10.05.2013 Views

Descargar un avance de Los Días del Fuego en pdf

Descargar un avance de Los Días del Fuego en pdf

Descargar un avance de Los Días del Fuego en pdf

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

<strong>Los</strong> días <strong>de</strong>l fuego<br />

por Liliana Bodoc<br />

Estas palabras fueron antes memoria, antes fueron sucesos. Palabras<br />

que nadie podría pron<strong>un</strong>ciar, <strong>de</strong>smemoria, sucesos perdidos para siempre<br />

si <strong>un</strong>a mujer Nakín no se hubiese ofr<strong>en</strong>dado.<br />

El Clan <strong>de</strong> los Búhos le otorgó <strong>un</strong> <strong>de</strong>stino: <strong>de</strong>bía resguardar para los<br />

hombres todos los aconteceres <strong>de</strong> <strong>un</strong> tiempo que ya era antiguo cuando<br />

transcurría. Ella obe<strong>de</strong>ció. Se s<strong>en</strong>tó fr<strong>en</strong>te a los códices sagrados.<br />

Sin cerrar n<strong>un</strong>ca los ojos, repitió la misma cosa durante muchos días,<br />

muchos años. Y sólo esas palabras le importaron. Pero luego compr<strong>en</strong>dió<br />

que no bastaba con obstinarse <strong>en</strong> ret<strong>en</strong>er sucesiones idénticas. Compr<strong>en</strong>dió<br />

que <strong>en</strong> la línea recta se fatigaba la memoria. Entonces, siguió el camino <strong>de</strong><br />

la línea que se tuerce y retuerce; porque el trazo circular es más propicio<br />

para el recuerdo.<br />

Cuando tampoco fue bastante, Nakín buscó el favor <strong>de</strong> la música. Y<br />

es que la música dispone <strong>de</strong> inm<strong>en</strong>sidad. Más que el <strong>de</strong>sierto y el<br />

horizonte.<br />

Pero nuevos nombres y cifras se añadían. Crecía su cansancio.<br />

Agitada, transformada <strong>en</strong> rumores sin s<strong>en</strong>tido, Nakín trazó dibujos <strong>en</strong><br />

su memoria. Una ban<strong>de</strong>ra para el número veinte. Para el número diez,<br />

media ban<strong>de</strong>ra. El cuatroci<strong>en</strong>tos fue <strong>un</strong>a pluma, el ocho mil fue <strong>un</strong>a balsa.<br />

De ese modo, Nakín <strong>de</strong> los Búhos retuvo las eda<strong>de</strong>s y los años; todos los<br />

números <strong>de</strong>l pasado.<br />

Sin embargo, tampoco así fue sufici<strong>en</strong>te. Ya sin espacio por <strong>de</strong>ntro,<br />

lívida por fuera, Nakín pidió ayuda a los colores. Confió <strong>en</strong> ellos. Negro y<br />

rojo para la sabiduría, azul para la realeza, amarillo para el rumbo <strong>de</strong> las<br />

mujeres.<br />

Al fin, Nakín <strong>de</strong> los Búhos cayó hasta el fondo <strong>de</strong> su fatiga. Cerró los<br />

ojos, cubrió con sus manos los signos <strong>de</strong> los códices. Y <strong>de</strong>jó escapar por la<br />

boca <strong>en</strong>treabierta cada <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los recuerdos que guardaba. Creyó, sin<br />

clem<strong>en</strong>cia por sí misma, que era débil y apocada <strong>en</strong> su alma.<br />

La mujer abrió los ojos para llorar. Entonces, vio a través <strong>de</strong> sus<br />

lágrimas. Y apr<strong>en</strong>dió por el llanto que la memoria sólo perdura si se


einv<strong>en</strong>ta.<br />

"Antes fui mujer, Nakín <strong>de</strong> los Búhos. Luego mis mayores me<br />

dispusieron para el recuerdo y lo acepté. Al principio dije la misma cosa<br />

durante muchos días, muchos años. Y sólo esas palabras me importaron.<br />

Cuando no fue bastante, com<strong>en</strong>cé a cantar. Y es que la música dispone <strong>de</strong><br />

inm<strong>en</strong>sidad; más que el horizonte y el <strong>de</strong>sierto.<br />

Pero nuevas cifras y nombres se añadían. Crecía mi cansancio...<br />

Tantas cifras y nombres, tanto cansancio se añadía que tracé dibujos <strong>en</strong> mi<br />

memoria. El cuatroci<strong>en</strong>tos fue <strong>un</strong>a pluma, el ocho mil fue <strong>un</strong>a balsa.<br />

Después puse <strong>en</strong> mi ayuda los colores. Confié <strong>en</strong> ellos.<br />

Al fin, me <strong>de</strong>speñé hasta el fondo <strong>de</strong> mi fatiga. Cuando abrí los ojos<br />

para llorar vi a través <strong>de</strong> las lágrimas. Y apr<strong>en</strong>dí que la memoria <strong>de</strong>be ser<br />

reinv<strong>en</strong>tada. Sólo así es capaz <strong>de</strong> perdurar y atravesar el tiempo."<br />

Nosotros le pedimos... ¡Canta, Nakín!, ¡reinv<strong>en</strong>ta la memoria! Balsa<br />

sobre balsa sobre pluma <strong>en</strong> azul. Continúa cantando para que no<br />

olvi<strong>de</strong>mos.<br />

Ella respon<strong>de</strong>... Azul estoy cantando. Canto media ban<strong>de</strong>ra <strong>en</strong> rojo y<br />

negro. ¡Ya no puedo hacer más que reinv<strong>en</strong>tar colores y cantarlos! Ya no<br />

puedo hacer más.<br />

La l<strong>un</strong>a <strong>en</strong> los códices<br />

No era barro cocido y trabajado a p<strong>un</strong>zón; <strong>de</strong> nuevo no lo era. No era<br />

cierto que Bor tuviese su vasija terminada. T<strong>en</strong>ía, eso sí, mucho que andar<br />

por <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sí mismo.<br />

El Supremo Astrónomo estaba prisionero <strong>en</strong> el observatorio <strong>de</strong><br />

Zabralkán con ór<strong>de</strong>nes precisas por cumplir.<br />

Un soldado si<strong>de</strong>resio abrió la puerta y arrojó <strong>un</strong> fardo con todas las<br />

hojas <strong>de</strong> cortezas que habían logrado hallar <strong>en</strong> la Casa <strong>de</strong> las Estrellas,<br />

a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> cueros <strong>de</strong>lgados y trozos <strong>de</strong> tela basta. Antes <strong>de</strong> eso le habían<br />

traído cinceles y tinta <strong>de</strong> carbón. El mandato <strong>de</strong> Molitzmós era claro: Bor<br />

<strong>de</strong>bía reproducir los códices sagrados que Drimus había puesto a ar<strong>de</strong>r.<br />

Con ese fin permanecería <strong>en</strong> el observatorio porque ése era <strong>un</strong> sitio<br />

privilegiado para la contemplación <strong>de</strong>l movimi<strong>en</strong>to <strong>de</strong> los astros. A<strong>de</strong>más,<br />

<strong>de</strong>bía ser provisto <strong>de</strong> los instrum<strong>en</strong>tos necesarios. El resto lo harían su


singular conocimi<strong>en</strong>to y su memoria.<br />

—El jorobado se equivocó ese día —le había dicho Molitzmós—. La<br />

<strong>de</strong>saparición <strong>de</strong>l pueblo zitzahay y sus astrónomos lo <strong>en</strong>fureció <strong>de</strong> tal<br />

modo que cometió <strong>un</strong> error inm<strong>en</strong>so. Drimus <strong>de</strong>struyó el conocimi<strong>en</strong>to<br />

resguardado <strong>en</strong> los códices. Y con eso perdimos la verda<strong>de</strong>ra pot<strong>en</strong>cia <strong>de</strong>l<br />

po<strong>de</strong>r... Tú y yo sabemos que la única eternidad es el conocimi<strong>en</strong>to.<br />

La l<strong>un</strong>a estaba <strong>en</strong> el mirador, alumbrando el observatorio que Bor<br />

había recompuesto hasta don<strong>de</strong> le fue posible.<br />

—Oye hermana —<strong>de</strong>cía el Supremo Astrónomo con el rostro hacia<br />

ella—. Molitzmós me ha <strong>en</strong>com<strong>en</strong>dado <strong>un</strong> trabajo que yo haré dos veces.<br />

Pero eso sólo será posible si tú me ayudas. Durante el día escribiré los<br />

códices que me or<strong>de</strong>naron reconstruir. Lo haré con omisiones y<br />

distorsiones <strong>en</strong> el cal<strong>en</strong>dario. Errores tan ligeros que pasarán inadvertidos;<br />

pero que <strong>de</strong>svirtuarán lo que allí que<strong>de</strong> escrito.<br />

La l<strong>un</strong>a, <strong>en</strong> las Tierras Fértiles, compr<strong>en</strong>día las palabras <strong>de</strong> los<br />

hombres.<br />

—Durante la noche, <strong>en</strong> cambio, escribiré lo cierto. Recompondré<br />

todo lo posible el conocimi<strong>en</strong>to que nos <strong>un</strong>e con nuestros antepasados y<br />

con nuestra <strong>de</strong>sc<strong>en</strong><strong>de</strong>ncia. Luego ocultaré esos pergaminos bajo la piedra<br />

rectangular, don<strong>de</strong> los si<strong>de</strong>resios no podrán <strong>de</strong>scubrirlos. Es por eso que<br />

pido tu ayuda, hermana. Deberás v<strong>en</strong>ir aquí cada noche para darme luz y<br />

sostén. ¿Quién sabe? Tal vez este cautiverio t<strong>en</strong>ga <strong>un</strong> s<strong>en</strong>tido.<br />

Molitzmós abrió la puerta <strong>de</strong>l observatorio sin an<strong>un</strong>ciarse. Era claro<br />

<strong>en</strong> su vestim<strong>en</strong>ta que iniciaba <strong>un</strong> viaje.<br />

—Regreso a mi palacio —an<strong>un</strong>ció—. Recuerda que, ante todo, <strong>de</strong>bes<br />

trabajar <strong>en</strong> el Códice Balameb <strong>de</strong> cual muy poco perdura <strong>en</strong> el País <strong>de</strong>l<br />

Sol. Me importa más que ning<strong>un</strong>o porque a todos los prece<strong>de</strong> y los explica.<br />

—No es necesario que te diga que el Códice Balameb sólo existe <strong>en</strong><br />

fragm<strong>en</strong>tos y <strong>en</strong> versiones que, a veces, parec<strong>en</strong> opuestas —dijo Bor.<br />

—A<strong>un</strong> así —replicó Molitzmós—. Aquello que dice el Códice<br />

Balameb es la verdad que nos da orig<strong>en</strong>. Y es la m<strong>en</strong>tira que nos da orig<strong>en</strong>.<br />

No hay más remedio para el hombre sabio que reconocerse <strong>en</strong> los dos<br />

materiales <strong>de</strong> la realidad.<br />

Muy a su pesar, Bor compartía pl<strong>en</strong>am<strong>en</strong>te ese p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to.<br />

—Deberás <strong>de</strong>cirles que me proporcion<strong>en</strong> los instrum<strong>en</strong>tos <strong>de</strong><br />

observación y medición a<strong>de</strong>cuados —dijo el Supremo Astrónomo—. Muy


poco podré hacer sin ellos. T<strong>en</strong>go que realizar gran<strong>de</strong>s cálculos y no<br />

lograré hacerlos sin la rueda numérica; t<strong>en</strong>go que trazar mapas <strong>de</strong>l cielo,<br />

reconocer ángulos distantes... Y todo aquí ha sido <strong>de</strong>struido.<br />

—Ya he dado esa or<strong>de</strong>n.<br />

Parecían dos sabios discurri<strong>en</strong>do acerca <strong>de</strong> aspectos complejos <strong>de</strong>l<br />

conocimi<strong>en</strong>to, y no dos <strong>en</strong>emigos <strong>en</strong>carnizados.<br />

—Enviaré regularm<strong>en</strong>te hombres <strong>de</strong>l ejército <strong>de</strong>l País <strong>de</strong>l Sol que<br />

t<strong>en</strong>drán la doble misión <strong>de</strong> llevarse <strong>de</strong> aquí lo que hayas terminado, y traer<br />

todo lo que <strong>de</strong>man<strong>de</strong>s.<br />

Molitzmós com<strong>en</strong>zó a caminar alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la piedra rectangular<br />

situada <strong>en</strong> el exacto c<strong>en</strong>tro <strong>de</strong>l observatorio. Viéndolo, Bor sintió que sus<br />

planes se <strong>de</strong>sbarataban.<br />

—Por cierto está bellam<strong>en</strong>te tallada —dijo Molitzmós.<br />

—Así es —admitió Bor.<br />

El Supremo Astrónomo sabía que cualquier int<strong>en</strong>to por distraerlo<br />

sólo conseguiría alertar la astucia <strong>de</strong>l Señor <strong>de</strong>l Sol. Prefirió, <strong>en</strong>tonces,<br />

seguir su juego.<br />

—Procura <strong>de</strong>scubrir la serpi<strong>en</strong>te que recorre la piedra.<br />

—Aquí está su cabeza —Molitzmós reconoció con escasa dificultad<br />

el intrincado cuerpo <strong>de</strong> la serpi<strong>en</strong>te, metido <strong>en</strong>tre constelaciones, símbolos<br />

sagrados, pájaros y frutos—. Y allí está el extremo <strong>de</strong> su cola.<br />

Cuando Molitzmós iba a agacharse para tomar la cabeza <strong>de</strong> la<br />

serpi<strong>en</strong>te <strong>en</strong> su mano, <strong>un</strong>a nube llegó al cielo para tapar la l<strong>un</strong>a. Las figuras<br />

talladas <strong>en</strong> la piedra se perdieron.<br />

—Y bi<strong>en</strong> —<strong>un</strong> chasquido <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos indicó que el Señor <strong>de</strong>l Sol<br />

<strong>de</strong>sistía <strong>de</strong>l as<strong>un</strong>to—. Me marcho. Sé que cumplirás con lo pactado puesto<br />

que <strong>de</strong> ello <strong>de</strong>p<strong>en</strong><strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> los prisioneros.<br />

—No es por eso que cumpliré con mi trabajo —respondió Bor—. Ya<br />

he apr<strong>en</strong>dido a no confiar <strong>en</strong> tus palabras. Ni mi vida ni la <strong>de</strong> ellos será<br />

respetada... Todos nosotros moriremos cuando no nos necesites.<br />

—¿Y <strong>en</strong>tonces? —sin negar ni afirmar, Molitzmós hizo su preg<strong>un</strong>ta<br />

—. ¿Por qué lo haces?<br />

—Es mi conv<strong>en</strong>cimi<strong>en</strong>to, como el tuyo, que la sabiduría y la<br />

memoria no <strong>de</strong>b<strong>en</strong> per<strong>de</strong>rse. Siempre es mejor que permanezcan, a<strong>un</strong>que<br />

sea <strong>en</strong> las manos <strong>de</strong>l mayor <strong>en</strong>emigo. Las Eda<strong>de</strong>s transcurrirán más allá <strong>de</strong>


nosotros, <strong>de</strong> nuestros nombres y nuestros rostros. <strong>Los</strong> magos <strong>de</strong>l Recinto<br />

cre<strong>en</strong> ser dueños <strong>de</strong> la sabiduría. Pero yo no lo creo, soy mago <strong>de</strong>l Aire<br />

Libre.<br />

Molitzmós <strong>de</strong>l Sol caminó hacia la puerta.<br />

—Siempre que hablo contigo acabo lam<strong>en</strong>tando que no estés <strong>de</strong> mi<br />

lado.<br />

Bor se quedó solo y regresó al mirador. La nube se apartó <strong>de</strong> la l<strong>un</strong>a.<br />

—Debemos trabajar —dijo el Supremo Astrónomo.<br />

A partir <strong>de</strong> esa noche, Bor <strong>de</strong>spertó muchas veces <strong>de</strong> sueños breves e<br />

incómodos, doblado sobre sus trabajos. Y cada vez que eso ocurrió estuvo<br />

la tristeza s<strong>en</strong>tada al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> su <strong>de</strong>spertar para saludarlo antes que nadie.<br />

Piedras <strong>de</strong> humo, figuras <strong>de</strong> barro<br />

Después <strong>de</strong> la victoria <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto, el ejército <strong>de</strong>l V<strong>en</strong>ado se hizo<br />

invisible. <strong>Los</strong> guerreros <strong>de</strong> las Tierras Fértiles no pudieron hacer más que<br />

fortalecerse y permanecer ocupando la posición ganada contra el <strong>avance</strong> <strong>de</strong><br />

los si<strong>de</strong>resios hacia el sur.<br />

Pero casi <strong>un</strong> año <strong>de</strong>l sol había pasado sin que los si<strong>de</strong>resios se<br />

movieran <strong>en</strong> el territorio.<br />

Cada <strong>un</strong>o <strong>de</strong> estos días, Th<strong>un</strong>gür lo aprovechó para el adiestrami<strong>en</strong>to<br />

<strong>de</strong> sus hombres y el acrec<strong>en</strong>tami<strong>en</strong>to <strong>de</strong>l ars<strong>en</strong>al.<br />

<strong>Los</strong> guerreros <strong>de</strong> las Tierras Fértiles sabían que la guerra regresaría<br />

pronto: más gruesa, <strong>en</strong> cuatro patas, <strong>en</strong>furecida. También sabían que eran<br />

la única valla <strong>en</strong>tre Misáianes y la vida. Al Increado le bastaba dar <strong>un</strong> solo<br />

paso para t<strong>en</strong>er <strong>un</strong> pie <strong>en</strong> su monte, otro pie <strong>en</strong> <strong>Los</strong> Confines, y su cabeza<br />

agujereando el cielo. Ellos, <strong>en</strong> cambio, t<strong>en</strong>ían que cabalgar medio<br />

contin<strong>en</strong>te empujando el aire.<br />

A<strong>un</strong>que los Pastores no permanecieron j<strong>un</strong>to al ejército tampoco se<br />

alejaron <strong>de</strong>masiado. Siguieron el rumbo <strong>de</strong> los guerreros a poca distancia y<br />

levantaron sus ti<strong>en</strong>das <strong>en</strong> las cercanías, como si tuvies<strong>en</strong> miedo <strong>de</strong> andar<br />

solos. Th<strong>un</strong>gür les <strong>en</strong>com<strong>en</strong>dó alg<strong>un</strong>as misiones que ellos realizaron con<br />

prontitud. Pero aquel pueblo escuálido y abatido se iba <strong>de</strong> la tierra.<br />

Fue <strong>en</strong>tonces cuando los guerreros que Th<strong>un</strong>gür había <strong>en</strong>viado a <strong>Los</strong>


Confines regresaron cargados <strong>de</strong> provisiones. Con ellos llegó el Padrecito<br />

<strong>de</strong>l Paso y <strong>un</strong> grupo <strong>de</strong> jóv<strong>en</strong>es husihuilkes listos para la guerra.<br />

<strong>Los</strong> jefes <strong>de</strong> guarnición les dieron, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el comi<strong>en</strong>zo, igual trato que<br />

a todos los <strong>de</strong>más guerreros. Sin embargo, hablaban acerca <strong>de</strong> ellos por las<br />

noches:<br />

—Recuerda que nosotros apr<strong>en</strong>dimos a guerrear fr<strong>en</strong>te a hombres <strong>de</strong><br />

otros linajes... Las mismas armas <strong>de</strong> ambos lados, y la misma ley.<br />

—No será así para ellos. Conocerán la batalla <strong>en</strong> <strong>un</strong> campo<br />

<strong>de</strong>spiadado y <strong>de</strong>sigual.<br />

La llegada <strong>de</strong>l Padrecito maravilló a los niños <strong>de</strong>l pueblo <strong>de</strong> los<br />

Pastores que, a partir <strong>de</strong> <strong>en</strong>tonces, caminaron <strong>en</strong> hilera <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l Brujo.<br />

Imitaron sus a<strong>de</strong>manes y se treparon a sus espaldas. Por su parte, el<br />

Padrecito <strong>en</strong>contró tiempo para mol<strong>de</strong>ar con barro pequeñas figuras <strong>de</strong><br />

animales que eran <strong>de</strong>sconocidos <strong>en</strong> el <strong>de</strong>sierto.<br />

—Lam<strong>en</strong>to que no t<strong>en</strong>gamos árboles aquí —les <strong>de</strong>cía—, porque<br />

<strong>en</strong>tonces podría tejer arneses para uste<strong>de</strong>s. A los niños husihuilkes les<br />

gusta jugar con ellos.<br />

La fabricación <strong>de</strong> polvo gris fue su primer cometido. Aquélla era la<br />

provisión más escasa; y sin la cual, las armas ganadas a los si<strong>de</strong>resios<br />

pronto serían inservibles.<br />

El Brujo escarbó <strong>en</strong> las sutilezas <strong>de</strong>l color, olfateó hasta el fondo y<br />

probó con la p<strong>un</strong>ta <strong>de</strong> la l<strong>en</strong>gua. Todo lo que <strong>en</strong>contró <strong>en</strong> el polvo gris le<br />

era familiar y amigo, todo lo conocía <strong>de</strong> cerca.<br />

—¡Todo está aquí, Th<strong>un</strong>gür! —el Brujo gritaba a la distancia—.<br />

¡Todo está aquí, a nuestro alcance!<br />

—¿Qué quieres <strong>de</strong>cirme, Padrecito? —preg<strong>un</strong>tó el jefe husihuilke.<br />

El Brujo respondió agitado:<br />

—¡El polvo gris, Th<strong>un</strong>gür! ¡Podremos hacerlo!<br />

El husihuilke, que estaba curando los cascos <strong>de</strong> H<strong>un</strong><strong>de</strong>-la-Tar<strong>de</strong>, se<br />

irguió <strong>de</strong> inmediato.<br />

—Salitre o, tal vez, c<strong>en</strong>iza <strong>de</strong> algas gigantes —el Padrecito levantaba<br />

tres <strong>de</strong>dos—. Salitre, carbón y, ¿sabes qué más? ¿Sabes qué más, Th<strong>un</strong>gür?<br />

¡Piedras <strong>de</strong> humo! ¡Las mismas que <strong>en</strong>ci<strong>en</strong><strong>de</strong>n nuestras ancianas <strong>en</strong> sus<br />

curaciones!<br />

Th<strong>un</strong>gür empezaba a sonreír.


—¿Dices salitre, carbón y piedras <strong>de</strong> humo?<br />

Por la memoria <strong>de</strong>l guerrero pasaron las piedras amarillas que Vieja<br />

Kush molía y quemaba para sanarle algún dolor cuando era niño.<br />

—Y piedras <strong>de</strong> humo —repitió el Brujo acompañando el recuerdo.<br />

Luego, sin otro motivo que su <strong>en</strong>tusiasmo, el Padrecito volvió a<br />

mostrar tres <strong>de</strong>dos:<br />

—Salitre, carbón y piedras <strong>de</strong> humo. ¿Pue<strong>de</strong>s creerlo?<br />

Durante ese tiempo, Th<strong>un</strong>gür había dispuesto que las fuerzas se<br />

reor<strong>de</strong>naran <strong>en</strong> divisiones m<strong>en</strong>ores, con <strong>un</strong> principal <strong>de</strong> guarnición al<br />

fr<strong>en</strong>te <strong>de</strong> cada <strong>un</strong>a. De esta manera ext<strong>en</strong>día el control sobre el territorio y<br />

tornaba confusos los datos que pudieran llegar a oídos <strong>de</strong>l ejército <strong>de</strong><br />

Misáianes. A<strong>de</strong>más, eso le permitiría respon<strong>de</strong>r con agilidad ante <strong>un</strong><br />

ataque sorpresivo <strong>de</strong> los si<strong>de</strong>resios.<br />

Th<strong>un</strong>gür galopó sin cansancio <strong>de</strong> <strong>un</strong> campam<strong>en</strong>to a otro. Exigió<br />

siempre mayor esfuerzo <strong>en</strong> el adiestrami<strong>en</strong>to, y fue riguroso <strong>en</strong> los<br />

mandatos <strong>de</strong>l honor. Sin embargo, cuando escaseó el alim<strong>en</strong>to, Th<strong>un</strong>gür<br />

comió <strong>un</strong>a ración m<strong>en</strong>or que la <strong>de</strong> sus hombres. Se <strong>de</strong>sveló con los<br />

c<strong>en</strong>tinelas contando historias j<strong>un</strong>to al fuego, visitó a los <strong>en</strong>fermos y, <strong>en</strong> las<br />

noches <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto, se cubrió con <strong>un</strong> manto <strong>de</strong> cuero tan raído como<br />

cualquier otro.<br />

Th<strong>un</strong>gür y sus principales coincidían <strong>en</strong> la necesidad <strong>de</strong> avanzar<br />

sobre el territorio antes <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong>l sigui<strong>en</strong>te invierno. Determinaron,<br />

<strong>en</strong>tonces, abandonar el <strong>de</strong>sierto y cruzar la bahía que los separaba <strong>de</strong> la<br />

Comarca Aislada; porque permanecer <strong>de</strong>t<strong>en</strong>idos y ocultos <strong>en</strong> aquel sitio<br />

hubiese sido <strong>un</strong> grave <strong>de</strong>sacierto.<br />

Beleram era, por ese <strong>en</strong>tonces, la estrategia posible para el ejército<br />

<strong>de</strong>l V<strong>en</strong>ado. La reconquista <strong>de</strong> aquella ciudad, aún si<strong>en</strong>do dificultosa,<br />

parecía la única posibilidad <strong>de</strong> <strong>avance</strong>.<br />

Había que llegar a la Comarca Aislada, y los hombres p<strong>en</strong>saban <strong>en</strong> el<br />

mejor modo <strong>de</strong> hacerlo.<br />

<strong>Los</strong> dos barcos que habían obt<strong>en</strong>ido <strong>en</strong> la última batalla contra los<br />

si<strong>de</strong>resios continuaban <strong>en</strong>callados y solos. Ambas naves estaban muy<br />

averiadas. <strong>Los</strong> guerreros sacaron lo que podía resultarles útil, y luego<br />

<strong>de</strong>jaron <strong>de</strong> mirarlas.<br />

—A<strong>un</strong> así po<strong>de</strong>mos hacer algo para que nos cruc<strong>en</strong> al otro lado <strong>de</strong> la<br />

bahía. Las aguas allí son mansas y el trayecto es corto. De todos modos,


será preferible realizar más viajes con m<strong>en</strong>or carga, y revisarlas <strong>en</strong> cada<br />

orilla. Compr<strong>en</strong><strong>de</strong>, Th<strong>un</strong>gür, que nos evitaremos <strong>un</strong> ext<strong>en</strong>so y p<strong>en</strong>oso<br />

ro<strong>de</strong>o por tierra.<br />

Ni los zitzahay ni los husihuilkes eran hombres <strong>de</strong> mar. No amaban<br />

esa naves. Pero era imposible negarse a <strong>en</strong>t<strong>en</strong><strong>de</strong>r las razones <strong>de</strong>l Padrecito.<br />

—Toma los hombres que necesites —aceptó Th<strong>un</strong>gür—.<br />

Utilizaremos los barcos para atravesar la bahía.<br />

El Padrecito había llegado al <strong>de</strong>sierto por <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> los Brujos <strong>de</strong> la<br />

Tierra.<br />

"Es tuya la parte <strong>de</strong> estar j<strong>un</strong>to al ejército. Allí harán falta tu virtud <strong>de</strong><br />

inv<strong>en</strong>tar y tu pasión por <strong>en</strong>m<strong>en</strong>dar y construir."<br />

Y <strong>un</strong>a vez más, lo que parecía insignificante se hizo inm<strong>en</strong>so.<br />

Muy pronto las dos naves iniciaron sus viajes <strong>de</strong> costa a costa<br />

cargadas <strong>de</strong> hombres, animales y pertrechos.<br />

<strong>Los</strong> zitzahay, que conocían el territorio, señalaron a Umag <strong>de</strong>l Gran<br />

Manantial como <strong>un</strong> lugar propicio para establecer los primeros<br />

campam<strong>en</strong>tos.<br />

Cerca ya <strong>de</strong> su partida, Th<strong>un</strong>gür re<strong>un</strong>ió a los Pastores:<br />

—Aquí nos separamos —an<strong>un</strong>ció—. No po<strong>de</strong>mos llevar con<br />

nosotros niños y mujeres. Y tampoco a los hombres que quedan para<br />

cuidar <strong>de</strong> ellos. Nos perdimos y nos <strong>en</strong>contramos, les <strong>de</strong>bemos la muerte y<br />

les <strong>de</strong>bemos la vida. Si nuestro contin<strong>en</strong>te vuelve a ser libre, nos<br />

llamaremos hermanos y comeremos <strong>de</strong>l mismo pan.<br />

Las naves partieron llevándose consigo los últimos guerreros. En la<br />

orilla, los niños <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto arrojaban al aire puñados <strong>de</strong> ar<strong>en</strong>a para <strong>de</strong>cir<br />

adiós.<br />

La jauría<br />

Sucedía alg<strong>un</strong>as veces que los pescadores <strong>de</strong> río se cansaban <strong>de</strong><br />

sost<strong>en</strong>er el arpón aguardando peces <strong>de</strong> bu<strong>en</strong>a carne. Y se acostaban a<br />

dormitar <strong>en</strong> sus balsas <strong>de</strong> tronco, <strong>en</strong> espera <strong>de</strong> <strong>un</strong>a ocasión más<br />

provechosa.<br />

<strong>Los</strong> pescadores <strong>de</strong> las al<strong>de</strong>as <strong>de</strong> <strong>Los</strong> Confines amarraban sus balsas a


<strong>un</strong> árbol o a <strong>un</strong>a roca cercana a la orilla para evitar que la corri<strong>en</strong>te los<br />

arrastrara. Y allí permanecían, horas o días, procurando el alim<strong>en</strong>to que<br />

n<strong>un</strong>ca había vuelto a ser tan ab<strong>un</strong>dante como <strong>en</strong> los tiempos <strong>de</strong> antes <strong>de</strong> la<br />

guerra. Ni sustancioso como <strong>en</strong>tonces, ni grato.<br />

Y así le ocurrió a <strong>un</strong> pescador <strong>de</strong> Hierbas Dulces, <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las al<strong>de</strong>as<br />

cercanas al límite con el <strong>de</strong>sierto. Cansado el pescador <strong>de</strong> río <strong>de</strong> esperar <strong>en</strong><br />

vano <strong>un</strong>a presa, mojó su cabeza y su torso con agua fresca <strong>de</strong>l Nubloso y<br />

se t<strong>en</strong>dió a dormir <strong>en</strong> su balsa. La balsa estaba sujeta con <strong>un</strong>a cuerda que le<br />

daba tres vueltas a <strong>un</strong> árbol. Y se la<strong>de</strong>aba con la corri<strong>en</strong>te justo lo<br />

necesario para apaciguar el <strong>de</strong>sánimo <strong>de</strong>l hombre que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>un</strong> largo<br />

acecho, continuaba con la bolsa vacía.<br />

El cielo <strong>de</strong> <strong>Los</strong> Confines estaba <strong>de</strong>slucido, pero eso no preocupó al<br />

pescador. Sabía que llegando la temporada <strong>de</strong> lluvia, y <strong>un</strong> poco antes <strong>de</strong><br />

que aparecieran las nubes que cargaban agua para todo <strong>un</strong> invierno, el aire<br />

se ponía grueso y opacaba el cielo que veían los ojos. El pescador <strong>de</strong><br />

Hierbas Dulces se durmió p<strong>en</strong>sando que t<strong>en</strong>ía muy poco pescado seco para<br />

intercambiar ese año <strong>en</strong> la fiesta <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedir al sol.<br />

El pescador se durmió, y muchos animales negros aparecieron <strong>en</strong> la<br />

orilla. Llegaron <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio y se <strong>de</strong>tuvieron j<strong>un</strong>to al agua mirando al<br />

hombre que soñaba. Eran dos, tres, cuatro... Eran cinco, siete, doce... Eran<br />

trece y más bestias que ya poco se parecían a los perros que habían sido<br />

cuando Drimus aún andaba con ellos. Porque <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> alim<strong>en</strong>tarse <strong>de</strong>l<br />

jorobado, la jauría había crecido <strong>en</strong> ferocidad y <strong>en</strong> tamaño.<br />

Guiados por su olfato, y por el mago que llevaban <strong>de</strong>ntro, los perros<br />

bajaron a través <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto y atravesaron el Pantanoso para <strong>de</strong>vorar la<br />

ansiada carne <strong>de</strong> Dulkancellin, r<strong>en</strong>ovada <strong>en</strong> las criaturas <strong>de</strong> <strong>Los</strong> Confines.<br />

<strong>Los</strong> animales negros va<strong>de</strong>aron el río <strong>en</strong> su <strong>de</strong>sembocadura. Luego<br />

caminaron, se arrastraron, corrieron con sus sombras atrás y a<strong>de</strong>lante;<br />

siempre hacia el sur.<br />

Las primeras al<strong>de</strong>as <strong>en</strong> el camino <strong>de</strong> la jauría estaban abandonadas.<br />

Por <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong>l consejo <strong>de</strong> ancianos, sus habitantes se habían marchado<br />

hacia el extremo sur <strong>de</strong>l territorio.<br />

"Achicaremos la tierra para cuidarnos mejor <strong>un</strong>os a otros", dijeron<br />

los ancianos.<br />

Todos estuvieron <strong>de</strong> acuerdo. De ese modo sería más simple repartir<br />

el alim<strong>en</strong>to y cuidar a los <strong>en</strong>fermos. También sería bu<strong>en</strong>o t<strong>en</strong>er vecinos con


qui<strong>en</strong>es re<strong>un</strong>irse <strong>en</strong> las noches a tocar música <strong>de</strong> flauta y danzar con pasos<br />

<strong>de</strong> perdiz.<br />

Por esa causa, las bestias negras no hallaron criaturas humanas<br />

durante mucho tiempo.<br />

Aquel atar<strong>de</strong>cer cercano al invierno, la jauría llegó a las orillas <strong>de</strong>l<br />

Nubloso <strong>en</strong> la zona más alta <strong>de</strong>l río, <strong>un</strong> poco al este <strong>de</strong> Hierbas Dulces. En<br />

su barca sobre el Nubloso dormía <strong>un</strong> pescador, y soñaba que t<strong>en</strong>ía<br />

sufici<strong>en</strong>te pescado seco para cambiar por harina.<br />

Las bestias se a<strong>de</strong>ntraron <strong>en</strong> el agua. Eran dos, tres, cinco... Eran<br />

trece y más cabezas negras que avanzaron <strong>en</strong> completo sil<strong>en</strong>cio hacia la<br />

balsa <strong>de</strong> troncos que se mecía con la corri<strong>en</strong>te.<br />

El cielo le habló al río.<br />

—Estoy mirando este dolor que va a ocurrir <strong>en</strong> ti mismo.<br />

—Dolido yo dos veces —respondió el río— porque t<strong>en</strong>go mi dolor y<br />

el reflejo <strong>de</strong>l tuyo.<br />

Entonces habló la tierra:<br />

—Río, los huesos <strong>de</strong>l pescador me pert<strong>en</strong>ec<strong>en</strong>. Entrégamelos, que les<br />

haré <strong>un</strong> cobijo don<strong>de</strong> puedan seguir soñando.<br />

—Si oculto las estrellas será más fácil —creyó el cielo—, puesto que<br />

el hombre no verá lo que ocurre.<br />

Y ocultó las estrellas.<br />

—Sil<strong>en</strong>ciaré a los grillos para que no se si<strong>en</strong>ta música alg<strong>un</strong>a<br />

mi<strong>en</strong>tras dure la muerte —dijo la tierra.<br />

Y sil<strong>en</strong>ció a los grillos.<br />

—Lloraré para acompañarlo —dijo el río.<br />

Y su llanto fue rojo.<br />

Entonces, <strong>un</strong> hilo <strong>de</strong> sangre se a<strong>de</strong>lantó a la corri<strong>en</strong>te, y anduvo<br />

serp<strong>en</strong>teando <strong>de</strong> agua <strong>en</strong> agua. La sangre quería <strong>en</strong>contrar a Tres Rostros<br />

para contarle que la jauría negra ya estaba <strong>en</strong> el Nubloso.<br />

Tres Rostros dormía <strong>en</strong> <strong>un</strong> lago. A través <strong>de</strong> su cuerpo se veían los<br />

diminutos peces <strong>de</strong> colores que pasaban nadando; porque el Brujo podía<br />

parecerse al agua tanto como quisiera. Cuando el hilo <strong>de</strong> sangre lo<br />

<strong>en</strong>contró se estiró a su alre<strong>de</strong>dor siguiéndole el contorno. Ap<strong>en</strong>as <strong>un</strong><br />

extremo se <strong>un</strong>ió al otro, Tres Rostros abrió los ojos y escuchó at<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te.


—Hasta recién fui pescador <strong>de</strong> río —contó la sangre—. Dormía yo<br />

<strong>en</strong> mi balsa, cansado <strong>de</strong> esperar la pesca que no llegaba. Y estaba<br />

soñando... En mi sueño había <strong>un</strong>a bu<strong>en</strong>a provisión <strong>de</strong> pescado seco para<br />

intercambiar <strong>en</strong> la fiesta <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedir al sol. Entonces me <strong>de</strong>spertó el<br />

sil<strong>en</strong>cio. Vi que las estrellas habían abandonado el cielo nocturno, no<br />

escuché el canto <strong>de</strong> los grillos. Por estas cosas supe que algo muy malo<br />

estaba a p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> ocurrir. Cuando quise incorporarme, s<strong>en</strong>tí respiraciones<br />

cerca, y el roce <strong>de</strong> pelajes mojados. Después s<strong>en</strong>tí dolores <strong>en</strong> toda mi<br />

carne; dolores que no puedo repetir <strong>en</strong> palabras. Oí también el llanto <strong>de</strong>l<br />

Nubloso, y alcancé a compr<strong>en</strong><strong>de</strong>r que lloraba por mí. Ahora que sólo soy<br />

<strong>un</strong> hilo <strong>de</strong> sangre, pi<strong>en</strong>so que mis dos hijos varones se han ido a la guerra.<br />

Y pi<strong>en</strong>so que mi esposa es <strong>de</strong>masiado anciana para salir <strong>de</strong> pesca...<br />

¿Cuidarás <strong>de</strong> ella, hermano brujo?<br />

Cuando la sangre terminó <strong>de</strong> hablar se <strong>de</strong>shizo <strong>en</strong> el agua. Tres<br />

Rostros <strong>en</strong>tonces tomó la consist<strong>en</strong>cia necesaria para salir <strong>de</strong>l lago y andar<br />

por la tierra. Si el pescador no había alcanzado a compr<strong>en</strong><strong>de</strong>r lo sucedido,<br />

él sí lo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día con claridad. Era la jauría negra que ya estaba cerca.<br />

"Debo ir hasta la cueva <strong>de</strong> Kupuka", <strong>de</strong>cidió Tres Rostros.<br />

Al principio caminó con dificultad porque sus piernas no habían<br />

recobrado soli<strong>de</strong>z sufici<strong>en</strong>te. Mi<strong>en</strong>tras llegaba el mom<strong>en</strong>to <strong>de</strong> andar más<br />

<strong>de</strong> prisa, el Brujo repasó los hechos que iba a contarle a su hermano. De<br />

pronto, como para quitarse recuerdos, Tres Rostros sacudió la cabeza y<br />

salpicó agua a su alre<strong>de</strong>dor.<br />

Por esos días, Kupuka andaba alejado <strong>de</strong> las al<strong>de</strong>as. Casi nadie<br />

lograba verlo; y ap<strong>en</strong>as <strong>de</strong> tanto <strong>en</strong> tanto bajaba hasta el Valle <strong>de</strong> los<br />

Antepasados. Allí se acostaba boca abajo y con los brazos ext<strong>en</strong>didos <strong>en</strong> el<br />

sitio don<strong>de</strong> estaba <strong>en</strong>terrada la vasija <strong>de</strong> Vieja Kush. ¿Y quién podía saber<br />

las cosas que el Brujo y su vieja amiga se <strong>de</strong>cían?<br />

Sin embargo, Kupuka pasaba la mayor parte <strong>de</strong>l tiempo <strong>en</strong> las<br />

cercanías <strong>de</strong> su cueva. Ahí fue don<strong>de</strong> lo halló Tres Rostros, apagando <strong>un</strong>a<br />

fogata <strong>en</strong> la que había asado su comida. El cabello, <strong>en</strong>redado <strong>de</strong> vi<strong>en</strong>to y<br />

polvo, se separaba <strong>en</strong> mechones rígidos y tan largos que, cuando el Brujo<br />

estaba s<strong>en</strong>tado, se doblaban contra el suelo.<br />

Tres Rostros llegó, y luego <strong>de</strong> saludarlo se s<strong>en</strong>tó <strong>en</strong> <strong>un</strong>a sali<strong>en</strong>te <strong>de</strong><br />

roca fr<strong>en</strong>te a él.<br />

Des<strong>de</strong> el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que oyó el relato que le contó la sangre, Tres<br />

Rostros mant<strong>en</strong>ía su mueca triste. Y <strong>en</strong> pres<strong>en</strong>cia <strong>de</strong> su hermano más


amado y antiguo, la tristeza se le ac<strong>en</strong>tuó. Kupuka era ya casi<br />

irreconocible.<br />

Con la mel<strong>en</strong>a polvori<strong>en</strong>ta, su manto <strong>de</strong> siempre oscurecido por la<br />

humedad, los pies <strong>en</strong>lodados y los ojos inmóviles, cualquiera hubiese<br />

podido pasar j<strong>un</strong>to a él sin distinguirlo <strong>de</strong> la tierra.<br />

Tres Rostros le narró todo cuanto la sangre <strong>de</strong>l pescador le había<br />

dicho. Después se quedó esperando <strong>un</strong>a respuesta.<br />

Kupuka estuvo p<strong>en</strong>sando largam<strong>en</strong>te para asegurarse <strong>de</strong> que iba a<br />

mostrarle a Tres Rostros el mejor camino para <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tar a la jauría <strong>de</strong><br />

Drimus.<br />

—Deberá ser <strong>un</strong>o que, lo mismo que ellos, <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>da con las tripas.<br />

Uno que se mueva por sus di<strong>en</strong>tes y viva con la boca ll<strong>en</strong>a <strong>de</strong> saliva. Para<br />

<strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tar a la jauría negra necesitamos al más feroz <strong>de</strong> nosotros...<br />

—¡El Masticador! —dijo Tres Rostros—. Quieres que le <strong>en</strong>comi<strong>en</strong><strong>de</strong><br />

esta tarea al Masticador.<br />

Kupuka asintió levem<strong>en</strong>te. Parecía cansado a pesar <strong>de</strong> lo poco que<br />

había dicho. L<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, com<strong>en</strong>zó a <strong>de</strong>sc<strong>en</strong><strong>de</strong>r por la la<strong>de</strong>ra rocosa. Tres<br />

Rostros fue tras él, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> preg<strong>un</strong>tarle muchas otras cosas. Pero<br />

Kupuka lo interrumpió con <strong>un</strong> gesto. Y con su cayado trazó <strong>un</strong>a línea <strong>en</strong> la<br />

tierra. Aquello significaba: Vete, hermano mío. Confía <strong>en</strong> lo que te dije, y<br />

déjame solo.<br />

Tres Rostros besó la cabeza reseca <strong>de</strong>l anciano. Y se marchó<br />

sigui<strong>en</strong>do el trazo que Kupuka había dibujado.<br />

Al final <strong>de</strong> la línea, muy lejos ya <strong>de</strong> la cueva, Tres Rostros halló <strong>un</strong>a<br />

choza <strong>de</strong> cañas. Una mujer se asomó al oír los pasos que se acercaban.<br />

—Eres tú, Tres Rostros —dijo la mujer.<br />

—Y eso no parece alegrarte.<br />

—Perdóname, hermano Brujo. Pero aguardo a mi esposo... Es<br />

pescador <strong>de</strong> río y hace varios soles <strong>de</strong>bería haber vuelto.<br />

—¿Ti<strong>en</strong>es hijos? —preg<strong>un</strong>tó el Brujo.<br />

—T<strong>en</strong>go dos y vali<strong>en</strong>tes. Ellos están con Th<strong>un</strong>gür peleando la guerra.<br />

Tres Rostros ya no tuvo dudas.<br />

—He visto a tu esposo —y agregó—. He visto y hablado con la<br />

sangre <strong>de</strong> tu esposo.


Enseguida le contó a la mujer lo que había sucedido <strong>en</strong> el Nubloso.<br />

—Ahora llorarás —dijo Tres Rostros—. Y nada <strong>de</strong>bo hacer yo por<br />

impedirlo. Llora a tu bu<strong>en</strong> esposo. Pero continúa vivi<strong>en</strong>do, y espera a tus<br />

hijos que <strong>un</strong> día <strong>de</strong>l sol regresarán victoriosos. Cuando tu cuerpo se canse<br />

<strong>de</strong> llorar, s<strong>en</strong>tirás hambre. Pero no temas, te traeré pescado. Lo secarás y<br />

luego, <strong>en</strong> el Valle <strong>de</strong> los Antepasados, vas a cambiarlo por harina y miel.<br />

El Brujo que t<strong>en</strong>ía la condición <strong>de</strong>l agua continuó caminando. Debía<br />

<strong>en</strong>contrar pronto al Masticador para hacerle saber la tarea que Kupuka le<br />

había <strong>en</strong>com<strong>en</strong>dado. Sabía que t<strong>en</strong>dría que andar mucho porque el<br />

Masticador cambiaba a m<strong>en</strong>udo <strong>de</strong> para<strong>de</strong>ro. O se ocultaba, con el afán <strong>de</strong><br />

que nadie lo import<strong>un</strong>ase durante sus largos sopores.<br />

"Después buscaré <strong>un</strong> río torr<strong>en</strong>toso <strong>de</strong> montaña", se prometió Tres<br />

Rostros.<br />

Era para llorar, y que el agua lo disimulara.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!