del carro. Desde lejos vemos<br />

la fortaleza, tenida por la más bella de América. Se encuentra en un promontorio a la entrada de la bahía y parece<br />

haberse construido más para ser apreciada que para actividades de defensa. Pero no nos va a resultar fácil gozar<br />

del bello panorama que la rodea. A la entrada del aparcamiento un policía le pide los papeles a Mario. Ceños<br />

fruncidos. Se acerca otro policía. Tenemos que enseñar nuestra visa familiar. Batería de preguntas hacia Odalys y<br />

compañía, con nosotros se muestran muy respetuosos. Tras diez minutos de discusión el policía decide que hay<br />

que multar a Mario porque al no ser familiar directo de ninguno de los que nos han acogido en su casa no tiene<br />

derecho a llevarnos en su carro. De nada sirve que insista en que es el suegro de Román hijo; tampoco parece<br />

surtir efecto la mención de la oficina de inmigración.<br />

- Allá mismo me dijeron que no había problemas –se desespera Mario.<br />

El policía se encabezona con no sé qué cursillo que les dieron acerca de la visa A-2 y a lo más que<br />

accede es a acompañar a Mario a inmigración para aclarar el asunto. Decido irme con ellos para presionar, la<br />

presencia de un extranjero siempre suavizará las posiciones por aquello de la buena imagen que hay que ofrecer.<br />

El policía insiste en que no es necesario que los acompañe. Ni es necesario ni es justo, pero allá que me voy.<br />

Quedan en la entrada de la fortaleza el resto de la expedición y el otro policía. Vuelta a Santiago. Me cuido de<br />

memorizar el número de la placa del policía por si fuese necesario en el futuro: 14-30 S.1. Le pregunto que si esa<br />

gestión, comprobación o como quiera llamarla no podría hacerse por teléfono o radio para ahorrar tiempo, dinero y<br />

paciencia. No disponen ni de lo uno ni de lo otro, ni siquiera de coche. En inmigración hemos de guardar turno,<br />

diez minutos, un cuarto de hora, media hora..., al policía parece no importarle, para perder el tiempo en su puesto<br />

de destino lo pierde aquí, que el espectáculo de las jineteras que han conseguido pareja que las saque de la isla<br />

es más gratificante que las montañas de la bahía. De pura casualidad Mario ve salir a su conocida y le expone el<br />

problema. Se traslada el asunto al Mayor, jefe supremo del negociado, y, sin preguntarnos nada nos dice que está<br />

bien. Al policía le es indiferente que lo contradigan de esa manera, es más, dice que ya podemos marcharnos con<br />

la mayor naturalidad del mundo.<br />

Mario pide un papel que sirva de certificado por si en el futuro nos volviese a suceder lo mismo, pero el<br />

Mayor dice que no es necesario. Es increíble el miedo de esta gente a dejar constancia de nada por escrito.<br />

El policía se encamina hacia el coche y yo, para ejercer el derecho al pataleo, le digo que si no le daba<br />

vergüenza habernos hecho perder el tiempo y el dinero de esa manera.<br />

- Usted ha venido por su propia cuenta, yo bien claro le dije que no era preciso que nos acompañara –se<br />

defiende pausadamente.<br />

- Muy bien, en eso tiene razón, pero ¿y el dinero? Aunque yo me hubiese quedado allá el combustible lo<br />

tengo que abonar yo, y eso a mí, ¿quién me lo paga?<br />

- En el cursillo no nos dejaron claro quién está autorizado a relacionarse laboralmente con los portadores<br />

de la A-2.<br />

- Ése no es mi problema, si entre ustedes no hay coordinación no tengo por qué pagarlo yo. Ni yo ni<br />

ningún turista; desde luego que en estas condiciones yo no puedo hacer propaganda de su país. Vengo para<br />

quince días y me tengo que pasar dos mañanas en inmigración..., es lamentable.<br />

Todo le resbala al agente de la ley, ni mi fingido enfado ni las quejas de Mario lo incomodan, así que<br />

decido ver hasta dónde puede mantener esa indiferencia.<br />

- Mario, si no te importa me vas a llevar a la Alameda, y luego al puerto, que me apetece ver otra vez<br />

aquello- el policía ya se había acomodado en el asiento delantero del carro. Me mira con cara de sorpresa.<br />

También Mario.<br />

62


- Hemos de regresar al Morro -el policía es el primero en hablar.<br />

- Sí, tenemos que recoger a los otros –lo secunda Mario, que no se ha dado cuenta de la jugada.<br />

- Ya los recogeremos luego, a la tarde, de allí no se van a mover, así que podemos dedicar la mañana a<br />

ver cosas de Santiago, total, ya que estamos aquí –procuro ser convincente.<br />

- Hemos de regresar al Morro –insiste el policía-, yo tengo servicio allá.<br />

- Bueno, pues vaya, a mí ¿qué me cuenta? ¿O es que pretende que encima de haberme hecho perder el<br />

tiempo le tenga que pagar el viaje de vuelta?<br />

- Si ustedes me trajeron ustedes me tienen que llevar –ya va perdiendo la compostura.<br />

- Le digo lo que usted a mí, nadie le obligó a venir.<br />

- ¿No es consciente de que está hablando con la autoridad?<br />

- Lo soy, pero ¿qué me quiere decir con eso?, ¿que a la autoridad hay que pagarle los viajes? ¿Quiere<br />

que volvamos a ver qué opina el Mayor de esto?<br />

No iba a volver, ya había visto que el Mayor, por los motivos que fuera, nos había dado la razón, así que<br />

no podía arriesgarse a otra humillación. Estaba decidido a dejarlo en tierra y regresar al Morro con Mario, pero el<br />

gesto de éste me hizo desistir. No sólo era sorpresa lo que reflejaba, sino pánico. Yo podía aprovecharme de mi<br />

situación de turista para amargarle la vida al policía, pero me iría dentro de poco, en cambio Mario y los suyos<br />

tendrían que continuar conviviendo con aquella situación. No era caso de buscarles enemistades tontas, por lo<br />

que di marcha atrás y le pedí que nos llevara al Morro.<br />

- Mario, mejor acércanos a la fortaleza, no me acordaba de que tengo que intercambiar pareceres con<br />

Carlos sobre los custodios auto actuantes y los catalizadores del pensamiento.<br />

A fin de cuentas el policía no era más que un mandado, prepotente y arbitrario, sí, pero un mandado.<br />

Nos estaban esperando con preocupación; Odalys ya casi tenía el corazón asomado a la boca.<br />

Explicamos todo y convinimos en olvidarlo inmediatamente para que no se nos arruinase la excursión. Por sus<br />

caras bien se veía que no les era fácil disculpar tanto atropello. En nuestra ausencia Román había estado<br />

hablando con Carlos de montar un negocio propio, la compra de una camioneta para transporte. La inversión era<br />

grande, nada más que setecientos pesos mensuales para pagar la patente, más otros ciento cincuenta por cada<br />

ayudante, sin contar su salario.<br />

Una camioneta de las que estuviesen en venta podría costar, al cambio, un millón y medio de pesetas.<br />

Muchísimo dinero si ha de ser amortizado a base de un peso por persona y viaje. Los pasajes de los camiones<br />

eran más económicos, pudiéndote costar veinticinco o cincuenta centavos, igual que el de los camellos. Román<br />

está convencido de que es el mejor negocio que se puede emprender en estos momentos, habida cuenta de que<br />

el transporte del Estado cada vez es menor. Carlos lo anima diciendo que nosotros podríamos ayudarle con un<br />

microcrédito, facilitándole el dinero que requiera siempre y cuando nos lo fuese devolviendo poco a poco en la<br />

medida de sus posibilidades. Tendría que presentarnos un estudio serio de la viabilidad de lo que se propone. Él<br />

queda encantado.<br />

En el vestíbulo de la fortaleza nos vuelven a obsequiar con otra muestra de corrupción funcionarial, la<br />

señorita que vende las entradas nos canta los precios: “Dólar y medio los turistas, un peso los cubanos”. No sería<br />

del todo anormal si no fuese porque en el ticket que vemos sobre la mesa reza un dólar. Para no preocupar a<br />

nuestros acompañantes omitimos el lógico comentario. Pero Sole tiene una buena ocurrencia.<br />

- Nos van a tener que cambiar este billete de cincuenta dólares.<br />

- ¡Ay!, no hay cambio para tanto –se queja, tal y como había previsto mi hermana, la señorita.<br />

- Es que sueltos sólo llevamos dos dólares –prosigue el juego Sole.<br />

- Está bien, pasen.<br />

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De cuatro dólares y medio se nos ha rebajado a dos. No es que nos hayamos vuelto roñosos de un día<br />

para otro, sino que hemos decidido no darle a ganar dinero al Estado, mi medio dólar. La guinda viene cuando la<br />

ladina funcionaria nos entrega a todos entradas de cubanos, con lo cual quien ha hecho el negocio redondo ha<br />

sido ella. Rendirá cuentas de siete cubanos, es decir, entregará siete pesos, y se quedará con el resto. Nos<br />

anuncia que Santiago fue la séptima ciudad más bonita del mundo.<br />

Es un comentario que no viene a cuento; tal vez quiera justificar el sobresueldo que se acaba de<br />

embolsar mostrándonos que también es capaz de cierta cultura. Quien sí la tiene, enlatada, por supuesto, es la<br />

nueva funcionaria que nos recibe al pie del puente levadizo para explicarnos en tres minutos de discurso<br />

apresurado la historia de lo que vamos a visitar. Retengo que la fortaleza comenzó a levantarse en el siglo XVI y<br />

se concluyó dos centurias después. Se trata de una edificación militar de estilo romano, con dos fosos ciegos y<br />

dos baluartes simétricos, con tres niveles distintos para ubicar las líneas de fuego. “Aún en las paredes se<br />

conservan dibujos de barcos de la época, hechos por los soldados acantonados entonces”, repite como un lorito<br />

hasta tres veces a lo largo de su explicación sin darse cuenta.<br />

La fortaleza de san Pedro de la Roca del Morro, que tal es su nombre completo, acogió hasta no hace<br />

mucho el Museo de la Piratería; ahora ya no sabemos dónde está porque en el papel que se aprendió la guía<br />

turística parece ser que no se decía nada al respecto. Javierito se lo pasa en grande correteando por las escaleras<br />

y los torreones. Ha merecido la pena el incidente, la vista es preciosa y el castillo parece sacado de un cuento. En<br />

una de las salas hay una exposición gráfica del penúltimo episodio de la Guerra de Independencia. El 15 de<br />

febrero de 1898 explota el barco americano Maine, antes el político español Canalejas había insultado a McKinley,<br />

según un bulo del que se hizo eco, con toda intención, el New York Journal.<br />

La tensión estaba servida y, aunque una comisión de investigación dictaminó que la voladura del Maine<br />

no se había debido a un acto de sabotaje, los Estados Unidos no se retractaron de su acusación al Gobierno<br />

español. Se declaró la guerra, hecho de la que fue capítulo final la batalla naval de Santiago. El vicealmirante<br />

Pascual Cervera y Topete, nacido en el 1839, hombre juicioso y con coraje, recibió la orden de hacer salir la flota<br />

que descansaba en la bahía de Santiago, pese a saber que las fuerzas enemigas la estaban esperando. Conocía<br />

que iba a un desastre seguro, sin embargo, no dudó en dar cumplimiento a lo ordenado.<br />

La escuadra española sucumbió prontamente, el último en caer fue el barco Colón, tras el Vizcaya.<br />

Estados Unidos sólo lamentó el hundimiento del carbonero Merrimac. Un saldo de trescientos veintitrés muertos y<br />

ciento cincuenta y un heridos por parte española frente a un solo fallecido en la parte contraria. Poco después, el<br />

16 de julio, se producía la capitulación de Santiago. En la sala un guía cubano explica el desarrollo de la batalla a<br />

un grupo de turistas americanos (la verdad es que no sé cómo están ellos aquí), y la versión que da es totalmente<br />

opuesta a la que momentos antes daba a un grupo de españoles. En la primera versión los héroes son nuestros<br />

compatriotas, en la segunda los americanos. Todo esto lo había leído antes en soberbio relato de Pérez Reverte,<br />

en algún semanal español, creo recordar; revivirlo en el escenario que se produjeron los hechos me llena de<br />

especial satisfacción.<br />

Bajamos una escalera de piedra que va bordeando el acantilado hasta el mismo nivel del mar.<br />

- Recuerdo que cuando pequeño mi padre me traía acá y, de cuando en vez, veíamos barcas de<br />

pescadores faenando –dice Mario.<br />

Ahora la pesca está prohibida; para ser exactos hay que puntualizar que no es exactamente una<br />

prohibición lo que pesa sobre el hecho de pescar, sino una patente tan gravosa que nadie es capaz de obtener<br />

beneficios.<br />

- ¿Y aquí no hay tiburones, compay? –la curiosidad es de Javierito.<br />

- Ahora ya no, los había a montones, pero ya los cubanos se los comieron todos –bromea el conductor.<br />

Nos cuenta que no es el caso de los tiburones, pero sí el de los gatos. Hubo un tiempo, en la época más<br />

dura del período especial, en el que la carne de gato alcanzó precios desorbitados en la Bolsa Negra. De eso sabe<br />

mucho un periodista, León Infante, que se atrevió a comentarlo en un artículo, refiriéndose a la ciudad de La<br />

Habana como marco. Fidel le prohibió la entrada en el país.<br />

Vemos iguanas asoleándose en las paredes de los rompientes; varias lagartijas de colas erectas y<br />

enrolladas se nos cruzan. Entre Sole y yo intentamos capturar una de ellas, me gustaría llevármela a España para<br />

un terrario. Tarea complicada en extremo, en un santiamén ha acelerado el que daba la impresión de ser cansino<br />

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paso y nos ha dejado boquiabiertos. No pierdo la esperanza, tarde o temprano conseguiré algún bicho que<br />

llevarme de incógnito en el bolso de mano.<br />

Un señor nos ofrece billetes del Che, otro nos enseña tallas de ébano y caguairán. Nos hacemos<br />

algunas fotos apoyados en los cañones que aún se conservan; Odalys está como chiquilla con zapatos nuevos. La<br />

pena es que con el contratiempo de la oficina de inmigración se nos haya quedado reducida la mañana a casi<br />

nada y ya no podamos acercarnos a conocer La Gran Piedra, mirador natural a más de mil metros sobre el nivel<br />

del mar que abarca el vasto e impresionante paisaje de la Sierra Maestra. Para llegar a la Piedra hay que subir<br />

casi quinientos escalones, nos dice Odalys, y tiene un peso de setenta mil toneladas. También estaba prevista la<br />

visita al Prado de las Esculturas, lugar en el que artistas de renombre mundial plantaron sus obras en medio de un<br />

paisaje de pintorescos rincones, pero Israel nos dijo que pasaría a por nosotros a las tres de la tarde para<br />

acompañarnos al policlínico.<br />

Aunque Odalys había asegurado que no se presentaría, con puntualidad extrema lo vimos atravesar el<br />

umbral de la casa. “¿Cómo habrá conseguido este loco que les dejen pasar al policlínico?”, se inquietaba Odalys.<br />

La respuesta vino minutos después, no le habían denegado el permiso por el mismo motivo por el que tampoco se<br />

lo habían concedido, no se había molestado en pedirlo.<br />

lúdicos.<br />

- Vengan, vengan, que hoy podrán asistir a una terapia colectiva de esquizofrénicos; utilizamos talleres<br />

Visitamos el más famoso policlínico de la ciudad, el 30 de noviembre, en el que trabaja Israel. Como el<br />

buen hombre sabía de mi condición sacerdotal siempre que se dirige a mí lo hace con términos rebuscados:<br />

Eminencia, Doctor, Ilustrísima... “Al no disponer de apenas medicamentos nos servimos de terapias alternativas,<br />

por ejemplo, el crudivorismo, lo igual cura lo igual; la cromoterapia, la terapia floral, la musicoterapia...” Si no fuera<br />

por respeto a la enfermedad de Israel nos troncharíamos de risa delante de sus narices.<br />

- Es un logro de todo el equipo y de la Revolución.<br />

Fíjense en aquel cartel; si está con depresión escuche la Opus 182 de Tchaikosky, si su problema es la<br />

ansiedad oiga la sinfonía número 9 de Beethoven; si se enferma, ayune un día y se sentirá mejor; mirar fijamente<br />

cualquier objeto de color azul, equivale a tomarse una pastilla de diazepán. Protege tu esperanza, usa condón.<br />

Como bonita idea no está mal, pero si tan convencido está de la eficacia de sus medicinas alternativas<br />

no nos explicamos por qué ha intentado conseguir un medicamento en la Bolsa Negra y por qué nos entrega dos<br />

recetas firmadas por él con el encargo de que se las hagamos llegar desde España. Denubic y Risperda son los<br />

nombres de los medicamentos que le hemos de conseguir para su tratamiento. Las recetas vienen en papel<br />

reciclado, papel de postguerra, que diría mi madre, con dos franjas rojas en las que se lee MINSAP. Israel ha<br />

colocado su número de colegiado y todo; hasta qué punto no llegará su desquiciamiento que está convencido de<br />

que estos papeles serán válidos en España.<br />

- El sistema sanitario cubano es para respetar –dice con énfasis cada vez que nos muestra una nueva<br />

dependencia del complejo de salud.<br />

Llegamos a la sala de ginecología, que no es otra cosa que el extremo final de un pasillo tabicado. Una<br />

mesa con su silla, alguna carpeta solitaria y un biombo que separa una silla de dentista reconvertida en aparato<br />

ginecológico. Habría que grabarlo en vídeo para cualquier película de Almodóvar. La silla está cubierta por una<br />

sábana de dudosa limpieza.<br />

- Y acá ven nuestro exploratorio, con sus versatilidades y su sábana. La sábana se cambia cada<br />

paciente, aproximadamente.<br />

Ese aproximadamente hace que me sonría.<br />

- Pero vengan, no se queden ahí, aún tenemos que ver las dependencias administrativas. El sistema<br />

sanitario cubano es para respetar, ya lo están viendo.<br />

La zona de oficinas es tan esperpéntica como el resto. Todos los burós, como llaman a los escritorios,<br />

están vacíos, ni un miserable lápiz ni papel. Y no es porque estén ordenados en los cajones, que no los hay. En<br />

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una estantería metálica se ven diversos ficheros.<br />

- De esta zona se encargan las compañeras enfermeras.<br />

Ni siquiera así se entiende que cada tres palabras haya ocho faltas de ortografía: targetero,<br />

bacunación... En un mural propio de parvulitos se explican diversos aspectos acerca de la sensualidad, para<br />

ilustrarlo nada mejor que una foto de Manolo Santana y su mujer paseando por una playa cogidos de la mano. Él<br />

lleva una camiseta en la que puede leerse Club de Tenis y Pádel de Marbella. Mi hermana se interesa por la<br />

periodicidad con la que se actualizan las fichas de las pacientes embarazadas; Israel, sin salir de su mundo de<br />

fantasía, explica que se lleva un control exhaustivo de cada una de ellas y que, si una mujer faltase a un revisión<br />

el personal médico se encargaría de desplazarse hasta su domicilio. Curiosamente en el targetero de<br />

embarazadas no hay más de veinte fichas.<br />

Continuamos recorriendo dependencias del centro y la única máquina que vemos es una báscula, nada<br />

de rayos X, fonendoscopios, microscopios..., nada de nada, sólo una triste báscula. Israel nos lleva a ver a la<br />

directora del policlínico sin importarle que se encuentre en mitad de una reunión. Al entrar todos se levantan como<br />

si fuésemos una comitiva importante. Israel se crece y nos va presentando a los doctores y doctoras allí presentes<br />

con toda solemnidad. De nosotros dice que somos una delegación de ayuda humanitaria de la madre patria. Por<br />

pura coincidencia los tres llevamos puesta la misma camiseta de Manos Unidas, lo que hace más oficial nuestra<br />

presencia.<br />

- Ésta es Soledad, compañera enfermera; éste es su hermano Miguel, obispo; y éste es Carlitos,<br />

invidente pero..., pero persona al fin...<br />

Tengo la sensación de encontrarme en el otro lado del espejo del país de las maravillas de Alicia, todo<br />

tan surrealista, tan extravagantemente cómico.<br />

- ...les dejamos que continúen con su reunión, tenemos que asistir a la terapia grupal de los<br />

esquizofrénicos, están muy interesados en presenciarla.<br />

El grupo de doctores comparte, me da la impresión, mi misma sensación de estar siendo objeto de una<br />

broma hilarante. Pero si es así lo saben disimular; se despiden con gran cortesía y continúan su reunión,<br />

probablemente estén acostumbrados a las chaladuras de Israel. Y llegamos a la terapia grupal. En lo que debió<br />

ser aparcamiento del centro hay unas veinte personas sentadas esperándonos. La privacidad no existe, a dos<br />

metros está la calle y por allí entra y sale quien quiere y cuando se le antoja. Nos presenta de nuevo a los tres, a<br />

mí me sigue considerando obispo, y a continuación cede la palabra a un enfermero que nos explica en qué<br />

consiste el desarrollo de las sesiones. Se trata de ludo terapia, curación por el juego. Nos muestra unos juegos de<br />

damas que él mismo ha realizado pintando tableros en cartones de cajas de arroz y utilizando tapones de botellas<br />

como fichas. Los reparte entre los asistentes para que comiencen a jugar. Casi nadie lo hace porque no saben<br />

jugar. Incluso uno de ellos lo utiliza como cojín para atemperar la dureza del asiento de ladrillo.<br />

- Es una forma de entretener su intelecto para que comprendan que son capaces de salir de la<br />

enfermedad; el juego y escuchar música es lo mejor para ellos –asegura Israel sumamente complacido por esta<br />

reciente exhibición de material lúdico.<br />

Difícilmente doy crédito a lo que estoy viendo.<br />

- También se consigue de esta manera reducir el nomadeo, ya que en esta tipología los enfermos<br />

tienden a deambular por las calles sin rumbo fijo.<br />

Sería creíble si no diese la extraña casualidad de que entre los pacientes se encuentra la mujer con la<br />

que nos hemos tropezado varias veces anunciando que no tiene para comer y que por ello traga tierra. Aún no ha<br />

llegado lo peor, Israel se dispone a “conectar unas breves palabras”. Carlos, que por carecer de visión (aunque<br />

sea persona al fin) no puede hacerse una fiel idea del entorno, ya no disimula la sonrisa. Israel divide su discurso<br />

en tres apartados, en el primero nos agradece la visita, en el segundo nos hace entrega de pequeños obsequios y,<br />

por último, nos da una lista con material que el policlínico necesita por si estuviese en nuestra mano donarlo. A mí<br />

me regala un recorte del periódico Granma del 12 de noviembre, en el que se recoge una declaración del<br />

Secretariado de la Conferencia de obispos católicos de Cuba:<br />

“Confiamos a Dios, Señor de la historia, los esfuerzos y empeños de la Cumbre de La Habana. A los pies<br />

de la Virgen de la Caridad, Patrona de Cuba, ponemos nuestra oración por el éxito de este importante evento y<br />

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para que sus resultados puedan experimentarlo en su vida los hijos e hijas de cada uno de nuestros países.”<br />

Me despacha diciendo que él está muy al día de las incidencias de la Iglesia y que, por eso mismo, no le<br />

es ajena nuestra lucha. “¿Qué lucha?”, le pregunto. “La consecución del casamiento de los obispos”, me<br />

responde. Como una regadera. En el mismo recorte hay un marco titulado “Del lenguaje”, sección habitual, al<br />

parecer, de Celina Bernal, con la que se pretende corregir inexactitudes del habla. Tampoco tiene desperdicio:<br />

“Una profesora se refiere al español que se habla en Estados Unidos, a frases como: ‘¿No está?, que me<br />

llame cuando pa'trás cuando llegue’. En lugar de: devuélvemelo, dámelo pa’trás. Y de alguien que regresó a su<br />

tierra comentan: ‘Se fue pa’trás a Puerto Rico’. Otros ejemplos: ‘Mi sobrino es siete años y su pelo está negro, por<br />

suerte está muy inteligente.’ Estos fenómenos se producen incluso individualmente.”<br />

A Carlos le entrega otro recorte del Granma, éste es del día diez: “Apoyo total de 157 países. Aplastante<br />

y contundente victoria por octavo año consecutivo. El bloqueo ha sido condenado nuevamente.” Con profusión de<br />

detalles se ofrecen listas de quién votó a favor, quién se abstuvo, votos que perdió Cuba respecto a 1998 por<br />

mora financiera. En el mismo trozo se informa a la población de que los Ministerios de Fuerzas Armadas<br />

Revolucionarias y del Interior realizarán entre los días 11 y 13 actividades conjuntas de la Fuerza Aérea y Marina<br />

de Guerra Revolucionaria y de las tropas guardafronteras del MININT en la región comprendida entre Mariel y<br />

Varadero. A Sole le obsequia un ejemplar de El Correo de la UNESCO, de diciembre de 1998. Para él son<br />

tesoros, y como tales los recibimos. En la lista de necesidades que nos entrega se puede leer: medicinas de todo<br />

tipo, témperas, papel, juegos, bolígrafos... Como conclusión del episodio da la palabra al grupo de enfermos por si<br />

alguno quisiera decir o preguntar dudas. Es el momento en el que comprendemos en qué situación mental se<br />

encuentran; una anciana levanta la mano y dice que tiene familia en Galicia y que ella es artista de cine<br />

mundialmente reconocida; otro nos dice que fue marino mercante y que estuvo en el puerto de Madrid, otros<br />

aplauden sin más.<br />

Israel nos acompaña hasta la puerta para despedirnos, nos abraza tres veces y nos desea una feliz<br />

Navidad y un año dos mil cargado de buenos sentimientos. Es la guinda.<br />

- Ahora, al menos, ya podrán contar a todos la realidad del sistema sanitario cubano, que es para<br />

respetar. Se habrán dado cuenta de que cuanto circula sobre nuestras carencias no son más que difamaciones<br />

imperialistas.<br />

Lo peor de todo es que está convencido de lo que dice. Ya en la calle se completa mi sensación de<br />

haber atravesado de nuevo el espejo de Alicia en su país delirante. Odalys quiere saber nuestro parecer sobre lo<br />

visto; Carlos es contundente: “Un desastre, no hay absolutamente de nada.” Como veo que a la mujer tanta<br />

verdad desnuda la desanima intento apañarlo un poco mintiendo como un bellaco:<br />

- Bueno, España estaba así hasta no hace mucho.<br />

- Sí, ¡ya lo creo! Como no fuese en el cuarenta... Y aunque la situación fuese parecida por lo menos no<br />

intentábamos vender la moto de que nuestra sanidad era de las mejores del mundo. Esto es el país de los<br />

catalizadores del pensamiento y de los custodios auto actuantes.<br />

Ya no puedo replicar; por mucho que les duela a nuestros anfitriones hay que reconocer que el tópico del<br />

sistema sanitario cubano, sanidad gratuita para todos y adelantos sin fin, es propaganda de resistencia, nada más.<br />

Como más tarde leería en España, en el libro de Carlos Alberto Montaner, Viaje al corazón de Cuba: “Pero un país<br />

con muchos médicos no necesariamente es un país sano”.<br />

Tacho de mi libretita la cita de Benedetti con la que en alguna ocasión le había recriminado a Carlos su<br />

ataque al sistema cubano: “El Gobierno pronostica que, en poco tiempo, la entrada de divisas a producirse por<br />

exportación de nuevos fármacos, servicios y tratamientos, puede superar ampliamente la que actualmente ingresa<br />

por la exportación de azúcar y tabaco. Las intervenciones quirúrgicas, los nuevos tratamientos y biofármacos son<br />

brindados gratuitamente a los ciudadanos cubanos, e incluso a pacientes extranjeros, de escasos recursos, por lo<br />

general provenientes de zonas más depauperadas del Tercer Mundo.” Sería precioso si en realidad eso se<br />

predicase de Cuba, lo mismo que la tan manida consigna: “Pero en Cuba los niños no mueren de hambre (la<br />

mortalidad infantil en Cuba tiene, junto con Estados Unidos y Canadá, los índices más bajos del continente), no<br />

hay desocupación ni mendicidad, y la asistencia médica es gratuita y de excelente calidad.”<br />

He de conceder que la crítica despiadada de Cuca Martínez, personaje de Zoé Valdés, es más ajustada<br />

a la realidad: “...no habrá aspirinas, ni aerosoles para los asmáticos, ni bombillos, ni platos, ni sábanas, ni algodón,<br />

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ni alcohol, pero lo que son hospitales, sobran...”<br />

La primera buena noticia desde que llegamos a Cuba la trae Enrique, un amigo de Román: soltaron a la<br />

tía de Odalys como medida de gracia por la presencia del rey en la isla. Enrique también tiene fe, familia en el<br />

extranjero, por lo que puede mostrarse abiertamente irónico con el Régimen. Fuma “Cigarrillos Popular.<br />

Superfinos Negros (Fumar daña su salud)” y es abierto hasta lo indecible. Nos confía que va a iniciar el negocio de<br />

la cría de pollos clandestina, que tendrá que viajar hasta Vaire, a casi dos horas de camión, para conseguirlos<br />

junto al pienso.<br />

- Me resultan a tres pesos, económicos dentro de lo que cabe. El problemas es que no tengo espacio en<br />

mi casa. Estoy casado, con dos hijos..., ¿dónde meto a los pollos? Pero, obviamente, no puedo quedarme de<br />

brazos cruzados, mi mamá nos envía dinero desde Miami, pero no es suficiente, la vida no está fácil. Intenté lo de<br />

la motocicleta, pero la patente se lo llevaba todo, y me decía mi esposa: ‘Trabajas todo el día y lo que consigues<br />

se lo tienes que dar al Gobierno, no hagas más el camello’. Tenía razón. Luego probamos con lo del vídeo, le dije<br />

a mi mamá que enviase un aparato y películas, y en casa organizábamos proyecciones para quien quisiera, a<br />

peso la película. Nos fue bien, pero, ¡cómo no!, el Gobierno vio que por ahí se le escapaba un dinero y lo prohibió.<br />

Ahora tenemos una motocicleta y un vídeo que no hacen sino ocupar espacio.<br />

Nos invita a su casa para que conozcamos a su familia y continuemos departiendo. Quedamos<br />

emplazados para días venideros. Son muchas las cosas que tenemos que hacer antes de irnos, y el tiempo se nos<br />

está acabando. Esa misma tarde Odalys ha intentado contactar con un amigo que trabaja la madera haciendo<br />

figuritas para ganarse la vida. Nuestro propósito es, ya que volveremos a España de vacío, comprar algo de<br />

artesanía para vender entre nuestras amistades y así conseguir dinero para reinvertirlo en el proyecto de<br />

construcción de casas y apadrinamiento de niños. Su amigo vive en Vista Alegre, es un artesano de cierto<br />

prestigio. También allá viven las religiosas que nos acompañaron a El Cristo y La Maya; antes esa zona era de<br />

pudientes, de los Bacardí y los cónsules. Ahora hablar de zonas pudientes en Santiago tiene menos sentido que la<br />

lucha contra el anarquismo.<br />

Alguien propone completar la tarde visitando a Magalys para celebrar la liberación de su hermana. El<br />

único que no se apunta es Javierito, que sale en busca de iguanitas o chipojos para que pueda ver cumplido mi<br />

deseo de llevarme uno a España.<br />

Magalys está que no cabe en sí de gozo, nos recibe alborotada y nerviosa. “Hablé con Elaine, dice que<br />

no la golpearon, que se encuentra cansada y con dolor de piernas, pero bien. Lo único malo es que le van a hacer<br />

un acto de repudio, aunque, sabiéndolo, que se venga conmigo y desaparezca un tiempo, hasta que todo se<br />

calme”.<br />

Creíamos que los actos de repudio eran una reliquia, pero todavía se producen. Magalys nos explica que<br />

oficialmente no existen, sino que es el pueblo el que los organiza y que los policías se declaran incapaces de<br />

controlarlos. Mentira tras mentira. Velis nolis.<br />

- Miren, tengo aquí una nota de prensa de la conferencia episcopal, es del veintidós de noviembre del<br />

año noventa y uno. La guardo como oro en paño:<br />

“Durante la recién concluida Asamblea Ordinaria de la Conferencia Espiscopal Cubana han llegado hasta<br />

nosotros noticias inquietantes sobre actos llamados de repudio en los cuales, además de palabras insultantes, ha<br />

habido golpes y otras acciones agresivas contra las personas.<br />

En el estado de irritación y aun de exasperación en que se encuentran tantos hermanos nuestros a<br />

causa de la profunda crisis económica que atravesamos y que nos afecta de modo creciente, estas situaciones de<br />

violencia se tornan más riesgosas aún y presagian días tristes para nuestro país.<br />

Hacemos, pues, un llamamiento a todas las partes, especialmente a los que tienen responsabilidades<br />

directas sobre el orden público y la orientación política de los ciudadanos, para que no permitan que se fomenten<br />

actuaciones de ese género, no sea que rodemos por la peligrosa pendiente del odio y la revancha. Todavía<br />

estamos a tiempo.”<br />

¿Saben qué contestaron las autoridades? Que desconocían esos hechos. ¡Qué cínicos! Igual que con el<br />

tema de las brigadas de repuesta rápida, otra maniobra propiciada por el Gobierno y de la que se quiere<br />

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desvincular. Miren, también tengo documentación, ya ven que estoy preparada, aunque para lo que me sirve.<br />

“Últimamente, y cada vez con más frecuencia, han venido ocurriendo en el curso de grandes<br />

celebraciones religiosas en nuestras iglesias, incidentes muy lamentables, en los cuales algún tipo de agentes del<br />

orden han tratado de reducir por fuerza a la obediencia a personas allí presentes que intentaban levantar su voz<br />

para quejarse o protestar.<br />

Los obispos no tenemos que repetir, porque esto es bien conocido de todos, que tales hechos dentro de<br />

los templos no son organizados por la Iglesia ni aprobados por ella..<br />

Es verdad que los que así proceden lo hacen buscando un espacio de libertad donde manifestar su<br />

opinión o su inconformidad, pero aún así no pueden convertirse los templos en palestras políticas ni mucho menos<br />

en campos de combate, donde grupos bien preparados y pertrechados responden a esas acciones agrediendo a<br />

personas inermes. Dejamos, pues, constancia también de nuestra total repulsa a que dentro de nuestras iglesias<br />

sean tratados con violencia, por cualquier tipo de fuerza organizada, quienes intentan expresarse de algún modo.<br />

Es necesario hacer notar, además, que la presencia en las celebraciones religiosas de agentes del orden<br />

en ropa de civil, portando armas o instrumentos contundentes, es realmente una profanación y, por lo tanto,<br />

resulta ofensiva a toda la tradición cristiana y al respeto que merece el templo como lugar sagrado. Esto, lejos de<br />

contribuir al orden, genera nerviosismo y agresividad que amenazan con estallar en cualquier situación de esta<br />

índole.”<br />

- Mucha palabra que nadie atiende, y si las utilizas te toman por Pitipa o por Pío Valdés.<br />

Ahí conocemos que Pitipa es una famosa payasa cubana y Pío Valdés un muñequito basado en el<br />

luchador mambí Elpidio Valdés. Odalys encamina la conversación hacia temas más alegres, y por eso Magalys<br />

nos cuenta que Jorge, uno de los Pocicos, la ha llamado desde Santa Clara para decirle que ya había entregado a<br />

las familias correspondientes los paquetes que había traído desde la ONG Puente Familiar con Cuba.<br />

- O sea, que además de venir a lo que venían, los Pocicos han hecho una buena labor –comenta Sole.<br />

- Son muy buenos chicos, unos soles, y no creo que sea verdad que viniesen a por jineteras –los<br />

defiende Magalys.<br />

- ¿Que no? Reunían todas las condiciones.<br />

Entre bromas y risas anochece e invitamos a todos a cenar pizza. Javier se acerca al puesto que las<br />

vende en la calle, cada una a tres pesos. Están realmente buenas, y mi dicha sería completa si no supiese que en<br />

cada bocado que doy autorizo a varias amebas a entrar en mi estómago.<br />

- Seguimos peleando por el 26 –grita Carlos para parodiar los letreros revolucionarios.<br />

- Por el 26, número de bombas que habrían de caer sobre la cabeza de los dictadores –apostilla<br />

Magalys.<br />

Al despedirnos, justo en el momento en el que se produce el consabido apagón, Mario nos pita desde la<br />

calle. Quedamos con él en que al día siguiente nos llevará de excursión al Valle de la Prehistoria.<br />

- Y esta vez sin ningún problema, se lo aseguro, ya hablé nuevamente con mi conocida de inmigración.<br />

- Está bien, Mario, hasta mañana y felices veinticuatro –le desea Carlos.<br />

- ¡Bárbaro! Igualmente –responde sin entender qué tipo de saludo sea ése.<br />

69


17 DE NOVIEMBRE, MIÉRCOLES<br />

Al tiempo de la calma sucede la tempestad. Tras un período vacacional de mis intestinos estos se<br />

deciden a recuperar el tiempo perdido. No puedo ocultar que la diarrea que toda la noche me ha tenido en vela se<br />

debe en gran parte a mi poca, a nuestra poca prudencia a la hora de alimentarnos. Bien claro te lo dicen quienes<br />

se desahogan de recomendaciones antes de emprender el viaje: “No comáis nada que no ofrezca garantías”,<br />

pero, claro, ¿cómo vas a andar despreciando a la gente sus gestos de hospitalidad? Sus organismos están<br />

habituados a los parásitos tropicales y no terminan de comprender que nosotros debamos ser tan escrupulosos<br />

con sus alimentos. No escarmentamos. Desde la una de la madrugada hasta las siete y media he visitado el<br />

retrete cuatro veces; la falta de agua, en estas situaciones, es exasperante, por no hablar de la ausencia de papel<br />

higiénico. En el equipaje incluimos unos cuantos rollos, pero con las prisas de los retortijones y la oscuridad no me<br />

detengo a revolver los bolsos de viaje. Menos mal que el Granma está a mano. Luego, de casualidad, me enteraré<br />

de que es el papel higiénico más socorrido en la isla junto a Sierra Maestra y Juventud Rebelde, los tres<br />

periódicos gubernamentales.<br />

El consuelo es que hoy no tengo que buscar pretexto para no desayunar; Odalys no termina de<br />

entenderlo. Aunque se esté enfermo del estómago no hay que desaprovechar la oportunidad de comer, sea lo que<br />

sea, que, quizás, no se va a volver a presentar. Ese razonamiento, que es el que me hace, es muy propio de<br />

personas agobiadas por el hambre.<br />

Hoy Román, para disgusto de sus padres, ha imitado a Javierito y ambos están de vuelta del liceo antes<br />

de las nueve. Ninguno quiere perderse la excursión al Valle de la Prehistoria. Mario es puntual y a las nueve y<br />

media, después de conseguir acoplarnos nueve personas en el Buick (nos acompaña su mujer, Rosario), salimos<br />

en dirección este hacia lo que nos han dicho es la mejor atracción turística de la zona. Javierito nos recita –es su<br />

especialidad- lo que conoce del Valle de la Prehistoria:<br />

“Más de cuarenta enormes reproducciones de animales prehistóricos se reparten el espacio de este<br />

vasto valle fueron aprovechadas sus ondulaciones naturales para colocar las monumentales imitaciones en<br />

tamaño natural como si se tratara de la vida cotidiana de estas especies remotas los imponentes dinosaurios se<br />

mezclan con rebaños reales de cabras y ganado vacuno iguanas y pájaros y es fácilmente apreciable...<br />

Hace un inciso para respirar, muy fiel a su estilo.<br />

“... y son fácilmente apreciables los gigantescos pasos dados por la evolución el cromagnon con su<br />

descomunal altura se distingue entre todos los ejemplares como culminación y elemento más importante del<br />

proceso evolutivo.”<br />

Su hermano se burla de él, y creo que con razón:<br />

- ¿Y qué quisiste decir, compay? Eres talmente un perico que repite sin entender.<br />

- Mejor eso que no repetir siquiera. Tú no sabes nada del Valle de la Prehistoria.<br />

- Está bien, Javier, si lo que quieres es fajarte no lo vas a conseguir. No discuto, tienes razón en todo.<br />

Las discusiones entre ambos suelen acabar de ese modo, es lo que más detesta Javierito, que le den la<br />

razón como a los tontos, pero no puede evitar que suceda una y otra vez.<br />

A la salida de la ciudad hemos visto las puertas del Parque Zoológico y el Complejo Hotelero San Juan,<br />

donde se hospedó Carlos en su anterior viaje. Nos comenta que allí no se sabía nada de apagones o cortes en el<br />

suministro del agua; evidentemente tampoco constituía problema conseguir papel higiénico.<br />

Me alegraba poder pasar todo un día en el campo acompañado de la familia cubana; para ellos era un<br />

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lujo casi inalcanzable. De paso aprovecharía para intentar capturar algún chipojo, Javierito me había cazado uno<br />

la tarde anterior, pero se había escapado durante la noche.<br />

No venía dado que llegáramos a destino sin contratiempos, a unos diez kilómetros un policía nos hace<br />

señas desde el arcén de la carretera indicando que paremos. Pienso que le ha llamado la atención el elevado<br />

número de ocupantes del vehículo, pero pronto comprendo que no es así. Le piden la documentación del vehículo<br />

a Mario y a nosotros nuestros visados. Veo una caseta amarilla con varios policías más en su interior, estamos en<br />

un punto de control, lugar donde todo vehículo sospechoso debe detenerse para rendir cuentas. Mario las rinde<br />

pronto, ¡y de qué manera! Multa de quinientos pesos por no ser propietario de la casa donde nos alojamos. Y no<br />

hay más que discutir. Inútil intentar razonar con el policía, inútil intentar explicarle que el día anterior nos había<br />

ocurrido lo mismo en el Morro. Multa de quinientos pesos y a otra cosa.<br />

- ¿No pueden comunicarse con las oficinas de inmigración para resolver esto? –insisto sabiendo que<br />

este punto de control sí dispone de equipo de radio (está a la vista)<br />

- No, no se puede.<br />

- Bueno, pues usted le quita la multa al conductor y nos regresamos a Santiago. Desistimos de nuestro<br />

viaje al Valle de la Prehistoria para que vea que no había mala voluntad por nuestra parte.<br />

- La multa ya está puesta y no se puede quitar. Vayan a inmigración y resuelvan allá.<br />

- ¿Y no nos puede acompañar alguno de ustedes para comprobar que es cierto lo de que tenemos<br />

autorización del Mayor?<br />

- No, no puede nadie.<br />

Mario estaba a punto de llorar, quinientos pesos es mucho dinero. Nosotros estábamos indignados,<br />

¿cómo podían suceder esas cosas en un país supuestamente civilizado?<br />

- En España, como en todos los países donde impera la lógica, lo que dice un superior ha de ser acatado<br />

por los subordinados de forma inmediata, y creo yo que el Mayor tiene bastante mayor graduación que usted. Por<br />

cierto, ¿me puede dar su nombre o número de identificación? –pregunta Carlos para intimidar.<br />

- Suboficial Hermes Café Puente –contesta altanero.<br />

- ¿Y el número?<br />

- Eso no tengo obligación de facilitarlo.<br />

- No te preocupes, Carlos, ya lo he apuntado yo, en su placa pone 02-34 –no me explico cómo nos dice<br />

su nombre y no su número, que está a la vista.<br />

- Está bien, lo que vamos a hacer es quedarnos aquí mismo hasta que Mario vuelva de inmigración con<br />

el asunto de la multa solucionado –presiona Carlos-, aunque no creo que al Mayor le agrade tener que despachar<br />

el mismo asunto dos veces seguidas.<br />

No surte efecto, el suboficial Hermes continúa impertérrito en el interior de la caseta. Acompaño de<br />

nuevo a Mario a inmigración y el resto de la comitiva queda en el punto de control. En el camino Mario no cesa de<br />

lamentarse: “Esto no es fácil, estamos en un casi fascismo, nos controlan hasta el aire. Seguro que ese suboficial<br />

mongolo lleva comisión en cada multa, por eso se resiste a quitármela. Y pensar, mi madre, que tuve oportunidad<br />

de marcharme para Estados Unidos y mi mujer no se atrevió a montar en la lancha que nos iba a llevar a<br />

Guantánamo..., mi madre..., el otro matrimonio sí se fue y ya lleva siete años en Miami. Pero ahora, ¿dónde voy?,<br />

con dos hijas que son mi vida, ¿cómo me marcho?... ¡Qué ruina!, quinientos pesos”<br />

No quiero hacer leña del árbol caído, pero comento que si hubiese insistido a su conocida para que nos<br />

hiciese una especie de salvoconducto no tendríamos tantas dificultades.<br />

- No, Miguel, tú no sabes lo imposible que es acá que nadie te firme nada. Nadie quiere<br />

responsabilidades, ese papel no me lo harán jamás.<br />

71


Tenía razón. En la media hora larga que tuve que esperar en las sillas de inmigración fui testigo de los<br />

muchos viajes que ocasionaban a la gente los funcionarios por no querer firmar ni cuñar nada que los<br />

comprometiese. También me asombré de los tacones extravagantes por excesivos que solían lucir las chicas que<br />

visitaban la oficina; incluso algunas sandalias ostentaban ese tipo de tacones. “Saludamos el XXXVIII aniversario<br />

del MININT”, decía un cartel desteñido que presidía la sala de espera y que tuve oportunidad de releer del derecho<br />

y del revés. Por fin Mario apareció al final del pasillo con cara de alivio. Me extendió una cuartilla cortada a mano,<br />

a juzgar por lo irregular del borde. En ella se leía:<br />

“Compañero Jefe Punto Control de El Brujo:<br />

Los extranjeros que consiguieron la visa A-2 están autorizados a desplazarse en el carro del familiar: o<br />

en el de vecinos hasta el destino para el que se les autorizó.<br />

Firmado: capitán Celano.<br />

Esto es material de consulta para usted.<br />

Saludos revolucionarios.”<br />

- Se está cansando, Miguel, el Mayor se está cansando de esto –susurra Mario.<br />

- Bueno, la culpa no es nuestra, si nos ponen multas, ¿qué vamos a hacer? Por lo menos ahora tenemos<br />

este papel que nos va a evitar muchos problemas.<br />

Conseguimos regresar a duras penas; a mitad de camino el motor del Buick carraspeó, un pistón dejó de<br />

funcionar y la velocidad se redujo hasta su mínima expresión.<br />

- Se embromó, maldita sea, se me embromó el carro, ¡ay Dios!, no hay manera de salir de los<br />

problemas.<br />

En el punto de control Mario revisó el coche; yo mostré el papel y exigí que se rompiese la multa en mi<br />

presencia. Así se hizo. Tal y como había ocurrido el día anterior el suboficial no se vio en la obligación de<br />

disculparse ni nada parecido, siguió tan altanero como desde el principio. Incluso se negó a devolverme el papel<br />

firmado por el capitán Celano.<br />

- Es un documento de uso interno y va dirigido a mí, no puedo dárselo –se justificó.<br />

- Entonces, de aquí a media hora, cuando vuelvan a pararnos en otro punto de control, ¿vamos a tener<br />

que volver a Santiago para repetir la historia? –pregunta Sole.<br />

El policía se encoge de hombros.<br />

- Que conste que de esto voy a elevar una queja a la embajada citando su nombre y apellidos –la voz de<br />

Carlos resulta atronadora, mas no intimida al suboficial Hermes.<br />

Mario nos informa que la avería necesita de revisión en su pequeño taller, así mismo nos dice que<br />

regresa a Santiago y se trae el camión para llevarnos al Valle de la Prehistoria.<br />

- Mira, no, Mario, de verdad, te lo agradecemos, pero es mucho trastorno para ti y, además, nadie nos<br />

asegura que en el próximo punto de control no nos vuelvan a multar. Preferimos regresar y disfrutar el día en paz.<br />

Total, aunque el valle no lo hayamos visto, sí que hemos visto situaciones prehistóricas –esto lo dice Sole mirando<br />

al policía, que no se da por aludido.<br />

Se produce un tira y afloja entre nosotros y Mario; él está decidido a regresar a su casa a por el camión y<br />

nosotros lo disuadimos. Lo sentimos sobre todo por los dos pequeños, pero en esas circunstancias la prudencia<br />

aconseja no tentar por tercera vez a la suerte. Sole me cuenta que durante nuestra ausencia han detenido a varios<br />

vehículos en el punto de control y que con alguno de ellos los policías se han mostrado incluso agresivos,<br />

insultando y golpeando a los conductores cubanos. Razón de más para no proseguir el viaje. Mario nos convence<br />

para que regresemos en su carro en lugar de hacerlo en la camioneta que, tarde o temprano, pasará por allí. A<br />

trancas y barrancas el Buick nos deja en la puerta de la casa de Odalys; son las doce y cuarto del mediodía, otra<br />

mañana perdida en las oficinas de inmigración.<br />

72


Carlos sale del carro con el gesto descompuesto y la camiseta moteada de grasa. Es una pena porque<br />

es preciosa, de Granada, con una orla floral enmarcando el dicho:<br />

“Dale limosna, mujer,<br />

que no hay en el mundo nada<br />

como la pena de ser<br />

ciego en Granada.”<br />

En cambio, en Cuba y como turista, tiene muchas ventajas carecer del sentido de la vista; entre otras, te<br />

evitas el encogimiento de estómago cada vez que te cruzas por la calle con un niño mendigo, de esos que no<br />

existen en los discursos de Fidel.<br />

Aún prosiguen las molestias intestinales, por lo que cedo mi ración de arroz a Román y Javierito.<br />

Encantados. Su madre se enfada, no obstante no puedo decir la verdad para no ofenderla. De buena gana<br />

explicaría que puedo pasar perfectamente sin comer un día, y dos y tres, porque sé que a mi regreso a España<br />

podré saciarme con la comida que sea de mi agrado, mientras que ellos no tendrán esa suerte. Me hace mucho<br />

bien ver comer a esta gente, me llena más el estómago que si tragase yo.<br />

La sobremesa se llena de comentarios acerca de trivialidades, tanto es así que salen a relucir los<br />

custodios auto actuantes y los ancianos del saber. Román pronto cae en la cuenta de que Carlos lo está<br />

embromando y se toma la revancha recordando el incidente con la vecina que vino a pedir un medicamento y fue<br />

confundida con Sole:<br />

- Carlos, esa mujer ya no volvió, te cogió miedo, y no es para menos, ¡cómo la toquiteaste!<br />

El machito demanda con sus gruñidos las sobras de la comida. Ciertamente su ración alimenticia es<br />

exigua, poco es lo que sobra del menú diario.<br />

- Tenía pensamiento de matarlo para Navidad, pero al paso que va, con las pocas libras que está<br />

cogiendo, deberé esperar hasta el verano –dice Román con gran resignación.<br />

La tormenta de la siesta acude puntual; eso retrasa nuestra salida. Hemos pensado visitar al artesano de<br />

la madera para comprar las piezas. Vive en la calle Burdeos, no muy lejos del Museo Bacardí. De paso miraremos<br />

en algunas bodegas para ver si encontramos algo de artesanía típica; será infinitamente más barata que en los<br />

puestos para turistas, y el adverbio aquí no es baladí. Por ejemplo, en el rastrillo de la calle Heredia vemos el libro<br />

de Pablo y Silvio. Canciones, al precio de 160 pesos, en la primera bodega que encontramos lo conseguimos a 15<br />

pesos. Unos caracolitos de arcilla los ofrecen en las tiendas de la Avenida Garzón por un dólar, en la bodega<br />

anterior los hemos comprado a dos pesos. Con el artesano no tenemos tanta suerte; a pesar de que Odalys le<br />

explica por activa y por pasiva lo que pretendemos hacer, comprar barato para obtener beneficios en España con<br />

los que subvencionar proyectos de desarrollo en la isla,<br />

Pablo no se da por enterado y nos ofrece sus piezas a un precio superior al de la calle. Por deferencia a<br />

la amistad que lo une con Odalys no queremos abortar el trato bruscamente y ofertamos una compra en gran<br />

cantidad para conseguir mejor precio. Tampoco lo anima esto. Doblo la oferta, le compraremos cien colgantes si<br />

nos hace un buen precio. Parece no entender mucho de negocios, ya que argumenta que el trabajo es el mismo<br />

tanto si compramos uno como si compramos mil. Inexplicable. La verdad es que los colgantes son preciosos,<br />

madera de ébano, de granadillo, caguairán, baría, y los motivos abarcan desde máscaras de orishas hasta<br />

delfines, pasando por pingüinos. Llegamos a un punto muerto en el ajuste y, más que me pesa por Odalys, no se<br />

cierra la transacción. Nos despedimos cortésmente. En la calle Odalys muestra su indignación; al principio creía<br />

que era con nosotros, por haberle hecho ese feo a su amigo, pero enseguida nos aclara que se alegra de que no<br />

le hubiésemos comprado nada:<br />

- Sinvergüenza, eso es lo que es..., sabe muy, muy bien para lo que es, yo ya le dije que ustedes no<br />

andan por acá de simple turismo, él y su familia se beneficiaron de las medicinas que ustedes trajeron y ¿qué me<br />

hace?, les ofrece esas maderas más caras que a ningún otro. ¿Saben qué espera? Que volvamos mañana<br />

diciendo que lo hemos pensado mejor y aceptamos. Ni modo. Que se quede sus obras. ¿Cuándo pensará vender<br />

él cien colgantes? En la vida se le ha presentado una ocasión como ésta y por avaricioso la va a perder. No saben<br />

el disgusto que tengo, la gente ha perdido el respeto por todo.<br />

73


No disculpo a nadie, quiero creer que el muchacho intentaba sacar el máximo provecho a su negocio,<br />

pero convengo con Odalys en que ha sido muy poco inteligente. Con lo que le hubiésemos pagado podría haber<br />

vivido holgadamente unos cuantos meses.<br />

Cuando llegamos a la casa de Enrique a conocer a su familia Odalys aún no se ha recuperado de la<br />

pesadumbre. Le falta tiempo para participársela a Enrique. Éste no necesita sardinas para beber agua y se suma<br />

a las lamentaciones: “En este país, por culpa de la dictadura, estamos olvidándonos de nuestra esencia, de<br />

nuestras costumbres, del respeto que siempre nos ha caracterizado. No les digo más que acá, en Cuba, sucede lo<br />

que en ningún otro país del mundo, la gente abandona a sus viejitos. Como lo oyen, se desentienden de ellos. Es<br />

una moda favorecida por la carestía de la vida. Si malamente puedo uno mantenerse, ¿con qué va a mantener a<br />

dos ancianos, por muy padres que sean? El cubano ya no tiene dignidad, la ha perdido por el dólar y el chivateo.<br />

Vayan a una rendición de cuentas, si lo dudan. Allá afloran las más bajas pasiones.”<br />

- Yo estuve en la última de nuestro reparto –se añade Odalys-, el delegado y el CDR dijeron todas las<br />

carencias, que faltaba alumbrado eléctrico, que había que arreglar los socavones, que los cortes del suministro de<br />

agua eran demasiados..., y luego dieron la voz al pueblo para que hablase. ¿Qué íbamos a decir si ya ellos lo<br />

habían dicho todo? Creen que siendo los portavoces de las deficiencias nos afectan menos porque no los<br />

consideramos responsables de las mismas. Y en el capítulo de gestos contrarrevolucionarios apareció lo que dice<br />

Enrique, los trapos sucios de las familias sacados en represalia por qué sé yo ni nadie.<br />

La casa de Enrique se reduce a una sala dividida en dos por una sábana. En ella vive junto a su mujer y<br />

dos hijos. El hacinamiento es completo; junto al televisor tiene la motocicleta de la que nos habló, una máquina de<br />

coser que haría las delicias de cualquier coleccionista de antigüedades y el vídeo. No hay espacio para mucho<br />

más; casi todos nos hemos de sentar en el suelo por falta de sillas. Lo que falta en comodidad sobra en<br />

hospitalidad. Tanto Enrique como su mujer son encantadores y sobrellevan su penuria con alegría. Nos había<br />

dicho que su madre le enviaba dólares para subsistir, pero ahora vemos que no tantos como sería de desear. Le<br />

pregunto por el resultado de su viaje a por los pollos de cría.<br />

- Se jodió, ¿no dicen ustedes eso? Se jodió. Al que los vendía lo llevaron preso hace unos días. Hice el<br />

viaje para nada, y suerte que me advirtieron unas cuadras antes de llegar, si no es muy posible que ahora<br />

estuviese siendo interrogado en la olla a presión por mi presunta participación en cualquier complot<br />

antirrevolucionario. En esta país de locos uno vende o compra pollos para resolver y lo consideran un traidor. Y<br />

quien dice vender pollos dice reparar muebles o escribir poesía.<br />

¿Oyeron hablar de Luis Rogelio Nogueras? Es un poeta; rectifico, lo fue. Soberbio, poeta soberbio. Murió<br />

de SIDA, dijeron, y no es cierto. Seguro habría muerto de SIDA si lo hubiesen dejado, pero la policía se adelantó a<br />

la enfermedad y lo mataron de una paliza. Lo tacharon de homosexual, y además escribía, criminal, por tanto. Ésa<br />

es la sensatez que nos están imponiendo. Pero ya no hablemos más de eso. Tengo una cosa para ustedes.<br />

De no sé dónde saca una botella.<br />

- Es vino, vino hecho por mí. Lo reservaba para Nochebuena, pero la visita de amigos es también un<br />

buen motivo de celebración.<br />

Nos explica cómo lo ha hecho y lo probamos. No es la mejor medicina para mi diarrea, pero soy incapaz<br />

de desairar a Enrique con mi negativa. Que sea lo que Dios quiera. Y quiere Dios que el sabor sea excelente,<br />

como de sobria mistela. No importa que hayamos bebido casi todos del mismo vaso, ni que el cuello de la botella<br />

ofrezca pocos visos de higiene, Enrique se ha sentido honrado y eso es suficiente.<br />

Llevábamos tiempo sin rebuscar en nuestros bolsillos; un puñado de pendientes, escapularios, pulseras<br />

y bolígrafos engrosan las pertenencias de la familia. Carlos saca una cruz de madera y se la entrega a Enrique. Se<br />

la coloca inmediatamente. Nos ha contado que es catequista en la parroquia de santa Teresita y nos pide una<br />

Biblia.<br />

- Trajimos bastantes en la maleta que le dejamos a José Conrado en la parroquia –informa Sole.<br />

- ¿Una maleta? ¡Noooo! ¿Cómo hicieron eso? Seguro que se la apropió la hermana Vilma para su<br />

beneficio –responde Enrique y Odalys lo apoya cabeceando.<br />

74


No entendemos nada y él no nos lo quiere explicar. “Me tendría que confesar después, y no me<br />

apetece”, dice. Odalys es más clara:<br />

- El padre José Conrado lleva poco tiempo en la parroquia y deja que todo lo manejen las monjas,<br />

bueno, la monja, la hermana Vilma, que es quien hace y deshace. Ya vieron qué manera de trabajar tiene en la<br />

pastoral penitenciaria con aquella perra que cogió con la compra de barajas. La ayuda que llega la reparte ella,<br />

para sus pobres, exclusivamente para sus pobres, para sus amistades, para sus necesidades –el “para” ha sido<br />

enfatizado sobradamente-, así que no les extrañe que las Biblias y lo que ustedes trajeron haya desaparecido ya.<br />

Como cenaremos con José Conrado les prometemos sacar en la conversación ese tema. Nos<br />

despedimos de la familia y sentimos (creo que lo que se predica de mí se extiende también a mi hermana y mi<br />

cuñado) que Enrique, pese a lo escaso de la charla, nos ha calado hondo.<br />

- No se olviden de nosotros –nos dice-, que tenemos muy poquito donde elegir. Patria o muerte es la<br />

divisa, y ya vieron qué poco estoy yo por la patria.<br />

Sólo nos acompaña en este paseo Javierito, quien va ampliando mi vocabulario cubano de forma<br />

entusiasta: caguayo es lagarto, guanajo es pavo, pitusa es pantalón largo, cachumbambé es columpio, balance es<br />

mecedora, cubalse es bolsa de plástico. Al llegar a esta palabra el chiquillo se disculpa:<br />

- Bueno, no vayan a pensar que todas las bolsas son cubalses..., a ver cómo lo explico, los habaneros se<br />

ríen de nosotros por los cubalses porque, en verdad, cubalse es el nombre de unos grandes almacenes, como las<br />

tiendas panamericanas, pero en modesto, y regalan bolsas plásticas en las que va escrito su nombre. Es una<br />

bobería, ¿no? Dice mi padre que los cubanos estamos perdiendo la cultura.<br />

- No creas, en España nos ocurre igual con algo parecido, a la cinta adhesiva la llamamos fixo, que es el<br />

nombre de la marca –quiere elevar Sole su autoestima y yo me sumo, interesadamente, a la causa.<br />

- Javi, eso pasa en todos sitios. Los cubanos sois gente bastante instruida, tú controlas un montón de<br />

historia, por poner un ejemplo, nos lo has demostrado varias veces, ¿nos podrías sintetizar la Revolución?<br />

El muchacho queda perplejo; no puede. Él ha aprendido de memoria trozos inconexos y nos puede<br />

recitar atropelladamente la vida y milagros de cualquier padre de la patria, de cualquier batalla famosa, de<br />

cualquier acontecimiento memorable, sin embargo, es incapaz de ordenar sus saberes porque lo que recibe en la<br />

escuela no es enseñanza, sino adoctrinamiento.<br />

Al pueblo cubano se le está enseñando a no pensar, a no decidir. Es algo que constatamos en pequeños<br />

detalles, la capacidad de decisión de esta familia, por ejemplo, es mínima, incluso para algo tan simple como<br />

elegir una u otra calle para pasear. Lo que sí puede cantarme Javier es el Asalto al Cuartel Moncada, o la historia<br />

del barco Granma, pero nadie le ha enseñado a hilvanar los episodios sueltos. Lo siento de veras porque ya va<br />

siendo hora de que yo tenga una mínima idea de cómo fue en realidad el inicio de la Revolución.<br />

- Si me disculpan tengo que ir a ver a Anita, olvidé que había quedado con ella –se atropella Javier al<br />

inventar esa excusa azorada con la que pretende disculpar el mal rato que le hemos hecho pasar al poner en<br />

evidencia su desconocimiento de la historia gloriosa de la Revolución.<br />

- Claro, Javi, váyase tranquilo y dele recuerdos de nuestra parte a esa linda muchachita –a Sole, de vez<br />

en cuando, y quizás por el tiempo pasado en República Dominicana (un año como enfermera voluntaria en un<br />

dispensario del barrio marginal de la capital, Sabana Perdida), le gusta imitar el acento y las expresiones del lugar.<br />

Una vez solos los tres por las calles del barrio lindante con el reparto de santa Bárbara podemos<br />

comentar con libertad, sin temor de herir susceptibilidades, los incidentes de la mañana. Gracias a Dios nos<br />

acompaña Sole, de lo contrario habría resultado muy penoso ir quitándonos de encima a las muchas jineteras con<br />

las que nos cruzamos. Una de ellas debe pensar que hay un hombre de non y saluda, desde la esquina próxima, a<br />

Carlos.<br />

- Carlitos –se burla Sole-, si es que eres un imán para las mujeres, no sé qué les das que las cautivas al<br />

instante. ¡Ay, Dios, todas están enamoradas como unas perras de este gordito parejito!<br />

La chica, de ceñidísimos pantalones y mínima camiseta más que ajustada, descompone su pose<br />

escultural al no obtener respuesta. Su piel de ébano me hace recordar la charla con Román acerca de la<br />

75


prostitución. Carlos me ha leído el pensamiento:<br />

- Es impresionante lo de las jineteras, ¿verdad? Dice Rigoberto que, aunque por parte del Gobierno se<br />

quiere dar la impresión de que se persigue la prostitución, la consienten en gran medida, es uno de los pilares de<br />

la economía cubana...<br />

Algo exagerada estimo esa apreciación; cierto que al cabo del año los dólares que entran en la isla por el<br />

concepto de turismo sexual deben ser muchísimos, no obstante, otorgarle el papel de factor decisivo en la<br />

economía nacional ya son palabras mayores.<br />

- ...En momentos importantes se han organizado campañas de persecución, sólo para mantener las<br />

apariencias y porque se sabe que por muchas que se lleven a prisión no faltarán las que las sustituyan.<br />

vienen.<br />

- Es un poco penoso –añade Sole-, pero la culpa no es del Estado, sino de los que vienen aquí a lo que<br />

Comento el caso de dos compañeros de la prisión de Jerez que suelen visitar la isla una vez al año con<br />

el loable, para ellos, objetivo de solazarse con cuantas más nativas mejor. No son mala gente, ni depravados ni<br />

obsesos, tan sólo quieren pasar una semana a lo grande por un precio ridículo. Si no se les ofreciese la<br />

oportunidad, desde luego que no la aprovecharían. Así que no sé hasta qué punto la culpa es de unos o de otros<br />

ni en qué grado la comparten. Este tema no lo puedo sacar en las charlas con mis compañeros porque enseguida<br />

se acogen a que yo soy cura y que, por consiguiente, mi opinión no podrá pasar de ser pura moralina.<br />

- ¿Por qué no me puedo ir yo de putas?, a ver, ¿por qué? –se encaró un día conmigo, sin venir a cuento,<br />

un compañero de mi misma guardia.<br />

- Porque es degradante para la mujer.<br />

- ¡Toma!, y ya está. Si fuera degradante no estaría de puta.<br />

- Piensa mejor que está de puta porque tiene que ganarse la vida de alguna manera y se ha tirado por la<br />

vía fácil o, a lo peor, es que no ha encontrado alternativa.<br />

- Mejor me lo pones, páter, porque si es puta por necesidad le estoy haciendo un favor.<br />

- Claro, o sea, que te acuestas con ella para aliviar su miseria.<br />

- En cierto modo, sí. Si yo no le pago, ella no come.<br />

- Pues entonces, si lo que te preocupa es su sustento, págale sin acostarte con ella.<br />

- ¡Y una mierda!<br />

- ¿Lo ves? ¿Te gustaría que tu hermana se ganase la vida como puta?<br />

- No tengo hermanas.<br />

- Pues tu madre.<br />

- ¡Anda y que te follen! Los curas siempre tenéis que liarlo todo para hacernos sentir remordimientos, y<br />

en esto casi mejor te callas, que los curas sois los que más vais a los puticlubs.<br />

- Si lo dices por mí no creo que hayamos coincidido en ninguno.<br />

- Lo digo en general.<br />

Decenas de variaciones sobre un mismo tema con idéntica conclusión: el aludido saliéndose por la<br />

tangente y un servidor teniendo que defenderse de tópicas (pero, desgraciadamente, a veces, reales) acusaciones<br />

dirigidas al clero o a la Iglesia. Si no desembocamos en la vida licenciosa de los sacerdotes lo hacemos en las<br />

riquezas vergonzantes del Vaticano, todo vale con tal de echar balones fuera. Y si utilizo la táctica de ceder un<br />

poco también el resultado es contraproducente:<br />

76


- No te entiendo, páter, eres un cura anticlerical y un funcionario sin mala leche. A ver si te aclaras.<br />

Varias disquisiciones más tarde llegamos a la parroquia de santa Teresita; José Conrado nos está<br />

esperando en la cocina. Nos acomoda en sillas alrededor de una gran mesa que lo mismo le sirve de despacho<br />

que de archivo o despensa y nos entretiene con su charla mientras prepara la cena.<br />

- ¿Qué les está pareciendo la ciudad? –pregunta obligada.<br />

- Bonita, muy bonita –esta vez el turno de mentir le corresponde a Carlos. Quizá en él tenga menos delito<br />

ya que al carecer de visión no ha detectado la falsedad de lo que responde.<br />

- Y podría ser mucho más bonita si no fuera por Fidel. ¿Saben que Santiago llegó a ser la séptima<br />

ciudad más bonita del mundo? Pero en otros tiempos, lógico. La Revolución no entendía de bellezas...<br />

Aprovecho para intentar saciar la curiosidad:<br />

- Conrado, ¿podrías decirnos, así, a grandes rasgos, cómo sucedió la Revolución?<br />

- ¿Cómo?, ¿no conocen?<br />

- Detalles aislados, como en un puzzle, pero no nos hacemos idea de la película completa –a Conrado<br />

eso le parece tan inconcebible como desconocer el origen de la Guerra Civil española.<br />

Accede a la petición y en breves pinceladas tocadas de un subjetivismo nada disimulado nos ofrece el<br />

relato. El veintiséis de julio de 1953 Fidel lidera el asalto al Cuartel Moncada intentado derrocar a Fulgencio<br />

Batista, sin embargo, el golpe resulta fallido muriendo muchos de los insurrectos y siendo encarcelados los<br />

restantes.<br />

Fidel es confinado en el presidio de la Isla de Pinos -ahora renombrada Isla de la Juventud- tras ser<br />

juzgado en la Audiencia de Santiago. Allí pronunció la tan celebrada frase: “La Historia me absolverá”. Es<br />

excarcelado algún tiempo después y en el exilio prosigue sus andanzas revolucionarias. Coincide en Méjico con el<br />

Che y vuelven a intentar la liberación de Cuba. Viajan en el Granma, barco emblemático, y desembarcan en el sur<br />

de la isla; los comienzos no se les presentaron muy favorables, fueron pocos los que lograron sobrevivir y reunirse<br />

en Sierra Maestra donde, utilizando la técnica de lucha guerrillera, planificaron el golpe definitivo. Abel<br />

Santamaría, Raúl, Camilo Cienfuegos, el Che, Hubert Mato eran los personajes destacados de aquel ejército que<br />

de la nada llegó a hacerse con el poder. Con el apoyo de la gente consiguieron entrar en La Habana en el año 59,<br />

año del triunfo de la Revolución.<br />

- Luego, lo que sí conocerán, el Che que emigra, Camilo Cienfuegos que desaparece en un accidente<br />

aéreo cuando las diferencias con Fidel eran ya notorias, Hubert Matos que es apresado por no aceptar el giro<br />

comunista de la Revolución..., en fin, el pan nuestro de cada día hasta hoy. Han pasado cuarenta años y no puede<br />

decirse que haya mucho más que contar. Es peligroso contar; hubo un tal capitán Núñez Jiménez que comenzó a<br />

escribir los Cuadernos de la Revolución, al tercer o cuarto fascículo, ya no recuerdo, le prohibieron seguir<br />

escribiendo porque la misma historia de la Revolución era contrarrevolucionaria. Eso sí, Núñez Jiménez se<br />

despachó a gusto antes de morir voceando a los cuatro vientos una definición de Fidel que también se ha hecho<br />

famosa: loco con pistolas.<br />

Les recomiendo, si realmente están interesados en nuestra historia, que escuchen durante el tiempo que<br />

estén aquí La voz del CID, una radio que emite desde Miami en la que participa con asiduidad el padre Santana,<br />

del Movimiento de Liberación Cristiana. Dentro de lo tendencioso que puede ser cualquier grupo anticastrista esta<br />

emisora busca mucho la equidad...<br />

Habíamos oído hablar de Radio Martí, del grupo de Hermanos al Rescate, famoso a raíz de la crisis de<br />

los balseros del 94, incluso de los paramilitares de Alpha 66, pero nunca de La voz del CID (Cuba independiente y<br />

democrática)<br />

- ... Hay también unos documentos de la Iglesia que les pueden servir para entendernos mejor, la REC,<br />

77


eflexión eclesial cubana. Si tuviese oportunidad de mimeografiarlos antes de que se vayan lo haría. Recuérdenme<br />

que les de unas cartas que quisiera me llevaran a España, dejé muchas amistades allá.<br />

De la historia de Cuba pasa a la personal. Con discurso calmoso, más propio de dominicano que de<br />

cubano, nos relata las peripecias de sus últimos años. Odalys tenía razón, es ciertamente un tipo interesante. José<br />

Conrado Rodríguez Alegre. Sus primeros ocho años como sacerdote los dedicó a varias comunidades de El<br />

Sueño, en Santiago, donde participó en la elaboración de la REC, instrumento que le sirvió para encarnarse en los<br />

problemas y necesidades de la gente. Quiso construir una capillita en una de las zonas de su parroquia, y el<br />

permiso de obras se demoraba tiempo tras tiempo. Conociendo que esos permisos no los otorgaban sino bajo<br />

precio de corrupción comenzó la edificación sin el consentimiento de las autoridades, lo que le valió ser acusado<br />

del delito de desobediencia y traición. Se libró por muy poco de ingresar en prisión; la condena se redujo a<br />

reprimenda pública.<br />

- Tuve el dudoso honor de ser juzgado en el mismo sitio que nuestro comandante en jefe, y al igual que<br />

él me defendí sin abogados.<br />

Debido a que su enfrentamiento al orden establecido le había granjeado el apoyo de sus feligreses y la<br />

antipatía de los poderes públicos, sus superiores estimaron conveniente que airease sus ideas enviándolo a<br />

cursar estudios de licenciatura en Comillas. En España pasó dos años de desarraigo.<br />

- Dijo Martí que la cultura nos hace libres, en mi caso no fue así, todo lo contrario. Cuanto más me<br />

instruía en Filosofía y Teología más alejado me sentía de mi pueblo, de mi pobre gente cubana.<br />

Regresó a Palma Soriano, importante ciudad situada en la carretera que une Santiago con Bayamo, para<br />

atender a casi trescientas mil personas él solo. (Cuando en España los curas nos quejamos de demasiado trabajo<br />

por atender varios pueblos que no llegan a diez mil habitantes nos deberían dar con un mazo en la cabeza) Y no<br />

le fue fácil su misión; aunque había transcurrido tiempo el Gobierno lo tenía vigilado. Fue estando allí cuando<br />

negoció una donación multimillonaria de medicamentos por parte del cardenal de Boston que no llegó a prosperar<br />

por las trabas del Estado.<br />

- No puede haber peor estirpe de miserables que los que no dejan hacer el bien sólo por el hecho de<br />

demostrar que son ellos quienes disfrutan del poder. En Palma la gente moría a diario por falta de medicamentos,<br />

medicamentos simples. En Palma y en toda la isla, lógicamente. Habrían sido muchas las personas que se<br />

podrían haber salvado con ese cargamento. Los machaqué, durante dos meses estuve repitiendo en cada<br />

celebración lo que había ocurrido, culpando a nuestros dirigentes de algo más que desidia. La gente ya no tenía<br />

miedo, asistía a las Eucaristías para solidarizarse con los vecinos que iban muriendo porque el medicamento<br />

prometido no llegaba ni iba a llegar. Reconozco que me excedí en la derivación hacia lo social de lo puramente<br />

sacramental, mas no me arrepiento, también era una forma de evangelización ahuyentar los tópicos de que la<br />

Iglesia sólo rezaba mientras la miseria y la falta de libertades aumentaba.<br />

Pero tanta osadía tuvo su precio, uno de los colaboradores de José Conrado apareció asesinado en un<br />

barranco cercano. Lo habían tiroteado a quemarropa estando esposado, aún se le notaban las marcas de los<br />

grilletes en las muñecas. Y él se salvó milagrosamente, tuvo noticia de cuándo iban a atentar contra su vida y se<br />

escabulló. También le llegó el soplo de cuándo se produciría el segundo intento de quitarlo de en medio, un coche<br />

conducido por soldados que se harían pasar por borrachos lo atropellaría esa misma tarde. Ni corto ni perezoso<br />

telefoneó a un amigo de Estados Unidos para no tener que seguir huyendo.<br />

Luciano, le dijo, la policía ha preparado un atentado para matarme dentro de unas horas; si me pasara<br />

algo haz pública esta conversación, graba si quieres lo que hablemos ahora después y envíalo a los medios de<br />

comunicación. El amigo hizo lo que le decía y tomó buena nota de todos los nombres de policías que tiranizaban<br />

Palma Soriano a sus anchas. La conversación, como todas las demás, estaba intervenida, por lo que el puesto de<br />

control supo que debía echar marcha atrás; el propio presidente del Partido del Pueblo, el que había organizado<br />

los dos intentos de asesinato, fue el más interesado en proteger a raíz de aquello la vida del cura. José Conrado<br />

se creció y se atrevió a pasar noches enteras a las puertas de la Unidad de Policía siempre que arrestaban a<br />

alguien injustamente. Su presencia evitaba las torturas, aunque no en todas las ocasiones. Él estaba protegido, no<br />

obstante, su gente seguía apareciendo apaleada, torturada, asesinada.<br />

Conrado pidió hablar con la Ministra de Culto, Caridad Diego, y ésta se negó, no sin antes hacerle llegar<br />

por terceros un mensaje: “¡Qué generoso es el comandante en jefe que ha dicho que dejen en paz a ese cura de<br />

mierda!”. Debió pensárselo mejor el comandante cuando el cura de mierda le escribió una carta abierta a la que le<br />

dio la máxima publicidad mediante revistas diocesanas y sermones a tiempo y destiempo; firmaba la carta el<br />

78


amigo de un balsero que había perecido en su intento de alcanzar costas americanas y en ella se tachaba a Fidel<br />

y sus secuaces de asesinos de cuarenta y tres personas, entre ellas veintitrés niños, en el remolcador Trece de<br />

Marzo. Eso ocurrió en julio del 94. La clemencia del presidente se agotó y decidió ir a por él; afortunadamente<br />

también hay delatores en las filas del enemigo y José Conrado pudo marchar a España con suficiente antelación.<br />

Esta vez aprovechó para terminar el doctorado en la Universidad Pontificia de Salamanca.<br />

Nos detenemos bastante en este punto ya que yo también me licencié en Escatología allí y muchos de<br />

nuestros profesores fueron comunes. Como no podía ser menos tuvo problemas con ciertas autoridades<br />

académicas por defender lo que él consideró una causa justa: el suspenso de un alumno extranjero por haberle<br />

sido extraviado el examen. Habla de aquella época con gran resentimiento, con amargura: “Si me jugué el tipo por<br />

denunciar la injusticia de un gobierno, ¿no lo iba a hacer por denunciarla en la Iglesia que, a fin de cuentas, es<br />

más mía?” Federico Aznar, Ángel Galindo, Xavier Pikaza, Leonardo Rodríguez Duplá, Olegario González de<br />

Cardedal, José Román Flecha, José Manuel Sánchez Caro..., son nombres que nos unen y que me hacen<br />

retroceder algunos años. Nuestras opiniones sobre alguno de ellos son claramente discordantes.<br />

La fase de Salamanca había concluido seis meses atrás, el tiempo que llevaba en esta nueva parroquia.<br />

Termina de preparar la cena, chayote (tayota llaman en Dominicana a esta especie de patata) y dulce de<br />

plátano, y se sienta junto a nosotros. En ese justo instante llega Humberto, el joven que nos había acompañado<br />

días antes a visitar algunas casas de niños apadrinados; resulta que tiene gran amistad con José Conrado. La<br />

coincidencia no puede ser más feliz porque confiesa que andaba buscándonos para que le asesorásemos en el<br />

mejor modo de presentar un proyecto de promoción social a Manos Unidas. La cena, a la que queda invitado, será<br />

el marco de la explicación, breve explicación debido a que comienza su turno de vigilante nocturno en un almacén<br />

dentro de media hora. A grandes rasgos nos explica en qué consiste su idea; lleva algún tiempo apoyando un aula<br />

de formación informática para jóvenes que no han podido acceder a la universidad por diversos motivos, bien por<br />

no haberse prestado a la esclavitud de las becas en los campos de la caña de azúcar, bien porque no alcanzaron<br />

el nivel exigido.<br />

En la parroquia de santa Lucía acondicionó un antiguo retrete de reducidas dimensiones y, a base de<br />

donativos, se hizo con dos ordenadores y los servicios desinteresados de un titulado en computación que durante<br />

muchas horas a la semana prepara a los chicos en el manejo de los aparatos. Con eso, al menos, pueden aspirar<br />

a un puesto en cualquier oficina. Pero la demanda es grande, los ordenadores pocos y el espacio reducido,<br />

quisiera probar suerte con Manos Unidas para que financiase una mejora del programa. Dada la premura de<br />

tiempo creemos más adecuado hablar el tema con más detenimiento, él acepta encantado y nos emplaza para el<br />

día siguiente en la parroquia de santa Lucía para que podamos ver in situ la labor que se lleva entre manos. Es<br />

muy emprendedor y dinámico. Al despedirse me extiende una cuartilla:<br />

- Tome; el padre Bartolomé me ha dicho que es usted escritor y me gustaría que lo utilizara si lo ve<br />

oportuno. En Vitral no me lo quisieron publicar por demasiado comprometedor, son decisiones que nunca llegaré a<br />

entender.<br />

Vitral es una revista eclesial de gran predicamento, nos explica José Conrado. Leo la cuartilla:<br />

Para todos fue de gran sorpresa que en la comparecencia que hiciera el presidente Fidel Castro el 1 de<br />

noviembre por la televisión, se hiciera alusión, en una información leída por él mismo, a ciertos intentos de<br />

manipulación que grupos de exiliados cubanos trataban de hacer con nuestro Arzobispo Monseñor Pedro Meurice<br />

Estíu, con respecto a hacer fracasar la Cumbre Iberoamericana a celebrarse en La Habana a mediados del mismo<br />

mes.<br />

Pienso que todos estamos convencidos de lo vertical y coherente que han sido las intervenciones de<br />

nuestro Pastor en público, y pienso que sus reflexiones en torno a la realidad de deterioro que vive nuestro pueblo,<br />

tanto en el aspecto espiritual, como en lo material, sea manipulable, ya que esta es una realidad con la que<br />

convivimos diariamente. Él, solícito Pastor de su pueblo, movido por la gracia de Dios y siguiendo a Jesús, ha<br />

querido ser la voz de tantos cubanos que a lo largo de esta hermosa isla en sus casas, centros de trabajo y<br />

estudio, calles y templos hablan en voz baja y desesperada las penurias que vivimos; los jóvenes que piensan en<br />

irse del país por cualquier medio, desde el ya popular bombo pasando por todo tipo de artimañas, hasta los que<br />

venden su cuerpo, prostituyéndose, y mientras llega todo eso se pasan tomando ron, haciendo fiesta, simplemente<br />

por poner un ejemplo.<br />

Bien, creemos que nuestro Arzobispo ha expresado las preocupaciones de la Iglesia y del pueblo, ya que<br />

el Reino de Dios nos invita a construir fundamentándolo todo en la verdad, el amor, la justicia y la paz, sin que<br />

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vengan a imponernos de ningún lado...<br />

Seguía el texto redundando en lo mismo con una alguna cita bíblica adecuada; también yo lo creí<br />

comprometedor para un jovencísimo padre de familia que tenía que mirar por sus hijas. Los sacerdotes sí podían<br />

permitirse la osadía de criticar abiertamente, ellos contaban con el respaldo de la institución eclesial y no se les<br />

podía presionar negándoles el trabajo, extremo éste que sí podía utilizar el Estado para el resto de opositores. Lo<br />

comenté con Conrado una vez Humberto se hubo ido; era de mi mismo parecer:<br />

- El tema ya está gastado; los fieles están muy sensibilizados porque Fidel se pasó. A él le gusta tirar la<br />

pelota para ver cómo rebota, entonces le tocó al Arzobispo. Lo que quema es que esto no pueda ser noticia,<br />

aparece la opinión del presidente y ahí se acaba todo, ya no cuenta lo que opine la gente, por eso, precisamente<br />

por eso le dolió tanto al pueblo. A Humberto también...; es demasiado impetuoso, joven al fin y al cabo. Pero vale<br />

una mina, trabajador, comprometido, responsable, coherente. Con muchos como él la Iglesia sería realmente<br />

evangélica.<br />

- No te veo muy optimista respecto a la Iglesia.<br />

- ¿Cómo no? Soy de la opinión de que el día menos pensado el Espíritu Santo se nos cuela en la Iglesia,<br />

¿te parece eso poco?... En serio, Miguel, estoy atravesando un período de desesperanza, en eso camino al<br />

compás de mi pueblo.<br />

- ¿El viaje del Papa no fue tanto como se dijo?<br />

- Ni la octava parte de lo que se esperaba.<br />

Te explico: Juan Pablo II tuvo la audacia de cumplir, y con creces, teniendo en cuenta su estado físico y<br />

sus condiciones de salud, el compromiso de venir a Cuba y de darnos su mensaje, que a su entender, permitiría a<br />

esta Iglesia y a este pueblo retomar en propias manos las riendas de su destino.<br />

Nuestra Iglesia supo preparar su visita: con las misiones, llegando al pueblo, casa por casa. El pueblo<br />

respondió al llamado de la Iglesia, y ésta demostró tener una capacidad de convocatoria que ni ella misma<br />

sospechaba. Pero después de la visita no supimos qué más hacer. Me da la impresión que no teníamos<br />

preparada la respuesta si se daba lo que de hecho se dio: que el Gobierno aprovechó la visita como propaganda<br />

exterior y como confirmación interna del statu quo.<br />

Decir que esto era lo que esperábamos, no es decir verdad. Sin embargo, era perfectamente previsible.<br />

Lo triste es que pudiendo prevenirlo, no fuimos capaces de buscar alternativas, proponer otras salidas, generar<br />

procesos que dieran protagonismo al pueblo y una esperanza a nuestra gente. Pienso que el quid de la cuestión<br />

reside en descubrir quién es el destinatario de nuestro mensaje, y el verdadero interlocutor de ese diálogo que<br />

estamos proponiendo: el pueblo como protagonista de su destino, que decide caminar con sus propios pies, que<br />

se organiza y es capaz de luchar con los demás y por los demás..., con todos y para el bien de todos. El silencio<br />

de nuestra Iglesia ante las nuevas leyes represivas y por la suerte corrida por los cuatro disidentes que redactaron<br />

“La patria es de todos” es, cuando menos, preocupante.<br />

No sé si oyeron hablar de ese documento. Y no es que tenga una capital importancia, es sólo la punta<br />

del iceberg. Otro detalle: el mes de julio pasado un grupo de sacerdotes elaboró un documento de trabajo para<br />

una convivencia de todo el clero cubano que tendría lugar en el santuario de la Virgen de la Caridad. Se trataba de<br />

una reflexión acerca de Cuba, de la Iglesia y de los retos ante el Tercer Milenio. No sé quién filtró el documento a<br />

la prensa extranjera y se lió la de Dios es Cristo. No sólo se nos echó encima el Estado sino la propia jerarquía<br />

desató sus iras contra los que intervinimos en la redacción del “libelo contrarrevolucionario”, como lo calificaron en<br />

la prensa nacional.<br />

- ¿Tan fuerte era? –Carlos se sumaba a la conversación.<br />

- No era fuerte, sino realista. Se decían cosas como que la meta última del socialismo real cubano es el<br />

establecimiento de un poder político absoluto en manos de un partido único que reina sobre un pueblo unido que<br />

jamás será vencido. Estoy muy convencido de ello, tengo mi propia teoría que, evidentemente, volqué en el<br />

susodicho texto. Sostengo que toda acción en la isla está dirigida por un partido único de masas, jerárquicamente<br />

estructurado y dirigido por un dictador absoluto que se sirve de un sistema de terror físico o síquico.<br />

Este terror, ejercido por el partido supervisa a su vez al partido a través de un sofisticado sistema de<br />

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seguridad y vigilancia que utiliza modernos medios de control, informáticos y electrónicos, y en especial la<br />

sicología científica y el estudio constante de los estados de ánimo y de opinión de la población. ¿Y qué les digo de<br />

los medios de comunicación? Que al estar controlados por el gran dictador crean una realidad virtual que nada<br />

tiene que ver con la real, o muy poco, y que permite hacer creer que se vive en el mejor de los mundos..., o al<br />

menos que los otros mundos son aún peores. A esto le suman el dominio absoluto de las armas y el ejército, así<br />

como el de una economía centralmente planificada y obtenemos que los dirigentes ejercen de un modo<br />

relativamente cómodo el máximo control de la vida de la gente.<br />

- Suena a ciencia-ficción, una cosa es vivirlo y otra analizarlo con tantos pormenores.<br />

- Nada de ciencia-ficción, Miguel, ten en cuenta que en toda la historia humana jamás se dio un control<br />

tan absoluto sobre los espíritus y sobre los cuerpos de las personas: jamás ningún monarca o gobierno anterior<br />

tuvo la posibilidad de tener un control así sobre la gente, ni tuvo pareja capacidad de planificación y control sobre<br />

los individuos y sobre la sociedad. Al gobierno no le interesa que pensemos, cualquier acción encaminada a que<br />

las personas recobren su responsabilidad y ejerzan su capacidad de decisión es una amenaza directa para el<br />

sistema y provoca una reacción airada por parte de las autoridades, incluyendo la posibilidad de la cárcel. Fidel se<br />

ha inventado el inicio de procesos por presunción de delitos, el aumento de las fuerzas policiales, es tan<br />

endiabladamente inteligente que sabe jugar con el bombo controlado de la inmigración usándolo de placebo. Pero<br />

es mucho lo que le va en la baza, y lo sabe.<br />

En economía, por ejemplo, a nadie se le escapa que la vida del país pivota cada vez más en las<br />

ganancias inmediatas, para sobrevivir, sin que haya un esfuerzo, ni siquiera intento, por lograr un desarrollo a<br />

largo plazo y con visión de futuro.<br />

Las infraestructuras del país se destruyen sin que su reparación o sustitución logren evitarlo. Las<br />

medidas liberalizadoras que permitirían la pronta recuperación agrícola, industrial y empresarial no son tomadas<br />

por temor a que el Gobierno pierda el control económico primero, luego el político. Los logros indiscutibles de la<br />

Revolución, la educación y la salud, están aquejados del mismo mal; en Cuba todo el mundo sabe leer y sin<br />

embargo son cada día más numerosos los analfabetos funcionales, nadie lee porque no hay nada que leer, o no<br />

está al alcance de la gente, o no hay tiempo y ánimo para ello. Y en la salud igual, las enfermedades carenciales<br />

afectan cada vez a más personas...<br />

- Conrado –interrumpo-, una duda, lo de que en Cuba todo el mundo sabe leer, ¿es cierto?<br />

- No, claro que no. ¿No estuvieron ustedes por los campos? ¿Vieron escuelas? ¿Y libros o cuadernos en<br />

las casas de las gentes? Si no tienen para comprarse unos zapatos ¿de dónde van a sacar para libros? Pero hay<br />

que ser justos, con todo, hay un altísimo porcentaje de escolarización. En proporción y atendiendo a las<br />

condiciones que atravesamos se puede decir que la alfabetización es aceptable.<br />

- ¿No ves alternativa a Fidel? –Sole corta por lo sano la meditada exposición del cura.<br />

- Alternativas acá sólo ha habido una, que yo recuerde, y era la que dilucidaron los comunistas:<br />

conservar el poder o salvar a la patria. Eligieron lo primero reforzando los comportamientos totalitarios de vivir en<br />

la mentira y manteniendo los paralizantes esquemas de indefensión que padecemos.<br />

Cuando le veo la intención de embalarse en el tema que parece dominar, el análisis crítico del Estado, le<br />

hago cambiar de tercio.<br />

- Conrado, perdona, comprendo que si todo esto que estás diciendo apareció en el documento<br />

molestase al Gobierno, pero ¿por qué también se revolvió la jerarquía?<br />

- ¡Ah!, ése es otro cantar. En el escrito también examinábamos la situación de nuestra Iglesia,<br />

centrándonos en cinco puntos, los nuevos y viejos cristianos, el clero extranjero y cubano, la improvisación como<br />

talante y la actitud paternalista, el servicio al pueblo desde la denuncia clara de injusticias y, por último, la pobreza<br />

de la Iglesia. Ya comprenderán que no todo eran flores, ni mucho menos. Si no se reconocen los fallos es muy<br />

difícil avanzar.<br />

- Con lo de la actitud paternalista, ¿a qué os referíais exactamente?<br />

- A que la Iglesia ha copiado el modelo del Estado en cuanto a limitar la capacidad de decisión de los<br />

fieles. Acá hay una frase muy famosa que lo dice todo: “Bajaron la orientación”. Bajaron la orientación de que no<br />

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se puede vender maní sin patente, bajaron la orientación de que la lectura de ciertos libros está prohibida, bajaron<br />

la orientación de que la Bolsa Negra será penada con más rigor... Todo se nos da masticado, no hay que pensar.<br />

Y nuestra libertad consiste en eso, en no tener que martirizarnos eligiendo nada, ni aún el sitio de residencia.<br />

¿Quién puede creerse que un cubano no pueda decidir el sitio en el que quiere vivir? Y no lo digo por las salidas al<br />

extranjero, que son inalcanzables para el noventa y cinco por ciento de mis compatriotas, sino por el interior, está<br />

prohibido irse a vivir a La Habana.<br />

¡Asómbrense! Para La Habana, por aquello del turismo, va todo lo mejor, para Santiago las sobras. Así<br />

es sencillo adivinar por qué todos quieren emigrar hacia la capital. Con las dos ciudades sucede algo parecido a lo<br />

de Palestina e Israel. Bueno, me estoy yendo un poco del tema, siempre acabo en lo mismo, despotricando contra<br />

el sistema y contra el gran padre revolucionario. Me voy a callar, por hoy está bien. Bueno, una última cosa y<br />

prometo callarme, ¿me lo consienten? La semana pasada Fidel dio una rueda de prensa con motivo de la<br />

detención de los vende patrias que querían reventar la Cumbre, supongo que se enterarían. Una parodia, como<br />

casi todo, sólo que llegó al colmo de la senilidad, no se le ocurrió otra cosa que leer en directo los expedientes<br />

delictivos de los detenidos. Se retrató.<br />

Conrado usa acento Caribe pero habla española; los años vividos en la península le han pasado factura.<br />

Se aprende mucho de él, mas dos causas de fuerza mayor nos impelen a despedirnos: la primera, lo tardío de la<br />

hora, no es tan acuciante como la segunda, los retortijones con los que mi fiel diarrea me está obsequiando. Iluso<br />

de mí, pregunto por el servicio, Conrado me lleva a un patio en el que un bidón de “Láctea. Propiedad del Estado”<br />

hará las funciones de taza.<br />

Por la penumbra no puedo distinguir a qué periódico corresponde el papel con el que me limpio; aventuro<br />

que a Juventud Rebelde, algo menos granuloso que Granma. La única ventaja de la diarrea es ésa, que aprendes<br />

a distinguir la textura de los periódicos gubernamentales y únicos.<br />

Al menos quince direcciones y otros tantos números de teléfono nos da Conrado para que traslademos<br />

sus noticias a los amigos que dejó en España. Nos pide como favor especial que intentemos arbitrar la manera de<br />

hacerle llegar varios libros que se dejó en Madrid.<br />

- Compañero, una curiosidad –me dice apretándome el hombro derecho-, ¿es verdad que eres escritor?<br />

- Mediocre, escritor mediocre. Ya te mandaré algún libro de los míos para que veas que lo que digo no<br />

es falsa modestia.<br />

- ¿Por eso tomabas notas en el cuadernito? Mira que si a mis años aparezco en un libro.<br />

- No, tranquilo, si tuvieses que salir te cambiaría el nombre para que no hubiese ningún problema.<br />

- Eso no, Miguel, más bien lo contrario, poniendo mi verdadera identidad es como más seguro estaría.<br />

Sería como un salvoconducto, si se hace pública mi situación se lo pensarán dos veces antes de venir a por mí. Y<br />

no creo que tarden en hacerlo, de hecho ya graban todas mis homilías y en la última Misa que celebré el CDR<br />

zonal filmó en vídeo a todos los asistentes. Intimidación y desgaste psicológico.<br />

Pasear por Santiago a oscuras impone. Nos servimos de la experiencia de la ceguera de Carlos para<br />

orientarnos y de las luces de los faros de los coches. “¿Españoles, son españoles? Tengo tabaco barato y ron...<br />

Barato, ¿no les interesa? ¿Prefieren mujeres? ¿Amichi? ¿Du yu espik inglis?...” Hemos descubierto que la mejor<br />

forma de que los ocasionales muchachos de las esquinas no persistan en su empeño atosigante es no contestar.<br />

“No entienden, deben ser Pepes franceses o de las Malvinas”, se dicen unos a otros. Las jineteras se yerguen a<br />

nuestro paso ensayando la mejor de sus sonrisas; si la luz no fuese tan escasa jugaría a inspeccionarles la nuez<br />

para ver cuántos patos quieren dar el pego.<br />

Javier nos está esperando en la puerta de la casa; corre a estrecharnos la mano y me anuncia a voces<br />

que ha conseguido atrapar un grillo para mí. Me lo enseña a la luz de las candelas, no es tan bonito como los<br />

chipojos, pero es un bicho que en España llamará la atención. Tiene un tamaño sorprendente, es un Goliat de los<br />

grillos. Queda confinado en el estuche de un carrete fotográfico con su correspondiente ración de hierba. Siente<br />

curiosidad por saber si en España hay muchos mulatos (Javier, no el grillo) Le contestaría de buen grado, pero me<br />

urge más atender el llamado de mi vientre y corro, tropezando con casi todo, hacia el servicio. Por la ausencia de<br />

puertas escucho la respuesta de Carlos:<br />

- No es habitual ver mulatos, no.<br />

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- ¿Y gente como nosotros? –adelanta en el interrogatorio.<br />

- ¿Como ustedes? Ustedes son mulatos, o ¿a qué te refieres?<br />

- Trigueños, no somos mulatos, somos trigueños, los mulatos son los de color.<br />

A distancia puedo imaginar cómo mi cuñado ha herido sin querer la sensibilidad de Javier. Tiene la<br />

suficiente rapidez de reflejos para enmendarlo:<br />

- Era broma, Javi. Los trigueños son más corrientes en España que los mulatos.<br />

El muchacho se queda conforme y no puede reprimir una carcajada breve, cortante, de satisfacción.<br />

Ya en la cama (Carlos en la hamaca) glosamos lo muy asumidos que aquí tienen su pertenencia a un<br />

determinado grupo: negros, mulatos, trigueños, chinos y blancos. Los chinos son los mulatos de pelo lacio y<br />

narices no tan negroides. Carlos había comenzado a contestar la verdad, en España, refiriéndonos a los cubanos,<br />

sólo distinguimos mulatos y blancos.<br />

- Por cierto, Míguel, ¿a qué grupo pertenecerán los catalizadores del pensamiento?<br />

- ¡Felices veinticuatro! –se suma Sole a la apertura de la veda de las tonterías.<br />

- Vamos a ir callándonos que enseguida suena el despertador del machito. Recuérdame mañana,<br />

Carlos, que veamos lo de la suela de tus sandalias, no vaya y te nos quedes descalzo.<br />

- Mañana seguiremos peleando por el veintiséis –contesta.<br />

Cuando se embala con las tonterías no hay quien le ponga freno, así que me doy media vuelta y dejo<br />

que ellos dos sigan con los diálogos para besugos.<br />

No sé cuánto tiempo ha transcurrido cuando regreso del duermevela alertado por mi cuñado:<br />

- ¡Míguel, Míguel, Míguel...!<br />

- ¿Qué pasa?<br />

- ¿Serán mulatos los custodios auto actuantes?<br />

- Ya te vale, Carlitos, ya te vale.<br />

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18 DE NOVIEMBRE, JUEVES<br />

Mario, incansable, aparece nuevamente con su flamante Buick vociferando que la avería no era gran<br />

cosa para un mecánico de su talla. Nos invita a tentar a la suerte proponiéndonos un viaje más ambicioso.<br />

- Ya no pasará nada con los policías, vengan tranquilos, volví a hablar con mi conocida de inmigración.<br />

¡Qué breve es su memoria histórica! Volverá a suceder lo de ayer y anteayer, le decimos.<br />

- Pero es que me avergüenza que se vayan del país sin haber podido ver casi nada. ¡Es todo tan lindo!<br />

Haremos una cosa, ¿usted, Miguel, sabe manejar?<br />

- Sí.<br />

- Pues para evitarnos problemas sea usted quien lleve el coche, si se atreve. A un extranjero es mucho<br />

más difícil que le den el alto. Y para mejor asegurarnos podemos coger carreteras secundarias, ¿saben lo que<br />

son?<br />

La idea es descabellada, pero la ilusión con la que acoge la familia la idea le hace a Sole compartir un<br />

guiño conmigo. ¡Ea, no escarmentamos! Probaremos fortuna. En un cuarto de hora ya está todo listo, el pomo de<br />

agua hervida de rigor y una bolsa considerable de arroz para la comida. Román habla con Esperancita para que<br />

los muchachos no se alarmen cuando regresen del liceo. Cerramos a cal y canto la casa y, en compañía de<br />

Yaraimis, iniciamos la aventura. Conducir el Buick no entraña tanta dificultad como me temía, hay que apretar<br />

mucho el pedal del acelerador y no terminar nunca de desembragar, por lo demás va bastante suave. Mario ha<br />

tenido la precaución de meter en el maletero varias latas de petróleo, es increíble el consumo de un bicho de<br />

estos. Salimos de la ciudad en dirección norte, en una ruta inédita para nosotros. El único cartel que vemos indica<br />

San Luis. Fue metafóricamente benévolo Mario al llamar al carril que utilizamos carretera secundaria, en España<br />

recibiría el más acertado apelativo de camino para cabras. La ventaja es que el tráfico se reduce a su mínima<br />

expresión y se puede circular con relativa comodidad. Carlos agradece el remiendo que le he hecho a la suela de<br />

sus sandalias con papel de periódico y un pañuelo roto que llevaba en la riñonera; su talón casi estaba en carne<br />

viva.<br />

- Yaraimis, ¿y cómo es que no está en la escuela?, ¿se comió la guásima? –Sole prosigue con su afán<br />

de imitar el acento dulzón de esta gente y agotar las expresiones que aprende.<br />

- No, hoy nos dieron receso.<br />

Carlos tiene toda la razón del mundo cuando comenta que entre las fiestas nacionales, los días de<br />

receso, los cuarenta y cinco días de trabajo en los campos y otras zarandajas el tiempo que pasan los chavales en<br />

la escuela es mínimo. Si consideramos junto a eso que el material del que disponen para estudiar es nulo, uno se<br />

hace una idea de qué clase de educación reciben.<br />

- No lo saben ustedes bien –se queja Odalys-; antes era otra cosa, cada niño tenía sus libros y sus<br />

utensilios, los daban al principio del curso. Antes, cuando dependíamos de Rusia. Ahora no. Ahora les piden<br />

trabajos a los alumnos, les exigen que presenten no sé qué barbaridad de folios escritos a máquina o<br />

computadora y los profesores se fajan porque nadie responde a la tarea. ¿Y cómo van a responder si nadie tiene,<br />

no digo ya computadora, sino papel para escribir? Y en la universidad es peor, mucho peor, pero nuestros<br />

dirigentes no quieren darse cuenta.<br />

Yaraimis asiste a la conversación con ojos enormes. Es una trigueña atípica, de piel muy clara, dientes<br />

perfectos y blanquísimos y pelo largo ligeramente ondulado. Parece sacada del papel protagonista de una<br />

telenovela, además de por el agradable físico por el habla melosa y seseante.<br />

Ya hemos dejado a un lado San Luis y llegamos a Dos Caminos, una población que no desentonaría en<br />

absoluto en cualquier novela de García Márquez: perros famélicos vigilando calles enlodadas, algún viejo<br />

sesteando al sol sobre cuatro tablas y nada más. Miseria cotidiana que contrasta con la belleza del paisaje; la<br />

vegetación abruma, la diversidad de colores que aparecen por estos caminos es sensiblemente más rica que lo<br />

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que teníamos visto hasta el momento. Los flamboyanes, las bibijaguas, los almácigos, los guaos, las canelillas, las<br />

majaguas, las betónicas, árboles y plantas nuevas para nosotros que me hacen reducir la marcha del Buick.<br />

- ¿Qué pasó? –se alarma Mario.<br />

- Nada, que es verdad que todo esto es precioso y hay que saborearlo lentamente.<br />

- No se apure, en poco tiempo pasamos Mella y en un repecho del río Cauto nos detenemos a que vean<br />

lo mucho bueno que tiene nuestra isla.<br />

El sitio del que hablaba Mario es un anticipo del paraíso en esta tierra; zona casi virgen, pura sierra que<br />

te colma los sentidos. Detenemos el coche en un ribazo para poder admirar todo más de cerca; Mario se dedica a<br />

llenar el depósito del Buick mientras nosotros paseamos entre los árboles. Hay un pájaro de cola larga y plumaje<br />

rojo y gris metálico trepando a un árbol, es un harriero, nos dice Yaraimis, quien se revela como experta<br />

naturalista. Es ella quien conduce a Carlos a diversos árboles para que toque su corteza.<br />

- Mire, perdón, toque, este es un almácigo; esta telilla fina es transparente y le da un brillo cobrizo; su<br />

fruto sirve de alimento a los machos y a las cabras, y su resina se emplea para curar los resfriados.<br />

- ¿Cómo es de alto? –le pica la curiosidad a Carlos.<br />

- Tremendo, más de diez metros.<br />

- Has dicho que se llama almácigo. Yaraimis, no sabía que fueses una experta en árboles.<br />

La muchacha se sonroja.<br />

- ¿Te molesta repetirme lo del almácigo para que lo grabe? Es que si no luego se me olvida.<br />

Yaraimis está encantada de poder hablar a una grabadora. Tanto es así que nos hace caminar un buen<br />

trecho en busca de árboles distintos, y habla, habla sin parar, feliz de poder exhibir los conocimientos que una<br />

abuela le transmitía en los veraneos en el campo: “Y ésta es una majagua, con flores de cinco pétalos del color de<br />

la púrpura, ¿se figura los colores, Carlos?..., y el fruto es amarillo. La madera es muy buena para lanzas y para<br />

sogas. ¿Se está grabando?... Venga acá, toque, este bejuco es un jagüey, crece enlazándose con otro árbol, y si<br />

es pequeño lo seca. Este otro es ácana, da madera muy recia, buena para la construcción...”<br />

- Entonces habrá pocos.<br />

- No, regular, de otras clases hay muchos menos.<br />

- Lo digo porque la gente los talará para hacerse casas.<br />

- ¿Y con qué, Carlos? –se une Mario al grupo-, los guajiros no tienen hachas, no tienen herramientas. Y<br />

si viniéramos de la ciudad bien equipados a conseguir madera, ¿cómo la transportamos sin que nos vean? Que te<br />

sorprenda la autoridad talando, que vas de una vez a la cárcel de Fidel. Lo más que hacen es llevarse pequeños<br />

trozos para tallas y cosas así.<br />

- No, si lo digo porque como en Santiago hay muy pocos bancos en los parques que conserven los<br />

travesaños de madera, suponía que el expolio también se producía en los campos.<br />

De eso no me había percatado yo, y eso que presumo de observador.<br />

- En Santiago –explica Mario- es más fácil robarte la madera de uno o dos bancos y aplicarla en la placa<br />

de tu casa o en cualquier otra cosa que tengas que resolver. Pero entrarla desde los campos ya es otro negocio,<br />

compay.<br />

- Le estoy enseñando los árboles –se ufana Yaraimis.<br />

- Es una experta, casi bruja en lo de las hierbas, como su abuela.<br />

Ella continúa su procesión: “Canelilla, no es nada bonita, Carlos, no interesa; el guao sí, es esto otro, una<br />

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plantita de hojas compuestas, lisas por encima y tormentosas por detrás; las flores son pequeñas y rojas, pero es<br />

muy difícil verlas porque duran sólo unos días; la semilla se la comen los machos y antes se utilizaba para hacer<br />

carbón. Por aquí ya no queda nada nuevo, como no sean las bibijaguas...”<br />

Carlos:<br />

comían.<br />

Se agacha y recoge del suelo un puñado de hormigas grandes que coloca en la palma de la mano de<br />

- ¿Y esto qué es? Parece que está vivo.<br />

- Son bibijaguas –dice entre carcajadas-, hormigas. Decía mi abuela que sus padres y sus abuelos se las<br />

- Así vamos a acabar nosotros –apostilla Mario-, comiendo bibijaguas por falta de otra cosa.<br />

- Vamos, ahí enfrente hay una mata de betónica, que es de las que más le gustan a mi padre porque se<br />

emplea para hacer aguardiente aromático.<br />

Aún damos varias vueltas más por los alrededores. Yaraimis se ha empeñado en enseñarnos un árbol<br />

que llama moruro, una especie de acacia, explica, cuya corteza la utilizaba su abuela para curtir las pieles de las<br />

cabras, pero no damos con ninguna.<br />

- No te preocupes, Yaraimis, si nos debes haber puesto al día de toda la flora de la isla, porque te falte<br />

un árbol no pasa nada.<br />

- ¿Cómo va a ser? Si no les he enseñado apenas nada. Les queda por conocer el ponasí, la sigua, la<br />

ateja, la baría, la ciguaraya, el sabicú, la cayaya, el patabán, el caguairán, el sagú, ¡mi madre!, les queda por<br />

conocer casi todo, pero es que no todas las plantas se dan en los mismos sitios, es lógico.<br />

Yaraimis ya no se separa en todo el día de Carlos y su grabadora, ni siquiera cuando regresamos al<br />

coche para continuar viaje. La carretera secundaria va mejorando según se acerca a Alto Cedro, allí tenemos dos<br />

opciones, encaminarnos hacia Holguín por Urbano Noris y Cacocum, o continuar en dirección norte a la Bahía de<br />

Nipe por Cueto, Guaro, Mayarí y Guatemala. Supuesto que Mario advierte que en Mayarí podemos tomar un atajo<br />

para regresar a Santiago vía Mella, lo que nos ahorraría bastante trecho, decidimos optar por la Bahía de Nipe. En<br />

menos de tres horas divisamos la costa, bien es cierto que hemos hecho otro alto en el camino para comer, estirar<br />

las piernas y ver un tocororo que luego resultó que no era tal. La que más lo sintió fue Yaraimis, orgullosa de un<br />

ave tan bonita y emblemática como el tocororo.<br />

Yo he aprovechado ambos altos en el camino para aliviar el cuerpo; no me explico cómo me pueda<br />

quedar nada en el intestino. Sole me dice que me nota más delgado, no es de extrañar después de tanta<br />

descarga.<br />

La bahía conserva la belleza de todo lo que hemos ido disfrutando durante el viaje; el hecho de no<br />

poseer playas aptas para el turismo (los farallones las interrumpen continuamente) la ha preservado de la<br />

urbanización salvaje. Una verdadera suerte.<br />

- La gente viene a Cuba y se encierra en Varadero y en Cayo Coco, y no los saques de ahí, y por lo que<br />

tengo oído –continúa Sole- esas playas no tienen mucho que envidiarle a las del Levante español; estarán más<br />

limpias, sí, y las aguas más tranquilas y cálidas, pero pare usted de contar.<br />

- De Cuba no se conoce casi nada –sentencia Román, que había estado muy callado hasta el momento-,<br />

La Habana, tres zonas turísticas costeras y ahí fue todo. Y Cuba, como diría el compay Israel, tiene bellezas para<br />

respetar.<br />

Nipe es una de ellas, aguas verdosas e irisadas en el horizonte, acantilados preñados de vegetación que<br />

se comban sobre las aguas y palmeras que parecen levitar sobre la cansina marea. Huele a broza de algas y a<br />

escamas de sardinas. Román y Odalys se arrumacan y pasean cerca de la orilla abrazados. Yaraimis continúa<br />

instruyendo a Carlos acerca de todo, de la arena, de las conchas, de los pájaros..., se ha convertido en su<br />

lazarilla. Aprovecho para sacar el cuadernillo y anotar los nombres que he aprendido en las últimas horas. Hago<br />

también alguna fotografía para justificar que llevo cámara y Sole se acuerda de que su marido estará ya de los<br />

nervios sometido al continuo interrogatorio de Luis Ángel, el mayor: “¿None está mamá?, ¿none está mamá?,<br />

¿none está mamá?”<br />

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- A lo mejor cuando vuelvas Jorge ya sabe leer.<br />

- Sí, y con un poco de suerte hasta se le ha curado el Síndrome de Down. ¿Qué te parece? Cuando lo<br />

adoptamos nos preguntaba la vecina que desde cuándo estaba el nene así. Luego nos veía y, para hacerse la<br />

agradable, nos decía que ya se le iba notando menos la enfermedad, que dentro de poco estaba curado. ¿Te das<br />

cuenta de la incultura de la gente?<br />

- Sí, la gente suele ser muy inculta, no tienes nada más que fijarte en que le dicen fixo a la cinta<br />

autoadhesiva, ¿cómo se te ocurrió esa trola?<br />

- No es trola, ¿no lo has oído nunca?<br />

- En mi vida.<br />

- Pues es verdad.<br />

El retorno lo hacemos por el atajo sugerido por Mario. Es una pena que no sea muy devoto de santa<br />

Rita, abogada de los casos difíciles, porque nos hará falta su concurso para no despeñarnos por esta vía<br />

alternativa. Comienza a anochecer y es preferible que nos detenga la policía y nos multe antes de que dejemos<br />

los dientes en el camino.<br />

- Mira, Mario, que sea lo que Dios quiera, conduce tú que conoces mejor el carro y el camino. Yo no me<br />

atrevo. También será mala suerte que nos tropecemos ahora con alguna patrulla, no hemos visto ninguna en todo<br />

el día.<br />

La experiencia de Mario al volante se nota; el miedo a salirnos de la carretera es sustituido por el de<br />

estrellarnos. Menos mal que a Yaraimis le da por contar leyendas tradicionales cubanas que nos abstraen un tanto<br />

de los precipicios que bordeamos. Al llegar a Mella es el propio Mario quien propone desviarnos hasta Palma<br />

Soriano para coger una carretera en condiciones. Conducir de noche no es tan alegre como hacerlo a pleno sol.<br />

Desde Palma Soriano hasta Santiago hay autopista (así la llaman ellos), la que pasa por El Cobre. Me atrevo a<br />

retomar la conducción porque es seguro que pasaremos por algún punto de control. Mentar al diablo es la mejor<br />

forma de invocarlo. A escasos diez kilómetros de Santiago nos detienen. Documentación, visados, preguntas a<br />

todos excepto a los extranjeros, cuchicheos entre los policías.<br />

- Dígame, ¿cómo es que maneja usted? – me pregunta el suboficial (ya me he aprendido las<br />

graduaciones fijándome en las barras de las charreteras)<br />

- Me apetecía, tenía el capricho de conducir un Buick.<br />

- Es irregular, déjeme ver su licencia de manejar.<br />

Saco la cartera enseñando como sin querer mi placa de funcionario del Ministerio del Interior. Rebusco y<br />

le tiendo el permiso de conducir.<br />

- Es irregular –repite-, acá no es válido.<br />

- ¿Qué está diciendo? ¿No es válido este permiso en Cuba? ¡Por Dios! Entonces, ¿por qué se nos<br />

permite alquilar coches sin conductor a los turistas?<br />

- Estamos hablando de dos cosas distintas. Lo cierto es que esta licencia sí es válida para los carros<br />

rentados, pero no para este otro tipo de carros.<br />

- Me va a disculpar, pero eso suena muy extraño. En inmigración nos aseguraron que no habría<br />

problemas, que con tener la A-2 bastaba. Y nos lo dijo el capitán Celano, para ser exactos –recordaba el nombre<br />

del día anterior.<br />

- De eso yo no tengo la culpa, la orientación que nos bajaron es bien clara, y esto es irregular. Tendré<br />

que ponerle una multa al propietario del carro. Quinientos pesos.<br />

- ¡Eso es! –clama Carlos desde el asiento de atrás-, ¿qué culpa tiene él? Si hay multa debe ser para<br />

nosotros.<br />

87


- A ustedes no los puedo multar porque no son los propietarios.<br />

El policía no cede y, sin embargo, no se decide a rellenar el formulario de la sanción. Yo me<br />

desentiendo, casi prefiero pagar esas casi cinco mil pesetas y continuar el viaje, lo mismo deben pensar Sole y<br />

Carlos, pues dejan de protestar. Nadie habla, el policía nos mira y no hace nada, sólo tiempo. Sole, con mucha<br />

más experiencia en el trato con la policía caribeña (no en vano en el dispensario de Santo Domingo tenían que<br />

soportar un turno continuo de ellos), interpreta de manera adecuada esa espera.<br />

- ¿Y por qué no nos olvidamos de esto, tenemos un detalle por su gentileza y continuamos el camino? –<br />

dice resueltamente mi hermana.<br />

- Pudiera ser.<br />

Era eso. El policía mira entonces mi reloj. Sole lo señala y se enfrenta a la mirada del uniformado. Éste<br />

asiente. Yo mismo se lo entrego.<br />

- ¿Y para mi compañero? –habla rápido al tiempo que se esconde el fruto de la rapiña en el bolsillo.<br />

- Para su compañero éste otro –se quita el suyo-, y muchas gracias por todo.<br />

- A la orden.<br />

Arranco y aún no termino de creerme que Sole haya sido capaz.<br />

- ¿Lo veis? Se gana más lamiendo que mordiendo.<br />

- ¿Qué es lo que está pasando acá? Ya hemos perdido la poca vergüenza que nunca hemos tenido –<br />

sentencia malhumorado Román. Mario calla.<br />

- Pero no, Sole –se atreve a hablar Odalys-, salieron perdiendo, los relojes son más valiosos que los<br />

quinientos pesos; cada uno de ellos les puede costar trescientos pesos.<br />

- ¡Qué va! Si eran de propaganda de un laboratorio farmacéutico, se los dio al hermano de Carlos un<br />

visitador médico. Puro plástico. En España te los regalan al comprar una bolsa de magdalenas. No pongas esa<br />

cara, Odalys, que es verdad. ¡Venga, ríete!<br />

- Deja, deja, que no está la Magdalena para tafetanes –repone ella.<br />

- ¿Qué has dicho? –Carlos ya está preparando su grabadora.<br />

- Dije que no está la Magdalena para tafetanes, es una expresión.<br />

- A ver, repítemela que la grabe.<br />

Con la distracción de la grabadora y de los dichos que a raíz del primero surgen se les olvida a nuestros<br />

anfitriones el encuentro con los policías. Por deformación he retenido el número de placa del suboficial, 02-23;<br />

dato inútil donde los haya porque a los que menos les interesa que este incidente se sepa es a nosotros. Ya en<br />

España podremos comentarlo, acá, ni modo.<br />

Son las once y media cuando llegamos a casa de Mario, como hoy no ha habido apagón, se ha<br />

empeñado en que tomemos un jugo con ellos. Lo toman Sole y Carlos, que mi cuerpo no está para grandes<br />

alegrías. Es el único momento del día en el que Yaraimis se separa de Carlos; soy yo quien lo sustituye para<br />

contemplar los dibujos a carboncillo que la muchacha guarda en una carpeta de ribetes picudos. Además de<br />

experta en plantas es muy buena dibujante, y creativa, la mayoría de sus obras son fantásticas, abundan los<br />

desnudos femeninos entremezclados con unicornios y árboles de miembros humanos. Si no tiene más dibujos es<br />

porque el papel es difícil de conseguir y los lápices igual. Basta decir que son preciosos para que me regale unos<br />

cuantos.<br />

mucho.<br />

- No, de verdad, Yaraimis, no los puedo aceptar, guárdalos para cuando seas famosa, van a valer<br />

88


- Si le gustaron, tómelos.<br />

Y me lo dice con tanta musicalidad y con esos ojos enormes que atraviesan retinas que no puedo<br />

resistirme.<br />

Sole ya ha caído en la cuenta de que le hemos dado plantón a Humberto. Mañana lo subsanaremos.<br />

- ¿Y por qué será que hoy no hubo apagón? –comenta Román apurando el jugo de guayaba de su vasito<br />

de plástico- Seguro que el Padre Santo tiene discurso televisado. Mario, ¿puedes prender un segundo el<br />

televisor?<br />

No iba muy desencaminado; no es discurso, sino algo más esperpéntico. El Padre Santo y Hugo<br />

Chávez, presidente de Venezuela, se han organizado a la medida un partido de beisboleros veteranos. Cuba<br />

versus Venezuela. El estadio de La Habana está a reventar y el encuentro no es más que una excusa para la<br />

exaltación del ego de Fidel, quien, con chándal metalizado y gorra a juego capitanea a su equipo.<br />

- ¿No tiene el país mejores lugares dónde invertir el dinero que en esas bufonadas?, ¿no se le caerá la<br />

cara de vergüenza a ése jamás? –el tono de Odalys va elevándose-, ¿con qué chuchería habrán sobornado a<br />

tanta gente para que aplauda?<br />

Es la primera vez que veo lo que consideraba bulo, una multitud inmensa ovacionando al comandante en<br />

jefe. Luego sí que hay gente que lo apoya, gente del pueblo, me refiero, no todos los que llenan el estadio van a<br />

ser policías o altos cargos del Gobierno. Bueno es saber que la verdad no está tan volcada del lado de los que<br />

critican a Castro.<br />

- Los cubanos llevamos cuarenta años aplaudiendo a Fidel y ya no sabríamos aplaudirle a otro, eso es lo<br />

que nos ocurre.<br />

En un aparte pregunto a Mario que cuánto le debemos por los viajes. Él desvía las preguntas, no le<br />

debemos nada, reconoce al fin, lo ha hecho por amistad y para que nos llevemos una buena imagen de la gente<br />

de su país, aunque las cosas no hayan salido bien del todo. Insisto porque sé que nada más que en gasolina<br />

hemos gastado un dinero al que ellos sólo podrán hacer frente con grandes dificultades. Se afianza en su negativa<br />

a aceptar pago.<br />

- Bueno, pues toma, no como pago, sino como un obsequio de tus amigos españoles. Y no vale<br />

rechistar, porque de lo contrario la próxima vez que vengamos a Cuba no tendremos confianza suficiente como<br />

para pedirte que repitamos estas excursiones.<br />

- Ojalá que cuando vuelvan para acá les podamos ofrecer un país distinto, ojalá.<br />

Acepta unos dólares que pagan con creces el combustible y sus servicios.<br />

Estamos alargando el día más de la cuenta, pero es que el tiempo se nos echa encima; mañana a estas<br />

mismas horas volaremos para La Habana, y es mucho lo que nos queda por hacer. De momento, pese a lo tardío<br />

de la hora, nos desviamos por la casa de Magalys para regresar al reparto de santa Bárbara. La puerta está<br />

abierta y en el salón se ven varias personas. Odalys corre hacia allá temiendo lo peor. Las personas son sus<br />

sobrinos, los hijos de Elaine y ella misma, la recientemente excarcelada. Conocemos, por fin, a la hermana de<br />

Magalys. No la vemos en su mejor momento, ni mucho menos. Está derrotada sobre el sillón, con los pies en alto<br />

apoyados sobre una silla y una pomada viscosa sobre las rodillas; fuma y grita alternativamente. Uno de los hijos<br />

duerme la borrachera frente a ella. Carlos nos pide que le expliquemos qué es lo que pasa, pero ya nos gustaría a<br />

nosotros saberlo.<br />

Hemos de esperar a que Magalys nos invite a pasar al fondo de la casa para enterarnos. “Ya ven que mi<br />

hermana no vino tan bien como creíamos; ahora se le está pasando la alegría de la liberación y está un poco<br />

psiquiátrica, no sé qué cosas le hicieron allá, pero no puede sostenerse en pie y las rodillas le arden, dice. La ha<br />

traído su hijo Luis, que, de rabia, ha comenzado a tomar y ahí está tirado con más ron en el cuerpo que seso en el<br />

cerebro. ¡Hijos de puta! Estamos esperando a que Gabriel traiga su carro para llevarla al policlínico.”<br />

Desaparecemos discretamente, sólo Odalys se quedará a pasar la noche con su madre. Los dos<br />

muchachos todavía están despiertos, tienen dos sorpresas para nosotros.<br />

89


- Una buena y otra mala, elijan –dice Javier adelantándose a su hermano, que no encaja bien el golpe y<br />

le hace burla por detrás.<br />

- Casi mejor primero la buena, que de las otras vamos servidos.<br />

- Trajeron un regalo para ustedes, miren –se mete en la habitación y saca una maleta enorme. En su<br />

interior, como si de un juego de muñecas rusas se tratara, van otras ocho.<br />

- Las trajo el padre Bartolomé esta tarde. Dijo que ustedes ya sabían.<br />

Nos las tenemos que llevar a España y entregárselas a Mari Nati para que las siga utilizando en el envío<br />

de ayuda a Cuba. Vienen repletas y regresan vacías. Sólo ellas saben la cantidad de veces que han recorrido el<br />

mismo trayecto. Viendo su tamaño a Sole se le ocurre una buena idea: no sólo comprar colgantes de madera sino<br />

grandes tallas, en resumidas cuentas teníamos pensado volver casi de vacío.<br />

- ¿No quieren saber cuál es la mala noticia? El grillo se escapó. Se comió la tapa del bote.<br />

- Pero si era plástico duro –me extraño.<br />

Javi me muestra lo que ha quedado de la tapa.<br />

- Tenga en cuenta, Miguel –sonríe Román-, que es un grillo cubano, cuando se trata de comer no<br />

distingue.<br />

- Papi, hay otra mala noticia, pasó el camión de la basura esta mañana, lo dijo Esperancita.<br />

El sistema municipal de recogida de basuras merece mención aparte; todos han de pagar una cantidad<br />

fija por el mismo y, sin embargo, las prestaciones que reciben están a juego con el resto de servicios. Nadie sabe<br />

nunca ni el día ni la hora a la que pasará el camión, y no pueden dejar la basura en la puerta si no es en un<br />

envase hermético. Los pocos que se gastaron el dinero en comprar ese envase para no tener que quedar<br />

esclavizados a la vigilancia del paso de los basureros pronto advirtieron su error, lo robaban prontamente y encima<br />

tenían que pagar multa porque la basura quedaba fuera. Lo mismo hay recogida dos veces en una semana que se<br />

pasa un mes sin que aparezca el camión.<br />

Los muchachos quieren saber detalles de nuestro viaje, a Román le puede saber que Yaraimis vino con<br />

nosotros y él se quedó en el liceo con su ración de chícharo y fongo. Es su padre el encargado de relatarle los<br />

pormenores, nosotros nos despedimos hasta el día siguiente.<br />

- ¡Felices veinticuatro! –nos desea irónicamente Román.<br />

Hoy el rato de conversación antes de dormir es más serio que ayer; considero un alivio que no<br />

aparezcan los custodios auto actuantes ni los ancianos del saber. El debate gira en torno a, cómo no, Fidel; la<br />

visión de tanta gente apoyándolo en el estadio de La Habana me ha trastocado los esquemas. Quizá no sea tan<br />

mala bestia como nos han hecho creer hasta el momento, tal vez no sea cierto que muy pocos lo tragan.<br />

- Míguel, si fuera así ¿no nos habríamos dado cuenta antes? Hasta el momento los únicos con los que<br />

nos hemos encontrado que apoyan al Padre Santo han sido el lunático de Israel y el taxista, policía jubilado.<br />

- Ya, pero no todos los que estaban en el estadio esta noche han de estar tocados del ala –argumento.<br />

- Pero sí que pueden ser los incondicionales del Padre Santo porque tengan familia bien situada, o<br />

porque les interese dejarse ver en ese tipo de eventos para no perder el trabajo, ¿no es eso posible? Si la...<br />

Un desgarro brutal seguido de un golpe seco interrumpe las palabras de Carlos; se produjo la catástrofe,<br />

la tela de la hamaca no ha sido capaz de soportar los ciento cinco kilos de Carlos. Justo en la última noche. Para<br />

salir del paso aprovechamos las maletas del padre Bartolomé que, colocadas debajo de la hamaca harán de<br />

colchón. Suerte que Carlos tiene buen dormir. Se niega a ocupar mi cama; yo, previsiblemente, haré varias visitas<br />

urgentes al servicio a lo largo de la noche, por lo que no disfrutaré tanto el sueño. Un último tema cierra el día, el<br />

ajuste de cuentas. Hacemos inventario de cuánto dinero nos queda, cuánto hemos de reservar para la estancia en<br />

La Habana, cuánto pensamos emplear en la compra de tallas y cuánto daremos a esta familia.<br />

90


- Con el padre Bartolomé ya está todo resuelto, le hemos entregado el dinero de los apadrinamientos y<br />

de las casas, ¿verdad? Pues con que nos guardemos, vamos a ver, quince dólares por cabeza, que es lo que nos<br />

van a pedir en el aeropuerto, otros veinte para el taxi que tenemos que tomar desde el aeropuerto al hotel, como<br />

son dos viajes, cuarenta, y algo para la comida de La Habana, sobra. Lo que no gastemos en tallas se lo dejamos<br />

a Román y Odalys, que ellos le van a sacar bastante más provecho que cualquiera de nosotros en España.<br />

Podemos reservar otros cuantos dólares para comprar más piezas de madera en La Habana, por no ir cargados<br />

desde aquí, digo.<br />

Carlos es el ecónomo del grupo, tiene buena cabeza para las cuentas. Hacemos fondo común y<br />

decidimos dejar como pago de nuestra estancia y, por encima de eso, en señal de agradecimiento, unos<br />

trescientos cincuenta dólares. También reservamos otros trescientos para entregar a la parroquia de santa<br />

Teresita. Nombramos administradora de ese dinero a Odalys, ya que de Vilma no hemos sacado muy buena<br />

impresión y el padre José Conrado demasiado lleva en la cabeza como para abrumarlo con donaciones. Para<br />

estos temas, los monetarios, sí es cierto que su reino no es de este mundo.<br />

- Guardad otros cuarenta que le tengo que pagar a Román, le encargué de la Bolsa Negra ocho botellas<br />

de ron para las amistades –anuncia Carlos-; nos salen siete veces más baratas que en las tiendas.<br />

- Con que ron, ¿eh? Carlitos, ya no te vamos a poder desear felices veinticuatro.<br />

- Es igual, yo seguiré peleando por el veintiséis.<br />

Y en ese momento me habría quejado de que comenzase la hora de las tontunas si un apretón no me<br />

hubiese impelido a correr al retrete. Alcancé a oír que Carlos ampliaba la lista de pagos pendientes: “Y algo habrá<br />

que dejar por la hamaca caída en acto de servicio.”<br />

91


19 DE NOVIEMBRE, VIERNES<br />

Último día en Santiago. Yo lo viviré más intensamente porque lo he comenzado a las tres de la mañana<br />

con las anunciadas visitas al retrete. Es increíble, pero todavía no gozamos de agua corriente. Ya no hay duda de<br />

que las amebas se han instalado en mi estómago (o la víscera que tengan por costumbre tomar como residencia),<br />

las heces son sanguinolentas y con una especie de telaraña que las recubre. A cambio de la vigilia he podido<br />

contemplar la lluvia de estrellas que tan anunciada había sido el día anterior, una lluvia en condiciones, no como<br />

las Lágrimas de san Lorenzo que tanta expectación crean en España a principios de agosto y luego resulta que<br />

son diez estrellas fugaces difíciles de localizar. Aquí la noche se llena de fuegos artificiales azules y blancos, de un<br />

blanco limpísimo, polar.<br />

Ayuda mucho que no haya contaminación lumínica pese a que estemos en una gran ciudad. ¡Ya<br />

quisieran los santiagueros no disfrutar de tan baja contaminación lumínica!<br />

El agua de lluvia recogida en los bidones del patio está tocando a su fin. Acordamos no ducharnos para<br />

dejarle reservas a la familia, ya lo haremos al llegar esta noche al hotel. Sole, como enfermera solícita, me da un<br />

sobre de no sé qué medicina para atajar la diarrea.<br />

- No es lo mejor, cuando se tienen parásitos no es aconsejable administrar anti diarreicos, en parte<br />

porque no suelen surtir efecto y en parte porque la causa del problema sigue estando dentro, pero tómate esto,<br />

que no es muy agresivo, tampoco vas a estar todo el día pegado a la taza.<br />

Decido no comer nada en todo el día para evitar esa dependencia escatológica; ampliaría la decisión al<br />

tema de la bebida, sin embargo el calor nos hace sudar tanto que, verdaderamente, no beber agua supone muy<br />

dura penitencia, amén de riesgo de deshidratación.<br />

- Esta noche he soñado con Alí Babá y los cuarenta Fideles –dice Carlos, a quien creíamos todavía<br />

dormido.<br />

- Te has levantado gracioso, Carlitos, ya se nota que te vas volviendo cubano, el Padre Santo se te cuela<br />

hasta en los sueños.<br />

Urge organizarse, el avión sale a las once menos cuarto de la noche, por lo que a las nueve y media<br />

hemos de estar en el aeropuerto. No nos sobra el tiempo.<br />

- Vamos a ver –impone Sole-, primera actividad de la mañana, vaciado de los restos del equipaje. Id<br />

echando en esta bolsa lo que os tengáis que llevar para La Habana, no se admite ropa ni caprichos.<br />

- Ropa interior sí.<br />

- Pero sólo una muda. Lo que nos llevemos puesto es con lo que vamos a llegar a España, así que<br />

procurad no mancharos.<br />

Reducimos nuestro equipaje a ropa interior, cámara fotográfica y cepillos de dientes. Todo lo demás,<br />

incluidas las mochilas, queda a disposición de Odalys para que resuelva con ellas lo mejor posible. Mosquiteras,<br />

ropa, calzado, linternas, pilas, champú, colonia, maquinillas de afeitar, peines, bolsos de mano, bolígrafos,<br />

caramelos, medicinas sueltas..., todo se lo entregamos a Odalys, que lo recibe como agua de mayo. Nos asegura<br />

que todo eso se puede transformar en mucho dinero. “No se imaginan lo difícil que es conseguir ropa acá.”<br />

La segunda actividad del día es contactar con Humberto para disculparnos por lo del día anterior y, si es<br />

posible, quedar con él hoy. Por medio del padre Bartolomé conseguimos su dirección, vive cerca del seminario, en<br />

el barrio de los Cangrejitos. Odalys no puede acompañarnos, quiere esmerarse en la preparación de nuestra<br />

última comida, ha conseguido carne de pollo. ¡Cualquiera le dice que yo no pienso comer! Román salió temprano<br />

para apañar el encargo de las botellas de ron. Caminamos solos, pues, hasta la Plaza de Ferreiro, y allí nos<br />

subimos en un camión, repleto como siempre, hasta la Plaza de Marte. Nos asombra que la gente del entorno del<br />

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eparto de santa Bárbara ya nos conozca, los taxistas ya ni se molestan en ofrecernos sus servicios y los<br />

vendedores de cualquier cosa tampoco.<br />

No puede decirse lo mismo del centro de la ciudad, donde el asedio es constante. Dos o tres días de<br />

escuchar continuamente abordajes típicos como “¿Son ustedes españoles?, ¡ah, la madre patria! ¿No quieren<br />

tabaco o ron a buen precio?..., ¿no tendrán a mano un dólar que me den?..., ¿les llevo en mi carro a donde<br />

quieran?...”, dos o tres días son tolerables, pero cuando llevas dos semanas escuchando lo mismo y encima<br />

tienes prisa por llegar a algún sitio, sientes deseos de contestar de malas maneras. Hoy especialmente parece<br />

que se han puesto de acuerdo en hacernos más penoso el avanzar hacia el puerto. Optamos por no hacer caso a<br />

nadie, no contestamos siquiera.<br />

Aún así, tenemos que esquivarlos cuando se te plantan delante, y como las calles están impracticables<br />

de gente y tráfico, nos lleva media hora salir del centro. Tampoco para Carlos se dan las mejores condiciones para<br />

caminar. Buscamos un cochecito y adelantamos trecho. Lo siento por el pobre caballo que estira de doce<br />

personas con mucha fatiga.<br />

A las once y algo llegamos a la zona donde nos han dicho que vive Humberto, es un barrio alegre, pero<br />

muy pobre, no de la pobreza de los que han ido creciendo como cinturones de miseria, sino de la nacida del<br />

derrumbe de lo que en otro tiempo fue clase media. Sole saca la cámara fotográfica y decide que aquél es un<br />

marco ideal para el reportaje que tenía pensado hacer; retrata las casas derruidas de pura preterición, viviendas a<br />

cielo abierto, niños jugando con ratas muertas, niños fabricando sus propios juguetes con chatarras, chiquillería<br />

escandalosamente risueña pese a su desnudez y sus costillas transparentes.<br />

Acaba el carrete y coloca el de diapositivas. Primer plano de una fachada cubana (desconchones y algún<br />

que otro boquete), primer plano del interior de un dormitorio cubano (tres mantas recogidas y dos almohadas<br />

rellenas de papeles), primer plano de un armario cubano (una caja de embalaje de frigorífico partida en dos),<br />

primer plano de una cocina cubana (un infiernillo), primer plano de la esperanza cubana (una prieta de dieciséis<br />

años amamantando a un bultico de piel blanca) La gente no sólo no ha puesto inconvenientes, sino que ha<br />

considerado un honor que fotografiásemos sus casas. Nos servirán para explicar por los colegios e institutos<br />

españoles las diferencias entre el estilo de vida de pueblos desfavorecidos y el nuestro. A los chiquillos les<br />

impacta conocer esas realidades de boca de quien las ha visto y puede demostrarlo porque aparece de vez en<br />

cuando en las diapositivas. Los que son más sensibles incluso lloran cuando les cuentas que la niñita que está<br />

junto a ti no tiene siquiera zapatos que ponerse.<br />

Hay de todo, lógicamente; una vez recuerdo que perdí los nervios en una proyección de diapositivas con<br />

motivo de la campaña de Manos Unidas en un instituto. Suelo controlarme bastante bien, y salvo en alguna que<br />

otra ocasión que se me han cruzado los cables en la cárcel porque algunos presos me querían buscar las<br />

cosquillas (culpa del mono y de empastillamientos, casi siempre), no he perdido los estribos. Pero en el instituto<br />

me ofusqué; estábamos viendo un vídeo sobre una hambruna en Ruanda, creo recordar, y un grupito de<br />

quinceañeras tipo Melrose Place se tronchaba de risa cada vez que aparecía en pantalla una criatura comida por<br />

las moscas. Aguanté lo indecible en atención al profesor, mas cuando tuve datos suficientes para colegir que las<br />

risas no se debían a otra causa sino a lo que me temía, apagué el vídeo, encendí la luz y lo más suave que les<br />

dije fue putas oligofrénicas. Me arrepentí al instante, claro, los oligofrénicos no se merecían que los igualase a<br />

aquella pandilla de abortos del raciocinio. No es lo normal coincidir con este tipo de adolescentes, gracias a Dios.<br />

Una vecina de Humberto nos dijo que se encontraba en la parroquia, por lo que tuvimos que ir hacia allá<br />

preguntando a cada paso; se notaba en cómo nos miraba la gente que no era habitual el paso de extranjeros por<br />

aquella zona. Llegamos a santa Lucía y la expresión de Humberto fue parecida a la que debió componer la Virgen<br />

María cuando se le apareció el arcángel san Gabriel. No hicieron falta las disculpas por el plantón de la tarde<br />

anterior, no nos dejó articular palabra, nos avasalló con bienvenidas y deseos de enseñárnoslo todo. Vimos la<br />

pequeña pista de baloncesto que habían improvisado en el patio de la parroquia para tener entretenidos a los<br />

chiquillos, nos enseñó el templo, los salones parroquiales, el proyecto de biblioteca y, desbordando orgullo, la sala<br />

de computación. Era un cuarto estrecho en el que sólo cabían dos ordenadores, una impresora de agujas y dos<br />

personas. Nos explicó que el taller no paraba de funcionar, que había turnos continuos de dos horas y que los<br />

sábados los dedicaban a prácticas.<br />

Los dos ordenadores que tenían los habían conseguido mediante la Nunciatura, pero ese camino ahora<br />

estaba vetado. Curioseé y vi que uno de los alumnos manejaba el Microsoft Word con pericia de profesional,<br />

ciertamente el profesor respondía. También lo conocimos, Luis, un buen tipo al que en España le lloverían las<br />

ofertas de trabajo por su rara habilidad para la informática y que en Cuba malvivía pirateando programas.<br />

Impresionaba que con la escasez de medios con las que había de vérselas hubiera llegado a construir una<br />

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egrabadora de CDs y fuera requerido por empresas de prestigio para desencriptar programas o revisar sus<br />

equipos. Nos dio una dirección de correo electrónico perteneciente a un amigo de su madre para poder continuar<br />

en contacto, era el único medio que escapaba al control de las autoridades. Entre Humberto y él nos explicaron<br />

que querían acondicionar un salón contiguo, mucho mayor, con capacidad para seis o siete alumnos, con el que<br />

ampliar los servicios del taller. El problema era que los computadores en Cuba estaban cuatro veces más caros<br />

que en España, siendo aparatos obsoletos. Encontrar una impresora era empresa imposible. Tomamos nota del<br />

proyecto: adquisición de cinco ordenadores, una impresora de tinta y acondicionamiento del salón, lo que incluía<br />

la compra de un aparato de aire acondicionado para que los ordenadores no se dañaran. Sole preguntó algunos<br />

detalles que la satisficieron, el proyecto daba prioridad a los muchachos y muchachas con menos recursos, los<br />

cuales pagaban una cantidad simbólica, y los capacitaba para manejar programas de uso corriente en<br />

administración, administración privada, se entiende, ya que la pública ni siquiera cuenta con máquinas de escribir.<br />

Los gastos de mantenimiento eran mínimos, debido a que Luis y el otro profesor colaboraban<br />

desinteresadamente. Asumimos nosotros mismos ese proyecto, ya que yo tenía conocidos en Jerez que me<br />

dejarían a muy buen precio portátiles 486 con capacidad para hacer funcionar los paquetes integrados de uso más<br />

corriente.<br />

- Allá, en España, puedo conseguirlos por cincuenta mil pesetas, y al ser portátiles fácilmente se pueden<br />

entrar como equipaje de mano en Cuba. El problema será encontrar quién los traiga. El aire acondicionado habrá<br />

que comprarlo aquí, no hay más remedio.<br />

Se sorprendieron del bajo precio, lo que no sabían (Luis sí) es que un 486 en España pertenece al<br />

período pre jurásico. Por medio millón de pesetas podía realizarse todo, cantidad que se habría quedado<br />

escasísima si hubiese habido que tener que conformarse con los precios cubanos. La posibilidad de conseguir en<br />

la isla los componentes por separado y que Luis se encargase de montar los ordenadores resultó, igualmente,<br />

menos económica que la decisión final. Humberto se emocionó al saber que nos hacíamos cargo del proyecto,<br />

tanto que se atrevió a confesarnos que otra idea que tenía en mente era la de montar una biblioteca infantil y<br />

juvenil para la chiquillería del barrio. Nos llevó a otra sala en la que había rudimentarias estanterías ordenadas y<br />

mobiliario suficiente.<br />

- Ya está todo preparado, el único pequeño detalle que falta es el de los libros. Aunque los precios son<br />

bajos no podemos encontrar literatura que no sea política –explicó Humberto.<br />

- Para nosotros resulta fácil hacer entre amigos y conocidos una campaña de recogida de libros,<br />

conseguiríamos muchos, pero ¿cómo os los hacemos llegar? Por agencia costaría un disparate, e ir mandándolos<br />

poco a poco con turistas, además de resultar lento no creo que fuese buena idea, hay otras necesidades más<br />

imperiosas.<br />

De momento quedaba en el aire el tema de la biblioteca. Humberto nos facilita otra dirección de correo<br />

electrónico, la de una empresa en la que trabajaba esporádicamente como bedel, para que nos informemos<br />

mutuamente de cualquier novedad. Por medio de ella le enviaremos el formulario que Manos Unidas facilita a<br />

quienes desean presentar proyectos de ayuda al desarrollo más ambiciosos. En Cuba lo tienen bastante difícil al<br />

impedir el Gobierno esta clase de cooperación, los proyectos que han podido salir adelante (tenemos pensado<br />

visitar varios en La Habana) son pocos, y porque los responsables han tenido que andarse con mucho ojo para<br />

despistar a las autoridades.<br />

- Humberto, como vas a ser nuestro contacto en Santiago, ¿qué menos que nos aceptes un obsequio? –<br />

Sole le entrega uno de los relojes de propaganda-; toma, y otro para tu mujer, y si con uno os apañáis lo vendes.<br />

Aprovecho la ocasión para desprenderme de las últimas bisuterías que me quedaban. Le entrego<br />

collares y pulseras para sus hijas; Carlos no va a ser menos y le regala una cruz dorada con su cadena.<br />

El hermano Antonio, el salesiano, nos encuentra en el momento de las despedidas; Odalys le había dado<br />

razón de nuestro paradero y no quería dejar pasar la oportunidad de enviar cartas para España; nosotros se las<br />

llevaremos. Mientras Carlos y Sole hablan con él acerca de unos proyectos que quiere desarrollar en su barrio<br />

interesándose por las posibilidades que Manos Unidas los financie, Humberto me confiesa su deseo de llegar a<br />

ser algún día diácono permanente, se está preparando para ello a conciencia, siguiendo unos cursos de Teología<br />

a distancia bastante exigentes (lo sé porque Odalys me ha enseñado parte del material, ella lo utiliza como<br />

formación para preparar sus catequesis) Me pregunta qué expectativas se ven en España sobre el particular, ya<br />

que en Cuba el tema se ha detenido por no sabe qué causas. Le confío que lo mismo sucede en España, tras un<br />

período en el que no se nos caía de la boca el diaconado permanente y sus excelencias ha entrado en el más<br />

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incomprensible de los ostracismos.<br />

- En Albacete, para que te hagas una idea, sólo hay tres diáconos permanentes, y gracias, que el actual<br />

obispo no tiene en gran estima ese servicio, más de tres veces ha dicho públicamente que son como las chachas<br />

de la Iglesia, ya ves qué profunda Teología.<br />

No entiende el término chacha y lo he de sustituir por criada, sirvienta, chica para todo. Le hace gracia.<br />

- Resuélvame otra cosa que me provoca. El padre Bartolomé me dijo que usted trabaja como funcionario<br />

en la cárcel, ¿es eso habitual allá?<br />

- ¿El qué?, ¿trabajar en la cárcel?<br />

- Trabajar en la cárcel siendo padre.<br />

- No, más bien no. Mi caso es un tanto peculiar, digamos que ha sido una solución de urgencia y<br />

transitoria, espero.<br />

No veo necesario confundirlo con una explicación más detallada de mis desacuerdos con el obispo, que<br />

son los que me han abocado a prescindir de la nómina eclesial y buscármela en la Administración Pública. Él<br />

insiste:<br />

- Pero, ¿y cómo puede desempeñar los dos oficios a la vez? Le faltará tiempo.<br />

- Me falta el mismo tiempo que me faltaba antes, haga lo que haga siempre me falta tiempo. Hay<br />

personas que estando muy ocupadas desarrollan una enormidad, y otras, que tienen menos responsabilidades, no<br />

dan un palo al agua. ¿Entiendes esa expresión? Los curas son personas, y si un cura tiene ganas de trabajar igual<br />

da que tenga que dedicar ocho horas diarias a ganarse las habichuelas; lo mismo te digo, si es más vago que el<br />

suelo no le va a servir de ayuda no tener que madrugar para llegar a tiempo al trabajo. A veces me da por pensar<br />

que casi sería saludable que todos los curas tuviésemos que ganarnos la vida al margen de la Iglesia, puede que<br />

quiera hacer de la necesidad virtud, no sé, pero había que pensarlo, nos abriría muchos horizontes. Creo que me<br />

entiendes, y me extraña que me preguntes tú eso, que además de tener que sacar adelante a una familia con dos<br />

trabajos distintos veo que estás comprometido hasta el cuello en el trabajo parroquial.<br />

Se ruboriza; Carlos y Sole llegan al final de nuestra conversación. En ese momento pasa por la calle un<br />

grupo de chiquillos toreando a un machito, corren tan aprisa que cuando Sole quiere sacar la cámara ya han<br />

desaparecido. Nos indica Humberto cómo llegar hasta el centro y hacia allá nos dirigimos, queremos comprar<br />

algunas tallas antes del mediodía. Callejeando llama nuestra atención una pareja de ancianos que trabajan en su<br />

porche –es necesario mostrarse obsequioso con el lenguaje para calificarlo así- unos curiosos objetos. Se trata de<br />

caracoles de arenilla, muy simpáticos.<br />

- ¿Y cómo es que hacen estas preciosidades? –en esta ocasión el acento cubano a mi hermana le sienta<br />

como un borceguí a una jirafa.<br />

- ¿Para qué va a ser, m’ija? Para comer.<br />

Los gerentes de un hotel del que no recuerdan el nombre les compran todo lo que fabrican para<br />

vendérselo a los turistas.<br />

- ¿Y qué precio tienen?<br />

- Ellos los venderán por más, tontos serían si no, pero a nosotros nos pagan un peso por pieza.<br />

Esa misma noche veríamos en el aeropuerto los mismos caracoles al precio de un dólar y medio. Ya no<br />

es necesario que nos digan que no es una falsa campaña orquestada contra las grandes multinacionales las<br />

noticias de que explotan a niños y ancianos laboralmente, lo acabamos de ver en un ámbito menos sospechoso<br />

aún que el de las grandes firmas internacionales. Este abuelete recibe ocho pesetas de las doscientas cuarenta<br />

que generará su trabajo, exactamente la treintava parte. Les compramos unos cuantos a dólar, la mujer nos<br />

confiesa que nunca había tenido tanto dinero en sus manos. Se acerca una vecina con un cartón grande en el que<br />

hay pegadas varias fotografías.<br />

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- Disculpen, oí que son españoles, yo tengo un hijo allá, en Elché –la propaganda revolucionaria le hace<br />

cambiar el acento a la ciudad-, miren, es éste de la esquina –nos señala una de las fotos-, les pediría que le hagan<br />

llegar esta otra fotografía, es de mi última nieta, él no la conoce.<br />

Nos da la fotografía, el nombre de su hijo y el número de su teléfono móvil. No puede escribirle porque<br />

no conoce su dirección, y, no es mucho aventurar que tampoco le llegarían las cartas si la conociese dado que el<br />

muchacho salió de la isla de forma poco ortodoxa. Me pregunto por qué esta buena mujer confía en nosotros sin<br />

conocernos, cómo nos hace entrega de la única foto de su nieta, un bien valioso para ella, sin ninguna garantía de<br />

que cumplamos su encargo. Parece leerme el pensamiento.<br />

- Muy agradecida de antemano, sé que ustedes son gente de respetar, no como los Pepes que vienen<br />

nada más que a jinetear.<br />

Proseguimos camino, se nota que nos vamos acercando a zonas más céntricas en que ya comienzan,<br />

de nuevo, los ofrecimientos de taxis, tabaco, ron y mujeres. Hasta qué extremo llega la carencia de ropa que un<br />

joven trigueño nos ofrece cambiar paquetes de puros Montecristo por ropa, “aunque sea usada, talmente como la<br />

que llevan..., yo los acompaño al hotel y hacemos el trato”. Nos da lástima y, quebrantando el acuerdo de no<br />

contestar ni detenernos, le decimos que nos vamos esa misma tarde y que ya nos resulta imposible.<br />

A pocas cuadras de la calle Heredia se nos agotan los temas de conversación sobre temas cubanos, así<br />

que Carlos inaugura un nuevo filón.<br />

- Cuando le decías a Humberto lo de que creías conveniente que los curas tuviesen un trabajo,<br />

llamémoslo civil, ¿era en serio?<br />

- Sí, claro, ¿por qué iba a decírselo si no? Nos haría estar mucho más encarnados en el mundo al que<br />

pretendemos servir, entenderíamos mejor las preocupaciones de la gente, de eso estoy seguro, viviríamos su<br />

vida, teniendo que madrugar, que aguantar al compañero de trabajo, que amoldarnos a unos horarios, que llegar a<br />

fin de mes con lo que llega el resto de la gente... Y, por otra parte, nos haría más libres en todos los sentidos.<br />

Quien tiene el dinero tiene el poder, es así desde que el mundo es mundo, y como en la Iglesia el dinero siempre<br />

lo ha manejado la jerarquía, es ella la que ha ejercido el poder. ¿Cómo te vas a atrever a criticar a quien te<br />

mantiene? Sólo los tontos muerden la mano que les da de comer; si no dependiésemos de la superioridad en lo<br />

económico nos veríamos más capacitados para ejercer mejoras, al menos para discutirlas sin que te censuren sin<br />

más explicaciones. Digamos que estoy hablando de una Iglesia jerárquicamente democrática.<br />

- Pero sería un antitestimonio en un país en el que hay tanto paro –arguye Carlos.<br />

- Pues no sé qué te diga, no entiendo mucho ni de política ni de economía ni de esas historias, pero lo<br />

que no acabo de entender es cómo en España hay paro y, sin embargo, tienen que venir tantísimos inmigrantes<br />

para cubrir puestos de trabajo.<br />

- ¡Nos ha jodío! Porque vienen a hacer el trabajo que no quiere ningún español...<br />

- ¡Amigo! –interrumpo-, entonces no es que haya paro en España, sino que hay, o estamos, demasiados<br />

señoritos.<br />

Un Pepe que nos oye hablar se acerca a saludarnos; debe tener veinticinco años, más o menos, y toda<br />

la pinta de aventurero intrépido y solitario de fin de semana.<br />

- ¿De qué parte de España sois?<br />

- De Albacete y Toledo.<br />

- Yo soy madrileño. He llegado esta mañana de La Habana y me alojo en el hotel Las Américas; he<br />

estado unos días y aquello no hay quien lo aguante de tanto pedigüeñeo, y eso que con motivo de la Cumbre<br />

hicieron una limpieza de chusma colosal. ¿Qué hay por Santiago que merezca la pena?<br />

Iba a contestarle que él, de momento, no, pero Sole fue más rápida ensartando los lugares tópicos que la<br />

gente nos había ido aconsejando y a los que, por descontado, ni se nos había pasado por la cabeza ir: La Maison,<br />

96


Cabaret Tropicana, La Casa de la Trova, la discoteca Espanta Sueño, el Café Cantante, el Roof Garden...<br />

- Me dejaré caer por allí a ver qué tal está el ambiente. Si no me gusta lo que veo cojo las de villadiego,<br />

me alquilo un coche y a recorrer la isla en plan aventura, no soy de los turistas al uso, prefiero algo alternativo, sin<br />

hacer de menos a las mulatitas, que si veo alguna piba en condiciones...<br />

Nadie diría que huía del turismo típico al verle la pinta: bermudas floreadas, deportivas con calcetines,<br />

polo Lacoste, cámara fotográfica gigante, gafas de sol Ray Ban o como se escriba, y walkman con cascos que no<br />

tuvo el detalle de quitarse ni aún cuando hablaba con nosotros.<br />

- ¿Y vosotros?<br />

- Nosotros no –esta vez me adelanté a Sole. Le tendí la mano en señal de despedida y, comenzando a<br />

andar, puse en su conocimiento que nos íbamos ese mismo mediodía. Temía que si prolongábamos la<br />

conversación aquel chuleta se nos pegaría como una lapa.<br />

- Has estado un poco seco con el muchacho –me recriminó Carlos al alejarnos unos metros.<br />

- Si le hubieses visto la pinta, además de estar brusco le habrías vomitado encima.<br />

Sole comparó calidades y precios en distintos puestos de artesanía en madera; después de regatear lo<br />

preciso compramos unos cien abrecartas de diversos motivos y maderas: guayacán, baría, granadillo, ébano...;<br />

también nos hicimos con una buena cantidad de colgantes de ébano, mucho más baratos que los que nos<br />

ofreciera el amigo de Odalys y de semejante factura. Las tallas nos parecieron excesivamente caras, debido, con<br />

seguridad, al sitio en el que se vendían. Román nos había hablado de un artesano económico en la avenida<br />

Garzón. Nos pillaba de camino, así que no compramos talla alguna hasta no ver al hombre en cuestión, por mucho<br />

que los vendedores se empeñasen en metérnoslas por los ojos y se deshiciesen en elogios acerca de la calidad<br />

de sus trabajos, “únicos en toda la isla y al más bajo precio que vayan ustedes a encontrar.” Esto último resultó ser<br />

tan falso como la mayoría de los políticos, el artesano de Garzón nos hizo pasar a su casa para mostrarnos todas<br />

las tallas que tenía, cientos, y sus precios no alcanzaban las cifras de la calle Garzón. Fernando, que así se<br />

llamaba el vendedor, se debió sorprender un tanto cuando, nada más entrar, le pedí urgentemente pasar al<br />

servicio.<br />

Las tripas me volvían a traicionar y temía tener que aliviarme en plena calle. Fernando prefería el Sierra<br />

Maestra por encima del Granma y Juventud Rebelde para papel higiénico. El hombre se portó espléndidamente,<br />

bien es cierto que le hicimos una compra de trescientos dólares. Ceniceros, botellas, tallas grandes, pequeñas,<br />

máscaras, cajitas..., todo en madera. La figura que más se repetía era la Santiaguera, negra estilizada de moño<br />

cuadrado; compramos una de ébano de casi un metro de altura. También compramos otra preciosa de igual<br />

tamaño que él titulaba Familia por las diversas caras que nacían de un tronco retorcido de flamboyán. Cada uno<br />

salió con tres bolsas grandes y repletas, aún teníamos que acomodarlas en las maletas. El artesano nos dio su<br />

tarjeta de visita por si conocíamos a alguien que fuera a viajar a Santiago con deseos de comprar buena madera:<br />

Fernando Suárez Almenarez. Esculturas en madera. Galería. Ave. Garzón 288. Bajos. Santiago de Cuba.<br />

Grafsmanship and others. Nos ofreció, con grandes precauciones y una vez que tuvo el dinero en su poder, unos<br />

collares de coral negro.<br />

Preciosos, pero prohibitivos. Ese material era carísimo y el precio se elevaba porque estaba penado<br />

comerciar con el coral negro, sólo las joyerías del Estado tenían patente para ofrecerlo a turistas.<br />

A las dos y media estábamos con Odalys y a las tres ya habíamos empaquetado cuidadosamente y<br />

acomodado todas las compras, incluyendo las botellas de ron Matusalén que Román nos había conseguido.<br />

Todas excepto una, con la que obsequié al anfitrión, a pesar de las muchas protestas de él y su esposa. Hacía<br />

mucho tiempo que no bebía ron del bueno, nos aseguró. Es triste constatar que lo típico de un país le esté vetado<br />

a sus habitantes, y no sólo por el ron, sino por casi todo, y en ese todo se incluyen las playas. Al enterarme de que<br />

no les estaba permitido el acceso a las playas turísticas me indigné nuevamente, y ya era la enésima vez.<br />

Mal me debió ver Odalys cuando no me forzó a comer el plato que tan primorosamente había estado<br />

preparando en nuestro honor, pollo con pasta y plátano; sólo admití un poco de arroz hervido para contener la<br />

diarrea. Román y Javier lo celebraron por todo lo alto dando cuenta de mi ración. En la sobremesa jugamos unas<br />

partidas de mus con la baraja de Braille que, finalmente, Carlos regaló a los muchachos. Les leyó el futuro con las<br />

cartas inventándose todo lo que pudo y más. Llovía otra vez, el machito nos había adelantado el agua con sus<br />

gruñidos. Diluviaba y hacía sol, en República Dominicana dirían que se está casando una bruja, en Cuba sólo<br />

97


dicen que diluvia y hace sol.<br />

Al escampar Javier salió con una bolsa a la caza y captura del chipojo, era su última oportunidad y la<br />

aprovechó bien. Regresó más tarde con uno de color negro, amarillo y rojo, de unos quince centímetros de<br />

longitud. Éste no se nos iba a escapar. Lo tendría que pasar por la aduana en el bolsillo para que no hubiera<br />

problemas con el detector, está prohibido sacar del país animales autóctonos.<br />

Recibimos una última visita, la de Nora, monja a la que Odalys ha puesto en conocimiento de la<br />

donación que hacemos a la parroquia. Lo quiere agradecer personalmente. ¡Qué mujer tan distinta a su<br />

compañera Vilma! Es atípica en el vestir, en el hablar, en el comportamiento, en el pensar. Más cerca de los<br />

sesenta y cinco que de los sesenta, treinta y tantos años de vida religiosa, calza zapatillas deportivas de<br />

muchacho y viste falda normalita y una camiseta desteñida de propaganda.<br />

- Vengo indignada –es su saludo-; pasé por la bodega de abajo y vi tremenda cola. No se despachaba<br />

porque las encargadas no tenían ni bolígrafo ni lápiz con que apuntar en las carretillas, ¡país de miseria! El Estado<br />

no les facilita ni un lapicero para que cumplan con su trabajo, ¡ni un lapicero!, que te cuesta veinticinco centavos.<br />

Ahí tenían a toda la gente retenida y sin ganas de solucionar. Bien clarito les grité que no tenía el pueblo por qué<br />

pagar la desidia de los gobernantes.<br />

Una carretilla es una cartilla de racionamiento, o una libreta de control de ventas para productos<br />

alimenticios, que eso es lo que reza en la portada de la que nos ha dejado ver Román. También se advierte en la<br />

primera página que “no constituye un documento de identificación”. Consta de treinta y seis páginas de papel<br />

granuloso, como de envolver pescado, difícilmente legible. En ellas, de forma mensual, se controla el arroz, el<br />

grano, el aceite, la manteca, el azúcar, la compota, la conserva de tomate, el jabón, el detergente, el café, el<br />

tabaco, los fósforos y la pasta dental. La carne, el pescado, los huevos y la leche van aparte. La carretilla que nos<br />

muestra Román, a pesar de que ya está caducada, no tiene ni un diez por ciento de casillas rellenadas. Que<br />

tengan derecho a las cuotas que se marcan ahí no implica que se las vayan a dar. Se la pido como recuerdo y me<br />

encarece que la camufle bien a la hora de pasarla por la aduana; tampoco está permitido sacar ese tipo de<br />

documentación del país.<br />

A Nora, como a otros muchos, el correo que envía y que recibe le es intervenido desde el año sesenta y<br />

uno. No tiene pelos en la lengua, por eso se lleva tan bien con Magalys y congenia tan poco con su hermana de<br />

congregación, Vilma. Le sacan un cafetito que tiene la virtud de aplacarle el ánimo, que no la lengua. Habla y<br />

habla sin parar, pero coherentemente, y nos resuelve algunas dudas viejas, como por ejemplo el proceso de la<br />

Iglesia en las peores épocas de la Revolución:<br />

- A mediados de los años 60 los obispos comienzan a manifestarse contra el giro marxista de la<br />

Revolución, (ya en el inicio, retengan el dato), a la que habían apoyado públicamente en sus primeras reformas<br />

socioeconómicas. Esto, unido a la participación de católicos en actividades de oposición a la Revolución y una<br />

cierta utilización de la Iglesia por parte de grupos de choque situados frente a las iglesias y conventos, hasta la<br />

detención de obispos, sacerdotes y laicos durante la fracasada invasión de Playa Girón en abril del 61 y la<br />

declaración del carácter socialista de la Revolución. En mayo, no perdieron el tiempo, fueron intervenidos los<br />

colegios católicos, y en septiembre fueron expulsados un obispo, del que ahora no recuerdo el nombre, y ciento<br />

treinta agentes pastorales entre sacerdotes y religiosos. Temiendo represalias y urgidos por sus superiores<br />

muchos curas abandonaron el país. De los aproximadamente ochocientos que había en el país, quedaron poco<br />

más de doscientos. Igual número de religiosas quedó de las casi dos mil que trabajábamos acá...<br />

Habla elegantemente, aportando gran cantidad de datos.<br />

- ...Pablo VI decía que el ser humano que es promovido es evangelizado. Por ahí debemos caminar. El<br />

gran pecado de la Iglesia cubana es que sólo se ocupa de los pobres de la Iglesia; el ciclo es catequizar,<br />

evangelizar y promover, gran error, yo no puedo catequizar a quien no está promovido, lo humano es anterior a<br />

cualquier otra consideración. Debemos abrirnos a todo el mundo, no esperar a que los alejados nos pidan ayuda y<br />

mientras tanto centrarnos en los que ya están convertidos. Es una lucha perdida que mantengo con Vilma, por eso<br />

me irrita que toda la ayuda que recibimos y administra ella vaya a parar a sus pobres, a los cercanos a la<br />

parroquia. ¡No!, eso no es, hay gente todavía más empobrecida que necesita con mayor urgencia esa ayuda,<br />

aunque no se acerquen al templo. Ella dice que se fía más de sus hermanos en la fe que de los ateos. Hermanos<br />

en la fe. Les voy a contar lo que hace un hermano en la fe, médico cubano que consiguió marcharse a Madrid y<br />

colocarse socialmente muy bien. Se aprovecha de las ONGs para enviar medicamentos a su madre, una viejita<br />

que vive cerca de nosotras, muy católica, por cierto. Y no imaginarán lo que hace la católica viejita, revende esas<br />

medicinas al precio del oro, ¡tomen ustedes hermanos en la fe!<br />

98


Nos cuenta su experiencia en los barrios más deprimidos de la ciudad, sus encontronazos con la policía,<br />

los días que estuvo presa por plantar cara a los promotores de actos de repudio..., cuenta y cuenta y, como ya<br />

pasara en la casa de Magalys, cuando alguien abre la escotilla de los sentimientos más atroces y sinceros<br />

mulléndolos con el relato de sus miserias y grandezas, las horas vuelan.<br />

No nos quiere robar más tiempo, dice, sabe que dentro de poco marcharemos.<br />

- Sólo vine para agradecerles el dinero donado y para asegurarles que se dedicará íntegramente a un<br />

programa de acompañamiento y promoción de niños deficientes y atención a ancianos sin recursos, sean o no<br />

católicos.<br />

Nos parece muy bien, lo que va a hacer con el dinero y la monja en sí. Gente de ésta necesita la Iglesia.<br />

Vamos a despedirnos de Magalys y a saber de su hermana. No hay nadie en casa, suponemos que<br />

Magalys habrá acompañado a Elaine al policlínico. Caminamos entonces a casa de Mario y de ellos sí nos<br />

podemos despedir; Yaraimis nos pide que volvamos, al menos, para su boda, Román se sonroja. Todavía falta<br />

media hora para que el taxi pase a recogernos y, sin embargo, Odalys ya tiene los ojos aguados. Se respira<br />

tremendo mal ambiente.<br />

- Vamos a hacernos fotos –propone alegremente Sole para distraer los últimos momentos, que serán<br />

para todos los más difíciles.<br />

Ha tenido una buena idea, lo de las fotos resucita a toda la familia. Fotos del derecho, del revés,<br />

sentados, en grupo, postulando..., fotos hasta que el taxi del Estado se planta en la puerta. Román saca las<br />

maletas, pesadas pero ni punto de comparación con las que trajimos, y Odalys se nos abraza con un llanto<br />

incontenible que casi se nos contagia. Lo pensé en su momento y ahora lo repito, la gente cubana se te mete en el<br />

corazón con la misma facilidad que las amebas en el estómago. Si las despedidas son tristes más se antojan<br />

cuando tienes la certeza de que el que se queda lo hace en peores condiciones. Para terminar de aguar la fiesta<br />

esta tarde no ha habido apagón (el Padre Santo hablará por televisión, es probable), con lo que es más difícil<br />

disimular la pena de los rostros. Román quiere disimular el nudo que tiene en la garganta imitando nuestras<br />

tonterías: “Tengan cuidado no se les cuele un custodio truturante en el avión”. No ha aprendido a decir auto<br />

actuante, pero así es más gracioso; desde ese momento quedan rebautizados.<br />

El taxista intenta la conversación, pero pronto comprende que no está la Magdalena para tafetanes,<br />

como bien diría Odalys, a la que ya echamos de menos y no hace ni cinco minutos que nos hemos separado de<br />

ella. Nos ha entregado una nota con la condición de que no la leamos hasta llegar al aeropuerto. La llevo en el<br />

bolsillo, junto a la bolsa con el chipojo y el dinero. Precisamente al sacar los siete dólares que hemos de pagar al<br />

taxista la bolsa se me cae y el chipojo se esconde debajo del asiento del conductor; parece ser que no era dado<br />

que me lo llevase a España.<br />

En el aeropuerto, tras desestimar el ofrecimiento de mil portamaleteros conseguimos llegar a facturación.<br />

En esta ocasión no hay problemas de sobrepeso. El funcionario que controla el detector se muestra despótico con<br />

sus paisanos, no es que con nosotros sea la simpatía personificada, pero al menos no nos chilla ni nos zarandea<br />

el equipaje, entre otras cosas porque, salvo la gran maleta facturada, no llevamos nada más que lo puesto. El<br />

avión llegará con un retraso de dos horas, nos anuncia una voz de bella señorita (así me imagino a su propietaria,<br />

que luego puede que sea un cardo borriquero) Casi mejor, me dará tiempo a evacuar el estómago por si tuviera<br />

alguna apretura. Tomamos posiciones en la sala de espera y leemos la cartita de Odalys:<br />

“Gracias por este compartir día a día, por pasar junto a nosotros nuestras tristezas y alegrías. Sole,<br />

gracias porque después de escucharme tomé fuerzas para seguir adelante, me hizo mucho bien. Gracias por<br />

enseñarnos tanto, al lado de ustedes me siento frágil y pequeña; el amor y entrega de ustedes es tanto que como<br />

siempre les digo tienen un corazón que no les cabe en el pecho. Miguel, tú con tu cara de seriecito sabes llegar a<br />

lo más profundo de los corazones. Mi Carlitos, no existen las palabras con las que yo pueda expresar lo que te<br />

admiro y quiero. No sigo más porque no podría expresar lo que siento. Un besote y un fuerte abrazo, que nuestro<br />

Dios nos conceda la dicha de volvernos a ver.”<br />

Deben ser los años, no sé, o que me voy volviendo un afeminado, lo cierto es que tengo que tragar<br />

saliva varias veces para no exteriorizar la emoción. Se hace entre nosotros un silencio incómodo que sólo se me<br />

ocurre romper con la típica pregunta:<br />

- Bueno, compay, y dígame, pues, ¿qué le paresió nuestra siudá?<br />

99


- Desastrosa, una ciudad desastrosa, fea, caótica, sucia, con una zona turística raquítica, eso es lo que<br />

me paresió, y ahora sí lo puedo decir.<br />

Carlos asintió con la cabeza dando por buena la respuesta de mi hermana. Vuelve el silencio.<br />

- ¿Os habéis fijado, bueno, tú no, Carlos, que Javi tiene muchas manchas blancas alrededor de los ojos?<br />

Es por las giardias, parásitos tropicales.<br />

Lo que nos faltaba para terminar de animarnos, una revelación tan positiva. Sin pretenderlo<br />

despuntamos una cabezada, la de mis compañeros más larga que la mía, que pronto se ve abortada por la<br />

llamada de los intestinos. Y así transcurre el tiempo hasta que nos llaman a embarcar.<br />

- Dios mío, no se os ocurra contarle a Ricardo cómo es el avión en el que vamos a subir. Si se entera me<br />

prohíbe los viajes.<br />

Su marido es militar de las Fuerzas Aéreas; tampoco es necesario tener esa profesión para darse<br />

cuenta inmediatamente de la ratonera volante en la que vamos a viajar, un DC-10 de aspecto, cuando menos,<br />

preocupante. Por fuera invita al pronto ataque de pánico, por dentro uno se tranquiliza porque se hace a la idea de<br />

que acaba de subir en un autobús de línea de los años setenta. Carlos y Sole se sientan juntos, a mí me toca en<br />

suerte como compañera una señora que reza cuanto sabe y más hasta que se queda dormida. El despegue es<br />

terrorífico y el vuelo plagado de turbulencias o de incapacidades instantáneas de los motores, que vienen a ser lo<br />

mismo. La azafata nos regala con un caramelo a mitad de travesía y con un vaso de zumo que casi todo el mundo<br />

rechaza para no mancharse con tanta sacudida. Carlos se lo toma por el lado cómico y enciende la grabadora<br />

para captar el ruido inquietante de los motores del aparato.<br />

Pero llegamos, en hora y media sentimos tierra firme bajo nuestros pies y le agradecemos al Señor de la<br />

historia y a los custodios torturantes que nos hayan permitido salir con bien de la más perturbadora atracción de<br />

feria que nadie nunca haya imaginado. Hemos aterrizado en la terminal 5 del aeropuerto de La Habana, un lugar<br />

tercermundista. Pasa media hora hasta que llega el primer taxi, con paciencia benedictina nos ponemos en la cola<br />

y, varios improperios después, nos toca el turno. El taxista nos explica que esa terminal es menor, que la de los<br />

vuelos internacionales, la importante, es la 3. Así mismo nos hace ver que hemos tenido una suerte inmensa, que<br />

esa noche –era ya la una de la madrugada- había poco movimiento en la terminal principal y uno de los<br />

compañeros había decidido darse una vuelta por allá. Si no llega a ser por eso habríamos pasado la noche en el<br />

aeropuerto, ya que todos los teléfonos públicos que había se adornaban del cartel: “Privado de funcionamiento.” A<br />

las dos menos cuarto hacemos la entrada nada triunfal en el Hotel Sevilla, en La Habana Vieja, muy cerca del<br />

Malecón. La recepcionista, al vernos llegar, se espera lo peor. Nuestra indumentaria no es propia ni de turistas<br />

desenfadados ni de viajeros extravagantes, más bien parecemos aprendices de transeúntes. Pero tenemos la<br />

reserva en regla y accedemos a la habitación triple número 506, un palacete que ocupa, sin contar cuarto de baño<br />

y armarios empotrados mucho más que la casa de Odalys. El botones, en vista de nuestro aspecto, no se atreve<br />

ni a pedirnos propina.<br />

- Carlitos, esto es muy lujoso, ¿cómo se te ocurrió reservar esto?<br />

- No había otra cosa, pero no te asustes, que nos salió tirado de precio. Lo único malo es que sólo nos<br />

van a dar desayuno, así que ya sabéis, a hincharse por la mañana para que nos dure todo el día.<br />

Mi problema no era precisamente el de la alimentación.<br />

- Me refiero a que por qué no nos hemos quedado en alguna casa particular, algo que beneficie a la<br />

gente, y no al Estado.<br />

- No podía ser, ten en cuenta que te exigen, para darte el visado, que pernoctes en un hotel por lo menos<br />

un día. Incluso a los que tienen aquí familia y vienen a visitarla desde el extranjero les obligan a que reserven una<br />

noche en hotel. La reservan y la pagan, obviamente, aunque no pisen el hotel y se vayan directamente con sus<br />

familiares. El Estado lo hace para que no se le despisten los dólares. Todos los hoteles cubanos son del Estado;<br />

éste, por ejemplo, aunque esté gestionado por la empresa Accor de Francia pertenece al grupo hotelero cubano<br />

Gran Caribe.<br />

- Esto es tremendo –dice Sole desde el baño- hay cuatro toallas para cada uno, y la tira de botes de<br />

champú y cremas hidratantes, ¡ah!, y papel higiénico en cantidad.<br />

100


Ya vamos comprendiendo por qué la gente viene a Cuba de vacaciones, por cuatro duros se sienten<br />

durante unos días los reyes del mambo entre algodones.<br />

Es tarde y mañana hay que correr para atender todos los negocios que debemos resolver. Carlos se<br />

duerme, después de dos semanas de destierro en la hamaca, antes de terminar de hablar. Se ha dejado la<br />

grabadora encendida y la voz de Román termina el último chiste que le recogió Carlos:<br />

Un cubano que se condena y baja al infierno, ya tú sabes, y entabla amistad con el secretario del diablo, y<br />

le pregunta por una serie de relojes que hay colgados en la pared.<br />

- Verá, viejo, cada reloj pertenece a un país, y cuando uno de sus dirigentes dice una mentira, las manillas<br />

dan una vuelta completa. ¿Ve?, éste es el de los Estados Unidos, éste otro de Rusia...<br />

- ¿Y el de Cuba?<br />

- ¡Ay, no!, m’ijito, ése lo tengo en mi cuarto como ventilador.<br />

101


20 DE NOVIEMBRE, SÁBADO<br />

A las ocho y media de la mañana la luz ha vencido su ángulo de inflexión y se cuela por el ventanal de la<br />

habitación. Debimos dar mal el número porque la recepcionista no ha llamado a las siete para despertarnos o, si<br />

ha llamado, no hemos oído el teléfono. Nos duchamos en orden, regodeándonos en el milagro que supone que el<br />

agua brote de la pared con sólo girar el grifo; nos parece bárbaro que se pueda elegir entre agua caliente y fría. Y<br />

un espejo sin fugas de azogue, un espejo en el que podemos vernos la cara entera, completa nuestra fascinación.<br />

Mientras Sole termina de inspeccionar todas las cremas hidratantes y asimilables que nos ofrece gentilmente el<br />

hotel Carlos juguetea con el mando a distancia de la televisión. Parece mentira que a escasos metros de donde<br />

disfrutar de luz eléctrica debe ser un beneficio impagable nosotros podamos estar sintonizando cadenas de<br />

televisión alemanas.<br />

Se detiene en el Canal Internacional de Televisión Española, acaban de comenzar las noticias, que nos<br />

informan de una ola de frío polar en nuestro país y de la muerte del cantante Enrique Urquijo, del grupo Los<br />

Secretos. Nos deja, paradójicamente, más helados la segunda noticia que la primera. A Enrique lo conoció Carlos<br />

en un concierto, tenía cierta amistad con él, de la época en la que mi cuñado y un amigo, el Serna, recorrían los<br />

bares malditos de Madrid a la caza y captura del cantautor en ciernes o ligeramente consagrado. Intercambiaron<br />

alguna carta, alguna cita, algún libro. El telediario no aclara si ha muerto de infarto o de un tiro, sólo que lo<br />

encontraron en un portal de Madrid en la madrugada del día anterior. Carlos conoce lo suficiente de su trayectoria<br />

como para aventurar con éxito que ha muerto de sobredosis. “Aunque tú no lo sepas, me he inventado tu<br />

nombre...”, tararea Carlos con un deje de pena. Desde el primer momento que oí esa canción me pareció de las<br />

más melancólicamente bellas jamás escuchada. Si alguna vez me hubiera enamorado como Dios manda me<br />

habría gustado cantarla arpegiando con lentitud precisa la guitarra.<br />

Carlos.<br />

- Lo que no me explico es cómo la gente es tan tonta para meterse sobredosis –reflexiona en voz alta<br />

Mi experiencia penitenciaria me hace aclararle que las muertes por sobredosis no se deben a que los<br />

pobres desgraciados se metan más de la cuenta, sino a que la pureza de la droga es mayor de lo habitual.<br />

Normalmente está tan cortada que sólo un veinte por ciento es droga, lo demás es talco, cal o sustancias<br />

parecidas; cuando no se corta tanto y se llega al ochenta por ciento ya hay serio peligro de quedarse fiambre si el<br />

organismo ya se ha acostumbrado a la otra cantidad.<br />

A Sole, en cambio, menos puesta en el mundo de la canción y de la droga, le preocupa el frío. Tal como<br />

vamos, con sandalias, camiseta y pantalones cortos, lo vamos a pasar mal en Madrid. Al telediario le sucede<br />

Corazón, corazón, que abre programa con el notición de que Ana Obregón está enfadada con la prensa y no<br />

concede entrevistas. Del disgusto que me causa semejante cataclismo le arrebato el mando a Carlos y apago el<br />

televisor. A desayunar.<br />

Superada la vergüenza inicial por nuestro aspecto entre tanto turista elegante, informalmente vestido,<br />

pero elegante, buscamos sitio en una mesa con vistas al mar. Se ha empeñado Carlos, ¡qué cosas! Mi decisión de<br />

mantenerme sólo con líquidos se desmaya en cuanto veo los manjares del buffet libre. Que sea lo que Dios<br />

quiera, pienso, y me lanzo sobre los bollitos de chocolate, las mermeladas de guayaba y toronja, la crema de fresa<br />

con plátano, la leche caliente, los dulces de almendra... A Carlos le va suministrando Sole un mucho de todo; ella<br />

va preguntando y a mi cuñado se le olvida que existe la palabra no. Por las mesas de alrededor han pasado, al<br />

menos, dos tandas de comensales, no obstante, nosotros aún no damos por concluido el almuerzo. Sólo cuando<br />

notamos que lo ingerido colma la amplitud del estómago comenzamos a pensar en retirarnos, no sin antes<br />

aprovisionar de víveres con disimulo una bolsa que Sole llevaba a tal efecto. Visitamos las dependencias del hotel,<br />

un edificio del 1880 “inspirado en las líneas moriscas de la entrada del Patio de los Leones de la Alhambra de<br />

Granada, un estilo que sobresale en arcadas, columnas y profusión de mosaicos. El hotel tiene cuatro plantas,<br />

trescientas habitaciones y nueve apartamentos, todos ellos con lujoso mobiliario confeccionado por la casa Vila y<br />

Rodríguez...”<br />

102


- ¿Les interesa conocer algo más de la historia del hotel? –pregunta una señorita-, tenemos unos folletos<br />

ilustrados al precio de cuatro dólares.<br />

No se me estaba pasando por la cabeza otra cosa nada más que empaparme de la historia del hotel,<br />

¡qué preguntas! En lugar de comprar el folleto pedimos utilizar el teléfono de la recepción para no tener que subir<br />

nuevamente a la habitación. Pretendemos hablar con el hermano Evaristo, cuya dirección y teléfono nos había<br />

facilitado Antonio en Santiago; está de viaje, nos dice otro fraile, el hermano Osvaldo, el mismo que nos invita a<br />

acercarnos a su casa para ver el proyecto financiado por Manos Unidas cuando nos damos a conocer.<br />

- Está un poco alejado, entre Luyanó y Santos Suárez, aunque también se conoce esta zona como Diez<br />

de octubre. Si cogen un carro en la puerta del hotel, en el Sevilla me han dicho que están, ¿no es así?, pues les<br />

llevará una media hora.<br />

Traducimos esa media hora a dólares y consideramos que no merece la pena darle a ganar tanto dinero<br />

al Estado, así que, por unanimidad, utilizaremos transporte colectivo. Salimos al Paseo Martí, que desemboca, en<br />

dirección norte, en el Castillo de san Salvador de la Punta, en la orilla del mar; tomamos el camino contrario, hacia<br />

el centro, y a la altura del Capitolio preguntamos por algún camello o guagua que lleve hasta Luyanó. La gente no<br />

conoce esa zona, y eso que, según nuestro mapa, está relativamente cerca. Probamos con Santos Suárez,<br />

tampoco, Diez de Octubre, les suena, pero nada, Iglesia de Jesús del Monte, eso sí. Hay que coger el camello M6<br />

o las guaguas 4 y 2, que están justo en el parque de la cuadra siguiente. Muy agradecidos. La razón por la que ni<br />

los propios habaneros conocen los nombres de sus barrios es que han sido impuestos por decreto, sin atender a<br />

la tradición, nombres artificiales que no han calado nada más que en los planos, los carteles y la correspondencia<br />

oficial, nunca en la memoria del pueblo. En eso le doy la razón a La Habana para un infante difunto, de Cabrera<br />

Infante: “En La Habana, sobre todo en La Habana Vieja y Central y aun en muchos barrios, en los barrios viejos,<br />

los habaneros nunca aceptaron los nombres nuevos de las calles y se siguieron llamando como al principio de la<br />

república o en la colonia, desmintiendo a las placas, los viejos nombres conservados por la tradición oral de la<br />

ciudad.”<br />

La cola que aguarda la llegada del camello M6 tiene casi treinta metros de largo, y es doble. Aunque los<br />

usuarios se reaprieten hasta lo inimaginable no conseguiremos entrar en la próxima, con lo que nos tocará esperar<br />

otros veinticinco minutos, que es la cadencia con la que pasan cuando pasan, que, a veces, nos dice una<br />

habanera auténtica, vestida de pies a cabeza de blanco purísimo, no pasan ni dan explicación. No podemos<br />

perder tanto tiempo. En las guaguas 4 y 2 el gentío es todavía mayor. La habanera nos dice que el pasaje cuesta<br />

cuarenta centavos de peso.<br />

- ¿Y un carro particular?<br />

- ¡Un sindiós!<br />

- ¿Cuántos pesos son esos?<br />

- Yo no les puedo decir, nunca cogí uno, pero cuestan una fortuna.<br />

La Habana es todavía más sucia que Santiago, más decrépita; salvo en la zona netamente turística, en<br />

la que hay un miembro de la policía especial en cada esquina –más tarde lo comprobaríamos-, y locales y edificios<br />

decentes por lo que a fachada se refiere, el resto es una competición a muerte en la que en unas cuadras gana la<br />

miseria y en otras la podredumbre. El paisano que nos saludó en Santiago tenía razón al decir que la Cumbre<br />

había servido para limpiar las calles de pedigüeños, hasta el momento nadie nos había pretendido abordar con<br />

peregrinas excusas para vendernos o sonsacarnos algo. También puede explicar esto, en parte, las octavillas<br />

firmadas por Ángel Luis Beltrán Calunga que, de tarde en tarde, recogemos del suelo: “Muy erróneo es sostener<br />

que asediar a los turistas, en detrimento del prestigio cubano, de la dignidad social, es resolver, luchar la vida. El<br />

mismo término usan los que delinquen.”<br />

Recordando nuestras andanzas por Santo Domingo negociamos con algunos taxistas –no del Estado,<br />

sino clandestinos- el precio de un viaje hasta la Iglesia de Jesús del Monte. Quince dólares, nos dicen al notar que<br />

somos extranjeros. No hay trato. Se acerca un policía y se interesa por el contenido de nuestra negociación. Lo<br />

más lógico es suponer que los taxistas ilegales inventarán alguna mentira para evitarse problemas, pero no es así,<br />

cuentan abiertamente que queremos ir a Jesús del Monte.<br />

- Yo les llevo por diez dólares –nos sorprende el policía.<br />

103


Cuanto antes nos parece tarde para alejarnos de aquel grupo. No es descabellado suponer que estaban<br />

todos compinchados; poco futuro le veo a un país en el que son los propios garantes de la ley y el orden quienes<br />

se dedican abiertamente a transgredirla.<br />

Algo más tarde un vendedor de pizzas ambulante nos informa que hay recorridos establecidos de precio<br />

fijo entre distintas zonas de la ciudad. El que lleva a Diez de octubre lo podemos encontrar en Prado 264, muy<br />

cerca de donde estamos. Por dos dólares un Chevrolet de volante partido y asientos enormes nos deja en la<br />

misma puerta de la Iglesia de Jesús del Monte. Creemos haber llegado, pero no. Aunque estamos cerca nadie nos<br />

sabe dar indicación de dónde queda la Iglesia de los hermanos de la Salle. El escenario se ha tornado colonial y<br />

decadente, de columnas macizas de piedra erosionada que soportan viviendas parcialmente derruidas. Hay<br />

muchos descampados y solares embarrados.<br />

De pura casualidad, que no de otra forma cabe calificar el fruto que dieron las cinco o seis vueltas que<br />

dimos callejeando por la zona, encontramos la dirección indicada. Es la una y diez, pésima hora para visitar a<br />

nadie, y peor todavía habiendo quedado con el hermano Osvaldo a las once. Por suerte la medida del tiempo aquí<br />

es muy relativa y, al ser sábado, los religiosos almuerzan más tarde. El viejito que resulta ser Osvaldo se deshace<br />

en atenciones para con nosotros; se nota que ha preparado a conciencia nuestra visita, pues ha colocado en<br />

lugares bien visibles y a lo largo de toda la casa paneles con fotografías de las distintas fases del proyecto<br />

subvencionado por Manos Unidas, así como carteles alusivos a las campañas de esta ONG. Nos trata con algo de<br />

nerviosismo, como si creyese que venimos a fiscalizar su trabajo, a descubrir alguna trampa que hubiesen podido<br />

hacer con la ayuda recibida. Sole lo tranquiliza:<br />

- No venimos en visita oficial, ni mucho menos, es sólo que vamos a estar un par de días en La Habana<br />

y al ser colaboradores de Manos Unidas nos ha apetecido echar un vistazo a los proyectos que podamos. Más<br />

que nada para informar a gente de Santiago que también quiere comenzar a trabajar en este sentido y no sabe<br />

cómo hacerlo por las peculiares circunstancias del país, ya sabe a qué me refiero.<br />

Osvaldo no tenía motivos para tanta preocupación. Nos muestra la obra realizada con los cinco millones<br />

recibidos desde España: un aula de computación, del estilo de la que quiere sacar adelante Humberto en<br />

Santiago, con seis ordenadores Pentium 2 y una impresora matricial; una cancha de baloncesto algo rudimentaria,<br />

una biblioteca infantil con capacidad para veinticinco niños, y un taller de costura para mujeres con diez máquinas<br />

de coser algo anticuadas.<br />

- También compramos dos máquinas de escribir y alguien viene a aprender, pero es poco lo que se<br />

puede hacer con sólo dos.<br />

Ciertamente han estirado el dinero de forma prodigiosa. El único error que le veo al desarrollo de todo<br />

esto es que Osvaldo nos informa, previa petición de Sole, de quiénes son los beneficiarios, gente cercana a la<br />

parroquia. Tenía razón Vilma, el gran pecado de la Iglesia cubana.<br />

La sala de computación funciona desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche de forma<br />

ininterrumpida, excepto fines de semana; los profesores son voluntarios y los alumnos aportan una cantidad<br />

asequible, casi testimonial. A mi curiosidad sobre el origen de los ordenadores contesta que vinieron de la mano<br />

de una empresa que trabajaba mucho y bien con el arzobispado. Son las ventajas de residir en la capital. Le<br />

comento el caso de Humberto y opina sin tapujos que lo va a tener francamente difícil.<br />

- Santiago y La Habana son dos mundos; Santiago es la Cenicienta.<br />

- ¿Y cómo han podido hacer todo esto sin que les molesten las autoridades?<br />

- Porque lo hemos camuflado, acá todo ha de ser camuflado. Lo presentamos como algo de uso<br />

exclusivo de la Congregación. Mejoras internas, creo que mentimos. Ellos saben que a aprender computación<br />

vienen niños y jóvenes, y que la cancha de baloncesto y los talleres de costura también son para la gente del<br />

barrio, pero hacen la vista gorda porque les conviene. Mientras no detecten movimiento de dólares que se les<br />

escapan o sospechas contrarrevolucionarias todo lo permiten. Todo que es nada, no se vayan a creer...<br />

Quedamos bastante satisfechos de lo visto, así se lo hacemos saber. Abusamos un poco de su<br />

hospitalidad pidiendo telefonear a las religiosas de la Calzada del Cerro para ver si podemos acercarnos a visitar<br />

el proyecto que les fue subvencionado el año pasado. Elegimos el suyo porque, según el mapa, su dirección está<br />

cercana al lugar donde nos encontramos.<br />

104


Sor Caridad le dice a Sole que estará encantada de recibirnos a partir de las cuatro. Son ya las tres<br />

menos cuarto, por lo que rehusamos la invitación a comer del hermano Osvaldo y paseamos toda la calle Diez de<br />

octubre hasta la esquina Buenos Aires, un camino de dos kilómetros que disfrutamos llenándonos de los olores de<br />

fritangas y gritos de la gente; en la esquina que se conoce como Tejas nos desviamos hacia la izquierda, hacia<br />

Calzada del Cerro. Luego volveremos sobre nuestros pasos para conectar con la Máximo Gómez. Hay un cartelón<br />

enorme en el que se lee: “Doscientos millones de niños duermen hoy en la calle. Ninguno es cubano.”<br />

A las cuatro menos cinco tocamos el timbre de la residencia de ancianos en la que trabajan las<br />

religiosas. Carlos me ha preguntado que a qué congregación pertenecen. No le sé responder; soy cura, mas<br />

incapaz de aprender a identificar hábitos y tocas. Sólo conozco el de las terciarias capuchinas, carmelitas y<br />

clarisas, fuera de ahí que no me pregunten. Una morenita preciosa nos abre la puerta y nos conduce a una sala<br />

de espera desde donde asistimos al paso de varias muchachas agradablemente arregladas caminando por<br />

parejas. “¿Y esto qué es?”, se pregunta Sole adelantándose a mi extrañeza. No sólo sale a recibirnos sor Caridad,<br />

también sor María José, ésta última española y recia. No encaja con donosura que sea sacerdote y lleve esa pinta<br />

de ganapán. El edificio está restaurado a trozos, un palacio colonial de proporciones tremendas que recorremos<br />

palmo a palmo sin poder detenernos a admirar los rincones porque la charla de las dos monjas es absorbente en<br />

grado sumo. Nos enseñan todo salvo lo que hemos ido a ver, la sala de computación financiada por Manos<br />

Unidas. “No merece la pena, si es que está en el sótano”, se excusan, y aquello no nos huele nada bien.<br />

Insistimos y acceden, si bien el tiempo que nos dejan estar en la supuesta sala de computación es más breve que<br />

la cuarta parte de un suspiro.<br />

Nada más bajar ya nos están indicando el camino de vuelta. Sin embargo, yo alcanzo a ver que los<br />

equipos informáticos que tienen son, incluso para Cuba, verdaderas antiguallas, hay muchos, sí, cuento doce,<br />

pero en deplorables condiciones. Pregunto que cómo los habían conseguido y me dicen que por medio de un<br />

señor importante que trabajaba en no sé qué despacho. “Pero eso fue hace ya tres años –se delata sor Caridad-,<br />

lo que interesa ahora es la biblioteca. Venid, que os vamos a enseñar qué preciosidad de sala tenemos para las<br />

chicas, sólo nos falta llenarla de libros para ellas.”<br />

Sole también había cazado al vuelo el dato, los ordenadores los tenían desde hacía tres años y el<br />

proyecto lo presentaron después, con lo cual no hace falta ser doctorado en Salamanca para deducir que el<br />

proyecto para el que pidieron dinero a Manos Unidas ya estaba realizado; eso también explicaría por qué tanto<br />

empeño en ignorarlo. Un proyecto fantasma, las monjas lo habían utilizado para conseguir dinero. Ni Sole ni yo<br />

pensamos que esos millones que no se invirtieron en una sala de computación se destinaran a comprar ron con<br />

los que la comunidad de religiosas se alegrarían las noches de los sábados, seguramente los dedicaron a buenos<br />

fines, pero no a los que figuraban en los archivos de Manos Unidas.<br />

Eso me dolió, y me dolió todavía más que las artífices del engaño hubiesen sido monjas. Siempre hay<br />

personas que intentan engañar en el tema de las peticiones de ayuda, pero los casos son mínimos y se detectan<br />

en el noventa por ciento de los casos. Sole, y es sólo un dato muy puntual, ha viajado a Bolivia en varias<br />

ocasiones para supervisar proyectos y nunca se ha encontrado con fraudes a Manos Unidas. En República<br />

Dominicana tampoco los vimos. De unas monjas no te lo esperas, esa es la verdad. En condiciones normales no<br />

lo habrían podido hacer, porque la ONG es muy exigente con las facturas que hay que presentar y el resto de<br />

documentación, sin embargo, dadas las especiales características del Gobierno en el poder con el caso de Cuba<br />

se transige más. Ya el resto de la visita se torció, pese a la amabilidad que seguían demostrando las monjas.<br />

Pasamos al ala que servía de residencia de ancianos, afortunadamente muy lujosa para el entorno en el que está,<br />

visitamos la capilla, los salones parroquiales, los comedores, y el ala de las chicas. Las chicas son las que hemos<br />

visto pasear, treinta y cinco aspirantes al noviciado. Segundo impacto brutal; no me van a convencer ni harto de<br />

vino que esas salerosas mulatas aspiran a convertirse en monjas, y si es así tendré que pensar que es cierto que<br />

las vocaciones en el Tercer Mundo no las suscita el Espíritu Santo, sino el hambre. Sor Caridad se ríe ante el<br />

comentario de Sole:<br />

- Son muy afortunadas, muy pocas congregaciones tienen hoy en día treinta y cinco vocaciones.<br />

- Más quisiéramos nosotras que fueran vocaciones –sigue sonriendo-, son aspirantes, todas aspiran a<br />

algo, pero ninguna, desde luego, a abrazar el estado religioso. Es una pequeña trampa que le hemos de hacer al<br />

Estado para que nos permita tener una residencia de estudiantes universitaria; declaramos que son novicias y<br />

santas pascuas, de otro modo no podría ser.<br />

105


Son muy aficionadas estas religiosas a las trampas. Nos amplían a regañadientes los datos de la sala de<br />

computación: hay doce equipos, dos profesores y varios turnos de enseñanza. Tienen una lista de espera enorme<br />

y la selección de los admitidos se realiza en función de las expectativas de trabajo que el aspirante pueda tener;<br />

paga cada uno de ellos unos diez dólares por los tres meses del curso. Un auténtico disparate, nos parece, una<br />

cantidad al alcance de muy pocos. Si esto es lo que entienden ellas por ayuda al desarrollo que Dios nos libre de<br />

sus manejos. Sólo por curiosidad indagamos algunos otros datos: disponen de tres carros propios y una furgoneta,<br />

así como de una nutrida red de donantes españoles que les hacen llegar con periodicidad grandes ayudas. “La<br />

semana pasada vino un matrimonio de Burgos con quinientos kilos de ropa y medicamentos.” El secreto para que<br />

no les retengan nada en la aduana es poner en todas las maletas con grandes letras “Material de ayuda al Asilo”,<br />

eso les otorga inmunidad porque el Estado mima a los asilos, él se ve impotente para dar respuesta al fenómeno,<br />

nunca visto hasta entonces, del abandono de ancianos.<br />

Acerca del origen de las universitarias residentes nos explican que son chicas muy selectas<br />

recomendadas por los párrocos con los que tienen confianza. Una especie de seminario español de los años<br />

cincuenta, en el que los niños ingresaban recomendados por los curas de turno para sacarse unos estudios y una<br />

educación difícil de obtener por otra vía. Hay un letrero curioso sobre un teléfono de pared perteneciente todavía<br />

al ala de las chicas: “El novio es tuyo, el teléfono es de todas.” Ni que decir tiene que las comodidades de las que<br />

gozan estas muchachas son excesivas en comparación con el nivel medio. El último dato que nos ofrecen<br />

demuestra que son mujeres con muchísimas tablas: “El Estado nos da una ayudita por cada anciano que<br />

atendemos y nos facilita la compra a granel. Dice el Evangelio: Pedid y se os dará.”<br />

Nos llevan a la futura biblioteca cambiando el tono, ahora es de lamento: “Las chicas necesitan un<br />

espacio para estudiar, material para consultar, todas van a la universidad y cursan desde Derecho hasta<br />

ingenierías varías, pero les falta documentación, enciclopedias, libros, en suma, si Manos Unidas pudiese<br />

aceptarnos el proyecto de equipar convenientemente esta biblioteca no sabéis el bien que nos haría.”<br />

Sole utiliza la vía diplomática:<br />

- No entra dentro de las líneas de Manos Unidas financiar equipamiento de bibliotecas, se trabaja más en<br />

proyectos de desarrollo, de capacitación, se cubre otro tipo de necesidades más urgentes...<br />

- ¿Y no es urgente una biblioteca para formar a las universitarias? –el tono de sor Caridad demuestra<br />

que no está acostumbrada a que le lleven la contraria.<br />

Y ahí sí que no transijo.<br />

- Sería urgente si todo el mundo en Cuba tuviese algo que llevarse a la boca, mientras tanto hay otras<br />

prioridades, me parece.<br />

- Supongo que no vas a venir a hablarnos de la situación en Cuba, a nosotras, que llevamos media vida<br />

trabajando por los pobres cubanos.<br />

- Por supuesto que no, sólo digo que ninguna ONG fiable financiaría una biblioteca para selectas<br />

señoritas universitarias en un país en el que hay verdadera pobreza, en un país en el que la gente se muere por<br />

falta de medicinas. Primero el estómago, luego los caprichos. Si aún fuese para un biblioteca destinada a<br />

chiquillos de la calle o gente humilde de verdad.<br />

Reconozco que no han sido muy felices las dos últimas frases; igualmente lo acusan las monjas, que se<br />

atropellan para contestarme:<br />

- ¿Caprichos? ¿Formar sanamente a la juventud es un capricho? Es una inversión a largo plazo.<br />

- Sí, igual que el engaño de la sala de computación, una inversión del dinero de Manos Unidas en Dios<br />

sepa qué, porque salta a la vista que en eso de ahí abajo no han echado ni una peseta de las enviadas.<br />

Sor Caridad no se amilana a pesar de haber sido pillada en el renuncio:<br />

- Si no está ahí el dinero está en otra parte de la casa, pero siempre bien empleado.<br />

- Encima lo va a justificar –hablo mirando hacia otro lado-, pide dinero para unos ordenadores, lo invierte<br />

en otra cosa y se queda tan ancha. Eso se llama engaño, estafa.<br />

106


- Nosotras sabemos cómo está la situación aquí y el modo de resolver, ¿cómo nos van a decir desde<br />

España a qué es mejor aplicar la ayuda?<br />

Me callo, no se puede razonar con ellas y el tono de las palabras va subiendo, así que me muerdo la<br />

lengua y les digo a Carlos y Sole que les espero afuera. No quiero que me saquen de quicio porque me conozco y<br />

sería desagradable.<br />

Media hora más tarde salen mis acompañantes; oigo la voz de sor María José que los despide con<br />

educación, pero evita atravesar el umbral para no encontrarse conmigo.<br />

- Tremendo mal ambiente, Míguel –me dice Carlos-, tremendo mal ambiente.<br />

- ¿No es irritante que en estos temas los puntos filipinos sean gente que se supone debería estar más<br />

concienciada que el resto? –digo a modo de saludo.<br />

- Pues te has salido en lo mejor, el resto ha sido para mear y no echar gota, vamos, que los custodios<br />

torturantes no habrían estado de más en este asilo –comenta Carlos mientras se agarra a mi codo para iniciar la<br />

marcha hacia La Habana Vieja. Vamos a ir paseando.<br />

El resumen de lo acontecido en mi ausencia es que Carlos había querido enmendar un poco mi nefasta<br />

actuación y se había ofrecido a enviarles cuantos CD-Roms fueran precisos para solucionar el problema de la<br />

biblioteca. Una de las monjas disponía de ordenador con CD-Rom, con lo cual las universitarias podían consultar<br />

en él todo cuanto quisieran, supuesto que Carlos tenía acceso a la colección completa de Aranzadi (12 CDs) y a<br />

todo tipo de Enciclopedias en el mismo soporte, que les haría llegar nada más pisar Toledo. “Es mucho más<br />

rápido, más avanzado, más actualizado y ocupa menos espacio que los libros para su transporte y, cómo no, para<br />

su almacenamiento”, les había dicho creyendo que se alegrarían de tan magnífica noticia. Pero no, ellas preferían<br />

los libros, se habían hecho a la idea de rellenar las estanterías de la sala preparada al efecto y se habían<br />

encaprichado con los libros, ni CDs ni nada que no fuese tan aparente y elegante como los tomos de toda la vida.<br />

En un coleccionista lo entendería, en ellas de ninguna manera.<br />

El problema era que enviar libros a Cuba no era fácil. Para ellas sí, esos colaboradores habituales se los<br />

irían trayendo poco a poco. Ponían el letrero del Asilo y pasaban sin problemas. Y Carlos, que es un hombre de<br />

recursos, vio los cielos abiertos, ya sabía cómo hacerle llegar los libros a Humberto. Les preguntó que si no les<br />

importaría recibir también libros destinados a la parroquia de santa Lucía en Santiago; por supuesto que no,<br />

contestaron. Estupendo. Nada más llegar Carlos se encargaría de organizar una recogida de libros de nivel<br />

universitario y literatura infantil y juvenil y la llevaría al Doméstico de Toledo, convento de la misma congregación<br />

que estas monjas de aquí. La superiora de Toledo, Mª Carmen César, sería la persona de contacto. Volvía a tener<br />

razón Sole al afirmar que se gana más lamiendo que mordiendo. Por las buenas maneras de Carlos podríamos<br />

equipar la biblioteca de los chiquillos de Humberto, a cambio de tener que equipar también la de las selectas<br />

señoritas.<br />

Como por ensalmo las calles se van llenando de gente, es sábado por la tarde, y se respira un ambiente<br />

de fiesta. El paisaje no varía en exceso respecto del santiaguero, algo más de suciedad, quedó dicho, un acento<br />

no tan cerrado en las charlas que nos rodean y, dato anecdótico, decenas de personas portando cajitas alargadas<br />

conteniendo árboles de Navidad. En una shopping que vemos algunas cuadras más adelante está la explicación:<br />

una cola inmensa aguardando a hacerse con uno de esos arbolitos de la remesa que a tan bajo precio acaba de<br />

aterrizar en La Habana.<br />

Vamos a la Catedral para conocerla y esperando llegar a tiempo de Misa. En el preciso instante que<br />

llegamos acaba la Eucaristía; un monaguillo prieto revestido con alba negra y roquete blanco nos informa que<br />

hasta mañana a las once no habrá otra. A continuación hay un recital del coro parroquial, nos quedamos a oír<br />

algunas canciones y, ciertamente, además de ser preciosas, nada ñoñas, los cantantes, todos jóvenes, tienen muy<br />

buena voz. El monaguillo nos busca para pedirnos que llevemos una carta a España; es para una amiga, pero la<br />

tiene en su casa y vive bastante lejos.<br />

- Hagamos algo –propone en expresión curiosa-, si ustedes se vienen mañana a la misa del Cardenal les<br />

entrego la carta y les reservo un buen sitio en los bancos principales.<br />

Va a ser una ceremonia grandiosa, el cierre de la Misión de la Cruz que ha estado viviendo La Habana<br />

en los últimos meses. El monaguillo no entiende que huyamos precisamente de una ceremonia así, que<br />

prefiramos algo más de andar por casa.<br />

107


- Cerca de acá está la iglesia de san Gabriel, también se celebra la Eucaristía por la mañana, a las once<br />

y media, pero la de la catedral va a ser impresionante.<br />

A las once menos cuarto estaremos en la puerta de la catedral para que el monaguillo nos entregue la<br />

carta, pero iremos a Misa a san Gabriel.<br />

Está anocheciendo y aún no hemos visto nada de lo que se supone que un turista debe ver. Caminamos<br />

hasta el malecón, infestado de jineteras tristes y mucho más trabajadas que las que conocimos en Santiago. A las<br />

nueve, nos dicen, en el Castillo de los Tres Reyes del Morro es el cañonazo, no se lo pierdan. Decidimos<br />

perdérnoslo, nos apetece más sentarnos a hablar con tres chiquillos que están pescando, semidesnudos, con un<br />

hilo y un alambre retorcido. Y tienen mucho éxito, no paran de sacar peces de mediano tamaño. La pena es que<br />

se tengan que comer un pescado tan contaminado como ése. Les damos lápices, caramelos –últimas reservas de<br />

Sole- y algo de dinero. Son más de las siete y Carlos se resiente de no haber comido nada desde el desayuno.<br />

Sole saca las viandas conseguidas en el desayuno y se alivian las hambres. Yo inicio de nuevo el ayuno porque<br />

las tripas me han dado algún aviso soportable a lo largo de la caminata. Pero hay que reponer líquidos después<br />

de haber sudado tanto.<br />

Atajamos por el Memorial Granma y el Museo de la Revolución hacia las calles Cuba y Obispo, donde<br />

Carlos recordaba que había puestos de tallas artesanas grandes. Entramos en una heladería para turistas, el<br />

primer establecimiento típicamente turístico que pisamos en todo nuestro viaje, y pedimos un helado con batido de<br />

coco, una limonada y un Ciego de Ávila. Carlos lo ha pedido por corporativismo y por curiosidad, luego resulta que<br />

Ciego de Ávila es una marca de agua embotellada. Somos condescendientes y le dejamos que pida un helado.<br />

Como no poseemos cuerpos gloriosos vamos al servicio, lo que nos llama la atención es que en los lugares<br />

turísticos haya que pagar la voluntad por entrar en ellos. Mi voluntad es bien escasa ante lo que considero ridículo,<br />

y deposito unos pesos.<br />

- No, de ésa moneda no, tienen que ser dólares –me devuelve los pesos la señora encargada.<br />

- ¡Y ya está! ¿No es esto Cuba? Pues en Cuba pago con moneda cubana, faltaría más –y la mujer se<br />

queda sin dólares ni pesos cubanos. Me duele que sea ella la que tenga que pagar el pato, pero ahora que ya<br />

somos libres de expresar nuestra opinión sin temor a que luego vengan represalias para la familia de Odalys, me<br />

veo en la obligación de dejar constancia de mi crónico desacuerdo con la esquizofrenia del modelo económico<br />

cubano.<br />

Vamos mirando distintos tenderetes de tallas, unas preciosas, otras soberbias, la mayoría<br />

desconcertantes. Hoy sólo miramos, ya mañana compraremos, y mucho. Andando, andando, sin prestar atención<br />

a los nombres de las calles, llegamos de nuevo a la Plaza de la Catedral (¿será verdad que todos los caminos<br />

conducen a Roma?) Han colocado en el intervalo de nuestra ausencia una tarima recubierta de alfombras rojas<br />

frente a la cual se alinean veinte o treinta filas de sillas y a un lado descansan los instrumentos de una orquesta.<br />

Es llegar nosotros y comenzar a desalojar la Plaza. Sole le pregunta a un policía que para qué es aquello.<br />

- Se va a repetir el concierto zarzuela de Cecilia Valdés en honor del comandante en jefe.<br />

- ¿Y no nos podemos quedar a verlo?<br />

- No, lo siento, se trata de una actividad política.<br />

Cada día se aprende algo nuevo, una zarzuela no es un espectáculo sino una actividad política.<br />

Suponemos que los alojados en el Hotel Casagrande, en la misma Plaza, tampoco podrán asomarse a los<br />

balcones a disfrutar de la zarzuela, se les podría detener por espías.<br />

Quizá para disculpar la boutade que se ha visto obligado a apadrinar el policía nos indica que si<br />

seguimos esa calle llegaremos a la Bodeguita del Medio, “muy famosa en el mundo entero, ya verán”. Habríamos<br />

pasado de largo si no llega a ser porque el cuerpo de Carlos, cebado en el desayuno, reclamaba urgentemente un<br />

alivio. Lo acompaño hasta los servicios de la Bodeguita de El medio y me quedo en la puerta montando guardia<br />

(Sole, por principios, no ha querido entrar en el establecimiento) En esta ocasión, dada la premura de la situación<br />

y por no discutir con la encargada, que me hace compañía en mis diez minutos largos de espera, deposito un<br />

dólar en la bandeja.<br />

108


Me da tiempo a leer algunas de las frases que cubren las paredes del local: “Saludos de Martín y la peña<br />

leonesa para todos. Agosto del 97”, “Yo estuve aquí, si no, no estarías leyendo esto, maricón. Victor”, “Elena,<br />

Maite y Carmen.”, “I wish you were here. Andy.” Las había más trabajadas, por supuesto:<br />

"Un momento. Sentir, como serlo debe,<br />

para que el cliente se lleve<br />

un recuerdo de por vida;<br />

el dueño a ofrecer se atreve<br />

la cuenta así dividida:<br />

le cobramos la comida,<br />

y usted paga lo que bebe".<br />

Otra dice:<br />

"Dos cosas tiene la Habana<br />

que la hacen regia y bonita:<br />

sus lindísimas cubanas<br />

y la sin par Bodeguita.<br />

La Bodeguita de El Medio<br />

debes ver si a Cuba vas;<br />

allí se te quita el tedio<br />

mientras bebas más y más".<br />

Otra, firmada por Ernest Hemingway, reza:<br />

"El mojito en la Bodeguita,<br />

mi daiquirí en el Floridita."<br />

La receta del mojito, bebida típica cubana, nos la había facilitado Odalys: ron, jugo de limón, un poco de<br />

azúcar, hierbabuena y hielo picado (se suele rebajar un poquito con agua).<br />

Me dejé los ojos intentando encontrar alguna inscripción donde figurase Albacete, pero sin suerte. Sí<br />

pude ver, en cambio, y dada mi privilegiada posición, en zona de nadie entre la cocina y la barra, cómo los<br />

camareros fregaban los vasos utilizados, un ligero pase por el borde de la servilleta de la cintura y a otra cosa; los<br />

cubiertos recibían igual trato, claro, que así estaba la pobre servilleta. Fama tendrá el local, pero lo que es higiene<br />

poca. Doy unos golpes en la puerta y le pregunto a Carlos que si se ha colado por el retrete. “Enseguida salgo”,<br />

me dice. Le explico a la encargada, para que no se piense cosas raras, que es invidente y lo tengo que<br />

acompañar.<br />

- Es invidente y, además, ciego, y por si fuera poco no ve nada –digo con sorna en justa correspondencia<br />

a la mirada casi despreciativa que me dirige.<br />

109


Por fin sale.<br />

- Dios santo, yo no sé cuánto tendría metido en el cuerpo que no acababa nunca. Me he tenido que<br />

quitar hasta la camiseta del sudor que me ha entrado. Menuda figurita les he dejado –dice alegremente sin darse<br />

cuenta de que la encargada lo está escuchando.<br />

- Vámonos, Carlos, que aún puede que triunfemos en el local. A quien se le diga que hemos venido a la<br />

famosa Bodeguita de El Medio a no tomarnos nada y encima dejar constancia de nuestro paso con una talla<br />

escatológica de dimensiones antológicas..., vamos, vamos.<br />

Por cierto, que la camiseta de Carlos es de lo más apropiada, llena de caras del coyote de los dibujos<br />

animados del correcaminos y una expresión en inglés que bien podría parecer una provocación: “Express yourself,<br />

it’s a free country.” Sobre todo eso, país libre.<br />

- ¿No quieres que nos tomemos algo? –pregunta al darse cuenta de la celeridad con la que lo conduzco<br />

hacia la calle.<br />

- No, gracias, no quiero incrementar la población de amebas de mi estómago. A fin de cuentas las que<br />

hay ya se conocerán entre sí, y sería una faena endosarles nuevas vecinas.<br />

Las calles céntricas se han vaciado misteriosamente de turistas. No voy a negar que siento algo de<br />

miedo, pese a que la policía especial sigue custodiando cada esquina de esta zona. Ha anochecido y sugiero<br />

volver a las cercanías del hotel.<br />

- A estas horas los turistas estarán en los cabarets o en los sitios de moda –es la explicación que ofrece<br />

Sole. Plausible.<br />

Caminamos cansinamente a la luz mortecina del Paseo Martí, más conocido como El Prado, con parejas<br />

de leones parecidos a los de nuestras Cortes bordeando el principio y el final de cada tramo. Este mismo trecho es<br />

el que tantas veces caminara Cabrera Infante adolescente en busca de amores trompones, tal y como cuenta en<br />

La Habana para un infante difunto (en aquella época estuvo plagado de cines esplendorosos de los que hoy sólo<br />

quedan amagos, lo mismo que de las famosas librerías que poblaron la calle Obispo) Hay una exhibición de<br />

postuladoras desaforada, quizá porque por este lugar no hagan rondas los policías. Loberío de lujo, que diría<br />

Román. Si antes me acuerdo de las amebas antes acusan recibo de la mención. El más salvaje de los retortijones<br />

me acomete y salgo en estampida hacia el hotel –Carlos y Sole me alcanzarán después-, que no dista más de una<br />

cuadra. No llego a tiempo a subir a la habitación, me tengo que conformar con un servicio que hay en la misma<br />

entrada, igual me da. Un poco más y el final no habría sido tan feliz. Me prometo firmemente no tomar nada sólido<br />

hasta no estar en España.<br />

Nos informan de que el hotel ofrecerá a las once un espectáculo de baile flamenco. Tiene delito, venir a<br />

Cuba a escuchar flamenco, y más residiendo en Jerez. Sole y Carlos bajarán a verlo y a tomar un bocado. Yo<br />

prefiero tener un retrete a escasos metros por si las moscas; me quedo en la habitación viendo Tele Rebelde y un<br />

documental del circuito interno sobre los famosos que se hospedaron en el hotel: Al Capone, Joe Louis, Arnulfo<br />

Arias, Josephine Baker, Caruso, Blasco Ibáñez, Lola Flores, Pérez Prado, Imperio Argentina, José Raúl<br />

Capablanca, Jorge Negrete... Vicente Blasco Ibáñez relató su estancia imaginaria en el hotel en la novela “La<br />

vuelta al mundo de un novelista”; es el último dato que retengo antes de dormirme. Ni siquiera me he dado cuenta<br />

de que sobre la cama de Carlos hay unas toallas plegadas en forma de corazón con un papelito que dice (Sole lo<br />

leerá más tarde): “Miguel y Carlos, sus camareras les desean feliz estancia en Cuba y en el hotel. Lidia y Reina.” A<br />

Sole no le desean nada, tal vez porque en ella no puedan poner esperanzas de que se enamore de alguna de las<br />

dos y la saque de la miseria de Cuba.<br />

Al día siguiente me contarán que durante la actuación flamenca se armó un pequeño rifirrafe al no dejar<br />

subir a la habitación del hotel a un jinetera que acompañaba a un alemán algo ebrio.<br />

110


21 DE NOVIEMBRE, DOMINGO<br />

Sole ha dormido poco, asegura que, por solidaridad conmigo, ha dejado que las amebas se hospeden en su<br />

cuerpo. Varias visitas nocturnas al servicio son la prueba que aduce. Carlos es el único con el que no han podido<br />

los bichos, debe tener un esófago muy selectivo o, quizás, sus jugos gástricos son tan potentes que los digiere<br />

saltándose todas las leyes de la Medicina.<br />

Entre unas cosas y otras hoy casi llegamos tarde al desayuno que, en vista de las circunstancias, no es<br />

tan opíparo como el de ayer; tan sólo Carlos hace honor a su fama de tragón. Yo me preparo un suero casero con<br />

agua, sal y azúcar que Sole se niega a beber. A las once la habitación debe estar libre, caduca nuestra reserva,<br />

por lo que bajamos nuestras pocas pertenencias a la consigna del hotel hasta que regresemos a por ellas horas<br />

más tarde. Antes hemos arrasado con el papel higiénico y todos los botecitos de jabones, gel y cremas del<br />

servicio, tenemos intención de dárselo al primero con el que nos crucemos. El papel higiénico es en previsión de<br />

conocidas eventualidades.<br />

La última llamada telefónica que haremos en Cuba tiene por destinataria Olga, una amiga de Mari Nati<br />

que trabaja la orfebrería y otras manualidades. Quedamos con ella a las dos en la puerta de la catedral. Por los<br />

pelos llegamos a la puerta de la catedral a la hora convenida con el monaguillo, hay un gentío espectacular<br />

aguardando la llegada del cardenal. El prieto acólito no da señales de vida, razón por la cual Sole ha de abrirse<br />

paso entre la gente hasta alcanzar posiciones cercanas a la sacristía. “Perdone –le dice cuando lo encuentra-, es<br />

que ayer nos demoramos con el ensayo de la Misa y me olvidé de la carta.” No debía ser cuestión de vida o<br />

muerte cuando tan poco empeño ha puesto en escribirla. Nos indica en qué dirección podemos encontrar la iglesia<br />

de san Gabriel, seis o siete cuadras a la derecha y coger la calle Tamarindo.<br />

A lo mejor ni siquiera se molestó en escribir la carta porque desconfiaba de que nosotros cumpliésemos<br />

lo prometido. Nos pateamos todas las calles habidas y por haber en el radio de acción que nos ha indicado el<br />

monaguillo: Lamparilla, Obrapía, O’Reilly, Progreso, Empedrado, Tejadillo, Compostela, Aguacate, Villegas,<br />

Cristo..., Tamarindo no aparece ni en paralelo ni en perpendicular y lo peor es que a quienes preguntamos les<br />

resulta totalmente desconocida. Preguntamos entonces por la iglesia de san Gabriel y resulta que no es la calle<br />

Tamarindo, sino Villegas. Vuelta atrás para descubrir que en san Gabriel se ha suprimido la Misa de la mañana<br />

para potenciar la de la catedral; hasta la siete de la tarde no habrá otra.<br />

Volveremos. En este primer paseo por calles cercanas al Centro se nos hace más patente la suciedad<br />

que impera por todos lados; por supuesto que, pese a ser el día de trabajo a favor de la comunidad no se ve a<br />

nadie en las calles moviendo un esparto. Bien que proclamaba Tele Rebelde que Cuba puede sentirse orgullosa<br />

de ese logro jamás alcanzado en ningún otro país; podría, si fuese cierto. En la calle Aguiar, bajo una balconada<br />

de barandilla inestable descubrimos una reliquia de la vida cotidiana madrileña de siglo pasado, una mujer da una<br />

voz y acto seguido un líquido con toda la apariencia de orines se precipita desde el segundo piso hasta el centro<br />

de la calzada. Veremos la misma operación tres veces más, y en distintas calles, a lo largo del día. Anoto los<br />

nombres de las calles porque estoy seguro que en España no me creerán cuando lo cuente: calle Lealtad, calle<br />

Leonor Pérez, cerca de la estación de ferrocarril, y calle Oquendo. Cada una de ellas está en una punta distinta de<br />

La Habana Vieja, por lo que no puede hablarse de práctica localizada en una cuadra determinada.<br />

Sole recuerda que una amiga le había confiado una carta para entregársela a un artesano habanero, en<br />

la calle Amargura, con quien tenía cierto trato por una visita que hizo a la isla. Encontrar esta calle es fácil, la<br />

policía especial nos ayuda, pero dar con el sujeto en cuestión no lo es tanto. Nos derivan hacia donde suele<br />

montar su puestecillo de venta, en la calle Cuba, pero allí sólo encontramos a quien trabajó con él hace algún<br />

tiempo, Salvador Rodríguez. Muchacho amable y educado que nos promete le hará entrega de la carta en cuanto<br />

lo vea.<br />

De paso nos muestra su obra, de entre la que destaca un anciano desnudo y esperpéntico con botas de<br />

duende de más de dos metros de altura. “Es la obra que me sirve de gancho para los turistas, no está en venta, no<br />

la vendería por menos de seiscientos dólares.” Es un artista de la madera, sin ser entendidos apreciamos<br />

prontamente que trabaja quid divínum. La pena es que todas sus tallas tengan un tamaño tan desaforado, si no<br />

iniciaríamos aquí mismo las compras. Él nos recomienda algunos lugares donde se puede conseguir buen<br />

111


material de menores proporciones. Se nos abren muchas puertas al decir que vamos de parte de Salvador, y se<br />

nos rebajan mucho los precios, que también esto hay que mirarlo.<br />

Compramos tallas de bailarinas estilizadas trabajadas en úcaro, ébano y quiebrahacha, que es el<br />

nombre que aquí le dan al caguairán; compramos máscaras y más abrecartas, anillos, pulseras –todo en madera-<br />

y joyeros de baría muy finamente labrados. Se nota que en este lugar hay respeto por el verdadero arte, no se<br />

ofrecen las típicas maracas, las tópicas gorras reversibles del Che.<br />

Nos hacemos con pesados trabajos de parejas de habaneros y animales mitológicos, y siempre que nos<br />

fijamos en alguna pieza pensamos en a qué amigo, familiar o conocido se la vamos a poder ofrecer con altas<br />

garantías de que nos la compre. Agostamos la mañana en ultimar las compras y llegamos al hotel cargados como<br />

burros. Tenemos el tiempo justo para envolver cada talla de las grandes con periódicos –Granma y Juventud<br />

Rebelde, que nos están siendo de gran utilidad para menesteres que ofenderían a la cúpula del Partido- y<br />

acomodarlas en las maletas. Lo hacemos en la entrada del hotel, ante la atónita mirada de la recepcionista.<br />

Asistimos a una escena que no por sabida es menos lamentable: una jinetera muy joven aborda a dos turistas que<br />

van a entrar al hotel, hay un policía especial muy cerca, y la muchacha le pregunta: “¿Puedo?”. Él asiente y<br />

repone: “Ya luego nos ajustamos.” Sin comentarios.<br />

A las dos y cinco minutos, Carlos con la suela de la sandalia hecha un desastre y los tres con la<br />

respiración entrecortada por la carrera, llegamos a la puerta de la catedral para encontrarnos con Olga. Sólo<br />

entonces nos damos cuenta de que ni ella nos conoce ni nosotros a ella. Carlos fue quien habló por teléfono con<br />

Olga y, por supuesto, no tiene costumbre de preguntar aspectos físicos. Pues la hemos hecho buena. En la Plaza<br />

debe haber cerca de las doscientas personas, ¿cómo reconocerla? La Misa todavía no ha terminado, ¡para que se<br />

quejen los católicos españoles de que nuestras celebraciones de tres cuartos de hora se les hacen larguísimas!,<br />

en cuanto salga la avalancha de fieles ya nos podemos despedir de conocer a Olga. Alguien me toca tímidamente<br />

el hombro, ya le voy a contestar “No, gracias”, sea lo que sea, pero se me adelanta preguntando “¿Carlos?”. Es<br />

Olga, y nos sorprende cuando tranquilamente expone que nos ha reconocido por el aspecto: “Ya Mari Nati me dijo<br />

que no tenían ustedes pinta de turistas, y son los únicos extranjeros sin pinta de turistas de toda la Plaza. Más<br />

bien parecen ustedes cubanos europeizados.” Me miro con disimulo y miro a mis acompañantes, la ropa sucia y<br />

sudada de tres días, barba de varios días, las sandalias de Carlos a punto de fenecer en acto de combate y el<br />

único distintivo que nos podía salvar de la quema, la cámara fotográfica, ya reposa en la maleta.<br />

Queremos invitar a comer a Olga, una jovencita de cuarenta años muy blanca y de frágil aspecto, pero<br />

se excusa diciendo que tiene que acercarse al aeropuerto a recoger un envío que Mari Nati le ha endosado a un<br />

turista. Nuestra cita es breve, apenas nos da tiempo a admirar la muestra de su obra, que ha traído en una cajita,<br />

y de comprarle unas sesenta postales –todas las que llevaba-, realizadas con flores y plantas secas. Un trabajo<br />

primoroso. Carlos se encapricha también de una pulsera con incrustaciones de coral que Olga se empeña en<br />

regalarle y que, sabedor de su altísimo precio, Carlos no acepta. Al final se la compra a un precio muy razonable<br />

que a la artesana le parece excesivo.<br />

Ella nos da la dirección de una amiga que trabaja el coral negro y nos advierte que hay que andarse con<br />

ojo en esto, que su comercio está muy perseguido por la ley. “La empresa Coral Negro, del Gobierno, huelga la<br />

aclaración, tiene la patente exclusiva y sólo las tiendas estatales pueden vender sus productos.” Se despide<br />

apresuradamente para no llegar tarde a la recepción del vuelo. Nosotros deberíamos seguir su ejemplo y<br />

apresurarnos a buscar la dirección de las trabajadoras del coral, pero es una hora muy mala para ir a molestar a<br />

nadie, y Carlos tiene el talón en carne viva. Nos damos un receso sentándonos en un banco del malecón (de<br />

hierro, por eso no han robado la madera) Una mujer con una escoba en la mano nos ofrece unas cintas de música<br />

cubana. Rehusamos el ofrecimiento y Sole se echa a reír.<br />

- ¿Qué pasa?<br />

- Carlos, no sabes lo que ponía el letrerito que llevaba esta mujer en la solapa. Custodio de parques.<br />

- Yo porque no lo he visto –Carlos suele hablar de su ceguera como si fuese un accidente pasajero-, que<br />

si no le habría preguntado que si era prima de los custodios torturantes.<br />

Él mismo intenta un apaño imposible de su maltrecha sandalia colocando hojas de árboles aún verdes<br />

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en la suela; el problema de la hebilla, que quedó en cualquier bordillo, tiene mejor solución, con un trozo de la<br />

bolsa de plástico se le ata.<br />

- Carlos, si te pones a pedir, con eso de que eres ciego y la pinta que llevas te sacas un dineral.<br />

Pasa por delante de nosotros un grupito de cinco enanos tostados y andrajosos; no deben vernos<br />

aspecto de potenciales donantes, porque nos ignoran. El hecho de que no nos exijan conmueve a Sole:<br />

- Ustedes, ¿no quieren unos caramelos?<br />

La palabra mágica. Sole descarga, por fin, todos los dulces que había ido acumulando en sus visitas al<br />

mostrador de la recepción del hotel. Los críos se sientan a nuestro lado y siguen hablando de sus cosas como si<br />

nosotros formáramos parte del paisaje, como el banco, los árboles o la barandilla del malecón. Por su charla nos<br />

enteramos de lo mucho que les gustaría entrar en la feria infantil del malecón, una especie de parque de<br />

atracciones rudimentarias, toboganes, columpios, balancines...<br />

- ¿Y cuánto le cuesta la entrada a cada uno? –pregunta Sole.<br />

- Medio peso.<br />

Se saca del bolsillo todas las monedas que le quedan y me anuncia que le faltan veinte centavos para<br />

completarlos. Rebusco y saco los cinco pesos en moneda que había guardado para llevar a un amigo que las<br />

colecciona. Tendrá que conformarse mi amigo con una mentita.<br />

- Tomen –le extiende todas las monedas a Claudio, que parece el jefecillo del grupo-, vayan al parque y<br />

con lo que sobre se compran lo que quieran.<br />

Claudio, aunque mira con ojos golosos las monedas, no las coge.<br />

- No puede ser, al parque sólo dejan pasar a los niños que van con sus papás –explica Anusca, nombre<br />

deudor de los tiempos de dependencia soviética.<br />

parque?<br />

- Bueno, pues pasamos nosotros con ustedes.<br />

- Nunca se ha dado nada igual –dice Claudio.<br />

No termina de convencerlos, hay algo que todavía no funciona.<br />

- Es que, es que, verán... –añade tartamudeando-, a los niños como nosotros no les dejan pasar.<br />

- ¿Cómo va a ser? –le da a Sole nuevamente por encarnarse mediante el acento-, ¿está muy lejos el<br />

A cinco minutos mal contados. Los niños no quisieron acompañarnos porque, dijo Anusca, si algún<br />

policía los veía junto a nosotros se iba a pensar que estaban pordioseando y les pegaría. Ésa había sido la forma<br />

de acabar con la pobreza en el centro de La Habana durante los preparativos y desarrollo de la Cumbre. Anusca<br />

se da la vuelta y nos muestra su espalda amoratada por unos golpes que le propinó un policía de la especial. La<br />

chiquilla no tiene más de once años. Para evitarles problemas quedamos con ellos en la entrada del parque. Con<br />

un solo adulto que los acompañe es suficiente, así que Carlos y yo nos quedamos sentados en un banco de la<br />

entrada hasta que Sole consiga entrar con ellos.<br />

Una vez dentro ya puede dejarlos a sus anchas. Eso nos creemos, pero no, han de estar todo el tiempo<br />

acompañados, y más estos niños, que no son como los que se ven en el resto de la fila que aguarda entrar,<br />

peinaditos y, dentro de lo razonable, bien vestidos. Así que Sole ha de aguantar casi una hora dentro del parque y<br />

nosotros la esperamos agradeciendo la sombra del mediodía. Por fin aparece sonriente: “Están disfrutando de lo<br />

lindo. Le he dado un dólar a una mujer que tenía intención de estar toda la tarde con su hijo para que se haga<br />

cargo de ellos. Le he dicho que en dos horas volvía, que tenía que hacer un recado urgente.”<br />

No pensábamos volver, pero para cuando la mujer se diera cuenta los chiquillos ya habrían montado mil<br />

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veces en todos los artilugios. Se había ganado un dólar por no hacer nada, sólo decir al vigilante que los niños de<br />

la turista del pelo largo estaban con ella.<br />

A paso más lento del habitual debido a las precarias condiciones del calzado de Carlos llegamos a la<br />

calle Jesús María, no muy distante de la estación de trenes, en su final encontramos la casa de fachada azulada y<br />

escalones con barandilla de piedra. Sara es quien nos deja entrar al enterarse de que venimos de parte de Olga;<br />

sin embargo se toma sus buenos diez minutos indagando como quien no quiere la cosa para asegurarse de que<br />

somos gente de fiar, que no pertenecemos a ninguna maniobra programada por las autoridades para sorprenderla<br />

comerciando con coral negro.<br />

Nos pasa a una especie de despensa, quita unos trapos viejos que camuflan un cajón y nos muestra su<br />

trabajo, varias cruces de coral de apenas tres centímetros remachadas con plata o con alpaca. El acabado es muy<br />

fino, tanto que las hebras plateadas que componen caprichosos dibujos sobre los brazos de las cruces parecen<br />

formar parte del material antes que estar incrustadas. Quedo un poco decepcionado, cruces muy parecidas las<br />

hemos visto hace unas horas en la calle Cuba, y su precio era de tres o cuatro dólares a lo sumo. Con algo de<br />

indecisión se lo hago saber.<br />

- Sí, en apariencia son iguales a éstas, pero las que se venden en la calle no son de coral negro, son de<br />

coralina o de gorgoría, baratijas, pura imitación –explica Sara.<br />

- Pues dan el pego.<br />

Le tengo que traducir la expresión.<br />

- Miren, el coral tiene vetas, pequeñas y difíciles de ver, pero las tiene, y si le prenden candela no arde.<br />

Ilustra sus palabras con el ejemplo, ha arrimado un mechero a una de las cruces y no arde ni el fuego<br />

deja huella en ella. No habría hecho falta la demostración, la garantía de Olga es más que suficiente.<br />

Parlamentamos entre nosotros y decidimos comprar veinte cruces, el precio de cada una de ellas es de treinta<br />

dólares, con lo que el color del rostro de Sara alcanza varias tonalidades antes de fijarse en el rojo encendido.<br />

Dado que en Navidad todo el mundo se suele rascar el bolsillo más de la cuenta para quedar bien con amigos y<br />

familiares, podemos aprovechar esas fiestas para ofrecer las cruces.<br />

No somos grandes entendidos en la materia, pero nos fiamos de los conocimientos de Olga, que tiene<br />

estos temas muy hablados con Mari Nati, y por ella sabemos que en cualquier joyería de España que trabaje el<br />

coral negro cada una de estas piezas te costaría diez veces más. Nuestras reservas económicas rozan niveles<br />

rojos, preservo los cuarenta y cinco dólares que nos estafarán legalmente en inmigración y los veinte que nos<br />

cobrará el taxi hasta el aeropuerto. Hecha la resta disponemos de dieciséis dólares para concluir nuestra estancia,<br />

se acabaron las compras. A Sara le habría gustado obsequiarnos con algún detalle, vista la compra hecha, pero<br />

su situación no se lo permite. La entendemos:<br />

- El beneficio es mínimo, el coral está cada vez más caro, quienes me lo suministran arriesgan su vida no<br />

sólo bajo el agua, sino delante de la policía que los puede detener. No es fácil.<br />

El batido que pensaba tomarse Carlos para engañar el hambre hasta que montemos en el avión se<br />

suprime por imperativo categórico. Sole sigue con molestias en el estómago y a mí me está dando resultado el<br />

suero casero. Carlos, que no puede ver el color del cielo (ni el del suelo tampoco), afirma que en La Habana no se<br />

dan esas repentinas tormentas que cada tarde nos refrescaban en Santiago. Dos cuadras más adelante nos<br />

hemos de guarecer en un soportal para no calarnos, y ésta vez no por los vertidos orgánicos de los habaneros.<br />

La tarde da muy poco más de sí. Oímos Misa en san Gabriel; festividad de Cristo Rey, evangelio de las<br />

Bienaventuranzas interrumpido por los gritos de un borracho que no tenía mejor sitio donde dormir la botella de<br />

ron que aquel templo. La celebración se asemeja mucho a las europeas, resulta desangelada, se nota que<br />

estamos en parroquia de gran ciudad con pretensiones de parroquia de gran ciudad. La homilía del compañero<br />

sacerdote, un viejito lamentable, es un cúmulo de insensateces proverbial, desde afirmar que la Nochebuena sólo<br />

se celebra en España y Cuba hasta arremeter contra los arbolitos de Navidad.<br />

De vez en cuando nos conviene a los curas ocupar el lugar de los fieles para darnos cuenta de lo que<br />

tienen que tragar en muchas ocasiones. Lo más memorable de este rato es que un joven se acerca a Sole y le<br />

propone por escrito mantener correspondencia como amigos. Captamos que está un poco pasado de vueltas y lo<br />

hacemos blanco de los últimos coletazos de nuestra generosidad, le damos los jabones y colonias del hotel que<br />

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nos quedaban.<br />

De vuelta al hotel a Sole le llama la atención una talla de ébano que representa a una mujer<br />

embarazada, es muy original y bonita. Se empeña en que la compremos y yo veo peligrar el dinero del taxi. Nos<br />

piden veinticinco dólares por ella.<br />

- Está tirado, Míguel, ésta se la vendo yo en España a Lucre por diez veces más, ¿tú no has visto los<br />

precios de este tipo de artesanía en las tiendas de importación de Madrid? Una talla así fácilmente te puede costar<br />

las cincuenta mil pesetas, es ébano.<br />

- Sólo nos quedan quince dólares, lo del taxi no lo tocamos.<br />

Tengo experiencia de haberme quedado sin dinero en el extranjero y sé la angustia que se siente al no<br />

poder recurrir a amigos o familiares. En Londres, por un mal cálculo de beneficios del trabajo en la recogida de<br />

apio, me vi sin las libras necesarias para pagarme el sustento de la semana que me restaba para volver a España<br />

(afortunadamente el billete de vuelta ya estaba abonado), y tuve que alojarme en Tent City, especie de<br />

campamento en las afueras de la ciudad, y repartir propaganda al precio de la explotación.<br />

- Vamos a negociarlos –se adelanta, decidida, Sole.<br />

No hay rebaja posible, diez dólares son muchos dólares. Pero mi hermana, auténtica camaján, se<br />

guardaba un as en la manga, mejor dicho, un reloj en la muñeca.<br />

- Carlos, enséñale el reloj a este señor... Quince dólares y el reloj, ¿hace?<br />

No se lo piensa dos veces el vendedor, acepta con la expresión de estar haciendo el negocio de su vida,<br />

y posiblemente así sea, aunque a nosotros nos parezca que un vulgar reloj no de para mucho. Ya tenemos<br />

nuestra embarazada.<br />

- Vámonos para el hotel antes de que a Sole le de por cambiar nuestros calzoncillos por otra talla. A este<br />

paso nos vamos en cueros.<br />

Sólo hay una parada más antes de llegar al hotel, es en una escuela pública en la que nos llama la<br />

atención un pequeño cocodrilo disecado. Le pedimos permiso a la señora que está recortando algo sobre una<br />

mesa en la misma puerta para que Carlos pueda tocarlo. Accede. El animal es casi una cría, capturado en la<br />

Ciénaga de San Juan, dice la señora, que resulta ser la profesora de guardia del colegio. Dedica el tiempo a<br />

recortar cartones para fabricar tableros de damas con los que entretener a los niños. Nos extraña que un domingo<br />

tenga que estar de guardia en el colegio, como si pudiesen darse incidencias en un local así. El motivo que nos da<br />

nos deja boquiabiertos, siempre debe haber un profesor de guardia para evitar que roben en el colegio.<br />

En la entrada del hotel hay una pareja de españolas esperándonos.<br />

- ¿Vosotros sois los que os vais ahora? ¿Os importa que vayamos juntos al aeropuerto en uno de esos<br />

taxis grandes para ahorrar? –su acento es entre catalán y valenciano.<br />

Se despiden tórridamente de una pareja de mulatos muy bien parecidos que parecen querer bebérselas<br />

a besos. En mi modesta opinión creo que el paño no es para tanta regalía, aunque no son feas de cara ambas van<br />

disfrazadas de globos aerostáticos, que sentenciaría Almudena Grandes. Asistimos a un caso claro de Pocicas<br />

Sólo por iniciar una conversación de cortesía, les pregunto, ya en el taxi:<br />

- ¿También sois españolas, claro?<br />

- No, somos de Barcelona.<br />

Acabáramos, me desaparece la cortesía y las ganas de hablar, nunca he aguantado el separatismo tan<br />

atrozmente ostentoso.<br />

Sole, con mucho más aguante -ha quedado demostrado a lo largo del viaje-, ocupa la vacante dejada por<br />

115


mí en el apartado de buena educación y retoma la conversación.<br />

- ¿Y qué os ha parecido Cuba?<br />

- Una maravilla.<br />

Muy escuetas las muchachas. Sole insiste.<br />

- ¿Y no os da pena cómo vive la gente?, la miseria que hay, la escasez de todo...<br />

Cara de asombro, de incredulidad, de...<br />

- Nosotras no hemos visto que la gente viva mal, todo eso es cosa de la propaganda anticastrista, de los<br />

fascistoides norteamericanos.<br />

No hay más que hablar. Éstas, como bien nos tarareará en el aeropuerto mi hermana, han venido a lo<br />

que han venido. Por cuatro duros han tenido las vacaciones de su vida, se han dejado camelar por los dos<br />

mulatos de la puerta del hotel, les habrán dicho cuatro lindezas, se los habrán llevado a la cama, se habrán<br />

sentido mujeres deseadas y Cuba es una maravilla. No preguntes de puertas para afuera.<br />

Nuestro sino es atrancarnos en las aduanas. Aunque no excedemos el equipaje permitido la funcionaria<br />

se extraña de que llevemos tanta artesanía.<br />

- Son regalos para las amistades, ya sabe, detalles para familiares, la artesanía cubana es tan<br />

llamativa...<br />

- Comprendo, pero es mucha artesanía.<br />

- No se crea, aún nos hemos quedado cortos, yo por ejemplo, aparte de a mi suegra, a mis cuñados y a<br />

las compañeras de trabajo, tengo que llevarle algo a mis hermanos, que son seis...<br />

- Y yo, casualmente, tengo otros seis hermanos –secundo la intentona de Sole, más por chufla que para<br />

despejar los recelos de la aduanera. En realidad me habría gustado decirle, ¿es que está prohibido sacar tanta<br />

artesanía?, ¿hay alguna ley que indique el tope máximo?, pero me contengo porque seguramente sí que existe<br />

esa ley. Si hay algo que prohibir, está prohibido.<br />

- Yo también tengo seis hermanos, todos mayores –se solidariza la funcionaria sin darse cuenta de que<br />

Sole y yo somos hermanos. Es nuestro último contratiempo en Cuba.<br />

La sorpresa que nos llevamos en la sala de embarque no es mayor que si hubiésemos visto a los<br />

custodios torturantes descender sobre nosotros a manera de arcángeles bíblicos. Los Pocicos, los genuinos,<br />

Jorge y compañía, comparten vuelo de regreso con nosotros. No hemos intercambiado nunca con ellos una sola<br />

palabra, pero nos acercamos y los saludamos como si los conociéramos de antiguo. Aunque hayan venido a lo<br />

que han venido resultan encantadores.<br />

Mientras consumimos las tres horas de retraso con las que saldrá el vuelo –el avión del vuelo anterior ha<br />

sufrido una avería en el motor y ha tenido que dar vueltas sobre el cielo de La Habana para agotar el combustible<br />

antes de aterrizar-, nos cuentan algunos episodios de su periplo en coche de alquiler. Les robaron el radiocasete,<br />

el seguro no se responsabilizó y se quedó con los doscientos dólares de la fianza. Lo peor fue que al poner la<br />

denuncia en comisaría los tuvieron diez horas repitiendo la misma historia a diferentes policías, alguno de ellos<br />

visiblemente borracho, y acabaron interrogándolos a ellos mismos. Menos mal que ellos sí han visto las<br />

condiciones en las que vive el pueblo cubano y se marchan tan asqueados como nosotros.<br />

Son las dos menos cuarto de la madrugada cuando nos llaman para embarcar, nos esperan unas<br />

cuantas horas de viaje y un frío helador en Madrid. Sole asegura haber visto por la ventanilla cómo en un<br />

momento dado a su derecha era de día y a su izquierda de noche, a un tiempo. Yo no he visto nada, ni la película<br />

siquiera. Las amebas han sido buenas y sólo me han despertado un par de veces, al igual que a mi hermana. La<br />

azafata nos anuncia que en breve aterrizaremos en Barajas.<br />

116


5 DE ENERO DEL 2000, NOCHE DE REYES Y VIERNES<br />

He terminado de hacer la ronda de las dos de la madrugada. Los Reyes Magos no les han dejado nada a<br />

los presos, quizá, como dice jocosamente un compañero, porque no se han portado bien este año. Hasta la<br />

próxima ronda he de estar atento a las alarmas y a los relevos de la Guardia Civil en la vigilancia exterior, tarea<br />

bastante cómoda que me permite releer los papelotes que me ha enviado Carlos, información abundante sobre los<br />

últimos movimientos en la isla y correspondencia de varios amigos.<br />

La Embajadora de Cuba en Madrid, Isabel Allende, ha contestado a su queja relativa al comportamiento<br />

del suboficial Hermes y al trato recibido de parte de los policías santiagueros: “Acuso recibo de su carta del día 2<br />

de los corrientes y le informo que he trasladado a La Habana su queja. No quisiera despedirme sin antes<br />

expresarle que casos como éste pueden ocurrir en cualquier parte del mundo. Saludos.”<br />

Me adjunta una carta de Odalys que ha llegado por mediación de un amigo común del padre Bartolomé y<br />

Mari Nati. Elaine fue apresada nuevamente y en esta ocasión, ya sin tener que guardar las precauciones debidas<br />

a la celebración de la Cumbre, el trato recibido no fue tan decoroso; por motivos aún no explicados sufre fractura<br />

de ambas piernas. Odalys dice que todos nos extrañan mucho, pero no tanto como nosotros a ellos, eso seguro.<br />

Román estaba gestionando la compra del camión cuando “bajó una nueva orientación” suprimiendo esas<br />

patentes. Humberto ya se ha puesto manos a la obra en el acondicionamiento de la nueva sala de computación.<br />

Los ordenadores portátiles, comprados a muy buen precio, están esperando la ocasión de que alguien de<br />

confianza los transporte.<br />

No es fácil encontrar voluntarios para esta tarea. Humberto, mediante un milagroso correo electrónico<br />

(los intentos mutuos de contactar por este medio han sido, hasta ahora, infructuosos) se nos hace cercano: “...Es<br />

muy buena noticia saber que tienen los equipos, pero les reitero no correo, a no ser una carta, porque seguro que<br />

los correos anteriores han sido intervenidos...” Nos cuenta que ha tenido una nueva niña y que sigue trabajando<br />

con el padre Bartolomé en los proyectos de apadrinamiento.<br />

Lo que resulta más fácil de enviar es el dinero, ya con un cura, amigo íntimo de José Conrado, pudimos<br />

hacer llegar a los proyectos de construcción de casas y apadrinamientos cerca de millón y medio de pesetas,<br />

obtenidos con la venta de la artesanía comprada en la isla. Sole tenía razón, la talla de la embarazada dio muchos<br />

beneficios, dos compañeras de trabajo de su marido se encapricharon de ella y la puja llegó hasta las setenta mil<br />

pesetas. Las cruces de coral negro también tuvieron muy buena aceptación. Por cierto que José Conrado está<br />

casi inmovilizado a causa de fuertes dolores en las cervicales.<br />

Quienes no han dado señales de vida –ni creo que las darán-, han sido las religiosas del asilo de<br />

ancianos de La Habana; el contacto en Toledo, la superiora del Doméstico, no ha recibido notificación alguna que<br />

le haga pensar que sus compañeras de congregación están interesadas en el envío de libros. Lo siento, más que<br />

nada, por los chiquillos de la parroquia de santa Lucía, no por las selectas señoritas. A Sole le faltó tiempo al llegar<br />

para contactar en Madrid con la encargada de proyectos de Cuba de Manos Unidas informándole con pelos y<br />

señales de la jugada de las monjas para que obrara en consecuencia en la consideración de futuros proyectos<br />

que, a buen seguro, presentarían. No está bien jugar con el hambre ajena. De Humberto y Bartolomé informó<br />

cabalmente.<br />

Nos ha sido imposible localizar en Elche (no en Elché) ni en ningún otro sitio al hijo de la mujer que nos<br />

encargó que le hiciéramos llegar la fotografía de su nueva sobrina<br />

El transistor que me acorta los turnos nocturnos penitenciarios vuelve a considerar la noticia del niño<br />

balsero cubano, Elián González, quien perdió a madre y padrastro huyendo de la isla. Reconozco que desde que<br />

regresé de la isla me siento muy sensible respecto a todo cuanto tenga que ver con ella, demasiado sensible, por<br />

eso, en una cena de entrega de premios literarios en la que coincidí con Juan Madrid volví a perder los papeles –<br />

ya el vicio está pasando a ser naturaleza en mí-, cuando éste me defendió a capa y espada el modelo castrista<br />

como el único digno de admiración, cuando se encendió en la defensa del compañero Fidel. “En Cuba nadie pasa<br />

117


hambre”, dogmatizó. “Quizá porque ya se les ha olvidado qué es comer”, respondí con más rabia que ironía.<br />

Nos enzarzamos en una discusión estéril en la que salió a relucir el hijo de Mas Canosa, el Alpha 66, el<br />

subcomandante Marcos, la involución de la Iglesia, su muy personal opinión sobre Martín Vigil... En su descargo<br />

diré que llevaba varias copas de más y en el mío que aún tenía muy recientes las caras de los niños cubanos<br />

hambreados, que tal vez, concedo, no sea lo mismo que hambrientos.<br />

Puedo asegurar que de mí no se podía predicar la ebriedad porque el médico, para rehabilitar mi<br />

organismo después de haber albergado amebas y áscaris, me ha prohibido fumar y beber.<br />

De haber estado más rápido de reflejos le habría estampado las palabras de Zoé Valdés: “Me pregunto,<br />

¿por qué algunos de esos turistas ideológicos que tanto exigen y que tan contentos estaban con este proceso, y<br />

que hoy abandonan al pueblo cubano, por qué no se asilaron aquí, y vivieron aquí, en las mismas condiciones que<br />

nosotros? Porque no es menos cierto que muchos de ellos se instalaron en esta ciudad, y gozaron de barrios<br />

residenciales donde ninguno de nosotros podía poner los pies, y consumían en tecnitiendas, sin libretas.”<br />

Juan Madrid, presumo, no conoce el verdadero significado de la expresión tremendo mal ambiente; no<br />

es suficiente haber viajado a Cuba para aprenderlo. Que la Historia se encargue de absolver a quien corresponda<br />

para que volar a la perla de las Antillas con la mochila vacía de prejuicios no sea sinónimo de regresar con el<br />

corazón repleto de agujeros. En Marruecos, al menos, la miseria se sufría en libertad.<br />

A los compañeros que me preguntan por el viaje les resumo toda peripecia con la expresión de Odalys:<br />

“Tremendo mal ambiente”. Es otra visión, estimo que bastante atípica, de la isla de Cuba.<br />

118


Índice<br />

Diario Página<br />

Prólogo 5<br />

7 DE NOVIEMBRE DE 1999, DOMINGO 6<br />

8 DE NOVIEMBRE, LUNES 8<br />

9 DE NOVIEMBRE, MARTES 16<br />

10 DE NOVIEMBRE, MIÉRCOLES 22<br />

11 DE NOVIEMBRE, JUEVES 29<br />

12 DE NOVIEMBRE, VIERNES 35<br />

13 DE NOVIEMBRE, SÁBADO 44<br />

14 DE NOVIEMBRE, DOMINGO 49<br />

15 DE NOVIEMBRE, LUNES 54<br />

16 DE NOVIEMBRE, MARTES 61<br />

17 DE NOVIEMBRE, MIÉRCOLES 70<br />

18 DE NOVIEMBRE, JUEVES 84<br />

19 DE NOVIEMBRE, VIERNES 92<br />

20 DE NOVIEMBRE, SÁBADO 102<br />

21 DE NOVIEMBRE, DOMINGO 111<br />

5 DE ENERO DEL 2000, NOCHE DE REYES Y VIERNES 117<br />

119

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