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SINUHE, EL EGIPCIO - Biblioteca Digital de Cuba

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<strong>SINUHE</strong>, <strong>EL</strong> <strong>EGIPCIO</strong><br />

MIKA WALTARI


LIBRO PRIMERO<br />

LA CESTA DE CAÑAS<br />

1<br />

Yo, Sinuhé, hijo <strong>de</strong> Senmut y <strong>de</strong> su esposa Kipa, he escrito este libro.<br />

No para cantar las alabanzas <strong>de</strong> los dioses <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Kemi, porque<br />

estoy cansado <strong>de</strong> los dioses. No para alabar a los faraones, porque<br />

estoy cansado <strong>de</strong> sus actos. Escribo para mí solo. No para halagar a los<br />

dioses, no para halagar a los reyes, ni por miedo <strong>de</strong>l porvenir ni por<br />

esperanza. Porque durante mi vida he sufrido tantas pruebas y<br />

pérdidas que el vano temor no pue<strong>de</strong> atormentarme y cansado estoy<br />

<strong>de</strong> la esperanza en la inmortalidad como lo estoy <strong>de</strong> los dioses y <strong>de</strong> los<br />

reyes. Es, pues, para mí solo para quien escribo, y sobre este punto<br />

creo diferenciarme <strong>de</strong> todos los escritores pasados o futuros.<br />

Porque todo lo que se ha escrito hasta ahora lo fue para los dioses o<br />

para los hombres. Y sitúo entonces a los faraones también entre los


hombres, porque son nuestros semejantes en el odio y en el temor, en<br />

la pasión y en las <strong>de</strong>cepciones. No se distinguen en nada <strong>de</strong> nosotros,<br />

aun cuando se sitúen mil veces entre los dioses. Son hombres<br />

semejantes a los <strong>de</strong>más. Tienen el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> satisfacer su odio y <strong>de</strong><br />

escapar a su temor, pero este po<strong>de</strong>r no les salva la pasión ni las<br />

<strong>de</strong>cepciones, y cuanto ha sido escrito lo ha sido por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> los reyes,<br />

para halagar a los dioses o para inducir fraudulentamente a los<br />

hombres a creer en lo que ha ocurrido. O bien para pensar que todo ha<br />

ocurrido <strong>de</strong> manera diferente <strong>de</strong> la verdad. En este sentido afirmo que<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el pasado más remoto hasta nuestros días todo lo que ha sido<br />

escrito se escribió para los dioses y para los hombres.<br />

Todo vuelve a empezar y nada hay nuevo bajo el sol; el hombre no<br />

cambia aun cuando cambien sus hábitos y las palabras <strong>de</strong> su lengua.<br />

Los hombres revolotean alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la mentira como las moscas<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong><br />

un panal <strong>de</strong> miel, y las palabras <strong>de</strong>l narrador embalsaman como el<br />

incienso, pese a que esté en cuclillas sobre el estiércol en la esquina <strong>de</strong><br />

la calle; pero los hombres rehuyen la verdad.<br />

Yo, Sinuhé, hijo <strong>de</strong> Senmut, en mis días <strong>de</strong> vejez y <strong>de</strong> <strong>de</strong>cepción<br />

estoy hastiado <strong>de</strong> la mentira. Por esto escribo para mí solo, lo que he<br />

visto con mis propios ojos o comprobado como verdad. En esto me<br />

diferencio <strong>de</strong> cuantos han vivido antes que yo o vivirán <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mí.<br />

Porque el hombre que escribe y, más aún, el que hace grabar su<br />

nombre y sus actos sobre la piedra, vive con la esperanza <strong>de</strong> que sus<br />

palabras serán leídas y que la posteridad glorificará sus actos y su<br />

cordura. Pero nada hay que elogiar en mis palabras; mis actos son<br />

indignos <strong>de</strong> elogio, mi ciencia es amarga para el corazón y no complace<br />

a nadie. Los niños no escribirán mis frases sobre la tablilla <strong>de</strong> arcilla<br />

para ejercitarse en la escritura. Los hombres no repetirán mis palabras<br />

para enriquecerse con mi saber. Porque he renunciado a toda<br />

esperanza <strong>de</strong> ser jamás leído o comprendido.<br />

En su maldad, el hombre es más cruel y más endurecido que el<br />

cocodrilo <strong>de</strong>l río. Su corazón es más duro que la piedra. Su vanidad,<br />

más ligera que el polvo <strong>de</strong> los caminos. Sumérgelo en el río; una vez<br />

secas sus vestiduras será el mismo <strong>de</strong> antes. Sumérgelo en el dolor y la<br />

<strong>de</strong>cepción; cuando salga será el mismo <strong>de</strong> antes. He visto muchos<br />

cataclismos en mi vida, pero todo está como antes y el hombre no ha<br />

cambiado. Hay también gentes que dicen que lo que ocurre nunca es<br />

semejante a lo que ocurrió; pero esto no son más que vanas palabras.<br />

Yo, Sinuhé, he visto a un hijo asesinar a su padre en la esquina <strong>de</strong> la<br />

calle. He visto a los pobres levantarse contra los ricos, los dioses<br />

contra los dioses. He visto a un hombre que había bebido vino en<br />

copas <strong>de</strong> oro inclinarse sobre el río para beber agua con la mano. Los


que habían pesado el oro mendigaban por las callejuelas, y sus<br />

mujeres, para procurar pan a sus hijos, se vendían por un brazalete <strong>de</strong><br />

cobre a negros pintarrajeados.<br />

No ha ocurrido, pues, nada nuevo ante mis ojos, pero todo lo que ha<br />

sucedido acaecerá también en el porvenir. Lo mismo que el hombre no<br />

ha cambiado hasta ahora, tampoco cambiará en el porvenir. Los que<br />

me sigan serán semejantes a los que me han precedido. ¿Cómo<br />

podrían, pues, compren<strong>de</strong>r mi ciencia? ¿Por qué <strong>de</strong>searía yo que<br />

leyesen mis palabras?<br />

Pero yo, Sinuhé, escribo para mí, porque el saber me roe el corazón<br />

como un ácido y he perdido todo el júbilo <strong>de</strong> vivir. Empiezo a escribir<br />

durante el tercer año <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>stierro en las playas <strong>de</strong> los mares<br />

orientales, don<strong>de</strong> los navíos se hacen a la mar hacia las tierras <strong>de</strong> Punt,<br />

cerca <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto, cerca <strong>de</strong> las montañas don<strong>de</strong> antaño los reyes<br />

extraían la piedra para sus estatuas. Escribo porque el vino me es<br />

amargo al paladar. Escribo porque he perdido el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> divertirme<br />

con las mujeres, y ni el jardín ni el estanque <strong>de</strong> los peces causan<br />

regocijo a mis ojos. Durante las frías noches <strong>de</strong> invierno, una<br />

muchacha negra calienta mi lecho, pero no hallo con ella ningún<br />

placer. He echado a los cantores, y el ruido <strong>de</strong> los instrumentos <strong>de</strong><br />

cuerda y <strong>de</strong> las flautas <strong>de</strong>stroza mis oídos. Por esto escribo yo, Sinuhé,<br />

que no sé qué hacer <strong>de</strong> las riquezas ni <strong>de</strong> las copas <strong>de</strong> oro, <strong>de</strong> la mirra,<br />

<strong>de</strong>l ébano y <strong>de</strong>l marfil. Porque poseo todos estos bienes y <strong>de</strong> nada he<br />

sido <strong>de</strong>spojado. Mis esclavos siguen temiendo mi bastón, y los<br />

guardianes bajan la cabeza y ponen sus manos sobre las rodillas<br />

cuando yo paso. Pero mis pasos han sido limitados y jamás un navío<br />

abordará en la resaca. Por esto yo, Sinuhé, no volveré a respirar jamás<br />

el perfume <strong>de</strong> la tierra negra durante las noches <strong>de</strong> primavera, y por<br />

esto escribo.<br />

Y, sin embargo, mi nombre estuvo un día escrito en el libro <strong>de</strong> oro<br />

<strong>de</strong>l faraón, y habitaba el palacio dorado a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l rey. Mi<br />

palabra tenía más peso que la <strong>de</strong> los po<strong>de</strong>rosos <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Kemi; los<br />

nobles me enviaban regalos, y collares <strong>de</strong> oro adornaban mi cuello.<br />

Tenía cuanto un hombre pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>sear, pero yo <strong>de</strong>seaba más <strong>de</strong> lo que<br />

un hombre pue<strong>de</strong> obtener. He aquí por qué estoy en este lugar. Fui<br />

<strong>de</strong>sterrado <strong>de</strong> Tebas en el sexto año <strong>de</strong>l reinado <strong>de</strong> Horemheb, con la<br />

amenaza <strong>de</strong> ser matado como un perro si osaba volver, ser aplastado<br />

como una rana entre dos piedras si jamás ponía el pie fuera <strong>de</strong> la tierra<br />

que me ha sido fijada como resi<strong>de</strong>ncia. Tal es la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l rey, <strong>de</strong>l<br />

faraón que fue un día mi amigo.<br />

Pero, ¿pue<strong>de</strong> acaso esperarse otra cosa <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong> baja<br />

extracción que ha hecho borrar los nombres <strong>de</strong> los reyes en la lista <strong>de</strong><br />

sus antecesores para sustituirlos por los <strong>de</strong> sus parientes? He visto su


coronación. He visto colocar sobre su cabeza la tiara roja y la tiara<br />

blanca. Y seis años <strong>de</strong>spués me <strong>de</strong>sterró. Pero, según el cálculo <strong>de</strong> los<br />

escribas, era el trigésimo segundo año <strong>de</strong> su reinado. Cuanto se<br />

escribió entonces y ahora, ¿no es acaso ajeno a la verdad?<br />

A aquel que vivía <strong>de</strong> la verdad lo he <strong>de</strong>spreciado durante su vida a<br />

causa <strong>de</strong> su <strong>de</strong>bilidad, y he vuelto a encontrar el terror que sembraba<br />

en el país <strong>de</strong> Kemi a causa <strong>de</strong> su verdad. Ahora su venganza pesa sobre<br />

mí, porque yo también quiero vivir en la verdad, no por su dios, sino<br />

por mí mismo. La verdad es un cuchillo afilado, la verdad es una llaga<br />

incurable, la verdad es un ácido corrosivo. Por esto, durante los días<br />

<strong>de</strong> su juventud y <strong>de</strong> su fuerza, el hombre huye <strong>de</strong> la verdad hacia las<br />

casas <strong>de</strong> placer y se ciega con el trabajo y con una actividad febril, con<br />

viajes y diversiones, con el po<strong>de</strong>r y las construcciones. Pero viene un<br />

día en que la verdad lo atraviesa como un venablo y ya no siente más el<br />

júbilo <strong>de</strong> pensar o trabajar con sus manos, sino que se encuentra solo,<br />

en medio <strong>de</strong> sus semejantes, y los dioses no aportan ningún alivio a su<br />

soledad. Yo, Sinuhé, escribo esto con plena conciencia <strong>de</strong> que mis<br />

actos han sido malos y mis caminos injustos, pero también con la<br />

certidumbre <strong>de</strong> que alguien obtendría <strong>de</strong> ello una lección para sí si por<br />

casualidad me leyere. Por esto escribo para mí mismo. ¡Que otros<br />

borren sus pecados en el agua sagrada <strong>de</strong> Amón! Yo, Sinuhé, me<br />

purifico escribiendo mis actos. ¡Que otros hagan pesar las mentiras <strong>de</strong><br />

su corazón en las balanzas <strong>de</strong> Osiris! Yo, Sinuhé, peso mi corazón con<br />

una brizna <strong>de</strong> junco.<br />

Pero antes <strong>de</strong> comenzar mi libro <strong>de</strong>jaré que mi corazón exhale su<br />

llanto. He aquí cómo mi corazón <strong>de</strong> <strong>de</strong>sterrado lamenta su dolor:<br />

Que el que ha bebido una vez agua <strong>de</strong>l Nilo aspire a volver a ver el<br />

Nilo, porque ninguna otra agua apagará su sed.<br />

Que el que ha nacido en Tebas aspire a volver a Tebas, porque en el<br />

mundo no existe ninguna otra villa parecida a ésta. Que el que ha<br />

nacido en una callejuela tebaida aspire a volver a ver esta callejuela; en<br />

un palacio <strong>de</strong> cedro echará <strong>de</strong> menos su cabaña <strong>de</strong> arcilla; en el<br />

perfume <strong>de</strong> la mirra y <strong>de</strong> los buenos ungüentos aspira el olor <strong>de</strong>l fuego<br />

<strong>de</strong> boñiga seca y <strong>de</strong>l pescado frito.<br />

Cambiaría mi copa <strong>de</strong> oro por el tarro <strong>de</strong> arcilla <strong>de</strong>l pobre si tan sólo<br />

pudiese hollar <strong>de</strong> nuevo el suave terruño <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Kemi. Cambiaría<br />

mis vestiduras <strong>de</strong> lino por la piel endurecida <strong>de</strong>l esclavo si tan sólo<br />

pudiese oír aún el murmullo <strong>de</strong> los cañaverales <strong>de</strong>l río bajo la brisa <strong>de</strong><br />

la primavera.<br />

El Nilo se <strong>de</strong>sborda, como joyas las villas emergen <strong>de</strong> su agua ver<strong>de</strong>,<br />

las golondrinas vuelven, las grullas caminan por el fango, pero yo<br />

estoy ausente. ¿Por qué no seré una golondrina, porqué no seré una


grulla <strong>de</strong> alas vigorosas para po<strong>de</strong>r volar ante mis guardianes hacia el<br />

país <strong>de</strong> Kemi?<br />

Construiría mi nido sobre las columnas policromadas <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong><br />

Amón, en el resplandor fulgurante y dorado <strong>de</strong> los obeliscos, en el<br />

perfume <strong>de</strong>l incienso y <strong>de</strong> las víctimas <strong>de</strong> los sacrificios. Construiría mi<br />

nido sobre el techo <strong>de</strong> una pobre cabaña <strong>de</strong> barro. Los bueyes tiran <strong>de</strong><br />

las carretas, los artesanos pegan el papel <strong>de</strong> caña, los merca<strong>de</strong>res<br />

vocean sus mercancías, el escarabajo va empujando su bola <strong>de</strong><br />

estiércol sobre el camino empedrado.<br />

Clara era el agua <strong>de</strong> mi juventud, dulce era mi locura. Amargo y<br />

ácido es el vino <strong>de</strong> mi vejez, y el pan <strong>de</strong> miel más exquisito no vale el<br />

duro mendrugo <strong>de</strong> mi pobreza. ¡Años, dad la vuelta y volved! ¡Amón,<br />

recorre el cielo <strong>de</strong> Poniente a Levante a fin <strong>de</strong> que vuelva a encontrar<br />

mi juventud! No puedo cambiar una sola palabra, no puedo modificar<br />

ningún acto. ¡Oh, esbelta pluma <strong>de</strong> caña, oh, suave papel <strong>de</strong> caña,<br />

<strong>de</strong>volvedme mis vanas acciones, mi juventud y mi locura!<br />

He aquí lo que ha escrito Sinuhé, <strong>de</strong>sterrado, más pobre que todos<br />

los pobres <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Kemi.<br />

Senmut, a quien yo llamaba mi padre, era médico <strong>de</strong> los pobres en<br />

Tebas. Kipa, a quien yo llamaba mi madre, era su esposa. No tenían<br />

hijos. En los días <strong>de</strong> su vejez me recogieron. En su simplicidad <strong>de</strong>cían<br />

que yo era un regalo <strong>de</strong> los dioses, sin que pudieran darse cuenta <strong>de</strong><br />

todas las calamida<strong>de</strong>s que este regalo les iba a causar. Kipa me llamó<br />

Sinuhé según una leyenda, porque le gustaban las narraciones y<br />

pensaba que también yo había llegado huyendo los peligros, como<br />

Sinuhé el legendario que, habiendo escuchado por <strong>de</strong>scuido un terrible<br />

secreto en la tienda <strong>de</strong>l faraón, huyó a países extranjeros don<strong>de</strong> vivió<br />

largos años y tuvo toda clase <strong>de</strong> aventuras.<br />

Pero no era más que un producto <strong>de</strong> su imaginación infantil, y<br />

esperaba que sabría huir los peligros para evitar los fracasos. Por esto<br />

me llamó Sinuhé. Pero los sacerdotes <strong>de</strong> Amón <strong>de</strong>cían que era un<br />

presagio. Acaso fuera ésta la razón por la cual mi nombre me llevó a<br />

peligros y aventuras en tierras extranjeras. Mi nombre me valió<br />

conocer terribles secretos, secretos <strong>de</strong> reyes y sus esposas, que pue<strong>de</strong>n<br />

acarrear la muerte. Finalmente, mi nombre hizo <strong>de</strong> mí un <strong>de</strong>sterrado.<br />

Pero la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la buena Kipa al bautizarme así no es más infantil<br />

que imaginarse que el nombre ejerce alguna influencia sobre el <strong>de</strong>stino<br />

<strong>de</strong>l hombre. Mi suerte hubiera sido la misma si me hubiese llamado<br />

Kepru, Kafrán o Mosé, estoy convencido. No se pue<strong>de</strong>, sin embargo,<br />

2


negar que Sinuhé fue <strong>de</strong>sterrado, mientras Heb, el hijo <strong>de</strong>l halcón, era<br />

coronado con la Doble Corona bajo el nombre <strong>de</strong> Horemheb como<br />

soberano <strong>de</strong>l Alto y Bajo país. Por esto cada uno es libre <strong>de</strong> pensar lo<br />

que quiera sobre el presagio <strong>de</strong> los nombres. Cada cual busca en sus<br />

creencias un consuelo a las contrarieda<strong>de</strong>s y reveses <strong>de</strong> la vida.<br />

Nací durante el reinado <strong>de</strong>l gran faraón Amenhotep III, y el mismo<br />

año nació Aquel que quiso vivir <strong>de</strong> la verdad y cuyo nombre no <strong>de</strong>be<br />

ser pronunciado, porque es un nombre maldito, aun cuando entonces<br />

no lo supiese nadie. Por esto una gran alegría reinó en el palacio<br />

cuando su nacimiento, y el rey ofreció gran<strong>de</strong>s sacrificios en el gran<br />

templo <strong>de</strong> Amón, y el pueblo se regocijaba sin darse cuenta <strong>de</strong> lo que<br />

iba a ocurrir. La reina Titi había esperado en vano un hijo pese a que<br />

hubiese sido la real esposa durante veintidós años y que su nombre<br />

hubiese sido grabado al lado <strong>de</strong>l rey en templos y estatuas. Por esto<br />

Aquel, cuyo nombre no <strong>de</strong>be ser ya mencionado, fue proclamado<br />

solemnemente<br />

here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r real en cuanto los sacerdotes lo hubieron<br />

circuncidado.<br />

Pero él nació en primavera, en la época <strong>de</strong> las siembras, mientras yo<br />

había venido al mundo el otoño prece<strong>de</strong>nte, en la más fuerte <strong>de</strong> las<br />

inundaciones. Pero ignoro la fecha <strong>de</strong> mi nacimiento, porque llegué<br />

por el Nilo en una pequeña cesta <strong>de</strong> cañas calafateada con pez, y mi<br />

madre me encontró en los cañaverales <strong>de</strong> la ribera, en el umbral <strong>de</strong> su<br />

casa, don<strong>de</strong> me había <strong>de</strong>positado la crecida <strong>de</strong>l río. Las golondrinas<br />

acababan <strong>de</strong> llegar y piaban sobre mi cabeza, pero yo permanecía<br />

silencioso y me creyó muerto. Me llevó a casa y me calentó cerca <strong>de</strong>l<br />

hogar y me sopló en la boca hasta que comencé a llorar.<br />

Mi padre regresó <strong>de</strong> visitar a sus enfermos y trajo dos patos y un<br />

celemín <strong>de</strong> harina. Oyó mi llanto y creyó que Kipa había encontrado<br />

un gatito y comenzó a dirigirle reproches. Pero mi madre dijo:<br />

-No es un gato, he recibido un hijo. ¡Regocíjate, Senmut, marido<br />

mío, porque tenemos un hijo!<br />

Mi padre se enfadó y la trató <strong>de</strong> lechuza, pero Kipa le mostró mi<br />

<strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z y se compa<strong>de</strong>ció. Así fue como me adoptaron y Kipa hizo<br />

creer a los vecinos que había dado a luz. Era una falsa vanidad y no sé<br />

si fueron muchos los que lo creyeron. Pero Kipa suspendió la cesta <strong>de</strong><br />

cañas en el techo, sobre mi cuna. Mi padre tomó su mejor vaso <strong>de</strong><br />

cobre y me llevó al templo para inscribirme entre los vivos como hijo<br />

suyo y <strong>de</strong> Kipa. El mismo procedió a mi circuncisión, porque era<br />

médico y temía la cuchilla <strong>de</strong> los sacerdotes que <strong>de</strong>ja llagas purulentas.<br />

Por esto no permitió que los sacerdotes me tocaran. Pero acaso lo<br />

hiciese también por economía, porque siendo como era médico <strong>de</strong><br />

pobres, distaba mucho <strong>de</strong> ser rico.


Cierto es que todas estas cosas me han sido referidas por mi padre y<br />

por mi madre y no las he visto ni oído, pero no tengo ninguna razón<br />

para creer que me hayan engañado. Durante toda mi infancia creí<br />

siempre que eran mis verda<strong>de</strong>ros padres y ningún dolor ensombreció<br />

mis días. No me dijeron la verdad hasta que me cortaron mis bucles <strong>de</strong><br />

niño y me convertí en un adolescente. Lo hicieron porque temían y<br />

respetaban a los dioses, y mi padre no quería que viviese toda mi vida<br />

en la mentira.<br />

Pero jamás pu<strong>de</strong> saber <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> había venido ni quiénes eran mis<br />

verda<strong>de</strong>ros padres. Creo, sin embargo, po<strong>de</strong>r adivinarlo por lo que<br />

explicaré más tar<strong>de</strong>, aun cuando no sea más que una mera suposición.<br />

Lo que sí sé seguro es que no soy el único en haber bajado por el<br />

Nilo en una cuna calafateada con pez. Tebas, con sus templos y sus<br />

palacios, era en efecto una gran ciudad y las cabañas <strong>de</strong> los pobres se<br />

extendían hasta el infinito, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> los templos y los palacios. En<br />

los tiempos <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s faraones, Egipto había sometido a muchos<br />

países y con la gran<strong>de</strong>za y las riquezas las costumbres habían<br />

evolucionado; los extranjeros acudieron a Tebas como merca<strong>de</strong>res y<br />

artesanos y edificaron también templos a sus dioses. De la misma<br />

manera que el lujo, la riqueza y el esplendor reinaban en los palacios y<br />

los templos, la pobreza asediaba las cabañas <strong>de</strong> sus alre<strong>de</strong>dores.<br />

Muchos pobres abandonaban a sus hijos y más <strong>de</strong> una esposa rica,<br />

cuyo marido estaba <strong>de</strong> viaje, confiaba al río el fruto <strong>de</strong> sus ilícitos<br />

amores. Yo había sido quizás abandonado por la esposa <strong>de</strong> un<br />

pescador que había engañado a su marido con un merca<strong>de</strong>r sirio;<br />

acaso fuese hijo <strong>de</strong> extranjeros, puesto que no me habían circuncidado<br />

a mi nacimiento. Cuando me hubieron cortado mis bucles y mi madre<br />

los hubo encerrado en un cofre <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra con mi primera sandalia,<br />

contemplé durante largo rato la barquita <strong>de</strong> cañas que me mostraba.<br />

Las cañas estaban amarillentas y rotas, sucias por el hollín <strong>de</strong>l hogar.<br />

Las cañas estaban sujetas con nudos <strong>de</strong> pajarero; esto era lo único que<br />

revelaba a mis padres. Así fue como mi corazón recibió la primera<br />

herida.<br />

Al aproximase la vejez, mi espíritu goza volando como un pájaro<br />

hacia los días <strong>de</strong> mi infancia. En mi memoria mi infancia brilla con un<br />

resplandor como si entonces todo hubiese sido mejor y más bello que<br />

3


ahora. Sobre este punto no hay diferencia entre ricos y pobres, porque<br />

no hay ciertamente nadie, por pobre que sea, cuya infancia no encierre<br />

algún <strong>de</strong>stello <strong>de</strong> júbilo y <strong>de</strong> luz al evocarla en sus viejos días.<br />

Mi padre Senmut vivía cerca <strong>de</strong> los muros <strong>de</strong>l templo, en el barrio<br />

bullicioso y pobre <strong>de</strong> la villa. No lejos <strong>de</strong><br />

su casa se extendían los muelles <strong>de</strong> río arriba don<strong>de</strong> los barcos <strong>de</strong>l Nilo<br />

<strong>de</strong>scargaban sus mercancías. En los<br />

callejones estrechos los tugurios <strong>de</strong> vino y <strong>de</strong> cerveza acogían a los<br />

marineros, y había también casas <strong>de</strong> lenocinio a las que algunas veces<br />

los ricos <strong>de</strong> la villa se hacían llevar en sus literas. Nuestros vecinos<br />

eran perceptores, suboficiales, patronos <strong>de</strong> barcas y algunos<br />

sacerdotes <strong>de</strong> quinto or<strong>de</strong>n. Estos formaban con mi padre la<br />

aristocracia <strong>de</strong> este barrio pobre, <strong>de</strong> la misma manera que un muro<br />

emerge sobre la superficie <strong>de</strong>l agua.<br />

Nuestra casa era vasta en comparación con las casuchas <strong>de</strong> barro<br />

que flanqueaban en hileras <strong>de</strong>soladas los estrechos callejones.<br />

Teníamos incluso un jardincillo <strong>de</strong> algunos pasos en el que crecía un<br />

sicómoro plantado por mi padre. Matojos <strong>de</strong> acacias lo separaban <strong>de</strong> la<br />

calle y había una especie <strong>de</strong> estanque <strong>de</strong> piedra que sólo se llenaba <strong>de</strong><br />

agua cuando las crecidas <strong>de</strong>l río. Teníamos cuatro habitaciones, en una<br />

<strong>de</strong> las cuales mi madre preparaba la comida. Esta la tomábamos en la<br />

terraza a la que se tenía acceso también <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el gabinete <strong>de</strong> consulta<br />

<strong>de</strong> mi padre. Dos veces por semana ayudaba a mi madre una mujer <strong>de</strong><br />

faenas, porque le gustaba el aseo. Una lavan<strong>de</strong>ra iba a buscar la ropa<br />

sucia una vez por semana para ir a lavarla al río.<br />

En este suburbio pobre, agitado e invadido por los extranjeros y<br />

cuya corrupción sólo me fue revelada durante mi adolescencia, mi<br />

padre y sus vecinos representaban las tradiciones y las viejas<br />

costumbres respetables. Cuando las costumbres se habían relajado ya<br />

en la ciudad entre los ricos Y los nobles, él y sus vecinos permanecían<br />

imperturbablemente aferrados al viejo Egipto, al respeto <strong>de</strong> los dioses,<br />

a la limpieza <strong>de</strong> corazón y al <strong>de</strong>sinterés. Parecía que, en oposición a su<br />

barrio y a las gentes en medio <strong>de</strong> las cuáles tenían que vivir y ejercer<br />

su profesión, quisiesen subrayar con sus costumbres y su actitud el<br />

hecho <strong>de</strong> no pertenecer a la misma clase.<br />

Pero, ¿a qué contar estas cosas que no he comprendido hasta más<br />

tar<strong>de</strong>? ¿Por qué no evocar en su lugar el tronco rugoso <strong>de</strong>l sicómoro y<br />

el ruido <strong>de</strong> sus hojas mientras me resguardaba bajo su sombra <strong>de</strong>l<br />

ardor <strong>de</strong>l sol? ¿Por qué no recordar mi mejor juguete, un cocodrilo <strong>de</strong><br />

ma<strong>de</strong>ra que yo arrastraba con un cor<strong>de</strong>l por la calle empedrada,<br />

abriendo su boca pintada <strong>de</strong> rojo? Los hijos <strong>de</strong> los vecinos se <strong>de</strong>tenían<br />

llenos <strong>de</strong> admiración. Me Procuré muchos bizcochos


<strong>de</strong> miel, muchas piedras brillantes y muchos hilos <strong>de</strong> cobre <strong>de</strong>jándolos<br />

jugar con el cocodrilo. Sólo los hijos <strong>de</strong> los nobles poseían juguetes<br />

parecidos, pero mi padre lo había recibido <strong>de</strong> un carpintero real a<br />

quien curó un absceso que le impedía sentarse.<br />

Por la mañana mi madre me llevaba al mercado. No tenía gran cosa<br />

que comprar, pero podía consagrar el tiempo <strong>de</strong> una clepsidra<br />

regateando un manojo <strong>de</strong> cebollas, o una semana entera para la<br />

elección <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> zapatos. Se adivinaba por sus palabras que<br />

estaba en situación <strong>de</strong>sahogada y que no quería más que primera<br />

calidad. Pero si no compraba todo lo que cautivaba su mirada era<br />

porque quería educarme en un espíritu <strong>de</strong> economía. Como ella <strong>de</strong>cía:<br />

«El rico no es el que posee oro y plata, sino el que se contenta con<br />

poco.» Así hablaba, pero al mismo tiempo sus ojos cansados<br />

admiraban las telas <strong>de</strong> lana <strong>de</strong> colores <strong>de</strong> Sidón y <strong>de</strong> Biblos, leves y<br />

ligeras como plumas. Sus manos oscuras y endurecidas por los<br />

trabajos acariciaban las joyas <strong>de</strong> marfil y las plumas <strong>de</strong> avestruz. Todo<br />

aquello no era más que vanidad y cosas superfluas, asegurábase a sí<br />

misma. Pero mi espíritu infantil se rebelaba contra estas enseñanzas y<br />

hubiera querido poseer un mono que pasara sus brazos alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l<br />

cuello <strong>de</strong> su dueño o un pájaro <strong>de</strong> brillante plumaje que gritara<br />

palabras sirias o egipcias. Tampoco hubiese tenido nada que <strong>de</strong>cir<br />

contra unos collares o unas sandalias <strong>de</strong> hebilla dorada. Sólo mucho<br />

más tar<strong>de</strong> comprendí que la pobre Kipa quiso apasionadamente ser<br />

rica.<br />

Pero como no era más que la esposa <strong>de</strong> un médico <strong>de</strong> pobres,<br />

apaciguaba sus sueños con relatos. Por la noche, antes <strong>de</strong> dormir, me<br />

contaba en voz baja todas las leyendas que conocía. Me hablaba <strong>de</strong><br />

Sinuhé y el náufrago que traía <strong>de</strong> casa <strong>de</strong>l rey <strong>de</strong> las serpientes tesoros<br />

fabulosos. Hablaba <strong>de</strong> los dioses y <strong>de</strong> los hechiceros, <strong>de</strong> los<br />

encantadores y <strong>de</strong> los antiguos faraones. Mi padre refunfuñaba<br />

algunas veces y <strong>de</strong>cía que me llenaba el espíritu <strong>de</strong> vacieda<strong>de</strong>s y<br />

fantasías, pero en cuanto había empezado a roncar, Kipa reanudaba su<br />

narración, tanto para su placer como para el mío. Recuerdo aquellas<br />

noches tórridas <strong>de</strong> verano en las que la casa abrasaba el cuerpo<br />

<strong>de</strong>snudo y el sueño no venía; oigo todavía su voz baja y soñolienta, <strong>de</strong><br />

nuevo, estoy en seguridad cerca <strong>de</strong> mi madre. Mi verda<strong>de</strong>ra madre no<br />

hubiera podido ser para mí más dulce y más tierna que la simple y<br />

supersticiosa Kipa, en cuya casa los narradores ciegos o lisiados tenían<br />

seguridad <strong>de</strong> encontrar una buena comida.<br />

Los cuentos me divertían el espíritu y me servían <strong>de</strong> contrapeso<br />

contra la calle bulliciosa, hogar <strong>de</strong> moscas, lugar impregnado <strong>de</strong><br />

innumerables olores y pestilencias. A veces, viniendo <strong>de</strong>l puerto, el<br />

aroma salobre, <strong>de</strong>l cedro y <strong>de</strong> la resina invadían el callejón. O bien una


gota <strong>de</strong> perfume caía <strong>de</strong> la litera <strong>de</strong> una mujer noble que se inclinaba<br />

para regañar a la chiquillería. Por la tar<strong>de</strong>, cuando la barca dorada <strong>de</strong><br />

Amón <strong>de</strong>scendía hacia las colinas <strong>de</strong> Occi<strong>de</strong>nte, <strong>de</strong> todas las terrazas y<br />

<strong>de</strong> todas las cabañas salía el olor a pescado frito que se mezclaba con<br />

los efluvios <strong>de</strong>l pan fresco. Este olor <strong>de</strong> barrio pobre <strong>de</strong> Tebas, aprendí<br />

a amarlo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi infancia y no lo he olvidado jamás.<br />

Durante las comidas recibí también las primeras lecciones <strong>de</strong> mi<br />

padre. Con un paso fatigado atravesaba el jardincillo o salía <strong>de</strong> su<br />

dormitorio con las ropas oliendo a medicina y pomadas. Mi madre le<br />

vertía agua en las manos y nos sentábamos en unos taburetes mientras<br />

ella nos servía. Por la calle pasaba un bullicioso grupo <strong>de</strong> marineros<br />

borrachos <strong>de</strong> cerveza que golpeaban las pare<strong>de</strong>s con sus bastones y se<br />

<strong>de</strong>tenían para hacer sus necesida<strong>de</strong>s bajo nuestras acacias. Hombre<br />

pru<strong>de</strong>nte, mi padre no protestaba. Pero cuando los marineros se<br />

habían alejado, me <strong>de</strong>cía:<br />

-Sólo un miserable negro o un puerco sirio es capaz <strong>de</strong> hacer sus<br />

necesida<strong>de</strong>s en la calle. Un egipcio las hace en el interior.<br />

O bien <strong>de</strong>cía aún:<br />

-El vino es un don <strong>de</strong> los dioses si se usa con mo<strong>de</strong>ración. Un vaso<br />

no hace daño a nadie, dos hacen un charlatán, pero quien vacía la<br />

jarra entera se <strong>de</strong>spierta en el arroyo <strong>de</strong>snudo y lleno <strong>de</strong><br />

contusiones.<br />

Algunas veces un perfume violento llegaba hasta la terraza cuando<br />

pasaba una mujer <strong>de</strong> cuerpo adornado con telas transparentes,<br />

pintadas las mejillas, las pestañas y los labios, y llevando en los ojos<br />

un brillo húmedo que no se ve nunca en los <strong>de</strong> las mujeres <strong>de</strong>centes.<br />

Mientras la contemplaba con fascinación, mi padre me <strong>de</strong>cía con tono<br />

grave:<br />

-Ten cuidado con las mujeres que te dirijan palabras lisonjeras y<br />

traten <strong>de</strong> atraerte a sus casas, porque su corazón es una red y una<br />

trampa y su seno quema con mayor ardor que el fuego.<br />

¿Es acaso sorpren<strong>de</strong>nte que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> estas enseñanzas haya<br />

sentido horror hacia las jarras <strong>de</strong> vino y hacia las bellas mujeres que<br />

no se parecen a las otras? Porque al mismo tiempo veía en ellas todo el<br />

encanto peligroso <strong>de</strong> lo que asusta.<br />

Des<strong>de</strong> mi infancia mi padre me permitió asistir a sus consultas. Me<br />

mostró sus instrumentos, sus cuchillos y sus botes <strong>de</strong> medicinas,<br />

explicándome cómo utilizarlos. Mientras examinaba a un enfermo, yo<br />

permanecía a su lado tendiéndole una taza <strong>de</strong> agua, vendajes,<br />

ungüentos o vinos. Mi madre, como todas las mujeres, no podía ver los<br />

abscesos y las heridas Y jamás aprobó mi infantil interés por las<br />

enfermeda<strong>de</strong>s. Un chiquillo no compren<strong>de</strong> los dolores ni los<br />

sufrimientos hasta haberlos experimentado. Abrir un absceso era para


mí una operación apasionante y hablaba con orgullo a los <strong>de</strong>más<br />

chiquillos <strong>de</strong> todo lo que había visto, para suscitar su admiración. En<br />

cuanto llegaba un enfermo, seguía atentamente los a<strong>de</strong>manes y<br />

preguntas <strong>de</strong> mi padre hasta el momento en que <strong>de</strong>cía: «La<br />

enfermedad es curable.» O bien: «Voy a cuidarlo.» Pero había también<br />

casos en que no creía que pudiese sanar; en este caso escribía unas<br />

palabras sobre un trozo <strong>de</strong> papiro y mandaba al enfermo a la Casa <strong>de</strong><br />

la Vida, en el templo. Después lanzaba un suspiro, movía la cabeza y<br />

exclamaba: «¡Pobre hombre!»<br />

No todos los enfermos <strong>de</strong> mi padre eran pobres. De las casas <strong>de</strong><br />

placer le llevaban algunas veces, por la noche, algún hombre con<br />

vestiduras <strong>de</strong> lino, y los capitanes <strong>de</strong> navíos sirios iban a verlo por un<br />

absceso o un dolor <strong>de</strong> muelas. Por esto no me sorprendió ver un día a<br />

la esposa <strong>de</strong>l droguero entrar en casa <strong>de</strong> mi padre con todas sus joyas.<br />

Suspiró, gimió y enumeró todas sus penas a mi padre, que la<br />

escuchaba atentamente. Quedé muy <strong>de</strong>cepcionado cuando le vi coger<br />

el trozo <strong>de</strong> papiro para escribir, porque había esperado que la pudiese<br />

curar, lo cual nos hubiera procurado muchas golosinas. Esta vez fui yo<br />

quien, lanzando un suspiro, moví la cabeza y exclamé: «¡Pobre mujer!<br />

La enferma tuvo un sobresalto y dirigió a mi padre una mirada<br />

asustada. Pero mi padre cogió algunos caracteres antiguos y unos<br />

dibujos <strong>de</strong> un viejo papiro usado, vertió aceite y vino en una copa e<br />

hizo macerar el papel hasta que la tinta se hubo disuelto en el vino;<br />

vertió <strong>de</strong>spués la poción recomendando a la mujer que la tomase en<br />

cuanto tuviese dolor <strong>de</strong> cabeza o <strong>de</strong> estómago. Cuando salió dirigí una<br />

mirada <strong>de</strong> asombro a mi padre. El quedó confundido, tosió<br />

ligeramente y me dijo:<br />

-Hay muchas enfermeda<strong>de</strong>s a las que la tinta, utilizada como<br />

remedio, pue<strong>de</strong> curar.<br />

No dijo nada más, pero al cabo <strong>de</strong> un rato, a media voz, añadió:<br />

-En ningún caso este remedio pue<strong>de</strong> hacer daño al enfermo.<br />

A los siete años recibí la vestidura <strong>de</strong> adolescente, que ciñe los<br />

riñones, y mi madre me llevó al templo a asistir a un sacrificio. El<br />

templo <strong>de</strong> Amón en Tebas era entonces el más importante <strong>de</strong> todo<br />

Egipto. Una avenida flanqueada <strong>de</strong> esfinges con cabeza <strong>de</strong> macho<br />

cabrío se dirigía a través <strong>de</strong> la villa y el estanque <strong>de</strong> la diosa lunar<br />

hasta el templo, cuyo recinto estaba formado por muros po<strong>de</strong>rosos y<br />

era como una villa <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la villa. En la cúspi<strong>de</strong> <strong>de</strong> un pilón alto<br />

como una colina flotaban oriflamas abigarrados, y las estatuas<br />

gigantes <strong>de</strong> los reyes montaban la guardia a cada lado <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong><br />

cobre.<br />

Franqueamos la puerta y los ven<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> Libros <strong>de</strong> los Muertos<br />

comenzaron a solicitar a mi madre y a someterle sus ofertas


murmurando o gritando. Me llevó a ver los talleres <strong>de</strong> los tallistas y las<br />

estatuillas <strong>de</strong> esclavos y servidores que, gracias a los encantamientos<br />

<strong>de</strong> los sacerdotes, trabajarían en el más allá por sus dueños sin que<br />

éstos tuviesen que mover ni un <strong>de</strong>do. Pero, ¿a qué hablar <strong>de</strong> lo que<br />

todo el mundo sabe, puesto que todo está restablecido y el corazón<br />

humano no cambia? Mi madre pagó la suma exigida para po<strong>de</strong>r asistir<br />

al sacrificio, y vi a los sacerdotes <strong>de</strong> blancas vestiduras inmolar y<br />

<strong>de</strong>scuartizar un buey que llevaba entre los cuernos un sello<br />

atestiguando que era inmaculado y no tenía un solo pelo negro. Los<br />

sacerdotes estaban gordos y sus cabezas afeitadas relucían <strong>de</strong> aceite.<br />

Cerca <strong>de</strong> doscientas personas asistían al sacrificio y los sacerdotes, sin<br />

prestarles la menor atención, discutían entre ellos. En cuanto a mí,<br />

examinaba las imágenes guerreras sobre las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l templo y<br />

admiraba las columnas gigantescas. Y no comprendía la emoción <strong>de</strong><br />

mi madre que, con los ojos llenos <strong>de</strong> lágrimas, me llevaba a casa. Me<br />

quitó mis zapatos y me dio unas sandalias nuevas que eran incómodas<br />

y me hicieron daño en los pies hasta que me hube acostumbrado.<br />

Después <strong>de</strong> la comida, mi padre puso su hábil mano sobre mi<br />

cabeza y acarició los bucles <strong>de</strong> mis sienes.<br />

-Tienes siete años, Sinuhé -me dijo-, <strong>de</strong>bes elegir una carrera.<br />

-Quiero ser soldado -dije yo en el acto.<br />

No comprendí su expresión <strong>de</strong>cepcionada. Porque los mejores<br />

juegos <strong>de</strong> muchachos en las calles son militares; había visto a los<br />

soldados ejercitarse en la lucha <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los cuarteles; había visto los<br />

carros <strong>de</strong> combate salir <strong>de</strong> la villa para hacer maniobras, con sus<br />

ruedas ruidosas y sus colgantes oriflamas. No podía existir carrera más<br />

brillante y honorable que la carrera <strong>de</strong> las armas. Un soldado no<br />

necesita saber escribir, y ésta era para mí la razón principal <strong>de</strong> mi<br />

elección, porque mis camaradas me habían contado cosas terribles<br />

sobre las dificulta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la escritura y la crueldad <strong>de</strong> los maestros que<br />

le arrancaban a uno los cabellos si tenía la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> romper la<br />

tablilla o el estilete.<br />

Mi padre no <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> estar muy dotado durante su infancia, <strong>de</strong> lo<br />

contrario hubiera llegado a algo más que médico <strong>de</strong> los pobres. Pero<br />

era concienzudo y no perjudicaba a sus enfermos y con el curso <strong>de</strong> los<br />

años había llegado a acumular experiencia, Sabía también cuán<br />

sensible y obstinado yo era, pero no protestó <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>cisión.<br />

Pero al cabo <strong>de</strong> un rato pidió a mi madre una jarra vacía, entró en su<br />

habitación y vertió en ella vino ordinario.<br />

-Ven, Sinuhé -dijo llevándome hacia la ribera.<br />

Yo le seguí sorprendido. En el muelle se <strong>de</strong>tuvo para observar una<br />

barcaza <strong>de</strong> la cual unos hombres sudorosos,<br />

con la espalda encorvada, sacaban mercancías embaladas en telas<br />

cosidas. El sol se ocultaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las colinas sobre la Villa <strong>de</strong> los


Muertos; nosotros estábamos saciados, pero los hombres seguían<br />

<strong>de</strong>scargando, ja<strong>de</strong>antes los flancos y cubiertos <strong>de</strong> sudor. El capataz los<br />

excitaba con su látigo y, tranquilamente sentado bajo un toldo, un<br />

escriba iba anotando la carga.<br />

-¿Quisieras ser como ellos? -preguntó mi padre.<br />

La pregunta me pareció estúpida y no contesté, pero miré a mi padre<br />

sorprendido, porque nadie podía querer ser como aquellos hombres. -<br />

Trabajan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> primera hora <strong>de</strong>l día hasta tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> la noche -dijo mi<br />

padre Senmut-. Su piel está curtida como la <strong>de</strong>l cocodrilo, sus manos<br />

son rudas como las patas <strong>de</strong>l cocodrilo. Sólo por la noche pue<strong>de</strong>n<br />

regresar a su casa <strong>de</strong> barro y su alimentación es un trozo <strong>de</strong> pan, una<br />

cebolla y un sorbo <strong>de</strong> cerveza agria. Esta es la vida <strong>de</strong> los<br />

<strong>de</strong>scargadores. Esta es también la <strong>de</strong>l labrador. Tal es la <strong>de</strong> todos los<br />

que trabajan con sus manos. Tal vez no los envidiarás.<br />

Volví la cabeza y lo miré sorprendido. Yo quería ser soldado y no<br />

cargador o abrir surcos en la tierra, regar los campos o ser pastor<br />

mugriento. –<br />

Padre -dije yo mientras andábamos-, la vida <strong>de</strong>l soldado es bella.<br />

Viven en los cuarteles y comen bien; por la noche beben vino en las<br />

casas <strong>de</strong> placer y las mujeres los ven con benevolencia. Los mejores<br />

<strong>de</strong> entre ellos llevan una ca<strong>de</strong>na al cuello aunque no sepan escribir.<br />

De sus expediciones traen botín y esclavos que trabajan por ellos y<br />

ejercen un oficio por cuenta <strong>de</strong> ellos. ¿Por qué no sería yo soldado?<br />

Mi padre no contestó, pero apresuró el paso. Cerca <strong>de</strong> un <strong>de</strong>pósito <strong>de</strong><br />

inmundicias, en medio <strong>de</strong> un enjambre <strong>de</strong> moscas que revoloteaban en<br />

torno a nosotros, se inclinó para dirigir una mirada a una cabaña baja.<br />

-Inteb, amigo mío, ¿estás ahí? -dijo.<br />

Un viejo, lleno <strong>de</strong> mugre, con el brazo <strong>de</strong>recho amputado a la altura<br />

<strong>de</strong>l hombro y cubierto por un trozo <strong>de</strong> tela roída por la grasa, salió<br />

apoyándose en un palo. Su rostro estaba <strong>de</strong>scarnado y surcado <strong>de</strong><br />

arrugas; no tenía dientes.<br />

-¿Es... es verda<strong>de</strong>ramente Inteb? -pregunté suavemente a mi<br />

padre, dirigiendo a la vez una mirada <strong>de</strong> pavor a aquel hombre.<br />

Porque Inteb era un héroe que había combatido en las campañas<br />

<strong>de</strong> Tuthmosis III, el más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> los faraones,<br />

en Siria, y se contaban muchas historias sobre sus proezas y las<br />

recompensas que había recibido.<br />

El anciano levantó la mano para hacer un saludo militar y mi padre<br />

le tendió la jarra <strong>de</strong> vino. Se sentaron en el suelo, porque Inteb no<br />

tenía siquiera un banco en su casa, y con mano temblorosa se llevó la<br />

jarra a los labios y bebió ávidamente el vino sin verter una sola gota.<br />

-Mi hijo Sinuhé quiere ser soldado -dijo mi padre sonriendo-. Te lo<br />

he traído porque eres el único superviviente <strong>de</strong> los héroes <strong>de</strong> las


gran<strong>de</strong>s guerras, a fin <strong>de</strong> que le hables <strong>de</strong> la vida magnífica y <strong>de</strong> las<br />

hazañas <strong>de</strong> los soldados.<br />

-¡Por Seth y Baal y todos los diablos! -gritó el viejo con una risa<br />

aguda y entornando los ojos para verme mejor-. ¿Estás loco?<br />

Su boca <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ntada, sus ojos apagados, el muñón <strong>de</strong> su brazo y su<br />

pecho arrugado y sucio eran tan espantosos que me refugié <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

mi padre y le agarré por la manga. .<br />

-¡Muchacho, muchacho! -exclamaba Inteb, ahogándose <strong>de</strong> risa-. Si<br />

tuviese un sorbo <strong>de</strong> vino por cada maldición que he lanzado contra mi<br />

vida y contra el triste <strong>de</strong>stino que hizo <strong>de</strong> mí un soldado, podría llenar<br />

el lago que el faraón ha hecho excavar para divertir a su mujer. No lo<br />

he visto, porque no tengo medios para hacerme transportar más allá<br />

<strong>de</strong>l río, pero no me cabe duda <strong>de</strong> que el lago se llenaría y sobraría vino<br />

todavía para embriagar a todo el ejército.<br />

De nuevo bebió un largo trago.<br />

-Pero... -dije yo temblando-, el oficio <strong>de</strong> soldado es el más glorioso<br />

<strong>de</strong> todos.<br />

-La gloria y el renombre -dijo Inteb el héroe- es sencillamente<br />

estiércol, estiércol para alimentar las moscas.<br />

Toda mi vida he contado historias sobre la guerra y mis hazañas, para<br />

sacarles un poco <strong>de</strong> vino a los papanatas que me escuchaban con la<br />

boca abierta, pero tu padre es un hombre honrado y no quiero<br />

engañarlo. Por esto te digo, muchacho, que <strong>de</strong> todos los oficios el <strong>de</strong><br />

soldado es el más horrible y miserable.<br />

El vino borraba las arrugas <strong>de</strong> su rostro y daba brillo a sus ojos <strong>de</strong><br />

anciano. Se sentó y se llevó a la garganta su única mano.<br />

-Mira, muchacho, este cuello <strong>de</strong>scarnado ha sido adornado con<br />

quíntuples collares <strong>de</strong> oro. Con su propia mano el faraón me los puso.<br />

¿Quién pue<strong>de</strong> contar las manos cortadas que he acumulado ante su<br />

tienda? ¿Quién fue el primero en trepar por las murallas <strong>de</strong> Ka<strong>de</strong>sh?<br />

¿Quién se lanzaba como un elefante enfurecido en medio <strong>de</strong>l enemigo?<br />

¡Yo, yo, Inteb, el héroe! Pero ¿quién me lo agra<strong>de</strong>ce hoy? Mi oro se ha<br />

disipado a los cuatro vientos <strong>de</strong>l cielo, mis esclavos han huido o han<br />

muerto <strong>de</strong> miseria. Mi brazo <strong>de</strong>recho quedó en el país <strong>de</strong> Mitanni y<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> largo tiempo, hubiera muerto <strong>de</strong> miseria si no hubiese sido por<br />

algunas almas caritativas que me traen pescado seco y cerveza a fin <strong>de</strong><br />

que cuente a sus hijos la verdad sobre las guerras. Soy Inteb, el héroe,<br />

pero mírame, muchacho. Mi juventud huyó en el <strong>de</strong>sierto, en el<br />

hambre, en los tormentos y en las fatigas. Allí se ha fundido la carne<br />

<strong>de</strong> mis miembros, allí mi piel se ha curtido, allí mi corazón se ha vuelto<br />

más duro que la piedra. Y lo peor es que en los <strong>de</strong>siertos sin agua mi<br />

lengua se secó y que sufro <strong>de</strong> una sed eterna, como todos los soldados<br />

que regresan con vida <strong>de</strong> sus expediciones a países lejanos. Por esto mi<br />

vida ha sido un abismo mortal <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el día en que perdí mi brazo. Y no<br />

quiero siquiera mencionar el dolor <strong>de</strong> las heridas y los tormentos<br />

causados por los cirujanos cuando sumergen tu muñón en el aceite


hirviendo, como tu padre sabe muy bien. ¡Que tu nombre sea alabado,<br />

Senmut; eres justo y bueno, pero el vino se ha acabado!<br />

El anciano calló, ja<strong>de</strong>ando un momento, y volvió melancólicamente<br />

la jarra. El brillo salvaje <strong>de</strong> sus pupilas se apagó y <strong>de</strong> nuevo reapareció<br />

el pobre <strong>de</strong>sgraciado.<br />

-Pero un soldado no necesita saber escribir -me atreví a murmurar.<br />

-¡Hum! -gruñó Inteb, mirando a mi padre.<br />

Este se quitó rápidamente un brazalete <strong>de</strong> cobre <strong>de</strong> la muñeca y lo<br />

tendió al anciano, que lanzó un grito. Un chiquillo sucio apareció y<br />

tomó el brazalete y la jarra para ir a buscar vino.<br />

-No tomes <strong>de</strong>l mejor -le gritó Inteb-. Toma <strong>de</strong>l más barato; te<br />

darán más.<br />

-Fijó sobre mí su mirada atenta-. Tienes razón - dijo-, un soldado no<br />

necesita saber escribir, <strong>de</strong>be saber solamente batirse. Si supiese<br />

escribir sería jefe y daría ór<strong>de</strong>nes al más bravo <strong>de</strong> los soldados. Porque<br />

todo hombre que sabe escribir es capaz <strong>de</strong> mandar a los soldados, y no<br />

se confían ni cien hombres al jefe que no es capaz <strong>de</strong> garabatear unos<br />

signos sobre un papel. ¿Qué placer pue<strong>de</strong> hallar en las ca<strong>de</strong>nas y las<br />

con<strong>de</strong>coraciones si es el hombre <strong>de</strong> la pluma quien le da ór<strong>de</strong>nes? Pero<br />

así es y así será siempre. Por esto te digo, muchacho, que si quieres<br />

mandar soldados y conducirlos, apren<strong>de</strong> primero a escribir. Entonces<br />

los portadores <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>nas <strong>de</strong> oro se inclinarán ante ti y los esclavos te<br />

llevarán al combate en tu litera. El chiquillo andrajoso regresó con la<br />

jarra <strong>de</strong> vino y el rostro <strong>de</strong>l anciano se iluminó <strong>de</strong> júbilo.<br />

-Tu padre Senmut es un buen hombre -dijo gentilmente-. Sabe<br />

escribir y me cuidó cuando empezaba a ver cocodrilos e hipopótamos,<br />

los días <strong>de</strong> felicidad y <strong>de</strong> fuerza, cuando no carecía <strong>de</strong>vino. Es un buen<br />

hombre, pese a que no sea más que un médico incapaz <strong>de</strong> tensar un<br />

arco. Le doy las gracias.<br />

Miré con inquietud la jarra que Inteb iba indudablemente a vaciar y<br />

tiré <strong>de</strong> la manga <strong>de</strong> mi padre, porque temía que bajo la influencia <strong>de</strong>l<br />

vino nos <strong>de</strong>spertásemos en el arroyo. Mi padre miró también la jarra,<br />

lanzó un ligero suspiro y volvió la cabeza. Inteb se puso a cantar con<br />

voz ronca un himno guerrero sirio y el chiquillo <strong>de</strong>snudo y bronceado<br />

por el sol se echó a reír.<br />

Pero yo, Sinuhé, abandoné mi sueño <strong>de</strong> ser soldado y no protesté<br />

cuando al día siguiente mi padre y mi madre me condujeron a la<br />

escuela.<br />

Mi padre no tenía medios para po<strong>de</strong>r mandarme a las gran<strong>de</strong>s<br />

escuelas <strong>de</strong> los templos don<strong>de</strong> los hijos <strong>de</strong> los nobles, <strong>de</strong> los ricos y <strong>de</strong><br />

los sacerdotes <strong>de</strong> alto grado recibían su educación. Mi maestro fue el<br />

4


viejo sacerdote Oneh, que vivía no lejos <strong>de</strong> mi casa y tenía la escuela en<br />

la terraza <strong>de</strong>strozada. Sus discípulos eran hijos <strong>de</strong> artesanos,<br />

merca<strong>de</strong>res, marinos y suboficiales a quienes sus ambiciosos padres<br />

<strong>de</strong>stinaban a la carrera <strong>de</strong> escriba. Oneh había sido un tiempo contable<br />

<strong>de</strong> los <strong>de</strong>pósitos <strong>de</strong> la celeste Mut y era capaz <strong>de</strong> enseñar los<br />

rudimentos <strong>de</strong> la escritura a los chiquillos que más tar<strong>de</strong> tendrían que<br />

escribir las cantida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> trigo, el número <strong>de</strong> cabezas <strong>de</strong> ganado y las<br />

facturas <strong>de</strong>l avituallamiento <strong>de</strong> los soldados. En la villa <strong>de</strong> Tebas, la<br />

gran capital <strong>de</strong>l mundo, había centenares <strong>de</strong> estas pequeñas escuelas.<br />

La enseñanza no era cara, pues los discípulos <strong>de</strong>bían simplemente<br />

mantener al viejo Oneh. En las tar<strong>de</strong>s <strong>de</strong> invierno, el hijo <strong>de</strong>l<br />

carbonero le llevaba carbón <strong>de</strong> encina para su estufa, el hijo <strong>de</strong>l tejedor<br />

se ocupaba <strong>de</strong> sus vestidos, el hijo <strong>de</strong>l merca<strong>de</strong>r <strong>de</strong> trigo le<br />

suministraba harina y mi padre le daba, para calmar sus dolores,<br />

pociones <strong>de</strong> plantas medicinales maceradas en vino.<br />

Estas relaciones <strong>de</strong> <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia hacían <strong>de</strong> Oneh un maestro<br />

indulgente. El discípulo que se dormía sobre su tablilla <strong>de</strong>bía al día<br />

siguiente llevar al maestro alguna golosina, a título <strong>de</strong> castigo. Algunas<br />

veces el hijo <strong>de</strong>l merca<strong>de</strong>r <strong>de</strong> trigo le llevaba una jarra <strong>de</strong> cerveza y en<br />

este caso aguzábamos el oído,porque el viejo oneh, se lanzaba a<br />

contarnos histórias maravillosas sobre el más allá y leyendas sobre la<br />

celeste Mut, sobre Ptah, el constructor <strong>de</strong> todo, y sobre los <strong>de</strong>más<br />

dioses que le eran familiares. Nosotros nos reíamos y pensábamos<br />

haberlo inducido a olvidar las lecciones difíciles y los enojosos<br />

jeroglíficos para todo el día. Sólo más tar<strong>de</strong> comprendí que el viejo<br />

Oneh era mucho más docto y comprensivo <strong>de</strong> lo que nos figurábamos.<br />

Sus leyendas, que él vivificaba con su ignorancia piadosa, tenían un<br />

objeto <strong>de</strong>terminado. Así nos enseñaba la ley moral <strong>de</strong>l viejo Egipto.<br />

Ninguna mala acción escapa al castigo. Implacablemente todo corazón<br />

humano sería pesado una vez ante el tribunal <strong>de</strong> Osiris. Todo hombre<br />

<strong>de</strong> quien el dios <strong>de</strong> la cabeza <strong>de</strong> chacal había <strong>de</strong>scubierto las malda<strong>de</strong>s,<br />

era arrojado como presa al Devorador y éste era a la vez cocodrilo e<br />

hipopótamo, pero mucho más temible que ambos.<br />

Nos hablaba también <strong>de</strong>l reacio transbordador <strong>de</strong> las ondas<br />

infernales, <strong>de</strong> «Aquel que mira hacia atrás» y sin la ayuda <strong>de</strong>l cual<br />

ningún difunto pue<strong>de</strong> alcanzar los campos <strong>de</strong> los bienaventurados.<br />

Este batelero miraba constantemente hacia atrás y nunca hacia<br />

<strong>de</strong>lante como los bateleros <strong>de</strong>l Nilo. Oneh nos enseñó <strong>de</strong> memoria las<br />

fórmulas propiciatorias <strong>de</strong>stinadas a este batelero. Nos las hizo<br />

reproducir en signos y apren<strong>de</strong>r <strong>de</strong> memoria. Corregía nuestros<br />

errores con dulces reprimendas. Debíamos compren<strong>de</strong>r que la menor<br />

distracción podía comprometer toda vida <strong>de</strong> bienaventuranza en el<br />

más allá. Si tendía al batelero un pasaporte con la más leve mancha, se


permanecía errando implacablemente como una sombra, <strong>de</strong> una<br />

eternidad a otra, en las márgenes <strong>de</strong>l río sombrío, o bien, peor aún, se<br />

caía en las espantosas simas <strong>de</strong>l infierno.<br />

Mi camarada más dotado era el hijo <strong>de</strong>l comandante <strong>de</strong> los carros <strong>de</strong><br />

guerra, Thotmés, que tenía dos años más que yo. Des<strong>de</strong> su infancia<br />

estaba acostumbrado a cuidar los caballos y a luchar. Su padre, cuyo<br />

látigo se adornaba <strong>de</strong> hilos <strong>de</strong> cobre, quería hacer <strong>de</strong> él un gran<br />

capitán y por esto le exigía que aprendiese a leer. Pero su nombre, el<br />

<strong>de</strong>l glorioso Thotmés, no fue un presagio como su padre había creído.<br />

Porque una vez en la escuela, el muchacho no se ocupó ya más <strong>de</strong><br />

lanzar el venablo ni <strong>de</strong> los ejercicios <strong>de</strong> los carros <strong>de</strong> guerra. Aprendió<br />

facilmente los signos <strong>de</strong> la escritura y mientras los otros penaban en su<br />

tarea, él dibujaba imágenes sobre la tablilla. Dibujaba carros <strong>de</strong> guerra<br />

y caballos empinados sobre sus patas posteriores y también soldados.<br />

Llevó arcilla a la escuela y se puso a mo<strong>de</strong>lar según las narraciones <strong>de</strong><br />

Oneh una imagen muy curiosa <strong>de</strong>l Devorador que, con sus enormes<br />

fauces abiertas, se disponía a <strong>de</strong>glutir un hombrecillo calvo cuyas<br />

espaldas encorvadas y vientre prominente eran las <strong>de</strong> nuestro buen<br />

maestro. Pero Oneh no se enfadó. Nadie era capaz <strong>de</strong> enfadarse con<br />

Thotmés. Tenía el rostro ancho <strong>de</strong> la gente <strong>de</strong>l pueblo y las piernas<br />

gruesas, pero sus ojos tenían siempre una expresión <strong>de</strong> malicia<br />

contagiosa y sus manos hábiles daban forma a pájaros y animales que<br />

nos divertían enormemente, Yo había buscado su amistad a causa <strong>de</strong><br />

sus relaciones militares, pero nuestra amistad subsistió a pesar <strong>de</strong> su<br />

poca ambición por la carrera <strong>de</strong> las armas.<br />

Al cabo <strong>de</strong> cierto tiempo se produjo bruscamente un milagro. Fue<br />

tan claro que me acuerdo todavía <strong>de</strong> este instante como una aparición.<br />

Era una fresca jornada <strong>de</strong> primavera, los pajarillos piaban y las<br />

cigüeñas reparaban sus nidos sobre los techos <strong>de</strong> las casas. Las aguas<br />

se habían retirado y el suelo comenzaba a ver<strong>de</strong>ar. Se sembraban y<br />

plantaban huertos y jardines. Era un día que inspiraba locas aventuras<br />

y nosotros estábamos inquietos en la terraza carcomida <strong>de</strong> Oneh. Yo<br />

dibujaba distraídamente signos enojosos, letras que se graban sobre la<br />

piedra y las abreviaciones corrientes <strong>de</strong>l estilo ordinario. Súbitamente<br />

una palabra olvidada <strong>de</strong> Oneh o un fenómeno inexplicable en mí dio<br />

vida a las palabras y los caracteres. De la imagen sale una palabra, <strong>de</strong><br />

la palabra una sílaba, <strong>de</strong> la sílaba una letra. Asociando las letras, <strong>de</strong> las<br />

imágenes se formaban palabras nuevas, extrañas, que no tenían nada<br />

<strong>de</strong> común con las imágenes. El portador <strong>de</strong> agua más obtuso pue<strong>de</strong><br />

compren<strong>de</strong>r una imagen, pero sólo el hombre que sabe leer pue<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scifrar dos imágenes conjugadas. Yo creo que todos los que han<br />

aprendido la escritura compren<strong>de</strong>rán el fenómeno <strong>de</strong> que hablo. Fue<br />

para mí una verda<strong>de</strong>ra aventura, más apasionante y más cautivadora


que una granada robada en la tienda <strong>de</strong>l frutero, más dulce que un<br />

dátil seco, <strong>de</strong>liciosa como el agua para el sediento.<br />

A partir <strong>de</strong> aquel momento no hubo ya necesidad <strong>de</strong> alentarme. Me<br />

puse a <strong>de</strong>vorar el saber <strong>de</strong> Oneh como el suelo bebe el agua <strong>de</strong> las<br />

inundaciones <strong>de</strong>l Nilo. Aprendí rápidamente a escribir. Después<br />

aprendí a leer lo que los <strong>de</strong>más habían escrito. Al tercer año podía ya<br />

<strong>de</strong>letrear viejos textos y dictar a mis camaradas leyendas didácticas.<br />

También en esta época me di cuenta <strong>de</strong> que no era igual que los<br />

<strong>de</strong>más. Mi rostro era más estrecho, mi tez más pálida, mis miembros<br />

más finos. Recordaba más un muchacho noble que un hijo <strong>de</strong>l pueblo<br />

entre el que vivía. Y si hubiese ido vestido <strong>de</strong> una manera diferente<br />

estoy seguro <strong>de</strong> que hubiera podido ser tomado por uno <strong>de</strong> estos<br />

muchachos que pasaban en litera o a quienes los esclavos<br />

acompañaban por las calles. Esto me procuró contrarieda<strong>de</strong>s. El hijo<br />

<strong>de</strong>l merca<strong>de</strong>r <strong>de</strong> trigo me cogía por el cuello y me trataba <strong>de</strong> muchacha<br />

hasta que me veía obligado a pincharle con mi estilete. Su presencia<br />

me era <strong>de</strong>sagradable, porque olía mal. Como <strong>de</strong>squite, buscaba la<br />

compañía <strong>de</strong> Thotmés, porque éste no me tocaba jamás.<br />

Un día me dijo tímidamente:<br />

-¿Quieres servir <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>lo para un retrato?<br />

Lo llevé a casa y bajo el sicómoro <strong>de</strong>l jardín mo<strong>de</strong>ló en arcilla una<br />

figura que se parecía a mí y grabó mi nombre<br />

<strong>de</strong>bajo. Mi madre, Kipa, nos dio pasteles y al ver el busto tuvo miedo y<br />

dijo que era arte <strong>de</strong> hechicería. Pero mi padre <strong>de</strong>claró que Thotmés<br />

podía llegar a ser artista real si conseguía ser admitido en la escuela<br />

<strong>de</strong>l templo. En broma me incliné <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Thotmés poniendo mis<br />

manos sobre las rodillas como se hace al saludar a los gran<strong>de</strong>s. Los<br />

ojos <strong>de</strong> Thotmés brillaron, pero suspiró y dijo que <strong>de</strong>sgraciadamente<br />

su padre quería <strong>de</strong> todos modos meterlo en la escuela <strong>de</strong> suboficiales<br />

<strong>de</strong> carros <strong>de</strong> guerra. Para un futuro jefe militar sabía escribir ya<br />

bastante. Mi padre se alejó y oímos a mi madre afanarse por la cocina.<br />

Pero Thotmés y yo nos regalamos con sabrosos bizcochos.<br />

Yo entonces era completamente feliz.<br />

Llegó entonces el día en que mi padre se puso su mejor traje y ciñó<br />

su cuello con un ancho collarete bordado por Kipa. Iba al gran templo<br />

<strong>de</strong> Amón, pese a que en el fondo <strong>de</strong> su corazón no quería mucho a los<br />

sacerdotes. Pero sin la ayuda y la intervención <strong>de</strong> los sacerdotes ni en<br />

Tebas ni en todo Egipto podía conseguirse nada. Los sacerdotes<br />

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administraban justicia y dictaban sentencia, <strong>de</strong> manera que un<br />

hombre osado podía apelar contra una sentencia dictada por el<br />

tribunal <strong>de</strong>l rey ante un templo elegido en suerte para disculparse.<br />

Toda la enseñanza que abría las carreras importantes estaba en manos<br />

<strong>de</strong> los sacerdotes; ellos eran también quienes pre<strong>de</strong>cían la importancia<br />

<strong>de</strong> las crecidas y las cosechas y fijaban los impuestos sobre todo el<br />

país. Pero, ¿a qué exponer largamente lo que todo el mundo sabe?<br />

Creo que mi padre <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> forzarse para dar este paso. Había<br />

pasado toda su vida cuidando a los pobres, alejado <strong>de</strong>l templo y <strong>de</strong> la<br />

Casa <strong>de</strong> la Vida. Ahora, como los <strong>de</strong>más padres pobres, iba a hacer cola<br />

en la sección administrativa <strong>de</strong>l templo, esperando que un sacerdote<br />

altivo consintiese en recibirlo. Me parece todavía ver a aquellos padres<br />

pobres que, con sus mejores vestiduras, se sentaban en el patio <strong>de</strong>l<br />

templo, soñando ambiciosos una vida mejor para sus hijos. A menudo<br />

llegaban <strong>de</strong> muy lejos, en sus barcas por el río, con sus provisiones y<br />

consagraban sus mezquinos recursos a sobornar a los guardianes y los<br />

escribas para llegar hasta el sacerdote ungido con un óleo precioso.<br />

Este frunce la nariz ante su pestilencia, les habla brutalmente. Y, sin<br />

embargo, Amón necesita sin cesar nuevos servidores. A medida que<br />

aumentan sus riquezas y su po<strong>de</strong>río, <strong>de</strong>be aurnentar el número <strong>de</strong> sus<br />

servidores que sepan escribir; pero a pesar <strong>de</strong> esto, cada padre<br />

consi<strong>de</strong>ra como una gracia divina po<strong>de</strong>r colocar a su hijo en el templo,<br />

mientras en realidad es él quien aporta, en la persona <strong>de</strong> su hijo, un<br />

don más preciado que el oro.<br />

Mi padre tuvo suerte, pues no había esperado más que hasta la<br />

noche cuando vio pasar a su antiguo condiscípulo Ptahor, que era<br />

entonces trepanador real. Mi padre osó dirigirle la palabra y Ptahor<br />

prometió ir en persona a nuestra casa para verme.<br />

El día fijado, mi padre se procuró una oca y vino <strong>de</strong> calidad. Kipa<br />

cocinaba refunfuñando. Un maravilloso aroma <strong>de</strong> grasa <strong>de</strong> oca salía <strong>de</strong><br />

nuestra casa, atrayendo a la multitud <strong>de</strong> ciegos y mendigos.<br />

Exasperada, Kipa acabó distribuyéndoles pedazos <strong>de</strong> pan mojados en<br />

la grasa y se alejaron. Thotmés y yo barrimos la calle <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la casa<br />

porque mi padre había dicho a mi amigo que se quedase en el caso <strong>de</strong><br />

que Ptahor quisiera hablarle. No éramos más que dos chiquillos, pero<br />

cuando mi padre encendió los dos recipientes <strong>de</strong> incienso para<br />

perfumar la terraza, nos sentimos como en un templo. Yo custodiaba<br />

el jarro <strong>de</strong> agua perfumada y protegía <strong>de</strong> las moscas el bello pañuelo<br />

<strong>de</strong> lino que mi madre guardaba para su entierro, pero que ahora tenía<br />

que servir <strong>de</strong> toalla para las manos <strong>de</strong>l ilustre visitante.<br />

La espera fue larga. El sol se puso y el aire refrescó. El incienso se<br />

consumía en sus recipientes y la oca iba chisporroteando en la grasa.<br />

Yo tenía hambre y el rostro <strong>de</strong> Kipa se alargaba y endurecía. Mi padre


no <strong>de</strong>cía nada, pero no encendió las lámparas cuando cayó la noche.<br />

Estábamos sentados en bancos en la terraza y nadie tenía interés en<br />

ver el rostro <strong>de</strong> su vecino. Entonces fue cuando supe cuántos dolores y<br />

<strong>de</strong>cepciones pue<strong>de</strong>n causar los ricos a los humil<strong>de</strong>s y a los pobres por<br />

su sola negligencia.<br />

Pero, por fin, aparecieron antorchas en la calle y mi padre se levantó<br />

<strong>de</strong> su asiento y se precipitó hacia la cocina a fin <strong>de</strong> coger una brasa con<br />

que encen<strong>de</strong>r las dos lámparas. Yo levanté temblando el jarro <strong>de</strong> agua<br />

y Thotmes suspiró profundamente a mi lado.<br />

Ptahor, el trepanador real, llegó en una simple silla <strong>de</strong> manos<br />

llevada por dos esclavos negros. Delante <strong>de</strong> la litera un servidor,<br />

visiblemente borracho, sostenía una antorcha. Gimiendo y gritando<br />

saludos, Ptahor se apeó <strong>de</strong> su silla y mi padre lo saludó poniendo sus<br />

manos a la altura <strong>de</strong> las rodillas. Ptahor le puso la mano sobre el<br />

hombro, bien fuese para <strong>de</strong>mostrar que juzgaba aquella cortesía<br />

exagerada, bien para encontrar en él un punto <strong>de</strong> apoyo. Dio una<br />

patada al portador <strong>de</strong> la antorcha diciendo que se fuese a incubar su<br />

vino <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l sicómoro. Los negros <strong>de</strong>jaron la litera en el macizo <strong>de</strong><br />

acacias y se sentaron sin que se les invitase a ello.<br />

Apoyando la mano sobre el hombro <strong>de</strong> mi padre, Ptahor subió los<br />

escalones <strong>de</strong> la terraza, yo le vertí el agua sobre sus manos a pesar <strong>de</strong><br />

sus protestas y le tendí la servilleta. Pero él me rogó que puesto que le<br />

había mojado las manos se las secase. Después me dio amistosamente<br />

las gracias y dijo que era un buen muchacho. Mi padre lo instaló en el<br />

sillón <strong>de</strong> honor, prestado por un vecino, y nuestro huésped dirigió<br />

varias miradas a su alre<strong>de</strong>dor. Durante algún tiempo nadie habló.<br />

Después pidió <strong>de</strong> beber, porque tenía la garganta seca por el largo<br />

camino. Mi padre se apresuró a ofrecer vino.<br />

Ptahor lo husmeó con aire <strong>de</strong>sconfiado; <strong>de</strong>spués lo bebió con<br />

manifiesto placer.<br />

Era un hombrecillo <strong>de</strong> cabello cortado al rape y piernas torcidas; su<br />

barriga y su pecho pendían lacios bajo la <strong>de</strong>lgada tela <strong>de</strong> su traje. Su<br />

cuello estaba adornado <strong>de</strong> pedrería, pero iba sucio y lleno <strong>de</strong> manchas.<br />

Apestaba a vino, sudor y ungüentos.<br />

Kipa le ofreció bizcochos <strong>de</strong> especias, pescados fritos, frutos y la oca<br />

asada. Comió con cortesía, pese a que visiblemente salía <strong>de</strong> un<br />

banquete. Probó todos los platos e hizo <strong>de</strong> ellos alabanzas que<br />

alegraron a Kipa. A petición suya llevé a los negros víveres y cerveza,<br />

pero respondieron a mi cortesía con improperios y me preguntaron si<br />

el barrigudo tardaría mucho en salir. El servidor roncaba bajo el<br />

sicómoro y no sentí <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertarlo.<br />

La velada fue muy confusa, pues mi padre se entregó a la bebida más<br />

<strong>de</strong> lo razonable hasta el punto <strong>de</strong> que Kipa se fue a la cocina y se sentó


moviendo tristemente la cabeza entre las manos. Cuando hubieron<br />

terminado la jarra <strong>de</strong> vino, bebieron los vinos medicinales <strong>de</strong> mi padre<br />

y acabaron contentándose con cerveza ordinaria, pues Ptahor afirmaba<br />

que no era exigente.<br />

Evocaron los años <strong>de</strong> estudio en la Casa <strong>de</strong> la Vida, contaron<br />

anécdotas sobre sus maestros y se abrazaron tambaleándose con<br />

efusión. Ptahor explicó sus experiencias como trepanador real y dijo<br />

que era el último <strong>de</strong> los oficios para un médico especialista. Pero el<br />

trabajo no era penoso, lo cual ya era una ventaja apreciable para un<br />

perezoso como él. ¿No es verdad, mi viejo Senmut? El cráneo humano,<br />

sin hablar <strong>de</strong> la garganta y las orejas que requieren los cuidados <strong>de</strong> un<br />

especialista, era a su juicio la cosa más difícil <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r; por esto lo<br />

había elegido.<br />

-Pero -añadió- si hubiese sido un médico enérgico hubiera sido un<br />

buen médico ordinario y habría dado la vida en lugar <strong>de</strong> dar la muerte<br />

cuando los parientes están hartos <strong>de</strong> los viejos y <strong>de</strong> los enfermos<br />

incurables. Daría la vida como tú, amigo Senmut. Sería quizá más<br />

pobre, pero viviría una vida respetable y más sobria.<br />

-No creáis una palabra, hijos míos -dijo mi padre-. Estoy orgulloso<br />

<strong>de</strong> mi amigo Ptahor, trepanador real, que es el hombre más eminente<br />

en su ramo. ¿Cómo no recordar sus maravillosas trepanaciones que<br />

salvaron la vida <strong>de</strong> tantos nobles y villanos y suscitaron un asombro<br />

general? Expulsa los malos espíritus que enloquecen a las gentes y<br />

extrae <strong>de</strong> los cerebros los huevos redondos <strong>de</strong> las enfermeda<strong>de</strong>s. Sus<br />

clientes reconocidos lo han colmado <strong>de</strong> oro y plata, <strong>de</strong> collares y <strong>de</strong><br />

copas.<br />

-He recibido dones <strong>de</strong> parientes reconocidos -dijo Ptahor con la<br />

lengua pastosa-. Porque si por azar curo un enfermo sobre diez o sobre<br />

cincuenta, no, digamos sobre cien, la muerte <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más es mucho<br />

más cierta. ¿Has oído acaso hablar <strong>de</strong> un faraón que haya sobrevivido<br />

tres días a la trepanación? No, me mandan los incurables y los locos<br />

para que los trate con mi trepanador <strong>de</strong> sílex, y tanto más pronto<br />

cuanto más ricos o nobles son. Mi mano libra <strong>de</strong> los sufrimientos, mi<br />

mano distribuye las herencias, las tierras, el ganado y el oro; mi mano<br />

eleva un faraón al trono. Por eso se me teme, y nadie osa<br />

contra<strong>de</strong>cirme, porque sé <strong>de</strong>masiadas cosas. Pero lo que aumenta el<br />

saber aumenta también el dolor, y por esto soy tan <strong>de</strong>sgraciado.<br />

Ptahor se echó a llorar y se sonó en el pañuelo funerario <strong>de</strong> Kipa.<br />

-Eres pobre, pero honrado, Senmut -dijo sollozando-. Por esto te<br />

amo, porque soy rico, pero podrido. Podrido como una boñiga <strong>de</strong><br />

vaca en el camino.<br />

Se quitó el collar <strong>de</strong> piedras preciosas y se lo puso en el cuello a mi<br />

padre. Después entonaron cantos <strong>de</strong> los que no comprendí las


palabras, pero Thotmés los escuchaba con éxtasis, diciendo que en las<br />

casas <strong>de</strong> los soldados no se oían canciones más crudas. Kipa comenzó<br />

a llorar en la cocina y uno <strong>de</strong> los negros acudió a levantar a Ptahor<br />

para llevárselo. Pero el trepanador se resistía y llamó a su servidor<br />

gritando que el negro quería asesinarlo. Como mi padre no estaba en<br />

estado <strong>de</strong> intervenir, fuimos Thotmés y yo quienes tuvimos que echar<br />

al negro a bastonazos. Gritando y lanzando juramentos, los dos<br />

negros salieron corriendo llevándose la litera.<br />

Ptahor se vertió entonces la jarra <strong>de</strong> cerveza sobre la cabeza,<br />

reclamando ungüentos para frotarse el rostro y quiso bañarse en el<br />

estanque <strong>de</strong>l jardín. Thotmés me dijo en voz baja que <strong>de</strong>beríamos<br />

meter a los dos hombres en la cama y finalmente mi padre y su amigo<br />

durmieron uno al lado <strong>de</strong>l otro en el lecho nupcial <strong>de</strong> Kipa, jurándose<br />

amistad eterna.<br />

Kipa lloraba, se arrancaba los cabellos y se vertía ceniza sobre la<br />

cabeza. Yo me preguntaba qué dirían nuestros vecinos, pues los<br />

cantos <strong>de</strong>bieron <strong>de</strong> oírse a gran distancia en el silencio <strong>de</strong> la noche.<br />

Pero Thotmés permaneció tranquilo y afirmó haber visto escenas<br />

mucho más violentas en la casa <strong>de</strong> los soldados y en la suya, cuando<br />

los hombres <strong>de</strong> los carros <strong>de</strong> guerra contaban sus antiguas hazañas y<br />

sus expediciones a Siria y al país <strong>de</strong> Kush. Declaró que la velada había<br />

sido muy animada, pese a que no se hubiesen llamado músicos ni<br />

cortesanas para divertirlos. Consiguió calmar a Kipa y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haber limpiado lo mejor posible las trazas <strong>de</strong>l festín nos fuimos a<br />

dormir. El servidor siguió roncando bajo el sicómoro y Thotmés fue a<br />

mi cama, me pasó su brazo por el cuello y me habló <strong>de</strong> mujeres,<br />

porque también había bebido vino. Pero aquello no me divirtió,<br />

porque era más joven que él y no tardé en dormirme.<br />

Me <strong>de</strong>sperté temprano al oír pasos en el dormitorio. Mi padre<br />

dormía todavía profundamente, con el collar <strong>de</strong> Ptahor, pero éste<br />

estaba sentado en el suelo con la cabeza entre las manos,<br />

preguntándose con voz lastimera dón<strong>de</strong> estaba.<br />

Yo lo saludé respetuosamente con las manos a la altura <strong>de</strong> las<br />

rodillas, y le dije que estaba en el barrio <strong>de</strong>l puerto, en casa <strong>de</strong> Senmut,<br />

médico <strong>de</strong> pobres. Estas palabras lo tranquilizaron y me pidió cerveza.<br />

Yo le recordé que se había vertido la jarra sobre la cabeza, como lo<br />

<strong>de</strong>lataban sus vestiduras. Entonces se levantó, frunció el ceño y salió.<br />

Yo le vertí agua sobre las manos y se inclinó gimiendo, pidiéndome<br />

que también le vertiese agua sobre la cabeza. Thotmés, que se había<br />

<strong>de</strong>spertado, apareció con un pote <strong>de</strong> leche agria y pescado salado.<br />

Ptahor se sintió muy restablecido y acercándose al sicómoro <strong>de</strong>spertó<br />

a su servidor a bastonazos.


-¡Miserable puerco! ¿Es así como cuidas a tu señor y llevas la<br />

antorcha <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él? ¿Dón<strong>de</strong> está mi litera? ¿Dón<strong>de</strong> mis vestidos<br />

limpios? ¿Y mis píldoras? ¡Fuera <strong>de</strong> mi vista, puerco miserable!<br />

-¡Soy un cerdo! -respondió humil<strong>de</strong>mente el servidor-. ¿Qué me<br />

or<strong>de</strong>nas, oh señor?<br />

Ptahor le dio sus ór<strong>de</strong>nes y el hombre se marchó en busca <strong>de</strong> una<br />

silla <strong>de</strong> manos. Ptahor se instaló cómodamente bajo el sicómoro y<br />

recitó, apoyado contra el tronco, un poema en el que se hablaba <strong>de</strong>l<br />

alba y <strong>de</strong> una reina que se bañaba en el río. Después nos contó<br />

historias graciosas. Kipa, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber encendido el fuego, fue al<br />

dormitorio, don<strong>de</strong> oímos su voz. Al cabo <strong>de</strong> un rato, mi padre, vestido<br />

con nuevas vestiduras, apareció con aire contrito.<br />

-Tu hijo es hermoso -dijo Ptahor-. Tiene el talle <strong>de</strong> un príncipe y sus<br />

ojos son dulces como los <strong>de</strong> las gacelas. -Pero a pesar <strong>de</strong> que fuese un<br />

chiquillo comprendí que hablaba <strong>de</strong> aquella forma para hacer olvidar<br />

su conducta <strong>de</strong> la víspera. Poco <strong>de</strong>spués añadió-: ¿Qué sabe tu hijo?<br />

¿Los ojos <strong>de</strong> su espíritu son tan abiertos como los <strong>de</strong> su cuerpo?<br />

Thotmés y yo fuimos a buscar nuestras tablillas. Después <strong>de</strong> haber<br />

dirigido una mirada a la cima <strong>de</strong>l sicómoro, el trepanador real me<br />

dictó una poesía que recuerdo todavía.<br />

Muchacho, goza <strong>de</strong> tu juventud,<br />

porque la vejez tiene ceniza en la garganta<br />

y el cuerpo embalsamado no se ríe<br />

en la sombra <strong>de</strong> su tumba.<br />

Yo hice cuanto supe y escribí primero <strong>de</strong> memoria en escritura<br />

ordinaria. Después tracé las imágenes y finalmente escribí las palabras<br />

vejez, cuerpo y tumba <strong>de</strong> todas las maneras posibles, tanto en sílabas<br />

como en letras. Le tendí la tablilla y vi que no encontraba ni una sola<br />

falta. Sentí que mi padre estaba orgulloso <strong>de</strong> mí.<br />

-¿Y este otro muchacho? -preguntó Ptahor, señalando a Thotmés.<br />

Mi amigo estaba sentado no lejos <strong>de</strong> nosotros, y había dibujado alguna<br />

cosa. Vaciló antes <strong>de</strong> entregar su tablilla, pero sus ojos reían. Había<br />

dibujado a Ptahor poniendo su collar en el cuello <strong>de</strong> mi padre y<br />

vertiéndose la jarra <strong>de</strong> cerveza sobre la cabeza; en un tercer dibujo<br />

mostraba a los dos amigos cantando cogidos por el cuello. Era tan<br />

divertido que podía casi adivinar lo que gritaban. Yo sentí ganas <strong>de</strong><br />

reír, pero no me atreví por miedo a que Ptahor se enfadase. Thotmés<br />

no lo había favorecido. Estaba reproducido tan pequeño y calvo como<br />

era, tan atizambo y barrigudo como en la realidad.<br />

Durante largo rato Ptahor no dijo nada; miraba atentamente ya los<br />

dibujos, ya a Thotmés. Mi amigo tuvo miedo y se puso <strong>de</strong> puntillas.<br />

Por fin, Ptahor habló:


-¿Cuánto quieres por este dibujo? Te lo compro.<br />

Pero Thotmés se sonrojó y dijo:<br />

-Mi tablilla no está en venta. A un amigo se la regalaría.<br />

Ptahor dijo:<br />

-¡Bien contestado! Seamos amigos, y la tableta es mía.<br />

Miró nuevamente los dibujos y rompió la tablilla contra una piedra.<br />

Todos tuvimos un sobresalto y Thotmés se apresuró a pedir perdón<br />

ante la eventualidad <strong>de</strong> haber ofendido al trepanador.<br />

-¿Me enojaré acaso contra el agua en que he visto mi imagen? -<br />

preguntó lentamente Ptahor-. Pero la mano y el ojo <strong>de</strong>l dibujante son<br />

más que el agua. Porque sé ahora el aspecto que ofrecí ayer, no quiero<br />

que nadie lo vea. Por esto he roto la tablilla, pero reconozco que eres<br />

un artista. Thotmés saltó <strong>de</strong> júbilo.<br />

Ptahor se volvió entonces hacia mi padre y recitó, mirándome con<br />

aire solemne, la antigua promesa <strong>de</strong> los médicos:<br />

-Lo tomo para curarlo. -Y dirigiéndose a Thotmés añadió-: Haré lo<br />

que pueda.<br />

Habiendo así vuelto a encontrarla jerga <strong>de</strong> los médicos, los dos<br />

amigos se rieron satisfechos. Mi padre me puso la mano sobre la<br />

cabeza y me preguntó:<br />

-Sinuhé, hijo mío, ¿querrías ser médico como yo?<br />

Las lágrimas acudieron a mis ojos y mi garganta se contrajo hasta el<br />

punto que no pu<strong>de</strong> contestar, pero asentí con la cabeza.<br />

-No como él, ni tampoco como yo -dijo Ptahor, incorporándose y<br />

con la mirada fija y penetrante-, sino un verda<strong>de</strong>ro médico. Porque<br />

nada es más gran<strong>de</strong> que un verda<strong>de</strong>ro médico. Delante <strong>de</strong> él el faraón<br />

está <strong>de</strong>snudo y el hombre más rico es igual que el más pobre.<br />

-Quisiera ser un verda<strong>de</strong>ro médico -dije yo, tímidamente, porque<br />

era todavía un chiquillo y no sabía nada <strong>de</strong> la vida ni que la vejez <strong>de</strong>sea<br />

siempre transmitir a la juventud sus sueños y sus ambiciones.<br />

En cuanto a Thotmés, Ptahor le mostró el brazalete <strong>de</strong> oro <strong>de</strong> su<br />

muñeca y le dijo:<br />

-¡Lee!<br />

Thotmés <strong>de</strong>scifró las imágenes grabadas y leyó: —La copa llena <strong>de</strong><br />

júbilo mi corazón.» Sonrió.<br />

-No sonrías, granuja -dijo Ptahor con tono serio-. No se trata <strong>de</strong><br />

vino. Pero si quieres llegar a ser artista, <strong>de</strong>bes exigir tu copa llena. En<br />

todo verda<strong>de</strong>ro artista es Ptah quien se manifiesta, el creador y<br />

constructor. El artista no es solamente el agua o un espejo, sino mucho<br />

más. Cierto es que el artista es a menudo un agua aduladora o un<br />

espejo mentiroso, pero a pesar <strong>de</strong> todo, el artista es más que el agua.<br />

Exige la copa llena, muchacho, y no te contentes con lo que te digan;<br />

<strong>de</strong>bes creer lo que ven tus ojos claros. Me prometió entonces que


ecibiría una invitación para entrar en la Casa <strong>de</strong> la Vida y que haría<br />

cuanto pudiese por que Thotmés fuese admitido en la Escuela <strong>de</strong><br />

Bellas Artes <strong>de</strong> Ptah.<br />

-Muchachos, escuchad lo que os digo y olvidadlo en cuanto os lo<br />

haya dicho y olvidad también que es el trepanador real quien os lo ha<br />

dicho. Vais a caer en manos <strong>de</strong> los sacerdotes y Sinuhé será or<strong>de</strong>nado<br />

sacerdote, porque nadie pue<strong>de</strong> ejercer la medicina, como tu padre y<br />

yo, si no ha sido or<strong>de</strong>nado. Pero cuando estéis entre las patas <strong>de</strong> los<br />

sacerdotes <strong>de</strong>l templo, sed <strong>de</strong>sconfiados como el chacal y astutos como<br />

la serpiente, a fin <strong>de</strong> no per<strong>de</strong>ros ni cegaros. Pero exteriormente sed<br />

dulces como la paloma, porque sólo cuando ha llegado a la meta pue<strong>de</strong><br />

el hombre <strong>de</strong>scubrir su propia naturaleza. Siempre fue así, y así será<br />

siempre. Recordad bien lo que os digo.<br />

Al cabo <strong>de</strong> un rato llegó el servidor <strong>de</strong> Ptahor con una litera <strong>de</strong><br />

alquiler y vestiduras limpias para su dueño. La silla <strong>de</strong> manos <strong>de</strong><br />

Ptahor había sido <strong>de</strong>jada en prenda en una casa <strong>de</strong> lenocinio por los<br />

negros, que dormían todavía allí. Ptahor dio or<strong>de</strong>n a su esclavo <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sempeñar la silla y los negros; se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> nosotros, aseguró a mi<br />

padre su amistad y regresó a su barrio elegante.<br />

Así fue como pu<strong>de</strong> entrar en la Casa <strong>de</strong> la Vida <strong>de</strong>l gran templo <strong>de</strong><br />

Amón. Pero al día siguiente Ptahor, el trepanador real, envió a Kipa un<br />

escarabajo sagrado artísticamente grabado en una piedra, para que mi<br />

madre pudiese llevarlo sobre su corazón, bajo los vendajes en su<br />

tumba. No hubiera podido causarle un júbilo más gran<strong>de</strong>, hasta el<br />

punto <strong>de</strong> que Kipa se lo perdonó todo y <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> hablar a mi padre <strong>de</strong> la<br />

maldición <strong>de</strong>l vino.<br />

LIBRO SEGUNDO<br />

LA CASA DE LA VIDA<br />

En aquellos tiempos los sacerdotes <strong>de</strong> Amón en Tebas se habían<br />

atribuido el <strong>de</strong>recho exclusivo <strong>de</strong> la enseñanza superior y era<br />

imposible comenzar los estudios sin su consentimiento. Es fácil <strong>de</strong><br />

compren<strong>de</strong>r que tanto la Casa <strong>de</strong> la Vida como la Casa <strong>de</strong> la Muerte<br />

hayan sido en todos los tiempos instaladas en el interior <strong>de</strong> las<br />

murallas <strong>de</strong>l templo, así como la alta escuela <strong>de</strong> teología para los<br />

1


sacerdotes <strong>de</strong> grados superiores. En rigor, pue<strong>de</strong> admitirse que las<br />

faculta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> matemáticas y <strong>de</strong> astronomía <strong>de</strong>pendan <strong>de</strong> su<br />

jurisdicción; pero cuando los sacerdotes hubieron acaparado la escuela<br />

<strong>de</strong> comercio y la facultad <strong>de</strong> <strong>de</strong>recho, las gentes <strong>de</strong> cultura comenzaron<br />

a preguntarse si el clero no se mezclaba en cuestiones que <strong>de</strong>pendían<br />

<strong>de</strong>l faraón o <strong>de</strong>l fisco. Cierto era que no se exigía la or<strong>de</strong>nación para<br />

entrar en la facultad <strong>de</strong> comercio o <strong>de</strong> <strong>de</strong>recho, pero como Amón<br />

disponía al menos <strong>de</strong> un quinto <strong>de</strong> las tierras <strong>de</strong> Egipto y <strong>de</strong>l comercio,<br />

y la influencia <strong>de</strong> los sacerdotes era consi<strong>de</strong>rable en todos los terrenos,<br />

toda persona <strong>de</strong>seosa <strong>de</strong> consagrarse al comercio o <strong>de</strong> entrar en la<br />

administración, obraba cuerdamente sometiéndose al examen <strong>de</strong> un<br />

sacerdote <strong>de</strong> grado inferior, convirtiéndose así en un obediente<br />

servidor <strong>de</strong> Amón.<br />

La mayor <strong>de</strong> las faculta<strong>de</strong>s era, naturalmente, la <strong>de</strong> <strong>de</strong>recho porque<br />

daba la competencia requerida para todas las funciones, ya se tratase<br />

<strong>de</strong>l fisco, <strong>de</strong> la administración o <strong>de</strong> la carrera <strong>de</strong> armas. La pequeña<br />

tropa <strong>de</strong> los astrólogos y los matemáticos llevaba una existencia<br />

apacible en las salas <strong>de</strong> conferencias, <strong>de</strong>spreciando profundamente a<br />

los adolescentes que afluían a los cursos <strong>de</strong> contabilidad y geo<strong>de</strong>sia.<br />

Pero la Casa <strong>de</strong> la Vida y la Casa <strong>de</strong> la Muerte vivían aparte en el<br />

recinto <strong>de</strong>l templo, y sus discípulos gozaban <strong>de</strong> la consi<strong>de</strong>ración<br />

temerosa <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>más estudiantes.<br />

Antes <strong>de</strong> franquear el umbral <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Vida, me era<br />

indispensable pasar el examen <strong>de</strong> sacerdote <strong>de</strong> grado inferior en la<br />

facultad <strong>de</strong> teología. Debí consagrar a ello tres años, porque al mismo<br />

tiempo acompañaba a mi padre en sus visitas a fin <strong>de</strong> aprovecharme<br />

<strong>de</strong> su experiencia. Vivía en casa, pero cada día asistía a los cursos. Los<br />

muchachos que tenían protector po<strong>de</strong>roso podían pasar en pocas<br />

semanas este examen, que comprendía, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> los elementos <strong>de</strong><br />

lectura, escritura y cálculo, textos sagrados aprendidos <strong>de</strong> memoria,<br />

así como leyendas sobre las santas trinida<strong>de</strong>s y las santas enéadas que<br />

culminaban siempre en el rey <strong>de</strong> todos los dioses, Amón. El objeto <strong>de</strong><br />

esta enseñanza maquinal era ahogar el <strong>de</strong>seo natural <strong>de</strong> los<br />

estudiantes <strong>de</strong> pensar por sí mismos e inspirarles una confianza ciega<br />

en la importancia <strong>de</strong> los textos aprendidos. Sólo cuando estaba<br />

ciegamente sometido al po<strong>de</strong>río <strong>de</strong> Amón, podía el joven estudiante<br />

alcanzar el primer grado <strong>de</strong>l sacerdocio.<br />

Los candidatos a este sacerdocio estaban clasificados según los<br />

estudios que tenían intención <strong>de</strong> empren<strong>de</strong>r más tar<strong>de</strong>. Nosotros, los<br />

futuros discípulos <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Vida, formábamos un grupo aparte,<br />

pero no hallé en él ni un solo amigo. No había olvidado la pru<strong>de</strong>nte<br />

recomendación <strong>de</strong> Ptahor y me replegaba en mí mismo, obe<strong>de</strong>ciendo<br />

humil<strong>de</strong>mente las ór<strong>de</strong>nes y haciéndome el distraído cuando los


<strong>de</strong>más gastaban bromas o se mofaban <strong>de</strong> los dioses. Había entre<br />

nosotros hijos <strong>de</strong> médicos rurales, a menudo mayores que nosotros, y<br />

que, torpes y bronceados, trataban <strong>de</strong> disimular su extrañamiento y<br />

balbuceaban estúpidamente sus lecciones. Había, en fin, muchachos<br />

<strong>de</strong> baja extracción que sentían una sed natural <strong>de</strong> saber y aspiraban a<br />

abandonar el oficio y la situación <strong>de</strong> sus padres; pero eran tratados<br />

severamente y con exigencia, porque los sacerdotes sentían por ellos<br />

una <strong>de</strong>sconfianza innata, ya que veían en ellos gente <strong>de</strong>scontenta <strong>de</strong> su<br />

suerte.<br />

Mi pru<strong>de</strong>ncia me fue útil, porque no tardé en darme cuenta <strong>de</strong> que<br />

los sacerdotes tenían entre nosotros sus espías. Una palabra<br />

impru<strong>de</strong>nte, una duda expresada en público o una broma entre<br />

compañeros, llegaba rápidamente a oídos <strong>de</strong> los sacerdotes y el<br />

culpable era interrogado y castigado. Algunos discípulos eran<br />

bárbaramente apaleados, otros relegados <strong>de</strong>l templo, y la Casa <strong>de</strong> la<br />

Vida les era igualmente cerrada, tanto en Tebas como en cualquier<br />

parte <strong>de</strong> Egipto. Si eran enérgicos, podían ganar las colonias como<br />

ayudantes <strong>de</strong> los amputadores <strong>de</strong> las guarniciones o seguir una carrera<br />

en Siria o el país <strong>de</strong> Kush, porque la reputación <strong>de</strong> los médicos<br />

egipcios se había extendido por el mundo entero. Pero la mayoría<br />

fracasaba a medio saber leer y escribir.<br />

El hecho <strong>de</strong> saber ya leer y escribir me dio ventaja sobre muchos <strong>de</strong><br />

mis condiscípulos <strong>de</strong> más edad que yo. Estaba ya a punto <strong>de</strong> entrar en<br />

la Casa <strong>de</strong> la Vida, pero mi or<strong>de</strong>nación se retrasaba y yo no tenía valor<br />

para preguntar las razones, porque hubieran visto en ello una rebelión<br />

contra Amón. Entretanto, perdía el tiempo escribiendo los Libros <strong>de</strong><br />

los Muertos que vendía en los patios. Me rebelaba en espíritu y me ponía<br />

melancólico. Muchos <strong>de</strong> mis camaradas, incluso los menos dotados,<br />

habían comenzado ya a estudiar en la Casa <strong>de</strong> la Vida, pero quizá, gracias<br />

a las enseñanzas <strong>de</strong> mis padres, tenía yo mejor preparación que ellos.<br />

Más tar<strong>de</strong> comprendí que los sacerdotes <strong>de</strong> Amón habían tenido más<br />

cordura que yo, porque creían en mí, adivinaban mi rebelión y mis dudas<br />

y <strong>de</strong> esta forma me ponían a prueba.<br />

Finalmente, me anunciaron que había llegado mi turno <strong>de</strong> ir a velar en<br />

el santuario. Durante una semana <strong>de</strong>bía habitar en el interior <strong>de</strong>l templo,<br />

con prohibición <strong>de</strong> franquear el recinto. Debía purificarme y ayunar, y mi<br />

padre se apresuró a cortarme los cabellos y convocar a nuestros vecinos a<br />

fin <strong>de</strong> celebrar mi madurez. En efecto, a partir <strong>de</strong> aquel día, era ya un<br />

adulto, puesto que estaba en condiciones <strong>de</strong> recibir la or<strong>de</strong>nación, acto<br />

que, pese a su carácter insignificante, me colocaba por encima <strong>de</strong> mis<br />

vecinos y <strong>de</strong> mis camaradas.<br />

Kipa había hecho cuanto estuvo en su mano, pero los pasteles <strong>de</strong> miel no<br />

me fueron agradables al paladar, y las gruesas bromas <strong>de</strong> mis vecinos no


me divirtieron. Por la noche, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la marcha <strong>de</strong> los invitados, mi<br />

melancolía ganó también a Senmut y Kipa. Mi padre me informó <strong>de</strong>l<br />

misterio <strong>de</strong> mi nacimiento, Kipa precisó algunos pormenores y yo<br />

conservaba la vista fija en mi cuna <strong>de</strong> cañas suspendida en el techo,<br />

encima <strong>de</strong> la cama. Aquellas cañas ennegrecidas y rotas me <strong>de</strong>strozaban<br />

el corazón, porque no tenía padre ni madre. Estaba solo en la vida, solo<br />

bajo las estrellas <strong>de</strong> la inmensa ciudad. No era quizá más que un<br />

miserable extranjero, y acaso mi nacimiento encerrase un infame<br />

secreto.<br />

Con una herida en el corazón entré en el templo con las ropas <strong>de</strong><br />

iniciación preparadas con amor y solicitud por Kipa.<br />

Eramos veinticinco candidatos a la iniciación. Después <strong>de</strong>l baño en el<br />

estanque <strong>de</strong>l templo, nos afeitaron la cabeza y nos dieron vestiduras<br />

groseras. Nuestro or<strong>de</strong>nador resultó ser un sacerdote muy poco<br />

concienzudo. Según la tradición, hubiera podido someternos a<br />

ceremonias humillantes, pero había entre nosotros hijos <strong>de</strong> familia así<br />

como hombres ya hechos que habían pasado sus exámenes <strong>de</strong> <strong>de</strong>recho y<br />

querían entrar al servicio <strong>de</strong> Amón para asegurar su porvenir. Tenían<br />

provisiones abundantes, ofrecían <strong>de</strong> beber al sacerdote y algunos <strong>de</strong> ellos<br />

iban incluso a pasar la noche en las casas <strong>de</strong> lenocinio, porque para ellos<br />

la or<strong>de</strong>nación no tenía significado alguno. Yo velaba con el corazón<br />

herido y era presa <strong>de</strong> muy tristes pensamientos. Me contentaba con un<br />

trozo <strong>de</strong> pan y un vaso <strong>de</strong> agua, nuestra pitanza prescrita, y esperaba con<br />

una esperanza ansiosa lo que tenía que ocurrir.<br />

Porque era todavía tan joven que hubiera querido creer <strong>de</strong> una manera<br />

in<strong>de</strong>cible. Durante la or<strong>de</strong>nación, se <strong>de</strong>cía, Amón aparecía y hablaba con<br />

cada uno <strong>de</strong> los candidatos, y hubiera sido un alivio inmenso si hubiese<br />

podido liberarme <strong>de</strong> mí mismo y penetrar el secreto <strong>de</strong> las cosas. En<br />

compañía <strong>de</strong> mi padre, había visto la enfermedad y la muerte <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi<br />

infancia, y mi mirada era más penetrante que la <strong>de</strong> los muchachos <strong>de</strong> mi<br />

edad. Para un médico no hay nada tan sagrado como la muerte, ante la<br />

cual tiene que inclinarse, <strong>de</strong>cía mi padre. Por esto dudaba, y todo lo que<br />

había visto en el templo durante tres años, reforzaba mi incredulidad.<br />

Pero acaso <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la cortina, en la oscuridad <strong>de</strong> lo sacrosanto, me<br />

<strong>de</strong>cía, se oculte un misterio que <strong>de</strong>sconozco. Acaso Amón se muestre a<br />

mí para apaciguar mi corazón.<br />

Tales eran mis pensamientos mientras erraba por el corredor<br />

<strong>de</strong>stinado a los profanos, contemplando las santas imágenes coloreadas<br />

y leyendo las inscripciones sagradas que referían cómo los faraones<br />

2


habían ofrecido a Amón inmensas dádivas proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> su botín.<br />

Entonces fue cuando vi ante mí una mujer bellísima vestida con un traje<br />

<strong>de</strong>l más sutil lino, <strong>de</strong> manera que veía sus pechos y sus muslos a través<br />

<strong>de</strong> la tela. Era alta y <strong>de</strong>lgada, sus labios, sus mejillas y sus cejas estaban<br />

pintados, y me miraba con una curiosidad provocativa.<br />

-¿Cuál es tu nombre, muchacho? -me preguntó, mirando con sus ojos<br />

ver<strong>de</strong>s mi túnica gris que <strong>de</strong>lataba que me preparaba para la or<strong>de</strong>nación.<br />

-Sinuhé -respondí yo, confuso, sin osar levantar la vista.<br />

Pero era tan bella y el aceite que corría por su frente olía tan bien que<br />

esperaba que me pediría que la guiase por el templo.<br />

-Sinuhé -dijo ella, pensativa-. ¿Entonces tienes miedo y huyes si se te<br />

confía un secreto?<br />

Pensaba, sin duda, en la leyenda <strong>de</strong> Sinuhé, lo cual me irritaba, porque<br />

ya me habían atormentado bastante en la escuela con la leyenda <strong>de</strong><br />

Sinuhé. Por esto me erguí y la miré cara a cara. Pero su mirada era tan<br />

extraña, tan curiosa y brillante, que sentía mis mejillas sonrojarse y un<br />

fuego extraño <strong>de</strong>voró mi cuerpo.<br />

-¿Por qué tendría miedo? Un futuro médico no teme nada.<br />

-¡Ah ...! -dijo ella, sonriendo-. El polluelo pía ya antes <strong>de</strong> haber roto el<br />

cascarón. ¿Tienes entre tus camaradas un muchacho llamado<br />

Metufer? Es el hijo <strong>de</strong>l constructor real.<br />

Este Metufer era el camarada que había ofrecido vino al sacerdote<br />

dándole, a<strong>de</strong>más, un brazalete <strong>de</strong> oro. Me sentí <strong>de</strong>sagradablemente sorprendido,<br />

pero me ofrecí para ir a buscarlo. Me <strong>de</strong>cía que quizás era una<br />

hermana suya o una parienta. Esta i<strong>de</strong>a me tranquilizó un poco y la miré<br />

sonriendo.<br />

-Pero, ¿cómo hacerlo puesto que no conozco tu nombre y no podré<br />

<strong>de</strong>cirle quién pregunta por él?<br />

-Lo adivinará -dijo golpeando el suelo con impaciencia. Esto me<br />

llevó a mirar su pie, que el polvo no había ensuciado y cuyas uñas<br />

estaban pintadas <strong>de</strong> rojo-. Sabrá quién pregunta por él. Acaso me<br />

<strong>de</strong>ba algo. Quizá mi marido esté <strong>de</strong> viaje y espere a Metufer para<br />

consolarme en mi dolor.<br />

Mi corazón se angustió nuevamente al pensar que era casada. Pero<br />

respondí valientemente:<br />

-¡Bien, bella <strong>de</strong>sconocida! Voy a buscarlo. Le diré que una mujer<br />

más joven y más bella que la diosa <strong>de</strong> la Luna pregunta por él. Así<br />

sabrá en seguida quién eres, pues el que te ha visto una vez no pue<strong>de</strong><br />

olvidarte jamás.<br />

Asustado <strong>de</strong> mi osadía di la vuelta, pero ella me sujetó <strong>de</strong>l brazo,<br />

diciéndome con aire meditativo:<br />

-¡Mucha prisa tienes! Espera, tenemos todavía muchas cosas que<br />

<strong>de</strong>cirnos.


De nuevo fijó sus ojos en mí y mi corazón saltó <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mi pecho.<br />

Después, tendió su brazo cargado <strong>de</strong> brazaletes y sortijas y me<br />

acarició la cabeza.<br />

-¿Esta bella cabeza no tiene frío, ahora que no lleva ya sus bucles? -<br />

E inmediatamente añadió-: ¿Me has dicho la verdad? ¿Me encuentras<br />

realmente bella? ¡Mírame mejor!<br />

La miré y vi que sus vestidos eran <strong>de</strong> lino real; era bella a mis ojos,<br />

más bella que todas las mujeres que había visto hasta entonces, y no<br />

hacía nada por ocultar su beldad. La miraba, y sentía cicatrizarse la<br />

herida <strong>de</strong> mi corazón; olvidaba a Amón y la Casa <strong>de</strong> la Vida, y su<br />

presencia quemaba mi cuerpo como el fuego.<br />

-No contestas -dijo ella tristemente-. No tienes necesidad <strong>de</strong> contestar,<br />

porque seguramente me encuentras vieja y fea, incapaz <strong>de</strong><br />

regocijar tus bellos ojos. Ve, pues, a buscar a Metufer, así quedarás<br />

libre <strong>de</strong> mí.<br />

Pero yo no me alejé, ni sabía qué <strong>de</strong>cir, a pesar <strong>de</strong> que comprendía<br />

que se estaba burlando <strong>de</strong> mí. Reinaba la<br />

oscuridad entre las gigantescas columnas <strong>de</strong>l templo. El resplandor <strong>de</strong><br />

la piedra arquitectónica brillaba en sus ojos y<br />

nadie podía vernos.<br />

-Acaso no sea necesario que vayas a buscarle -me dijo, sonriendo-.<br />

Si gozas y te places con mi compañía, me basta, porque no tengo a<br />

nadie con quien divertirme.<br />

Entonces me acordé <strong>de</strong> las palabras <strong>de</strong> Kipa sobre las mujeres que<br />

invitan a los muchachos a divertirse con ellas. Fue este recuerdo tan<br />

brusco que retrocedí un paso.<br />

-¿No adiviné acaso que Sinuhé tiene miedo? -dijo ella, avanzando<br />

hacia mí.<br />

Pero yo levanté la mano y dije rápidamente:<br />

-Sé muy bien quién eres. Tu marido está <strong>de</strong> viaje; y tu corazón es<br />

un cebo pérfido y tu seno quema con mayor ardor que el fuego.<br />

Pero no tuve fuerzas para huir.<br />

La bella <strong>de</strong>sconocida mostró una leve confusión, pero sonrió <strong>de</strong><br />

nuevo y me dijo:<br />

-¿Eso crees? Pues no es verdad. Mi seno no quema como el fuego;<br />

por lo contrario, se dice que es <strong>de</strong>licioso. Compruébalo tú mismo.<br />

Me cogió la mano y la llevó a su pecho, <strong>de</strong>l que sentí la belleza a<br />

través <strong>de</strong> la tenue tela; hasta tal punto que empecé a temblar y mis<br />

mejillas se sonrojaron.<br />

-No me crees todavía -dijo con una <strong>de</strong>cepción fingida-. Es que la<br />

tela te estorba; espera, <strong>de</strong>ja que la separe.<br />

Abrió su túnica y puso mi mano sobre su pecho <strong>de</strong>snudo. Sentí latir<br />

su corazón, pero su pecho era tierno y fresco bajo mi mano.


-Ven, Sinuhé -dijo en voz baja-. Ven conmigo, beberemos vino y<br />

nos divertiremos juntos.<br />

-No <strong>de</strong>bo alejarme <strong>de</strong>l templo -dije, angustiado, sintiendo<br />

vergüenza <strong>de</strong> mi cobardía porque la <strong>de</strong>seaba y la temía tanto como ala<br />

muerte-. Debo conservarme puro hasta mi or<strong>de</strong>nación, <strong>de</strong> lo<br />

contrario me arrojarían <strong>de</strong>l templo y no podría entrar jamás en la<br />

Casa <strong>de</strong> la Vida. ¡Ten piedad <strong>de</strong> mí!<br />

Así hablé porque sabía que estaba dispuesto a seguirla si me lo<br />

hubiese pedido una sola vez más. Pero ella tenía experiencia y<br />

comprendió mi situación angustiosa. Dirigió una mirada a nuestro<br />

alre<strong>de</strong>dor. Estábamos solos, pero la gente circulaba no lejos <strong>de</strong><br />

nosotros y un guía explicaba a unos extranjeros las curiosida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l<br />

templo, exigiéndoles monedas <strong>de</strong> cobre para mostrarles nuevas<br />

maravillas.<br />

-Muy tímido eres, Sinuhé -me dijo-. Nobles y ricos me ofrecen<br />

alhajas <strong>de</strong> oro para que acepte divertirme con ellos. Pero tú <strong>de</strong>seas<br />

permanecer puro, Sinuhé.<br />

-Querrás, sin duda, que vaya en busca <strong>de</strong> Metufer -dije,<br />

<strong>de</strong>samparado. Sabía que Metufer no vacilaría en abandonar el templo<br />

toda la noche, pese a que fuese su turno <strong>de</strong> vela. Tenía medios <strong>de</strong><br />

hacerlo porque su padre era constructor real; pero en aquel momento<br />

hubiera sido capaz <strong>de</strong> matarlo.<br />

-Quizá no <strong>de</strong>seo ya que llames a Metufer -dijo con una expresión <strong>de</strong><br />

malicia en los ojos-. Quizá también <strong>de</strong>see que nos separemos como<br />

buenos amigos. Por esto te diré mi nombre, que es Nefernefernefer;<br />

se me juzga tan bella que nadie, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber pronunciado mi<br />

nombre, pue<strong>de</strong> evitar repetirlo dos o tres veces. También es<br />

costumbre que al separarse los amigos cambien regalos para no<br />

olvidarse mutuamente. Por esto te pido que me ofrezcas un regalo.<br />

Así conocí <strong>de</strong> nuevo mi pobreza, porque no tenía nada que darle, ni<br />

siquiera un mo<strong>de</strong>sto brazalete <strong>de</strong> cobre que, por otra parte, no<br />

hubiera osado ofrecerle. Sentía tanta vergüenza <strong>de</strong> mí mismo que<br />

bajé la cabeza sin <strong>de</strong>cir nada.<br />

-Pues bien, dame algo que caliente mi corazón -dijo ella, levantando<br />

con su <strong>de</strong>do mi barbilla y aproximando su rostro al mío.<br />

Cuando comprendí lo que <strong>de</strong>seaba toqué con mis labios sus labios<br />

tiernos. Lanzó un leve suspiro y dijo:<br />

-Gracias, ha sido un bello regalo, Sinuhé. No lo olvidaré. Pero <strong>de</strong>bes<br />

ser seguramente extranjero, <strong>de</strong> un lejano país, porque no has<br />

aprendido a besar. Cómo es posible que las cortesanas <strong>de</strong> Tebas no te<br />

hayan enseñado todavía este arte pese a que tu cabello esté cortado<br />

ya?


Se quitó una sortija <strong>de</strong>l pulgar, una sortija <strong>de</strong> plata y oro con una<br />

piedra ver<strong>de</strong> sin grabar, y me la puso en un <strong>de</strong>do.<br />

-También yo <strong>de</strong>bo hacerte un regalo para que no me olvi<strong>de</strong>s, Sinuhé<br />

-dijo-. Cuando hayas entrado en la Casa <strong>de</strong> la Vida, podrás hacerte<br />

grabar en ella tu sello y serás lo mismo que los nobles y los ricos. Pero<br />

recuerda que la piedra es ver<strong>de</strong> porque mi nombre es Nefernefernefer<br />

y porque me han dicho que mis ojos son ver<strong>de</strong>s como el Nilo bajo los<br />

rayos <strong>de</strong>l sol.<br />

-No puedo aceptar tu sortija, Nefernefernefer -y la repetición <strong>de</strong> este<br />

nombre me causó un goce in<strong>de</strong>cible-. Pero no te olvidaré jamás.<br />

-¡Qué tontería! -dijo ella-. Guarda la sortija, puesto que yo lo<br />

quiero. Guárdala a causa <strong>de</strong> mi capricho, porque sé que me traerá<br />

algún día un gran interés.<br />

Agitó su <strong>de</strong>do meñique <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mis ojos y me dijo con coquetería:<br />

-Desconfía siempre <strong>de</strong> las mujeres cuyo seno es más ardiente que el<br />

fuego.<br />

Dio media vuelta y se alejó, prohibiéndome acompañarla. Des<strong>de</strong> la<br />

puerta <strong>de</strong>l templo la vi subir a una litera ricamente adornada; el<br />

corredor salió para abrirle paso gritando. Vi a la gente apartarse y<br />

susurrar <strong>de</strong>spués, pero su marcha me <strong>de</strong>jó sumido en una espantosa<br />

sensación <strong>de</strong> vacío, como si me hubiese arrojado <strong>de</strong> cabeza a algún<br />

sombrío abismo.<br />

Metufer vio la sortija en mi mano algunos días <strong>de</strong>spués, me cogió la<br />

mano y, contemplando la sortija, dijo:<br />

-¡Por los cuarenta y dos babuinos <strong>de</strong> Osiris! Nefernefernefer,<br />

¿verdad? ¡Jamás lo hubiera creído <strong>de</strong> ti!<br />

Me miró con aire <strong>de</strong> respeto, pese a que el sacerdote me hubiera<br />

encargado barrer el suelo y realizar los más bajos menesteres porque<br />

no le había llevado ningún regalo.<br />

En aquel momento odiaba a Metufer como sólo pue<strong>de</strong> odiar un<br />

adolescente. A pesar <strong>de</strong> que ardía en <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> interrogarlo sobre<br />

Nefernefernefer, me abstuve porque no quería rebajarme tanto. Oculté<br />

mi secreto en mi corazón, porque la mentira es más exquisita que la<br />

verdad y el sueño más puro que la realidad terrestre. Admiraba la<br />

piedra ver<strong>de</strong> en mis <strong>de</strong>dos, evocaba sus ojos y su <strong>de</strong>licioso seno y<br />

sentía el olor <strong>de</strong> su perfume. Sus labios dulces tocaban los<br />

míos y me consolaba, porque Amón se me había ya aparecido y mi fe<br />

se había <strong>de</strong>rrumbado.<br />

Por esto al pensar en ella murmuraba: .Hermana mía.» Era a mis<br />

oídos como una caricia, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la más remota antigüedad esta<br />

palabra ha significado: “Mi adorada.»


Pero quiero contar aquí cómo se me apareció Amón.<br />

La cuarta noche era mi turno <strong>de</strong> velar sobre el reposo <strong>de</strong> Amón.<br />

Eramos siete, <strong>de</strong> los cuales dos, Mosé y Bek,<br />

querían entrar también en la Casa <strong>de</strong> la Vida. Por esto los conocía.<br />

Yo estaba <strong>de</strong>bilitado por el ayuno y la tensión <strong>de</strong> espíritu.<br />

Gravemente seguíamos sin sonreír al sacerdote -¡que su nombre<br />

permanezca siempre en el olvido!- que nos llevaba hacia el santuario.<br />

Amón había <strong>de</strong>scendido <strong>de</strong> su barca tras la montaña occi<strong>de</strong>ntal, los<br />

guardianes soplaron en sus trompetas <strong>de</strong> plata y las puertas <strong>de</strong>l templo<br />

fueron cerradas. Pero el sacerdote que nos guiaba se había saciado <strong>de</strong><br />

la carne <strong>de</strong> los sacrificios, los frutos y los panecillos dulces, el aceite<br />

corría por su rostro y el vino había empurpurado sus mejillas. Levantó,<br />

riéndose, la cortina y nos mostró el santo <strong>de</strong> los santos. Una enorme<br />

hornacina excavada en la roca albergaba a Amón, y bajo la luz <strong>de</strong> las<br />

lámparas sagradas, la pedrería <strong>de</strong> su cuello y su tiara lanzaban<br />

<strong>de</strong>stellos rojos, ver<strong>de</strong>s y azules; parecían ojos vivos. Al alba, bajo la<br />

dirección <strong>de</strong>l sacerdote, <strong>de</strong>bíamos ungirlo y cambiarle las vestiduras.<br />

Yo lo había visto ya durante la fiesta <strong>de</strong> la primavera llevado en<br />

procesión en una barca <strong>de</strong> oro, y las gentes se postraban <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él.<br />

Lo había visto también durante las crecidas navegar por el lago<br />

sagrado en su real nave <strong>de</strong> cedro. Pero, pobre estudiante, no lo había<br />

visto más que <strong>de</strong> lejos, y su traje rojo no me había producido una<br />

impresión tan gran<strong>de</strong> como ahora, bajo la luz <strong>de</strong> las lámparas y en el<br />

silencio absoluto <strong>de</strong>l santuario. El color rojo estaba reservado a los<br />

dioses, y al mirarlo, me parecía que la estatua <strong>de</strong> piedra me aplastaba<br />

con todo su peso.<br />

-Velad y orad por el dios -dijo el sacerdote, agarrándose <strong>de</strong> las<br />

cortinas porque sus piernas no estaban muy seguras-. Quizás os<br />

llamará por vuestros nombres, porque tiene la costumbre <strong>de</strong> mostrarse<br />

a los candidatos y hablarles si los juzga dignos <strong>de</strong> ello.<br />

Hizo rápidamente con la mano los signos sagrados murmurando los<br />

nombres divinos <strong>de</strong> Amón, y <strong>de</strong>jó caer la cortina sin hacer tan sólo una<br />

reverencia ni poner sus manos a la altura <strong>de</strong> las rodillas. Salió<br />

<strong>de</strong>jándonos solos en el atrio sombrío, cuyas losas helaban nuestros<br />

pies <strong>de</strong>snudos. Después <strong>de</strong> su marcha, Mosé sacó una lámpara y<br />

Ahmose penetró sin embarazo en el santuario y usó <strong>de</strong>l fuego <strong>de</strong> Amón<br />

para encen<strong>de</strong>rla.<br />

-Sería una locura permanecer en la oscuridad -dijo Mosé.<br />

3


Y nos sentimos más tranquilos aunque algo intimidados. Ahmose<br />

tenía pan y carne. Mata y Nefru comenzaron a jugar a los dados<br />

gritando con una voz tan aguda que resonaba en todo el templo.<br />

Después <strong>de</strong> haber comido, Ahmose se envolvió en sus vestiduras y se<br />

tendió en el suelo, lanzando maldiciones contra la dureza <strong>de</strong> las losas;<br />

Sinufer y Nefru no tardaron en seguir su ejemplo.<br />

Yo era joven y velaba, a pesar <strong>de</strong> saber que Metufer había regalado<br />

al sacerdote una jarra <strong>de</strong> vino, invitándolo a su habitación con otros<br />

dos hijos <strong>de</strong> buena familia, <strong>de</strong> manera que no podía venir a<br />

sorpren<strong>de</strong>rnos. Velaba, pese a saber, por haberlo oído <strong>de</strong>cir, que todos<br />

los candidatos comían, jugaban o dormían. Mata comenzó a hablar <strong>de</strong>l<br />

templo <strong>de</strong> Sekhmet, <strong>de</strong> cabeza <strong>de</strong> leona, don<strong>de</strong> la hija celeste <strong>de</strong> Amón<br />

se aparecía a los reyes guerreros y los besaba. Este templo estaba<br />

situado <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l <strong>de</strong> Amón, pero no gozaba ya <strong>de</strong>l favor <strong>de</strong>l pueblo.<br />

Hacía décadas que el faraón no había vuelto a él y la hierba crecía por<br />

entre las gran<strong>de</strong>s losas <strong>de</strong>l patio. Pero Mata <strong>de</strong>cía que no tendría<br />

ningún inconveniente en velar allá y besar la <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la diosa, y<br />

Nefru lanzaba los dados, bostezaba y lamentaba no haber tenido la<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> proveerse <strong>de</strong> vino. Después, los dos se acostaron y pronto fui<br />

yo el único en velar.<br />

La noche fue larga y, mientras los <strong>de</strong>más dormían, una profunda<br />

piedad se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> mí, porque era todavía joven y me <strong>de</strong>cía que<br />

había permanecido puro y observado todos los ritos, a fin <strong>de</strong> que<br />

Amón se me apareciera. Repetía sus nombres sagrados y aguzaba el<br />

oído al menor ruido poniendo en tensión mis sentidos, pero el templo<br />

permanecía vacío y frío. Hacia el alba la cortina <strong>de</strong>l santuario se movió<br />

un poco, pero eso fue todo. Cuando la luz <strong>de</strong>l día entró en el templo<br />

apagué la luz, presa <strong>de</strong> una <strong>de</strong>cepción in<strong>de</strong>cible, y <strong>de</strong>sperté a mis<br />

compañeros.<br />

Los soldados hicieron sonar sus trompetas, los guardias fueron<br />

relevados en las murallas y un murmullo indistinto proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> los<br />

patios llegó hasta mí, como la resaca <strong>de</strong> las olas lejanas bajo el viento;<br />

así nos dimos cuenta <strong>de</strong> que el trabajo cotidiano <strong>de</strong>l templo había<br />

comenzado. El sacerdote vino por fin con gran<strong>de</strong>s prisas, seguido, con<br />

gran sorpresa mía, <strong>de</strong> Metufer. Los dos apestaban a vino, iban cogidos<br />

<strong>de</strong>l brazo, y el sacerdote balanceaba las llaves <strong>de</strong> los cofres en su mano<br />

y repetía, ayudado por Metufer, las palabras sagradas antes <strong>de</strong><br />

saludarnos.<br />

-Candidatos Mata, Mosé, Bek, Sinufer, Nefru, Ahmose y Sinuhé,<br />

¿habéis velado y orado, como está prescrito, para merecer vuestra<br />

iniciación?<br />

-Sí -respondimos con una sola voz.


-¿Se os ha aparecido Amón según su promesa? -prosiguió el<br />

sacerdote mirándonos con sus ojos cansados.<br />

Después <strong>de</strong> un momento <strong>de</strong> vacilación en el grupo, Mosé dijo con<br />

pru<strong>de</strong>ncia:<br />

-Se nos ha aparecido según su promesa.<br />

Todos repitieron esta frase, pero yo no dije nada; me parecía que una<br />

mano me estrujaba el corazón, porque lo que<br />

<strong>de</strong>cían mis compañeros se me antojaba sacrílego.<br />

Metúfer dijo con impru<strong>de</strong>ncia:<br />

-He velado y orado también por merecer la or<strong>de</strong>nación, porque la<br />

noche próxima tengo otra cosa que hacer que velar aquí. Amón se me<br />

ha aparecido, como pue<strong>de</strong> testimoniarlo el sacerdote, en forma <strong>de</strong><br />

gruesa parra y me ha confiado una serie <strong>de</strong> secretos que no puedo<br />

revelaros, pero sus palabras eran en mi boca dulces como el vino, <strong>de</strong><br />

forma que he tenido sed <strong>de</strong> beberlas hasta el nuevo día.<br />

Armándose <strong>de</strong> valor, Mosé dijo:<br />

-A mí se me ha aparecido bajo la forma <strong>de</strong> su hijo Horus; se posó<br />

sobre mi hombro y me dijo: «Bendito seas, Mosé, bendita sea tu<br />

familia, a fin <strong>de</strong> que un día puedas sentarte en la casa <strong>de</strong> las dos<br />

puertas y tengas numerosos servidores a quienes mandar.»<br />

Los <strong>de</strong>más se dieron prisa en repetir lo que Amón les había dicho y<br />

hablaban todos a la vez mientras el sacerdote los miraba, riéndose. No<br />

sé si contaban sus sueños o mentían. Pero yo me sentía solo y<br />

<strong>de</strong>samparado y no <strong>de</strong>cía nada.<br />

Finalmente, el sacerdote se volvió hacia mí, frunció el ceño y dijo<br />

severamente:<br />

-Y tú, Sinuhé, ¿no eres acaso digno <strong>de</strong> ser or<strong>de</strong>nado? ¿No se te ha<br />

aparecido acaso el divino Amón? ¿No lo has visto siquiera bajo la<br />

forma <strong>de</strong> un ratón, puesto que elige a su antojo millares <strong>de</strong> formas<br />

distintas?<br />

Para mí se trataba <strong>de</strong> entrar en la Casa <strong>de</strong> la Vida, <strong>de</strong> manera que me<br />

armé <strong>de</strong> valor:<br />

-Al alba he visto moverse la cortina <strong>de</strong>l santuario, pero no he visto a<br />

Amón ni me ha hablado.<br />

Ante mis palabras todos se echaron a reír y Metufer se golpeó las<br />

rodillas diciéndole al sacerdote:<br />

-Es tonto...<br />

Cogió al sacerdote por la manga, que estaba manchada <strong>de</strong> vino, y le<br />

dijo unas palabras al oído, mirándome.<br />

El sacerdote me lanzó una nueva mirada severa.<br />

-Si no has oído la voz <strong>de</strong> Amón -dijo-, no podré iniciarte. Pero lo<br />

intentaremos, porque eres un muchacho creyente y con intenciones


uenas. Y con estas palabras entró en el santuario. Metufer se acercó a<br />

mí, vio mi expresión <strong>de</strong>solada y me sonrió amistosamente.<br />

-No temas nada -me dijo.<br />

Al cabo <strong>de</strong> un instante todos tuvimos un sobresalto, porque en el<br />

templo resonaba una voz sobrenatural que parecía manar <strong>de</strong> todas<br />

partes: <strong>de</strong>l techo, <strong>de</strong>l muro y <strong>de</strong> las columnas.<br />

Esta voz <strong>de</strong>cía:<br />

-Sinuhé, Sinuhé, gandul, haragán, ¿dón<strong>de</strong> estás? Preséntate ante mí<br />

y hónrame, porque no tengo ganas <strong>de</strong> esperarte todo el día.<br />

Metufer se ahogaba <strong>de</strong> risa y, empujándome hacia el santuario, me<br />

hizo acostarme sobre el suelo en la actitud prescrita para saludar a los<br />

dioses y los faraones. Pero levanté la cabeza y vi que la luz había<br />

invadido todo el santuario. La voz salía <strong>de</strong> la boca <strong>de</strong> Amón.<br />

-Sinuhé, Sinuhé, cerdo babuino..., ¿estabas borracho, puesto que<br />

dormías cuando te llamé? Deberías ser ahogado en el fango, pero por<br />

tu temprana edad te perdono, pese a que no seas más que una bestia<br />

perezosa, porque perdono a los que creen en mí y arrojo a los <strong>de</strong>más a<br />

un abismo infernal.<br />

No recuerdo todo lo que dijo la voz, gritando y maldiciendo, ni<br />

quiero recordarlo, tan humillante y amargo era para mí, porque,<br />

escuchando bien, había reconocido en aquel rugido sobrenatural el<br />

tono <strong>de</strong> voz <strong>de</strong>l sacerdote y este <strong>de</strong>scubrimiento me había <strong>de</strong>jado<br />

consternado y glacial. Pese a que la voz se hubiese callado, continué<br />

postrado a los pies <strong>de</strong> Amón, hasta que el sacerdote vino a levantarme<br />

<strong>de</strong> un puntapié, mientras mis compañeros me entregaban incienso,<br />

ungüentos, pomadas y vestiduras rojas.<br />

Cada cual tenía su misión <strong>de</strong>terminada. Yo recordé la mía y corrí al<br />

vestíbulo en busca <strong>de</strong> un cubo <strong>de</strong> agua sagrada y paños para lavar el<br />

rostro, las manos y los pies <strong>de</strong>l dios. A mi regreso vi al sacerdote<br />

escupir al rostro <strong>de</strong> Amón y enjugarlo con su manga mancillada.<br />

Después Mosé y Nefru le pintaron los labios, las cejas y las mejillas.<br />

Metufer lo ungió y, riéndose, pasó el pincel por el rostro <strong>de</strong>l sacerdote<br />

y el suyo. Finalmente, <strong>de</strong>snudamos la estatua, la lavamos y la secamos,<br />

como si hubiese hecho sus necesida<strong>de</strong>s, y le pusimos vestiduras<br />

limpias.<br />

Cuando todo hubo terminado, el sacerdote recogió los vestidos y las<br />

ropas porque los vendía a trozos a los ricos visitantes <strong>de</strong>l templo, y el<br />

agua servía para curar las enfermeda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la piel. Por fin quedamos<br />

libres y pu<strong>de</strong> salir al patio bajo el sol, don<strong>de</strong> vomité.<br />

Mi corazón y mi cabeza estaban tan vacíos como mi estómago,<br />

porque no creía ya en los dioses. Pero cuando, una semana <strong>de</strong>spués,<br />

me ungieron con aceite y me or<strong>de</strong>naron sacerdote <strong>de</strong> Amón, presté<br />

juramento sacerdotal y recibí un certificado. Este ostentaba el sello <strong>de</strong>l


gran templo <strong>de</strong> Amón y mi nombre, y me daba acceso a la Casa <strong>de</strong> la<br />

Vida.<br />

Así fue como Mosé, Bek y yo entramos en esta casa. La puerta se<br />

abrió ante nosotros, mi nombre fue inscrito en el Libro <strong>de</strong> la Vida,<br />

como fueron un día los <strong>de</strong> mi padre Senmut y el <strong>de</strong> su padre. Pero ya<br />

no era feliz.<br />

En la Casa <strong>de</strong> la Vida, la enseñanza hubiera <strong>de</strong>bido ser vigilada por<br />

los médicos reales, cada cual en su rama. Pero sólo se les veía<br />

raramente, porque su clientela era numerosa, recibían ricos regalos<br />

por sus servicios y habitaban vastas resi<strong>de</strong>ncias en las afueras <strong>de</strong> la<br />

villa. Sin embargo, cuando se llevaba a la Casa <strong>de</strong> la Vida un enfermo<br />

cuyo caso sobrepasaba la competencia <strong>de</strong> los médicos ordinarios o al<br />

que nadie se atrevía a tratar, se llamaba a un médico real, que hacía lo<br />

que podía <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los discípulos. Así, gracias a Amón, el enfermo<br />

más pobre podía gozar <strong>de</strong> los cuidados <strong>de</strong> un médico real.<br />

Porque los enfermos <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Vida pagaban según sus<br />

medios, y aun cuando muchos llevaban un<br />

certificado atestiguando que un médico ordinario no podía curarlos,<br />

los más pobres iban directamente a la Casa <strong>de</strong> la<br />

Vida y no se les hacía pagar nada. Todo aquello era bello y justo, pero<br />

yo no hubiera querido ser pobre y estar enfermo, porque con estos<br />

pobres <strong>de</strong>sgraciados se ejercitaban los aprendices y los alumnos los<br />

cuidaban sin darles calmantes, <strong>de</strong> manera que tenían que sufrir las<br />

pinzas, las cuchilladas y el fuego sin anestesia. Por esto<br />

frecuentemente se oían en los patios <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Vida los aullidos<br />

y los lamentos <strong>de</strong> los pobres.<br />

Incluso para un alumno dotado, los estudios eran largos. Debíamos<br />

apren<strong>de</strong>r la ciencia <strong>de</strong> los remedios y conocer las plantas, saber<br />

cogerlas en el momento propicio, secarlas y <strong>de</strong>stilarlas, porque en caso<br />

<strong>de</strong> necesidad un médico <strong>de</strong>bía po<strong>de</strong>r preparar él mismo sus pociones.<br />

Yo y muchos otros murmurábamos contra este sistema, porque no<br />

veíamos la utilidad, puesto que en la Casa <strong>de</strong> la Vida se podían obtener<br />

todos estos remedios ya mezclados y dosificados. Pero, como se verá<br />

más tar<strong>de</strong>, esta enseñanza me fue muy útil.<br />

Debíamos apren<strong>de</strong>r también los nombres <strong>de</strong> las diferentes partes <strong>de</strong>l<br />

cuerpo, su función y el objeto <strong>de</strong> los diferentes órganos. Debíamos<br />

apren<strong>de</strong>r a manejar el cuchillo, el escalpelo y las tenazas, pero ante<br />

todo <strong>de</strong>bíamos acostumbrar nuestras manos a sentir los dolores tanto<br />

en las cavida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l cuerpo humano como a través <strong>de</strong> la piel y había<br />

4


que saber también leer las enfermeda<strong>de</strong>s en los ojos <strong>de</strong>l paciente.<br />

Teníamos asimismo que asistir a un parto cuando los cuidados <strong>de</strong> la<br />

comadrona no bastaban. Había que apren<strong>de</strong>r a aumentar o calmar los<br />

dolores según las necesida<strong>de</strong>s. Había que saber distinguir las<br />

enfermeda<strong>de</strong>s graves <strong>de</strong> las benignas, las que procedían <strong>de</strong>l espíritu,<br />

como las <strong>de</strong>l cuerpo. Había que saber filtrar la verdad a través <strong>de</strong> las<br />

palabras <strong>de</strong>l enfermo, y <strong>de</strong> la cabeza a los pies, saber hacer las<br />

preguntas necesarias para obtener una imagen clara <strong>de</strong> la enfermedad.<br />

Era, pues, comprensible que cuanto más avanzaba en mis estudios<br />

más sintiese la insuficiencia <strong>de</strong> mi saber. ¿No es acaso una realidad<br />

que un médico no lo es realmente hasta que conoce humil<strong>de</strong>mente que<br />

no sabe nada? Pero no hay que <strong>de</strong>cirlo a los profanos, porque lo que<br />

importa ante todo es que un enfermo tenga confianza en su médico y<br />

en su habilidad. Es el fundamento <strong>de</strong> toda curación sobre el cual hay<br />

que edificar. Por esto un médico no <strong>de</strong>be equivocarse nunca, porque<br />

un médico falible pier<strong>de</strong> su reputación y disminuye la <strong>de</strong> sus colegas.<br />

Por esto ocurre que en las casas <strong>de</strong> los ricos, cuando <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un<br />

primer médico se llama a un segundo y a un tercero para examinar un<br />

caso difícil, los colegas prefieren enterrar el error <strong>de</strong>l primero antes<br />

que revelarlo con gran perjuicio <strong>de</strong>l cuerpo médico. Por esto se dice<br />

que los médicos entierran juntos a sus enfermos.<br />

Pero en aquel tiempo yo no sabía nada <strong>de</strong> esto y entré en la Casa <strong>de</strong><br />

la Vida con la respetuosa convicción <strong>de</strong> que iba a <strong>de</strong>scubrir toda la<br />

sabiduría terrestre. Las primeras semanas fueron duras, porque el<br />

discípulo joven es el servidor <strong>de</strong> los antiguos y no hay criado<br />

subalterno que no le sea superior. Ante todo el alumno <strong>de</strong>be apren<strong>de</strong>r<br />

la limpieza, y no hay tarea repugnante que no se le confíe, <strong>de</strong> manera<br />

que se siente enfermo <strong>de</strong> asco hasta el momento en que se endurece.<br />

Pero no tarda en saber que un cuchillo no está limpio hasta que ha<br />

sido purificado por el fuego, y una tela hervida en agua <strong>de</strong> sosa.<br />

Sin embargo, todo cuanto hace referencia al arte <strong>de</strong> la medicina está<br />

escrito en los libros, <strong>de</strong> manera que no me <strong>de</strong>tendré más sobre ello.<br />

Como <strong>de</strong>squite quiero hablar <strong>de</strong> lo que he visto y en particular sobre lo<br />

que los <strong>de</strong>más no han escrito.<br />

Después <strong>de</strong> una larga estancia, vino el día en que me dieron una<br />

blusa blanca <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las purificaciones rituales y pu<strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r, en<br />

las salas <strong>de</strong> visita, a arrancar dientes a los hombres fuertes, curar las<br />

heridas y entablillar miembros fracturados. Todo aquello no era nuevo<br />

para mí y gracias a las enseñanzas <strong>de</strong> mi padre hice rápidos progresos<br />

y llegué a ser pronto el jefe <strong>de</strong> mis camaradas. Algunas veces recibía<br />

regalos, y un día hice grabar mi nombre sobre la piedra ver<strong>de</strong> que<br />

Nefernefernefer me había dado, a fin <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r estampar mi nombre<br />

sobre mis recetas.


Abordé tareas cada vez más difíciles, y pu<strong>de</strong> velar en las salas don<strong>de</strong><br />

reposaban los incurables, seguir los cuidados y las operaciones <strong>de</strong> los<br />

médicos célebres que eran capaces <strong>de</strong> salvar un enfermo <strong>de</strong> cada diez.<br />

Aprendí también a ver que para el médico la muerte no tiene nada <strong>de</strong><br />

espantoso y que a menudo para el enfermo es una amiga compasiva,<br />

<strong>de</strong> manera que frecuentemente el rostro <strong>de</strong> un hombre moribundo<br />

<strong>de</strong>muestra más felicidad que durante los días miserables <strong>de</strong> su vida.<br />

Sin embargo, fui ciego y sordo hasta el momento en que tuve una<br />

iluminación como antaño, durante mi infancia, cuando las imágenes,<br />

las palabras y las letras cobraron vida para mí. Un día mis ojos se<br />

abrieron, me <strong>de</strong>sperté como <strong>de</strong> un sueño y con el espíritu <strong>de</strong>sbordante<br />

<strong>de</strong> alegría me pregunté: «¿Por qué?» Porque la temida clave <strong>de</strong> todo<br />

verda<strong>de</strong>ro saber es la pregunta: «¿Por qué?» Esta palabra es más<br />

fuerte que la caña <strong>de</strong> Thoth y más po<strong>de</strong>rosa que las inscripciones<br />

grabadas sobre la piedra.<br />

He aquí cómo ocurrió. Una mujer no había tenido hijos y se creía<br />

estéril porque había pasado ya <strong>de</strong> la cuarentena. Un día, sus<br />

menstruos cesaron y, atemorizada, acudió a la Casa <strong>de</strong> la Vida<br />

preguntándose si un mal espíritu habría penetrado en ella<br />

empozoñando su cuerpo. Como está prescrito, tomé unos granos <strong>de</strong><br />

trigo y los hundí en la tierra. Regué algunos granos con agua <strong>de</strong>l Nilo y<br />

los otros con orina <strong>de</strong> la mujer. Puse todo aquello al sol y le dije a la<br />

mujer que volviese a pasar al cabo <strong>de</strong> algunos días. Cuando vino, los<br />

granos habían germinado; los que habían sido regados con agua <strong>de</strong>l<br />

Nilo eran pequeños, mientras los <strong>de</strong>más estaban florecientes. Así lo<br />

que estaba escrito era verdad, como se lo dije a la mujer sorprendida.<br />

-Regocíjate, mujer, porque en su misericordia el po<strong>de</strong>roso Amón ha<br />

ben<strong>de</strong>cido tu seno y tendrás un hijo, como las <strong>de</strong>más mujeres<br />

benditas. La pobre mujer lloró y me dio un brazalete <strong>de</strong> plata que<br />

pesaba dos <strong>de</strong>ben (el <strong>de</strong>ben o tabonom, pesa aprox. 90g). Pero en el<br />

acto me preguntó si sería varón, porque se figuraba que lo sabía todo.<br />

Reflexioné un momento, la miré a los ojos y le dije:<br />

-Será un hijo.<br />

Porque las probabilida<strong>de</strong>s eran las mismas y en aquellos tiempos<br />

tenía suerte en el juego. Estuvo todavía más<br />

contenta y me dio otro brazalete igual al primero.<br />

Una vez se hubo marchado, me pregunté:<br />

«¿Cómo es posible que un grano <strong>de</strong> trigo sepa lo que ningún médico<br />

pue<strong>de</strong> dilucidar antes <strong>de</strong> que los signos <strong>de</strong>l<br />

embarazo sean perceptibles a la vista?» Entonces me <strong>de</strong>cidí a hacer<br />

esta pregunta a mi maestro, pero éste se limitó a contestar:<br />

-Está escrito.


Pero aquélla no era una respuesta satisfactoria a mi porqué. Me<br />

<strong>de</strong>cidí a consultar acerca <strong>de</strong> la maternidad al<br />

médico comadrón real, quien me dijo:<br />

-Amón es el dios <strong>de</strong> todos los dioses. Su ojo ve la matriz que recibe<br />

la semilla. Si permite la fecundación, ¿por qué no permitir que un<br />

grano germine en la tierra si se ha regado con el agua <strong>de</strong> la mujer<br />

fecundada?<br />

Me dirigió una mirada <strong>de</strong> compasión como a un imbécil, pero su<br />

respuesta no me, satisfizo.<br />

Ahora mis ojos se abren y veo que los médicos <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Vida<br />

conocían únicamente los textos y las costumbres, pero nada más.<br />

Porque si preguntaba por qué había que cauterizar una herida<br />

purulenta mientras se unta una herida ordinaria y se la cubre con un<br />

apósito y por qué el moho y las telarañas curan los abcesos, me<br />

respondían:<br />

-Así se ha hecho siempre.<br />

De la misma forma el manipulador <strong>de</strong>l cuchillo que cura tiene el<br />

<strong>de</strong>recho <strong>de</strong> practicar las ciento veintidós<br />

operaciones e incisiones que han sido <strong>de</strong>scritas, y las ejecuta más o<br />

menos bien según su experiencia y habilidad; más o menos<br />

lentamente, ocasionando más o menos sufrimientos al enfermo; pero<br />

no pue<strong>de</strong> hacer nada más porque sólo éstas han sido <strong>de</strong>scritas.<br />

Había gente que se a<strong>de</strong>lgazaba y cuyo rostro se ponía pálido, pero el<br />

médico no podía <strong>de</strong>scubrir enfermedad ni <strong>de</strong>fecto. Y, sin embargo,<br />

estos enfermos recuperaban la salud si comían hígado crudo <strong>de</strong> las<br />

víctimas <strong>de</strong> los sacrificios pagando por él un precio elevado, pero nadie<br />

podía explicar el porqué; nadie se atrevía siquiera a preguntarlo. Otros<br />

tenían dolores <strong>de</strong> vientre, y sus manos y sus rostros se ponían<br />

ardientes; tomaban purgantes y calmantes, pero unos sanaban y otros<br />

morían sin que los médicos pudiesen <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> antemano lo que<br />

ocurriría. No estaba siquiera permitido preguntarse por qué. No tardé<br />

en darme cuenta <strong>de</strong> que hacía <strong>de</strong>masiadas preguntas, porque todos<br />

comenzaron a mirarme <strong>de</strong> soslayo y los camaradas entrados más tar<strong>de</strong><br />

que yo pasaban <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí y me daban ór<strong>de</strong>nes. Entonces fue<br />

cuando me quité mi vestidura blanca, me purifiqué y abandoné la Casa<br />

<strong>de</strong> la Vida, llevándome los dos brazaletes cuyo peso era <strong>de</strong> cuatro<br />

<strong>de</strong>ben.<br />

Cuando salí <strong>de</strong>l templo en pleno día, cosa que no me había ocurrido<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía muchos años, me di inmediatamente cuenta <strong>de</strong> que Tebas<br />

5


había cambiado mucho durante mis estudios. Lo vi al seguir la<br />

Avenida <strong>de</strong> los Carneros y al cruzar las plazas <strong>de</strong> los mercados. Por<br />

doquier reinaba una nueva inquietud y la indumentaria <strong>de</strong> la gente era<br />

más lujosa y complicada y era ya imposible distinguir, por los pliegues<br />

<strong>de</strong>l traje y la peluca, si era un hombre o una mujer. De las tabernas y<br />

las casas <strong>de</strong> placer salía la música <strong>de</strong> Siria y en las calles se oían<br />

constantemente nombres extranjeros; los sirios y los negros se<br />

mezclaban <strong>de</strong>scaradamente con los egipcios. La opulencia y el po<strong>de</strong>río<br />

<strong>de</strong> Egipto eran infinitos y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía siglos ningún enemigo había<br />

hollado el suelo <strong>de</strong>l país, y los hombres llegados a la edad adulta<br />

ignoraban cuanto hiciese referencia a la guerra. Pero la gente, ¿era<br />

acaso más feliz? No lo creo, porque todas las miradas estaban<br />

inquietas, todo el mundo llevaba prisa, cada cual esperaba una mejora<br />

futura sin gozar <strong>de</strong>l momento presente.<br />

Andaba al azar por las calles <strong>de</strong> Tebas; iba solo y mi corazón estaba<br />

henchido <strong>de</strong> angustia y <strong>de</strong> dolor. Regresé a casa y vi que mi padre<br />

Senmut había envejecido; su espalda se había encorvado y sus ojos no<br />

podían ya distinguir los signos sobre el papel. Vi también que mi<br />

madre Kipa había envejecido, ja<strong>de</strong>aba al caminar y no hablaba más<br />

que <strong>de</strong> la tumba, porque con sus economías mi padre había comprado<br />

una tumba en la necrópolis situada al oeste <strong>de</strong>l río. Yo la había visto,<br />

era <strong>de</strong> ladrillos con los muros adornados con las imágenes e<br />

inscripciones habituales. Estaba ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> millares <strong>de</strong> tumbas<br />

semejantes que los sacerdotes <strong>de</strong> Amón vendían muy caras a la gente<br />

respetable y económica y a fin <strong>de</strong> asegurarles la inmortalidad. Para<br />

complacer a mi madre, le había redactado un Libro <strong>de</strong> los Muertos<br />

que sería enterrado en la tumba <strong>de</strong> mis padres a fin <strong>de</strong> que no se<br />

extraviasen en su largo viaje, y estaba escrito sin la menor falta, si bien<br />

no tenía imágenes pintadas como los que vendían en el templo <strong>de</strong><br />

Amón.<br />

Mi madre me dio <strong>de</strong> comer y mi padre me interrogó sobre mis<br />

estudios, pero no encontramos nada más que <strong>de</strong>cirnos; mi casa me era<br />

extranjera y extranjera me era también la calle en que vivíamos. Y por<br />

esto mi corazón se acongojaba. Pero yo pensaba en el templo <strong>de</strong> Ptah y<br />

en Thotmés, que quería ser artista. Y me dije: «Tengo cuatro <strong>de</strong>ben <strong>de</strong><br />

plata en el bolsillo. Voy a ir a encontrar a mi amigo a fin <strong>de</strong> que nos<br />

divirtamos juntos bebiendo vino, puesto que no obtengo nunca<br />

respuesta a mis preguntas.»<br />

Por esto me <strong>de</strong>spedí <strong>de</strong> mis padres diciéndoles que <strong>de</strong>bía regresar a<br />

la Casa <strong>de</strong> la Vida y a la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> fui al templo <strong>de</strong> Ptah y<br />

pregunté al guardián por el alumno Thotmés. Entonces me enteré <strong>de</strong><br />

que había sido expulsado <strong>de</strong> la escuela hacía mucho tiempo ya. Los<br />

alumnos a quienes me había dirigido y que tenían las manos


manchadas <strong>de</strong> grasa, escupían en el suelo al pronunciar su nombre.<br />

Pero uno <strong>de</strong> ellos me habló:<br />

-Si buscas a Thotmés lo hallarás en una taberna o en una casa <strong>de</strong><br />

lenocinio.<br />

Otro añadió:<br />

-Si oyes a alguien que blasfeme <strong>de</strong> los dioses, Thotmés no estará<br />

lejos <strong>de</strong> allá.<br />

Y un tercero dijo:<br />

-Encontrarás a tu amigo Thotmés por todas partes don<strong>de</strong> se riña y<br />

se hiera.<br />

De nuevo escupieron <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí porque había dicho que era<br />

amigo <strong>de</strong> Thotmés, pero creo que obraban así únicamente a causa <strong>de</strong><br />

su dueño; porque en cuanto éste hubo dado media vuelta me dijeron<br />

que fuese a una taberna llamada «La jarra Siria».<br />

Descubrí este antro en el límite <strong>de</strong>l barrio <strong>de</strong> los pobres y el <strong>de</strong> los<br />

gran<strong>de</strong>s, y su puerta estaba adornada con inscripciones en alabanza <strong>de</strong><br />

las viñas <strong>de</strong> Amón y <strong>de</strong>l vino <strong>de</strong>l puerto. En el interior, las pare<strong>de</strong>s<br />

estaban cubiertas <strong>de</strong> pinturas alegres en las que los babuinos<br />

acariciaban a las bailarinas y las cabras tocaban la flauta. En el suelo,<br />

los artistas sentados dibujaban con ardor y un anciano contemplaba<br />

tristemente su copa vacía <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él.<br />

-¡Sinuhé, por el torno <strong>de</strong>l alfarero! -gritó alguien que se levantó a<br />

saludarme alzando la mano en signo <strong>de</strong> gran amistad.<br />

Reconocí a Thotmés, pese a que sus ropas estuviesen sucias y<br />

<strong>de</strong>sgarradas; tenía los ojos inyectados en sangre y un chichón en la<br />

frente. Había a<strong>de</strong>lgazado y envejecido y la comisura <strong>de</strong> sus labios<br />

estaba arrugada pese a que fuese joven todavía. Pero en sus ojos había<br />

todavía algo atractivo y ardiente cuando me miraba. Inclinó su cabeza<br />

hacia mí, hasta que nuestras mejillas se tocaron. Así reconocí que<br />

seguíamos siendo amigos.<br />

-Mi corazón está henchido <strong>de</strong> dolor y todo es vanidad -le dije-. Por<br />

esto te he buscado, a fin <strong>de</strong> que regocijásemos juntos nuestros<br />

corazones con el vino, porque nadie me respon<strong>de</strong> cuando pregunto<br />

«¿Por qué?». Pero Thotmés levantó su escasa vestidura para<br />

<strong>de</strong>mostrarme que no tenía con qué comprar vino.<br />

-Llevo en mis muñecas cuatro <strong>de</strong>ben <strong>de</strong> plata -dije con orgullo. Pero<br />

Thotmés mostró mi cabeza afeitada que <strong>de</strong>lataba que era un sacerdote<br />

<strong>de</strong> primer grado. Era lo único <strong>de</strong> que podía envanecerme. Y sentí<br />

<strong>de</strong>specho por no haber <strong>de</strong>jado crecer mis cabellos. Por esto le dije con<br />

impaciencia:<br />

-Soy médico y no sacerdote. Creo haber leído en la puerta que tienen<br />

aquí también los vinos <strong>de</strong>l puerto. Probémoslos, si son buenos.


Con estas palabras sacudí los brazaletes <strong>de</strong> mis brazos y el dueño<br />

acudió y se inclinó ante mí poniendo las manos a la altura <strong>de</strong> las<br />

rodillas.<br />

-Tengo vinos <strong>de</strong> Sidón y <strong>de</strong> Biblos, cuyos sellos están todavía<br />

intactos y que han sido endulzados con mirra -dijo-. Ofrezco también<br />

vinos mezclados en copas <strong>de</strong> colores; suben a la cabeza como los<br />

suspiros <strong>de</strong> una mujer bonita y llenan <strong>de</strong> júbilo el corazón.<br />

En vista <strong>de</strong> que el dueño seguía enumerando incansablemente las<br />

excelencias <strong>de</strong> su mercancía me volví hacia Thotmés, que encargó una<br />

mezcla <strong>de</strong> vinos. Un esclavo vino a echarnos agua sobre las manos y<br />

nos <strong>de</strong>jó un plato <strong>de</strong> granos <strong>de</strong> loto asados, sobre una mesita baja que<br />

puso <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros. El dueño <strong>de</strong>positó sobre ella las copas.<br />

Thotmés vertió una gota <strong>de</strong> vino por el suelo exclamando:<br />

-¡Por el divino alfarero! ¡Que el diablo se lleve a la escuela <strong>de</strong> bellas<br />

artes y todos sus maestros!<br />

Entonces mencionó los nombres <strong>de</strong> los que más <strong>de</strong>testaba y yo seguí<br />

su ejemplo.<br />

-¡En nombre <strong>de</strong> Amón -dije-, que su barca se hunda eternamente,<br />

que la panza <strong>de</strong> sus sacerdotes se reviente y que la peste roa a los<br />

ignorantes maestros <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Vida!<br />

-No temas nada -me dijo Thotmés-. En esta taberna han<br />

escandalizado tanto los oídos <strong>de</strong> Amón que nadie hace ya caso. Aquí<br />

todos los clientes son gente perdida. No conseguiría siquiera ganar mi<br />

pan y mi cerveza si no se me hubiese ocurrido dibujar ilustraciones<br />

para los hijos <strong>de</strong> los ricos.<br />

Me mostró un rollo <strong>de</strong> papiro cubierto <strong>de</strong> dibujos y no pu<strong>de</strong> menos<br />

que reírme porque había dibujado una fortaleza <strong>de</strong>fendida por un gato<br />

tembloroso contra unos ratones, había también un hipopótamo que<br />

cantaba en la cima <strong>de</strong> un árbol, mientras un pichón trepaba<br />

penosamente por una escalera apoyada contra el tronco.<br />

Thotmés me miró y sus ojos pardos sonrieron. Enrolló <strong>de</strong> nuevo el<br />

papiro y <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> reír porque me mostraba una imagen en la que un<br />

diminuto sacerdote calvo llevaba a un faraón como se lleva una<br />

víctima al suplicio. En otro, un faraón pequeño se inclinaba ante la<br />

inmensa estatua <strong>de</strong> Amón. Viendo mi sorpresa, me explicó:<br />

-¿No es acaso justo? También los padres se ríen <strong>de</strong> mis imágenes<br />

porque son disparatadas. Es tan ridículo que un<br />

ratón ataque a un gato, como que un sacerdote arrastre un faraón<br />

tirando <strong>de</strong> la correa. Pero los que saben comienzan a reflexionar. Sin<br />

embargo, no careceré <strong>de</strong> pan ni <strong>de</strong> cerveza hasta el día que los<br />

sacerdotes me hagan asesinar por sus guardianes en cualquier<br />

esquina. Les ha ocurrido ya a otros.<br />

-Bebamos -dije yo entonces.


Y vaciamos nuestra copas, pero mi corazón no sintió ningún<br />

regocijo.<br />

-¿Es acaso un error preguntar «¿Por qué?»?-dije yo.<br />

-Des<strong>de</strong> luego, es un error, porque el hombre que se atreve a<br />

preguntar por qué, no tiene ya hogar, ni techo, ni asilo en el país <strong>de</strong><br />

Kemi. Todo <strong>de</strong>be permanecer inmutable, ya lo sabes. Yo temblaba <strong>de</strong><br />

júbilo y <strong>de</strong> orgullo al entrar en la escuela <strong>de</strong> bellas artes, recuérdalo,<br />

Sinuhé. Era como un sediento al lado <strong>de</strong> una fuente. Como un<br />

hambriento que recibe un pan. Y he aprendido muchas cosas útiles. He<br />

aprendido a sostener un lápiz, a manejar un cincel, a mol<strong>de</strong>ar el<br />

mo<strong>de</strong>lo en cera antes <strong>de</strong> esculpirlo en la piedra, a pulir ésta, a<br />

combinar los guijarros <strong>de</strong> colores y a teñir el alabastro. Pero cuando<br />

quise ponerme a mo<strong>de</strong>lar lo que soñaba para el goce <strong>de</strong> mis ojos, un<br />

muro se levantó ante mi mirada y me hicieron amasar el barro para los<br />

<strong>de</strong>más. Porque ante todo existe la fórmula. El arte tiene su canon,<br />

como cada letra su tipo, y el que se aparta <strong>de</strong> ello está maldito. Por eso<br />

el que <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ña las fórmulas no llegará nunca a ser artista. Des<strong>de</strong> el<br />

principio <strong>de</strong> los tiempos está escrito cómo <strong>de</strong>be figurar un hombre<br />

sentado y un hombre <strong>de</strong> pie. Des<strong>de</strong> el principio <strong>de</strong> los tiempos está<br />

establecido cómo un caballo levanta las patas y cómo un buey arrastra<br />

su carreta. Des<strong>de</strong> el principio <strong>de</strong> los tiempos está prescrito cómo <strong>de</strong>be<br />

trabajar un artista, y quien no se sujete a ello será arrojado <strong>de</strong>l templo,<br />

privado <strong>de</strong> piedra y <strong>de</strong> cincel. ¡Oh, Sinuhé, amigo mío, también yo he<br />

preguntado: «¿Por qué?»! ¡Con <strong>de</strong>masiada frecuencia lo pregunté!<br />

«¿Por qué?» Por este motivo estoy aquí, con este chichón en la frente.<br />

Bebimos el vino, nuestro espíritu se aligeró y mi corazón<br />

experimentó un alivio como si hubiese reventado un absceso, porque<br />

no estaba yo solo. Y Thotmés prosiguió:<br />

-Sinuhé, amigo mío, hemos nacido en una extraña época. Todo se<br />

mueve y cambia, como el barro en el torno <strong>de</strong>l alfarero. Las modas<br />

cambian, las palabras y las costumbres también, y las gentes no creen<br />

ya en los dioses aunque los teman todavía. Sinuhé, amigo mío, hemos<br />

nacido probablemente en la <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> un mundo, porque el<br />

mundo es ya viejo, puesto que han transcurrido ya mil o dos mil años<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la construcción <strong>de</strong> las pirámi<strong>de</strong>s. Cuando pienso en ello,<br />

quisiera bajar la cabeza y llorar como un niño.<br />

Pero no lloró, porque bebíamos vino mezclado en copas pintadas y<br />

cada vez que nos la llenaba el dueño se inclinaba poniendo las manos<br />

a la altura <strong>de</strong> las rodillas. Algunas veces acudía un esclavo a verternos<br />

agua sobre las manos. Mi corazón era ligero y rápido como una<br />

golondrina al principio <strong>de</strong> la primavera y sentía<br />

<strong>de</strong>seos <strong>de</strong> recitar poemas y abrazar el mundo entero.


-Vamos a una casa <strong>de</strong> placer -dijo Thotmés, riéndose-. Vamos a<br />

escuchar música y ver bailarinas a fin <strong>de</strong> que nuestro corazón se<br />

regocije y no nos preguntemos más «¿Por qué?».<br />

Entregué en pago uno <strong>de</strong> los brazaletes, recomendando al dueño<br />

que lo manejase con cautela porque estaba todavía húmedo <strong>de</strong> la<br />

orina <strong>de</strong> una mujer encinta. Esta i<strong>de</strong>a me regocijó en gran manera y<br />

el patrón se rió también y me <strong>de</strong>volvió un buen puñado <strong>de</strong> monedas,<br />

<strong>de</strong> manera que pu<strong>de</strong> darle una al esclavo. El dueño se inclinó ante mí<br />

y nos acompañó hasta la puerta rogándonos que no olvidásemos «La<br />

jarra Siria». Afirmó conocer también una serie <strong>de</strong> muchachas sin<br />

prejuicios que estarían encantadas <strong>de</strong> conocerme si iba a su<br />

encuentro con un barril <strong>de</strong> vino comprado en su casa. Pero Thotmés<br />

dijo que su abuelo se había ya acostado con aquellas mismas sirias<br />

que podrían llamarse abuelas más que hermanas. Tal era nuestro<br />

buen humor <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber bebido. Rondamos por las calles.<br />

La noche había llegado y aprendí a conocer bien Tebas, don<strong>de</strong> no<br />

había nunca noche, porque los barrios <strong>de</strong>l placer estaban tan<br />

iluminados <strong>de</strong> día como <strong>de</strong> noche. Delante <strong>de</strong> las casas <strong>de</strong> placer<br />

ardían las antorchas y las lámparas brillaban en las esquinas sobre<br />

unas columnas. Los esclavos llevaban las literas y los gritos <strong>de</strong> los<br />

portadores se mezclaban a la música y al escándalo <strong>de</strong> los borrachos<br />

en los lupanares. Pasamos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la taberna <strong>de</strong> Kush en la que<br />

unos negros golpeaban con los puños o unas mazas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, unos<br />

tambores cuyo sordo redoble, se propagaba a lo lejos. De todas partes<br />

llegaba una música siria, ruidosa y primitiva, cuya extrañeza rompía<br />

el tímpano, pero cuyo ritmo cautivaba y enar<strong>de</strong>cía.<br />

Yo no había puesto todavía nunca los pies en una casa <strong>de</strong> placer, y<br />

estaba un poco intimidado, pero Thotmés me llevó a una, llamada «El<br />

Gato y la Uva». Era un local pequeño y limpio y nos instalamos sobre<br />

unas alfombras blandas; la iluminación era <strong>de</strong> un amarillo suave y<br />

unas muchachas muy bonitas con las manos teñidas <strong>de</strong> rojo llevaban<br />

el compás <strong>de</strong> las flautas e instrumentos <strong>de</strong> cuerda. Al final <strong>de</strong>l<br />

número vinieron a sentarse a nuestro lado pidiéndonos vino, porque<br />

sus gargantas estaban secas como la paja. La música volvió a empezar<br />

y dos mujeres <strong>de</strong>snudas ejecutaron una danza complicada que seguí<br />

con el mayor interés. Como médico estaba ya acostumbrado a ver<br />

mujeres <strong>de</strong>snudas, pero sus pechos no saltaban ni sus vientres y sus<br />

nalgas se estremecían con tanta seducción.<br />

La música me puso <strong>de</strong> nuevo melancólico sin que supiese por qué.<br />

Una linda muchacha puso su mano sobre la mía y se apoyó en mí,<br />

diciéndome que tenía ojos <strong>de</strong> sabio. Sus ojos no eran ver<strong>de</strong>s como el<br />

agua <strong>de</strong>l Nilo bajo el sol estival y sus vestiduras no eran <strong>de</strong> lino puro,<br />

pese a que <strong>de</strong>scubriese su pecho. Por esto bebí vino sin el menor


<strong>de</strong>seo <strong>de</strong> llamarla hermana ni pedirle que se divirtiese conmigo. El<br />

último recuerdo que tengo <strong>de</strong> este lugar es el puntapié que me dio un<br />

negro en las nalgas y el chichón que me hice al caerme en la calle. Me<br />

había ocurrido lo que me predijo mi madre Kipa.<br />

Yacía en el arroyo, sin una pieza <strong>de</strong> cobre en mi bolsillo, mis<br />

vestiduras laceradas. Thotmés me levantó y me condujo al<br />

embarca<strong>de</strong>ro, don<strong>de</strong> pu<strong>de</strong> apagar mi sed con agua <strong>de</strong>l Nilo y lavarme<br />

el rostro y las manos.<br />

Aquella mañana entré en la Casa <strong>de</strong> la Vida con los ojos hinchados,<br />

un chichón doloroso en la cabeza y sin el menor <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> preguntar<br />

«¿Por qué?». Estaba <strong>de</strong> vigilancia en la sección <strong>de</strong> enfermos <strong>de</strong>l oído<br />

y fui rápidamente a cambiarme. Pero mi maestro se cruzó conmigo en<br />

los corredores y me dirigió una mercurial que me sabía <strong>de</strong> memoria<br />

por haberla leído en los libros.<br />

-¿Qué va a ser <strong>de</strong> ti, que pasas las noches recorriendo lugares <strong>de</strong><br />

mala nota y bebiendo sin medida? ¿Qué va a ser <strong>de</strong> ti, que frecuentas<br />

las casas <strong>de</strong> lenocinio y asustas a las gentes? ¿Qué va a ser <strong>de</strong> ti, que<br />

produces heridas y huyes ante los guardias?<br />

Habiendo así cumplido con su <strong>de</strong>ber, sonrió con satisfacción y<br />

llevándome a su estancia me ofreció una bebida <strong>de</strong>stinada a<br />

purgarme. Me sentí mejor y comprendí que las casas <strong>de</strong> placer y el<br />

vino estaban autorizados a los alumnos <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Vida, pero<br />

que <strong>de</strong>bía renunciar a preguntar: «¿Por qué?»<br />

Así fue como la pasión <strong>de</strong> Tebas se infiltró en mi sangre y comencé<br />

a preferir la noche al día, la luz temblorosa <strong>de</strong> las antorchas al sol, la<br />

música siria a los gemidos <strong>de</strong> los enfermos y los murmullos <strong>de</strong> las<br />

bellas meretrices a los enigmas <strong>de</strong> los textos amarillentos. Nadie<br />

tenía nada que <strong>de</strong>cir con tal <strong>de</strong> que mi trabajo no sufriese por ello,<br />

que saliese bien <strong>de</strong> mis exámenes y no perdiese mi habilidad manual.<br />

Estaba tolerado a los iniciados, porque eran pocos los estudiantes que<br />

tenían medios <strong>de</strong> fundar un hogar durante sus estudios. Por esto mis<br />

maestros me dieron a enten<strong>de</strong>r que hacía bien en distraerme y buscar<br />

el regocijo <strong>de</strong> mi cuerpo. Pero no había tocado todavía a ninguna<br />

mujer, a pesar <strong>de</strong> que sabía ya que el seno femenino no quema como<br />

el fuego.<br />

6


La época era inquieta y el gran faraón estaba enfermo. Vi su rostro<br />

<strong>de</strong>macrado cuando lo llevaron al templo para la fiesta <strong>de</strong> otoño,<br />

cubierto <strong>de</strong> oro y pedrería, inmóvil como una imagen, con la cabeza<br />

inclinada bajo el peso <strong>de</strong> la doble corona. Sufría, y los médicos eran<br />

incapaces <strong>de</strong> curarlo, tanto que la gente <strong>de</strong>cía que su tiempo había<br />

pasado ya y que en breve el here<strong>de</strong>ro le suce<strong>de</strong>ría en el trono. Y, no<br />

obstante, este príncipe era un muchacho <strong>de</strong> mi edad.<br />

En el templo <strong>de</strong> Amón los sacrificios y las plegarias se sucedían,<br />

pero Amón era incapaz <strong>de</strong> ayudar a su divino hijo, pese a que el<br />

faraón Amenhotep le hubiese elevado el templo más majestuoso <strong>de</strong><br />

todos los tiempos. Se <strong>de</strong>cía que el rey estaba enojado con los dioses<br />

<strong>de</strong> Egipto y que había mandado un emisario a su suegro, el rey <strong>de</strong><br />

Mitanni, implorando el auxilio <strong>de</strong> la milagrosa Ishtar <strong>de</strong> Nínive. Lo<br />

cual era para Amón una tal afrenta que no se hablaba <strong>de</strong> ello más que<br />

en voz baja en todo el territorio <strong>de</strong>l templo y en la Casa <strong>de</strong> la Vida.<br />

Llegó en efecto la estatua <strong>de</strong> Ishtar y vi a los sacerdotes <strong>de</strong> barba<br />

rizada con sus extrañas tiaras y sus gruesos mantos <strong>de</strong> lana, pasearla<br />

sudando por la villa <strong>de</strong> Tebas al son <strong>de</strong> los instrumentos <strong>de</strong> metal y al<br />

sordo redoble <strong>de</strong> los tamboriles. Pero ni aun los dioses extranjeros<br />

pudieron, con gran júbilo <strong>de</strong> los sacerdotes, curar al faraón. En el<br />

momento en que empezó la crecida, el trepanador real fue llamado a<br />

palacio.<br />

Durante mi estancia en la Casa <strong>de</strong> la Vida no había visto más que<br />

una sola vez a Ptahor, porque las trepanaciones son raras y no estaba<br />

lo suficientemente versado para seguir <strong>de</strong> cerca las operaciones y los<br />

cuidados <strong>de</strong> los especialistas. He aquí, pues, a Ptahor llamado a toda<br />

prisa a la Casa <strong>de</strong> la Vida. Se purificó cuidadosamente y tuve buen<br />

cuidado <strong>de</strong> hallarme cerca <strong>de</strong> él. Era calvo, su rostro estaba arrugado,<br />

sus mejillas pendían lacias y tristes a cada lado <strong>de</strong> su boca <strong>de</strong> viejo<br />

<strong>de</strong>scontento. Me reconoció y, sonriendo, me dijo:<br />

-¿Eres tú, Sinuhé? ¿Estás verda<strong>de</strong>ramente tan versado, hijo <strong>de</strong> Senmut?<br />

Me tendió una caja negra don<strong>de</strong> guardaba sus intrumentos y me<br />

or<strong>de</strong>nó que lo acompañase. Era para mí un honor inmerecido que<br />

incluso un médico real hubiera podido envidiarme, y me di cuenta <strong>de</strong><br />

ello.<br />

-Tengo que probar la seguridad <strong>de</strong> mis manos -dijo Ptahor-.<br />

Empezaremos trepanando por aquí dos cráneos a fin <strong>de</strong> ver cómo lo<br />

hago. Tenía los ojos cansados y sus manos temblaban un poco.<br />

Entramos en la sala <strong>de</strong> los incurables, los paralíticos y los heridos en<br />

la cabeza. Ptahor examinó algunos cráneos y eligió a un viejo para<br />

quien la muerte sería una liberación, y un robusto esclavo que no<br />

podía hablar ni mover los miembros a causa <strong>de</strong> una herida <strong>de</strong> piedra


que había recibido durante una pelea. Se les dio un anestésico y<br />

fueron llevados a la sala <strong>de</strong> operaciones. Ptahor limpió él mismo sus<br />

instrumentos y los pasó por la llama.<br />

Mi tarea consistió en afeitar la cabeza <strong>de</strong> los dos enfermos. Después<br />

<strong>de</strong> esto limpiamos la cabeza y la lavamos, untamos la piel con una<br />

pomada y Ptahor pudo ponerse al trabajo. Comenzó por hendir el<br />

cuero cabelludo <strong>de</strong>l viejo y separarlo a los lados sin inquietarse ante<br />

la intensa hemorragia; <strong>de</strong>spués, con movimientos rápidos, perforó el<br />

hueso <strong>de</strong>snudo haciendo un agujero con el trépano y sacó un trozo <strong>de</strong><br />

hueso. El viejo comenzó a ja<strong>de</strong>ar y su rostro se puso <strong>de</strong> color violeta.<br />

-No veo ningún <strong>de</strong>fecto en su cabeza -dijo Ptahor volviendo a<br />

colocar el hueso en su sitio y vendando la cabeza <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberla<br />

recosido.<br />

Después <strong>de</strong> lo cual el viejo entregó su alma.<br />

-Mi mano tiembla un poco -dijo Ptahor-. ¿Alguien más joven que yo<br />

iría a buscarme una copa <strong>de</strong> vino?<br />

Entre los espectadores se encontraban, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> los maestros <strong>de</strong> la<br />

Casa <strong>de</strong> la Vida, numerosos estudiantes que<br />

se preparaban para ser trepanadores. Una vez hubo bebido su vino,<br />

Ptahor se ocupó <strong>de</strong>l esclavo que, sólidamente amarrado, lanzaba<br />

miradas enfurecidas, pese al estupefaciente que había tomado. Ptahor<br />

or<strong>de</strong>nó que lo atasen más sólidamente todavía y que colocasen su<br />

cabeza sobre un soporte especial a fin <strong>de</strong> que no pudiese moverse.<br />

Cortó el cuero cabelludo y esta vez evitó cuidadosamente la<br />

hemorragia. Las venas <strong>de</strong>l bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la herida fueron cauterizadas y la<br />

efusión <strong>de</strong> sangre fue parada por medio <strong>de</strong> medicamentos. Esto fue el<br />

trabajo <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más médicos, porque Ptahor quería evitar cansarse las<br />

manos. En realidad, existía en la Casa <strong>de</strong> la Vida un hombre inculto<br />

cuya sola presencia bastaba para <strong>de</strong>tener al instante una hemorragia,<br />

pero Ptahor quería hacer un curso y se reservaba el hombre para el<br />

faraón.<br />

Después <strong>de</strong> haber limpiado el cráneo, Ptahor mostró a todos los<br />

asistentes el sitio don<strong>de</strong> el hueso había sido hundido. Utilizando el<br />

trépano, la sierra y las pinzas, levantó un trozo <strong>de</strong> hueso gran<strong>de</strong> como<br />

la mano y mostró a todo el mundo cómo la sangre coagulada se había<br />

adherido a los pliegues blancos <strong>de</strong>l cerebro. Con una pru<strong>de</strong>ncia<br />

extremada, retiró los coágulos <strong>de</strong> sangre uno a uno y una esquirla <strong>de</strong><br />

hueso que había penetrado en el cerebro. La operación fue bastante<br />

larga, <strong>de</strong> manera que cada estudiante tuvo tiempo <strong>de</strong> mirar bien y<br />

grabar en su memoria el aspecto exterior <strong>de</strong> un cerebro vivo. En<br />

seguida Ptahor cerró el agujero con una placa <strong>de</strong> plata que se había<br />

preparado, entretanto, con el mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong>l hueso retirado y la fijó con


pequeños garfios. Después <strong>de</strong> haber recosido la piel <strong>de</strong>l cráneo y<br />

cuidado la herida, dijo:<br />

-Despertad a este hombre.<br />

En efecto, casi había perdido el conocimiento.<br />

Se <strong>de</strong>sató al esclavo, le vertieron vino en la garganta y se le hizo<br />

respirar algunos medicamentos fuertes. Al cabo<br />

<strong>de</strong> un instante se sentó y empezó a lanzar maldiciones. Era un milagro<br />

increíble para el que no lo hubiese visto con sus propios ojos, porque<br />

antes <strong>de</strong> la operación el hombre no podía hablar ni mover sus<br />

miembros. Esta vez no tuve que preguntarme por qué, ya que Ptahor<br />

explicó que el hueso hundido y la sangre vertida en el cerebro habían<br />

producido aquellos síntomas visibles.<br />

-Si no muere en el plazo <strong>de</strong> tres días podrá consi<strong>de</strong>rársele curado -<br />

dijo Ptahor-, y <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> dos semanas podrá darle una paliza al<br />

hombre que le fracturó el cráneo. No creo que muera.<br />

Después dio las gracias a todos los que habían asistido y mencionó<br />

incluso mi nombre, a pesar <strong>de</strong> que no hubiese hecho más que ten<strong>de</strong>rle<br />

los instrumentos que necesitaba. Pero yo no había adivinado su<br />

intención al encargarme esta tarea; al confiarme su caja <strong>de</strong> ébano, me<br />

<strong>de</strong>signaba para ser su ayudante en el palacio <strong>de</strong>l faraón. Durante dos<br />

operaciones yo le había tendido los instrumentos; era, por<br />

consiguiente, un especialista que le haría mucho más servicio que<br />

cualquiera <strong>de</strong> los médicos reales al asistirlo en una trepanación. Por<br />

esto mi sorpresa fue gran<strong>de</strong> cuando me dijo:<br />

-Bien, henos ya dispuestos a trepanar el cráneo real, ¿no es verdad,<br />

Sinuhé?<br />

Y así fue como con mi simple blusa <strong>de</strong> médico tuve el honor <strong>de</strong> subir<br />

al lado <strong>de</strong> Ptahor en la litera real. El hombre cuya presencia <strong>de</strong>tenía la<br />

hemorragia tuvo que instalarse en uno <strong>de</strong> los brazos y los esclavos <strong>de</strong>l<br />

faraón nos llevaron rápidamente con un paso tan igual que la litera no<br />

se balanceaba en lo más mínimo. En la ribera nos esperaba la barca<br />

real y se nos llevó a fuerza <strong>de</strong> remos; más parecía volar que <strong>de</strong>slizarse<br />

sobre la superficie <strong>de</strong>l agua. Del <strong>de</strong>sembarca<strong>de</strong>ro nos llevaron<br />

rápidamente al palacio dorado, y yo no me sorprendí <strong>de</strong> aquella prisa<br />

porque por las calles <strong>de</strong> Tebas circulaban ya los soldados y los<br />

merca<strong>de</strong>res llevando sus mercancías a los <strong>de</strong>pósitos y se cerraban<br />

puertas y ventanas. Síntomas todos que indicaban que el faraón estaba<br />

próximo a morir.<br />

LIBRO TERCERO


LA FIEBRE DE TEBAS<br />

1<br />

Una muchedumbre <strong>de</strong> nobles y plebeyos se agrupaba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> las<br />

murallas <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> oro, e incluso la ribera prohibida estaba<br />

atestada <strong>de</strong> embarcaciones; las barcas <strong>de</strong> los ricos, <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y con<br />

remeros, y los mo<strong>de</strong>stos esquifes <strong>de</strong> los pobres, <strong>de</strong> cañas embreadas.<br />

Cuando nos vieron, un largo murmullo parecido al ruido lejano <strong>de</strong>l<br />

agua recorrió la muchedumbre, y <strong>de</strong> boca en boca se esparció la noticia<br />

<strong>de</strong> que había llegado el trepanador real. Las gentes levantaron los<br />

brazos en signo <strong>de</strong> luto y los gemidos y las lamentaciones nos<br />

precedieron hacia el palacio, porque todos sabían que ningún faraón<br />

había sobrevivido tres días a una trepanación.<br />

De la Puerta <strong>de</strong> los Lirios nos llevaron a las estancias reales y los<br />

altos dignatarios <strong>de</strong> la Corte estaban a nuestro servicio y se inclinaban<br />

hasta el suelo a nuestro paso porque llevábamos la muerte en nuestras<br />

manos. Nos habían preparado una cámara especial para purificarnos,<br />

pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber cambiado algunas palabras con el médico real,<br />

Ptahor levantó el brazo en señal <strong>de</strong> luto y ejecutó distraídamente las<br />

ceremonias <strong>de</strong> la purificación. El fuego sagrado fue llevado <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

nosotros y a través <strong>de</strong> las maravillosas estancias reales penetramos en<br />

el dormitorio.<br />

El gran faraón reposaba en su lecho bajo un alto baldaquino dorado; los<br />

dioses formaban las columnas <strong>de</strong> su cama protegiéndolo y unos leones la<br />

soportaban. Estaba extendido sin ninguno <strong>de</strong> los emblemas <strong>de</strong> su<br />

po<strong>de</strong>río, el cuerpo tumefacto y <strong>de</strong>snudo, sin conocimiento, la cabeza<br />

inclinada hacia un lado, ja<strong>de</strong>ando penosamente, mientras la saliva caía<br />

por la comisura <strong>de</strong> sus labios. El po<strong>de</strong>río y la gloria son tan efímeros que<br />

el faraón no se distinguía en nada <strong>de</strong> un agonizante cualquiera <strong>de</strong> la Casa<br />

<strong>de</strong> la Vida. Pero en las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la estancia los caballos empenachados<br />

seguían arrastrándolo en su carro real, su mano potente tendía el arco y<br />

los leones perecían bajo sus dardos. El rojo, el oro y el azul brillaban<br />

sobre los muros y por el suelo nadaban los peces, los patos volaban con<br />

sus alas rápidas y los cañaverales se inclinaban bajo el viento. Hicimos<br />

una profunda reverencia <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l faraón moribundo y todos nos<br />

dimos cuenta <strong>de</strong> que todo el arte <strong>de</strong> Ptahor sería vano. Pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> todos<br />

los tiempos el faraón ha sido trepanado durante sus últimos instantes si<br />

no ha muerto <strong>de</strong> muerte natural, y esa vez había que seguir el rito. Yo


abrí la caja <strong>de</strong> ébano, purifiqué <strong>de</strong> nuevo los instrumentos al fuego y<br />

tendí a Ptahor su cuchillo <strong>de</strong> sílex. El médico <strong>de</strong>l rey había afeitado ya el<br />

cráneo, <strong>de</strong> manera que Ptahor or<strong>de</strong>nó al hombre hemostático que se<br />

sentase en la cama y pusiese la cabeza <strong>de</strong>l faraón sobre sus rodillas. En<br />

aquel momento la gran esposa real Tii se acercó a la cama y dijo:<br />

-¡No!<br />

Hasta entonces había permanecido junto a la pared, con los brazos<br />

levantados en señal <strong>de</strong> luto, inmóvil como una estatua. Detrás <strong>de</strong> ella se<br />

veía al joven here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l trono y a su hermana Baketamon, pero yo no<br />

había osado todavía levantar los ojos hacia ellos. Ahora, gracias a la<br />

confusión, los reconocí por sus retratos en los templos. El here<strong>de</strong>ro tenía<br />

mi edad, pero era más alto que yo. Mantenía erguida la cabeza <strong>de</strong><br />

barbilla prominente y los ojos cerrados. Sus miembros tenían una<br />

<strong>de</strong>bilidad enfermiza, sus párpados y sus mejillas temblaban. La princesa<br />

Baketamon tenía unos rasgos nobles y unos gran<strong>de</strong>s ojos ovalados. Su<br />

boca y sus mejillas estaban pintadas <strong>de</strong> rojo, iba vestida con lino real, <strong>de</strong><br />

manera que sus miembros se transparentaban como los <strong>de</strong> las diosas.<br />

Pero más imponente todavía era la esposa real Tii, pese a ser pequeña y<br />

corpulenta.<br />

Su tez era oscura y sus pómulos pronunciados. Se <strong>de</strong>cía que había<br />

sido una vulgar mujer <strong>de</strong>l pueblo y que tenía sangre negra, pero no<br />

puedo afirmarlo. Lo único que sé es que, a pesar <strong>de</strong> que en las<br />

inscripciones no se indicasen los títulos <strong>de</strong> sus padres, tenía unos ojos<br />

inteligentes, vivos y penetrantes y todo su porte era majestuoso.<br />

Cuando levantó la mano y miró al esclavo hemostático, éste no fue más<br />

que polvo ante sus gran<strong>de</strong>s pies <strong>de</strong> un pardo subido. Yo la comprendí,<br />

porque el hombre no era más que un vulgar boyero y no sabía leer ni<br />

escribir. Tenía la nuca abombada, los brazos colgantes, la boca<br />

bestialmente abierta y una expresión estúpida. No tenía mérito alguno<br />

ni talento, pero poseía el don <strong>de</strong> parar la sangre con su mera presencia<br />

y por esto se le había arrancado <strong>de</strong> su arado para llevarlo al servicio<br />

<strong>de</strong>l templo. A pesar <strong>de</strong> todas las purificaciones <strong>de</strong>spedía sin cesar un<br />

olor a estiércol y era incapaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> le venía su virtud. No<br />

era un arte, ni siquiera el ejercicio <strong>de</strong> su voluntad. Era un don que<br />

estaba en él como la piedra<br />

preciosa en su ganga, y no podía adquirirse ni por el estudio ni por un<br />

ejercicio espiritual.<br />

-No permito que toque a un ser divino -dijo la reina-. Yo sostendré<br />

la cabeza <strong>de</strong>l dios si es necesario.<br />

Ptahor protestó arguyendo que la operación era cruenta y<br />

<strong>de</strong>sagradable para ser presenciada. A pesar <strong>de</strong> esto la esposa real tomó<br />

asiento en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la cama y cogió la cabeza <strong>de</strong> su moribundo<br />

esposo sin ocuparse <strong>de</strong> la saliva que le mojaba las manos.


-Es mío -añadió-. Que nadie más lo toque. Sobre mis rodillas entrará<br />

en el reino <strong>de</strong> la muerte.<br />

-El dios subirá en la barca <strong>de</strong>l sol, su padre, y llegará directamente al<br />

país <strong>de</strong> los bienaventurados -dijo Ptahor, cortando con su cuchillo <strong>de</strong><br />

sílex el cuero cabelludo-. Descendió <strong>de</strong>l sol y a él volverá, y su nombre<br />

será celebrado por todos los pueblos <strong>de</strong> eternidad en eternidad. En<br />

nombre <strong>de</strong> Seth y <strong>de</strong> todos los diablos, ¿qué hace, pues, nuestro<br />

hemostático?<br />

Su propósito era hablar para distraer la atención <strong>de</strong> la esposa real,<br />

como hace un médico con su paciente cuando le hace daño. La última<br />

frase, dicha a media voz, se dirigía al hombre que estaba apoyado<br />

contra la puerta, la expresión medio dormida, al ver la sangre correr<br />

sobre las rodillas <strong>de</strong> la reina, que pali<strong>de</strong>ció estremeciéndose. El<br />

hombre tuvo un sobresalto, estaba quizá pensando en sus bueyes y sus<br />

canales <strong>de</strong> irrigación, pero <strong>de</strong> repente se acordó <strong>de</strong> su cometido, se<br />

acercó y miró al faraón con los brazos levantados. La sangre <strong>de</strong>jó en el<br />

acto <strong>de</strong> manar y pu<strong>de</strong> lavar y limpiar la cabeza.<br />

-Perdona, señora -dijo Ptahor, tomando el taladro-. Hacia el sol,<br />

<strong>de</strong>recho hacia su padre en una barca dorada y que Amón lo bendiga.<br />

Mientras hablaba, iba hundiendo el taladro en el hueso con rápidos y<br />

precisos a<strong>de</strong>manes. Entonces el here<strong>de</strong>ro abrió los ojos, avanzó un<br />

paso y dijo con el temblor en el rostro:<br />

-No es Amón, sino Re-Herakthi quien le ben<strong>de</strong>cirá y Atón es su<br />

manifestación.<br />

Yo levanté la mano respetuosamente pese a que no supiese <strong>de</strong> quién<br />

hablaba, porque, ¿quién pue<strong>de</strong> vanagloriarse <strong>de</strong> conocer los mil dioses<br />

<strong>de</strong> Egipto? Sobre todo un sacerdote <strong>de</strong> Amón, que bastante trabajo<br />

tiene con las santas tríadas y enéadas.<br />

-Sí, Atón -murmuró Ptahor, plácidamente-. ¿Por qué no Atón? He<br />

tenido un <strong>de</strong>scuido.<br />

Volvió a coger el cuchillo <strong>de</strong> sílex y un martillo <strong>de</strong> mango <strong>de</strong> ébano y<br />

a golpecitos separó el hueso.<br />

-Es verdad, había olvidado que en su divina sabiduría elevó un<br />

templo a Atón. Fue poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l nacimiento <strong>de</strong>l príncipe, ¿no es<br />

cierto, bella Tii? Bien, bien, un momento todavía...<br />

Dirigió una mirada inquieta al príncipe que, <strong>de</strong> pie al lado <strong>de</strong> la<br />

cama, cerraba los puños y sollozaba.<br />

-En el fondo, una gota <strong>de</strong> vino afirmaría mi mano y no le haría<br />

ningún daño al príncipe tampoco. Para esta ocasión valdría la pena<br />

romper el precinto <strong>de</strong> un ánfora real. ¡Hop!<br />

Yo le tendí las pinzas y sacó el trozo <strong>de</strong> hueso, <strong>de</strong> manera que la<br />

cabeza osciló <strong>de</strong> pronto sobre las rodillas <strong>de</strong> la reina.<br />

-Un poco <strong>de</strong> luz, Sinuhé.


Ptahor suspiró, porque lo peor había pasado. Yo suspiré también<br />

instintivamente y el mismo sentimiento <strong>de</strong> alivio pareció exten<strong>de</strong>rse<br />

asimismo sobre el rostro <strong>de</strong>l faraón <strong>de</strong>svanecido, porque movió los<br />

miembros, la respiración se calmó y cayó en una inconsciencia más<br />

profunda. Bajo la luz, Ptahor examinó un instante el real cerebro cuya<br />

materia era <strong>de</strong> un bello color gris y palpitaba.<br />

-¡Hum...! -dijo Ptahor con aire abstraído-. Lo hecho, hecho. Atón es<br />

quien <strong>de</strong>be hacer ahora el resto, porque es cosa <strong>de</strong> los dioses y no <strong>de</strong><br />

los hombres.<br />

Ligera y cautelosamente puso <strong>de</strong> nuevo en su sitio el trozo <strong>de</strong> hueso,<br />

tapó la grieta con una pomada y volvió a poner la piel en su sitio;<br />

<strong>de</strong>spués curó la herida. La esposa real colocó la cabeza sobre una<br />

almohada <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra ricamente tallada y miró a Ptahor. La sangre se<br />

había secado sobre sus rodillas, pero le era indiferente.<br />

Ptahor cruzó su mirada impávida con ella sin inclinarse y en voz<br />

baja dijo:<br />

-Vivirá hasta el nacimiento <strong>de</strong>l día si su dios lo permite.<br />

Levantó los brazos en signo <strong>de</strong> luto y yo hice como él. Después<br />

limpié los instrumentos a la llama y los metí en la caja <strong>de</strong> ébano.<br />

-Tu regalo será importante -dijo la gran reina, que con un a<strong>de</strong>mán<br />

<strong>de</strong> su mano nos autorizó a retirarnos.<br />

Nos habían servido una comida en una sala <strong>de</strong>l palacio y Ptahor vio<br />

con júbilo un gran número <strong>de</strong> jarras <strong>de</strong> vino a lo largo <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s.<br />

Hizo abrir una <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber examinado atentamente el precinto, y<br />

los esclavos nos vertieron agua sobre las manos.<br />

Al quedarme solo con Ptahor lo interrogué acerca <strong>de</strong> Atón, porque<br />

verda<strong>de</strong>ramente ignoraba que Amenhotep III hubiese hecho construir<br />

un templo a este dios. Ptahor me explicó que Re-Herakthi era el dios<br />

familiar <strong>de</strong> los Amenhotep porque el más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> los reyes<br />

guerreros, el primer Thotmés, había tenido un sueño en el <strong>de</strong>sierto, al<br />

lado <strong>de</strong> la Esfinge, en el cual este dios se le apareció para anunciarle<br />

que un día ceñiría la corona <strong>de</strong> dos reinos, lo que en aquel momento<br />

parecía increíble, porque había varios here<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él. Durante<br />

los días <strong>de</strong> su loca juventud, Ptahor había visto personalmente entre<br />

las patas <strong>de</strong> la Esfinge el templo elevado en memoria <strong>de</strong>l sueño <strong>de</strong><br />

Thotmés y la tablilla don<strong>de</strong> se daba cuenta <strong>de</strong> la aparición. Des<strong>de</strong><br />

entonces la familia había venerado a Re-Herakthi, que habitaba en<br />

Heliópolis y cuya forma <strong>de</strong> aparición era Atón. Por esto también en<br />

Tebas se había erigido un templo a ese dios, pese a que estaba<br />

representado por un toro que llevaba un sol entre los cuernos y Horus<br />

bajo la forma <strong>de</strong> un halcón. Este Atón era un dios antiguo, más antiguo<br />

que Amón, pero olvidado hasta el día en que la esposa real había<br />

puesto un hijo en el mundo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber ido a implorar a Atón en<br />

Heliópolis.


-Así es como el príncipe here<strong>de</strong>ro es el hijo celeste <strong>de</strong> este Atón –<br />

dijo Ptahor <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un largo rato-. La real esposa tuvo su visión en<br />

el templo <strong>de</strong> Re-Herakthi y dio un hijo al mundo. Trajo <strong>de</strong> allí también<br />

un sacerdote muy ambicioso que había conseguido ganar su favor. Se<br />

llamaba Ai y su esposa fue la nodriza <strong>de</strong>l príncipe. Tiene una hija cuyo<br />

nombre es Nefertiti, que ha mamado la misma leche que el príncipe<br />

here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l trono y ha jugado con él como una hermana, <strong>de</strong> manera<br />

que ya pue<strong>de</strong>s imaginarte lo que ocurrirá.<br />

Ptahor bebió más vino, lanzó un suspiro y añadió:<br />

-¡Ah, nada es tan agradable para un anciano como beber buen vino y<br />

charlar <strong>de</strong> cosas que no le importan! ¡Sinuhé, hijo mío, si supieses<br />

cuántos secretos se ocultan tras la frente <strong>de</strong> este viejo trepanador!<br />

Encontrarías incluso secretos reales; mucha gente se pregunta por qué<br />

los niños no nacen nunca vivos en el gineceo <strong>de</strong>l palacio, porque es<br />

contrario a todas las leyes <strong>de</strong> la Medicina. Y, sin embargo, el soberano<br />

actualmente trepanado no se andaba con remilgos en los días <strong>de</strong> su<br />

fuerza y <strong>de</strong> su goce. Fue un gran cazador que <strong>de</strong>rribó mil leones y<br />

quinientos búfalos; pero el número <strong>de</strong> mujeres que <strong>de</strong>rribó bajo la<br />

sombra <strong>de</strong> su baldaquino, ni el guardián <strong>de</strong>l harén sería capaz <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>cirlo; sin embargo no tuvo más que un hijo único con Tii.<br />

Yo me sentía excitado porque había bebido bastante vino también.<br />

Por esto suspiré al contemplar la piedra ver<strong>de</strong> que llevaba en el <strong>de</strong>do.<br />

Pero Ptahor prosiguió implacablemente:<br />

-Conoció a su real esposa durante una cacería. Dicen que era hija <strong>de</strong><br />

un pajarero <strong>de</strong> los cañaverales <strong>de</strong>l Nilo, pero el rey la crió a su lado a<br />

causa <strong>de</strong> su pureza y honró <strong>de</strong> esta forma a su indignos padres cuyas<br />

tumbas llenó <strong>de</strong> regios presentes. Tii no tenía nada que objetar a las<br />

licencias <strong>de</strong> su esposo con tal <strong>de</strong> que las odaliscas <strong>de</strong>l harén no<br />

pusiesen en el mundo más que hijas. Y sobre este punto se vio<br />

favorecida por una suerte maravillosa. Pero si el hombre que reposa<br />

allá sostenía el látigo y el cetro, era la real esposa quien dirigía la mano<br />

y el brazo. Cuando por razones políticas el rey se <strong>de</strong>sposó con la hija<br />

<strong>de</strong>l rey <strong>de</strong> Mitanni para evitar para siempre jamás las guerras con el<br />

país <strong>de</strong> los ríos que corren hacia arriba, Tii consiguió hacerle creer que<br />

la princesa tenía una pezuña <strong>de</strong> cabra en el sitio a que se dirige el<br />

miembro <strong>de</strong>l hombre y que apestaba a macho cabrío, según se <strong>de</strong>cía, y<br />

finalmente esta princesa acabó loca.<br />

-Ptahor me dirigió una mirada y añadió precipitadamente-: Sinuhé,<br />

no <strong>de</strong>s nunca crédito a estos rumores porque han sido inventados por<br />

gentes malevolentes, y todo el mundo sabe la dulzura y la pru<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong><br />

la real esposa, así como su inteligencia en ro<strong>de</strong>arse <strong>de</strong> hombres<br />

capaces. Es cierto.<br />

Y Ptahor dijo:


-Condúceme, Sinuhé, hijo mío, porque soy ya viejo y mis piernas son<br />

débiles.<br />

Lo llevé afuera; la noche había cerrado y al Este el resplandor <strong>de</strong> las<br />

luces <strong>de</strong> Tebas teñía el cielo <strong>de</strong> un color rojo. Yo había bebido vino y<br />

sentía en mis venas <strong>de</strong> nuevo la pasión y la fiebre <strong>de</strong> Tebas, mientras<br />

las flores embalsamaban el aire y las estrellas fulguraban sobre mi<br />

cabeza.<br />

-Ptahor, tengo sed <strong>de</strong> amor cuando el reflejo <strong>de</strong> las luces <strong>de</strong> Tebas<br />

tiñe <strong>de</strong> rojo el cielo nocturno.<br />

-El amor no existe. El hombre está triste si no tiene una mujer con<br />

quien acostarse. Pero cuando se ha acostado con una mujer está<br />

todavía más triste que antes. Así es y así será siempre.<br />

-¿Por qué?<br />

-Ni aun los dioses lo saben. No me hables <strong>de</strong> amor o te partiré el<br />

cráneo. Lo haré gratuitamente y sin la menor<br />

retribución, porque así te evitaré un buen número <strong>de</strong> contrarieda<strong>de</strong>s.<br />

Entonces consi<strong>de</strong>ré oportuno hacer el oficio <strong>de</strong> esclavo; lo cogí en<br />

mis brazos y lo llevé a la habitación que nos estaba <strong>de</strong>stinada. Era tan<br />

pequeño y tan viejo que pu<strong>de</strong> llevarlo sin ja<strong>de</strong>ar. En cuanto estuvo en<br />

su cama se quedó dormido <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber buscado en vano una<br />

copa a su lado. Lo cubrí cuidadosamente, porque la noche era fresca, y<br />

regresé a los parterres <strong>de</strong> flores, porque era joven y la juventud no<br />

necesita sueño la noche en que se muere un rey.<br />

Las voces bajas <strong>de</strong> la gente congregada para toda la noche al pie <strong>de</strong><br />

las murallas <strong>de</strong> palacio, llegaban a mí como el susurro <strong>de</strong> los lejanos<br />

cañaverales traídos por el viento.<br />

Velaba en la terraza florida mientras las luces <strong>de</strong> Tebas enrojecían el<br />

cielo oriental y yo pensaba en unos ojos ver<strong>de</strong>s como el Nilo bajo el<br />

cielo <strong>de</strong> verano, cuando me di cuenta <strong>de</strong> que no estaba solo.<br />

La luna era <strong>de</strong>lgada y la luz <strong>de</strong> las estrellas débil y temblorosa, <strong>de</strong><br />

manera que no sabía si era un hombre o una mujer quien se acercaba a<br />

mí. Pero venía alguien que trataba <strong>de</strong> ver mi rostro para reconocerme.<br />

Me moví, y el <strong>de</strong>sconocido dijo con una voz infantil e imperativa a la<br />

vez:<br />

-¿Eres tú, Solitario?<br />

Entonces reconocí por su voz y su cuerpo frágil al here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l trono<br />

y me incliné hasta tierra sin osar abrir la<br />

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oca. Pero él me empujó con el pie, impaciente, y dijo:<br />

-Levántate y no seas imbécil. Nadie nos ve y no tienes necesidad <strong>de</strong><br />

postrarte ante mí. Guarda tus <strong>de</strong>vociones para el dios <strong>de</strong>l cual soy hijo,<br />

porque no hay más que un solo dios, y todos los <strong>de</strong>más son meras<br />

formas <strong>de</strong> aparición. ¿No lo sabes acaso? -Sin esperar mi respuesta, al<br />

cabo <strong>de</strong> un instante <strong>de</strong> reflexión continuó-: Todos los dioses, salvo<br />

quizás Amón, que es un falso dios. -Yo hice con la mano un a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong><br />

reprobación para indicar que temía tales afirmaciones-. Está bien -<br />

dijo-. He visto a mi padre <strong>de</strong> cerca cuando entregabas el martillo y el<br />

cuchillo a ese viejo loco <strong>de</strong> Ptahor. Por esto te he llamado el Solitario.<br />

Mi madre llamó a Ptahor el Viejo Mono. Serán vuestros nombres si<br />

<strong>de</strong>béis morir antes <strong>de</strong> abandonar el palacio. Pero he sido yo quien he<br />

encontrado el tuyo.<br />

Me dije que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> estar verda<strong>de</strong>ramente enfermo y perturbado<br />

para proferir tales monstruosida<strong>de</strong>s, pero Ptahor me había dicho<br />

también que <strong>de</strong>beríamos perecer si el faraón moría. Por esto mis<br />

cabellos se erizaron y levanté el brazo, porque no tenía <strong>de</strong>seos <strong>de</strong><br />

morir.<br />

El here<strong>de</strong>ro respiraba irregularmente a mi lado; agitaba los brazos y<br />

hablaba con exaltación.<br />

-Estoy inquieto, quisiera estar fuera <strong>de</strong> aquí. Mi dios se me<br />

aparecerá, lo sé, pero lo temo. Quédate conmigo,<br />

Solitario, porque el dios <strong>de</strong>strozará mi cuerpo con su fuerza y mi<br />

lengua enfermará cuando se me haya aparecido. -Fui<br />

presa <strong>de</strong> un temblor porque creía que <strong>de</strong>liraba. Pero con un tono<br />

imperativo me dijo-: ¡Ven!<br />

Lo seguí. Me hizo bajar <strong>de</strong> la terraza y avanzar por el lago real<br />

mientras los murmullos <strong>de</strong> la muchedumbre llegaban a nosotros como<br />

un lúgubre susurro. Pasamos por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> las caballerizas y las<br />

perreras y salimos por la puerta <strong>de</strong> servicio sin ser <strong>de</strong>tenidos por los<br />

guardias. Yo sentía miedo porque Ptahor me había dicho que no<br />

<strong>de</strong>bíamos abandonar el palacio antes <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong>l rey; pero no<br />

podía resistirme al here<strong>de</strong>ro.<br />

Caminaba con el cuerpo en tensión, a pasos rápidos y resbaladizos,<br />

<strong>de</strong> manera que tenía dificultad en seguirlo. No llevaba más que el<br />

diminuto <strong>de</strong>lantal y la luna iluminaba su cuerpo blanco y sus muslos<br />

<strong>de</strong>lgados como los <strong>de</strong> una mujer. La luna iluminaba también sus orejas<br />

abiertas y su rostro <strong>de</strong>mudado por el sufrimiento, como si estuviese<br />

perseguido por una visión imperceptible para los <strong>de</strong>más.<br />

Al llegar a la ribera me dijo:<br />

-Tomemos una barca; <strong>de</strong>bo ir hacia Oriente al encuentro <strong>de</strong> mi<br />

padre. Tomó la primera barcaza que vimos y yo le


seguí; atravesamos el río sin que nadie nos lo impidiese, a pesar <strong>de</strong><br />

que habíamos robado la barca. La noche no era apacible; numerosas<br />

embarcaciones surcaban el río y <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros el resplandor <strong>de</strong><br />

las luces <strong>de</strong> Tebas enrojecía el cielo con un esplendor grandioso.<br />

Apenas <strong>de</strong>sembarcó abandonó la barca a su suerte y echó a andar<br />

hacia <strong>de</strong>lante sin volverse, como si hubiese realizado ya muchas veces<br />

aquel trayecto. No pudiendo hacer otra cosa, yo lo seguí temblando.<br />

Caminaba con pasos rápidos y yo admiraba la resistencia <strong>de</strong> su<br />

cuerpo frágil porque, a pesar <strong>de</strong> que la noche fuese fría, el sudor corría<br />

por mi espalda. La posición <strong>de</strong> las estrellas cambió y la luna <strong>de</strong>scendió,<br />

pero él seguía caminando y salimos <strong>de</strong>l valle hacia una soledad estéril<br />

hasta que Tebas <strong>de</strong>sapareció en la lejanía, mientras las tres montañas<br />

orientales, guardianas <strong>de</strong> la ciudad, se <strong>de</strong>stacaban en negro sobre el<br />

cielo. Yo me preguntaba dón<strong>de</strong> y cómo encontraríamos una silla <strong>de</strong><br />

manos, porque pensaba que no tendría fuerzas para regresar a pie.<br />

Acabó sentándose sobre la arena y con tono temeroso dijo:<br />

-Cógeme las manos, Sinuhé, porque tiemblan y mi corazón late con<br />

fuerza. El instante se acerca, porque el mundo está <strong>de</strong>sierto y no hay<br />

en él más que tú y yo, pero no podrás seguirme adon<strong>de</strong> voy. Y, sin<br />

embargo, no quiero quedarme solo.<br />

Lo cogí por las muñecas y sentí que todo su cuerpo temblaba y<br />

estaba cubierto <strong>de</strong> un sudor frío. El mundo <strong>de</strong>sierto a nuestro<br />

alre<strong>de</strong>dor y a lo lejos un chacal comenzó a aullar a la muerte. Las<br />

estrellas pali<strong>de</strong>cían lentamente y todo el ambiente se volvía gris como<br />

la muerte. Súbitamente el here<strong>de</strong>ro liberó sus manos, se levantó y<br />

volvió el rostro hacia las colinas <strong>de</strong> Levante.<br />

-¡El dios viene! -dijo en voz baja. Y su rostro adquirió una<br />

expresión enfermiza-. ¡El dios viene! -gritó en el <strong>de</strong>sierto.<br />

Y la luz brotó alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> nosotros incendiando y dorando las<br />

montañas. El sol se levantó y el muchacho lanzó un grito y se<br />

<strong>de</strong>svaneció. Pero sus miembros se agitaban todavía, su boca se abrió<br />

y sus pies golpeaban la arena. Yo no sentía miedo porque había oído<br />

ya estos gritos en la Casa <strong>de</strong> la Vida y sabía lo que había que hacer.<br />

No tenía ningún trozo <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra que ponerle entre los dientes, pero<br />

<strong>de</strong>sgarré mi <strong>de</strong>lantal y se lo metí en la boca; <strong>de</strong>spués le hice masaje en<br />

los miembros. Sabía que se sentiría enfermo y confuso al recobrar el<br />

conocimiento y miraba a mi alre<strong>de</strong>dor en busca <strong>de</strong> ayuda. Pero Tebas<br />

estaba lejos y no veía la menor cabaña por los alre<strong>de</strong>dores.<br />

En el mismo instante un halcón voló cerca <strong>de</strong> mí lanzando gritos.<br />

Parecía salir directamente <strong>de</strong> los rayos brillantes <strong>de</strong>l sol y <strong>de</strong>scribió<br />

un gran círculo alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> nosotros. Después <strong>de</strong>scendió como si<br />

hubiese querido posarse sobre la cabeza <strong>de</strong>l here<strong>de</strong>ro. Me sentí tan<br />

sobrecogido que hice instintivamente el signo sagrado <strong>de</strong> Amón.


Acaso el príncipe hubiese pensado en Horus al hablarme <strong>de</strong> su dios y<br />

éste se nos aparecía bajo la forma <strong>de</strong> un halcón. El here<strong>de</strong>ro gemía y<br />

yo me incliné para cuidarle. Cuando volví a levantar la cabeza vi que<br />

el pájaro se había transformado en un hombre joven que estaba <strong>de</strong><br />

pie <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, bello como un dios bajo los rayos <strong>de</strong>l sol. Llevaba<br />

una lanza en la mano y sobre el hombro la tosca ropa <strong>de</strong> los pobres.<br />

Yo no creía realmente en los dioses, pero por si acaso me prosterné<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él.<br />

-¿Qué ocurre? -preguntó en el dialecto <strong>de</strong>l bajo país, mostrándome<br />

al here<strong>de</strong>ro-. ¿Está enfermo?<br />

Yo sentí vergüenza y me puse <strong>de</strong> rodillas saludándolo.<br />

-Si eres un bandido tu botín será mezquino, pero este muchacho<br />

está enfermo y los dioses te ben<strong>de</strong>cirán quizá si nos prestas ayuda.<br />

Lanzó un grito violento y en el acto un halcón bajó <strong>de</strong>l cielo<br />

posándose sobre su hombro. Yo me dije que era<br />

mejor ser pru<strong>de</strong>nte por si acaso era un dios, aun cuando fuese un dios<br />

menor. Por esto le hablé cortésmente y le pregunté quién era, <strong>de</strong><br />

dón<strong>de</strong> venía y adón<strong>de</strong> iba.<br />

-Soy Horemheb, hijo <strong>de</strong>l halcón -dijo con orgullo-. Mis padres son<br />

simples fabricantes <strong>de</strong> quesos, pero me han predicho <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi<br />

nacimiento que mandaría a muchos hombres. El halcón volaba<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, por esto he venido aquí no habiendo encontrado<br />

albergue en la villa. Los habitantes <strong>de</strong> Tebas temen la lanza <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> la caída <strong>de</strong> la noche. Pero me propongo alistarme como soldado,<br />

porque dicen que el faraón está enfermo y necesitará brazos sólidos<br />

para protegerle.<br />

Su cuerpo era bello como el <strong>de</strong> un león joven y su mirada<br />

penetrante como una flecha alada. Pensé con cierta envidia en que<br />

más <strong>de</strong> una mujer le diría: “Bello muchacho, ¿quieres divertir mi<br />

soledad?”<br />

El here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l trono lanzó un gemido, se pasó la mano por el<br />

rostro y movió los pies. Le quité la mordaza <strong>de</strong> la boca y hubiera<br />

querido tener agua para darle. Horemheb lo observaba todo con<br />

curiosidad y preguntó fríamente:<br />

-¿Va a morir?<br />

-No, no morirá -dije yo con impaciencia-. Sufre <strong>de</strong>l mal sagrado.<br />

Horemheb me miró y estrechó el venablo que llevaba en la mano.<br />

-No <strong>de</strong>bes menospreciarme -dijo- pese a que vaya <strong>de</strong>scalzo y sea<br />

todavía pobre. Sé escribir convenientemente y leer las<br />

inscripciones y mandaré a mucha gente. ¿Qué dios lo ha poseído?<br />

Hizo esta pregunta porque el pueblo cree que el dios habla por boca<br />

<strong>de</strong> los epilépticos.


-Tiene un dios particular -dije-. Creo que está un poco loco. Cuando<br />

haya recobrado el conocimiento me ayudarás a llevarlo hasta la villa,<br />

don<strong>de</strong> encontraré una litera para transportarlo a su casa.<br />

-Tiene frío -dijo Horemheb, que se quitó la capa para cubrir al<br />

here<strong>de</strong>ro-. Los amaneceres <strong>de</strong> Tebas son fríos, pero yo tengo mi<br />

sangre para calentarme. Conozco, a<strong>de</strong>más, muchos dioses y podría<br />

citarte el nombre <strong>de</strong> muchos que me han sido propicios. Pero mi dios<br />

particular es Horus. Este muchacho es seguramente hijo <strong>de</strong> ricos<br />

porque su piel es blanca y sus manos no han trabajado. Y tú, ¿quién<br />

eres?<br />

Hablaba mucho y con vivacidad, porque era un pobre muchacho<br />

que había recorrido un gran trayecto para llegar a Tebas y había<br />

sufrido durante su camino muchos contratiempos y <strong>de</strong>sdichas.<br />

-Soy médico. He sido or<strong>de</strong>nado también sacerdote <strong>de</strong> primer grado<br />

en el templo <strong>de</strong> Amón <strong>de</strong> Tebas.<br />

-Lo has traído seguramente al <strong>de</strong>sierto para curarlo -<strong>de</strong>claró<br />

Horemheb-. Pero hubieras <strong>de</strong>bido vestirlo más. Sin embargo, no<br />

pienses que quiero censurarte -añadió en seguida.<br />

La arena roja brillaba bajo la luz <strong>de</strong>l sol levante, la punta <strong>de</strong> su<br />

lanza se enrojecía y el halcón <strong>de</strong>scribía gran<strong>de</strong>s órbitas por encima <strong>de</strong><br />

la cabeza <strong>de</strong>l muchacho. El here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l trono se sentó, sus dientes<br />

castañeteaban, gemía dulcemente y miró a su alre<strong>de</strong>dor con sorpresa.<br />

-Lo he visto -dijo-. Este instante es como un siglo; yo no tenía<br />

edad y ha tendido mil manos benefactoras sobre mi cabeza y cada<br />

una <strong>de</strong> ellas me daba una garantía <strong>de</strong> vida eterna. ¿No creería,<br />

acaso?<br />

-Espero que no te hayas mordido la lengua -dije yo, preocupado-.<br />

Quise cuidarte, pero no tenía un pedazo <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra para ponértela<br />

entre los dientes.<br />

Pero mi voz no era más que un zumbido <strong>de</strong> mosquitos en sus oídos.<br />

Miraba a Horemheb con los ojos muy abiertos y brillantes, y aquella<br />

sonrisa <strong>de</strong> asombro le daba cierta belleza.<br />

-¿Es a ti a quien Atón, el único, ha enviado? -preguntó con<br />

sorpresa.<br />

-Un halcón ha volado <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí y he seguido al halcón -dijo<br />

Horemheb-. Por esto estoy aquí. No sé nada más.<br />

Pero el here<strong>de</strong>ro vio la lanza y su rostro se ensombreció.<br />

-Tienes una lanza -dijo con tono <strong>de</strong> reproche.<br />

Horemheb se la mostró.<br />

-El asta es <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra excelente -dijo-. Su punta es <strong>de</strong> cobre y<br />

tiene sed <strong>de</strong> beber la sangre <strong>de</strong> los enemigos <strong>de</strong>l faraón. Mi lanza<br />

tiene sed y su nombre es Degolladora.


-Nada <strong>de</strong> sangre -dijo el here<strong>de</strong>ro-. Atón siente horror <strong>de</strong> la<br />

sangre. No hay nada más horrible que la sangre vertida.<br />

Aun cuando había visto cómo el here<strong>de</strong>ro cerraba los ojos<br />

mientras Ptahor trepanaba a su padre, no sabía todavía que era una<br />

<strong>de</strong> esas personas a quienes la vista <strong>de</strong> la sangre enferma hasta el<br />

<strong>de</strong>svanecimiento.<br />

-La sangre purifica a los pueblos y los hace fuertes -afirmó<br />

Horemheb-. Es la sangre lo que engorda a los dioses y les asegura<br />

la salud. Mientras haya guerras, correrá la sangre.<br />

-No habrá nunca más guerras -dijo el here<strong>de</strong>ro.<br />

-Este muchacho está loco -dijo Horemheb-. Ha habido siempre<br />

guerras y las habrá siempre, porque los pueblos<br />

necesitan poner sus fuerzas a prueba para vivir.<br />

-Todos los pueblos son sus hijos, las lenguas y los colores, la tierra<br />

roja y la tierra negra -dijo el here<strong>de</strong>ro al sol-. Yo edificaré su templo en<br />

todos los países y enviaré a los reyes el símbolo <strong>de</strong> vida, porque lo veo,<br />

he nacido <strong>de</strong> él y a él <strong>de</strong>bo volver.<br />

-Está verda<strong>de</strong>ramente loco -dijo Horemheb, moviendo la cabeza-.<br />

Comprendo que necesite cuidados.<br />

-Su dios acaba <strong>de</strong> aparecérsele -dije yo para ponerlo en guardia,<br />

porque sentía ya simpatía por él-. El mal gran<strong>de</strong> le ha hecho ver a<br />

su dios y no tenemos competencia para discutir lo que le ha dicho.<br />

Cada cual busca su salvación a su manera.<br />

-Yo creo en mi lanza y en mi halcón -dijo Horemheb.<br />

Pero el here<strong>de</strong>ro levantó la mano para saludar al sol y su rostro<br />

recobró belleza y brillantez como si<br />

contemplase un mundo diferente <strong>de</strong>l nuestro. Después <strong>de</strong> haberlo<br />

<strong>de</strong>jado orar a su gusto nos lo llevamos hacia la villa sin que opusiese<br />

resistencia. El ataque <strong>de</strong> la enfermedad lo había agotado y caminaba<br />

difícilmente. Por esto lo llevábamos entre los dos, precedidos <strong>de</strong>l<br />

halcón.<br />

Llegados al lin<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> los campos cultivados hasta don<strong>de</strong> se<br />

extendían los canales <strong>de</strong> irrigación, vimos que una litera real nos<br />

esperaba. Los esclavos se habían tendido en el suelo y un imponente<br />

sacerdote avanzó hacia nosotros. Llevaba la cabeza afeitada y sus<br />

facciones sombrías eran bellas. Yo llevé mis manos a la altura <strong>de</strong> las<br />

rodillas porque adiviné que era el sacerdote <strong>de</strong> Re-Herakthi, <strong>de</strong> quien<br />

Ptahor me había hablado. Pero no se ocupó <strong>de</strong> mí. Se postró ante el<br />

here<strong>de</strong>ro y lo saludó con el nombre <strong>de</strong> rey. Así fue como supe que el<br />

faraón Amenhotep III había muerto. Los esclavos se precipitaron<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l nuevo rey, le lavaron los miembros, le dieron masaje y<br />

lo ungieron, lo vistieron con lino real y colocaron sobre su cabeza un<br />

emblema real.


Entonces Ai me dirigió la palabra:<br />

-¿Ha encontrado a su dios, Sinuhé?<br />

-Ha encontrado a su dios -respondí-. Pero he velado por él para<br />

que no le ocurriese nada malo. ¿Cómo sabes mi nombre?<br />

El sacerdote sonrió y dijo:<br />

-Es mi <strong>de</strong>ber saber cuanto ocurre <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l palacio hasta que haya<br />

sonado mi hora. Sé tu nombre y que eres<br />

médico. Por esto lo he confiado a tu guardia. Sé también que eres<br />

sacerdote <strong>de</strong> Amón y que le has prestado juramento.<br />

Dijo estas últimas palabras con tono <strong>de</strong> amenaza, pero yo levanté el<br />

brazo diciendo:<br />

-¿Qué significa un juramento para Amón?<br />

-Tienes razón -dijo-, y no tienes necesidad <strong>de</strong> arrepentirte. Debes<br />

saber que se siente inquieto cuando el dios se<br />

acerca a él. Nada pue<strong>de</strong> retenerlo entonces y no permite que los<br />

guardias lo sigan. Sin embargo, habéis estado en seguridad toda la<br />

noche; ningún peligro os ha amenazado y ya ves que una litera os<br />

espera. Pero, ¿quién es este lancero? -Me mostró a Horemheb que, un<br />

poco a distancia, probaba el cobre <strong>de</strong> su lanza, con el halcón posado<br />

sobre el hombro-. Sería quizá mejor hacerle perecer porque no es<br />

conveniente que los sacerdotes <strong>de</strong> los faraones sean <strong>de</strong>masiado<br />

conocidos.<br />

-Ha cubierto al faraón con sus vestiduras porque hacía frío -dije-.<br />

Está dispuesto a blandir su lanza contra los enemigos <strong>de</strong>l faraón. Creo<br />

que te será <strong>de</strong> mayor utilidad vivo que muerto, sacerdote Ai.<br />

Entonces Al le arrojó un brazalete <strong>de</strong> oro diciéndole:<br />

-Ve un día a verme a la casa dorada, lancero.<br />

Pero Horemheb <strong>de</strong>jó que el brazalete cayese a sus pies sobre la<br />

arena y lanzó a Ai una mirada <strong>de</strong> reto.<br />

-No recibo ór<strong>de</strong>nes más que <strong>de</strong>l faraón -dijo-. Si no me equivoco, el<br />

faraón es este que lleva la corona. Mi halcón me ha conducido a él; es<br />

un signo suficiente.<br />

Ai no se enojó.<br />

-El oro es precioso y se tiene siempre necesidad <strong>de</strong> él -dijo<br />

recogiendo el brazalete y poniéndoselo otra vez en<br />

el brazo-. Inclínate <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l faraón, pero <strong>de</strong>pón la lanza en su<br />

presencia.<br />

El here<strong>de</strong>ro se acercó a nosotros. Su rostro estaba pálido y cansado,<br />

pero subsistía en él un <strong>de</strong>stello extraño que calentaba el corazón.<br />

-Seguidme todos -dijo-, seguidme por el nuevo camino, porque la<br />

verdad me ha sido revelada.<br />

Lo seguimos hacia la litera, pero Horemheb murmuró en voz<br />

baja:


-La verdad está en la lanza.<br />

Consintió, sin embargo, en confiarla al corredor y pudimos<br />

sentarnos sobre los brazos cuando la litera emprendió el camino. Los<br />

portadores comenzaron a correr. Una barca nos esperaba en la ribera<br />

<strong>de</strong>l Nilo y regresamos a palacio como habíamos salido, sin llamar la<br />

atención, pese a que la muchedumbre se apretujaba alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> sus<br />

muros.<br />

Fuimos recibidos en la estancia <strong>de</strong>l here<strong>de</strong>ro, que nos mostró unos<br />

gran<strong>de</strong>s vasos cretenses sobre los que había peces y animales<br />

pintados. Yo hubiera querido que Thotmés hubiese podido<br />

admirarlos, porque <strong>de</strong>mostraban que el arte podía ser otra cosa que<br />

lo que era en Egipto. Ahora que estaba restablecido y calmado, el<br />

here<strong>de</strong>ro se comportaba como un muchacho razonable, sin exigir <strong>de</strong><br />

nosotros una cortesía excesiva ni señales <strong>de</strong> respeto.<br />

Pronto le anunciaron que la reina madre iba a acudir a prestarle<br />

acatamiento y se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> nosotros prometiendo no olvidarnos.<br />

Una vez fuera, Horemheb me miró <strong>de</strong>sconcertado.<br />

-Estoy inquieto -dijo-, porque no sé adón<strong>de</strong> ir.<br />

-Quédate tranquilamente aquí. Ha prometido no olvidarte. Por esto<br />

es conveniente que estés a su alcance cuando se acuer<strong>de</strong> <strong>de</strong> ti. Los<br />

dioses son caprichosos y olvidan pronto.<br />

-¿Quedarme aquí en medio <strong>de</strong> este enjambre <strong>de</strong> moscas? -dijo,<br />

mostrándome los cortesanos que se precipitaban hacia las puertas<br />

que daban a las estancias reales-. No, estoy inquieto -añadió-. ¿Qué<br />

va a ser <strong>de</strong> Egipto bajo un faraón que tiene miedo a la sangre y para<br />

quien todos los pueblos, cualesquiera que sean su lengua y su color,<br />

son iguales? Nací soldado y mi buen sentido <strong>de</strong> soldado me dice que<br />

es enojoso para los soldados. En todo caso, voy a recuperar mi lanza;<br />

el corredor se ha quedado con ella.<br />

Nos separamos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberlo invitado a preguntar por mí en<br />

la Casa <strong>de</strong> la Vida, si necesitaba un amigo.<br />

Ptahor me esperaba en nuestra habitación, con los ojos rojos y<br />

malhumorado.<br />

-Estabas ausente cuando el faraón ha entregado el alma al alba. Tú<br />

estabas ausente y yo dormía, <strong>de</strong> manera que ninguno <strong>de</strong> los dos ha<br />

visto cómo le salía el alma por la nariz en forma <strong>de</strong> pájaro para volar<br />

directamente al sol. Numerosos testigos lo certifican. También yo<br />

hubiese querido estar presente, porque me gusta ver estos milagros,<br />

pero tú estabas ausente y no me has <strong>de</strong>spertado. ¿Con qué mujer has<br />

pasado la noche?<br />

Le conté todo lo ocurrido y levantó la mano en señal <strong>de</strong> gran<br />

sorpresa.<br />

-¡Que Amón nos proteja! -dijo-. Este nuevo faraón está loco.


-No lo creo -dije, vacilando, porque mi corazón sentía simpatía<br />

hacia aquel muchacho enfermizo a quien había protegido y que tanta<br />

benevolencia me había <strong>de</strong>mostrado-. Creo que ha encontrado un<br />

nuevo dios. Cuando sus i<strong>de</strong>as se hayan aclarado, veremos quizá<br />

milagros en el país <strong>de</strong> Kemi.<br />

-Que Amón nos proteja <strong>de</strong> ellos -dijo Ptahor, asustado-.<br />

Escánciame vino, porque mi garganta está seca como el polvo <strong>de</strong>l<br />

camino. Entonces vinieron a buscarnos para llevarnos a la Casa <strong>de</strong> la<br />

justicia, don<strong>de</strong> el viejo guardasellos estaba sentado <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

cuarenta rollos <strong>de</strong> cuero don<strong>de</strong> estaba consignada la ley. Soldados<br />

armados nos ro<strong>de</strong>aban <strong>de</strong> manera que no podíamos escaparnos, y el<br />

guardasellos nos leyó la ley por la que nos informaba que <strong>de</strong>bíamos<br />

morir, puesto que el faraón no se había repuesto <strong>de</strong> la trepanación.<br />

Yo miré a Ptahor, pero él se limitó a sonreír cuando entró el verdugo<br />

con su espada.<br />

-Comienza por el hombre hemostático -dijo-; lleva más prisa que<br />

nosotros, porque su madre le prepara ya una sopa <strong>de</strong> guisantes en el<br />

país <strong>de</strong>l Occi<strong>de</strong>nte.<br />

El verdugo se <strong>de</strong>spidió amablemente <strong>de</strong> nosotros, hizo los signos<br />

sagrados <strong>de</strong> Amón, blandió la espada y la hizo girar por encima <strong>de</strong> la<br />

cabeza <strong>de</strong> la víctima; <strong>de</strong>spués le tocó ligeramente el cuello. El boyero<br />

se <strong>de</strong>splomó sobre el suelo y creíamos que el miedo le había hecho<br />

per<strong>de</strong>r el conocimiento, porque no tenía la menor herida. Cuando<br />

vino mi vez, me arrodillé sin miedo, el verdugo me sonrió y se limitó<br />

a rozarme el cuello. Ptahor se juzgó tan pequeño que no se dignó<br />

siquiera arrodillarse y el verdugo no hizo más que un simulacro <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>capitación. Así estábamos, pues, muertos, la sentencia había sido<br />

cumplida y nos dieron nuevos nombres que habían sido grabados en<br />

unos brazaletes <strong>de</strong> oro. El <strong>de</strong> Ptahor llevaba estas palabras: «El que<br />

parece un babuino», y el mío: «El que es solitario.» Después <strong>de</strong> esto<br />

se pesó para Ptahor una retribución en oro y yo recibí también una<br />

buena cantidad <strong>de</strong> él. Nos dieron vestiduras nuevas y por primera vez<br />

tuve una túnica plisada <strong>de</strong> lino real y un cuello al que daban peso la<br />

plata y las piedras preciosas. Pero cuando los servidores trataron <strong>de</strong><br />

levantar al hombre hemostático para reanimarlo, todo fue inútil:<br />

estaba realmente muerto. Esto es lo que he visto con mis propios<br />

ojos. En cuanto a <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> qué había muerto, no podía compren<strong>de</strong>rlo,<br />

a menos que muriese porque creyó que iba a morir. Porque, pese a su<br />

bestialidad, tenía el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> <strong>de</strong>tener las hemorragias y un hombre<br />

así no es parecido a los <strong>de</strong>más.<br />

La noticia <strong>de</strong> aquella muerte se esparció rápidamente y los que la<br />

oyeron no podían evitar reírse. Se golpeaban los muslos soltando la<br />

carcajada, porque, verda<strong>de</strong>ramente, la cosa era risible.


En cuanto a mí estaba oficialmente muerto y a partir <strong>de</strong> entonces no<br />

pu<strong>de</strong> firmar ningún documento sin añadir a mi nombre <strong>de</strong> Sinuhé las<br />

palabras «El que es solitario». Únicamente por este nombre se me<br />

conocía en la Corte.<br />

A mi regreso a la Casa <strong>de</strong> la Vida, con mis vestidos nuevos y mi<br />

pequeño brazalete <strong>de</strong> oro, mis maestros se inclinaron ante mí<br />

poniendo las manos a la altura <strong>de</strong> las rodillas. Pero no era más que un<br />

estudiante y tuve que redactar un minucioso informe sobre la<br />

trepanación y la muerte <strong>de</strong>l faraón, atestiguando su exactitud. Este<br />

trabajo exigió bastante tiempo y terminé mi relato explicando cómo el<br />

espíritu se había escapado por la nariz en forma <strong>de</strong> pájaro para volar<br />

directamente hacia el sol. Insistieron en hacerme <strong>de</strong>cir si el faraón no<br />

había recuperado el conocimiento pocos instantes antes <strong>de</strong> morir, para<br />

<strong>de</strong>cir: «Que Amón sea bendito», como lo certificaban varios testigos.<br />

Después <strong>de</strong> haber reflexionado <strong>de</strong>cidí atestiguar también la exactitud<br />

<strong>de</strong> este hecho, y tuve el goce <strong>de</strong> oír leer mi informe al pueblo en los<br />

patios <strong>de</strong>l templo durante los setenta días en que el cuerpo <strong>de</strong>l faraón<br />

se preparaba para la eternidad en la Casa <strong>de</strong> la Muerte. Durante todo<br />

el duelo las casas <strong>de</strong> placer, las tabernas y <strong>de</strong>más sitios <strong>de</strong> este género<br />

fueron cerrados en la villa <strong>de</strong> Tebas <strong>de</strong> manera que no se podía beber<br />

vino ni oír música más que entrando por la puerta trasera.<br />

Durante este tiempo fui informado <strong>de</strong> que había llegado al término<br />

<strong>de</strong> mis estudios y podía ya ejercer mi arte en el barrio <strong>de</strong> la ciudad que<br />

quisiera. Si <strong>de</strong>seaba continuar mis estudios y especializarme para ser<br />

médico <strong>de</strong> las orejas o <strong>de</strong> los dientes, vigilar los partos, imponer las<br />

manos, manejar el cuchillo salvador o ejercer una <strong>de</strong> las catorce<br />

especialida<strong>de</strong>s que se enseñaban bajo la dirección <strong>de</strong> los médicos, no<br />

tenía más que <strong>de</strong>cir qué rama elegía. Aquél era un favor especial que<br />

<strong>de</strong>mostraba cuánto sabía Amón recompensar a sus servidores.<br />

Yo era joven y la ciencia <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Vida no me interesaba ya.<br />

Había sido dominado por la fiebre <strong>de</strong> Tebas y quería enriquecerme,<br />

llegar a ser célebre y aprovechar el tiempo en que todos me conocían<br />

todavía por el nombre <strong>de</strong> Sinuhé, «El que es solitario». Tenía oro y<br />

compré una casa situada a la entrada <strong>de</strong>l barrio <strong>de</strong> los ricos, la<br />

amueblé según mis posibilida<strong>de</strong>s y adquirí un esclavo que, a <strong>de</strong>cir<br />

verdad, era flaco y tuerto, pero que me convenía por todo lo <strong>de</strong>más. Se<br />

llamaba Kaptah y afirmaba que era una suerte que fuese tuerto,<br />

3


porque podría afirmar a mis clientes que lo había comprado ciego y<br />

había <strong>de</strong>vuelto la vista a uno <strong>de</strong> sus ojos. Por esto lo compré. Hice<br />

ejecutar algunas pinturas en la sala <strong>de</strong> espera. Una <strong>de</strong> ellas mostraba<br />

cómo Imhotep, el dios <strong>de</strong> los médicos, daba lecciones a Sinuhé. Yo era<br />

pequeño a su lado, como convenía, pero bajo la imagen podían leerse<br />

estas palabras: «El más sabio y más hábil <strong>de</strong> mis discípulos es Sinuhé,<br />

hijo <strong>de</strong> Senmut, el que es solitario.» En otra imagen ofrecía un<br />

sacrificio a Amón, para dar a Amón lo que es <strong>de</strong> Amón, y para que los<br />

clientes tuviesen confianza en mí. Y en una tercera imagen, el faraón<br />

me contemplaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> los cielos bajo la forma <strong>de</strong> un pájaro y<br />

sus servidores pesaban oro para mí y me cubrían <strong>de</strong> vestiduras nuevas.<br />

Fue Thotmés quien pintó estas imágenes, pese a que no era artista<br />

legalizado y su nombre no figurase en el registro <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> Ptah.<br />

Pero era mi amigo. En nombre <strong>de</strong> nuestra vieja amistad consintió en<br />

pintar a la moda antigua y su obra fue tan hábilmente ejecutada, y el<br />

rojo y el amarillo, los dos colores menos caros, resplan<strong>de</strong>cían con un<br />

brillo tal que los que veían aquellas pinturas por primera vez<br />

exclamaban maravillados:<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente, Sinuhé, hijo <strong>de</strong> Senmut, «El que es solitario»,<br />

inspira confianza y cura hábilmente a sus enfermos.<br />

Cuando todo estuvo terminado, me senté esperando a mis clientes y<br />

enfermos, pero nadie apareció. Por la noche fui a la taberna y animé<br />

mi corazón con vino, porque me quedaba todavía un poco <strong>de</strong> oro y<br />

plata. Era joven, me creía un médico hábil y tenía confianza en el<br />

porvenir. Por esto bebía con Thotmés y hablábamos en voz alta <strong>de</strong> los<br />

asuntos <strong>de</strong> los dos países, porque en aquella época, en las plazas,<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los almacenes, en las tabernas y en las casas <strong>de</strong> placer todo<br />

el mundo hablaba <strong>de</strong> los asuntos <strong>de</strong> los dos países.<br />

En efecto, cuando el cuerpo <strong>de</strong>l faraón hubo estado preparado para<br />

durar una eternidad y sido <strong>de</strong>positado en el Valle <strong>de</strong> los Reyes y las<br />

puertas <strong>de</strong> la tumba cerradas con los sellos reales, la real esposa subió<br />

al trono provista <strong>de</strong>l látigo y el cetro, una barba postiza en el mentón y<br />

una cola <strong>de</strong> león en la cintura. El here<strong>de</strong>ro no fue coronado faraón<br />

porque se <strong>de</strong>cía que quería purificarse e implorar a los dioses antes <strong>de</strong><br />

asumir el po<strong>de</strong>r. Pero cuando la reina madre <strong>de</strong>spidió al viejo<br />

guardasellos y elevó a este cargo al sacerdote <strong>de</strong>sconocido, Ai, que se<br />

encontró <strong>de</strong> esta forma elevado por encima <strong>de</strong> todos los gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

Egipto, que actuó en el pabellón <strong>de</strong> la justicia ante cuarenta libros <strong>de</strong><br />

cuero <strong>de</strong> la ley para nombrar los preceptores y los constructores <strong>de</strong>l<br />

faraón, todo el templo <strong>de</strong> Amón comenzó a zumbar como una<br />

colmena; se vieron numerosos presagios funestos y los sacrificios<br />

regios no dieron ningún resultado. Los vientos cambiaron <strong>de</strong> dirección<br />

contra todas las reglas <strong>de</strong> la Naturaleza, hasta el punto <strong>de</strong> que llovió


dos días consecutivos en Egipto, las mercancías se estropearon en los<br />

almacenes y los montones <strong>de</strong> trigo se pudrieron en los muelles. En las<br />

afueras <strong>de</strong> Tebas, algunos estanques se convirtieron en charcas <strong>de</strong><br />

sangre y mucha gente fue<br />

a verlas. Pero nadie experimentaba temor alguno, porque eran cosas<br />

que se habían visto otras veces cuando los sacerdotes estaban<br />

encolerizados. Pero reinaba una sorda inquietud y circulaban muchos<br />

rumores. Entretanto, los mercenarios <strong>de</strong>l faraón, egipcios, sirios y<br />

negros, recibían <strong>de</strong> la reina madre abundantes salarios; sus jefes se<br />

repartían en la terraza <strong>de</strong>l palacio los collares <strong>de</strong> oro y las<br />

con<strong>de</strong>coraciones, y el or<strong>de</strong>n era mantenido. Nada amenazaba el<br />

po<strong>de</strong>río <strong>de</strong> Egipto porque en Siria las guarniciones velaban también<br />

por el or<strong>de</strong>n, y los príncipes <strong>de</strong> Biblos, Simyra, Sidón y Ghaza, que<br />

habían pasado su infancia a los pies <strong>de</strong>l faraón y recibido su educación<br />

en la casa dorada, lamentaron su muerte como si hubiese sido la <strong>de</strong> su<br />

padre y escribían a la reina madre unas cartas en las que <strong>de</strong>claraban<br />

no ser más que polvo a su lado. En el país <strong>de</strong> Kush, en Nubia y en las<br />

fronteras <strong>de</strong>l Sudán había <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los tiempos más remotos la<br />

costumbre <strong>de</strong> guerrear a la muerte <strong>de</strong>l faraón, como si los negros<br />

quisieran poner a prueba la longanimidad <strong>de</strong>l nuevo soberano. Por<br />

esto el virrey <strong>de</strong> las tierras <strong>de</strong>l Sur, el hijo <strong>de</strong> dios en las guarniciones<br />

<strong>de</strong>l Sur, movilizó sus tropas en cuanto se enteró <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong>l<br />

faraón y sus hombres cruzaron la frontera e incendiaron numerosos<br />

poblados <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber capturado un rico botín <strong>de</strong> ganado,<br />

esclavos, colas <strong>de</strong> león y plumas <strong>de</strong> avestruz, <strong>de</strong> manera que las rutas<br />

hacia el país <strong>de</strong> Kush fueron <strong>de</strong> nuevo seguras y todas las tribus que se<br />

<strong>de</strong>dicaban al pillaje <strong>de</strong>ploraron vivamente la muerte <strong>de</strong>l faraón al ver a<br />

sus jefes colgados en los muros <strong>de</strong> los puestos fronterizos.<br />

Incluso en las islas <strong>de</strong>l mar se lloró la muerte <strong>de</strong>l gran faraón, y el rey<br />

<strong>de</strong> Babilonia y el <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> los Khattis, que reinaba sobre los hititas,<br />

enviaron a la reina madre unas tablillas <strong>de</strong> arcilla lamentando la<br />

muerte <strong>de</strong>l faraón y pidiendo oro a fin <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r levantar su imagen en<br />

los templos, porque el faraón había sido para ellos como un padre y un<br />

hermano. En cuanto al rey <strong>de</strong> Mitanni, en Naharina, envió a su hija<br />

para que se casase con el futuro faraón, como lo había hecho su padre<br />

antes que él y conforme había sido convenido con el faraón celeste<br />

antes <strong>de</strong> su muerte. Tadu-Hepa, que tal era el nombre <strong>de</strong> la princesa,<br />

llegó a Tebas con sus servidores, esclavos y asnos cargados con<br />

mercancías preciosas; la princesa era una chiquilla <strong>de</strong> seis años y el<br />

here<strong>de</strong>ro la tomó por mujer, porque el país <strong>de</strong> Mitanni era un muro <strong>de</strong><br />

separación entre la rica Siria y los países <strong>de</strong>l Norte y protegía todas las<br />

rutas <strong>de</strong> las caravanas <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> los dos ríos hasta el mar. Así fue<br />

como los sacerdotes <strong>de</strong> la celeste hija <strong>de</strong> Amón, Sekhmet, <strong>de</strong> cabeza <strong>de</strong>


leona, perdieron su júbilo, y se enmohecieron los goznes <strong>de</strong> las puertas<br />

<strong>de</strong> su templo.<br />

He aquí <strong>de</strong> lo que hablábamos Thotmés y yo en alta voz, regocijando<br />

nuestros corazones con vino, escuchando música siria y contemplando<br />

bellas danzarinas. La fiebre <strong>de</strong> Tebas me dominaba y cada mañana mi<br />

esclavo tuerto se acercaba a la cama, ponía sus manos a la altura <strong>de</strong> las<br />

rodillas y me tendía un pan, pescado seco y un vaso <strong>de</strong> cerveza. Yo me<br />

lavaba y me sentaba a esperar a los clientes, los recibía, escuchando<br />

sus dolencias y los curaba.<br />

Algunas veces las mujeres me traían a sus hijos, y si las madres<br />

estaban <strong>de</strong>lgadas y sus hijos débiles, con los párpados <strong>de</strong>vorados por<br />

las moscas, enviaba a Kaptah a comprarles carne y frutas y se los<br />

regalaba, pero <strong>de</strong> esta forma no me enriquecía y al día siguiente,<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mi puerta, me esperaban cinco o seis madres con sus hijos y<br />

yo no podía recibirlas y tenía que or<strong>de</strong>nar a mi esclavo que les cerrase<br />

la puerta y las mandase al templo don<strong>de</strong>, los días <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s<br />

sacrificios, se distribuía entre los pobres los restos <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>jaban<br />

los sacerdotes, ahítos. Cada noche las antorchas brillaban en las calles<br />

<strong>de</strong> Tebas, la música resonaba en las casas <strong>de</strong> placer y en las tabernas, y<br />

el cielo se enrojecía sobre la ciudad. Yo quería alegrar mi corazón con<br />

el vino, pero mi corazón no se alegraba ya, mis recursos se acababan y<br />

tuve que pedir prestado oro al templo para po<strong>de</strong>r vestirme<br />

<strong>de</strong>centemente y tratar <strong>de</strong> olvidar mis preocupaciones.<br />

Era <strong>de</strong> nuevo la época <strong>de</strong> la crecida <strong>de</strong>l río y las aguas alcanzaban los<br />

muros <strong>de</strong>l templo. Cuando se retiraron, la tierra se puso ver<strong>de</strong>, los<br />

pájaros hicieron sus nidos y los lotos florecieron en los estanques<br />

mientras las acacias embalsamaban el aire. Un día, Horemheb fue a<br />

verme. Iba vestido <strong>de</strong> lino real, llevaba un collar <strong>de</strong> oro y una fusta en<br />

la mano, insignia <strong>de</strong> su dignidad <strong>de</strong> oficial <strong>de</strong>l faraón. Pero no llevaba<br />

lanza ya. Levanté el brazo para testimoniarle mi alegría al verlo y él<br />

repitió mi a<strong>de</strong>mán y sonrió.<br />

-He venido a pedirte consejo, Sinuhé solitario -me dijo.<br />

-No te comprendo. Eres fuerte como un toro y osado como un león.<br />

¿Cómo pue<strong>de</strong> ayudarte un médico?<br />

-Vengo a consultar al amigo y no al médico -dijo, sentándose.<br />

Mi servidor vertió agua sobre sus manos y yo le ofrecí bizcochos<br />

enviados por mi madre Kipa y vino <strong>de</strong> precio,<br />

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porque mi corazón estaba contento <strong>de</strong> verlo.<br />

-Has alzanzado un grado superior, eres oficial <strong>de</strong>l rey y seguramente<br />

las mujeres te sonríen.<br />

Pero él se ensombreció y dijo:<br />

-¡Nada <strong>de</strong> eso! -Y excitado, prosiguió-: El palacio está lleno <strong>de</strong><br />

moscas que me cubren <strong>de</strong> excrementos. Las calles<br />

<strong>de</strong> Tebas son duras y me hieren los pies y las sandalias me aprietan los<br />

<strong>de</strong>dos. -Se quitó las sandalias y se dio masaje en los pies-. Soy oficial<br />

<strong>de</strong> la guardia <strong>de</strong> corps, pero mis camaradas se mofan <strong>de</strong> mí porque son<br />

chiquillos <strong>de</strong> dieciocho años y <strong>de</strong> alta estirpe. Su brazo es <strong>de</strong>masiado<br />

débil para tensar un arco, sus espadas son juguetes dorados llenos <strong>de</strong><br />

incrustaciones, buenas para cortar el asado, pero no para verter la<br />

sangre <strong>de</strong>l enemigo. Pasan sobre sus carros <strong>de</strong> guerra incapaces <strong>de</strong><br />

mantener el or<strong>de</strong>n, enredan las riendas y las ruedas <strong>de</strong> sus carros<br />

chocan contra las <strong>de</strong> sus vecinos. Los soldados se emborrachan y se<br />

acuestan con las esclavas <strong>de</strong>l palacio y no obe<strong>de</strong>cen las ór<strong>de</strong>nes. En la<br />

escuela <strong>de</strong> guerra los hombres no han visto nunca una batalla ni han<br />

conocido el hambre, la sed ni el miedo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l enemigo y leen<br />

viejas narraciones. -Sacudió furiosamente su collar <strong>de</strong> oro y continuó-<br />

: ¿Qué me importan los collares y las con<strong>de</strong>coraciones, puesto que no<br />

se ganan en los campos <strong>de</strong> batalla, sino postrándose ante el faraón?<br />

La reina madre ha fijado una barba a su mentón y ceñido su cintura<br />

con una cola <strong>de</strong> león, pero ¿cómo podrá jamás un soldado respetar a<br />

una mujer como soberano? Lo sé, lo sé... -dijo cuando hice alusión a<br />

la gran reina que había mandado una gran flota al país <strong>de</strong> Punt-. Lo<br />

que ha sido antes <strong>de</strong>be ser ahora también. Pero en los tiempos <strong>de</strong> los<br />

gran<strong>de</strong>s faraones los soldados no eran menospreciados como ahora. A<br />

los ojos <strong>de</strong> los tebanos la profesión militar es la más vil <strong>de</strong> todas y<br />

cierran la puerta a los soldados. Pierdo el tiempo. Pierdo mi juventud<br />

y mis fuerzas aprendiendo el arte militar entre hombres que huirían<br />

aullando al oír los gritos <strong>de</strong> guerra <strong>de</strong> los negros. Sí, se <strong>de</strong>svanecerían<br />

<strong>de</strong> miedo si la flecha <strong>de</strong> un habitante <strong>de</strong> los <strong>de</strong>siertos silbase a sus<br />

oídos. Se escon<strong>de</strong>rían bajo las ropas <strong>de</strong> sus madres si oyeran el<br />

estruendo <strong>de</strong> los carros lanzados al ataque. ¡Por mi halcón, sólo la<br />

guerra forma al soldado, y al ruido <strong>de</strong> las armas se ve <strong>de</strong> lo que es<br />

capaz! Por esto he venido a hablarte.<br />

Dio un golpe con la fusta sobre la mesa, <strong>de</strong>rribó los vasos, y mi<br />

servidor huyó gritando.<br />

-Estás verda<strong>de</strong>ramente enfermo, Horemheb, amigo mío -le dije-.<br />

Tienes los ojos febriles y sudas.<br />

-¿No soy acaso un hombre? -gritó, golpeándose el pecho con los<br />

puños-. Soy capaz <strong>de</strong> levantar un esclavo con cada mano y hacer<br />

chocar sus cabezas. Puedo llevar pesados fardos como conviene a un


soldado; no me ahogo corriendo; no temo el hambre ni la sed, ni el<br />

ardor <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto. Pero para ellos todo es <strong>de</strong>spreciable y las mujeres<br />

<strong>de</strong> la casa no admiran más que a los chiquillos que no se afeitan<br />

todavía. Admiran a los hombres <strong>de</strong> brazos <strong>de</strong>lgados y que tienen<br />

ca<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> mujer. Admiran a los hombres que usan parasol, que se<br />

pintan la boca <strong>de</strong> colorado y pían como los pájaros en la rama. A mí<br />

me <strong>de</strong>sprecian porque soy robusto y el sol ha curtido mi piel y se ve<br />

en mis manos que soy capaz <strong>de</strong> trabajar con ellas. -Se calló, la mirada<br />

fija, y bebió vino-. Tú eres solitario, Sinuhé -dijo-. Yo también lo soy;<br />

más solitario que nadie, porque adivino lo que va a ocurrir y sé que<br />

estoy <strong>de</strong>stinado a mandar las muchedumbres y que los dos reinos<br />

tendrán necesidad <strong>de</strong> mí. Por esto soy más solitario que nadie, pero<br />

tengo la fuerza <strong>de</strong> continuar solo, Sinuhé, porque mi corazón está<br />

lleno <strong>de</strong> centellas <strong>de</strong> fuego; siento mi garganta cerrada y no duermo<br />

por la noche.<br />

Siendo médico, creía tener cierto conocimiento <strong>de</strong> los hombres y<br />

las mujeres. Por esto le dije:<br />

-Seguramente <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser casada y su marido la vigila mucho...<br />

Horemheb me dirigió una mirada tan sombría que me precipité a<br />

coger una copa y ofrecerle vino. En el acto se calmó, y tocándose el<br />

pecho y la garganta, dijo:<br />

-Tengo que abandonar Tebas; me ahogo en este estercolero y las<br />

moscas me ensucian. -Y súbitamente se <strong>de</strong>splomó, diciéndome en voz<br />

baja-: Sinuhé, eres médico; dame un filtro que me permita vencer el<br />

amor.<br />

-Es muy fácil. Puedo darte unas píldoras que disueltas en el vino te<br />

volverán fuerte y apasionado como un babuino, <strong>de</strong> forma que las<br />

mujeres suspirarán y se <strong>de</strong>svanecerán en tus brazos. Es muy fácil.<br />

-No, no, me has entendido mal, Sinuhé. No soy importante. Pero<br />

<strong>de</strong>seo un remedio que me cure <strong>de</strong> mi locura. Quiero un remedio que<br />

calme mi corazón y lo haga duro como la roca.<br />

-No existe tal remedio. Basta una sonrisa y la mirada <strong>de</strong> unos ojos<br />

ver<strong>de</strong>s para reducir la medicina a la impotencia. Lo sé por mí mismo.<br />

Pero los sabios han dicho que un diablo arroja a otro. No sé si es<br />

verdad, pero algunas veces el segundo diablo es peor que el primero.<br />

-¿Qué quieres <strong>de</strong>cir? -dijo con tono irritado-. Estoy cansado <strong>de</strong> las<br />

frases que no hacen más que complicar las cosas y enredarlas.<br />

-Debes encontrar una nueva mujer que arroje <strong>de</strong> tu corazón ala<br />

primera. He aquí mi i<strong>de</strong>a. Tebas está llena <strong>de</strong> mujeres bellísimas y<br />

seductoras que se arreglan y se visten con el más fino lino. Habrá<br />

seguramente una que estará dispuesta a sonreírte. Eres joven y<br />

fuerte, tienes los miembros largos y llevas una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> oro en el<br />

cuello. Pero no comprendo qué te separa <strong>de</strong> la mujer que <strong>de</strong>seas.


Incluso si está casada, no hay muro suficientemente alto para <strong>de</strong>tener<br />

el amor, y la astucia <strong>de</strong> la mujer que <strong>de</strong>sea al hombre vence todos los<br />

obstáculos. Las leyendas <strong>de</strong> los dos países lo <strong>de</strong>muestran. Se dice<br />

también que la fi<strong>de</strong>lidad <strong>de</strong> la mujer es como el viento; continúa<br />

siendo la misma, pero pue<strong>de</strong> cambiar <strong>de</strong> dirección. Se dice también<br />

que la virtud <strong>de</strong> la mujer es como la cera, se fun<strong>de</strong> cuando se calienta.<br />

El galán no sufre vergüenza alguna, pero el marido cornudo es objeto<br />

<strong>de</strong> mofa. Así ha sido y así será siempre.<br />

-No está casada -dijo Horemheb con impaciencia-. Deja ya <strong>de</strong><br />

hablar <strong>de</strong> fi<strong>de</strong>lidad, <strong>de</strong> virtud y <strong>de</strong> vergüenza. No se digna siquiera<br />

mirarme, pese a que esté bajo sus ojos. No toca mi mano si se la<br />

tiendo para ayudarla a subir a la litera. Acaso me cree sucio porque el<br />

sol me ha bronceado.<br />

-¿Es, pues, una mujer noble?<br />

-Es inútil hablar <strong>de</strong> ella. Es más bella que la luna y las estrellas;<br />

como ellas está alejada <strong>de</strong> mí. Me sería más fácil estrechar la luna<br />

entre mis brazos; por esto <strong>de</strong>bo olvidarla. Por esto <strong>de</strong>bo abandonar<br />

Tebas. Si no, moriré.<br />

-¿No habrás puesto tus ojos en la reina madre? -dije bromeando,<br />

porque quería hacerlo reír-. La creía vieja y regor<strong>de</strong>ta, por lo menos<br />

para el gusto <strong>de</strong> un hombre joven.<br />

-Tiene su sacerdote -dijo él con <strong>de</strong>sprecio-. Creo que fornicaban ya<br />

en vida <strong>de</strong>l rey.<br />

Pero yo levanté rápidamente el brazo para interrumpirlo y dije:<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente, has saciado tu sed en algún pozo envenenado<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> tu llegada a Tebas.<br />

-La que es objeto <strong>de</strong> mis ardores -dijo Horemheb- se pinta los labios<br />

y las mejillas con ocre rojo, sus ojos son ovalados y oscuros y nadie ha<br />

acariciado jamás sus miembros bajo el lino real. Se llama Baketamon y<br />

por sus venas corre sangre <strong>de</strong> los faraones. Ya conoces ahora mi<br />

locura, Sinuhé. Pero si hablas <strong>de</strong> ella a alguien, aun cuando sea a mí<br />

mismo, te mataré doquiera estés, pondré tu cabeza entre tus piernas y<br />

te arrojaré al río. Guárdate mucho <strong>de</strong> pronunciar jamás su nombre en<br />

mi presencia; si no, te mataré.<br />

Me sentí presa <strong>de</strong> horror, porque era espantoso pensar que un<br />

villano hubiera osado levantar los ojos hasta la hija <strong>de</strong> un faraón y<br />

<strong>de</strong>searla en lo más hondo <strong>de</strong> su corazón. Por esto le dije:<br />

-Ningún mortal pue<strong>de</strong> levantar las manos sobre ella y si alguien se<br />

<strong>de</strong>sposa con ella no pue<strong>de</strong> ser más que su hermano, here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l<br />

trono, para elevarla a su lado como esposa real. Es lo que ocurrirá,<br />

porque lo he leído en los ojos <strong>de</strong> la princesa junto al lecho <strong>de</strong> muerte<br />

<strong>de</strong> su padre, porque no miraba a nadie más que a su hermano. Yo lo<br />

temía, porque es una mujer cuyos miembros no calientan a nadie y en


sus ojos ovalados se lee el vacío y la muerte. Por esto te digo: vete,<br />

Horemheb, amigo mío, porque Tebas no es para ti.<br />

Pero con impaciencia me respondió:<br />

-Todo esto lo sé tan bien o mejor que tú, <strong>de</strong> manera que tus palabras<br />

son como un zumbido <strong>de</strong> moscas en mis<br />

oídos. Pero volvamos a lo que <strong>de</strong>cías hace poco <strong>de</strong> los diablos, porque<br />

mi corazón está vacío y una vez que he bebido quisiera que una mujer<br />

me sonriese. Pero <strong>de</strong>be ir vestida <strong>de</strong> lino real y llevar una peluca, <strong>de</strong>be<br />

pintarse los labios y las mejillas <strong>de</strong> ocre rojo y mi <strong>de</strong>seo no se<br />

<strong>de</strong>spertará más que si sus ojos son ovalados como el arco <strong>de</strong> la luna en<br />

el cielo.<br />

Sonreí y dije:<br />

-Tus palabras son cuerdas, amigo. Examinemos juntos, si quieres,<br />

cómo <strong>de</strong>bes comportarte. ¿Tienes oro?<br />

Con jactancia respondió:<br />

-No me importa pesar mi oro, porque el oro no es más que estiércol<br />

a mis pies. Pero tengo un collar y brazaletes.<br />

¿Es suficiente?<br />

-No es seguro. Es quizá más seguro que te limites a sonreír, porque<br />

las mujeres que visten lino real son caprichosas y tu sonrisa pue<strong>de</strong><br />

inflamar a una <strong>de</strong> ellas. ¿No existe alguna en el palacio? ¿Por qué ir a<br />

<strong>de</strong>rrochar un oro <strong>de</strong>l que pue<strong>de</strong>s más tar<strong>de</strong> tener necesidad?<br />

-No me importan las mujeres <strong>de</strong> palacio -respondió Horemheb-.<br />

Pero conozco otro remedio. Entre mis camaradas hay un tal Kefta, un<br />

cretense, a quien di un día <strong>de</strong> puntapiés porque se había burlado <strong>de</strong><br />

mí y ahora me respeta. Me ha invitado a acompañarlo hoy a una<br />

fiesta en casa <strong>de</strong> unos nobles situada cerca <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> un dios <strong>de</strong><br />

cabeza <strong>de</strong> gato, cuyo nombre no recuerdo porque no pensaba, ir.<br />

-Se trata <strong>de</strong> Bastet -dije yo-. Conozco el templo y es un lugar<br />

propicio a tus intenciones, porque las mujeres ligeras invocan a<br />

menudo a la diosa <strong>de</strong> cabeza <strong>de</strong> gato y le ofrecen sacrificios con el<br />

objeto <strong>de</strong> que les proporcione amantes ricos.<br />

-Pero no iré si tú no me acompañas -dijo Horemheb,<br />

<strong>de</strong>sconcertado-. Soy <strong>de</strong> bajo origen, sé dar puntapiés y latigazos, pero<br />

no sé cómo comportarme en Tebas ni, sobre todo, cómo tratar a las<br />

mujeres. Tú eres un hombre <strong>de</strong> mundo, Sinuhé, y has nacido en<br />

Tebas. Por esto <strong>de</strong>bes ayudarme.<br />

Yo había bebido vino y su confianza me halagaba, pero no quería<br />

confesarle que conocía a las mujeres tan poco como él. Pero había<br />

bebido tanto vino que mandé a Kaptah a buscar una litera y ajusté el<br />

precio <strong>de</strong> la carrera mientras Horemheb seguía bebiendo para darse<br />

ánimos. Los portadores nos <strong>de</strong>positaron cerca <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> Bastet, y<br />

viendo antorchas y lámparas <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la casa adon<strong>de</strong> íbamos,


comenzaron a discutir el precio <strong>de</strong> la carrera hasta que Horemheb les<br />

administró unos cuantos latigazos que les impusieron silencio.<br />

Delante <strong>de</strong>l templo algunas muchachas nos sonrieron pidiéndonos<br />

que sacrificásemos con ellas; pero no iban vestidas <strong>de</strong> lino real,<br />

llevaban el cabello natural y no quisimos saber nada <strong>de</strong> ellas.<br />

Entramos; yo caminando <strong>de</strong>lante, y nadie se extrañó <strong>de</strong> nuestra<br />

llegada; los servidores nos echaron agua sobre las manos, y el aroma<br />

<strong>de</strong> los platos calientes, <strong>de</strong> los ungüentos y <strong>de</strong> las flores llegaba hasta<br />

la cancela. Los esclavos nos adornaron con coronas <strong>de</strong> flores y<br />

penetramos en la sala porque el vino nos había hecho osados.<br />

En cuanto entramos, no tuve ojos más que para una mujer que<br />

acudió a nuestro encuentro. Iba vestida con lino real, <strong>de</strong> manera que<br />

sus miembros aparecían a través <strong>de</strong> la tela como los <strong>de</strong> una diosa.<br />

Llevaba una gruesa peluca azul adornada con numerosas joyas<br />

coloradas, sus párpados estaban pintados <strong>de</strong> negro y ver<strong>de</strong> bajo los<br />

ojos. Pero más ver<strong>de</strong>s que todos los ver<strong>de</strong>s eran sus pupilas, que eran<br />

como el Nilo bajo los ardores <strong>de</strong>l sol estival, porque era<br />

Nefernefernefer, a quien había encontrado un día en el templo <strong>de</strong><br />

Amón. No me reconoció; nos miró con curiosidad y dirigió una<br />

sonrisa a Horemheb, quien levantó el látigo para saludarla.<br />

Un muchacho joven, el cretense Kefta, vio también a Horemheb y<br />

acudió titubeante, lo abrazó y lo llamó amigo. Nadie me prestó<br />

atención, <strong>de</strong> manera que pu<strong>de</strong> contemplar a placer a la hermana <strong>de</strong><br />

mi corazón. Era <strong>de</strong> más edad <strong>de</strong> lo que pensaba y sus ojos no sonreían<br />

ya y eran duros como las piedras ver<strong>de</strong>s. Sus ojos no sonreían, pero<br />

su boca sí, y ante todo miraba la ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> oro que Horemheb llevaba<br />

al cuello. Pero, a pesar <strong>de</strong> todo, mis rodillas flaqueaban.<br />

Los muros <strong>de</strong>l salón estaban pintados por los mejores artistas y<br />

unas columnas abigarradas sostenían el techo. Había mujeres<br />

casadas y solteras y todas llevaban vestidos <strong>de</strong> lino real, pelucas y<br />

muchas joyas. Sonreían a los hombres que se agolpaban alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong><br />

ellas y eran jóvenes o viejos, bellos o feos, y tenían también joyas <strong>de</strong><br />

oro y sus cabellos estaban recargados <strong>de</strong> piedras preciosas y oro.<br />

Gritaban o reían; copas y jarras llenaban el suelo; se caminaba sobre<br />

flores y los músicos sirios agitaban sus ruidosos instrumentos y<br />

apagaban el ruido <strong>de</strong> las palabras. Habían bebido mucho vino,<br />

porque una mujer se sintió indispuesta y el esclavo le tendió<br />

<strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong> la jofaina, <strong>de</strong> manera que se manchó el traje y todo<br />

el mundo se rió <strong>de</strong> ella.<br />

Kefta, el cretense, me besó también llamándome su amigo y me<br />

manchó la cara con sus afeites. Pero Nefernefernefer me miró y dijo:<br />

-iSinuhé!... Conocí una vez a un Sinuhé que, como tú, quería ser<br />

médico.


-Yo soy este Sinuhé -dije, mirándola fijamente y temblando.<br />

-No, tú no eres el mismo Sinuhé -me replicó, haciendo un a<strong>de</strong>mán<br />

con la mano para alejarme-. El Sinuhé que yo<br />

conocí era joven y sus ojos eran claros como los <strong>de</strong> la gacela. Pero tú<br />

eres un hombre, entre tus cejas pasan dos surcos y tu rostro no es tan<br />

liso como el suyo.<br />

Le mostré la sortija con la piedra ver<strong>de</strong> en mi <strong>de</strong>do, pero ella movió<br />

la cabeza y dijo:<br />

-He acogido a un bandido en mi casa, porque seguramente has<br />

matado a Sinuhé cuya vista alegraba mi corazón. Lo has matado y le<br />

has robado la sortija que me quité <strong>de</strong>l pulgar para dársela en prenda<br />

<strong>de</strong> amistad. Le has robado incluso su nombre; el Sinuhé que me<br />

gustaba no existe ya.<br />

Levantó el brazo para mostrarme su dolor. Entonces mi corazón se<br />

llenó <strong>de</strong> amargura y el dolor invadió mis miembros. Me quité la sortija<br />

y se la tendí diciéndole:<br />

-Recobra tu sortija. Voy a marcharme; no quiero ser importuno.<br />

Pero ella dijo:<br />

-No te marches. -Puso ligeramente su mano sobre mi hombro como<br />

la otra vez y repitió en voz baja-: No te marches.<br />

En aquel instante supe que su seno me quemaría más que el fuego y<br />

que no podría ser nunca feliz sin ella. Pero los<br />

servidores nos trajeron vino y bebimos para reconfortar nuestros<br />

corazones, y jamás vino alguno fue tan <strong>de</strong>licioso a mi paladar.<br />

La mujer que se había sentido indispuesta se enjuagó la boca y<br />

volvió a beber. Después se quitó el traje manchado y lo lanzó a lo lejos,<br />

y se quitó también la peluca, <strong>de</strong> manera que estaba <strong>de</strong>snuda, y<br />

apretándose los pechos con las manos mandó a los esclavos que<br />

vertiesen vino entre ellos <strong>de</strong> manera que todos pudiesen beber a gusto.<br />

Con el paso vacilante andaba <strong>de</strong> un lado a otro <strong>de</strong> la sala, riéndose en<br />

voz alta. Era joven, bella y ardiente, y <strong>de</strong>teniéndose <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

Horemheb le ofreció <strong>de</strong> beber entre sus pechos. Horemheb se inclinó y<br />

bebió, y cuando levantó la cabeza su rostro estaba congestionado; miró<br />

a la mujer a los ojos, cogió su cabeza entre sus manos y la besó. Todo<br />

el mundo se reía y la mujer también, pero <strong>de</strong> repente se enojó y pidió<br />

ropas limpias. Los servidores la vistieron, se puso la peluca y,<br />

sentándose al lado <strong>de</strong> Horemheb, no bebió más vino. Los músicos<br />

sirios seguían tocando; yo sentía en mis miembros y en mi sangre el<br />

ardor <strong>de</strong> Tebas y sabía que había visto el día en <strong>de</strong>clive <strong>de</strong>l mundo;<br />

nada me importaba ya con tal <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r sentarme al lado <strong>de</strong> la hermana<br />

<strong>de</strong> mi corazón y contemplar el ver<strong>de</strong> <strong>de</strong> sus ojos y el rojo <strong>de</strong> sus labios.


Así fue como, a causa <strong>de</strong> Horemheb, volví a encontrar a<br />

Nefernefernefer, mi adorada; pero hubiera sido mejor para mí no<br />

volver a verla.<br />

-¿Es tuya esta casa? -le pregunté, mientras, sentada a mi lado, me<br />

examinaba con sus ojos duros y ver<strong>de</strong>s.<br />

-Es mía y estos invitados son mis huéspe<strong>de</strong>s; todas las noches<br />

vienen porque no me gusta estar sola.<br />

-Serás seguramente muy rica -dije yo, <strong>de</strong>scorazonado porque temía<br />

no ser digno <strong>de</strong> ella.<br />

Pero ella me sonrió como a un niño y contestó con las palabras <strong>de</strong> la<br />

leyenda:<br />

-Soy una sacerdotisa y no una mujer <strong>de</strong>spreciable. ¿Qué quieres <strong>de</strong><br />

mí?<br />

Pero yo no entendí qué quería <strong>de</strong>cir con estas palabras.<br />

-¿Y Metufer? -pregunté, porque quería saberlo todo aun a riesgo <strong>de</strong><br />

sufrir.<br />

Me lanzó una mirada interrogadora y me miró frunciendo<br />

ligeramente sus cejas pintadas.<br />

-¿No sabes que murió? Robó los fondos que el faraón había confiado<br />

a su padre para construir templos, Metufer ha<br />

muerto y su padre no es ya arquitecto real. ¿No lo sabes?<br />

-Sí, es verdad -dije yo, sonriendo-, casi creería que Amón lo ha<br />

castigado por haberse mofado <strong>de</strong> él.<br />

Y le conté cómo él y el sacerdote habían escupido al rostro <strong>de</strong>l dios y<br />

se ungieron con óleos sagrados. Ella sonrió también, pero sus ojos<br />

permanecían duros y fijos en la lejanía.<br />

Bruscamente, dijo:<br />

-¿Por qué no fuiste a mi casa entonces, Sinuhé? Si me hubieses<br />

buscado me hubieras hallado. Hiciste mal en no<br />

haber ido a mi casa, en lugar <strong>de</strong> correr tras otras mujeres con mi<br />

sortija en el <strong>de</strong>do.<br />

-Era todavía un chiquillo y tenía miedo <strong>de</strong> ti. Pero en mis sueños<br />

eras mi hermana. Te burlarás <strong>de</strong> mí cuando te diga que no me he<br />

divertido todavía nunca con una mujer, porque esperaba volver a<br />

encontrarte un día.<br />

5


Ella sonrió e hizo un a<strong>de</strong>mán con la mano.<br />

-Mientes con <strong>de</strong>sfachatez -dijo-. Para ti soy una mujer vieja y fea y te<br />

diviertes mofándote <strong>de</strong> mí y engañándome.<br />

Me miró y sus ojos me sonreían como en otros tiempos y a mis ojos<br />

se rejuvenecía como antaño, <strong>de</strong> manera que<br />

mi corazón se henchía <strong>de</strong> alegría.<br />

-Es verdad que no he tocado nunca a ninguna mujer -dije-. Pero<br />

acaso no sea verdad no haberte esperado más que a ti porque quiero<br />

ser franco. Muchas mujeres han pasado cerca <strong>de</strong> mí, jóvenes y viejas,<br />

inteligentes y estúpidas, pero las he mirado sólo con los ojos <strong>de</strong>l<br />

médico y mi corazón no se ha inflamado por ninguna <strong>de</strong> ellas. ¿Por<br />

qué? Lo ignoro. -Y añadí-: Me sería fácil <strong>de</strong>cirte que es a causa <strong>de</strong> la<br />

piedra que me diste como prenda <strong>de</strong> amistad. Sin que yo lo supiese,<br />

acaso me has encantado al poner tus labios sobre los míos, porque tus<br />

labios eran dulces. Pero no es una explicación. Por esto podrías<br />

preguntarme millares <strong>de</strong> veces «¿Por qué?». Yo no sabría contestarte.<br />

-Acaso <strong>de</strong> muchacho te caíste a horcajadas sobre el brazo <strong>de</strong> una<br />

litera y te volviste triste y solitario -dijo, bromeando y tocándome la<br />

mano con una dulzura que no había conocido en ninguna mujer.<br />

No tuve necesidad <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r, porque sabía que había bromeado.<br />

Entonces retiró la mano y susurró:<br />

-Bebamos juntos y alegremos nuestros corazones. Quizá me<br />

divertiré contigo, Sinuhé.<br />

Bebimos más vino; los esclavos se llevaron a algunos invitados en<br />

sus literas y Horemheb pasó su brazo alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> su compañera<br />

llamándola hermana. La mujer sonreía, le cerró la boca con una mano<br />

y le dijo que no contase tonterías <strong>de</strong> las que se arrepentiría al día<br />

siguiente. Pero Horemheb se levantó y con un vaso en la mano gritó:<br />

-De cualquier cosa que haga no me arrepentiré nunca, porque a<br />

partir <strong>de</strong> hoy quiero mirar solamente hacia <strong>de</strong>lante y nunca hacia<br />

atrás. Lo juro por mi halcón y los mil dioses <strong>de</strong> los reinos cuyos<br />

nombres soy incapaz <strong>de</strong> enumerar, pero que pue<strong>de</strong>n recoger mi<br />

juramento.<br />

Se quitó el collar <strong>de</strong> oro y quiso pasarlo al cuello <strong>de</strong> su compañera,<br />

pero ésta rehusó.<br />

-Soy una mujer respetable, y no una prostituta.<br />

Se levantó irritada y salió, pero al llegar a la puerta le hizo un signo<br />

disimulado a Horemheb, que salió tras ella, y<br />

no volvimos a verlos en toda la noche.<br />

Pero esta marcha pasó inadvertida, porque la velada estaba ya<br />

avanzada y los invitados hubieran <strong>de</strong>bido marcharse ya. Sin embargo,<br />

continuaban bebiendo y tambaleándose y agitando los instrumentos<br />

que habían quitado a los músicos.


Se besaban llamándose hermanos y amigos y un instante <strong>de</strong>spués se<br />

golpeaban tratándose <strong>de</strong> cerdos y <strong>de</strong> castrados. Las mujeres se<br />

quitaban impúdicamente las pelucas y <strong>de</strong>jaban que los hombres les<br />

acariciasen los cráneos <strong>de</strong>snudos, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que las mujeres ricas y<br />

nobles han empezado a afeitarse la cabeza no hay caricia tan excitante<br />

para el hombre. Algunos hombres se acercaron a Nefernefernefer, pero<br />

ella los rechazó con ambas manos, y yo les pisaba los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> los pies<br />

cuando insistían, sin fijarme en su rango ni condición, pues estaban<br />

todos borrachos.<br />

Y yo no estaba embriagado <strong>de</strong> vino, sino <strong>de</strong> su presencia y <strong>de</strong>l<br />

contacto <strong>de</strong> sus manos. Hizo, por fin, un signo y los esclavos apagaron<br />

las luces, se llevaron las mesas y los taburetes, recogieron las flores<br />

aplastadas y las coronas y se llevaron en las literas a los hombres que<br />

se habían dormido <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> su copa <strong>de</strong> vino. Entonces le dije:<br />

-Tengo, indudablemente, que marcharme.<br />

Pero cada una <strong>de</strong> estas palabras me quemaba como la sal vertida<br />

sobre una herida, porque no quería per<strong>de</strong>rla y<br />

todo instante pasado lejos <strong>de</strong> ella habría <strong>de</strong> estar completamente vacío<br />

para mí.<br />

-¿Adón<strong>de</strong> quieres ir? -me preguntó con fingida sorpresa.<br />

-Velaré toda la noche <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> tu puerta. Iré a hacer sacrificios a<br />

todos los templos <strong>de</strong> Tebas para dar gracias a<br />

los dioses por haberte encontrado al fin, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que te he visto<br />

vuelvo a creer en los dioses. Iré a coger flores para sembrarlas a tu<br />

paso, cuando salgas <strong>de</strong> tu casa. Iré a comprar mirra para ungir los<br />

montantes <strong>de</strong> tu puerta.<br />

Pero ella sonrió y dijo:<br />

-Es mejor que no salgas, porque tengo ya flores y mirra. Es mejor<br />

que no salgas, porque excitado por el vino,<br />

podrías caer en manos <strong>de</strong> otras mujeres y no lo quiero.<br />

Estas palabras me entusiasmaron hasta tal punto que quise<br />

poseerla, pero ella me rechazó diciendo:<br />

-¡Déjame! Mis servidores nos ven y no quiero que, a pesar <strong>de</strong> que<br />

vivo sola, me tomen por una mujer <strong>de</strong>spreciable. Pero puesto que has<br />

sido franco conmigo, quiero serlo yo también. No haremos, pues,<br />

todavía, lo que te ha traído aquí, pero iremos al jardín, don<strong>de</strong> te<br />

contaré una bonita leyenda.<br />

Me llevó al jardín iluminado por la luna, y los mirtos y las acacias<br />

embalsamaban el aire; los lotos habían cerrado sus flores para la<br />

noche en el agua <strong>de</strong>l estanque <strong>de</strong> bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong> piedras <strong>de</strong> colores. Los<br />

servidores nos vertieron agua sobre las manos y nos trajeron una oca<br />

asada y frutos con miel, y Nefernefernefer dijo:<br />

-Come y goza <strong>de</strong> mí, Sinuhé.


Pero la pasión me estrujaba la garganta y no hubiera podido tragar<br />

un bocado. Ella me observaba con aire malicioso y se divertía, y cada<br />

vez que me miraba la luna se reflejaba en sus ojos. Cuando hubo<br />

terminado <strong>de</strong> comer, me dijo:<br />

-Te he prometido una leyenda y te la voy a contar, porque el alba<br />

está lejana todavía y no tengo sueño. Es la leyenda <strong>de</strong> Satné y<br />

Tabubué, sacerdotisa <strong>de</strong> Bastet.<br />

-Conozco ya esta leyenda -dije con impaciencia-. La he oído contar<br />

muchas veces, hermana. Ven conmigo para que te coja en mis brazos<br />

en tu lecho y duermas conmigo. Ven, hermana mía, porque mi corazón<br />

está enfermo <strong>de</strong> langui<strong>de</strong>z y, si no vienes, me heriré el rostro contra las<br />

piedras y aullaré <strong>de</strong> pasión.<br />

-Silencio, silencio, Sinuhé... -dijo, tocándome con la mano-. Eres<br />

<strong>de</strong>masiado violento, me das miedo. Quiero contarte una leyenda para<br />

calmarte. Ocurrió que Satné, hijo <strong>de</strong> Kemvesé, buscando el libro<br />

enca<strong>de</strong>nado <strong>de</strong> Thot, vio en el templo a Tabubué, sacerdotisa <strong>de</strong><br />

Bastet, y quedó tan impresionado que mandó a su servidor a ofrecerle<br />

diez <strong>de</strong>ben <strong>de</strong> oro para que pasase una hora divirtiéndose con él. Pero<br />

ella le respondió: «Soy una sacerdotisa y no una mujer <strong>de</strong>spreciable. Si<br />

tu dueño quiere lo que dices, que acuda a mi casa, don<strong>de</strong> nadie nos<br />

verá, <strong>de</strong> manera que no tendré que conducirme como una hija <strong>de</strong> la<br />

calle.» Satné quedó encantado y fue en el acto a casa <strong>de</strong> Tabubué,<br />

don<strong>de</strong> ésta le dio la bienvenida y le ofreció vino. Después <strong>de</strong> haber<br />

alegrado su corazón quiso realizar lo que lo había llevado a ella, pero le<br />

dijo: «No olvi<strong>de</strong>s que soy una sacerdotisa y no una mujer <strong>de</strong>spreciable.<br />

Si verda<strong>de</strong>ramente <strong>de</strong>seas hallar tu placer en mí, <strong>de</strong>bes darme tus<br />

bienes y tu fortuna, tu casa y tus campos y cuanto posees.» Satné la<br />

miró y mandó a buscar un escriba para que redactase un acta por la<br />

cual le cedía todo cuanto poseía. Entonces ella se levantó, se vistió <strong>de</strong><br />

lino real transparente, a través <strong>de</strong>l cual se veían sus miembros como<br />

los <strong>de</strong> las diosas, y se embelleció. Pero cuando él quiso pasar a lo que<br />

había venido, ella lo rechazó diciendo: «No olvi<strong>de</strong>s que soy una<br />

sacerdotisa y no una mujer <strong>de</strong>spreciable. Por esto <strong>de</strong>bes repudiar a tu<br />

esposa a fin <strong>de</strong> que no tenga que temer que tu corazón se vuelva hacia<br />

ella.» El la miró y envió a sus servidores a que arrojasen a su mujer <strong>de</strong><br />

la cama. Entonces ella le dijo: «Entra en la habitación y échate sobre la<br />

cama; recibirás tu recompensa.»<br />

El se tendió sobre la cama, pero entonces entró un esclavo que le<br />

dijo: «Tus hijos están aquí y reclaman a su madre llorando.» Pero él se<br />

hizo el sordo y quiso pasar a lo que había venido. Entonces Tabubué<br />

dijo: «Soy una sacerdotisa y no una mujer <strong>de</strong>spreciable. Por esto te<br />

digo que tus hijos podrían buscar querella a los míos por tu herencia.<br />

Esto no <strong>de</strong>be ser y tienes que permitirme que mate a tus hijos. » Satné


le dio permiso para matar a sus hijos en su presencia y arrojar los<br />

cuerpos por la ventana a los perros y a los gatos. Bebiendo vino con<br />

ella oyó los perros disputarse los cuerpos <strong>de</strong> sus hijos.<br />

Entonces la interrumpí y mi corazón se oprimió en mi pecho como<br />

en los días <strong>de</strong> mi infancia cuando mi madre me contaba esta leyenda, y<br />

dije:<br />

_Pero esto no es más que un sueño, porque al acostarse en el lecho<br />

<strong>de</strong> Tabubué, Satné oyó un grito y se <strong>de</strong>spertó. Y era como si hubiese<br />

pasado por un horno ardiente y no tenía ni un solo pedazo <strong>de</strong> tela<br />

sobre el cuerpo. Todo había sido un sueño.<br />

Pero Nefernefernefer dijo tranquilamente:<br />

-Satné tuvo un sueño y se <strong>de</strong>spertó, pero muchos otros no se han<br />

<strong>de</strong>spertado hasta la Casa <strong>de</strong> la Muerte. Sinuhé,<br />

también yo <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cirte que soy una sacerdotisa y no una mujer<br />

<strong>de</strong>spreciable. Mi nombre podría ser también Tabubué.<br />

Pero el claro <strong>de</strong> luna jugaba con sus ojos y no la creí. Por esto la<br />

tomé en mis brazos, pero ella se soltó y me hizo<br />

esta pregunta:<br />

-¿Sabes por qué Bastet, la diosa <strong>de</strong>l amor, está representada con<br />

cabeza <strong>de</strong> gato?<br />

-Me burlo <strong>de</strong> los dioses y <strong>de</strong> los gatos -dije yo, tratando <strong>de</strong> poseerla,<br />

con los ojos mudos <strong>de</strong> pasión.<br />

Pero ella me rechazó y dijo:<br />

-Podrás pronto tocar mis miembros y poner tu mano sobre mi pecho<br />

si esto pue<strong>de</strong> calmarte, pero <strong>de</strong>bes antes<br />

escucharme y saber que la mujer es como el gato y la pasión es como<br />

un gato también. Sus patas son dulces, pero ocultan unas garras<br />

aceradas que penetran sin piedad hasta el corazón. Verda<strong>de</strong>ramente,<br />

la mujer es como el gato, porque también el gato goza atormentando a<br />

su víctima y haciéndola sufrir con sus garras, sin cansarse jamás <strong>de</strong><br />

este juego. Una vez paralizada su víctima, la <strong>de</strong>vora y busca otra. Te<br />

cuento esto para ser franca contigo, porque no quisiera hacerte daño.<br />

No, en verdad, no quisiera hacerte el menor daño -repitió.<br />

Con aire distraído cogió mis manos y puso una <strong>de</strong> ellas sobre su<br />

pecho y la otra sobre su muslo. Yo empecé a temblar y las lágrimas<br />

brotaron <strong>de</strong> mis ojos. Pero bruscamente rechazó mis manos y dijo:<br />

-Me llamo Tabubué. Ahora que lo sabes, vete y no vuelvas nunca<br />

más a fin <strong>de</strong> que no te pueda hacer daño. Pero si te quedas no podrás<br />

reprocharme nunca los contratiempos que te puedan ocurrir.<br />

Me <strong>de</strong>jó tiempo para reflexionar, pero no me marché. Entonces<br />

lanzó un leve suspiro como si estuviese cansada <strong>de</strong> este juego y dijo:


-De acuerdo. Debo, ciertamente, darte lo que has venido a buscar.<br />

Pero no seas <strong>de</strong>masiado ardiente, porque estoy cansada y temo<br />

quedarme dormida en tus brazos.<br />

Me llevó a su dormitorio. Su lecho era <strong>de</strong> marfil y ma<strong>de</strong>ra negra. Se<br />

<strong>de</strong>snudó y me abrió los brazos. Yo tenía la sensación <strong>de</strong> que mi cuerpo<br />

y mi corazón y todo mi ser estaban reducidos a cenizas. Pero no tardó<br />

en bostezar y dijo:<br />

-Estoy verda<strong>de</strong>ramente cansada y creo realmente que no has tocado<br />

mujer, porque eres muy inhábil y no me causas el menor placer. Pero<br />

un hombre que viene por primera vez a casa <strong>de</strong> una mujer le hace un<br />

don irremplazable. Por esto no te pido nada más. Vete ahora y déjame<br />

dormir, porque has recibido ya lo que viniste a buscar.<br />

Quise besarla <strong>de</strong> nuevo, pero ella me rechazó, <strong>de</strong> manera que<br />

regresé a mi casa. Pero mi cuerpo estaba inflamado; en mí bullía<br />

todo, y sabía que no podría olvidarla jamás.<br />

Al día siguiente le dije a mi servidor Kaptah que <strong>de</strong>spidiese a<br />

todos los enfermos que se presentasen, diciéndoles que buscasen<br />

otro médico. Yo fui a casa <strong>de</strong>l peluquero, me lavé y purifiqué y me<br />

ungí con ungüentos perfumados.<br />

Encargué una silla <strong>de</strong> manos para ir a casa <strong>de</strong> Nefernefernefer<br />

sin mancillar mis pies y mis ropas con el polvo <strong>de</strong> las calles. Mi<br />

esclavo tuerto me seguía con la mirada inquieta, moviendo la<br />

cabeza, porque era la primera vez que yo abandonaba mi trabajo en<br />

pleno día y temía ver disminuir mis regalos si abandonaba a mis<br />

enfermos. Pero mi mente estaba obsesionada por una i<strong>de</strong>a única y<br />

mi corazón ardía como un brasero. Y, sin embargo, esta llama era<br />

<strong>de</strong>liciosa.<br />

Un servidor me hizo entrar y me llevó a la habitación <strong>de</strong> su<br />

dueña. Estaba arreglándose <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> un espejo y me miró con<br />

unos ojos fríos y duros como las piedras ver<strong>de</strong>s.<br />

-¿Qué quieres, Sinuhé? -preguntó-. Tu presencia me importuna.<br />

-Bien sabes lo que quiero -dije yo, tratando <strong>de</strong> besarla porque<br />

recordaba su complacencia <strong>de</strong> la noche pasada.<br />

Pero ella me rechazó con impaciencia.<br />

-Eres malvado y tienes malas intenciones, puesto que me<br />

molestas -dijo con viveza-. ¿No ves que <strong>de</strong>bo embellecerme porque<br />

6


espero a un rico merca<strong>de</strong>r <strong>de</strong> Sidón que posee una joya <strong>de</strong> reina<br />

encontrada en una tumba? Esta noche me ofrecerá esta joya que<br />

anhelo, porque nadie tiene una igual. Por esto <strong>de</strong>bo arreglarme y<br />

darme masaje.<br />

Sin pudor, se <strong>de</strong>snudó extendiéndose sobre la cama para que una<br />

esclava pudiese darle masaje y ungirla. El corazón se me subió a la<br />

garganta y mis manos se cubrieron <strong>de</strong> sudor mientras admiraba su<br />

belleza.<br />

-¿Qué haces aquí, Sinuhé? -me preguntó cuando la esclava se<br />

hubo marchado-. ¿Por qué no te has marchado? Tengo que<br />

vestirme. Entonces la pasión se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> mí y me arrojé sobre<br />

ella, pero supo <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse hábilmente y me sumí en lágrimas ante<br />

mi ardor impotente. Para terminar le dije:<br />

-Si tuviese medios te compraría esta joya, bien lo sabes... Pero no<br />

quiero que otro te toque. Prefiero morir. -¿De veras?-dijo ella,<br />

cerrando los ojos-. ¿No quieres que nadie me bese? ¿Y si te<br />

sacrificase el día? ¿Si bebiese hoy contigo y gozase <strong>de</strong> tí porque<br />

mañana no hay nada cierto? ¿Qué me darías?<br />

Abrió los brazos <strong>de</strong>sperezándose sobre la cama, y todo su bello<br />

cuerpo estaba cuidadosamente <strong>de</strong>pilado.<br />

-¿Qué me darías? -repitió mirándome.<br />

-No tengo nada que darte -dije yo, admirando su cama <strong>de</strong> marfil y<br />

ébano, el suelo <strong>de</strong> lapislázuli adornado con<br />

turquesa y numerosas capas <strong>de</strong> oro-. No, no poseo nada<br />

verda<strong>de</strong>ramente que pueda darte.<br />

Y mis rodillas flaqueaban. Hice a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> retirarme, pero ella me<br />

retuvo.<br />

-Tengo piedad <strong>de</strong> ti, Sinuhé -dijo, <strong>de</strong>sperezándose voluptuosamente-<br />

. Me has dado ya lo más precioso que poseí,<br />

si bien, una vez analizado, encuentro que se exagera mucho su<br />

importancia. Pero tienes todavía una casa, ropas y tus instrumentos <strong>de</strong><br />

médico. No eres totalmente pobre.<br />

Yo temblaba <strong>de</strong> pies a cabeza, pero respondí, sin embargo:<br />

-Todo será tuyo. Nefernefernefer, si lo <strong>de</strong>seas. Todo será tuyo si<br />

quieres gozar conmigo. Poco vale, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego,<br />

pero mi casa está instalada para ejercer la profesión <strong>de</strong> médico y un<br />

alumno <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Vida pue<strong>de</strong> darte un buen precio por ella si sus<br />

padres son ricos.<br />

-¿De veras? -dijo ella, volviéndose <strong>de</strong>snuda para mirarse en su<br />

espejo y corregir con sus <strong>de</strong>dos finos la línea negra <strong>de</strong> sus cejas-. Sea,<br />

pues, como quieres. Ve a buscar un escriba que redacte el acta a fin <strong>de</strong><br />

transferir a mi nombre cuanto posees. Porque si bien vivo sola, no soy


una mujer <strong>de</strong>spreciable y <strong>de</strong>bo pensar en el porvenir si me abandonas,<br />

Sinuhé.<br />

Yo contemplaba su espalda <strong>de</strong>snuda y mi corazón latía tan<br />

locamente que me aparté <strong>de</strong> su lado y fui a buscar un escriba que<br />

redactó rápidamente los papeles necesarios y fue a <strong>de</strong>positarlos en los<br />

archivos reales. Cuando regresé, Nefernefernefer estaba vestida con<br />

lino real y llevaba una peluca roja como el fuego; sus muñecas y sus<br />

tobillos se adornaban con maravillosos brazaletes y una espléndida<br />

litera la esperaba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la casa.<br />

Le di el documento <strong>de</strong>l escriba y dije:<br />

-Todo cuanto poseo es ahora tuyo, Nefernefernefer, incluso los<br />

vestidos que llevo. Comamos y bebamos y divirtámonos hoy, porque<br />

mañana no hay nada seguro.<br />

Ella tomó el papel, lo encerró cuidadosamente en un cofre <strong>de</strong> ébano<br />

y dijo:<br />

-Estoy <strong>de</strong>sconsolada, Sinuhé, pero acabo <strong>de</strong> darme cuenta <strong>de</strong> que<br />

tengo mis reglas, <strong>de</strong> manera que no pue<strong>de</strong>s tocarme. Por eso es mejor<br />

que te retires para que pueda purificarme, porque tengo la cabeza<br />

pesada y dolor en los riñones. Ven otra vez y obtendrás lo que <strong>de</strong>seas.<br />

Yo la miré, con la muerte en el alma, sin po<strong>de</strong>r hablar. Ella se<br />

impacientó Y golpeando el suelo con el pie exclamó:<br />

-Vete, porque tengo prisa. Cuando quise tocarla exclamó:<br />

-Vas a estropear mis afeites...<br />

Regresé a mi casa y lo puse todo en or<strong>de</strong>n para el nuevo propietario.<br />

Mi esclavo tuerto me seguía paso a paso, moviendo la cabeza; su<br />

presencia acabó por exasperarme y le grité con violencia:<br />

-¡Deja <strong>de</strong> seguirme, porque no soy ya tu dueño! Obe<strong>de</strong>ce a tu nuevo<br />

amo cuando venga y no le robes tanto como me has robado a mí,<br />

porque su bastón será quizá más duro que el mío.<br />

Entonces se postró a mis pies y levantó la mano en señal <strong>de</strong> duelo, y<br />

vertiendo amargas lágrimas dijo:<br />

-No me <strong>de</strong>spidas, oh amo mío, porque mi viejo corazón está unido al<br />

tuyo y me lo <strong>de</strong>strozarás si me echas. Te he sido siempre fiel, pese a<br />

que seas joven y simple, y si te he robado lo he hecho teniendo en<br />

cuenta tu propio interés y calculando lo que valía la pena <strong>de</strong> robarte.<br />

Con mis viejas piernas he recorrido las calles durante las horas<br />

calurosas <strong>de</strong> la jornada cantando tu nombre y tu reputación <strong>de</strong><br />

curador, pese a los servidores <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más médicos que me daban<br />

bastonazos o me arrojaban excrementos.<br />

Mi corazón estaba saturado <strong>de</strong> sal; un gusto amargo me apestaba la<br />

boca; sin embargo, me sentí emocionado y le puse la mano en el<br />

hombro diciéndole:<br />

-¡Levántate, Kaptah!


Este era su nombre, pero yo no lo llamaba nunca así para que no se<br />

sientiese halagado y se creyese mi igual. Cuando lo llamaba, le daba<br />

habitualmente los nombres <strong>de</strong> «esclavo», «canalla», «imbécil» o<br />

«ladrón».<br />

Al oír su nombre aumentó su antojo y tocó con su frente mis manos<br />

y mis piernas y puso mi pie sobre su cabeza. Pero yo acabé<br />

enfadándome y le di un bastonazo or<strong>de</strong>nándole que se levantara.<br />

-De nada sirve llorar -le dije-. Pero <strong>de</strong>bes saber que no te he cedido a<br />

otro por <strong>de</strong>specho, porque estoy contento <strong>de</strong><br />

tus servicios pese a tu frecuente impertinencia al cerrar con ruidos las<br />

puertas y romper mi vajilla. En cuanto a tus hurtos, no te guardo<br />

rencor, porque es el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong>l esclavo. Siempre fue y siempre será<br />

así. Pero tengo que renunciar a tus servicios porque no tengo nada que<br />

darte. He cedido mi casa y cuanto poseo, <strong>de</strong> manera que ni aun mis<br />

vestidos son míos. Por esto es inútil que llores <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí.<br />

Entonces Kaptah se levantó, se rascó la cabeza y dijo:<br />

-Es un día nefasto. -Reflexionó un momento y añadió-: Eres un gran<br />

médico, Sinuhé, pese a que seas joven, y el<br />

mundo entero se abre ante ti. Por esto harías bien en reunir todos tus<br />

bienes más preciosos y huir esta noche conmigo, en la oscuridad, para<br />

ocultarnos en un barco cuyo capitán no sea <strong>de</strong>masiado minucioso y<br />

<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ríamos por el río.<br />

En los dos países existen numerosas villas y si te reconocen como un<br />

hombre buscado por la justicia y a mí como un esclavo fugitivo, iremos<br />

a los países rojos don<strong>de</strong> nadie sabrá quiénes somos. Podremos<br />

alcanzar las islas <strong>de</strong>l mar, don<strong>de</strong> los vinos son fuertes y las mujeres<br />

alegres. En el país <strong>de</strong> Mitanni y en Babilonia, don<strong>de</strong> los ríos corren<br />

curso arriba, se honra mucho la medicina egipcia, <strong>de</strong> manera que<br />

podrías enriquecerte y yo seré el servidor <strong>de</strong> un hombre consi<strong>de</strong>rado.<br />

Date prisa, dueño mío, a fin <strong>de</strong> que lo tengamos todo dispuesto para la<br />

noche. Y me tiraba <strong>de</strong> la manga.<br />

-¡Kaptah, <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> importunarme con tus necias palabras! Mi corazón<br />

está sombrío como la muerte y mi cuerpo ya no me pertenece. Estoy<br />

ligado por unos lazos más sólidos que los hilos <strong>de</strong> cobre, pese a que tú<br />

no lo veas. Por esto no puedo huir, porque todo instante pasado lejos<br />

<strong>de</strong> Tebas sería para mí peor que un horno caliente.<br />

Mi servidor se sentó en el suelo, porque sus piernas estaban llenas<br />

<strong>de</strong> varices, que yo le cuidaba <strong>de</strong> vez en cuando. Dijo:<br />

-Amón nos ha visiblemente abandonado, lo cual no me extraña,<br />

porque vas raramente a llevarle ofrendas. Yo, en cambio, le he ofrecido<br />

siempre la quinta parte <strong>de</strong> lo que te robaba, para darle gracias por<br />

haberme <strong>de</strong>parado un dueño tan joven y simple, pero a pesar <strong>de</strong> todo<br />

me ha abandonado también. Poco importa. Nos basta sencillamente


cambiar <strong>de</strong> dios y hacerle rápidamente nuestras ofrendas; acaso aparte<br />

el mal <strong>de</strong> nosotros y ponga las cosas en or<strong>de</strong>n.<br />

-Cesa ya <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir estupi<strong>de</strong>ces -dije yo, lamentando haberlo llamado<br />

por su nombre al verlo tan familiar-. Tus<br />

palabras son como un zumbido <strong>de</strong> moscas en mis oídos y olvidas que<br />

no tenemos nada que ofrecer, puesto que es otro<br />

quien posee cuanto teníamos.<br />

-¿Es un hombre o una mujer? -preguntó con curiosidad.<br />

-Una mujer -respondí.<br />

¿Por qué se lo habría ocultado? Al oír mis palabras se echó <strong>de</strong> nuevo<br />

a llorar, se arrancó los cabellos y gritó:<br />

-¿Por qué he venido a este mundo? ¡Oh, madre mía! ¿Por qué no me<br />

estrangulaste con el cordón umbilical el día <strong>de</strong> mi nacimiento? No hay<br />

peor <strong>de</strong>stino para un esclavo que servir a una dueña sin corazón,<br />

porque sin corazón tiene que ser la mujer que así te ha tratado. Me<br />

mandará saltar y trotar todo el día con mis piernas enfermas, me<br />

clavará agujas en el cuerpo y me molerá a palos. Eso es lo que me<br />

espera, pese a que haya sacrificado a Amón para darle las gracias por<br />

haberme <strong>de</strong>parado un dueño joven y sin experiencia.<br />

-No le falta corazón -dije (porque el hombre es tan insensato, que<br />

me rebajaba a hablar <strong>de</strong> ella con un esclavo en vista <strong>de</strong> que no tenía<br />

otro confi<strong>de</strong>nte)-. Desnuda sobre su lecho es más bella que la luna y<br />

sus miembros son lisos bajo los ungüentos y sus ojos son ver<strong>de</strong>s como<br />

el Nilo bajo el sol estival. Tu suerte es digna <strong>de</strong> envidia, Kaptah,<br />

porque podrás vivir cerca <strong>de</strong> ella y respirar el aire que ella respira.<br />

Kaptah redobló sus gritos:<br />

-Me ven<strong>de</strong>rá seguramente como portador <strong>de</strong> mortero u obrero <strong>de</strong><br />

minas, mis pulmones ja<strong>de</strong>arán y la sangre brotará <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> mis uñas<br />

Y reventaré en el fango como un asno agotado.<br />

Yo sabía en el fondo <strong>de</strong> mi corazón que <strong>de</strong>cía la verdad, porque en<br />

casa <strong>de</strong> Nefernefernefer no había sitio ni pan para un hombre <strong>de</strong> su<br />

suerte. Las lágrimas acudían a mis ojos, pero no sé si lloraba por él o<br />

por mí. Al verme, se <strong>de</strong>tuvo y me miró con ansiedad. Pero yo cogí mi<br />

cabeza entre las manos y lloré sin importarme ser visto por mi esclavo.<br />

Kaptah me tocó la cabeza con su enorme mano y dijo<br />

melancólicamente:<br />

-Todo esto es culpa mía por no haber velado mejor sobre mi dueño.<br />

Pero no sabía que fuese tan cándido y puro como una tela jamás<br />

lavada. De lo contrario, no entiendo lo que ha ocurrido. En verdad que<br />

siempre me ha extrañado que mi dueño no me mandase nunca en<br />

busca <strong>de</strong> una mujer al volver <strong>de</strong> la taberna. Y las mujeres que te<br />

mandaba para que se <strong>de</strong>snudasen <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ti y te incitasen a<br />

divertirte con ellas las <strong>de</strong>spedías insatisfechas y me trataban <strong>de</strong> rata y


<strong>de</strong> cucaracha. Y, sin embargo, hubo entre ellas alguna joven y bonita.<br />

Pero toda mi solicitud fue vana y en mi estupi<strong>de</strong>z me felicitaba <strong>de</strong> que<br />

no trajeses a casa una mujer que me apaleara y me lanzase agua<br />

caliente a mis pies al disputar contigo. ¡Cuán bestia era! Cuando se<br />

arroja una primera antorcha a una cabaña <strong>de</strong> tierra ar<strong>de</strong> en seguida.<br />

Y añadió aún:<br />

-¿Por qué no me has pedido consejo en tu inexperiencia? Porque he<br />

visto y sé muchas cosas, a pesar <strong>de</strong> que no lo creas. Yo también me he<br />

acostado con mujeres, verdad es que hace ya mucho tiempo, y puedo<br />

asegurarte que el pan, la cerveza y la panza valen más que el seno <strong>de</strong> la<br />

mujer más bonita. Cuando un hombre va a casa <strong>de</strong> una mujer, amo<br />

mío, tiene que llevarse un palo, <strong>de</strong> lo contrario ella lo domina y lo<br />

sujeta con ligaduras que se hun<strong>de</strong>n en la carne como un alambre<br />

<strong>de</strong>lgado y frotan el corazón; como una piedra en la sandalia lastima el<br />

pie. ¡Por Amón, amo y señor, hubieras <strong>de</strong>bido traer mujeres aquí y<br />

toda esta miseria nos hubiera sido evitada! Has perdido el tiempo en<br />

las tabernas y las casas <strong>de</strong> placer, puesto que una mujer ha hecho <strong>de</strong> ti<br />

su esclavo.<br />

Durante largo rato siguió hablando así, pero sus palabras eran como<br />

un zumbido <strong>de</strong> moscas a mis oídos. Acabó calmándose y me preparó<br />

comida y me vertió agua sobre las mano. Pero no pu<strong>de</strong> comer, porque<br />

mi cuerpo ardía y un solo y único pensamiento acaparó durante toda la<br />

noche mi espíritu.<br />

LIBRO CUARTO<br />

NEFERNEFERNEFER<br />

A primera hora me fui a casa <strong>de</strong> Nefernefernefer, pero dormía<br />

todavía y sus servidores también, <strong>de</strong> manera que me insultaron y me<br />

arrojaron agua sucia cuando los <strong>de</strong>sperté. Por esto me senté en el<br />

1


umbral como un mendigo hasta el momento en que oí ruido <strong>de</strong> voces<br />

en la casa.<br />

Nefernefernefer estaba tendida sobre su cama con el rostro<br />

pequeño y <strong>de</strong>lgado y los ojos turbios todavía por el vino.<br />

-Me molestas, Sinuhé -dijo-. Verda<strong>de</strong>ramente me molestas mucho.<br />

¿Qué quieres?<br />

-Quiero comer y beber y divertirme contigo tal como me lo<br />

prometiste -dije yo con un nudo en la garganta.<br />

-Esto fue ayer y hoy es otro día -dijo, mientras su esclava le quitaba<br />

la túnica arrugada y le daba masajes con ungüentos.<br />

Después se miró en su espejo y se puso afeites y una peluca y tomó<br />

una dia<strong>de</strong>ma <strong>de</strong> oro con incrustaciones <strong>de</strong> perlas y piedras preciosas<br />

que se puso en la frente.<br />

-Esta joya es bella -dijo-. Vale seguramente un alto precio, pero<br />

estoy cansada y mis miembros están agotados como si hubiese<br />

luchado toda la noche.<br />

Bostezó y bebió un sorbo <strong>de</strong> vino para reanimarse. Me ofreció<br />

también vino, pero lo bebí sin placer <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella.<br />

-Así, ayer me mentiste al <strong>de</strong>cirme que no podías divertirte<br />

conmigo. Pero ya sabía yo ayer que no era verdad.<br />

-Me equivoqué -dijo-. Era, no obstante, la época. Estoy muy inquieta<br />

y acaso esté embarazada por tu causa, Sinuhé, porque he sido débil en<br />

tus brazos y eres fogoso.<br />

Pero diciendo estas palabras sonreía con aire malicioso, <strong>de</strong> manera<br />

que me di cuenta <strong>de</strong> que se burlaba <strong>de</strong> mí.<br />

-Esta joya proce<strong>de</strong> seguramente <strong>de</strong> una tumba real <strong>de</strong> Siria -le dije-.<br />

Recuerdo que me hablaste <strong>de</strong> ella ayer.<br />

-Sí -dijo ella-. En realidad, la he encontrado <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la<br />

almohada <strong>de</strong> un comerciante sirio, pero no tienes por qué<br />

inquietarte, porque es un hombre ventrudo, gordo como un cerdo y<br />

apesta a ajo. Ahora que he obtenido lo que <strong>de</strong>seaba no quiero volver<br />

a verlo jamás.<br />

Se quitó la peluca y la dia<strong>de</strong>ma y las <strong>de</strong>jó caer con negligencia al<br />

lado <strong>de</strong> la cama y se tendió. Su cráneo era liso y bello y estiró<br />

voluptuosamente todo su cuerpo poniendo las manos en la nuca.<br />

-Estoy débil y cansada Sinuhé -repitió-. Abusas <strong>de</strong> mi agotamiento<br />

<strong>de</strong>vorándome con los ojos cuando no puedo impedirlo. Debes<br />

recordar que no soy una mujer <strong>de</strong>spreciable, pese a que viva sola, y<br />

<strong>de</strong>bo velar por mi reputación.<br />

-Ya sabes que no tengo nada que ofrecerte, puesto que posees<br />

cuanto tenía -le dije, inclinando mi frente sobre su cama.<br />

Y sentí el olor <strong>de</strong> sus ungüentos y el perfume <strong>de</strong> su piel.


Ella me acarició la cabeza, pero retiró la mano y se echó a reír<br />

moviendo la cabeza.<br />

-¡Cuán pérfidos y mentirosos son los hombres! -dijo-. También tú<br />

me mientes, pero te amo y soy débil, Sinuhé. Me dijiste una vez que<br />

mi seno ar<strong>de</strong> más que la llama, pero no es cierto. Pue<strong>de</strong>s tocar mi<br />

pecho, es firme y fresco para ti. Y mis pechos aman tus caricias<br />

porque están cansados.<br />

Pero cuando quise gozar <strong>de</strong> ella me rechazó, se incorporó y dijo<br />

con tono ofendido:<br />

-Aunque esté sola y sea débil, no permito que me toque un<br />

hombre pérfido. ¿Por qué no me dices que tu padre posee una casa<br />

en el barrio <strong>de</strong> los pobres? Cierto es que no tiene gran valor, pero<br />

está cercana a los muelles y se podría sacar algo <strong>de</strong> los muebles<br />

vendiéndolos allí mismo. Quizá podría comer y beber y divertirme<br />

contigo hoy si me dieses estos bienes, porque mañana nada es<br />

seguro y <strong>de</strong>bo velar por mi reputación.<br />

-La fortuna <strong>de</strong> mi padre no es mía -dije, asustado-. No pue<strong>de</strong>s<br />

pedirme lo que no me pertenece, Nefernefernefer. Pero ella inclinó<br />

la cabeza y me miró con sus ojos ver<strong>de</strong>s y su rostro era pálido y fino<br />

cuando me dijo:<br />

-La fortuna <strong>de</strong> tu padre es tu herencia legal, Sinuhé, lo sabes muy<br />

bien, ya que tus padres no tiene ninguna hija, que tendría prioridad<br />

sobre ti, porque eres hijo único. Me ocultas también que tu padre es<br />

ciego y te ha dado su sello para que administres sus bienes y<br />

dispongas <strong>de</strong> ellos como si fueran tuyos.<br />

Era verdad. A punto <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r la vista, mi padre me había dado su<br />

sello encargándome <strong>de</strong> velar por sus intereses, porque no podía ya<br />

firmar con su nombre. Kipa y él <strong>de</strong>cían a menudo que <strong>de</strong>berían<br />

ven<strong>de</strong>r la casa por un buen precio a fin <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r comprar una casa<br />

<strong>de</strong> campo fuera <strong>de</strong> la villa y vivir en ella hasta el día en que entrasen<br />

en la tumba avanzando hacia la vida eterna. No supe qué respon<strong>de</strong>r,<br />

tanto me llenaba <strong>de</strong> horror la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que iba a engañar a mis<br />

padres, que tanta confianza tenían en mí. Pero Nefernefernefer<br />

entornó los ojos y dijo:<br />

-Toma mi cabeza entre tus manos y apoya tus labios sobre mi<br />

pecho, porque tienes algo que me hace débil, Sinuhé. Por esto<br />

<strong>de</strong>scuido por ti mis verda<strong>de</strong>ros intereses y me divertiré todo el día<br />

contigo si me ce<strong>de</strong>s la fortuna <strong>de</strong> tu padre, pese a que no tenga gran<br />

valor.<br />

Tomé su cabeza entre mis manos y era pequeña y lisa, y una<br />

excitación in<strong>de</strong>cible se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> mí.<br />

-Que sea como tú <strong>de</strong>seas -le dije.<br />

Y mi voz se quebró. Pero cuando quise tocarla dijo:


-Pronto tendrás lo que <strong>de</strong>seas, pero ve antes a buscar un escriba que<br />

redacte las actas conforme a la ley, porque no<br />

me fío <strong>de</strong> las promesas <strong>de</strong> los hombres, que son todos pérfidos, y <strong>de</strong>bo<br />

velar por mi reputación.<br />

Fui a buscar el escriba y cada uno <strong>de</strong> mis pasos fue un sufrimiento.<br />

Le di prisa al escriba y puse el sello <strong>de</strong> mi padre sobre el papel a fin <strong>de</strong><br />

que pudiese llevarlo a los archivos. Pero no tenía oro ni cobre con que<br />

pagarlo, y estuvo <strong>de</strong>scontento, pero consintió en aplazar el cobro hasta<br />

el día en que vendiera la casa, lo cual fue consignado en el acta <strong>de</strong><br />

cesión.<br />

A mi regreso a casa <strong>de</strong> Nefernefernefer sus servidores me dijeron<br />

que su señora dormía y tuve que esperar a que se <strong>de</strong>spertase hasta la<br />

noche. Finalmente me recibió y le entregué el papel <strong>de</strong>l escriba, que<br />

encerró distraídamente en un cofrecito <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra negra.<br />

-Eres obstinado, Sinuhé -me dijo-, pero yo soy una mujer honrada y<br />

mantengo siempre mis promesas. Toma, pues, lo que has venido a<br />

buscar. Se tendió en la cama y me abrió los brazos, pero no halló el<br />

menor placer en mí; volvió la cabeza para mirarse en un espejo y<br />

ahogaba los bostezos con una mano, <strong>de</strong> manera que el goce que<br />

esperaba se convirtió para mí en cenizas. Cuando me levanté, dijo:<br />

-Ya has recibido lo que querías, Sinuhé; déjame ahora en paz,<br />

porque me aburres prodigiosamente. No me produces el menor placer,<br />

porque eres torpe y violento y tus manos me hacen daño. Pero no<br />

quiero enumerarte las penas que me causas, puesto que eres tan torpe.<br />

Retírate, pues. Podrás volver otro día, a menos que estés ya harto <strong>de</strong><br />

mí.<br />

Yo me sentía vacío como la cáscara <strong>de</strong> un huevo. Tambaleándome<br />

salí y llegué a mi casa. Quería encerrarme en una habitación oscura<br />

para llorar mi infortunio y mi miseria, pero en el umbral vi a un<br />

hombre sentado con una peluca teñida y un traje sirio <strong>de</strong> colores vivos.<br />

Me saludó con arrogancia Y me pidió un consejo como médico.<br />

-No recibo ya más enfermos, porque esta casa no es mía -le dije.<br />

-Tengo varices -dijo con un lenguaje sembrado <strong>de</strong> palabras sirias-.<br />

Tu bravo esclavo Kaptah me ha recomendado a ti por tu gran saber en<br />

materia <strong>de</strong> varices. Líbrame <strong>de</strong> mis dolores y no tendrás que<br />

arrepentirte.<br />

Insistía tanto que acabé haciéndolo entrar y llamé a Kaptah para que<br />

trajese agua caliente para lavarme. Pero Kaptah estaba ausente y<br />

solamente al examinar las varices <strong>de</strong>l sirio me di cuenta <strong>de</strong> que eran<br />

las <strong>de</strong> mi esclavo.<br />

Kaptah se quitó la peluca, echándose a reír.<br />

-¿Qué significa esta farsa? -dije, dándole un bastonazo que cambió<br />

su risa en gemidos.


Cuando hube <strong>de</strong>jado el bastón, me dijo:<br />

-Puesto que ya no soy tu esclavo, sino el <strong>de</strong> otra persona, puedo<br />

confesarte que pienso huir y he probado si mi disfraz era bueno.<br />

Le recordé los castigos aplicados a los esclavos fugitivos y le dije que<br />

un día u otro le pescarían, porque, ¿<strong>de</strong> qué<br />

iba a vivir? Pero me respondió:<br />

-Después <strong>de</strong> haber bebido mucha cerveza esta noche he tenido un<br />

sueño. En este sueño, tú, mi amo, estabas tendido en un horno, pero<br />

llegaba yo súbitamente y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberte cubierto <strong>de</strong> reproches te<br />

tiraba por la nuca y te sumergía en una corriente <strong>de</strong> agua que te<br />

llevaba lejos. He ido al mercado y he preguntado a un oniromante qué<br />

significaba este sueño y me ha dicho que mi amo corría un gran<br />

peligro, que recibiría numerosos bastonazos a causa <strong>de</strong> mi<br />

impru<strong>de</strong>ncia y que mi amo empren<strong>de</strong>ría un largo viaje. El sueño es<br />

verdad, porque basta ver tu cara para compren<strong>de</strong>r que estás en grave<br />

peligro; los bastonazos los he recibido ya y el final <strong>de</strong>l sueño <strong>de</strong>be ser<br />

verdad también. Por esto me he procurado esta ropa a fin <strong>de</strong> que no<br />

me reconozcan, porque pienso seriamente acompañarte en tu viaje.<br />

-Tu fi<strong>de</strong>lidad me emociona, Kaptah -le dije afectando un tono<br />

irónico-. Es posible que me espere un largo viaje, pero en este caso me<br />

conducirá a la Casa <strong>de</strong> los Muertos y no creo que quieras<br />

acompañarme.<br />

-Del mañana nadie está seguro -dijo él con <strong>de</strong>sfachatez-. Eres<br />

todavía joven y tierno como un ternero que su madre no ha lamido<br />

bastante. Por esto no me atrevo a <strong>de</strong>jarte salir solo para el penoso viaje<br />

a la Casa <strong>de</strong> los Muertos y el país <strong>de</strong> Occi<strong>de</strong>nte. Es probable que te<br />

acompañe para ayudarte con mi experiencia, porque mi corazón te es<br />

adicto a pesar <strong>de</strong> tu locura y no tengo hijos a pesar <strong>de</strong> haber<br />

engendrado probablemente más <strong>de</strong> uno. Pero no los he visto nunca y<br />

por esto quiero hacerme el cargo <strong>de</strong> que eres hijo mío. No digo esto<br />

para <strong>de</strong>spreciarte, sino para mostrarte cuáles son mis sentimientos<br />

hacia ti.<br />

Su <strong>de</strong>sfachatez pasaba <strong>de</strong> los límites, pero renuncié a apalearlo,<br />

porque no era mi esclavo. Me encerré en mi cuarto, me cubrí la cabeza<br />

y dormí como un muerto hasta la mañana siguiente, porque cuando la<br />

vergüenza y el arrepentimiento son suficientemente gran<strong>de</strong>s obran<br />

como soporíferos. Pero en cuanto abrí los ojos pensé en<br />

Nefernefernefer, en sus ojos y en su cuerpo y me pareció estrecharla<br />

entre mis brazos y acariciar su cabeza lisa. ¿Por qué? No lo sé, quizá<br />

me había encantado con un sortilegio misterioso y, sin embargo, no<br />

creo gran cosa en la magia. Lo único que sé, es que me aseé y arreglé<br />

para ir a su casa.


Me recibió en el jardín, cerca <strong>de</strong>l estanque <strong>de</strong> los lotos. Sus ojos eran<br />

brillantes y alegres y más ver<strong>de</strong>s que las aguas <strong>de</strong>l Nilo. Lanzó un grito<br />

al verme y dijo:<br />

-¡Oh, Sinuhé, regresas a mí, a pesar <strong>de</strong> todo! Acaso no sea todavía<br />

vieja y fea, puesto que no te has saciado <strong>de</strong> mi. ¿Qué quieres?<br />

La miré como un hambriento mira un pan, y ella, inclinando la<br />

cabeza, dijo con tono enojado:<br />

-Sinuhé, Sinuhé, ¿<strong>de</strong>seas verda<strong>de</strong>ramente gozar todavía <strong>de</strong> mí?<br />

Cierto es que vivo sola, pero no soy una mujer <strong>de</strong>spreciable y <strong>de</strong>bo<br />

velar por mi reputación.<br />

-Te cedí ayer toda la fortuna <strong>de</strong> mi padre -le dije-. Ahora está<br />

arruinado, pese a haber sido un médico reputado, y tendrá que ir a<br />

mendigar el pan <strong>de</strong> sus ancianos días y mi madre hará coladas.<br />

-Ayer era ayer, y hoy es hoy -dijo, mirándome con los ojos entornados-.<br />

Pero no soy exigente y te permito sentarte a mi lado y cogerme la<br />

mano si esto te causa placer. Hoy mi corazón está lleno <strong>de</strong> júbilo y<br />

quiero compartirlo contigo, pese a que no me atreva probablemente a<br />

gozar contigo <strong>de</strong> ninguna otra manera.<br />

Me miraba maliciosamente y sonreía al acariciarme la rodilla.<br />

-No me preguntas por qué mi corazón está lleno <strong>de</strong> júbilo -dijo ella<br />

con tono <strong>de</strong> reproche-. Pero puedo, sin<br />

embargo, <strong>de</strong>círtelo. Debes saber, pues, que acaba <strong>de</strong> llegar un noble <strong>de</strong>l<br />

país <strong>de</strong>l bajo Sur y trae un vaso <strong>de</strong> oro que pesa cerca <strong>de</strong> cien <strong>de</strong>ben y<br />

cuyos lados están adornados con diversos dibujos. Es tan viejo y flaco<br />

que sus huesos se me clavarían probablemente en los muslos, pero creo<br />

que este bello vaso <strong>de</strong>corará mañana mi casa. No soy una mujer<br />

<strong>de</strong>spreciable y <strong>de</strong>bo velar por mi reputación. Respiró profundamente al<br />

ver que yo no <strong>de</strong>cía nada y miró soñadora los lotos y <strong>de</strong>más flores <strong>de</strong>l<br />

jardín. Después se <strong>de</strong>snudó sin prisas y comenzó a nadar en el estanque.<br />

Su cabeza emergía <strong>de</strong>l agua entre los lotos y era más bella que ellos.<br />

Flotaba sobre el agua <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí con la mano bajo la nuca y me<br />

dijo:<br />

-Estás muy silencioso hoy, Sinuhé. Espero no haberte ofendido sin<br />

querer. Si puedo compensarte mi maldad, lo<br />

haré con gusto.<br />

Entonces yo no pu<strong>de</strong> resistir ya más.<br />

-Sabes muy bien lo que quiero, Nefernefernefer.<br />

-Tu rostro está colorado y tus arterias palpitan con fuerza, Sinuhé -<br />

dijo-. Deberías <strong>de</strong>snudarte y venir a refrescarte<br />

2


en el estanque conmigo, porque la jornada es verda<strong>de</strong>ramente<br />

calurosa. Aquí nadie nos ve; no tienes nada que temer.<br />

Me <strong>de</strong>snudé y bajé a su lado, y bajo el agua mi costado tocó el suyo.<br />

Pero cuando quise tomarla se escapó riendo y me salpicó el rostro.<br />

-Sé muy bien lo que quieres, Sinuhé, a pesar <strong>de</strong> que sea <strong>de</strong>masiado<br />

tímida para mirarte. Pero <strong>de</strong>bes empezar por darme un regalo, porque<br />

ya sabes que no soy una mujer <strong>de</strong>spreciable.<br />

Yo me enojé y dije:<br />

-Estás loca, Nefernefernefer, porque sabes muy bien que me has<br />

<strong>de</strong>spojado <strong>de</strong> todo. Tengo ya vergüenza <strong>de</strong> mí y no me atreveré nunca<br />

más a mirar a mis padres. Pero soy todavía médico y mi nombre está<br />

incrito en el Libro <strong>de</strong> la Vida. Quizás un día ganaré lo suficiente para<br />

hacerte un regalo digno <strong>de</strong> ti, pero ten compasión <strong>de</strong> mí, porque<br />

incluso en el agua mi cuerpo ar<strong>de</strong> bajo las llamas y me muerdo los<br />

<strong>de</strong>dos hasta hacer brotar la sangre al mirarte.<br />

Ella comenzó a nadar sobre la espaldas balanceándose ligeramente y<br />

sus pechos salían <strong>de</strong>l agua como dos flores rojas.<br />

-Un médico ejerce su profesión con las manos y los ojos, ¿no es<br />

verdad, Sinuhé? Sin ojos y sin manos no serías ya médico, aunque tu<br />

nombre estuviese escrito mil veces en el Libro <strong>de</strong> la Vida. Quizá<br />

bebería y gozaría contigo hoy si me <strong>de</strong>jases reventarte los ojos y<br />

cortarte las manos a fin <strong>de</strong> que pudiese suspen<strong>de</strong>rlas como trofeos en<br />

el dintel <strong>de</strong> mi puerta para que mis amigos me respetasen y supiesen<br />

que no soy una mujer <strong>de</strong>spreciable. -Me miró por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> sus<br />

párpados pintados <strong>de</strong> ver<strong>de</strong> y añadió-: Pero no, renuncio, porque no<br />

haría nada con tus ojos, y tus manos podrían atraer moscas. Pero, ¿no<br />

podríamos encontrar algo, Sinuhé, que pudieras darme? Me haces<br />

débil y siento impaciencia al verte <strong>de</strong>snudo en el estanque. Eres torpe<br />

e inexperimentado, pero creo que en el transcurso <strong>de</strong> una jornada<br />

podría enseñarte muchas cosas que ignoras todavía, porque conozco<br />

innumerables maneras que gustan a los hombres y pue<strong>de</strong>n también<br />

hacer gozar a una mujer. Reflexiona un poco, Sinuhé.<br />

Pero cuando traté <strong>de</strong> agarrarla se me escapó, salió <strong>de</strong>l agua y se<br />

<strong>de</strong>tuvo bajo un árbol chorreando agua.<br />

-No soy más que una mujer débil y los hombres son traidores y<br />

pérfidos. Tú también lo eres, Sinuhé, puesto que sigues mintiendo. Mi<br />

corazón está triste y las lágrimas acu<strong>de</strong>n a mis ojos, porque<br />

evi<strong>de</strong>ntemente estás cansado <strong>de</strong> mí. De lo contrario no me ocultarías<br />

que tus padres se han preparado una bella tumba en la Villa <strong>de</strong> los<br />

Muertos y que han <strong>de</strong>positado en el templo una suma suficiente para<br />

que sus cuerpos sean embalsamados y puedan soportar la muerte y el<br />

viaje hacia el país <strong>de</strong> poniente.<br />

Al oír estas palabras me <strong>de</strong>sgarré el pecho y la sangre brotó, y grité:<br />

-¡En verdad que eres Tabubué, estoy seguro <strong>de</strong> ello ahora!


Pero ella me contestó tranquilamente:<br />

-No <strong>de</strong>bes censurarme por no ser una mujer <strong>de</strong>spreciable. No he<br />

sido yo quien te ha invitado a venir; has venido solo. Pero está bien.<br />

Ahora sé que no me amas ya y que vienes solamente para burlarte <strong>de</strong><br />

mí, puesto que una bagatela como ésta es un obstáculo entre nosotros.<br />

Las lágrimas corrieron por mis mejillas y suspiré <strong>de</strong> dolor, pero me<br />

acerqué a ella y apoyó ligeramente su cuerpo contra el mío.<br />

-Esta i<strong>de</strong>a es verda<strong>de</strong>ramente culpable e Impía -le dije-. ¿Debo acaso<br />

privar a mis padres <strong>de</strong> la vida eterna y <strong>de</strong>jar que sus cuerpos se<br />

disuelvan en la nada como los <strong>de</strong> los esclavos y los pobres y los <strong>de</strong> los<br />

criminales arrojados al río? ¿Es, pues, esto lo que exiges <strong>de</strong> mí?<br />

Ella estrechó su cuerpo <strong>de</strong>snudo contra el mío, y dijo:<br />

-Cé<strong>de</strong>me la tumba <strong>de</strong> tus padres y murmuraré a tu oído la palabra<br />

«hermano», y mi cuerpo estará para ti lleno <strong>de</strong> fuego <strong>de</strong>licioso y te<br />

enseñaré mil secretos que ignoras y que gustan a los hombres.<br />

No pu<strong>de</strong> contenerme y me eché a llorar al <strong>de</strong>cir:<br />

-Haré lo que me pi<strong>de</strong>s y que mi nombre sea maldito durante toda la<br />

eternidad. Pero no puedo resistirme, tan gran<strong>de</strong> es la magia <strong>de</strong> tu<br />

fuerza sobre mí.<br />

Pero ella dijo:<br />

-No hables <strong>de</strong> magia en mi presencia porque es una ofensa para mí,<br />

ya que no soy una mujer <strong>de</strong>spreciable, vivo en una casa mía y velo por<br />

mi reputación. Pero puesto que eres enojoso y pesado, voy a enviar a<br />

un esclavo a buscar un escriba y entretanto vamos a beber vino y<br />

comer, para que tu corazón se reconforte y podamos gozar juntos una<br />

vez esté firmada la cesión.<br />

Se marchó riendo alegremente y corriendo.<br />

Yo me vestí y la seguí y los servidores me vertieron agua sobre las<br />

manos y se inclinaron <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, las manos a la altura <strong>de</strong> las<br />

rodillas. Me di perfecta cuenta <strong>de</strong> que a mi espalda se reían y se<br />

burlaban <strong>de</strong> mí, pero afecté comportarme como si sus mofas fuesen<br />

como un zumbido <strong>de</strong> moscas a mis oídos. Se callaron en cuanto<br />

reapareció Nefernefernefer y comimos y bebimos juntos, y había cinco<br />

especies <strong>de</strong> carne y doce especies <strong>de</strong> pasteles, y bebimos vino mezclado<br />

que se sube pronto a la cabeza. El escriba llegó y redactó los papeles<br />

necesarios por los cuales cedía a Nefernefernefer la tumba <strong>de</strong> mis<br />

padres en la Villa <strong>de</strong> los Muertos con todo el mobiliario y el dinero<br />

<strong>de</strong>positado en el templo, <strong>de</strong> manera que perdieron la vida eterna y la<br />

posiblidad <strong>de</strong> efectuar <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su muerte el viaje al país <strong>de</strong><br />

Poniente. Puse el sello <strong>de</strong> mi padre sobre las actas y el escriba se las<br />

llevó a fin <strong>de</strong> <strong>de</strong>positarlas en seguida en los registros para que tuvieran<br />

fuerza <strong>de</strong> ley. Entregó a Nefernefernefer un recibo, que guardó<br />

distraídamente en un cofre negro, y ella le hizo un regalo, <strong>de</strong> manera


que salió <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberse inclinado <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella, llevándose las<br />

manos a la altura <strong>de</strong> las rodillas. En cuanto se hubo marchado, dije:<br />

-Des<strong>de</strong> este momento estoy maldito ante los hombres y los dioses,<br />

Nefernefernefer. Demuéstrame ahora que mi acto merece su recompensa.<br />

Cuando quise poseerla me rechazó y vertió vino en mi copa. Al cabo<br />

<strong>de</strong> un instante miró al sol y dijo:<br />

-Ya sabes que <strong>de</strong>bo ir a vestirme y arreglarme, porque una copa <strong>de</strong><br />

oro me espera para que mañana pueda adornar con ella mi casa.<br />

Cuando quise tocarla se me escapó y llamando en voz alta acudieron<br />

los esclavos. Y les dijo:<br />

-¿Quién ha <strong>de</strong>jado entrar a este inoportuno mendigo? ¡Arrojadlo a la<br />

calle y no le abráis nunca más la puerta, y si insiste dadle <strong>de</strong><br />

bastonazos! Los esclavos me arrojaron a la calle, porque el vino y la<br />

cólera me habían restado todas las fuerzas, y me dieron <strong>de</strong> palos<br />

porque no quería alejarme <strong>de</strong> allí. Comencé a gritar y aullar y la gente<br />

se arremolinó, pero los esclavos les dijeron:<br />

-Este beodo ha ofendido a nuestra señora, que vive en una casa suya<br />

y no es una mujer <strong>de</strong>spreciable.<br />

Nuevamente me dieron <strong>de</strong> palos y me abandonaron <strong>de</strong>svanecido en<br />

el arroyo, don<strong>de</strong> la gente escupía sobre mí mientras los perros se me<br />

orinaban encima.<br />

Habiendo recobrado el conocimiento y dándome cuenta <strong>de</strong> mi triste<br />

situación, permanecí tendido en el suelo hasta el alba. La oscuridad<br />

me protegía y tenía la sensación <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r abordar nunca más a un<br />

ser humano. El here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l trono me había llamado «El que es<br />

solitario», y verda<strong>de</strong>ramente solitario era entre los hombres aquella<br />

noche. Pero al alba, cuando la gente comenzó a circular, cuando los<br />

merca<strong>de</strong>res dispusieron sus escaparates y los bueyes pasaron<br />

arrastrando las carretas, salí <strong>de</strong> la villa y me oculté tres días y tres<br />

noches, sin comer ni beber, entre los cañaverales. Mi cuerpo y mi alma<br />

no eran más que una llaga y si alguien me hubiese dirigido la palabra<br />

hubiese aullado como un <strong>de</strong>mente.<br />

3<br />

El tercer día lavé mi cara, mis pies y mis ropas ensangrentadas y<br />

regresé a la villa. Mi casa no era ya mía y ostentaba el nombre <strong>de</strong> otro<br />

médico. Llamé a Kaptah, que salió corriendo y lloró <strong>de</strong> júbilo al verme.<br />

-¡Oh, dueño mío! -dijo-, porque en mi corazón sigues siendo mi<br />

dueño, aunque otro me dé ór<strong>de</strong>nes. Tu sucesor es un hombre joven<br />

que se cree un gran médico, se prueba tus ropas y ríe satisfecho. Su


madre está ya instalada en la cocina y me ha arrojado agua hirviendo a<br />

los pies llamándome rata y mosca <strong>de</strong> estercolero. Pero tus enfermos te<br />

echan <strong>de</strong> menos y dicen que su mano no es tan ligera como la tuya, que<br />

sus cuidados les causan dolores exagerados y que no conoce sus males<br />

como tú.<br />

Continuó hablando y su ojo ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> rojo expresaba el temor, <strong>de</strong><br />

manera que acabé diciéndole:<br />

-Cuéntame todo, Kaptah. Mi corazón es como una piedra en mi<br />

cuerpo y nada me importa ya.<br />

Entonces levantó el brazo para expresar el dolor más profundo y<br />

dijo:<br />

-Hubiera dado mi único ojo para evitarte este dolor. Porque esta<br />

jornada es mala para ti; <strong>de</strong>bes saber que tus padres han muerto.<br />

-¡Mi padre Senmut y mi madre Kipa! -exclamé, levantando el brazo<br />

como es costumbre, mientras mi corazón saltaba <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mi pecho.<br />

-Esta mañana los servidores <strong>de</strong> la justicia han forzado su puerta<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberles dado ayer la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> marcharse -refirió Kaptah-,<br />

pero reposan sobre el lecho y no respiran ya. Tienes todo el día <strong>de</strong> hoy<br />

para llevar sus cuerpos a la Casa <strong>de</strong> los Muertos porque mañana la<br />

casa será <strong>de</strong>rruida, según las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l nuevo propietario.<br />

-¿Sabían mis padres por qué los expulsaban así?<br />

-Tu padre Senmut ha venido a buscarte -dijo Kaptah-. Tu madre lo<br />

guiaba, porque había perdido la vista y los dos<br />

eran viejos y <strong>de</strong>crépitos y caminaban temblando. Pero yo no sabía<br />

dón<strong>de</strong> estabas. Entonces tu padre ha dicho que quizá es mejor así. Ha<br />

contado que los servidores <strong>de</strong> la justicia pusieron los sellos sobre todos<br />

sus bienes, <strong>de</strong> manera que no poseían ya más que las ropas que<br />

llevaban. Cuando preguntó por qué lo expulsaban <strong>de</strong> aquella forma,<br />

los servidores respondieron riendo que su hijo Sinuhé había vendido<br />

la casa y los muebles e incluso la tumba <strong>de</strong> sus padres para po<strong>de</strong>r dar<br />

oro a una mujer <strong>de</strong> mala vida. Después <strong>de</strong> haber vacilado mucho, tu<br />

padre me pidió una moneda para po<strong>de</strong>r dictar a un escriba una carta<br />

para ti. Pero el nuevo médico había entrado ya en la casa y cuando tu<br />

madre me llamó me dio un bastonazo por per<strong>de</strong>r el tiempo charlando<br />

con mendigos. Me creerás si te digo que hubiera dado la moneda a tu<br />

padre, porque aunque no he tenido tiempo todavía <strong>de</strong> robar a mi<br />

nuevo dueño, he economizado un poco <strong>de</strong> cobre sobre mis antiguas<br />

supercherías. Pero cuando volví a salir a la calle tus padres se habían<br />

marchado y mi nueva dueña me prohibió correr tras ellos y me encerró<br />

en casa toda la noche.<br />

-Así mi padre no te ha <strong>de</strong>jado ningún mensaje para mí... Y<br />

Kaptah respondió.<br />

-Tu padre no ha <strong>de</strong>jado ningún mensaje para ti.


Mi corazón era como una piedra en mi pecho y no latía ya, pero mis<br />

pensamientos eran como pájaros en el aire<br />

glacial. Al cabo <strong>de</strong> un instante, le dije a Kaptah:<br />

-Dame todo tu cobre y tu plata. Dámelos pronto y quizás Amón te lo<br />

recompensará si yo no puedo hacerlo, porque tengo que llevar a mis<br />

padres a la Casa <strong>de</strong> la Muerte y no tengo nada con que pagar la<br />

conservación <strong>de</strong> sus cuerpos.<br />

Kaptah comenzó a gemir y llorar, levantó los brazos al cielo en señal<br />

<strong>de</strong> gran dolor, pero finalmente fue a un rincón <strong>de</strong>l jardín y miró hacia<br />

atrás como un perro que va a <strong>de</strong>senterrar un hueso. Movió una piedra<br />

y sacó un trapo en el cual había empaquetado su cobre y su plata; no<br />

había siquiera por valor <strong>de</strong> dos <strong>de</strong>ben, pero era el precio <strong>de</strong> toda su<br />

vida <strong>de</strong> esclavitud. Me los dio llorando y dando muestras <strong>de</strong> un<br />

profundo dolor; por esto su nombre merece ser bendito para siempre<br />

jamás y su cuerpo conservado eternamente.<br />

En verdad tenía amigos, pues Ptahor y Horemheb me hubieran<br />

quizá prestado dinero y Thotmés hubiese podido también ayudarme,<br />

pero era joven y creía que mi <strong>de</strong>shonor era ya conocido <strong>de</strong> todos y no<br />

me hubiera atrevido a mirar a mis amigos cara a cara. Antes morir.<br />

Estaba maldito y cubierto <strong>de</strong> vergüenza <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los dioses y los<br />

hombres, y no podía siquiera darle las gracias a Kaptah, pues la madre<br />

<strong>de</strong> su dueño había aparecido a la puerta y lo llamó con voz enojada,<br />

con un rostro como el <strong>de</strong> un cocodrilo y un bastón en la mano. Por esto<br />

Kaptah me abandonó corriendo y comenzó a gritar al subir la escalera<br />

<strong>de</strong> la terraza aun antes <strong>de</strong> que el bastón lo hubiese tocado. Y esta vez<br />

no tenía necesidad <strong>de</strong> disimular su dolor, porque lloraba amargamente<br />

por la pérdida <strong>de</strong> su pequeño peculio.<br />

Me fui en seguida a casa <strong>de</strong> mis padres; las puertas estaban<br />

<strong>de</strong>strozadas y todo ostentaba los sellos <strong>de</strong> la justicia. Los vecinos<br />

estaban reunidos en el patio y levantaron los brazos en señal <strong>de</strong> duelo,<br />

pero nadie me dirigió la palabra, sino que todos se apartaron <strong>de</strong> mí<br />

con horror. Senmut y Kipa reposaban sobre el lecho con el rostro<br />

todavía rojo como si hubiesen dormido y en el suelo ahumaba un<br />

brasero con cuyo humo se habían asfixiado cerrando las puertas y<br />

ventanas. Envolví sus cuerpos en una manta sin preocuparme <strong>de</strong> los<br />

sellos <strong>de</strong> la justicia y fui a buscar a un arriero que con su asno quisiera<br />

transportar los cuerpos. Me ayudó a cargar los <strong>de</strong>spojos mortales<br />

sobre el asno y partimos hacia la Casa <strong>de</strong> la Muerte. Pero se negaron a<br />

<strong>de</strong>jarnos entrar porque no tenía dinero suficiente para pagar el<br />

embalsamamiento más rudimentario:<br />

Entonces dije a los lavadores <strong>de</strong> cadáveres:<br />

-Soy Sinuhé, hijo <strong>de</strong> Senmut, y mi nombre está inscrito en el registro<br />

<strong>de</strong> la Vida, pese a que la suerte adversa me


haya llevado hasta el punto <strong>de</strong> que no tengo dinero para pagar el<br />

entierro <strong>de</strong> mis padres. Por esto, por Amón y por todos los dioses <strong>de</strong><br />

Egipto, os suplico que embalsaméis los cuerpos <strong>de</strong> mis padres para<br />

que resistan a la <strong>de</strong>strucción y yo os serviré con todo mi arte mientras<br />

dure el embalsamamiento.<br />

Lanzaron maldiciones contra mi insistencia y me injuriaron, pero<br />

finalmente el jefe aceptó el dinero <strong>de</strong> Kaptah y, plantando el garfio<br />

bajo la barbilla <strong>de</strong> mi padre, arrojó el cuerpo en el gran aljibe <strong>de</strong> los<br />

pobres. Después hizo lo mismo con el <strong>de</strong> mi madre. Había treinta<br />

aljibes, <strong>de</strong> manera que cada día se llenaba uno y se vaciaba otro, <strong>de</strong><br />

modo que los cuerpos <strong>de</strong> los pobres permanecían en total treinta días y<br />

treinta noches en el agua salada y en lixiviación para po<strong>de</strong>r resistir a la<br />

<strong>de</strong>strucción, y no se hacía más para su conservación, como lo supe más<br />

tar<strong>de</strong>.<br />

Tenía que regresar todavía a casa <strong>de</strong> mi padre a <strong>de</strong>volver la manta<br />

sellada por la justicia. El jefe embalsamador se burló <strong>de</strong> mí y me dijo:<br />

-Regresa antes <strong>de</strong>l alba, porque si no has vuelto entonces sacaremos<br />

<strong>de</strong>l aljibe los cuerpos <strong>de</strong> tus padres y los arrojaremos a los perros.<br />

Esto me hizo pensar que no me creían médico legalizado, sino que<br />

imaginaron que había mentido.<br />

Regresé a casa <strong>de</strong> mi padre y mi corazón era pesado como una<br />

piedra. Cada ladrillo <strong>de</strong> los muros me gritaba sus reproches, el viejo<br />

sicómoro gritaba y el estanque <strong>de</strong> mi infancia gritaba también. Por<br />

esto me alejé rápidamente <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber <strong>de</strong>jado la manta en su<br />

sitio, pero en el umbral me crucé con un escriba que ejercía su oficio<br />

en la esquina <strong>de</strong> la calle frente a la tienda <strong>de</strong> un merca<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />

comestibles. Levantó el brazo en señal <strong>de</strong> dolor y me dijo:<br />

-Sinuhé, hijo <strong>de</strong> Senmut, ¿eres tú? Y yo le contesté:<br />

-Sí, yo soy.<br />

El escriba habló:<br />

-No huyas, pues tu padre me ha confiado un mensaje para ti al no<br />

encontrarte en casa.<br />

Entonces me arrojé al suelo y me llevé las manos a la cabeza,<br />

mientras el escriba sacaba un papel y leía:<br />

-«Senmut, cuyo nombre está inscrito en el Libro <strong>de</strong> la Vida, y su<br />

esposa Kipa envían este saludo a su hijo Sinuhé, a quien fue dado en el<br />

palacio <strong>de</strong>l faraón el nombre <strong>de</strong> "El que es solitario". Los dioses te<br />

enviaron a nosotros, y cada día <strong>de</strong> tu vida nos ha causado alegrías y<br />

jamás pesadumbres, y nuestro orgullo ha sido gran<strong>de</strong> a causa <strong>de</strong> ti.<br />

Ahora estamos tristes a causa <strong>de</strong> ti, y estamos tristes porque has<br />

tenido contratiempos y no hemos podido ayudarte como hubiéramos<br />

querido. Y creemos que todo lo que has hecho has tenido razón al<br />

hacerlo, porque no podías hacer otra cosa. No te que<strong>de</strong>s <strong>de</strong>solado por


nosotros, pese a que hayas vendido incluso nuestra tumba, porque no<br />

lo habrás hecho sin una razón imperativa. Pero los servidores <strong>de</strong> la<br />

justicia llevan prisa y no hemos tenido el valor <strong>de</strong> esperar el día <strong>de</strong><br />

nuestra muerte; pero la muerte es para nosotros bien venida como el<br />

sueño para el hombre cansado y la casa para el ausente. Nuestra vida<br />

ha sido larga y nuestras alegrías numerosas, pero eres tú, Sinuhé,<br />

quien nos ha proporcionado las mayores cuando viniste a nuestra casa<br />

siendo ya nosotros viejos y solitarios. Por esto te ben<strong>de</strong>cimos y no<br />

<strong>de</strong>bes preocuparte porque no tengamos tumba, porque la vanidad <strong>de</strong><br />

las cosas es gran<strong>de</strong> y acaso es mejor que <strong>de</strong>saparezcamos en la nada,<br />

sin conocer los peligros y las angustias <strong>de</strong>l largo viaje al reino <strong>de</strong>l<br />

Poniente. Recuerda siempre que nuestra muerte ha sido fácil y te<br />

ben<strong>de</strong>cimos antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>saparecer. Que los dioses <strong>de</strong> Egipto te protejan<br />

<strong>de</strong> todos los peligros, que el dolor sea evitado a tu corazón y tengas<br />

tanto goce <strong>de</strong> tus hijos como nosotros hemos tenido <strong>de</strong> ti. Esto es lo<br />

que te <strong>de</strong>sean tu padre Senmut y tu madre Kipa.»<br />

Mi corazón no era ya como una piedra, vivía y se fundía y vertía<br />

lágrimas sobre el polvo <strong>de</strong> la tierra. Pero el escriba dijo:<br />

-He aquí la carta. Falta, es cierto, el sello <strong>de</strong> tu padre, y no ha podido<br />

firmarla con su nombre, pero me creerás ciertamente si te digo que la<br />

escribí bajo el dictado y que las lágrimas <strong>de</strong> tu madre han <strong>de</strong>jado huellas<br />

aquí.<br />

Me mostró el billete, pero mis ojos estaban cegados por las lágrimas<br />

y no vi nada. Arrolló el papiro y me lo puso en la mano, diciéndome:<br />

-Tu padre Senmut era justo y tu madre Kipa una buena mujer, si<br />

bien, a veces, tenía un poco expedita la lengua,<br />

como es costumbre en las mujeres. Por esto escribí este billete, bien<br />

que tu padre no pudiese hacerme el menor regalo y yo te doy este<br />

papiro pese a que sea <strong>de</strong> primera calidad y podría rascarlo y emplearlo<br />

todavía una vez más.<br />

Reflexioné un instante y le dije:<br />

-Tampoco yo tengo regalo alguno para ti, amigo mío. Pero toma mi<br />

túnica, es <strong>de</strong> buena tela, pese a que esté sucia y arrugada.<br />

Me quité la ropa y se la tendí; él examinó la tela con <strong>de</strong>sconfianza y<br />

levantó los ojos sorprendido, diciendo:<br />

-Tu generosidad es gran<strong>de</strong>, Sinuhé, diga la gente lo que diga <strong>de</strong> ti.<br />

Aun cuando dijesen que has <strong>de</strong>spojado a tus padres y los has arrojado<br />

<strong>de</strong>snudos a la muerte, te <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>ré. Pero no puedo aceptar tu túnica<br />

porque la tela es <strong>de</strong> precio y sin ella el sol te tostará la espalda como la<br />

<strong>de</strong> los esclavos y te levantará ampollas que duelen terriblemente.<br />

-Tómala y que todos los dioses <strong>de</strong> Egipto te bendigan y tu cuerpo se<br />

conserve eternamente, porque no sabes el bien que me has concedido.<br />

Entonces aceptó mi túnica y se alejó, sosteniéndola en alto por encima<br />

<strong>de</strong> su cabeza, riéndose <strong>de</strong> felicidad. Y yo regresé a la Casa <strong>de</strong> la Muerte,<br />

cubierto tan sólo por mi <strong>de</strong>lantal como los esclavos y los boyeros, para<br />

servir a los embalsamadores durante treinta días y treinta noches.<br />

4


Como médico, creía estar familiarizado con la muerte y el<br />

sufrimiento, haberme endurecido frente a las pestilencias y ante el<br />

contacto con los abscesos y las llagas purulentas; pero cuando hube<br />

comenzado mi trabajo en la Casa <strong>de</strong> los Muertos comprendí que no<br />

era más que un novicio y que no sabía nada. A <strong>de</strong>cir verdad, los<br />

pobres no daban mucho trabajo, porque reposaban tranquilamente<br />

en su baño <strong>de</strong> natrón <strong>de</strong> olor acre, y aprendí pronto a manejar el<br />

garfio con el cual se los trasladaba <strong>de</strong> un lugar a otro. Pero los<br />

cuerpos <strong>de</strong> grado superior exigían mucha habilidad y el lavado <strong>de</strong> los<br />

intestinos y su colocación en los canopes exigían bastante resistencia.<br />

Pero lo que me asqueó sobre todo fue comprobar que los sacerdotes<br />

<strong>de</strong> Amón robaban a la gente todavía más <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte que<br />

antes, porque el precio <strong>de</strong> la conservación variaba según las fortunas,<br />

y los embalsamadores engañaban a los parientes <strong>de</strong> los difuntos<br />

facturándoles numerosos bálsamos y ungüentos costosos que <strong>de</strong>cían<br />

haber utilizado, cuando empleaban una única y sola clase <strong>de</strong> aceite<br />

para todo el mundo. Los cadáveres <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s eran preparados<br />

según todas las reglas <strong>de</strong>l arte, pero en las cavida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más se<br />

limitaban a inyectar un aceite que disolvía las entrañas y metían en<br />

ellas cañas mojadas en pez. Para los pobres, no se tomaban siquiera<br />

este trabajo; los <strong>de</strong>jaban secar <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberlos tenido en el baño<br />

durante treinta días y los <strong>de</strong>volvían a las familias.<br />

Los sacerdotes vigilaban la Casa <strong>de</strong> la Muerte, pero a pesar <strong>de</strong> ello<br />

los embalsamadores robaban todo lo que podían consi<strong>de</strong>rándose con<br />

<strong>de</strong>recho a ello. Robaban las plantas medicinales, los ungüentos<br />

preciosos y las ban<strong>de</strong>letas <strong>de</strong> tela para reven<strong>de</strong>rlos y volver a<br />

robarlos, y los sacerdotes no podían impedirlo, porque aquellos<br />

hombres conocían bien su oficio y no era fácil reclutar hombres para<br />

la Casa <strong>de</strong> la Muerte. Sólo la gente mal<strong>de</strong>cida por los dioses, y los<br />

criminales, se contrataban como embalsamadores para escapar a la<br />

justicia y se les reconocía <strong>de</strong> lejos por su olor salobre y a cadáver, <strong>de</strong><br />

manera que todo el mundo los evitaba y no eran admitidos ni en las<br />

tabernas ni en las casas <strong>de</strong> placer.<br />

Por esto me tomaron por uno <strong>de</strong> los suyos al ver que me ofrecía y<br />

no me ocultaron nada <strong>de</strong> sus trucos. Si no hubiese cometido yo<br />

mismo un <strong>de</strong>lito peor aún, hubiese huido <strong>de</strong> allí con horror al ver<br />

cómo maltrataban los cuerpos, incluso <strong>de</strong> los nobles, y los<br />

<strong>de</strong>spedazaban para ven<strong>de</strong>r a los hechiceros los órganos humanos que<br />

necesitaban. Si existe un reino <strong>de</strong>l Poniente como lo espero por mis<br />

padres, creo que muchos difuntos quedarán sorprendidos al ver cuán<br />

incompletos están sus cuerpos para empren<strong>de</strong>r el largo viaje, pese a<br />

haber <strong>de</strong>positado en el templo el dinero necesario para su eterno<br />

reposo.


Pero el júbilo llegaba a su colmo cuando les llevaban el cadáver <strong>de</strong><br />

una mujer joven; poco importaba que fuese fea o bonita. No la<br />

arrojaban en seguida al aljibe sino que <strong>de</strong>bía pasar una noche sobre el<br />

camastro <strong>de</strong> un embalsamador y se la jugaban a la suerte. Porque era<br />

tal el espanto que inspiraba un embalsamados que incluso la más vil<br />

mujer <strong>de</strong> la calle se negaba a divertirse con ellos cualquiera que fuese<br />

la cantidad <strong>de</strong> oro que le ofreciesen; incluso las negras los temían<br />

<strong>de</strong>masiado para acogerlos. Antes, cotizaban para comprar una esclava<br />

en común cuando se vendían baratas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s<br />

expediciones guerreras, pero era tan atroz la vida <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la<br />

Muerte que estas mujeres no tardaban en volverse locas y<br />

escandalizaban <strong>de</strong> tal manera que los sacerdotes les prohibieron<br />

comprar esclavas. Des<strong>de</strong> entonces los embalsamadores tuvieron que<br />

prepararse ellos mismos la comida y lavar sus ropas, y se contentaban<br />

con gozar <strong>de</strong> los cadáveres. Pero se justificaban diciendo que una vez,<br />

durante el reinado <strong>de</strong>l gran rey, habían llevado a la Casa <strong>de</strong> la Muerte<br />

a una mujer que se <strong>de</strong>spertó durante el tratamiento, lo cual fue un<br />

milagro en honor <strong>de</strong> Amón y una alegría <strong>de</strong> los parientes y el marido<br />

<strong>de</strong> la mujer. Por esto era para ellos un piadoso <strong>de</strong>ber tratar <strong>de</strong><br />

renovar el milagro recalentando con su espantoso calor a las mujeres<br />

que les traían, salvo si eran <strong>de</strong>masiado viejas, para que su<br />

resurrección pudiese causar júbilo a alguien. No sabría <strong>de</strong>cir si los<br />

sacerdotes estaban al corriente <strong>de</strong> estas prácticas, porque todo<br />

aquello ocurría <strong>de</strong> noche y en secreto, cuando la Casa <strong>de</strong> la Muerte<br />

estaba cerrada.<br />

Quien se hubiese contratado como embalsamador en la Casa <strong>de</strong> la<br />

Muerte, salía <strong>de</strong> ella raramente, para evitar los sarcasmos, y pasaba<br />

su vida entre los cadáveres. Los primeros días, los consi<strong>de</strong>raba a<br />

todos como malditos <strong>de</strong> los dioses y sus palabras, mientras<br />

profanaban los cuerpos y se mofaban <strong>de</strong> ellos, me causaban espanto.<br />

Al principio no vi más que a los más endurecidos e impúdicos, que<br />

gozaban dándome ór<strong>de</strong>nes y confiándome las tareas más<br />

repugnantes; pero más tar<strong>de</strong> me di cuenta <strong>de</strong> que entre ellos había<br />

también hábiles profesionales cuya ciencia se transmitía <strong>de</strong>l mejor al<br />

mejor, que consi<strong>de</strong>raban su arte como muy digno <strong>de</strong> respeto y<br />

completamente esencial. Cada uno tenía su especialidad, como en la<br />

Casa <strong>de</strong> la Vida, y uno trataba la cabeza <strong>de</strong>l cadáver, otro el vientre, el<br />

tercero el corazón, un cuarto los pulmones, hasta que todas las partes<br />

<strong>de</strong>l cuerpo habían sido preparadas para la eternidad.<br />

Uno <strong>de</strong> ellos se llamaba Ramose, era un hombre ya <strong>de</strong> edad, cuya<br />

tarea era la más <strong>de</strong>licada. El era quien soltaba y sacaba por la nariz el<br />

cerebro <strong>de</strong>l cadáver para lavar <strong>de</strong>spués el cráneo con un aceite<br />

especial. Observó mi habilidad manual y se asombró; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>cidió


instruirme en su arte <strong>de</strong> manera que a la mitad <strong>de</strong> mi estancia en la<br />

Casa <strong>de</strong> la Muerte me tomó como ayudante, lo cual hizo mi existencia<br />

soportable. Mientras a mis ojos todos los embalsamadores eran unos<br />

brutos poseídos cuyos pensamientos y palabras no recordaban en<br />

nada los <strong>de</strong> los hombres que viven bajo el sol, Ramose, como animal,<br />

hacía pensar sobre todo en una tortuga que vive bajo su concha.<br />

Tenía la nuca curvada como la <strong>de</strong> la tortuga y su rostro y sus brazos<br />

estaban arrugados como la piel <strong>de</strong> este animal. Yo le ayudaba en su<br />

trabajo, que era el más limpio y consi<strong>de</strong>rado en la Casa, y su<br />

autoridad era tan gran<strong>de</strong> que los <strong>de</strong>más no se atrevían ya a gastarme<br />

bromas ni lanzarme intestinos o excrementos. Pero no sé <strong>de</strong> dón<strong>de</strong><br />

procedía esta autoridad, porque no levantaba nunca la voz.<br />

Viendo cómo robaban los embalsamadores y cuán poco se<br />

preocupaban <strong>de</strong> la conservación <strong>de</strong> los cuerpos <strong>de</strong> los pobres, pese a<br />

que el precio fuese elevado, resolví ayudar a mis padres en la medida<br />

<strong>de</strong> lo posible y robar para asegurarles una vida eterna. Porque<br />

estimaba que mi pecado contra ellos era tan abominable que el robo<br />

no podía ensombrecerlo más. En su bondad, Ramose me enseñó<br />

cómo y cuánto podía robar a un cadáver <strong>de</strong> noble, porque no trataba<br />

más que a éstos y yo era su ayudante. Así pu<strong>de</strong> retirar <strong>de</strong>l aljibe<br />

común los cadáveres <strong>de</strong> mis padres y meterles cañas embadurnadas<br />

en pez en el vientre y ro<strong>de</strong>arlos <strong>de</strong> .ban<strong>de</strong>letas, pero no pu<strong>de</strong> ir más<br />

lejos, porque el robo tiene límites precisos que ni aun el propio<br />

Ramose podía traspasar.<br />

Durante su lento y tranquilo trabajo en las cavernas <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong><br />

la Muerte me dio, a<strong>de</strong>más, sabias enseñanzas. Con el tiempo, me<br />

atreví a hacerle preguntas y no se molestó. Mi nariz se había<br />

acostumbrado ya a la pestilencia <strong>de</strong> la Casa, porque el hombre se<br />

adapta fácilmente a todo y la cordura <strong>de</strong> Ramose disipó mi temor.<br />

Le pregunté en primer lugar por qué los embalsamadores<br />

blasfemaban incesantemente y se peleaban por los cadáveres <strong>de</strong> las<br />

mujeres no pensando más que en su pasión carnal, cuando hubiera<br />

sido <strong>de</strong> creer que se hubiese ya calmado al vivir tantos años, día tras<br />

día, en compañía <strong>de</strong> la muerte. Ramose me dijo:<br />

-Son hombres <strong>de</strong> baja extracción y su voluntad se revuelca por el<br />

fango <strong>de</strong> la misma manera que el cuerpo <strong>de</strong>l hombre no es más que<br />

fango si se <strong>de</strong>ja <strong>de</strong>scomponer. Pero el fuego alienta una pasión por la<br />

vida, y esta pasión ha hecho nacer las bestias y los hombres y estoy<br />

seguro <strong>de</strong> que ha suscitado también los dioses. Por cuanto más cerca<br />

está el hombre <strong>de</strong> la muerte, más fuerte surge en él la llamada <strong>de</strong>l<br />

fango si su voluntad vive en él, por esto la muerte calma al virtuoso,<br />

pero transforma al hombre vil en una bestia que, incluso atravesado<br />

por una flecha, vierte su simiente en la arena. Y el cuerpo <strong>de</strong> estos


hombres ha sido atravesado por una flecha, <strong>de</strong> lo contrario no<br />

estarían aquí. No te asombres, pues, <strong>de</strong> su conducta, sino ten piedad<br />

<strong>de</strong> ellos. Porque no causan mal ni perjuicio al cadáver, puesto que el<br />

cadáver está frío y no siente nada, pero cada vez se hacen daño a sí<br />

mismos porque vuelven a caer en el fango.<br />

Pru<strong>de</strong>nte y lentamente, metiendo unos cortos instrumentos en la<br />

nariz, rompía los débiles huesos <strong>de</strong>l interior <strong>de</strong>l cráneo <strong>de</strong> un noble y<br />

<strong>de</strong>spués, tomando unas largas pinzas flexibles, extraía el cerebro, que<br />

<strong>de</strong>positaba en una ánfora que contenía un aceite fuerte.<br />

-¿Por qué -le pregunté yo- hay que conservar eternamente el<br />

cuerpo, pese a que esté frío y no sienta nada?<br />

Ramose me miró con sus diminutos ojos <strong>de</strong> tortuga, se secó las<br />

manos y bebió cerveza.<br />

-Siempre se ha hecho y siempre se hará -dijo-. ¿Quién soy yo para<br />

explicarte una costumbre que se remonta al comienzo <strong>de</strong> los tiempos?<br />

Pero se dice que en la tumba, el Ka <strong>de</strong>l hombre, que es su alma,<br />

recupera el cuerpo Y come el alimento que se le ofrece y goza <strong>de</strong> las<br />

flores que tiene <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él. Pero el Ka consume muy poco, <strong>de</strong><br />

manera que el ojo humano no pue<strong>de</strong> darse cuenta. Por esto la misma<br />

ofrenda pue<strong>de</strong> servir para varios, y la ofrenda al faraón pasa <strong>de</strong> su<br />

tumba a la <strong>de</strong> los nobles, y finalmente los sacerdotes la comen cuando<br />

viene la noche. Pero Ka, que es el espíritu <strong>de</strong>l hombre, sale por la<br />

nariz en el momento <strong>de</strong> la muerte y nadie sabe hacia dón<strong>de</strong> vuela.<br />

Pero mucha gente ha atestiguado que es así. Entre Ka y el hombre no<br />

hay más diferencia que ésta: Ka no tiene sombra bajo la luz, mientras<br />

que el hombre sí. Por lo <strong>de</strong>más, son iguales. Esto es lo que se dice.<br />

-Tus palabras son como un zumbido <strong>de</strong> moscas en mis oídos,<br />

Ramose, -le dije-. No soy ningún imbécil y no tienes que contarme<br />

leyendas que he leído hasta la saciedad. Pero ¿dón<strong>de</strong> está la verdad?<br />

Ramose bebió <strong>de</strong> nuevo cerveza y contempló el cerebro, que en<br />

pequeños fragmentos flotaba sobre el aceite.<br />

-Eres todavía <strong>de</strong>masiado joven y ardiente para hacer estas<br />

preguntas -dijo sonriendo-. Tu corazón está inflamado para que<br />

hables así. Mi corazón es viejo y está cicatrizado y no se atormenta<br />

ya por estas vanas cuestiones. En cuanto a saber si es útil o no para<br />

el hombre que su cuerpo se conserve eternamente, no podría<br />

<strong>de</strong>círtelo, y nadie, ni aun los sacerdotes, lo saben. Pero puesto que<br />

así se ha hecho y se hará en todos los tiempos, lo más cuerdo es<br />

respetar la costumbre, porque así no se causa ningún perjuicio. Lo<br />

que sé es que nadie ha vuelto todavía <strong>de</strong>l país <strong>de</strong>l Poniente para<br />

contar lo que en él ocurre. Algunos preten<strong>de</strong>n que los Ka <strong>de</strong> sus<br />

queridos difuntos vuelven a ellos en sueños para darles consejos,<br />

advertencias y enseñanzas, pero los sueños, sueños son y al alba no


queda nada <strong>de</strong> ellos, se han disipado. Es verdad que una vez una<br />

mujer se <strong>de</strong>spertó en la Casa <strong>de</strong> la Muerte y volvió a sus padres y<br />

marido y que vivió mucho tiempo todavía antes <strong>de</strong> volver a morir,<br />

pero es probable que no estuviese muerta y que alguien la hubiese<br />

hechizado para robar su cuerpo y dirigirla a su antojo como a veces<br />

ocurre. Esta mujer contó que había bajado al valle <strong>de</strong> los muertos,<br />

don<strong>de</strong> todo está oscuro, don<strong>de</strong> unos seres horribles la persiguieron,<br />

entre otros, unos babuinos que querían poseerla y unos monstruos<br />

<strong>de</strong> cabeza <strong>de</strong> cocodrilo que le mordían los senos y todo esto ha sido<br />

consignado por escrito en un documento que se conserva en el<br />

templo y que todos los que lo <strong>de</strong>sean pue<strong>de</strong>n leer pagando. Pero,<br />

¿quién pue<strong>de</strong> dar crédito a la narración <strong>de</strong> una mujer? En todo caso,<br />

la muerte surtió para ella el efecto <strong>de</strong> hacerla <strong>de</strong>vota hasta el fin <strong>de</strong><br />

sus días; iba cada día al templo, don<strong>de</strong> disipaba en ofrendas toda la<br />

fortuna <strong>de</strong> su marido, <strong>de</strong> manera que sus hijos quedaron arruinados<br />

y no tuvieron los medios <strong>de</strong> hacer embalsamar su cuerpo una vez<br />

estuvo realmente muerta. A cambio, el templo le dio una tumba e<br />

hizo conservar su cuerpo. Enseñan todavía esta tumba en la Villa <strong>de</strong><br />

los Difuntos, como acaso sepas.<br />

Pero a medida que me hablaba yo me confirmaba en mi<br />

resolución <strong>de</strong> hacer embalsamar los cuerpos <strong>de</strong> mis padres, porque<br />

creo que les <strong>de</strong>bía esto, a pesar <strong>de</strong> que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que estaba en la Casa<br />

<strong>de</strong> la Muerte ya no sabía si obtendría con ello algún provecho o no.<br />

Su única alegría y la única esperanza <strong>de</strong> sus últimos días había sido<br />

pensar que sus cuerpos se conservarían eternamente y yo tenía<br />

empeño en ver realizado su <strong>de</strong>seo. Por esto, con la ayuda <strong>de</strong><br />

Ramose, los embalsamé y los envolví en ban<strong>de</strong>letas <strong>de</strong> tela, lo cual<br />

me obligó a pasar cuarenta días y cuarenta noches en la Casa <strong>de</strong> la<br />

Muerte, <strong>de</strong> lo contrario no hubiera tenido tiempo <strong>de</strong> robar lo<br />

suficiente para tratarlos dignamente. Pero no tenía tumba alguna<br />

que darles y ni siquiera un ataúd <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. Por esto los cosí a los<br />

dos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una piel <strong>de</strong> buey a fin <strong>de</strong> que viviesen eternamente<br />

juntos.<br />

Nada me retenía ya en la Casa <strong>de</strong> la Muerte, pero vacilaba en<br />

abandonarla porque mi corazón estaba acongojado.<br />

Ramose, conociendo la habilidad <strong>de</strong> mis manos, me pedía que me<br />

quedase a su lado, y como ayudante hubiera podido ganar largamente<br />

mi vida y robar y vivir en los antros <strong>de</strong> la Casa sin que nadie supiese<br />

dón<strong>de</strong> estaba y sin experimentar los sinsabores y contrarieda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la<br />

existencia. Sin embargo, no permanecí en la Casa <strong>de</strong> la Muerte. ¿Por<br />

qué? Lo ignoro, porque ahora que estaba acostumbrado al lugar me<br />

encontraba bien en él y no echaba nada <strong>de</strong> menos.


Por esto me lavé y purifiqué lo mejor que supe y salí <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la<br />

Muerte bajo los insultos y las pullas <strong>de</strong> los embalsamadores. No era<br />

que estuviesen mal dispuestos contra mí, sino que era su manera <strong>de</strong><br />

hablar entre ellos. Me ayudaron a llevar la piel <strong>de</strong> buey en que estaban<br />

cosidos los cuerpos <strong>de</strong> mis padres. Pero, pese a que me había lavado<br />

cuidadosamente, la gente se apartaba <strong>de</strong> mí y se tapaba la nariz y<br />

<strong>de</strong>mostraba su repugnancia con gestos, hasta tal punto se me había<br />

impregnado el olor <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Muerte, y nadie se prestó a<br />

pasarme al otro lado <strong>de</strong>l río. Por esto esperé la noche y, sin temor a los<br />

guardias, robé una barca y transporté los cuerpos <strong>de</strong> mis padres a la<br />

necrópolis.<br />

La Villa <strong>de</strong> los Muertos estaba tan vigilada por la noche que no<br />

conseguí encontrar una sola tumba don<strong>de</strong> escon<strong>de</strong>r los cuerpos <strong>de</strong> mis<br />

padres para que viviesen para siempre en ella y se beneficiasen <strong>de</strong> las<br />

ofrendas hechas a los ricos y nobles. Tuve que llevármelos al <strong>de</strong>sierto y<br />

el sol me abrasaba la espalda y me agotaba tanto que me creí a punto<br />

<strong>de</strong> morir. Pero con mi fardo al hombro tomé los peligrosos sen<strong>de</strong>ros a<br />

lo largo <strong>de</strong> las colinas por las cuales sólo los ladrones <strong>de</strong> tumbas se<br />

atreven a aventurarse y entré en el valle prohibido don<strong>de</strong> estaban<br />

enterrados los faraones. Los chacales aullaban, las serpientes<br />

venenosas <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto silbaban a mi vista y los escorpiones caminaban<br />

sobre las rocas ardientes, pero yo no tenía miedo, porque mi corazón<br />

estaba endurecido contra todo riesgo y, pese a que fuese joven, hubiera<br />

saludado a la muerte con júbilo si ella hubiese querido <strong>de</strong> mí. No sabía<br />

todavía que la muerte se aparta <strong>de</strong> los que la llaman. Por esto las<br />

serpientes venenosas se apartaban <strong>de</strong> mí y los escorpiones no<br />

intentaban atacarme, y el sol no conseguía consumirme abrasado. Los<br />

guardianes <strong>de</strong> la villa prohibida fueron ciegos y sordos, no me vieron<br />

ni oyeron los guijarros resbalar bajo mis pies. Porque si me hubiesen<br />

visto me hubieran dado muerte en el acto abandonando mi cuerpo a<br />

los chacales. Pero yo llegaba <strong>de</strong> noche y acaso temiesen al valle que<br />

guardaban, porque los sacerdotes habían hechizado y encantado todas<br />

las tumbas reales con su potente magia. Al oír las piedras resbalar por<br />

los flancos <strong>de</strong> las montañas y verme pasar en medio <strong>de</strong> la noche<br />

cargado con una piel <strong>de</strong> buey a la espalda, volvían probablemente la<br />

cabeza y se tapaban la cara, pensando que los difuntos erraban por el<br />

valle. Yo no los evitaba ni hubiera podido evitarlos, puesto que<br />

5


ignoraba la situación <strong>de</strong> sus puestos y no me ocultaba <strong>de</strong> ellos. El Valle<br />

<strong>de</strong> los Reyes se abría ante mí, tranquilo como la muerte en toda su<br />

<strong>de</strong>solación, más majestuosa a mis ojos <strong>de</strong> lo que pudieron ser los<br />

faraones sobre su trono durante su vida.<br />

Anduve toda la noche por el valle en busca <strong>de</strong> la tumba <strong>de</strong> un gran<br />

faraón cuya puerta hubiese sido sellada por los sacerdotes, porque<br />

hasta entonces no había encontrado nada suficientemente bueno para<br />

mis padres. Quería también la tumba cuyo faraón no hubiese tomado<br />

la barca <strong>de</strong> Amón hacía mucho tiempo, para que las ofrendas<br />

estuviesen frescas todavía e impecable el servicio <strong>de</strong>l templo<br />

mortuorio <strong>de</strong> la orilla <strong>de</strong>l río, porque sólo lo mejor era suficientemente<br />

bueno para mis padres, ya que no podía darles una tumba particular.<br />

Cuando la luna se acostó, cavé una fosa al lado <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> una<br />

tumba <strong>de</strong> un gran faraón, metí en ella la piel <strong>de</strong> buey en que estaban<br />

cosidos los cuerpos <strong>de</strong> mis padres y volví a cubrirla <strong>de</strong> arena. A lo<br />

lejos, en el <strong>de</strong>sierto, los chacales aullaban, <strong>de</strong> manera que supe que<br />

Anubis erraba por las soleda<strong>de</strong>s y se ocuparía <strong>de</strong> mis padres para<br />

guiarlos durante su último viaje. Estaba seguro <strong>de</strong> que <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

Osiris mis padres pasarían con éxito el pesaje <strong>de</strong> los corazones, aun sin<br />

tener un Libro <strong>de</strong> los Muertos escrito por los sacerdotes y repleto <strong>de</strong><br />

mentiras. Por esto experimentaba un inmenso alivio al amasar la<br />

arena sobre la tumba <strong>de</strong> mis padres. Sabía que vivirían eternamente al<br />

lado <strong>de</strong>l gran faraón y que gozarían humil<strong>de</strong>mente <strong>de</strong> las piadosas<br />

ofrendas. En el país <strong>de</strong>l Poniente podrían navegar en la barca real,<br />

comer el pan <strong>de</strong> los faraones y beber sus vinos. Esto es lo que había<br />

obtenido exponiendo mi cuerpo a las lanzas <strong>de</strong> los guardianes <strong>de</strong>l valle<br />

prohibido pero no hay que darme mérito alguno por esto, porque no<br />

temía sus lanzas, ya que aquella noche la muerte me hubiera sido más<br />

<strong>de</strong>liciosa que la mirra.<br />

Mientras cerraba la tumba, mi mano tropezó con un objeto y vi que<br />

era un escarabajo tallado en una piedra roja, cuyos ojos eran piedras<br />

preciosas y estaba cubierto <strong>de</strong> signos sagrados. Entonces un temblor se<br />

apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> mí y mis lágrimas resbalaron en la arena, porque en pleno<br />

Valle <strong>de</strong> la Muerte me parecía haber recibido <strong>de</strong> mis padres el signo<br />

que indicaba que estaban tranquilos y felices. Esto es lo que quería<br />

creer, pero no obstante, sabía que aquel escarabajo había caído<br />

seguramente <strong>de</strong> entre los objetos <strong>de</strong>l faraón durante el entierro.<br />

La luna se acostaba y el cielo tomaba un color gris. Me postré sobre<br />

la arena y levantando los brazos saludé a mi padre Senmut y a mi<br />

madre Kipa. Que sus cuerpos duren eternamente y su vida sea feliz en<br />

el reino <strong>de</strong>l Poniente, porque solamente por ellos quería creer en la<br />

existencia <strong>de</strong> este país. Después me alejé sin volver la cabeza. Pero<br />

llevaba en la mano el escarabajo sagrado y su fuerza era gran<strong>de</strong>,


porque los guardianes no me vieron, pese a que yo los viese a ellos<br />

cuando salían <strong>de</strong> sus cabañas para preparar al fuego sus comidas. El<br />

escarabajo era muy po<strong>de</strong>roso, porque mi pie no resbaló sobre la roca<br />

ni las serpientes y los escorpiones me tocaron, a pesar <strong>de</strong> que no<br />

llevaba ya la piel <strong>de</strong> buey sobre los hombros. Aquella misma noche<br />

alcancé la ribera <strong>de</strong>l Nilo y bebí el agua <strong>de</strong>l Nilo, <strong>de</strong>spués me acosté<br />

entre los cañaverales y me dormí. Mis pies estaban llenos <strong>de</strong> sangre y<br />

mis manos <strong>de</strong>sgarradas; y el <strong>de</strong>sierto me había <strong>de</strong>slumbrado, mi<br />

cuerpo ardía y estaba cubierto <strong>de</strong> ampollas, pero vivía, y el dolor no<br />

me impidió dormir porque estaba muy cansado.<br />

Por la mañana me <strong>de</strong>spertaron los gritos <strong>de</strong> los patos entre las<br />

cañas. Amón atravesaba el cielo en su barca dorada y el ruido <strong>de</strong> la<br />

villa llegaba hasta mí a través <strong>de</strong>l río. Las barcas y los navíos<br />

<strong>de</strong>scendían por el río con sus velas limpias y las lavan<strong>de</strong>ras agitaban<br />

sus palas y reían y gritaban trabajando. El alba era joven, y clara, pero<br />

mi corazón estaba vacío y la vida era ceniza en mis manos.<br />

Los dolores <strong>de</strong> mi cuerpo me causaban júbilo, porque daban un<br />

cierto sentido a mi existencia. Hasta entonces no había tenido más que<br />

un objeto y mi única tarea había sido asegurar a mis padres la vida<br />

eterna que les había robado precipitándolos a una muerte prematura.<br />

Mi crimen estaba expiado, pero mi vida no tenía objeto ni sentido. No<br />

llevaba sobre mí más que un trozo <strong>de</strong> tela hecha jirones, como el traje<br />

<strong>de</strong> un esclavo; mi espalda estaba cubierta <strong>de</strong> ampollas y no tenía la<br />

más pequeña moneda con que comprar alimentos. Si me movía sabía<br />

que pronto los guardianes me preguntarían quién era y <strong>de</strong> dón<strong>de</strong><br />

venía, y yo no sabría contestar, porque me figuraba que el hombre <strong>de</strong><br />

Sinuhé estaba maldito y <strong>de</strong>shonrado para siempre. Por esto no podía<br />

tampoco dirigirme a mis amigos, no <strong>de</strong>bía hacerles compartir mi<br />

infamia y no quería verles levantar el brazo en signo <strong>de</strong> reproche o<br />

volverme la espalda. Creía que había causado ya suficiente escándalo.<br />

Tales eran mis reflexiones cuando me di cuenta <strong>de</strong> que un ser<br />

viviente rondaba a mi alre<strong>de</strong>dor, pero no pu<strong>de</strong> <strong>de</strong> momento<br />

consi<strong>de</strong>rarlo un hombre, tal era su aspecto <strong>de</strong> fantasma <strong>de</strong> pesadilla.<br />

Un agujero ocupaba el sitio <strong>de</strong> su nariz; sus orejas estaban cortadas y<br />

su <strong>de</strong>macración era espantosa; mirándolo mejor vi que sus manos eran<br />

gruesas y nudosas y su cuerpo vigoroso y cubierto <strong>de</strong> equimosis<br />

producidas por los fardos y las cuerdas.<br />

6


En cuanto se dio cuenta <strong>de</strong> que lo había visto me dirigió la palabra y<br />

dijo: -¿Qué llevas en tu puño cerrado?<br />

Abrí la mano, le mostré el escarabajo sagrado <strong>de</strong>l faraón que había<br />

encontrado en la arena, y me dijo:<br />

-Dámelo para que me traiga suerte, porque tengo necesidad <strong>de</strong> ella.<br />

Pero yo le respondí:<br />

-También yo soy pobre y no poseo más que este escarabajo. Quiero<br />

conservarlo como talismán para que me traiga suerte.<br />

Y él dijo:<br />

-Aunque sea pobre y miserable te daré por él una pieza <strong>de</strong> plata, y<br />

no obstante, es mucho para un trozo <strong>de</strong> piedra pintada. Pero tengo<br />

piedad <strong>de</strong> tu pobreza. Por esto te daré una pieza <strong>de</strong> plata.<br />

Sacó una moneda <strong>de</strong> su cinturón, pero yo estaba firmemente<br />

<strong>de</strong>cidido a guardar el escarabajo, porque <strong>de</strong> repente<br />

me imaginé que iba a asegurarme el éxito, y así se lo dije al hombre.<br />

Pero éste respondió con cólera:<br />

-Olvidas que hubiera podido asesinarte mientras dormías, porque<br />

te he observado largo tiempo y me preguntaba qué tendrías en tu<br />

mano crispada. He esperado tu <strong>de</strong>spertar, pero ahora lamento no<br />

haberte dado muerte, puesto que eres tan ingrato.<br />

Yo le contesté en estos términos:<br />

-Por tu nariz y tus orejas veo que eres un criminal y que has huido<br />

<strong>de</strong> las minas. Si me hubieses matado durante mi sueño hubieras<br />

realizado una buena acción, porque estoy solo y no sé adón<strong>de</strong><br />

dirigirme. Pero ten cuidado y huye, porque si los guardias te ven aquí<br />

te cogerán y colgarán <strong>de</strong> la pared cabeza abajo o te mandarán <strong>de</strong> nuevo<br />

a las minas <strong>de</strong> don<strong>de</strong> te has escapado.<br />

Y él dijo:<br />

-Podría matarte todavía ahora si quisiera, porque en mi miseria soy<br />

fuerte. Pero renuncio a hacerlo a cambio <strong>de</strong> una piedra porque<br />

estamos cerca <strong>de</strong> la Villa <strong>de</strong> los Difuntos y los guardianes podrían oír<br />

tus gritos. Guarda, pues, tu talismán: acaso tengas más necesidad <strong>de</strong> él<br />

que yo. Me pregunto también <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> vienes, puesto que no sabes<br />

que no tengo ya nada que temer <strong>de</strong> los guardias, que soy libre y ya no<br />

esclavo. Podría irme a la villa, pero no quiero, porque los chiquillos<br />

tienen miedo <strong>de</strong> mi rostro.<br />

-¿Cómo pue<strong>de</strong> ser libre un con<strong>de</strong>nado a perpetuidad en las minas?<br />

Tu nariz y tus orejas cortadas te traicionan -le dije irónicamente,<br />

porque imaginaba que era jactancia.<br />

-No me ofendo <strong>de</strong> tus palabras porque soy piadoso y temo a los<br />

dioses -dijo-. Por esto no te he matado durante tu sueño. Pero,<br />

¿ignoras verda<strong>de</strong>ramente que, cuando su coronación, el príncipe<br />

here<strong>de</strong>ro ha mandado romper todas las ca<strong>de</strong>nas y liberar a los<br />

con<strong>de</strong>nados a las minas y canteras <strong>de</strong> manera que a partir <strong>de</strong> entonces<br />

sólo trabajan en ellas los hombres libres a cambio <strong>de</strong> un salario?<br />

Así fue como me enteré <strong>de</strong> que el nuevo faraón había subido al trono<br />

con el nombre <strong>de</strong> Amenhotep IV y que había liberado a todos los<br />

esclavos, <strong>de</strong> manera que las minas y las canteras <strong>de</strong> las riberas <strong>de</strong>l mar<br />

oriental estaban tan <strong>de</strong>siertas como las <strong>de</strong>l Sinaí. Porque nadie en<br />

Egipto estaba suficientemente loco para ir a trabajar voluntariamente


en las minas. La gran esposa real era ahora la princesa <strong>de</strong> Mitanni, que<br />

jugaba con sus muñecas, y el faraón era un jovenzuelo que adoraba a<br />

un nuevo dios.<br />

-Su dios es ciertamente un ser extraordinario -dijo el antiguo<br />

minero-, puesto que incita al faraón a estos actos insensatos. Porque<br />

los bandidos y los asesinos se pasean ahora en libertad por los dos<br />

reinos, las minas están <strong>de</strong>siertas y Egipto no se enriquece ya. Cierto es<br />

que soy inocente <strong>de</strong> todo <strong>de</strong>lito y fui castigado injustamente, pero<br />

siempre fue y será así. Por esto es insensato liberar a centenares <strong>de</strong><br />

miles <strong>de</strong> criminales a fin <strong>de</strong> rendir justicia a un inocente. Pero esto es<br />

asunto <strong>de</strong>l faraón y no mío.<br />

Mientras hablaba me miraba y me tocaba las manos y las ampollas<br />

<strong>de</strong> mi espalda. El olor <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Muerte no le incomodaba y<br />

sentía probablemente piedad <strong>de</strong> mi juventud, porque me dijo:<br />

-El sol te ha abrasado la piel. Tengo aceite. ¿Quieres que te unte? Me<br />

frotó la espalda y los brazos, pero al hacerlo iba murmurando y <strong>de</strong>cía:<br />

-Por Amón, que no sé verda<strong>de</strong>ramente por qué te cuido, porque no<br />

sacaré <strong>de</strong> ello ningún provecho y nadie me cuidó cuando estaba<br />

apaleado y herido y mal<strong>de</strong>cía a todos los dioses por la injusticia <strong>de</strong> que<br />

era víctima. Yo sabía que todos los esclavos y los con<strong>de</strong>nados<br />

protestaban <strong>de</strong> su inocencia, pero aquel hombre había sido bueno para<br />

mí. Por esto quería <strong>de</strong>mostrarle mi agra<strong>de</strong>cimiento y estaba tan<br />

abandonado que temía verlo partir y quedarme solo con mi angustia.<br />

Por esto le dije:<br />

-Cuéntame la injusticia <strong>de</strong> que fuiste víctima a fin <strong>de</strong> que pueda<br />

<strong>de</strong>plorarla contigo.<br />

Y habló así:<br />

-El dolor me fue arrancado <strong>de</strong>l cuerpo a bastonazos durante el<br />

primer año en la mina. La cólera fue más resistente, porque fueron<br />

necesarios cinco años para librarme <strong>de</strong> ella y para que mi corazón<br />

fuese huérfano <strong>de</strong> todo sentimiento humano. Pero será mejor que te<br />

cuente toda mi historia para distraerte porque, frotando tus llagas, te<br />

he hecho seguramente daño. Debes saber, pues, que yo era un hombre<br />

libre que cultivaba la tierra y poseía una cabaña y bueyes, y una mujer<br />

y tenía cerveza en mi jarra. Pero tenía por vecino a un hombre<br />

po<strong>de</strong>roso llamado Anukis (¡que su cuerpo se pudra!). La vista no podía<br />

medir sus tierras y su ganado era numeroso como la arena. Y Mugía<br />

tan fuerte como la resaca <strong>de</strong>l mar, pero a pesar <strong>de</strong> esto <strong>de</strong>seaba mis<br />

bienes. Por esto me buscaba querella, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cada crecida el<br />

mojón se acercaba a mi cabaña y yo iba perdiendo tierras. Yo no podía<br />

hacer nada, Porque los geómetras lo escuchaban y rechazaban mis<br />

quejas porque él les hacía buenos regalos. Obstruía así mis canales <strong>de</strong><br />

irrigación y me impedía regar mis campos, <strong>de</strong> manera que mis bueyes


sufrían sed, mis cereales se agostaban y mi jarra se vaciaba <strong>de</strong> cerveza.<br />

Pero cerraba la oreja a mis súplicas; en invierno vivía en Tebas en una<br />

bella mansión y en verano <strong>de</strong>scansaba en sus vastos dominios y sus<br />

esclavos me apaleaban y excitaban a los perros si me atrevía a<br />

acercarme.<br />

El hombre <strong>de</strong> la nariz cortada lanzó un profundo suspiro y <strong>de</strong> nuevo<br />

comenzó a untarme la espalda. Después reanudó su relato.<br />

-Pero viviría todavía en mi cabaña si los dioses no me hubiesen dado<br />

una hija <strong>de</strong> una gran belleza. Tenía cinco hijos y tres hijas, porque el<br />

pobre se reproduce aprisa, y una vez mis hijos fueron mayores<br />

pudieron secundarme y darme gran<strong>de</strong>s alegrías, pese a que un<br />

merca<strong>de</strong>r sirio me robó uno. Pero la menor <strong>de</strong> mis hijas era muy bella,<br />

y yo, en mi locura, me alegraba <strong>de</strong> ella, <strong>de</strong> manera que no tenía<br />

necesidad <strong>de</strong> hacer gran<strong>de</strong>s trabajos ni <strong>de</strong> tostarse la piel en los<br />

campos ni transportar agua. Hubiera obrado más cuerdamente<br />

cortándole el cabello y ennegreciéndole la piel, porque mi vecino<br />

Anukis la vio y la <strong>de</strong>seó, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces no tuve ya tranquilidad. Me<br />

citó en justicia y juró que mis bueyes habían hollado sus tierras, que<br />

mis hijos habían obstruido malvadamente sus canales <strong>de</strong> irrigación y<br />

que habían arrojado animales muertos a sus pozos. Juró también que<br />

le había pedido trigo prestado durante los años malos y sus esclavos<br />

certificaron la exactitud <strong>de</strong> sus quejas y el juez se negó a escucharme.<br />

Pero el vecino me hubiera <strong>de</strong>jado mis campos si le hubiese dado mi<br />

hija. No consentí en ello, porque esperaba que a causa <strong>de</strong> su belleza<br />

encontraría un marido conveniente que me sostendría durante los días<br />

<strong>de</strong> mi vejez y sería generoso conmigo. Finalmente, los esclavos <strong>de</strong><br />

Anukis cayeron sobre mí y yo no tenía más que un bastón, pero uno <strong>de</strong><br />

ellos recibió un golpe en la cabeza y murió. Entonces me cortaron la<br />

nariz y las orejas y me mandaron a las minas, y mi mujer y mis hijos<br />

fueron vendidos para pagar mis <strong>de</strong>udas, pero la pequeña le tocó a<br />

Anukis, quien <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber abusado <strong>de</strong> ella, la cedió a sus<br />

esclavos. Por esto te digo que se cometió una injusticia conmigo<br />

mandándome a las minas. Ahora que al cabo <strong>de</strong> diez años el faraón me<br />

ha <strong>de</strong>vuelto la libertad, he regresado en seguida a mi casa, pero la<br />

cabaña había sido <strong>de</strong>rribada y un rebaño <strong>de</strong>sconocido pace por mis<br />

tierras y mi hija no ha querido reconocerme y me ha lanzado agua<br />

caliente a las piernas. Me he enterado <strong>de</strong> que Anukis ha muerto y que<br />

su gran tumba está en la Villa <strong>de</strong> los Muertos <strong>de</strong> Tebas con una gran<br />

inscripción sobre la puerta. He venido a Tebas para alegrar mi corazón<br />

leyendo lo que dice la inscripción, pero no sé leer y nadie me lo ha<br />

leído.<br />

-Si quieres te lo leeré, porque sé leer -dije.


-Que tu cuerpo se conserve eternamente -dijo-, si me haces este<br />

servicio. Porque soy un pobre hombre que cree cuanto está escrito. Por<br />

esto quiero saber antes <strong>de</strong> morir lo que se ha escrito sobre Anukis.<br />

Acabó <strong>de</strong> untarme el cuerpo y lavó mi pobre <strong>de</strong>lantal en el río.<br />

Fuimos juntos a la Villa <strong>de</strong> los Muertos y los guardias no nos<br />

<strong>de</strong>tuvieron. Después <strong>de</strong> haber caminado por entre las hileras <strong>de</strong><br />

tumbas, llegó a una gran tumba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la cual habían <strong>de</strong>positado<br />

carne y muchos frutos, pasteles y flores. Una jarra <strong>de</strong> vino sellada<br />

estaba al lado <strong>de</strong> la puerta. El hombre <strong>de</strong> la nariz cortada se sirvió y<br />

me ofreció también comida; <strong>de</strong>spués me pidió que le leyese la<br />

inscripción.<br />

-«Yo, Anukis, he cultivado el trigo y plantado árboles y mis cosechas<br />

eran abundantes, porque temía a los dioses y les ofrecía la quinta parte<br />

<strong>de</strong> mis cosechas. El Nilo me testimoniaba su favor y en mis dominios<br />

nadie conoció el hambre; mientras viví mis vecinos no conocieron el<br />

hambre tampoco, porque llevaba el agua a sus campos y les daba trigo<br />

los años <strong>de</strong> penuria. Secaba las lágrimas <strong>de</strong> los huérfanos y no<br />

<strong>de</strong>spojaba a las viudas, sino que renunciaba a todos mis créditos sobre<br />

ellas, <strong>de</strong> manera que todos, <strong>de</strong> un extremo a otro <strong>de</strong>l país, ben<strong>de</strong>cían<br />

mi nombre. A quien había perdido un buey, yo, Anukis, le daba uno<br />

más bello. Me oponía al cambio fraudulento <strong>de</strong> los mojones y no<br />

impedía que el agua corriese por los campos <strong>de</strong> mis vecinos, porque fui<br />

justo y piadoso cada día <strong>de</strong> mi vida. He aquí todo lo que he hecho yo,<br />

Anukis, a fin <strong>de</strong> que los dioses me sean propicios y faciliten mi viaje<br />

hacia el país <strong>de</strong> Poniente.»<br />

El hombre <strong>de</strong> la nariz cortada me había escuchado con atención y al<br />

final <strong>de</strong> la lectura lloraba amargamente. Después me dijo:<br />

-Soy un pobre hombre y creo todo lo que está escrito. Veo, pues, que<br />

Anukis era un hombre piadoso y que se le honra <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muerto.<br />

Las generaciones futuras leerán la inscripción sobre su puerta y lo<br />

honrarán. Pero yo soy un criminal sin nariz ni orejas, <strong>de</strong> manera que<br />

todos ven mi infamia y cuando muera seré arrojado al río y no existiré<br />

ya más. ¿No es acaso todo vanidad en este bajo mundo?<br />

Rompió el precinto <strong>de</strong> la jarra y bebió un buen trago. Un guardián se<br />

acercó a él amenazándole con su bastón, pero el hombre le dijo:<br />

Anukis me hizo mucho bien durante su vida. Por esto quiero honrar su<br />

memoria comiendo y bebiendo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> su tumba. Pero si pones la<br />

mano sobre mí o sobre mi amigo, que es un hombre instruido, puesto<br />

que sabe leer las inscripciones, <strong>de</strong>bes saber que somos numerosos en<br />

los cañaverales y tenemos cuchillos, <strong>de</strong> manera que vendremos por la<br />

noche a cortarte el cuello. Pero me apenaría, porque soy un hombre<br />

piadoso que cree en los dioses y no quiere hacer daño a nadie. Por esto


creo mejor que nos <strong>de</strong>jes en Paz y hagas como si no nos vieses. Será<br />

mejor para ti.<br />

Movía los ojos y estaba tan horrible en sus andrajos, <strong>de</strong> manera que<br />

el guardián juzgó pru<strong>de</strong>nte retirarse. Comimos y bebimos junto a la<br />

tumba <strong>de</strong> Anukis y el lugar <strong>de</strong> las ofrendas era fresco y umbrío.<br />

Después <strong>de</strong> haber bebido, el hombre <strong>de</strong> la nariz cortada habló:<br />

-Ahora comprendo que hubiera tenido que ce<strong>de</strong>r voluntariamente<br />

mi hija a Anukis. Acaso me hubiese <strong>de</strong>jado mis campos e incluso me<br />

hubiera hecho regalos, porque mi hija era bella e inocente y ahora no<br />

es más que una vieja estera usada por los esclavos. Ahora sé ya que en<br />

este mundo no hay otro <strong>de</strong>recho que el <strong>de</strong>l rico y el fuerte y que el<br />

lamento <strong>de</strong>l pobre no llega a los oídos <strong>de</strong>l faraón.<br />

Levantó la jarra riéndose ruidosamente y dijo:<br />

-A tu salud, justo Anukis; que tu cuerpo se conserve eternamente,<br />

porque no tengo el menor <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> seguirte hacia el país <strong>de</strong>l Poniente,<br />

don<strong>de</strong> tú y tus semejantes lleváis una vida alegre con el permiso <strong>de</strong> los<br />

dioses. Pero a mi juicio sería equitativo que continuases tus bonda<strong>de</strong>s<br />

sobre la tierra y que compartieses conmigo las copas <strong>de</strong> oro y las joyas<br />

que hay en tu tumba. Por esto la noche próxima volveré a saludarte si<br />

la luna se oculta <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las nubes.<br />

-¿Qué dices, hombre? -exclamé, asustado, haciendo al mismo<br />

tiempo con la mano el signo sagrado <strong>de</strong> Amón-. No vas a comenzar a<br />

robar las tumbas, porque es el más infamante <strong>de</strong> todos los crímenes a<br />

los ojos <strong>de</strong> los dioses y <strong>de</strong> los hombres...<br />

Pero bajo el efecto <strong>de</strong>l vino respondió:<br />

-Divagas con elocuencia, pero Anukis es mi <strong>de</strong>udor y yo no soy tan<br />

generoso como él; reclamo mi crédito. Si quieres impedírmelo te<br />

romperé la nuca; pero si eres razonable me ayudarás, porque cuatro<br />

ojos ven más que dos y juntos podremos llevarnos <strong>de</strong> la tumba el doble<br />

<strong>de</strong> lo que pue<strong>de</strong> llevar un hombre solo.<br />

-No tengo interés en que me cuelguen <strong>de</strong> las murallas cabeza abajo -<br />

dije con inquietud.<br />

Pero, reflexionando, me dije que mi vergüenza no sería mayor si mis<br />

amigos me veían en esta postura, y la muerte en sí misma no me<br />

asustaba. Cuando hubimos apurado la jarra la rompimos y lanzamos<br />

los trozos a las tumbas vecinas. Los guardias no nos dijeron nada y nos<br />

volvieron la espalda, porque nos tenían miedo. Por la noche, los<br />

soldados venían a proteger las tumbas <strong>de</strong> la Villa <strong>de</strong> los Muertos, pero<br />

el nuevo faraón no les había hecho regalos como era la costumbre. Por<br />

esto murmuraban y encendían antorchas y penetraban en las tumbas<br />

fracturándolas para saquearlas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber bebido vino, porque<br />

había muchas jarras en los abrigos <strong>de</strong> las ofrendas. Nadie nos impidió<br />

forzar la tumba <strong>de</strong> Anukis, volcar el ataúd y llevarnos tantas copas <strong>de</strong>


oro como pudimos coger. Al alba numerosos merca<strong>de</strong>res sirios<br />

esperaban en la ribera, dispuestos a comprar los objetos robados y<br />

llevárselos en sus barcas. Les vendimos nuestro botín y nos dieron oro<br />

y plata por cerca <strong>de</strong> doscientos <strong>de</strong>ben, que nos repartimos, según el<br />

peso marcado sobre el oro y la plata. Pero el precio que recibimos no<br />

era más que una ínfima fracción <strong>de</strong>l valor real <strong>de</strong> los objetos, y el oro<br />

con que nos pagaron no era puro. El hombre <strong>de</strong> la nariz cortada<br />

estaba, sin embargo en el colmo <strong>de</strong> su júbilo y me dijo:<br />

-Heme, pues, rico, porque, verda<strong>de</strong>ramente, este oficio es más<br />

lucrativo que el <strong>de</strong> <strong>de</strong>scargador o portador <strong>de</strong> agua en los campos.<br />

Pero yo le respondí:<br />

-Tanto va el cántaro a la fuente que al final se quiebra.<br />

Y así nos separamos y un merca<strong>de</strong>r me llevó en su barca al otro lado<br />

<strong>de</strong>l río y llegué a Tebas. Me compré ropas nuevas y comí y bebí en una<br />

taberna, porque mi cuerpo no olía ya a la Casa <strong>de</strong> la Muerte. Pero<br />

durante todo el día se oyó al otro lado <strong>de</strong>l río toques <strong>de</strong> trompetas y<br />

ruido <strong>de</strong> armas. Los carros <strong>de</strong> guerra recorrían las avenidas y los<br />

guardias <strong>de</strong> corps <strong>de</strong>l faraón atravesaban con sus lanzas a los soldados<br />

que habían saqueado las tumbas y a los mineros liberados, cuyos<br />

aullidos llegaban hasta la villa. Aquella noche el muro se cubrió <strong>de</strong><br />

cuerpos cabeza abajo y el or<strong>de</strong>n reinó en Tebas.<br />

Después <strong>de</strong> una noche transcurrida en una posada me acerqué a mi<br />

antigua casa y llamé a Kaptah. Llegó cojeando y con una mejilla<br />

tumefacta, pero al verme, lloró <strong>de</strong> júbilo con su único ojo y se arrojó a<br />

mis pies diciendo:<br />

-¡Oh dueño mío, hete aquí cuando ya te creía muerto! Porque me<br />

<strong>de</strong>cía que si vivieses hubieras vuelto a pedirme plata y cobre. Porque<br />

cuando se da una vez hay que darlo siempre. Pero no venías y, sin<br />

embargo, yo robaba para ti a mi nuevo dueño (¡que su cuerpo se<br />

<strong>de</strong>scomponga!) tanto como podía, como pue<strong>de</strong>s verlo por mi mejilla y<br />

mi pierna que han recibido <strong>de</strong> golpes. Su madre, este cocodrilo (¡que<br />

se disuelva en polvo!), ha amenazado con ven<strong>de</strong>rme y estoy muy<br />

asustado. Apresurémonos, pues, a huir los dos <strong>de</strong> esta casa maldita.<br />

Vacilé y él comprendió los motivos, porque añadió:<br />

-En verdad he robado tanto que durante algún tiempo podré<br />

mantenerte, ¡oh dueño mío!, y cuando el dinero llegue a su fin,<br />

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trabajaré para ti, a condición <strong>de</strong> que me saques <strong>de</strong> las garras <strong>de</strong> este<br />

cocodrilo y <strong>de</strong>l imbécil <strong>de</strong> su hijo.<br />

-He venido a pagarte mi <strong>de</strong>uda, Kaptah -le dije, dándole oro y plata<br />

en cantidad mucho mayor <strong>de</strong> la que me había<br />

prestado-. Pero, si lo <strong>de</strong>seas, puedo comprarte a tu amo a fin <strong>de</strong> que<br />

puedas ir libremente adon<strong>de</strong> quieras.<br />

Al sentir en su mano el peso <strong>de</strong>l oro y la plata, Kaptah llegó al colmo<br />

<strong>de</strong> su júbilo y comenzó a bailar pese a que era viejo, olvidando su<br />

cojera. Después tuvo vergüenza <strong>de</strong> su conducta y dijo:<br />

-En realidad he vertido amargas lágrimas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberte dado<br />

mi peculio, pero no me guar<strong>de</strong>s rencor. Y si me comprabas para<br />

liberarme, ¿adón<strong>de</strong> iría yo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber sido esclavo toda la vida?<br />

Sin ti, soy un gato ciego o un cor<strong>de</strong>ro abandonado por su madre. Y,<br />

a<strong>de</strong>más, es inútil malgastar todo este dinero para comprar lo que ya te<br />

pertenece.<br />

-Guiñó maliciosamente su ojo único y dijo en tono astuto-:<br />

Esperándote, me he ido informando cada día <strong>de</strong> los barcos que salen.<br />

En este instante está aparejando un barco que inspira confianza y<br />

saldrá hacia Simyra, y creo que podríamos arriesgarnos, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haber hecho una ofrenda suficiente a los dioses. La única contrariedad<br />

es que no he encontrado todavía un dios suficientemente po<strong>de</strong>roso<br />

para remplazar a Amón, <strong>de</strong> quien he renegado por haberme traído<br />

tantos sinsabores. Me he informado respecto a los diferentes dioses y<br />

he probado en seguida el nuevo dios <strong>de</strong>l faraón, cuyo templo acaba <strong>de</strong><br />

abrirse y al que va mucha gente para ganarse el favor <strong>de</strong>l faraón. Pero<br />

se dice que el faraón afirma que su dios sólo vive <strong>de</strong> la verdad, y por<br />

eso temo que sea un dios muy complicado, lo cual no me sería útil.<br />

Recordé el escarabajo que había encontrado y lo mostré a Kaptah<br />

diciendo:<br />

-He aquí un dios muy po<strong>de</strong>roso aunque sea <strong>de</strong> pequeño tamaño.<br />

Consérvalo cuidadosamente, porque creo que nos traerá suerte, puesto<br />

que tengo ya oro en mi bolsa. Disfrázate <strong>de</strong> sirio y huye, si<br />

verda<strong>de</strong>ramente lo <strong>de</strong>seas, pero no me reproches nada si te cogen. Que<br />

este pequeño dios te ayu<strong>de</strong>, porque, verda<strong>de</strong>ramente, es mejor<br />

economizar nuestro dinero para pagar nuestro pasaje hasta Simyra. En<br />

Tebas, en efecto, no me atrevo a mirar las gentes cara a cara, y<br />

tampoco en todo Egipto. Por esto quiero partir, puesto que tengo que<br />

vivir en alguna parte y no regresaré jamás a Tebas.<br />

Pero Kaptah dijo:<br />

-No hay que jurar nada, ¡oh dueño mío!, porque <strong>de</strong>l mañana nadie<br />

sabe nada y quien ha bebido agua <strong>de</strong>l Nilo no


apagará su sed con otra agua. Pero, por lo <strong>de</strong>más, tu <strong>de</strong>cisión es<br />

cuerda; mas harás mejor en llevarme contigo, porque sin mí eres como<br />

un niño que no sabe doblar sus pañales. No sé qué <strong>de</strong>lito has<br />

cometido, pese a que tus ojos centellean cuando hablas <strong>de</strong> él, pero eres<br />

todavía joven y olvidarás. Un acto humano es como una piedra<br />

arrojada al mar. Cae con gran estrépito y agita el agua, pero al cabo <strong>de</strong><br />

un instante la superficie está <strong>de</strong> nuevo lisa y no se ve ya rastro <strong>de</strong> la<br />

piedra. Lo mismo ocurre con la memoria. Con el tiempo, todo se<br />

olvida, y podrás regresar y espero que entonces serás suficientemente<br />

po<strong>de</strong>roso y rico para protegerme si por casualidad la lista <strong>de</strong> esclavos<br />

fugados me causare perjuicios.<br />

-Parto mañana para no volver -dije resueltamente.<br />

Pero en aquel momento Kaptah fue llamado por la voz aguda <strong>de</strong> su<br />

dueña. Fui a esperarlo a la esquina <strong>de</strong> la calle y<br />

no tardó en comparecer con un cesto y un fardo, haciendo sonar sus<br />

monedas <strong>de</strong> cobre en la mano.<br />

-La madre <strong>de</strong> todos los cocodrilos me manda a hacer compras al<br />

mercado -dijo, encantado-. Naturalmente, como <strong>de</strong> costumbre, no me<br />

ha dado bastante dinero, pero será, <strong>de</strong> todos modos, una pequeña<br />

contribución a la caja <strong>de</strong>l viaje, porque me parece que Simyra está<br />

lejos <strong>de</strong> aquí .<br />

En la cesta estaba su traje y su peluca. Fuimos hasta la ribera y se<br />

cambió <strong>de</strong> ropa entre los cañaverales; yo le<br />

compré un bastón como suelen llevar los servidores <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s y<br />

los corredores. Después fuimos al muelle <strong>de</strong> Siria, don<strong>de</strong> encontramos<br />

un gran barco <strong>de</strong> tres palos con unos obenques <strong>de</strong> proa a popa gruesos<br />

como un hombre, y el pabellón <strong>de</strong> aparejar flotando en lo alto. El<br />

capitán era sirio y estuvo encantado en saber que yo era médico,<br />

porque respetaba la medicina egipcia y la mayoría <strong>de</strong> sus marineros<br />

estaban enfermos. El escarabajo nos había traído realmente suerte,<br />

porque el capitán nos inscribió en el registro <strong>de</strong>l navío y no nos pidió<br />

nada por la travesía, pero teníamos que ganarnos la manutención.<br />

Des<strong>de</strong> aquel instante Kaptah honró al escarabajo como a un dios, lo<br />

ungió con aceite precioso y lo envolvió en una tela fina.<br />

El barco se alejó <strong>de</strong>l muelle, los esclavos se inclinaron sobre sus<br />

remos y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un viaje <strong>de</strong> doce días llegamos a la frontera <strong>de</strong> los<br />

dos reinos. Al cabo <strong>de</strong> doce días más llegamos a un sitio don<strong>de</strong> el río se<br />

divi<strong>de</strong> en dos para lanzarse al mar y dos días <strong>de</strong>spués el mar se abría<br />

ante nosotros. Durante el camino habíamos visto templos y palacios,<br />

campos y rebaños, pero la riqueza <strong>de</strong> Egipto no alegraba mi corazón,<br />

porque tenía prisa en abandonar el país <strong>de</strong> la tierra negra. Mas cuando<br />

el mar se extendió ante nosotros sin que se viese la ribera opuesta,<br />

Kaptah se sintió inquieto y me preguntó si no sería pru<strong>de</strong>nte


<strong>de</strong>sembarcar y llegar a Simyra por tierra a pesar <strong>de</strong> que este viaje fuese<br />

malo y peligroso a causa <strong>de</strong> los bandidos. Su inquietud aumentó<br />

todavía cuando los marineros y los remeros empezaron, según su<br />

costumbre, a gemir y hacerse cortes en la cara con guijarros afilados,<br />

pese a la prohibición <strong>de</strong>l capitán, que no quería que la vista <strong>de</strong> la<br />

sangre asustase a sus numerosos pasajeros. El barco se llamaba El<br />

Delfín. El capitán hizo flagelar a los marineros y los esclavos, pero esto<br />

no disminuyó sus gemidos ni sus gritos, <strong>de</strong> manera que numerosos<br />

pasajeros comenzaron a lamentarse y a sacrificar a sus dioses. Los<br />

egipcios invocaron a Amón y los sirios se arrancaban la barba<br />

llamando a los Baal <strong>de</strong> Simyra, <strong>de</strong> Sidón, <strong>de</strong> Biblos y <strong>de</strong> otras villas,<br />

según su origen.<br />

Por esto le dije a Kaptah que ofreciese un sacrificio a nuestro dios si<br />

tenía miedo, y sacando el escarabajo se postró <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él y lanzó al<br />

agua una moneda <strong>de</strong> plata para calmar a las divinida<strong>de</strong>s marinas,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo cual vertió lágrimas sobre el dios y por la moneda<br />

perdida. Los marineros <strong>de</strong>jaron <strong>de</strong> gritar e izaron las velas, el barco<br />

escoró y comenzó a bailar y los remeros recibieron cerveza y pan.<br />

Pero en cuanto el barco comenzó a cabecear, Kaptah cambió <strong>de</strong><br />

color, <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> gritar y se agarró al obenque. Al cabo <strong>de</strong> un instante me<br />

dijo en voz baja con tono plañi<strong>de</strong>ro que el estómago le subía hasta las<br />

orejas y que iba a morir. No me dirigió ningún reproche por haberlo<br />

metido en aquella aventura, sino que me lo perdonó todo, a fin <strong>de</strong> que<br />

los dioses fuesen reconocidos y propicios, porque tenía la débil<br />

esperanza <strong>de</strong> que el agua <strong>de</strong>l mar sería lo suficientemente salada para<br />

conservar su cuerpo, <strong>de</strong> manera que incluso ahogado podría verificar<br />

el último viaje al país <strong>de</strong>l Poniente.<br />

Pero los marinos, que lo habían oído, se burlaron <strong>de</strong> él, diciéndole<br />

que el mar estaba atestado <strong>de</strong> monstruos que lo <strong>de</strong>vorarían antes <strong>de</strong><br />

que hubiese llegado al fondo.<br />

El viento refrescó y el barco cabeceaba furiosamente. El capitán hizo<br />

rumbo a alta mar y perdimos <strong>de</strong> vista la costa. Yo empecé también a<br />

inquietarme un poco, porque me preguntaba cómo encontraríamos la<br />

costa. Y <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> mofarme <strong>de</strong> Kaptah; sentía un vago vértigo y un<br />

profundo malestar. Al cabo <strong>de</strong> un momento Kaptah se <strong>de</strong>splomó sobre<br />

cubierta, su rostro se puso ver<strong>de</strong>, vomitó y no dijo nada más. Entonces<br />

tuve miedo, y viendo que numerosos pasajeros vomitaban y se ponían<br />

ver<strong>de</strong>s y creían rendir el alma, corrí hacia el capitán y le dije que<br />

visiblemente los dioses habían mal<strong>de</strong>cido su navío, porque a pesar <strong>de</strong><br />

toda mi ciencia médica se había <strong>de</strong>clarado a bordo una terrible<br />

epi<strong>de</strong>mia. Por esto le conjuré a que virase en redondo y volviese hacia<br />

la costa mientras era posible todavía, <strong>de</strong> lo contrario, como médico, no<br />

respondía <strong>de</strong> las consecuencias. Añadí que la tempestad que nos


azotaba y sacudía el navío hasta hacer crujir las junturas era terrible,<br />

si bien no quería intervenir en cuestiones pertenecientes a su oficio.<br />

Pero el capitán me calmó y me dijo que navegábamos sencillamente<br />

bajo un vientecillo fresco excelente para navegar, propio para acelerar<br />

la travesía, <strong>de</strong> manera que no tenía que provocar a los dioses hablando<br />

<strong>de</strong> tempesta<strong>de</strong>s. En cuanto a la enfermedad que se había <strong>de</strong>clarado a<br />

bordo provenía únicamente <strong>de</strong> que, habiendo pagado la comida, se<br />

habían hartado con exceso, cosa que causaba un perjuicio consi<strong>de</strong>rable<br />

a la Compañía siria dueña <strong>de</strong>l navío. Por esto en Simyra seguramente<br />

la Compañía <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> ofrecer sacrificios a los dioses indicados para<br />

que los pasajeros vomitasen todo lo que habían comido y no agotasen<br />

como fieras la provisiones <strong>de</strong> a bordo.<br />

Esta contestación no acabó <strong>de</strong> convencerme y le pregunté si estaba<br />

seguro <strong>de</strong> encontrar la orilla ahora que la noche había cerrado. Me<br />

aseguró que su camarote encerraba una buena cantidad <strong>de</strong> divinida<strong>de</strong>s<br />

que le ayudarían a encontrar la tierra tanto <strong>de</strong> día como <strong>de</strong> noche, con<br />

la sola condición <strong>de</strong> que las estrellas brillasen <strong>de</strong> noche y el sol <strong>de</strong> día.<br />

Pero era seguramente una mentira, porque no sé que existan dioses <strong>de</strong><br />

esta naturaleza.<br />

Por esto, a fin <strong>de</strong> burlarme un poco <strong>de</strong> él, le pregunté por qué yo no<br />

estaba enfermo como los <strong>de</strong>más pasajeros. Me dijo que era muy<br />

natural, porque me ganaba la manutención a bordo y no causaba<br />

perjuicio a la Compañía . En cuanto a Kaptah, dijo que los esclavos eran<br />

un caso particular; unos caían enfermos y otros no. Pero juró por su<br />

barba que todos los pasajeros estarían sanos como un macho cabrío en<br />

cuanto pusiesen pie a tierra en Simyra, <strong>de</strong> manera que no tenía que<br />

temer por mi reputación <strong>de</strong> médico . Pero viendo el estado lamentable<br />

<strong>de</strong> los pasajeros me costaba creerlo.<br />

En cuanto a saber por qué yo no me sentía enfermo como los <strong>de</strong>más ,<br />

lo ignoro, pero acaso fuese <strong>de</strong>bido a que recién nacido me habían<br />

confiado a una cesta <strong>de</strong> cañas para bajar por el Nilo. No veo otra<br />

explicación. Traté <strong>de</strong> cuidar lo mejor posible a Kaptah, y los pasajeros,<br />

pero me lanzaban improperios en cuanto los tocaba, y Kaptah, cuando<br />

le ofrecí algo <strong>de</strong> comida para fortificarlo, volvió la cabeza y soltó unos<br />

ruidos extravagantes como un hipopótamo que estuviese aliviando su<br />

vientre, a pesar <strong>de</strong> que no tenía nada que evacuar. Jamás hasta<br />

entonces Kaptah había rechazado un plato; por esto empecé a creer<br />

realmente que iba a morir, y estaba muy afligido porque me había<br />

acostumbrado ya a sus vanas divagaciones.<br />

Vino la noche y acabé durmiéndome, pese a que el chasquido <strong>de</strong> las<br />

velas y el estruendo <strong>de</strong> las olas contra los flancos <strong>de</strong>l navío eran<br />

terribles. Pasaron varios días y no murió ningún pasajero; algunos se<br />

restablecieron incluso y volvieron a comer y pasearse por cubierta.


Kaptah seguía echado sin probar comida, pero daba signos <strong>de</strong> vida<br />

implorando la ayuda <strong>de</strong> nuestro escarabajo, lo cual me hizo pensar<br />

que, a pesar <strong>de</strong> todo, pensaba llegar vivo a puerto.<br />

El séptimo día apareció la costa y el capitán me dijo que había<br />

navegado a lo lejos <strong>de</strong> Joppe y <strong>de</strong> Tiro directamente hacia Simyra<br />

gracias al viento favorable. Pero ignoro cómo lo sabía. En todo caso,<br />

Simyra apareció al día siguiente y el capitán hizo ofrendas a los dioses<br />

<strong>de</strong>l mar y <strong>de</strong> su camarote. Se arriaron las velas; los remeros metieron<br />

sus remos en el agua y el navío hizo su entrada en el puerto.<br />

En cuanto estuvimos en agua mansa, Kaptah se levantó y juró por el<br />

escarabajo que nunca más volvería a poner el pie en un navío.<br />

LIBRO QUINTO<br />

LOS KHABIRI<br />

Voy a hablar <strong>de</strong> las villas que en Siria he visitado, pero ante todo hay<br />

que hacer constar que en las tierras rojas ocurre lo contrario que en las<br />

negras. Así ocurre que no hay río, pero el agua cae <strong>de</strong>l cielo y riega la<br />

tierra. Al lado <strong>de</strong> cada valle se levanta una montaña <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la cual<br />

hay otro valle, y en cada valle vive un pueblo diferente que tiene un<br />

príncipe in<strong>de</strong>pendiente que paga un tributo al faraón. Hablan lenguas<br />

y dialectos diferentes y los habitantes <strong>de</strong>l litoral viven <strong>de</strong>l mar, ya<br />

como pescadores, ya como navegantes, pero en el interior la población<br />

cultiva los campos y se entrega a una serie <strong>de</strong> robos que las<br />

guarniciones egipcias son impotentes para evitar. Las vestiduras que<br />

llevan son abigarradas y hábilmente tejidas en lana, y se cubren el<br />

cuerpo <strong>de</strong> pies a cabeza, probablemente porque su País es más frío que<br />

Egipto, pero también porque juzgan impúdico <strong>de</strong>scubrir su cuerpo,<br />

salvo para hacer sus necesida<strong>de</strong>s al aire libre, lo cual es un horror para<br />

un egipcio. Llevan barba y el cabello largo y toman siempre sus<br />

comidas en el interior <strong>de</strong> las casas; sus dioses, que difieren en cada<br />

villa, exigen también sacrificios humanos. Estas palabras bastan para<br />

hacer compren<strong>de</strong>r que en los países rojos todo es diferente <strong>de</strong> los<br />

países negros, pero no sabría dar una explicación<br />

satisfactoria.<br />

Así todo el mundo compren<strong>de</strong>rá que los nobles egipcios enviados en<br />

aquellas épocas a las villas <strong>de</strong> Siria para recaudar el tributo <strong>de</strong>l faraón<br />

y mandar las guarniciones, consi<strong>de</strong>rasen su misión más como un


castigo que como un honor y que echasen <strong>de</strong> menos las riberas <strong>de</strong>l río,<br />

salvo algunos que se afeminaban y, seducidos por la novedad,<br />

cambiaban <strong>de</strong> vestiduras y <strong>de</strong> mentalidad y sacrificaban a los dioses<br />

extranjeros. Las costumbres extravagantes <strong>de</strong> Siria, sus continuas<br />

intrigas y sus <strong>de</strong>moras en el pago <strong>de</strong>l tributo, así como las querellas<br />

entre los príncipes, causaban muchas preocupaciones a los<br />

funcionarios egipcios. Había, sin embargo, en Simyra un templo <strong>de</strong><br />

Amón y la colonia egipcia daba festines y vivía sin mezclarse con la<br />

población siria, conservando sus propias costumbres y tratando <strong>de</strong><br />

imaginarse <strong>de</strong> la mejor manera posible estar en Egipto.<br />

Pasé dos años en Siria y aprendí la lengua y la escritura <strong>de</strong><br />

Babilonia, porque me habían dicho que el hombre que las conocía<br />

podía viajar por todo el mundo conocido y hacerse compren<strong>de</strong>r por la<br />

gente <strong>de</strong> cultura. El babilonio se escribe sobre una tablilla <strong>de</strong> arcilla<br />

con un punzón, como todo el mundo sabe, y así es como los reyes se<br />

escriben entre ellos. Pero no podría <strong>de</strong>cir por qué, a menos que sea<br />

porque el papiro se pue<strong>de</strong> quemar, mientras las tablillas se conservan<br />

in<strong>de</strong>finidamente y pue<strong>de</strong>n probar con cuánta rapi<strong>de</strong>z los reyes y los<br />

soberanos olvidan sus alianzas y sus tratados secretos.<br />

Al <strong>de</strong>cir que en Siria todo ocurre <strong>de</strong> forma distinta que en Egipto,<br />

entiendo también que el médico <strong>de</strong>be ir él mismo en busca <strong>de</strong>l<br />

enfermo y que éstos no llaman al médico, sino que toman el que va a<br />

su casa, porque imaginan que ha sido llamado por los dioses. Dan el<br />

regalo al médico antes y no <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la curación, lo cual es favorable<br />

a los médicos, porque un enfermo curado olvida el reconocimiento. Es<br />

también costumbre que los nobles y los ricos tengan un médico titular<br />

a quien hacen regalos mientras gozan <strong>de</strong> buena salud, pero una vez<br />

enfermos no le dan nada hasta que están curados.<br />

Yo me proponía empezar a practicar tranquilamente mi arte en<br />

Simyra, pero Kaptah me dijo: «No.» Su i<strong>de</strong>a era que <strong>de</strong>bía gastar todo<br />

mi dinero en comprar ropas suntuosas y retribuir a los heraldos<br />

encargados <strong>de</strong> cantar mis cualida<strong>de</strong>s por los lugares don<strong>de</strong> se reunía la<br />

gente. Estos hombres <strong>de</strong>bían <strong>de</strong>cir también que yo no iba a buscar a<br />

los enfermos, sino que éstos <strong>de</strong>bían acudir a mi casa, y Kaptah no me<br />

permitía recibir a ningún cliente que no hubiese pagado por lo menos<br />

una pieza <strong>de</strong> oro. Yo le dije que aquello era insensato en una ciudad<br />

don<strong>de</strong> nadie me conocía y cuyas costumbres eran diferentes <strong>de</strong> las <strong>de</strong><br />

la tierra sagrada, pero Kaptah se mantuvo firme y tuve que inclinarme,<br />

porque cuando se le metía una i<strong>de</strong>a en la cabeza era terco como una<br />

mula.<br />

<strong>de</strong>cirles: Me <strong>de</strong>cidió también a ir a ver los mejores médicos <strong>de</strong> Simyra y<br />

<strong>de</strong> -Soy


venido<br />

aprovecharme<br />

a vuestra<br />

<strong>de</strong> vuestra<br />

villa para<br />

ciencia<br />

estudiar<br />

y vuestro<br />

las enfermeda<strong>de</strong>s<br />

saber.<br />

y curarlas, y<br />

No<br />

porque,<br />

es mi<br />

?quién<br />

intención<br />

soy yo<br />

entorpeceros<br />

para rivalizar<br />

en la<br />

con<br />

práctica<br />

vosotros?<br />

<strong>de</strong> vuestra<br />

El oro es<br />

profesión,<br />

polvo para mis pies, y así os propongo que me mandéis a los enfermos<br />

como el<br />

que<br />

vosotros<br />

hayan<br />

no<br />

incurrido<br />

podéis curar,<br />

en la cólera<br />

y sobre<br />

<strong>de</strong> vuestros<br />

todo aquellos<br />

dioses<br />

que<br />

y por<br />

necesiten<br />

esta razón<br />

intervención <strong>de</strong>l cuchillo, que vosotros no empleáis, a fin <strong>de</strong> que vea<br />

la<br />

mi dios pue<strong>de</strong> curarlos. Si lo consigo os daré la mitad <strong>de</strong>l regalo que<br />

si<br />

reciba,<br />

Y si no<br />

porque<br />

los curo,<br />

en<br />

no<br />

realidad<br />

querré<br />

no<br />

recibir<br />

he venido<br />

regalo<br />

aquí<br />

alguno<br />

a amasar<br />

y os los<br />

oro,<br />

<strong>de</strong>volveré<br />

sino saber.<br />

su regalo.<br />

con<br />

Los médicos <strong>de</strong> Simyra a quienes encontraba en la calle o en las<br />

plazas en busca <strong>de</strong> enfermos y a quienes hablaba así, se rascaban la<br />

barba moviendo sus vestidos al tiempo que me <strong>de</strong>cían:<br />

-Eres ciertamente joven, pero tu dios te ha concedido la cordura,<br />

porque tus palabras son agradables a mis oídos,<br />

sobre todo lo que dices respecto al oro y los regalos. Tu proposición<br />

respecto a las operaciones con el cuchillo nos conviene también, porque<br />

al cuidar un enfermo no recurrimos nunca al cuchillo, porque un<br />

enfermo tratado <strong>de</strong> esta forma muere más seguramente que si no ha<br />

sido operado. Lo único que te pedimos es que no cures a la gente por<br />

magia, porque nuestra magia es muy po<strong>de</strong>rosa y en este terreno la<br />

concurrencia es ya muy exagerada en Siria y otras villas <strong>de</strong>l litoral.<br />

Lo que <strong>de</strong>cían <strong>de</strong> la magia era verdad, porque por las calles<br />

circulaban gran número <strong>de</strong> hombres ignorantes que no sabían escribir y<br />

prometían curar a los enfermos por medio <strong>de</strong> la magia y vivían<br />

opulentamente a costa <strong>de</strong> los crédulos hasta que sus clientes se morían<br />

o estaban curados. También sobre este punto diferían <strong>de</strong> Egipto, don<strong>de</strong>,<br />

como todo el mundo sabe, la magia no se practica más que en los<br />

templos, por medio <strong>de</strong> los sacerdotes <strong>de</strong> grado superior, <strong>de</strong> manera que<br />

todos los <strong>de</strong>más que curan <strong>de</strong>ben trabajar en secreto y bajo la amenaza<br />

<strong>de</strong> un severo castigo.<br />

El resultado fue que vi acudir a mí enfermos que los <strong>de</strong>más médicos<br />

no habían podido curar y yo los sanaba, pero a los incurables volvía a<br />

mandarlos a los médicos <strong>de</strong> Simyra. Iba a buscar el fuego sagrado al<br />

templo <strong>de</strong> Amón para purificarme según está mandado y en seguida<br />

me arriesgaba a utilizar el cuchillo y realizar operaciones que<br />

maravillaban a mis colegas <strong>de</strong> Simyra. Conseguí también <strong>de</strong>volver la<br />

vista a un ciego que había sido tratado en vano por los médicos y los<br />

hechiceros con un bálsamo hecho con saliva y polvo. Pero yo lo curé<br />

con una aguja, a la moda egipcia, y este caso me valió una inmensa<br />

reputación, pese a que el enfermo perdiese la vista poco <strong>de</strong>spués,<br />

porque estas curaciones son <strong>de</strong> corta duración.<br />

Los merca<strong>de</strong>res y los ricos <strong>de</strong> Simyra llevan una existencia <strong>de</strong> pereza<br />

y <strong>de</strong> lujo y son más gordos que los egipcios, pero sufren <strong>de</strong> asma y<br />

dolor <strong>de</strong> estómago. Yo los trataba con el cuchillo <strong>de</strong> manera que su<br />

sangre corría como la <strong>de</strong> un cerdo cebado, y cuando mi provisión <strong>de</strong><br />

medicamentos tocó a su fin me felicité por haber aprendido a recoger<br />

las hierbas medicinales los días propicios según la luna y las estrellas,


porque sobre este punto el saber <strong>de</strong> los médicos sirios era tan<br />

insuficiente que no me fiaba <strong>de</strong> sus remedios. A la gente obesa les daba<br />

drogas que calmaban sus dolores <strong>de</strong> estómago y les evitaba sofocarse.<br />

Les vendía estos remedios muy caros, a cada cual según su fortuna, y<br />

no tuve conflicto con nadie porque hacía regalos a los médicos v a las<br />

autorida<strong>de</strong>s, y Kaptah cantaba mis alabanzas y albergaba en mi casa<br />

mendigos y narradores a fin <strong>de</strong> que proclamasen mi fama por las calles<br />

y plazas con objeto <strong>de</strong> que mi nombre no naufragase en el olvido.<br />

Ganaba bastante, y el oro que no utilizaba para mí o para hacer<br />

regalos lo <strong>de</strong>positaba en las casas <strong>de</strong> comercio <strong>de</strong> Simyra que<br />

mandaban navíos a Egipto, a las islas <strong>de</strong>l mar y al país <strong>de</strong> Khatti, <strong>de</strong><br />

manera que poseía partes <strong>de</strong> navíos, tan pronto una centésima parte,<br />

tan pronto cinco centésimas, según el estado <strong>de</strong> mis finanzas. Algunos<br />

navíos no regresaban jamás a puerto, pero la mayor parte volvían y mi<br />

cuenta en los registros <strong>de</strong> las Compañías se doblaba o triplicaba. Tal<br />

era la costumbre en Simyra, <strong>de</strong>sconocida en Egipto, porque se<br />

juntaban quince o veinte para comprar una participación <strong>de</strong> una<br />

milésima <strong>de</strong> navío o cargamento. Así no tenía que guardar mi oro en<br />

mi casa, porque atrae a los ladrones y bandidos, y todo mi oro estaba<br />

inscrito en los registros <strong>de</strong> las Compañías, <strong>de</strong> manera que cuando iba,<br />

a Biblos o Sidón a cuidar algún enfermo, no tenía necesidad <strong>de</strong><br />

llevarme oro y la Compañía me entregaba una tablilla <strong>de</strong> arcilla y a su<br />

presentación las Compañías <strong>de</strong> Biblos o Sidón me entregaban oro si lo<br />

necesitaba o quería hacer alguna compra. Pero la mayoría <strong>de</strong> las veces<br />

no tenía necesidad <strong>de</strong> recurrir a ello, porque recibía oro <strong>de</strong> los<br />

enfermos a quienes había curado y que me habían llamado <strong>de</strong> Simyra,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber perdido la confianza en los médicos <strong>de</strong> su villa.<br />

Así progresaba y me enriquecía, y Kaptah engordaba y llevaba<br />

vestidos <strong>de</strong> precio y se untaba con perfumes y se volvía arrogante<br />

conmigo y entonces tenía que darle <strong>de</strong> bastonazos. En cuanto a saber<br />

por qué todo iba tan bien, no podría <strong>de</strong>cirlo. Eran joven y creía en mi<br />

ciencia, mis manos no temblaban al manejar el cuchillo y era osado en<br />

el tratamiento <strong>de</strong> mis enfermos, porque no tenía nada que per<strong>de</strong>r. No<br />

<strong>de</strong>spreciaba tampoco la ciencia siria y recurría a ella cuando sus<br />

métodos me parecían buenos, y eran sobre todo hábiles en el manejo<br />

<strong>de</strong>l cauterio en lugar <strong>de</strong>l cuchillo, pese a que este procedimiento fuese<br />

más doloroso para el enfermo.<br />

Pero la razón <strong>de</strong> mi gran éxito era que no envidiaba a nadie ni<br />

rivalizaba con nadie, puesto que partía generosamente mis regalos con<br />

los otros y recibía los enfermos que mis colegas no podían curar, y<br />

para mí el saber era tan importante como el oro. Una vez hube<br />

acumulado suficiente oro para po<strong>de</strong>r vivir lujosamente según mi


ango, éste perdió para mí todo valor y algunas veces curé a algún<br />

indigente para instruirme con sus sufrimientos.<br />

2<br />

Pero seguía solitario y la vida no me procuraba ningún placer. Me<br />

cansé pronto <strong>de</strong>l vino porque no alegraba mi corazón; mi rostro se<br />

ponía negro como el hollín y creía que iba a morir, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />

bebido. Pero aumentaba mi saber y aprendía la lectura y escritura <strong>de</strong><br />

Babilonia, <strong>de</strong> manera que no tenía un momento <strong>de</strong> ocio durante mis<br />

días, y por la noche mi sueño era profundo.<br />

Estudiaba también los dioses <strong>de</strong> Siria para ver si tendrían algún<br />

mensaje para mí. Como todo lo <strong>de</strong>más, los dioses egipcios se<br />

diferenciaban <strong>de</strong> los <strong>de</strong> Simyra. Su dios supremo era Baal, <strong>de</strong> Simyra, y<br />

era un dios cruel cuyos sacerdotes castraban y exigían sangre humana<br />

para ser propicio a la villa. El mar pedía también sacrificios y Baal<br />

quería incluso niños, <strong>de</strong> manera que los merca<strong>de</strong>res y las autorida<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> Simyra estaban sin cesar preocupados en encontrar víctimas. Por<br />

esto no había visto en Simyra un solo esclavo <strong>de</strong>forme y los pobres<br />

eran sometidos a castigos espantosos por cualquier bagatela, <strong>de</strong> forma<br />

que el hombre que robaba un pescado para alimentar a su familia era<br />

<strong>de</strong>scuartizado vivo en el altar <strong>de</strong> Baal. En cambio, el hombre que<br />

engañaba al prójimo falseando las pesas o mezclando plata al oro, no<br />

era castigado, sino que se admiraba su astucia y la gente <strong>de</strong>cía: «El<br />

hombre ha sido creado para ser engañado.» Por esto también los<br />

merca<strong>de</strong>res y los capitanes robaban niños incluso en Egipto y a lo<br />

largo <strong>de</strong> las costas para los sacrificios a Baal, lo cual era para ellos un<br />

gran mérito.<br />

Su diosa Astarté, que se llamaba también Ishtar, tenía numerosos<br />

pechos y se la adornaba cada día con ropas finas y joyas y era servida<br />

por mujeres que se llamaban las vírgenes <strong>de</strong>l templo a pesar <strong>de</strong> que no<br />

fuesen ya vírgenes. Al contrario, su función consistía en prostituirse en<br />

el templo y este acto era agradable a la diosa, la cual se mostraba tanto<br />

más favorable cuanto más plata y oro daban los visitantes <strong>de</strong>l templo.<br />

Por esto estas mujeres rivalizaban en habilidad para gustar a los<br />

hombres y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su infancia se las instruía para este fin con objeto <strong>de</strong><br />

que los hombres fuesen generosos con la diosa. Esta costumbre es<br />

también diferente en Egipto, don<strong>de</strong> es un gran pecado divertirse con<br />

una mujer en el terreno <strong>de</strong>l templo y si es sorprendida una pareja se<br />

manda al hombre a las minas y se purifica el templo.


Pero los merca<strong>de</strong>res <strong>de</strong> Simyra vigilan estrechamente a sus mujeres<br />

Y las guardan recluidas en sus casas y llevan espesos vestidos <strong>de</strong> la<br />

cabeza a los pies a fin <strong>de</strong> no seducir por su aspecto exterior. Ellos van<br />

al templo a distraer y a adorar a los dioses. Por esto no existen en<br />

Simyra casas <strong>de</strong> placer como en Egipto, y si un hombre no se contenta<br />

con las vírgenes <strong>de</strong>l templo se ve reducido a casarse o comprar una<br />

esclava para divertirse con ella. Cada día numerosas esclavas eran<br />

puestas en venta porque llegaban navíos sin cesar , y las había <strong>de</strong> todos<br />

colores y dimensiones, gordas y flacas, chiquillas y vírgenes, para<br />

contentar y satisfacer todos los gustos. Los esclavos contrahechos eran<br />

comprados a bajo precio por las autorida<strong>de</strong>s para ser sacrificados a<br />

Baal, y los habitantes <strong>de</strong> Simyra sonreían y se golpeaban los muslos<br />

consi<strong>de</strong>rándose muy listos por haber engañado <strong>de</strong> esta forma al dios.<br />

Pero si el esclavo sacrificado era muy viejo o <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ntado o inválido o<br />

moribundo, ponían una venda <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los ojos <strong>de</strong>l dios a fin <strong>de</strong> que<br />

no viese los <strong>de</strong>fectos <strong>de</strong> la víctima, <strong>de</strong>leitando al mismo tiempo su<br />

olfato con el olor <strong>de</strong> la sangre vertida en su honor.<br />

También yo sacrificaba a Baal, porque era el dios <strong>de</strong> la villa y era<br />

mejor estar en buenas relaciones con él. Pero, como buen egipcio, no<br />

le ofrecía víctimas humanas, sino que le entregaba oro. Algunas veces<br />

iba también al templo <strong>de</strong> Astarté, que se abría por la noche, y<br />

escuchaba la música contemplando cómo las mujeres <strong>de</strong>l templo, que<br />

me resisto a llamar vírgenes, ejecutaban sus danzas voluptuosas en<br />

honor <strong>de</strong> la diosa. Puesto que era la costumbre, me divertía también<br />

con ellas, y mi estupefacción fue gran<strong>de</strong> cuando me enseñaron muchas<br />

cosas que ignoraba. Pero mi corazón no gozaba con ellas, y no iba más<br />

que por curiosidad, y cuando me hubieron enseñado todo lo que<br />

sabían, me cansé <strong>de</strong> ellas y no volví al templo y a mi juicio nada había<br />

más monótono que su habilidad.<br />

Sin embargo, Kaptah estaba inquieto por mí y movía la cabeza<br />

mirándome, porque mi rostro envejecía y las<br />

arrugas aparecían entre mis cejas, y mi corazón se cerraba. Por esto<br />

esperaba que comprase una esclava para divertirme con ella cuando<br />

tuviese tiempo. Como Kaptah era mi inten<strong>de</strong>nte y tenía mi bolsa me<br />

compró un día una esclava a su gusto, la lavó, la untó y la vistió y me la<br />

mostró una noche cuando, cansado <strong>de</strong> mis cuidados a los enfermos,<br />

<strong>de</strong>seaba <strong>de</strong>scansar tranquilamente.<br />

Esta esclava venía <strong>de</strong> las islas <strong>de</strong>l mar y tenía la piel blanca y los<br />

dientes sin <strong>de</strong>fectos. No estaba <strong>de</strong>lgada y sus ojos eran redondos y<br />

dulces como los <strong>de</strong> una ternera. Me observaba respetuosamente y<br />

temía la villa extranjera en que había caído. Kaptah me la mostró y me<br />

<strong>de</strong>scribió entusiasmado su belleza, <strong>de</strong> manera que para complacerle<br />

consentí en divertirme con ella. Pero a pesar <strong>de</strong> mis esfuerzos por


omper mi soledad, mi corazón no gozaba Y con mi mejor voluntad no<br />

pu<strong>de</strong> llamarla hermana.<br />

Pero fue un error mostrarme gentil con ella, porque se volvió<br />

orgullosa Y no cesaba <strong>de</strong> estorbarme en mi trabajo. Comía mucho y<br />

engordaba Y reclamaba continuamente joyas, siguiéndome por todas<br />

partes con sus ojos lánguidos y queriendo sin cesar divertirse conmigo.<br />

En vano partía <strong>de</strong> viaje al interior <strong>de</strong>l país y las villas <strong>de</strong> la costa,<br />

porque a mi regreso era la primera en saludarme y lloraba <strong>de</strong> júbilo<br />

persiguiéndome para que me divirtiese con ella. En vano en mi cólera<br />

le daba bastonazos, porque no hacía más que excitarla y admirar mi<br />

cólera, <strong>de</strong> manera que mi vida fue imposible en mi casa. Finalmente<br />

<strong>de</strong>cidí dársela a Kaptah, que la había elegido a gusto suyo a fin <strong>de</strong> que<br />

se divirtiese con ella y yo quedase en paz, pero mordió Y arañó a<br />

Kaptah y lo injurió en la lengua <strong>de</strong> Simyra, <strong>de</strong> la que había aprendido<br />

algunas palabras, y en la <strong>de</strong> las islas <strong>de</strong>l mar, <strong>de</strong> la que ninguno <strong>de</strong> los<br />

dos sabía una palabra. Y fue en vano que entre los dos le pegásemos<br />

porque insistía en querer divertirse conmigo.<br />

Pero el escarabajo nos sacó <strong>de</strong> este mal paso, porque un día recibí la<br />

visita <strong>de</strong> un príncipe <strong>de</strong>l interior, que era el rey <strong>de</strong> Amurrú, llamado<br />

Aziru, que conocía mi reputación. Le cuidé los dientes y le hice uno <strong>de</strong><br />

marfil; luego recubrí <strong>de</strong> oro sus dientes cariados. Hice cuanto supe y<br />

durante su estancia en Simyra fue todos los días a casa. Así fue como<br />

vio a mi esclava, a la que había dado el nombre <strong>de</strong> Keftiú porque no<br />

podía pronunciar su nombre pagano, y se enamoró <strong>de</strong> ella. Aziru era<br />

robusto como un toro y tenía la piel blanca. Su barba era <strong>de</strong> un negro<br />

azulado y brillante y sus ojos tenían un brillo altivo, <strong>de</strong> manera que<br />

Keftiú se puso también a mirarlo con concupiscencia, porque todo lo<br />

que es extranjero cautiva a las mujeres. El admiraba, sobre todo, la<br />

corpulencia <strong>de</strong> la esclava, que era joven todavía, y sus vestiduras, que<br />

vestía a la moda cretense, lo excitaban fuertemente, porque tapaban el<br />

cuello pero <strong>de</strong>jaban al <strong>de</strong>scubierto los pechos, y él estaba<br />

acostumbrado a ver a su mujer tapada <strong>de</strong> pies a cabeza. Por todas estas<br />

razones acabó no pudiendo dominar más su pasión, y suspirando<br />

profundamente un día me dijo:<br />

-Cierto es que soy tu amigo, Sinuhé el egipcio, y me has cuidado los<br />

dientes y gracias a ti mi boca reluce ahora <strong>de</strong> oro cuando la abro, <strong>de</strong><br />

manera que tu reputación será gran<strong>de</strong> en el país <strong>de</strong> Amurrú. La<br />

recompensa <strong>de</strong> tus cuidados será tan magnífica que levantarás los<br />

brazos asombrado. Pero a pesar <strong>de</strong> todo tengo que ofen<strong>de</strong>rte contra mi<br />

voluntad, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que he visto la mujer que habita en esta casa<br />

estoy perdidamente enamorado y no puedo refrenar mi <strong>de</strong>seo, porque<br />

la pasión me <strong>de</strong>sgarra el cuerpo como un gato salvaje y todo tu arte es<br />

impotente para curar esta enfermedad. Como jamás hasta ahora he


visto otra igual, comprendo que la ames cuando <strong>de</strong> noche calienta tu<br />

lecho. A pesar <strong>de</strong> todo te pido que me la <strong>de</strong>s, para hacer <strong>de</strong> ella una <strong>de</strong><br />

mis mujeres y no sea ya esclava. Te hablo francamente, porque soy tu<br />

amigo y un hombre honrado, y te pagaré el precio que me pidas. Pero<br />

también te digo francamente que si no me la ce<strong>de</strong>s, la raptaré por la<br />

fuerza y me la llevaré a mi país, don<strong>de</strong> no la encontrarás jamás aun<br />

cuando te aventures a buscarla. Y si huyeres <strong>de</strong> Simyra con ella, te<br />

<strong>de</strong>scubriré y mis enviados te matarán y me la llevarán a casa. Te<br />

expongo todo esto porque soy un hombre honrado y amigo tuyo y no<br />

quiero dirigirte palabras pérfidas.<br />

Estas palabras me causaron tal júbilo que levanté los brazos en señal<br />

<strong>de</strong> alegría, mientras Kaptah se arrancaba los cabellos y vociferaba:<br />

-Este día es nefasto, y más hubiera valido que mi amo no hubiese<br />

nacido, pues quieres robarle la única mujer que regocija su corazón.<br />

Esta pérdida será irreparable, pues para mi dueño esta mujer es más<br />

preciosa que el oro, las joyas y el incienso, más bella que la luna llena y<br />

su vientre es blanco y redondo como un seno, y sus senos son como<br />

dos melones, como tú mismo pue<strong>de</strong>s ver.<br />

Hablaba así porque había aprendido las costumbres <strong>de</strong> los<br />

merca<strong>de</strong>res <strong>de</strong> Simyra y quería obtener un buen precio por la esclava,<br />

<strong>de</strong> la que nuestro común <strong>de</strong>seo era <strong>de</strong>sembarazarnos cuanto antes.<br />

Ante estas palabras, Keftiú se echó a llorar y <strong>de</strong>claró que jamás me<br />

abandonaría, pero entre los <strong>de</strong>dos miraba con admiración a Aziru y su<br />

barba rizada.<br />

Yo levanté el brazo imponiéndole silencio y, afectando un tono muy<br />

serio, dije:<br />

-Príncipe Aziru, rey <strong>de</strong> Amurrú y amigo mío: cierto es que esta<br />

mujer es dulce a mi corazón y la llamo mi hermana, pero tu amistad<br />

me es más preciosa que todo y por esto te la doy en prenda <strong>de</strong> amistad;<br />

no te la vendo, es un regalo, y te ruego que la trates bien y hagas todo<br />

lo que reclame el gato montés <strong>de</strong> tu cuerpo, porque, si no me equivoco,<br />

su corazón se ha vuelto hacia ti y estará encantada <strong>de</strong> cuanto hagas,<br />

porque su cuerpo encierra también más <strong>de</strong> un animal salvaje.<br />

Aziru lanzó un grito <strong>de</strong> júbilo y dijo:<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente, Sinuhé, pese a que seas egipcio y todo el mal<br />

venga <strong>de</strong> Egipto, seré siempre más tu amigo y tu<br />

hermano, y tu nombre será ben<strong>de</strong>cido en todo el país <strong>de</strong> Amurrú, y<br />

cuando acudas a verme estarás sentado a mi <strong>de</strong>recha con mis nobles y<br />

mis <strong>de</strong>más huéspe<strong>de</strong>s, aun cuando sean reyes; yo te lo juro.<br />

Habiendo dicho estas palabras sonrió mostrando el oro <strong>de</strong> su boca y<br />

miró a Keftiú, que había olvidado sus lágrimas, y se puso serio. Sus<br />

ojos brillaron como ascuas y la tomó en sus brazos, haciendo temblar<br />

los dos melones, y la echó sobre su litera sin parecer incomodado por


su peso. Así fue como se llevó a Keftiú, y no lo vi más durante tres días,<br />

ni nadie lo vio por la villa, pues se había encerrado en su hostería. Pero<br />

Kaptah y yo estábamos encantados <strong>de</strong> habernos <strong>de</strong>sembarazado <strong>de</strong> tan<br />

molesta persona. Mi esclavo me reprochó, sin embargo, no haber<br />

exigido un regalo, puesto que Aziru me hubiera dado cuanto le hubiese<br />

pedido, pero yo le dije:<br />

-Dándole esta esclava me he conquistado la amistad <strong>de</strong> Aziru. Del<br />

mañana nada es seguro. Aunque el país <strong>de</strong> Amurrú sea pequeño y no<br />

produzca más que asnos y cor<strong>de</strong>ros, la amistad <strong>de</strong> un rey es quizá más<br />

importante que el oro.<br />

Kaptah movió la cabeza, pero ungió <strong>de</strong> mirra el escarabajo y le<br />

ofreció excrementos frescos para darle las gracias por habernos<br />

<strong>de</strong>sembarazado <strong>de</strong> Keftiú.<br />

Antes <strong>de</strong> regresar a su país, Aziru fue a verme e, inclinándose hasta<br />

el suelo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, dijo:<br />

-No te ofrezco regalos, Sinuhé, porque me has dado un presente que<br />

no pue<strong>de</strong> compensarse con regalos. Esta esclava es todavía más<br />

maravillosa <strong>de</strong> loque yo creía y sus ojos son como pozos sin fondo y<br />

jamás me cansaré <strong>de</strong> ella, pese a que me haya sacado ya toda la<br />

simiente como se prensa una oliva para extraer aceite. Para hablarte<br />

francamente, mi país no es muy rico y no puedo procurarme oro más<br />

que imponiendo un tributo a los merca<strong>de</strong>res<br />

que atraviesan mis tierras y guerreando contra mis vecinos, pero<br />

entonces los egipcios son como moscardones en torno mío y el daño es<br />

a menudo superior al provecho. Por esto no puedo darte oro ni los<br />

regalos que merecerías, y estoy enojado contra Egipto, que ha<br />

aniquilado la antigua libertad <strong>de</strong> mi país; <strong>de</strong> manera que no puedo<br />

guerrear a mi antojo ni <strong>de</strong>svalijar a los merca<strong>de</strong>res según la antigua<br />

costumbre <strong>de</strong> mi padre. Pero te prometo que si alguna vez acu<strong>de</strong>s a mí<br />

para pedirme cualquier cosa, te la daré si está en mi mano, a condición<br />

<strong>de</strong> que no sea esta esclava ni caballos, porque tengo muy pocos y los<br />

necesito para mis carros <strong>de</strong> guerra. Pero pí<strong>de</strong>me otra cosa y te la daré<br />

si está en mi po<strong>de</strong>r. Y si alguien trata <strong>de</strong> perjudicarte, mándame un<br />

mensaje y mis emisarios lo matarán don<strong>de</strong>quiera que esté, porque<br />

tengo hombres míos, en Simyra, aunque nadie lo sepa, así como en<br />

otras villas <strong>de</strong> Siria, pero espero que guardarás el secreto para ti. Te<br />

digo esto para que sepas que haré matar a quien quieras y nadie lo<br />

sabrá y tu nombre no estará mezclado en el asunto. Tal es mi amistad<br />

por ti.<br />

Con estas palabras me besó, a la siria, y comprendí que me<br />

respetaba y admiraba sobremanera, porque se quitó una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> oro<br />

que llevaba en el cuello y me la tendió, pese a que fuese sin duda un<br />

gran sacrificio porque al hacerlo lanzó un profundo suspiro. Por esto a


mi vez le di una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> oro <strong>de</strong> mi cuello, que había recibido <strong>de</strong>l más<br />

rico merca<strong>de</strong>r <strong>de</strong> Simyra por haber salvado a su mujer en un parto<br />

difícil, con lo cual no perdió nada en el cambio y le fue agradable. Y así<br />

fue como nos separamos.<br />

Liberado <strong>de</strong> mi esclava, mi corazón era ligero como un pájaro, mis<br />

ojos aspiraban <strong>de</strong> nuevo a ver y una vaga inquietud invadía mi<br />

espíritu, <strong>de</strong> manera que no me sentía ya a gusto en Simyra. Era la<br />

primavera y en el puerto los navíos se preparaban para gran<strong>de</strong>s viajes<br />

y los sacerdotes salían <strong>de</strong> la villa hacia el campo ver<strong>de</strong>ante para<br />

<strong>de</strong>senterrar a su Tammuz, al que habían enterrado en otoño en medio<br />

<strong>de</strong> lamentos, cortándose la cara.<br />

En mi agitación, seguí a los sacerdotes mezclado con la<br />

muchedumbre , y la tierra rever<strong>de</strong>cía, las palomas se arrullaban y las<br />

ranas croaban en los estanques. Los sacerdotes apartaron la piedra<br />

que obstruía la tumba y sacaron al dios con gran<strong>de</strong>s gritos <strong>de</strong> alegría<br />

diciendo que resucitaba. El pueblo lanzó clamores <strong>de</strong> entusiasmo y<br />

comenzó a romper ramas y beber vino y cerveza en unos ten<strong>de</strong>retes<br />

que los merca<strong>de</strong>res habían levantado alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la tumba. Las<br />

mujeres arrastraban en una carreta un enorme miembro viril <strong>de</strong><br />

ma<strong>de</strong>ra y a la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> se quitaron las ropas y corrieron por los<br />

prados y, fuese casado o soltero, cualquiera podía elegir una<br />

compañera a su gusto, y por todas partes se veían parejas. Todo esto<br />

era distinto también <strong>de</strong> Egipto. Este espectáculo me entristeció y me<br />

dije que era viejo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi nacimiento, como la tierra negra es más<br />

vieja que las <strong>de</strong>más, mientras aquella gente era joven y servía a sus<br />

dioses a<strong>de</strong>cuadamente. .<br />

Con la primavera se esparció la noticia <strong>de</strong> que los khabiri habían<br />

abandonado su <strong>de</strong>sierto y asolaban las regiones fronterizas <strong>de</strong> la Siria<br />

<strong>de</strong> Norte a Sur, incendiando los pueblos y sitiando las ciuda<strong>de</strong>s. Pero<br />

las tropas <strong>de</strong>l faraón llegaron a Tanis a través <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong>l Sinaí y<br />

entablaron la lucha contra los khabiri y enca<strong>de</strong>naron a sus jefes<br />

rechazándolos hacia el <strong>de</strong>sierto. Estos acontecimientos se reproducían<br />

todos los años, pero esta vez los habitantes <strong>de</strong> Simyra estaban<br />

inquietos, porque los khabiri habían saqueado la villa <strong>de</strong> Katna, don<strong>de</strong><br />

había una guarnición egipcia, matando al rey y pasando a cuchillo a<br />

todos los egipcios, comprendiendo mujeres y niños, sin hacer<br />

prisioneros para obtener rescate, cosa que no había ocurrido jamás,<br />

porque habitualmente los khabiri evitaban las villas don<strong>de</strong> había<br />

guarnición.<br />

3


La guerra se había <strong>de</strong>clarado, pues, en Siria y yo no había visto<br />

nunca una guerra. Por eso me reuní con las tropas <strong>de</strong>l faraón, porque<br />

<strong>de</strong>seaba conocer también la guerra y ver lo que podía enseñarme, y<br />

estudiar las heridas producidas por las armas y las mazas. Pero ante<br />

todo partí porque las tropas estaban mandadas por Horemheb y en mi<br />

soledad <strong>de</strong>seaba ver el rostro <strong>de</strong> un amigo y escuchar su voz. Por esto<br />

luchaba conmigo mismo y me <strong>de</strong>cía que no tenía más que fingir no<br />

conocerme si sentía vergüenza <strong>de</strong> mis actos. Pero el tiempo había<br />

pasado; en dos años habían ocurrido muchas cosas y mi corazón no<br />

<strong>de</strong>bía <strong>de</strong> estar tan endurecido, puesto que el recuerdo <strong>de</strong> mi infancia<br />

no me consternaba tanto como antes. Por eso salí en barco hacia las<br />

tierras <strong>de</strong>l Sur y llegué al interior con las tropas <strong>de</strong> avituallamiento y<br />

los bueyes que arrastraban las carretas <strong>de</strong> trigo y los asnos cargados <strong>de</strong><br />

jarras <strong>de</strong> aceite, vino y sacos <strong>de</strong> cebollas. Así llegué a una pequeña villa<br />

situada en el flanco <strong>de</strong> una colina cuyo nombre era Jerusalén. Había<br />

en ella una guarnición egipcia y Horemheb había establecido en ella su<br />

cuartel general. Pero los rumores que corrían por Simyra habían<br />

exagerado gran<strong>de</strong>mente la fuerza <strong>de</strong>l ejército, porque Horemheb no<br />

tenía más que una sección <strong>de</strong> carros <strong>de</strong> combate con dos mil arqueros<br />

y lanceros, mientras se <strong>de</strong>cía que la horda <strong>de</strong> khabiri era más<br />

numerosa que las arenas <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto.<br />

Horemheb me recibió en una sórdida cabaña y me dijo:<br />

-Conocí un tiempo a un Sinuhé que era médico y, a<strong>de</strong>más, mi amigo.<br />

Me miró y el manto sirio que yo llevaba lo <strong>de</strong>sconcertó. Había<br />

envejecido también, como él, y el rostro había cambiado. Pero me<br />

reconoció y, levantando su látigo trenzado <strong>de</strong> oro, sonrió y me dijo:<br />

-¡Por Amón, tú eres Sinuhé y yo te creí muerto!<br />

Despidió a sus oficiales <strong>de</strong> estado mayor y a sus secretarios con<br />

notas y mapas, pidió vino y me ofreció<br />

diciéndome:<br />

-Extraños son los <strong>de</strong>signios <strong>de</strong> Amón, puesto que nos encontramos<br />

en las tierras rojas <strong>de</strong> este asqueroso poblado.<br />

Al oír estas palabras mi corazón vibró en mi pecho y comprendí que<br />

había echado <strong>de</strong> menos a mi amigo. Le narré<br />

mi vida y mis aventuras, cosa que consi<strong>de</strong>ré conveniente, y me dijo:<br />

-Si así lo <strong>de</strong>seas, pue<strong>de</strong>s seguir a las tropas como médico y<br />

compartir los honores conmigo porque verda<strong>de</strong>ramente cuento con<br />

administrar a estos cochinos khabiri una corrección que les hará llorar<br />

por haber nacido.<br />

-Y añadió-: Cuando nos conocimos yo era un ignorante y no me<br />

había lavado todavía la suciedad <strong>de</strong> los pies. Tú eras un hombre <strong>de</strong><br />

mundo y me diste buenos consejos. Ahora sé algo más y mi mano<br />

sostiene un látigo <strong>de</strong> oro, como pue<strong>de</strong>s verlo. Pero lo he merecido por


un miserable trabajo en la guardia <strong>de</strong>l faraón, persiguiendo a los<br />

bandidos y criminales que en su locura había liberado <strong>de</strong> las minas;<br />

fue un arduo trabajo aniquilarlos. Pero al enterarme <strong>de</strong>l ataque <strong>de</strong> los<br />

khabiri he pedido al faraón tropas para venir a combatirlos y ningún<br />

oficial superior se ha opuesto a ello, porque las gracias llueven más<br />

fácilmente alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l faraón que en el <strong>de</strong>sierto y los khabiri tienen<br />

las lanzas aceradas y sus gritos <strong>de</strong> guerra son espantosos, como he<br />

podido comprobar yo mismo. Pero puedo adquirir experiencia y llevar<br />

las tropas a la batalla. Y, sin embargo, la única preocupación <strong>de</strong>l<br />

faraón es que erijan un templo a su dios en Jerusalén y que arroje a los<br />

khabiri sin efusión <strong>de</strong> sangre.<br />

Horemheb se echó a reír dándose un golpe en el muslo con el látigo.<br />

Yo me reí también, pero él pronto <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> reír, bebió vino y dijo-: Para<br />

ser sincero, Sinuhé, he cambiado mucho <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que no nos hemos<br />

visto, porque quien viva cerca <strong>de</strong>l faraón tiene que cambiar a la fuerza,<br />

quiera o no. Me inquieta, porque piensa mucho y habla <strong>de</strong> su dios, que<br />

es diferente <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más, <strong>de</strong> manera que en Tebas, tenía yo también la<br />

sensación <strong>de</strong> que las hormigas circulaban por mi cráneo, y por la<br />

noche no podía dormir si no había bebido vino y me había acostado<br />

con mujeres para aclararme las i<strong>de</strong>as. Su dios es extraordinario. No<br />

tiene forma, pese a que esté por todas partes; su imagen es redonda y<br />

bendice con las manos a todo el que está <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él, porque no hace<br />

diferencia entre un noble y un esclavo. Dime, Sinuhé: ¿verdad que<br />

todo esto son palabras <strong>de</strong> un enfermo? Me digo que quizás un mono<br />

enfermo le mordió cuando su infancia. Porque sólo un loco pue<strong>de</strong><br />

pensar que se pue<strong>de</strong> arrojar a los khabiri sin efusión <strong>de</strong> sangre. En<br />

cuanto los hayas oído aullar en el combate verás si tengo razón. Pero el<br />

faraón podrá lavarse las manos si tal es su voluntad. Me haré cargo a<br />

mi gusto <strong>de</strong> este pecado <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> su dios y aplastaré a los khabiri con<br />

mi ejército <strong>de</strong> carros.<br />

Volvió a tomar vino y dijo:<br />

-Horus es mi dios y no tengo nada contra Amón, porque en Tebas he<br />

aprendido una serie <strong>de</strong> excelentes blasfemias<br />

en las que figura su nombre y son <strong>de</strong> gran eficacia con los soldados.<br />

Pero comprendo que Amón ha llegado a ser <strong>de</strong>masiado po<strong>de</strong>roso y por<br />

esta razón el nuevo dios lucha contra Amón para fortalecer su po<strong>de</strong>río<br />

real. La reina madre me lo ha dicho y el sacerdote Ai, que lleva ahora<br />

el cetro a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l faraón, me lo ha confirmado. Con la ayuda <strong>de</strong><br />

su Atón esperan <strong>de</strong>rribar a Amón, o en todo caso restringir su po<strong>de</strong>río,<br />

porque no conviene que el cetro <strong>de</strong> Amón gobierne Egipto por encima<br />

<strong>de</strong>l rey. Es alta política y como soldado comprendo muy bien por qué<br />

el nuevo dios es necesario. No tendría nada que objetar si el faraón se<br />

limitara a erigirle templos y reclutar sacerdotes, pero piensa


<strong>de</strong>masiado en él, habla <strong>de</strong> él a propósito <strong>de</strong> cualquier cosa y acaba<br />

siempre volviendo a su dios. De esta forma vuelve a todos los que lo<br />

ro<strong>de</strong>an más locos que él. Dice que vive <strong>de</strong> la verdad, pero la verdad es<br />

como un cuchillo acerado en manos <strong>de</strong> un niño, y es todavía más<br />

peligrosa en manos <strong>de</strong> un loco.<br />

Bebió más y prosiguió:<br />

-Doy gracias a mi halcón por haber podido salir <strong>de</strong> Tebas, porque la<br />

ciudad se agita como un nido <strong>de</strong> serpientes a<br />

causa <strong>de</strong> su dios, y no quiero mezclarme en disputas teológicas. Los<br />

sacerdotes <strong>de</strong> Amón cuentan ya muchas anécdotas escabrosas sobre el<br />

nacimiento <strong>de</strong>l faraón y excitan al pueblo contra el nuevo dios. Su<br />

matrimonio ha causado también indignación, porque la princesa <strong>de</strong><br />

Mitanni, que jugaba con sus muñecas, murió súbitamente y el faraón<br />

ha escogido como esposa real a la joven Nefertiti, que es hija <strong>de</strong> Ai.<br />

Cierto es que es bella y se viste bien, pero es muy obstinada y digna<br />

hija <strong>de</strong> su padre.<br />

-¿Cómo ha muerto la princesa <strong>de</strong> Mitanni? -pregunté, porque había<br />

visto a aquella chiquilla <strong>de</strong> ojos tristes mirar a Tebas con angustia<br />

cuando la llevaban al templo por la Avenida <strong>de</strong> los Carneros vestida y<br />

adornada como la imagen <strong>de</strong> un dios.<br />

-Los médicos dicen que no ha soportado el clima <strong>de</strong> Egipto -contestó<br />

Horemheb, riéndose-. Es una broma, porque todo el mundo sabe que<br />

en ninguna parte el clima es tan sano como en Egipto. Pero ya sabes<br />

que la mortalidad infantil en el gineceo real es gran<strong>de</strong>, más gran<strong>de</strong> que<br />

en el barrio <strong>de</strong> los pobres <strong>de</strong> Tebas, aunque parezca increíble. Es más<br />

pru<strong>de</strong>nte no mencionar nombres, pero yo llevaría mi carro <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

la casa <strong>de</strong> Al, si me atreviese.<br />

Hablaba <strong>de</strong>scuidadamente, dándose golpes con el látigo en los<br />

muslos y bebiendo vino, pero había crecido y se había virilizado; su<br />

espíritu conocía las preocupaciones, <strong>de</strong> manera que no era ya un<br />

muchacho jactancioso. Dijo aún:<br />

-Si <strong>de</strong>seas conocer al dios <strong>de</strong>l faraón acu<strong>de</strong> mañana al templo que le<br />

he hecho erigir rápidamente en la colina <strong>de</strong> esta villa. Le mandaré un<br />

informe <strong>de</strong> la fiesta sin mencionar los muertos ni la sangre vertida, por<br />

no atormentarlo en su palacio <strong>de</strong> oro. -Y añadió-: Pasa la noche en una<br />

tienda si encuentras sitio. Mi dignidad exige que duerma aquí en el<br />

palacio <strong>de</strong>l príncipe, pese a que impere en él la suciedad. Pero la<br />

suciedad forma parte <strong>de</strong> la guerra, como el hambre y la sed, las heridas<br />

y los poblados incendiados, <strong>de</strong> manera que no me quejo.<br />

Pasé la noche en una tienda don<strong>de</strong> me trataron muy bien, porque<br />

por el camino había trabado amistad con un oficial <strong>de</strong>l<br />

avituallamiento. Le encantó saber que seguiría a las tropas como


médico, y ¿qué soldado no tendría empeño en estar en buenas<br />

relaciones con un médico?<br />

Al alba las trompetas me <strong>de</strong>spertaron y los soldados formaron<br />

alineándose, y los oficiales y los jefes pasaban entre las filas gritando y<br />

distribuyendo latigazos. Cuando todos estuvieron en or<strong>de</strong>n, Horemheb<br />

salió <strong>de</strong> la sórdida resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l príncipe, con el látigo <strong>de</strong> oro en la<br />

mano, y un servidor sostenía un parasol sobre su cabeza y espantaba<br />

las moscas, mientras Horemheb habló a los soldados en los siguientes<br />

términos:<br />

-¡Soldados <strong>de</strong> Egipto! Digo soldados <strong>de</strong> Egipto y con estas palabras<br />

os <strong>de</strong>signo tanto a vosotros, negros asquerosos, como a vosotros,<br />

sucios lanceros sirios, y a vosotros también, sardos y conductores <strong>de</strong><br />

carros <strong>de</strong> guerra que parecéis más soldados y egipcios que este rebaño<br />

vociferante qué está mugiendo. He sido paciente con vosotros y os he<br />

entrenado a conciencia, pero ahora mi paciencia se ha agotado y<br />

renuncio a mandaros a hacer ejercicio, porque si lo hicieseis os<br />

embarazaríais con vuestras lanzas, y si disparáis el arco corriendo,<br />

vuestras flechas vuelan hacia los cuatro vientos <strong>de</strong>l cielo y os herís los<br />

unos a los otros y vuestras flechas se pier<strong>de</strong>n, lo cual es un <strong>de</strong>spilfarro<br />

que no po<strong>de</strong>mos permitirnos gracias al faraón, que su cuerpo se<br />

conserve eternamente. Por esto hoy os llevaré al combate, porque mis<br />

exploradores me han comunicado que los khabiri han acampado<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las montañas, pero no sé cuántos son, porque mis<br />

exploradores han huido antes <strong>de</strong> haberlos contado, tan gran<strong>de</strong> era su<br />

miedo. Espero, sin embargo, que serán lo suficientemente numerosos<br />

para aniquilaros hasta el último <strong>de</strong> vosotros, a fin <strong>de</strong> que no tenga que<br />

contemplar más vuestros rostros repugnantes y cobar<strong>de</strong>s y que pueda<br />

regresar a Egipto a reunir un ejército <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ros hombres que<br />

amen el botín y el honor. Sea como sea, os ofrezco hoy la última<br />

probabilidad. ¡Oficial! Tú, sí, el <strong>de</strong> la nariz hendida, arréale una patada<br />

a este hombre que se rasca el trasero mientras hablo. Sí, os ofrezco hoy<br />

la última probabilidad. -Horemheb lanzó sobre sus hombres una<br />

mirada furibunda y nadie se atrevió a moverse mientras hablaba-. Os<br />

llevaré al combate y que cada uno sepa que me lanzo el primero a la<br />

pelea sin entretenerme a mirar quién me sigue. Porque soy hijo <strong>de</strong><br />

Horus y un halcón vuela <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, y hoy quiero aniquilar a los<br />

khabiri aunque tenga que hacerlo solo. Pero os advierto que esta noche<br />

mi látigo chorreará sangre, porque pienso azotar a todo el que no me<br />

siga o trate <strong>de</strong> huir, y lo azotaré tanto que <strong>de</strong>seará no haber nacido,<br />

porque os advierto que mi látigo muer<strong>de</strong> más que las lanzas <strong>de</strong> los<br />

khabiri, que son falsas y se rompen fácilmente. Y los khabiri no tienen<br />

nada <strong>de</strong> espantoso, salvo sus gritos, que son verda<strong>de</strong>ramente<br />

horribles; pero si hay alguno <strong>de</strong> vosotros que <strong>de</strong>teste los aullidos no


tiene más que taparse los oídos con arcilla. No causará ningún<br />

perjuicio, porque los gritos <strong>de</strong> los khabiri os impedirán oír las ór<strong>de</strong>nes,<br />

pero todos <strong>de</strong>béis seguir a vuestro jefe y todos seguiréis a mi halcón.<br />

Puedo <strong>de</strong>ciros todavía que los khabiri se baten en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, como un<br />

rebaño, pero yo os he enseñado a formar filas y he ejercitado a los<br />

arqueros a tirar todos a la vez a la voz <strong>de</strong> mando o a la señal. Que Seth<br />

y todos sus <strong>de</strong>monios asen a quienquiera que tire <strong>de</strong>masiado<br />

rápidamente o sin apuntar. No os lancéis a la batalla gritando como<br />

mujeres, pero tratad <strong>de</strong> ser hombres que llevan un <strong>de</strong>lantal <strong>de</strong>lante y<br />

no faldas. Si <strong>de</strong>rrotáis a los khabiri podréis repartiros sus rebaños y<br />

sus mercancías y seréis ricos, porque nos han cogido un gran botín en<br />

los poblados incendiados y no quiero quedarme para mí ni un solo<br />

buey ni un solo esclavo y todo será para vosotros. Podréis también<br />

repartiros sus mujeres, y creo que gozaréis acariciándolas esta noche,<br />

porque son bellas y ardientes y aman a los soldados aguerridos.<br />

Horemheb miró a sus soldados, que súbitamente comenzaron a<br />

gritar y a golpear sus escudos con las lanzas y a ten<strong>de</strong>r sus arcos.<br />

Horemheb sonrió y, agitando distraídamente su látigo, dijo:<br />

-Veo que os morís <strong>de</strong> ganas <strong>de</strong> haceros flagelar, pero antes tenemos<br />

que inaugurar un nuevo templo al dios <strong>de</strong>l faraón que se llama Atón.<br />

Es, sin embargo, un dios que no tiene nada <strong>de</strong> guerrero, y no creo que<br />

os sea <strong>de</strong> gran utilidad hoy. Por esto el grueso <strong>de</strong> la tropa va a partir y<br />

la retaguardia se quedará para la fiesta a fin <strong>de</strong> asegurar la<br />

benevolencia <strong>de</strong>l faraón hacia nosotros. Tendréis una larga marcha<br />

que hacer, porque pienso lanzaros a la batalla tan cansados como sea<br />

posible a fin <strong>de</strong> que no tengáis fuerzas para huir, y que os batáis<br />

valientemente para <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r la vida.<br />

Agitó <strong>de</strong> nuevo el látigo y la tropa lanzó gritos <strong>de</strong> entusiasmo<br />

saliendo <strong>de</strong> la villa en gran <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, cada sección siguiendo su<br />

insignia, que iba sujeta en lo alto <strong>de</strong> una pica. Así los soldados<br />

siguieron colas <strong>de</strong> león y los milanos y las cabezas <strong>de</strong> cocodrilo, y los<br />

carros <strong>de</strong> guerra precedían a las tropas y cubrían su marcha. Pero los<br />

jefes superiores y la retaguardia acompañaron a Horemheb al templo<br />

que se elevaba sobre una roca en el lin<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la villa. Mientras nos<br />

dirigíamos allá oí que los oficiales murmuraban entre ellos, diciendo:<br />

«¿No es estúpido que el jefe se arroje el primero al combate? Nosotros<br />

no lo haremos, porque <strong>de</strong> todos los tiempos ha sido siempre<br />

costumbre llevar a los jefes y oficiales en literas <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las tropas,<br />

porque son los únicos que saben escribir, y, <strong>de</strong> otra manera, ¿cómo<br />

anotar los actos <strong>de</strong> los soldados y castigar a los cobar<strong>de</strong>s?» Horemheb<br />

oyó perfectamente estas frases, pero se limitó a agitar su látigo<br />

sonriendo.


El templo era pequeño y había sido construido precipitadamente<br />

con ma<strong>de</strong>ra y arcilla y no era como los templos ordinarios, porque<br />

carecía <strong>de</strong> techo y en medio se veía un altar, pero en él no había<br />

ningún dios, <strong>de</strong> manera que los soldados se miraban con sorpresa<br />

buscándole. Horemheb les habló así:<br />

-Su dios es redondo y parecido al disco <strong>de</strong>l sol, <strong>de</strong> manera que mirad<br />

hacia el cielo y acaso lo veáis. Os bendice con sus manos, pese a que<br />

me doy cuenta <strong>de</strong> que hoy, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la marcha, sus <strong>de</strong>dos os harán el<br />

efecto <strong>de</strong> agujas can<strong>de</strong>ntes sobre vuestra espalda.<br />

Pero los soldados murmuraron y dijeron que el dios <strong>de</strong>l faraón<br />

estaba <strong>de</strong>masiado lejos. Deseaban un dios <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l cual pudiesen<br />

prosternarse y tocarlo con las manos si se atrevían. Pero se callaron<br />

cuando el sacerdote avanzó, y éste era un hombre joven y frágil, cuya<br />

cabeza no estaba afeitada y llevaba una túnica blanca. Sus ojos eran<br />

brillantes e inspirados, y <strong>de</strong>positó como ofrenda sobre el altar flores<br />

primaverales, aceite y vino, hasta el momento en que los soldados se<br />

rieron en voz alta. Cantó también un himno a Atón y se dijo que el<br />

faraón lo había compuesto. Era muy largo y monótono, y los soldados<br />

escuchaban con la boca abierta sin enten<strong>de</strong>r nada. He aquí las<br />

palabras:<br />

Tu aparición es bella en el horizonte <strong>de</strong>l cielo<br />

¡oh, vivo Atón, príncipe <strong>de</strong> vida!<br />

Cuando te levantas en el horizonte oriental <strong>de</strong>l cielo,<br />

llenas los países con tu beldad,<br />

porque eres bello, gran<strong>de</strong>, resplan<strong>de</strong>ciente,<br />

elevado sobre la tierra.<br />

Tus rayos envuelven los países<br />

y cuanto has creado.<br />

Los enca<strong>de</strong>nas con tu amor;<br />

aunque estés alejado,<br />

tus rayos caen sobre la tierra;<br />

aunque residas en el cielo,<br />

las huellas <strong>de</strong> tus pasos son el día.<br />

Después el sacerdote <strong>de</strong>scribió las tinieblas nocturnas y los leones<br />

que salen <strong>de</strong> sus antros por la noche y las serpientes que muer<strong>de</strong>n,<br />

hasta tal punto que muchos soldados comenzaron a temblar. Describía<br />

la claridad <strong>de</strong>l día y afirmaba que al alba los pajarillos agitan las alas<br />

para alabar a Atón. Declaraba también que este nuevo dios creaba el<br />

infierno en el seno <strong>de</strong> la mujer. A darle crédito se quedaba persuadido<br />

<strong>de</strong> que este Atón no omitía ningún <strong>de</strong>talle <strong>de</strong>l universo; porque no hay


polluelo que llegue a romper las cáscaras <strong>de</strong>l huevo ni a piar sin ayuda<br />

<strong>de</strong> Atón.<br />

Estás en mi corazón<br />

y nadie te conoce sino tu hijo el faraón.<br />

Tú lo inicias para tus <strong>de</strong>signios<br />

y lo consagras con tu po<strong>de</strong>río;<br />

el universo está en tus manos<br />

tal como lo has creado;<br />

los hombres viven <strong>de</strong> tu luz;<br />

cuando te acuestas mueren,<br />

porque eres la vida<br />

y por ti los hombres viven.<br />

Todos los ojos contemplan<br />

tu belleza hasta que te acuestas;<br />

todo trabajo es abandonado<br />

cuando <strong>de</strong>sapareces tras el Occi<strong>de</strong>nte.<br />

Des<strong>de</strong> que has establecido la tierra,<br />

la has preparado para la venida <strong>de</strong> tu hijo<br />

que ha salido <strong>de</strong> tus brazos,<br />

para ver el dios en vida <strong>de</strong> la verdad.<br />

El dueño <strong>de</strong> los dos países,<br />

hijo <strong>de</strong> Ra, que vive <strong>de</strong> la verdad,<br />

por el sueño <strong>de</strong> las dos coronas<br />

has creado el mundo,<br />

y para la gran esposa real,<br />

su amada, Dueña y Señora<br />

<strong>de</strong>l Doble País, por Nefertiti,<br />

viva y próspera para siempre.<br />

Los soldados prestaban atención escarbando en la arena con los<br />

<strong>de</strong>dos <strong>de</strong> los pies, y al final <strong>de</strong>l himno lanzaron vítores en honor <strong>de</strong>l<br />

faraón, porque lo único que habían entendido <strong>de</strong> él era que su objeto<br />

era proclamar hijo <strong>de</strong>l dios al faraón y cantar sus alabanzas, lo cual era<br />

justo y bueno, puesto que siempre había ocurrido así y así sería para<br />

siempre. Horemheb <strong>de</strong>spidió al sacerdote, quien encantado <strong>de</strong> los<br />

aplausos <strong>de</strong> los soldados, se fue a redactar un informe para el faraón.<br />

Pero me parece que el himno y sus i<strong>de</strong>as no causaron el menor placer a<br />

los soldados que escarbaban en la arena y se disponían a partir para el<br />

combate y acaso hacia una muerte violenta.


La retaguardia se puso en movimiento seguida <strong>de</strong> las carretas <strong>de</strong><br />

bueyes y las acémilas. Horemheb se puso a la cabeza con su carro y los<br />

oficiales se alejaron en sus literas, quejándose <strong>de</strong>l ardor <strong>de</strong>l sol. Yo me<br />

contenté con montar un asno en compañía <strong>de</strong> mi amigo el oficial <strong>de</strong><br />

avituallamiento y me llevé mi caja <strong>de</strong> medicamentos, <strong>de</strong> la que<br />

pensaba tener necesidad.<br />

Las tropas caminaron hasta la noche con un breve <strong>de</strong>scanso para<br />

comer y beber. Algunos rezagados, cada vez más numerosos, se<br />

quedaban en los bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l camino, incapaces <strong>de</strong> levantarse, ni aun<br />

cuando los oficiales los azotaban o saltaban con los pies juntos sobre<br />

ellos. Los soldados tan pronto cantaban como blasfemaban y cuando<br />

las sombras se alargaron, las flechas comenzaron a caer <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las<br />

colinas en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l camino, <strong>de</strong> manera que algunas veces en la<br />

columna un hombre lanzaba un grito llevándose la mano a su hombro<br />

atravesado o se <strong>de</strong>splomaba sobre el suelo. Pero Horemheb no se<br />

entretuvo en limpiar el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l camino, aceleró la marcha y<br />

acabaron llevando el paso <strong>de</strong> carrera. Los carros ligeros abrieron el<br />

camino y pronto vimos en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> éste los cuerpos <strong>de</strong>scuartizados<br />

<strong>de</strong> algunos khabiri, acostados sobre sus mantos, con la boca y los ojos<br />

llenos <strong>de</strong> moscas. Algunos soldados salieron <strong>de</strong> la columna<br />

para dar vuelta a los cuerpos y buscar algún recuerdo <strong>de</strong> guerra, pero<br />

no había ya nada que robar.<br />

El oficial <strong>de</strong> avituallamiento sudaba sobre su asno. Me encargó que<br />

transmitiese su último adiós a su mujer y sus hijos porque presentía<br />

que aquél sería su último día. Por esto me dio la dirección <strong>de</strong> su mujer<br />

en Tebas, rogándome que velase por que su cuerpo no fuese<br />

<strong>de</strong>svalijado, a menos que los khabiri nos hubiesen aniquilado a todos<br />

antes <strong>de</strong> la noche, tal como era su presentimiento.<br />

Finalmente se abrió ante nosotros una llanura don<strong>de</strong> los khabiri<br />

habían acampado, Horemheb hizo sonar las trompetas y dispuso sus<br />

tropas para el ataque, los lanceros en el centro y los arqueros en los<br />

dos flancos. En cuanto a los carros, los <strong>de</strong>spidió y salieron a toda<br />

velocidad, levantando nubes <strong>de</strong> polvo. No conservó a su lado más que<br />

algunos carros pesados. De los valles lejanos, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las montañas,<br />

ascendía el humo <strong>de</strong> los poblados incendiados. El número <strong>de</strong> khabiri<br />

<strong>de</strong> la llanura parecía inmenso y sus rugidos y sus gritos llenaban el aire<br />

al avanzar a nuestro encuentro; era como el mugido <strong>de</strong> las olas; los<br />

escudos y las puntas <strong>de</strong> las lanzas relucían terribles bajo la luz <strong>de</strong>l sol<br />

poniente. Pero Horemheb gritó:<br />

-Que vuestras rodillas no tiemblen, porque los khabiri armados son<br />

poco numerosos y los que veis son sus mujeres, sus hijos y sus<br />

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ganados, que serán vuestro botín antes <strong>de</strong> la noche. Y en sus marmitas<br />

<strong>de</strong> tierra os espera una comida caliente. Pegad duro, pues, a fin <strong>de</strong> que<br />

podáis pronto saciaros, porque tengo ya un hambre <strong>de</strong> cocodrilo.<br />

Pero la horda <strong>de</strong> khabiri se lanzaba contra nosotros, espantosa, y<br />

eran más numerosos que nosotros y bajo la luz <strong>de</strong>l sol sus lanzas<br />

parecían <strong>de</strong> fuego y la guerra no me divertía en absoluto. Las filas <strong>de</strong><br />

lanceros flaquearon y los hombres miraban hacia atrás, como yo<br />

mismo, pero los oficiales blandían los látigos y juraban, y los soldados<br />

se <strong>de</strong>cían sin duda que estaban <strong>de</strong>masiado cansados y las filas se<br />

formaban <strong>de</strong> nuevo y los arqueros comenzaron a palpar nerviosamente<br />

la cuerda <strong>de</strong> su arco esperando la señal.<br />

Llegados a buena distancia, los khabiri lanzaron sus gritos <strong>de</strong><br />

guerra, y sus aullidos eran tan espantosos que toda mi sangre acudió a<br />

mi corazón y mis piernas flaquearon. Se lanzaron contra los nuestros y<br />

oí las flechas silbar en mis oídos como zumbidos <strong>de</strong> moscas, pst... pst...<br />

jamás en mi vida había oído un ruido tan emocionante como el silbido<br />

<strong>de</strong> las flechas. Pero me tranquilizaba diciéndome que habían<br />

producido poco daño, pues o volaban <strong>de</strong>masiado alto o caían sobre los<br />

escudos. En aquel instante Horemheb gritó: « ¡Seguidme, cochinos! Su<br />

conductor lanzó los caballos al galope los arqueros dispararon<br />

mientras los carros <strong>de</strong> guerra lo seguían y los lanceros echaron a<br />

correr <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ellos. Entonces, <strong>de</strong> todas las gargantas salió un grito<br />

más espantoso que el <strong>de</strong> los khabiri, porque todo el mundo gritaba por<br />

su vida y para acallar su miedo, y me di cuenta <strong>de</strong> que también yo<br />

gritaba con todas mis fuerzas, lo cual me calmó inmediatamente.<br />

Los carros <strong>de</strong> guerra penetraron con gran estruendo en la masa <strong>de</strong><br />

los khabiri, y en primera fila, por encima <strong>de</strong> las nubes <strong>de</strong> polvo y <strong>de</strong> las<br />

lanzas blandidas, se <strong>de</strong>stacaba el casco <strong>de</strong> Horemheb con sus plumas<br />

<strong>de</strong> avestruz. En la brecha <strong>de</strong> los carros avanzaron los lanceros <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> las colas <strong>de</strong> león y los milanos, y los arqueros se <strong>de</strong>splegaron en la<br />

llanura haciendo disparos contra la multitud <strong>de</strong>nsa <strong>de</strong> los khabiri. A<br />

partir <strong>de</strong> aquel momento no hubo más que una confusión<br />

in<strong>de</strong>scriptible, un estruendo, choques <strong>de</strong> armas, aullidos y gritos <strong>de</strong><br />

agonía. Las flechas silbaban en mis oídos y mi asno se <strong>de</strong>sbocó<br />

lanzándose a lo más recio <strong>de</strong> la pelea, a pesar <strong>de</strong> mis patadas y mis<br />

gritos. Los khabiri se batían con valentía y sin miedo y los hombres<br />

<strong>de</strong>rribados <strong>de</strong> sus caballos trataban todavía <strong>de</strong> alcanzar con sus lanzas<br />

a los que pasaban a su alcance y más <strong>de</strong> un egipcio perdió la vida al<br />

agacharse para cortar como trofeo la mano <strong>de</strong> un enemigo <strong>de</strong>rribado.<br />

El olor a sangre dominaba el <strong>de</strong> sudor <strong>de</strong> los soldados y los cuervos<br />

revoloteaban por el cielo en enjambres cada vez más numerosos.<br />

Súbitamente los khabiri lanzaron un grito <strong>de</strong> furia y emprendieron<br />

la huida porque vieron que los carros ligeros, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber


o<strong>de</strong>ado la llanura, atacaban el campo persiguiendo a las mujeres y<br />

dispersando el ganado robado.<br />

No pudieron soportar este espectáculo y huyeron para tratar <strong>de</strong><br />

proteger a sus mujeres y su campo, y aquello fue su pérdida. Porque<br />

los carros se volvieron contra ellos y los dispersaron, y los lanceros y<br />

los arqueros <strong>de</strong> Horemheb acabaron aquella carnicería. Cuando el sol<br />

se puso, la llanura estaba en llamas y por todas partes mugía el ganado<br />

disperso.<br />

Pero en el furor <strong>de</strong> la victoria los soldados continuaban matando y<br />

hundiendo sus lanzas en cuanto se movía; así mataban a hombres que<br />

habían <strong>de</strong>puesto las armas, a infelices chiquillos a mazazos y tiraban<br />

estúpidamente sobre el ganado enloquecido. Horemheb dio or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />

tocar las trompetas y los oficiales recobraron la serenidad y reunieron<br />

a los soldados a latigazos. Pero mi asno enloquecido continuaba<br />

corriendo por la llanura y sacudiéndome como un saco, <strong>de</strong> manera que<br />

no sabía ya si estaba muerto o vivo. Los soldados se mofaban <strong>de</strong> mí y<br />

me insultaban, y finalmente un hombre dio un golpe con el asta <strong>de</strong> la<br />

lanza en el hocico <strong>de</strong>l asno, que se <strong>de</strong>tuvo irguiendo sus orejas<br />

<strong>de</strong>sconcertado, y pu<strong>de</strong> por fin echar pie a tierra. Des<strong>de</strong> entonces los<br />

soldados me llamaron Hijo <strong>de</strong>Onagro.<br />

Los prisioneros fueron reunidos y encerrados en una empalizada,<br />

se recogieron las armas y se mandaron pastores en busca <strong>de</strong>l ganado<br />

disperso. Los khabiri eran tan numerosos que una gran parte pudo<br />

huir, pero Horemheb, pensó que correrían toda la noche y tardarían<br />

en volver. A la luz <strong>de</strong> las tiendas y <strong>de</strong> los montones <strong>de</strong> forraje en<br />

llamas, entregaron a Horemheb el cofre <strong>de</strong>l dios, y lo abrió, sacando<br />

<strong>de</strong> él a Sekhmet con su cabeza <strong>de</strong> leona que erguía orgullosamente sus<br />

pechos <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. Los soldados la salpicaron alegremente con la<br />

sangre <strong>de</strong> sus heridas y arrojaron <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella las manos cortadas<br />

como trofeo. Estas manos formaron un gran montón y algunos<br />

soldados arrojaban tres o cuatro y aun cinco. Horemheb recompensó a<br />

los más bravos, distribuyendo ca<strong>de</strong>nas <strong>de</strong> oro y nombrándolos<br />

suboficiales. Estaba cubierto <strong>de</strong> polvo y ensangrentado y su látigo<br />

chorreaba sangre también, pero sonreía a los soldados dándoles<br />

nombres afectuosos.<br />

Yo tenía mucho trabajo, porque las lanzas y las mazas <strong>de</strong> los khabiri<br />

habían producido heridas espantosas.<br />

Trabajaba a la luz <strong>de</strong> los incendios, y a los gritos <strong>de</strong> dolor <strong>de</strong> los<br />

heridos se mezclaban los lamentos <strong>de</strong> las mujeres<br />

que los soldados se llevaban para echarlas a suerte y divertirse con<br />

ellas. Lavaba y suturaba las heridas abiertas, metía en su sitio los<br />

intestinos salidos <strong>de</strong> los vientres <strong>de</strong>sgarrados y cosía los cueros<br />

cabelludos caídos sobre los ojos. A los que <strong>de</strong>bían morir les daba


cerveza o estupefacientes para que la muerte sobreviniese dulcemente<br />

durante la noche.<br />

Cuidaba también a los khabiri cuyas heridas les habían impedido<br />

huir, pero no sé por qué obraba así, acaso porque pensaba que<br />

Horemheb sacaría mejor precio vendiéndolos como esclavos si los<br />

curaba. Pero muchos <strong>de</strong> ellos rehusaban mis cuidados y otros se<br />

arrancaban los apósitos al oír llorar a los niños y gemir a las mujeres<br />

violadas por los soldados egipcios. Doblaban la pierna, se cubrían la<br />

cabeza y morían <strong>de</strong> hemorragia.<br />

Viéndolos, no me sentía ya tan orgulloso <strong>de</strong> nuestra victoria, porque<br />

eran infelices habitantes <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto, y el ganado y el trigo <strong>de</strong> los<br />

valles los atraía porque pa<strong>de</strong>cían hambre. Por esto se entregaban al<br />

pillaje en Siria y tenían los miembros <strong>de</strong>macrados y muchos los ojos<br />

enfermos. Sin embargo, eran rudos y temibles combatientes, y a su<br />

paso subía el humo <strong>de</strong> los poblados incendiados y el llanto y los<br />

gemidos. Pero viendo pali<strong>de</strong>cer sus largas narices mientras para morir<br />

se cubrían con sus harapos, sentía piedad por ellos.<br />

Al día siguiente vi a Horemheb, que me felicitó, y yo le aconsejé<br />

construir un campo fortificado don<strong>de</strong> los soldados más gravemente<br />

heridos podrían curarse, porque si los transportábamos a Jerusalén<br />

morirían por el camino. Horemheb me dio las gracias por mi ayuda y<br />

me dijo:<br />

-No te creía tan valiente, y ayer, con mis propios ojos, me di cuenta<br />

<strong>de</strong> que lo eras mientras te lanzabas en medio <strong>de</strong> la refriega montado en<br />

un asno furioso. Sin duda no sabías que en la guerra el trabajo <strong>de</strong> un<br />

médico no comienza hasta <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> terminada la batalla. He oído<br />

que los soldados te llamaban Hijo <strong>de</strong> Onagro, y si quieres te llevaré<br />

al combate en mi propio carro porque tienes suerte <strong>de</strong> estar todavía<br />

vivo no llevando lanza ni coraza.<br />

-Tus hombres te celebran y prometen seguirte adon<strong>de</strong> vayas -le dije<br />

para halagarlo-. Pero, ¿cómo es posible que no tengas la menor<br />

herida cuando pensé que ibas a hallar la muerte al arrojarte el<br />

primero en el fragor <strong>de</strong> la batalla, en medio <strong>de</strong> las flechas y las<br />

lanzas?<br />

-Tengo un conductor hábil -dijo-. A<strong>de</strong>más, mi halcón me protege,<br />

porque pronto se tendrá necesidad <strong>de</strong> mí para altas misiones. Por<br />

esto mi conducta <strong>de</strong> ayer no tiene nada <strong>de</strong> meritoria ni valerosa,<br />

puesto que sé que las flechas, las lanzas y las mazas <strong>de</strong>l enemigo me<br />

evitan. Me lanzo el primero porque sé que estoy llamado a verter<br />

mucha sangre, pese a que la sangre vertida no me produzca ya júbilo<br />

alguno ni me diviertan los aullidos <strong>de</strong> los soldados aplastados bajo mi<br />

carro <strong>de</strong> guerra. En cuanto mis tropas estén suficientemente<br />

entrenadas para no temer la muerte, me haré llevar en litera <strong>de</strong>trás


<strong>de</strong> ellos como hace todo capitán razonable, porque un verda<strong>de</strong>ro<br />

capitán no mancilla sus manos con una tarea horrenda y sangrienta<br />

que el más vil esclavo pue<strong>de</strong> ejecutar, sino que trabaja con su cerebro<br />

y emplea mucho tiempo dictando a los escribas sus ór<strong>de</strong>nes, que tú,<br />

Sinuhé, no compren<strong>de</strong>s, porque no es tu oficio, como yo no<br />

comprendo nada <strong>de</strong>l arte <strong>de</strong> la Medicina, aunque lo respete, sin<br />

embargo. Por esto experimento casi vergüenza por haberme<br />

ensuciado las manos y el rostro con la sangre <strong>de</strong> los ladrones <strong>de</strong><br />

ganado, pero no podía obrar <strong>de</strong> otra manera; si no hubiese precedido<br />

a mis hombres, les hubiera faltado valor y hubieran caído <strong>de</strong> rodillas<br />

gimiendo, porque en verdad los soldados egipcios que no han visto la<br />

guerra <strong>de</strong>s<strong>de</strong> dos generaciones son todavía más cobar<strong>de</strong>s y<br />

lamentables que los khabiri. Por esto los llamo a veces escarabajos y<br />

se sienten orgullosos <strong>de</strong> este nombre.<br />

Yo no podía creer que al arrojarse en la refriega como lo hacía no<br />

sintiese miedo a la muerte. Por esto insistí:<br />

-Tienes la piel caliente y la sangre corre por tus venas como en los<br />

<strong>de</strong>más hombres. ¿Gracias a algún po<strong>de</strong>roso sortilegio evitas las<br />

heridas, o <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> viene que no sientas el miedo?<br />

Y él dijo:<br />

-He oído hablar <strong>de</strong> sortilegios <strong>de</strong> esta suerte y sé que muchos<br />

soldados llevan al cuello amuletos que <strong>de</strong>ben<br />

protegerlos, pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l combate <strong>de</strong> hoy se han recogido muchos<br />

hombres que los llevan, <strong>de</strong> manera que no creo ya en esta hechicería,<br />

si bien pue<strong>de</strong> ser útil, porque inspira confianza al hombre inculto que<br />

no sabe leer ni escribir y lo hace heroico en el combate. En realidad,<br />

todo esto es un engaño, Sinuhé. Para mí es diferente porque sé que<br />

<strong>de</strong>bo realizar gran<strong>de</strong>s hazañas, pero no sabría <strong>de</strong>cirte cómo lo sé. Un<br />

soldado tiene suerte o no la tiene, y yo la he tenido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que mi<br />

halcón me condujo hasta el faraón. Verdad es que mi halcón no se<br />

encontraba a gusto en palacio y levantó el vuelo para no volver; pero<br />

mientras atravesábamos el <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong> Sinaí para venir a Siria y<br />

sufríamos hambre y sobre todo sed, porque yo también sufro con mis<br />

soldados para saber mejor lo que sienten Y po<strong>de</strong>rlos mandar mejor, he<br />

visto en un valle un matorral ardiendo. Era un fuego vivo que parecía<br />

un matorral o un árbol, y no<br />

se consumía ni bajaba, sino que ardía día y noche y reinaba un olor<br />

que subía a la cabeza y me daba valor. Lo he visto cazando las fieras<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto lejos <strong>de</strong> mis tropas, y sólo el conductor <strong>de</strong> mi carro lo ha<br />

visto y lo pue<strong>de</strong> atestiguar. Des<strong>de</strong> entonces supe que ni la lanza, ni la<br />

flecha, ni la maza podrán alcanzarme, mientras mi hora no haya<br />

llegado, pero no puedo <strong>de</strong>cir cómo lo sé porque es un misterio.


Lo creí y mi respeto hacia él aumentó, porque no tenía ningún<br />

motivo para inventar esta historia para divertirme<br />

y no creo que hubiese sido capaz, porque no creía más que aquello que<br />

había visto con sus ojos o tocado con sus manos.<br />

Hizo acampar a sus tropas en el campo <strong>de</strong> los khabiri, don<strong>de</strong><br />

comieron y bebieron, y <strong>de</strong>spués tiraron al blanco y se ejercitaron con<br />

la lanza y tomaban como blanco a los khabiri <strong>de</strong>masiado heridos para<br />

ser vendidos como esclavos o excesivamente rebel<strong>de</strong>s para someterse<br />

como tales. Por esto los hombres no se quejaron <strong>de</strong> este juego, al<br />

contrario, se entregaron a él con verda<strong>de</strong>ro júbilo. Pero al tercer día el<br />

olor <strong>de</strong> los cadáveres extendidos sobre la llanura se hizo terrible y los<br />

cuervos, los chacales y las hienas armaban tal escándalo por la noche<br />

que nadie podía dormir. La mayoría <strong>de</strong> las mujeres khabiri se habían<br />

estrangulado con sus cabellos, que llevaban largos, y no divertían ya a<br />

nadie.<br />

El tercer día Horemheb levantó el campo y mandó una parte <strong>de</strong> las<br />

tropas a Jerusalén para transportar el botín, porque los merca<strong>de</strong>res<br />

no habían acudido en número suficiente al campo para comprar<br />

todos los esclavos, utensilios <strong>de</strong> cocina y trigo, y el resto se fue a<br />

apacentar los rebaños. Se montó un campo para los heridos, que<br />

quedaron bajo la custodia <strong>de</strong> los soldados <strong>de</strong> una cola <strong>de</strong> león, pero<br />

muchos <strong>de</strong> ellos murieron. Horemheb salió con los carros a la<br />

persecución <strong>de</strong> los khabiri, porque al interrogar a los prisioneros<br />

supo que habían conseguido huir con su dios.<br />

Me llevó con él pese a mi resistencia y yo iba <strong>de</strong> pie <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> él<br />

agarrado a su cintura y lamentando el día en que nací, porque<br />

avanzaba como un alocado y a cada momento pensaba que<br />

volcaríamos y me estrellaría la cabeza contra las rocas. Pero él se reía<br />

<strong>de</strong> mí y <strong>de</strong>cía que quería mostrarme la guerra, puesto que había<br />

<strong>de</strong>seado saber si podía enseñarme alguna cosa.<br />

Me hizo saborear la guerra y vi los carros arrojarse contra los<br />

khabiri como un huracán mientras cantaban <strong>de</strong> alegría empujando<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ellos el ganado robado hacia los escondrijos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto.<br />

Los caballos aplastaban a los ancianos y los niños en medio <strong>de</strong>l humo<br />

<strong>de</strong> las tiendas incendiadas, y Horemheb enseñaba a los khabiri con<br />

sangre y lágrimas que hubieran hecho mejor en permanecer pobres<br />

en su <strong>de</strong>sierto y reventar <strong>de</strong> hambre en sus cavernas que invadir la<br />

rica y fértil Siria para untarse <strong>de</strong> aceite la piel quemada por el sol y<br />

engordarse con trigo robado. Así fue como saboreé la guerra, que no<br />

era ya en realidad una guerra, sino una persecución y una matanza,<br />

hasta el momento en que Horemheb se sintió satisfecho e hizo<br />

levantar los mojones sin preocuparse <strong>de</strong> retroce<strong>de</strong>rlos en el <strong>de</strong>sierto.<br />

Y dijo :


-Necesito guardar simiente <strong>de</strong> khabiri para po<strong>de</strong>r entrenar a mis<br />

soldados, porque si los pacifico matándolos a todos no existirá en<br />

todo el país un solo lugar don<strong>de</strong> batirse. La paz reina <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace<br />

cuarenta años en el mundo, los pueblos viven en buena armonía y los<br />

reyes <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s Estados se llaman en sus cartas hermano y<br />

amigo; el faraón les manda oro para que puedan erigirle una estatua<br />

en los templos <strong>de</strong> sus dioses. Por esto quiero guardar semilla <strong>de</strong><br />

khabiri, porque <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> unos años el hambre los arrojará <strong>de</strong> nuevo<br />

<strong>de</strong> su <strong>de</strong>sierto y olvidarán lo que les había costado la última vez.<br />

Así consiguió alcanzar en su carro al dios <strong>de</strong> los khabiri y se arrojó<br />

sobre ellos como un halcón, <strong>de</strong> manera que los que lo llevaban lo<br />

arrojaron al suelo y huyeron hacia las montañas, lejos <strong>de</strong> los carros.<br />

Horemheb hizo cortar el dios a pedazos y lo quemó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

Sekhmet, y los soldados se golpeaban el pecho y <strong>de</strong>cían con orgullo:<br />

«Así es como quemamos al dios <strong>de</strong> los khabiri. » El nombre <strong>de</strong> este<br />

dios era Jahvé o Jehu, y los khabiri no tenían otro, <strong>de</strong> manera que<br />

tuvieron que regresar sin dios a su <strong>de</strong>sierto y más pobres todavía que a<br />

su marcha, a pesar <strong>de</strong> que hubiesen cantado ya <strong>de</strong> júbilo agitando<br />

ramas <strong>de</strong> palmera.<br />

Horemheb entró en Jerusalén, don<strong>de</strong> se habían reunido los fugitivos<br />

<strong>de</strong> las regiones fronterizas, y les volvió a ven<strong>de</strong>r su ganado, su trigo y<br />

sus utensilios <strong>de</strong> cocina, <strong>de</strong> manera que ellos se <strong>de</strong>sgarraban las<br />

vestiduras y <strong>de</strong>cían: «Este pillaje es peor que el <strong>de</strong> los khabiri.» Pero<br />

no tenían porqué quejarse, porque podían pedir dinero prestado a sus<br />

templos, a los merca<strong>de</strong>res y a las oficinas <strong>de</strong>l fisco, y lo que no<br />

pudieron volver a comprar, Horemheb lo vendió a los merca<strong>de</strong>res<br />

venidos <strong>de</strong> toda Siria. Así fue como pudo distribuir a los soldados una<br />

recompensa en cobre y plata, y entonces comprendí por qué la mayoría<br />

<strong>de</strong> los heridos habían muerto en el campo pese a mis cuidados. Sus<br />

camaradas recibían <strong>de</strong> esta forma una parte más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> botín, y,<br />

a<strong>de</strong>más, habían robado los vestidos <strong>de</strong> los heridos, sus armas y sus<br />

joyas, y no les dieron ni agua ni comida, <strong>de</strong> manera que se murieron.<br />

También comprendí por qué a los ignorantes fabricantes <strong>de</strong> embutidos<br />

les gustaba tanto acompañar a los ejércitos a las guerras y regresaban<br />

ricos a Egipto, pese a que su saber fuese mínimo.<br />

Los gritos y la música siria resonaban por todo Jerusalén. Los<br />

soldados tenían cobre y plata y bebían cerveza y se divertían con las<br />

mujeres pintadas que los merca<strong>de</strong>res habían traído, y se disputaban y<br />

peleaban y se robaban unos a otros, <strong>de</strong> manera que cada día nuevos<br />

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cuerpos pendían cabeza abajo <strong>de</strong> los muros. Pero los soldados no se<br />

preocupaban y <strong>de</strong>cían: «Así fue siempre y siempre será. »<br />

Derrochaban su cobre y plata en cerveza y mujeres hasta la marcha <strong>de</strong><br />

los merca<strong>de</strong>res. Horemheb impuso un tributo a los merca<strong>de</strong>res a su<br />

llegada y a su marcha, y se enriqueció, pese a haber cedido su parte <strong>de</strong><br />

botín a los soldados. Pero no se alegró en lo más mínimo, porque<br />

cuando fui a <strong>de</strong>spedirme <strong>de</strong> él para regresar a Simyra me dijo:<br />

-Esta campaña ha terminado aun antes <strong>de</strong> haber empezado, y el<br />

faraón me reprocha en una carta haber vertido sangre a pesar <strong>de</strong> su<br />

prohibición. Tengo que regresar a Egipto con mis soldados y<br />

licenciarlos, y <strong>de</strong>positar en los templos sus halcones y sus colas <strong>de</strong><br />

león. Pero no sé qué ocurrirá, porque son las únicas tropas ejercitadas<br />

que hay en Egipto, y las <strong>de</strong>más no sirven más que para cagar en los<br />

muros y pellizcar a las mujeres. Por Amón, es fácil para el faraón<br />

componer himnos a su dios en el palacio dorado y creer que gobernará<br />

los pueblos por amor, pero tendría que oír los gemidos <strong>de</strong> los hombres<br />

<strong>de</strong>strozados y los aullidos <strong>de</strong> las mujeres en los poblados incendiados<br />

cuando el enemigo inva<strong>de</strong> un país, y entonces quizá cambiaría <strong>de</strong> i<strong>de</strong>a.<br />

-Egipto no tiene enemigos porque es <strong>de</strong>masiado rico y po<strong>de</strong>roso -<br />

dije yo-. Tu reputación se ha extendido por toda Siria y los khabiri no<br />

franquearán ya más la frontera. Es, pues, mejor licenciar a las tropas,<br />

porque en verdad se embriagan y arman escándalo, y sus barrios<br />

apestan a orines y la porquería lo inva<strong>de</strong> todo.<br />

-No sabes lo que dices -respondió, rascándose bajo el brazo porque<br />

la cabaña <strong>de</strong>l rey estaba llena <strong>de</strong> parásitos-. Egipto se basta, pero las<br />

rebeliones se fomentan fuera <strong>de</strong> él. Así es como me he enterado que el<br />

rey <strong>de</strong> Amurrú se procura febrilmente caballos y carros <strong>de</strong> guerra,<br />

cuando haría mejor en pagar más regularmente su tributo al faraón.<br />

En su país se cuenta ya abiertamente que un día los amorritas<br />

dominaron el mundo entero, en lo cual hay un fondo <strong>de</strong> verdad,<br />

porque los últimos hiksos viven allí.<br />

-Este Aziru es amigo mío, y está saturado <strong>de</strong> vanidad porque le doré<br />

los dientes. Creo también que tiene otras preocupaciones, porque ha<br />

tomado una mujer que agota sus fuerzas y <strong>de</strong>bilita sus rodillas.<br />

-Muchas cosas sabes, Sinuhé -dijo Horemheb con expresión pensativa-.<br />

Eres un hombre libre y <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>s tus actos y viajas <strong>de</strong> una ciudad a<br />

otra oyendo cosas que los <strong>de</strong>más ignoran. Si estuviese en tu sitio y<br />

fuese libre como tú, iría a todos los países para instruirme. Iría a<br />

Mitanni y Babilonia y aprovecharía la ocasión para instruirme sobre<br />

los carros <strong>de</strong> guerra <strong>de</strong> los hititas y la manera como ejercitan sus<br />

tropas, y visitaría también las islas <strong>de</strong>l mar para ver cuál es la<br />

verda<strong>de</strong>ra fuerza <strong>de</strong> los navíos <strong>de</strong> guerra <strong>de</strong> que tanto se habla. Pero yo<br />

no puedo porque el faraón me llama. A<strong>de</strong>más, mi nombre es tan


conocido en toda Siria que no me contarían lo que <strong>de</strong>seo averiguar .<br />

Pero tú, Sinuhé, vas vestido a lo sirio y hablas la lengua <strong>de</strong> la gente<br />

culta <strong>de</strong> todos los países. Eres médico y nadie cree que estés al<br />

corriente <strong>de</strong> otra cosa que <strong>de</strong> tu arte. Tu lenguaje es simple y a menudo<br />

infantil a mis oídos; me miras con ojos abiertos, y, no obstante, sé que<br />

tu corazón está cerrado y que no eres como te creen. ¿Es verdad?<br />

-Quizá sí -dije-. Pero, ¿qué quieres <strong>de</strong> mí?<br />

-Si te diera mucho oro -dijo- para que pudieses ir a los países <strong>de</strong> que<br />

te he hablado a practicar tu arte y difundir el renombre <strong>de</strong> la medicina<br />

egipcia y tu reputación como sanador, en cada villa los ricos te<br />

invitarían a sus casas y podrías escrutar sus corazones, y quizá los<br />

reyes y soberanos te llamarían también y podrías son<strong>de</strong>ar sus<br />

intenciones. Pero mientras ejercieras tu arte, tus ojos serían los míos y<br />

tus orejas las mías, y grabarías en tu espíritu todo lo que vieses y<br />

oyeses a fin <strong>de</strong> contármelo cuando regresaras a Egipto.<br />

-No regresaré jamás a Egipto -dije-. Y tus proposiciones son peligrosas;<br />

no tengo interés en acabar colgado cabeza abajo <strong>de</strong> las murallas <strong>de</strong><br />

una villa extranjera.<br />

-Del mañana nadie está seguro -respondió-. Creo que regresarás a<br />

Egipto, porque quien ha bebido el agua <strong>de</strong>l Nilo no pue<strong>de</strong> apagar la<br />

sed con otra. También las golondrinas y las grullas regresan cada<br />

invierno a Egipto porque no se encuentran bien en otra parte. Por esto<br />

tus palabras son como un zumbido <strong>de</strong> moscas a mis oídos. El oro no es<br />

más que polvo a mis pies y con gusto lo cambiaría por informaciones.<br />

Lo que dices <strong>de</strong> colgarte es estúpido, porque no te pido que cometas<br />

ningún acto reprensible ni que violes las leyes <strong>de</strong> los países<br />

extranjeros. Las gran<strong>de</strong>s villas, ¿no atraen acaso a los extranjeros para<br />

que visiten sus templos, no organizan fiestas y diversiones para<br />

distraer a los viajeros a fin <strong>de</strong> que éstos <strong>de</strong>jen su oro en manos <strong>de</strong> los<br />

habitantes <strong>de</strong> la villa? Si llevas oro en tus bolsillos serás bien recibido<br />

en todas partes. Y tu arte será apreciado en los países don<strong>de</strong> matan a<br />

los ancianos a hachazos o se llevan a los enfermos a morir al <strong>de</strong>sierto,<br />

como lo he oído contar. Los reyes están orgullosos <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>río y<br />

hacen <strong>de</strong>sfilar sus tropas <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ellos a fin <strong>de</strong> que los extranjeros<br />

se formen i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>río. ¿Qué mal habría en que observes cómo<br />

marchan los soldados y qué armas llevan, el número <strong>de</strong> carros <strong>de</strong><br />

guerra que tienen y si son gran<strong>de</strong>s y pesados o pequeños y ligeros, y si<br />

llevan dos o tres hombres, porque han dicho que algunas veces un<br />

escu<strong>de</strong>ro toma sitio al lado <strong>de</strong>l conductor? Es igualmente importante<br />

saber si los soldados están bien alimentados y brillantes <strong>de</strong> grasa, o si,<br />

por el contrario, están flacos y <strong>de</strong>vorados por los parásitos o si tienen<br />

los ojos enfermos como los gatos. Se cuenta también que los hititas<br />

han <strong>de</strong>scubierto por medio <strong>de</strong> la magia un nuevo metal capaz <strong>de</strong> hacer


mella en el bronce mejor templado y este metal es azul y se llama<br />

hierro, pero no sé si es verdad, porque es posible que hayan<br />

encontrado simplemente un nuevo método para templar el cobre y<br />

mezclarlo pero quisiera saber <strong>de</strong> qué se trata. Sin embargo, lo que es<br />

esencial es saber las disposiciones <strong>de</strong>l soberano y las <strong>de</strong> sus consejeros.<br />

¡Mírame!<br />

Lo miré y pareció crecer ante mis ojos; su mirada tenía una<br />

expresión sombría y era parecido a un dios, <strong>de</strong> manera que mi corazón<br />

se estremecía y me incliné ante él, llevándome las manos a la altura <strong>de</strong><br />

las rodillas. Y entonces me dijo:<br />

-¿Crees que soy tu dueño?<br />

-Mi corazón me dice que eres mi dueño, pero no sé por qué -dije,<br />

con la lengua torpe y sintiendo miedo-. Es<br />

probablemente exacto que estás llamado a ser un conductor <strong>de</strong><br />

muchedumbres como lo afirmas. Partiré, pues, y mis ojos serán tus<br />

ojos y mis oídos serán tus oídos, pero no sé si te aprovecharás <strong>de</strong> todo<br />

lo que vea y oiga, porque no soy entendido en las cosas que te<br />

interesan y sólo en medicina soy docto. Sin embargo, haré cuanto<br />

pueda, y no por oro, sino porque eres mi amigo y porque los dioses lo<br />

han <strong>de</strong>cidido manifiestamente así, si es que hay dioses.<br />

Y contestó él:<br />

-Creo que no te arrepentirás nunca <strong>de</strong> ser mi amigo, pero te daré oro<br />

porque lo necesitarás, pues conozco bien a los<br />

hombres. No tienes que preguntarte por qué los informes que <strong>de</strong>seo<br />

tener me son más preciosos que el oro. Puedo, sin embargo, <strong>de</strong>cirte<br />

que los gran<strong>de</strong>s faraones envían hombres hábiles a las Cortes <strong>de</strong> los<br />

otros reinos, pero los enviados <strong>de</strong> los faraones son imbéciles que no<br />

saben contar más que la forma como se plisan las ropas, cómo se<br />

llevan las con<strong>de</strong>coraciones y en qué or<strong>de</strong>n cada cual está sentado a la<br />

<strong>de</strong>recha o a la izquierda <strong>de</strong>l soberano. No te preocupes, pues, <strong>de</strong> ellos<br />

si los encuentras, y que sus discursos sean como un zumbido <strong>de</strong><br />

moscas para tu oído.<br />

Pero cuando me <strong>de</strong>spedí <strong>de</strong> él abandonó su dignidad y puso su<br />

mano sobre mi mejilla y tocó mi hombro con su rostro, diciendo:<br />

-Mi corazón se acongoja por tu marcha, Sinuhé, porque si eres<br />

solitario yo estoy solo también y nadie conoce los secretos <strong>de</strong> mi<br />

corazón. Creo que al <strong>de</strong>cir estas palabras pensaba en la princesa<br />

Baketamon, cuya belleza lo había hechizado.<br />

Me entregó mucho oro, más <strong>de</strong>l que yo pensaba, y creo que me<br />

entregó todo el oro que había ganado en la campaña <strong>de</strong> Siria, y<br />

or<strong>de</strong>nó a una escolta que me acompañase hasta la costa para<br />

protegerme <strong>de</strong> los bandidos. Yo <strong>de</strong>posité el oro en una gran casa <strong>de</strong><br />

comercio y lo cambié por unas tablillas <strong>de</strong> arcilla más fáciles <strong>de</strong>


transportar porque los ladrones no podían utilizarlas, y tomé el<br />

barco para regresar a Simyra.<br />

Tengo que mencionar también que antes <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> Jerusalén<br />

trepané a un soldado que había recibido un golpe <strong>de</strong> maza en la<br />

cabeza durante una riña <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> Atón, y el cráneo<br />

estaba fracturado y el hombre agonizaba y no podía mover los<br />

brazos ni piernas. Pero no pu<strong>de</strong> curarlo; su cuerpo se puso ardiente<br />

y se contorsionaba y murió al día siguiente.<br />

LIBRO SEXTO<br />

LA JORNADA D<strong>EL</strong> FALSO REY<br />

Al principio <strong>de</strong> este nuevo libro tengo que elogiar aquel tiempo<br />

pasado durante el cual pu<strong>de</strong> viajar sin obstáculos por tantos países y<br />

apren<strong>de</strong>r tantas cosas, porque jamás volveré a ver días parecidos.<br />

Recorría un mundo que no había visto una guerra <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía<br />

cuarenta años, y los soldados <strong>de</strong> los reyes protegían las rutas <strong>de</strong> las<br />

caravanas y los merca<strong>de</strong>res y los navíos <strong>de</strong> los soberanos <strong>de</strong>fendían el<br />

río y los mares contra los piratas. Las fronteras estaban abiertas, los<br />

merca<strong>de</strong>res y los viajeros eran bien recibidos en las villas y la gente no<br />

se ofendía una <strong>de</strong> otra y se saludaban con las manos a la altura <strong>de</strong> las<br />

rodillas, informándose <strong>de</strong> las costumbres ajenas, <strong>de</strong> manera que<br />

muchas personas cultas hablaban varias lenguas y conocían dos<br />

escrituras. Se regaban los campos que producían abundantes cosechas,<br />

y en lugar <strong>de</strong>l Nilo terrestre, el Nilo celeste regaba los prados y las<br />

tierras rojas. Durante mis viajes los rebaños pacían tranquilamente y<br />

los pastores no usaban lanza, sino que tocaban la flauta y cantaban<br />

alegremente. Los viñedos eran florecientes y los árboles frutales se


inclinaban bajo el peso <strong>de</strong> su carga, los sacerdotes se untaban <strong>de</strong> aceite<br />

y ungüentos y estaban gordos, y el humo <strong>de</strong> infinitos sacrificios subía<br />

hacia el cielo por los patios <strong>de</strong> los templos <strong>de</strong> todo el país. Los dioses<br />

eran también generosos y propicios y gozaban con las suntuosas<br />

ofrendas. Los ricos se enriquecían todavía más y los po<strong>de</strong>rosos<br />

aumentaban su po<strong>de</strong>río, y los pobres eran más pobres todavía, como<br />

los dioses lo han prescrito, <strong>de</strong> manera que cada cual estaba contento<br />

con su suerte y nadie murmuraba. Tal me parece este pasado que no<br />

volverá nunca más; el tiempo en que yo estaba en la fuerza <strong>de</strong> la edad y<br />

no cansado por los largos viajes, mis ojos tenían curiosidad <strong>de</strong> ver<br />

cosas nuevas y mi corazón avi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> saber.<br />

Para <strong>de</strong>mostrar lo bien organizadas que estaban las condiciones,<br />

diré que la casa <strong>de</strong> comercio <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong><br />

Babilonia me entregó sin vacilar el oro contra mis tablillas <strong>de</strong> arcilla<br />

escritas por la <strong>de</strong> Simyra, y en cada gran villa se podía comprar vino <strong>de</strong><br />

la proce<strong>de</strong>ncia más lejana y en las villas sirias gustaba sobre todo el<br />

vino <strong>de</strong> las colinas <strong>de</strong> Babilonia, mientras los babilonios compraban a<br />

precio <strong>de</strong> oro el vino <strong>de</strong> Siria.<br />

Después <strong>de</strong> haber ensalzado aquellos tiempos felices en los que el<br />

sol era más brillante y el viento más dulce que en nuestras duras<br />

épocas actuales, voy a hablar <strong>de</strong> mis viajes y <strong>de</strong> todo lo que he visto<br />

con mis ojos y oído con mis orejas. Pero tengo que narrar primero<br />

cómo regresé a Simyra.<br />

A mi llegada a casa, Kaptah salió a mi encuentro llorando <strong>de</strong> gozo y,<br />

gritando, se arrojó a mis pies y dijo:<br />

-¡Bendito es el día que vuelve el dueño a su casa! Has vuelto y, sin<br />

embargo, te creía muerto en la guerra, y estaba seguro <strong>de</strong> que habías<br />

sido atravesado por una lanza por haber <strong>de</strong>soído mis advertencias y<br />

querido ver cómo era la guerra. Pero nuestro escarabajo es<br />

verda<strong>de</strong>ramente po<strong>de</strong>roso y te ha protegido. Mi corazón <strong>de</strong>sborda <strong>de</strong><br />

júbilo al verte, y la alegría brota <strong>de</strong> mis ojos en forma <strong>de</strong> lágrimas, y,<br />

sin embargo, creía heredar <strong>de</strong> ti todo el oro que habías <strong>de</strong>positado en<br />

las casas <strong>de</strong> comercio <strong>de</strong> Simyra. Pero no lamento esta riqueza que se<br />

me escapa, porque sin ti soy un cabritillo perdido y balo<br />

lamentablemente y mis días son lúgubres. Durante tu ausencia no te<br />

he robado más que <strong>de</strong> costumbre, me he cuidado <strong>de</strong> tu casa y <strong>de</strong> tu<br />

fortuna, y he velado tan bien por tus intereses que eres más rico que<br />

antes <strong>de</strong> tu marcha.<br />

Me lavó los pies, vertió agua sobre mis manos y me cuidó sin <strong>de</strong>jar<br />

<strong>de</strong> hablar, pero yo le or<strong>de</strong>né que se callara y le dije:<br />

-Prepáralo todo porque vamos a salir <strong>de</strong> viaje muy lejos, durante<br />

algunos años quizás, y el viaje será penoso, porque visitaremos el país<br />

<strong>de</strong> Mitanni y Babilonia y las islas <strong>de</strong>l mar.<br />

Entonces Kaptah comenzó a llorar y gemir:<br />

-¿Por qué habré nacido en un mundo como éste? ¿Para qué haber<br />

engordado y vivido días felices, puesto que<br />

tengo que renunciar a ellos? Si te marchases por un mes o dos, como<br />

otras veces, no diría nada y me quedaría en Simyra, pero si tu viaje<br />

dura años es posible que no regreses nunca y no vuelva a verte más.


Por esto <strong>de</strong>bo seguirte llevándome el escarabajo, porque durante un<br />

viaje como éste necesitarás toda la suerte, y sin el escarabajo caerás en<br />

los abismos y los bandidos te atravesarán con sus lanzas. Sin mí y mi<br />

experiencia eres como un ternero al que un ladrón ata las patas <strong>de</strong><br />

atrás para llevárselo sobre los hombros, sin mí eres como un hombre<br />

con los ojos vendados que anda a tientas al azar, <strong>de</strong> manera que<br />

cualquiera te robaría a su antojo, cosa que no permitiría, puesto que si<br />

<strong>de</strong>bes ser robado es mejor que lo seas por mí, porque te robo<br />

razonablemente teniendo en cuenta tus recursos y tus intereses. Pero<br />

es mucho mejor que nos que<strong>de</strong>mos en nuestra casa <strong>de</strong> Simyra.<br />

La <strong>de</strong>sfachatez <strong>de</strong> Kaptah había crecido con los años, y mi esclavo<br />

hablaba ahora <strong>de</strong> «nuestra casa», <strong>de</strong> «nuestro escarabajo», y, al hablar<br />

<strong>de</strong> pagos, <strong>de</strong> «nuestro oro». Pero esta vez me sentía excedido y<br />

agarrando mi bastón le acaricié sus bien redondas nalgas a fin <strong>de</strong> darle<br />

motivo legítimo <strong>de</strong> llorar. Y le dije:<br />

-Mi corazón me dice que un día pen<strong>de</strong>rás cabeza abajo en los muros<br />

por culpa <strong>de</strong> tu <strong>de</strong>sfachatez. Deci<strong>de</strong> ya si quieres acompañarme o<br />

quedarte, pero cesa en tus sempiternas charlas, que me irritan las<br />

orejas.<br />

Kaptah acabó resignándose a su suerte y preparamos la marcha.<br />

Como había jurado no volver a poner nunca más los pies sobre un<br />

navío nos asociamos a una caravana que se dirigía hacia la Siria <strong>de</strong>l<br />

Norte, porque quería ver las selvas <strong>de</strong> cedros <strong>de</strong>l Líbano que<br />

procuraban la ma<strong>de</strong>ra para los palacios y la barca sagrada <strong>de</strong> Amón.<br />

Poco tengo que <strong>de</strong>cir sobre este viaje, que fue monótono y sin<br />

inci<strong>de</strong>ntes. Las hosterías era limpias y comíamos y bebíamos<br />

convenientemente y en ciertas etapas me llevaron enfermos que pu<strong>de</strong><br />

curar. Me hacía llevar en una litera porque estaba harto <strong>de</strong> asnos que,<br />

por otra parte, tampoco gustaban a Kaptah pero no pu<strong>de</strong> tomarlo en<br />

mi litera a causa <strong>de</strong> mi dignidad, porque era mi servidor. Por esto<br />

gimió y llamaba a la muerte. Yo le recordé que hubiéramos podido<br />

hacer este viaje más rápidamente y con mayores comodida<strong>de</strong>s por<br />

mar, pero no fue esto para él un consuelo. El viento seco me irritaba la<br />

cara y tenía que untarme continuamente <strong>de</strong> pomada y el polvo me<br />

llenaba la boca, y las pulgas <strong>de</strong> arena me atormentaban, pero estos<br />

inconvenientes me parecían mínimos y mis ojos gozaban <strong>de</strong> todo lo<br />

que veían.<br />

Admiré también los bosques <strong>de</strong> cedros, cuyos árboles son tan<br />

gran<strong>de</strong>s que ningún egipcio me creería si hablara <strong>de</strong> ellos. Por esto los<br />

paso en silencio. Pero <strong>de</strong>bo, sin embargo, <strong>de</strong>cir que el perfume <strong>de</strong> estas<br />

selvas es maravilloso y los arroyos muy claros, y yo me <strong>de</strong>cía que nadie<br />

pue<strong>de</strong> ser <strong>de</strong>sgraciado en tan bello país. Pero entonces vi esclavos que<br />

cortaban aquellos árboles y hacían pedazos <strong>de</strong> ellos para


transportarlos a la costa por las pendientes. Su miseria era gran<strong>de</strong>,<br />

tenían los brazos y las piernas cubiertas <strong>de</strong> abscesos purulentos y<br />

sobre sus espaldas las moscas se fijaban en los surcos <strong>de</strong> los latigazos.<br />

Esto me hizo cambiar <strong>de</strong> opinión.<br />

Acabamos llegando a la villa <strong>de</strong> Ka<strong>de</strong>sh, don<strong>de</strong> había un fuerte y una<br />

guarnición egipcia. Pero las murallas no estaban guardadas ni los<br />

fosos llenos; los soldados y oficiales vivían en la villa con sus familias,<br />

sin acordarse <strong>de</strong> que eran soldados más que los días en que distribuían<br />

trigo, cebollas y cerveza. Nos quedamos en esta villa hasta que las<br />

llagas <strong>de</strong>l trasero <strong>de</strong> Kaptah estuvieron cicatrizadas y cuidé muchos<br />

enfermos, porque los médicos <strong>de</strong> la guarnición eran malos y sus<br />

nombres fueron borrados <strong>de</strong>l registro <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Vida, si es que<br />

habían figurado alguna vez en él, por esto los enfermos que disponían<br />

<strong>de</strong> medios se hacían transportar al país <strong>de</strong> Mitanni, para recibir los<br />

cuidados <strong>de</strong> los médicos instruidos en Babilonia. Vi los monumentos<br />

erigidos por los gran<strong>de</strong>s faraones y leí las inscripciones que hablaban<br />

<strong>de</strong> sus victorias, <strong>de</strong>l número <strong>de</strong> enemigos muertos y <strong>de</strong> cazas al<br />

elefante. Me hice grabar un sello en una piedra preciosa, porque aquí<br />

los sellos no son iguales que en Egipto y no se llevan engarzados en<br />

una sortija en el <strong>de</strong>do, sino en el cuello, porque son pequeños cilindros<br />

atravesados por un agujero y se hacen rodar sobre la tablilla <strong>de</strong> arcilla<br />

para que <strong>de</strong>jen la marca. Pero los pobres y los ignorantes, cuando<br />

tienen que utilizar alguna tablilla, imprimen en ella solamente la<br />

impresión <strong>de</strong> su pulgar.<br />

Ka<strong>de</strong>sh era una villa tan triste y lúgubre, tan abrasada por el sol y<br />

tan <strong>de</strong>svergonzada, que incluso Kaptah se alegró <strong>de</strong> abandonarla a<br />

pesar <strong>de</strong> que temía los asnos. La única diversión era la llegada <strong>de</strong><br />

numerosas caravanas proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> todos los países, porque era un<br />

importante cruce <strong>de</strong> caminos. Todas las villas fronterizas son<br />

parecidas, sean quienes sean sus soberanos, y para los oficiales y<br />

soldados son lugares <strong>de</strong> castigo, pertenezcan a Egipto, a Mitanni o a<br />

Babilonia y a Khatti, <strong>de</strong> manera que en estas guarniciones los soldados<br />

y los oficiales no hacían más que lamentarse y mal<strong>de</strong>cir el día en que<br />

habían nacido.<br />

Pronto cruzamos la frontera y entramos en Naharanni sin que nadie<br />

nos lo impidiese y vimos un río que corría hacia arriba y no hacia<br />

abajo como el Nilo. Nos dijeron que estábamos en el país <strong>de</strong> Mitanni y<br />

pagamos los <strong>de</strong>rechos percibidos sobre los viajeros para las cajas <strong>de</strong>l<br />

rey. Pero como éramos egipcios, la gente nos trataba con respeto y se<br />

acercaban a nosotros diciéndonos:<br />

-Bien venidos seáis, porque nuestro corazón se regocija al ver<br />

egipcios. Hace tiempo que no habíamos visto ninguno y estábamos<br />

inquietos, porque el faraón no nos manda soldados ni armas ni oro y


dicen que ha ofrecido a nuestro rey un nuevo dios <strong>de</strong>l que no sabemos<br />

nada, cuando teníamos ya a Ishtar <strong>de</strong> Nínive y una multitud <strong>de</strong> otros<br />

dioses po<strong>de</strong>rosos que nos han protegido hasta ahora.<br />

Me invitaron a sus casas y nos obsequiaron a Kaptah y a mí, <strong>de</strong><br />

manera que mi esclavo exclamaba:<br />

-Es un buen país. Quedémonos aquí, dueño mío, para ejercer la<br />

medicina, porque todo indica que esta gente es ignorante y crédula y<br />

podremos engañarlos fácilmente.<br />

El rey <strong>de</strong> Mitanni se había retirado a las montañas para pasar los<br />

calores <strong>de</strong>l estío, y yo no tenía el menor <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> llegar a él, porque<br />

estaba impaciente por ver todas las maravillas <strong>de</strong> Babilonia <strong>de</strong> las que<br />

tanto había oído hablar. Pero, cumpliendo ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Horemheb,<br />

conversé con los notables y los humil<strong>de</strong>s y todos me dijeron lo mismo<br />

y yo comprendía que estuviesen inquietos. Porque un día el país <strong>de</strong><br />

Mitanni había sido po<strong>de</strong>roso, pero ahora se encontraba entre<br />

Babilonia al Este, los pueblos bárbaros al Norte y los hititas al Oeste,<br />

en el país <strong>de</strong> los Khatti. Cuanto más oía hablar <strong>de</strong> los hititas, a quienes<br />

temían, mejor comprendía que <strong>de</strong>bía ir también al país <strong>de</strong> Khatti, pero<br />

antes quería visitar Babilonia.<br />

Los habitantes <strong>de</strong> Mitanni son <strong>de</strong> escasa talla y sus mujeres bellas y<br />

elegantes y sus hijos como muñecos. Quizá fueron un día un pueblo<br />

fuerte, porque preten<strong>de</strong>n haber dominado sobre todos, los pueblos <strong>de</strong>l<br />

Norte, Sur, Este y Oeste, pero todos los pueblos dicen lo mismo. No<br />

creo que hayan podido vencer y saquear a Babilonia como lo afirman;<br />

si lo han hecho <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> ser con la ayuda <strong>de</strong>l faraón. Porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

época <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s faraones este país ha sido <strong>de</strong>pendiente <strong>de</strong> Egipto<br />

y durante dos generaciones las hijas <strong>de</strong> sus reyes han habitado el<br />

palacio como esposas <strong>de</strong>l faraón. Los antepasados <strong>de</strong> Amenhotep han<br />

atravesado este país con sus carros <strong>de</strong> guerra y en las villas se<br />

muestran todavía estelas <strong>de</strong> sus victorias. Oyendo los lamentos y<br />

recriminaciones <strong>de</strong> los habitantes comprendía que este país era un<br />

tapón que cubría la Siria y el Egipto contra Babilonia y los poblados<br />

bárbaros, y que <strong>de</strong>bía ser el escudo <strong>de</strong> la Siria y recibir las lanzas<br />

dirigidas contra el po<strong>de</strong>río egipcio. Esta era la única razón por la que<br />

los egipcios sostenían el vacilante trono <strong>de</strong> su rey y le enviaban oro,<br />

armas y tropas mercenarias. Pero los habitantes no lo comprendían,<br />

estaban muy orgullosos <strong>de</strong> su país y <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>río y <strong>de</strong>cían:<br />

-Tadu-Hepa, la hija <strong>de</strong> nuestro rey, era la gran esposa real en Tebas,<br />

pese a que no era más que una chiquilla, y<br />

murió súbitamente. No compren<strong>de</strong>mos por qué el faraón no nos<br />

manda más oro, pese a que los faraones han querido siempre a<br />

nuestros reyes como hermanos, y a causa <strong>de</strong> este amor les daban<br />

siempre armas y carros <strong>de</strong> guerra, y oro y piedras preciosas.


Pero yo me daba cuenta <strong>de</strong> que este país estaba cansado y que la<br />

sombra <strong>de</strong> la muerte planeaba sobre sus templos y<br />

sus bellos edificios. Ellos no se daban cuenta, y sólo se preocupaban <strong>de</strong><br />

su alimentación, que preparaban <strong>de</strong> muchas maneras extrañas y<br />

pasaban el tiempo probando nuevas vestiduras y zapatos <strong>de</strong> punta<br />

retorcida y altos sombreros, y escogían sus joyas con cuidado. Sus<br />

brazos eran <strong>de</strong>lgados como los <strong>de</strong> los egipcios y la piel <strong>de</strong> sus mujeres<br />

era suave, <strong>de</strong> manera que se veía la sangre azul correr por sus venas, y<br />

hablaban y se comportaban con elegancia y aprendían <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su<br />

infancia a caminar graciosamente.<br />

Su medicina estaba también a un alto nivel y sus médicos eran<br />

hábiles; conocían su profesión y sabían muchas<br />

cosas que yo ignoraba. Así fue como me dieron un vermífugo que<br />

causaba menos dolores y menos inconvenientes que los otros que yo<br />

conocía. Sabían también <strong>de</strong>volver la vista a los ciegos con las agujas y<br />

yo les enseñé a manejarlas mejor. Pero ignoraban completamente la<br />

trepanación y no creían lo que yo les <strong>de</strong>cía; pretendían que sólo los<br />

dioses podían curar las heridas <strong>de</strong> la cabeza, y si los dioses las curan,<br />

los enfermos no recobran nunca su estado anterior, <strong>de</strong> manera que era<br />

mejor que se muriesen.<br />

Los habitantes <strong>de</strong> Mitanni llevados por su curiosidad, me llevaron<br />

también enfermos, porque todo lo que era<br />

extranjero les gustaba; se vestían incluso a la extranjera, se <strong>de</strong>leitaban<br />

con platos extranjeros, bebían el vino <strong>de</strong> las colinas y adoraban las<br />

joyas extranjeras; <strong>de</strong> la misma forma <strong>de</strong>seaban ser cuidados por un<br />

médico extranjero. Vinieron también mujeres, y me sonreían al<br />

contarme sus penas, y se lamentaban <strong>de</strong> la frialdad <strong>de</strong> sus maridos y<br />

<strong>de</strong> su pereza.<br />

Yo sabía muy bien lo que esperaban <strong>de</strong> mí, pero no las tocaba ni me<br />

divertía con ellas, porque no quería violar las leyes <strong>de</strong>l país. En<br />

<strong>de</strong>squite, les daba remedios que hubieran llevado a un muerto a<br />

divertirse con una mujer, porque en esta materia los médicos sirios<br />

son los más hábiles <strong>de</strong>l mundo y sus filtros mucho más po<strong>de</strong>rosos que<br />

los egipcios. En cuanto a saber si las mujeres los daban a sus maridos<br />

o a otros hombres, lo ignoro; sin embargo, creo que <strong>de</strong>bieron <strong>de</strong><br />

utilizarlos para sus amantes en <strong>de</strong>trimento <strong>de</strong> sus maridos, porque sus<br />

costumbres eran libres y no tenían hijos, lo cual reforzaba mi creencia<br />

<strong>de</strong> que la muerte flotaba sobre el país.<br />

Debo consignar también que los habitantes <strong>de</strong> Mitanni ignoraban<br />

las fronteras exactas <strong>de</strong> su país, porque los mojones se <strong>de</strong>splazaban<br />

incesantemente, los hititas se los llevaban en sus carros para<br />

levantarlos en otro sitio a su antojo. Si lo que contaban <strong>de</strong> los hititas<br />

era verdad, no existía en el mundo un pueblo más cruel y más temible.


Según ellos, los hititas no tenían mayor placer que escuchar los<br />

gemidos <strong>de</strong> los torturados y ver correr la sangre, cortaban las manos<br />

<strong>de</strong> los habitantes fronterizos que se quejaban <strong>de</strong> que los rebaños <strong>de</strong> los<br />

hititas pisoteaban sus campos y pacían el trigo joven, y <strong>de</strong>spués se<br />

burlaban <strong>de</strong> ellos diciéndoles que volviesen a poner los mojones en su<br />

sitio. Les cortaban también los pies y les <strong>de</strong>cían que corriesen a<br />

quejarse a su rey y les soltaban la piel <strong>de</strong>l cráneo para bajársela<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los ojos para que no viesen cómo cambiaban <strong>de</strong> sitio los<br />

mojones. Los habitantes <strong>de</strong> Mitanni pretendían que los hititas se<br />

mofaban <strong>de</strong> los dioses <strong>de</strong> Egipto, lo cual era una terrible ofensa para<br />

todo el país, y esto solo hubiera sido motivo para que el faraón<br />

mandase oro, armas y mercenarios a fin <strong>de</strong> resistir por la fuerza a los<br />

hititas; pero a la gente <strong>de</strong> Mitanni no le gustaba la guerra y esperaban<br />

que los hititas se retirarían al ver que el faraón sostenía Mitanni. No<br />

puedo repetir aquí todo el mal que los hititas les hubieran causado ni<br />

las cruelda<strong>de</strong>s y horrores cometidos por ellos. Pero <strong>de</strong>cían que eran<br />

peores que la langosta, porque <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l paso <strong>de</strong> la langosta el suelo<br />

rever<strong>de</strong>ce, pero sobre el rastro <strong>de</strong> los carros hititas la hierba no vuelve<br />

a crecer.<br />

Yo no quería entretenerme más en Mitanni, porque creía haberme<br />

enterado <strong>de</strong> todo lo que quería saber, pero mi honor <strong>de</strong> médico se<br />

sentía ofendido ante las sospechas <strong>de</strong> los médicos <strong>de</strong>l país, que no<br />

querían creer lo que les contaba <strong>de</strong> la trepanación. Y un día vino a<br />

verme un noble que se quejaba <strong>de</strong> oír constantemente en su cabeza el<br />

ruido <strong>de</strong>l mar, y se caía sin conocimiento y tenía tales dolores en la<br />

cabeza que si no se podía curar no tenía ya apego a la vida. Los<br />

médicos <strong>de</strong> Mitanni se negaban a tratarlo . Por esto quería morir,<br />

porque la vida le era un sufrimiento continuo Y yo le dije:<br />

-Es posible que vivas, si <strong>de</strong>jas que te agujeree el cráneo, pero<br />

también que mueras, porque sólo el uno por ciento <strong>de</strong> los enfermos<br />

sobrevive a una trepanación.<br />

Y él dijo:<br />

-Loco sería <strong>de</strong> no aceptar tu proposición, pues tengo una<br />

probabilidad sobre ciento; pero si tengo que librarme yo<br />

mismo <strong>de</strong> mis sufrimientos, permaneceré echado y no me levantaré<br />

más. En verdad no creo que puedas curarme, pero si me trepanas no<br />

pecaré contra los dioses, como pecaría quitándome la vida. Si, en todo<br />

caso, contra toda esperanza, me curases, te daré la mitad <strong>de</strong> cuanto<br />

poseo, y no es poco; pero si muero no tendrás nada que lamentar,<br />

porque tu regalo será gran<strong>de</strong>. Lo examiné a fondo explorándole el<br />

cráneo con atención, pero mi reconocimiento no le causó dolor ni el<br />

cráneo presentaba en ninguna parte la menor anomalía. Entonces<br />

Kaptah, dijo:


-Pálpale el cráneo con el martillo; no arriesgas nada.<br />

Le golpeé el cráneo con un martillo y no se quejaba, pero <strong>de</strong> repente<br />

lanzó un grito y cayó <strong>de</strong>svanecido. Creyendo<br />

haber encontrado el sitio don<strong>de</strong> había que abrir el cráneo, convoqué a<br />

los médicos <strong>de</strong> Mitanni, que no habían querido creerme, y les dije:<br />

-Me creeréis o no, pero voy a trepanar a este enfermo para curarlo,<br />

si bien es muy probable que muera.<br />

Pero los médicos rieron maliciosamente, diciendo:<br />

-Tenemos verda<strong>de</strong>ramente curiosidad <strong>de</strong> verlo.<br />

Mandé a buscar fuego al templo <strong>de</strong> Amón y me lavé, y lavé también al<br />

enfermo que iba a operar y purifiqué todo cuanto había en la habitación.<br />

Cuando la luz fue más clara, a mediados <strong>de</strong>l día, me puse a la obra y<br />

corté una fuerte hemorragia con un cauterio, pese a que <strong>de</strong>ploraba el<br />

dolor que producía. Pero el enfermo dijo que aquel dolor no era nada<br />

comparado con el que sentía todos los días. Yo le había dado mucho vino<br />

en el cual había disuelto anestésicos, <strong>de</strong> manera que tenía los ojos fijos<br />

como los <strong>de</strong> un pescado muerto y estaba muy alegre. Entonces le abrí el<br />

cráneo con toda la pru<strong>de</strong>ncia posible con la ayuda <strong>de</strong> los instrumentos <strong>de</strong><br />

que disponía y el enfermo no perdió el conocimiento, y dijo que se sentía<br />

mejor cuando levanté el trozo <strong>de</strong> hueso que había cortado. Mi corazón se<br />

alegró, porque en el preciso lugar que había elegido, el diablo o el<br />

espíritu <strong>de</strong> la enfermedad había puesto su huevo, como <strong>de</strong>cía Ptahor, y<br />

éste era rojizo y feo y <strong>de</strong>l tamaño <strong>de</strong> un huevo <strong>de</strong> golondrina. Con todo<br />

mi arte yo extirpé y cautericé todo lo que lo sujetaba al cerebro y lo<br />

mostré a los médicos, que ya no se reían. Pronto volví a cerrar el cráneo<br />

con una placa <strong>de</strong> plata y cosí la piel <strong>de</strong>l cráneo, y durante toda esta<br />

operación el enfermo no perdió el conocimiento, y <strong>de</strong>spués se levantó,<br />

anduvo y me dio las gracias, porque ya no oía aquel espantoso ruido en<br />

los oídos y sus dolores habían cesado.<br />

Esta operación me valió una inmensa reputación en Mitanni y la<br />

noticia se extendió hasta Babilonia. Pero mi enfermo comenzó a beber<br />

vino y divertirse y su cuerpo se puso ardiente y <strong>de</strong>liró, y en su <strong>de</strong>lirio, al<br />

tercer día, se escapó <strong>de</strong> la cama y se cayó <strong>de</strong> las murallas rompiéndose<br />

la nuca y se mató. Sin embargo, todo el mundo reconoció que no era<br />

culpa mía y se celebró mi habilidad.<br />

Al poco tiempo alquilé una barca y en compañía <strong>de</strong> Kaptah bajé por<br />

el río hasta Babilonia.<br />

El país que domina Babilonia lleva diferentes nombres, y se llama<br />

tan pronto Cal<strong>de</strong>a como Khosea, según el pueblo que lo habita. Pero yo<br />

lo llamo Babilonia porque así todo el mundo sabe <strong>de</strong> cuál se trata. Es<br />

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un país fértil los campos están surcados por canales <strong>de</strong> irrigación y el<br />

suelo es llano hasta per<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> vista, y no como en Egipto, don<strong>de</strong><br />

todo es diferente, porque, por ejemplo, así como en Egipto las mujeres<br />

muelen el trigo <strong>de</strong> rodillas dando vueltas a una muela redonda, las<br />

mujeres <strong>de</strong> Babilonia permanecen <strong>de</strong> pie y hacen girar dos muelas en<br />

sentido contrario, lo cual es, naturalmente, mucho más penoso.<br />

En este país los árboles son tan poco numerosos que es un crimen<br />

contra los dioses y los hombres cortar uno, pero, por el contrario, si<br />

alguien planta alguno se gana el favor <strong>de</strong> los dioses. En Babilonia la<br />

gente es más corpulenta que en los <strong>de</strong>más sitios y se ríe mucho, a la<br />

manera <strong>de</strong> los obesos. Comen platos grasos y feculentos, y he visto en<br />

sus casas un pájaro que llaman gallina que no pue<strong>de</strong> volar, pero habita<br />

con los hombres y cada día les pone un huevo, que tiene el tamaño <strong>de</strong><br />

un huevo <strong>de</strong> cocodrilo, pero ya sé que nadie me creerá. Sin embargo,<br />

me han ofrecido huevos <strong>de</strong> éstos, que los babilonios consi<strong>de</strong>ran como<br />

un manjar exquisito. Pero yo no me he atrevido a probarlo porque he<br />

pensado que era mejor ser pru<strong>de</strong>nte y me he contentado con los platos<br />

que ya conocía y sabía cómo estaban preparados.<br />

Los babilonios dicen que su villa es la más gran<strong>de</strong> y más antigua<br />

<strong>de</strong>l mundo, pero yo no lo creo, porque ésta es Tebas. Y afirmo <strong>de</strong><br />

nuevo que no existe en el mundo una ciudad como Tebas, pero<br />

Babilonia me sorprendió por su magnificencia y su riqueza, porque<br />

las murallas son altas como montañas y el templo que han erigido a<br />

su dios sube hasta el cielo. Las casas tienen cuatro o cinco pisos, <strong>de</strong><br />

manera que viven unos sobre otros, y en ningún sitio, ni aun en<br />

Tebas, he visto almacenes tan lujosos y una cantidad tal <strong>de</strong><br />

mercancías como hay en las casas <strong>de</strong> comercio <strong>de</strong>l templo.<br />

Su dios es Marduk, y en Ishtar han elevado un pórtico que es más<br />

gran<strong>de</strong> que el pilón <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> Amón, y lo han revestido <strong>de</strong><br />

ladrillos policromados y brillantes, cuyos dibujos <strong>de</strong>slumbran la<br />

vista bajo el sol. Des<strong>de</strong> este pórtico, una avenida lleva hasta el<br />

templo <strong>de</strong> Marduk, y la torre tiene varios pisos y el camino sube<br />

hasta lo alto y es tan ancho y poco inclinado que pue<strong>de</strong>n pasar por él<br />

varios carros <strong>de</strong> frente a la vez. En lo alto <strong>de</strong> la torre es don<strong>de</strong> viven<br />

los astrólogos, que saben cuanto hace referencia a los movimientos<br />

<strong>de</strong> los astros y calculan sus órbitas y anuncian los días fastos y<br />

nefastos, <strong>de</strong> manera que cada cual pue<strong>de</strong> amoldar a ellos su vida.<br />

Dicen que pue<strong>de</strong>n también pre<strong>de</strong>cir el porvenir, pero para esto<br />

tienen que saber el día y el momento <strong>de</strong>l nacimiento, <strong>de</strong> manera que<br />

no pu<strong>de</strong> recurrir a su saber, pese a todo mi <strong>de</strong>seo, puesto que<br />

ignoraba el momento preciso <strong>de</strong> mi nacimiento.<br />

Tenía a mi disposición todo el oro que quisiera retirar <strong>de</strong> la caja<br />

<strong>de</strong>l templo a cambio <strong>de</strong> mis tablillas, y por esto me alojé cerca <strong>de</strong> la


puerta <strong>de</strong> Ishtar, en una gran hostería <strong>de</strong> varios pisos y sobre el<br />

techo <strong>de</strong> la cual crecían árboles frutales y arrayanes, y había también<br />

en él arroyos y estanques con peces. Allí es don<strong>de</strong> se alojaban los<br />

gran<strong>de</strong>s si no tenían casa en la villa, así como los enviados <strong>de</strong> los<br />

países extranjeros, y las habitaciones estaban amuebladas con<br />

espesas alfombras y los muebles tapizados con pieles <strong>de</strong> animales y<br />

las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>coradas con ladrillos brillantes con figuras ligeras. El<br />

nombre <strong>de</strong> esta hostelería era «Pabellón <strong>de</strong> Ishtar» y pertenecía a la<br />

torre <strong>de</strong>l dios, como todo lo notable <strong>de</strong> Babilonia. Si se cuentan<br />

todas las habitaciones y el personal <strong>de</strong> servicio, creo que se verá que<br />

esta sola casa alberga tanta gente como todo un barrio <strong>de</strong> Tebas. Y,<br />

sin embargo, nadie que no lo haya visto con sus ojos lo creerá.<br />

En ninguna parte <strong>de</strong>l mundo se ven tantas gentes diferentes como<br />

en Babilonia y en ninguna parte se oyen hablar a la vez tantas<br />

lenguas como aquí, porque los babilonios dicen con orgullo que<br />

todos los caminos llevan a Babilonia, que es el centro <strong>de</strong>l mundo. En<br />

efecto, aseguran que su país no está en el extremo <strong>de</strong>l mundo, como<br />

se afirma en Egipto, sino que por el Este, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las montañas, se<br />

extien<strong>de</strong>n po<strong>de</strong>rosos reinos cuyas caravanas armadas traen algunas<br />

veces a Babilonia extrañas mercancías, telas y preciosos vasos<br />

transparentes. Debo <strong>de</strong>cir que en Babilonia he visto gente <strong>de</strong> piel<br />

amarilla y ojos ovalados, pese a que no iban pintados, y se<br />

<strong>de</strong>dicaban al comercio vendiendo telas finas como el lino real, pero<br />

más finas todavía, lanzando <strong>de</strong>stellos <strong>de</strong> todos los colores,<br />

como el aceite puro.<br />

Porque los habitantes <strong>de</strong> Babilonia son ante todo comerciantes y<br />

no respetan nada tanto como el comercio, <strong>de</strong> manera que incluso<br />

sus dioses hacen negocios con ellos. Por esto no les gustan las<br />

guerras, pero reclutan mercenarios y elevan murallas tan sólo para<br />

proteger su comercio, y su <strong>de</strong>seo es que las rutas estén abiertas a<br />

todos los pueblos y a todos los países. Porque el negocio les produce<br />

mayor beneficio que la guerra. Sin embargo, están orgullosos <strong>de</strong> sus<br />

soldados, que vigilan los baluartes <strong>de</strong> la villa y sus templos y <strong>de</strong>sfilan<br />

cada día bajo el pórtico <strong>de</strong> Ishtar, con sus cascos y sus corazas <strong>de</strong><br />

oro y plata resplan<strong>de</strong>cientes. Las empuñaduras <strong>de</strong> sus sables y las<br />

puntas <strong>de</strong> sus lanzas están recubiertas <strong>de</strong> oro y plata como muestra<br />

<strong>de</strong> su riqueza. Y dicen:<br />

-¿Acaso has visto jamás, ¡oh extranjero!, soldados o carros <strong>de</strong><br />

guerra parecidos?<br />

El rey <strong>de</strong> Babilonia era un adolescente imberbe que tenía que<br />

ponerse una barba postiza para subir al trono. Su nombre era<br />

Burraburiash. Le gustaban los juguetes y las historias maravillosas,<br />

y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Mitanni mi reputación me había precedido hasta Babilonia,


<strong>de</strong> manera que apenas instalado en el «Pabellón <strong>de</strong> Ishtar», <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> haber visitado el templo y hablado con los médicos y sacerdotes<br />

<strong>de</strong> la Torre, recibí un recado diciéndome que el rey me esperaba.<br />

Kaptah se inquietó, según su costumbre, y me dijo:<br />

-No vayas; huyamos más bien juntos, porque <strong>de</strong> un rey no pue<strong>de</strong><br />

esperarse nada bueno.<br />

Pero yo le respondí:<br />

-¡Idiota! ¿Has olvidado acaso que tenemos nuestro escarabajo? Y<br />

él dijo:<br />

-El escarabajo es un escarabajo y no lo he olvidado en absoluto,<br />

pero es mejor estar seguro <strong>de</strong> las cosas y no hay que abusar <strong>de</strong> la<br />

paciencia <strong>de</strong> nuestro amuleto. Si, <strong>de</strong> todos modos, estás firmemente<br />

<strong>de</strong>cidido a ir a palacio, te acompañaré para que muramos juntos. En<br />

efecto, si alguna vez regresamos a Egipto quisiera po<strong>de</strong>r contar que<br />

me he postrado ante el rey <strong>de</strong> Babilonia. Sería tonto no aprovechar<br />

esta casualidad que se ofrece ante mí. Sin embargo, si vamos,<br />

<strong>de</strong>bemos conservar nuestra dignidad y <strong>de</strong>bes exigir que te man<strong>de</strong>n<br />

una litera real, pero no iremos hoy porque es un día nefasto según<br />

las creencias <strong>de</strong>l país; los merca<strong>de</strong>res han cerrado sus tiendas y la<br />

gente reposa en sus casas, porque hoy todo fracasaría, siendo el<br />

séptimo día <strong>de</strong> la semana.<br />

Reflexionando comprendí que Kaptah tenía razón, porque si bien<br />

para un egipcio todos los días son iguales, salvo los que son<br />

proclamados nefastos según las estrellas, era posible que en este<br />

país el séptimo día fuese también nefasto para un egipcio, y era<br />

preferible la seguridad a la incertidumbre. Por esto dije al servidor<br />

<strong>de</strong>l rey:<br />

-Debes pensar seguramente que soy extranjero y loco, puesto que<br />

me invitas a ir a ver al rey en un día como hoy. Pero iré mañana si el<br />

rey me envía una litera, porque no soy hombre <strong>de</strong>spreciable, y no<br />

quiero presentarme ante él con los pies llenos <strong>de</strong> estiércol <strong>de</strong> asno.<br />

Y el servidor dijo:<br />

-Temo, vil egipcio, que tendré que llevarte <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l rey<br />

acariciándote las nalgas con mi lanza.<br />

Pero salió y al día siguiente fue la litera real a buscarme al<br />

«Pabellón <strong>de</strong> Ishtar».<br />

Pero era una litera ordinaria como las que llevaban al palacio a los<br />

merca<strong>de</strong>res <strong>de</strong>seosos <strong>de</strong> mostrar joyas o plumas o monos. Por esto<br />

Kaptab apostrofó a los portadores en estos términos:<br />

-¡Por Seth y todos los <strong>de</strong>monios, que Mardux os azote con su látigo<br />

<strong>de</strong> escorpiones, y marchaos pronto, porque mi<br />

dueño no subirá jamás a esta litera!


Los portadores se marcharon <strong>de</strong>cepcionados y el corredor amenazó<br />

a Kaptah con su bastón, mientras una multitud <strong>de</strong> papanatas se<br />

aglomeraba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l pabellón riendo y gritando:<br />

-Tenemos curiosidad <strong>de</strong> ver a tu dueño, para quien la litera no es<br />

bastante buena.<br />

Pero Kaptah alquiló una litera <strong>de</strong>l albergue, que requería cuarenta<br />

servidores y que era utilizada por los invitados extranjeros en sus<br />

misiones importantes y en la cual se llevaba a los dioses extranjeros a<br />

su llegada a la villa. Y la gente no se rió ya cuando bajé <strong>de</strong> mi<br />

habitación con vestiduras sobre las cuales habían bordado en oro y<br />

plata los dibujos simbólicos <strong>de</strong>l arte <strong>de</strong> la medicina, con mi collarete<br />

resplan<strong>de</strong>ciente <strong>de</strong> oro y piedras preciosas y las ca<strong>de</strong>nas <strong>de</strong> oro<br />

balanceándose en mi cuello y los esclavos <strong>de</strong>l albergue llevando <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> mí cajas <strong>de</strong> ébano y cedro con marquetería <strong>de</strong> marfil que contenían<br />

mis instrumentos y mis remedios. La gente no se reía ya, sino que se<br />

inclinaba profundamente ante mí diciendo:<br />

-Este hombre es ciertamente igual a los dioses menores en su saber.<br />

Sigámosle hasta el palacio.<br />

Así fue como una muchedumbre <strong>de</strong> curiosos siguió hasta el palacio<br />

la litera <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la cual avanzaba Kaptah montado en un asno<br />

blanco y los cascabeles resonaban en sus arneses. No por mí obraba <strong>de</strong><br />

aquella forma, sino por Horemheb, porque me había dado mucho oro<br />

y mis ojos eran sus ojos y mis oídos sus oídos.<br />

Delante <strong>de</strong>l palacio la guardia dispersó a la muchedumbre y<br />

levantaron sus escudos, que formaron una doble hilera <strong>de</strong> oro y plata,<br />

y los leones alados guardaban el camino por el que me llevaban al<br />

palacio. Fui acogido por un anciano cuya barbilla estaba afeitada a la<br />

manera <strong>de</strong> los sabios. Pendientes <strong>de</strong> oro resonaban en sus orejas y sus<br />

mejillas pendían lacias. Dirigiéndome una mirada hostil, me dijo:<br />

-Mi hígado está enfermo por todo el ruido y escándalo que provoca<br />

tu llegada, porque el dueño <strong>de</strong> los cuatro continentes se pregunta ya<br />

cuál es el hombre suficientemente osado para venir cuando le conviene<br />

y no cuando conviene al rey y que tanto ruido arma viniendo.<br />

Y yo le dije:<br />

-Anciano, tus palabras son como un zumbido <strong>de</strong> moscas para mis<br />

oídos, pero te pregunto, sin embargo, quién eres para osar hablarme<br />

en este tono. Y él dijo:<br />

-Soy el médico particular <strong>de</strong>l dueño <strong>de</strong> los cuatro continentes; pero<br />

tú ¿qué embaucador eres que vienes a sonsacar el oro y la plata a<br />

nuestro rey con tus charlatanerías? Debes saber, sin embargo, que si<br />

nuestro rey te da, en su bondad, oro o plata timbrado, tendrás que<br />

darme la mitad.<br />

Y yo le dije:


-Tu hígado me <strong>de</strong>ja indiferente y harías mejor en hablar <strong>de</strong> todo esto<br />

con mi servidor, porque él es el encargado <strong>de</strong><br />

alejar a los importunos y los pedigüeños. Quiero, sin embargo, ser<br />

amigo tuyo, porque eres viejo y tu inteligencia es muy limitada. Por<br />

esto te doy mis brazaletes, para <strong>de</strong>mostrarte que el oro no es más que<br />

polvo para mis pies y no he venido aquí a buscar oro, sino saber.<br />

Le tendí unos brazaletes <strong>de</strong> oro y quedó tan <strong>de</strong>sconcertado que no<br />

supo qué <strong>de</strong>cir. Por esto autorizó también a Kaptah a entrar y nos<br />

condujo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l rey. Burraburiash estaba sentado sobre unos<br />

blandos almohadones en una vasta sala cuyos muros relucían <strong>de</strong><br />

azulejos brillantes. Era un niño mimado y a su lado un cachorro <strong>de</strong><br />

león rugió al vernos entrar. El anciano se arrojó vientre a tierra para<br />

lamer el suelo ante su rey, y Kaptah lo imitó, pero al oír los rugidos <strong>de</strong>l<br />

león se levantó <strong>de</strong> un salto como una rana y aulló <strong>de</strong> miedo, <strong>de</strong> manera<br />

que el rey soltó la carcajada y se echó hacia atrás en sus almohadones<br />

ahogándose <strong>de</strong> risa. Pero Kaptah se enfadó y gritó:<br />

-Llevaos a este animal maldito antes <strong>de</strong> que muerda, porque en mi<br />

vida he visto un monstruo más espantoso y su grito es como el<br />

estruendo <strong>de</strong> los carros <strong>de</strong> guerra en las plazas <strong>de</strong> Tebas cuando los<br />

soldados borrachos regresan a sus cuarteles <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una fiesta.<br />

Se sentó y levantó los brazos en actitud <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa y el león se sentó<br />

también y bostezó; <strong>de</strong>spués cerró las fauces con un ruido parecido al<br />

<strong>de</strong>l cofre <strong>de</strong>l templo al cerrarse sobre el diezmo <strong>de</strong> la viuda.<br />

El rey se reía tanto que las lágrimas corrían por sus mejillas;<br />

<strong>de</strong>spués se acordó <strong>de</strong> su dolor y comenzó a gemir llevándose la mano a<br />

la mejilla, que estaba fuertemente hinchada hasta el punto <strong>de</strong> que uno<br />

<strong>de</strong> los ojos estaba casi cerrado. Frunció el ceño y el anciano se<br />

apresuró a <strong>de</strong>cir;<br />

-He aquí a este egipcio recalcitrante que no ha venido cuando lo<br />

llamabas. Di una palabra y los soldados le reventarán la barriga con<br />

sus lanzas.<br />

Pero el rey le largó un puntapié y dijo:<br />

-Basta ya <strong>de</strong> tonterías; ahora se trata <strong>de</strong> curarme rápidamente,<br />

porque mis dolores son atroces y temo morir. Hace<br />

noches que no duermo y no puedo tomar más que caldos tibios.<br />

Entonces el anciano se lamentó y, golpeando el suelo con su<br />

frente, dijo:<br />

-Oh, dueño <strong>de</strong> los cuatro continentes, lo hemos hecho todo para<br />

curarte y hemos sacrificado mandíbulas y barbillas en el templo<br />

para expulsar el diablo que se ha ocultado en el fondo <strong>de</strong> tu boca;<br />

hemos hecho redoblar el tambor y sonar las trompetas y hemos<br />

danzado con vestiduras rojas para exorcizar al <strong>de</strong>monio, y no hemos<br />

podido hacer nada más para curarte, porque no nos has permitido


tocar tu barbilla sagrada. Y no creo que este cochino extranjero sea<br />

más competente que nosotros.<br />

Pero yo dije:<br />

-Soy Sinuhé el egipcio, el que es solitario, el Hijo <strong>de</strong> Onagro, y no<br />

tengo que examinarte para ver que uno <strong>de</strong> tus<br />

molares ha infectado tu boca, porque no te lo has limpiado o hecho<br />

arrancar, según los consejos <strong>de</strong> tus médicos. Esta es una enfermedad<br />

<strong>de</strong> niños y perezosos, y no digna <strong>de</strong>l dueño <strong>de</strong> los cuatro continentes,<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l cual los pueblos tiemblan y, por lo que veo, el león inclina<br />

la cabeza. Pero sé que tu dolor es gran<strong>de</strong> y por esto quiero ayudarte.<br />

El rey conservaba la mano sobre la mejilla y dijo:<br />

-Tus palabras son osadas, y si estuviese en buena salud te haría<br />

arrancar la lengua <strong>de</strong> la boca <strong>de</strong>svergonzada y<br />

reventar el estómago, pero no es ahora el momento; date prisa en<br />

curarme y mi recompensa será gran<strong>de</strong>. Pero si me haces daño te haré<br />

matar en el acto.<br />

Y yo le dije:<br />

-Que tu voluntad sea hecha. Tengo como protector un dios muy<br />

pequeño, pero muy eficaz, que me ha impedido<br />

venir ayer a verte porque mi visita hubiera sido ineficaz. Pero ahora<br />

veo, sin siquiera examinarte, que tu ineficaz absceso está a punto <strong>de</strong><br />

ser reventado y lo haré en seguida, pero <strong>de</strong>bes saber que los dioses no<br />

pue<strong>de</strong>n evitar el dolor ni aun a un rey. Sin embargo, te aseguro que tu<br />

alivio será tan gran<strong>de</strong> <strong>de</strong>spués que no te acordarás siquiera <strong>de</strong>l dolor y<br />

te prometo que mi mano será tan ligera como sea posible.<br />

El rey vaciló un momento mirándome frunciendo el ceño. Era un<br />

muchacho muy bello, seguro <strong>de</strong> sí mismo y sentí que me agradaba.<br />

Sostuve su mirada y con rabia dijo:<br />

-¡Pronto!<br />

El anciano comenzó a gemir y golpear el suelo con su frente, pero no<br />

me inquieté y le di or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> calentar vino,<br />

don<strong>de</strong> eché un anestésico que hice beber al rey, y al cabo <strong>de</strong> un<br />

instante se mostró alegre y dijo:<br />

-Tengo menos dolor; no te acerques a mí con tus pinzas y tus<br />

cuchillos. Pero mi voluntad era más fuerte que la suya y le hice abrir la<br />

boca manteniendo sólidamente su cabeza bajo mi brazo y pinché el<br />

absceso con un cuchillo purificado a la llama <strong>de</strong>l fuego traído por<br />

Kaptah. No era, en realidad, el fuego sagrado <strong>de</strong> Amón, porque Kaptah<br />

lo había <strong>de</strong>jado apagar por <strong>de</strong>scuido durante el viaje por el río, pero<br />

había vuelto a encen<strong>de</strong>r otro en presencia <strong>de</strong>l escarabajo, y en su<br />

locura lo creía tan po<strong>de</strong>roso como el <strong>de</strong> Amón.<br />

El rey lanzó un grito en cuanto el cuchillo lo tocó y el león se levantó<br />

y agitó la cola con los ojos brillantes. Pero el rey tenía mucho trabajo


en escupir el pus que salía <strong>de</strong>l absceso, y su alivio fue rápido y yo le<br />

ayudaba apretando ligeramente sobre su mejilla. Escupía y lloraba <strong>de</strong><br />

gozo y volvía a escupir, y <strong>de</strong>spués dijo:<br />

-Sinuhé, el egipcio, eres un hombre bendito, aunque me hayas hecho<br />

daño.<br />

Y volvía a escupir. Pero el anciano<br />

dijo:<br />

-Yo hubiera trabajado tan bien y aun mejor que él si me hubieses<br />

permitido tocar tu mandíbula sagrada. Y tu<br />

<strong>de</strong>ntista lo hubiera hecho mejor todavía.<br />

Quedó muy sorprendido cuando contesté en estos términos:<br />

-Este anciano dice verdad, porque lo hubiera hecho tan bien como<br />

yo y tu <strong>de</strong>ntista aún mejor. Pero su voluntad no era tan fuerte como la<br />

mía y por esto no han podido <strong>de</strong>sembarazarte <strong>de</strong> tus dolores. Porque<br />

un médico <strong>de</strong>be atreverse a hacerle daño incluso a un rey si es<br />

necesario, sin temer por sí mismo. Ellos han tenido miedo y yo no,<br />

porque todo me es igual, y si lo <strong>de</strong>seas pue<strong>de</strong>s or<strong>de</strong>nar a tus guardias<br />

que me revienten el estómago porque te he curado.<br />

El rey escupía sosteniéndose la mejilla y volvía a escupir, y su<br />

mejilla no le hacía daño ya, y dijo:<br />

-No he oído nunca a nadie hablar como tú, Sinuhé. Si lo que dices es<br />

verdad, no vale la pena hacerte reventar el estómago por mis soldados,<br />

porque, si no te contraría, ¿<strong>de</strong> que habría <strong>de</strong> servirme? En verdad me<br />

has procurado un gran alivio y por eso te perdono tu <strong>de</strong>sfachatez y<br />

perdono también a tu servidor, pese a que ha visto mi cabeza bajo tu<br />

brazo y oído mis gritos. Pero lo perdono porque me ha hecho reír por<br />

primera vez <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace mucho tiempo con su cómico salto.<br />

Y dijo a Kaptah:<br />

-Vuelve a hacerlo.<br />

Pero Kaptah dijo con <strong>de</strong>sprecio:<br />

-Está por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> mi dignidad.<br />

Burraburiash sonrió y dijo:<br />

-Lo vamos a ver.<br />

Llamó al león, que se levantó <strong>de</strong>sperezándose hasta hacer gruñir sus<br />

articulaciones y miró a su dueño con ojos inteligentes. El rey le mostró<br />

a Kaptah y el león se dirigió lentamente hacia él, balanceando la cola, y<br />

Kaptah retrocedía <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él, como fascinado. Entonces,<br />

súbitamente, el león lanzó un rugido sordo y Kaptah dio media vuelta<br />

y, agarrándose a la cortina, trepó por el montante <strong>de</strong> la puerta<br />

lanzando gritos, mientras el león trataba <strong>de</strong> alcanzarlo con la pata. El<br />

rey se reía a gusto y dijo:<br />

-No he visto nunca nada tan gracioso.<br />

El león se sentó lamiéndose el hocico, mientras Kaptah se agarraba a<br />

los montantes <strong>de</strong> la puerta, angustiado. Pero el rey pidió <strong>de</strong> comer y<br />

beber diciendo:<br />

-Tengo hambre.<br />

Entonces el anciano lloró <strong>de</strong> júbilo porque el rey estaba curado, y le<br />

trajeron numerosos manjares en fuentes <strong>de</strong> plata grabadas y vino en<br />

copas <strong>de</strong> oro y dijo:<br />

-Regálate conmigo, Sinuhé, aunque sea contrario a la etiqueta, pero<br />

hoy olvido mi dignidad porque has tenido mi cabeza bajo tu brazo y<br />

me has metido los <strong>de</strong>dos en la boca.<br />

Así fue como comí y bebí con el rey, y le dije:<br />

-Tus dolores han <strong>de</strong>saparecido, pero seguramente volverás a<br />

tenerlos si no te haces arrancar la muela que los causa. Por eso <strong>de</strong>bes<br />

or<strong>de</strong>nar a tu <strong>de</strong>ntista que te la arranque así haya <strong>de</strong>saparecido la<br />

hinchazón <strong>de</strong> tu mejilla. El rey se ensombreció y dijo con impaciencia:<br />

-Tus palabras son malvadas y <strong>de</strong>struyes mi alegría, extranjero<br />

estúpido.<br />

-Pero al cabo <strong>de</strong> un instante dijo-: Acaso tengas razón, porque estos<br />

dolores vuelven cada otoño y cada primavera, cuando tengo los pies<br />

mojados, y son tan violentos que quisiera morirme. Pero si es


necesario serás tú quien me operarás, pues no quiero volver a mi<br />

<strong>de</strong>ntista, que tanto me ha torturado para nada.<br />

Yo le dije:<br />

-Tus palabras me revelan que durante tu infancia has bebido más<br />

vino que leche, y las cosas dulces no te convienen, porque en esta villa<br />

las preparan con jarabe <strong>de</strong> dátiles, que estropea los dientes, mientras<br />

en Egipto se utiliza la miel que los pequeños pajarillos recogen para el<br />

hombre. Por esto, a partir <strong>de</strong> ahora, come solamente las cosas dulces<br />

que vienen por el puerto y bebe leche cada mañana al <strong>de</strong>spertar.<br />

Y él dijo:<br />

-Eres ciertamente bromista, Sinuhé, porque no he oído nunca <strong>de</strong>cir<br />

que los pajarillos recogiesen cosas dulces para los hombres.<br />

Pero yo le respondí:<br />

-Mi suerte es adversa, porque en mi país la gente me tratará <strong>de</strong><br />

mentiroso cuando les cuente que aquí he visto pájaros que viven con<br />

los hombres y les ponen un huevo cada mañana, enriqueciendo así a<br />

los propietarios. En estas condiciones es mejor para mí no contar<br />

nada, si no, per<strong>de</strong>ría mi reputación y me tratarían <strong>de</strong> embustero.<br />

Pero él protestó con energía e insistió en que siguiese hablando<br />

porque nadie hasta entonces se había expresado<br />

como yo en su presencia.<br />

Y entonces le dije, seriamente:<br />

-No quiero arrancarte esta muela, pero tu <strong>de</strong>ntista lo hará, porque es<br />

muy hábil y no quisiera provocar su rencor.<br />

Pero yo podré estar a tu lado y tenerte la mano durante la operación.<br />

Así disminuiré tus dolores con todo mi po<strong>de</strong>r, con los medios que he<br />

aprendido en mi patria y en otros paises. Fijemos esta operación para<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> quince días, porque es conveniente que la fecha sea fijada <strong>de</strong><br />

antemano a fin <strong>de</strong> que no cambies <strong>de</strong> opinión. Tu encía estará<br />

entonces curada y hasta entonces te lavarás la boca cada día con un<br />

remedio que voy a darte, pese a que tenga un gusto un poco amargo.<br />

Adoptó un aire contrariado y dijo:<br />

-¿Y si me niego?<br />

Yo le dije:<br />

-Debes darme tu real palabra <strong>de</strong> que seguirás mis prescripciones y el<br />

dueño <strong>de</strong> los cuatro continentes no faltará a ella. Si aceptas, te<br />

divertiré cambiando el agua en sangre en tu presencia y te enseñaré el<br />

procedimiento para que puedas asombrar a tus súbditos. Pero <strong>de</strong>bes<br />

prometerme no comunicar el secreto a nadie, porque es un secreto<br />

sagrado <strong>de</strong> los sacerdotes <strong>de</strong> Amón, y yo lo sé porque soy sacerdote <strong>de</strong><br />

primer grado, y sólo te lo revelo porque eres rey.<br />

A estas palabras Kaptah comenzó a lamentarse en voz plañi<strong>de</strong>ra<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> la puerta.<br />

-Llevaos esta bestia maldita o bajo y la mato, porque mis manos<br />

están entumecidas y me duele el trasero <strong>de</strong> estar en esta postura tan<br />

poco conveniente para mi dignidad. Verda<strong>de</strong>ramente voy a bajar y<br />

retorcer el pescuezo a este animal si no se lo llevan.<br />

Burraburiash comenzó a reírse a gusto al oír estas amenazas y fingió<br />

tomarlas en serio y dijo:<br />

-Sería lástima que matases a mi león, porque ha crecido bajo mis<br />

ojos y es mi amigo. Por esto voy a llamarlo a fin <strong>de</strong> que no cometas<br />

ningún <strong>de</strong>safuero en mi palacio.<br />

Llamó al león y Kaptah bajó agarrándose a la cortina y se frotó sus<br />

miembros entumecidos lanzando miradas <strong>de</strong> odio al león, tanto, que el<br />

rey se reía golpeándose los muslos.


-Verda<strong>de</strong>ramente -dijo-, no he visto nunca un hombre tan gracioso.<br />

Vén<strong>de</strong>melo y te haré rico.<br />

Pero yo no quería ven<strong>de</strong>r a Kaptah y el rey no insistió y nos<br />

separamos como buenos amigos cuando comenzó a cabecear y sus ojos<br />

se cerraron, porque el sueño reclamaba sus <strong>de</strong>rechos en vista <strong>de</strong> que<br />

los dolores le habían impedido dormir durante muchas noches.<br />

El anciano me acompañó y me dijo:<br />

-He comprobado por tu conducta y tus palabras que no eres un<br />

granuja, sino un hábil médico que conoce su oficio. Admiro, sin<br />

embargo, la valentía con que has hablado al dueño <strong>de</strong> los cuatro<br />

continentes, porque si uno <strong>de</strong> sus médicos se hubiese atrevido a<br />

hacerlo reposaría ya en una jarra <strong>de</strong> arcilla al lado <strong>de</strong> sus antepasados.<br />

-Será conveniente que dispongamos juntos lo que será necesario<br />

hacer <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> quince días, porque será un mal día y convendría<br />

sacrificar anticipadamente a todos los dioses propicios -le dije.<br />

Mis palabras le gustaron porque era piadoso y convinimos en<br />

encontrarnos en el templo para hacer sacrificios y tener una consulta<br />

sobre las muelas <strong>de</strong>l rey. Pero antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarme marchar ofreció una<br />

colación a los servidores que me habían traído, y comieron y bebieron<br />

cantando mis alabanzas. Al volver al albergue, cantaban a voz en grito<br />

y la muchedumbre nos seguía y mi nombre fue célebre <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces<br />

en toda Babilonia. Pero Kaptah iba montado con aire contrariado en<br />

su asno blanco y no me dirigió la palabra porque su dignidad estaba<br />

ofendida.<br />

Al cabo <strong>de</strong> dos semanas encontré en la torre <strong>de</strong> Marduk a los<br />

médicos reales y sacrificamos juntos un cor<strong>de</strong>ro, <strong>de</strong>l que los médicos<br />

examinaron el hígado para leer los presagios, porque en Babilonia los<br />

sacerdotes leen en el hígado <strong>de</strong> las víctimas y hallan en él cosas que la<br />

<strong>de</strong>más gente ignora. Dijeron que el rey se enojaría con nosotros, pero<br />

que nadie per<strong>de</strong>ría la vida ni recibiría herida alguna grave. Pero<br />

teníamos que tener cuidado con las uñas <strong>de</strong>l rey durante la<br />

operación. Los astrólogos leyeron también en el Libro <strong>de</strong>l Cielo para<br />

saber si el día elegido era el más apropiado. Nos dijeron que era<br />

propicio, pero que hubiéramos podido escoger uno mejor todavía.<br />

A<strong>de</strong>más, los sacerdotes vertieron aceite sobre el agua, pero no<br />

leyeron nada <strong>de</strong> particular. A nuestra salida <strong>de</strong>l templo, un águila<br />

voló sobre nosotros llevando en sus garras una cabeza humana cogida<br />

en las murallas y los sacerdotes vieron, con gran sorpresa por mi<br />

parte, un presagio sumamente favorable para nosotros.<br />

3


Siguiendo el consejo dado por el hígado, echamos <strong>de</strong> la estancia a<br />

los guardias armados, y el león no fue admitido tampoco en la sala,<br />

porque el rey hubiera podido, en su cólera, lanzarlo sobre nosotros<br />

para que nos <strong>de</strong>vorase, como lo había ya hecho según <strong>de</strong>cían los<br />

médicos. Pero el rey estaba lleno <strong>de</strong> valor al entrar, había bebido vino<br />

para alegrarse el hígado, como se <strong>de</strong>cía en Babilonia. Pero al ver el<br />

sillón <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ntista que se había llevado a la estancia, se puso pálido y<br />

dijo que tenía importantes asuntos <strong>de</strong> Estado que resolver, pero que<br />

los había olvidado bebiendo vino.<br />

Quiso retirarse, pero mientras los <strong>de</strong>más médicos se postraban<br />

ante él lamiendo el suelo, yo lo cogí por la mano y le dije que todo<br />

terminaría pronto si tenía valor. Or<strong>de</strong>né a los médicos que se lavasen<br />

y yo purifiqué al fuego <strong>de</strong>l escarabajo los instrumentos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ntista y<br />

unté las encías <strong>de</strong>l rey con un anestésico, pero me dijo que cesase<br />

porque sentía la mejilla como ma<strong>de</strong>ra y no podía mover la lengua.<br />

Entonces nos sentamos sobre la silla y sujetamos la cabeza <strong>de</strong>l rey y<br />

le metimos una mordaza en la boca para que no la pudiese cerrar. Yo<br />

lo sujetaba por las manos y lo animaba y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber evocado a<br />

todos los dioses <strong>de</strong> Babilonia, el <strong>de</strong>ntista introdujo las pinzas en la<br />

boca y arrancó la muela con tanta habilidad que jamás hasta entonces<br />

había visto una extracción tan rápidamente hecha. Pero el rey lanzó<br />

unos gritos horribles, y el león comenzó a rugir <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la puerta,<br />

lanzándose contra ella y arañándola con sus garras.<br />

Fue un momento terrible, porque el rey comenzó a escupir sangre y<br />

a gritar y las lágrimas le corrían por los ojos. Cuando hubo terminado<br />

<strong>de</strong> escupir llamó a los guardas para que nos matasen y llamó también<br />

al león, <strong>de</strong>rribó el fuego sagrado y golpeó a los médicos, pero yo le<br />

cogí el bastón y le dije que se enjuagase la boca. Así lo hizo; los<br />

médicos permanecían echados sobre el vientre <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él,<br />

temblorosos, y el <strong>de</strong>ntista creyó llegada su última hora. Pero el rey se<br />

calmó y bebió vino torciendo la boca, y me pidió que lo divirtiese<br />

como le había prometido.<br />

Pasamos a la gran sala <strong>de</strong> fiestas, porque aquella don<strong>de</strong> estábamos<br />

no le gustaba ya <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la operación, y la hizo cerrar para siempre<br />

y la llamó la cámara maldita. Yo vertí agua en un vaso y la hice probar<br />

al rey y a los médicos, y todos dijeron que, en efecto, era agua<br />

corriente. Entonces transvasé el agua lentamente y a medida que caía<br />

en el otro vaso se iba convirtiendo en sangre, <strong>de</strong> manera que el rey y<br />

los médicos lanzaron gritos <strong>de</strong> asombro y se asustaron.<br />

Hice traer por Kaptah una caja conteniendo un cocodrilo, porque<br />

todos los juguetes fabricados en Babilonia son <strong>de</strong> arcilla e ingeniosos,<br />

pero al recordar el cocodrilo <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra con el que había jugado<br />

durante mi infancia, había encargado a un hábil artesano prepararme


uno parecido según mis indicaciones. Era <strong>de</strong> cedro y plata, pintado y<br />

adornado <strong>de</strong> manera que parecía un cocodrilo verda<strong>de</strong>ro. Lo saqué <strong>de</strong><br />

la caja y, tirando <strong>de</strong> él, me seguía moviendo las patas y abriendo las<br />

fauces como buscando una presa. Se lo regalé al rey, que estuvo<br />

encantado, porque en sus ríos no había cocodrilos. Arrastrando el<br />

cocodrilo por el suelo olvidó sus dolores recientes y los médicos me<br />

miraron sonriendo con alegría.<br />

Entonces el rey dio a los médicos ricos regalos y el <strong>de</strong>ntista fue rico<br />

en lo sucesivo y todos se marcharon. Pero me hizo quedar para que le<br />

explicase el misterio <strong>de</strong>l agua, y se lo enseñé dándole unos polvos que<br />

se mezclan con el agua antes <strong>de</strong> que el milagro se produzca. El truco<br />

es muy sencillo, como saben todos los que lo conocen. Pero todo gran<br />

arte es sencillo, y el rey quedó muy sorprendido y me felicitó. No paró<br />

hasta que hubo convocado a los gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la Corte y al pueblo en el<br />

jardín <strong>de</strong>l palacio, y <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> todos cambió en sangre el agua <strong>de</strong> un<br />

estanque; todo el mundo lanzaba gritos <strong>de</strong> horror y se postró <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong>l rey, que estaba encantado.<br />

No pensaba ya en su muela y me dijo:<br />

-Sinuhé el egipcio, me has curado <strong>de</strong> un mal muy penoso y me has<br />

divertido el hígado. Pue<strong>de</strong>s pedirme lo que<br />

quieras y te lo daré, porque también yo quiero divertirte el hígado.<br />

Y entonces yo le dije:<br />

-¡Oh, rey Burraburiash, señor <strong>de</strong> los cuatro continentes! Como<br />

médico he tenido tu cabeza bajo mi brazo y he<br />

estrechado tus manos mientras aullabas <strong>de</strong> dolor, y no es justo que yo,<br />

un extranjero, guar<strong>de</strong> un tal recuerdo <strong>de</strong>l rey <strong>de</strong> Babilonia cuando<br />

regrese a mi país para relatar lo que he visto. Por eso <strong>de</strong>seo que me<br />

hagas temblar como hombre mostrándome toda tu fuerza y que,<br />

poniéndote la barba en el mentón, ciñas tu cintura y hagas <strong>de</strong>sfilar<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ti a tus soldados a fin <strong>de</strong> que vea tu po<strong>de</strong>río y pueda<br />

postrarme humil<strong>de</strong>mente ante tu majestad y besar el suelo que<br />

pisas. Esto es lo que te pido y nada más. Mi petición le fue grata<br />

porque dijo:<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente, jamás nadie me ha hablado como tú, Sinuhé. Por<br />

esto escucharé tu ruego, bien que sea enojoso para mí, porque tengo<br />

que permanecer sentado un día en mi trono dorado y mis ojos se<br />

cansan y comienzo a bostezar. Pero así sea, puesto que tú lo <strong>de</strong>seas.<br />

Mandó un emisario a cada provincia para convocar las tropas y se<br />

fijó el día <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sfile.<br />

Este tuvo efecto cerca <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> Ishtar y el rey estaba sentado<br />

en el trono dorado con el león a sus pies y los nobles le ro<strong>de</strong>aban con<br />

sus armas, <strong>de</strong> manera que parecía una nube <strong>de</strong> oro, plata y púrpura.<br />

Pero abajo, en una ancha avenida, el ejército <strong>de</strong>sfilaba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él,


los lanceros y los arqueros en un frente <strong>de</strong> sesenta hombres, y los<br />

carros <strong>de</strong> guerra formados <strong>de</strong> seis en fondo y transcurrió todo el día<br />

antes <strong>de</strong> que todos los hombres hubiesen <strong>de</strong>sfilado. Las ruedas <strong>de</strong> los<br />

carros <strong>de</strong> guerra rugían como estruendo <strong>de</strong> mar durante la tormenta,<br />

<strong>de</strong> manera que la cabeza me daba vueltas y mis piernas temblaban<br />

contemplando aquel espectáculo.<br />

Pero le dije a Kaptah:<br />

-No basta po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>cir que los ejércitos <strong>de</strong> Babilonia son numerosos<br />

como las arenas <strong>de</strong>l mar y las estrellas <strong>de</strong>l<br />

cielo. Necesitamos saber el número.<br />

Pero Kaptah murmuró:<br />

-Es imposible, porque no existen en el mundo cifras suficientes.<br />

Los conté, sin embargo, y llegué a encontrar que la Infantería era<br />

sesenta veces sesenta veces sesenta, y los carros<br />

<strong>de</strong> guerra sesenta veces sesenta, porque sesenta es un número sagrado<br />

en Babilonia y los <strong>de</strong>más números sagrados son cinco, siete y doce,<br />

pero no sé por qué, pese a que los sacerdotes me lo hayan explicado,<br />

porqué no entendí una palabra <strong>de</strong> sus explicaciones.<br />

Vi también que las ro<strong>de</strong>las <strong>de</strong> los guardas <strong>de</strong> corps brillaban <strong>de</strong> oro y<br />

plata y sus armas eran doradas y plateadas y sus rostros relucían <strong>de</strong><br />

aceite y estaban tan gordos que se ahogaban al pasar corriendo <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong>l rey, como un rebaño <strong>de</strong> bueyes cebados. Pero su número era<br />

pequeño, y las tropas venidas <strong>de</strong> las provincias eran bronceadas y<br />

sucias y apestaban a orines. Muchos no llevaban lanza porque la or<strong>de</strong>n<br />

<strong>de</strong>l rey los había sorprendido, y las moscas habían roído sus párpados,<br />

<strong>de</strong> manera que yo me <strong>de</strong>cía que los ejércitos son los mismos en todos<br />

los países. Observé también que los carros <strong>de</strong> guerra eran viejos y<br />

<strong>de</strong>startalados y algunos habían perdido sus ruedas durante el <strong>de</strong>sfile y<br />

las hoces fijadas en los ejes estaban cubiertas <strong>de</strong> moho.<br />

El rey me mandó llamar y me preguntó sonriendo: ¿Has<br />

visto mi po<strong>de</strong>río, Sinuhé?<br />

Yo me postré <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él y besé el suelo a sus pies, respondiendo:<br />

-En verdad que no existe rey más po<strong>de</strong>roso que tú y con justeza te<br />

llaman el dueño <strong>de</strong> los cuatro continentes. Mis ojos están cansados <strong>de</strong><br />

girar en mi cabeza y mis miembros están paralizados por el miedo,<br />

porque el número <strong>de</strong> tus soldados es como la arena <strong>de</strong>l mar o las<br />

estrellas <strong>de</strong>l cielo. Sonrió con satisfacción y dijo:<br />

-Has conseguido lo que <strong>de</strong>seabas, Sinuhé, pero hubieras podido<br />

creerme con menos gasto, porque mis consejeros están muy<br />

enfadados, porque este capricho me costará los impuestos <strong>de</strong> una<br />

provincia durante un año, porque hay que alimentar a los soldados y<br />

esta noche cometerán violencias y armarán escándalos en la villa<br />

según la costumbre <strong>de</strong> los soldados, y durante un mes los caminos no


serán seguros a causa <strong>de</strong> ellos, tanto que me parece que no repetiré<br />

nunca más este <strong>de</strong>sfile. Mi augusto trasero está dolorido por haber<br />

pasado todo el día sentado en mi trono dorado y los ojos me duelen.<br />

Bebamos, pues, vino y regocijémonos <strong>de</strong> esta jornada agotadora,<br />

porque tengo muchas cosas que preguntarte.<br />

Bebí vino con él y me hizo una serie <strong>de</strong> preguntas, como lo hacen los<br />

niños y los adolescentes que no han visto mucho todavía. Pero mis<br />

respuestas le gustaron y para terminar me dijo:<br />

-¿Tiene alguna hija tu faraón? Porque <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo lo que me has<br />

contado <strong>de</strong> Egipto he <strong>de</strong>cidido pedir la mano <strong>de</strong> una hija <strong>de</strong>l faraón.<br />

Cierto es que tengo ya en el gineceo cuatrocientas mujeres y que es<br />

suficiente para mí, porque no puedo ver más que una por día, y sería<br />

muy enojoso que no fueran todas diferentes, pero mi dignidad<br />

aumentaría si entre mis esposas contase una hija <strong>de</strong>l faraón, y los<br />

pueblos sobre los que reino me honrarían todavía más.<br />

Levanté el brazo en signo <strong>de</strong> reprobación y respondí:<br />

-Burrraburiash, tú no sabes lo que dices, porque jamás, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que el<br />

mundo es mundo, una hija <strong>de</strong>l faraón se ha unido a un extranjero,<br />

porque <strong>de</strong>ben casarse con sus hermanos, y si no los tienen<br />

permanecen solteras para siempre y se hacen sacerdotisas. Por esto<br />

tus palabras son una blasfemia contra los dioses <strong>de</strong> Egipto, pero te lo<br />

perdono porque no sabes lo que dices.<br />

Frunció el ceño y con aire contrariado dijo:<br />

-¿Quién eres tú para perdonarme? ¿No vale mi sangre acaso la <strong>de</strong><br />

los faraones?<br />

-He visto correr tu sangre y la <strong>de</strong>l faraón y confieso que no he<br />

notado diferencia entre ellas. Pero no <strong>de</strong>bes olvidar que el faraón está<br />

casado hace poco y no sé si tiene ya alguna hija.<br />

-Soy todavía joven y puedo esperar -dijo Burraburiash, lanzándome<br />

una mirada <strong>de</strong> picardía, porque era el rey <strong>de</strong> un pueblo <strong>de</strong> merca<strong>de</strong>res.<br />

A<strong>de</strong>más, si el faraón no tiene ninguna hija o no quiere dármela si la<br />

tiene, le basta mandarme cualquier dama egipcia noble para que yo<br />

pueda <strong>de</strong>cir que es la hija <strong>de</strong>l faraón. Porque aquí nadie pondrá en<br />

duda mis palabras y el faraón no pier<strong>de</strong> nada con ello. Pero si se niega<br />

mandaré mis tropas a buscar una hija <strong>de</strong>l faraón, porque soy muy<br />

obstinado y no abandono nunca mis proyectos.<br />

Sus palabras me inquietaron y le dije que una guerra costaría<br />

muchísimo y complicaría el comercio mundial, lo cual le traería más<br />

perjuicios que a Egipto. Le dije también:<br />

-Será mejor que tus enviados te notifiquen el nacimiento <strong>de</strong> una hija<br />

<strong>de</strong>l faraón. Entonces podrás dirigir una tablilla <strong>de</strong> arcilla al faraón y, si


se digna acce<strong>de</strong>r a tu <strong>de</strong>manda, te mandará a su hija y no te engañará,<br />

porque tiene un nuevo dios po<strong>de</strong>roso con el cual vive en la verdad.<br />

Pero Burraburiash se hizo el sordo y dijo:<br />

-No quiero saber nada <strong>de</strong> este dios y me extraña que tu faraón le<br />

haya elegido, porque todo el mundo sabe que la verdad a veces<br />

perjudica y empobrece. Cierto es que adoro a todos los dioses, incluso<br />

los que no conozco, porque vale más estar seguro y es la costumbre,<br />

pero un dios como éste no quiero conocerlo más que <strong>de</strong> lejos. -Y<br />

añadió-: El vino que anima y alegra mi hígado, y tus palabras sobre las<br />

hijas <strong>de</strong>l faraón y su belleza me han excitado, <strong>de</strong> manera que voy a<br />

retirarme a mi gineceo. Acompáñame, pues en tu calidad <strong>de</strong> médico<br />

pue<strong>de</strong>s entrar, y como te lo he dicho, tengo abundancia <strong>de</strong> mujeres y<br />

no me enojaré si eliges una para divertirte con ella con tal <strong>de</strong> que no<br />

tengas un hijo con ella, porque esto trae muchas complicaciones.<br />

Tengo también curiosidad <strong>de</strong> ver cómo hace el amor un egipcio,<br />

porque cada pueblo tiene sus costumbres, y no me creerías si te<br />

contase las extrañas maneras que emplean aquellas <strong>de</strong> mis mujeres<br />

que vienen <strong>de</strong> lejanos países.<br />

Se negó a escuchar mis protestas y me llevó a la fuerza al harén,<br />

don<strong>de</strong> me mostró las <strong>de</strong>coraciones murales <strong>de</strong> azulejos relucientes en<br />

los que hombres y mujeres hacían el amor <strong>de</strong> todas las maneras. Me<br />

hizo ver también algunas <strong>de</strong> sus esposas, que iban ricamente vestidas y<br />

cubiertas <strong>de</strong> joyas y las había <strong>de</strong> todos los países conocidos y <strong>de</strong><br />

pueblos bárbaros que los merca<strong>de</strong>res le habían llevado. Charlaban<br />

entre ellas en toda clase <strong>de</strong> lenguas y parecían una bandada <strong>de</strong> moscas.<br />

Bailaron <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l rey <strong>de</strong>scubriendo su vientre y rivalizando en<br />

ingeniosidad para ganar sus favores. No cesaba <strong>de</strong> invitarme a elegir<br />

una que fuese <strong>de</strong> mi gusto y finalmente le dije que me había prometido<br />

a mí mismo abstenerme <strong>de</strong> tocar mujeres mientras tuviese enfermos<br />

que cuidar. Y habiendo prometido operar al día siguiente a uno <strong>de</strong> sus<br />

nobles que tenía una adherencia en los testículos, no podía tocar<br />

mujer. El rey me creyó y me <strong>de</strong>jó marchar, pero las mujeres quedaron<br />

<strong>de</strong>soladas y me lo <strong>de</strong>mostraron con gestos y palabras <strong>de</strong> reproche.<br />

Porque aparte los eunucos <strong>de</strong>l rey, no habían visto nunca un hombre<br />

completo en el gineceo, y el rey era joven e imberbe y <strong>de</strong> constitución<br />

débil.<br />

Pero antes <strong>de</strong> mi marcha, él me dijo aún:<br />

-Los ríos se han <strong>de</strong>sbordado y ha llegado la primavera. Por esto los<br />

sacerdotes han fijado la fiesta <strong>de</strong> la primavera y la <strong>de</strong>l falso rey a<br />

treinta días a partir <strong>de</strong> hoy. Para esta fiesta te he preparado una<br />

sorpresa que, espero, te gustará mucho y creo hallar diversión en ello


yo también, pero no quiero <strong>de</strong>cirte lo que será para no estropear mi<br />

ilusión.<br />

Por esto me marché lleno <strong>de</strong> sombríos presentimientos, porque<br />

temía que lo que era capaz <strong>de</strong> divertir al rey Burraburiash no fuese en<br />

absoluto divertido para mí. En este punto, por una sola vez, Kaptah<br />

fue <strong>de</strong> mi opinión.<br />

Los médicos <strong>de</strong>l rey no sabían cómo testimoniarme su<br />

reconocimiento, pues gracias a mí no habían incurrido en la cólera<br />

real, sino recibido gran<strong>de</strong>s regalos y los había <strong>de</strong>fendido <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l<br />

soberano encomiando su saber. Yo lo había hecho <strong>de</strong> corazón, pues<br />

eran hábiles en su ramo, yo tenía mucho que apren<strong>de</strong>r <strong>de</strong> ellos y no<br />

me ocultaban ninguno <strong>de</strong> sus métodos. Lo que me interesó sobre todo<br />

fue la manera <strong>de</strong> extraer el jugo <strong>de</strong> los granos <strong>de</strong> la adormi<strong>de</strong>ra para<br />

preparar medicamentos que dan un buen sueño, la pérdida <strong>de</strong>l<br />

conocimiento o la muerte, según la dosis. Muchas personas <strong>de</strong><br />

Babilonia utilizaban este remedio con o sin vino y <strong>de</strong>cían que les<br />

procuraba un gran goce. Los sacerdotes recurrían también a él para<br />

sus predicciones. Por esto se cultivaba mucho la adormi<strong>de</strong>ra en<br />

Babilonia, y los campos con las flores multicolores eran extraños y<br />

terribles <strong>de</strong> ver a causa <strong>de</strong> la abundancia <strong>de</strong> colores, y los llamaban<br />

los campos <strong>de</strong> los dioses, porque eran propiedad <strong>de</strong> la Torre y el<br />

Pórtico.<br />

Los sacerdotes trataban también por procedimientos secretos los<br />

granos <strong>de</strong> cáñamo y extraían <strong>de</strong> él una medicina que volvía a los<br />

hombres insensibles al dolor y a la muerte, y si se tomaba a menudo y<br />

con exageración, no se <strong>de</strong>seaba a las mujeres y se gozaba <strong>de</strong> una<br />

beatitud celeste con las fantásticas mujeres que el sueño provocado<br />

por la droga arrojaba en sus brazos. Así fue como adquirí muchos<br />

conocimientos durante mi estancia en Babilonia, pero admiré sobre<br />

todo la habilidad <strong>de</strong> los sacerdotes para confeccionar, con cristal<br />

claro como el cristal <strong>de</strong> montaña, unos instrumentos que aumentaban<br />

el tamaño <strong>de</strong> los objetos si se miraba a través <strong>de</strong>l vidrio mágico. Me<br />

negaría a creerlo si no hubiese tenido en mis manos uno <strong>de</strong> estos<br />

cristales, pero no sé por qué este cristal poseía aquella facultad ni los<br />

sacerdotes supieron explicármelo, ni creo que nadie fuese capaz <strong>de</strong><br />

hacerlo. Pero los nobles y los gran<strong>de</strong>s utilizaban estos cristales<br />

cuando su vista había menguado.<br />

4


Pero lo que era más extraño todavía era que cuando el sol<br />

atravesaba estos cristales, sus rayos podían inflamar el estiércol seco<br />

o las hojas <strong>de</strong>smenuzadas, <strong>de</strong> modo que se podía encen<strong>de</strong>r fuego sin<br />

frotamiento. Creo que, <strong>de</strong>bido a estos cristales, los hechiceros<br />

babilonios son más fuertes que los <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más países y yo respetaba<br />

profundamente a sus sacerdotes. Estos cristales son caros y valen<br />

varias veces su peso en oro, pero viendo cómo me interesaban, el<br />

<strong>de</strong>ntista <strong>de</strong>l rey me regaló uno.<br />

Pero para saber mejor lo que ocurre hay que leer el libro luminoso<br />

<strong>de</strong>l cielo durante las noches. Yo no intenté siquiera apren<strong>de</strong>r los<br />

rudimentos <strong>de</strong> esta escritura porque hubiera necesitado años y<br />

décadas, y los astrólogos eran viejos <strong>de</strong> barba blanca con los ojos<br />

gastados <strong>de</strong> tanto examinar las estrellas y, no obstante, no <strong>de</strong>jaban<br />

nunca <strong>de</strong> pelearse entre ellos y no eran nunca <strong>de</strong> la misma opinión<br />

sobre la importancia <strong>de</strong> las posiciones astrales, <strong>de</strong> manera que juzgué<br />

este estudio inútil. Pero por los sacerdotes aprendí que lo que ocurre<br />

en la tierra ocurre también en el cielo y que no hay cosa pequeña que<br />

no pueda leerse en las estrellas por a<strong>de</strong>lantado, a condición <strong>de</strong> que se<br />

esté al corriente <strong>de</strong> la escritura astral. Esta doctrina me pareció<br />

mucho más digna <strong>de</strong> fe que muchas otras sobre los hombres y los<br />

dioses, y facilita la vida, puesto que enseña a los hombres a<br />

compren<strong>de</strong>r que todo ocurre según una ley inflexible y que nadie<br />

pue<strong>de</strong> modificar su <strong>de</strong>stino, porque, ¿quién podría modificar la<br />

posición <strong>de</strong> los astros y fijar sus movimientos? Si se reflexiona bien,<br />

esta doctrina es la más lógica y natural <strong>de</strong> todas y correspon<strong>de</strong> a la<br />

creencia <strong>de</strong>l corazón humano, aun cuando los babilonios hablan <strong>de</strong>l<br />

hígado cuando los egipcios hablan <strong>de</strong>l corazón, pero esta diferencia<br />

no es más que cuestión <strong>de</strong> palabras.<br />

Estudié también el hígado <strong>de</strong> los cor<strong>de</strong>ros y tomé nota asimismo <strong>de</strong><br />

los informes que me dieron los sacerdotes <strong>de</strong> Marduk sobre el vuelo<br />

<strong>de</strong> los pájaros, a fin <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r sacar <strong>de</strong> ellos las enseñanzas durante<br />

mis viajes. Consagré también mucho tiempo a hacerles verter aceite<br />

sobre el agua y explicarme las imágenes que se formaban en la<br />

superficie, pero este arte me inspiró menos confianza, porque los<br />

dibujos eran siempre diferentes y para explicarlos no era necesaria<br />

mucha ciencia, sino especialmente mucha ligereza <strong>de</strong> lengua.<br />

Pero antes <strong>de</strong> hablar <strong>de</strong> la fiesta <strong>de</strong> la primavera en Babilonia y <strong>de</strong><br />

la jornada <strong>de</strong>l falso rey, tengo que relatar un inci<strong>de</strong>nte extraordinario<br />

relacionado con mi nacimiento. En efecto, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />

estudiado el hígado <strong>de</strong> un cor<strong>de</strong>ro y las manchas <strong>de</strong> aceite sobre el<br />

agua, los sacerdotes me dijeron:


-Un espantoso secreto está relacionado con tu nacimiento y no lo<br />

po<strong>de</strong>mos explicar, porque resulta que no solamente no eres egipcio<br />

como crees, sino que eres extranjero en todo el mundo.<br />

Entonces les referí cómo me habían recogido en la orilla. Los<br />

sacerdotes se miraron e inclinándose <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí dijeron:<br />

-Así lo creíamos.<br />

Y me contaron que su gran rey Sargón, que había sometido los<br />

cuatro continentes y reinado incluso sobre las islas <strong>de</strong>l mar, había<br />

bajado también por el río en una cesta <strong>de</strong> cañas embreadas y que se<br />

ignoró todo <strong>de</strong> su nacimiento hasta el día en que resultó <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r<br />

<strong>de</strong>l cielo.<br />

Pero mi corazón se acongojó al oír estas palabras y, tratando <strong>de</strong><br />

reír, les dije:<br />

-¿No creeréis, sin embargo, que yo, médico, haya nacido <strong>de</strong> los<br />

dioses?<br />

Pero ellos no se rieron y contestaron:<br />

-Lo ignoramos, pero vale más estar seguro y por esto nos inclinamos<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ti.<br />

Pero yo acabé diciéndoles:<br />

-Cesad en vuestras reverencias y volvamos a nuestros cor<strong>de</strong>ros.<br />

De nuevo comenzaron a explicarme el sentido <strong>de</strong> las<br />

circunvoluciones <strong>de</strong>l hígado, pero a hurtadillas me lanzaban<br />

miradas respetuosas, y cuchicheaban entre ellos.<br />

Quiero contar también la fiesta <strong>de</strong>l falso rey. Cuando los granos<br />

hubieron germinado y las noches fueron más cálidas, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las<br />

gran<strong>de</strong>s heladas, los sacerdotes salieron <strong>de</strong> la villa y <strong>de</strong>senterraron el<br />

dios gritando que había resucitado, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo cual Babilonia se<br />

convirtió en una plaza <strong>de</strong> fiesta ruidosa y animada; las calles<br />

<strong>de</strong>sbordaban <strong>de</strong> gente bien vestida y la plebe saqueaba las tiendas y<br />

metía más bullicio que los soldados a punto <strong>de</strong> marcha. Las mujeres y<br />

muchas muchachas iban al templo <strong>de</strong> Ishtar para ganar el dinero <strong>de</strong> su<br />

dote y cualquiera podía divertirse con ellas, porque no era consi<strong>de</strong>rado<br />

una cosa infamante. El último día <strong>de</strong> la fiesta era la jornada <strong>de</strong>l falso<br />

rey.<br />

Me había ya acostumbrado a muchas cosas <strong>de</strong> Babilonia, pero a<br />

pesar <strong>de</strong> todo, quedé atónito cuando vi la guardia <strong>de</strong>l rey penetrar,<br />

todos borrachos, al alba, en el "Pabellón <strong>de</strong> Ishtar» y forzando las<br />

5


puertas golpeaban a los huéspe<strong>de</strong>s con el asta <strong>de</strong> su lanza gritando con<br />

toda la fuerza <strong>de</strong> sus pulmones:<br />

-¿Dón<strong>de</strong> se escon<strong>de</strong> nuestro rey? Devolvednos nuestro rey, porque<br />

el día va a amanecer y tiene que administrar la justicia al pueblo.<br />

El escándalo era espantoso, se encendían las lámparas, la<br />

servidumbre <strong>de</strong>l albergue corría por los alre<strong>de</strong>dores. Kaptah creyó que<br />

había estallado una revuelta y se escondió bajo mi cama, pero yo salí al<br />

encuentro <strong>de</strong> los soldados, <strong>de</strong>snudo bajo mi manto y les pregunté:<br />

-¿Qué queréis? Guardaos mucho <strong>de</strong> ofen<strong>de</strong>rme, porque soy Sinuhé<br />

el egipcio, Hijo <strong>de</strong> Onagro y habéis sin duda oído pronunciar mi<br />

nombre. Gritando, respondieron:<br />

-Si eres Sinuhé, es a ti a quien buscamos.<br />

Me arrancaron mi manto y comenzaron a examinarme con sorpresa ,<br />

porque no habían visto nunca a un hombre<br />

circunciso. Y dijeron:<br />

-¿Po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>jarlo en libertad? Es un peligro para nuestras mujeres,<br />

que son curiosas <strong>de</strong> toda novedad.<br />

Y <strong>de</strong>cían también:<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente no habíamos visto nada tan extraño <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el día<br />

en que nos llegó <strong>de</strong> las islas <strong>de</strong>l mar caliente un<br />

hombre negro <strong>de</strong> pelo rizado que se había pasado por el miembro viril<br />

un hueso con un cascabel para gustar a las mujeres.<br />

Después <strong>de</strong> haberse burlado <strong>de</strong> mí a sus anchas, me soltaron<br />

diciéndome:<br />

-Cesa ya <strong>de</strong> hacernos per<strong>de</strong>r tiempo y entréganos a tu esclavo,<br />

porque tenemos que llevárnoslo a palacio, porque es la jornada <strong>de</strong>l<br />

falso rey y el rey quiere que lo llevemos a palacio.<br />

Al oír estas palabras, Kaptah empezó a temblar con tanta fuerza que<br />

sacudió la cama <strong>de</strong> manera que los soldados lo vieron y se apo<strong>de</strong>raron<br />

<strong>de</strong> él lanzando gritos <strong>de</strong> triunfo e inclinándose ante él. Y <strong>de</strong>cían:<br />

-Es para nosotros un día <strong>de</strong> gran alegría, porque hemos encontrado<br />

a nuestro rey, que había huido para escon<strong>de</strong>rse, pero ahora nuestros<br />

ojos son felices al verlo y esperamos que sabrá recompensarnos<br />

generosamente nuestra fi<strong>de</strong>lidad.<br />

Kaptah los miraba, aturdido, con los ojos <strong>de</strong>smesuradamente<br />

abiertos. Viendo su temor y su sorpresa, los soldados redoblaron sus<br />

risas y dijeron:<br />

-En verdad es el rey <strong>de</strong> los cuatro continentes y lo reconocemos por<br />

su rostro.<br />

Se inclinaban <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él mientras otros le arreaban puntapiés en<br />

el trasero para acelerar su marcha.<br />

Kaptah me dijo:


-En verdad que esta villa está corrompida y ha perdido el juicio y el<br />

pueblo está lleno <strong>de</strong> maldad; parece que nuestro escarabajo sea<br />

incapaz <strong>de</strong> protegerme. No sé si estoy <strong>de</strong> pie o <strong>de</strong> cabeza, o quizá<br />

duermo en esta cama y estoy soñando, porque todo esto no es más que<br />

un sueño. Sea como sea, tengo que seguirlos porque son fuertes, pero<br />

tú, oh, dueño mío, salva tu piel y <strong>de</strong>scuelga mi cuerpo cuando lo hayan<br />

colgado en las murallas cabeza abajo, consérvalo y no <strong>de</strong>jes que lo<br />

arrojen al río.<br />

Pero los soldados se reían a carcajadas al oírlo y se daban golpes en<br />

la espalda diciendo:<br />

-Por Marduk, que no hubiéramos encontrado un mejor rey, porque<br />

su lengua no se traba al hablar.<br />

Pero alboreaba ya y le dieron a Kaptah golpes con el asta <strong>de</strong> la lanza<br />

para hacerlo avanzar, y se marcharon con él. Yo me vestí rápidamente<br />

y me fui al palacio, don<strong>de</strong> nadie me impidió entrar, pero los patios y<br />

las antecámaras <strong>de</strong>l palacio estaban atestadas <strong>de</strong> gente agitada. Por<br />

esto estaba convencido <strong>de</strong> que había estallado una revuelta en<br />

Babilonia y que la sangre no tardaría en correr por las calles antes <strong>de</strong><br />

que las tropas regresaran <strong>de</strong> las provincias.<br />

Una vez llegado a la gran sala <strong>de</strong>l palacio, vi que Burraburiash<br />

estaba sentado en su trono <strong>de</strong> baldaquino sostenido por patas <strong>de</strong> león<br />

y que llevaba el vestido real y sus emblemas. A su alre<strong>de</strong>dor estaban<br />

agrupados los sumos sacerdotes <strong>de</strong> Marduk y sus consejeros y<br />

dignatarios. Pero los soldados, sin ocuparse <strong>de</strong> él, arrastraron a<br />

Kaptah <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l trono. Súbitamente reinó el silencio, pero Kaptah<br />

comenzó a gemir.<br />

-¡Llevaos pronto a este cochino animal, si no renuncio a todo y me<br />

voy! Pero en el mismo instante la luz <strong>de</strong>l sol que se elevaba entró por<br />

los ventanales y todo el mundo comenzó a gritar:<br />

-¡Tiene razón! Llevaos a esta bestia, porque estamos asqueados <strong>de</strong><br />

este chiquillo imberbe. Pero este hombre es sabio y por esto lo<br />

consagramos rey a fin <strong>de</strong> que nos pueda gobernar.<br />

No daba crédito a mis ojos cuando los vi lanzarse sobre el rey <strong>de</strong> una<br />

manera violenta, pero riéndose, y arrancarle las insignias reales y el<br />

traje, <strong>de</strong> manera que el rey quedó pronto casi <strong>de</strong>snudo. Le pellizcaban<br />

los brazos y le palpaban los muslos y se burlaban <strong>de</strong> él diciendo:<br />

-Bien se ve que está apenas <strong>de</strong>smamado y su boca huele todavía a<br />

leche materna. Por esto pensamos que es hora <strong>de</strong> que las mujeres <strong>de</strong>l<br />

gineceo puedan divertirse un poco, y este farsante <strong>de</strong> Kaptah, el<br />

egipcio, será seguramente un buen caballero para ellas.<br />

Burraburiash no ofreció la menor resistencia, se reía también, y su<br />

león, asustado, se retiró a un rincón con la cola entre las piernas.<br />

Yo ya no sabía si estaba <strong>de</strong> pie o sobre la cabeza, porque<br />

abandonaron al rey para correr hacia Kaptah y poniéndole los hábitos<br />

reales le forzaron a tomar los emblemas <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r y lo instalaron en el<br />

trono y, postrándose <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él, besaron el suelo a sus pies. El<br />

primero en arrastrarse hacia él fue Burraburiash, <strong>de</strong>snudo como un<br />

gusano, que gritó:


-Es justo. Que sea nuestro rey; no podíamos encontrar uno mejor.<br />

Todo el mundo se levantó y aclamó a Kaptah, retorciéndose <strong>de</strong> risa y<br />

apretándose los ijares.<br />

Kaptah, con los ojos asombrados, observaba todo aquello y sus<br />

cabellos se erizaban bajo la corona real que habían puesto <strong>de</strong> través en<br />

su cabeza. Pero acabó enfadándose y con una voz fuerte que imponía<br />

silencio, gritó:<br />

-Todo esto <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser una pesadilla que este maldito mago me hace<br />

ver, como ocurre algunas veces. No tengo el menor <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> ser<br />

vuestro rey; preferiría ser el rey <strong>de</strong> los babuinos o <strong>de</strong> los cerdos. Pero<br />

si verda<strong>de</strong>ramente queréis que sea vuestro rey no puedo hacer nada,<br />

porque sois <strong>de</strong>masiado numerosos. Por esto os pregunto francamente<br />

si soy, en efecto, vuestro rey o no.<br />

Y todos a la vez gritaron:<br />

-Eres nuestro rey y el dueño <strong>de</strong> los cuatro continentes. ¿No lo<br />

sientes y lo compren<strong>de</strong>s, imbécil?<br />

Después se inclinaron <strong>de</strong> nuevo y uno <strong>de</strong> ellos se revistió con una<br />

piel <strong>de</strong> león y se agazapó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él y rugió<br />

estremeciéndose cómicamente.<br />

Kaptah reflexionó un instante y dijo:<br />

-Si verda<strong>de</strong>ramente soy rey vale la pena mojar el acontecimiento.<br />

Traed pronto vino, esclavos, si es que hay; si no, mi bastón bailará<br />

sobre vuestras espaldas y os haré colgar en los muros, puesto que soy<br />

rey. Traed mucho vino, pues estos amigos que me han elegido rey<br />

quieren beber a mi salud y quieren nadar en vino hasta el cuello.<br />

Estas palabras suscitaron una viva alegría y una multitud animada<br />

lo escoltó hasta la gran sala don<strong>de</strong> estaban servidos manjares y vinos<br />

excelentes y variados. Cada cual se sirvió a su antojo y Burraburiash se<br />

tapó con un <strong>de</strong>lantal <strong>de</strong> esclavo y corrió por entre las piernas <strong>de</strong> la<br />

gente, vertiendo las copas y las salsas sobre las ropas <strong>de</strong> los invitados y<br />

todos gritaban contra él y le arrojaban huesos mondos. En todos los<br />

patios <strong>de</strong>l palacio se ofrecía comida y bebida al pueblo y se distribuían<br />

bueyes enteros y cor<strong>de</strong>ros y se podía sacar vino y cerveza <strong>de</strong> los<br />

cuencos <strong>de</strong> arcilla y llenarse la panza <strong>de</strong> papilla <strong>de</strong> trigo con leche y<br />

dátiles dulces, <strong>de</strong> manera que cuando el sol estuvo alto en el cielo, en<br />

el palacio reinaba un escándalo, una confusión y un <strong>de</strong>sconcierto tan<br />

gran<strong>de</strong> como jamás se hubiera creído posible. En cuanto pu<strong>de</strong> me<br />

acerqué a Kaptah y le susurré al oído:<br />

-Kaptah, sígueme, vamos a ocultarnos y huir, porque todo esto no<br />

traerá nada bueno.<br />

Pero había bebido vino, tenía la panza repleta, <strong>de</strong> manera que me<br />

contestó:


-Tus palabras son un zumbido <strong>de</strong> moscas en mis oídos y en mi vida<br />

he oído nada más estúpido. ¿Marcharme cuando este pueblo simpático<br />

acaba <strong>de</strong> nombrarme su rey y todo el mundo se inclina <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí?<br />

Es el escarabajo, lo sé, el que me procura este honor, así como mis<br />

cualida<strong>de</strong>s que este pueblo ha sabido apreciar al fin en su justo valor.<br />

A mi modo <strong>de</strong> ver no es conveniente que sigas llamándome Kaptah<br />

como a un esclavo y hablándome tan familiarmente, sino que <strong>de</strong>bes<br />

inclinarte ante mí como los <strong>de</strong>más.<br />

-Kaptah, Kaptah, esto no es más que una farsa que pagarás muy<br />

caro. Huye mientras es tiempo todavía y te perdonaré tu <strong>de</strong>sfachatez.<br />

Pero él se secó su boca grasienta y me amenazó con un hueso <strong>de</strong><br />

asno que estaba royendo.<br />

Gritó:<br />

-Llevaos a este inmundo egipcio antes <strong>de</strong> que me enfa<strong>de</strong> y haga<br />

danzar mi bastón sobre sus espaldas.<br />

Entonces el hombre disfrazado <strong>de</strong> león se arrojó sobre mí rugiendo y<br />

me mordió en el muslo, me <strong>de</strong>rribó y me<br />

arañó la cara. Yo no estaba tranquilo, pero afortunadamente en aquel<br />

momento sonaron las trompetas y se anunció que el rey iba a dictar<br />

justicia al pueblo y me olvidaron.<br />

Kaptah quedó un poco <strong>de</strong>sconcertado cuando lo llevaron a la casa<br />

<strong>de</strong> la Justicia y <strong>de</strong>claró que se entregaba enteramente en manos <strong>de</strong> los<br />

jueces <strong>de</strong>l país. Pero el pueblo protestó con gritos:<br />

-Queremos ver la pru<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l rey para estar seguros <strong>de</strong> que es<br />

realmente nuestro rey y que conoce las leyes.<br />

Así fue como Kaptah fue izado en el trono <strong>de</strong> la justicia y le<br />

pusieron en la mano los emblemas, el látigo y las esposas y se invitó al<br />

pueblo a presentarse y exponer sus asuntos al rey. El primero que se<br />

arrojó a los pies <strong>de</strong> Kaptah fue un hombre que había <strong>de</strong>sgarrado sus<br />

vestiduras y se había <strong>de</strong>rramado ceniza sobre los cabellos. Se postró<br />

llorando y gritando a los pies <strong>de</strong> Kaptah y dijo:<br />

-Nadie tiene la sabiduría <strong>de</strong> nuestro rey, dueño <strong>de</strong> los cuatro<br />

continentes. Por esto invoco su justicia y he aquí el asunto que me<br />

trae. Tengo una mujer que tomé hace cuatro años y no tenemos hijos,<br />

pero ahora está embarazada. Ayer me enteré <strong>de</strong> que mi mujer me<br />

engañaba con un soldad; los he sorprendido en flagrante <strong>de</strong>lito, pero el<br />

soldado es alto y fuerte, <strong>de</strong> manera que no he podido hacerle nada y<br />

ahora mi hígado está lleno <strong>de</strong> pena y <strong>de</strong> duda porque, ¿cómo saber si el<br />

niño que tiene que nacer es hijo mío o <strong>de</strong>l soldado? Por esto pido<br />

justicia al rey y quiero saber con certeza <strong>de</strong> quién es el hijo, para obrar<br />

en consecuencia.<br />

Kaptah lanzó unas miradas <strong>de</strong> angustia a su alre<strong>de</strong>dor, pero acabó<br />

por <strong>de</strong>cir con aplomo:


-Coged unos palos y apalead a este hombre para que se acuer<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

este día.<br />

Los alguaciles cogieron al hombre y lo apalearon y el hombre gritó y<br />

se dirigió al pueblo, gritando:<br />

-¿Es justo eso?<br />

Y el pueblo murmuraba también y exigió explicaciones.<br />

Y entonces Kaptah habló:<br />

-Este hombre ha merecido una paliza en primer lugar porque me<br />

molesta por una tontería. Pero, a<strong>de</strong>más, a causa<br />

<strong>de</strong> su estupi<strong>de</strong>z, porque, ¿se ha oído jamás hablar <strong>de</strong> un hombre que<br />

<strong>de</strong>jando su campo inculto venga a quejarse <strong>de</strong> que otro lo siembre por<br />

pura bondad y le ceda la cosecha? Y no es culpa <strong>de</strong> la mujer que se<br />

dirija a otro hombre, sino <strong>de</strong>l marido, puesto que no ha sabido dar a su<br />

mujer lo que ésta <strong>de</strong>sea, y también por esto este hombre merece ser<br />

apaleado.<br />

Al oír estas palabras el pueblo lanzó gran<strong>de</strong>s gritos <strong>de</strong> júbilo y elogió<br />

altamente la cordura <strong>de</strong>l rey. Y entonces un grave anciano se acercó y<br />

dijo:<br />

-Delante <strong>de</strong> esta columna don<strong>de</strong> está grabada la ley y <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l rey<br />

pido justicia para mi caso, que es el siguiente: Me he hecho construir<br />

una casa en la esquina <strong>de</strong> una calle, pero el contratista me ha<br />

engañado, <strong>de</strong> manera que se ha venido abajo matando a un transeúnte<br />

al caer. Ahora los parientes <strong>de</strong> la víctima me reclaman una<br />

in<strong>de</strong>mnización. ¿Qué <strong>de</strong>bo hacer?<br />

Después <strong>de</strong> haber reflexionado, Kaptah dijo:<br />

-Es un asunto complicado que merece reflexión, y a mi juicio<br />

concierne más a los dioses que a los hombres. ¿Qué dice la ley a este<br />

respecto?<br />

Los juristas avanzaron, leyeron la columna <strong>de</strong> la ley y se explicaron<br />

<strong>de</strong> esta forma:<br />

-Si la casa se hun<strong>de</strong> por negligencia <strong>de</strong>l contratista y el propietario<br />

perece en los escombros, el contratista está con<strong>de</strong>nado a muerte. Pero<br />

si al <strong>de</strong>rrumbarse mata al hijo <strong>de</strong>l propietario será con<strong>de</strong>nado a<br />

muerte el hijo <strong>de</strong>l<br />

contratista. La ley no dice nada más, pero la interpretamos así:<br />

cualquier cosa que la casa <strong>de</strong>struya al hundirse, el contratista es<br />

responsable y se <strong>de</strong>struirá una parte a<strong>de</strong>cuada <strong>de</strong> sus bienes. No<br />

po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>cir nada más.<br />

Kaptah, entonces, dijo:<br />

-No sabía que existiesen aquí contratistas tan pérfidos, y, en<br />

a<strong>de</strong>lante, estaré en guardia. Pero, según la ley, este caso es sencillo:<br />

que los parientes <strong>de</strong> la víctima vayan a casa <strong>de</strong>l contratista y que<br />

acechen y maten al primer transeúnte que vean y la ley será observada.


Pero al obrar así tendrán que respon<strong>de</strong>r <strong>de</strong> las consecuencias si los<br />

parientes <strong>de</strong>l muerto pi<strong>de</strong>n justicia contra el asesinato. A mi juicio, el<br />

más culpable es el transeúnte que va a pasearse por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> una<br />

casa que amenaza ruina, cosa que no hace ninguna persona <strong>de</strong> juicio<br />

salvo si los dioses lo han prescrito. Por esto libero al contratista <strong>de</strong><br />

toda responsabilidad y <strong>de</strong>claro que el hombre que ha venido a pedir<br />

justicia es un imbécil por no haber vigilado al contratista, a fin <strong>de</strong> que<br />

trabajase concienzudamente, <strong>de</strong> manera que el contratista ha hecho<br />

bien en engañarlo, porque hay que engañar a los imbéciles para que el<br />

perjuicio les haga pru<strong>de</strong>ntes. Así ha sido y así será siempre.<br />

El pueblo cantó <strong>de</strong> nuevo las alabanzas <strong>de</strong>l rey y el <strong>de</strong>mandante se<br />

alejó, taciturno. Entonces se presentó un merca<strong>de</strong>r corpulento que<br />

llevaba un traje <strong>de</strong> precio. Expuso su caso y dijo:<br />

-Hace tres días fui al pórtico <strong>de</strong> Ishtar don<strong>de</strong> las muchachas pobres<br />

<strong>de</strong> la villa se reúnen en ocasión <strong>de</strong> la fiesta <strong>de</strong> primavera, a fin <strong>de</strong><br />

sacrificar su virginidad a la diosa y constituirse una dote. Entre ellas<br />

había una que me gustó mucho, <strong>de</strong> manera que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />

largamente merca<strong>de</strong>ado le entregué una suma <strong>de</strong> plata y el asunto<br />

quedó concluido. Pero cuando me disponía a realizar lo que allí me<br />

había llevado fui súbitamente presa <strong>de</strong> cólicos y tuve que salir para<br />

<strong>de</strong>sahogarme. A mi regreso la muchacha estaba acostada con otro<br />

hombre que le había dado dinero y estaba realizando lo mismo que me<br />

había llevado a mí al pórtico. Me ofreció divertirse también conmigo,<br />

es verdad, pero yo me negué porque ya no era virgen y le reclamé el<br />

dinero, pero se negó a <strong>de</strong>volvérmelo. Por esto pido justicia al rey,<br />

porque, ¿no soy acaso víctima <strong>de</strong> la mayor injusticia, puesto que he<br />

perdido mi dinero sin nada recibir a cambio? En efecto, si compro un<br />

jarro, el jarro es mío hasta que lo rompa, pero el ven<strong>de</strong>dor no tiene<br />

<strong>de</strong>recho a romperlo y ofrecerme los fragmentos.<br />

A estas palabras, Kaptah se levantó <strong>de</strong>l trono, enojado, y, haciendo<br />

chasquear su látigo, gritó:<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente, nunca he visto tanta estupi<strong>de</strong>z como en esta villa<br />

y sólo me cabe pensar que este cornudo se está burlando <strong>de</strong> mí. La<br />

muchacha tenía perfectamente razón al aceptar a otro hombre, puesto<br />

que este imbecil no estaba en estado <strong>de</strong> aprovechar aquello en cuya<br />

busca había ido. Ha obrado también perfectamente al ofrecer a este<br />

hombre una recompensa que no había merecido. Este hombre hubiera<br />

<strong>de</strong>bido estar reconocido a la muchacha y al hombre, puesto que,<br />

divirtiéndose juntos, han suprimido un obstáculo que no hace más que<br />

causar disgustos y preocupaciones en estos asuntos. Y tiene el aplomo <strong>de</strong><br />

comparecer ante mí y hablarme <strong>de</strong> jarros. Puesto que confun<strong>de</strong> las<br />

muchachas con los jarros lo con<strong>de</strong>no a no divertirse en a<strong>de</strong>lante más que<br />

con jarros y nunca más tocará a una muchacha.<br />

Habiendo dictado esta sentencia, Kaptah se sintió hastiado <strong>de</strong> la<br />

justicia y, <strong>de</strong>sperezándose en el trono, dijo:<br />

-Hoy ya he comido, bebido y trabajado suficiente, y rendir justicia me<br />

fatiga <strong>de</strong>masiado. Los jueces pue<strong>de</strong>n seguir administrando justicia si así<br />

lo <strong>de</strong>sean, porque este último caso me ha recordado que, como rey, soy<br />

también dueño <strong>de</strong>l harén don<strong>de</strong>, según me han dicho, cuatrocientas<br />

mujeres me esperan. Por esto voy a elegirme una compañera, y no me<br />

sorpren<strong>de</strong>ría que durante esta expedición rompiese algunos jarros,<br />

porque el vino y el po<strong>de</strong>rme han fortificado maravillosamente y me<br />

siento fuerte como un león.


Al oír estas palabras, el pueblo lanzó gritos que no terminaban nunca y<br />

la muchedumbre lo escoltó hacia el palacio y se <strong>de</strong>tuvo en la puerta <strong>de</strong>l<br />

gineceo. Pero Burraburiash no se reía ya. Al verme, acudió a mí y me<br />

dijo:<br />

-Sinuhé, tú eres amigo y, como médico, pue<strong>de</strong>s entrar en el gineceo<br />

real. Síguelo y vela por que no haga nada <strong>de</strong> que tenga que arrepentirse<br />

amargamente, porque en verdad que lo haré <strong>de</strong>sollar vivo y su piel<br />

colgará <strong>de</strong> las murallas si toca a una <strong>de</strong> mis mujeres; pero si se porta bien<br />

la muerte le será leve.<br />

Yo le pregunté:<br />

-Burraburiash, soy verda<strong>de</strong>ramente tu amigo y estoy dispuesto a<br />

ayudarte, pero dime qué significa todo esto, porque estoy angustiado<br />

viéndote vestido <strong>de</strong> esclavo y escarnecido por todos.<br />

Con impaciencia, dijo:<br />

-Es la jornada <strong>de</strong>l falso rey; todo el mundo lo sabe, pero date prisa, a<br />

fin <strong>de</strong> que no ocurra nada irreparable.<br />

Pero no obe<strong>de</strong>cí, pese a que me hubiese agarrado <strong>de</strong>l brazo, y le dije:<br />

-No conozco las costumbres <strong>de</strong> este país, y por lo tanto <strong>de</strong>bes<br />

explicarme lo que todo esto significa.<br />

Entonces habló:<br />

-Cada año se elige este día al hombre más bestia <strong>de</strong> Babilonia y pue<strong>de</strong><br />

reinar todo un día <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el alba hasta la puesta <strong>de</strong>l sol y con todo el<br />

po<strong>de</strong>río <strong>de</strong>l rey, y el rey ha <strong>de</strong> obe<strong>de</strong>cerle. Y jamás he visto a un rey más<br />

divertido que Kaptah, a quien he <strong>de</strong>signado yo mismo a causa <strong>de</strong> su<br />

comicidad. Ignora lo que le espera, y esto es lo más gracioso <strong>de</strong> todo.<br />

-¿Qué le espera? -pregunté yo.<br />

-A la puesta <strong>de</strong>l sol será ejecutado con la misma rapi<strong>de</strong>z con que ha<br />

sido coronado al alba -explicó Burraburiash-. Puedo hacerlo pa<strong>de</strong>cer<br />

cruelmente si quiero, pero, generalmente, se mezcla un veneno en el vino<br />

y el falso rey se duerme tranquilamente sin saber que muere, porque un<br />

hombre que ha reinado no pue<strong>de</strong> continuar con vida. Pero una vez<br />

ocurrió que el verda<strong>de</strong>ro rey murió durante la fiesta por haber bebido en<br />

su embriaguez un bol <strong>de</strong> caldo hirviendo y el falso rey permaneció en el<br />

trono durante treinta y seis años y nadie tuvo nada que <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> su<br />

reinado. Por esto <strong>de</strong>bo abstenerme hoy <strong>de</strong> beber caldo hirviendo. Pero<br />

date prisa en ir a ver que tu servidor no haga nada <strong>de</strong> que tenga que<br />

arrepentirse esta noche.<br />

No tuve, sin embargo, que ir en busca <strong>de</strong> Kaptah, porque salió<br />

corriendo <strong>de</strong>l gineceo, muy irritado y con una mano sobre un ojo; la<br />

sangre salía <strong>de</strong> su nariz. Y gemía y gritaba:<br />

-Mira lo que me han hecho; me han ofrecido mujeres viejas, negras y<br />

gordas, pero cuando he querido tocar una jovencita se me ha convertido<br />

en una tigresa, me ha dado un puñetazo en mi ojo y me ha hecho sangrar<br />

la nariz a golpes <strong>de</strong> babucha.<br />

Entonces Burraburiash se rió tan a gusto que tuvo que agarrarse a mi<br />

brazo para tenerse en pie. Pero Kaptahh continuaba gimiendo:<br />

-No me atrevo a abrir la puerta, porque esta mujer está fuera <strong>de</strong> sí y se<br />

comporta como una fiera, pero ve tú, Sinuhé, a trepanarla hábilmente a<br />

fin <strong>de</strong> que el mal espíritu salga <strong>de</strong> su cabeza. Tiene que estar poseída, <strong>de</strong><br />

lo contrario no hubiera osado poner la mano sobre su rey haciéndome<br />

brotar la sangre <strong>de</strong> la nariz como un buey que se <strong>de</strong>sangra.<br />

Burraburiash me dio un golpe con el codo y dijo:<br />

-Ve a ver qué ha ocurrido, Sinuhé, puesto que conoces la casa, porque<br />

hoy no puedo entrar, y ven luego a contarme lo que ocurre. Creo saber <strong>de</strong><br />

qué se trata porque ayer me trajeron <strong>de</strong> las islas <strong>de</strong>l mar una muchacha<br />

con quien me prometo mucho placer, pero habrá que calmarla primero<br />

con jugo <strong>de</strong> adormi<strong>de</strong>ra.<br />

Tanto insistió que acabé entrando en el gineceo, don<strong>de</strong> reinaba una<br />

gran confusión, y los eunucos no me <strong>de</strong>tuvieron, porque sabían que era<br />

médico. Las mujeres viejas, que se habían adornado y puesto afeites y


pintado para esta jornada, me ro<strong>de</strong>aron y me preguntaron con una sola<br />

voz:<br />

-¿Dón<strong>de</strong> se ha ido, pues, nuestra monada, nuestra joya, nuestro<br />

cabrón que estamos esperando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el alba?<br />

Una gruesa negra, cuyos pechos caían lacios y negros sobre el vientre,<br />

se había <strong>de</strong>snudado para ser la primera en recibir a Kaptah, y gemía:<br />

-¡Devuélveme a mi encanto para que lo estreche contra mi pecho!<br />

¡Devuélveme a mi elefante para que pase su trompa alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> mi<br />

cintura!<br />

Pero con aire preocupado, los eunucos me dijeron:<br />

-No te inquietes por estas mujeres, porque estaban encargadas <strong>de</strong><br />

divertir al falso rey y se han alegrado el hígado con vino esperándolo.<br />

Pero tenemos verda<strong>de</strong>ramente necesidad <strong>de</strong> un médico, porque la<br />

muchacha que trajeron ayer se ha vuelto loca y es más fuerte que<br />

nosotros y nos da <strong>de</strong> puntapiés, <strong>de</strong> manera que no sabemos qué va a<br />

ocurrir, porque ha encontrado un cuchillo y está verda<strong>de</strong>ramente<br />

furiosa.<br />

Me condujeran al patio <strong>de</strong>l harén, que relucía bajo el sol con todo el<br />

brillo <strong>de</strong> sus azulejos <strong>de</strong> colores. En el centro había un surtidor en el que<br />

unos animales marinos esculpidos vertían agua. Allí se había refugiado la<br />

muchacha furibunda; los eunucos habían <strong>de</strong>sgarrado sus ropas al tratar<br />

<strong>de</strong> dominarla y estaba muy mojada por haber nadado en el surtidor y el<br />

agua caía en torno <strong>de</strong> ella. Pero, para no caerse, estaba agarrada con una<br />

mano al morro <strong>de</strong> un <strong>de</strong>lfín que arrojaba agua y con la otra esgrimía un<br />

cuchillo. El agua se agitaba y los eunucos gritaban, <strong>de</strong> manera que yo no<br />

podía enten<strong>de</strong>r las palabras <strong>de</strong> la muchacha. Era, ciertamente, bella,<br />

pese a que sus ropas estuviesen <strong>de</strong>sgarradas y sus cabellos en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n,<br />

pero adopté una actitud tranquila y dije a los eunucos.<br />

-Largaos <strong>de</strong> aquí a fin <strong>de</strong> que pueda hablarle y calmarla, y <strong>de</strong>tened los<br />

chorros <strong>de</strong> agua, para po<strong>de</strong>r oír lo que grita.<br />

Cuando el ruido <strong>de</strong>l agua hubo cesado oí que cantaba en una lengua<br />

extranjera que no comprendía. Cantaba con la cabeza erguida y los ojos<br />

ver<strong>de</strong>s y brillantes como los <strong>de</strong> un gato, y sus mejillas estaban rojas <strong>de</strong><br />

excitación, <strong>de</strong> manera que la apostrofé vivamente:<br />

-Deja <strong>de</strong> maullar, gata vieja, tira tu cuchillo y ven aquí para que<br />

podamos hablar y te cure, porque estás seguramente loca.<br />

La muchacha <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> cantar y me contestó en lengua babilónica todavía<br />

peor que la mía:<br />

-Salta al agua, babuino, y ven aquí a que te hunda el cuchillo en el<br />

hígado, porque estoy furiosa.<br />

Yo le grité:<br />

-No quiero hacerte ningún daño. Y ella respondió:


-Muchos hombres me han dicho lo mismo para enmascarar sus<br />

malvadas intenciones, pero yo estoy consagrada a un dios para bailar<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él. Por esto tengo este cuchillo, y antes le haré beber mi<br />

sangre que permitir que un hombre me toque, especialmente este diablo<br />

tuerto que parece más un cuero hinchado que un ser humano.<br />

-Así que eres tú quién ha golpeado al rey, ¿verdad? -pregunté.<br />

Y ella respondió:<br />

-Le he golpeado en un ojo y he abierto las fuentes <strong>de</strong> la sangre <strong>de</strong> su<br />

nariz con mi babucha, y estoy orgullosa <strong>de</strong> mi acto, porque ni aun un rey<br />

me tocará, puesto que estoy <strong>de</strong>stinada a bailar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> un dios.<br />

-Baila cuanto quieras, locuela -le dije-. No es cosa mía, pero vas a<br />

<strong>de</strong>jar este cuchillo, con el que podrías hacerte daño, y sería una lástima,<br />

porque los eunucos me han dicho que el rey ha pagado por ti una fuerte<br />

suma en el mercado <strong>de</strong> esclavos.<br />

Y ella respondió:<br />

-No soy ninguna esclava; he sido traidoramente raptada, como pue<strong>de</strong>s<br />

adivinarlo si tienes ojos en la cara. Pero, ¿no hablas ninguna lengua que<br />

esta gente no entienda? He visto a algunos eunucos ocultarse <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

las columnas para espiar nuestras palabras.<br />

-Soy egipcio -le dije en esta lengua-, y mi nombre es Sinuhé, El que es<br />

solitario, el Hijo <strong>de</strong> Onagro. Soy médico, <strong>de</strong> manera que no tienes nada<br />

que temer <strong>de</strong> mí.<br />

Entonces se echó al agua y nadó vigorosamente hacia mí con el<br />

cuchillo en la mano y se tendió <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, diciendo:<br />

-Sé que los egipcios son débiles y no hacen nunca daño a las mujeres,<br />

a menos que ellas lo <strong>de</strong>seen. Por esto tengo confianza en ti y espero me<br />

perdonarás que no <strong>de</strong>je el cuchillo, porque es probable que esta noche<br />

tenga que abrirme las venas para no ser <strong>de</strong>shonrada <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mi dios.<br />

Pero si eres temeroso <strong>de</strong> los dioses y quieres mi bien, sálvame y sácame<br />

<strong>de</strong> este país, pese a que no pueda recompensarte como te mereces,<br />

porque no <strong>de</strong>bo entregarme a ningún hombre.<br />

-No tengo el menor <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> tocarte -le dije-. Sobre este punto pue<strong>de</strong>s<br />

estar tranquila. Pero tu locura es gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> querer salir <strong>de</strong>l real harén,<br />

don<strong>de</strong> estarías bien alimentada y recibirías cuanto tu corazón anhelase.<br />

-Hablas <strong>de</strong> comida y ropas porque no entien<strong>de</strong>s nada <strong>de</strong> nada -dijo<br />

lanzándome una mirada <strong>de</strong> irritación--. Y cuando afirmas no quererme<br />

tocar, me ofen<strong>de</strong>s. Estoy ya acostumbrada a que los hombres me <strong>de</strong>seen<br />

y lo he leído en sus ojos y oído en su respiración durante mis danzas. Lo<br />

he visto mejor aún en el mercado <strong>de</strong> esclavas, cuando los hombres<br />

babeaban <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z cuando pedían a los eunucos que<br />

comprobasen si era virgen. Pero podremos hablar <strong>de</strong> todo esto más tar<strong>de</strong><br />

si quieres, porque, ante todo, tienes que sacarme <strong>de</strong> aquí y ayudarme a<br />

huir <strong>de</strong> Babilonia.


Su aplomo era tan gran<strong>de</strong> que yo no sabía qué <strong>de</strong>cirle, y por fin<br />

respondí, bruscamente:<br />

-No tengo la menor intención <strong>de</strong> ayudarte a huir, porque esto sería un<br />

crimen contra el rey, que es mi amigo. Debo <strong>de</strong>cirte también que el<br />

pellejo hinchado que has visto aquí no es más que el falso rey que reina<br />

solamente hoy, y mañana el verda<strong>de</strong>ro querrá verte. Es un muchacho<br />

joven, <strong>de</strong> complexión agradable, y te espera mucho placer con él cuando<br />

te hayas calmado un poco. No creo que el po<strong>de</strong>río <strong>de</strong> tu dios se extienda<br />

hasta aquí, <strong>de</strong> manera que no tienes nada que per<strong>de</strong>r al someterte a la<br />

necesidad. Por esto tendrías que renunciar a tus chiquilladas y darme el<br />

cuchillo.<br />

Pero ella dijo:<br />

-Mi nombre es Minea. Puesto que quieres ocuparte <strong>de</strong> mí toma el<br />

cuchillo que me ha protegido hasta ahora; te lo doy porque sé que a<br />

partir <strong>de</strong> ahora serás tú quien me protegerá y que no me engañarás, sino<br />

que me sacarás <strong>de</strong> este cochino país.<br />

Me sonrió, tendiéndome el cuchillo, pese a mis <strong>de</strong>negaciones.<br />

-¡No quiero tu cuchillo, locuela!<br />

Minea no quería volver a cogerlo y me miraba sonriendo por entre sus<br />

cabellos mojados, <strong>de</strong> manera que acabé marchándome contrariado, con<br />

el cuchillo en la mano. Porque me había dado cuenta <strong>de</strong> que era mucho<br />

más hábil que yo y al darme el cuchillo me había ligado a su suerte, <strong>de</strong><br />

manera que yo no podía abandonarla.<br />

A mi salida <strong>de</strong>l gineceo, Burraburiash me preguntó con viva<br />

curiosidad qué había pasado.<br />

-Tus eunucos han hecho un mal negocio -le dije-, porque Minea, la<br />

muchacha que han comprado para ti, está furiosa y no quiere entregarse<br />

a un hombre, porque su dios se lo prohíbe. Por esto harías mejor en<br />

<strong>de</strong>jarla en paz hasta que se haya puesto razonable.<br />

Pero Burraburiash se rió alegremente y dijo:<br />

-En verdad que encontraré mucho placer con ella, porque conozco<br />

estas muchachas y no se doman más que a bastonazos. Soy todavía joven<br />

e imberbe. Por esto me fatigo divirtiéndome con una mujer y hallo<br />

mucho mayor placer contemplándolas y escuchándolas mientras mis<br />

eunucos las golpean con sus <strong>de</strong>lgados juncos. Esta pequeña recalcitrante<br />

me proporcionará tanto mayor placer cuanto que tendré un motivo para<br />

hacerla fustigar por mis eunucos, y en verdad te juro que la próxima<br />

noche su piel estará tan hinchada que no podrá dormir sobre su espalda<br />

y mi placer será tanto más gran<strong>de</strong>.<br />

Se alejó frotándose las manos y riéndose como una mujer. Viéndole<br />

alejarse, comprendí que ya no era mi amigo.


Después <strong>de</strong> aquello fui incapaz <strong>de</strong> reír ni divertirme, pese a que el<br />

palacio estuviese lleno <strong>de</strong> una muchedumbre jocosa que bebía vino y<br />

cerveza y se divertía con todas las extravagancias que Kaptah inventaba<br />

sin cesar, porque había olvidado su <strong>de</strong>sventura <strong>de</strong>l gineceo y habiéndole<br />

puesto un trozo <strong>de</strong> carne cruda sobre el ojo no tenía daño ya. Pero yo<br />

estaba atormentado sin saber por qué.<br />

Me <strong>de</strong>cía que tenía muchas cosas que apren<strong>de</strong>r todavía en Babilonia,<br />

puesto que mis estudios sobre el hígado <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>ro no estaban acabados<br />

y no sabía todavía verter el aceite sobre el agua como lo hacían los<br />

sacerdotes. Si me conservaba en buenas relaciones con él, Burraburiash,<br />

a cambio <strong>de</strong> mis cuidados y mi amistad, me daría seguramente<br />

generosos regalos cuando me fuera. Pero cuanto más reflexionaba, más<br />

me obsesionaba Minea, cualquiera que fuese su extravagancia, y pensaba<br />

también en Kaptah, que tenía que perecer aquella noche por un estúpido<br />

capricho <strong>de</strong>l rey, que, sin consultarme, lo había <strong>de</strong>signado como falso rey<br />

a pesar <strong>de</strong> que fuese mi servidor.<br />

Así endurecía mi corazón diciéndome que Burraburiash había<br />

abusado <strong>de</strong> mí, <strong>de</strong> manera que estaría justificado <strong>de</strong>volviéndole la misma<br />

moneda, pese a que mi corazón me <strong>de</strong>cía que <strong>de</strong> esta manera violaría<br />

todas las leyes <strong>de</strong> la amistad. Pero era extranjero y solo, y nada me ligaba<br />

a él. Por esto, por la tar<strong>de</strong>, fui a la ribera <strong>de</strong>l río y alquilé una barca <strong>de</strong><br />

diez remeros y les dije:<br />

-Esta es la jornada <strong>de</strong>l falso rey y sé que estáis borrachos <strong>de</strong> cerveza y<br />

alegría y que vacilaréis en salir. Pero os daré doble paga porque mi tío ha<br />

muerto y <strong>de</strong>bo llevar su cadáver entre los <strong>de</strong> sus antepasados. El viaje<br />

será largo, porque nuestra tumba <strong>de</strong> familia se encuentra cerca <strong>de</strong> la<br />

frontera <strong>de</strong> Mitanni.<br />

Los remeros murmuraron, pero yo les procuré dos barriles <strong>de</strong> cerveza<br />

y les dije que podían beber hasta la puesta <strong>de</strong>l sol a condición <strong>de</strong> que<br />

estuviesen a punto <strong>de</strong> partir a la caída <strong>de</strong> la noche. Pero ellos protestaron<br />

diciendo:<br />

-No remaremos <strong>de</strong> noche, porque las tinieblas están llenas <strong>de</strong> temibles<br />

diablillos que lanzan gritos espantosos y quizá vuelquen nuestra barca y<br />

nos maten.<br />

Pero yo les dije:<br />

-Voy a sacrificar al templo para que no nos ocurra nada malo y el<br />

sonido <strong>de</strong> todo el dinero que os daré al final <strong>de</strong>l viaje os impedirá<br />

seguramente oír los aullidos <strong>de</strong> los <strong>de</strong>monios.<br />

6


Fui a la Torre, don<strong>de</strong> sacrifiqué un cor<strong>de</strong>ro, y había poca gente en los<br />

patios porque toda la villa estaba agrupada alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l palacio.<br />

Examiné el hígado <strong>de</strong>l cor<strong>de</strong>ro, pero estaba tan distraído que no vi nada<br />

<strong>de</strong> particular, observé solamente que era mayor que <strong>de</strong> ordinario y olía<br />

muy fuerte, <strong>de</strong> manera que me sentí invadido <strong>de</strong> malos pensamientos.<br />

Recogí la sangre en la bolsa <strong>de</strong> cuero y me la llevé a palacio. A mi entrada<br />

en el harén una golondrina voló sobre mi cabeza, lo cual reanimó mi<br />

corazón y me reconfortó, porque era un pájaro <strong>de</strong> mi país y me daría<br />

suerte.<br />

Dije a los eunucos:<br />

-Dejadme solo con esta mujer loca a fin <strong>de</strong> que pueda exorcizar a los<br />

<strong>de</strong>monios.<br />

Me obe<strong>de</strong>cieron conduciéndome a una pequeña habitación, don<strong>de</strong><br />

expliqué a Minea lo que <strong>de</strong>bía hacer y le entregué su puñal y la bolsa <strong>de</strong><br />

sangre. Me prometió seguir mis instrucciones y la <strong>de</strong>jé, diciendo a los<br />

eunucos que nadie <strong>de</strong>bía molestarla, porque le había dado un remedio<br />

para expulsar el <strong>de</strong>monio y éste podría meterse en el cuerpo <strong>de</strong> toda<br />

persona que abriese la puerta sin permiso. Y me creyeron sin discutir.<br />

El sol iba a ocultarse y la luz era roja en todas las habitaciones <strong>de</strong><br />

palacio. Kaptah comía y bebía servido por Burraburiash, que se reía<br />

como un chiquillo. El suelo estaba cubierto <strong>de</strong> charcos <strong>de</strong> vino en los que<br />

yacían los hombres, nobles y villanos, que dormían la borrachera. Yo le<br />

dije a Burraburiash:<br />

-Quiero asegurarme <strong>de</strong> que la muerte <strong>de</strong> Kaptah será dulce, porque es<br />

mi servidor y soy responsable <strong>de</strong> él.<br />

Y él me dijo:<br />

-Date prisa, porque vierten ya el veneno en el vino y tu servidor<br />

morirá a la puesta <strong>de</strong>l sol, como es costumbre aquí.<br />

Fui a encontrar al médico <strong>de</strong>l rey y me creyó cuando le dije que el rey<br />

me había encargado que mezclara yo mismo el veneno.<br />

-Será mejor que me remplaces tú entonces -dijo-, porque mis manos<br />

tiemblan y mis ojos están húmedos. Es que he vaciado muchas copas y tu<br />

servidor nos ha divertido <strong>de</strong> una manera prodigiosa.<br />

Vertí en el vino jugo <strong>de</strong> adormi<strong>de</strong>ra, pero no lo suficiente para<br />

producir la muerte. Llevé la copa a Kaptah y le dije:<br />

-Kaptah, es posible que no volvamos a vernos nunca más, porque tu<br />

dignidad se te ha subido a la cabeza y mañana no me reconocerás ya.<br />

Vacía, pues, esta copa a fin <strong>de</strong> que a mi regreso a Egipto pueda contar<br />

que soy amigo <strong>de</strong>l dueño <strong>de</strong> los cuatro continentes. Al vaciarla <strong>de</strong>bes<br />

saber que no pienso más que en tu bien, pase lo que pase, y acuérdate <strong>de</strong><br />

nuestro escarabajo.<br />

Y Kaptah dijo:


-Las palabras <strong>de</strong> este egipcio serían un zumbido <strong>de</strong> moscas en mis<br />

oídos si no estuviesen ya llenos <strong>de</strong>l murmullo <strong>de</strong>l vino, <strong>de</strong> manera que no<br />

oigo lo que me dice. Pero no he escupido nunca en una copa <strong>de</strong> vino,<br />

como he tratado hoy <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrarlo a mis súbditos que me gustan<br />

mucho. Vaciaré, pues, esta copa, pese a que mañana los asnos salvajes<br />

me pisotearán la cabeza.<br />

Bebió y al mismo tiempo el sol se puso y trajeron las lámparas y todo<br />

el mundo se levantó y un gran silencio se extendió por el palacio. Kaptah<br />

se quitó la corona real y dijo:<br />

-Esta maldita corona me <strong>de</strong>stroza el cráneo y estoy harto <strong>de</strong> ella. Mis<br />

piernas se entumecen y mis párpados pesan como el plomo; es el<br />

momento <strong>de</strong> dormir. Tiró <strong>de</strong>l pesado mantel y se cubrió con él,<br />

<strong>de</strong>rribando las copas y los jarros, <strong>de</strong> manera que nadaba verda<strong>de</strong>ramente<br />

en vino como había prometido por la mañana. Pero los servidores lo<br />

<strong>de</strong>snudaron y pusieron a Burraburiash las vestiduras manchadas <strong>de</strong> vino<br />

y, <strong>de</strong>volviéndole la corona y los emblemas <strong>de</strong> su realeza, lo llevaron al<br />

trono.<br />

-Esta jornada ha sido muy cansada -dijo el rey-, pero he observado, no<br />

obstante, a algunas personas que no me han <strong>de</strong>mostrado suficiente<br />

consi<strong>de</strong>ración durante la farsa, esperando probablemente que me<br />

ahogaría bebiendo caldo caliente. Echad, pues, a palos a todos estos<br />

borrachos y barred la sala, y, en cuanto haya muerto, meted en una jarra<br />

al payaso éste, <strong>de</strong>l que ya estoy cansado.<br />

Se volvió a Kaptah <strong>de</strong> espaldas y el médico lo palpó con sus<br />

temblorosas manos <strong>de</strong> borracho y dijo:<br />

-Este hombre está realmente muerto.<br />

Los servidores trajeron una gran ánfora <strong>de</strong> arcilla como aquellas en<br />

que los babilonios entierran a sus muertos, y metiendo a Kaptah <strong>de</strong>ntro<br />

la cerraron. El rey dio or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> llevarlo a los sótanos <strong>de</strong> palacio entre los<br />

prece<strong>de</strong>ntes falsos reyes, pero entonces yo dije:<br />

-Este hombre es egipcio y circunciso como yo. Por esto tengo que<br />

embalsamarlo y proveerlo <strong>de</strong> todo lo necesario para el viaje al país <strong>de</strong>l<br />

Poniente a fin <strong>de</strong> que pueda comer y beber y divertirse <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su<br />

muerte sin hacer nada. Este trabajo dura treinta o setenta días, según el<br />

rango <strong>de</strong>l difunto en vida. Para Kaptah, creo que treinta días serán<br />

suficientes, porque no era más que un servidor. Después <strong>de</strong> este plazo te<br />

<strong>de</strong>volveré el cuerpo a fin <strong>de</strong> que sea <strong>de</strong>positado al lado <strong>de</strong> los anteriores<br />

falsos reyes en los sótanos <strong>de</strong>l palacio.<br />

Burraburiash me escuchó con curiosidad y dijo:<br />

-De acuerdo, pese a que crea que tu trabajo es cosa perdida, porque un<br />

hombre muerto permanece acostado y su espíritu va errante por todas<br />

partes con inquietud y se alimenta <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sperdicios arrojados en las<br />

calles, a menos que sus parientes guar<strong>de</strong>n su cuerpo en un jarro <strong>de</strong>


arcilla, a fin <strong>de</strong> que su espíritu reciba su parte <strong>de</strong> las comidas. Es la<br />

suerte <strong>de</strong> todos, salvo la mía, porque soy el rey y los dioses me acogerán<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mi muerte, <strong>de</strong> manera que no tengo que ocuparme <strong>de</strong> mi<br />

comida ni <strong>de</strong> mi cerveza <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muerto. Pero obra a tu antojo,<br />

puesto que es la costumbre <strong>de</strong> tu país.<br />

Hice llevar la jarra a una litera que había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l palacio,<br />

pero antes <strong>de</strong> marcharme dije al rey:<br />

-Durante treinta días no me verás, porque mientras dura el<br />

embalsamamiento <strong>de</strong>bo permanecer sin mostrarme a nadie a fin <strong>de</strong> no<br />

infectarlo con los miasmas que trascien<strong>de</strong> el cadáver.<br />

Burraburiash se echó a reír y dijo:<br />

-Sea como tú quieras, y si apareces por aquí mis servidores te echarán<br />

a palos a fin <strong>de</strong> que no introduzcas malos espíritus en mi palacio.<br />

Y en la litera agujereé la arcilla <strong>de</strong> la jarra que estaba blanda todavía, a<br />

fin <strong>de</strong> que Kaptah pudiese respirar. Después volví a entrar secretamente<br />

en el palacio y penetré en el harén, don<strong>de</strong> los eunucos se sintieron felices<br />

al verme, porque temían la llegada <strong>de</strong>l rey.<br />

Después <strong>de</strong> haber abierto la puerta <strong>de</strong> la habitación <strong>de</strong> Minea, me<br />

volví rápidamente a los eunucos y, <strong>de</strong>sgarrándome las vestiduras, grité:<br />

-Venid a ver lo que ha ocurrido; yace empapada en sangre y el<br />

cuchillo ensangrentado está a su lado y sus cabellos están cubiertos <strong>de</strong><br />

sangre también.<br />

Se acercaron y fueron presa <strong>de</strong>l terror, porque los eunucos temen la<br />

sangre y no osan tocarla.<br />

-Todos estamos en el mismo compromiso. Traed, pues, pronto una<br />

alfombra para que pueda arrollar en ella su cuerpo y <strong>de</strong>spués lavad el<br />

suelo a fin <strong>de</strong> que nadie sepa lo ocurrido. Corred en seguida a comprar<br />

otra esclava, <strong>de</strong> preferencia una que venga <strong>de</strong> un país lejano e ignore<br />

vuestra lengua. Vestidla y adornadla para el rey, y si resiste, apaleadla<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él, porque estará contento y os recompensará generosamente.<br />

Los eunucos comprendieron la cordura <strong>de</strong> mi consejo y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

algún regateo les di la mitad <strong>de</strong> lo que me pedían para comprar otra<br />

esclava, si bien sabiendo que me robaban, porque pagarían la esclava con<br />

el dinero <strong>de</strong>l rey y ganarían todavía exigiendo <strong>de</strong>l merca<strong>de</strong>r <strong>de</strong> esclavos<br />

que marcase sobre la tablilla un precio superior al convenido, porque<br />

ésta es y será siempre la costumbre <strong>de</strong> los eunucos en todo el mundo.<br />

Pero no quería pelear con ellos. Me trajeron una alfombra en la cual<br />

envolví a Minea y me ayudaron a llevarla por los patios oscuros hasta la<br />

litera, don<strong>de</strong> me esperaba Kaptah metido en su jarra.<br />

Así fue como, en medio <strong>de</strong> las tinieblas, abandoné Babilonia como<br />

fugitivo, abandonando también mucho oro y plata, pese a que hubiera<br />

podido enriquecerme y adquirir todavía mucho saber.


Llegado a la ribera hice meter la jarra en la barca, pero cogí yo mismo<br />

la alfombra y la <strong>de</strong>posité bajo el ten<strong>de</strong>rete. Y dije a los servidores:<br />

-¡Esclavos e hijos <strong>de</strong> perro! Esta noche no habéis visto ni oído nada si<br />

alguien os interroga, y por esto os doy una moneda <strong>de</strong> plata a cada uno.<br />

Saltaron <strong>de</strong> júbilo y gritaron:<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente, hemos servido a un gran señor y nuestros oídos son<br />

sordos y nuestros ojos ciegos, y no hemos visto ni oído nada esta noche.<br />

Así fue como me <strong>de</strong>sembaracé <strong>de</strong> ellos, pero sabía que se<br />

emborracharían, según costumbre <strong>de</strong> los portadores <strong>de</strong> todos los<br />

tiempos y que en su embriaguez revelarían todo lo que habían visto. Pero<br />

no podía evitarlo, porque eran ocho y muy robustos, y no podía matarlos<br />

y arrojarlos al río como hubiera querido hacer.<br />

Después <strong>de</strong> su marcha <strong>de</strong>sperté a los remeros y al salir la luna<br />

hundieron sus pértigas en el agua y empujaron <strong>de</strong> firme, bostezando y<br />

murmurando contra su suerte porque sus cabezas estaban pesadas por la<br />

cerveza que habían bebido. Así fue como huí <strong>de</strong> Babilonia, y no podría<br />

<strong>de</strong>cir por qué, ya que lo ignoro; pero todo estaba escrito en las estrellas<br />

antes <strong>de</strong> mi nacimiento y no podía cambiar nada.<br />

LIBRO SÉPTIMO<br />

MINEA<br />

Una vez salido <strong>de</strong> la villa sin ser interrogado por los guardias, pues el<br />

río no está cerrado por la noche, me metí bajo el toldo para <strong>de</strong>scansar mi<br />

cabeza fatigada. Los soldados <strong>de</strong>l rey me habían <strong>de</strong>spertado antes <strong>de</strong>l<br />

alba, como ya he referido, y la jornada había sido rica en inquietu<strong>de</strong>s e<br />

inci<strong>de</strong>ntes, hasta el punto que jamás había vivido otra parecida. Pero no<br />

1


encontraba todavía la paz, porque Minea se había <strong>de</strong>sembarazado <strong>de</strong> la<br />

alfombra y se lavaba sacando agua <strong>de</strong>l río y las gotas que caían <strong>de</strong> su<br />

mano brillaban al claro <strong>de</strong> luna. Me miró con aire <strong>de</strong> reproche y sin<br />

sonreírme me dijo:<br />

-Me he ensuciado horriblemente siguiendo tus consejos y apesto a<br />

sangre y no podré <strong>de</strong>sembarazarme jamás <strong>de</strong> este olor, y todo por tu<br />

culpa. Y al llevarme envuelta en la alfombra me has estrechado contra tu<br />

pecho más <strong>de</strong> lo necesario, <strong>de</strong> manera que no podía respirar.<br />

Pero yo estaba muy cansado y estas palabras aumentaron todavía mi<br />

lasitud. Por esto ahogué un bostezo diciendo:<br />

-Cállate, mujer maldita, porque al pensar en todo lo que me has hecho<br />

hacer mi corazón se rebela, y estoy dispuesto a arrojarte al río, don<strong>de</strong><br />

podrás lavarte a tu antojo. Porque sin ti estaría sentado al lado <strong>de</strong>l rey <strong>de</strong><br />

Babilonia y los sacerdotes <strong>de</strong> la Torre me enseñarían toda su ciencia sin<br />

ocultarme nada <strong>de</strong> manera que sería en breve el más eminente <strong>de</strong> todos<br />

los médicos <strong>de</strong>l mundo. He perdido también por culpa tuya todos mis<br />

regalos <strong>de</strong> médico y mi oro se ha fundido y no me atrevo a utilizar mis<br />

tablillas <strong>de</strong> arcilla para retirar dinero en las cajas <strong>de</strong> los templos. Todo<br />

esto me ha ocurrido por causa tuya, y maldigo verda<strong>de</strong>ramente el día en<br />

que te vi, y cada año lo recordaré cubriéndome con un saco <strong>de</strong> ceniza.<br />

Ella llevaba la mano hundida en la corriente al claro <strong>de</strong> luna y el agua<br />

se hendía como plata líquida. Entonces me dijo con voz grave, pero sin<br />

mirarme:<br />

-Si es así, es mejor que salte al agua como <strong>de</strong>seas. Así te<br />

<strong>de</strong>sembarazarás <strong>de</strong> mí.<br />

Se levantó para arrojarse al río, pero yo la agarré por el brazo y le dije:<br />

-Cesa <strong>de</strong> disparatar, porque si saltas al agua, todo lo que he hecho hoy<br />

habrá sido inútil y sería el colmo <strong>de</strong> la tontería. En nombre <strong>de</strong> todos los<br />

dioses, déjame <strong>de</strong>scansar un instante, Minea, y no me molestes con tus<br />

caprichos, porque estoy muy cansado.<br />

Habiendo dicho estas palabras me metí bajo la alfombra y me cubrí<br />

con ella, porque la noche era fresca pese a que estuviésemos en<br />

primavera y las cigüeñas gritasen en los juncales. Pero ella se <strong>de</strong>slizó<br />

reptando bajo la alfombra y dijo dulcemente:<br />

-Puesto que no puedo hacer nada más por ti, quiero calentarte con mi<br />

cuerpo, porque la noche es fría.<br />

Yo no tuve la fuerza <strong>de</strong> protestar y me quedé dormido y pu<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scansar, porque su cuerpo era como una <strong>de</strong>lgada estufa contra el mío.<br />

Al alba estábamos ya muy lejos <strong>de</strong> la villa y los remeros murmuraron:<br />

-Nuestros hombros son como <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y nuestras espaldas están<br />

doloridas. ¿Quieres hacernos perecer con los remos en la mano, puesto<br />

que no vamos a apagar ningún incendio?<br />

Pero yo endurecí mi corazón y les dije:


-El que <strong>de</strong>jare <strong>de</strong> bogar sabrá el sabor <strong>de</strong> mi bastón, porque no nos<br />

<strong>de</strong>tendremos hasta media jornada. Entonces podréis comer y beber y<br />

cada uno <strong>de</strong> vosotros recibirá un trago <strong>de</strong> vino, y dátiles, y os animará y<br />

os sentiréis ligeros como pájaros. Pero si refunfuñáis contra mí soltaré<br />

contra vosotros todos los <strong>de</strong>monios <strong>de</strong> los infiernos, porque sabed que<br />

soy sacerdote y hechicero y conozco numerosos diablos que adoran la<br />

carne humana.<br />

Yo hablaba así para asustarlos, pero no me oyeron, porque el sol<br />

brillaba, y dijeron:<br />

-Está solo y nosotros somos diez.<br />

Y uno <strong>de</strong> ellos intentó golpearme con su remo.<br />

Pero en aquel instante la jarra que llevaba a popa comenzó a resonar,<br />

porque Kaptah daba golpes y gritaba aullando con una voz aguda y los<br />

remeros se pusieron pálidos <strong>de</strong> miedo y, echándose al agua uno tras otro,<br />

<strong>de</strong>saparecieron en la corriente. La barca comenzó a <strong>de</strong>rivar e<br />

inclinarse, pero pu<strong>de</strong> guiarla hacia la orilla y eché el ancla, Minea salió<br />

<strong>de</strong>l ten<strong>de</strong>rete peinándose y yo no tuve ya miedo <strong>de</strong> nada, porque era bella<br />

a mis ojos y el sol brillaba y las cigüeñas gritaban en los juncales. Fui<br />

hacia la jarra y rompí la arcilla diciendo en voz alta:<br />

-¡Sal, hombre que reposas aquí <strong>de</strong>ntro!<br />

Kaptah salió <strong>de</strong> la jarra con los cabellos erizados y dirigió a su<br />

alre<strong>de</strong>dor miradas <strong>de</strong> sorpresa. Jamás yo había visto un aspecto tan<br />

estupefacto. Gimió y dijo:<br />

-¿Qué farsa es ésta? ¿Dón<strong>de</strong> estoy y dón<strong>de</strong> está mi real corona y mis<br />

emblemas reales? ¿Por qué me veo <strong>de</strong>snudo y tengo frío? Mi cabeza está<br />

llena <strong>de</strong> avispas y mis miembros son <strong>de</strong> plomo, como si hubiese sido<br />

mordido por una serpiente venenosa. Andate con cuidado, Sinuhé, en<br />

gastarme bromas, porque con los reyes no se juega.<br />

Yo quería castigarlo por la arrogancia <strong>de</strong> la víspera, y por esto,<br />

fingiendo ignorancia, le dije:<br />

-No entiendo tus palabras, Kaptah, y estás seguramente todavía<br />

borracho, porque no te acuerdas <strong>de</strong> que ayer, antes <strong>de</strong> nuestra salida <strong>de</strong><br />

Babilonia, bebiste <strong>de</strong>masiado vino y metiste tanto escándalo a bordo que<br />

los remeros te encerraron en esta jarra por miedo a que los hirieses.<br />

Hablabas sin cesar <strong>de</strong> un rey y <strong>de</strong> los jueces y no <strong>de</strong>cías más que<br />

tonterías.<br />

Kaptah cerró los ojos y reflexionó un buen rato; <strong>de</strong>spués dijo:<br />

-¡Oh, dueño mío! No quiero beber vino nunca más, porque el vino y el<br />

sueño me han arrastrado a aventuras que no podría<br />

contarte. Pero puedo, sin embargo, <strong>de</strong>cirte que por la gracia <strong>de</strong>l<br />

escarabajo me imaginaba ser rey y rendir justicia y fui incluso al harén<br />

real y me divertí con una linda muchacha. Y tuve, a<strong>de</strong>más, muchas otras<br />

aventuras, pero no tengo ya fuerzas para pensar en ellas, porque me


duele la cabeza y serías bien misericordioso si me dieses el remedio que<br />

los borrachos <strong>de</strong> esta maldita Babilonia usan al día siguiente.<br />

Y entonces Kaptah vio a Minea y <strong>de</strong>sapareció <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la jarra,<br />

diciendo con voz plañi<strong>de</strong>ra:<br />

-¡Oh dueño mío, no estoy bien o sueño, porque creo ver allá a la<br />

muchacha que encontré en el real harén! ¡Que el escarabajo me proteja,<br />

porque creo per<strong>de</strong>r la razón!<br />

Se tocó su ojo tumefacto y comenzó a llorar tristemente. Pero Minea<br />

se acercó a la jarra y agarrando la pelambrera <strong>de</strong> Kaptah le sacó la cabeza<br />

fuera diciendo:<br />

-¡Mírame! ¿Soy yo la mujer con la cual te has divertido la noche<br />

pasada?<br />

Kaptah le dirigió una mirada temerosa, cerró los ojos y dijo, gimiendo:<br />

-Que los dioses <strong>de</strong> Egipto tengan piedad <strong>de</strong> mí y me perdonen haber<br />

adorado a los dioses extranjeros, pero eres tú, y <strong>de</strong>bes perdonarme,<br />

porque era un sueño.<br />

Minea se quitó la babucha y le dio golpes en la cara diciendo:<br />

-He aquí tu castigo por tu sueño in<strong>de</strong>cente, a fin <strong>de</strong> que sepas que<br />

ahora estás <strong>de</strong>spierto.<br />

Pero Kaptah redoblaba sus gritos diciendo:<br />

-En verdad que no sé ya si duermo o estoy <strong>de</strong>spierto, porque he<br />

sufrido el mismo castigo durante mi sueño cuando esta espantosa mujer<br />

se ha arrojado sobre mí en el harén.<br />

Lo ayudé a salir <strong>de</strong> la jarra y le di un remedio amargo para purgarlo y<br />

le até una cuerda a la cintura para sumergirlo a pesar <strong>de</strong> sus gritos y lo<br />

<strong>de</strong>jé agitarse en el agua para disipar su borrachera <strong>de</strong> vino y adormi<strong>de</strong>ra.<br />

Cuando lo saqué <strong>de</strong>l agua lo perdoné y le dije:<br />

-Que sea esto una lección por tu <strong>de</strong>svergüenza conmigo, que soy tu<br />

dueño. Pero <strong>de</strong>bes saber que cuanto has soñado es verdad y sin mí<br />

reposarías ahora en esta jarra al lado <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más falsos reyes.<br />

Y le conté lo ocurrido, pero tuve que repetírselo varias veces para que<br />

se convenciera. Para terminar, dije:<br />

-Nuestra vida está en peligro y no tengo ganas <strong>de</strong> reír, porque tan<br />

cierto como estamos en esta barca, que colgaremos <strong>de</strong> las murallas <strong>de</strong> la<br />

villa, con la cabeza abajo, si el rey nos echa la garra, y podrá infligirnos<br />

suplicios peores todavía. Por esto toda buena i<strong>de</strong>a es preciosa, puesto<br />

que nuestros remeros han <strong>de</strong>saparecido y eres tú, Kaptah, quien tiene<br />

que encontrar un medio <strong>de</strong> llevarnos sanos y salvos hasta el país <strong>de</strong><br />

Mitanni.<br />

Kaptah se rascó la cabeza y reflexionó largo rato. Después, dijo:<br />

-Si he comprendido bien tus palabras, todo lo que me ha ocurrido es<br />

verdad y no he soñado y el vino no me ha jugado una mala pasada. Por<br />

esto esta jornada es feliz, porque puedo beber vino sin preocupaciones


para aclararme las i<strong>de</strong>as cuando creía ya que nunca más podría saborear<br />

este néctar.<br />

Y con estas palabras se metió bajo el ten<strong>de</strong>rete, rompió el sello <strong>de</strong> una<br />

<strong>de</strong> las jarras y bebió largamente alabando a todos los dioses <strong>de</strong> Egipto y<br />

Babilonia cuyos nombres citaba, y alabando también a los dioses<br />

<strong>de</strong>sconocidos cuyos nombres ignoraba. A cada nombre <strong>de</strong> dios,<br />

levantaba la jarra, y finalmente se <strong>de</strong>splomó sobre la alfombra y<br />

comenzó a roncar con una voz sorda como un hipopótamo.<br />

Yo estaba tan furioso por su conducta que me disponía a arrojarlo al<br />

agua cuando Minea dijo:<br />

-Este Kaptah tiene razón, porque a cada día le basta su pena. ¿Por qué<br />

no beber vino para alegrarnos en este rincón al que la corriente nos ha<br />

traído, porque la campiña es bella y los cañaverales nos dan sombra y las<br />

cigüeñas gritan en los juncales? Veo también los patos volar con el cuello<br />

tendido para ir a construir sus nidos; el agua brilla ver<strong>de</strong> y amarilla bajo<br />

el sol y mi corazón se siente ligero como un pájaro liberado <strong>de</strong> su<br />

cautiverio.<br />

-Puesto que los dos estáis locos, ¿por qué no lo estaría yo también?<br />

Porque, en verdad, me da igual que mi piel se seque mañana en las<br />

murallas o <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> diez años, porque todo está escrito en las estrellas<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> antes <strong>de</strong> nuestro nacimiento, como me lo han enseñado los<br />

sacerdotes <strong>de</strong> la Torre. El sol brilla <strong>de</strong>liciosamente y el trigo ver<strong>de</strong>a en las<br />

riberas. Por esto quiero nadar en el río y coger peces con la mano, como<br />

en mi infancia, porque este día es tan bueno como otro.<br />

Y nadamos en el río y el sol secó nuestras ropas y <strong>de</strong>spués bebimos y<br />

comimos y Minea ofreció una libación a su dios y<br />

bailó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí en la barca, <strong>de</strong> manera que yo me quedé sin aliento.<br />

Y por esto le dije:<br />

-Una sola vez en mi vida he llamado a una mujer , pero<br />

sus brazos fueron para mí como un horno ardiente y su cuerpo era como<br />

un <strong>de</strong>sierto árido. Por esto te suplico, Minea, líbrame <strong>de</strong>l sortilegio en<br />

que me tienen sujeto tus miembros y no me mires con estos ojos que son<br />

como el claro <strong>de</strong> luna en el espejo <strong>de</strong>l río, porque <strong>de</strong> lo contrario te<br />

llamaría y también tú me llevarías por el camino <strong>de</strong>l<br />

crimen y <strong>de</strong> la muerte, como aquella maldita mujer.<br />

Minea me miró con aire sorprendido y dijo:<br />

-Has frecuentado, verda<strong>de</strong>ramente, extrañas mujeres, Sinuhé, para<br />

hablar conmigo <strong>de</strong> esta forma, pero quizás en tu país las mujeres son así.<br />

Pero no tengo la menor intención <strong>de</strong> seducirte, como pareces temer. En<br />

efecto, mi dios me ha prohibido entregarme a ningún hombre, y si lo<br />

hago tendría que morir.<br />

Cogió mi cabeza entre sus manos y la puso sobre sus rodillas y,<br />

acariciándome el cabello y las mejillas, dijo:


-Eres verda<strong>de</strong>ramente malvado para hablar <strong>de</strong> esta forma <strong>de</strong> las<br />

mujeres, porque si bien las hay que envenenan los pozos, otras son como<br />

un manantial en el <strong>de</strong>sierto o el rocío sobre un prado seco. Pero pese a<br />

que tu cabeza sea espesa y limitada y que tus cabellos sean negros y<br />

recios, tengo con gusto tu cabeza sobre mis rodillas, porque en ti, en tus<br />

brazos y en tus ojos, se oculta una fuerza que me gusta <strong>de</strong>liciosamente.<br />

Por esto estoy <strong>de</strong>sconsolada por no po<strong>de</strong>r entregarme a ti como lo<br />

<strong>de</strong>seas, y estoy <strong>de</strong>sconsolada no solamente por ti, sino también por mí, si<br />

esta confesión impúdica pue<strong>de</strong> alegrarte.<br />

El agua corría ver<strong>de</strong> y amarilla a ambos lados <strong>de</strong> la barca y yo tenía<br />

cogidas las manos <strong>de</strong> Minea, que eran firmes y bellas. Como un<br />

ahogado me agarraba a sus manos y contemplaba sus ojos, que eran<br />

como un claro <strong>de</strong> luna sobre el río, cálidos como una caricia, y le dije:<br />

-¡Minea, hermana mía! En el mundo hay muchos dioses y cada país<br />

posee el suyo, el número <strong>de</strong> dioses es infinito y yo estoy saciado <strong>de</strong> todos<br />

los dioses que los hombres inventan sólo por temor, según lo que creo.<br />

Por esto <strong>de</strong>bes renunciar a tu dios, porque sus exigencias son crueles e<br />

inútiles Y sobre todo crueles hoy. Yo te llevaré a un país al que no alcanza<br />

el po<strong>de</strong>río <strong>de</strong> tu dios; aunque tuviéramos que ir al fin <strong>de</strong>l mundo y comer<br />

hierba y pescado seco en el país <strong>de</strong> los bárbaros y pasar las noches en los<br />

cañaverales hasta el fin <strong>de</strong> nuestros días.<br />

Pero ella apartó la mirada y dijo:<br />

-Adon<strong>de</strong>quiera que vaya, el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> mi dios me alcanza y <strong>de</strong>beré<br />

morir si me doy a un hombre. Hoy, al mirarte, creo que quizá mi dios es<br />

cruel Y exige un vano sacrificio, pero no puedo hacer nada y mañana<br />

todo será diferente cuando estés cansado <strong>de</strong> mí y me olvi<strong>de</strong>s, porque los<br />

hombres sois así.<br />

En mí todo ardía por ella como si mi cuerpo hubiese sido un montón<br />

<strong>de</strong> cañas abrasadas por el sol y bruscamente encendidas por una tea.<br />

-Tus palabras son vanos pretextos y sólo quieres atormentarme, como<br />

es costumbre en las mujeres, para gozar <strong>de</strong> mis penas.<br />

Pero ella retiró su mano y, dirigiéndome una mirada <strong>de</strong> reproche,<br />

dijo:<br />

-No soy una mujer ignorante, porque hablo, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> mi lengua<br />

materna, la <strong>de</strong> Babilonia y la tuya y sé escribir mi nombre <strong>de</strong> tres<br />

maneras diferentes, tanto sobre la arcilla como en el papiro. He visitado<br />

también muchas gran<strong>de</strong>s villas y he ido hasta Egipto por mi dios y he<br />

danzado <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> numerosos espectadores que han admirado mi arte<br />

hasta el día en que los merca<strong>de</strong>res me raptaron cuando naufragó nuestro<br />

barco. Sé que los hombres y las mujeres son iguales en todos los países a<br />

pesar <strong>de</strong> la diferencia <strong>de</strong> su color y su lengua, pero adoran dioses<br />

diferentes. Sé también que la gente culta es igual en todos los países y<br />

que difieren poco en i<strong>de</strong>as y costumbres, pero se alegran el corazón con


vino y en el fondo no creen ya en los dioses, porque así ha sido siempre y<br />

vale estar seguro. Sé todo esto, pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi infancia he sido criada en<br />

el ambiente <strong>de</strong>l dios y habiendo sido iniciada en todos los ritos secretos<br />

<strong>de</strong> su culto, ninguna potencia ni ninguna magia pue<strong>de</strong>n separarme <strong>de</strong> mi<br />

dios. Si hubieses bailado también <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los toros y saltado al bailar<br />

por entre sus cuernos afilados tocando con el pie el hocico mugiente <strong>de</strong>l<br />

animal, acaso pudieses compren<strong>de</strong>rme. Pero me parece que no has visto<br />

nunca muchachas ni muchachos danzar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los toros.<br />

-He oído hablar <strong>de</strong> ello -dije-. Y sé también que se han practicado<br />

estos juegos en el bajo país, pero pensaba que era para divertir al pueblo;<br />

sin embargo, hubiera <strong>de</strong>bido adivinar que los dioses estaban por algo.<br />

También en Egipto se adora un toro que lleva las marcas <strong>de</strong>l dios y nace<br />

solamente una vez por generación, pero no he oído nunca <strong>de</strong>cir que se<br />

haya saltado sobre su nuca ni bailado <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él, lo cual hubiera sido<br />

una profanación. Pero consi<strong>de</strong>ro inaudito que tengas que reservar tu<br />

virginidad para los toros, pese a que sepa que en los ritos secretos <strong>de</strong><br />

Siria los sacerdotes sacrificaban a los machos cabríos chiquillas vírgenes<br />

elegidas entre el pueblo.<br />

Me largó dos bofetadas ardientes y sus ojos brillaron en la noche como<br />

los <strong>de</strong> un gato montés y gritó:<br />

-Tus palabras me <strong>de</strong>muestran que no hay diferencia entre un hombre<br />

y un macho cabrío y tus pensamientos giran solamente alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las<br />

cuestiones carnales, <strong>de</strong> manera que una cabra podría satisfacer tu pasión<br />

lo mismo que una mujer. Vete al diablo y <strong>de</strong>ja ya <strong>de</strong> atormentarme con<br />

tus celos, porque hablas <strong>de</strong> cosas <strong>de</strong> las que entien<strong>de</strong>s tanto como un<br />

cerdo <strong>de</strong> dinero.<br />

Sus palabras eran perversas y las mejillas me escocían, y así me calmé<br />

y me retiré a la parte posterior <strong>de</strong> la barca. Para matar el tiempo<br />

comencé a limpiar mis instrumentos y pesar los remedios. Sentada a<br />

proa, Minea golpeaba nerviosamente con el pie el fondo <strong>de</strong> la barca;<br />

<strong>de</strong>spués, al cabo <strong>de</strong> un instante, se <strong>de</strong>snudó y se untó <strong>de</strong> aceite antes <strong>de</strong><br />

ponerse a bailar, y lo<br />

hacía con tanto ardor que la barca oscilaba. Yo la observaba a<br />

hurtadillas, porque su habilidad era gran<strong>de</strong> e increíble; tendía sin<br />

esfuerzo el cuerpo como un arco, sosteniéndose sobre las manos. Todos<br />

los músculos <strong>de</strong>l cuerpo vibraban bajo la piel reluciente <strong>de</strong> aceite y sus<br />

cabellos flotaban sobre la cabeza porque esta danza exigía una gran<br />

fuerza y no había visto jamás nada parecido, a pesar <strong>de</strong> que hubiese<br />

admirado en muchas casas <strong>de</strong> placer el talento <strong>de</strong> las danzarinas.<br />

Mientras la miraba, la cólera iba fundiéndose en mi corazón y no<br />

pensaba ya en las pérdidas que había sufrido al raptar a aquella criatura<br />

caprichosa e ingrata <strong>de</strong>l gineceo real. Me <strong>de</strong>cía también que había estado<br />

dispuesta a quitarse la vida para conservar la virginidad, y comprendí


que obraba mal y cobar<strong>de</strong>mente exigiéndole lo que no podía darme.<br />

Agotada por la danza, con el cuerpo lleno <strong>de</strong> sudor y los miembros<br />

<strong>de</strong>shechos <strong>de</strong> fatiga, se dio masaje y se bañó en el río. Después, volvió a<br />

vestirse, se cubrió la cabeza y la oí llorar. Entonces olvidé mis<br />

instrumentos y mis remedios y corrí hacia ella tocándole suavemente la<br />

espalda y le dije:<br />

-¿Estás enferma?<br />

No me respondió, rechazó bruscamente la mano y redobló su llanto.<br />

Me senté a su lado con el corazón henchido <strong>de</strong> dolor y le dije:<br />

-Minea, hermana mía, <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> llorar, porque en verdad no puedo<br />

pensar ya en tomarte, ni aunque me lo pidieses, pues quiero evitarte<br />

pena y dolor.<br />

-No temo ni la pena ni el dolor, como piensas, imbécil. No lloro por<br />

causa tuya, sino por mi <strong>de</strong>stino que me ha separado <strong>de</strong> mi dios<br />

haciéndome débil como un trapo mojado, hasta el punto que la mirada<br />

<strong>de</strong> un hombre basta para turbarme.<br />

Al <strong>de</strong>cir estas palabras no me miraba.<br />

Le tomé las manos, que no me retiró; <strong>de</strong>spués volvió la cabeza hacia<br />

mí y dijo:<br />

-Sinuhé el egipcio, soy verda<strong>de</strong>ramente ingrata e irritante a tus ojos,<br />

pero no puedo hacer nada, porque no me conozco ya. Te hablaría más <strong>de</strong><br />

mi dios a fin <strong>de</strong> que me comprendieses mejor, pero está prohibido <strong>de</strong>cir<br />

nada <strong>de</strong> él a los profanos. Debes saber, sin embargo, que es un dios <strong>de</strong>l<br />

mar que vive en una gruta oscura y que nadie si ha entrado en ella, ha<br />

vuelto a salir jamás, pero en ella se vive eternamente con él. Algunos<br />

dicen que tiene la forma <strong>de</strong> un toro aunque viva en el mar, y por esto nos<br />

enseñan a bailar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> un toro. Otros preten<strong>de</strong>n que es como un<br />

hombre con cabeza <strong>de</strong> toro, pero creo que es una leyenda. Lo único que<br />

sé es que cada año se echan en suerte doce iniciados que pue<strong>de</strong>n entrar<br />

en la gruta, uno a cada Plenilunio, y es la felicidad más gran<strong>de</strong> para un<br />

iniciado. La suerte me había <strong>de</strong>signado, pero antes <strong>de</strong> que me tocase el<br />

turno mi navío naufragó, como te he dicho, y unos merca<strong>de</strong>res me<br />

vendieron como esclava en el mercado <strong>de</strong> Babilonia. Durante mi<br />

juventud he soñado las maravillosas salas <strong>de</strong>l dios, el lecho divino y la<br />

vida eterna, porque <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber permanecido un mes con el dios, la<br />

iniciada pue<strong>de</strong> regresar a su casa si lo quiere, pero no ha vuelto todavía<br />

ninguna. Por esto creo que la vida terrenal no ofrece atractivo alguno a la<br />

que ha conocido al dios.<br />

Mientras hablaba, una sombra parecía velar el sol y todo se volvió<br />

lívido a mis ojos y me puse a temblar, porque<br />

comprendía que Minea no era para mí. Su relato era parecido al <strong>de</strong> todos<br />

los sacerdotes <strong>de</strong> los países <strong>de</strong>l mundo, pero ella creía y esto la separaba


<strong>de</strong> mí para siempre. Y yo no quería quebrantar su fe ni causarle pena,<br />

pero le calentaba las manos y finalmente le dije:<br />

-Comprendo que <strong>de</strong>sees volver a tu dios. Por esto te llevaré a Creta,<br />

porque ahora conozco que eres cretense. Lo había presentido cuando me<br />

has hablado <strong>de</strong>l toro, pero ahora lo sé seguro, puesto que tu dios habita<br />

en una mansión tenebrosa, y los merca<strong>de</strong>res y navegantes me habían<br />

hablado <strong>de</strong> ello en Simyra, pero hasta ahora no los había creído.<br />

-Tengo que regresar, ya lo sabes, porque en ninguna parte hallaría la<br />

paz. Y, sin embargo, Sinuhé, cada día que paso contigo y cada vez que te<br />

veo mi corazón se regocija. No porque me hayas salvado <strong>de</strong>l peligro sino<br />

porque no hay nadie como tú para mí, y ya no entraré con alegría en la<br />

mansión <strong>de</strong>l dios, sino con el corazón lleno <strong>de</strong> pena. Si me lo permiten,<br />

volveré a salir para reunirme contigo, pero es poco probable, porque<br />

nadie ha regresado todavía. Sin embargo, nuestra vida es breve y <strong>de</strong>l<br />

mañana nada se sabe, como dices tú. Por esto, Sinuhé, gocemos <strong>de</strong> cada<br />

día, gocemos <strong>de</strong> los ána<strong>de</strong>s que vuelan sobre nuestras cabezas batiendo<br />

las alas, gocemos <strong>de</strong>l río y sus cañaverales, <strong>de</strong> la comida y <strong>de</strong>l vino, sin<br />

pensar en el porvenir.<br />

Ocultos entre los cañaverales comimos y el porvenir estaba lejos <strong>de</strong><br />

nosotros. Minea bajó la cabeza y me acarició el rostro con sus cabellos y<br />

me sonrió, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber bebido vino tomó mis labios con sus<br />

labios húmedos, y el dolor que me causaba en el corazón me era<br />

<strong>de</strong>licioso, más <strong>de</strong>licioso quizá que si la hubiese violentado.<br />

A la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, Kaptah se <strong>de</strong>spertó frotándose los ojos y dijo:<br />

-Por el escarabajo, y sin olvidar a Amón, que mi cabeza no es ya como<br />

yunque en la forja y me siento reconciliado con el mundo a condición <strong>de</strong><br />

que pueda comer, porque tengo la impresión <strong>de</strong> tener en el estómago<br />

algunos leones en ayunas.<br />

Sin pedirnos permiso, se asoció a nuestra comida y se tragó algunos<br />

pájaros cocidos en un recipiente <strong>de</strong> arcilla, escupiendo los huesos al río.<br />

Pero al volver a verlo recordé nuestra situación, que era espantosa, y le<br />

dije:<br />

-Mochuelo borracho, hubieras <strong>de</strong>bido ayudarnos con tus consejos y<br />

sacarnos <strong>de</strong> apuros a fin <strong>de</strong> que <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> poco no pendamos los tres<br />

boca abajo <strong>de</strong> las murallas, y en lugar <strong>de</strong> esto te has emborrachado para<br />

revolcarte como un cerdo por el fango. Dinos pronto qué po<strong>de</strong>mos hacer,<br />

porque seguramente los soldados <strong>de</strong>l rey están ya buscándonos.<br />

Pero Kaptah no se atolondró y dijo:<br />

2


-Había creído compren<strong>de</strong>r que el rey no te espera antes <strong>de</strong> treinta días<br />

y que te arrojaría a bastonazos si aparecías antes <strong>de</strong> la expiración <strong>de</strong> este<br />

plazo. Por esto, a mi juicio, no hay prisa, pero si los portadores han<br />

<strong>de</strong>nunciado tu huida o si los eunucos han enredado las cosas en el harén,<br />

todos nuestros esfuerzos serán inútiles. Pero conservo confianza en el<br />

escarabajo, y, a mi juicio, has hecho mal en darme este brebaje <strong>de</strong><br />

adormi<strong>de</strong>ra que me ha puesto la cabeza como si un sastre me hubiese<br />

picado con su aguja, porque si no hubieses precipitado <strong>de</strong> esta forma las<br />

cosas, Burraburiash hubiera podido ahogarse con un hueso o caer y<br />

romperse la nuca, <strong>de</strong> manera que yo sería ahora rey <strong>de</strong> Babilonia y dueño<br />

<strong>de</strong> los cuatro continentes y no tendríamos nada que temer. Tal es mi fe<br />

en el escarabajo, que te perdono, sin embargo, porque eres mi dueño y<br />

no has podido obrar mejor. Y te perdono también haberme encerrado en<br />

una jarra <strong>de</strong> arcilla don<strong>de</strong> a poco me ahogo, lo cual es una ofensa a mi<br />

dignidad. Pero, a mi juicio, lo más urgente era curarme la cabeza, a fin <strong>de</strong><br />

po<strong>de</strong>r darte buenos consejos, porque esta mañana hubieras podido<br />

sacarlos mejor <strong>de</strong> una raíz podrida que <strong>de</strong> mi cabeza. En cambio, en este<br />

momento estoy dispuesto a poner a tu disposición todo mi ingenio,<br />

porque sé muy bien que sin mí serías como un cor<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>scarriado que<br />

llora a su madre.<br />

Puse fin a sus sempiternas charlas preguntándole qué podíamos hacer<br />

para salir <strong>de</strong> Babilonia. Se rascó la cabeza y dijo:<br />

-En verdad que nuestra barca es <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong> para que entre los<br />

tres podamos hacerla remontar la corriente y, a<strong>de</strong>más, los remos me<br />

estropean las manos. Por esto <strong>de</strong>bemos bajar a tierra y robar dos asnos<br />

don<strong>de</strong> cargar nuestros equipajes. Para no llamar la atención nos<br />

vestiremos pobremente y regatearemos en las posadas y en los pueblos, y<br />

ocultarás que eres médico. Seremos una compañía <strong>de</strong> cómicos<br />

ambulantes que divierte a la gente por las noches en las eras <strong>de</strong> los<br />

pueblos, porque nadie maltrata a los cómicos y los bandoleros los juzgan<br />

indignos <strong>de</strong> ser saqueados. Tú leerás el porvenir en el aceite como has<br />

aprendido a hacerlo y yo contaré leyendas graciosas como las conozco<br />

hasta el infinito y Minea pue<strong>de</strong> ganar su pan bailando. Pero <strong>de</strong>bemos<br />

partir en seguida y si los remeros tratan <strong>de</strong> mandar a los guardias en<br />

nuestra persecución creo que nadie los creerá, porque hablarán <strong>de</strong><br />

diablos <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nados en jarras funerarias y <strong>de</strong> prodigios espantosos,<br />

<strong>de</strong> manera que los soldados y los jueces los mandarán al templo sin<br />

tomarse la molestia <strong>de</strong> escuchar sus extravagancias.<br />

La tar<strong>de</strong> caía, <strong>de</strong> manera que había que darse prisa, porque Kaptah<br />

tenía seguramente razón al creer que los remeros dominarían su miedo e<br />

intentarían recuperar su barca, y eran diez contra nosotros. Por esto nos<br />

untamos con el aceite <strong>de</strong> los remeros y ensuciamos <strong>de</strong> barro nuestras<br />

ropas; <strong>de</strong>spués nos repartimos el oro y la plata ocultándolo en nuestros


cinturones. En cuanto a mi caja <strong>de</strong> médico no quería abandonarla y la<br />

envolví en una alfombra que Kaptah tuvo que cargar sobre sus hombros<br />

pese a sus protestas. Abandonamos la barca en los cañaverales con<br />

comida abundante y dos jarras <strong>de</strong> vino, <strong>de</strong> manera que Kaptah pensaba<br />

que los remeros se contentarían con emborracharse sin preocuparse <strong>de</strong><br />

perseguirnos. Una vez serenos, si se les ocurría dirigirse a los jueces,<br />

serían incapaces <strong>de</strong> explicar lo ocurrido.<br />

Así salimos hacia las tierras cultivadas y alcanzamos la ruta <strong>de</strong> las<br />

caravanas, que seguimos durante toda la noche, y Kaptah blasfemaba a<br />

causa <strong>de</strong>l paquete, que le aplastaba la nuca. Al alba llegamos a un<br />

poblado don<strong>de</strong> los habitantes nos recibieron bien y nos admiraron<br />

porque habíamos osado caminar toda la noche sin miedo a los diablos.<br />

Nos dieron papillas <strong>de</strong> leche, nos vendieron dos asnos y celebraron<br />

nuestra marcha, porque eran gente simple que no habían visto dinero<br />

sellado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía dos meses, pues pagaban sus impuestos en trigo y<br />

ganado y vivían en cabañas <strong>de</strong> arcilla con sus animales.<br />

Así, día tras día, avanzamos por los caminos <strong>de</strong> Babilonia,<br />

cruzándonos con merca<strong>de</strong>res y apartándonos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> las literas <strong>de</strong> los<br />

ricos. El sol tostaba nuestra piel y las ropas se iban haciendo andrajos, y<br />

dábamos representaciones en las eras <strong>de</strong> tierra apretada. Yo vertía el<br />

aceite en el agua y pronosticaba buenas cosechas y días felices, hijos<br />

varones y matrimonios ventajosos, porque sentía piedad <strong>de</strong> su miseria y<br />

no quería anunciarles <strong>de</strong>sgracias. Me creían y se regocijaban. Pero si les<br />

hubiese dicho la verdad, les hubiera pronosticado preceptores crueles,<br />

bastonazos y jueces inicuos, el hambre, los años <strong>de</strong> miseria, fiebres<br />

durante la crecida <strong>de</strong>l río, la langosta y los mosquitos, la sequía ardiente<br />

y el agua podrida en verano, el trabajo penoso y tras el trabajo la muerte,<br />

porque ésta era su vida. Kaptah les contaba leyendas <strong>de</strong> magos y<br />

princesas, y <strong>de</strong> países extranjeros don<strong>de</strong> la gente se paseaba con la<br />

cabeza bajo el brazo y se transformaba en lobos una vez al año, y la gente<br />

lo creía, lo respetaba y nos colmaba <strong>de</strong> vituallas. Minea bailaba <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> ellos, a fin <strong>de</strong> conservar su ligereza y su arte para su dios, y la<br />

admiraban diciendo:<br />

-No hemos visto nunca nada parecido.<br />

Este viaje me fue muy útil y aprendí a ver que los pobres son más<br />

caritativos que los ricos, porque creyéndonos pobres nos daban leche<br />

cuajada y pescado seco sin reclamar nada a cambio, por pura bondad. Mi<br />

corazón se compa<strong>de</strong>cía <strong>de</strong> aquellos <strong>de</strong>sgraciados a causa <strong>de</strong> su<br />

simplicidad y no podía evitar cuidar a los enfermos, abrirles sus abscesos<br />

y limpiar sus ojos, que hubieran perdido la vista sin mis cuidados. Y no<br />

pedía regalos a cambio <strong>de</strong> ello.<br />

Pero no podría <strong>de</strong>cir por qué obraba así aún a riesgo <strong>de</strong> hacernos<br />

reconocer.


Acaso mi corazón se sintiese enternecido a causa <strong>de</strong> Minea, a quien<br />

veía todos los días y cuya juventud calentaba mi cuerpo todas las noches<br />

en las eras que olían a paja y a estiércol. Quizá tratase <strong>de</strong> esta forma <strong>de</strong><br />

hacerme propicios a los dioses por mis buenas obras, pero podía ser<br />

también que quisiera practicar mi arte para no per<strong>de</strong>r mi habilidad<br />

manual y la precisión <strong>de</strong> mis ojos en el examen <strong>de</strong> mis enfermos. Porque<br />

cuanto más he vivido, más he comprobado que, haga lo que haga el<br />

hombre, obra por muchas causas que él ignora sin saber los móviles que<br />

lo empujan. Por esto todos los actos <strong>de</strong> los hombres son como polvo a mi<br />

pies, mientras no sé <strong>de</strong> ellos el objeto y la intención.<br />

Durante el viaje nuestras pruebas fueron numerosas y mis manos se<br />

endurecieron y mis pies se curtieron; el sol me secó el rostro y el polvo<br />

me cegó, pero a pesar <strong>de</strong> todo, pensándolo <strong>de</strong>spués, este viaje por las<br />

rutas polvorientas <strong>de</strong> Babilonia fue bello, y no puedo olvidarlo, y daría<br />

mucho por po<strong>de</strong>r volver a empezar tan joven, tan infatigable y tan<br />

curioso, como cuando Minea caminaba a mi lado, con los ojos brillantes<br />

como un claro <strong>de</strong> luna sobre el río. La muerte nos acompañó<br />

constantemente como una sombra, y no hubiera sido dulce si<br />

hubiésemos caído en manos <strong>de</strong>l rey. Pero en aquellos tiempos lejanos no<br />

pensaba ni temía la muerte, pese a que la vida me fuese cara <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />

tenía a Minea a mi lado y la veía danzar sobre las eras regadas a fin <strong>de</strong><br />

evitar el polvo. Ella me hacía olvidar la vergüenza y los crímenes <strong>de</strong> mi<br />

juventud, y cada mañana, al <strong>de</strong>spertarme el balido <strong>de</strong> los cor<strong>de</strong>ros, me<br />

sentía el corazón ligero como un pájaro, mientras veía el sol levantarse y<br />

navegar como una barca dorada por el firmamento azulado por la noche.<br />

Acabamos llegando a las regiones fronterizas que habían sido<br />

saqueadas, pero los pastores, tomándonos por pobres, nos guiaron hacia<br />

el país <strong>de</strong> Mitanni evitando los guardias <strong>de</strong> los dos reinos. Llegados a una<br />

villa entramos en los almacenes para comprar vestidos, y nos lavamos y<br />

vestimos según nuestro rango para hospedarnos en una hostería <strong>de</strong><br />

nobles. Como quedaba poco oro, estuve algún tiempo allí ejerciendo mi<br />

arte y tuve muchos clientes y practiqué muchas curaciones, porque los<br />

habitantes <strong>de</strong> Mitanni eran curiosos y aficionados a todo lo nuevo. Minea<br />

suscitaba también la curiosidad por su belleza y me ofrecieron a menudo<br />

comprármela. Kaptah se consolaba <strong>de</strong> sus penas y engordaba, y encontró<br />

muchas mujeres que fueron amables con él a causa <strong>de</strong> sus historias.<br />

Después <strong>de</strong> haber bebido en las casas <strong>de</strong> placer, contaba su jornada como<br />

rey <strong>de</strong> Babilonia y la gente se reía y golpeándose los muslos exclamaba:<br />

-Jamás hemos oído a un embustero semejante! Su lengua es larga Y<br />

rápida como un río.<br />

Así pasaron los días hasta el momento en que Minea comenzó a<br />

mirarme <strong>de</strong> una manera inquieta y a llorar por la noche.<br />

Finalmente, le dije:


-Sé que echas <strong>de</strong> menos tu dios y tu país y que nos espera un largo<br />

viaje. Pero, por razones que no te puedo exponer, <strong>de</strong>bo ir primero al país<br />

<strong>de</strong> Khatti, don<strong>de</strong> viven los hititas. Después <strong>de</strong> haber interrogado a los<br />

merca<strong>de</strong>res, los viajeros y los hoteleros he recogido muchos informes<br />

que son a menudo contradictorios, pero creo que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el país <strong>de</strong> Khatti<br />

podremos embarcar para Creta y, si lo quieres, te llevaré a la costa <strong>de</strong><br />

Siria <strong>de</strong> don<strong>de</strong> parten cada semana los barcos para Creta. Pero me he<br />

enterado <strong>de</strong> que en breve saldrá una embajada para llevar el tributo<br />

anual <strong>de</strong> los mitannianos al rey <strong>de</strong> los hititas y con ella podremos viajar<br />

en seguridad y ver y conocer muchas cosas que ignoramos, y esta.<br />

ocasión no se me volverá a presentar hasta <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un año. No quiero,<br />

sin embargo, imponerte una <strong>de</strong>cisión; tómala tú misma.<br />

En mi corazón yo sabía que mentía, porque mi proyecto <strong>de</strong> visitar el<br />

país <strong>de</strong> los Khatti no estaba inspirado más que en el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> conservarla<br />

el mayor tiempo posible a mi lado, antes <strong>de</strong> verme obligado a entregarla<br />

a su dios.<br />

Pero ella me dijo:<br />

-¿Quién soy yo para perturbar tus proyectos? Te acompañaré con<br />

gusto adon<strong>de</strong> vayas, puesto que me has prometido llevarme a mi país. Sé<br />

también que en la costa, en el país <strong>de</strong> los hititas, las muchachas y los<br />

adolescentes sueñan bailar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los toros, <strong>de</strong> manera que no <strong>de</strong>be<br />

<strong>de</strong> estar alejado <strong>de</strong> Creta. Y tendré también ocasión <strong>de</strong> entrenarme un<br />

poco, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace más <strong>de</strong> un año no he bailado <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ningún<br />

toro y temo que me atraviesen con sus cuernos si tengo que bailar en<br />

Creta sin haberme ejercitado.<br />

Yo le dije:<br />

-Nada sé <strong>de</strong> estos toros, pero <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cirte que según todos los<br />

informes los hititas son un pueblo cruel, <strong>de</strong> manera que durante el viaje<br />

nos amenazarán muchos peligros y aun la muerte. Por esto harías mejor<br />

en esperarnos en Mitanni y te <strong>de</strong>jaré suficiente oro para vivir<br />

convenientemente.<br />

Pero ella dijo:<br />

-Sinuhé, tus palabras son estúpidas. Adon<strong>de</strong> vayas te seguiré; y si la<br />

muerte nos sorpren<strong>de</strong>, estaré contrariada por ti, no por mí.<br />

Así fue como <strong>de</strong>cidí unirme a la embajada real como médico para<br />

llegar con seguridad al país <strong>de</strong> los Khatti. Pero al oír esto Kaptah<br />

comenzó a lanzar maldiciones y a invocar a todos los dioses, diciendo:<br />

-Apenas acabamos <strong>de</strong> escapar a un peligro <strong>de</strong> muerte cuando ya ni<br />

dueño quiere meterse en otra aventura peligrosa. Todo el mundo sabe<br />

que los hititas son como bestias feroces que se alimentan <strong>de</strong> carne<br />

hurnana y sacan los ojos a los extranjeros para hacerles dar vueltas a sus<br />

pesadas muelas. Los dioses han castigado a mi dueño con la locura, y tú<br />

también, Minea, estás loca, puesto que tomas su partido, y valdría más


atar a nuestro dueño con cuerdas y encerrarlo en una habitación y<br />

ponerle sanguijuelas en los tobillos para que se calme. ¡Por el escarabajo!<br />

He encontrado apenas mi pobre barriga, y ya hay que volver a empezar<br />

sin motivo un nuevo viaje penoso... ¡Maldito sea el día en que nací para<br />

sufrir los caprichos <strong>de</strong> un amo insensato!<br />

De nuevo tuve que darle <strong>de</strong> bastonazos para calmarlo.<br />

-Sea como <strong>de</strong>seas -dije-. Te mandaré a Simyra con unos merca<strong>de</strong>res y<br />

pagaré tu viaje. Cuida <strong>de</strong> mi casa hasta mi regreso, porque en verdad<br />

estoy harto <strong>de</strong> tus continuas lamentaciones.<br />

Pero <strong>de</strong> nuevo se excitó y dijo:<br />

-¿Crees acaso posible que <strong>de</strong>je a mi dueño ir solo al país <strong>de</strong> los Khatti?<br />

Sería como meter a un cor<strong>de</strong>ro recién nacido en una perrera y mi<br />

corazón no cesaría <strong>de</strong> reprocharse un crimen parecido. Por esto te ruego<br />

que me contestes francamente a una pregunta: ¿Vamos al país <strong>de</strong> los<br />

Khatti por mar?<br />

Le dije que a mi modo <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r no había mar entre Mitanni y el<br />

país <strong>de</strong> los Khatti, pese a que los informes fuesen inciertos, pero que el<br />

viaje sería probablemente largo.<br />

Y respondió:<br />

-Que mi escarabajo sea bendito, porque si hubiese habido que ir por<br />

mar no hubiera podido acompañarte, ya que lo he jurado a los dioses por<br />

razones <strong>de</strong>masiado largas <strong>de</strong> explicar y no puedo poner nunca más los<br />

pies en un navío. Ni aun por ti, ni por esta arrogante Minea que habla y<br />

se comporta como un muchacho, podría romper este juramento hecho a<br />

los dioses, cuyos nombres puedo enumerarte si lo <strong>de</strong>seas.<br />

Y habiendo hablado así, preparó los efectos para el viaje y yo confié en<br />

él, porque era más experto que yo.<br />

He referido ya lo que se <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> los hititas en el país <strong>de</strong> Mitanni y en<br />

a<strong>de</strong>lante me limitaré a exponer lo que he visto con mis ojos y sé que es<br />

exacto. Pero ignoro si se me creerá, tal es el terror que el po<strong>de</strong>río hitita<br />

ha inspirado en todo el mundo y tales son los horrores que se cuentan<br />

sobre ellos. Y, sin embargo, tienen cualida<strong>de</strong>s también y pue<strong>de</strong> uno<br />

instruirse con ellos, pese a que sean <strong>de</strong> temer. En su país no reina el<br />

<strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, como se ha dicho, sino un or<strong>de</strong>n estricto y una disciplina, <strong>de</strong><br />

manera que el viaje por sus montañas es seguro para el que ha obtenido<br />

un salvoconducto, hasta el punto <strong>de</strong> que si un viajero <strong>de</strong>saparece o es<br />

<strong>de</strong>svalijado por el camino, el rey le in<strong>de</strong>mniza el doble <strong>de</strong> sus pérdidas, y<br />

3


si el viajero perece a manos <strong>de</strong> los hititas, el rey, <strong>de</strong> acuerdo con una<br />

tabla especial, paga a los parientes una suma correspondiente al valor <strong>de</strong><br />

lo que ganaba el difunto.<br />

Por esto el viaje en compañía <strong>de</strong> los enviados <strong>de</strong>l rey <strong>de</strong> Mitanni fue<br />

monótono y sin inci<strong>de</strong>ntes, porque los carros <strong>de</strong> guerra hititas nos<br />

escoltaron velando para que tuviésemos vituallas y bebidas en las etapas.<br />

Los hititas son gente dura y no temen ni el frío ni el calor, porque<br />

habitan las montañas áridas y <strong>de</strong>ben <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la infancia acostumbrarse a<br />

las fatigas impuestas por el clima. Por esto son gente sin miedo en el<br />

combate y no se perdonan, y <strong>de</strong>sprecian a los pueblos blandos y los<br />

someten, pero respetan a los valientes y fuertes buscando su amistad.<br />

Su pueblo está dividido en numerosas tribus y poblados, gobernados<br />

soberanamente por príncipes, pero estos príncipes están sometidos a su<br />

gran rey, que vive en la villa <strong>de</strong> Khatushash, en medio <strong>de</strong> las montañas.<br />

Es su sumo sacerdote, su jefe supremo y su gran juez, <strong>de</strong> manera que<br />

acumula toda la soberanía, y no conozco ningún otro rey que posea un<br />

po<strong>de</strong>r tan absoluto. En efecto, en los otros países, como en Egipto, los<br />

sacerdotes y los jueces <strong>de</strong>terminan los actos <strong>de</strong>l rey más <strong>de</strong> lo que él cree.<br />

Y voy a referir cómo es su capital en medio <strong>de</strong> las montañas, pese a<br />

que sepa que no se me creerá si se lee mi relato.<br />

Atravesando las regiones fronterizas dominadas por las guarniciones<br />

que saquean los países vecinos y cambian a su antojo los jalones para<br />

asegurarse un sueldo, nadie podría sospechar la riqueza <strong>de</strong>l país hitita, y<br />

menos todavía sus montañas estériles que el sol abrasa en verano, pero<br />

que en invierno se cubre con plumas frías, según me han dicho, pero que<br />

no he visto. Estas plumas caen <strong>de</strong>l cielo y cubren el suelo, fundiéndose en<br />

agua cuando llega el verano.<br />

He visto tantas cosas sorpren<strong>de</strong>ntes en el país <strong>de</strong> los hititas que doy<br />

crédito a este relato, por más que no comprenda cómo las plumas<br />

pue<strong>de</strong>n convertirse en agua. Pero <strong>de</strong> lejos he visto las montañas<br />

cubiertas <strong>de</strong> estas plumas blancas.<br />

En la llanura <strong>de</strong>solada <strong>de</strong> la frontera siria tienen la fortaleza <strong>de</strong><br />

Karchemish, cuyas murallas están construidas con piedras enormes y<br />

cubiertas <strong>de</strong> imágenes espantosas. Allí es don<strong>de</strong> recaudan los impuestos<br />

sobre todas las caravanas y los merca<strong>de</strong>res que cruzan su país, y así<br />

amontonan abundantes riquezas, porque los impuestos son pesados y<br />

Karchemish está situada en un cruce <strong>de</strong> numerosas rutas <strong>de</strong> las<br />

caravanas. Quien haya visto esta fortaleza alzarse espantosa sobre la<br />

montaña, a la luz <strong>de</strong>l crepúsculo matutino, en medio <strong>de</strong> la llanura en la<br />

cual los cuervos se precipitan para roer cráneos y huesos blanqueados<br />

por el sol, creerá lo que cuento <strong>de</strong> los hititas y no dudará <strong>de</strong> mis palabras.<br />

Pero no permiten a las caravanas y a los merca<strong>de</strong>res atravesar su país<br />

más que por algunos caminos <strong>de</strong>terminados, y a lo largo <strong>de</strong> estos


caminos los poblados son pobres y mezquinos y los viajeros ven tan sólo<br />

algunos raros campos cultivados, y si alguien se aparta <strong>de</strong>l camino<br />

autorizado, es aprisionado y <strong>de</strong>svalijado y llevado como esclavo a las<br />

minas.<br />

Yo creo que la riqueza <strong>de</strong> los hititas proviene <strong>de</strong> las minas don<strong>de</strong> los<br />

esclavos y los prisioneros extraen, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>l oro y el cobre, un metal<br />

<strong>de</strong>sconocido que tiene un brillo gris azulado y es más duro que todos los<br />

minerales y tan caro que en Babilonia lo utilizan para hacer joyas, pero<br />

los hititas hacen armas. Ignoro cómo se pue<strong>de</strong> llegar a forjar o dar forma<br />

a este metal, porque no se fun<strong>de</strong> al calor como el cobre. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> las<br />

minas, los valles y las montañas, poseen campos fértiles y arroyos claros<br />

y cultivan los árboles frutales, que crecen en las la<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> las montañas,<br />

y en las cuestas tienen también viñas. La mayor riqueza visible <strong>de</strong> cada<br />

uno está constituida por los rebaños <strong>de</strong> ganado.<br />

Cuando se citan las gran<strong>de</strong>s ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l mundo se habla <strong>de</strong> Tebas y<br />

Babilonia y algunas veces <strong>de</strong> Nínive, pese a que no he estado, pero nadie<br />

habla nunca <strong>de</strong> Khatushash, que es la capital <strong>de</strong> los hititas y el hogar <strong>de</strong><br />

su po<strong>de</strong>río, como el águila posee su nido en las montañas en el centro <strong>de</strong><br />

terrenos <strong>de</strong> caza. Y, sin embargo, esta villa, por su po<strong>de</strong>río, resiste las<br />

comparaciones con Tebas y Babilonia, y cuando se piensa que sus<br />

inmensos edificios altos como las montañas están construidos con<br />

piedras talladas y sus murallas no pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>rrumbarse y son más sólidas<br />

que todas las que he visto, estimo que esta villa es una <strong>de</strong> las maravillas<br />

<strong>de</strong>l mundo, porque no esperaba ver lo que en ella <strong>de</strong>scubrí. Pero el<br />

misterio <strong>de</strong> esta villa estriba en que el rey ha prohibido el acceso a ella a<br />

los extranjeros, <strong>de</strong> manera que sólo son admitidos los enviados <strong>de</strong> los<br />

reyes portadores <strong>de</strong> regalos, y se les vigila estrechamente durante su<br />

estancia. Por esto los habitantes no hablan con los extranjeros aunque<br />

entiendan su lengua, y si se les hace una pregunta contestan: «No lo sé»<br />

o «No entiendo, y miran a su alre<strong>de</strong>dor, con miedo, para ver si alguien<br />

les ha visto hablar con el extranjero. Sin embargo, no son mala gente;<br />

son <strong>de</strong> natural amables y observan las ropas <strong>de</strong> los extranjeros si son<br />

soberbias, y los siguen por las calles.<br />

No obstante, las vestiduras <strong>de</strong> sus nobles y gran<strong>de</strong>s son tan bellas<br />

como las <strong>de</strong> los extranjeros y enviados, porque les gustan mucho las<br />

ropas abigarradas y bordadas <strong>de</strong> oro y plata, y como insignias llevan<br />

almenas y un hacha doble que son los emblemas <strong>de</strong> sus dioses. Sobre sus<br />

trajes <strong>de</strong> fiesta se ve también algunas veces un disco alado. Llevan botas<br />

<strong>de</strong> cuero flexible Y pintado o zapatos con la punta larga y levantada,<br />

tienen unos altos sombreros puntiagudos y sus mangas son muy largas,<br />

llegando a veces hasta el suelo, y unos trajes también muy largos y<br />

plisados. Se diferencian <strong>de</strong> los habitantes <strong>de</strong> Siria, Mitanni y Babilonia<br />

en que llevan el mentón afeitado a la moda egipcia y algunos nobles se


afeitan también el cráneo, no <strong>de</strong>jando sobre la cabeza más que un<br />

mechón <strong>de</strong> cabellos que trenzan. Tienen la barbilla fuerte y vigorosa, y la<br />

nariz es larga y ganchuda como las aves <strong>de</strong> rapiña. Los nobles y los<br />

gran<strong>de</strong>s que viven en la ciudad son gordos, y su rostro es reluciente,<br />

porque están acostumbrados a una alimentación abundante.<br />

No reclutan mercenarios, como los pueblos civilizados, sino que son<br />

todos soldados y se reparten entre sí los grados, <strong>de</strong> manera que los más<br />

elevados son los que pue<strong>de</strong>n sostener un carro <strong>de</strong> guerra, y el rango no se<br />

fija según el nacimiento, sino según su habilidad en el manejo <strong>de</strong> las<br />

armas. Por esto todos los hombres se reúnen una vez al año bajo el<br />

mando <strong>de</strong> sus jefes y sus príncipes para hacer ejercicios militares.<br />

Khatushash no es una villa comerciante como todas las <strong>de</strong>más gran<strong>de</strong>s<br />

ciuda<strong>de</strong>s, sino que está llena <strong>de</strong> talleres y forjas <strong>de</strong> don<strong>de</strong> sale sin cesar<br />

un estruendo <strong>de</strong> metal, porque forjan las puntas <strong>de</strong> las lanzas y las<br />

flechas, así como ruedas y cureñas <strong>de</strong> carros <strong>de</strong> guerra.<br />

Su justicia difiere también <strong>de</strong> la <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>más pueblos porque<br />

sus castigos son extraños y ridículos. Así si un príncipe intriga contra el<br />

rey para <strong>de</strong>stronarlo no es con<strong>de</strong>nado a muerte, sino que es mandado a<br />

la frontera para que adquiera mérito y mejore su reputación. Y no hay<br />

casi crimen que no pueda expiarse con multas, porque un hombre pue<strong>de</strong><br />

matar a otro sin ser con<strong>de</strong>nado a muerte y <strong>de</strong>be sencillamente<br />

in<strong>de</strong>mnizar a los parientes <strong>de</strong> la víctima. No castigan tampoco el<br />

adulterio, porque si una mujer encuentra un hombre que le guste más<br />

que su marido, tiene el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> abandonar el hogar, pero el nuevo<br />

marido <strong>de</strong>be in<strong>de</strong>mnizar al primero. Los matrimonios estériles son<br />

anulados públicamente, porque la ley exige a los súbditos muchos hijos.<br />

Si alguien mata a otro en un lugar <strong>de</strong>sierto, no tiene que pagar tanto<br />

como si la muerte ha tenido efecto en la ciudad y en público, porque a su<br />

juicio el hombre que se va solo a un lugar solitario induce al otro a la<br />

tentación <strong>de</strong> ejercitarse. No hay más que dos crímenes castigados con la<br />

muerte, y en este castigo es don<strong>de</strong> se observa mejor la locura <strong>de</strong> su<br />

sistema judicial. Los hermanos y hermanas no pue<strong>de</strong>n casarse entre sí<br />

sin incurrir en la pena <strong>de</strong> muerte, y nadie <strong>de</strong>be ejercer la magia sin<br />

permiso, pero los magos <strong>de</strong>ben mostrar su habilidad <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> las<br />

autorida<strong>de</strong>s y obtener la autorización correspondiente para ejercer su<br />

oficio.<br />

A mi llegada al país <strong>de</strong> Khatti, su gran rey Shubbiluliuma reinaba<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía veinticinco años y su nombre era tan temido que la gente se<br />

inclinaba y levantaba el brazo al oírlo, y lanzaba vítores en su honor,<br />

porque había restablecido el or<strong>de</strong>n en el país y sometido numerosos<br />

pueblos. Habitaba un palacio <strong>de</strong> piedra en el centro <strong>de</strong> la ciudad y se<br />

contaban muchas leyendas sobre sus hazañas y sus altos hechos, como es<br />

el caso con todos los gran<strong>de</strong>s reyes, pero no pu<strong>de</strong> verlo, como tampoco


los enviados <strong>de</strong> Mitanni que tuvieron que <strong>de</strong>positar sus regalos sobre el<br />

entarimado <strong>de</strong> la gran sala <strong>de</strong> recepción, y los soldados se mofaban <strong>de</strong><br />

ellos y los insultaban.<br />

No me pareció al principio que un médico <strong>de</strong>biese tener mucho<br />

trabajo en esta villa, porque, por lo que comprendí, los hititas se<br />

avergüenzan <strong>de</strong> las enfermeda<strong>de</strong>s y las ocultan cuanto pue<strong>de</strong>n, y los<br />

niños débiles o contrahechos son matados en cuanto nacen, así como los<br />

esclavos enfermos. Sus médicos no me parecieron muy hábiles; son<br />

hombres incultos que no saben leer, pero tratan hábilmente las heridas y<br />

contusiones y tienen excelentes remedios contra el mal <strong>de</strong> las montañas<br />

y las fiebres. Sobre este punto yo me instruí con ellos. Pero si alguien<br />

caía mortalmente enfermo, prefería la muerte a la curación, por miedo a<br />

quedar enfermizo hasta el fin <strong>de</strong> sus días. En efecto, los hititas no temen<br />

a la muerte, como todos los pueblos civilizados, sino que temen más la<br />

<strong>de</strong>bilidad <strong>de</strong>l cuerpo.<br />

Pero, al fin y al cabo, todas las gran<strong>de</strong>s ciuda<strong>de</strong>s son parecidas, así<br />

como los nobles <strong>de</strong> todos los países. Así fue que cuando mi reputación se<br />

hubo extendido, numerosos hititas acudieron a mis cuidados y pu<strong>de</strong><br />

curarlos, pero acudían a verme disfrazados, a hurtadillas y <strong>de</strong> noche,<br />

para que no se les <strong>de</strong>sconsi<strong>de</strong>rara. Me hicieron regalos generosos, <strong>de</strong><br />

manera que acabé acumulando mucho oro y plata en Khatushash,<br />

cuando había creído marchar como un mendigo. El gran mérito le<br />

correspon<strong>de</strong> a Kaptah, que, como <strong>de</strong> costumbre, pasaba el tiempo en<br />

tabernas y hosterías don<strong>de</strong> la gente se reunía, y contaba mis alabanzas y<br />

ensalzaba mi saber en todas las lenguas posibles, y así los servidores<br />

hablaban <strong>de</strong> mí a sus dueños.<br />

Las costumbres <strong>de</strong> los hititas son austeras, y un noble no pue<strong>de</strong><br />

mostrarse embriagado en la calle sin per<strong>de</strong>r su reputación, pero, como<br />

en todas partes, los nobles y los gran<strong>de</strong>s bebían mucho vino, y también<br />

unos pérfidos vinos mezclados, y los curé <strong>de</strong> los males producidos por el<br />

vino y los liberé <strong>de</strong>l temblor <strong>de</strong> las manos cuando <strong>de</strong>bían presentarse<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l rey, y a algunos les prescribí baños y calmantes cuando me<br />

<strong>de</strong>cían que los ratones les roían el cuerpo. Permití también a Minea<br />

bailar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ellos y le hicieron muchos regalos sin exigirle nada,<br />

porque los hititas son muy generosos cuando alguien les gusta. Supe así<br />

ganar su amistad y pu<strong>de</strong> hacerles muchas preguntas sobre temas que no<br />

me hubiera atrevido a abordar en público. Fui, sobre todo, informado<br />

por el epistológrafo real, que hablaba y escribía varias lenguas y se<br />

ocupaba <strong>de</strong> la correspon<strong>de</strong>ncia extranjera <strong>de</strong>l rey y no estaba ligado por<br />

las costumbres. Le di a enten<strong>de</strong>r que había sido expulsado <strong>de</strong> Egipto y<br />

que no podría volver allí nunca más, y que recorría los países para ganar<br />

oro y aumentar mi saber, y que mis viajes no tenían otro objeto. Por esto


me concedió su confianza y respondió a mis preguntas cuando le ofrecí<br />

vino mientras hacía bailar a Minea <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él.<br />

Así fue como le pregunté un día:<br />

-¿Por qué Khatushash está cerrada a los extranjeros y por qué las<br />

caravanas <strong>de</strong> merca<strong>de</strong>res tienen que seguir <strong>de</strong>terminadas rutas, cuando<br />

vuestro país es rico y vuestra villa rivaliza en curiosida<strong>de</strong>s con cualquier<br />

otra? ¿No sería mejor que los otros pueblos pudiesen conocer vuestro<br />

po<strong>de</strong>río para elogiaros entre ellos como merecéis?<br />

Saboreó el vino y, dirigiendo miradas <strong>de</strong> admiración a los flexibles<br />

miembros <strong>de</strong> Minea, dijo:<br />

-Nuestro gran rey Shubbiluliuma dijo al subir al trono: «Dadme<br />

treinta años y haré <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Khatti el imperio más po<strong>de</strong>roso que el<br />

mundo habrá visto jamás.» Este plazo está próximo a expirar y creo que<br />

pronto el mundo oirá hablar <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> los Khatti más <strong>de</strong> lo que en<br />

realidad quisiera.<br />

-Pero -le dije yo- yo he visto en Babilonia sesenta veces sesenta veces<br />

sesenta soldados <strong>de</strong>sfilar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l rey y el ruido <strong>de</strong> sus pasos era como<br />

el estruendo <strong>de</strong>l mar. Aquí no he visto más <strong>de</strong> diez veces diez soldados<br />

juntos y no comprendo qué hacéis <strong>de</strong> los numerosos carros <strong>de</strong> guerra que<br />

construís en vuestra villa, porque, ¿qué haréis <strong>de</strong> ellos en las montañas,<br />

puesto que están <strong>de</strong>stinados a combatir en llano?<br />

Se rió y dijo:<br />

-Muy curioso eres por ser médico, Sinuhé el egipcio. Quizá sea para<br />

ganar nuestro mezquino pan vendiendo los carros a los reyes <strong>de</strong> la<br />

llanura. Y al <strong>de</strong>cir estas palabras me guiñaba el ojo y adoptó un aire<br />

malicioso.<br />

-No creo una palabra <strong>de</strong> lo que me dices -le dije osadamente-. Antes<br />

prestaría el lobo sus garras y sus dientes a la liebre; si os conozco bien.<br />

Se echó a reír ruidosamente golpeándose los muslos, <strong>de</strong>spués bebió<br />

un sorbo y dijo:<br />

-Voy a contárselo al rey y acaso veas una gran caza <strong>de</strong> liebres, porque<br />

el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> los hititas es diferente <strong>de</strong>l <strong>de</strong> las llanuras. Si no os<br />

comprendo mal, en vuestro país los ricos gobiernan a los pobres, pero en<br />

el nuestro los fuertes gobiernan a los débiles, y creo que el mundo<br />

conocerá la nueva doctrina antes <strong>de</strong> que tus cabellos hayan blanqueado,<br />

Sinuhé.<br />

-El nuevo faraón <strong>de</strong> Egipto ha <strong>de</strong>scubierto también un nuevo dios -<br />

dije yo, afectando candi<strong>de</strong>z.<br />

-Lo sé -dijo-, porque leo todas las cartas <strong>de</strong> mi rey, y este nuevo dios<br />

quiere la paz y dice que no hay conflicto en el mundo que no se pueda<br />

solventar amistosamente, y no tenemos nada contra este dios, al<br />

contrario, lo apreciamos mucho mientras reine en Egipto y los llanos.<br />

Vuestro faraón ha enviado a nuestro rey una cruz egipcia que llama signo


<strong>de</strong> vida, y gozará, ciertamente, <strong>de</strong> la paz durante algunos años todavía, si<br />

nos manda suficiente oro para que podamos almacenar más cobre y<br />

hierro y cereales y fundar nuevos talleres y preparar carros <strong>de</strong> guerra<br />

más pesados todavía; porque todo esto exige mucho, y nuestro rey ha<br />

traído a Khatushash los más hábiles armeros <strong>de</strong> todos los países,<br />

ofreciéndoles salarios generosos, pero no creo que el saber <strong>de</strong> un médico<br />

pueda respon<strong>de</strong>rte a la pregunta <strong>de</strong> por qué lo ha hecho.<br />

-El porvenir que predices alegrará a los cuervos y los chacales -le dije-,<br />

pero a mí no me causa la menor alegría ni veo en él nada agradable. He<br />

observado que las muelas <strong>de</strong> vuestros molinos son movidas por esclavos<br />

con los ojos arrancados y en Mitanni se cuentan <strong>de</strong> vuestras cruelda<strong>de</strong>s<br />

en las regiones fronterizas, historias que no quiero repetirte para no<br />

ofuscarte, porque son intolerables para un pueblo civilizado.<br />

-¿Qué es civilización? -preguntó, sirviéndose vino-. También nosotros<br />

sabemos leer y escribir y conservamos en nuestros archivos las tablillas<br />

<strong>de</strong> arcilla numeradas. Por pura filantropía arrancamos los ojos a los<br />

esclavos con<strong>de</strong>nados a empujar las muelas <strong>de</strong> los molinos, porque es un<br />

trabajo muy penoso y les parecería más penoso aún si viesen el cielo y la<br />

tierra y los pájaros en el aire. Esto les daría vanas i<strong>de</strong>as y habría que<br />

con<strong>de</strong>narlos a muerte por sus tentativas <strong>de</strong> evasión. Si en nuestras<br />

fronteras los soldados cortan las manos <strong>de</strong> unos y sobre los ojos <strong>de</strong> otros<br />

dan la vuelta a la piel <strong>de</strong>l cráneo, no es por crueldad, porque has podido<br />

observar que somos hospitalarios y amables, adoramos a los niños y a los<br />

animalitos y no apaleamos a las mujeres. Pero nuestro objeto es<br />

<strong>de</strong>spertar el miedo y el terror en los pueblos hostiles a fin <strong>de</strong> que a la<br />

larga se sometan a nuestro po<strong>de</strong>río sin luchar, evitándose <strong>de</strong> esta forma<br />

daños y <strong>de</strong>strucciones. Porque no nos gustan los <strong>de</strong>strozos y<br />

<strong>de</strong>sperfectos, y <strong>de</strong>seamos encontrar los países tan intactos como sea<br />

posible y las ciuda<strong>de</strong>s respetadas. Un enemigo que tiene miedo está<br />

vencido a medias.<br />

-¿Todos los pueblos son, pues, vuestros enemigos? -le pregunté yo,<br />

irónicamente-. ¿No tenéis, según he <strong>de</strong> suponer, ningún amigo?<br />

-Nuestros amigos son los pueblos que se someten a nuestro po<strong>de</strong>río y<br />

nos pagan un tributo -dijo con tono doctoral-. Los <strong>de</strong>jamos vivir a su<br />

antojo y no herimos ni sus tradiciones ni sus dioses, con tal <strong>de</strong> que<br />

podamos gobernarlos. Nuestros amigos son también, en general, los<br />

pueblos que no son vecinos, en todo caso hasta el momento en que llegan<br />

a serlo, porque entonces observamos en ellos muchos rasgos irritantes<br />

que perturban la buena comprensión y nos fuerzan a <strong>de</strong>clararles la<br />

guerra. Este fue el caso hasta ahora, y temo que así será en el porvenir, si<br />

conozco bien a nuestro gran rey.<br />

-¿Y vuestros dioses no tienen nada que objetar? Porque en los <strong>de</strong>más<br />

países suelen <strong>de</strong>cidir sobre lo justo y lo falso.


-¿Qué es lo justo y qué es lo falso? -preguntó a su vez-. Para nosotros<br />

es justo lo que <strong>de</strong>seamos y falso lo que <strong>de</strong>sean nuestros vecinos. Es una<br />

doctrina muy simple que hace la vida fácil y la diplomacia cómoda, y no<br />

difiere gran cosa, a mi modo <strong>de</strong> ver, <strong>de</strong> la teología <strong>de</strong> los llanos, porque,<br />

por lo que he entendido, los dioses <strong>de</strong> los llanos estiman justo lo que<br />

<strong>de</strong>sean los ricos y falso lo que <strong>de</strong>sean los pobres. Pero si quieres<br />

realmente informarte respecto a nuestros dioses, <strong>de</strong>bes saber que<br />

nuestros dioses son el Cielo y la Tierra, y los honramos cada primavera,<br />

cuando la primera lluvia <strong>de</strong>l cielo fertiliza la tierra como la simiente <strong>de</strong>l<br />

hombre fertiliza a la mujer. Durante estas fiestas relajamos un poco la<br />

austeridad <strong>de</strong> nuestras costumbres, porque el pueblo tiene que po<strong>de</strong>r<br />

<strong>de</strong>sahogarse por lo menos una vez al año. Por eso entonces se engendran<br />

muchos hijos, lo cual es conveniente, porque un país crece a causa <strong>de</strong> los<br />

niños y los matrimonios precoces. El pueblo posee, naturalmente, un<br />

gran número <strong>de</strong> dioses menores, como todos los pueblos, pero no hay<br />

que tenerlos en cuenta, porque no tienen importancia política. En estas<br />

condiciones no creo que puedas negar a nuestra religión una cierta<br />

gran<strong>de</strong>za, si es que puedo expresarme así.<br />

-Cuanto más oigo hablar <strong>de</strong> los dioses, más asco me dan -dije yo,<br />

<strong>de</strong>sfallecido.<br />

El epistológrafo se limitó a echarse a reír, recostándose en su asiento,<br />

con la nariz ya rubicunda.<br />

-Si eres cuerdo y previsor -prosiguió-, te quedarás con nosotros y<br />

honrarás a nuestros dioses, porque todos los <strong>de</strong>más pueblos han<br />

dominado a su vez el mundo conocido y ahora nos toca a nosotros.<br />

Nuestros dioses son muy po<strong>de</strong>rosos y sus nombres son Po<strong>de</strong>r y Miedo, y<br />

vamos a elevarles gran<strong>de</strong>s altares con cráneos blanqueados. Si eres lo<br />

suficientemente tonto para abandonarnos, no te prohíbo que repitas mis<br />

palabras, porque nadie te creerá, ya que todo el mundo sabe que los<br />

hititas son unos pobres pastores que no practican más que el pastoreo y<br />

viven en las montañas con sus cabras y cor<strong>de</strong>ros. Pero me he <strong>de</strong>morado<br />

ya <strong>de</strong>masiado en tu casa y <strong>de</strong>bo ir a vigilar a mis escribas e imprimir las<br />

monedas sobre arcilla tierna para asegurar a todos los pueblos nuestras<br />

buenas intenciones, tal como correspon<strong>de</strong> a las funciones que<br />

<strong>de</strong>sempeño. Se marchó y aquella misma noche le dije a Minea:<br />

-Sé ya lo suficiente sobre el país <strong>de</strong> los Khatti y he encontrado lo que<br />

quería. Por eso estoy dispuesto a abandonar contigo este país, si los<br />

dioses lo permiten, porque aquí todo apesta a cadáver y un olor <strong>de</strong><br />

muerte se me agarra a la garganta. Verda<strong>de</strong>ramente, la muerte<br />

planeará sobre mí como una sombra pesada mientras estemos aquí, y no<br />

dudo <strong>de</strong> que el rey me haría empalar si supiese <strong>de</strong> cuántas cosas me he<br />

enterado. Porque cuando quieren matar a alguien, no lo cuelgan <strong>de</strong> las<br />

murallas como en los pueblos civilizados, sino que los empalan. Por esto,


mientras esté en el interior <strong>de</strong> estas fronteras, estaré inquieto. Después<br />

<strong>de</strong> todo lo que he oído <strong>de</strong>cir preferiría haber nacido cuervo.<br />

Gracias a mis enfermos influyentes obtuve un salvoconducto que me<br />

autorizaba a tomar un barco para salir <strong>de</strong>l país, pese a que mis clientes<br />

lamentasen profundamente mi marcha, insistiendo en que me quedase y<br />

asegurándome que en pocos años acumularía una fortuna. Pero nadie se<br />

opuso a mi marcha, y yo sonreía y les contaba historias que les gustaban,<br />

<strong>de</strong> manera que nos separamos en buena amistad llevándonos ricos<br />

regalos. Así nos alejamos <strong>de</strong> las horribles murallas <strong>de</strong> Khatushash, <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> las cuales se preparaba el mundo futuro, y pasamos montados en<br />

unos asnos cerca <strong>de</strong> los ruidosos molinos movidos por los esclavos<br />

ciegos, y vimos en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> los caminos los cuerpos empalados <strong>de</strong> los<br />

brujos, porque era con<strong>de</strong>nado como brujo todo aquel que enseñase<br />

doctrinas no reconocidas por el Estado, y el Estado no reconocía más que<br />

una. Aceleré el paso lo más que pu<strong>de</strong> y el vigésimo día llegamos a puerto.<br />

A este puerto abordaban los navíos <strong>de</strong> Siria y <strong>de</strong> todas las islas <strong>de</strong>l mar<br />

y era parecido a todos los <strong>de</strong>más puertos, pese a que los hititas lo<br />

vigilasen estrechamente a fin <strong>de</strong> percibir un impuesto sobre los navíos y<br />

fiscalizar las tablillas <strong>de</strong> todos los que abandonaban el país. Pero nadie<br />

<strong>de</strong>sembarcaba para ir al interior <strong>de</strong>l país, y los capitanes, los segundos y<br />

los marineros no conocían <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Khatti más que este puerto, y <strong>de</strong><br />

este puerto, las mismas tabernas, las mismas casas <strong>de</strong> placer, las mismas<br />

barraganas y la misma música siria que en todos los <strong>de</strong>más países <strong>de</strong>l<br />

mundo. Por esto se encontraban en él a sus anchas y les gustaba y para<br />

mayor seguridad sacrificaban también a los dioses <strong>de</strong> los hititas, al Cielo<br />

y a la Tierra, sin olvidar, no obstante, sus propios dioses que los<br />

capitanes conservaban encerrados en sus camarotes.<br />

Permanecimos algún tiempo en esta villa pese a que fuese turbulenta<br />

y estuviera llena <strong>de</strong> vicios y <strong>de</strong> crímenes, porque cada vez que veíamos un<br />

barco que aparejaba para Creta, Minea <strong>de</strong>cía:<br />

-Es <strong>de</strong>masiado pequeño y podría naufragar; no quiero que me ocurra<br />

otra vez.<br />

Si el navío era <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong>, <strong>de</strong>cía:<br />

-Es un navío sirio; no quiero viajar en él.<br />

Y <strong>de</strong> un tercero <strong>de</strong>cía:<br />

-El capitán tiene la mirada <strong>de</strong> malvado y temo que sea capaz <strong>de</strong><br />

ven<strong>de</strong>r a sus pasajeros como esclavos en el extranjero.<br />

4


Así, nuestra estancia se prolongaba, y no me sentía contrariado,<br />

porque bastante quehacer tenía en recoser heridas y trepanar cráneos<br />

fracturados. El jefe <strong>de</strong> los guardias <strong>de</strong>l puerto recurrió también a mí,<br />

porque sufría <strong>de</strong> la enfermedad <strong>de</strong> los puertos y no podía tocar a una<br />

mujer sin experimentar vivos dolores. Pero yo conocía esta enfermedad<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi estancia en Simyra y pu<strong>de</strong> curarla gracias a los remedios <strong>de</strong> los<br />

médicos sirios; la gratitud <strong>de</strong>l jefe no tuvo límites, puesto que <strong>de</strong> nuevo<br />

podía divertirse a su antojo con las prostitutas <strong>de</strong>l puerto. Era, en efecto,<br />

una <strong>de</strong> sus prerrogativas, y cada mujer que quería ejercer su profesión en<br />

el puerto tenía primero que entregarse gratuitamente a él y a sus<br />

secretarios. Por esto estaba <strong>de</strong>sesperado <strong>de</strong> tener que renunciar a este<br />

privilegio.<br />

En cuanto estuvo curado, me dijo:<br />

-¿Qué regalo puedo hacerte para recompensar tu habilidad, Sinuhé?<br />

¿Debo pesar lo que has curado y darte su peso en oro?<br />

Pero yo respondí:<br />

-No me interesa tu oro. Pero dame el puñal que llevas en la cintura y<br />

te lo agra<strong>de</strong>ceré, y así tendré un recuerdo tuyo.<br />

Pero él protestó, diciendo:<br />

-Este puñal es común, ningún lobo corre por su hoja y el puño no está<br />

plateado.<br />

Pero hablaba así porque esta arma era <strong>de</strong> metal hitita y estaba<br />

prohibido darlo o ven<strong>de</strong>rlo a los extranjeros, <strong>de</strong> manera que en<br />

Khatushash no había podido adquirirlo, no atreviéndome a insistir<br />

<strong>de</strong>masiado por miedo a <strong>de</strong>spertar sospechas. Estos puñales no se veían<br />

más que en posesión <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s señores <strong>de</strong> Mitanni y su precio era<br />

diez veces el <strong>de</strong> su peso en oro y catorce en plata; sus poseedores no<br />

querían <strong>de</strong>shacerse <strong>de</strong> ellos porque había muy pocos en el mundo. Pero<br />

para un hitita esta arma no tenía gran valor, puesto que no tenía <strong>de</strong>recho<br />

a ven<strong>de</strong>rla.<br />

Pero el jefe <strong>de</strong> los guardias se dijo que yo abandonaría pronto el país y<br />

que podría utilizar su oro con mejor provecho que pagando un médico.<br />

Por esto acabó dándome el puñal, que era tan cortante y afilado que<br />

cortaba los pelos <strong>de</strong> la barba mejor que la más afilada navaja <strong>de</strong> sílex y<br />

podía hacer fácilmente una muesca en una hoja <strong>de</strong> cobre. Este regalo me<br />

causó el más vivo placer y <strong>de</strong>cidí dorarlo y platearlo, como hacían los<br />

nobles <strong>de</strong> Mitanni cuando conseguían procurarse uno. El jefe <strong>de</strong> los<br />

guardianes, lejos <strong>de</strong> guardarme rencor, se hizo amigo mío, porque lo<br />

había curado radicalmente. Pero le aconsejé que echase <strong>de</strong>l puerto a la<br />

mujer que lo había infectado, y me dijo que la había ya hecho empalar,<br />

porque esta enfermedad era, indudablemente, producto <strong>de</strong> un<br />

embrujamiento.


El puerto poseía también una pra<strong>de</strong>ra don<strong>de</strong> se guardaban toros<br />

salvajes como en la mayoría <strong>de</strong> los puertos, y la gente joven ponía a<br />

prueba su agilidad y su valor peleándose contra las bestias, clavándoles<br />

rehiletes en la nuca y saltando por encima <strong>de</strong> ellos. Minea estuvo<br />

encantada <strong>de</strong> ver aquellos toros y quiso entrenarse con ellos. Así fue<br />

como la vi por primera vez bailar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los toros; yo no había visto<br />

nunca un espectáculo parecido y mi corazón se estremecía <strong>de</strong> angustia<br />

por ella. Porque un toro salvaje es la más terrible <strong>de</strong> todas las fieras, peor<br />

incluso que un elefante, que se está quieto si no se le molesta, y sus<br />

cuernos son largos y afilados y es capaz <strong>de</strong> atravesar fácilmente a un<br />

hombre y lanzarlo al aire para pisotearlo con sus pezuñas.<br />

Pero Minea bailó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los toros, ligeramente vestida,<br />

esquivando los cuernos cuando la bestia bajaba la cabeza y atacaba<br />

mugiendo. Su rostro se excitaba, y se animaba y arrojaba la re<strong>de</strong>cilla <strong>de</strong><br />

oro <strong>de</strong> sus cabellos, que flotaban al viento, y su danza era tan rápida que<br />

la mirada no podía discernir sus movimientos cuando saltaba por entre<br />

los cuernos <strong>de</strong>l toro, y, agarrándose a ellos, ponía un pie en su testuz<br />

peludo para saltar en el aire y volver a caer sobre su lomo. Yo admiraba<br />

su arte y ella se daba cuenta, porque realizó proezas que hubiera<br />

consi<strong>de</strong>rado imposibles para un cuerpo humano si me las hubiesen<br />

contado. Por esto la miraba, con el cuerpo bañado en sudor, incapaz <strong>de</strong><br />

permanecer en mi sitio, a pesar <strong>de</strong> las protestas <strong>de</strong> los espectadores<br />

situados <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mi, que me tiraban <strong>de</strong> los faldones <strong>de</strong> mi túnica.<br />

A su regreso <strong>de</strong>l campo fue generosamente festejada, y le pusieron<br />

coronas <strong>de</strong> flores en la cabeza y en el cuello y los muchachos jóvenes le<br />

regalaron una copa soberbia sobre la cual estaba pintada en rojo y negro<br />

la imagen <strong>de</strong>l toro. Y todos <strong>de</strong>cían:<br />

-Es el espectáculo más bello que verse pue<strong>de</strong>.<br />

Y los capitanes que habían estado en Creta <strong>de</strong>cían:<br />

-Difícilmente se encontraría en toda Creta una bailarina igual.<br />

Pero ella se me acercó y se apoyó contra mí, cubierta <strong>de</strong> sudor. Apoyó<br />

su cuerpo juvenil, <strong>de</strong>lgado y flexible, en el que cada músculo temblaba <strong>de</strong><br />

fatiga y <strong>de</strong> orgullo, y yo le dije:<br />

-No he visto nunca a nadie que se parezca a ti.<br />

Pero mi corazón estaba henchido <strong>de</strong> melancolía, porque, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haberla visto bailar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los toros, sabía que los toros la separaban<br />

<strong>de</strong> mí como una magia funesta.<br />

Poco <strong>de</strong>spués llegó al puerto un navío <strong>de</strong> Creta que no era ni<br />

<strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong> ni <strong>de</strong>masiado pequeño, y cuyo capitán no tenía la<br />

mirada <strong>de</strong> malvado y a<strong>de</strong>más hablaba el idioma <strong>de</strong> Minea. Por esto ella<br />

me dijo:


-Este navío me llevará con seguridad hacia el dios <strong>de</strong> mi patria, <strong>de</strong><br />

manera que podrás abandonarme y alegrarte <strong>de</strong> haberte <strong>de</strong>sembarazado<br />

por fin <strong>de</strong> mí, que tantas molestias y perturbaciones te he causado.<br />

Pero yo le dije:<br />

-Sabes muy bien, Minea, que te seguiré a Creta.<br />

Ella me miró y sus ojos eran como el mar al claro <strong>de</strong> luna; se había<br />

pintado los labios, y sus cejas eran dos <strong>de</strong>lgadas líneas negras sobre la<br />

frente, y dijo:<br />

-No sé, verda<strong>de</strong>ramente, por qué quieres seguirme, Sinuhé, puesto<br />

que sabes muy bien que este navío me llevará directamente a mi país y<br />

que no pue<strong>de</strong> ocurrirme ninguna <strong>de</strong>sgracia por el camino.<br />

Y yo le dije:<br />

-Lo sabes tan bien como yo, Minea.<br />

Entonces ella puso sus largos <strong>de</strong>dos en mis manos y suspirando, dijo:<br />

-He pasado por muchas pruebas en tu compañía, Sinuhé, y he visto<br />

muchos pueblos, <strong>de</strong> manera que mi patria se ha esfumado un poco en mi<br />

espíritu como un bello sueño y no aspiro ya como antes a volver a ver a<br />

mi dios. Por esto he <strong>de</strong>morado mi marcha, como ya te habrás dado<br />

cuenta, pero al bailar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los toros he sentido que <strong>de</strong>bería morir si<br />

pusieras la mano sobre mí.<br />

Y yo le dije:<br />

-Sí, sí, sí, hemos hablado a menudo <strong>de</strong> eso ya, y no pondré la mano<br />

sobre ti, porque sería vano irritar a tu dios por una bagatela que<br />

cualquier mujer pue<strong>de</strong> darme, como dice muy bien Kaptah.<br />

Entonces sus ojos lanzaron llamas como los <strong>de</strong> un gato montés en la<br />

oscuridad y clavó sus uñas en mis manos, gritando:<br />

-Ve corriendo a casa <strong>de</strong> estas mujeronas, porque tu presencia me<br />

repugna. Corre a casa <strong>de</strong> estas cochinas mujeres <strong>de</strong>l puerto, puesto que<br />

sientes <strong>de</strong>seos pero <strong>de</strong>bes saber bien que <strong>de</strong>spués no te conoceré ya, y<br />

que acaso te haga sangrar con mi puñal. Pue<strong>de</strong>s perfectamente<br />

prescindir <strong>de</strong> lo que yo prescindo también.<br />

Yo le sonreí y dije:<br />

-Ningún dios me lo ha prohibido.<br />

Pero ella respondió:<br />

-Yo soy quien te lo prohíbe, e intenta acercarte a mí <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haberlo hecho.<br />

Yo le dije:<br />

-No tengas miedo, Minea, porque estoy profundamente asqueado <strong>de</strong><br />

lo que hablas, y no hay nada más fastidioso que divertirse con una mujer,<br />

<strong>de</strong> manera que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberlo probado, no quiero renovar el experimento.<br />

Pero ella se excitó <strong>de</strong> nuevo y dijo:


-Tus palabras ofen<strong>de</strong>n gravemente mis sentimientos femeninos y<br />

estoy segura <strong>de</strong> que no te cansarías <strong>de</strong> mí.<br />

Así me era imposible contentarla, a pesar <strong>de</strong> mi esfuerzo, y aquella<br />

noche no acudió a mi lado como <strong>de</strong> costumbre, sino que se llevó su<br />

alfombra a otra habitación y se cubrió la cabeza para dormir.<br />

Entonces la llamé y dije:<br />

-Minea, ¿por qué no calientas mi cuerpo como antes, puesto que eres<br />

más joven que yo y la noche es fría y tiemblo bajo mi alfombra?<br />

-No dices la verdad, porque mi cuerpo está ardiendo como si estuviese<br />

enferma, y no puedo respirar con este calor asfixiante. Por esto prefiero<br />

dormir sola, y si tienes frío pi<strong>de</strong> una estufa o ponte un gato al lado y no<br />

me molestes más.<br />

Me acerqué a ella y le toqué el cuerpo y la frente, y estaba<br />

verda<strong>de</strong>ramente febril y temblaba bajo su alfombra, <strong>de</strong> manera que le<br />

dije:<br />

-Quizás estés enferma; déjame que te cui<strong>de</strong>.<br />

Pero ella rechazó su manta con el pie y dijo con cólera:<br />

-Vete; no dudo <strong>de</strong> que mi dios curará mi enfermedad.<br />

Pero al cabo <strong>de</strong> un momento dijo:<br />

-Dame <strong>de</strong> todos modos un remedio, Sinuhé, porque me ahogo y tengo<br />

ganas <strong>de</strong> llorar.<br />

Le di un calmante y acabó durmiéndose, pero yo velé a su lado hasta<br />

el alba, cuando los perros comenzaron a ladrar en el crepúsculo lívido.<br />

Y llegó el día <strong>de</strong> la marcha y le dije a Kaptah:<br />

-Recoge todos nuestros efectos, porque embarcamos hacia la isla <strong>de</strong><br />

Keftiú, que es la patria <strong>de</strong> Minea.<br />

Pero Kaptah dijo:<br />

-Me lo figuraba, pero no <strong>de</strong>sgarraré mis vestiduras porque tendría que<br />

volverlas a coser, ni tu perfidia merece que <strong>de</strong>rrame ceniza sobre mis<br />

cabellos, porque a nuestra salida <strong>de</strong> Mitanni me has prometido que no<br />

volveríamos a tomar nunca jamás otro navío. Esta maldita Minea<br />

acabará llevándonos a la muerte, como lo presentí cuando nuestro<br />

primer encuentro. Pero mi corazón se ha endurecido y no protesto ni<br />

aúllo por no per<strong>de</strong>r la vista <strong>de</strong> mi único ojo, porque he llorado ya<br />

<strong>de</strong>masiado por culpa tuya por todos los países a los que tu sagrada locura<br />

nos ha llevado. Te digo simplemente que sé <strong>de</strong> antemano que será mi<br />

último viaje y renuncio incluso a cubrirte <strong>de</strong> reproches. He preparado ya<br />

todos nuestros efectos y estoy a punto para la marcha, y no tengo otro<br />

consuelo que saber que has escrito ya todo esto en mi espalda a fuerza <strong>de</strong><br />

bastonazos el mismo día en que me compraste en el mercado <strong>de</strong> esclavos<br />

<strong>de</strong> Tebas.<br />

La docilidad <strong>de</strong> Kaptah me sorprendió profundamente, pero pronto<br />

comprobé que había interrogado a varios marinos y que les había


comprado muy caros diversos medicamentos contra el mareo. Antes <strong>de</strong><br />

nuestra marcha se puso un amuleto en el cuello y ayunó, y se apretó<br />

estrechamente el cinturón y bebió una poción calmante, <strong>de</strong> manera que<br />

subió a bordo con los ojos <strong>de</strong> un pescado cocido y pidió con voz pastosa<br />

carne <strong>de</strong> cerdo grasa que, según las afirmaciones <strong>de</strong> los marinos, era el<br />

mejor remedio contra el mareo. Después se tendió y se durmió con una<br />

costilla <strong>de</strong> cerdo en una mano y el escarabajo en la otra. El jefe <strong>de</strong> los<br />

guardias me <strong>de</strong>seó buen viaje tomando mi tablilla, y <strong>de</strong>spués los remeros<br />

sacaron sus remos y el navío ganó alta mar. Así comenzó el viaje a Creta<br />

y, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l puerto, el capitán ofreció un sacrificio al dios <strong>de</strong>l mar y a<br />

los dioses secretos <strong>de</strong> su camarote y, haciendo izar las velas, el barco se<br />

inclinó y hendió las aguas, y el estómago se me subió a la boca, porque el<br />

mar inmenso estaba muy agitado y no se veía ya la costa.<br />

LIBRO OCTAVO<br />

LA CASA OSCURA<br />

Durante muchos días el mar onduló <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros, inmenso y<br />

sin riberas, pero yo no tenía miedo, porque Minea estaba con nosotros, y,<br />

al respirar el aire marino, florecía y el resplandor <strong>de</strong> la luna iluminaba<br />

sus ojos cuando, inclinada sobre el mascarón <strong>de</strong> proa, respiraba a pleno<br />

pulmón como si quisiera acelerar la marcha <strong>de</strong>l navío. El cielo era azul<br />

sobre nuestras cabezas, el sol brillaba y un viento mo<strong>de</strong>rado hinchaba las<br />

velas. El capitán me aseguraba que navegábamos en buena dirección y yo<br />

di crédito a sus palabras. Una vez acostumbrado a los movimientos <strong>de</strong>l<br />

navío no me sentí enfermo, pese a que la congoja ante lo <strong>de</strong>sconocido me<br />

estrujase el corazón cuando las últimas aves marinas abandonaron el<br />

navío el segundo día y se alejaron hacia la costa. Pero entonces fueron<br />

1


los enganches <strong>de</strong>l dios <strong>de</strong>l mar y las marsopas los que nos escoltaron con<br />

sus dorsos brillantes, y Minea los saludaba con sus gritos <strong>de</strong> júbilo,<br />

porque le llevaba el saludo <strong>de</strong> su dios.<br />

Pronto vimos un barco <strong>de</strong> guerra cretense cuyos flancos estaban<br />

adornados con ro<strong>de</strong>las <strong>de</strong> cobre y nos saludó con su pabellón <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haber comprobado que no éramos piratas. Kaptah salió <strong>de</strong> su camarote,<br />

orgulloso <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r pasearse por cubierta, y empezó a contar a los<br />

marinos sus viajes. Se jactó <strong>de</strong> la travesía hecha una vez <strong>de</strong> Egipto a<br />

Simyra, con las velas <strong>de</strong>sgarradas, cuando sólo el capitán y él estuvieron<br />

en estado <strong>de</strong> comer mientras todos los <strong>de</strong>más gemían y vomitaban.<br />

Habló también <strong>de</strong> los monstruos marinos que guardaban el <strong>de</strong>lta <strong>de</strong>l<br />

Nilo y <strong>de</strong>voran toda barca <strong>de</strong> pesca suficientemente impru<strong>de</strong>nte para<br />

aventurarse en alta mar. Los marinos le respondieron en el mismo tono<br />

hablándole <strong>de</strong> las columnas que sostienen el cielo en el otro extremo <strong>de</strong>l<br />

mar y <strong>de</strong> las sirenas <strong>de</strong> cola <strong>de</strong> pescado que acechan a los marineros para<br />

hechizarlos y divertirse con ellos; y en cuanto a los monstruos marinos,<br />

contaron historias tan terroríficas que Kaptah se refugió cerca <strong>de</strong> mí,<br />

pálido <strong>de</strong> miedo, agarrándome por la túnica. Minea se animaba cada vez<br />

más, y sus cabellos flotaban al viento y sus ojos eran como un claro <strong>de</strong><br />

luna sobre el mar, y era viva y bella <strong>de</strong> ver, <strong>de</strong> manera que mi corazón se<br />

fundía pensando que en breve <strong>de</strong>bía per<strong>de</strong>rla. ¿Para qué regresar a<br />

Simyra y Egipto sin ella? Cuando me <strong>de</strong>cía que pronto no la vería ya, que<br />

no tendría ya su mano entre las mías y que su flanco no me calentaría<br />

nunca más, la vida no era más que ceniza en mi boca. Pero el capitán y<br />

los marineros la respetaban altamente, porque sabían que bailaba<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los toros y que había echado a la suerte el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> entrar<br />

en la mansión <strong>de</strong>l dios durante el plenilunio, pese a que se lo hubiese<br />

impedido un naufragio. Cuando traté <strong>de</strong> interrogarlos sobre su dios, me<br />

respondieron evasivamente que no sabían nada. Y algunos añadieron:<br />

-No compren<strong>de</strong>mos tu lengua, extranjero.<br />

Pero me enteré <strong>de</strong> que el dios <strong>de</strong> Creta reinaba sobre el mar y que las<br />

islas tributarias enviaban muchachos y muchachas a bailar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los<br />

toros.<br />

Vino el día en que Creta emergió <strong>de</strong> las olas como una nube blanca, y<br />

los marineros lanzaron gritos <strong>de</strong> júbilo y el capitán sacrificó al dios <strong>de</strong>l<br />

mar que nos había concedido una travesía feliz. Las montañas <strong>de</strong> Creta y<br />

las riberas abruptas con sus olivos eleváronse ante mis ojos, y yo los<br />

miraba como una tierra extraña en la que <strong>de</strong>bía enterrar mi corazón.<br />

Pero Minea la consi<strong>de</strong>raba como su patria y lloró <strong>de</strong> júbilo ante las<br />

montañas salvajes y el dulce verdor <strong>de</strong> los valles cuando los marineros<br />

arriaron las velas y sacaron los remos para acostar el navío al muelle,<br />

pasando al lado <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más navíos anclados, la mayoría <strong>de</strong> los cuales<br />

eran barcos <strong>de</strong> guerra. El puerto <strong>de</strong> Creta albergaba quizá mil navíos, y


Kaptah, al verlos, dijo que jamás hubiera creído que en el mundo hubiese<br />

tantas embarcaciones. En el puerto no existían ni torres, ni baluartes, ni<br />

fortificaciones, y la villa comenzaba en la misma ribera. Tal era la<br />

supremacía <strong>de</strong> Creta sobre el mar y el po<strong>de</strong>río <strong>de</strong> su dios.<br />

Voy a hablar <strong>de</strong> Creta y <strong>de</strong>cir lo que he visto con mis propios ojos,<br />

pero no diré lo que pienso <strong>de</strong> Creta y <strong>de</strong> su dios, y cierro el corazón a lo<br />

que mis ojos contarán. Por esto <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir que no he visto, durante todos<br />

mis viajes por el mundo conocido, nada tan bello y tan extraño como<br />

Creta. De la misma manera que el mar empujaba hacia las costas su<br />

espuma iridiscente y sus burbujas brillan con los cinco colores <strong>de</strong>l arco<br />

iris y las conchas marinas dan su resplandor <strong>de</strong> claridad nacarada, Creta<br />

brillaba y lanzaba sus <strong>de</strong>stellos <strong>de</strong> espuma ante mis ojos. Porque la<br />

alegría <strong>de</strong> vivir y el placer no son en ninguna parte tan directos y<br />

caprichosos como en Creta, y nadie consiente obrar <strong>de</strong> otra forma que<br />

siguiendo sus impulsos, <strong>de</strong> manera que es difícil llegar a algún acuerdo<br />

con ellos, porque cada cual cambia <strong>de</strong> parecer <strong>de</strong> un momento a otro,<br />

según sus caprichos. Por esto dicen siempre lo que pue<strong>de</strong> causar placer,<br />

aunque no sea verdad, porque el sonido armonioso <strong>de</strong> las palabras les<br />

gusta y en su país no se conoce la muerte, y creo incluso que en su lengua<br />

no hay palabra para <strong>de</strong>signarla, porque la ocultan y, si alguien muere, se<br />

le entierra a hurtadillas para no entristecer a los <strong>de</strong>más. Creo también<br />

que queman los cuerpos <strong>de</strong> los difuntos, pero no estoy seguro, porque<br />

durante mi estancia en Creta no he visto un solo difunto ni una tumba,<br />

aparte las <strong>de</strong> los antiguos reyes que fueron construidas en los tiempos<br />

antiguos con piedras enormes y <strong>de</strong> las que la gente se aparta, porque<br />

nadie quiere pensar en la muerte, como si esto fuese una manera <strong>de</strong><br />

escapar <strong>de</strong> ella.<br />

Su arte es también maravilloso y caprichoso, y cada artista pinta<br />

según su inspiración, sin preocuparse <strong>de</strong> las reglas ni los cánones. Sus<br />

jarras y sus copas resplan<strong>de</strong>cen <strong>de</strong> colores brillantes, y en sus flancos<br />

nadan todos los animales extraños y los peces <strong>de</strong>l mar, las flores se abren<br />

y las mariposas flotan en el aire, <strong>de</strong> manera que un hombre<br />

acostumbrado a un arte dominado por las tradiciones siente una<br />

inquietud que le da la sensación <strong>de</strong> que está soñando.<br />

Sus edificios no son gran<strong>de</strong>s y formidables como los templos y<br />

palacios <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más países, pero al construirlos se buscan la<br />

comodidad y el lujo sin preocuparse <strong>de</strong>l exterior. Les gusta el aire y la<br />

2


limpieza, y sus ventanas son anchas; en las casas hay numerosas salas <strong>de</strong><br />

baño, en cuyas pilas brota el agua caliente y fría, según se quiera. Incluso<br />

en los recintos más privados el agua a chorros limpia las cubetas, <strong>de</strong><br />

manera que en ninguna parte he encontrado tanto lujo como en Creta. Y<br />

no es solamente el caso para los nobles y los ricos, sino para todos los<br />

que viven en el puerto, don<strong>de</strong> resi<strong>de</strong>n los extranjeros y los obreros.<br />

Sus mujeres consagran un tiempo infinito a lavarse, <strong>de</strong>pilarse y<br />

pintarse el rostro, <strong>de</strong> manera que no están nunca listas a tiempo, sino<br />

que llegan siempre tar<strong>de</strong> a las invitaciones. No son puntuales ni siquiera<br />

en las recepciones <strong>de</strong>l rey y nadie se preocupa <strong>de</strong> ello. Pero su<br />

indumentaria es <strong>de</strong> lo más sorpren<strong>de</strong>nte, porque se visten con trajes muy<br />

ceñidos y bordados en oro y plata que les cubren todo el cuerpo, salvo los<br />

brazos y el pecho, que quedan <strong>de</strong>snudos, porque están orgullosas <strong>de</strong> su<br />

bello pecho. Tienen también trajes compuestos <strong>de</strong> centenares <strong>de</strong><br />

lentejuelas <strong>de</strong> oro, pulpos, mariposas y palmeras, y la piel aparece por<br />

entre ellas. Los cabellos los llevan artísticamente rizados en altos<br />

peinados que exigen días enteros <strong>de</strong> trabajo y los adornan con pequeños<br />

sombreros fijados con agujas <strong>de</strong> oro que parecen flotar sobre sus cabezas<br />

como las mariposas al remontar el vuelo. Su talle es elegante y flexible y<br />

sus ca<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>lgadas como las <strong>de</strong> los muchachos, <strong>de</strong> manera que los<br />

partos son difíciles y hacen todo lo posible por evitarlos, <strong>de</strong> modo que no<br />

es ninguna vergüenza no tener más que uno o dos hijos y aun ninguno.<br />

Los hombres llevan unas botas <strong>de</strong>coradas que les llegan hasta las<br />

rodillas, pero como contraste el <strong>de</strong>lantalito es sencillo y pequeño y el<br />

talle estrecho, porque están orgullosos <strong>de</strong> la esbeltez <strong>de</strong> su cintura y <strong>de</strong> lo<br />

cuadrado <strong>de</strong> sus hombros. Tienen la cabeza pequeña y fina, los<br />

miembros y los puños <strong>de</strong>licados e, imitando a las mujeres, no <strong>de</strong>jan un<br />

solo pelo en todo su cuerpo. Sólo muy pocos hablan alguna lengua<br />

extranjera, porque se encuentran bien en su país y no aspiran a<br />

abandonarlo por otros que no les ofrecen las mismas comodida<strong>de</strong>s y<br />

atractivos. Pese a que obtienen toda su riqueza <strong>de</strong>l puerto y <strong>de</strong>l comercio,<br />

he encontrado entre ellos gente que se negaba a bajar hasta el puerto<br />

porque olía mal, y que no sabía hacer el cálculo más simple, por lo que<br />

fiaba enteramente en sus contables. Por esto los extranjeros listos se<br />

enriquecían rápidamente en Creta si se conformaban con vivir en el<br />

puerto.<br />

Tienen también instrumentos <strong>de</strong> música que tocan aun cuando no hay<br />

ningún músico en la casa, y preten<strong>de</strong>n saber anotar la música, <strong>de</strong> manera<br />

que, leyendo estos textos, se pue<strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r a tocar una música aunque<br />

no se haya oído nunca. Los músicos <strong>de</strong> Babilonia afirmaban conocer<br />

también este arte, pero yo no quiero discutir ni con ellos ni con los<br />

cretenses, porque no soy músico y los instrumentos <strong>de</strong> los diferentes<br />

países han <strong>de</strong>sconcertado mi oído. Pero todo esto me ayuda a


compren<strong>de</strong>r por qué en todas partes suele <strong>de</strong>cirse: «Mentir como<br />

cretense.»<br />

Tampoco tienen templos visibles ni se preocupan <strong>de</strong> los dioses,<br />

contentándose con adorar a los toros. Pero lo hacen con un ardor tan<br />

gran<strong>de</strong> que no transcurre un día sin que se les vea en la arena <strong>de</strong> los<br />

toros. No creo, sin embargo, que sea tanto por el respeto <strong>de</strong>bido a los<br />

dioses como por el apasionante placer que proporcionan las danzas<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los toros.<br />

No sabría <strong>de</strong>cir tampoco que <strong>de</strong>n pruebas <strong>de</strong> un profundo respeto por<br />

su rey, que es uno <strong>de</strong> sus semejantes, aun cuando habite un palacio<br />

mucho más gran<strong>de</strong> que los <strong>de</strong> sus súbditos. Se comportan con él como si<br />

fuese un igual, y le gastan bromas, y cuentan anécdotas sobre él y acu<strong>de</strong>n<br />

a sus recepciones o se marchan <strong>de</strong> ellas a su antojo. Beben vino con<br />

mo<strong>de</strong>ración para alegrarse, y sus costumbres son muy libres, pero no se<br />

emborrachan nunca, porque es grosero a sus ojos, y no he visto nunca<br />

vomitar a nadie por haber bebido <strong>de</strong>masiado, como ocurre en Egipto y<br />

los <strong>de</strong>más países. En cambio, se apasionan fácilmente unos por otros, sin<br />

preocuparse <strong>de</strong> si están casados o no, y se divierten juntos cuando y<br />

don<strong>de</strong> les parece bien. Los muchachos que bailan <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los toros<br />

gozan <strong>de</strong> gran fervor cerca <strong>de</strong> las mujeres, <strong>de</strong> manera que hay<br />

muchachos que se ejercitan en este arte para divertirse, pese a no haber<br />

sido iniciados, y a menudo adquieren tanta habilidad como los<br />

profesionales, que no tienen que tocar mujer, como las muchachas no<br />

<strong>de</strong>ben tocar hombre. Cuento todo esto para <strong>de</strong>mostrar que a menudo me<br />

encontré <strong>de</strong>sconcertado por las costumbres cretenses, con las cuales, por<br />

otra parte, no me familiarizaría jamás, porque su orgullo consiste en<br />

encontrar constantemente algo nuevo y sorpren<strong>de</strong>nte, <strong>de</strong> manera que<br />

con ellos no se sabe nunca lo que reserva el momento siguiente. Pero<br />

tengo que hablar <strong>de</strong> Minea, pese a que mi corazón se acongoje al pensar<br />

en ella.<br />

Llegados al puerto, nos hospedamos en la hostería <strong>de</strong> los extranjeros,<br />

cuyas comodida<strong>de</strong>s sobrepasaban todo lo que había visto, pese a que no<br />

fuese muy gran<strong>de</strong>, <strong>de</strong> manera que el «Pabellón <strong>de</strong> lshtar», con todo su<br />

lujo polvoriento y sus esclavos ignorantes, me pareció una cosa bárbara.<br />

Minea se hizo rizar el pelo y compró vestidos para po<strong>de</strong>r mostrarse a sus<br />

amigos, <strong>de</strong> manera que quedé sorprendido <strong>de</strong> verla con un sombrerito<br />

que parecía una lámpara y tenía también unos zapatos con los tacones<br />

muy altos que la hacían caminar difícilmente. Pero no quise enojarla<br />

criticando su atavío y le regalé unos pendientes y un collar <strong>de</strong> piedras <strong>de</strong><br />

colores, porque el ven<strong>de</strong>dor me aseguró que era entonces moda en Creta,<br />

pero que no estaba seguro <strong>de</strong> lo <strong>de</strong>l día siguiente. Miré también con<br />

sorpresa sus pechos <strong>de</strong>snudos que salían <strong>de</strong> su traje plateado, y vi que se<br />

había pintado los pezones <strong>de</strong> colorado, <strong>de</strong> manera que evitó mis miradas


y dijo con tono <strong>de</strong> reto que no tenía por qué avergonzarse <strong>de</strong> su pecho,<br />

que podía rivalizar con el <strong>de</strong> cualquier cretense. Después <strong>de</strong> haberla<br />

mirado bien, no protesté, porque sobre este punto tenía toda la razón.<br />

Después <strong>de</strong> lo cual una litera nos llevó <strong>de</strong>l puerto a la meseta, don<strong>de</strong> la<br />

ciudad, con sus edificios ligeros y sus jardines, era como un nuevo<br />

mundo al lado <strong>de</strong> la aglomeración, el ruido y el olor a pescado <strong>de</strong>l puerto.<br />

Minea me llevó a casa <strong>de</strong> un noble anciano que había sido su protector<br />

especial y su amigo, <strong>de</strong> manera que había vivido en su casa y usaba <strong>de</strong><br />

ella como <strong>de</strong> la suya propia. El anciano estaba estudiando los catálogos<br />

<strong>de</strong> los toros y tomaba notas para las apuestas <strong>de</strong>l día siguiente. Pero al<br />

ver a Minea olvidó sus papeles, se alegró muchísimo y la besó diciendo:<br />

-¿Dón<strong>de</strong> te has escondido durante tanto tiempo? Te creía ya<br />

<strong>de</strong>saparecida en la mansión <strong>de</strong>l dios. Pero no me he procurado todavía<br />

una nueva protegida, <strong>de</strong> manera que tu dormitorio sigue a tu<br />

disposición, a menos que los esclavos hayan olvidado cuidar <strong>de</strong> él o que<br />

mi esposa lo haya hecho <strong>de</strong>rribar para construir un estanque, porque se<br />

ha puesto a criar peces raros y no piensa más que en esto.<br />

-¿Helea cría peces en un estanque? -preguntó Minea, sorprendida<br />

-No es ya Helea -dijo el anciano con cierta impaciencia-. Tengo una<br />

mujer nueva que recibe en este momento a un joven muchacho no<br />

iniciado a quien muestra sus peces y me parece que la contrariaría que la<br />

interrumpiésemos. Pero preséntame a tu amigo, a fin <strong>de</strong> que sea mi<br />

amigo también y disponga <strong>de</strong> esta casa como suya.<br />

-Mi amigo es Sinuhé el egipcio, El que es solitario, y es médico -dijo<br />

Minea.<br />

-Me pregunto si permanecerá solitario mucho tiempo aquí -dijo el<br />

anciano con tono jocoso-. Pero ¿estás acaso enferma, Minea, puesto que<br />

llevas un médico contigo? Sería <strong>de</strong> lamentar, porque esperaba que<br />

mañana pudieras bailar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los toros y traerme un poco <strong>de</strong> suerte.<br />

Mi inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l puerto se queja <strong>de</strong> que mis ingresos no bastan para<br />

cubrir mis gastos, o viceversa, no importa, porque no entiendo una<br />

palabra <strong>de</strong> las complicadas cuentas que me mete constantemente por las<br />

narices, lo cual me molesta.<br />

-No estoy enferma en absoluto -dijo Minea-. Pero este amigo me ha<br />

salvado <strong>de</strong> numerosos peligros y hemos atravesado juntos muchos países<br />

antes <strong>de</strong> regresar aquí, porque he sufrido un naufragio y he bailado<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los toros en Siria.<br />

-¿De veras? -dijo el anciano, inquieto-. Espero, sin embargo, que esta<br />

amistad no te haya impedido conservar tu virginidad, si no, te negarán el<br />

acceso al concurso, y, como sabes muy bien, esto te acarreará una serie<br />

<strong>de</strong> contrarieda<strong>de</strong>s. Estoy verda<strong>de</strong>ramente contrariado, porque veo que tu<br />

pecho se ha <strong>de</strong>sarrollado <strong>de</strong> una manera sospechosa y tus ojos tienen un<br />

brillo húmedo. Minea, Minea, ¿te has <strong>de</strong>jado seducir?


-No -respondió con rabia Minea-. Y cuando digo no, pue<strong>de</strong>s creerme,<br />

y nadie tiene que examinarme, como lo hicieron en el mercado <strong>de</strong><br />

esclavos <strong>de</strong> Babilonia. Te cuesta creer que sólo gracias a este amigo he<br />

podido escapar a todos los peligros y regresar a mi patria, y yo creía que<br />

mis amigos se alegrarían <strong>de</strong> verme, pero no piensas más que en tus toros<br />

y en tus apuestas.<br />

Se echó a llorar <strong>de</strong> <strong>de</strong>specho y las lágrimas mojaron los afeites <strong>de</strong> sus<br />

mejillas.<br />

El anciano se conmovió y, lamentando sus palabras, dijo:<br />

-No dudo <strong>de</strong> que estás fatigada por tus viajes, porque en el extranjero<br />

no habrás podido bañarte cada día, ¿verdad? Y no creo que los toros <strong>de</strong><br />

Babilonia valgan más que los nuestros. Pero esto me hace pensar que<br />

hace ya rato <strong>de</strong>bería estar en casa <strong>de</strong> Minos, porque he olvidado esta<br />

invitación y voy a ir allá sin cambiarme <strong>de</strong> ropa. Sin embargo, nadie se<br />

fijará en ella, hay tanta gente... Reposad, pues, aquí, amigos míos, y tú,<br />

Minea, trata <strong>de</strong> calmarte, y, si mi mujer viene, <strong>de</strong>cidle que me he<br />

marchado ya porque no quería molestarla estando con este muchacho.<br />

En el fondo podría irme a dormir porque en casa <strong>de</strong> Minos no se fijarán<br />

en si estoy presente o ausente, pero, ahora que lo pienso, voy a pasar por<br />

los establos a preguntar el estado <strong>de</strong>l nuevo toro que lleva una mancha<br />

en el costado, <strong>de</strong> manera que es mejor que vaya. Se trata <strong>de</strong> un toro<br />

verda<strong>de</strong>ramente notable.<br />

Nos sonrió con aire distraído y Minea dijo:<br />

-Te acompañaremos a casa <strong>de</strong> Minos, don<strong>de</strong> podré ver a mis amigos Y<br />

presentarles a Sinuhé.<br />

Así fue como fuimos juntos al palacio <strong>de</strong> Minos, a pie, porque el<br />

anciano no llegó nunca a <strong>de</strong>cidir si valía la pena o no <strong>de</strong> tomar una litera<br />

para un trayecto tan corto. Solamente al entrar me di cuenta <strong>de</strong> que<br />

Minos era su rey y me enteré <strong>de</strong> que se llamaba siempre Minos, pero no<br />

sé qué número <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n llevaba, porque nadie se preocupaba <strong>de</strong> la<br />

circunstancia. Un Minos <strong>de</strong>saparecía y era remplazado por otro.<br />

El palacio comprendía numerosas habitaciones, y en los muros <strong>de</strong> la<br />

sala <strong>de</strong> recepciones ondulaban las algas, los pulpos y<br />

las medusas, nadando en un agua transparente. La gran sala estaba<br />

llena <strong>de</strong> gentes vestidas <strong>de</strong> manera más o menos lujosa que hablaban con<br />

vivacidad, riéndose fuerte y bebiendo en pequeñas copas bebidas frescas,<br />

vinos o jugos <strong>de</strong> fruta, y las mujeres establecían comparaciones entre sus<br />

atavíos. Minea me presentó a sus amigos, que eran todos corteses y<br />

distraídos, y Minos me dirigió en mi lengua algunas palabras, dándome<br />

las gracias por haber salvado a Minea y haberla llevado hacia su dios, <strong>de</strong><br />

manera que a la primera ocasión podría entrar en la mansión sombría,<br />

pese a que su turno había pasado ya.


Minea andaba por el palacio como si estuviese en su casa, y me llevó<br />

<strong>de</strong> una habitación a otra, admirándose constantemente al reconocer los<br />

objetos familiares y saludando a los esclavos que se inclinaban <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> ella, como si no hubiese estado nunca ausente. Me dijo que cualquier<br />

noble podía retirarse a sus dominios o salir <strong>de</strong> viaje sin advertir <strong>de</strong> ello a<br />

sus amigos y que nadie se enfadaba por ello; a su regreso volvía a ocupar<br />

su sitio como si no se hubiese movido <strong>de</strong> allí. Esto hacía también fácil la<br />

muerte, porque si alguien <strong>de</strong>saparecía, nadie se inquietaba por él hasta<br />

que había sido olvidado, y si por azar se notaba una ausencia en ocasión<br />

<strong>de</strong> una cita convenida o una reunión, nadie se sorprendía, porque se<br />

<strong>de</strong>cían que la persona pudo haberse ausentado <strong>de</strong> repente por capricho.<br />

Minea me condujo a una habitación situada en lo alto <strong>de</strong>l flanco <strong>de</strong> la<br />

colina, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cual la vista dominaba a lo lejos los prados sonrientes,<br />

los bosques <strong>de</strong> olivos y las plantaciones <strong>de</strong> fuera <strong>de</strong> la villa. Me dijo que<br />

era su habitación, y todo estaba en or<strong>de</strong>n, como si no hubiese salido <strong>de</strong><br />

ella, pese a que las vestiduras y las joyas <strong>de</strong> los cofres estuviesen ya<br />

pasadas <strong>de</strong> moda y no podía usarlas ya. Sólo entonces supe que<br />

pertenecía a la familia <strong>de</strong> Minos, si bien hubiera <strong>de</strong>bido darme cuenta<br />

antes, dado su nombre. Por esto el oro y la plata y los regalos <strong>de</strong> precio<br />

no ejercían influencia alguna sobre ella, puesto que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su infancia<br />

había estado acostumbrada a tener todo lo que quería. Pero también,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> su infancia, había sido consagrada al dios, y por esto había sido<br />

criada en la casa <strong>de</strong> los toros, don<strong>de</strong> vivía cuando no estaba en su<br />

habitación o en casa <strong>de</strong> su viejo amigo, porque los cretenses son tan<br />

caprichosos sobre este punto como sobre los <strong>de</strong>más.<br />

Yo sentía curiosidad por ver las arenas y entramos a saludar al<br />

protector <strong>de</strong> Minea, que quedó muy extrañado al verme, y me preguntó<br />

si no nos conocíamos ya, porque mi rostro no le era <strong>de</strong>sconocido. Minea<br />

me llevó <strong>de</strong>spués a la casa <strong>de</strong> los toros, que formaba toda una villa con<br />

sus establos, sus campus, sus estrados, sus pistas, los edificios <strong>de</strong> sus<br />

escuelas y la habitación <strong>de</strong> los sacerdotes. Pasamos <strong>de</strong> un establo a otro<br />

entre el olor nauseabundo <strong>de</strong> los toros, y Minea no se cansaba <strong>de</strong><br />

dirigirles cumplidos y darles bellos nombres pese a que intentasen<br />

atravesar el vallado con sus cuernos, mugiendo y escarbando el suelo con<br />

sus agudas pezuñas y lanzando llamas por los ojos.<br />

Encontré también muchachos y muchachas a quienes conocía, pese a<br />

que los danzarines no fuesen en general muy cordiales entre sí, porque<br />

tenían celos unos <strong>de</strong> otros y no querían revelarse sus trucos. Pero los<br />

sacerdotes que entrenaban a los toros e instruían a los danzarines nos<br />

acogieron amablemente, y, habiéndose enterado <strong>de</strong> que yo era médico,<br />

me hicieron una serie <strong>de</strong> preguntas relacionadas con la digestión en los<br />

toros, las mezclas <strong>de</strong> forraje, y el brillo <strong>de</strong>l pelo, y, sin embargo, sabían<br />

mucho más que yo sobre esta materia. Minea era bien vista entre ellos,


porque obtuvo en seguida un número y un toro para las carreras <strong>de</strong>l día<br />

siguiente. Ardía <strong>de</strong> impaciencia por mostrarme su habilidad frente a los<br />

mejores toros.<br />

Para terminar, me llevó a un pequeño edificio don<strong>de</strong> vivía solitario el<br />

sumo sacerdote <strong>de</strong>l dios <strong>de</strong> Creta y <strong>de</strong> los toros. De la misma manera que<br />

el rey era siempre Minos, el sumo sacerdote se llamaba siempre<br />

Minotauro, y era el hombre más respetado y temido <strong>de</strong> toda la isla, hasta<br />

tal punto que se evitaba pronunciar su nombre y se le llamaba «el<br />

hombre <strong>de</strong> la casita <strong>de</strong> los toros». Minea temía también ir a verle, pese a<br />

que no me dijese nada, pero lo leí en sus ojos, <strong>de</strong> los que ninguna<br />

expresión me era <strong>de</strong>sconocida.<br />

El sacerdote nos recibió en una habitación oscura y a primera vista<br />

creí columbrar un dios, porque estaba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> un hombre que parecía<br />

un ser humano, pero con una cabeza <strong>de</strong> toro dorada. Después <strong>de</strong> haberse<br />

inclinado <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros, se quitó la cabeza dorada y nos mostró su<br />

rostro. Pero pese a que nos sonrió cortésmente, no me gustó porque en<br />

su rostro inexpresivo había algo duro y cruel, y no pu<strong>de</strong> explicarme esta<br />

expresión, porque era un hombre bello, <strong>de</strong> tez bronceada y nacido para<br />

mandar. Minea no tuvo necesidad <strong>de</strong> darle explicaciones porque él<br />

conocía ya su naufragio y sus aventuras y no hizo preguntas ociosas, sino<br />

que me dio las gracias por la bondad <strong>de</strong> que había dado pruebas con<br />

respecto a Minea y, por lo tanto, para con Creta y su dios, y añadió que<br />

en mi albergue me esperaban numerosos regalos <strong>de</strong> los que estaría<br />

seguramente contento.<br />

-No me preocupo mucho <strong>de</strong> los regalos -le dije-, porque para mí el<br />

saber es más precioso que el oro, y por esto he viajado por numerosos<br />

países para aumentar mis conocimientos y me he familiarizado con las<br />

costumbres <strong>de</strong> Babilonia y <strong>de</strong> los hititas. Por eso espero conocer también<br />

el dios <strong>de</strong> Creta, sobre el cual he oído relatos maravillosos y sé que ama a<br />

las vírgenes y a los muchachos irreprochables, al contrario <strong>de</strong> los dioses<br />

<strong>de</strong> Siria, don<strong>de</strong> los templos son casas <strong>de</strong> lenocinio y en los que ofician<br />

sacerdotes castrados.<br />

-Tenernos numerosos dioses que el pueblo adora -dijo-. Hay, a<strong>de</strong>más,<br />

en el puerto templos erigidos a los diferentes dioses <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más países,<br />

<strong>de</strong> manera que podrás sacrificar a Amón o a Baal <strong>de</strong>l puerto si lo <strong>de</strong>seas.<br />

Pero no quiero inducirte a error. Por esto reconozco que el po<strong>de</strong>río <strong>de</strong><br />

Creta <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong>l dios adorado en secreto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los tiempos más remotos.<br />

Solamente los iniciados lo conocen, pero lo conocen únicamente<br />

al encontrarlo, y nadie ha regresado todavía para <strong>de</strong>scribir su apariencia.<br />

-Los dioses <strong>de</strong> los hititas son el Cielo y la Tierra y la Lluvia que<br />

<strong>de</strong>scien<strong>de</strong> <strong>de</strong>l cielo y fertiliza la tierra -le dije-. Comprendo que el mar<br />

sea el dios <strong>de</strong> los cretenses, puesto que el po<strong>de</strong>río y la riqueza <strong>de</strong> Creta<br />

<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l mar.


-Quizá tengas razón, Sinuhé -dijo con una extraña sonrisa-. Debes<br />

saber, sin embargo, que nosotros, los cretenses, adoramos a un dios vivo,<br />

lo cual nos distingue <strong>de</strong> los pueblos <strong>de</strong>l continente, que adoran muertos<br />

o estatuas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. Nuestro dios no es un simulacro, pese a que los<br />

toros sean su símbolo, pero mientras viva este dios la supremacía <strong>de</strong><br />

Creta se mantendrá sobre los mares. Es lo que ha sido predicho, y lo<br />

sabemos, pese a que contamos también mucho con nuestros navíos <strong>de</strong><br />

guerra, con los cuales ningún otro pueblo marítimo pue<strong>de</strong> rivalizar.<br />

-He oído <strong>de</strong>cir que vuestro dios vive en los meandros <strong>de</strong> una mansión<br />

oscura -insistí yo-. Quisiera con gusto ver este laberinto, pero no<br />

comprendo por qué los iniciados no regresan jamás a pesar <strong>de</strong> que<br />

tengan la posibilidad <strong>de</strong> hacerlo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber pasado allí una luna.<br />

-El más gran<strong>de</strong> honor y la felicidad más gran<strong>de</strong> que pue<strong>de</strong> ocurrirle a<br />

un joven cretense es entrar en la mansión <strong>de</strong>l dios -dijo el Minotauro,<br />

repitiendo las palabras que había pronunciado ya incontables veces-. Por<br />

esto incluso las islas <strong>de</strong>l mar rivalizan en mandarnos sus vírgenes más<br />

bellas y sus mejores adolescentes para bailar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nuestros toros.<br />

En las mansiones <strong>de</strong>l dios <strong>de</strong>l mar la vida es tan maravillosa que nadie<br />

que la conozca pue<strong>de</strong> sentir el menor <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> volver a encontrar los<br />

dolores y las penas terrenales. ¿Temerías acaso tú, Minea, entrar en la<br />

mansión <strong>de</strong>l dios? Pero Minea no respondió nada, y yo dije:<br />

-En la costa <strong>de</strong> Simyra he visto cadáveres <strong>de</strong> marinos ahogados y sus<br />

cabeza estaba hinchada y su vientre abultado y su expresión no reflejaba<br />

goce alguno. Es todo lo que sé <strong>de</strong> las mansiones <strong>de</strong>l dios <strong>de</strong>l mar, pero no<br />

pongo lo más mínimo en duda tus palabras y le <strong>de</strong>seo a Minea mucha<br />

felicidad.<br />

El Minotauro dijo fríamente:<br />

-Verás el laberinto porque la luna llena se acerca, y aquella noche<br />

Minea entrará en la mansión <strong>de</strong>l dios.<br />

-¿Y si Minea se negara? -pregunté con vivacidad, porque sus palabras<br />

me sorprendían a la vez que me helaban el corazón.<br />

-No ha ocurrido jamás -dijo él- . No temas, Sinuhé el egipcio. Minea<br />

entrará por propia voluntad en la mansión <strong>de</strong>l dios.<br />

Se volvió a poner la dorada cabeza <strong>de</strong> toro para <strong>de</strong>mostrar que la<br />

entrevista había terminado y no vimos más su rostro. Minea me tomó <strong>de</strong><br />

la mano y me llevó, y ella no sentía ya júbilo alguno.<br />

3


Kaptah nos esperaba en la hostería habiendo saboreado<br />

abundantemente los vinos <strong>de</strong>l puerto, y me dijo:<br />

-¡Oh dueño mío! Este país es el reino <strong>de</strong>l Poniente para los servidores,<br />

porque nadie los apalea ni se preocupa <strong>de</strong> saber cuánto oro llevan en su<br />

bolsa o qué joyas han comprado. Verda<strong>de</strong>ramente, ¡oh dueño mío!, esto<br />

es un paraíso terrestre para los servidores, porque si un dueño se enfada<br />

con un esclavo lo arroja <strong>de</strong> la casa, lo cual es el peor castigo, y el servidor<br />

no tiene más que escon<strong>de</strong>rse y volver al día siguiente y el dueño lo ha<br />

olvidado todo. Pero para los marinos y los esclavos <strong>de</strong>l puerto es un país<br />

muy duro, porque los inten<strong>de</strong>ntes tienen unos juncos muy flexibles y son<br />

avaros y los merca<strong>de</strong>res engañan a un simyriano tan fácilmente como un<br />

simyriano engaña a un egipcio. Tienen, sin embargo, unos peces<br />

pequeños conservados en aceite que son agradables <strong>de</strong> comer, bebiendo.<br />

La exquisitez <strong>de</strong> estos peces hace que se les perdone muchas cosas.<br />

Dijo todo esto a su manera habitual, como si estuviese borracho, pero<br />

inmediatamente cerró la puerta y, asegurándose <strong>de</strong> que nadie nos oía,<br />

dijo:<br />

-¡Oh dueño mío! En este país ocurren cosas muy extrañas, porque en<br />

las tabernas los marineros cuentan que el dios <strong>de</strong> Creta ha muerto, y los<br />

sacerdotes, enloquecidos, buscan a otro. Pero estas palabras son<br />

peligrosas y algunos marinos, por haberlas repetido, han sido arrojados a<br />

los pulpos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> las rocas. En efecto, ha sido predicho que el<br />

po<strong>de</strong>río <strong>de</strong> Creta se <strong>de</strong>rrumbará el día en que muera su dios.<br />

Entonces una inmensa esperanza inflamó mi corazón y le dije a<br />

Kaptah:<br />

-La noche <strong>de</strong>l plenilunio Minea <strong>de</strong>be entrar en la mansión <strong>de</strong>l dios,<br />

pero si éste ha muerto realmente, lo cual es muy posible, porque el<br />

pueblo es siempre el primero en saber las cosas, pese a que no se le diga<br />

nada, Minea podrá volver a salir <strong>de</strong> esta mansión <strong>de</strong> la cual no ha salido<br />

nunca nadie.<br />

Al día siguiente, gracias a Minea, obtuve un buen sitio en el estrado<br />

levemente inclinado y admiré vivamente la ingeniosa disposición <strong>de</strong> los<br />

bancos escalonados, <strong>de</strong> manera que todo el mundo podía ver el<br />

espectáculo. Los toros fueron introducidos uno a uno en la arena y cada<br />

bailarín realizó su programa, que era complicado, porque comprendía<br />

diferentes pases que <strong>de</strong>bían ser realizados sin faltas y en el or<strong>de</strong>n<br />

prescrito, pero lo más difícil era saltar por entre los cuernos para volver a<br />

caer sentados en el lomo <strong>de</strong>l animal. Ni aun el más hábil lo conseguía <strong>de</strong><br />

una manera impecable, porque también <strong>de</strong>pendía mucho <strong>de</strong>l toro, <strong>de</strong> la<br />

manera como corría o se paraba, o doblaba la nuca. Los nobles y los ricos<br />

cretenses apostaban por sus protegidos, pero yo no llegaba a compren<strong>de</strong>r<br />

aquel apasionamiento y excitación extraordinarios porque para mí todos<br />

los toros se parecían y no llegaba a distinguir los diferentes ejercicios.


Minea bailó también <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los toros y mi inquietud fue gran<strong>de</strong>,<br />

hasta el momento en que su maravillosa docilidad y flexibilidad <strong>de</strong> su<br />

cuerpo me hechizaron hasta el punto <strong>de</strong> hacerme olvidar el peligro que<br />

corría y me asocié a los clamores <strong>de</strong> entusiasmo <strong>de</strong> la muchedumbre. Allí<br />

las muchachas bailaban <strong>de</strong>snudas <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los toros, como también los<br />

jóvenes, porque la menor vestidura podría entorpecer sus movimientos y<br />

poner su vida en peligro. Pero Minea, era, a mi juicio, la más bella <strong>de</strong><br />

todas cuando bailaba <strong>de</strong>snuda con el cuerpo reluciente <strong>de</strong> aceite; sin<br />

embargo, <strong>de</strong>bo confesar que muchas <strong>de</strong> sus camaradas eran tan bellas<br />

como ella y obtuvieron un gran éxito. Pero yo no tenía ojos más que para<br />

Minea. Después <strong>de</strong> su larga ausencia estaba mucho menos entrenada que<br />

las <strong>de</strong>más y no ganó una sola corona.<br />

Su viejo protector, que había apostado por ella, estaba <strong>de</strong>solado, pero<br />

pronto olvidó sus pérdidas y fue a los establos a elegir otro toro, como<br />

era su <strong>de</strong>recho, puesto que Minea era su protegida.<br />

Pero cuando volví a ver a Minea <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l espectáculo me dijo<br />

fríamente:<br />

-Sinuhé, no puedo verte más, porque unos amigos me han invitado a<br />

una fiesta y <strong>de</strong>bo prepararme para el dios, porque pasado mañana es ya<br />

plenilunio. Por esto no nos veremos probablemente más antes <strong>de</strong> que<br />

parta para la mansión <strong>de</strong>l dios, si sientes el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> acompañarme con<br />

mis amigos.<br />

-Como quieras -dije-. Hay ciertamente muchas cosas que ver en Creta,<br />

y las costumbres <strong>de</strong>l país y los trajes <strong>de</strong> las mujeres me divierten<br />

enormemente. Durante el espectáculo, muchas <strong>de</strong> tus amigas me han<br />

invitado a ir a verlas, y sus rostros y sus pechos son agradables <strong>de</strong><br />

contemplar, porque son un poco más gordas y frívolas que tú.<br />

Entonces me cogió vivamente la mano y sus ojos brillaron; respirando<br />

agitadamente, dijo:<br />

-No te permito que vayas a divertirte con mis amigas cuando yo no<br />

estoy contigo. Podrías esperar, por lo menos, a que estuviese fuera,<br />

Sinuhé. Aunque esté <strong>de</strong>masiado <strong>de</strong>lgada para tu gusto, cosa que no<br />

sabía, podrías hacerlo por lo menos por amistad a mí.<br />

-Bromeaba -dije yo-, y no quiero causarte molestias, porque, naturalmente,<br />

estás muy ocupada antes <strong>de</strong> entrar en la<br />

mansión <strong>de</strong>l dios. Voy a regresar a casa y cuidar <strong>de</strong> mis enfermos,<br />

porque en el puerto hay mucha gente que necesita <strong>de</strong> mis cuidados.<br />

Me separé <strong>de</strong> ella, y durante mucho rato el olor <strong>de</strong> los toros persistió<br />

en mi olfato, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces me obsesiona hasta el punto <strong>de</strong> que la<br />

mera visión <strong>de</strong> un rebaño <strong>de</strong> bueyes me da náuseas y no puedo comer y<br />

mi corazon, se acongoja. La abandoné, sin embargo, y recibí a los<br />

enfermos en mi alojamiento, y los cuidé hasta la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>,<br />

cuando las luces se encien<strong>de</strong>n en las casas <strong>de</strong> placer <strong>de</strong>l puerto. A través


<strong>de</strong> los muros oía la música y las risas y todos los ruidos <strong>de</strong> la<br />

<strong>de</strong>spreocupación humana, porque los esclavos y los servidores cretenses<br />

seguían en este punto las costumbres <strong>de</strong> sus dueños y cada cual vivía<br />

como si no tuviese que morir jamás y no hubiese en el mundo ni dolor, ni<br />

pena, ni contrariedad.<br />

Vino la noche, Kaptah había extendido ya las alfombras para dormir y<br />

yo no quería luz. La luna se levantó redonda y brillante, pese a que no<br />

fuese llena todavía, y yo la <strong>de</strong>testaba porque iba a separarme <strong>de</strong> la única<br />

mujer a quien consi<strong>de</strong>raba como mi hermana, y me <strong>de</strong>testaba a mí<br />

mismo, porque era débil y cobar<strong>de</strong> y no era capaz <strong>de</strong> obrar. Súbitamente,<br />

la puerta se abrió y entró Minea cautelosamente, mirando a su alre<strong>de</strong>dor,<br />

y no iba vestida ala cretense, sino que llevaba el sencillo traje con el cual<br />

había bailado <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s y pequeños en tantos países, y sus<br />

cabellos estaban sujetos por una cinta <strong>de</strong> oro.<br />

-¡Minea! -exclamé, sorprendido-. Hete aquí cuando te creía<br />

preparándote para tu dios.<br />

-Habla más bajo, no quiero que nos oigan.<br />

Se sentó a mi lado contemplando la luna y, caprichosamente, dijo:<br />

-Detesto mi lecho <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> los toros y no siento con mis amigos el<br />

mismo placer <strong>de</strong> antes. Pero yo misma ignoro por qué he venido a esta<br />

hospe<strong>de</strong>ría, cosa que no es nada correcta. Si <strong>de</strong>seas <strong>de</strong>scansar, me<br />

marcharé, pero como no podía dormir he <strong>de</strong>seado volver a verte y sentir<br />

el olor <strong>de</strong> los medicamentos y tirarle <strong>de</strong> la oreja a Kaptali por sus<br />

estúpidos discursos. Porque los viajes y los pueblos seguramente han<br />

perturbado mis i<strong>de</strong>as, ya que no me siento a gusto en la casa <strong>de</strong> los toros,<br />

no gozo ya <strong>de</strong> las aclamaciones en la arena y no aspiro ya como antes a<br />

entrar en la mansión <strong>de</strong>l dios; las palabras <strong>de</strong> la gente a mi alre<strong>de</strong>dor son<br />

como la charla <strong>de</strong> los niños irrazonables y su júbilo como la espuma, y no<br />

me divierto ya con sus juegos. En el lugar <strong>de</strong>l corazón tengo un gran<br />

agujero, mi cabeza está vacía y no tengo una sola i<strong>de</strong>a mía; todo me<br />

ofen<strong>de</strong> y jamás mi espíritu estuvo tan melancólico. Por esto te pido que<br />

cojas mis manos como en otros tiempos, porque no temo nada, ni<br />

siquiera la muerte, cuando mis manos están entre las tuyas, Sinuhé, aun<br />

cuando sepa que prefieres las mujeres más gordas y más frívolas que yo.<br />

--Minea, hermana mía, mi infancia y mi juventud fueron límpidas<br />

como un arroyo, pero mi virilidad fue un río que se <strong>de</strong>sparrama a lo lejos<br />

y cubre muchas tierras, pero sus aguas son bajas y se estancan y<br />

corrompen. Pero cuando viniste a mí, Minea, las aguas volvieron a subir<br />

v se precipitaron alegremente en un curso profundo y todo en mí se<br />

purificó, y el mundo me sonrió <strong>de</strong> nuevo y todo el mal era para mí como<br />

una telaraña que la mano aparta sin pena. por ti quería ser bueno v curar<br />

a la gente sin ocuparme <strong>de</strong> los regalos que me hacían, y los dioses<br />

maléficos no tenían ya presa sobre mí. Así era, pero ahora que me


abandonas todo se ensombrece a mi alre<strong>de</strong>dor y mi corazón es como un<br />

cuervo solitario en el <strong>de</strong>sierto y no quiero ya socorrer a mi prójimo, sino<br />

que lo <strong>de</strong>testo, y <strong>de</strong>testo también a los dioses y no quiero oír hablar más<br />

<strong>de</strong> ellos. Por esto, Minea, te digo: en el mundo existen muchos países,<br />

pero un solo río. Déjame que te lleve conmigo a las tierras negras al<br />

bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l río en el que los ána<strong>de</strong>s cantan en los juncales y el sol navega<br />

cada día por el cielo en una barca dorada. Parte conmigo, Minea;<br />

romperemos juntos una jarra y seremos marido y mujer y no nos<br />

separaremos jamás, sino que la vida nos será fácil y a nuestra muerte<br />

nuestros cuerpos serán embalsamados para reunirse otra vez en el país<br />

<strong>de</strong>l Poniente y vivir en él eternamente.<br />

Pero ella me estrechó las manos y acariciándome los ojos, la boca y el<br />

cuello con los <strong>de</strong>dos, me dijo:<br />

-Sinuhé, a pesar <strong>de</strong> todo mi <strong>de</strong>seo no puedo seguirte, porque ningún<br />

navío podría alejarnos <strong>de</strong> Creta ni ningún capitán querría ocultarme en<br />

él. Se me vigila ya y no quisiera ser causa <strong>de</strong> tu muerte. Aunque quisiera<br />

no podría marcharme contigo, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que he bailado <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

los toros su voluntad es más fuerte que la mía, pero tú no pue<strong>de</strong>s<br />

compren<strong>de</strong>rlo. Por esto <strong>de</strong>bo penetrar en la mansión <strong>de</strong>l dios la noche<br />

<strong>de</strong>l plenilunio, y ni tú, ni yo, ni ninguna potencia pue<strong>de</strong>n impedirlo.<br />

Mi corazón estaba vacío en mi pecho como una tumba, y dije:<br />

-Del mañana nadie está seguro y no creo que regreses <strong>de</strong> allá <strong>de</strong> don<strong>de</strong><br />

nadie ha regresado. Quizás en las salas doradas <strong>de</strong>l dios <strong>de</strong>l mar beberás<br />

la vida eterna en la copa divina y olvidarás este mundo como a mí. Y, sin<br />

embargo, no creo nada <strong>de</strong> esto, porque todo no es más que leyenda y<br />

nada <strong>de</strong> lo que he visto hasta ahora en todos los países viene a reformar<br />

mi creencia en las leyendas divinas. Debes saber, por consiguiente, que si<br />

no regresas pronto, penetraré a la fuerza en la mansión divina para<br />

sacarte <strong>de</strong> ella. Y te llevaré conmigo, aunque no quieras. Esto es lo que<br />

haré, Minea, aunque fuese el último acto <strong>de</strong> mi vida en esta tierra.<br />

Pero, asustada, puso su mano sobre mi boca y mirando a su alre<strong>de</strong>dor,<br />

dijo:<br />

-Cállate, Sinuhé. Cesa <strong>de</strong> alimentar tales pensamientos, porque la<br />

mansión <strong>de</strong>l dios es oscura y ningún extranjero hallaría el camino y todo<br />

profano que penetra en ella perece <strong>de</strong> una muerte horrenda. Pero,<br />

créeme, volveré por mi propia voluntad, porque mi dios no pue<strong>de</strong> ser tan<br />

cruel que me retenga a la fuerza. Es un dios maravillosamente bello que<br />

vela sobre la prosperidad <strong>de</strong> Creta y su po<strong>de</strong>río, y los olivos florecen, el<br />

trigo madura y los navíos navegan <strong>de</strong> puerto a puerto. Hace los vientos<br />

favorables y guía los navíos en la niebla y nada malo pue<strong>de</strong> ocurrir a los<br />

que están bajo su protección. ¿Por qué piensas que querría mi <strong>de</strong>sgracia?<br />

Des<strong>de</strong> su infancia había crecido a la sombra <strong>de</strong>l dios y sus ojos<br />

estaban ciegos y yo no podía curarlos con una aguja. Por esto en la rabia


<strong>de</strong> mi impotencia la estreché violentamente entre mis brazos y la besé y<br />

le acaricié los miembros, y sus miembros eran lisos como el cristal y era<br />

para mí en mis brazos, como el manantial para el viajero en el <strong>de</strong>sierto. Y<br />

ella no resistía y, su rostro contra el mío y se estremecía y sus lágrimas<br />

corrían cálidas sobre mi cuello, mientras me <strong>de</strong>cía:<br />

--"Sinuhé, amigo mío, si dudas <strong>de</strong> mi regreso no puedo rehusarte<br />

nada; haz, pues, lo que quieras si esto te pue<strong>de</strong> causar placer, aunque<br />

tuviese que morir, porque en tus brazos no temo la muerte y nada me<br />

importa al pensar que mi dios pudiese separarme <strong>de</strong> ti.<br />

Y yo le pregunté:<br />

-¿Te causaría placer?<br />

Ella vaciló y dijo:<br />

-No losé. Lo único que sé es que mí cuerpo está inquieto e<br />

inconsolable cuando no esta cerca <strong>de</strong> ti. Sé solamente que una niebla<br />

inva<strong>de</strong> mis ojos y que mis rodillas flaquean cuando me tocas. Antes me<br />

<strong>de</strong>testaba por esta misma razón y temía tu contacto, porque entonces<br />

todo era límpido en mí y nada turbaba mi paz, porque estaba orgullosa<br />

<strong>de</strong> la habilidad y <strong>de</strong> la flexibilidad inmaculada <strong>de</strong> mi cuerpo. Ahora ya sé<br />

que tus caricias son <strong>de</strong>liciosas, aunque <strong>de</strong>bieran hacerme daño, Y, sin<br />

embargo, ignoro si experimentaría placer cediendo a tus <strong>de</strong>seos, y acaso<br />

estuviese triste <strong>de</strong>spués. Pero si es un placer para ti, no vaciles, porque tu<br />

placer es el mío y nada <strong>de</strong>seo tanto como hacerte feliz.<br />

Entonces <strong>de</strong>shice mi abrazo y le acaricié los cabellos y el cuello y le<br />

dije:<br />

--Me basta con que hayas venido a mi casa tal como durante nuestros<br />

viajes por Babilonia. Dame la cinta <strong>de</strong> oro <strong>de</strong> tus cabellos y no te pido<br />

nada más.<br />

Pero ella me miró con <strong>de</strong>sconfianza, se tocó las ca<strong>de</strong>ras y dijo:<br />

-Quita sea <strong>de</strong>masiado <strong>de</strong>lgada para tu gusto y dudo que te procurase<br />

mucho placer, porque prefieres probablemente las mujeres más frívolas.<br />

Pero si quieres, trataré <strong>de</strong> ser le más frívola posible y te complaceré en<br />

todo a fin <strong>de</strong> que no que<strong>de</strong>s <strong>de</strong>cepcionado, porque quiero darte todo el<br />

placer que pueda.<br />

Yo sonreía acariciando sus hombros suaves y dije:<br />

-Minea, ninguna mujer es a mis ojos más bella que tú, y ninguna<br />

podría Proporcionarme mayor placer, pero no quiero tomarte por mi<br />

solo goce, porque tu no experimentarías ninguno, dada tu inquietud por<br />

tu dios. Pero sé una cosa que po<strong>de</strong>mos hacer y que nos procurará placer<br />

a los dos. Vamos a coger una jarra y romperla según la costumbre <strong>de</strong> mi<br />

país. Entonces seremos marido y mujer, aunque no haya aquí<br />

sacerdotes para atestiguar el hecho e inscribir nuestros nombres en el<br />

registro <strong>de</strong>l templo.


Sus ojos se agrandaron y brillaron al claro <strong>de</strong> luna y batió palmas<br />

riéndose <strong>de</strong> gozo. Salí en busca <strong>de</strong> Kaptah y lo encontré sentado <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> mi puerta llorando amargamente. Al verme se secó el rostro con el<br />

reverso <strong>de</strong> la mano Y volvió a llorar.<br />

-¿Qué te ocurre, Kaptah? -le dije-. Por qué lloras?<br />

Y <strong>de</strong>scaradamente me contestó:<br />

-¡Oh dueño mío! Tengo el corazón sensible y no he podido contener<br />

mis lágrimas al oír tu conversación con esta muchacha <strong>de</strong> las ca<strong>de</strong>ras<br />

estrechas, porque no he oído nunca nada tan conmovedor.<br />

Yo le di un puntapié, diciéndole:<br />

-Entonces, ¿has escuchado todo lo que hemos dicho?<br />

Y él, con aire inocente, contestó:<br />

-Sí, porque otros venían también a escucharte, pero no tenían nada en<br />

común contigo y venían a espiar a Minea. Los he echado amenazándoles<br />

con mi palo y me he instalado ante tu puerta para velar por tu<br />

tranquilidad, porque me dije que no estarías contento si te interrumpían<br />

en medio <strong>de</strong> esa importante conversación. Y así no he podido evitar oír lo<br />

que <strong>de</strong>cíais, y era tan emocionante, aunque infantil, que he llorado.<br />

--Puesto que has escuchado, sabes lo que <strong>de</strong>seo. Ve a buscarme una<br />

jarra.<br />

Pero él trató <strong>de</strong> evadirse,<br />

--¿Qué clase <strong>de</strong> jarra quieres? -dijo-. ¿De arcilla o gres, pintada o lisa,<br />

alta o baja, ancha o <strong>de</strong>lgada?<br />

Le di un bastonazo, pero no muy fuerte, porque mi corazón<br />

<strong>de</strong>sbordaba <strong>de</strong> ternura hacia el prójimo, y le dije:<br />

--Ya sabes lo que quiero, toda jarra es buena para esto. Date prisa y<br />

trae la primera que encuentres.<br />

-Voy, corro, vuelo, pero he hablado solamente para darte tiempo a<br />

reflexionar, porque romper una jarra en compañía <strong>de</strong> una mujer es un<br />

acontecimiento grave en la vida <strong>de</strong> un hombre y no hay que precipitarse.<br />

Pero iré a buscarla, puesto que tú lo quieres y no puedo evitarlo.<br />

Y así, Kaptah volvió con una vieja jarra que apestaba a pescado y yo la<br />

rompí con Minea.<br />

Kaptah fue nuestro testigo y puso el pie <strong>de</strong> Minea sobre su nuca,<br />

diciendo:<br />

-En a<strong>de</strong>lante serás mi dueña y señora y me darás ór<strong>de</strong>nes tan a<br />

menudo o más que mi dueño, pero espero que no me tirarás agua<br />

caliente a las piernas cuando estés enojada, y espero también que usarás<br />

babuchas blandas y sin tacones, porque <strong>de</strong>testo los tacones, que <strong>de</strong>jan<br />

marcas y chichones en mi cabeza. En todo caso, te serviré tan fielmente<br />

como a mi dueño, porque, por alguna extraña razón mi espíritu te ha<br />

cobrado afecto, pese a que estés <strong>de</strong>lgada y tu pecho sea pequeño, y no<br />

comprendo qué ve mi dueño en ti. Pero todo irá mejor cuando tengas tu


primer hijo. Te robaré tan concienzudamente como a mi dueño hasta<br />

ahora, teniendo en cuenta más tu propio interés que el mío.<br />

Habiendo hablado <strong>de</strong> esta forma, Kaptah, se sintió tan conmovido que<br />

comenzó a llorar escandalosamente. Minea le frotó la espalda con la<br />

mano y tocó sus recias mejillas para consolarlo, y él se calmó, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

lo cual le mandé recoger los fragmentos <strong>de</strong> la jarra y se marchó.<br />

Aquella noche Minea y yo dormimos juntos como en los antiguos<br />

tiempos, y reposó en mis brazos, respirando apoyada en mi cuello, y sus<br />

cabellos me acariciaban las mejillas. Pero no abusé <strong>de</strong> ella, porque un<br />

placer que no hubiese sido compartido por ella no lo hubiera sido<br />

tampoco para mí. Creo, sin embargo, que mi júbilo fue mayor teniéndola<br />

<strong>de</strong> aquella forma en rnis brazos sin poseerla. No podría afirmarlo con<br />

certeza, pero lo que sé es que aquella noche quería ser bueno para todo el<br />

mundo y mi corazón no albergaba ni un solo mal pensamiento y cada<br />

hombre era mi hermano y cada mujer mi madre, y cada muchacha mi<br />

hermana, tanto en las tierras negras como en los países rojos bañados<br />

por el mismo claro <strong>de</strong> luna.<br />

Al día siguiente Minea bailó <strong>de</strong> nuevo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los toros y mi<br />

corazón temblaba por ella, pero no ocurrió ningún acci<strong>de</strong>nte. En cambio,<br />

un muchacho resbaló <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l toro y se cayó, y el animal lo atravesó<br />

con sus cuernos, y lo pisoteó, <strong>de</strong> manera que los espectadores se<br />

levantaron gritando <strong>de</strong> terror v entusiasmo. Echaron al toro y se llevaron<br />

el cadáver <strong>de</strong>l muchacho, y las mujeres corrieron a verlo y tocaron su<br />

cuerpo ensangrentado, respirando excitadas y diciendo: «¡Qué<br />

espectáculo!» Y los hombres <strong>de</strong>cían: «Des<strong>de</strong> hace mucho tiempo no<br />

habíamos visto una fiesta tan lograda.>, y no gemían al pagar las<br />

apuestas y al pesar el oro y la plata, sino que se fueron a beber y<br />

divertirse en sus casas, y las mujeres se separaron <strong>de</strong> sus maridos y se<br />

extraviaron <strong>de</strong> manera que las luces brillaron hasta tar<strong>de</strong> en la ciudad<br />

por lechos ajenos, pero nadie se ofendió porque ésta era la costumbre.<br />

Pero yo reposé .solo sobre mi alfombra, porque Minea no pudo acudir<br />

a mi encuentro, y por la mañana alquilé en el puerto una litera para<br />

acompañarla a la mansión <strong>de</strong>l dios. Ella iba en un carro dorado tirado<br />

por caballos empenachados y sus amigos la seguían en literas o a pie,<br />

cantando y arrojando flores, v <strong>de</strong>teniéndose en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l camino para<br />

beber vino. El camino, era largo, pero todo el mundo se había llevado<br />

provisiones, y rompían las ramas <strong>de</strong> los olivos para abanicarse,<br />

4


asustando a los cor<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> los pobres campesinos y gastando toda clase<br />

<strong>de</strong> bromas. Pero la mansión <strong>de</strong>l dios se levantaba en un lugar .solitario al<br />

pie <strong>de</strong> la montaña, cerca <strong>de</strong> la ribera vyal acercarse a ella la gente fue<br />

calmándose, hablando en voz baja, y nadie se reía ya.<br />

Pero me es difícil <strong>de</strong>scribir la mansión <strong>de</strong>l dios, porque parecía una<br />

colina baja y cubierta <strong>de</strong> césped y <strong>de</strong> flores y tocaba a la montaña. La<br />

entrada estaba formada por unas puertas <strong>de</strong> bronce altas como<br />

montañas y <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ellas se alzaba un templo don<strong>de</strong> se procedía a las<br />

iniciaciones y don<strong>de</strong> vivían los guardianes. El cortejo llegó por la tar<strong>de</strong> y<br />

los amigos <strong>de</strong> Minea bajaron <strong>de</strong> las literas y acamparon por el césped,<br />

comiendo, bebiendo y divirtiéndose, sin observar siquiera el recato<br />

<strong>de</strong>bido a la proximidad <strong>de</strong>l templo, porque los cretenses olvidan pronto.<br />

A la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> encendieron antorchas y jugaron por los<br />

matorrales, y se oían los gritos <strong>de</strong> las mujeres y las risas <strong>de</strong> los hombres.<br />

Pero Minea estaba sola en el templo y nadie podía aproximarse a ella.<br />

Yo la contemplaba sentado en el templo. Iba vestida <strong>de</strong> oro como un<br />

ídolo, con un enorme peinado, v trataba <strong>de</strong> sonreírme <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos, pero<br />

sobre su rostro no se leía goce alguno. Al salir la luna, le quitaron la ropa<br />

y las joyas y le pusieron una <strong>de</strong>lgada túnica y sus cabellos fueron<br />

anudados en una malla <strong>de</strong> plata. Después los guardas quitaron los<br />

cerrojos y abrieron las puertas. Las puertas se separaron con un ruido<br />

sordo y fueron necesarios diez hombres para abrirlas y <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ellas<br />

solo habla oscuridad, y nadie hablaba; todos contenían la respiración. El<br />

Minotauro ciñó su espada dorada y se puso la cabeza <strong>de</strong> toro, <strong>de</strong> manera<br />

que no tenía ya aspecto humano. Le dieron una antorcha encendida a<br />

Minea y el Minotauro la precedió en el sombrío palacio y pronto el<br />

resplandor <strong>de</strong> la antorcha <strong>de</strong>sapareció. Entonces las puertas volvieron a<br />

cerrarse lentamente, se corrieron los cerrojos y no volví a ver a Minea.<br />

Este espectáculo me inspiró una <strong>de</strong>sesperación tan profunda que mi<br />

corazón era como una llaga abierta por la cual se escapaba toda mi<br />

sangre, y mis fuerzas se agotaban, <strong>de</strong> manera que caí <strong>de</strong> rodillas y oculté<br />

mi semblante en la hierba. Porque en aquel instante tenía la certidumbre<br />

<strong>de</strong> que no volverla a ver nunca más a Minea, pese a que que hubiese<br />

prometido que regresaría para irse conmigo. Sabía que no volvería y, sin<br />

embargo, hasta entonces había esperado y temido, porque me había<br />

dicho que el dios <strong>de</strong> Creta no era parecido a los otros y que soltaría a<br />

Minea a causa <strong>de</strong>l amor que la ligaba a mí. Pero no esperaba ya,<br />

permanecía postrado, y Kaptah, sentado a mi lado, movía la cabeza y<br />

gemía. Los nobles y los gran<strong>de</strong>s cretenses habían encendido antorchas y<br />

corrían a mi alre<strong>de</strong>dor ejecutando danzas complicadas y cantando<br />

himnos cuyas palabras no entendía. Una vez cerradas las puertas <strong>de</strong>l<br />

palacio fueron presa <strong>de</strong> una frenética excitación y bailaron y saltaron


hasta el agotamiento, y sus gritos llegaban a mí como el graznar <strong>de</strong> los<br />

cuervos en las murallas.<br />

Pero al cabo <strong>de</strong> un momento Kaptah <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> gemir y dijo:<br />

-Si mi ojo no me engaña, y no creo, porque no he bebido todavía la<br />

mitad <strong>de</strong>l vino que soporto sin ver doble, el cornudo ha regresado <strong>de</strong> la<br />

montaña, pero ignoro cómo, porque nadie ha abierto las puertas <strong>de</strong><br />

bronce.<br />

Decía la verdad, porque el Mínotauro había, en efecto, salido <strong>de</strong> la<br />

mansión <strong>de</strong>l dios y su cabeza dorada brillaba con un resplandor terrible<br />

bajo el claro <strong>de</strong> luna mientras ejecutaba con los <strong>de</strong>más una danza ritual<br />

golpeando alternativamente el suelo con sus talones. Viéndolo, no pu<strong>de</strong><br />

contenerme, me levanté, corrí hacia él y agarrándolo <strong>de</strong>l brazo le dije:<br />

-¿Dón<strong>de</strong> está Minea?<br />

El hombre se soltó y movió la cabeza <strong>de</strong> toro, pero en vista <strong>de</strong> que yo<br />

no me alejaba, <strong>de</strong>scubrió su rostro y dijo, con cólera:<br />

-Es in<strong>de</strong>cente turbar las ceremonias sagradas, pero lo ignoras,<br />

probablemente porque eres extranjero y por esto te perdono, a condición<br />

<strong>de</strong> que no vuelcas, a tocarme.<br />

-¿Don<strong>de</strong> está Minea?<br />

Ante mi insistencia, dijo:<br />

-La he <strong>de</strong>jado en las tinieblas <strong>de</strong> la mansión <strong>de</strong>l dios tal como está<br />

escrito y he salido a bailar la danza en honor <strong>de</strong>l dios. Pero ¿qué quieres<br />

ya <strong>de</strong> Minea, puesto que has recibido regalos por habérnosla traído?<br />

-¿Cómo has salido tú, puesto que ella se ha quedado? -le dije,<br />

colocándome <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él.<br />

Pero me rechazó y los bailarines me separaron. Kaptah me cogió por<br />

el brazo y me llevó a la fuerza e hizo bien, porque no sé lo que hubiera<br />

sido capaz <strong>de</strong> hacer en aquel momento.<br />

Y me dijo:<br />

-Eres bestia y estúpido por llamar <strong>de</strong> este modo la atención; mejor<br />

harías en bailar y divertirte como los <strong>de</strong>más, <strong>de</strong> lo contrario, corres el<br />

riesgo <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertar sospechas. Te diré que el Minotauro ha salido por<br />

una puertecilla lateral, lo cual no tiene nada <strong>de</strong> .sorpren<strong>de</strong>nte, pues he<br />

ido y he visto al guarda cerrarla y guardarse la llave. Pero quisiera verte<br />

beber vino, ¡oh dueño mío!, a fin <strong>de</strong> que te calmes, porque tu rostro se<br />

halla contorsionado como el <strong>de</strong> un poseído y mueves los ojos como un<br />

mochuelo.<br />

Me hizo beber vino y dormí sobre el césped al claro <strong>de</strong> luna, mientras<br />

las antorchas se agitaban <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mis ojos, porque Kaptah había<br />

vertido pérfidamente jugo <strong>de</strong> adormi<strong>de</strong>ra en mi vino. Así se vengó <strong>de</strong>l<br />

tratamiento que le había infligido en Babilonia para salvarle la vida, pero<br />

no me encerró en una jarra, sino que me cubrió e impidió que los<br />

bailarines me pisotearan. Y me salvó la vida, porque en mi <strong>de</strong>sesperación


hubiera sido capaz <strong>de</strong> apuñalar al Minotauro. Toda la noche veló a mi<br />

lado mientras hubo vino, y <strong>de</strong>spués se durmió, echándome al rostro su<br />

avinado aliento.<br />

Al día siguiente me <strong>de</strong>sperté tar<strong>de</strong> y la droga había sido tan fuerte que<br />

me pregunté don<strong>de</strong> estaba. Pero me sentí tranquilo y el espíritu<br />

<strong>de</strong>spierto, gracias al soporífero. Muchos <strong>de</strong> los participantes habían<br />

regresado ya a la ciudad, pero otros dormían sobre la hierba, hombres y<br />

mujeres mezclados, con los cuerpos impúdicamente <strong>de</strong>snudos, porque<br />

habían bebido vino y bailado v saltado hasta el alba. Al <strong>de</strong>spertar, se<br />

vistieron y las mujeres se arreglaron el peinado, y se sentían<br />

incomodadas porque no podían bañarse, porque el agua <strong>de</strong> los arroyos<br />

era <strong>de</strong>masiado fría para ellas, acostumbradas corno estaban al agua<br />

caliente que manaba <strong>de</strong> los caños <strong>de</strong> plata.<br />

Pero se enjuagaron la boca y se pintaron los labios y las cejas y<br />

bostezando <strong>de</strong>cían:<br />

-¿Quien se queda a esperar a Minea y quién se va a casa?<br />

Las francachelas por los matorrales y sobre el césped habían <strong>de</strong>jado<br />

<strong>de</strong> divertirles ya, <strong>de</strong> manera que la mayoría regresó a la ciudad Y sólo los<br />

más ardientes amigos <strong>de</strong> Minea se quedaron con el pretexto <strong>de</strong> esperar<br />

su regreso, pero todos sabían que no había regresado nunca nadie <strong>de</strong> la<br />

mansión <strong>de</strong>l dios. Se quedaban, porque durante noche habían<br />

encontrado un alma hermana, y las mujeres aprovechaban la ocasión<br />

para mandar a sus maridos a casa y <strong>de</strong>sembarazarse <strong>de</strong> ellos. Esto me<br />

hizo compren<strong>de</strong>r por qué en toda la villa no había ni una sola casa <strong>de</strong><br />

placer, y sí solamente en el puerto. Después <strong>de</strong> haber visto sus juegos<br />

durante la noche y el día siguiente, comprendí que las profesionales<br />

hubieran tenido dificultad en rivalizar con las mujeres cretenses.<br />

Pero antes <strong>de</strong> su marcha, le dije al Minotauro:<br />

-¿Puedo quedarme a esperar el regreso <strong>de</strong> Minea con sus amigos,<br />

aunque sea extranjero?<br />

Me lanzó una mirada <strong>de</strong> maldad y dijo:<br />

-Nadie te lo impi<strong>de</strong>, pero creo que en estos momentos hay en el puerto<br />

un navío que podría llevarte a Egipto, porque tu espera es vana. Ninguna<br />

iniciada ha salido jamás <strong>de</strong> la mansión <strong>de</strong>l dios.<br />

Pero yo afecté un aire estúpido y le dije para complacerle:<br />

--Es cierto que esta Minea me gusta mucho, pese a que está prohibido<br />

divertirse con ella a causa <strong>de</strong> su dios. A <strong>de</strong>cir verdad, no espero que<br />

vuelva, pero hago como los <strong>de</strong>más, porque veo aquí mujeres<br />

encantadoras que me miran a los ojos y me meten en las narices pechos<br />

apetitosos como no los he visto nunca. A<strong>de</strong>más, Minea era terriblemente<br />

celosa y pesada y me impedía divertirme con las <strong>de</strong>más. Tengo que<br />

pedirte perdón también por haberte molestado la noche anterior en mi<br />

borrachera, por más que mis recuerdos sean muy confusos. Pero creo


haberte cogido por el cuello para pedirte que me enseñases el paso <strong>de</strong><br />

baile que tan bien y solemnemente ejecutas. Si te he ofendido, te pido<br />

humil<strong>de</strong>mente perdón, porque soy un extranjero que ignora todavía<br />

vuestras costumbres, y no sabía que estuviese prohibido tocarte, porque<br />

eres un personaje sagrado.<br />

Le largué todas estas frases guiñándole el ojo y cogiéndome la cabeza<br />

<strong>de</strong> manera que acabó consi<strong>de</strong>rándome un imbécil, y sonriendo, me dijo:<br />

-Si es así, no quiero impedirte que te diviertas, pero trata <strong>de</strong> no<br />

embarazar a nadie, porque siendo extranjero sería in<strong>de</strong>cente. No somos<br />

gente morigerada ni <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as extrañas; quédate, pues, esperando a<br />

Minea tanto tiempo corno quieras.<br />

Le aseguré que sería pru<strong>de</strong>nte y le conté lo que había visto en Siria y<br />

Babilonia con las vírgenes <strong>de</strong>l templo y me tomó verda<strong>de</strong>ramente por un<br />

tonto, v dándome un golpe en el hombro me <strong>de</strong>jó para regresar a la<br />

ciudad. Pero creo que encargó a los guardas que me vigilasen y creo que<br />

dijo también alas mujeres que se divirtiesen a costa mía, porque poco<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su marcha algunas cretenses se acercaron a mi para<br />

anudarme coronas en el cuello y apoyar sobre mi brazo sus pechos<br />

<strong>de</strong>snudos. Me llevaron hacia los matorrales <strong>de</strong> laureles para comer y<br />

beber conmigo. Así conocí la ligereza <strong>de</strong> sus costumbres y no se<br />

intimidaban en lo más mínimo conmigo, pero bebí y fingí estar ebrio, <strong>de</strong><br />

manera que no tuvieron goce alguno conmigo y me abandonaron<br />

tratándome <strong>de</strong> bárbaro y <strong>de</strong> cerdo. Kaptah vino y me llevó<br />

sosteniéndome por los brazos y lanzando maldiciones contra mi<br />

embriaguez y ofreciéndose a remplazarme. Ellas se rieron al verlo y los<br />

muchachos se burlaban y señalaban con el <strong>de</strong>do su grueso vientre y su<br />

cabeza calva. Pero era extranjero, y esto atrae siempre a las mujeres <strong>de</strong><br />

todos los países, <strong>de</strong> manera que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberse reído <strong>de</strong> él a sus<br />

anchas, se lo llevaron y le ofrecieron vino metiendole frutos en la boca,<br />

apretándose contra él y llamándolo macho cabrío.<br />

Así transcurrió la jornada y yo me cansé <strong>de</strong> sus placeres y <strong>de</strong> su<br />

libertinaje, porque me <strong>de</strong>cía que no pue<strong>de</strong> haber vida más agotadora;<br />

que un capricho que no sigue ninguna ley acaba por cansar antes que<br />

una vida or<strong>de</strong>nada. Pasaron la noche como la prece<strong>de</strong>nte y<br />

continuamente mi sueño fue turbado por los gritos <strong>de</strong> las mujeres que<br />

huían hacia los matorrales perseguidas por los muchachos que les<br />

arrancaban las vestiduras y se divertían con ellas. Pero al alba todo el<br />

mundo estaba cansado y asqueado <strong>de</strong> no haber podido tomar un baño, y<br />

la mayoría regresó a la ciudad, y sólo los más ardientes permanecieron<br />

junto a las puertas <strong>de</strong> bronce.<br />

Pero al tercer día se marcharon por fin los últimos y yo les presté<br />

incluso mi litera, que me había esperado, porque los que habían venido a<br />

pie no tenían fuerzas para caminar, sino que se tambaleaban por los


excesos <strong>de</strong> la víspera y me convenía <strong>de</strong>sembarazarme <strong>de</strong> mi litera, a fin<br />

<strong>de</strong> que nadie me esperase. Cada día había ofrecido vino a los guardas y<br />

no quedaron sorprendidos cuando por la noche les llevé una gran jarra<br />

<strong>de</strong> vino, sino que la aceptaron con gusto, porque tenían pocas<br />

diversiones en aquella soledad que duraba un mes entero, hasta la<br />

llegada <strong>de</strong> la nueva iniciada. Su única sorpresa era que yo persistiese en<br />

esperar a Minea, porque no había ocurrido todavía nunca pero yo era<br />

extranjero y me tenían por un loco chiflado. Por esto comenzaron a<br />

beber y habiendo visto al sacerdote unirse a ellos, le dije a Kaptah:<br />

-Los dioses han <strong>de</strong>cretado que <strong>de</strong>bemos separarnos ahora, porque<br />

Minea no ha regresado y creo que no regresará si no voy a buscarla. Pero<br />

nadie que haya entrado en esta mansión ha vuelto a salir, y es probable<br />

que yo no regrese tampoco. En estas condiciones es mejor que te ocultes<br />

en el bosque y si al alba no he salido regresa solo a la ciudad. Si te<br />

preguntan por mi, di que me he caído <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las rocas al mar o inventa lo<br />

que quieras, porque eres más hábil que yo en este arte. Sin embargo,<br />

estoy seguro <strong>de</strong> no regresar, <strong>de</strong> manera que pue<strong>de</strong>s marcharte en seguida<br />

si quieres. Te he escrito una tablilla <strong>de</strong> arcilla en la que he puesto mi sello<br />

sirio a fin <strong>de</strong> que puedas ir a Simyra a cobrar mi dinero en las casas <strong>de</strong><br />

comercio. Pue<strong>de</strong>s también ven<strong>de</strong>r mi casa si quieres. Entonces serás<br />

libre para ir adon<strong>de</strong> te plazca, pero si tienes miedo <strong>de</strong> que en Egipto te<br />

inquieten como esclavo fugitivo, fíjate en Simyra y vive en mi casa <strong>de</strong> mis<br />

rentas. Y no tendrás que inquietarte por la conservación <strong>de</strong> mi cuerpo,<br />

porque si no encuentro a Minea me es indiferente que mi cuerpo sea<br />

conservado o no. Has sido un servidor fiel, aunque algunas veces me<br />

hayas fatigado con tus eternas charlas, y por eso lamento los golpes que<br />

te he dado, aunque lo he hecho en interés tuvo y te han hecho mucho<br />

bien, <strong>de</strong> manera que espero no me guardarás rencor. Que nuestro<br />

escarabajo te traiga suerte, porque te lo doy, puesto que crees en él más<br />

que Yo. Don<strong>de</strong> voy, no creo tener necesidad<br />

<strong>de</strong>l escarabajo.<br />

Kaptah permaneció largo rato silencioso sin <strong>de</strong>cir nada y <strong>de</strong>spués<br />

habló así:<br />

-¡Oh dueño mío! No te guardo rencor alguno, pese a que tus golpes<br />

fueron algunas veces un poco fuertes, porque lo has hecho por mi bien y<br />

según tu leal enten<strong>de</strong>r. Pero a menudo has escuchado mis consejos y me<br />

has hablado más como a un amigo que como a un servidor, <strong>de</strong> manera<br />

que había temido algunas veces por tu prestigio, hasta que tus<br />

bastonazos restablecían la distancia fijada por los dioses. Pero ahora<br />

resulta que Minea es mi dueña también, puesto que ha puesto su pie<br />

sobre mi nuca, y <strong>de</strong>bo respon<strong>de</strong>r <strong>de</strong> ella también, puesto que soy su<br />

servidor. Por otra parte, me niego a <strong>de</strong>jarte entrar solo en esta mansión<br />

oscura, por muchas razones que sería vano enumerar aquí, <strong>de</strong> manera


que, puesto que no puedo acompañarte como servidor tuyo, ya que me<br />

has <strong>de</strong>spedido y <strong>de</strong>bo obe<strong>de</strong>cer tus ór<strong>de</strong>nes, aunque sean estúpidas, te<br />

acompañaré como amigo porque no quiero <strong>de</strong>jarte solo, y menos aún sin<br />

el escarabajo, por más que piense, como tú, que no nos será <strong>de</strong> gran<br />

utilidad.<br />

Hablaba con tan buen sentido y reflexión que casi no lo reconocía, y<br />

no gemía como <strong>de</strong> costumbre. Pero consi<strong>de</strong>rando insensato mandarlo a<br />

la muerte, puesto que uno bastaba, así se lo dije y le mandé marcharse y<br />

no <strong>de</strong>cir tonterías. Pero él era obstinado v dijo:<br />

-Si no me permites acompañarte, te seguiré; pero prefiero ir contigo<br />

porque tengo miedo en la oscuridad. Por otra parte, esta mansión<br />

sombría me atemoriza <strong>de</strong> tal modo que mis huesos se fun<strong>de</strong>n sólo al<br />

pensar en ella, y por esto espero que me permitirás llevarme una jarra <strong>de</strong><br />

vino para animarme por el camino, porque sin esto me expongo a aullar<br />

<strong>de</strong> miedo v molestarte. Es inútil que tome un arma, porque tengo el<br />

corazón tierno y siento horror <strong>de</strong> ver correr la sangre, y tengo siempre<br />

más confianza en mis piernas que en las armas, y por esto si quieres<br />

luchar con el dios, es asunto tuyo, pero yo miraré y te ayudaré con mis<br />

consejos.<br />

Pero yo le interrumpí.<br />

-Deja va <strong>de</strong> divagar y toma una jarra si quieres, pero vámonos, porque<br />

creo que los guardas duermen bajo el efecto <strong>de</strong>l soporífero que les he<br />

dado con el vino.<br />

En efecto, los guardas dormían profundamente y el sacerdote<br />

también, <strong>de</strong> manera que pu<strong>de</strong> coger la llave <strong>de</strong> la pequeña puerta y nos<br />

llevamos también una lámpara y antorchas. Al claro <strong>de</strong> luna, nos fue fácil<br />

abrir la puerta y entrar en la mansión <strong>de</strong>l dios, y en las tinieblas oía los<br />

dientes <strong>de</strong> Kaptah castañetear contra el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la jarra.<br />

Después <strong>de</strong> haberse dado ánimos bebiendo, Kaptah me dijo con voz<br />

apagada:<br />

-¡Oh dueño mío! Encien<strong>de</strong> una antorcha, porque estas tinieblas son<br />

peores que las <strong>de</strong>l infierno, que nadie pue<strong>de</strong> evitar, pero aquí estamos<br />

por nuestra voluntad.<br />

Sople sobre las ascuas y encendí una antorcha y vi que estábamos en<br />

una caverna cerrada por puertas <strong>de</strong> bronce. De esta caverna partían en<br />

direcciones diferentes diez corredores <strong>de</strong> pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> ladrillo y no me<br />

sorprendió, porque había oído <strong>de</strong>cir que el dios <strong>de</strong> Creta habitaba en un<br />

5


laberinto, y los sacerdotes <strong>de</strong> Babilonia me habían enseñado que los<br />

laberintos se construyeron según el mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> los intestinos <strong>de</strong> los<br />

animales sacrificados. Por esto esperaba encontrar el buen camino,<br />

porque durante los sacrificios había visto a menudo intestinos <strong>de</strong> toro.<br />

Por eso mostré a Kaptah el corredor más alejado y le dije:<br />

-Pasemos por allá.<br />

Y Kaptah dijo:<br />

--No tenemos prisa y la pru<strong>de</strong>ncia es la madre <strong>de</strong> las virtu<strong>de</strong>s. Por esto<br />

sería pru<strong>de</strong>nte asegurarnos po<strong>de</strong>r regresar hasta aquí, cosa que dudo.<br />

Y con estas palabras sacó <strong>de</strong>l bolsillo un ovillo <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>l, que ató<br />

firmemente a una clavija <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra que hundió sólidamente entre dos<br />

ladrillos. En su simplicidad, esta i<strong>de</strong>a era tan cuerda que jamás se me<br />

hubiera ocurrido, pero no se lo dije para no per<strong>de</strong>r prestigio a sus ojos.<br />

Por esto le dije con rabia que se diese prisa. Avancé por el corredor<br />

teniendo en mi mente la imagen <strong>de</strong> los intestinos <strong>de</strong> los toros y Kaptah<br />

iba <strong>de</strong>senrollando el ovillo <strong>de</strong>l cor<strong>de</strong>l a medida que avanzábamos.<br />

Anduvimos errantes sin fin por corredores oscuros, y nuevos<br />

corredores se abrían ante nosotros y a veces volvíamos sobre nuestros<br />

pasos cuando una pared nos cerraba el camino y nos metíamos por otro<br />

corredor, pero <strong>de</strong> repente Kaptah se <strong>de</strong>tuvo, husmeó el aire, sus dientes<br />

comenzaron a castañetear, la antorcha que tenía en la mano tembló y<br />

dijo:<br />

¡Oh dueño mío! ¿No notas el olor <strong>de</strong> los toros?<br />

Advertí, en efecto, un olor que recordaba el <strong>de</strong> los toros, pero más<br />

repugnante todavía, que parecía trasudar <strong>de</strong> los muros por entre los que<br />

caminábamos, como si el laberinto entero hubiese sido un inmenso<br />

establo.<br />

Pero di or<strong>de</strong>n a Kaptah <strong>de</strong> avanzar sin husmear el aire y cuando hubo<br />

echado un buen trago avanzamos rápidamente, hasta el momento en que<br />

mi pie tropezó con un objeto y al agacharme vi que era una cabeza <strong>de</strong><br />

mujer en estado <strong>de</strong> putrefacción que conservaba todavía los cabellos.<br />

Entonces supe que no encontraría a Minea viva, pero una sed insensata<br />

<strong>de</strong> saber toda la verdad me indujo a seguir a<strong>de</strong>lante y empujé a Kaptah<br />

prohibiéndole lamentarse, y el cor<strong>de</strong>l iba <strong>de</strong>senrollándose a medida que<br />

avanzábamos. Pero pronto una pared se levantó ante nosotros y tuvimos<br />

que volver sobre nuestros pasos.<br />

Súbitamente, Kaptah se <strong>de</strong>tuvo, sus escasos cabellos se erizaron en su<br />

cabeza y su rostro se puso lívido. Miré también y vi en el corredor una<br />

boñiga <strong>de</strong> toro seca, pero era <strong>de</strong>l tamaño <strong>de</strong> un cuerpo humano y si<br />

procedía <strong>de</strong> un toro, <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser éste un animal <strong>de</strong> tales proporciones<br />

que era imposible imaginarlo.<br />

Kaptah adivinó mis i<strong>de</strong>as y dijo:


-No pue<strong>de</strong> ser una boñiga <strong>de</strong> toro, porque un animal <strong>de</strong> estas<br />

dimensiones no podría pasar por estos corredores. Creo que <strong>de</strong>ben <strong>de</strong> ser<br />

los excrementos <strong>de</strong> una serpiente gigante.<br />

A estas palabras bebió un largo trago, sus dientes castañeteaban<br />

contra el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la jarra, y yo me dije que aquellos<br />

meandros parecían, efectivamente, hechos para ser seguidos por las<br />

ondulaciones <strong>de</strong> una serpiente gigantesca, y me <strong>de</strong>cidí a volver atrás.<br />

Pero me acordé nuevamente <strong>de</strong> Minea. Una horrenda <strong>de</strong>sesperación se<br />

apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> mí y arrastré a Kaptah agarrando en mi mano un puñal que<br />

sabía había <strong>de</strong> serme útil.<br />

Pero a medida que avanzábamos el olor se iba haciendo más fuerte y<br />

parecía proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong> una especie <strong>de</strong> fosa común, y nos faltaba la<br />

respiración. Pero mi espíritu se reconfortaba, porque sabía que pronto<br />

llegaríamos a la meta. Bruscamente, un lejano resplandor llenó el<br />

corredor <strong>de</strong> un tono grisáceo y entramos en la montaña, don<strong>de</strong> las<br />

pare<strong>de</strong>s no eran ya <strong>de</strong> ladrillo, sino <strong>de</strong> piedra blanda. El corredor<br />

formaba un suave <strong>de</strong>clive y tropezábamos con osamentas humanas y<br />

excrementos <strong>de</strong> toro, como si nos encontrásemos en el antro <strong>de</strong> alguna<br />

enorme fiera y finalmente se abrió <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros una inmensa<br />

gruta y nos <strong>de</strong>tuvimos en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la roca para contemplar las ondas<br />

en medio <strong>de</strong> una pestilencia espantosa.<br />

Esta gruta estaba iluminada por el mar, porque podíamos ver sin<br />

antorchas bajo una espantosa luz verdosa y oíamos el ruido <strong>de</strong> las olas<br />

contra las rocas en algún sitio lejano. Pero <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros, sobre la<br />

superficie <strong>de</strong>l mar, flotaba una hilera <strong>de</strong> gigantescos pellejos <strong>de</strong> cuero y<br />

pronto nuestros ojos vieron que se trataba <strong>de</strong>l cadáver <strong>de</strong> un animal<br />

enorme, más espantoso que todo lo imaginable y en plena putrefacción.<br />

La cabeza estaba metida bajo el agua, pero parecía la <strong>de</strong> un toro y el<br />

cuerpo era el <strong>de</strong> una inmensa serpiente con sus circunvoluciones<br />

tortuosas. comprendí que contemplaba el dios <strong>de</strong> Creta, pero vi también<br />

que este monstruo espantoso estaba muerto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía algunos meses.<br />

¿Dón<strong>de</strong> estaba, pues, Minea?<br />

Pensando en ella, pensaba también en todos los que, consagrados al<br />

dios, habían penetrado en este antro <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber aprendido a<br />

bailar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los Toros. Pensaba en los jóvenes que habían tenido<br />

que abstenerse <strong>de</strong> tocar muier v en las muchachas que habían <strong>de</strong>bido<br />

Preservar su virginidad para po<strong>de</strong>r presentarse ante el dios <strong>de</strong> luz y<br />

felicidad, y pensaba en sus cráneos v sus huesos que yacían en la<br />

mansión oscura y en el monstruo que los acechaba en los corredores<br />

sinuosos y que les cerraba el camino con su espantoso cuerpo, <strong>de</strong> manera<br />

que su habilidad y sus saltos no les servían para nada. El monstruo vivía<br />

<strong>de</strong> carne humana y una comida al mes le bastaba., y por esta comida los<br />

dueños <strong>de</strong> Creta le sacrificaban la flor y nata <strong>de</strong> su bella juventud. Este


monstruo <strong>de</strong>bió, sin duda, <strong>de</strong> salir un día <strong>de</strong> los abismos espantosos <strong>de</strong>l<br />

mar y una tempestad lo había arrojado a aquella gruta y le habían<br />

cerrado la salida construyéndole un laberinto para llegar hasta él<br />

alimentándolo con ofrendas humanas, hasta el día en que había muerto,<br />

y no podía ser sustituido por otro. Pero, ¿dón<strong>de</strong> estaba Minea?<br />

Enloquecido <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación, la llamé por su nombre, y toda la gruta<br />

resonó, pero Kaptah me mostró en el suelo unas manchas <strong>de</strong> sangre ya<br />

secas sobre las losas. Seguí este rastro con la mirada y en el agua vi el<br />

cuerpo <strong>de</strong> Minea, o, mejor dicho, lo que <strong>de</strong> él quedaba, porque reposaba<br />

sobre la arena don<strong>de</strong> los cangrejos la <strong>de</strong>voraban y no tenía ya rostro,<br />

pero la reconocí por sus cabellos. Y no tuve necesidad <strong>de</strong> ver la herida <strong>de</strong><br />

espada en su flanco, porque ya sabia que el Minotauro la había llevado<br />

hasta allí para herirla por la espalda y arrojarla al agua a fin <strong>de</strong> que nadie<br />

supiese que el dios <strong>de</strong> Creta había rnuerto. Tal había sido, sin duda, la<br />

suerte <strong>de</strong> muchos iniciados antes que la pobre Minea.<br />

Ahora que veía, sabía y lo comprendía todo, un grito espantoso salió<br />

<strong>de</strong> mi garganta y cayendo <strong>de</strong> rodillas perdí el conocimiento, y hubiera ido<br />

seguramente a reunirme con Minea si Kaptah, cogiéndome por los<br />

brazos, no me hubiese echado hacia atrás, como me contó más tar<strong>de</strong>. En<br />

efecto, a partir <strong>de</strong> aquel momento no recuerdo ya nada, salvo lo que<br />

Kaptah me contó. Profunda y misericordiosamente, la inconsciencia me<br />

había arrancado a mis dolores y mi <strong>de</strong>sesperación.<br />

Kaptah me contó que durante largo rato gimió al lado <strong>de</strong> mi cuerpo,<br />

creyéndome muerto, y lloró también por la pobre Minea. Cuando<br />

recobró la serenidad me tocó y se dio cuenta <strong>de</strong> que vivía y se dijo que<br />

<strong>de</strong>bía salvarme, puesto que no podía hacer nada por Minea. Había visto<br />

otros cuerpos <strong>de</strong>vorados por los cangrejos, los cuales reposaban blancos<br />

y mondos en el fondo <strong>de</strong>l mar. En todo caso, la pestilencia comenzaba a<br />

incomodarlo, y habiéndose dado cuenta <strong>de</strong> que no podía transportar a la<br />

vez la jarra y mi cuerpo, la vació resueltamente y la arrojó al agua, y el<br />

vino le dio tal fuerza que, consiguió llevarme hasta las puertas <strong>de</strong> bronce,<br />

siguiendo el cor<strong>de</strong>l <strong>de</strong>senrollado. Después <strong>de</strong> haber reflexionado, arrolló<br />

<strong>de</strong> nuevo el cor<strong>de</strong>l a fin <strong>de</strong> no <strong>de</strong>jar rastro <strong>de</strong> nuestro paso por el<br />

laberinto y me afirmó haber visto sobre las pare<strong>de</strong>s, en los cruces <strong>de</strong><br />

corredores, signos secretos que el Minotauro había seguramente trazado<br />

para reconocer el camino <strong>de</strong> dédalos <strong>de</strong> los corredores. En cuanto a la<br />

jarra, la había lanzado al agua para procurar una buena sorpresa al<br />

Minotauro cuando efectuara su nueva visita <strong>de</strong> verdugo.<br />

Amanecía en el momento en que me sacó <strong>de</strong>l laberinto y fue a <strong>de</strong>jar en<br />

su sitio la llave en la casa <strong>de</strong>l sacerdote, porque éste y los guardas<br />

dormían todavía bajo el efecto <strong>de</strong> la droga. Entonces me llevó al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

un arroyo, ocultándome entre las matas, y me lavó el rostro con agua y<br />

me dio masaje en los brazos hasta que recobré el conocimiento. Pero no


conservo el menor recuerdo, porque no recuperé mi espíritu hasta<br />

mucho más tar<strong>de</strong>, cuando nos acercábamos a la villa, y Kaptah me<br />

sostenía por los brazos. A partir <strong>de</strong> entonces me acuerdo <strong>de</strong> todo.<br />

No recuerdo haber sentido entonces un profundo dolor, y no me<br />

acordaba mucho <strong>de</strong> Minea, que era como una sombra lejana en mi<br />

memoria, una mujer conocida antaño en otro mundo. En cambio, me<br />

<strong>de</strong>cía que el dios <strong>de</strong> Creta estaba muerto y que el po<strong>de</strong>río cretense iba a<br />

<strong>de</strong>rrumbarse tal como estaba escrito en las predicciones, y a mí no me<br />

contrariaba, pese a que los cretenses hubiesen sido amables conmigo, y<br />

su existencia <strong>de</strong>spreocupada fuera como una espuma resplan<strong>de</strong>ciente en<br />

el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l mar. Acercándome a la villa, experimentaba júbilo al<br />

<strong>de</strong>cirme que aquellas mansiones se retorcerían bajo las llamas y que los<br />

gritos <strong>de</strong> las mujeres en celo se transformarían en aullidos <strong>de</strong> agonía y<br />

que la cabeza <strong>de</strong>l Minotauro sería aplastada a golpes <strong>de</strong> maza y hecha<br />

pedazos cuando llegase la hora <strong>de</strong>l reparto <strong>de</strong>l botín y que nada quedaría<br />

<strong>de</strong>l po<strong>de</strong>río cretense, sino que la isla se hundiría en las ondas <strong>de</strong> las<br />

cuales había emergido junto con el monstruo.<br />

Pensaba también en el Minotauro v no solamente con cólera, porque<br />

la muerte <strong>de</strong> Minea <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> ser dulce y no había tenido que huir <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong>l monstruo usando <strong>de</strong> todas sus fuerzas, sino que había perecido sin<br />

saber muy bien lo que ocurría. Pensaba en el Minotauro como en el solo<br />

hombre que sabía que su dios estaba muerto y que Creta iba a<br />

<strong>de</strong>rrumbarse, y comprendía que el secreto era pesado <strong>de</strong> llevar. No, no<br />

alimentaba ningún odio contra el Minotauro, sino que iba canturreando<br />

y riéndome estúpidamente con Kaptah, que me sostenía, <strong>de</strong> manera que<br />

éste podía fácilmente explicar a la gente con quienes nos cruzábamos que<br />

estaba todavía ebrio a causa <strong>de</strong> haber esperado a Minea <strong>de</strong>masiado<br />

tiempo, lo cual era comprensible, puesto que era extranjero y no conocía<br />

bien las costumbres <strong>de</strong>l país e ignoraba que no era <strong>de</strong>cente mostrarse<br />

ebrio por la calle en pleno día. Kaptah acabó encontrando una litera y me<br />

llevó a la hostería, don<strong>de</strong> pu<strong>de</strong> beber mucho vino a mis anchas y <strong>de</strong>spués<br />

me dormí larga y profundamente.<br />

Al <strong>de</strong>spertar me sentí <strong>de</strong> nuevo fresco y dispuesto a todo y alejado ya<br />

<strong>de</strong> todo el pasado, <strong>de</strong> manera que pensé en el<br />

Minotauro y me dije que podría ir a matarlo, pero pensé que aquello no<br />

me proporcionaría ni provecho ni placer. Hubiera podido revelar a la<br />

gente <strong>de</strong>l pueblo que su dios estaba muerto, a fin <strong>de</strong> que prendiesen<br />

fuego a todo y corriese la sangre por la villa, pero tampoco aquello me<br />

hubiera procurado provecho ni goce. Verdad era que hablando así<br />

hubiese podido salvar la vida <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>signados para entrar en la<br />

casa <strong>de</strong>l dios, pero sabía que la verdad es un puñal <strong>de</strong>snudo en la mano<br />

<strong>de</strong> un niño y que se vuelve contra el que lo lleva.


Me <strong>de</strong>cía que el dios <strong>de</strong> Creta no tenía nada que ver conmigo, puesto<br />

que no me <strong>de</strong>volvería a Minea y que los cangrejos y los camarones<br />

<strong>de</strong>snudarían sus <strong>de</strong>lgados huesos que reposaban sobre la arena para toda<br />

la eternidad. Me <strong>de</strong>cía que todo aquello había estado escrito en las<br />

estrellas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mucho antes <strong>de</strong> mi nacimiento. Estos pensamientos me<br />

procuraban consuelo y así se lo dije a Kaptah, pero me contestó que<br />

<strong>de</strong>bía <strong>de</strong> estar enfermo y necesitaba reposo, y no permitió que nadie<br />

fuese a verme.<br />

En general estaba bastante <strong>de</strong>scontento <strong>de</strong> Kaptah, que me llevaba<br />

constantemente comida a pesar <strong>de</strong> que no tenía apetito y hubiera<br />

preferido vino. Tenía una sed inextinguible que sólo el vino era capaz <strong>de</strong><br />

calmar y me sentía más tranquilo cuando el vino me hacía ver las cosas<br />

dobles. Entonces me daba cuenta <strong>de</strong> que nada es como aparenta serlo, ya<br />

que un bebedor ve doble cuando ha bebido y lo cree verdad, pese a que<br />

sabe que no lo es. Esta era, a mi juicio, la esencia <strong>de</strong> todo saber, pero<br />

cuando trataba <strong>de</strong> explicárselo pacientemente a Kaptah no me escuchaba<br />

y mandándome acostar me hacía cerrar los ojos para calmarme. Sin<br />

embargo, me sentía tranquilo y calmado, como un pez muerto en un<br />

bocal y no quería tener los ojos cerrados, porque entonces veía cosas<br />

<strong>de</strong>sagradables, como, en un agua estancada, los huesos humanos<br />

blanqueados <strong>de</strong> una cierta Minea a quien había conocido un día,<br />

mientras ejecutaba una danza complicada <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> una serpiente con<br />

la cabeza <strong>de</strong> toro. Por eso no quería tener los ojos cerrados y buscaba mi<br />

bastón para apalear a Kaptah, <strong>de</strong>l que estaba asqueado. Pero él lo había<br />

escondido, así como el puñal tan precioso que había recibido como<br />

regalo <strong>de</strong>l comandante <strong>de</strong> los guardas hititas <strong>de</strong>l puerto, y no lo<br />

encontraba cuando quería ver manar la sangre <strong>de</strong> mis arterias.<br />

Y Kaptah tuvo la osadía <strong>de</strong> negarse a llamar a mi casa al Minotauro, a<br />

pesar <strong>de</strong> mi insistencia, porque hubiera querido discutir con él, ya que<br />

me parecía el único hombre <strong>de</strong>l mundo capaz <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r mis<br />

profundos puntos <strong>de</strong> vista sobre los dioses, la verdad y la imaginación. Y<br />

Kaptah se negó también a traerme una cabeza <strong>de</strong> toro ensangrentada<br />

para po<strong>de</strong>r discutir con ella sobre los toros, el mar y las danzas <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> los toros. Rechazaba incluso mis <strong>de</strong>mandas más mo<strong>de</strong>stas, <strong>de</strong> manera<br />

que estaba seriamente irritado contra él.<br />

Más tar<strong>de</strong> me di cuenta <strong>de</strong> que en aquel momento estaba enfermo y<br />

no trato siquiera <strong>de</strong> recordar mis pensamientos <strong>de</strong> entonces, porque el<br />

vino me <strong>de</strong>bilitaba el espíritu y turbaba mi memoria. Pero creo, sin<br />

embargo, que el vino me salvó la razón y, con mi fe en los dioses y en la<br />

bondad humana, me ayudó a pasar el peor momento, una vez hube<br />

perdido a Minea.<br />

El río <strong>de</strong> mi vida se <strong>de</strong>tuvo en su carrera y se extendió en un vasto<br />

estanque bello a la vista, que reflejaba el cielo y las estrellas, pero si se


probaba a hundir en él un bastón, el agua era baja y el fondo estaba lleno<br />

<strong>de</strong> limo y podredumbre.<br />

Después vino el día en que me <strong>de</strong>sperté en mi albergue y vi a Kaptah<br />

sentado en un rincón <strong>de</strong> la estancia, llorando suavemente y moviendo la<br />

cabeza. Incliné la jarra <strong>de</strong> vino con mis manos temblorosas y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haber bebido le dije:<br />

-¿Por qué lloras, perro?<br />

Era la primera vez <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía mucho tiempo que le dirigía la palabra,<br />

porque estaba harto <strong>de</strong> sus cuidados y <strong>de</strong> su idiotez. Levantó la cabeza y<br />

dijo:<br />

-En el puerto hay un bello navío que apareja para Siria, y será<br />

probablemente el último antes <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s tormentas <strong>de</strong>l invierno.<br />

Por esto lloro.<br />

Y yo le dije:<br />

-Ve pronto a embarcarte antes <strong>de</strong> que te apalee, porque estoy hastiado<br />

<strong>de</strong> tu odiosa presencia ,y <strong>de</strong> tus incesantes lamentaciones.<br />

Pero tuve vergüenza <strong>de</strong> mis palabras y <strong>de</strong>jé la jarra <strong>de</strong> vino,<br />

experimentando un dulce consuelo a la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que existía en el mundo<br />

un ser que <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> mí, aun cuando no fuese más que un esclavo<br />

fugitivo. Pero Kaptah dijo:<br />

-En verdad, ¡oh dueño mío!, también yo estoy harto <strong>de</strong> ver tu<br />

embriaguez y tu vida <strong>de</strong> cerdo, hasta el punto <strong>de</strong> que el vino ha perdido<br />

todo sabor para mi boca, cosa que jamás hubiera creído posible, y he<br />

renunciado incluso a beber cerveza. Los muertos, muertos están, <strong>de</strong><br />

manera que creo que haríamos bien en largarnos <strong>de</strong> aquí mientras<br />

estemos a tiempo <strong>de</strong> hacerlo. Has arrojado ya por la ventana todo el oro<br />

y la plata que has ganado en tus viajes, y no creo que con tus manos<br />

temblorosas seas capaz <strong>de</strong> curar a nadie, puesto que no eres casi capaz <strong>de</strong><br />

llevarte una jarra a los labios. Debo confesar que al principio veía con<br />

gusto cómo bebías para calmarte y yo te inducía a beber, y he<br />

<strong>de</strong>sprecintado para ti nuevas jarras y yo bebía también. Y me jactaba con<br />

los <strong>de</strong>más:


porque este método es más rápido y más agradable y no tienes que<br />

avergonzarte <strong>de</strong> él. Yo reflexionaba sobre sus palabras v contemplaba<br />

mis manos que habían sido las <strong>de</strong> un hombre que curaba, pero que<br />

temblaban ahora como si tuvieran voluntad propia y no pudiese<br />

dominarlas. Entonces pensé en todo el saber que había acumulado en<br />

tantos países, y comprendí que todo exceso es una locura y que tan<br />

insensato era exagerar en el comer y beber como en el dolor y la alegría.<br />

Y por esto le dije a Kaptah:<br />

-Sea como tú <strong>de</strong>seas, pero <strong>de</strong>bes saber que estoy perfectamente al<br />

corriente <strong>de</strong> todo lo que acabas <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir y que tus palabras no ejercen<br />

influencia alguna sobre mis <strong>de</strong>cisiones, sino que son como el zumbido<br />

inoportuno <strong>de</strong> los moscas en mis oídos. Pero voy a <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> beber ahora,<br />

durante algún tiempo no abriré una sola jarra <strong>de</strong> vino. He conseguido, en<br />

efecto, ver claro en mi y quiero abandonar Creta y regresar a Simyra.<br />

Al oír estas palabras, Kaptah saltó <strong>de</strong> júbilo, riéndose <strong>de</strong> un lado a otro<br />

<strong>de</strong> la estancia, a la manera <strong>de</strong> los esclavos.<br />

Después salió a preparar nuestra marcha y el mismo día nos<br />

embarcamos. Los remeros metieron los remos en el agua y<br />

sacaron el navío <strong>de</strong>l puerto pasando por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> centenares <strong>de</strong> navíos<br />

y barcos <strong>de</strong> guerra cretenses con los cascos cubiertos <strong>de</strong> ro<strong>de</strong>las <strong>de</strong> cobre.<br />

Pero ya fuera, los remeros tiraron sus remos, el capitán ofreció un<br />

sacrificio al dios <strong>de</strong>l mar y a los <strong>de</strong> su camarote y mandó izar las velas. El<br />

navío se inclinó y las olas azotaron su casco con violencia. Pusimos proa<br />

a las riberas <strong>de</strong> Siria, y Creta <strong>de</strong>sapareció bajo el horizonte como una<br />

nube azul, una sombra o un sueño, y a nuestro alre<strong>de</strong>dor no quedaba<br />

más que la inmensidad agitada <strong>de</strong>l océano.<br />

LIBRO NOVENO<br />

LA COLA DE COCODRILO


Así fue como llegué a ser hombre y no era ya ningún muchacho<br />

cuando llegué a Simyra <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tres años <strong>de</strong> ausencia. El viento<br />

marino disipó los vapores <strong>de</strong> la embriaguez, dio claridad a mis ojos y<br />

restauró la fuerza <strong>de</strong> mis miembros, <strong>de</strong> manera que comía y bebía y me<br />

comportaba como los <strong>de</strong>más, aunque no hablase tanto, porque era más<br />

solitario todavía que antes. Y, no obstante, la soledad es el patrimonio <strong>de</strong><br />

la edad adulta, así ha sido siempre establecido, pero yo había sido<br />

solitario <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi infancia y extraño al mundo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que abordé a las<br />

riberas <strong>de</strong>l Nilo y no tuve que acostumbrarme a la soledad como tantos<br />

otros, sino que la soledad era para mí un hogar y un refugio en las<br />

tinieblas.<br />

De pie, a proa, frente a las olas ver<strong>de</strong>s y azotado por un viento que<br />

alejaba todos los vanos pensamientos, veía a lo lejos unos ojos que<br />

parecían el claro <strong>de</strong> luna sobre el mar y oía la risa caprichosa <strong>de</strong> Minea y<br />

la veía bailar sobre las eras arcillosas <strong>de</strong> Babilonia, con una túnica ligera,<br />

joven y flexible como un junco. Y esta imagen no me causaba ya pena ni<br />

dolor, era un tormento <strong>de</strong>licioso como el que se experimenta al <strong>de</strong>spertar<br />

cuando se evoca un sueño nocturno más bello que la realidad. Por esto<br />

me alegraba <strong>de</strong> haberla encontrado en mi camino y no hubiera<br />

renunciado a ninguno <strong>de</strong> los instantes vividos con ella, porque sabía que<br />

sin ella mi medida no hubiera sido colmada. El mascarón <strong>de</strong> proa era <strong>de</strong><br />

ma<strong>de</strong>ra pintada, pero tenía un rostro <strong>de</strong> mujer y sentía cerca <strong>de</strong> ella que<br />

mi virilidad era todavía fuerte y que gozaría aún <strong>de</strong> muchas mujeres,<br />

porque las noches son frías para un solitario. Pero estaba seguro <strong>de</strong> que<br />

estas otras mujeres no serían para mí más que ma<strong>de</strong>ra pintada e<br />

insensible y que al estrecharlas entre mis brazos por la noche en la<br />

oscuridad no buscaría en ellas más que a Minea, el brillo<br />

<strong>de</strong> sus ojos claro <strong>de</strong> luna, el calor <strong>de</strong> su cuerpo <strong>de</strong>lgado y el olor a ciprés<br />

<strong>de</strong> su piel. Y así me <strong>de</strong>spedí para siempre <strong>de</strong> Minea, al lado <strong>de</strong> aquel<br />

mascarón <strong>de</strong> proa.<br />

En Simyra, mi casa estaba en su sitio, si bien los ladrones habían<br />

forzado las ventanas llevándose todo lo que valía la pena y olvidé<br />

<strong>de</strong>positar en los graneros <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> comercio. Al prolongarse mi<br />

ausencia, los vecinos habían aprovechado el patio para arrojar las<br />

basuras y hacer sus necesida<strong>de</strong>s, <strong>de</strong> manera que el hedor era espantoso y<br />

las ratas reinaban en las habitaciones llenas <strong>de</strong> telarañas. Los vecinos no<br />

estuvieron muy encantados <strong>de</strong> verme, sino que me cerraron las puertas<br />

en las narices diciendo: «Es egipcio y todo el mal viene <strong>de</strong> Egipto. Por<br />

esto me instalé en la hostería mientras Kaptah ponía la casa en or<strong>de</strong>n y<br />

yo iba a la casa <strong>de</strong> comercio don<strong>de</strong> había <strong>de</strong>positado mis fondos. Puesto<br />

1


que al cabo <strong>de</strong> tres años <strong>de</strong> viajes regresaba más pobre que antes porque,<br />

a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> todo lo que había ganado con mi arte, había perdido el resto<br />

<strong>de</strong>l oro <strong>de</strong> Horemheb, que quedó en manos <strong>de</strong> los sacerdotes <strong>de</strong><br />

Babilonia a causa <strong>de</strong> Minea.<br />

Los ricos armadores quedaron muy sorprendidos al verme y su nariz<br />

se alargó y se rascaron la barbilla, porque pensaban ya haber heredado<br />

mi parte. Pero me pagaron honradamente mis ganancias, porque si bien<br />

algunos barcos habían naufragado, otros habían reportado pingües<br />

beneficios, <strong>de</strong> manera que era mucho más rico a mi regreso que a mi<br />

marcha y no tenía que preocuparme por mi vida en Simyra.<br />

Y, entonces mis amigos los armadores me invitaron a sus casas y me<br />

ofrecieron vino y bizcochos <strong>de</strong> miel y me dijeron con aire embarazado:<br />

-Sinuhé, tú eres nuestro médico, pero eres egipcio, y si bien comerciamos<br />

gustosos con Egipto, no <strong>de</strong>jamos <strong>de</strong> ver con <strong>de</strong>sagrado a los egipcios<br />

instalarse en nuestro país, porque el pueblo gruñe y está abrumado por<br />

los impuestos que tiene que pagar al faraón. Ignoramos cómo ha<br />

comenzado la cosa, pero ha ocurrido, ya que dos egipcios han sido<br />

lapidados por las calles y su osamenta arrojada al río y se han lanzado<br />

animales muertos a sus templos y la gente no quiere mostrarse en<br />

público con un egipcio. Tú, Sinuhé, eres nuestro amigo y te respetamos<br />

mucho a causa <strong>de</strong> tus curaciones. Por esto queremos avisártelo, para que<br />

estés en guardia.<br />

Estas palabras me causaron la más profunda estupefacción, pues<br />

antes <strong>de</strong> mi partida los sirios rivalizaban en su amistad por los egipcios y<br />

los invitaban a sus casas, y <strong>de</strong> la misma manera que en Tebas se<br />

imitaban las costumbres sirias, en Simyra se copiaban las modas <strong>de</strong><br />

Egipto. Y, sin embargo, Kaptah confirmó estas <strong>de</strong>claraciones y muy<br />

excitado me dijo:<br />

-Algún malvado diablo ha penetrado sin duda alguna por el ano a los<br />

simyrianos, porque se comportan como perros<br />

enloquecidos y fingen no hablar el egipcio, y me han arrojado <strong>de</strong> la<br />

taberna don<strong>de</strong> había entrado para refrescar mi garganta, que estaba seca<br />

como el polvo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todas las pruebas pasadas por tu culpa, ¡oh mi<br />

dueño! Me han arrojado por la puerta cuando han comprobado que era<br />

egipcio y me han lanzado injurias y los chiquillos excrementos <strong>de</strong> asno.<br />

Por esto me he metido en otra taberna, porque verda<strong>de</strong>ramente mi<br />

garganta estaba seca como un saco <strong>de</strong> esparto y tenía muchas ganas <strong>de</strong><br />

beber cerveza siria, que es fuerte, pero no dije una palabra, lo cual me fue<br />

muy difícil, como pue<strong>de</strong>s imaginar, porque mi lengua es como un animal<br />

ágil que no pue<strong>de</strong> permanecer quieto. En todo caso, sin <strong>de</strong>cir palabra,<br />

metí mi paja en la jarra <strong>de</strong> cerveza y presté oído a lo que <strong>de</strong>cían los<br />

<strong>de</strong>más bebedores. Decían que antaño Simyra era una ciudad libre que no<br />

pagaba impuestos y que no quieren que sus hijos sean <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su


nacimiento esclavos <strong>de</strong>l faraón. Las <strong>de</strong>más villas sirias han sido también<br />

libres; por lo tanto, habría que partir la cabeza a todos los egipcios y<br />

echarlos <strong>de</strong> Siria, y que esto es lo que tenían que hacer los amantes <strong>de</strong> la<br />

libertad que no quisieran ser esclavos <strong>de</strong>l faraón. He aquí las estupi<strong>de</strong>ces<br />

que <strong>de</strong>cían, y, sin embargo, todo el mundo sabe que Egipto ocupa Siria<br />

por el bien <strong>de</strong> ésta y que no saca <strong>de</strong> ella provecho alguno, sino que se<br />

limita a proteger a los sirios unos <strong>de</strong> otros, porque, abandonadas a sí<br />

mismas, las villas <strong>de</strong> Siria son como gatos monteses encerrados en un<br />

saco, y se querellan, se baten y se <strong>de</strong>strozan, <strong>de</strong> forma que la agricultura,<br />

la cría <strong>de</strong> ganado y el comercio van en <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ncia. Esto lo saben todos<br />

los egipcios, pero los sirios hablaban <strong>de</strong> una alianza entre todas las<br />

ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la Siria y se jactaban <strong>de</strong> su fuerza, y sus palabras acabaron<br />

asqueándome hasta el punto <strong>de</strong> que me eclipsé, mientras el dueño me<br />

volvía la espalda, sin pagar mi gasto.<br />

No tuve necesidad <strong>de</strong> circular mucho tiempo por la ciudad para darme<br />

cuenta <strong>de</strong> la veracidad <strong>de</strong> las palabras <strong>de</strong> Kaptah. Cierto es que nadie me<br />

molestó, porque llevaba vestidos sirios, pero la gente que me conocía me<br />

volvía la cara y los egipcios iban escoltados por guardias. A pesar <strong>de</strong> esto<br />

los insultaban y les arrojaban frutas podridas y animales muertos. Pero<br />

yo no creía que fuese muy peligroso; los sirios estaban manifiestamente<br />

enfurecidos por los nuevos impuestos, pero esta excitación se<br />

<strong>de</strong>svanecería porque Siria sacaba <strong>de</strong> Egipto tanto provecho como ésta <strong>de</strong><br />

ella y no creo que las ciuda<strong>de</strong>s costeras pudiesen subsistir mucho tiempo<br />

sin el trigo <strong>de</strong> Egipto.<br />

Por esto hice instalar mi casa para recibir en ella a los enfermos, y<br />

curé a muchos, y muchos clientes volvieron, porque la enfermedad y el<br />

dolor no se informan acerca <strong>de</strong> la nacionalidad <strong>de</strong>l médico, sino <strong>de</strong> su<br />

habilidad. Pero, aun así, a menudo mis clientes discutían conmigo y me<br />

<strong>de</strong>cían:<br />

-Tú, que eres egipcio, dime si no es injusto que Egipto nos exija<br />

impuestos y se aproveche <strong>de</strong> nosotros y engor<strong>de</strong> a costa nuestra como<br />

una sanguijuela. La guarnición egipcia en nuestra ciudad es una ofensa,<br />

porque nos bastamos para mantener el or<strong>de</strong>n y <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rnos contra<br />

nuestros enemigos. También es injusto que no podamos reconstruir<br />

nuestras murallas y reparar nuestras torres si no consentimos en<br />

soportar los gastos. Nuestras autorida<strong>de</strong>s son aptas para gobernarnos sin<br />

que los egipcios intervengan en la coronación <strong>de</strong> nuestros príncipes y en<br />

nuestra jurisdicción. Por Baal, que sin los egipcios seríamos un pueblo<br />

próspero y feliz, pero los egipcios caen sobre nosotros como la langosta y<br />

vuestro faraón quiere imponernos un nuevo dios, <strong>de</strong> manera que<br />

perdamos el favor <strong>de</strong> los nuestros.<br />

Yo no tenía muchas ganas <strong>de</strong> discutir con ellos, pero respondí, sin<br />

embargo:


-¿Contra quién queréis construir murallas y torres sino contra Egipto?<br />

Es cierto que en los tiempos <strong>de</strong> mis padres y <strong>de</strong> los vuestros, vuestra<br />

ciudad era libre en sus murallas, pero vertíais sangre y os empobrecíais<br />

en unas guerras interminables con vuestros vecinos a quienes seguís<br />

<strong>de</strong>testando, y vuestros príncipes practicaban el arbitraje, <strong>de</strong> manera que<br />

ricos y pobres estaban sometidos a su capricho. Ahora los escudos y las<br />

lanzas <strong>de</strong> los egipcios os protegen <strong>de</strong> vuestros enemigos y la ley <strong>de</strong> Egipto<br />

garantiza los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> los pobres y los ricos.<br />

Pero ellos se excitaban, sus ojos se inyectaban en sangre y con voz<br />

agitada <strong>de</strong>cían:<br />

-Las leyes <strong>de</strong> Egipto son puro estiércol y vuestros dioses una abominación.<br />

Si nuestros príncipes empleaban la injusticia y la violencia, cosa<br />

que no creemos porque es una mentira <strong>de</strong> los egipcios para hacernos<br />

olvidar nuestra libertad, eran, por lo menos, <strong>de</strong> los nuestros, y nuestro<br />

corazón nos dice que la injusticia en un país libre es preferible a la<br />

justicia en un país sometido.<br />

Y yo les contestaba:<br />

-No veo sobre vosotros las marcas <strong>de</strong> la esclavitud, al contrario,<br />

engordáis y os jactáis <strong>de</strong> enriqueceros por la estupi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> los egipcios.<br />

Pero si fueseis libres os robaríais los navíos y os cortaríais los árboles<br />

frutales y vuestras vidas no estarían seguras durante los viajes por el<br />

interior <strong>de</strong>l país.<br />

Pero se negaban a escucharme, me lanzaban su regalo y se marchaban<br />

diciendo:<br />

-En el fondo <strong>de</strong> tu corazón eres egipcio, aunque lleves vestiduras<br />

sirias. Todo egipcio es un opresor y un malhechor, y no hay egipcio<br />

bueno más que cuando está muerto.<br />

Por todas estas razones no me encontraba a gusto en Simyra y<br />

comencé a entrar en posesión <strong>de</strong> mis créditos y a preparar mi marcha,<br />

porque según mi promesa <strong>de</strong>bía presentar mi informe a Horemheb.<br />

Tenía que regresar a Egipto. Pero no me daba prisa, porque mi corazón<br />

se sentía presa <strong>de</strong> un extraño temblor al pensar que bebería <strong>de</strong> nuevo<br />

agua <strong>de</strong>l Nilo. El tiempo pasaba y los espíritus se calmaron un poco,<br />

porque una mañana se encontró en el puerto a un soldado egipcio<br />

<strong>de</strong>gollado y la gente se asustó tanto que todo el mundo se encerró en su<br />

casa y se restableció la tranquilidad. Pero las autorida<strong>de</strong>s no<br />

consiguieron <strong>de</strong>scubrir al culpable y no ocurrió nada. De manera que los<br />

ciudadanos volvieron a abrir sus puertas y aumentó la aversión a los<br />

egipcios y la gente no cedía ya el paso a los egipcios, sino que eran ellos<br />

los que tenían que apartarse y circular armados.<br />

Una tar<strong>de</strong>, mientras volvía <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> Ishtar, al que iba algunas<br />

veces, como el hombre sediento que apaga su sed sin mirar en qué pozo<br />

bebe, encontré unos sirios cerca <strong>de</strong> las murallas y dijeron:


-¿No es un egipcio? ¿Vamos a permitir a este circunciso acostarse con<br />

nuestras vírgenes y profanar nuestros templos?<br />

Y yo les dije:<br />

-Vuestra vírgenes, que con justicia podrían llamarse con otro nombre,<br />

no miran el aspecto ni la nacionalidad <strong>de</strong>l hombre, sino que pesan su<br />

placer con el peso <strong>de</strong>l oro <strong>de</strong> su bolsa, cosa que no les censuro, puesto<br />

que voy a divertirme con ellas y cuento hacerlo cada vez que me venga en<br />

gana.<br />

Entonces se cubrieron el rostro con sus mantos y se arrojaron sobre mí,<br />

me <strong>de</strong>rribaron y me golpearon la cabeza contra el<br />

suelo hasta el punto <strong>de</strong> que creí llegada mi última hora. Pero mientras<br />

me <strong>de</strong>svalijaban y me <strong>de</strong>snudaban para arrojar mi<br />

cuerpo al puerto, uno <strong>de</strong> ellos vio mi rostro y gritó:<br />

-¿No es acaso Sinuhé, el médico egipcio y amigo <strong>de</strong>l rey Aziru?<br />

Se <strong>de</strong>tuvieron y yo les grité que los haría matar y arrojar sus cuerpos a<br />

los perros, porque me habían hecho daño y estaba tan furioso que no<br />

pensaba siquiera en tener miedo. Entonces me <strong>de</strong>jaron y me <strong>de</strong>volvieron<br />

mis ropas, y huyeron ocultándose el rostro y yo no comprendía por qué<br />

obraban así, pues no tenían nada que temer <strong>de</strong> las vanas amenazas <strong>de</strong> un<br />

hombre solo.<br />

Algunos días más tar<strong>de</strong> un mensajero <strong>de</strong>tuvo su caballo ante mi<br />

puerta, lo cual era un espectáculo raro, porque un egipcio no monta<br />

nunca a caballo y un sirio tan sólo en raras ocasiones, y únicamente los<br />

rudos bandoleros <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto utilizan esta montura. Porque el caballo es<br />

un animal gran<strong>de</strong> y violento que cocea y muer<strong>de</strong> si se trata <strong>de</strong> montarlo y<br />

hace caer al jinete, mientras un asno se acostumbra a todo. Incluso<br />

enganchado a un carro es un animal temible; sólo los soldados<br />

entrenados pue<strong>de</strong>n dominarlo metiéndole los <strong>de</strong>dos en los agujeros <strong>de</strong> la<br />

nariz. Sea como fuere, un hombre a caballo se presentó ante la puerta <strong>de</strong><br />

mi casa y el caballo estaba cubierto <strong>de</strong> espuma y la sangre manaba <strong>de</strong> su<br />

boca y se agitaba terriblemente. Por las ropas <strong>de</strong>l hombre vi que venía <strong>de</strong><br />

las montañas <strong>de</strong> los pastores y leí en su rostro que estaba muy inquieto.<br />

Se precipitó tan bruscamente hacia mí que no tuvo apenas tiempo <strong>de</strong><br />

tocarse la frente con la mano al inclinarse, y lleno <strong>de</strong> angustia me gritó:<br />

-Haz preparar tu litera, médico Sinuhé, y sígueme con urgencia,<br />

porque vengo <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Amurrú y el rey Aziru me envía a buscarte. Su<br />

hijo está enfermo y nadie sabe lo que tiene; el rey está encolerizado como<br />

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un león en el <strong>de</strong>sierto y le rompe los miembros a todo el que se acerca a<br />

él. Toma tu caja <strong>de</strong> médico y sígueme <strong>de</strong> prisa; si no, te rebanaré el cuello<br />

con este puñal y tu cabeza rodará por la calle.<br />

-Tu rey no haría nada con mi cabeza -le dije yo-, porque sin cabeza no<br />

puedo curar a nadie. Pero te perdono tus palabras impacientes y te<br />

seguiré. No a causa <strong>de</strong> tus amenazas, que no me causan ningún temor,<br />

sino porque el rey Aziru es mi amigo y quiero ayudarlo.<br />

Mandé a Kaptah a buscar una litera y seguí al mensajero, y mi espíritu<br />

se alegraba, porque estaba tan solitario que sería para mí un placer<br />

encontrar incluso a un hombre tan simple como Aziru, a quien había<br />

dorado los dientes. Pero cesé <strong>de</strong> gozar cuando llegamos al pie <strong>de</strong> una<br />

montaña y me instalaron con mi caja <strong>de</strong> médico en un carro <strong>de</strong> guerra y<br />

unos caballos salvajes nos llevaron por entre las rocas y las montañas; <strong>de</strong><br />

manera que yo esperaba romperme los miembros a cada instante y<br />

lanzaba unos aullidos <strong>de</strong> miedo a mi guía, que se quedaba atrás con su<br />

caballo reventado, y yo esperaba a cada momento que se rompiera la<br />

nuca.<br />

Detrás <strong>de</strong> las montañas me arrojaron con mi caja en otro carro con los<br />

caballos frescos y yo no sabía ya si estaba <strong>de</strong> pie o cabeza abajo y no me<br />

cansaba <strong>de</strong> gritar al conductor: «¡Bandido, canalla, granuja!», y <strong>de</strong> darle<br />

puñetazos en la espalda en cuanto el camino era llano y me atrevía a<br />

soltar una mano <strong>de</strong>l bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l carro. Pero al hombre no le inquietaba<br />

nada <strong>de</strong> esto, tiraba <strong>de</strong> las riendas y hacía restallar el látigo, <strong>de</strong> manera<br />

que el carro saltaba por las piedras y yo temía que las ruedas se soltasen.<br />

De esta manera, el viaje no fue largo y antes <strong>de</strong> la puesta <strong>de</strong>l sol<br />

llegamos a la villa ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> murallas muy nuevas. Soldados armados<br />

velaban en ellas, pero la puerta se abrió ante nosotros y atravesamos la<br />

villa en medio <strong>de</strong>l rebuzno <strong>de</strong> los asnos, los gritos <strong>de</strong> las mujeres y los<br />

chillidos <strong>de</strong> los chiquillos, <strong>de</strong>rribando las cestas <strong>de</strong> frutas y rompiendo<br />

innumerables jarras <strong>de</strong> vino, porque el conductor no miraba por dón<strong>de</strong><br />

pasaba. Pero cuando me bajaron <strong>de</strong>l carro no podía caminar, me<br />

tambaleaba como un hombre ebrio, y los guardias me llevaron al palacio<br />

<strong>de</strong> Aziru sosteniéndome por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> los brazos mientras los esclavos<br />

corrían con mi caja. Apenas llegado al vestíbulo, que estaba lleno <strong>de</strong><br />

armaduras y escudos, <strong>de</strong> plumas y <strong>de</strong> colas <strong>de</strong> león en las puntas <strong>de</strong> las<br />

lanzas, vi a Aziru precipitarse hacia mí aullando como un elefante herido.<br />

Había <strong>de</strong>sgarrado sus vestiduras y lacerado su rostro con las uñas.<br />

-¿Por qué habéis tardado tanto, bandidos, canallas, babosas? -rugió,<br />

mesándose la barba rizada, <strong>de</strong> manera que los lazos dorados que la<br />

adornaban volaron por el aire como relámpagos.<br />

Golpeó con el puño a los conductores que me sostenían y bramó como<br />

una fiera:


-¿Por dón<strong>de</strong> habéis rondado, malos servidores, mientras mi hijo se<br />

muere?<br />

Pero los conductores se <strong>de</strong>fendieron diciendo:<br />

-Hemos corrido tanto que muchos <strong>de</strong> los caballos están reventados y<br />

hemos cruzado las montañas más aprisa que los pájaros. Todo el mérito<br />

es <strong>de</strong> este médico, pues ardía en <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> llegar para curar a tu hijo, y<br />

nos animaba con sus gritos cuando estábamos cansados y nos daba<br />

puñetazos cuando la velocidad disminuía, lo cual es increíble por parte<br />

<strong>de</strong> un egipcio; jamás, pue<strong>de</strong>s creernos, se ha venido tan <strong>de</strong> prisa <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

Simyra a Amurrú.<br />

Entonces Aziru me abrazó efusivamente y, llorando, dijo:<br />

-Sanarás a mi hijo, lo curarás y cuanto poseo es tuyo.<br />

Pero yo le dije:<br />

-Permíteme primero ver a tu hijo, para saber si puedo curarlo.<br />

Me llevó rápidamente a una gran habitación don<strong>de</strong> una estufa<br />

<strong>de</strong>spedía un fuerte calor, a pesar <strong>de</strong> que estábamos en verano. En medio<br />

había una cuna en la cual lloraba un niño <strong>de</strong> apenas un año, envuelto en<br />

telas <strong>de</strong> lana. Lloraba con tanta fuerza que tenía el rostro violáceo y el<br />

sudor brotaba <strong>de</strong> su frente, y tenía la espesa cabellera negra <strong>de</strong> su padre,<br />

pese a ser tan pequeño. Lo examiné y vi que no tenía nada grave, pues si<br />

hubiese estado a punto <strong>de</strong> morir no hubiera chillado tan fuerte. Miré a<br />

mi alre<strong>de</strong>dor y vi, echada al lado <strong>de</strong> la cuna, a Keftiú, la mujer que había<br />

regalado a Aziru, y estaba más gorda y más blanca que nunca, y sus<br />

carnes abundantes temblaban mientras en su dolor golpeaba el suelo con<br />

su frente, gimiendo. En todos los rincones <strong>de</strong> la habitación, esclavas y<br />

nodrizas gemían también, y estaban cubiertas <strong>de</strong> golpes y chichones,<br />

tanto las había apaleado Aziru en su impotencia para curar a su hijo.<br />

-Nada temas, Aziru -le dije-. Tu hijo no morirá, pero <strong>de</strong>seo lavarme<br />

antes <strong>de</strong> auscultarlo, y llevaos esta maldita estufa porque aquí se ahoga<br />

uno. Entonces Keftiú levantó bruscamente la cabeza, y asustada, dijo:<br />

-El niño tendrá frío. -Después me miró largamente y me sonrió; se<br />

levantó para reparar el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n <strong>de</strong> sus cabellos y sus ropas, y me sonrió<br />

<strong>de</strong> nuevo, diciéndome-: Sinuhé, ¿eres tú?<br />

Pero Aziru se retorcía las manos y gritaba:<br />

-Mi hijo no come, vomita todo lo que toma, su cuerpo está ardiendo<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace tres días y llora continuamente, <strong>de</strong> manera que mi corazón se<br />

parte al oírlo llorar así.<br />

Le pedí que <strong>de</strong>spidiese a las nodrizas y las esclavas, y me obe<strong>de</strong>ció,<br />

olvidando su dignidad real. Después <strong>de</strong> haberme lavado, <strong>de</strong>snudé al<br />

chiquillo y le quité todas aquellas telas <strong>de</strong> lana y mandé abrir la ventana<br />

para renovar el aire. El chiquillo se calmó en el acto y comenzó a<br />

remover sus regor<strong>de</strong>tas piernas. Le toqué la barriga y el cuerpo, y<br />

<strong>de</strong>spués, al ser asaltado por una duda, le metí el <strong>de</strong>do en la boca y vi que


había adivinado. El primer diente había atravesado la encía como una<br />

perla blanca.<br />

Entonces dije vivamente:<br />

-Aziru, Aziru... ¿Para esta insignificancia has traído aquí con tus<br />

caballos salvajes al mejor médico <strong>de</strong> toda Siria? Porque sin jactancia<br />

puedo <strong>de</strong>cir que he aprendido muchas cosas durante mis viajes por los<br />

diferentes países. Tu hijo no corre peligro alguno, pero es tan impaciente<br />

y rabioso como su padre y quizá tenga un poco <strong>de</strong> fiebre, pero<br />

<strong>de</strong>saparecerá y, si ha vomitado, ha obrado muy cuerdamente, porque lo<br />

habéis atracado <strong>de</strong>masiado <strong>de</strong> leche grasa. Keftiú <strong>de</strong>be <strong>de</strong>smamarlo sin<br />

tardar, porque, si no, en breve le va a mor<strong>de</strong>r los pezones, lo cual,<br />

imagino, no te causaría ningún placer, pues supongo que quieres gozar<br />

todavía <strong>de</strong> tu mujer. Debes saber, pues, que tu hijo no ha hecho más que<br />

berrear <strong>de</strong> impaciencia esperando su primer diente, y si no me crees<br />

míralo tú mismo.<br />

Abrí la boca <strong>de</strong>l chiquillo y Aziru se llenó <strong>de</strong> alegría, batió palmas y<br />

bailó alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la habitación golpeando el entarimado con los pies.<br />

Mostré también el diente a Keftiú y me dijo que no había visto nunca un<br />

diente <strong>de</strong> criatura tan bello. Pero cuando quiso volver a poner los pañales<br />

al niño se lo prohibí y no autoricé más que una túnica <strong>de</strong> lino.<br />

Aziru cantaba y bailaba y golpeaba el suelo con los pies y no<br />

experimentaba la menor vergüenza por haberme molestado por tan poca<br />

cosa, pero quiso hacer admirar el diente por los nobles y los jefes e invitó<br />

a los guardianes a verlo, y todos se apretujaron alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la cuna,<br />

haciendo chocar sus lanzas y sus escudos tratando <strong>de</strong> meter sus <strong>de</strong>dos<br />

sucios en la boca <strong>de</strong>l príncipe, pero yo los eché y rogué a Aziru que<br />

pensase en su dignidad y se mostrase razonable.<br />

Aziru quedó confuso y dijo:<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente he olvidado quizá mi dignidad, pero he velado<br />

varias noches al lado <strong>de</strong> la cuna, con el corazón angustiado y <strong>de</strong>bes<br />

compren<strong>de</strong>r que es mi primer hijo, mi príncipe, la joya <strong>de</strong> mi corona, mi<br />

leoncito que llevará la corona <strong>de</strong> Amurrú <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mí y gobernará<br />

numerosos pueblos, porque verda<strong>de</strong>ramente quiero acrecentar mi reino<br />

para que mi hijo tenga una bella herencia y elogie el nombre <strong>de</strong> su padre.<br />

Sinuhé, Sinuhé, no sabes cuán agra<strong>de</strong>cido te estoy por haber quitado esta<br />

piedra <strong>de</strong> mi corazón, porque tienes que reconocer que no has visto<br />

jamás una criatura tan vigorosa, a pesar <strong>de</strong> que hayas viajado por<br />

numerosos países. Mira un poco sus cabellos, estas crines negras <strong>de</strong> león<br />

sobre su cabeza, y dime si has visto alguna vez una cabellera como ésta<br />

en un niño <strong>de</strong> su edad. Has visto también que su diente es como una<br />

perla, clara y perfecta, y mira su vientre y sus miembros que son como<br />

pequeños toneles.


Toda esta charla me fastidió hasta el punto que dije al rey que se fuese<br />

al diablo con su hijo y que mis miembros estaban <strong>de</strong>strozados por el<br />

fatigador viaje y que no sabía todavía si estaba <strong>de</strong> pie o sobre mi cabeza.<br />

Pero él me acarició y me cogió por los hombros y me ofreció platos<br />

variados en fuentes <strong>de</strong> plata y cor<strong>de</strong>ro asado y leche agria cocida en grasa<br />

y vino en una copa <strong>de</strong> oro, <strong>de</strong> manera que me repuse y lo perdoné.<br />

Estuve varios días en su casa y me colmó <strong>de</strong> regalos abundantes, así<br />

como oro y plata, porque se había enriquecido mucho <strong>de</strong>s<strong>de</strong> nuestro<br />

encuentro, pero no quiso <strong>de</strong>cirme cómo su país, tan pobre antes, había<br />

conseguido enriquecerse también, y se limitó a sonreír con su barba<br />

rizada diciendo que la mujer que yo le había regalado le había dado<br />

suerte. Keftiú se mostró también amable conmigo, respetándome<br />

seguramente por el recuerdo <strong>de</strong>l palo con el que había comprobado a<br />

menudo la soli<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su piel, y me seguía por todas partes sonriéndome<br />

gentilmente, balanceando sus carnes opulentas. La tersura <strong>de</strong> su piel<br />

había <strong>de</strong>slumbrado a todos los jefes <strong>de</strong> Aziru, porque a los sirios les<br />

gustan las mujeres enormes, al contrario <strong>de</strong> los egipcios, que difieren<br />

también <strong>de</strong> ellos sobre este particular. Por eso los poetas amorritas han<br />

escrito poemas en su honor y se cantan con una voz lánguida repitiendo<br />

siempre las mismas palabras, e incluso sobre las murallas los guardianes<br />

celebran sus encantos, <strong>de</strong> manera que Aziru estaba orgulloso <strong>de</strong> ella y la<br />

amaba tan apasionadamente que iba raramente a ver a sus otras esposas<br />

y tan sólo por cortesía, porque había tomado por esposas a las hijas <strong>de</strong><br />

sus jefes a fin <strong>de</strong> atraerse así también a los padres.<br />

Yo había viajado tanto y visto tantos países que él sintió la necesidad<br />

<strong>de</strong> jactarse <strong>de</strong> su realeza y me reveló muchas cosas que seguramente<br />

lamentó más tar<strong>de</strong> haberme comunicado. Así me enteré <strong>de</strong> que habían<br />

sido precisamente sus emisarios quienes me habían atacado en Simyra<br />

para arrojarme al agua, y <strong>de</strong> esta manera se enteró <strong>de</strong> mi regreso a Siria.<br />

Deploró vivamente el inci<strong>de</strong>nte y dijo:<br />

-Habrá que matar todavía muchos egipcios y lanzar al puerto muchos<br />

cadáveres <strong>de</strong> soldados antes <strong>de</strong> que Simyra, Biblos, Sidón y Ghaza<br />

comprendan que el egipcio no es invulnerable ni inviolable. Los<br />

merca<strong>de</strong>res sirios son tremendamente pru<strong>de</strong>ntes y sus príncipes unos<br />

cobar<strong>de</strong>s, y los pueblos, lentos como bueyes. Por esto los más ágiles<br />

<strong>de</strong>ben ponerse a la cabeza <strong>de</strong>l movimiento y dar el ejemplo.<br />

Y yo le pregunté:<br />

-¿Por qué obras <strong>de</strong> esta forma y por qué <strong>de</strong>testas tanto a los egipcios,<br />

Aziru?<br />

Acarició su barba rizada y, dirigiéndome una mirada <strong>de</strong> astucia, dijo:<br />

-¿Quién preten<strong>de</strong> que <strong>de</strong>testo a los egipcios, Sinuhé? Tampoco te<br />

<strong>de</strong>testo a ti, pese a que seas egipcio. También yo he vivido mi infancia en<br />

el palacio dorado <strong>de</strong>l faraón, como mi padre antes que yo y como todos


los príncipes sirios. Por esto conozco las costumbres egipcias y sé leer y<br />

escribir, pese a que mis maestros me hayan tirado <strong>de</strong> los cabellos y<br />

golpeado los <strong>de</strong>dos más que a los otros discípulos, porque era sirio. Pero<br />

a pesar <strong>de</strong> esto no <strong>de</strong>testo a los egipcios, porque he aprendido con ellos<br />

muchas cosas y podré regresar a su tierra cuando sea ocasión. Deberías<br />

saberlo: un señor y un soberano no <strong>de</strong>testa a nadie ni ve diferencia entre<br />

los pueblos, pero el odio es una potente palanca entre sus manos, más<br />

potente que las armas, porque sin el odio los brazos no tienen fuerza<br />

para levantar las armas. Yo he nacido para mandar, porque por mis<br />

venas corre sangre <strong>de</strong> los reyes <strong>de</strong> Amurrú y con los hiksos mi pueblo<br />

dominó un día todos los países <strong>de</strong> un mar a otro. Por esto me esfuerzo en<br />

fomentar el odio entre Siria y Egipto y en soplar entre las ascuas, que se<br />

van enrojeciendo lentamente,<br />

pero que una vez inflamadas <strong>de</strong>struirán todo el po<strong>de</strong>río egipcio sobre<br />

Siria. Por esto todas las villas y tribus <strong>de</strong> Siria <strong>de</strong>ben apren<strong>de</strong>r a saber<br />

que el egipcio es más miserable, más haragán, más cruel, más infame,<br />

más codicioso y más ingrato que el sirio. Todos tienen que apren<strong>de</strong>r a<br />

escupir <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprecio al oír pronunciar el nombre <strong>de</strong> Egipto y ver en los<br />

egipcios unos opresores inicuos, unas sanguijuelas ávidas, verdugos <strong>de</strong><br />

mujeres y niños, a fin <strong>de</strong> que su odio sea suficientemente fuerte para<br />

mover las montañas.<br />

-Pero todo esto es falso, como sabes muy bien -le hice observar.<br />

Tendió las manos con la palma hacia arriba y dijo:<br />

-¿Qué es la verdad, Sinuhé? Después <strong>de</strong> haberse impregnado <strong>de</strong> la<br />

verdad que yo les inculco estarán dispuestos a jurar por todos los dioses<br />

que es cierto, y si alguien preten<strong>de</strong> probarles lo contrario, lo matarán<br />

como si fuera un blasfemo. Tienen que pensar que son los más fuertes,<br />

los más bravos y los más justos <strong>de</strong>l mundo y amar la libertad más que el<br />

hambre, la muerte y las privaciones a fin <strong>de</strong> estar dispuestos a pagar su<br />

libertad a cualquier precio. He aquí lo que les enseño y son muchos ya<br />

los que creen mi verdad, y cada creyente convierte a otras personas y<br />

pronto el fuego se exten<strong>de</strong>rá oculto por todo Siria. Es también una<br />

verdad que Egipto trajo a Siria la sangre y el fuego, y por la sangre y el<br />

fuego será expulsado <strong>de</strong> ella.<br />

-¿Cuál es la libertad <strong>de</strong> que les hablas? -le pregunté, porque sus<br />

palabras me llenaban <strong>de</strong> temor por Egipto y todas las colonias.<br />

De nuevo me mostró las palmas <strong>de</strong> sus manos diciendo con<br />

benevolencia:<br />

-La libertad es una palabra complicada y cada cual le da el significado<br />

que quiere, pero esto importa poco, mientras la libertad no está<br />

conseguida. Para llegar a la verdad hay que ser muchos, pero una vez<br />

adquirida es mejor no compartirla con nadie y reservarla para uno solo.<br />

Por esto creo que el país <strong>de</strong> Amurrú tendrá un día el honor <strong>de</strong> ser


llamado la cuna <strong>de</strong> la in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia siria. Puedo también <strong>de</strong>cirte que un<br />

pueblo que cree todo lo que le cuentan es como un rebaño <strong>de</strong> bueyes<br />

llevado con las picas o como un rebaño <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>ros que sigue al carnero<br />

sin preguntarse adón<strong>de</strong> lo lleva. Quizá yo sea tanto la pica como el<br />

carnero.<br />

-Creo verda<strong>de</strong>ramente que eres un auténtico carnero -le dije-, puesto<br />

que hablas así, porque tus palabras son peligrosas; y si el faraón se<br />

entera <strong>de</strong> ellas, podría enviar sus carros <strong>de</strong> guerra y sus lanceros contra ti<br />

para <strong>de</strong>struir tus murallas y ahorcarte en la proa <strong>de</strong> su navío con tu hijo<br />

al regresar a Tebas.<br />

Pero Aziru se limitó a sonreír y dijo:<br />

-Creo no tener que temer nada <strong>de</strong>l faraón, porque he aceptado <strong>de</strong> su<br />

mano la cruz <strong>de</strong> vida y elevado un templo a su dios. Por esto tiene plena<br />

confianza en mí; mucha más que en ninguno <strong>de</strong> sus enviados y<br />

comandantes <strong>de</strong> guarnición que creen todavía en Amón. Voy a enseñarte<br />

algo que te divertirá.<br />

Me llevó cerca <strong>de</strong> un muro y me mostró un cuerpo colgado cabeza<br />

abajo sobre el que pululaban las moscas.<br />

-Si te fijas bien, verás que este hombre está circunciso y es un egipcio.<br />

Era incluso un recaudador <strong>de</strong>l faraón y tuvo la osadía <strong>de</strong> venir a mi<br />

palacio a preguntarme por qué mi tribu llevaba un retraso <strong>de</strong> algunos<br />

años. Mis soldados se divirtieron mucho con él antes <strong>de</strong> colgarlo por su<br />

<strong>de</strong>sfachatez. Con este acto he conseguido que en a<strong>de</strong>lante los egipcios se<br />

abstengan <strong>de</strong> atravesar mi país y los merca<strong>de</strong>res prefieren pagarme los<br />

<strong>de</strong>rechos a mí y no a ellos. Compren<strong>de</strong>rás lo que esto quiere <strong>de</strong>cir cuanto<br />

te diga que Megiddo está en mi po<strong>de</strong>r y me obe<strong>de</strong>ce a mí y no a su<br />

guarnición egipcia, que se oculta en el fuerte y no se atreve a mostrarse<br />

por las calles.<br />

-Que la sangre <strong>de</strong> este <strong>de</strong>sgraciado caiga sobre tu cabeza -dije yo,<br />

asustado-. Tu castigo será terrible, porque en Egipto se pue<strong>de</strong> bromear<br />

con todo menos con los recaudadores <strong>de</strong>l faraón.<br />

-He expuesto simplemente la verdad, sobre este muro -dijo Aziru con<br />

satisfacción-. Naturalmente, el asunto fue objeto <strong>de</strong> largas<br />

investigaciones y he accedido con gusto a redactar cartas y tablillas, y he<br />

recibido también un gran número, que conservo cuidadosamente<br />

numeradas en mis archivos a fin <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r hacer referencia a ellas al<br />

escribir nuevas epístolas, hasta que pueda edificar con ellas un baluarte<br />

para protegerme. Por el Baal <strong>de</strong> Amurrú, he conseguido ya embrollar el<br />

asunto hasta un punto que el gobernador <strong>de</strong> Megiddo maldice el día <strong>de</strong><br />

su nacimiento <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que lo asedio a tablillas para que me dé satisfacción<br />

<strong>de</strong>l agravio infligido por el recaudador. Con la ayuda <strong>de</strong> numerosos<br />

testigos he conseguido probar también que este hombre era un asesino,<br />

un ladrón y un prevaricador. He probado que violaba las mujeres en los


pueblos, blasfemaba sobre los dioses <strong>de</strong> Siria y había profanado el altar<br />

<strong>de</strong> Atón en mi propia ciudad, lo cual bastará para ganar la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong>l<br />

rey. ¿Compren<strong>de</strong>s, Sinuhé? La justicia y la ley escritas sobre las tablillas<br />

<strong>de</strong> arcilla son lentas y peliagudas y los asuntos se complican a medida<br />

que las tablillas <strong>de</strong> arcilla se amontonan <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los jueces, y al final<br />

ni el mismo diablo llegaría a <strong>de</strong>senmarañar las cosas y <strong>de</strong>scubrir la<br />

verdad. En esta materia soy más fuerte que los egipcios y pronto seré<br />

también más fuerte que ellos en otros aspectos.<br />

Pero cuanto más me hablaba más pensaba en Horemheb, porque<br />

estos dos hombres se parecían y eran soldados natos. Aziru tenía más<br />

años y estaba más corrompido por la política siria. No le creía capaz <strong>de</strong><br />

gobernar gran<strong>de</strong>s pueblos y me <strong>de</strong>cía que sus proyectos databan <strong>de</strong> los<br />

tiempos <strong>de</strong> su padre, cuando Siria era un palpitante nido <strong>de</strong> serpientes<br />

mientras los reyezuelos se disputaban el po<strong>de</strong>r y se asesinaban, antes <strong>de</strong><br />

que Egipto hubiese pacificado el país y dado a los hijos <strong>de</strong> los reyes una<br />

buena educación en la mansión dorada <strong>de</strong>l faraón para civilizarlos. Traté<br />

también <strong>de</strong> exponerle que no tenía una i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>río <strong>de</strong> Egipto ni <strong>de</strong><br />

sus riquezas, y lo puse en guardia contra un exceso <strong>de</strong> confianza, porque<br />

un saco pue<strong>de</strong> llenarse <strong>de</strong> aire, pero si se le hace un agujero, se<br />

<strong>de</strong>shincha y pier<strong>de</strong> su grosor. Pero Aziru se rió mostrando sus dientes<br />

dorados y, para hacer ostentación <strong>de</strong> sus riquezas, me hizo servir cor<strong>de</strong>ro<br />

asado en fuentes <strong>de</strong> plata.<br />

Su cuarto <strong>de</strong> trabajo estaba en efecto lleno <strong>de</strong> tablillas <strong>de</strong> arcilla, y los<br />

mensajeros le llevaban cartas <strong>de</strong> todos los rincones <strong>de</strong> Siria. Recibía<br />

también mensajes <strong>de</strong> los reyes hititas y <strong>de</strong> Babilonia, pero no me<br />

permitió leerlas, lo cual no le impidió jactarse <strong>de</strong> ellas. Me interrogó<br />

sobre el país <strong>de</strong> los hititas y Khatushash, pero comprobé que sabía tanto<br />

como yo. Los enviados hititas iban a verle y conversaban con sus jefes y<br />

sus soldados y, viendo todo aquello, le dije:<br />

-El león y el chacal pue<strong>de</strong>n perfectamente enten<strong>de</strong>rse para cazar a<br />

medias, pero, ¿has visto alguna vez al chacal recibir los mejores pedazos<br />

<strong>de</strong>l botín?<br />

Se rió mostrando sus dientes <strong>de</strong> oro y dijo:<br />

-Tengo como tú un vivo <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> instruirme, pero no he podido viajar<br />

como tú, que no tienes preocupaciones administrativas y eres libre como<br />

el pájaro. No hay mal alguno en que los oficiales hititas enseñen a mis<br />

jefes el arte militar, porque tienen armas nuevas y una gran experiencia.<br />

No pue<strong>de</strong> ser más que útil para el faraón, porque si estalla una nueva<br />

guerra, Siria será <strong>de</strong> nuevo el escudo <strong>de</strong> Egipto por el Norte y este escudo<br />

se ha visto más <strong>de</strong> una vez ensangrentado, <strong>de</strong> lo cual nos acordaremos<br />

cuando llegue el momento <strong>de</strong> ajustar cuentas entre Siria y Egipto.<br />

Mientras me hablaba <strong>de</strong> la guerra yo pensaba otra vez en Horemheb y<br />

le dije:


-Hace ya tiempo que abuso <strong>de</strong> tu hospitalidad y <strong>de</strong>searía regresar a<br />

Simyra, si pones a mi disposición una litera, porque no volveré a subir<br />

jamás a estos terribles carros <strong>de</strong> guerra. Pero Simyra no me gusta y he<br />

chupado ya quizá <strong>de</strong>masiado la sangre <strong>de</strong> esta pobre Siria, <strong>de</strong> manera<br />

que me propongo regresar a Egipto a la primera ocasión. Por esto quizás<br />

estaremos mucho tiempo sin vernos, porque el recuerdo <strong>de</strong>l sabor <strong>de</strong>l<br />

agua <strong>de</strong>l Nilo me es <strong>de</strong>licioso a la boca y me contentaré con beberla<br />

durante el resto <strong>de</strong> mis días, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber visto mucho mal en este<br />

mundo y haber recibido <strong>de</strong> ti también una lección.<br />

Y Aziru dijo:<br />

-Del mañana nadie está seguro y en la piedra que rueda no se cría<br />

musgo; la inquietud que brilla en tus ojos te impedirá permanecer<br />

mucho tiempo en ninguna parte. Pero elige una mujer, la que quieras en<br />

mi país, te haré construir una casa en la villa y no tendrás que<br />

arrepentirte <strong>de</strong> haber practicado la medicina aquí.<br />

Bromeando, le dije:<br />

-El país <strong>de</strong> Amurrú es el más inicuo y odioso <strong>de</strong> la tierra, su Baal es un<br />

horror y sus mujeres apestan a cabra. Por esto siembro el odio entre<br />

Amurrú y yo, y trepanaré a quien dijere bien <strong>de</strong> él y haré a<strong>de</strong>más muchas<br />

otras cosas que no puedo enumerar aquí, porque no me acuerdo <strong>de</strong> ellas,<br />

pero cuento con escribir, sobre tablillas numeradas que has violado a mi<br />

mujer y robado los bueyes que jamás he poseído, y que te has entregado<br />

a la magia, a fin <strong>de</strong> que te cuelguen cabeza abajo, y saquearé tu casa y me<br />

llevaré tu oro para comprar cien veces cien jarras <strong>de</strong> vino a fin <strong>de</strong> beber a<br />

tu salud. El palacio resonó bajo sus carcajadas, y sus dientes <strong>de</strong> oro<br />

brillaban entre su barba rizada. Bajo este aspecto acu<strong>de</strong> a mi mente<br />

durante los malos días, pero nos separamos amigos, y me dio una litera y<br />

numerosos regalos, y sus soldados me escoltaron hasta Simyra para<br />

evitarme todo inci<strong>de</strong>nte en el curso <strong>de</strong>l camino.<br />

Cerca <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> Simyra una golondrina pasó veloz sobre mi<br />

cabeza y mi espíritu se inquietó, y la calle me abrasaba los pies. Por esto<br />

en cuanto hube llegado le dije a Kaptah:<br />

-Ven<strong>de</strong> esta casa y prepara nuestros equipajes, porque nos vamos a<br />

Egipto.<br />

No me exten<strong>de</strong>ré mucho sobre nuestro viaje <strong>de</strong> regreso porque fue<br />

como una sombra o un sueño <strong>de</strong> inquietud. Una vez a bordo para<br />

regresar al país <strong>de</strong> las tierras negras y volver a Tebas, la villa <strong>de</strong> mi<br />

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infancia, fui presa <strong>de</strong> una impaciencia tan febril que no podía<br />

permanecer quieto, sino que me paseaba por cubierta, dando vueltas<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> los equipajes y mercancías, perseguido por el dolor <strong>de</strong> Siria,<br />

esperando cada día con mayor impaciencia ver, en lugar <strong>de</strong> las riberas<br />

montañosas, las ver<strong>de</strong>s llanuras orladas por los cañaverales. Durante las<br />

largas escalas en las villas costeras no tuve la paciencia <strong>de</strong> estudiarlas ni<br />

<strong>de</strong> recoger informaciones.<br />

La primavera renacía en los valles sirios, y las montañas, vistas <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

el mar, se enrojecían como las viñas, y por la tar<strong>de</strong> la primavera pintaba<br />

<strong>de</strong> ver<strong>de</strong> pálido el agua espumosa <strong>de</strong> las riberas; los sacerdotes <strong>de</strong> Baal<br />

aullaban en los callejones estrechos, arañándose el rostro, y las mujeres<br />

<strong>de</strong> ojos centelleantes y cabelleras sueltas tiraban <strong>de</strong> las carretas <strong>de</strong><br />

ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los sacerdotes. Pero estos espectáculos me eran<br />

familiares, y las costumbres groseras y aquella excitación brutal me<br />

repugnaban ahora que veía ya cercana a mi patria. Creía mi corazón<br />

endurecido, acostumbrado a todas las creencias y costumbres, creía<br />

compren<strong>de</strong>r a la gente, fuese cual fuere su color, sin menospreciar a<br />

nadie, porque mi sola intención era adquirir saber, pero el mero<br />

pensamiento <strong>de</strong> estar en camino hacia las tierras negras <strong>de</strong>svanecía esta<br />

indiferencia. Como unas vestiduras extranjeras, los pensamientos<br />

extranjeros caíanse <strong>de</strong> mi espíritu y era <strong>de</strong> nuevo, <strong>de</strong> todo corazón, un<br />

egipcio, y me impacientaba por sentir otra vez el olor a pescado frito <strong>de</strong><br />

las calles <strong>de</strong> Tebas a la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, cuando las mujeres encien<strong>de</strong>n<br />

los fuegos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sus cabañas <strong>de</strong> tierra amasada; aspiraba el sabor<br />

<strong>de</strong>l vino egipcio en mi lengua y <strong>de</strong>l agua <strong>de</strong>l Nilo con su aroma <strong>de</strong> barro<br />

fértil. Quería oír susurrar los papiros bajo el viento primaveral, ver <strong>de</strong><br />

nuevo el loto florecer en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l río, admirar las columnas<br />

policromadas con sus imágenes eternas y los jeroglíficos <strong>de</strong> los templos<br />

mientras el humo <strong>de</strong>l incienso subía por entre los pilares. Tal era la<br />

locura <strong>de</strong> mi corazón.<br />

Regresaba a mi país y, sin embargo, no tenía casa en él y era un<br />

extranjero sobre la tierra. Llegaba a mi país y los recuerdos me eran más<br />

dolorosos, pero el tiempo y el saber los habían cubierto con la arena <strong>de</strong>l<br />

olvido. No sentía ya dolor ni vergüenza, sino que el país me saturaba el<br />

corazón.<br />

Abandonábamos la rica y fértil Siria, estremecida <strong>de</strong> odio y <strong>de</strong> pasión.<br />

Nuestro navío seguía las costas rojas <strong>de</strong>l Sinaí y el viento <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto<br />

azotaba seco y ardiente nuestros rostros, pese a que estuviésemos en<br />

primavera. Después vino el día en que el mar se tiñó <strong>de</strong> amarillo y <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> él apareció una <strong>de</strong>lgada línea ver<strong>de</strong> y los marinos metieron en el mar<br />

un cántaro y se llenó <strong>de</strong> agua casi dulce, porque era agua <strong>de</strong>l Nilo eterno<br />

que sabía a fango <strong>de</strong> Egipto. Y jamás vino alguno fue más <strong>de</strong>licioso a mi


paladar que aquella agua fangosa salida <strong>de</strong>l mar, lejos <strong>de</strong> la tierra. Pero<br />

Kaptah dijo:<br />

-El agua siempre es agua incluso en el Nilo. Espera, ¡oh dueño mío!,<br />

que estemos en una taberna <strong>de</strong>cente don<strong>de</strong> la cerveza es espumosa y<br />

clara y no hay que filtrarla para quitarle la cáscara <strong>de</strong>l grano. Sólo<br />

entonces me sentiré en Egipto.<br />

Estas palabras impías y ofensivas me hirieron vivamente y le dije:<br />

-Un esclavo será siempre un esclavo, incluso bajo las ropas más<br />

suntuosas. Espera a que haya encontrado mi flexible bastón <strong>de</strong> junco,<br />

como se encuentran en los juncales <strong>de</strong>l Nilo, y entonces te sentirás<br />

verda<strong>de</strong>ramente en casa.<br />

Pero Kaptah no se ofuscó, sus ojos se hume<strong>de</strong>cieron <strong>de</strong> emoción, su<br />

barbilla tembló y se inclinó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, con las manos a la altura <strong>de</strong><br />

las rodillas y dijo:<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente, ¡oh dueño mío!, tienes el talento <strong>de</strong> hallar en todo<br />

momento la palabra justa, porque había olvidado ya la dulzura <strong>de</strong> un<br />

golpe <strong>de</strong>l junco flexible aplicado sobre las nalgas o los muslos. ¡Ah,<br />

dueño mío! Es un goce que quisiera que conocieses, porque mejor que el<br />

agua y la cerveza, mejor que el incienso en los templos y los ána<strong>de</strong>s en<br />

los cañaverales, recuerda la vida <strong>de</strong> Egipto don<strong>de</strong> cada cual está en su<br />

justo sitio y nada cambia con el curso <strong>de</strong> los años, sino que todo<br />

permanece inmutable. No te extrañes, pues, si lloro <strong>de</strong> emoción, porque<br />

ahora siento verda<strong>de</strong>ramente que regreso a mi país <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />

visto tantas cosas extrañas, incomprensibles y <strong>de</strong>spreciables. ¡Sé pues,<br />

bendita, caña <strong>de</strong> junco que pones las cosas en or<strong>de</strong>n y resuelves todos los<br />

problemas, porque nada es igual a ti!<br />

Lloró <strong>de</strong> emoción un buen rato y fue a ungir el escarabajo, pero<br />

observé que no empleaba para esto un aceite tan precioso como antes,<br />

porque las costas estaban cercanas y una vez en Egipto, contaba<br />

componérselas con su propios medios.<br />

Sólo al abordar en el gran puerto <strong>de</strong>l bajo país comprendí hasta qué<br />

punto estaba saciado <strong>de</strong> ver vestiduras amplias y abigarradas, barbas<br />

rizadas y cuerpos obesos. Los flancos <strong>de</strong>macrados <strong>de</strong> los portadores, sus<br />

minúsculos paños, su mentón afeitado, el dialecto <strong>de</strong>l bajo país, el olor a<br />

sudor, el aroma a fango, el <strong>de</strong> las cañas y el <strong>de</strong>l puerto, todo era diferente<br />

<strong>de</strong> Siria, todo era familiar y mis vestiduras sirias comenzaban a<br />

estorbarme. Después <strong>de</strong> haberme <strong>de</strong>sembarazado <strong>de</strong> los escribas <strong>de</strong>l<br />

puerto y haber inscrito mi nombre numerosas veces, fui inmediatamente<br />

a comprarme nuevas ropas y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la lana, el lino más fino fue <strong>de</strong><br />

nuevo una <strong>de</strong>licia para mi piel. Pero Kaptah optó por hacerse pasar por<br />

sirio, porque temía que su nombre figurase en la lista <strong>de</strong> los esclavos<br />

fugitivos, pese a que le hubiese procurado una tablilla <strong>de</strong> arcilla en la que


las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Simyra atestiguaban que hacía nacido esclavo en Siria<br />

y que yo lo había comprado legalmente.<br />

Después <strong>de</strong> esto subimos a un barco <strong>de</strong>l río para remontar la<br />

corriente. Transcurrían los días y nosotros íbamos acostumbrándonos a<br />

Egipto, y los campos se secaban a ambos lados <strong>de</strong>l río y los bueyes<br />

tiraban lentamente <strong>de</strong> los arados <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, y los campesinos, con la<br />

cabeza baja, caminaban por los surcos para sembrar en el barro tierno.<br />

Las golondrinas volaban por encima <strong>de</strong> nuestro barco y bandadas <strong>de</strong><br />

ellas gritaban con inquietud y se lanzaban hacia el suelo para escon<strong>de</strong>rse<br />

en el barro durante la época más calurosa <strong>de</strong>l año. Las palmeras<br />

elevaban sus cúpulas sobre las riberas, las cabañas aplastadas <strong>de</strong> los<br />

poblados se abrigaban a la sombra <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s sicómoros, el barco se<br />

<strong>de</strong>tenía en los <strong>de</strong>sembarca<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> las poblaciones gran<strong>de</strong>s y pequeñas y<br />

no había taberna a la que Kaptah no se precipitase para apagar su sed<br />

egipcia, para jactarse <strong>de</strong> su viaje y asombrar a los obreros <strong>de</strong>l puerto, que<br />

lo escuchaban riéndose e invocando a sus dioses.<br />

Y yo vi <strong>de</strong> nuevo al este <strong>de</strong>l río elevarse las tres montañas hacia el<br />

cielo, los tres eternos guardianes <strong>de</strong> Tebas. La población era más <strong>de</strong>nsa y<br />

los poblados pobres con sus cabañas <strong>de</strong> tierra amasada, alternaban con<br />

los barrios ricos <strong>de</strong> las villas; <strong>de</strong>spués aparecieron las murallas, potentes<br />

como montañas; y vi el techo <strong>de</strong>l gran templo y sus columnas y los<br />

innumerables edificios <strong>de</strong>l templo y el lago sagrado. Al Este se extendían<br />

sin fin hasta las colinas <strong>de</strong> la Villa <strong>de</strong> los Muertos, y los templos<br />

mortuorios <strong>de</strong> los faraones resplan<strong>de</strong>cían <strong>de</strong> blancura sobre las<br />

montañas amarillas, y los pórticos <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> la gran reina<br />

soportaban un mar <strong>de</strong> árboles en flor. Detrás <strong>de</strong> las montañas aparecía el<br />

valle prohibido con sus serpientes y sus escorpiones, y en esta arena,<br />

cerca <strong>de</strong> la tumba <strong>de</strong> un gran faraón, era don<strong>de</strong> reposaban mi padre<br />

Senmut y mi madre Kipa, envueltos en una piel <strong>de</strong> buey para que<br />

vivieran eternamente.<br />

Pero más lejos al Sur, en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l río, se levantaba, ligero y<br />

azulado, con sus jardines y baluartes, el palacio dorado <strong>de</strong>l faraón. Y yo<br />

me pregunté si mi amigo Horemheb habitaba en él.<br />

El barco abordó en el muelle <strong>de</strong> piedra familiar y todo estaba como<br />

antes; no estaba lejos el lugar don<strong>de</strong> había vivido mi juventud sin darme<br />

cuenta <strong>de</strong> que más tar<strong>de</strong> aniquilaría la vida <strong>de</strong> mis padres. La arena <strong>de</strong>l<br />

tiempo y <strong>de</strong> los amargos recuerdos comenzó a moverse ante esta<br />

evocación, y sentí <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> ocultarme y cubrirme el rostro y no<br />

experimentaba ningún goce, pese a que la muchedumbre <strong>de</strong>l gran puerto<br />

me ro<strong>de</strong>ase <strong>de</strong> nuevo, y sentía las miradas <strong>de</strong> la gente, sus a<strong>de</strong>manes<br />

inquietos y su precipitación, porque todo <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> mi encuentro con<br />

Horemheb y <strong>de</strong> su situación en la Corte. Pero en cuanto mis pies<br />

tocaron las piedras <strong>de</strong>l puerto, supe lo que haría, y ello no me pre<strong>de</strong>cía ni


gloria médica, ni riqueza, ni gran<strong>de</strong>s regalos por mi saber tan<br />

penosamente adquirido, como me lo había figurado antes, porque todo<br />

esto implicaba una vida sencilla, la oscuridad y enfermos indigentes. Y,<br />

sin embargo, una extraña paz llenaba mi corazón ante la perspectiva <strong>de</strong><br />

este porvenir mo<strong>de</strong>sto y, sin embargo, yo pretendía conocer el mío a<br />

fondo. Jamás tal proyecto había pasado por mi espíritu, pero había<br />

probablemente madurado sin darme cuenta, como fruto <strong>de</strong> todas mis<br />

experiencias. Después <strong>de</strong> haber oído el zumbido <strong>de</strong> Tebas a mi alre<strong>de</strong>dor<br />

y tocado con mis pies las piedras calentadas por el sol <strong>de</strong> Egipto, me<br />

sentía <strong>de</strong> nuevo un niño, y observaba con ojos curiosos y serios a mi<br />

padre Senmut recibiendo a sus enfermos. Por esto rechacé a los<br />

portadores que se precipitaban hacia mí y le dije a Kaptah:<br />

-Deja los equipajes a bordo y ve pronto a comprarme una casa,<br />

cualquiera, cerca <strong>de</strong>l puerto, en el barrio <strong>de</strong> los pobres, si es posible cerca<br />

<strong>de</strong> don<strong>de</strong> vivió mi padre hasta que fue <strong>de</strong>rribada la suya. Ve pronto, a fin<br />

<strong>de</strong> que pueda instalarme hoy mismo y comenzar mañana a practicar mi<br />

arte.<br />

Kaptah bajó la cabeza y su rostro se alargó, porque había creído que<br />

nos alojaríamos en la mejor hospe<strong>de</strong>ría, don<strong>de</strong> nos servirían los esclavos.<br />

Pero por una vez no protestó y, mirándome atentamente, cerró la boca y<br />

se alejó con la cabeza baja. La misma tar<strong>de</strong> entré en la casa <strong>de</strong> un<br />

antiguo fundidor <strong>de</strong> cobre en el barrio <strong>de</strong> los pobres y me llevaron allí<br />

mis efectos y extendí mi alfombrilla sobre el suelo <strong>de</strong> tierra apisonada.<br />

Delante <strong>de</strong> las cabañas <strong>de</strong> las callejuelas pobres ardían los fuegos <strong>de</strong> las<br />

cocinas y el olor <strong>de</strong> pescado frito en grasa flotaba por todo el barrio<br />

pobre, sucio y miserable; <strong>de</strong>spués se encendieron las luces en las casas<br />

<strong>de</strong> placer, la música siria estalló en la noche mezclándose a los gritos <strong>de</strong><br />

los marineros ebrios, y por encima <strong>de</strong> Tebas el cielo se enrojecía a causa<br />

<strong>de</strong> las innumerables luces <strong>de</strong>l centro <strong>de</strong> la villa. Estaba <strong>de</strong> nuevo en mi<br />

casa, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber seguido hasta el fin rutas <strong>de</strong>cepcionantes,<br />

huyendo <strong>de</strong> mí mismo en muchos países en busca <strong>de</strong> saber.<br />

A la mañana siguiente le dije a Kaptah:<br />

-Coloca una placa <strong>de</strong> médico en mi puerta, pero sencilla, sin pinturas<br />

ni adornos. Y si alguien pregunta por mí no hables <strong>de</strong> mi sabiduría ni <strong>de</strong><br />

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mi reputación, sino que dirás simplemente que el médico Sinuhé recibe a<br />

los enfermos, los pobres también, y que cada cual hará el regalo según<br />

sus recursos.<br />

-¿También los pobres? -exclamó Kaptah con un temor inocente-. ¡Oh<br />

dueño mío! ¿No estarás enfermo? ¿Has bebido agua estancada o te ha<br />

picado algún escorpión?<br />

-Ejecuta mis ór<strong>de</strong>nes si quieres seguir en mi casa -le dije-. Pero si esta<br />

casa mo<strong>de</strong>sta no te gusta o el olor <strong>de</strong> los pobres incomoda tu olfato<br />

refinado en Siria, te permito ir y venir a tu antojo. Imagino que me has<br />

robado lo suficiente para comprarte una casa y tomar una mujer si lo<br />

<strong>de</strong>seas. No te retengo.<br />

-¿Una mujer? -dijo Kaptah más asustado todavía-. Verda<strong>de</strong>ramente<br />

estás enfermo, ¡oh dueño mío! Tienes fiebre. ¿Por qué tomaría yo una<br />

mujer que me oprimiría y me olería el aliento a mi regreso, y por la<br />

mañana, cuando me <strong>de</strong>spertase con la cabeza pesada, agarraría el bastón<br />

y me abrumaría bajo palabras infames? ¿A qué casarse, en verdad,<br />

cuando cualquier esclava rin<strong>de</strong> el mismo servicio, como te lo he expuesto<br />

ya? Sin duda alguna, los dioses te han imbuido la locura, lo cual no me<br />

extraña, porque conozco tu i<strong>de</strong>a sobre ellos, pero eres mi dueño y tu<br />

camino es el mío, y tu castigo también, y, sin embargo, esperaba haber<br />

llegado ya a puerto <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todas las terribles pruebas que me has<br />

impuesto, sin hablar <strong>de</strong> las travesías, pero prefiero olvidar. Si una<br />

alfombrilla <strong>de</strong> juncos te basta para dormir, me bastará a mí también, y<br />

esta miseria tendrá por lo menos el buen aspecto <strong>de</strong> que las tabernas y<br />

las casas <strong>de</strong> placer estarán a mi alcance y «La Cola <strong>de</strong> Cocodrilo», <strong>de</strong> que<br />

te he hablado, no está lejos <strong>de</strong> aquí. Espero que me perdonarás si voy<br />

hoy mismo y me embriago. Verda<strong>de</strong>ramente, al mirarte, presiento<br />

siempre una <strong>de</strong>sgracia, y no sé nunca lo que vas a hacer o <strong>de</strong>cir, porque<br />

hablas y obras siempre contrariamente al sentido común, pero <strong>de</strong> todos<br />

modos no me esperaba esto. Sólo un loco oculta una joya en un montón<br />

<strong>de</strong> estiércol y tú entierras tu saber y tu habilidad en la basura.<br />

-Kaptah -le dije-, el hombre nace <strong>de</strong>snudo en este mundo, y en la<br />

enfermedad no existe diferencia entre pobres y ricos, egipcios o sirios.<br />

-Es posible -dijo Kaptah-, pero existe una diferencia entre sus regalos.<br />

Sin embargo, tu i<strong>de</strong>a es bella y no hubiera tenido nada que objetar si otro<br />

la practicase, pero no tú, precisamente en el momento en que, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> tantas penalida<strong>de</strong>s, hubiéramos podido balancearnos sobre una rama<br />

dorada. Tu i<strong>de</strong>a convendría más a un esclavo <strong>de</strong> nacimiento; sería<br />

comprensible, y en mi juventud he tenido algunas semejantes hasta que<br />

me las extirparon a bastonazos.<br />

-Para que lo sepas todo -le dije-, añadiré que <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> algún tiempo,<br />

si <strong>de</strong>scubro algún niño abandonado, me propongo adoptarlo y educarlo<br />

como un hijo.


-¿Para qué? -dijo con aire sorprendido-. En los templos existen<br />

hogares para los niños abandonados y algunos llegan a ser sacerdotes <strong>de</strong><br />

grados inferiores, y otros son castrados y llevan en los gineceos <strong>de</strong> los<br />

faraones una vida mucho más brillante que la que su madre podía<br />

esperar para ellos. Por otra parte, si <strong>de</strong>seas un hijo, lo cual es muy<br />

comprensible, nada es más fácil, con tal <strong>de</strong> que no cometas la tontería <strong>de</strong><br />

romper una jarra con una mujer que no nos proporcionaría más que<br />

disgustos. Si no quieres comprar una esclava pue<strong>de</strong>s seducir la hija <strong>de</strong><br />

algún pobre y sería feliz y te estaría agra<strong>de</strong>cida <strong>de</strong> que la <strong>de</strong>sembarazaras<br />

<strong>de</strong> su hijo y le evitases así la vergüenza. Pero los chiquillos causan<br />

muchas preocupaciones y dificulta<strong>de</strong>s, y se exagera ciertamente el placer<br />

que producen, pese a que yo no sea competente en esta materia, puesto<br />

que no he visto nunca los míos, pese a que tenga muchos motivos <strong>de</strong><br />

creer que crecen en bandadas por los cuatro vientos <strong>de</strong>l cielo. Obrarías<br />

cuerdamente comprando hoy mismo una joven esclava que podría<br />

secundarme, porque mis miembros están endurecidos y mis manos<br />

tiemblan <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tantas pruebas sufridas sobre todo por la mañana, y<br />

hay <strong>de</strong>masiado trabajo para mí solo en cuidarme <strong>de</strong> la casa, sin contar<br />

que tengo que ocuparme <strong>de</strong> colocar mis fondos.<br />

-No había pensado en ello -le dije-. Pero no tengo ganas <strong>de</strong> comprar<br />

una esclava. Contrata, pues, un servidor a mi costa, porque te lo has<br />

ganado. Si te quedas en mi casa, serás libre <strong>de</strong> ir y venir a tu antojo,<br />

como premio <strong>de</strong> tu fi<strong>de</strong>lidad, y creo que podrás proporcionarme muchos<br />

informes útiles gracias a tu sed. Haz lo que te digo, y cesa <strong>de</strong> refunfuñar,<br />

porque mi <strong>de</strong>cisión ha sido tomada con una fuerza irresistible y es<br />

irrevocable.<br />

Y con estas palabras salí para informarme acerca <strong>de</strong> mis amigos.<br />

Pregunté por Thotmés en «La jarra Siria», pero el patrón había<br />

cambiado y el nuevo no sabía ni una palabra <strong>de</strong>l pobre artista que<br />

ganaba su vida dibujando gatos en los libros para los chiquillos ricos.<br />

Para encontrar a Horemheb, fui a la casa <strong>de</strong> los soldados, pero estaba<br />

vacía. No había luchadores en el patio y los soldados no atravesaban ya<br />

sacos <strong>de</strong> cañas con sus lanzas como antes, ni las gran<strong>de</strong>s marmitas<br />

hervían sobre los hogares, sino que todo estaba <strong>de</strong>sierto. Un suboficial<br />

sardo, malhumorado, me miraba, arañando la arena con los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> los<br />

pies; su rostro tostado era huesudo y estaba sin engrasar, pero se inclinó<br />

al oír el nombre <strong>de</strong> Horemheb, el jefe militar que había dirigido una<br />

campaña contra los khabiri en Siria algunos años antes. Horemheb era<br />

todavía comandante real, me dijo en un dialecto egipcio, pero estaba<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía dos meses en el país <strong>de</strong> Kush para suprimir las guarniciones<br />

y licenciar las tropas, y no se sabía cuándo regresaría. Le di una pieza <strong>de</strong><br />

plata porque estaba melancólico y estuvo tan contento que olvidó su


dignidad sarda y me sonrió jurando por un dios cuyo nombre me era<br />

<strong>de</strong>sconocido.<br />

Me iba a marchar, pero me <strong>de</strong>tuvo cogiéndome <strong>de</strong> la manga y me<br />

mostró el patio <strong>de</strong>sierto.<br />

-Horemheb es un gran capitán -dijo-, compren<strong>de</strong> a los soldados y es<br />

soldado él mismo. Horemheb es un león, y el faraón un macho cabrío sin<br />

cuernos. El cuartel está vacío, sin soldados ni comida. Mis camaradas<br />

van mendigando por los campos. No sé lo que durará esto. Que Amón te<br />

bendiga por tu generosidad. Des<strong>de</strong> hace meses no he bebido<br />

convenientemente. Estoy triste. Con bellas promesas se nos atrae a este<br />

país. Los reclutadores egipcios van <strong>de</strong> tienda en tienda prometiendo<br />

mucho dinero, muchas mujeres, muchas borracheras. ¿Y ahora, qué? Ni<br />

dinero, ni mujeres, ni vino.<br />

Escupió <strong>de</strong> <strong>de</strong>specho y pisó el escupitajo con su pie endurecido. Era<br />

un sardo muy triste y me dio lástima, porque comprendía que el faraón<br />

había abandonado a sus soldados y licenciado sus tropas reclutadas con<br />

gran<strong>de</strong>s gastos por su padre. Esto me recordó al viejo Ptahor, y para<br />

saber dón<strong>de</strong> vivía me armé <strong>de</strong> valor y me fui al templo <strong>de</strong> Amón a<br />

preguntar su dirección en la Casa <strong>de</strong> la Vida. Pero el registrador me dijo<br />

que el viejo trepanador había muerto hacía tiempo y estaba<br />

enterrado hacía ya dos años en la Villa <strong>de</strong> los Muertos. Así fue como me<br />

encontré sin un solo amigo en Tebas.<br />

Puesto que estaba en el templo penetré en la gran sala <strong>de</strong> las<br />

columnas y reconocí la sombra sagrada <strong>de</strong> Amón, y el olor <strong>de</strong>l incienso<br />

cerca <strong>de</strong> los pilares policromados cubiertos <strong>de</strong> inscripciones sagradas, y<br />

las golondrinas iban y venían por los altos ventanales <strong>de</strong> cruceros <strong>de</strong><br />

piedra. Pero el templo estaba vacío, el patio vacío, y en las innumerables<br />

tiendas y talleres no reinaba ya la antigua animación. Los sacerdotes,<br />

vestidos <strong>de</strong> blanco, con sus cabezas afeitadas y relucientes <strong>de</strong> aceite, me<br />

dirigían miradas inquietas, y la gente <strong>de</strong>l patio hablaba en voz baja y<br />

miraba a su alre<strong>de</strong>dor con recelo. Yo no tenía ningún amor a Amón, pero<br />

una extraña melancolía se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> mi corazón, como cuando se evoca<br />

la juventud <strong>de</strong>saparecida para siempre, haya esta juventud sido feliz o<br />

penosa.<br />

Pasando por entre las estatuas gigantes <strong>de</strong> los faraones, me di cuenta<br />

<strong>de</strong> que cerca <strong>de</strong>l gran templo había sido erigido otro santuario <strong>de</strong> forma<br />

extraña, gran<strong>de</strong> como no había visto ninguno. No estaba ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong><br />

muros y, al penetrar en él, vi que las columnas circundaban un patio<br />

abierto sobre los altares en el cual se acumulaban, a guisa <strong>de</strong> ofrendas,<br />

trigo, flores y frutos. Sobre un gran bajorrelieve, un disco <strong>de</strong> Atón<br />

extendía sus innumerables rayos sobre el faraón sacrificando, y cada<br />

rayo terminaba en una mano bendiciendo y cada mano tenía una cruz <strong>de</strong><br />

la vida. Los sacerdotes vestidos <strong>de</strong> blanco no se habían afeitado el cráneo


y eran todos jóvenes, y su rostro <strong>de</strong>lataba el éxtasis mientras cantaban<br />

un himno sagrado cuyas palabras recordé haber oído en Jerusalén y<br />

Siria. Pero lo que me impresionó más que los sacerdotes y las imágenes<br />

fueron cuarenta enormes pilares, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los cuales una estatua <strong>de</strong>l nuevo<br />

faraón, esculpida en un tamaño mayor que el natural, con los brazos<br />

cruzados sobre el pecho y sosteniendo el cetro y el látigo real, miraba<br />

fijamente a los espectadores.<br />

Estas esculturas representaban al faraón, estaba seguro, porque<br />

reconocía su rostro espantoso <strong>de</strong> pasión y aquel cuerpo frágil con las<br />

ca<strong>de</strong>ras anchas y sus brazos y piernas <strong>de</strong>lgados. Un estremecimiento<br />

recorrió mi espalda<br />

pensando en el escultor que se había atrevido a esculpir aquellas<br />

estatuas, porque si mi amigo Thotmés había soñado un día en el arte<br />

libre, hubiera visto aquí un ejemplo bajo una forma terrible y<br />

caricaturesca. En efecto, el escultor había subrayado contra la lógica los<br />

<strong>de</strong>fectos <strong>de</strong>l cuerpo <strong>de</strong>l faraón, sus muslos hinchados, sus tobillos<br />

<strong>de</strong>lgados y su cuello flaco, como si poseyesen un sentido divino y secreto.<br />

Pero lo más terrible <strong>de</strong> todo era el rostro <strong>de</strong>l faraón, aquel rostro<br />

espantosamente alargado con sus ángulos agudos y sus pómulos<br />

salientes, la sonrisa misteriosa <strong>de</strong>l soñador y <strong>de</strong>l cínico circundando sus<br />

labios protuberantes. A cada lado <strong>de</strong>l pilón <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> Amón, los<br />

faraones se erguían majestuosos y parecidos a dioses en sus estatuas <strong>de</strong><br />

piedra. Aquí, un hombre rechoncho y raquítico contemplaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo<br />

alto <strong>de</strong> cuarenta pilares los altares <strong>de</strong> Atón. Era un ser humano que veía<br />

más lejos que los otros, y una tensión apasionada, una ironía exótica<br />

trascendía <strong>de</strong> su ser esculpido en la piedra.<br />

Viendo aquellas estatuas, todo mi ser se estremecía, y temblaba,<br />

porque por primera vez veía a Amenhotep IV tal como probablemente se<br />

veía él mismo. Yo lo había conocido una vez, en su juventud, enfermo,<br />

débil, atormentado por el gran mal, y en mi cordura <strong>de</strong>masiado precoz lo<br />

había observado con los ojos fríos <strong>de</strong>l médico, no viendo en sus palabras<br />

más que divagaciones <strong>de</strong> enfermo. Ahora lo veía tal como lo había visto<br />

el artista amándolo y <strong>de</strong>testándolo a la vez, un artista como no había<br />

existido todavía ninguno en Egipto, porque si alguien antes que él se<br />

hubiese atrevido a esculpir <strong>de</strong>l faraón una imagen parecida, hubiese sido<br />

muerto y colgado <strong>de</strong> los muros por blasfemo.<br />

No había tampoco mucha gente en este templo. Algunos hombres y<br />

mujeres eran manifiestamente cortesanos y gran<strong>de</strong>s a juzgar por el lino<br />

real <strong>de</strong> sus vestidos, sus pesados collares y sus joyas <strong>de</strong> oro. La gente<br />

ordinaria escuchaba el canto <strong>de</strong> los sacerdotes y su rostro expresaba una<br />

incomprensión total, porque los sacerdotes cantaban himnos nuevos<br />

cuyo sentido era difícil <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r. No era como los antiguos textos<br />

que datan <strong>de</strong> la época <strong>de</strong> las pirámi<strong>de</strong>s, hace cosa <strong>de</strong> dos mil años, y a los


cuales el oído piadoso está acostumbrado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la infancia, <strong>de</strong> manera<br />

que se compren<strong>de</strong>n con el corazón aun sin enten<strong>de</strong>r el sentido, si es que<br />

en realidad tiene uno todavía, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el tiempo en que han sido<br />

modificados y falsamente reproducidos en el transcurso <strong>de</strong> varias<br />

generaciones.<br />

Sea como fuere, un anciano, a quien juzgué campesino por su vestido,<br />

fue a hablar respetuosamente con los sacerdotes y les pidió un talismán<br />

apropiado a un ojo protector, o algún texto secreto, si es que los vendían<br />

a un precio razonable. Los sacerdotes le respondieron que en este templo<br />

no vendían nada, porque Atón no tenía necesidad <strong>de</strong> textos mágicos ni<br />

talismanes, sino que se acercaba a todo aquel que creía en él, sin<br />

ofrendas ni sacrificios. Ante estas palabras el anciano se enojó y,<br />

alejándose refunfuñando contra las falsas doctrinas, se dirigió<br />

directamente al antiguo templo <strong>de</strong> Amón.<br />

Una pesca<strong>de</strong>ra vieja se acercó a los sacerdotes y, mirándolos con ojos<br />

llenos <strong>de</strong> <strong>de</strong>voción, dijo:<br />

-¿Es que nadie sacrifica aquí a Atón bueyes o carneros a fin <strong>de</strong> que<br />

tengáis un poco <strong>de</strong> carne que comer, puesto que estáis tan <strong>de</strong>lgados, mis<br />

pobres muchachos? Si vuestro dios es po<strong>de</strong>roso y fuerte como dicen, e<br />

incluso más po<strong>de</strong>roso que Amón, pese a que yo no lo crea, sus sacerdotes<br />

<strong>de</strong>berían engordar y resplan<strong>de</strong>cer <strong>de</strong> obesidad. No soy más que una<br />

vulgar mujer, pero os <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> todo corazón mucha carne y buena grasa.<br />

Los sacerdotes se rieron y bromearon entre ellos como chiquillos que<br />

se divierten, pero el más viejo recobró pronto la serenidad y le dijo a la<br />

mujer:<br />

-Atón no quiere ofrendas sangrientas, y no <strong>de</strong>bes hablar <strong>de</strong> Amón en<br />

su templo, porque Amón es un falso dios y pronto su trono se<br />

<strong>de</strong>rrumbará y su templo será <strong>de</strong>struido.<br />

La mujer se retiró precipitadamente y escupió en el suelo haciendo los<br />

signos sagrados <strong>de</strong> Amón y dijo:<br />

-Tú eres quien lo ha dicho y no yo, y la maldición caerá sobre tu<br />

cabeza. Salió rápidamente seguida <strong>de</strong> otras personas que lanzaban<br />

miradas inquietas a los sacerdotes.<br />

Pero éstos se reían ruidosamente, gritándoles:<br />

-¡Huid, seres <strong>de</strong> poca fe, pero Amón es un falso dios! Amón es un falso<br />

dios y su po<strong>de</strong>río se abatirá como la hierba bajo la hoz.<br />

Entonces, uno <strong>de</strong> los hombres cogió una piedra y la arrojó contra los<br />

sacerdotes y uno <strong>de</strong> ellos fue herido en el rostro y comenzó a gemir y sus<br />

colegas llamaron en seguida a los guardias, pero el hombre se había<br />

eclipsado ya en medio <strong>de</strong> la muchedumbre <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l pilón <strong>de</strong>l templo<br />

<strong>de</strong> Amón.<br />

Este inci<strong>de</strong>nte me dio a reflexionar y, acercándome a los sacerdotes,<br />

les dije:


-Soy egipcio, pero he vivido mucho tiempo en Siria y no conozco a este<br />

dios a quien llamáis Atón. ¿Tendríais la bondad <strong>de</strong> disipar mi ignorancia<br />

y explicarme quién es, lo que pi<strong>de</strong> y cómo se le adora?<br />

Vacilaron buscando en vano la ironía en mi expresión y uno <strong>de</strong> ellos<br />

dijo:<br />

-Atón es el solo dios verda<strong>de</strong>ro. Ha creado la Tierra y el río y los<br />

hombres y los animales y todo lo que existe y se mueve. Ha existido<br />

siempre y los hombres lo han adorado como Ra en sus antiguas<br />

manifestaciones, pero en nuestros tiempos se ha aparecido bajo la forma<br />

<strong>de</strong> Atón al faraón, que es su hijo y vive solamente <strong>de</strong> la verdad. Des<strong>de</strong><br />

entonces es el único dios y todos los <strong>de</strong>más son dioses falsos. No rechaza<br />

a nadie que acuda a él y los ricos y los pobres son para él iguales, y cada<br />

mañana lo saludamos en el disco <strong>de</strong>l sol, que con sus rayos bendice tanto<br />

a la Tierra como a los buenos y a los malos, tendiendo a cada cual la cruz<br />

<strong>de</strong> vida. Si la tomas, eres su servidor, porque su ser es todo amor, y es<br />

eterno e imperece<strong>de</strong>ro, y está presente en todas las partes, <strong>de</strong> forma que<br />

nada ocurre sin su voluntad.<br />

Pero yo les dije:<br />

-Todo esto está muy bien, pero ¿también por su voluntad una piedra<br />

acaba <strong>de</strong> ensangrentar el rostro <strong>de</strong> este hombre?<br />

Los sacerdotes perdieron un poco su seguridad, se miraron y dijeron:<br />

-Te burlas <strong>de</strong> nosotros.<br />

Pero el que había sido herido dijo:<br />

-Ha permitido que esto ocurriese porque no soy digno <strong>de</strong> él, para que<br />

me instruyera. Me ha glorificado en el fondo <strong>de</strong> mi corazón <strong>de</strong>l favor <strong>de</strong><br />

que he gozado con el faraón, porque soy <strong>de</strong> humil<strong>de</strong> cuna y mi padre<br />

apacentaba los rebaños y mi madre transportaba agua <strong>de</strong>l río cuando el<br />

faraón me concedió su favor, porque tenía una bella voz para celebrar su<br />

dios.<br />

Con fingido respeto le dije:<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente, este dios <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser muy po<strong>de</strong>roso, puesto que<br />

llega a elevar a un hombre <strong>de</strong>l fango hasta la mansión dorada <strong>de</strong>l faraón.<br />

Con una sola voz respondieron:<br />

-Tienes razón, porque el faraón no se ocupa <strong>de</strong> la apariencia ni <strong>de</strong> la<br />

riqueza, ni <strong>de</strong>l nacimiento <strong>de</strong>l hombre, sino solamente <strong>de</strong> su corazón, y<br />

gracias a la fuerza <strong>de</strong> Atón, sumerge sus miradas en lo más hondo <strong>de</strong>l<br />

corazón <strong>de</strong> los hombres y lee sus pensamientos más secretos.<br />

Yo protesté:<br />

-Entonces no es un hombre, porque no está en el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> los<br />

hombres leer en el corazón ajeno, y sólo Osiris pue<strong>de</strong> pesar los corazones<br />

<strong>de</strong> los hombres.<br />

Discutieron entre ellos y me dijeron:


-Osiris no es más que un mito popular <strong>de</strong>l que no tiene necesidad el<br />

hombre si cree en Atón. A pesar <strong>de</strong> que el faraón aspira ardientemente a<br />

no ser más que un hombre, nosotros sabemos ciertamente que su<br />

esencia es divina, y esto lo prueban sus visiones durante las cuales vive<br />

en algunos instantes diferentes existencias. Pero sólo lo saben aquellos a<br />

quienes ama. Por esto el artista que ha esculpido estas estatuas <strong>de</strong>l<br />

templo lo ha representado a la vez como un hombre y como una mujer,<br />

porque Atón es la fuerza viva que anima la simiente <strong>de</strong>l hombre y<br />

procrea el infante en el seno materno.<br />

Entonces levanté irónicamente los brazos y cogiéndome la cabeza con<br />

las manos, dije:<br />

-No soy más que un hombre sencillo como la mujer sencilla <strong>de</strong> hace<br />

un momento, pero no llego a compren<strong>de</strong>r vuestras doctrinas. Me parece,<br />

por otra parte, que vuestra sabiduría es un poco confusa incluso para<br />

vosotros mismos, puesto que tenéis que discutirla entre vosotros antes<br />

<strong>de</strong> contestarme.<br />

Protestaron vivamente, diciendo:<br />

-Atón es perfecto, como es perfecto el disco <strong>de</strong>l sol, y todo lo que es,<br />

vive y respira en él es perfecto, pero el pensamiento humano es<br />

imperfecto, y parecido a una bruma y por esto no po<strong>de</strong>mos explicártelo<br />

todo, porque no lo sabemos todavía, pero cada día apren<strong>de</strong>mos algo <strong>de</strong><br />

su voluntad, y su voluntad es sólo conocida <strong>de</strong>l faraón, que es su hijo y<br />

vive en la verdad.<br />

Estas palabras me impresionaron, porque <strong>de</strong>mostraban que eran<br />

sinceros, pese a que estuviesen vestidos <strong>de</strong> fino lino y al cantar gozasen<br />

<strong>de</strong> las miradas admirativas <strong>de</strong> las mujeres y se riesen <strong>de</strong> la gente simple.<br />

Sus palabras <strong>de</strong>spertaron en mí un eco y por primera vez me dije que el<br />

pensamiento humano era quizás imperfecto y que aparte este<br />

pensamiento podía existir otra cosa que el ojo no percibía y que el oído<br />

no oía y que la mano no podía tocar. Quizás el faraón y sus sacerdotes<br />

habían <strong>de</strong>scubierto esta verdad que llamaban Atón, esta fuerza<br />

<strong>de</strong>sconocida que estaba más allá <strong>de</strong>l pensamiento humano.<br />

Regresé a mi casa a la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> y encontré encima <strong>de</strong> mi<br />

puerta una placa <strong>de</strong> médicos muy sencilla, y algunos enfermos grasientos<br />

me esperaban en el patio. Kaptah, con aspecto malhumorado, estaba<br />

sentado en la terraza abanicándose con una hoja <strong>de</strong> palmera y alejando<br />

las moscas que acompañaban a los enfermos, pero para consolarse tenía<br />

a su lado una jarra <strong>de</strong> cerveza apenas comenzada.<br />

Hice entrar primero a una madre que llevaba en brazos un chiquillo<br />

<strong>de</strong>scarnado, porque para curarla bastaba un trozo <strong>de</strong> cobre a fin <strong>de</strong> que<br />

pudiese comprar el suficiente alimento que le permitiese amamantar a<br />

su hijo. Después visité a un esclavo que tenía un <strong>de</strong>do aplastado por una<br />

rueda <strong>de</strong> molino <strong>de</strong> trigo y le di un remedio que tomar con el vino para


aminorar su dolor. Curé también a un viejo escriba que tenía en el cuello<br />

un tumor grueso como la cabeza <strong>de</strong> un niño, <strong>de</strong> manera que no podía<br />

apenas respirar. Le di un remedio a base <strong>de</strong> algas marinas que me habían<br />

enseñado en Siria, si bien a mi juicio no podía tener efecto sobre un<br />

bocio <strong>de</strong> aquel tamaño. De un trozo <strong>de</strong> tela limpia sacó dos trozos <strong>de</strong><br />

cobre y me los tendió con una mirada imploradora, porque sentía<br />

vergüenza <strong>de</strong> su pobreza, pero yo no los acepté y le dije que lo mandaría<br />

llamar si un día tenía necesidad <strong>de</strong> sus servicios, y el pobre hombre se<br />

marchó contento por haberse ahorrado su cobre.<br />

Recibí también a una muchacha <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> placer <strong>de</strong> al lado que<br />

tenía los ojos tan llenos <strong>de</strong> costras que llegaban a impedirle ejercer su<br />

profesión. La curé y le di una pomada para ponerse en los ojos, y se<br />

<strong>de</strong>snudó tímidamente para pagarme <strong>de</strong> la única manera que le era<br />

posible. Para no ofen<strong>de</strong>rla le dije que tenía que abstenerme <strong>de</strong> las<br />

mujeres a causa <strong>de</strong> una operación importante, y me creyó, porque no<br />

entendía nada <strong>de</strong>l oficio <strong>de</strong> médico, y me respetó mucho a causa <strong>de</strong> mi<br />

abstinencia. Para que su complacencia no fuese totalmente perdida para<br />

ella le quité dos verrugas que afeaban su vientre y su flanco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haberlas untado bien con una pomada anestésica, <strong>de</strong> manera que la<br />

operación no le produjo casi dolor y se marchó muy contenta.<br />

Así, durante aquella primera jornada no había ganado ni la sal ni el<br />

pan, y Kaptah se mofó <strong>de</strong> mí sirviéndome una oca gorda preparada a la<br />

moda <strong>de</strong> Tebas, plato como no se come en ninguna otra parte <strong>de</strong>l<br />

mundo. La había comprado en un elegante restaurante <strong>de</strong>l centro <strong>de</strong> la<br />

villa, guardándola caliente en el horno, y me escanció el mejor vino <strong>de</strong><br />

los viñedos <strong>de</strong> Amón en una copa <strong>de</strong> cristal <strong>de</strong> colores. Pero mi corazón<br />

estaba satisfecho y me sentía contento <strong>de</strong> mi jornada, más que si hubiese<br />

curado a un rico merca<strong>de</strong>r que me hubiera dado una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> oro.<br />

Debo <strong>de</strong>cir a este respecto que cuando pocos días <strong>de</strong>spués el esclavo vino<br />

a mostrarme su <strong>de</strong>do en vías <strong>de</strong> curación, me trajo un bote <strong>de</strong> sémola<br />

que había robado en un molino, <strong>de</strong> manera que, <strong>de</strong> todos modos, aquella<br />

primera jornada <strong>de</strong> trabajo me había proporcionado un regalo.<br />

Pero Kaptah me consoló, diciéndome:<br />

-Creo que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> esta jornada tu reputación se exten<strong>de</strong>rá por todo<br />

el barrio y tu casa estará llena <strong>de</strong> clientes <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el alba, porque oigo ya a<br />

los pobres <strong>de</strong>cirse al oído: «Ve pronto a la antigua casa <strong>de</strong>l fundidor <strong>de</strong><br />

cobre, porque el médico que se ha establecido en ella cuida a sus<br />

enfermos gratuitamente y sin dolor y con mucha habilidad, y da trozos<br />

<strong>de</strong> cobre a las madres pobres y opera gratuitamente a las muchachas <strong>de</strong><br />

placer para mejorar su belleza. Ve pronto a encontrarlo, porque el que<br />

llega primero recibe más, y pronto estará tan pobre que tendrá que<br />

ven<strong>de</strong>r su casa y marcharse, a menos que lo encierren en una habitación<br />

oscura para ponerle sanguijuelas en las rodillas.» Pero sobre este punto,


estos idiotas se engañan, porque, afortunadamente, tienes oro y yo voy a<br />

hacerlo trabajar para ti, <strong>de</strong> manera que no conocerás nunca la necesidad,<br />

sino que, si lo <strong>de</strong>seas, podrás comerte todos los días una oca y beber el<br />

mejor vino y, sin embargo, enriquecerte, si te contentas con esta sencilla<br />

casa. Pero como no haces nunca nada como los <strong>de</strong>más, no me extrañaría<br />

que el mejor día arrojases todo tu oro a un pozo y vendieses la casa y a<br />

mí con ella, por culpa <strong>de</strong> tu maldita inquietud. Por esto obrarías<br />

cuerdamente <strong>de</strong>positando en los archivos una escritura atestiguando que<br />

soy libre <strong>de</strong> ir y venir a mi antojo, porque las palabras vuelan y<br />

<strong>de</strong>saparecen, pero un escrito dura eternamente si está provisto <strong>de</strong> un<br />

sello. Tengo mis razones para pedirte esto, pero no quiero abusar <strong>de</strong> tu<br />

tiempo y tu paciencia exponiéndotelas.<br />

Era una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> primavera y los fuegos <strong>de</strong> boñigas secas ardían<br />

lentamente <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> las cabañas, y <strong>de</strong>l puerto llegaba el olor <strong>de</strong> los<br />

cargamentos <strong>de</strong> cedros y perfumes sirios. Las acacias embalsamaban el<br />

aire, y todos estos olores se mezclaban <strong>de</strong>liciosamente en mi olfato junto<br />

con el olor <strong>de</strong> pescado frito en aceite rancio, tan característico por la<br />

noche, <strong>de</strong> los barrios pobres. Me había comido una oca preparada a la<br />

manera <strong>de</strong> Tebas y bebido un vino exquisito y me sentía feliz, libre <strong>de</strong><br />

toda preocupación. Por esto le permití a Kaptah que se escanciara vino<br />

en una copa <strong>de</strong> arcilla. Dije:<br />

-Eres libre, Kaptah, lo eres <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace mucho tiempo, como sabes,<br />

porque pese a tu <strong>de</strong>sfachatez has sido para mí un amigo más que un<br />

esclavo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el día en que me entregaste tu humil<strong>de</strong> peculio creyendo<br />

no volver a verlo jamás. Eres libre, Kaptah, y mañana redactaremos lo<br />

necesario, que valorizaré con mi sello egipcio y sirio. Pero dime cómo has<br />

colocado mi oro y mis bienes, puesto que dices que el oro trabajará por<br />

mí aunque yo no gane nada. ¿No has <strong>de</strong>positado mi oro en la caja <strong>de</strong>l<br />

templo como te lo había mandado?<br />

-No, dueño mío -dijo Kaptah, mirándome francamente con su ojo<br />

único-. No he ejecutado tu or<strong>de</strong>n porque era una or<strong>de</strong>n estúpida, y no<br />

ejecuto nunca ór<strong>de</strong>nes estúpidas, sino que he obrado a mi antojo, y ahora<br />

que soy libre puedo <strong>de</strong>círtelo, porque has bebido mo<strong>de</strong>radamente y no te<br />

enfadarás. Pero como conozco tu naturaleza impetuosa e irreflexiva, he<br />

escondido tu bastón para mayor seguridad. Te lo digo para que no<br />

pierdas el tiempo buscándolo mientras hablo. Sólo los imbéciles<br />

<strong>de</strong>positan el oro en el templo, porque no sólo no pagan nada por el<br />

dinero <strong>de</strong>positado, sino que exigen un pago por guardarlo en sus cofres<br />

contra los ladrones. Y es estúpido, a<strong>de</strong>más, por la razón <strong>de</strong> que <strong>de</strong> esta<br />

forma el fisco conoce tu fortuna y resulta que tu oro, <strong>de</strong>scansando así,<br />

disminuye sin cesar hasta que no queda nada. La única razón lógica <strong>de</strong><br />

acumular oro es hacerlo trabajar, mientras uno permanece sentado con<br />

los brazos cruzados mascando salados granos <strong>de</strong> loto asado para


procurarse una sed agradable. Por esto he trotado todo el día por la villa<br />

con mis zambas piernas en busca <strong>de</strong> mejores inversiones, mientras tú<br />

visitabas los templos y admirabas los paisajes. Gracias a mi sed, he oído<br />

muchas cosas. Entre otras, que la gente rica no <strong>de</strong>posita ya su dinero en<br />

los sótanos <strong>de</strong>l templo, porque dicen que no está seguro; y si éste es el<br />

caso, no lo estará en ninguna parte <strong>de</strong> Egipto. Y me he enterado también<br />

<strong>de</strong> que el templo <strong>de</strong> Amón ven<strong>de</strong> sus tierras.<br />

-Mientes -le dije vivamente, levantándome, porque aquella sola i<strong>de</strong>a<br />

era insensata-. Amón no ven<strong>de</strong> sus tierras; las compra. Amón ha<br />

comprado siempre tierras y así posee ya la cuarta parte <strong>de</strong> las tierras<br />

negras y Amón no abandona jamás lo que ha adquirido.<br />

-Naturalmente, naturalmente -dijo Kaptah con calma, escanciándome<br />

vino sin olvidarse <strong>de</strong> sí mismo-. Toda persona razonable sabe que la<br />

tierra es el único bien que conserva siempre todo su valor, a condición <strong>de</strong><br />

estar en buenos términos con los geómetras y hacerles un buen regalo<br />

cada año <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la crecida. Pero es, sin embargo, un hecho cierto<br />

que Amón ven<strong>de</strong> secretamente sus tierras a cualquiera <strong>de</strong> sus a<strong>de</strong>ptos<br />

que tenga oro. Me he asustado mucho al enterarme y lo he averiguado, y,<br />

verda<strong>de</strong>ramente, Amón ven<strong>de</strong> tierras muy baratas, pero reservándose el<br />

<strong>de</strong>recho <strong>de</strong> volver a comprarlas más tar<strong>de</strong> si lo <strong>de</strong>sea. Pero, a pesar <strong>de</strong><br />

esto, el negocio es ventajoso, porque engloba todos los edificios,<br />

instrumentos agrícolas, ganado y esclavos, <strong>de</strong> manera que el propietario<br />

obtiene <strong>de</strong> ellas un pingüe beneficio cultivando bien la tierra. Tú mismo<br />

sabes que Amón posee las tierras más fértiles <strong>de</strong> Egipto. Si todo estuviese<br />

como antes, nada sería más seductor que este negocio, porque el<br />

beneficio es seguro y rápido. De esta forma Amón ha vendido en poco<br />

tiempo una cantidad enorme <strong>de</strong> tierras y amasado en sus subterráneos<br />

todo el oro líquido <strong>de</strong> Egipto, <strong>de</strong> manera que hay escasez <strong>de</strong> oro y el<br />

precio <strong>de</strong> los inmuebles ha sufrido una fuerte baja. Pero todo esto es<br />

secreto y no <strong>de</strong>be hablarse <strong>de</strong> ello; yo no sabría nada si mi útil sed no me<br />

hubiese puesto precisamente en relación con gente bien informada.<br />

-¿No habrás comprado tierras, sin embargo? -le pregunté, yo muy<br />

inquieto.<br />

Pero Kaptah me tranquilizó, diciendo:<br />

-No soy tan loco, ¡oh dueño mío!, porque <strong>de</strong>bes saber que no nací con<br />

estiércol entre los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> los pies, pese a que sea esclavo, sino en calles<br />

pavimentadas y altas mansiones. No entiendo una palabra en cuestiones<br />

<strong>de</strong> la tierra, y si comprara tierras por tu cuenta, cada inten<strong>de</strong>nte, pastor,<br />

esclavo o sirvienta me robaría cuanto quisiera, mientras en Tebas nadie<br />

pue<strong>de</strong> robarme nada, sino que soy yo quien engaño a los <strong>de</strong>más. La gran<br />

ventaja <strong>de</strong> los asuntos <strong>de</strong> Amón es tan evi<strong>de</strong>nte que el más imbécil se da<br />

cuenta, y por esto adivino que en este asunto hay algún chacal <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

una roca, y eso indica también la <strong>de</strong>sconfianza <strong>de</strong> los ricos respecto a la


seguridad <strong>de</strong> los subterráneos <strong>de</strong>l templo. Yo creo que todo esto es<br />

causado por el nuevo dios <strong>de</strong>l faraón. Pasarán muchas cosas, ¡oh dueño<br />

mío!, muchas cosas extrañas antes <strong>de</strong> que entendamos y veamos cómo<br />

acabará todo esto. Pero yo no veo más que tu interés y he comprado con<br />

tu oro algunos inmuebles ventajosos, casas <strong>de</strong> comercio y <strong>de</strong> alquiler,<br />

que producen cada año un beneficio consi<strong>de</strong>rable, y estas compras están<br />

tan a<strong>de</strong>lantadas que no se necesita ya más que tu firma y tu sello. Cree<br />

que he comprado barato, y si los ven<strong>de</strong>dores me hacen un regalo cuando<br />

el asunto esté terminado, no es cosa tuya, sino que es un asunto entre<br />

ellos y yo, <strong>de</strong>bido a su imbecilidad, pero yo no te robo nada. Sin<br />

embargo, no tendría nada que objetar con respecto a que también tú, por<br />

tu propia iniciativa, me hicieras otro regalo por haber hecho para ti tan<br />

buenos negocios.<br />

Reflexioné un instante y le dije:<br />

-No, Kaptah, no te haré ningún regalo, porque es evi<strong>de</strong>nte que has<br />

calculado que podrás robarme al cobrar los alquileres y conviniendo<br />

reparaciones anuales con los contratistas.<br />

Kaptah no dio muestras <strong>de</strong> la menor <strong>de</strong>cepción, sino que dijo:<br />

-Tienes razón, porque tu riqueza es la mía, y tus intereses los míos, y<br />

<strong>de</strong>bo en todo <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r tus intereses. Pero <strong>de</strong>bo confesar que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haber oído hablar <strong>de</strong> las ventas <strong>de</strong> Amón, la agricultura ha comenzado a<br />

interesarme vivamente y he ido a la Bolsa <strong>de</strong> los merca<strong>de</strong>res <strong>de</strong> cereales y<br />

he rodado <strong>de</strong> taberna en taberna a causa <strong>de</strong> mi sed y he aguzado el oído,<br />

enterándome <strong>de</strong> muchas cosas útiles. Con tu oro y tu permiso, ¡oh dueño<br />

mío!, me propongo comprar trigo <strong>de</strong> la próxima cosecha, naturalmente,<br />

porque los precios son aún muy mo<strong>de</strong>rados. Verdad es que el trigo es<br />

más perece<strong>de</strong>ro que las piedras, pues se lo comen las ratas y lo roban los<br />

esclavos, pero para ganar algo hay que correr ciertos riesgos. En todo<br />

caso, la agricultura y la cosecha <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>n <strong>de</strong> la crecida y <strong>de</strong> la langosta,<br />

<strong>de</strong> los musgaños y los canales <strong>de</strong> irrigación, así como <strong>de</strong> muchísimas<br />

otras causas que ignoro. Quiero con esto <strong>de</strong>cirte que el campesino tiene<br />

una responsabilidad más gran<strong>de</strong> que la mía y que comprando ahora<br />

recibiré este otoño el trigo al precio convenido. Cuento con guardarlo en<br />

<strong>de</strong>pósito y vigilarlo cuidadosamente, porque tengo la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que el<br />

precio <strong>de</strong>l trigo va a subir con el tiempo. Esto es lo que <strong>de</strong>duzco con mi<br />

buen sentido <strong>de</strong> las ventas <strong>de</strong> Amón, porque si cualquier imbécil se<br />

<strong>de</strong>dica a la agricultura, la cosecha tiene forzosamente que ser más escasa<br />

que antes. Por esto he comprado también almacenes secos y provistos <strong>de</strong><br />

sólidas cerraduras para conservar el trigo, porque cuando no tengamos<br />

necesidad <strong>de</strong> ellos podremos alquilarlos a los merca<strong>de</strong>res y sacar un<br />

buen provecho.<br />

A mi modo <strong>de</strong> ver, Kaptah se tomaba molestias inútiles y se cargaba<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>masiadas preocupaciones con todos sus proyectos, pero aquello lo


divertía seguramente y yo no tenía nada que objetar con tal <strong>de</strong> que no<br />

tuviese que mezclarme a sus gestiones. Esto es lo que le dije y,<br />

disimulando cautelosamente su viva satisfacción, dijo, con aire <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>specho:<br />

-Tengo todavía otro proyecto ventajoso que quisiera realizar por tu<br />

cuenta. Uno <strong>de</strong> los principales comercios <strong>de</strong> esclavos <strong>de</strong> la ciudad está en<br />

venta, y creo po<strong>de</strong>r preten<strong>de</strong>r saber todo cuanto pueda saberse en<br />

materia <strong>de</strong> esclavos, <strong>de</strong> manera que este comercio te enriquecería<br />

rápidamente. Sé cómo se ocultan los <strong>de</strong>fectos y los vicios <strong>de</strong> los esclavos<br />

y sé manejar el bastón como es necesario, cosa que tú no sabes, ¡oh<br />

dueño mío!, si me permites que te lo diga, ahora que lo he ocultado. Pero<br />

estoy muy contrariado, porque creo que esta ocasión propicia se nos va a<br />

escapar y sin duda te negarás a ella, ¿verdad?<br />

-Tienes toda la razón, Kaptah -le dije-. No seremos merca<strong>de</strong>res <strong>de</strong><br />

esclavos, porque es un oficio sucio y repugnante, si bien no sabría <strong>de</strong>cir<br />

por qué, puesto que todo el mundo compra esclavos, emplea esclavos y<br />

tiene necesidad <strong>de</strong> esclavos. Así fue y así será siempre, pero yo no quiero<br />

ser merca<strong>de</strong>r <strong>de</strong> esclavos y no quiero que lo seas tú.<br />

Kaptah suspiró, y dijo:<br />

-Así, ¡oh dueño mío!, conozco bien tu corazón y hemos evitado una<br />

<strong>de</strong>sgracia, porque, pensándolo bien, quizás hubiera prestado <strong>de</strong>masiada<br />

atención a las esclavas bonitas y malgastado mis fuerzas, cosa que no<br />

puedo hacer, porque comienzo a envejecer y mis miembros están<br />

anquilosados y mis manos tiemblan sobre todo por la mañana al<br />

<strong>de</strong>spertar, antes <strong>de</strong> que haya tocado mi jarra <strong>de</strong> cerveza. Pues bien, me<br />

apresuro a <strong>de</strong>cirte que todas las casas que he comprado en tu nombre<br />

son respetables, y la ganancia será mo<strong>de</strong>sta, pero segura. No he<br />

comprado ni una sola casa <strong>de</strong> placer ni ninguna callejuela <strong>de</strong> pobres que,<br />

con sus miserables covachas, producen, sin embargo, más que las sólidas<br />

casas <strong>de</strong> las familias acomodadas. Cierto es que he sabido sostener una<br />

dura batalla conmigo mismo para obrar así, porque, ¿por qué motivo no<br />

nos enriqueceríamos como los otros? Pero mi corazón me dice que no<br />

estarás <strong>de</strong> acuerdo y por esto he renunciado con pena a mis queridas<br />

esperanzas. Pero tengo todavía una petición que hacerte.<br />

Kaptah perdió súbitamente su seguridad y me miró con su ojo único<br />

para asegurarse <strong>de</strong> mi benevolencia. Yo le vertí vino en la copa y lo<br />

animé a hablar, porque jamás hasta entonces lo había visto vacilar <strong>de</strong><br />

aquella manera y aquello aguzaba mi curiosidad. Acabó diciendo:<br />

-Mi petición es <strong>de</strong>svergonzada e impúdica, pero, puesto que me<br />

aseguras que soy libre, tengo la osadía <strong>de</strong> exponértela, esperando que no<br />

te enojarás por ello, si bien, para mayor seguridad, he escondido el<br />

bastón. Quisiera, en efecto, que me acompañases a esa taberna <strong>de</strong>l<br />

puerto <strong>de</strong> la que tan a menudo te he hablado y que se llama «La Cola <strong>de</strong>


Cocodrilo», a fin <strong>de</strong> que bebiésemos juntos una cola y vieses cómo es este<br />

sitio en el que soñaba con los ojos abiertos mientras bebía la cerveza<br />

espesa <strong>de</strong> Siria y Babilonia.<br />

Me eché a reír y no me enojé, porque el vino me enternecía. El<br />

crepúsculo era melancólico y me sentía muy solo. Aunque fuese inaudito<br />

y estuviese por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> mi dignidad salir con mi servidor para ir a<br />

beber a un tugurio <strong>de</strong>l puerto una bebida llamada cola <strong>de</strong> cocodrilo a<br />

causa <strong>de</strong> su fuerza, recordé que un día Kaptah me había acompañado por<br />

su propia voluntad a la mansión tenebrosa sabiendo que nadie había<br />

salido vivo <strong>de</strong> ella. Por esto le toqué el hombro y le dije:<br />

-Mi corazón me dice que en este instante preciso una cola <strong>de</strong><br />

cocodrilo; es lo que necesitamos para terminar la jornada. Vamos.<br />

Kaptah bailó <strong>de</strong> gozo a la manera <strong>de</strong> los esclavos, olvidando su<br />

anquilosamiento. Me entregó mi bastón y me puso mi manto. Después<br />

nos fuimos al puerto y entramos en «La Cola <strong>de</strong> Cocodrilo», don<strong>de</strong><br />

llevaba el viento el olor <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> cedro y <strong>de</strong> las tierras fértiles.<br />

La taberna <strong>de</strong> «La Cola <strong>de</strong> Cocodrilo» estaba situada en el centro <strong>de</strong>l<br />

barrio portuario, en un callejón tranquilo, como aplastada entre los<br />

gran<strong>de</strong>s almacenes. Era <strong>de</strong> ladrillo y los muros eran muy gruesos, <strong>de</strong><br />

manera que en verano era fresca y en invierno conservaba el calor.<br />

Encima <strong>de</strong> la puerta se balanceaba, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> un jarra para vino y otra<br />

para cerveza, un gran cocodrilo disecado con los ojos <strong>de</strong> cristal y cuyas<br />

fauces abiertas mostraban varias hileras <strong>de</strong> dientes. Kaptah me hizo<br />

entrar, llamó al patrón y nos ofreció unos asientos tapizados. Era<br />

conocido en la casa y se comportaba en ella como si fuera la suya, <strong>de</strong><br />

manera que los <strong>de</strong>más clientes se calmaron y reanudaron sus<br />

conversaciones <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberme dirigido miradas suspicaces.<br />

Observé con sorpresa que el suelo era <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y los muros estaban<br />

revestidos <strong>de</strong> planchas y adornados con recuerdos <strong>de</strong> lejanos países,<br />

lanzas <strong>de</strong> negros y morriones <strong>de</strong> plumas, conchas <strong>de</strong> las islas <strong>de</strong>l mar y<br />

ánforas cretenses pintadas, Kaptah observaba entusiasmado mis<br />

miradas y dijo:<br />

-Te extrañas, sin duda, <strong>de</strong> que las pare<strong>de</strong>s estén revestidas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra<br />

como en las casas <strong>de</strong> los ricos. Debes, pues, saber que cada plancha<br />

proce<strong>de</strong> <strong>de</strong> un viejo navío <strong>de</strong>sguazado y aun cuando no evoco con placer<br />

mis viajes por mar, <strong>de</strong>bo mencionar que esta plancha amarilla, roída por<br />

el agua, navegó un día hacia la tierra <strong>de</strong> Punt y que esta plancha parda<br />

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ozó un tiempo los muelles <strong>de</strong> las islas <strong>de</strong>l mar. Pero, si lo permites,<br />

vamos a tomar una cola que el patrón ha preparado con sus propias<br />

manos.<br />

Me entregaron una bella copa en forma <strong>de</strong> concha que se sostenía en<br />

la palma <strong>de</strong> la mano, pero mi intención fue acaparada por la mujer que<br />

me la entregaba. No era ya muy joven como las sirvientas habituales <strong>de</strong><br />

las tabernas, y no se paseaba medio <strong>de</strong>snuda para seducir a los clientes<br />

sino que iba <strong>de</strong>centemente vestida y llevaba unos anillos <strong>de</strong> plata en las<br />

orejas y unos brazaletes en sus finas muñecas. Respondió a mi mirada y<br />

la sostuvo sin <strong>de</strong>scaro a la manera <strong>de</strong> las mujeres, sin apartar los ojos.<br />

Sus cejas eran <strong>de</strong>lgadas y sus ojos expresaban una melancolía sonriente.<br />

Eran <strong>de</strong> un castaño cálido, vivo, y su mirada calentaba el corazón. Tomé<br />

la copa <strong>de</strong> sus manos y Kaptah recibió una también, y sin reflexionar<br />

pregunté a la sirvienta:<br />

-¿Qué nombre es el tuyo, bella mujer?<br />

Y en voz baja ella me respondió:<br />

-Mi nombre es Merit y no se me llama bella mujer como hacen los<br />

muchachos tímidos para proporcionarse el valor <strong>de</strong> tocar por primera<br />

vez los flancos <strong>de</strong> una sirvienta. Espero que lo recordarás si quieres<br />

hacernos el favor <strong>de</strong> renovar tu visita, Sinuhé, tú que eres solitario.<br />

Me sentí ofendido y le dije:<br />

-No tengo el menor <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> tocarte las ca<strong>de</strong>ras, bella Merit, pero,<br />

¿cómo sabes mi nombre?<br />

Sonrió, y su sonrisa era bella en su rostro moreno y terso mientras me<br />

<strong>de</strong>cía con tono malicioso:<br />

-Tu reputación te ha precedido, Hijo <strong>de</strong> Onagro, y viéndote sé que tu<br />

reputación no es exagerada y que es justo todo lo que dice <strong>de</strong> ti la fama.<br />

En el fondo <strong>de</strong> sus ojos flotaba la tristeza y a través <strong>de</strong> su sonrisa mi<br />

corazón experimentó pena y no pu<strong>de</strong> enojarme contra ella.<br />

Dije.<br />

-Si entien<strong>de</strong>s por fama a un tal Kaptah aquí presente, mi antiguo<br />

esclavo, <strong>de</strong> quien he hecho hoy un hombre libre, sabrás probablemente<br />

que no se pue<strong>de</strong> uno fiar <strong>de</strong> sus palabras. En efecto, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su nacimiento<br />

su lengua tiene el <strong>de</strong>fecto innato <strong>de</strong> no saber distinguir la mentira <strong>de</strong> la<br />

verdad, pero ama a las dos por un igual y algunas veces más a la mentira<br />

que a la verdad. Es un <strong>de</strong>fecto que no pue<strong>de</strong> ser corregido ni por el arte<br />

<strong>de</strong> la medicina ni a bastonazos.<br />

Y ella dijo:<br />

-La mentira es a veces más <strong>de</strong>liciosa que la verdad cuando se es<br />

solitario y la primavera ha pasado. Por esto te creo cuando me llamas<br />

«bella Merit», y creo todo lo que tu rostro me cuenta. Pero <strong>de</strong>bes probar<br />

la cola <strong>de</strong> cocodrilo que te he traído porque tengo curiosidad <strong>de</strong> saber si


soporta la comparación con las maravillosas bebidas <strong>de</strong> los países don<strong>de</strong><br />

has estado.<br />

Sin apartar los ojos <strong>de</strong> ella, levanté la copa con la palma <strong>de</strong> la mano y<br />

bebí, pero <strong>de</strong>jé en el acto <strong>de</strong> mirarla, porque la sangre me afluyó a la<br />

cabeza y empecé a toser y mi garganta pareció quemada por el fuego.<br />

Cuando recuperé la respiración dije:<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente, retiro todo lo que acabo <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir sobre Kaptah,<br />

porque sobre este punto no ha mentido. Tu bebida es verda<strong>de</strong>ramente<br />

más fuerte que ninguna <strong>de</strong> las que he probado y más ardiente que el<br />

petróleo que los babilonios queman en sus lámparas, y no dudo que<br />

<strong>de</strong>rribe a un hombre sólido, como el coletazo <strong>de</strong> un cocodrilo.<br />

Todo mi cuerpo parecía inflamado y mi boca ardiente conservaba un<br />

sabor <strong>de</strong> plantas y <strong>de</strong> bálsamo. Mi corazón tenía alas como una<br />

golondrina y le dije:<br />

-Por Seth y todos los <strong>de</strong>monios, no puedo compren<strong>de</strong>r cómo se mezcla<br />

esta bebida, y no sé si es ella o tu presencia lo que me encanta, Merit,<br />

porque el encanto corre por mis miembros y mi corazón se rejuvenece, y<br />

no extrañes si pongo mi mano en tu ca<strong>de</strong>ra porque será culpa <strong>de</strong> esta<br />

cola y no mía.<br />

Retrocedió un poco levantando los brazos maliciosamente; era alta y<br />

esbelta, y me dijo, sonriendo:<br />

-No <strong>de</strong>bes blasfemar, porque ésta es una taberna <strong>de</strong>cente y yo no soy<br />

vieja todavía, aun cuando tus ojos quizá no lo crean. En cuanto a esta<br />

bebida te diré que será la única dote que me dará mi padre, y por eso tu<br />

esclavo Kaptah me ha hecho una corte asidua para conocer la receta,<br />

pero es tuerto, obeso y viejo, y no creo que una mujer madura pueda<br />

experimentar ningún goce con él. Por esto ha tenido que comprar esta<br />

taberna con el oro y cuenta comprar también mi receta, pero tendrá que<br />

pesar mucho oro antes <strong>de</strong> que el negocio esté concluido.<br />

Kaptah le dirigía enérgicos a<strong>de</strong>manes para hacerla callar, pero yo<br />

probé otra vez la copa y el fuego se <strong>de</strong>rramó <strong>de</strong> nuevo por mi cuerpo y le<br />

dije:<br />

-Creo que Kaptah estaría dispuesto a romper una jarra contigo a<br />

cambio <strong>de</strong> esta receta, incluso sabiendo que inmediatamente <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l<br />

matrimonio le arrojarás agua caliente a las piernas. Pero yo lo<br />

comprendo cuando te miro a los ojos, y acuérdate que ahora es la cola <strong>de</strong><br />

cocodrilo la que habla por mi boca y que mañana no respon<strong>de</strong>ré quizá <strong>de</strong><br />

mis palabras. Pero, ¿es verdad que Kaptah posee esta taberna?<br />

-¡Vete al diablo, maldita hembra! -dijo Kaptah, profiriendo en seguida<br />

una letanía <strong>de</strong> nombres <strong>de</strong> dioses que había aprendido en Siria-. ¡Oh<br />

dueño mío! -añadió, volviéndose humil<strong>de</strong>mente hacia mí-, han sucedido<br />

las cosas <strong>de</strong>masiado pronto, porque quería prepararte paulatinamente y<br />

pedirte el consentimiento, puesto que eres todavía mi dueño. Es cierto


que he comprado esta taberna a su dueño y quiero tratar <strong>de</strong> obtener esta<br />

receta <strong>de</strong> su hija, porque la cola <strong>de</strong> cocodrilo ha dado celebridad a este<br />

lugar a todo lo largo <strong>de</strong>l río, y he pensado en ella cada día durante<br />

nuestra ausencia. Como sabes, durante estos años te he robado lo mejor<br />

que he sabido y por esto he tenido también dificulta<strong>de</strong>s en colocar mi<br />

dinero, porque <strong>de</strong>bo pensar en los días <strong>de</strong> mi vejez. Des<strong>de</strong> mi infancia, la<br />

profesión <strong>de</strong> tabernero me pareció la más <strong>de</strong>seable <strong>de</strong> todas. Des<strong>de</strong><br />

luego, en aquella época me <strong>de</strong>cía que podría beber gratuitamente toda la<br />

cerveza que quisiera. Ahora sé que el dueño <strong>de</strong> una taberna <strong>de</strong>be beber<br />

mo<strong>de</strong>radamente y no embriagarse jamás, lo cual me será muy bueno<br />

para la salud, porque el exceso <strong>de</strong> cerveza me hace a veces ver<br />

hipopótamos y monstruos espantosos. Pero un tabernero encuentra sin<br />

cesar gentes que le son útiles y se entera siempre <strong>de</strong> todo lo que ocurre,<br />

lo cual es para mí un gran placer, porque soy muy curioso. Mi lengua<br />

bien sujeta me es también muy útil en este oficio y creo que mis relatos<br />

sabrán seducir a mis clientes y los inducirán a beber sin asombrarse <strong>de</strong><br />

nada, hasta el momento <strong>de</strong> la cuenta. Sí, pensándolo bien, creo que los<br />

dioses me habían <strong>de</strong>stinado a esta profesión <strong>de</strong> tabernero y sólo por<br />

error nací esclavo. Pero me fue útil, porque no existe mentira, ardid o<br />

astucia para marcharse sin pagar que no conozca, por haberlo<br />

practicado. Sin jactancia, creo conocer a los hombres, y mi olfato me dice<br />

cuándo puedo dar a beber a crédito, lo cual es esencial para un tabernero<br />

porque la naturaleza humana es tan extraña que el hombre bebe a<br />

crédito sin preocupaciones, sin pensar en el vencimiento, mientras<br />

economiza mezquinamente su dinero cuando tiene que pagar al contado.<br />

Kaptah vació su copa y se cogió la cabeza con las manos con una<br />

sonrisa melancólica y prosiguió:<br />

-A mi juicio, el oficio <strong>de</strong> tabernero es también el más seguro <strong>de</strong> todos,<br />

porque la sed <strong>de</strong>l hombre permanece inalterable pase lo que pase, y<br />

aunque se tambalease el po<strong>de</strong>río <strong>de</strong> los faraones, y los dioses se cayesen<br />

<strong>de</strong> sus tronos, las tabernas y las hosterías no estarían más vacías que<br />

antes. Porque el hombre bebe vino en su alegría y lo bebe en su tristeza;<br />

en el éxito alegra su corazón con el vino y en el fracaso lo consuela <strong>de</strong><br />

igual modo; bebe cuando está enamorado y bebe cuando su mujer lo<br />

apalea. Acu<strong>de</strong> al vino cuando los asuntos van mal; riega sus beneficios<br />

con el vino. Ni tan sólo la pobreza impi<strong>de</strong> al hombre beber vino. Y lo<br />

mismo ocurre con la cerveza, si bien he hablado <strong>de</strong>l vino porque es más<br />

poético y suscita la elocuencia, puesto que, cosa curiosa, los poetas no<br />

han compuesto todavía poemas en honor <strong>de</strong> la cerveza, lo cual no es<br />

justo, porque la cerveza pue<strong>de</strong> también, en caso <strong>de</strong> necesidad, procurar<br />

una embriaguez y un dolor <strong>de</strong> cabeza todavía mejor. Pero no quiero<br />

importunarte con el elogio <strong>de</strong> la cerveza y vuelvo a mi asunto, y por esto<br />

he invertido en esta taberna mis economías <strong>de</strong> oro y plata.


Verda<strong>de</strong>ramente, no imagino oficio más agradable, salvo el <strong>de</strong> prostituta,<br />

que no requiere gastos <strong>de</strong> instalación, ya que lleva su negocio en sí<br />

misma, y si es un poco cauta pasará su vejez en una casa propia,<br />

construida con la potencia <strong>de</strong> sus flancos. Pero perdóname que me<br />

extravíe <strong>de</strong> nuevo, porque no he podido acostumbrarme todavía a esta<br />

cola <strong>de</strong> cocodrilo que me suelta la lengua. Sí, esta taberna es mía, y el<br />

antiguo tabernero la regenta con la ayuda <strong>de</strong> la hechicera Merit y nos<br />

partimos los beneficios. Hemos firmado un contrato que hemos jurado<br />

respetar por los mil dioses <strong>de</strong> Egipto, <strong>de</strong> manera que no creo que me<br />

robe más <strong>de</strong> lo razonable, porque es un hombre piadoso que va a<br />

sacrificar a los templos, pero obra <strong>de</strong> esta forma porque tiene sacerdotes<br />

entre sus clientes, y son buenos parroquianos, porque se necesitan más<br />

<strong>de</strong> una o dos colas para tumbar a unos hombres que están<br />

acostumbrados a los vinos fuertes <strong>de</strong> sus viñedos y beben a cántaros. Por<br />

otra parte, es conveniente combinar los intereses comerciales con la<br />

práctica <strong>de</strong> la piedad; sí, diantre, no me acuerdo ya <strong>de</strong> lo que iba a <strong>de</strong>cir,<br />

porque es para mí un gran día <strong>de</strong> júbilo, y me alegro sobre todo <strong>de</strong> que<br />

no estés enfadado conmigo y no me reproches nada y sigas<br />

consi<strong>de</strong>rándome como tu servidor, pese a que sea tabernero, oficio que<br />

algunos consi<strong>de</strong>ran <strong>de</strong>shonroso.<br />

Después <strong>de</strong> este largo discurso Kaptah comenzó a gemir y lamentarse;<br />

escondió su rostro en mis rodillas, besándome, presa <strong>de</strong> una viva<br />

emoción y completamente ebrio. Yo lo levanté a la fuerza y dije:<br />

-En verdad, creo que hubieras podido escoger un oficio más <strong>de</strong>cente<br />

para acabar tus días; pero hay una cosa que no comprendo. Puesto que el<br />

patrón sabe que esta taberna es tan ventajosa y posee el secreto <strong>de</strong> la cola<br />

<strong>de</strong> cocodrilo, ¿por qué ha consentido en vendértela?<br />

Kaptah me dirigió una mirada <strong>de</strong> reproche, y con los ojos llenos <strong>de</strong><br />

lágrimas dijo:<br />

-¿No te he dicho mil veces que tienes el talento maravilloso <strong>de</strong><br />

envenenar todas mis alegrías con tu corazón que es más amargo que el<br />

ajenjo? ¿Bastará que te diga como él que somos amigos <strong>de</strong> infancia y que<br />

nos queremos como hermanos y <strong>de</strong>seamos compartir nuestras alegrías y<br />

nuestros beneficios? Leo en tus ojos que esto no basta para ti, como no<br />

basta tampoco para mí, y por esto te confieso que en este negocio hay<br />

gato encerrado. Se habla <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s disturbios que saldrán <strong>de</strong> la<br />

lucha entre Amón y el dios <strong>de</strong>l faraón y, como sabes muy bien, durante<br />

los alborotos las tabernas son las primeras en sufrir, y se hun<strong>de</strong>n las<br />

puertas y se apalea a los dueños, arrojándolos al río, se vierten las jarras<br />

y se rompen los muebles, y algunas veces se incendia la casa <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haber vaciado las jarras. Esto es lo que ocurre con toda seguridad si el<br />

propietario no se ha inclinado hacia el lado mejor, y el patrón es un fiel<br />

<strong>de</strong> Amón y todo el mundo lo sabe, <strong>de</strong> manera que no pue<strong>de</strong> cambiar <strong>de</strong>


pellejo. Ha comenzado a <strong>de</strong>sconfiar <strong>de</strong> Amón <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que sabe que se<br />

ven<strong>de</strong>n sus tierras, y yo he soplado sobre sus dudas; pese a que es un<br />

hombre que teme el porvenir, lo mismo pue<strong>de</strong> resbalar pisando la<br />

mondadura <strong>de</strong> un fruto que recibir una teja en la cabeza, o ser aplastado<br />

por una carreta <strong>de</strong> bueyes. Olvidas, dueño mío, que tenemos nuestro<br />

escarabajo, y no dudo <strong>de</strong> que protegerá «La Cola <strong>de</strong> Cocodrilo», pese a<br />

que bastante trabajo tiene ya en velar sobre tus numerosos intereses.<br />

Reflexioné y acabé diciéndole:<br />

-Ocurra lo que ocurra, Kaptah, tengo que reconocer que has realizado<br />

muchas cosas en un día.<br />

Pero él rechazó mi elogio y dijo:<br />

-Olvidas, ¡oh dueño mío!, que <strong>de</strong>sembarcamos ayer. Debo confesar<br />

que la hierba no ha crecido bajo mis pies y, por increíble que te parezca,<br />

mi lengua se encuentra cansada, porque una sola cola llega a paralizarme<br />

<strong>de</strong> este modo.<br />

Nos levantamos para marcharnos y nos <strong>de</strong>spedimos <strong>de</strong>l patrón; Merit<br />

nos acompañó hasta la puerta, haciendo sonar los aros <strong>de</strong> sus muñecas y<br />

tobillos. En la oscuridad <strong>de</strong>l vestíbulo le puse la mano en la ca<strong>de</strong>ra y la<br />

acerqué a mí, pero ella se escabulló rechazándome y dijo:<br />

-Tu contacto podría serme agradable, pero no lo <strong>de</strong>seo, porque es la<br />

cola <strong>de</strong> cocodrilo la que se expresa por tus manos.<br />

Levanté confuso las manos y vi que, en efecto, parecían patas <strong>de</strong><br />

cocodrilo. Regresamos a casa y nos tendimos sobre las alfombrillas y<br />

dormimos profundamente toda la noche.<br />

Así fue como comenzó mi vida en el barrio <strong>de</strong> los pobres, en la antigua<br />

casa <strong>de</strong>l fundidor <strong>de</strong> cobre. Tuve muchos enfermos, como Kaptah lo<br />

había predicho, y perdía más que ganaba, pues para curar necesitaba<br />

medicarnentos caros y <strong>de</strong> nada servía curar a los hambrientos sin<br />

asegurarles <strong>de</strong>spués una sólida alimentación. Los regalos que recibía<br />

tenían escaso valor, pero me procuraban placer, y me alegraba oír que<br />

los pobres comenzaban a ben<strong>de</strong>cir mi nombre. Cada noche un<br />

resplandor ardiente se encendía sobre Tebas, pero yo estaba agotado por<br />

el trabajo, e incluso <strong>de</strong> noche pensaba en las enfermeda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los pobres<br />

y pensaba también en Atón, el nuevo dios <strong>de</strong>l faraón.<br />

Kaptah tomó para nuestro cuidado una mujer vieja que estaba ya<br />

asqueada <strong>de</strong> la vida y <strong>de</strong> los hombres, lo cual se leía en su mirada. Pero<br />

sabía preparar una buena comida y era discreta y no se quejaba <strong>de</strong>l olor<br />

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<strong>de</strong> los pobres ni los rechazaba. Yo pronto me acostumbré a ella y su<br />

presencia era como una sombra que pasara inadvertida. Se llamaba<br />

Muti.<br />

Así pasaban los meses mientras la inquietud aumentaba en Tebas y<br />

Horemheb no regresaba. El sol teñía <strong>de</strong> amarillo los patios y el verano<br />

estaba en su apogeo. Algunas veces <strong>de</strong>seaba cierto cambio y acompañaba<br />

a Kaptah a «La Cola <strong>de</strong> Cocodrilo» y bromeaba con Merit y la miraba a<br />

los ojos, pese a que me fuese extranjera todavía y mi corazón se<br />

angustiaba al contemplarla. Pero no tomaba ya la bebida fuerte que<br />

había dado el nombre a la taberna, sino que me contentaba con la<br />

cerveza fresca que quitaba la sed sin embriagar y daba ligereza al<br />

espíritu. Yo escuchaba las conversaciones <strong>de</strong> los clientes y no tardé en<br />

darme cuenta <strong>de</strong> que no todo el mundo era admitido en aquella taberna,<br />

sino que los clientes eran elegidos, y aun aquellos que habían acumulado<br />

una fortuna saqueando las tumbas o practicaban la usura, olvidaban en<br />

aquella taberna su profesión y se comportaban <strong>de</strong>centemente. Yo daba<br />

crédito a Kaptah cuando me <strong>de</strong>cía que allí no se encontraban más que<br />

gentes que tenían necesidad unos <strong>de</strong> otros. Yo era la única excepción,<br />

porque nadie podía sacar provecho <strong>de</strong> mí y era forastero incluso allí,<br />

pero toleraban mi presencia porque era amigo <strong>de</strong> Kaptah.<br />

Aprendí muchas cosas y oí hablar y ben<strong>de</strong>cir al faraón, pero se<br />

burlaban <strong>de</strong> su nuevo dios. Una tar<strong>de</strong> llegó un tratante en incienso, que<br />

había <strong>de</strong>sgarrado sus vestiduras y <strong>de</strong>rramado ceniza sobre su cabeza.<br />

Había acudido a aligerar su dolor con una cola <strong>de</strong> cocodrilo y gritaba<br />

diciendo:<br />

-En verdad que este falso faraón será maldito hasta la eternidad,<br />

porque este bastardo no se <strong>de</strong>ja guiar y no hace más que lo que se le mete<br />

en la cabeza, arruinando mi honorable profesión. Hasta ahora yo ganaba<br />

sobre todo con los inciensos que venían <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Punt, y estos viajes al<br />

mar oriental no eran peligrosos, porque cada verano se aparejaban<br />

navíos para esta expedición comercial y, al año siguiente, <strong>de</strong> diez navíos<br />

regresaban por lo menos dos y no traían más que una clepsidra <strong>de</strong><br />

retraso y así yo podía calcular mis beneficios y mis inversiones. Pero,<br />

¡esperad un poco! Cuando la flota iba a aparejar, el faraón pasó por el<br />

puerto. ¡Por Seth, que es cosa <strong>de</strong> preguntarse por qué mete la nariz en<br />

todas partes como una hiena! ¿No tiene acaso para eso escribas y<br />

consejeros encargados <strong>de</strong> velar para que todo vaya según la ley y la<br />

costumbre como hasta ahora? El faraón oyó a los marineros gritar a<br />

bordo y vio a sus mujeres y a sus hijos llorar en la ribera, arañándose el<br />

rostro como es costumbre, porque todo el mundo sabe que muchos son<br />

los que parten por mar y muy pocos los que regresan. Todo<br />

esto, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los tiempos <strong>de</strong> la gran reina, forma parte <strong>de</strong> la marcha <strong>de</strong> los<br />

navíos hacia el país <strong>de</strong> Punt; pero imaginaos lo que ocurrió. Este


chiquillo, este maldito faraón, prohibió a la flota hacerse a la mar y dio<br />

or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> no armar más navíos <strong>de</strong>stinados al país <strong>de</strong> Punt. ¡Por Amón!<br />

Todo comerciante sabe lo que esto significa: es la ruina y la quiebra <strong>de</strong><br />

innumerables personas, es el hambre y la pobreza para las familias <strong>de</strong> los<br />

marinos. ¡Por Seth, que nadie se hace a la mar si no lo ha merecido por<br />

sus <strong>de</strong>litos, y se le con<strong>de</strong>na a prestar servicio en el mar en presencia <strong>de</strong><br />

los jueces y según las pruebas legales! Pensad también en las cantida<strong>de</strong>s<br />

invertidas sobre navíos y almacenes, sobre las perlas <strong>de</strong> cristal y las<br />

jarras <strong>de</strong> arcilla. Pensad en los comerciantes egipcios con<strong>de</strong>nados a<br />

permanecer eternamente en las cabañas <strong>de</strong> paja <strong>de</strong> Punt, abandonados a<br />

sus dioses. Mi corazón sangra al pensar en ellos y en sus mujeres<br />

<strong>de</strong>sesperadas y en los chiquillos que no volverán a ver jamás a sus<br />

padres, si bien muchos <strong>de</strong> estos padres han fundado ya nuevos hogares, y<br />

engendrado otros chiquillos <strong>de</strong> piel manchada, por lo que dicen.<br />

Sólo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la tercera cola el comerciante se calmó y se calló,<br />

excusándose por haber pronunciado palabras ultrajantes para el faraón<br />

en el paroxismo <strong>de</strong> su dolor.<br />

-Pero -dijo- yo creía que la reina Tii, que es una mujer sagaz y hábil,<br />

sabría guiar a su hijo; tenía al sacerdote Ai por un hombre avisado, pero<br />

no quieren más que <strong>de</strong>rribar a Amón y <strong>de</strong>jan al faraón realizar sus<br />

caprichos insensatos. ¡Pobre Amón! Un hombre suele volver a menudo a<br />

la razón <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber roto una jarra con una mujer, pero Nefertiti, la<br />

gran esposa real, no piensa más que en sus trajes y en sus modas<br />

lascivas. No me creeréis probablemente, pero actualmente las mujeres <strong>de</strong><br />

la Corte se pintan las ojeras con ver<strong>de</strong> malaquita y llevan trajes abiertos<br />

hasta abajo, <strong>de</strong>scubriendo el ombligo.<br />

Kaptah intervino:<br />

-No he visto esta moda en ninguna parte, pese a que he observado<br />

muchas extravagancias en las costumbres femeninas. Pero ¿estás bien<br />

seguro <strong>de</strong> que las mujeres se pasean con las partes íntimas <strong>de</strong>scubiertas y<br />

la reina también?<br />

El merca<strong>de</strong>r <strong>de</strong> incienso se ofendió y dijo:<br />

-Soy un hombre piadoso y tengo mujer e hijos. Por esto no he bajado<br />

la vista más allá <strong>de</strong>l ombligo ni te aconsejaría que cometieses un acto tan<br />

in<strong>de</strong>licado.<br />

Merit tomó la palabra y en tono irónico dijo:<br />

-Es tu boca quien es <strong>de</strong>svergonzada y no esta moda estival, que es muy<br />

agradable y pone en evi<strong>de</strong>ncia la belleza <strong>de</strong> la mujer a condición <strong>de</strong> que<br />

tenga el vientre bonito y bien formado y que una comadrona inexperta<br />

no le haya estropeado el ombligo. Hubieras podido perfectamente bajar<br />

más la vista, porque en el lugar idóneo se encuentra una <strong>de</strong>lgada tira <strong>de</strong><br />

fino lino <strong>de</strong> manera que el ojo más piadoso no tiene <strong>de</strong> qué


escandalizarse, si se observa el cuidado <strong>de</strong> hacerse <strong>de</strong>pilar<br />

cuidadosamente, como conviene a toda mujer que se respete<br />

El merca<strong>de</strong>r <strong>de</strong> incienso hubiera contestado <strong>de</strong> buena gana, pero fue<br />

incapaz porque la tercera cola le sujetó la lengua. Así pues, inclinó la<br />

cabeza y vertió lágrimas amargas sobre los trajes <strong>de</strong> las mujeres <strong>de</strong> la<br />

Corte y la suerte <strong>de</strong> los egipcios abandonados en el país <strong>de</strong> Punt.<br />

Pero un viejo sacerdote <strong>de</strong> Amón, con el cráneo afeitado y untado <strong>de</strong><br />

aceite, intervino en la discusión. Excitado por una cola pegó un puñetazo<br />

sobre la mesa y comenzó a gritar:<br />

-¡Eso es ir <strong>de</strong>masiado lejos! No hablo <strong>de</strong> los trajes <strong>de</strong> las mujeres,<br />

porque Amón permite todas las modas, con tal <strong>de</strong> que los días <strong>de</strong> fiesta<br />

los fieles se vistan <strong>de</strong> blanco, y a todo el mundo le gusta ver un vientre<br />

redondo y un ombligo bien hecho. Pero si el faraón se propone<br />

verda<strong>de</strong>ramente, invocando la suerte <strong>de</strong> los marinos, prohibir la<br />

importación <strong>de</strong> las sustancias aromáticas <strong>de</strong> Punt, va <strong>de</strong>masiado lejos,<br />

porque Amón está acostumbrado a sus perfumes y no vamos a quemar<br />

nuestras ofrendas con estiércol. Es una osadía irritante y una<br />

provocación, y no me extrañaría que en a<strong>de</strong>lante la gente respetable<br />

escupiese a la cara <strong>de</strong> los hombres que llevan bordada en sus ropas la<br />

cruz <strong>de</strong> la vida como símbolo <strong>de</strong> este maldito dios cuyo nombre no<br />

quiero pronunciar para no mancillar mi boca. Verda<strong>de</strong>ramente, ofrecería<br />

gran cantidad <strong>de</strong> colas al hombre que fuese capaz <strong>de</strong> ir esta noche a<br />

cierto templo y hacer sus necesida<strong>de</strong>s sobre el altar, porque el templo<br />

está abierto y no hay murallas, y creo que un hombre ágil podría escapar<br />

fácilmente <strong>de</strong> los guardianes. En verdad que lo haría yo mismo si mi<br />

dignidad no me lo prohibiese, y la reputación <strong>de</strong> Amón sufriría si fuese<br />

<strong>de</strong>scubierto.<br />

Lanzó- su alre<strong>de</strong>dor una mirada altiva y a poco se acercó a él un<br />

hombre con el rostro lleno <strong>de</strong> pústulas. Comenzaron a cuchichear, el<br />

sacerdote encargó dos colas y el sifilítico dijo:<br />

-En verdad lo haré, y no por el oro que prometes, sino por mi ká y mi<br />

bá, porque aunque haya cometido muchos actos culpables y no vacile<br />

todavía en cortarle a un hombre el pescuezo <strong>de</strong> oreja a oreja si es<br />

necesario, creo todavía lo que me enseñó mi madre y Amón es mi dios y<br />

quiero merecer sus favores antes <strong>de</strong> morir, porque cada vez que tengo el<br />

vientre enfermo me acuerdo <strong>de</strong> mis fechorías.<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente -dijo el sacerdote, cada vez más ebrio-, tu acto será<br />

meritorio y te será perdonado, y si sucumbes a causa <strong>de</strong> Amón, <strong>de</strong>bes<br />

saber que irás directamente al país <strong>de</strong>l Poniente, incluso si tu cuerpo se<br />

pudre en las murallas. Así van directamente al país <strong>de</strong>l Poniente, sin<br />

arrastrarse por las marismas <strong>de</strong>l infierno, los marinos que perecen al<br />

servicio <strong>de</strong> Amón, yendo a buscar para él ma<strong>de</strong>ras preciosas y sustancias


aromáticas. Por esto el faraón es un criminal al negarles la posibilidad <strong>de</strong><br />

ahogarse al servicio <strong>de</strong> Amón.<br />

-Golpeó la mesa, y volviéndose hacia todos los clientes <strong>de</strong> la taberna,<br />

gritó-: Como sacerdote <strong>de</strong> cuarto grado tengo el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> ligar y <strong>de</strong>sligar<br />

vuestros ká y vuestros bá. En verdad os lo digo, todo acto cometido por el<br />

nombre <strong>de</strong> Amón os será perdonado, incluso si es un asesinato, robo o<br />

una violación, porque Amón ve en el corazón <strong>de</strong> los hombres y aprecia<br />

sus actos y sus intenciones. Id y tomad armas bajo vuestros mantos y...<br />

Cesó bruscamente <strong>de</strong> hablar, porque el patrón se había acercado a él y<br />

le arreó tan formidable garrotazo en el cráneo que lo tumbó. Los clientes<br />

tuvieron un sobresalto y el sifilítico sacó su puñal, pero el patrón le dijo<br />

con calma:<br />

-He obrado así por Amón y estoy perdonado <strong>de</strong> antemano, porque el<br />

sacerdote será el primero en darme la razón en cuanto vuelva en sí.<br />

Porque si <strong>de</strong>cía la verdad en nombre <strong>de</strong> Amón, la cola <strong>de</strong> cocodrilo<br />

hablaba también por su boca porque gritaba <strong>de</strong>masiado fuerte, y en esta<br />

casa nadie <strong>de</strong>be gritar ni escandalizar más que yo. Creo que si sois un<br />

poco listos enten<strong>de</strong>réis lo que quiero <strong>de</strong>cir.<br />

Todos reconocieron que el tabernero tenía razón. El sifilítico comenzó<br />

a reanimar al sacerdote y algunos clientes se eclipsaron pru<strong>de</strong>ntemente,<br />

y Kaptah y yo nos marchamos también y en el umbral le dije a Merit:<br />

-Sabes que soy solitario y tus ojos me han revelado que tú eres<br />

solitaria también. He reflexionado mucho sobre lo que me has dicho y<br />

creo que verda<strong>de</strong>ramente la mentira es la verdad más <strong>de</strong>liciosa para un<br />

solitario cuando su primera juventud se ha extinguido. Por esto quisiera<br />

que vistieses uno <strong>de</strong> estos trajes nuevos <strong>de</strong> verano <strong>de</strong> que has hablado,<br />

porque estás bien formada y tus miembros son esbeltos y no creo que<br />

tuvieses que sonrojarte <strong>de</strong> tu vientre al pasearte a mi lado por la Avenida<br />

<strong>de</strong> los Carneros.<br />

No rechazó mi mano puesta sobre su ca<strong>de</strong>ra, sino que la estrechó<br />

dulcemente y dijo:<br />

-Seguiré quizá tu consejo.<br />

Pero esta promesa no me causó ninguna alegría, y cuando salí al aire<br />

cálido <strong>de</strong>l puerto la melancolía invadió mi espítitu y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> algún sitio<br />

lejano, en la noche silenciosa, llegó a mí la voz solitaria <strong>de</strong> una doble<br />

flauta <strong>de</strong> caña.<br />

Al día siguiente Horemheb regresó a Tebas al frente <strong>de</strong> un ejército.<br />

Pero para hablar <strong>de</strong> él y <strong>de</strong> todo lo que ocurrió <strong>de</strong>bo empezar un nuevo<br />

libro. Quiero, sin embargo, mencionar aquí que curando a los pobres<br />

tuve por dos veces que practicar una trepanación, y uno <strong>de</strong> los enfermos<br />

era un hombre robusto y el otro una pobre mujer que se imaginaba ser la<br />

gran reina Hatshepsut. Sanaron completamente los dos, lo cual me causó


una viva satisfacción, pero me parece que la mujer era más feliz<br />

creyéndose ser una gran reina que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su curación.<br />

ATÓN<br />

LIBRO DÉCIMO<br />

LA CIUDAD D<strong>EL</strong> HORIZONTE DE<br />

Horemheb regresó al país <strong>de</strong> Kush en pleno verano. Las golondrinas<br />

habían huido hacia el barro; el agua se corrompía en los estanques y la<br />

langosta y el escarabajo <strong>de</strong> la viña atacaban las cosechas. Pero los<br />

jardines <strong>de</strong> los ricos tebanos <strong>de</strong>sbordaban <strong>de</strong> flores y lozanía: <strong>de</strong> ambos<br />

lados <strong>de</strong> la avenida flanqueada por carneros <strong>de</strong> piedra los arriates<br />

brillaban con todos los colores, porque en Tebas sólo los pobres carecían<br />

<strong>de</strong> agua abundante y veían su comida estropeada por el polvo que se<br />

<strong>de</strong>positaba en espesas capas sobre ella y cubría las hojas <strong>de</strong> los<br />

sicómoros y las acacias en el barrio <strong>de</strong> los pobres. Pero al Sur, al otro<br />

lado <strong>de</strong>l río, la casa dorada <strong>de</strong>l faraón levantaba sus muros en la bruma<br />

estival y sus jardines eran como un sueño azulado y palpitante. El faraón<br />

no había abandonado su palacio para irse a sus pabellones <strong>de</strong>l Bajo País.<br />

Por esto todo el mundo sabía que se preparaba un acontecimiento<br />

importante y la inquietud llenaba los espíritus, como cuando el cielo se<br />

oscurece bajo un viento <strong>de</strong> arena.<br />

Nadie quedó sorprendido cuando al alba las tropas entraron en Tebas<br />

por todas las rutas proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l Sur. Escudos polvorientos, lanzas <strong>de</strong><br />

puntas centelleantes y cuerdas <strong>de</strong> arcos tendidas; los soldados negros<br />

avanzaban por las calles lanzando miradas <strong>de</strong> curiosidad a su alre<strong>de</strong>dor,<br />

<strong>de</strong> manera que el blanco <strong>de</strong> sus ojos relucía extrañamente en sus rostros<br />

1


cubiertos <strong>de</strong> sudor. Precedidos por sus bárbaras insignias penetraban en<br />

los cuarteles, don<strong>de</strong> pronto se encendieron los fuegos para calentar las<br />

gruesas piedras <strong>de</strong> los hogares. En el mismo momento la flota <strong>de</strong> guerra<br />

amarraba en los muelles Y se <strong>de</strong>scargaban los carros <strong>de</strong> guerra y los<br />

caballos empenachados <strong>de</strong> los jefes, y entre estas tropas no figuraban<br />

tampoco egipcios, sino negros <strong>de</strong>l Sur y sardos <strong>de</strong> los <strong>de</strong>siertos <strong>de</strong>l<br />

Noroeste. Ocuparon la villa y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber encendido los fuegos <strong>de</strong><br />

guarda en las esquinas, se cerró el río. Durante la jornada, el trabajo cesó<br />

en los talleres y los molinos, en los almacenes y los <strong>de</strong>pósitos. Los<br />

comerciantes recogieron sus ten<strong>de</strong>retes y cerraron las ventanas con<br />

planchas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, y los dueños <strong>de</strong> casas <strong>de</strong> placer y tabernas<br />

contrataron enseguida hombres fuertes para protegerlos. La gente se<br />

vistió <strong>de</strong> blanco, y <strong>de</strong> todos los barrios la muchedumbre afluía hacia el<br />

templo <strong>de</strong> Am6n, cuyos patios pronto estuvieron llenos a rebosar.<br />

En aquel momento circuló la noticia <strong>de</strong> que el templo <strong>de</strong> At6n había<br />

sido mancillado y profanado durante la noche. Habían arrojado sobre el<br />

altar un perro muerto y el guardián había sido encontrado <strong>de</strong>gollado <strong>de</strong><br />

oreja a oreja. La gente cambiaba entre sí miradas inquietas, pero muchos<br />

no pudieron impedir sonreir secretamente con maligna satisfacción.<br />

-Limpia tus instrumentos, ¡oh dueño mío! -me dijo Kaptah-, porque,<br />

si no me equivoco, tendrás antes <strong>de</strong> la noche mucho trabajo y podrás<br />

incluso hacer trepanaciones.<br />

Pero nada especial ocurrió durante la tar<strong>de</strong>. Solo algunos negros<br />

ebrios saquearon algunas tiendas y violaron algunas mujeres, pero los<br />

guardias los <strong>de</strong>tuvieron y los apalearon en público, lo cual no <strong>de</strong>volvió la<br />

sonrisa ni a los merca<strong>de</strong>res robados ni a las mujeres violadas. Me entere<br />

<strong>de</strong> que Horemheb había llegado también Por el río y me dirigí al Puerto<br />

para tratar <strong>de</strong> verlo. Con gran sorpresa por mi parte, al oír mi <strong>de</strong>manda,<br />

los guardias me anunciaron y me hicieron subir a bordo. Observe con<br />

curiosidad aquel barco <strong>de</strong> guerra, porque era el primero que veía <strong>de</strong> su<br />

especie, pero solo el armamento y la numerosa tripulación lo distinguía<br />

<strong>de</strong> los <strong>de</strong>más navíos, porque un navío mercante pue<strong>de</strong> tener también<br />

dorados en la proa y velas <strong>de</strong> color.<br />

Así fue como volví a ver a Horemheb. Me pareció que había ganado<br />

todavía en altura y majestuosidad; sus hombros eran anchos y fuertes los<br />

músculos <strong>de</strong> sus brazos, pero su rostro estaba surcado <strong>de</strong> arrugas y sus<br />

ojos estaban melancólicos y enrojecidos Por la fatiga. Me incline<br />

respetuosamente <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él con las manos a la altura <strong>de</strong> las rodillas, y<br />

el, riéndose amargamente, dijo:<br />

-¡Mira, Sinuhé, Hijo <strong>de</strong>l Onagro, mi amigo! Llegas en el momento<br />

oportuno.


Su dignidad le impedía abrazarme y se volvió hacia un jefe gordo y<br />

rollizo que con los ojos muy abiertos y aire contrariado estaba <strong>de</strong> pie<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> é1.<br />

-Toma este bastón <strong>de</strong> mando dorado y encárgate <strong>de</strong> las<br />

responsabilida<strong>de</strong>s. -Se quitó <strong>de</strong>l cuello la ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> oro <strong>de</strong>l mando y la<br />

entregó al obeso diciéndole-: Toma el mando y que la sangre <strong>de</strong>l pueblo<br />

corra por tus cochinas manos. -Sólo entonces se volvió hacia mí y me<br />

dijo-: Sinuhé, amigo mío, soy libre <strong>de</strong> seguirte adon<strong>de</strong> quieras y espero<br />

que tendrás en tu casa una alfombrilla don<strong>de</strong> po<strong>de</strong>r estirar las piernas,<br />

porque, por Seth y todos los <strong>de</strong>monios, estoy terriblemente cansado y<br />

hastiado <strong>de</strong> disputar con gente chiflada. -Puso la mano sobre el hombro<br />

<strong>de</strong>l hombrecillo gordo y me dijo- : Mira atentamente, Sinuhé, amigo mío,<br />

y graba en tu espíritu lo que ves, porque he aquí al hombre que tiene hoy<br />

entre sus manos la suerte <strong>de</strong> Tebas y quizás <strong>de</strong> todo Egipto. El es quien el<br />

faraón ha <strong>de</strong>signado para remplazarme una vez le hube <strong>de</strong>clarado que<br />

estaba loco. Pero viendo a este hombre adivinas probablemente que el<br />

faraón tendrá en breve necesidad <strong>de</strong> mí.<br />

Se rió largamente, golpeándose los muslos, pero era una risa que no<br />

<strong>de</strong>lataba alegría y me asusté.<br />

El hombrecillo hacia girar sus ojos asustados, mientras el sudor caía<br />

<strong>de</strong> su rostro sobre su pecho regor<strong>de</strong>te.<br />

-No te enojes conmigo, Horemheb -dijo con una voz aguda-. Ya sabes<br />

que no he ambicionado tu bastón <strong>de</strong> mando y que prefiero al fragor <strong>de</strong> la<br />

batalla la calma <strong>de</strong> mi jardín y <strong>de</strong> mis gatos. Pero ¿Cómo hubiera podido<br />

negarme al <strong>de</strong>seo <strong>de</strong>l faraón, cuando me asegura que no habrá combate<br />

sino que el falso dios caerá sin efusión <strong>de</strong> sangre?<br />

-Consi<strong>de</strong>ra sus palabras como realida<strong>de</strong>s -dijo Horemheb-. Su corazón<br />

prece<strong>de</strong> a su juicio como el pájaro corre más que el caracol. Por esto<br />

sus palabras no tienen ninguna importancia, sino que <strong>de</strong>bes pensar con<br />

tu propia razón y verter la sangre con mo<strong>de</strong>ración y a sabiendas, pese a<br />

que no sea mas que sangre egipcia. Por mi halcón, que te apaleare con<br />

mis propias manos si olvidas tu razón y tu habilidad en compañía <strong>de</strong> tus<br />

gatos, porque, por lo que me han dicho, en tiempos <strong>de</strong>l antiguo faraón<br />

eras un buen capitán y por esto probablemente el nuevo faraón te ha<br />

confiado esta laboriosa tarea.<br />

Le dio un fuerte golpe en la espalda y el hombre se quedó tan sin<br />

aliento que no pudo contestar. Horemheb bajó al Puerto en dos zancadas<br />

y los soldados se levantaban para saludarlo levantando sus lanzas. El les<br />

hizo un signo con la mano y dijo:<br />

-¡Adiós, soldados! ¡Obe<strong>de</strong>ced a este gato <strong>de</strong> raza que lleva el bastón <strong>de</strong><br />

mando por voluntad <strong>de</strong>l faraón! Obe<strong>de</strong>cedle como a un niño ignorante y<br />

tened cuidado que no se caiga <strong>de</strong>l carro <strong>de</strong> combate o se corte con el<br />

puñal. -Los soldados se rieron, pero el les mostró el puño,


ensombreciéndose, y dijo-: No os digo adiós, sino hasta pronto, porque<br />

veo que pasión inflama vuestros ojos <strong>de</strong> granujas. Por esto os emplazo a<br />

que recordéis mis ór<strong>de</strong>nes, si no, a mi regreso, os <strong>de</strong>jaré la espalda en<br />

carne viva.<br />

Me preguntó don<strong>de</strong> vivía y dio la dirección al jefe <strong>de</strong> la guardia, pero<br />

<strong>de</strong>jó sus efectos a bordo, don<strong>de</strong> estarían más seguros. Después me cogió<br />

Por el cuello, como antaño, y dijo:<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente, Sinuhé, nadie ha merecido más que yo una buena<br />

borrachera esta tar<strong>de</strong>.<br />

Le hable <strong>de</strong> -La Cola <strong>de</strong> Cocodrilo- y estuvo encantado, <strong>de</strong> manera que<br />

le pedí que mandase un piquete <strong>de</strong> guardias en prevención <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n.<br />

Dio las instrucciones al jefe, que lo obe<strong>de</strong>ció como si hubiese estado<br />

todavía bajo sus ór<strong>de</strong>nes y prometió mandar hombres <strong>de</strong> confianza. Así<br />

pu<strong>de</strong> prestarle a Kaptah un servicio que no me costaba nada.<br />

Yo sabía que en «La Cola <strong>de</strong> Cocodrilo» había varias habitaciones<br />

pequeñas y aisladas, don<strong>de</strong> se reunían los saqueadores <strong>de</strong> tumbas, los<br />

ven<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> mercancías robadas, y don<strong>de</strong> algunas damas nobles<br />

recibían a los sólidos <strong>de</strong>scargadores <strong>de</strong> los muelles. Allí lleve a<br />

Horemheb, y Merit le sirvió una cola en un vaso <strong>de</strong> concha y el la vació<br />

<strong>de</strong> un trago, tosió un poco y dijo:<br />

-¡Oh, oh...!<br />

Y pidió otra y cuando Merit hubo salido, dijo que era una bonita mujer<br />

y me preguntó cuales eran mis relaciones con ella. Le asegure que no<br />

existían, pero que, sin embargo, estaba contento <strong>de</strong> que Merit no se<br />

hubiese comprado todavía un traje <strong>de</strong> acuerdo con la moda nueva que<br />

<strong>de</strong>jaba el vientre al <strong>de</strong>scubierto. Pero Horemheb no la tocó, le dio las<br />

gracias y cogió la copa oliéndola lentamente con un suspiro y dijo:<br />

-Sinuhé, mañana correrá la sangre por las calles <strong>de</strong> Tebas y no puedo<br />

evitarlo, porque el faraón es mi amigo, pese a que esté loco, y un día lo<br />

cubrí con mi túnica y el halcón ha unido nuestros <strong>de</strong>stinos. Quizá lo<br />

quiera a causa <strong>de</strong> su locura, pero no quiero mezclarme en este asunto<br />

porque tengo que pensar en el porvenir y no quiero que el pueblo me<br />

odie. Si, Sinuhé, ha corrido mucha agua por el Nilo y muchas crecidas<br />

han inundado el país <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el día <strong>de</strong> nuestro último encuentro en la<br />

pestilente Siria. Regreso <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Kush don<strong>de</strong>, según ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l<br />

faraón, he licenciado a las guarniciones y traigo las tropas negras a<br />

Tebas, <strong>de</strong> manera que el país queda sin protección por el Sur. Sinuhé,<br />

amigo mío, en todas las gran<strong>de</strong>s villas los cuarteles están vacíos <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

hace tiempo. La Siria no está lejos <strong>de</strong> alzarse. Esto <strong>de</strong>volverá al faraón su<br />

buen sentido, pero, entretanto el país se empobrece. No hay que contar<br />

ya con el comercio con Punt. Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su coronación las minas han<br />

trabajado <strong>de</strong>spacio, porque no hay que golpear a los perezosos, sino que<br />

se les rebaja su ración <strong>de</strong> comida. Verda<strong>de</strong>ramente mi corazón tiembla


por él, por Egipto y por su dios, pese a que no entienda nada en dioses,<br />

porque soy soldado. Pero digo que morirá mucha gente a causa <strong>de</strong> este<br />

dios, lo cual es insensato, porque los dioses existen para calmar al pueblo<br />

y no para crear conflictos.<br />

Y dijo a<strong>de</strong>más:<br />

-Mañana Amón será <strong>de</strong>rribado, y no lo lamentaré, porque se ha<br />

puesto <strong>de</strong>masiado gordo para hallar sitio al lado <strong>de</strong>l faraón. Es una<br />

buena política <strong>de</strong>rrumbar a Amón, porque el faraón heredaría las<br />

inmensas riquezas <strong>de</strong>l dios y quizá lo saquen <strong>de</strong> apuros. Los sacerdotes<br />

<strong>de</strong> los <strong>de</strong>más dioses han sido rechazados a las sombras y tienen celos <strong>de</strong><br />

Amón, pero no quieren tampoco a Atón y los sacerdotes reinan sobre el<br />

corazón <strong>de</strong>l pueblo, sobre todo los <strong>de</strong> Amón. Por esto todo tiene que<br />

terminar mal.<br />

-Pero -le dije- Amón es un dios <strong>de</strong>testable y sus sacerdotes han<br />

mantenido <strong>de</strong>masiado tiempo al pueblo en la ignorancia, ahogando toda<br />

i<strong>de</strong>a viva hasta el punto <strong>de</strong> que nadie se atreve a pronunciar una palabra<br />

sin el asentimiento <strong>de</strong> Amón. Al contrario, Atón promete la luz y la vida<br />

libre, una vida sin temores, lo cual es una cosa increíblemente gran<strong>de</strong>,<br />

Horemheb, amigo mío.<br />

-No comprendo lo que entien<strong>de</strong>s por terror -respondió-. Si Amón se<br />

hubiese contentado con ser el servidor <strong>de</strong>l faraón, merecería su situación<br />

actual, porque no se pue<strong>de</strong> gobernar a los pueblos sin el terror que<br />

inspiran los dioses. Por esto este Atón es muy peligroso con toda su<br />

dulzura y sus cruces <strong>de</strong> amor.<br />

-Es un dios más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> lo que te figuras -dije sin saber muy bien<br />

por que hablaba así-. Está quizá también en ti sin que lo sepas, y en mí<br />

sin que yo me <strong>de</strong> cuenta. Si los hombres lo comprendiesen, los liberaría<br />

<strong>de</strong>l terror y las tinieblas. Pero es muy posible que sean muchos los que<br />

perezcan por él, como muy bien has dicho, porque lo que es eterno no<br />

pue<strong>de</strong> imponerse a los hombres más que por la violencia.<br />

Horemheb me miró con impaciencia, como se mira a un chiquillo que<br />

dice tonterías. Su rostro se ensombreció y cogió su fusta para golpearse<br />

los muslos porque la cola <strong>de</strong> cocodrilo comenzaba a hacer su efecto y<br />

dijo:<br />

-Mientras el hombre sea hombre, mientras existan el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> poseer,<br />

la pasión, el terror y el odio, mientras haya gente <strong>de</strong> color diferente,<br />

lenguas y pueblos diversos, el rico será rico y el pobre, pobre, y el fuerte<br />

dominará al débil y el astuto dominará al fuerte. Pero este Atón quiere<br />

hacer a todo el mundo igual y ante él el esclavo es igual al rico. El sentido<br />

común nos dice que esto es estúpido. Estamos <strong>de</strong> acuerdo sobre un<br />

punto: hay que <strong>de</strong>rribar a Amón, pero esto hubiera <strong>de</strong>bido ocurrir en<br />

secreto, por sorpresa y por la noche, y ocurrir al mismo tiempo en todo el<br />

país, y se hubiera <strong>de</strong>bido matar inmediatamente a todos los sacerdotes


<strong>de</strong> grado superior y enviar a los otros a las minas y las canteras. Pero en<br />

su locura el faraón quiere obrar abiertamente y en público y a la luz <strong>de</strong> su<br />

dios, porque el dios <strong>de</strong>l sol es su dios, en lo cual no hay nada nuevo. En<br />

todo caso es una locura y exigiría mucha sangre, y me he negado a<br />

encargarme <strong>de</strong> ello porque ignoraba sus proyectos. ¡Por Seth y todos los<br />

<strong>de</strong>monios! Si hubiese conocido sus intenciones, lo hubiera preparado<br />

todo cuidadosamente y hubiese <strong>de</strong>rribado a Amón tan bruscamente que<br />

ni él mismo hubiera tenido tiempo <strong>de</strong> ver lo que ocurría. Pero ahora<br />

hasta los chiquillos están al corriente <strong>de</strong> lo que ocurre y los sacerdotes<br />

excitan al pueblo en los templos y los hombres rompen ramas para<br />

armarse y las mujeres van a los templos con las palas <strong>de</strong> lavar ocultas<br />

bajo sus vestidos. ¡Por mi halcón, que siento dolor al pensar en la<br />

locura <strong>de</strong>l faraón!<br />

Se cogió la cabeza entre las manos y lloró pensando en la locura <strong>de</strong><br />

Tebas y Merit le sirvió otra cola <strong>de</strong> cocodrilo, admirando sus hombros y<br />

sus músculos potentes, <strong>de</strong> manera que le or<strong>de</strong>ne rudamente que se<br />

marchara Y nos <strong>de</strong>jase solos. Traté <strong>de</strong> exponer a Horemheb lo que había<br />

observado por mi cuenta en Babilonia en el país <strong>de</strong> los Khatti y en Creta,<br />

hasta que me dí cuenta <strong>de</strong> que el cocodrilo le había dado un coletazo y<br />

que dormía profundamente. Así durmió toda la noche y yo vele su sueño,<br />

y oí a los soldados vociferar en la taberna, porque el patrón consi<strong>de</strong>raba<br />

preferible albergarlos para asegurarse su apoyo en caso <strong>de</strong> disturbios.<br />

Por esto el escándalo no cesó en toda la noche y se mandó a buscar<br />

músicos ciegos y bailarinas y los soldados estuvieron contentos, pero yo<br />

no lo estaba porque pensaba que en todas las casas <strong>de</strong> Tebas se estaban<br />

afilando puñales y guadañas, que se tallaban puntas <strong>de</strong> lanza <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra<br />

y que se cubrían <strong>de</strong> cobre los almireces <strong>de</strong> la cocina. Sí, creo que no se<br />

durmió mucho en Tebas aquella noche, y ciertamente el faraón no<br />

durmió tampoco, pero Horemheb estaba profundamente dormido. Esto<br />

era probablemente <strong>de</strong>bido a que había nacido soldado.<br />

La muchedumbre veló toda la noche en los patios <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong><br />

Amón, y <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l templo los pobres se tendieron sobre el césped<br />

fresco <strong>de</strong> los parterres y los sacerdotes sacrificaron sin cesar en todos los<br />

altares, distribuyendo entre el pueblo la carne, el pan y el vino <strong>de</strong> las<br />

ofrendas. Invocaban a Amón en voz alta y prometían la vida eterna a<br />

quien creyese en él y expusiese en su honor la vida. En efecto, los<br />

sacerdotes hubieran podido evitar la efusión <strong>de</strong> sangre si hubiesen<br />

2


querido. No hubieran tenido que hacer mas que ce<strong>de</strong>r y someterse y el<br />

faraón los hubiera <strong>de</strong>jado en Paz, porque su dios <strong>de</strong>testaba el odio y la<br />

persecución. Pero el po<strong>de</strong>río y la riqueza se habían subido a la cabeza <strong>de</strong><br />

los sacerdotes, y ni la muerte los asustaba mientras invocaban a Amón, y<br />

es posible que durante aquella última noche alguno <strong>de</strong> ellos hubiese<br />

vuelto a encontrar la fe. Sabían que ni el pueblo ni los escasos guardias<br />

<strong>de</strong> Amón podrían resistir un ejército bien formado que barrería la<br />

muchedumbre como el río se lleva las briznas <strong>de</strong> paja. Pero querían que<br />

la sangre corriese entre Amón y Atón para pacer <strong>de</strong>l faraón un criminal y<br />

un asesino que permitió que unos negros sórdidos vertieran la sangre<br />

pura <strong>de</strong> los egipcios. Querían víctimas por Amón, a fin <strong>de</strong> que su Amón,<br />

viviese eternamente <strong>de</strong>l vapor <strong>de</strong> la sangre <strong>de</strong> sus víctimas, incluso si la<br />

imagen era <strong>de</strong>rrumbada y el templo <strong>de</strong>struido.<br />

Por fin, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una larga noche, el disco <strong>de</strong>l sol se levantó sobre<br />

las montañas <strong>de</strong>l Este y el calor <strong>de</strong>l día <strong>de</strong>svaneció en un momento la<br />

frescura <strong>de</strong> la noche. Entonces se tocó la trompeta en todas las esquinas<br />

<strong>de</strong> Tebas y en las plazas, y los heraldos <strong>de</strong>l faraón leyeron el edicto<br />

<strong>de</strong>clarando que Amón era un falso dios y que había que <strong>de</strong>rribarlo y<br />

mal<strong>de</strong>cirlo por toda la eternidad, y que su nombre maldito <strong>de</strong>bía ser<br />

borrado <strong>de</strong> todas las inscripciones <strong>de</strong> las tumbas y monumentos. Todos<br />

los templos <strong>de</strong> Amón, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Alto al Bajo Egipto, todas las tierras <strong>de</strong><br />

Amón, el ganado, los esclavos, los edificios, el oro, la plata y el cobre<br />

pasaban a ser posesión suya y <strong>de</strong> su dios y el faraón prometía abrir los<br />

templos como paseos públicos, y los parques y los estanques serían<br />

accesibles a todos; los pobres podrían nadar en el lago sagrado y sacar<br />

agua a su antojo. Repartiría las tierras <strong>de</strong> Amón entre los que no las<br />

poseían a fin <strong>de</strong> que pudiesen cultivarlas en nombre <strong>de</strong> Atón.<br />

Al principio, la muchedumbre escuchó en silencio la proclamación <strong>de</strong>l<br />

faraón como lo quiere la buena costumbre, pero inmediatamente un<br />

sordo clamor se elevó <strong>de</strong> todas las calles, plazas y <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l templo: <<br />

¡Amón, Amón!» Era un grito tan potente que parecía que las piedras <strong>de</strong><br />

las casas y <strong>de</strong> las calles gritasen también. Los soldados negros tuvieron<br />

un momento <strong>de</strong> vacilación y sus rostros pintados <strong>de</strong> blanco y rojo se<br />

pusieron lívidos, y sus ojos parecían querer salirse <strong>de</strong> sus órbitas, al<br />

darse cuenta <strong>de</strong> que, a pesar <strong>de</strong> su número, estaban como perdidos en<br />

aquella inmensa villa que veían por primera vez. Y en el clamor, pocos<br />

fueron los que se enteraron <strong>de</strong> que el faraón, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> suprimir <strong>de</strong> su<br />

nombre el nombre maldito <strong>de</strong> Amón, se llamaría en a<strong>de</strong>lante Akhenatón,<br />

el Favorito <strong>de</strong> Atón.<br />

Estos gritos <strong>de</strong>spertaron a Horemheb, que se <strong>de</strong>sperezó y me dijo,<br />

sonriendo, con los ojos cerrados:<br />

--¿Eres tu, Baket, amada <strong>de</strong> Amón, mi princesa? ¿Eres tú quien me<br />

llama?


Pero yo le di un puñetazo y la sonrisa se <strong>de</strong>svaneció en sus labios y,<br />

tocándose la frente, dijo:<br />

-Por Seth y por todos los <strong>de</strong>monios, que tu bebida es fuerte, Sinuhé, y<br />

seguramente he soñado.<br />

Y yo le dije:<br />

-El pueblo implora a Amón.<br />

Entonces se acordó <strong>de</strong> todo y atravesamos rápidamente la taberna<br />

pasando por encima <strong>de</strong> los soldados borrachos y los cuerpos <strong>de</strong>snudos <strong>de</strong><br />

las mujeres. Horemheb tomó un pan y vació una jarra <strong>de</strong> cerveza, y<br />

<strong>de</strong>spués nos precipitamos hacia el templo por las calles <strong>de</strong>siertas como<br />

nunca. Por el camino, Horemheb hizo sus abluciones en una fuente<br />

pública y metió la cabeza en el agua, porque las colas <strong>de</strong> cocodrilo le<br />

azotaban todavía las sienes.<br />

Entretanto, aquel hombre regor<strong>de</strong>te, cuyo nombre era Pepitamón,<br />

había dispuesto sus tropas y sus carros <strong>de</strong> guerra <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l templo.<br />

Habiéndose enterado <strong>de</strong> que todo estaba en or<strong>de</strong>n y que cada<br />

<strong>de</strong>stacamento conocía su misión, subió a su litera dorada y con voz<br />

aguda gritó:<br />

-¡Soldados <strong>de</strong> Egipto, guerreros impávidos <strong>de</strong> Kush, bravos sardos!<br />

¡Id y <strong>de</strong>rribad este maldito Amón por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l faraón y vuestra<br />

recompensa será gran<strong>de</strong>!<br />

Habiendo así cumplido con todo lo que consi<strong>de</strong>raba su <strong>de</strong>ber, volvió a<br />

recostarse sobre los muelles almohadones <strong>de</strong> su litera y se hizo abanicar<br />

Por sus esclavos, porque el calor era ya sofocante.<br />

Pero el vestíbulo <strong>de</strong>l templo blanqueaba <strong>de</strong> gente vestida <strong>de</strong> blanco, y<br />

había una muchedumbre inmensa <strong>de</strong> hombres, mujeres, niños y<br />

ancianos, y no retrocedieron cuando las tropas avanzaron hacia el<br />

templo y los carros emprendieron la marcha. Los negros se abrían paso<br />

con las astas <strong>de</strong> sus lanzas y distribuyendo golpes con sus mazas, pero la<br />

muchedumbre era <strong>de</strong>nsa y no se movía. Súbitamente la multitud<br />

comenzó a invocar a Amón y se arrojó <strong>de</strong> bruces <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los carros, <strong>de</strong><br />

manera que los carros pasaban por encima <strong>de</strong> ellos y los carros<br />

aplastaban sus cuerpos extendidos. Los jefes vieron entonces que no<br />

podrían avanzar sin verter sangre y retiraron sus tropas, porque el faraón<br />

había dado or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> no hacer correr la sangre. Pero las piedras <strong>de</strong> las<br />

plazas estaban ya enrojecidas y los cuerpos aplastados gemían y aullaban<br />

y una alegría insensata se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong>l pueblo cuando vio las tropas<br />

retroce<strong>de</strong>r, porque creían haber alcanzado la victoria.<br />

Pero Pepitamón recordó entonces que el faraón había cambiado su<br />

nombre por el <strong>de</strong> Akhenaton. Así <strong>de</strong>cidió cambiar el suyo también para<br />

complacer al faraón y cuando sus jefes acudieron, confusos e in<strong>de</strong>cisos, a<br />

pedirle nuevas ór<strong>de</strong>nes, fingió no enten<strong>de</strong>rlos y <strong>de</strong>claró moviendo<br />

perezosamente los ojos:


-No conozco a Pepitamón. Mi nombre es Pepitatón, Pepit, bendito <strong>de</strong><br />

Atón.<br />

Los jefes, cada uno <strong>de</strong> los cuales, con una fusta trenzada <strong>de</strong> oro,<br />

mandaba mil hombres, se sintieron ofendidos, y el comandante <strong>de</strong> los<br />

carros dijo:<br />

-¡Que Atón se hunda en el abismo <strong>de</strong> los infiernos! Pero, ¿que farsa es<br />

ésta y que ór<strong>de</strong>nes das para que penetremos en el templo?<br />

Y entonces se burló <strong>de</strong> ellos y dijo:<br />

- ¿Sois mujeres o soldados? Dispersad a la muchedumbre, pero sin<br />

verter sangre, porque el faraón lo ha prohibido expresamente.<br />

A estas palabras los jefes se miraron y escupieron en el suelo, pero<br />

fueron a reunirse con sus tropas porque no podían hacer otra cosa.<br />

Durante este consejo <strong>de</strong> guerra, el pueblo, cada vez mis excitado,<br />

perseguía a los negros y arrancaba las piedras <strong>de</strong> la calle para lanzarlas<br />

contra los soldados, blandiendo mazas y ramas arrancadas <strong>de</strong> los<br />

árboles. La muchedumbre era enorme y la gente se animaba con gritos y<br />

muchos negros rodaban por el suelo, y los caballos <strong>de</strong> los carros se<br />

empinaban y <strong>de</strong>sbocaban, <strong>de</strong> manera que los conductores <strong>de</strong>bían<br />

agarrarse a las riendas para retenerlos. Al regresar a sus carros, el<br />

comandante vio que uno <strong>de</strong> los ojos <strong>de</strong> su caballo favorito estaba<br />

atravesado y que cojeaba a consecuencia <strong>de</strong> una pedrada. Se irritó <strong>de</strong> tal<br />

manera, que llorando <strong>de</strong> rabia dijo:<br />

-¡Mi flecha <strong>de</strong> oro, mi rápido corcel, mi rayo <strong>de</strong> sol, te han atravesado<br />

un ojo y te han roto una pierna, pero verda<strong>de</strong>ramente me eres más<br />

querido que toda esta ralea y todos los dioses juntos! Por esto quiero<br />

vengarte, pero sin verter sangre tal como lo or<strong>de</strong>na el faraón.<br />

A la cabeza <strong>de</strong> los carros se arrojó contra la muchedumbre y los<br />

conductores metían en sus carros a los manifestantes que mis gritaban, y<br />

los caballos pisoteaban a los ancianos y a los niños, y los gritos se<br />

convertían en aullidos. En cuando a los hombres llevados por los carros,<br />

fueron colgados <strong>de</strong> las riendas y así no se vertió sangre y se arrastraron<br />

sus cuerpos para amedrentar a la gente. Los negros sacaron las cuerdas<br />

<strong>de</strong> sus arcos y se arrojaron sobre la multitud y estrangularon a los<br />

manifestantes. Estrangularon también a niños, protegiéndose con sus<br />

escudos <strong>de</strong> las pedradas y bastonazos. Pero todo negro separado <strong>de</strong> sus<br />

compañeros era <strong>de</strong>scuartizado por la muchedumbre y un conductor <strong>de</strong><br />

carro fue arrancado <strong>de</strong> él y le machacaron la cabeza con una piedra.<br />

Horemheb y yo asistimos a estas escenas, pero la confusión, el ruido y<br />

el escándalo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l templo era tal que no podíamos discernir lo que<br />

pasaba. Horemheb me dijo:<br />

-No tengo el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> intervenir, pero es muy instructivo para mí. Por<br />

esto trepó sobre el lomo <strong>de</strong> un león <strong>de</strong> cabeza <strong>de</strong> carnero para observar


mejor los acontecimientos, comiendo un pan que había cogido antes <strong>de</strong><br />

salir.<br />

Pero el comandante real Pepitatón acabó poniéndose nervioso y la<br />

clepsidra iba vaciándose a su lado y los gritos <strong>de</strong> la muchedumbre<br />

llegaban a el como el rugir <strong>de</strong> una inundación funesta. Llamó a sus jefes<br />

y, reprochándoles su lentitud, dijo:<br />

-Mi gata sudanesa Mimo va a parir hoy y estoy muy inquieto por ella.<br />

Id, en nombre <strong>de</strong> Atón, y <strong>de</strong>rribad esta maldita imagen para que<br />

podamos irnos todos a casa, ¡si no, por Seth y todos los diablos, os<br />

arrancare vuestras ca<strong>de</strong>nas <strong>de</strong> oro y romperé vuestras fustas, os lo juro!<br />

Ante estas palabras, los jefes comprendieron que estaban perdidos<br />

hiciesen lo que hiciesen, y <strong>de</strong>cidieron salvar, por lo menos, su reputación<br />

militar. Por esto dispusieron sus tropas y pasaron al ataque y barrieron a<br />

la muchedumbre como la crecida barre las ramas secas, y las lanzas <strong>de</strong><br />

los negros se tiñeron <strong>de</strong> sangre y la plaza quedó ensangrentada, y cien<br />

veces cien hombres, mujeres y niños perecieron aquella mañana por<br />

Amón <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> su templo. Y viendo a los soldados pasar rápidamente<br />

al ataque, los sacerdotes habían hecho cerrar las puertas <strong>de</strong>l pilón, y la<br />

muchedumbre se dispersó en todas direcciones como un rebaño <strong>de</strong><br />

cor<strong>de</strong>ros asustados, y los negros, excitados por la sangre, los perseguían<br />

y los mataban con sus flechas y los carros recorrían las calles<br />

atravesando a los fugitivos con sus lanzas.<br />

- En su huída la muchedumbre invadió el templo <strong>de</strong> Atón y <strong>de</strong>rribó<br />

sus altares y mató a los sacerdotes y los carros penetraron en él también.<br />

Así fue como las losas <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> Atón no tardaron en quedar<br />

también cubiertas <strong>de</strong> sangre y <strong>de</strong> cadáveres.<br />

Pero <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> las murallas <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> Amón los soldados <strong>de</strong><br />

Pepitatón tuvieron que <strong>de</strong>tenerse, porque los negros ignoraban el arte <strong>de</strong><br />

asediar una plaza y sus arietes eran impotentes contra las puertas <strong>de</strong><br />

cobre <strong>de</strong>l pilón, pero en cambio podían forzar fácilmente las empalizadas<br />

<strong>de</strong> un poblado en el país <strong>de</strong> las jirafas. Sólo pudieron ro<strong>de</strong>ar el templo y<br />

los<br />

sacerdotes los injuriaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> los muros y los guardas<br />

lanzaban flechas y venablos <strong>de</strong> manera que fueron muchos los negros<br />

pintados que perecieron en vano. Pero en la plaza, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l templo, el<br />

olor <strong>de</strong> sangre había atraído <strong>de</strong> todas partes enormes enjambres <strong>de</strong><br />

moscas. Pepitatón se hizo llevar allí y su rostro se alargó, y mandó a los<br />

esclavos que quemasen incienso a su alre<strong>de</strong>dor y lloró <strong>de</strong>sgarrando sus<br />

vestiduras a la vista <strong>de</strong> tantos cadáveres. Pero su corazón estaba<br />

preocupado por la suerte <strong>de</strong> su gata Mimo y por esto dijo a sus jefes:<br />

-Temo que la cólera <strong>de</strong>l faraón caiga terriblemente sobre vosotros,<br />

porque no habéis <strong>de</strong>rribado la imagen <strong>de</strong> Amón y, en cambio, la sangre<br />

corre a mares por la plaza. Pero lo hecho, hecho esta. Por esto voy a


correr a casa <strong>de</strong>l faraón y referirle lo ocurrido y trataré <strong>de</strong> <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>ros.<br />

Tendré, probablemente, tiempo también <strong>de</strong> pasar por mi casa y echar<br />

una ojeada a mi gata y cambiarme <strong>de</strong> ropas, porque el olor aquí es<br />

espantoso y penetra en la piel. Entretanto, calmad a los negros y dadles<br />

<strong>de</strong> comer y beber, porque es inútil tratar <strong>de</strong> <strong>de</strong>rribar boy las murallas <strong>de</strong>l<br />

templo. Lo sé porque soy un jefe lleno <strong>de</strong> experiencia y no estamos<br />

equipados para <strong>de</strong>rribar murallas. Pero no es culpa mía, pues el jefe no<br />

me ha dicho que sería necesario asediar el templo. El es quién <strong>de</strong>be<br />

<strong>de</strong>cidir lo que conviene hacer.<br />

Aquel día no ocurrió nada mas, los jefes retiraron lejos <strong>de</strong> sus muros a<br />

sus tropas y los montones <strong>de</strong> cadáveres e hicieron avanzar el tren <strong>de</strong><br />

carretas para avituallar a los negros. Los sardos, que eran mas<br />

inteligentes que los negros y no les gustaba estar al sol, invadieron codas<br />

las casas vecinas al templo, echando <strong>de</strong> ellas a sus habitantes y<br />

saqueando sus bo<strong>de</strong>gas, porque eran casas ricas. Entretanto, los<br />

cadáveres <strong>de</strong> las plazas comenzaban a hincharse y los primeros cuervos y<br />

milanos acudieron proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> las montañas a Tebas, don<strong>de</strong> no se les<br />

había visto jamás hasta entonces.<br />

Por la noche las lámparas no se encendieron y el cielo estaba oscuro<br />

sobre Tebas, pero los negros y los sardos se escaparon <strong>de</strong> los<br />

campamentos y, encendiendo antorchas, forzaron las puertas <strong>de</strong> las<br />

casas <strong>de</strong> placer y saquearon las <strong>de</strong> los ricos, y en la calle preguntaban a<br />

todo el mundo: ¿Amón o Atón?- Si alguien no contestaba lo golpeaban y<br />

le quitaban la bolsa. Y si alguien, asustado, respondía: ¡Que Atón sea<br />

bendito!», le gritaban: «!Mientes, perro; no nos engañas!» Y le cortaban<br />

el pescuezo o lo atravesaban con su lanza y le quitaban las ropas y la<br />

bolsa. Para ver mejor pegaron fuego a algunas casas y a medianoche el<br />

cielo <strong>de</strong> Tebas se enrojeció nuevamente, y nadie estaba en seguridad en<br />

la villa; pero nadie podía huir porque los caminos estaban cerrados y el<br />

río también, y los guardias rechazaban a los fugitivos, porque se les había<br />

dado or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> impedir que alguien pudiese llevarse el oro y los tesoros<br />

<strong>de</strong> Amón.<br />

Pero lo peor era que los cadáveres seguían pudriéndose en las calles<br />

cercanas al templo, pues nadie se atrevía a recogerlos por no incurrir en<br />

la cólera <strong>de</strong>l faraón, a quien se había dicho que las víctimas eran poco<br />

numerosas. No se permitía tampoco a los parientes llevarse los cuerpos<br />

<strong>de</strong> los suyos. Así fue como el olor <strong>de</strong> los cadáveres apestó el aire <strong>de</strong> la<br />

villa e incluso el agua <strong>de</strong>l río, y al cabo <strong>de</strong> pocos días las enfermeda<strong>de</strong>s se<br />

<strong>de</strong>senca<strong>de</strong>naron en la villa y no se las pudo combatir porque la Casa <strong>de</strong> la<br />

Vida estaba <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l recinto <strong>de</strong> Amón, con sus <strong>de</strong>pósitos <strong>de</strong> medicinas.<br />

Cada noche las casas ardían y eran saqueadas, y los negros pintados<br />

bebían vino en copas <strong>de</strong> oro y los sardos dormían blandamente en las<br />

camas <strong>de</strong> los ricos. Día y noche, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> las murallas <strong>de</strong>l templo,


los sacerdotes lanzaban maldiciones contra el falso faraón y contra todos<br />

los que abjuraban <strong>de</strong> Amón. Toda la turbamulta <strong>de</strong> la villa salió <strong>de</strong> sus<br />

antros: los ladrones, los saqueadores <strong>de</strong> sepulturas y los bandoleros que<br />

no tenían a ningún dios, ni siquiera a Amón. Invocaban piadosamente a<br />

Atón e iban a su templo a pedir a los sacerdotes supervivientes una Cruz<br />

<strong>de</strong> vida que se ponían en el cuello como talismán, para po<strong>de</strong>r saquear,<br />

matar y robar a su antojo. Después <strong>de</strong> estos días y estas noches, Tebas<br />

necesitó años enteros para recuperar su aspecto anterior.<br />

Horemheb vivía en mi casa, don<strong>de</strong> velaba y se enflaquecía, y sus ojos<br />

se ensombrecían porque se negaba a tomar la comida que Muti le<br />

preparaba con abnegación, pues lo admiraba como las mujeres admiran<br />

a los hombres robustos; en cambio, yo no era más que un médico sin<br />

musculatura, pese a todo mi saber. Y Horemheb me <strong>de</strong>cía:<br />

-¡ Qué me importa Amón o Atón! Mis soldados olvidan la disciplina y<br />

se convierten en fieras, <strong>de</strong> manera que tendré que distribuir muchos<br />

golpes y hacer rodar muchos cabezas para restablecer el or<strong>de</strong>n. Es<br />

lástima, porque conozco a muchos <strong>de</strong> ellos por sus nombres y son<br />

excelentes soldados, siempre y cuando los mantenga firmes y les dirija<br />

buenas reprimendas.<br />

Pero Kaptah se enriquecía cada día más y su rostro relucía <strong>de</strong> grasa;<br />

no salía jamás <strong>de</strong>


mezclados y me dormí, y por la mañana Merit me <strong>de</strong>spertó y me llevó a<br />

dormir a su alfombrilla al lado <strong>de</strong> ella.<br />

Yo estaba avergonzado y le dije:<br />

-La vida es como una noche fría, pero es bello que dos solitarios se<br />

calienten en una noche fría, aunque sus ojos y sus manos se mientan por<br />

amistad.<br />

Ella bostezó y dijo:<br />

-¿Cómo sabes que mis ojos y mis manos te mienten? Estoy verda<strong>de</strong>ramente<br />

cansada <strong>de</strong> golpear en los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> los soldados y arrearles<br />

patadas, y a tu lado, Sinuhé, es don<strong>de</strong> encuentro en esta villa el único<br />

lugar don<strong>de</strong> nadie se atreve a tocarme. Pero ignoro por que, y estoy un<br />

poco enojada contigo porque dicen que mi vientre no tiene <strong>de</strong>fectos y<br />

que soy bella, aunque no hayas <strong>de</strong>seado nunca verlo. -Bebí la cerveza que<br />

me ofrecía para aclararme las i<strong>de</strong>as y no supe que respon<strong>de</strong>r. Ella me<br />

miraba a los ojos sonriendo, pero en el fondo <strong>de</strong> sus pupilas pardas la<br />

pena brillaba como el agua negra <strong>de</strong> un pozo. Y añadió-: Sinuhé, querría<br />

ayudarte si pudiese, y hay en esta villa una mujer que tiene una gran<br />

<strong>de</strong>uda contigo. Estos días el suelo está en el techo y las puertas se abren<br />

al revés y se arreglan muchas cuentas por las calles. Quizá sería<br />

conveniente para ti cobrar tu crédito, a fin <strong>de</strong> que ceses ya <strong>de</strong> pensar en<br />

que toda mujer es un horno que te consumirá.<br />

Yo le dije que no la consi<strong>de</strong>raba como un horno y la <strong>de</strong>jé, pero sus<br />

palabras germinaban en mí, porque no era más que un hombre y mi<br />

corazón estaba acongojado por la sangre y había experimentado la<br />

embriaguez <strong>de</strong>l odio. Por esto sus palabras anidaron en mi como una<br />

llama y recordé el templo <strong>de</strong> la diosa <strong>de</strong> cabeza <strong>de</strong> gato y la casa <strong>de</strong> al<br />

lado, pese a que el tiempo hubiese cubierto <strong>de</strong> arena estos recuerdos. Sin<br />

embargo, en estas jornadas <strong>de</strong> horror los cuerpos salían <strong>de</strong> sus tumbas, y<br />

recordaba a mi tierno padre Senmut y a mi buena madre Kipa, y un<br />

sabor <strong>de</strong> carnicería me llenaba la boca, porque ahora nadie estaba en<br />

seguridad en Tebas y me hubiera bastado sobornar a dos soldados para<br />

satisfacer mi venganza. Pero no sabía lo que quería. Por esto regrese a mi<br />

casa dispuesto a cuidar a mis enfermos lo mejor que pudiese, sin<br />

medicinas, e invite a los pobres a cavar fosos en la ribera para que el<br />

agua se purificase filtrándose a través <strong>de</strong>l fango.<br />

Al quinto día, los oficiales <strong>de</strong> Pepitatón se sintieron inquietos porque<br />

los soldados se negaban a obe<strong>de</strong>cer y arrancaban las fustas <strong>de</strong> manos <strong>de</strong><br />

los oficiales para romperlas sobre sus rodillas. Fueron a encontrar a su<br />

jefe, que estaba asqueado <strong>de</strong> la penosa vida <strong>de</strong> soldado y echaba <strong>de</strong><br />

menos sus gatos, y le hicieron prometer ir a casa <strong>de</strong>l faraón para <strong>de</strong>cirle<br />

la verdad y renunciar a sus funciones, <strong>de</strong>volviendo su collar <strong>de</strong> mando<br />

real. Aquel mismo día se presentó en mi casa un mensajero <strong>de</strong>l faraón


para convocar a Horemheb al palacio. Horemheb se incorporó como un<br />

león, se lavó y vistió, y se marchó<br />

pensando en lo que diría, porque en aquellos días el mismo po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l<br />

faraón vacilaba y nadie sabía lo que ocurriría al día siguiente. Delante <strong>de</strong>l<br />

faraón, dijo:<br />

-Akhenatón, el tiempo apremia y sería <strong>de</strong>masiado largo exponerte la<br />

forma en que yo aconsejo obrar. Pero concé<strong>de</strong>me durante tres días tus<br />

po<strong>de</strong>res <strong>de</strong> faraón y al tercero te restituiré tus po<strong>de</strong>res, y no tendrás que<br />

saber lo que ha pasado.<br />

Pero el faraón le dijo:<br />

-¡Derribarás a Amón?<br />

Y Horemheb dijo:<br />

-Estás más loco que un poseído <strong>de</strong> la luna; pero, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo lo<br />

ocurrido, Amón tiene que ser <strong>de</strong>rribado para que la autoridad <strong>de</strong>l faraón<br />

subsista. Por esto <strong>de</strong>struiré a Amón, pero no me preguntes como.<br />

El faraón dijo:<br />

-No <strong>de</strong>bes maltratar a sus sacerdotes, porque no saben lo que hacen.<br />

Horemheb le respondió:<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente habría que trepanarte, porque es el único medio <strong>de</strong><br />

obtener tu curación, pero obe<strong>de</strong>ceré tu or<strong>de</strong>n, puesto que un día te cubrí<br />

con mi túnica.<br />

Entonces el faraón lloró y le entregó su fusta y su cetro para un plazo<br />

<strong>de</strong> tres días. No presencié la escena, pero sé que ocurrió así por<br />

Horemheb, que, como todos los soldados, algunas veces tiene ten<strong>de</strong>ncia<br />

a exagerar. En todo caso, regresó a la villa en el coche dorado <strong>de</strong>l faraón,<br />

y recorrió las calles y llamó a los soldados por sus nombres y reunió los<br />

mis fieles e hizo sonar las trompetas para agrupar a sus hombres<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las insignias. Toda la noche administro justicia y los<br />

aullidos y los llantos resonaban en los grupos, y los portavergas <strong>de</strong> los<br />

regimientos rompieron muchísimas varas <strong>de</strong> junco y sus brazos se<br />

cansaron y dijeron que jamás hasta entonces habían sido sometidos a<br />

prueba parecida. Horemheb envió a los hombres seguros a patrullar por<br />

las calles y <strong>de</strong>tuvieron a todos los soldados que no habían obe<strong>de</strong>cido las<br />

ór<strong>de</strong>nes y se los llevaron para ser apaleados, y aquellos cuyas manos o<br />

vestiduras estaban ensangrentadas fueron <strong>de</strong>capitados <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sus<br />

camaradas. Al alba, toda la ralea <strong>de</strong> Tebas volvió como ratas a sus<br />

cuevas, porque todo ladrón o saqueador cogido in fraganti era matado en<br />

el mismo lugar don<strong>de</strong> era sorprendido. Por esto volvieron a sus escondrijos,<br />

temblando, y se arrancaron sus cruces <strong>de</strong> Atón, creyendo que traían<br />

la <strong>de</strong>sgracia.<br />

Horemheb convocó también a todos los obreros <strong>de</strong> la construcción y<br />

les dio or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> <strong>de</strong>rribar las casas <strong>de</strong> los ricos y algunos navíos, a fin <strong>de</strong><br />

procurarse ma<strong>de</strong>ra para construir arietes, escaleras y torres <strong>de</strong> asedio;


así el ruido <strong>de</strong> los martillos llenó la noche <strong>de</strong> Tebas. Pero este ruido era<br />

dominado, y sus gritos eran agradables a los oídos <strong>de</strong> los tebanos. Por<br />

esto perdonaron <strong>de</strong> antemano a Horemheb todos sus actos y lo amaron,<br />

porque la gente razonable se había apartado ya <strong>de</strong> Amón <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

todos aquellos <strong>de</strong>strozos, y esperaba que Amón sucumbiera para verse<br />

liberada <strong>de</strong> sus soldados.<br />

Horemheb no perdió el tiempo en vanas discusiones con los<br />

sacerdotes, sino que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el alba dio sus ór<strong>de</strong>nes a los jefes y, reuniendo<br />

las centurias, les dio sus instrucciones. En cinco lugares distintos los<br />

soldados avanzaron sus torres contra las murallas <strong>de</strong>l templo y en el<br />

mismo momento los arietes atacaron las puertas y nadie fue herido,<br />

porque los soldados se cubrían con sus escudos como las tortugas, y los<br />

sacerdotes y los guardianes, no habiendo imaginado que el asedio<br />

seguiría, no habían preparado agua hirviendo ni fundido la pez para<br />

rechazar a los atacantes. Así, pues, no pudieron contrarrestar los ataques<br />

bien combinados, dispersaron sus fuerzas y corrieron sin plan por las<br />

murallas, y la gente comenzó a gritar <strong>de</strong> miedo en los patios. Por esto los<br />

sacerdotes <strong>de</strong> grado superior, viendo ce<strong>de</strong>r las puertas y trepar los<br />

negros por las murallas, hicieron sonar las trompetas para que cesara la<br />

lucha y economizar vidas, porque consi<strong>de</strong>raban que Amón había recibido<br />

ya suficientes víctimas y querían conservar a los más fieles en previsión<br />

<strong>de</strong>l porvenir. Se abrieron, pues, las puertas y los soldados entraron en los<br />

patios; la muchedumbre huyó invocando la ayuda <strong>de</strong> Amón y regresó a<br />

sus hogares con alegría, porque su exaltación se había <strong>de</strong>svanecido y el<br />

tiempo les parecía largo en aquellos patios excesivamente calentados por<br />

el sol.<br />

Así fue como Horemheb se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong>l templo sin efusión <strong>de</strong> Sangre.<br />

Mandó a los médicos <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Vida que cuidaran los enfermos <strong>de</strong><br />

la villa, pero no penetró en la Casa <strong>de</strong> la Muerte, porque vive al margen<br />

<strong>de</strong> la vida y está vedada, pase lo que pase en el mundo. Pero los<br />

sacerdotes se atrincheraron <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l templo para proteger al Santo <strong>de</strong><br />

los Santos, e hicieron beber drogas a los guardianes para que<br />

combatieran hasta el fin insensibles al dolor.<br />

El combate en el templo duró hasta la noche, pero al crepúsculo todos<br />

los guardias a quienes les habían suministrado drogas y los sacerdotes<br />

cogidos con armas fueron ejecutados y no quedaron más que los<br />

sacerdotes <strong>de</strong> grado superior que se habían agrupado en torno a su dios.<br />

Entonces Horemheb dio por terminado el combate y mandó recoger los<br />

cadáveres para arrojarlos al río; <strong>de</strong>spués se acercó a los sacerdotes y les<br />

dijo:<br />

-No tengo nada contra Amón porque adoro a Horus, mi halcón. Mas<br />

<strong>de</strong>bo obe<strong>de</strong>cer las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l faraón y <strong>de</strong>rribar a Amón. Pero sería mas<br />

agradable para vosotros y para mí que no se <strong>de</strong>scubriese la imagen en el


santuario porque los soldados la profanarían, y no quisiera cometer tal<br />

profanación, si bien tengo que seguir las ór<strong>de</strong>nes recibidas. Pensad en<br />

mis palabras; os doy el tiempo <strong>de</strong> una clepsidra para reflexionar.<br />

Después podréis alejaros en Paz y nadie pondrá la mano sobre vosotros,<br />

porque no quiero atentar contra vuestras vidas.<br />

Estas palabras gustaron a los sacerdotes, que estaban dispuestos a<br />

morir por Amón. Permanecieron en el recinto sagrado, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la<br />

cortina, hasta que el agua <strong>de</strong> la clepsidra se hubo agotado. Entonces,<br />

Horemheb arrancó la cortina <strong>de</strong> sus manos e hizo salir a los sacerdotes, y<br />

a su marcha el santuario quedó vacío y no se vio en ninguna parte la<br />

imagen <strong>de</strong> Amón, porque los sacerdotes lo habían hecho añicos y se<br />

llevaban los trozos bajo sus mantos para po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>cir que se había<br />

producido el milagro y que Amón vivía siempre. Pero Horemheb hizo<br />

poner los sellos <strong>de</strong>l faraón en todos los <strong>de</strong>pósitos y selló con sus propias<br />

manos los subterráneos don<strong>de</strong> se guardaba el oro y la plata. La misma<br />

noche los escodadores comenzaron a trabajar para borrar, a la luz <strong>de</strong> ]as<br />

antorchas, el nombre <strong>de</strong> Amón <strong>de</strong> las imágenes e inscripciones, y<br />

<strong>de</strong>spués Horemheb hizo recoger los cadáveres <strong>de</strong> las plazas y apagar los<br />

últimos incendios.<br />

Habiéndose enterado <strong>de</strong> que Amón había sido <strong>de</strong>rribado y el or<strong>de</strong>n<br />

restablecido, los ricos y los gran<strong>de</strong>s volvieron a vestir sus mejores galas,<br />

encendieron las lámparas <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sus casas y salieron a ]a calle a<br />

celebrar la victoria <strong>de</strong> Atón. Los cortesanos, refugiados en la casa <strong>de</strong>l<br />

faraón, regresaron también a sus villas <strong>de</strong> la otra orilla <strong>de</strong>l río, y pronto<br />

el cielo <strong>de</strong> Tebas se enrojeció <strong>de</strong> nuevo bajo el resplandor <strong>de</strong> las lámparas<br />

y las antorchas, y se lanzaron flores por las calles y las gentes reían y se<br />

abrazaban. Horemheb no podía impedirles servir vino a los sardos ni<br />

impedir a las mujeres nobles que besasen a los negros que llevaban en la<br />

Punta <strong>de</strong> sus lanzas las cabezas <strong>de</strong> los sacerdotes asesinados. Aquella<br />

noche Tebas nadó en la alegría bajo el nombre <strong>de</strong> Atón, y en nombre <strong>de</strong><br />

Atón todo estaba permitido y no había diferencia entre negros y egipcios,<br />

y para <strong>de</strong>mostrarlo las damas <strong>de</strong> la Corte se llevaban a los negros a sus<br />

casas y abrían sus vestiduras <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ellos gozando <strong>de</strong> su fuerza y <strong>de</strong>l<br />

olor <strong>de</strong> su cuerpo. Y cuando a la sombra <strong>de</strong> los muros, un guardián<br />

herido se arrastraba invocando el nombre <strong>de</strong> Amón, se le rompía la<br />

cabeza contra las piedras <strong>de</strong> la calle y las mujeres bailaban <strong>de</strong> júbilo<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> su cuerpo. Esto es lo que he visto con mis propios ojos.<br />

Vi todo aquello con mis propios ojos y entonces me cogí la cabeza con<br />

ambas manos y todo me importó un ardite, y me dije que ningún dios era<br />

capaz <strong>de</strong> curar al hombre <strong>de</strong> su locura. Aquella noche todo me importó<br />

un ardite; por esto me fui a La Cola <strong>de</strong> Cocodrilo- y las palabras <strong>de</strong> Merit<br />

zumbaron en mis oídos, y llamé a los soldados que seguían custodiando<br />

la taberna, me escucharon porque habían visto a Horemheb en mi


compañía, y en aquella noche <strong>de</strong> insensata alegría, entre la<br />

muchedumbre que danzaba por las calles, los conduje <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la casa<br />

<strong>de</strong> Nefernefernefer. Las lámparas y las antorchas brillaban también allí;<br />

la casa no había sido saqueada y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la calle se oían las risas y los<br />

gritos <strong>de</strong> los beodos. Pero en aquel momento mis rodillas comenzaron a<br />

temblar y dije a los soldados:<br />

-He aquí la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Horemheb, mi amigo, el comandante real.<br />

Entrad en esta casa; encontraréis en ella a una mujer que mantiene la<br />

cabeza alta y cuyos ojos son ver<strong>de</strong>s como la piedra. Id y traédmela, y, si<br />

resiste, dadle un golpe con el asta <strong>de</strong> vuestra lanza, pero no le hagáis<br />

daño.<br />

Entraron satisfechos, y a continuación la gente, asustada, huyó<br />

<strong>de</strong>spavorida, tambaleándose, y los servidores llamaron a los guardias.<br />

Pero los soldados regresaron con las manos llenas <strong>de</strong> frutas, pasteles <strong>de</strong><br />

miel, jarras <strong>de</strong> vino y llevando en brazos a Nefernefernefer, porque se<br />

había resistido y tuvieron que darle un fuerte golpe en la cabeza; había<br />

perdido su peluca y su cabeza afeitada sangraba. Puse la mano sobre su<br />

pecho, que era suave como el vidrio y cálido, pero tenía la impresión <strong>de</strong><br />

tocar una piel <strong>de</strong> serpiente. Sentí que su corazón latía, observé que no<br />

tenía herida grave y la envolví en un manto negro, como se hace con los<br />

cadáveres, <strong>de</strong>positándola en mi litera; los guardias no intervinieron,<br />

porque vieron los soldados que me acompañaban. Los soldados me<br />

escoltaron hasta la Casa <strong>de</strong> la Muerte, y yo estaba sentado en la litera que<br />

se balanceaba con el cuerpo <strong>de</strong> Nefernefernefer inerte sobre mis rodillas;<br />

era tan bella como antes, pero para mi era repugnante como una<br />

serpiente. Así nos llevaron a través <strong>de</strong> la alegre noche <strong>de</strong> Tebas, y <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Muerte di oro a los soldados y <strong>de</strong>spedí la litera. Cogí a<br />

Nefernefernefer y entré, y los embalsamadores acudieron a mi encuentro<br />

y les dije:<br />

-Os traigo una mujer que he encontrado en la calle y no conozco ni su<br />

nombre ni sus parientes, pero creo que tiene joyas que os compensaran<br />

por vuestro trabajo si conserváis su cuerpo para la eternidad.<br />

Se enfurecieron contra mi diciendo:<br />

-¡Pobre loco! ¿Crees acaso que no tenemos bastantes cadáveres estos<br />

días? ¿Quién nos pagará nuestro trabajo?<br />

Pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber abierto el manto negro notaron que el cuerpo<br />

estaba caliente todavía, y al quitar las joyas y las ropas vieron que la,<br />

mujer era bella, mas bella que ninguna <strong>de</strong> las que habían llevado a la Casa<br />

<strong>de</strong> la Muerte. Dejaron <strong>de</strong> refunfuñar y poniendo la mano sobre el<br />

pecho advirtieron que el corazón latía todavía. Entonces la envolvieron<br />

otra vez precipitadamente y guiñándose los ojos se echaron a reír, diciendo:


-Vete ya, extranjero, y bendito seas, porque haremos cuanto podamos<br />

por conservar eternamente este cuerpo, y si <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> nosotros la<br />

guardaremos aquí setenta veces setenta días para que su cuerpo se<br />

conserve para toda la eternidad.<br />

Así fue como cobre mi <strong>de</strong>uda con Nefernefernefer, que me <strong>de</strong>bía<br />

ciertamente mucho a causa <strong>de</strong> mis padres. Y yo pensaba en su persona al<br />

<strong>de</strong>spertarse en los antros <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Muerte, <strong>de</strong>spojada <strong>de</strong> su<br />

riqueza y po<strong>de</strong>río en manos <strong>de</strong> los embalsamadores, que no le<br />

permitirían volver a ver jamás la luz <strong>de</strong>l día, si eran como yo los había<br />

conocido. Tal fue mi venganza, porque a causa <strong>de</strong> ella conocí la Casa <strong>de</strong><br />

la Muerte, pero fue una venganza infantil, como pu<strong>de</strong> darme cuenta más<br />

tar<strong>de</strong>. Hablaré <strong>de</strong> ello a su tiempo, pero quiero <strong>de</strong>cir aquí que la<br />

venganza embriaga y su sabor es <strong>de</strong>licioso, pero <strong>de</strong> todas las flores <strong>de</strong> la<br />

vida es la que mas pronto se marchita, y bajo las <strong>de</strong>licias <strong>de</strong> la venganza<br />

ríe siniestramente una calavera. Y no<br />

encontrada ningún consuelo en la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que quizá mi acto había<br />

salvado a muchos jóvenes <strong>de</strong> una muerte vergonzosa y prematura,<br />

porque la ruina, la vergüenza y la muerte siguen todos los pasos dados<br />

por el pie <strong>de</strong> Nefernefernefer. No, esta i<strong>de</strong>a no me causaba ninguna<br />

satisfacción, porque todo tiene un fin, y la existencia <strong>de</strong> Nefernefernefer<br />

lo tiene también, y es necesario que haya mujeres como ella para po<strong>de</strong>r<br />

poner los corazones a prueba.<br />

Regrese a , don<strong>de</strong> encontré a Merit, y le dije:<br />

-He cobrado mi <strong>de</strong>uda y <strong>de</strong> la manera mas cruel que puedas<br />

imaginarte. Pero mi venganza no me causa alegría ninguna y mi corazón<br />

esta más vacío todavía que antes y tiemblo, pese a que la noche sea<br />

suave.<br />

Bebí vino, y el vino era como polvo en mi boca, y le dije:<br />

--En verdad te digo que mi cuerpo se reseque si vuelvo jamás a tocar a<br />

una mujer, porque cuanto mas pienso en las mujeres, mas las temo, porque<br />

su cuerpo es como un <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong>vastado y su corazón un cepo<br />

mortal.<br />

Ella me toco la mano y, mirándome con sus ojos pardos, me dijo:<br />

-Sinuhé, no has encontrado todavía a la mujer que haya querido hacer<br />

tu felicidad.<br />

Entonces yo le dije:<br />

-¡Que todos los dioses <strong>de</strong> Egipto me protejan <strong>de</strong> la mujer que quiera<br />

hacer mi felicidad, porque también el faraón quiere hacer la felicidad <strong>de</strong><br />

su pueblo y el río arrastra infinidad <strong>de</strong> cadáveres fruto <strong>de</strong> su bondad! -<br />

Bebí más vino y llorando le dije-: Merit, tus mejillas son lisas como el<br />

vidrio y tus manos son cálidas. Permíteme esta noche tocar tus mejillas<br />

con mis labios y guardar entre las tuyas mis manos frías, para que pueda<br />

dormir sin pesadillas, y te daré cuanto me pidas.


Ella me sonrió tristemente y dijo:<br />

-Me doy cuenta <strong>de</strong> que la cola <strong>de</strong> cocodrilo habla en este momento por<br />

tu boca, pero estoy acostumbrada y no te guardo<br />

rencor. Debes saber, Sinuhé, que no te pediré nada y que no he pedido<br />

todavía nunca nada a un hombre ni aceptado regalo<br />

alguno, porque si quiero dar algo lo doy <strong>de</strong> todo corazón, y a ti te lo daré<br />

con mucho gusto, porque soy tan solitaria como tú.<br />

Tomó la copa <strong>de</strong> mis manos, extendió la alfombrilla y se acostó sobre<br />

ella, y yo me tendí a su lado y me calentó mis manos frías. Con mis labios<br />

toque la piel lisa <strong>de</strong> sus mejillas y respire el olor <strong>de</strong> cedro <strong>de</strong> su piel y me<br />

divertí con ella, y fue para mi como un padre y una madre, y como el<br />

fuego para un hombre temblando en una noche <strong>de</strong> hielo, y como la luz <strong>de</strong><br />

la ribera que en una noche <strong>de</strong> tempestad conduce al marino a puerto.<br />

Cuando me que<strong>de</strong> dormido fue como Minea para mi, la Minea que había<br />

perdido para siempre, Y Yo reposaba a su lado como en el fondo <strong>de</strong>l mar<br />

al lado <strong>de</strong> Minea, y no tuve malos sueños, sino que dormí<br />

profundamente, mientras ella murmuraba a mi oído las palabras que las<br />

madres dicen a sus hijos asustados por las tinieblas. A partir <strong>de</strong> aquella<br />

noche fue mi amiga, porque en sus brazos creía <strong>de</strong> nuevo que existía en<br />

mí y fuera <strong>de</strong> mi saber algo que se me escapaba y para lo cual valía la<br />

pena vivir.<br />

A la mañana siguiente le dije:<br />

-Merit, he roto una jarra con una mujer que está muerta, pero<br />

conservo todavía una cinta <strong>de</strong> plata que ató un día sus largos cabellos. Y,<br />

sin embargo, a causa <strong>de</strong> nuestra amistad, estoy dispuesto a romper una<br />

jarra contigo, si lo <strong>de</strong>seas.<br />

Pero ella bostezó y, llevándose la mano a la boca, dijo:<br />

-No <strong>de</strong>bes beber nunca mis ninguna cola, Sinuhé, porque al día<br />

siguiente dices tonterías. Recuerda que me he criado en una taberna y<br />

que no soy ya la muchacha inocente que podría dar crédito a tus palabras<br />

para llevarse <strong>de</strong>spués una <strong>de</strong>cepción.<br />

-Cuando te miro a los ojos, Merit, creo que existen en el mundo<br />

mujeres buenas también -le dije, besando sus mejillas suaves-. Por esto<br />

te he hablado así, a fin <strong>de</strong> que comprendas todo lo que eres para mí.<br />

Sonrió y dijo:<br />

-Habrás observado que te he prohibido beber mis colas <strong>de</strong> cocodrilo,<br />

porque una mujer, para <strong>de</strong>mostrar que ama a un hombre, empieza<br />

siempre prohibiéndole algo para comprobar su po<strong>de</strong>r. Pero no hablemos<br />

<strong>de</strong> jarras, Sinuhé. Sabes muy bien que mi alfombrilla estará siempre<br />

libre para ti cuando estés <strong>de</strong>masiado solo y triste. Pero no te enfa<strong>de</strong>s,<br />

Sinuhé, si alguna vez <strong>de</strong>scubres que en el mundo hay otros hombres<br />

solitarios y afligidos, porque soy libre <strong>de</strong> elegir mi compañía y no quiero


<strong>de</strong> ninguna manera ligarte. Por esto, a pesar <strong>de</strong> todo, te voy a ofrecer con<br />

mis manos una cola <strong>de</strong> cocodrilo.<br />

Tan extraño es el espíritu <strong>de</strong>l hombre y conoce tan poco a su propio<br />

corazón que en aquel instante mi espíritu estaba <strong>de</strong> nuevo libre y ligero<br />

como un pájaro y había olvidado todo el mal ocurrido aquellos días. Me<br />

sentía bien y aquel día no tomé más colas <strong>de</strong> cocodrilo.<br />

Aquel fue el día en que Horemheb <strong>de</strong>volvió al faraón su fusta y su cetro<br />

y le dijo que había <strong>de</strong>rribado a Amón y restablecido el or<strong>de</strong>n en la villa.<br />

El faraón le puso en el cuello la ca<strong>de</strong>na dorada <strong>de</strong>l mundo real y le<br />

entrego la fusta dorada <strong>de</strong> comandante en jefe que olía todavía a gato<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber estado en manos <strong>de</strong> Pepitatón. El faraón se proponía ir<br />

al día siguiente en procesión por la Avenida <strong>de</strong> los Carneros hasta el<br />

templo <strong>de</strong> Atón para festejar la victoria <strong>de</strong> su dios, pero aquella noche<br />

<strong>de</strong>seaba recibir a sus amigos en palacio. Horemheb le habló <strong>de</strong> mí y así<br />

fue como fui invitado al<br />

palacio dorado, porque Horemheb había exagerado mucho hablando <strong>de</strong><br />

mi habilidad y <strong>de</strong> mi profesión <strong>de</strong> médico <strong>de</strong> los pobres y todo lo que<br />

había realizado curando a los <strong>de</strong>sgraciados y secando las lágrimas <strong>de</strong> los<br />

huérfanos.<br />

En palacio vi por primera vez la moda estival <strong>de</strong> las mujeres, <strong>de</strong> que<br />

tanto se había hablado en la villa, y confieso que, a pesar <strong>de</strong> su audacia,<br />

era agradable y graciosa y que no <strong>de</strong>jaba gran cosa para adivinar a los<br />

ojos <strong>de</strong>l hombre. Vi también que las mujeres se habían pintado las<br />

ojeras, con ver<strong>de</strong> malaquita y los labios y las mejillas <strong>de</strong> rojo ladrillo, <strong>de</strong><br />

manera que parecían cuadros.<br />

Horemheb me llevo a presencia <strong>de</strong>l faraón, que durante mi ausencia<br />

se había hecho ya un hombre; su rostro era pálido y ardiente, y sus ojos<br />

estaban abotagados por el insomnio. No llevaba ni una sola joya, sino<br />

que iba vestido enteramente <strong>de</strong> blanco, pero sus ropas eran <strong>de</strong> lino real y<br />

no disimulaban la afeminada <strong>de</strong>formidad <strong>de</strong> su cuerpo escuálido.<br />

-Sinuhé, el médico, tu que eres solitario, me acuerdo <strong>de</strong> ti -dijo.<br />

Y en aquel instante supe que era un hombre a quien había que odiar o<br />

amar, porque nadie podía permanecer indiferente <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él.<br />

-Tengo unos dolores <strong>de</strong> cabeza que me impi<strong>de</strong>n dormir -dijo, tocándose<br />

la frente-. Un espantoso dolor <strong>de</strong> cabeza se apo<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> mí en cuanto<br />

se actúa contra mis <strong>de</strong>seos, y mis médicos son impotentes para curarme.<br />

Solo consiguen aplacar mis dolores, pero no quiero estupefacientes,<br />

4


porque mis i<strong>de</strong>as tienen que ser claras como el agua a causa <strong>de</strong> mi dios, y<br />

estoy también harto <strong>de</strong> los médicos <strong>de</strong>l dios maldito. Horemheb, el hijo<br />

<strong>de</strong>l halcón, me ha hablado <strong>de</strong> tú arte, Sinuhé. ¿Podrías acaso curarme?<br />

¿Conoces a Atón?<br />

Era una pregunta <strong>de</strong>licada, y pensé bien mi respuesta:<br />

-Conozco a Atón, si es lo que está en mi y más allá <strong>de</strong> mi saber, fuera y<br />

por encima <strong>de</strong> todo saber humano. No le conozco <strong>de</strong> otra manera. Se<br />

animó, resplan<strong>de</strong>ció su rostro y con excitación dijo:<br />

-Hablas <strong>de</strong> Atón mejor que ninguno <strong>de</strong> mis discípulos, porque sólo<br />

por el corazón se pue<strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r a Atón y no por la razón. Sinuhé, si<br />

lo <strong>de</strong>seas, te daré la Cruz <strong>de</strong> vida.<br />

Y yo le dije:<br />

-La noche pasada, a causa <strong>de</strong> tu Cruz, vi a gente machacar la cabeza <strong>de</strong><br />

un herido, y las mujeres bailaban alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l cuerpo invocando a Atón.<br />

He visto también mujeres fornicar con negros invocando a Atón.<br />

Su rostro se ensombreció y frunció el ceño y sus pómulos huesudos<br />

brillaron en su rostro <strong>de</strong>lgado. Se llevo la mano a la frente, su mirada se<br />

veló y gritó:<br />

-'También tú, Sinuhé aumentas mis tormentos diciéndome cosas que<br />

me <strong>de</strong>sagradan. '<br />

Y yo le dije:<br />

-Afirmas vivir en la verdad, faraón Akhenatón. Por esto te digo la<br />

verdad, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r que tus cortesanos y<br />

los aduladores <strong>de</strong> Atón te la ocultan bajo los ricos ropajes y las pieles.<br />

Porque la verdad es un puñal <strong>de</strong>snudo en la mano <strong>de</strong>l hombre y pue<strong>de</strong><br />

volverse contra él. La verdad se vuelve contra ti, Akhenatón, y te hiere.<br />

Yo te curaré fácilmente, si consientes en cerrar tus oídos a la verdad.<br />

Akhenatón me preguntó: -¿Podrías curarme trepanándome?<br />

Después <strong>de</strong> haber reflexionado, contesté:<br />

-Sabes que conozco tu mal sagrado, faraón Akhenatón, y te cuidé<br />

durante una <strong>de</strong> tus crisis cuando fuiste niño. Creo que una trepanación<br />

podría aliviarte, si un médico se atreviera a empren<strong>de</strong>rla. Pero <strong>de</strong>bes<br />

recordar que si la operación tiene éxito<br />

per<strong>de</strong>rás el don <strong>de</strong> las visiones.<br />

Me dirigió una mirada <strong>de</strong> suspicacia y dijo:<br />

-¡Crees verda<strong>de</strong>ramente que si me trepanas aniquilarías a Atón en mi<br />

corazón?<br />

-No tengo la menor intención <strong>de</strong> trepanarte, Akhenatón -le dije<br />

vivamente-. No lo haría aunque me lo or<strong>de</strong>nases porque los síntomas no<br />

lo exigen y un médico no proce<strong>de</strong> a una trepanación más que cuando es<br />

absolutamente indispensable y nada más pue<strong>de</strong> salvar al enfermo.<br />

El rostro <strong>de</strong>l faraón se iluminó y dijo:


-El viejo Ptahor ha muerto y la Casa <strong>de</strong> la Vida no ha <strong>de</strong>signado<br />

todavía a su sucesor. Por eso te nombro, Sinuhé, trepanador real, y a<br />

partir <strong>de</strong>l día <strong>de</strong> la Estrella <strong>de</strong>l Can gozarás <strong>de</strong> todas las ventajas<br />

inherentes al cargo, como serás informado por la Casa <strong>de</strong> la Vida.<br />

Después <strong>de</strong> esto Horemheb me llevó a la sala <strong>de</strong>l festín, don<strong>de</strong> se<br />

habían reunido los invitados y los cortesanos se disputaban los mejores<br />

sitios cerca <strong>de</strong>l faraón. Tomé sitio con Horemheb cerca <strong>de</strong> la familia real,<br />

a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l faraón, y observé con viva sorpresa que el sacerdote Ai<br />

formaba también parte <strong>de</strong> ella, pero entonces me acordé que su hija<br />

Nefertiti era la gran esposa real <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la princesa <strong>de</strong> Mitanni, que<br />

había muerto a poco <strong>de</strong> su llegada a Egipto.<br />

Por todo alimento el faraón tomó gachas cocidas con leche,<br />

sirviéndose <strong>de</strong> una cuchara en cuyo mango figuraba una cabeza <strong>de</strong><br />

antílope. Después partió el pan y lo comió, y no bebió vino sino que<br />

vertió agua pura en su copa <strong>de</strong> oro. Después <strong>de</strong> haber comido dijo, con<br />

voz fuerte:<br />

-Contad al pueblo que el faraón Akhenatón vive en la verdad y que su<br />

alimentación es agua y pan y las gachas <strong>de</strong>l pueblo, y que sus comidas no<br />

se diferencian <strong>de</strong> las <strong>de</strong> un pobre.<br />

Más tar<strong>de</strong> me enteré <strong>de</strong> que el faraón no <strong>de</strong>testaba el vino y que se<br />

alegraba a menudo el espíritu con él cuando las cosas iban como él<br />

<strong>de</strong>seaba. Y que no <strong>de</strong>testaba tampoco una oca grasa o la carne <strong>de</strong><br />

antílope, sino que experimentaba aversión por la carne sólo cuando<br />

<strong>de</strong>seaba purificarse con sus visiones. Era muy caprichoso en cuestiones<br />

<strong>de</strong> comida y bebida y creo que esto procedía <strong>de</strong>l hecho <strong>de</strong> que no daba<br />

gran importancia a la cuestión <strong>de</strong>l alimento cuando su espíritu estaba<br />

absorbido y las i<strong>de</strong>as acudían tan rápidamente a su cerebro que no tenía<br />

casi tiempo <strong>de</strong> dictarlas a sus escribas.<br />

Los invitados se levantaban e iban <strong>de</strong> una a otra mesa para saludar a<br />

los amigos y cambiar chismorreos. Un hombre gordo, <strong>de</strong> ancho rostro, se<br />

acercó a mí. Sólo en sus ojos pardos y maliciosos reconocí a Thotmes y<br />

lancé un grito <strong>de</strong> alegría y me levante para abrazarlo. Le dije que lo había<br />

buscado en


-El faraón tiene numerosos escultores y trabajamos juntos, y nuestra<br />

única ley es nuestro ojo. No profanamos al faraón, sino que lo amamos y<br />

queremos expresar todo su ser en nuestras obras. En verdad, Sinuhé,<br />

henos hoy instalados en la casa dorada bebiendo en copas <strong>de</strong> oro,<br />

nosotros, que en el tiempo <strong>de</strong>l falso dios sufríamos persecuciones y<br />

mofas y bebíamos mala cerveza. Conocemos la libertad <strong>de</strong>l arte cretense<br />

y hemos encontrado nuestra propia libertad, y tendrás <strong>de</strong> qué<br />

maravillarte porque ahora la piedra vive en nuestras manos, pese a que<br />

tengamos todavía muchas cosas que apren<strong>de</strong>r.<br />

Mi júbilo al volver a ver a Thotmés fue gran<strong>de</strong>, como lo fue el <strong>de</strong><br />

Horemheb, pero su dignidad le impedía manifestarlo. Pero Thotmés lo<br />

observó atentamente y dijo que quería hacer <strong>de</strong> él una escultura para el<br />

templo, puesto que había liberado a Tebas <strong>de</strong>l yugo <strong>de</strong>l falso dios, y su<br />

prestancia y su rostro se prestaban a la escultura, si el faraón le concedía<br />

el oro y la piedra necesaria. Horemheb se sintió muy halagado, porque<br />

nadie había hecho nunca su retrato.<br />

Súbitamente se levantó, inclinándose con las manos a la altura <strong>de</strong> las<br />

rodillas, y Thotmés y yo seguimos su ejemplo, porque la reina Nefertiti<br />

se acercaba a nosotros y nos habló poniéndose la mano en el pecho. Sus<br />

<strong>de</strong>dos no ostentaban una sola sortija y no llevaba brazaletes para mejor<br />

hacer resaltar la belleza <strong>de</strong> sus manos y la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong> sus muñecas.<br />

Se dirigió a mí y me dijo:<br />

-El grano <strong>de</strong> cebada ha germinado <strong>de</strong> nuevo en mi agua y mi espera es<br />

impaciente, porque el faraón <strong>de</strong>sea un hijo y su po<strong>de</strong>r no está asegurado<br />

mientras un <strong>de</strong>scendiente <strong>de</strong> su sangre no este sólidamente <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él,<br />

porque el falso dios nos acecha en la sombra y no po<strong>de</strong>mos<br />

disimulárnoslo porque lo sabemos todos. Tú, Sinuhé, que has acumulado<br />

saber en tantos países, y, que como médico, según cuentan, has hecho<br />

gran<strong>de</strong>s prodigios, dime si tendré un hijo.<br />

La mire con ojos <strong>de</strong> médico tratando <strong>de</strong> olvidar su belleza, porque por<br />

su voluntad esta belleza afluía hacia mí como si algo en ella me llamase, y<br />

producía este mismo efecto en todos aquellos a quienes ella miraba.<br />

-Nefertiti -le dije-, gran esposa real, no <strong>de</strong>sees un hijo, porque tus<br />

ca<strong>de</strong>ras son estrechas y el nacimiento <strong>de</strong> un hijo podría poner tú vida en<br />

peligro. Solo Atón pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>terminar el sexo <strong>de</strong> una criatura en el seno<br />

materno y ningún hombre tiene ese po<strong>de</strong>r. Cierto es que en diferentes<br />

países he aprendido muchas creencias populares y visto muchos<br />

talismanes con la ayuda <strong>de</strong> los cuales las mujeres creían dar a luz niños<br />

varones, pero se equivocaban una vez <strong>de</strong> cada dos, puesto que las<br />

probabilida<strong>de</strong>s son iguales. Sin embargo, puesto que has tenido dos hijas<br />

ya, es verosímil que tengas ahora un hijo, pero no es seguro, porque<br />

quiero ser honrado contigo, sin tratar <strong>de</strong> engañarte con prácticas<br />

mágicas perfectamente ineficaces.


Estas palabras no le gustaron y no me sonreía ya al mirarme con sus<br />

ojos claros e inexpresivos.<br />

Thotmés intervino osadamente en la conversación y dijo:<br />

-Nefertiti, la mas bella <strong>de</strong> las bellas, engendra solo hijas que here<strong>de</strong>n<br />

tu belleza a fin <strong>de</strong> que el mundo sea más rico. La joven Meriatón es ya<br />

una belleza y las mujeres <strong>de</strong> la Corte tratan <strong>de</strong> imitar la forma <strong>de</strong> su<br />

cabeza por medio <strong>de</strong>l peinado. Pero quiero hacer <strong>de</strong> ti un retrato que<br />

haga perdurar eternamente tu belleza.<br />

A la mañana siguiente, lleve a Merit a ver el cortejo <strong>de</strong>l faraón, y<br />

estaba muy bella, con su traje <strong>de</strong> ultima moda pese a que hubiese nacido<br />

en una taberna, y yo no sentía la más mínima vergüenza <strong>de</strong> ella cuando<br />

nos sentamos juntos en los sitios reservados para los favoritos <strong>de</strong>l<br />

faraón.<br />

La Avenida <strong>de</strong> los Carneros estaba empavesada con oriflamas y<br />

atestada <strong>de</strong> gente a ambos lados que habían acudido a ver al faraón, y los<br />

chiquillos habían trepado a los árboles y Pepitatón había dispuesto en los<br />

bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l camino numerosas cestas <strong>de</strong> flores para que el pueblo<br />

pudiese, según la costumbre, sembrar con ellas el camino <strong>de</strong>l rey. Yo me<br />

sentía el espirito ligero y radiante pensando en un porvenir <strong>de</strong> luz y<br />

libertad para Egipto. A mi lado tenia a una mujer madura y bella que era<br />

mi amiga y apoyaba su mano sobre mi brazo y en torno nuestro no<br />

veíamos más que rostros joviales y risueños. Pero reinaba un silencio<br />

impresionante, tan absoluto, que el graznido <strong>de</strong> los cuervos en lo alto <strong>de</strong>l<br />

templo flotaba sobre la villa, porque los cuervos y las aves <strong>de</strong> rapiña<br />

llegados a Tebas estaban tan ahítos que no querían regresar a las<br />

montañas.<br />

Fue un error hacer escoltar la litera real por negros pintados, porque<br />

su sola presencia irritó al pueblo. En efecto, casi no había un solo<br />

espectador que no hubiese sufrido algún perjuicio durante los recientes<br />

alborotos. Muchos habían visto sus casas incendiadas; las lágrimas <strong>de</strong> las<br />

mujeres no se habían secado todavía, las heridas <strong>de</strong> los hombres<br />

escocían aún, y<br />

ninguna sonrisa aparecía en los labios. Y Akhenatón apareció,<br />

balanceándose en su litera muy por encima <strong>de</strong> las cabezas <strong>de</strong> la<br />

muchedumbre. Llevaba la doble corona, la <strong>de</strong> lirio y la <strong>de</strong> papiro, y tenía<br />

los brazos cruzados sobre el pecho y sus manos estrechaban la fusta y el<br />

cetro real. Permanecía inmóvil como una estatua, según la costumbre <strong>de</strong><br />

los faraones en público, y el silencio a su paso era espantoso, como si el<br />

espectáculo hubiese hecho enmu<strong>de</strong>cer al pueblo. Pero los soldados<br />

apostados a ambos lados <strong>de</strong>l camino levantaron las lanzas y lanzaron<br />

aclamaciones y los ricos y los nobles siguieron su ejemplo lanzando<br />

flores hacia la litera real. Pero en el silencio impresionante <strong>de</strong>l pueblo<br />

estas aclamaciones parecían débiles como el zumbido <strong>de</strong> un mosquito


aislado en la noche invernal, y pronto todos se callaron cambiando<br />

miradas <strong>de</strong> consternación.<br />

Y entonces, contrariamente a todas las costumbres, el faraón se movió<br />

y levantó el cetro y la fusta para saludar al pueblo. La muchedumbre<br />

sintió un estremecimiento y súbitamente estalló un grito unánime y<br />

potente como el estruendo <strong>de</strong> las olas contra las rocas. El pueblo entero<br />

gritaba con voz lamentable: « ¡Amón, Amón, <strong>de</strong>vuélvenos a Amón, el<br />

dios <strong>de</strong> todos los dioses!. La muchedumbre se agitaba y su grito<br />

aumentaba en intensidad, <strong>de</strong> manera que los cuervos y las aves <strong>de</strong> rapiña<br />

<strong>de</strong>l templo levantaron el vuelo y pasaron por encima <strong>de</strong> la litera real. Y la<br />

gente seguía gritando: « ¡Vete, falso faraón, vete!»<br />

Estos gritos asustaron a los servidores <strong>de</strong> la litera que se <strong>de</strong>tuvieron,<br />

pero cuando los oficiales, inquietos, los hubieron hecho avanzar <strong>de</strong><br />

nuevo, la muchedumbre rompió la barrera <strong>de</strong> los guardias y se precipito<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la litera para impedir que avanzara. Nadie podía observar lo<br />

que pasaba, porque los soldados comenzaron a distribuir golpes para<br />

abrirse paso, pero pronto tuvieron que recurrir a las lanzas y los puñales<br />

para <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse; los palos y las piedras volaron y pronto la sangre corrió<br />

por la Avenida <strong>de</strong> los Carneros y los gritos <strong>de</strong> agonía ahogaban el<br />

escándalo producido por la muchedumbre. Pero ninguna piedra fue<br />

lanzada contra el faraón, porque había nacido <strong>de</strong>l sol como todos sus<br />

pre<strong>de</strong>cesores. Su persona era sagrada y nadie <strong>de</strong> aquella multitud<br />

hubiera siquiera soñado levantar el brazo contra el pese a que fuese<br />

odiado. Creo que ni los sacerdotes se hubieran atrevido a cometer un<br />

acto tal. Por esto el faraón pudo observar con toda tranquilidad todo lo<br />

que ocurría en torno suyo. Olvidando su dignidad se levantó y gritó para<br />

<strong>de</strong>tener a los soldados, pero nadie lo oía.<br />

La muchedumbre lapidaba a los soldados y los golpeaba y ellos se<br />

<strong>de</strong>fendían matando a sus adversarios, y la gente gritaba sin cesar: «<br />

¡Devuélvenos a Amón!» Y gritaba también: « ¡Vete, falso faraón, vete!<br />

Los hombres penetraban en los lugares reservados, los nobles y los<br />

ricos huían y las mujeres abandonaron sus flores y sus frascos <strong>de</strong><br />

perfumes.<br />

Entonces Horemheb hizo sonar sus trompetas y los carros <strong>de</strong> guerra<br />

salieron <strong>de</strong>los patios ylas callejuelas don<strong>de</strong> los había estacionado para no<br />

irritar al pueblo. Los carros avanzaron y aplastaron a mucha gente, pero<br />

Horemheb había hecho quitar las hoces <strong>de</strong> las ruedas y avanzaron<br />

lentamente y en un or<strong>de</strong>n perfecto, ro<strong>de</strong>ando la litera <strong>de</strong>l faraón, y<br />

siguieron avanzando protegiendo también el cortejo y la familia real.<br />

Pero la muchedumbre no se dispersó hasta haber visto las<br />

embarcaciones reales atravesar <strong>de</strong> nuevo el río. Entonces lanzaron gritos<br />

<strong>de</strong> odio, y la plebe, que se había mezclado con la muchedumbre, se lanzó<br />

contra las casas <strong>de</strong> los ricos para saquearlas, hasta el momento en que


los soldados hubieron restablecido el or<strong>de</strong>n y cada cual volvió a su casa,<br />

mientras cerraba la noche y acudían los cuervos a <strong>de</strong>spedazar los<br />

cadáveres en la Avenida <strong>de</strong> los Carneros.<br />

Así fue como el faraón Akhenatón se enfrentó por primera vez con su<br />

pueblo irritado y vio correr la sangre por su dios y no olvidó jamás aquel<br />

espectáculo que <strong>de</strong>strozó algo en su interior; la cólera envenenó su amor<br />

y su ardor aumentó <strong>de</strong> manera que dio or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> mandar a las minas a<br />

todos los que pronunciasen el nombre <strong>de</strong> Amón o lo conservasen en<br />

imágenes o copas. Pero la gente se negaba a <strong>de</strong>latarse unos a otros y sólo<br />

se recibían <strong>de</strong>nuncias <strong>de</strong> ladrones y esclavos y nadie estuvo ya en<br />

seguridad ante los <strong>de</strong>latores, <strong>de</strong> manera que la gente honorable fue<br />

enviada a las minas y las canteras, y los <strong>de</strong>nunciantes tomaban posesión<br />

<strong>de</strong> sus bienes en nombre <strong>de</strong> Atón.<br />

Cuento todo esto por anticipado para explicar cómo ocurrió. Pero a la<br />

noche siguiente me mandaron llamar urgentemente <strong>de</strong>l palacio dorado<br />

porque el faraón había tenido un ataque <strong>de</strong> su enfermedad y los médicos,<br />

temiendo por su vida, querían compartir conmigo la responsabilidad, ya<br />

que el faraón les había hablado <strong>de</strong> mí. Durante mucho tiempo<br />

permaneció en la inconsciencia, como un muerto, y sus miembros<br />

estaban fríos y no parecía latir su pulso. Pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberse<br />

mordido la lengua durante el <strong>de</strong>lirio, recuperó el conocimiento, <strong>de</strong><br />

manera que la sangre manaba <strong>de</strong> su boca. Al volver en sí echó <strong>de</strong> su<br />

presencia a todos los médicos <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Vida, porque no quería<br />

verlos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> el, y se quedó solo conmigo. Y entonces dijo:<br />

-Convoca a los remeros e iza las velas rojas, y que quien se llame<br />

amigo me siga, porque quiero partir y mi visión me conducirá hacia una<br />

tierra que no pertenece a ningún dios ni a ningún hombre. Consagraré<br />

esta tierra a Atón y construiré en ella una villa que será la ciudad <strong>de</strong><br />

Atón, y no volveré nunca más a Tebas. -Y añadió a<strong>de</strong>más-: La actitud <strong>de</strong>l<br />

pueblo <strong>de</strong> Tebas es la mis repugnante <strong>de</strong> todas, y es más infame y<br />

miserable que todo lo que cualquiera <strong>de</strong> mis antepasados haya<br />

recibido incluso <strong>de</strong> los pueblos extranjeros. Y por esto abandono Tebas<br />

para siempre y la <strong>de</strong>jo sumida a sus tinieblas.<br />

Su excitación era tan gran<strong>de</strong> que, estando enfermo todavía, se hizo<br />

llevar en seguida a su barca, y en vano me opuse como médico y sus<br />

consejeros no pudieron disuadirlo tampoco.<br />

Y <strong>de</strong>spués Horemheb dijo:<br />

-Así está bien, porque el pueblo <strong>de</strong> Tebas tendrá lo que quiere y<br />

Akhenatón hará lo que le parezca y todo el mundo estará contento y la<br />

paz renacerá.<br />

Akhenatón tenía un aspecto tan <strong>de</strong>scompuesto y sus ojos tenían una<br />

expresión tal que me incliné ante su <strong>de</strong>cisión, porque me dije que un<br />

cambio <strong>de</strong> aire le sería propicio. Así fue como acompañé al faraón en su


viaje y estaba tan impaciente por partir que no esperó siquiera a la<br />

familia real y tomó la <strong>de</strong>lantera, y Horemheb lo hizo escoltar por sus<br />

navíos <strong>de</strong> guerra.<br />

La barca real <strong>de</strong> velas rojas <strong>de</strong>scendió por la corriente y Tebas<br />

<strong>de</strong>sapareció <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> nosotros, con sus murallas, y sus templos y las<br />

puntas doradas <strong>de</strong> los obeliscos, y las tres montañas, eternas guardianas<br />

<strong>de</strong> Tebas, se borraron también en el horizonte. Pero el recuerdo <strong>de</strong> Tebas<br />

nos acompañó durante muchos días, porque el río estaba infestado <strong>de</strong><br />

gran<strong>de</strong>s cocodrilos cuyas aguas azotaban con la cola, enfangándola; cien<br />

veces cien cadáveres hinchados <strong>de</strong>scendían por la corriente y no había<br />

playa don<strong>de</strong> algún cadáver no fuese arrastrado por los cabellos o las<br />

ropas a causa <strong>de</strong>l dios <strong>de</strong> Akhenatón. Pero el faraón no supo nada,<br />

porque yacía en su <strong>de</strong>partamento real sobre muelles alfombras y los<br />

servidores lo ungían con aceite oloroso y quemaban incienso para que no<br />

advirtiese el olor <strong>de</strong> los cadáveres.<br />

Al cabo <strong>de</strong> diez días llegamos a aguas más claras y el faraón subió a<br />

cubierta para examinar el paisaje. La tierra era amarillenta y los<br />

campesinos recogían las cosechas; por la tar<strong>de</strong> conducían los rebaños a<br />

abrevarlos al río y los pastores tocaban el caramillo. Al ver la barca <strong>de</strong>l<br />

faraón, la gente acudía <strong>de</strong> los poblados y saludaba a su faraón con<br />

gran<strong>de</strong>s gritos agitando palmas. Más que las medicinas, la vista <strong>de</strong> aquel<br />

pueblo feliz produjo efecto en el faraón y alguna vez bajó a tierra para<br />

hablar con aquellos hombres y los tocaba con sus manos y ben<strong>de</strong>cía a las<br />

mujeres y a los niños, que no podrían olvidarlo nunca. Los cor<strong>de</strong>ros se<br />

acercaban tímidamente a él y husmeaban los faldones <strong>de</strong> su traje y los<br />

lamían, y el se reía <strong>de</strong> gozo. Y no temía el disco <strong>de</strong>l sol que era su dios,<br />

que era, sin embargo, un dios mortal en medio <strong>de</strong>l verano, sino que<br />

exponía su rostro a él y el sol le tostaba la tez, <strong>de</strong> manera que se<br />

reprodujeron su excitación y su fiebre y su espíritu echaba llamas por sus<br />

ojos.<br />

Llegada la noche, se sentaba a proa y me <strong>de</strong>cía:<br />

-Repartiré las tierras <strong>de</strong>l falso dios entre los que se han contentado<br />

con poco y han trabajado con sus manos, a fin <strong>de</strong> que sean felices y<br />

bendigan el nombre <strong>de</strong> Atón. Les daré estas tierras, porque mi corazón<br />

se regocija al ver a estos niños rollizos y estas madres sonrientes y estos<br />

hombres que trabajan en nombre <strong>de</strong> Atón sin odiar a nadie y sin temer a<br />

nadie. -Y añadió-: El corazón <strong>de</strong>l hombre es tenebroso y jamás lo hubiera<br />

creído si no lo hubiese visto con mis ojos. Porque mi blancura es tan<br />

<strong>de</strong>slumbrante que no comprendo las tinieblas, y cuando la luz brilla en<br />

mi corazón olvido los falsos corazones. Pero hay ciertamente muchos que<br />

no pue<strong>de</strong>n compren<strong>de</strong>r a Atón ni aún viéndolo y experimentando su<br />

amor, porque han vivido siempre en las tinieblas y sus ojos no reconocen<br />

la luz, sino que ven en ella un flagelo que ofusca sus ojos. Por esto los


<strong>de</strong>jaré en Paz y no los inquietaré, pero no quiero vivir con ellos, sino<br />

agrupar a mi alre<strong>de</strong>dor a todos mis fieles y viviré con ellos sin<br />

abandonarlos jamás, sin sufrir estos espantosos dolores <strong>de</strong> cabeza al ver<br />

lo que me <strong>de</strong>sagrada y es una abominación para Atón.<br />

Contempló las estrellas y dijo:<br />

-La noche es una abominación para mí y no me gustan las tinieblas, sino<br />

que las temo, y no me gustan tampoco las estrellas, porque, cuando<br />

brillan, los chacales salen <strong>de</strong> sus guaridas y los leones rondan rugiendo,<br />

sedientos <strong>de</strong> sangre. Tebas es una noche para mí, y por esto la abandono<br />

y pongo mis esperanzas en los jóvenes y los niños, porque <strong>de</strong> ellos<br />

brotará la Primavera <strong>de</strong> la vida y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber sabido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su<br />

infancia la doctrina <strong>de</strong> Atón, se purificarán <strong>de</strong>l mal y se purificará todo el<br />

mundo. Por esto habrá que reformar las escuelas y echar a todos los<br />

viejos maestros y redactar nuevos textos <strong>de</strong> lectura. Quiero también<br />

simplificar la escritura, porque no tenemos necesidad <strong>de</strong> imágenes para<br />

compren<strong>de</strong>r lo que está escrito, y quiero inventar una escritura que el<br />

más simple pueda apren<strong>de</strong>r, y no habrá ya diferencia entre el pueblo y<br />

los que saben escribir, porque el pueblo sabrá escribir también, y en cada<br />

pueblo habrá por lo menos un hombre que sabrá leer las cartas que yo<br />

mandare. Pues quiero escribirles a menudo y mucho, y sobre todas las<br />

cosas que quiero que sepan.<br />

Estas palabras me asustaron porque conocía ya la nueva escritura, que<br />

era fácil <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r y escribir, pero que no era una escritura sagrada, y<br />

no era tan bella ni tan rica como la antigua, y por esto todas las personas<br />

letradas la <strong>de</strong>spreciaban. Y le dije:<br />

-La escritura popular es fea y grosera y no es una escritura sagrada.<br />

¿Que será <strong>de</strong> Egipto si todo el mundo apren<strong>de</strong> a leer? Es una cosa que no<br />

ha ocurrido jamás y <strong>de</strong>spués la gente no querrá trabajar con sus manos, y<br />

la tierra permanecerá inculta y el pueblo no obtendrá provecho alguno<br />

<strong>de</strong> su escritura, puesto que morirá <strong>de</strong> hambre.<br />

No hubiera <strong>de</strong>bido hablarle así, porque se enojó y dijo:<br />

-Las tinieblas están todavía cerca <strong>de</strong> mi, como el fuego, y mis ojos ven<br />

a través <strong>de</strong> todos los obstáculos como a través <strong>de</strong> un agua transparente,<br />

ven el mundo tal como será <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mi. En este mundo no habrá ya<br />

odio ni temor, los hombres se repartirán el trabajo como hermanos y se<br />

partirán el pan y no habrá ya pobres ni ricos, sino que todos serán<br />

iguales y todos sabrán leer lo que les escribiré. Y nadie dirá <strong>de</strong> su<br />

prójimo: asqueroso sirio, o miserable negro, sino que cada hombre será<br />

hermano <strong>de</strong>l otro y no habrá nunca más guerras. He aquí lo que ven mis<br />

ojos, y por esto mi fuerza y mi alegría me inva<strong>de</strong>n el corazón hasta el<br />

punto <strong>de</strong> hacerlo <strong>de</strong>sbordar.


Me di nuevamente cuenta <strong>de</strong> que estaba loco y haciéndolo acostar<br />

sobre su alfombra le di un calmante. Pero sus palabras me atormentaban<br />

y me apuñalaban el corazón, porque estaba casi a punto <strong>de</strong> aceptar su<br />

doctrina. Había visto muchos pueblos y todos se parecen<br />

fundamentalmente, y había visto muchas villas que se parecían<br />

fundamentalmente también, y para un médico no <strong>de</strong>bía haber diferencia<br />

entre un rico y un pobre, un sirio o un egipcio, porque el <strong>de</strong>ber <strong>de</strong>l<br />

medico es curar a todos por igual.<br />

Por esto le dije a mi corazón:<br />

-Su locura es gran<strong>de</strong> y está originada probablemente por su<br />

enfermedad, pero al mismo tiempo su locura es suave y contagiosa y<br />

quisiera que su teoría se realizase, pese a que mi razón me dice que un<br />

mundo tal sólo podría ser edificado en el reino <strong>de</strong>l Poniente. Pero mi<br />

corazón grita y dice que su verdad es más gran<strong>de</strong> que todas las <strong>de</strong>más<br />

que le han sido expuestas, pese a que sepa que la sangre y la ruina<br />

acompañan sus pasos y que si vive mucho tiempo acabará aniquilando<br />

un gran imperio.<br />

Durante las tinieblas nocturnas, contemplaba las estrellas y me <strong>de</strong>cía<br />

a mí mismo:<br />

-Yo, Sinuhé, soy un extranjero en este mundo, y no se siquiera quien<br />

me engendró. Por propia voluntad soy médico <strong>de</strong> los pobres, porque el<br />

oro no tiene valor para mí, pese a que prefiera una oca guisada a un<br />

mendrugo <strong>de</strong> pan y el vino al agua. Pero nada <strong>de</strong> todo esto me es tan caro<br />

que no pueda renunciar a ello. De manera que, no teniendo otra cosa que<br />

per<strong>de</strong>r que mi espíritu, ¿por qué no sostenerlo en su <strong>de</strong>bilidad,<br />

situándome a su lado y dándole ánimos sin plantear dudas? Es el faraón<br />

y el po<strong>de</strong>r está en sus manos; no existe país más rico que Egipto y quizás<br />

Egipto pudiera soportar esta prueba. De ser así, el mundo será renovado<br />

y un nuevo año <strong>de</strong>l mundo comenzará entonces, y los hombres serán<br />

todos hermanos y no habrá ya ricos ni pobres. Jamás se había ofrecido<br />

todavía al hombre una ocasión tal <strong>de</strong> realizar sus aspiraciones, porque ha<br />

nacido faraón y no creo que esta ocasión se renueve, <strong>de</strong> manera que este<br />

instante es el único en el cual la verdad pueda realizarse.»<br />

Así, en la barca real mecida sobre el río, soñaba con los ojos abiertos y<br />

el viento <strong>de</strong> la noche llevaba hasta mi olfato el olor <strong>de</strong>l trigo maduro y <strong>de</strong><br />

las eras. Pero el viento refrescó y mi sueño se apagó y le dije<br />

melancólicamente a mi corazón: -Si tan sólo Kaptah estuviese aquí y<br />

hubiese oído estas palabras... Porque, pese a que sea un médico hábil y<br />

sepa curar muchas enfermeda<strong>de</strong>s, la enfermedad y la miseria <strong>de</strong> este<br />

mundo son tan gran<strong>de</strong>s que todos los médicos <strong>de</strong>l mundo no las pue<strong>de</strong>n<br />

curar, pese a todo su saber, y hay enfermeda<strong>de</strong>s contra las cuales los<br />

médicos son impotentes. Es posible que el faraón sea el médico <strong>de</strong> los<br />

corazones humanos, pero no pue<strong>de</strong> estar en todas partes y los médicos


<strong>de</strong> corazones que el trata <strong>de</strong> formar no entien<strong>de</strong>n más que a medias sus<br />

palabras y <strong>de</strong>forman su pensamiento cada cual según su propio<br />

enten<strong>de</strong>r, y no conseguirá en toda su vida llegar a formar número<br />

suficiente <strong>de</strong> médicos para curar los corazones <strong>de</strong> la humanidad. Hay,<br />

a<strong>de</strong>más, corazones que se han endurecido <strong>de</strong> tal manera que incluso la<br />

verdad permanece estéril. Y Kaptah diría seguramente:


cambiaban <strong>de</strong> sitio jarras y alfombras, y las que tenían muchos hijos<br />

sentían celos <strong>de</strong> las que no tenían. La gente acostumbrada a los suelos <strong>de</strong><br />

tierra batida consi<strong>de</strong>raba los <strong>de</strong> arcilla malsanos y polvorientos, mientras<br />

otros <strong>de</strong>cían que el barro <strong>de</strong> la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte no era como en los<br />

otros sitios, sino que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> estar maldito, porque los utensilios hechos<br />

con él se partían al lavarlos.<br />

Querían también hortalizas <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sus casas, según su costumbre,<br />

y no estaban contentos <strong>de</strong> los terrenos que el faraón les había dado fuera<br />

<strong>de</strong> la villa y <strong>de</strong>cían que faltaba agua y estaban <strong>de</strong>masiado lejos para llevar<br />

hasta ellos el estiércol. Tendían su colada a secar en unas cuerdas a<br />

través <strong>de</strong> la calle y tenían en sus casas cabras, a pesar <strong>de</strong> la prohibición<br />

dictada por el faraón por razones <strong>de</strong> higiene y a causa <strong>de</strong> los chiquillos,<br />

<strong>de</strong> manera que no he visto en mi vida ciudad mas <strong>de</strong>scontenta y<br />

querellante que la <strong>de</strong> los constructores durante la edificación <strong>de</strong> la nueva<br />

capital. Pero acabaron acostumbrándose y resignándose y <strong>de</strong>jaron <strong>de</strong><br />

mal<strong>de</strong>cir al faraón, no pensando en sus antiguos hogares mas que con un<br />

suspiro, pero sin verda<strong>de</strong>ras ganas <strong>de</strong> regresar a ellos. Sin embargo, las<br />

mujeres siguieron teniendo las cabras en sus casas.<br />

Después vino la inundación <strong>de</strong>l invierno, Pero el faraón no regresó a<br />

Tebas, sino que siguió gobernando el País <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su barca. Cada piedra<br />

colocada y cada columna erigida lo alegraban, y a veces, al ver levantarse<br />

las bellas casas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra a lo largo <strong>de</strong> las calles, se reía maliciosamente<br />

porque pensaba en Tebas. Consagro a la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte todo el<br />

oro robado a Amón, pero las tierras <strong>de</strong>l dios fueron repartidas entre los<br />

pobres que <strong>de</strong>seaban cultivar el suelo. Hizo <strong>de</strong>tener todos los navíos que<br />

remontaban el río comprando todos sus cargamentos para así crear<br />

dificulta<strong>de</strong>s a Tebas y activó <strong>de</strong> tal manera los trabajos que el precio <strong>de</strong> la<br />

ma<strong>de</strong>ra y <strong>de</strong> la piedra aumento <strong>de</strong> tal modo que un hombre podía ganar<br />

una fortuna con un cargamento <strong>de</strong> vigas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la primera catarata a la<br />

Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte. Había acudido una muchedumbre <strong>de</strong> obreros que<br />

se alojaban en las cabañas <strong>de</strong> la ribera, don<strong>de</strong> amasaban la arcilla para<br />

fabricar ladrillos. Construían las calles y los canales <strong>de</strong> irrigación y<br />

excavaban el suelo para construir el lago sagrado <strong>de</strong> Atón en el jardín <strong>de</strong>l<br />

palacio. Se llevaron también arbustos y árboles que se plantaron <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> la primera crecida, así como árboles frutales en plena producción, <strong>de</strong><br />

manera que en el verano siguiente el faraón pudo ya coger con su mano<br />

ávida los primeros dátiles, higos y granadas <strong>de</strong> su ciudad.<br />

Yo estaba muy ocupado, pues mientras el faraón sanaba, prosperaba y<br />

gozaba viendo su ciudad brotar <strong>de</strong> la tierra, los constructores tuvieron<br />

que soportar muchas enfermeda<strong>de</strong>s antes <strong>de</strong> que el suelo se sanease por<br />

la filtración, y durante los trabajos se produjeron numerosos acci<strong>de</strong>ntes.<br />

Mientras no hubo muelles, los cocodrilos atacaban a los <strong>de</strong>scargadores<br />

obligados a meterse en el agua. No hay nada tan horrible como oir los


gritos <strong>de</strong> un hombre medio sumergido en las fauces <strong>de</strong> un cocodrilo que<br />

lo arrastra para <strong>de</strong>jarlo pudrir en su nido. Pero el faraón estaba tan<br />

poseído por su verdad que no veía nada <strong>de</strong> eso, y los armadores<br />

contrataron cazadores <strong>de</strong> cocodrilos <strong>de</strong>l País Bajo, quienes no tardaron<br />

en limpiar el río <strong>de</strong> estos monstruos. Eran muchos los que pretendían<br />

que los cocodrilos habían seguido la barca <strong>de</strong> Akhenatón <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Tebas a<br />

la nueva ciudad, pero yo no me atrevería a opinar sobre este punto, pese<br />

a que sepa que el cocodrilo es un saurio terriblemente astuto y sagaz. Sin<br />

embargo, es difícil admitir que los cocodrilos hubiesen podido establecer<br />

una relación entre la barca <strong>de</strong>l faraón y los cadáveres que flotaban sobre<br />

el agua, pero si es así, el cocodrilo es, en este caso, un animal<br />

terriblemente inteligente. Pero su inteligencia no le sirvió <strong>de</strong> nada contra<br />

los cazadores y juzgaron oportuno <strong>de</strong>jar en Paz la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte,<br />

lo cual es una nueva prueba <strong>de</strong> su gran y terrible astucia. Pero se<br />

establecieron en gran<strong>de</strong>s grupos mas abajo, hasta Menfis, don<strong>de</strong><br />

Horemheb había instalado su cuartel general.<br />

Debo en efecto, citar que, al retirarse las aguas <strong>de</strong> la crecida,<br />

Horemheb había ido a la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte con los nobles <strong>de</strong> la<br />

Corte, pero solo con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> incitar a Akhenatón a renunciar a su<br />

<strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> disolver el Ejército. El faraón le había or<strong>de</strong>nado que<br />

licenciase a los negros y los sardos y los mandase a sus casas, pero<br />

Horemheb había ido <strong>de</strong>morando las casas paulatinamente, porque<br />

temía, no sin razón, que hubiese una revuelta en Siria, don<strong>de</strong> quería<br />

mandar las tropas. Porque <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los inci<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> Tebas, los negros<br />

y los sardos eran <strong>de</strong>testados en todo Egipto. Pero el faraón continuó sin<br />

ce<strong>de</strong>r y Horemheb perdió el tiempo. Sus conversaciones se <strong>de</strong>sarrollaban<br />

cada día <strong>de</strong> la misma manera.<br />

Horemheb le <strong>de</strong>cía:<br />

-Una gran inquietud reina en Siria y sus colonias egipcias son débiles.<br />

El rey Aziru fomenta el odio contra Egipto y no me cabe la menor duda<br />

<strong>de</strong> que en el momento propicio se levantará abiertamente.<br />

Y Akhenatón <strong>de</strong>cía:<br />

-¡Has visto los suelos <strong>de</strong> mi palacio, don<strong>de</strong> los artistas dibujan<br />

rosaledas y ána<strong>de</strong>s volando, a la manera cretense? Por otra parte, no creo<br />

en un levantamiento en Siria, porque he mandado a cada rey una cruz <strong>de</strong><br />

vida. En cuanto a Aziru, es mi amigo, ha aceptado la Cruz <strong>de</strong> vida y ha<br />

erigido un templo a Atón en el país <strong>de</strong> Amurrit. Has visto seguramente<br />

ya el pórtico <strong>de</strong> Atón <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mi palacio, y vale la pena, si bien, para<br />

ganar tiempo, las columnas son <strong>de</strong> ladrillo. Me es <strong>de</strong>sagradable pensar<br />

que los esclavos tendrán que penar en las canteras para sacar la piedra<br />

para Atón. Volviendo a Aziru, haces mal en dudar <strong>de</strong> su fi<strong>de</strong>lidad, porque<br />

he recibido <strong>de</strong> el numerosas tablillas <strong>de</strong> arcilla en las cuales se informa


ávidamente sobre Atón, y, si lo <strong>de</strong>seas, mis epistológrafos podrán<br />

enseñártelas en cuanto los archivos estén en or<strong>de</strong>n.<br />

Horemheb <strong>de</strong>cía:<br />

-Me meo en las tablillas, porque son tan sórdidas y tan pérfidas como<br />

él. Pero si estos firmemente <strong>de</strong>cidido a licenciar el Ejército, permíteme<br />

por lo menos reforzar los puestos fronterizos, porque las tribus <strong>de</strong>l Sur<br />

empujan ya sus rebaños hacia nuestros pastos <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Kush e<br />

incendian los poblados <strong>de</strong> nuestros aliados negros, lo cual es fácil, pues<br />

sus cabañas están hechas <strong>de</strong> cañas.<br />

Akhenatón <strong>de</strong>cía:<br />

-No los creo armados <strong>de</strong> malas intenciones; la necesidad les obliga.<br />

Por esto nuestros aliados negros <strong>de</strong>ben compartir sus pastos con las<br />

tribus <strong>de</strong>l Sur, y les mandaré también cruces <strong>de</strong> vida. No creo tampoco<br />

que incendian los poblados con premeditación y con el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />

perjudicar, porque estos poblados <strong>de</strong> casas se incendian fácilmente y no<br />

es posible con<strong>de</strong>nar tribus enteras por algunos incendios. Pero si tú<br />

<strong>de</strong>seas, pue<strong>de</strong>s reforzar los puestos fronterizos <strong>de</strong> Kush y <strong>de</strong> Siria,<br />

porque tú misión es velar por la seguridad <strong>de</strong>l país, pero no <strong>de</strong>be ser con<br />

un ejército regular.<br />

Y Horemheb <strong>de</strong>cía:<br />

-En todo caso, Akhenatón, mi insensato amigo, <strong>de</strong>bes permitirme<br />

reorganizar todo el sistema <strong>de</strong> guardias en el país, porque los soldados<br />

liberados saquean las casas y roban las pieles <strong>de</strong> los impuestos. Y el<br />

faraón, como dando una lección, <strong>de</strong>cía:<br />

-Ya ves, Horemheb, las consecuencias <strong>de</strong> tu <strong>de</strong>sobediencia. Si<br />

hubieses hablado mis extensamente <strong>de</strong> Atón a tus soldados, se portarían<br />

bien, pero ahora sus corazones están en tinieblas y las marcas <strong>de</strong> los<br />

golpes les queman la espalda y no saben lo que hacen. ¿No has visto que<br />

mis dos hijas se pasean ya solas y Meriatón toma a su hermana pequeña<br />

<strong>de</strong> la mano y llevan una linda gacela como compañera? Por otra parte,<br />

nada te impi<strong>de</strong> contratar como guardias a los soldados licenciados, a<br />

condición <strong>de</strong> que no sean más que guardias y no formen un ejército<br />

regular con vistas a una guerra. A mi juicio, habría que <strong>de</strong>struir también<br />

todos tus carros <strong>de</strong> guerra, porque la <strong>de</strong>sconfianza engendra la<br />

<strong>de</strong>sconfianza y <strong>de</strong>bemos convencer a nuestros vecinos <strong>de</strong> que Egipto no<br />

entrará nunca en guerra, pase lo que pase.<br />

-¿No sería mucho mis sencillo ven<strong>de</strong>r los carros a Aziru o a los hititas,<br />

que te darían un buen precio por ellos y los caballos? -<strong>de</strong>cía<br />

irónicamente Horemheb-. Comprendo que no quieras sostener un<br />

ejército normal, puesto que hun<strong>de</strong>s todos los recursos <strong>de</strong> Egipto en los<br />

pantanos y entre ladrillos.


Así pasaban los días discutiendo, y finalmente, gracias a su<br />

obstinación, Horemheb fue nombrado comandante en jefe <strong>de</strong> las tropas<br />

<strong>de</strong> la frontera y <strong>de</strong> los guardias <strong>de</strong>l país, pero, por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l faraón,<br />

<strong>de</strong>bían ir armados tan sólo con lanzas <strong>de</strong> Punta <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. Horemheb<br />

convocó entonces a los jefes <strong>de</strong> los guardias <strong>de</strong> los nomos <strong>de</strong> Menfis, que<br />

era el centro <strong>de</strong>l país y la frontera <strong>de</strong> los dos reinos, y se disponía a<br />

embarcar en su barca <strong>de</strong> guerra cuando unos mensajeros regresaron <strong>de</strong><br />

Siria con cartas y tablillas alarmantes, <strong>de</strong> manera que la esperanza<br />

renació en el corazón <strong>de</strong> Horemheb. Estos mensajes establecían con<br />

certeza que el rey Aziru, informado <strong>de</strong> los alborotos ocurridos en Tebas,<br />

había juzgado el momento propicio para tomar al asalto dos villas<br />

vecinas <strong>de</strong> las fronteras. En Megiddo, que era la llave <strong>de</strong> la Siria, habían<br />

estallado alborotos y las tropas <strong>de</strong> Aziru asediaban la ciuda<strong>de</strong>la, cuya<br />

guarnición imploraba <strong>de</strong>l faraón una rápida ayuda. Pero el faraón dijo:<br />

-Creo que Aziru ha obrado <strong>de</strong> esta forma a sabiendas, porque se que es<br />

muy quisquilloso y mis embaladores quizá lo han ofendido. Por esto no<br />

puedo con<strong>de</strong>narlo antes <strong>de</strong> haberlo oído. Pero puedo hacer algo, y es<br />

lástima que no haya pensado en ello antes. Puesto que aquí se levanta<br />

una villa <strong>de</strong> Atón, <strong>de</strong>bo construir otra también en el país rojo, en Siria y<br />

en Kush. Y estas villas serán el centro <strong>de</strong> todo el gobierno. Megiddo está<br />

en el cruce <strong>de</strong> las rutas <strong>de</strong> las caravanas, y por esto veo que sería la mis<br />

indicada, pero temo que la situación sea <strong>de</strong>masiado agitada para<br />

empezar los trabajos <strong>de</strong> construcción. Sin embargo, me has hablado <strong>de</strong><br />

Jerusalén, don<strong>de</strong> elevaste un templo a Atón cuando la guerra <strong>de</strong> los<br />

khabiri, guerra que no te perdonare nunca. Cierto es que esta villa no es<br />

tan céntrica como Megiddo, pero voy a hacer construir inmediatamente<br />

en ella una ciudad <strong>de</strong> Atón que se convertirá en la capital <strong>de</strong> Siria, pese a<br />

que no sea más que un miserable villorrio.<br />

Ante estas palabras, Horemheb quebró su fusta y arrojó los trozos a<br />

los pies <strong>de</strong>l faraón, y <strong>de</strong>spués embarcó para Menfis con objeto <strong>de</strong><br />

reorganizar sus guardias. Durante su estancia en la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte<br />

tuve tiempo suficiente para exponerle cuanto había visto y aprendido en<br />

el país <strong>de</strong> los khatti y en Creta. Me escuchó en silencio, moviendo a veces<br />

la cabeza como si estuviese ya al corriente <strong>de</strong> lo que le contaba,<br />

manejando el puñal que me había dado el capitán hitita <strong>de</strong>l Puerto.<br />

Algunas veces me hacía preguntas infantiles como, por ejemplo: « ¿Los<br />

soldados <strong>de</strong> Babilonia echan a andar con el pie izquierdo como los<br />

egipcios o con el <strong>de</strong>recho como los hititas?» O bien: « ¿Los hititas llevan<br />

el caballo <strong>de</strong> reserva <strong>de</strong> los carros pesados <strong>de</strong> guerra al lado <strong>de</strong> los otros<br />

caballos o <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l carro? - O aún: • ¿Cuántos radios tienen las ruedas<br />

<strong>de</strong> los carros hititas, y van reforzados con metal?<br />

Me hacía estas preguntas infantiles porque era soldado y los soldados<br />

se interesan por estas cosas sin importancia, como los chiquillos se


divierten contando las patas <strong>de</strong> los ciempiés. Pero me hizo marcar por<br />

escrito todo lo que le dije respecto a las rutas, puentes y ríos, y también<br />

todos los nombres que le cité, <strong>de</strong> manera que para esto le aconsejé que se<br />

dirigiese a Kaptah, porque era tan infantil como él en cuanto a recoger<br />

recuerdos inútiles. Pero no le interesó en absoluto mi relato referente a<br />

la lectura <strong>de</strong>l hígado y mi <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong> sus mil puertas, canales y<br />

cavernas, y no tomó nota <strong>de</strong> ello.<br />

Fuese como fuese, el caso es que se marchó furioso <strong>de</strong> la Ciudad <strong>de</strong>l<br />

Horizonte y el faraón estuvo encantado <strong>de</strong> ello, porque las<br />

conversaciones con Horemheb lo irritaban y le daban dolor <strong>de</strong> cabeza.<br />

Pero me dijo con aire soñador:<br />

-Es posible que Atón <strong>de</strong>see que Egipto pierda la Siria y en este caso<br />

nada puedo contra ello, porque sería un bien para Egipto. La riqueza <strong>de</strong><br />

Siria ha roído el corazón <strong>de</strong> Egipto, y <strong>de</strong> Siria ha venido el lujo, el fausto,<br />

los vicios y las malas costumbres. Si per<strong>de</strong>mos Siria, Egipto <strong>de</strong>berá<br />

volver a una vida más simple en la verdad, y será un bien. La nueva vida<br />

<strong>de</strong>be renacer en Egipto para exten<strong>de</strong>rse <strong>de</strong>spués por todas partes.<br />

Pero mi corazón se rebeló ante estas palabras y dije:<br />

-El hijo <strong>de</strong>l jefe <strong>de</strong> la guarnición <strong>de</strong> Simyra se llama Ramsés y es un<br />

muchacho inteligente, con gran<strong>de</strong>s ojos color castaño, a quien gusta<br />

jugar con guijarros <strong>de</strong> colores. Lo curé <strong>de</strong> la viruela. En Megiddo vive<br />

una egipcia que fue a Simyra a consultarme porque tenia el vientre<br />

hinchado y había oído hablar <strong>de</strong> mi reputación, y la operé y se curó. Su<br />

piel era tersa como la lana y su paso bello como el <strong>de</strong> las egipcios, pese a<br />

que la fiebre brillase en sus ojos y su vientre estuviese hinchado.<br />

-No comprendo Por que me cuentas todo esto -dijo Akhenatón,<br />

dibujando un templo tal como lo veía su espíritu, porque molestaba<br />

continuamente a los arquitectos con sus dibujos y sus explicaciones.<br />

-Pienso solamente que he visto al pequeño Ramsés y ahora su boca<br />

está <strong>de</strong>strozada y su frente llena <strong>de</strong> sangre. Y veo también a esta mujer<br />

<strong>de</strong> Megiddo tendida <strong>de</strong>snuda y ensangrentada en el patio <strong>de</strong> la ciuda<strong>de</strong>la,<br />

y los soldados <strong>de</strong> Amurru profanan su cuerpo. Cierto es que mis<br />

pensamientos son nimios al lado <strong>de</strong> los tuyos, y un soberano no pue<strong>de</strong><br />

pensar en todos los pequeños Ramsés y en todas las mujeres <strong>de</strong>licadas<br />

que son sus súbditos.<br />

Entonces Akhenatón cerró los puños y levantó los brazos y sus ojos se<br />

ensombrecieron al gritar:<br />

-Sinuhé, ¿no compren<strong>de</strong>s que si <strong>de</strong>bo elegir entre la vida y la muerte<br />

prefiero la muerte <strong>de</strong> cien egipcios a la <strong>de</strong> mil sirios? Si <strong>de</strong>clarara la<br />

guerra a Siria para salvar la vida <strong>de</strong> los egipcios que allí viven,<br />

ocasionaría la muerte <strong>de</strong> muchos egipcios y <strong>de</strong> muchos sirios, y un sirio<br />

es un hombre como un egipcio, y un corazón late en su pecho, y hay<br />

también mujeres y niños <strong>de</strong> ojos claros. Si respondo al mal con el mal,


solo obtendremos el mal. Pero respondiendo al mal con el bien, el mal<br />

que resultará será menor que si respondo con el mal. No quiero elegir la<br />

muerte en lugar <strong>de</strong> la vida. Por esto cierro mis oídos a tus palabras y te<br />

ruego que no me hables más <strong>de</strong> Siria si respetas mi vida y me quieres,<br />

porque al pensar en Siria pienso en todos los que morirán por mi<br />

voluntad, y un hombre no pue<strong>de</strong> soportar largo tiempo el dolor <strong>de</strong><br />

muchos. Por esto te pido que me <strong>de</strong>jes tranquilo en nombre <strong>de</strong> Atón y <strong>de</strong><br />

mi verdad.<br />

Inclinó la cabeza y sus ojos se enrojecieron <strong>de</strong> dolor y sus gruesos<br />

labios temblaron. No insistí, pero en mis oídos resonaba el choque <strong>de</strong> los<br />

arietes contra las murallas <strong>de</strong> Megiddo y los gritos <strong>de</strong> las mujeres<br />

violadas en las tiendas <strong>de</strong> lona <strong>de</strong> los soldados amorritas. Endurecí mi<br />

espíritu porque quería al faraón, pese a que estuviese loco, o quizás a<br />

causa <strong>de</strong> su locura, porque su locura era más bella que la locura <strong>de</strong><br />

muchos otros.<br />

Debo hablar también <strong>de</strong> los cortesanos que habían seguido al faraón a<br />

su nueva villa, porque su vida no tenía otro objeto que transcurrir al lado<br />

<strong>de</strong>l faraón y sonreir y fruncir el ceño al mismo tiempo que él. Así lo<br />

habían hecho sus padres antes que ellos, y <strong>de</strong> ellos habían heredado sus<br />

funciones Y sus títulos y se glorificaban <strong>de</strong> sus dignida<strong>de</strong>s<br />

comparándolas entre ellas. El portador <strong>de</strong> la sandalia real que no se<br />

había puesto nunca zapatos, y el escanciador real que no había pisado<br />

nunca la uva, y el pana<strong>de</strong>ro real que no había visto nunca amasar la<br />

masa, y el portador real <strong>de</strong> la caja <strong>de</strong> ungüentos, y el circuncidador real y<br />

una nube <strong>de</strong> dignatarios, y yo mismo era el trepanador real, pero nadie<br />

esperaba que trepanase al faraón, pese a que, contrariamente a otros,<br />

hubiera sido capaz <strong>de</strong> hacerlo sin provocar la muerte <strong>de</strong>l rey.<br />

Llegaron todos alegremente a la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte, cantando los<br />

himnos <strong>de</strong> Atón en sus embarcaciones adornadas con flores, con las<br />

damas <strong>de</strong> la Corte y una gran cantidad <strong>de</strong> jarras <strong>de</strong> vino. Acamparon en<br />

sus tiendas en la ribera y comieron y bebieron y gozaron <strong>de</strong> la vida,<br />

porque la inundación había terminado y empezaba la primavera, y el aire<br />

<strong>de</strong> los campos era ligero como el vino nuevo, y los pájaros cantaban en<br />

los árboles y las palomas se arrullaban. Tenían tantos esclavos y<br />

servidores que su campo formaba una verda<strong>de</strong>ra villa, porque eran<br />

incapaces <strong>de</strong> lavarse las manos solos, y sin los esclavos hubieran estado<br />

tan abandonados como niños pequeños.<br />

5


Pero seguían atentamente al faraón, que les mostraba el<br />

emplazamiento <strong>de</strong> las calles y las casas, y los esclavos protegían sus<br />

preciosas cabezas <strong>de</strong> los ardores <strong>de</strong>l sol. Se interesaban también<br />

activamente en la construcción <strong>de</strong> sus casas, porque algunas veces el<br />

faraón cogía personalmente un ladrillo y lo ponía en su sitio.<br />

Transportaban los ladrillos para sus futuros hogares y se reían <strong>de</strong> los<br />

arañazos <strong>de</strong> sus manos, y las mujeres nobles amasaban la arcilla<br />

arrodilladas sobre el suelo <strong>de</strong>snudo. Si eran jóvenes y bonitas<br />

aprovechaban este pretexto para no usar sobre ellas mas ropa que el<br />

<strong>de</strong>lantal anterior, como las mujeres <strong>de</strong>l pueblo cuando muelen el trigo.<br />

Pero mientras trabajaban así, los esclavos sostenían parasoles sobre sus<br />

cabezas, y cuando se cansaban <strong>de</strong> amasar la arcilla se marchaban<br />

<strong>de</strong>jándolo todo en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, <strong>de</strong> manera que los constructores las<br />

mal<strong>de</strong>cían y tenían que volver a quitar los ladrillos puestos por las manos<br />

nobles.<br />

Pero no criticaban a las mujeres nobles, pues les gustaba verlas y les<br />

daban golpes suaves con las manos sucias, fingiendo la imbecilidad, <strong>de</strong><br />

manera que ellas lanzaban gritos <strong>de</strong> sorpresa y excitación. Pero cuando<br />

las mujeres viejas se acercaban a ellos para darles ánimos en el trabajo y<br />

pellizcaban sus robustos músculos con admiración, acariciándoles las<br />

mejillas en nombre <strong>de</strong> Atón, se volvían para mal<strong>de</strong>cirlas y <strong>de</strong>jaban caer<br />

los ladrillos sobre los pies <strong>de</strong> las importunas.<br />

Los cortesanos estaban muy orgullosos <strong>de</strong> su trabajo y contaban el<br />

número <strong>de</strong> ladrillos que habían colocado, mostrando al faraón sus<br />

manos arañadas para granjearse su favor.<br />

Pero se cansaron <strong>de</strong> este entretenimiento y comenzaron a plantar<br />

jardines y cavar zanjas como los chiquillos. Los jardineros invocaban a<br />

los dioses y juraban que los cortesanos cambiaban continuamente<br />

árboles y arbustos, y los cavadores <strong>de</strong> canales <strong>de</strong> irrigación los llamaban<br />

hijos <strong>de</strong> Seth, porque cada día indicaban nuevos lugares don<strong>de</strong> había que<br />

cavar estanques a los obreros; ellos, sin embargo, se imaginaban<br />

ayudarlos y cada noche mientras bebían vino, se vanagloriaban <strong>de</strong> sus<br />

trabajos.<br />

Pero pronto se cansaron <strong>de</strong> todo aquello, quejándose <strong>de</strong>l calor <strong>de</strong> sus<br />

alfombras, y sus tiendas fueron invadidas por las pulgas <strong>de</strong> la arena, <strong>de</strong><br />

manera que pasaban la noche gimiendo y por la mañana me pedían<br />

ungüentos contra ]as picaduras <strong>de</strong> las pulgas. Acabaron maldiciendo la<br />

Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte y muchos se retiraron a sus posesiones, y otros<br />

regresaron en secreto a Tebas, para divertirse; pero los más fieles<br />

permanecieron a la sombra <strong>de</strong> sus tiendas bebiendo vino fresco y<br />

jugando a los dados, con alternativas <strong>de</strong> pérdidas y ganancias, para<br />

matar el tiempo. Pero poco a poco las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> las casas iban<br />

elevándose y en algunas meses la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte surgió en pleno


<strong>de</strong>sierto, como en un cuento, con sus maravillosos jardines. Ignoro lo<br />

que aquello costó. Lo único que sé es que el oro <strong>de</strong> Amón no bastó,<br />

porque los subterráneos <strong>de</strong>l templo estaban vacíos cuando se rompieron<br />

los sellos, y los sacerdotes <strong>de</strong> Amón, presintiendo la tormenta,<br />

repartieron mucho oro<br />

entre los fieles al dios.<br />

Debo referir también que la familia real se había dividido, porque la<br />

reina madre se había negado a seguir a su hijo al <strong>de</strong>sierto. Tebas era su<br />

ciudad, y el palacio real, que se elevaba azul y oro rojo en medio <strong>de</strong> los<br />

jardines al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l río, había sido construído por el faraón Amenhotep<br />

para albergar sus amores, porque la reina madre Tii no había sido más<br />

que la hija <strong>de</strong> un pajarero <strong>de</strong> los cañaverales <strong>de</strong>l Bajo Egipto. Por esto no<br />

quiso renunciar a Tebas, y la princesa Baketatón se quedo también al<br />

lado <strong>de</strong> su madre, y el sacerdote Ai gobernaba sosteniendo el cetro <strong>de</strong> la<br />

<strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l soberano y administrando justicia en el trono <strong>de</strong>l rey <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> los rollos <strong>de</strong> cuero, <strong>de</strong> manera que para la gente <strong>de</strong> Tebas nada había<br />

cambiado, salvo que el falso faraón había <strong>de</strong>saparecido y nadie lo echaba<br />

<strong>de</strong> menos.<br />

La reina Nefertiti regresó a Tebas para dar a luz, porque no se atrevía<br />

a prescindir <strong>de</strong> la asistencia <strong>de</strong> los médicos <strong>de</strong> Tebas y <strong>de</strong> los hechiceros<br />

negros, y dio a luz a una tercera hija, que fue llamada Anksenatón y tenía<br />

que ser reina. Pero para facilitar el parto, los hechiceros negros tuvieron<br />

también que estirarle <strong>de</strong>l cráneo, y cuando ]as princesas crecieron, todas<br />

las mujeres que querían ir a la moda, copiando a la familia real, llevaban<br />

cráneos postizos, para alargar su cabeza. Pero ]as princesas se hacían<br />

afeitar la cabeza, porque estaban orgullosas <strong>de</strong> la forma elegante <strong>de</strong> su<br />

cráneo. Los artistas las admiraban también y esculpían sus retratos y<br />

dibujaban y pintaban las imágenes, sin darse cuenta <strong>de</strong> que todo aquello<br />

no había ocurrido más que por las prácticas <strong>de</strong> los hechiceros negros.<br />

Después <strong>de</strong>l nacimiento <strong>de</strong> esta hija, Nefertiti regresó a la Ciudad <strong>de</strong>l<br />

Horizonte y se instaló en el palacio que había sido terminado entretanto.<br />

Dejó en Tebas el harén <strong>de</strong>l faraón, porque estaba muy irritada por haber<br />

tenido otra hija y no quería que el faraón gastase sus fuerzas con otras<br />

mujeres. Akhenatón no tuvo nada que objetar, porque estaba cansado <strong>de</strong><br />

sus obligaciones en el gineceo y no <strong>de</strong>seaba ninguna otra mujer, lo cual<br />

era muy comprensible para todo el que contemplase la belleza <strong>de</strong><br />

Nefertiti, a quien su tercer embarazo no había para nada afeado, sino<br />

que parecía más joven y más resplan<strong>de</strong>ciente que nunca. Mas no sé si<br />

esto provenía <strong>de</strong>l amor <strong>de</strong> Akhenatón o <strong>de</strong> la hechicería <strong>de</strong> los negros.<br />

Así fue como la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte se elevó en el <strong>de</strong>sierto en el<br />

transcurso <strong>de</strong> un solo año y las orgullosas cimas <strong>de</strong> las palmeras se<br />

balanceaban a lo largo <strong>de</strong> las avenidas, y los granados florecían en los<br />

parques y los lotos daban sus flores rosadas también en los estanques.


Toda la villa era un jardín florido, porque las casas eran ligeras y <strong>de</strong><br />

ma<strong>de</strong>ra, como pabellones <strong>de</strong> placer, y sus columnas <strong>de</strong> palmera y junco<br />

eran graciosas y estaban pintadas. Los jardines penetraban hasta <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> las casas, porque sobre los muros, los sicómoros y las palmeras<br />

pintadas eran dulcemente mecidos por el viento, y sobre los bancales,<br />

entre los cañaverales, los peces nadaban y los ána<strong>de</strong>s remontaban el<br />

vuelo.<br />

Nada faltaba <strong>de</strong> lo que pudiese alegrar el corazón <strong>de</strong>l hombre; las<br />

gacelas domesticadas corrían por los parques y los caballos fogosos<br />

adornados con plumas <strong>de</strong> avestruz tiraban <strong>de</strong> coches ligeros, y las<br />

especias <strong>de</strong> fuertes olores venidas <strong>de</strong> todos los países <strong>de</strong>l mundo<br />

embalsamaban las cocinas.<br />

Así fue construida la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte, y cuando volvió el otoño y<br />

las golondrinas salieron <strong>de</strong>l fango para volar en inquietas bandadas<br />

sobre el río hinchado, el faraón Akhenatón <strong>de</strong>dicó esta tierra y esta<br />

ciudad a Atón. Dedicó las cuatro estelas límite en las cuatro direcciones,<br />

y sobre cada estela, Atón ben<strong>de</strong>cía con sus rayos al faraón y su familia, y<br />

una inscripción afirmaba que el faraón no abandonaría jamás este suelo<br />

consagrado a Atón. Para esta <strong>de</strong>dicatoria se construyeron en las cuatro<br />

direcciones vías empedradas, <strong>de</strong> manera que el faraón podía trasladarse<br />

a las estelas en su carro dorado y la familia real lo seguía en coche o en<br />

literas, así como los cortesanos que sembraban flores mientras las flautas<br />

y los instrumentos <strong>de</strong> cuerda tocaban el himno a Atón.<br />

Akhenatón no quería abandonar su ciudad ni aun <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muerto,<br />

y mandó a los constructores excavar tumbas eternas en las montanas <strong>de</strong>l<br />

Este sobre el territorio consagrado a Atón, y su trabajo <strong>de</strong>bía durar tanto<br />

tiempo que no regresarían nunca más a sus casas. Pero aquellos hombres<br />

no aspiraban ya a regresar a sus hogares y se resignaron a su suerte y<br />

vivieron allí a la sombra <strong>de</strong>l faraón, porque sus raciones <strong>de</strong> trigo eran<br />

abundantes y el aceite no faltaba jamás en sus jarras, y sus mujeres les<br />

daban hijos sanos.<br />

Habiendo así <strong>de</strong>cidido construir su tumba y la <strong>de</strong> los nobles que<br />

quisieran permanecer para siempre en la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte,<br />

Akhenatón mandó construir una Casa <strong>de</strong> la Muerte en las afueras <strong>de</strong> la<br />

ciudad, a fin <strong>de</strong> que los cuerpos <strong>de</strong> las personas muertas allí fuesen<br />

conservados toda la eternidad.<br />

Por esto mandó venir, a la mayor rapi<strong>de</strong>z, a los más eminentes<br />

embalsamadores <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> Tebas, sin preocuparse por su fe, porque<br />

los embalsamadores no pue<strong>de</strong>n creer en nada a causa <strong>de</strong> su oficio y sólo<br />

su habilidad importa. Llegaron en una barca negra y el olor los precedió<br />

con el viento, <strong>de</strong> manera que la gente se refugiaba en su casa bajando la<br />

cabeza y quemaban incienso recitando plegarias a Atón.


Pero muchos invocaban también a los antiguos dioses y recitaban<br />

oraciones haciendo los signos sagrados <strong>de</strong> Amón, porque el olor <strong>de</strong> los<br />

embalsamadores les recordaba a su antiguo dios.<br />

Bajaron <strong>de</strong> su barca con todo el equipo, y sus ojos acostumbrados a<br />

]as tinieblas parpa<strong>de</strong>aban ante la luz viva <strong>de</strong>l sol, y mal<strong>de</strong>cían este viaje.<br />

Entraron rápidamente en su nueva Casa <strong>de</strong> la Muerte y no volvieron a<br />

salir <strong>de</strong> ella, y pronto se encontraron como en su casa a causa <strong>de</strong>l olor<br />

que habían llevado consigo. Como los sacerdotes <strong>de</strong> Atón tenían horror a<br />

esta casa, el faraón me encomendó su vigilancia y encontré en ella al<br />

viejo Ramose, que estaba encargado <strong>de</strong> vaciar los cerebros. Me reconoció<br />

y quedó muy sorprendido <strong>de</strong> este encuentro. Cuando hube ganado <strong>de</strong><br />

nuevo su confianza, pu<strong>de</strong> calmar mi impaciencia <strong>de</strong> saber como había<br />

acabado mi venganza contra la mujer que tanto daño me había hecho en<br />

Tebas. Por esto le pregunte:<br />

-Ramose, amigo mío, ¿recuerdas haber tratado a una mujer muy<br />

hermosa que llevaron a la Casa <strong>de</strong> la Muerte <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los disturbios <strong>de</strong><br />

Tebas y que, si mal no recuerdo, se llamaba Nefernefernefer? Inclinando<br />

la cabeza, me miró con sus inmóviles ojos <strong>de</strong> tortuga y dijo:<br />

-En verdad, Sinuhé, que eres el primer noble que jamás haya dado el<br />

nombre <strong>de</strong> amigo a un embalsamador. Mi corazón está emocionado, y el<br />

informe que me pi<strong>de</strong>s es seguramente importante, puesto que me das el<br />

nombre <strong>de</strong> amigo. ¿ No serías tú quien nos la llevó una noche, envuelta<br />

en el manto negro <strong>de</strong> los muertos? Porque si eres tú, no podrías ser<br />

amigo <strong>de</strong> ningún embalsamador, y, si se sabe, los embalsamadores te<br />

envenenarían con veneno <strong>de</strong> cadáver para que tu muerte sea espantosa.<br />

Estas palabras me hicieron temblar y le dije:<br />

-Poco importa quien la llevase, puesto que merecía su suerte, pero tus<br />

palabras me dan a enten<strong>de</strong>r que no ha muerto.<br />

Ramose dijo:<br />

-En verdad, aquella mujer terrible recobró el conocimiento en la Casa<br />

<strong>de</strong> la Muerte, porque una mujer como ella no muere nunca, y si muere,<br />

su cuerpo <strong>de</strong>be ser quemado para que no regrese jamás, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haber aprendido a conocerla, la llamamos Sethnefer, la belleza <strong>de</strong>l<br />

diablo.<br />

Un terrible presentimiento se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> mi y le dije:<br />

-¿Por que dices que estaba en la Casa <strong>de</strong> la Muerte? ¿No estaría ya,<br />

pese a que los embalsamadores hubiesen prometido guardarla setenta<br />

veces setenta días?<br />

Ramose agitó, nerviosamente sus pinzas y creo que me hubiera<br />

golpeado con ellas si no le hubiera llevado una jarra <strong>de</strong>l mejor vino <strong>de</strong>l<br />

faraón. 'I'ocó el sello polvoriento <strong>de</strong>l faraón y dijo:<br />

-No te hicimos ningún mal, Sinuhé, y eras para nosotros como un hijo,<br />

y con gusto te hubiera guardado conmigo para que aprendieras mi arte.


Hemos embalsamado los cuerpos <strong>de</strong> tus padres como si fuesen nobles,<br />

sin economizar los mejores bálsamos ni los aceites mas preciosos. Por<br />

que has querido, pues hacernos daño entregándonos viva esa espantosa<br />

mujer?<br />

Debes saber que antes <strong>de</strong> su llegada vivíamos una vida simple y<br />

laboriosa, alegrando nuestros corazones con la cerveza y nos<br />

enriquecíamos robando a los difuntos sus joyas, sin distinción <strong>de</strong> rango<br />

ni sexo y vendiendo a los hechiceros ciertas partes <strong>de</strong> su cuerpo que<br />

necesitan para sus prácticas. Pero la llegada <strong>de</strong> esa mujer transformó la<br />

Casa <strong>de</strong> la Muerte en una gruta infernal y por esa mujer los hombres se<br />

batieron a cuchilladas como fieras. Nos ha sonsacado todo nuestro oro y<br />

nuestra plata acumulada con el transcurso <strong>de</strong> tantos años y no<br />

<strong>de</strong>spreciaba ni el cobre, y nos quitó incluso nuestra ropa, porque si un<br />

hombre era viejo, como yo, y no podía ya gozar <strong>de</strong> ella, incitaba a los<br />

otros a robarlo una vez habían dilapidado sus bienes. Le bastó tres veces<br />

treinta días para <strong>de</strong>spojarnos completamente. Habiendo comprobado<br />

que no podía sacar ya nada mis <strong>de</strong> nosotros, se echó a reir y nos<br />

<strong>de</strong>spreció y dos embalsamadores que estaban locos por ella se ahorcaron<br />

con sus cinturones porque se burlaba <strong>de</strong> ellos y los <strong>de</strong>spreciaba. Después<br />

se marchó, llevándose todas nuestras riquezas, y no pudimos impedirlo,<br />

porque si alguien quería <strong>de</strong>tenerla, otro se interponía a su favor para<br />

merecer una sonrisa o una caricia <strong>de</strong> ella. Así se llevó nuestra<br />

tranquilidad y nuestras economías, y teníamos lo menos trescientos<br />

<strong>de</strong>ben <strong>de</strong> oro, sin contar la plata y el cobre y las ban<strong>de</strong>letas <strong>de</strong> lino y<br />

ungüentos que habíamos robado a los muertos durante tantos años,<br />

como es costumbre. Pero prometió volver al cabo <strong>de</strong> un año para darnos<br />

los buenos días y ver cómo habíamos economizado. Por esto ahora, en la<br />

Casa <strong>de</strong> la Muerte <strong>de</strong> Tebas, se roba más que nunca, y los<br />

embalsamadores han aprendido a robarse unos a otros, <strong>de</strong> manera que la<br />

tranquilidad ha <strong>de</strong>saparecido. Por esto compren<strong>de</strong>rás por que la hemos<br />

llamado Sethnefer, porque aunque verda<strong>de</strong>ramente es una mujer muy<br />

bella, resulta la belleza <strong>de</strong>l diablo.<br />

Así me entere <strong>de</strong> cuán infantil había sido mi venganza, porque<br />

Nefernefernefer había salido <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Muerte más rica que antes,<br />

y el único inconveniente que tuvo por causa <strong>de</strong> su estancia en aquel antro<br />

fue el olor a cadáver <strong>de</strong> que su piel se impregnó y que le impidió durante<br />

algún tiempo ejercer su profesión. Pero tendría seguramente necesidad<br />

<strong>de</strong> un poco <strong>de</strong> reposo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber estado con los embalsamadores,<br />

y en el fondo no le guardaba ya rencor, porque mi venganza me había<br />

roído el corazón sin haber podido perjudicarla, y esto me <strong>de</strong>mostró que<br />

la venganza no procura ninguna satisfacción, sino que su dulzura es<br />

efímera y se vuelve contra su autor, abrasándole el corazón a fuego lento.


Al llegar a este punto voy a empezar otro libro para referir lo que<br />

ocurría mientras el faraón Akhenatón habitó la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte, así<br />

como los acontecimientos <strong>de</strong> Siria y Egipto. Debo hablar también <strong>de</strong><br />

Horemheb y <strong>de</strong> Kaptah y <strong>de</strong> mi amigo Thotmés, y no hay que olvidar<br />

tampoco a Merit. Y por esto comienzo un nuevo libro.<br />

LIBRO UNDÉCIMO<br />

MERIT<br />

Todo el mundo ha visto correr el agua <strong>de</strong> la clepsidra. La vida humana<br />

corre <strong>de</strong> la misma manera, pero no pue<strong>de</strong> medirse su curso con una<br />

clepsidra; es necesario valorarla según lo que ocurre en ella. Es una<br />

verdad gran<strong>de</strong> y sublime que el hombre no compren<strong>de</strong> la vida más que<br />

durante los días <strong>de</strong> su vejez, cuando la vida huye y no le ocurre ya nada.<br />

Una sola jornada pue<strong>de</strong> parecerle mis larga que un año o incluso dos,<br />

durante los cuales trabaja y vive una vida simple y sin cambios.<br />

Comprobé esta verdad en la ciudad <strong>de</strong>l Horizonte, porque el tiempo<br />

huyó como la corriente <strong>de</strong>l río y mi vida fue, un sueño breve o un bello<br />

canto que resonó para nada, y los diez años que pase a la sombra <strong>de</strong>l<br />

faraón en su nuevo palacio dorado fueron más cortos que un solo año <strong>de</strong><br />

mi juventud, pero comprendieron también días pródigos en<br />

acontecimientos que fueron más largos que un año.<br />

Mi saber y mi pericia no se incrementaron durante aquellos años,<br />

pero yo bebía en mis conocimientos adquiridos en tantos países durante<br />

los días <strong>de</strong> mi juventud, como la abeja consume en invierno la miel<br />

almacenada durante el tiempo <strong>de</strong> las flores. Quizás el tiempo gastase mi<br />

corazón, como el agua <strong>de</strong>sgasta lentamente la piedra, y quizás mi<br />

corazón cambió durante aquel tiempo sin que yo me diese cuenta,<br />

porque no era tan solitario como antes. Era también más mo<strong>de</strong>rado y no<br />

me vanagloriaba tanto <strong>de</strong> mi habilidad, pero no era por mi mérito, sino<br />

porque Kaptah no estaba ya conmigo, ya que se había quedado en Tebas<br />

para administrar mis bienes y dirigir su taberna <strong>de</strong> “La Cola <strong>de</strong><br />

Cocodrilo”.<br />

Debo <strong>de</strong>cir que la villa <strong>de</strong> Akhenatón vivía entregada a si misma y a las<br />

visiones y sueños <strong>de</strong>l faraón; el mundo exterior no tenia importancia<br />

porque cuanto ocurría mas allá <strong>de</strong> las estelas <strong>de</strong> Atón era tan lejano e<br />

irreal como el reflejo <strong>de</strong> la luna sobre el agua, y la única realidad era lo


que ocurría en la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte. Pensar <strong>de</strong> una manera<br />

retrospectiva era quizás una ilusión, y esta villa, con toda su actividad, no<br />

fue quizá más que una sombra y una bella apariencia, mientras la<br />

realidad estaba formada por el hambre, los sufrimientos y la muerte que<br />

reinaban mas allá <strong>de</strong> sus límites. Porque se ocultaba al faraón cuanto<br />

podía <strong>de</strong>sagradarle, o si algún asunto molesto requería absolutamente su<br />

atención se lo mostraban envuelto en <strong>de</strong>licados velos, sazonándolo con<br />

miel y plantas aromáticas y se lo presentaban con pru<strong>de</strong>ncia para evitarle<br />

dolores <strong>de</strong> cabeza.<br />

En aquellos tiempos, el sacerdote Al gobernaba Tebas, llevando el<br />

cetro <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l rey y, en la práctica, Tebas era la capital <strong>de</strong> los dos<br />

reinos, porque el faraón había <strong>de</strong>jado allí todo lo que en el aparato<br />

administrativo era molesto o <strong>de</strong>sagradable, como la percepción <strong>de</strong> los<br />

impuestos, el comercio y la justicia, <strong>de</strong> la que no quería oir hablar, ya que<br />

tenía plena confianza en Ai, que era su suegro y un hombre ambicioso.<br />

Así fue como este sacerdote se convirtió en realidad en el soberano <strong>de</strong> los<br />

dos reinos, porque cuanto hacía referencia a la vida <strong>de</strong> un hombre<br />

ordinario, fuese agricultor o ciudadano, <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> él. Después <strong>de</strong> la<br />

caída <strong>de</strong> Amón, ninguna potencia rival restringía el po<strong>de</strong>río <strong>de</strong>l faraón y<br />

Ai esperaba que la agitación se calmase un poco. Por esto era feliz al ver<br />

que el faraón estaba ausente <strong>de</strong> Tebas y contribuía con gusto a la<br />

edificación <strong>de</strong> la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte y a su embellecimiento y mandaba<br />

sin cesar valiosos regalos a fin <strong>de</strong> que la villa le gustase todavía más a<br />

Akhenatón. Así, en verdad, la calma hubiera podido renacer y todo<br />

hubiese estado como antes, pero sin Amón, si el faraón Akhenatón no<br />

hubiese sido un palo en las ruedas y la piedra que hace volcar el carro.<br />

Al lado <strong>de</strong> Ai, Horemheb gobernaba Menfis y respondía <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n en<br />

el país, <strong>de</strong> manera que, en resumen, era la fuerza <strong>de</strong> los bastones <strong>de</strong> los<br />

perceptores y la <strong>de</strong> los martillos <strong>de</strong> los escodadores <strong>de</strong> piedra lo que<br />

borraba el nombre <strong>de</strong> Amón <strong>de</strong> las inscripciones y las imágenes, incluso<br />

en las tumbas. En efecto, Akhenatón había mandado abrir la tumba <strong>de</strong><br />

su padre para <strong>de</strong>struir Por todas panes el nombre <strong>de</strong> Amón. Y Ai no se<br />

opuso a ello, mientras el faraón se entregó a una actividad tan poco<br />

peligrosa, sin intervenir en la vida cotidiana <strong>de</strong>l pueblo.<br />

Así, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las jornadas <strong>de</strong> horror <strong>de</strong> Tebas, Egipto fue como un<br />

mar tranquilo al que ninguna tormenta turba las aguas. El sacerdote Ai<br />

repartió, la recaudación <strong>de</strong> los impuestos entre los jefes <strong>de</strong> los nomos, lo<br />

cual le evitó muchas molestias, y los jefes arrendaron la percepción a los<br />

perceptores <strong>de</strong> las villas y poblados y se enriquecieron rápidamente. Y si<br />

los pobres os quejaban y se cubrían la cabeza con ceniza <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l<br />

paso <strong>de</strong> los preceptores, no hay en ello nada nuevo.<br />

Pero en la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte, el nacimiento <strong>de</strong> una cuarta hija fue<br />

una catástrofe más grave que la pérdida <strong>de</strong> Simyra en Siria, y la reina


Nefertiti se creyó embrujada y fue a Tebas a consultar a los hechiceros<br />

negros <strong>de</strong> su madrastra. En efecto, es raro que una mujer tenga cuatro<br />

hijas seguidas sin ningún hijo. Pero era su <strong>de</strong>stino dar seis hijas al faraón<br />

y éste era también el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> Akhenatón.<br />

Los mensajes <strong>de</strong> Siria eran cada vez más angustiosos y a la llegada <strong>de</strong><br />

cada correo me iba a los archivos para leer las tablillas conteniendo<br />

llamamientos <strong>de</strong>sgarradores. Me parecía oir silbar las flechas en mis<br />

oídos y oler el humo <strong>de</strong> los incendios, y bajo las palabras respetuosas me<br />

parecía percibir los aullidos <strong>de</strong> los hombres moribundos y los gritos <strong>de</strong><br />

los chiquillos <strong>de</strong>strozados, porque los amorritas eran salvajes y crueles y<br />

guerreaban bajo las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> oficiales hititas, <strong>de</strong> manera que a la larga<br />

ninguna guarnición podía resistírseles. Leí las cartas <strong>de</strong>l rey <strong>de</strong> Biblos y<br />

<strong>de</strong>l Príncipe <strong>de</strong> Jerusalén, en las que invocaban su edad y su fi<strong>de</strong>lidad<br />

para obtener socorro <strong>de</strong>l faraón, apelando al recuerdo <strong>de</strong> su padre y a su<br />

amistad, Pero finalmente el faraón se cansó <strong>de</strong> tantos llamamientos y<br />

or<strong>de</strong>nó archivar sus cartas sin leerlas siquiera, <strong>de</strong> manera que los<br />

escribas y yo éramos los únicos que nos enterábamos <strong>de</strong> ello, y los<br />

escribas no tenían otra preocupación que numerarlas y archivarlas por<br />

or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> llegada.<br />

Después <strong>de</strong> la caída <strong>de</strong> Jerusalén, las últimas villas fieles a Egipto<br />

renunciaron a la lucha y se aliaron a Aziru. Entonces volvió Horemheb<br />

para ver a Akhenatón y pedirle un ejército con que organizar la<br />

resistencia <strong>de</strong> Siria. Hasta entonces se había limitado a una guerra<br />

secreta mandando oro a Siria a fin <strong>de</strong> dar ánimos a los últimos<br />

<strong>de</strong>fensores <strong>de</strong> Egipto. Y dijoaal faraón:<br />

-Permíteme alistar, por lo menos, cien veces cien lanceros y arqueros<br />

y cien carros <strong>de</strong> guerra y te reconquistaré toda Siria, pues, en verdad,<br />

cuando incluso la villa <strong>de</strong> Joppe renuncia a resistir, la resistencia egipcia<br />

toca a su fin.<br />

El faraón Akhenatón tuvo una gran <strong>de</strong>cepción al enterarse <strong>de</strong> la caída<br />

<strong>de</strong> Jerusalén, porque había tomado ya las medidas necesarias para hacer<br />

<strong>de</strong> ella la ciudad <strong>de</strong> Atón <strong>de</strong>stinada a pacificar la Siria. Y por esto dijo:<br />

-Este viejo Príncipe <strong>de</strong> Jerusalén <strong>de</strong> cuyo nombre no puedo<br />

acordarme, era amigo <strong>de</strong> mi padre y yo lo vi en el palacio dorado <strong>de</strong><br />

Tebas con su larga barba. Por esto, como in<strong>de</strong>mnización <strong>de</strong> sus perdidas,<br />

le pagaré una fuerte pensión, pese a que la recaudación <strong>de</strong> los impuestos<br />

haya bajado mucho <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el cese <strong>de</strong>l comercio con Siria.<br />

-No tiene ya necesidad <strong>de</strong> pensiones ni collares egipcios -dijo Horemheb-,<br />

El rey Aziru mandó, en efecto, confeccionar con su cráneo una<br />

bella copa dorada que mandó al rey Shubbiluliuma <strong>de</strong> Khatushash,<br />

según me han dicho mis espías.<br />

El rostro <strong>de</strong>l faraón se puso gris y sus ojos se enrojecieron, pero se<br />

dominó y tranquilamente dijo:


-Me cuesta admitir este acto <strong>de</strong> Aziru, a quien creía mi amigo, y que<br />

con tanto placer recibió la cruz <strong>de</strong> vida, pero quizá me hubiese<br />

equivocado en mi juicio respecto a él y su corazón sea más negro <strong>de</strong> lo<br />

que pensaba. Pero, al pedirme lanzas y carros, me reclamas lo imposible,<br />

Horemheb, porque me han dicho que el pueblo murmura ya a causa <strong>de</strong><br />

los impuestos y las cosechas han sido malas.<br />

Horemheb dijo:<br />

-Por tu Atón, dame por lo menos una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> diez carros y diez veces<br />

diez hombres, para que pueda ir a Siria y salvar lo que pueda salvarse<br />

todavía.<br />

Pero Akhenatón dijo:<br />

-No puedo hacer la guerra a causa <strong>de</strong> Atón, porque toda efusión <strong>de</strong><br />

sangre le inspira horror y prefiero per<strong>de</strong>r la Siria. Que Siria sea libre y<br />

forme una unión y comerciaremos con ella como antes, porque sin el<br />

trigo <strong>de</strong> Egipto, Siria no pue<strong>de</strong> subsistir.<br />

-¿Crees acaso que se <strong>de</strong>tendrán allí, Akhenatón? -preguntó Horemheb<br />

en el colmo <strong>de</strong> la sorpresa-. Cada egipcio muerto, cada muro <strong>de</strong>rribado,<br />

cada villa tomada aumenta su confianza y les da ánimos para seguir<br />

a<strong>de</strong>lante. Después <strong>de</strong> Siria serán las minas <strong>de</strong> cobre <strong>de</strong>l Sinaí, y si Egipto<br />

las pier<strong>de</strong>, no podremos ya fabricar puntas <strong>de</strong> lanzas y flechas.<br />

-Ya he dicho que a los guardias les bastaban puntas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra -dijo<br />

Akhenatón con impaciencia-. ¿Por que me estás golpeando los oídos con<br />

tus puntas <strong>de</strong> lanzas y <strong>de</strong> flechas, hasta el punto <strong>de</strong> que las palabras <strong>de</strong>l<br />

himno a Atón que estoy componiendo se mezclan en mi cerebro?<br />

-Después <strong>de</strong>l Sinaí vendrá el Bajo Egipto -dijo amargamente Horemheb-.<br />

Como has dicho, la Siria no pue<strong>de</strong> subsistir sin<br />

el trigo egipcio, pese a que compre ya en Babilonia. Pero si no temes a<br />

Siria, teme por lo menos a los hititas, porque su ambición no tiene<br />

límites.<br />

Entonces Akhenatón tuvo una risa <strong>de</strong> compasión, como la hubiera<br />

tenido cualquier egipcio sensato al oir estas palabras, y dijo:<br />

-Jamás un enemigo ha hollado el suelo <strong>de</strong> Egipto, ni nadie osará<br />

hollarlo, porque Egipto es el país más rico y más po<strong>de</strong>roso <strong>de</strong>l mundo.<br />

Pero para calmarte, puesto que tienes pesadillas, puedo <strong>de</strong>cirte que los<br />

hititas son un pueblo bárbaro que apacienta sus rebaños en sus pobres<br />

montañas y nuestros aliados <strong>de</strong> Mitanni forman un baluarte contra ellos.<br />

He mandado también al rey Shubbiluliuma una Cruz <strong>de</strong> vida, y a su<br />

<strong>de</strong>manda le he dado también oro para que pueda colocar en sus templos<br />

una estatua mía <strong>de</strong> tamaño natural. Por esto no inquietará a Egipto,<br />

porque <strong>de</strong> mi recibe oro cada vez que lo reclama, pese a que el pueblo se<br />

queja <strong>de</strong> los impuestos que tengo que recaudar.<br />

Las venas se hincharon en el rostro <strong>de</strong> Horemheb, pero tenía la<br />

costumbre <strong>de</strong> dominarse y no dijo nada más cuando <strong>de</strong>claré que como


médico tenía el <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> dar la entrevista por terminada. Mientras me<br />

acompañaba a casa, dándose golpes en las piernas con la fusta, dijo:<br />

-Por Seth y todos los <strong>de</strong>monios, que una boñiga <strong>de</strong> vaca en el camino<br />

es más útil que su cruz <strong>de</strong> vida. Pero lo más increíble es que cuando me<br />

mira fijamente a los ojos y me toca amistosamente el hombro creo en su<br />

verdad, pese a que sepa que yo tengo razón y él anda equivocado. Por<br />

Seth y todos los <strong>de</strong>monios, que se llena <strong>de</strong> fuerza en esta villa pintada y<br />

arreglada como una cortesana. En verdad que si se le pudiese llevar a<br />

todos los hombres unos tras otros para que les hablase y los tocase con<br />

sus tiernos <strong>de</strong>dos, creo que el mundo cambiaría, pero esto es imposible.<br />

Y, sin embargo, les inyectaría su fuerza y transformaría su corazón. Creo<br />

que si me quedase mucho tiempo aquí me saldrían ubres como a los<br />

cortesanos y podría amamantar recién nacidos.<br />

Estas palabras <strong>de</strong> Horemheb comenzaron a atormentarme el corazón<br />

y me reproché ser un mal amigo para él y un mal consejero para el<br />

faraón. Pero mi cama era blanda y dormía bien bajo el baldaquino, y mi<br />

cocinero ponía en conserva pájaros en miel y los asados <strong>de</strong> antílope no<br />

faltaban en mi mesa mientras el agua <strong>de</strong> mi clepsidra iba corriendo<br />

lentamente. La segunda hija <strong>de</strong>l faraón, Meketatón, cayó gravemente<br />

enferma y tuvo fiebre, y comenzó a toser y a<strong>de</strong>lgazarse. Trate <strong>de</strong> darle<br />

fortificantes y le hice beber oro disuelto, y yo mal<strong>de</strong>cía mi suerte, ya que,<br />

una vez cuando el faraón, su hija requería mis cuidados, <strong>de</strong> manera que<br />

yo no sabía lo que era el reposo ni <strong>de</strong> día ni <strong>de</strong> noche. El faraón estaba<br />

inquieto, pues quería a sus hijas y las dos mayores lo acompañaban<br />

durante las recepciones <strong>de</strong>l palacio dorado y daban con<strong>de</strong>coraciones y<br />

ca<strong>de</strong>nas <strong>de</strong> oro a aquellos a quienes el faraón quería <strong>de</strong>mostrar su favor.<br />

Por un fenómeno natural, esta hija enferma era todavía más querida<br />

<strong>de</strong> su padre, <strong>de</strong> manera que yo le di bolitas <strong>de</strong> plata y marfil y le compré<br />

un perrito que la seguía a todas partes y velaba durante su sueño. Pero el<br />

faraón velaba y a<strong>de</strong>lgazaba <strong>de</strong> inquietud y se levantaba varias veces<br />

durante la noche para escuchar la respiración <strong>de</strong> la pobre enferma y cada<br />

acceso <strong>de</strong> tos le <strong>de</strong>sgarraba el corazón.<br />

Y también para mí aquella enfermita llegó a ser más importante que<br />

todos mis bienes en Tebas, y Kaptah, y la penuria <strong>de</strong> Egipto, y todos los<br />

que sufrían hambre y morían en Siria por Atón. Le consagre todo mi arte<br />

y mi saber, prescindiendo <strong>de</strong> los otros enfermos, los nobles aquejados <strong>de</strong>l<br />

mal proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> excesos cometidos en la mesa y con el vino, y sobre<br />

todo <strong>de</strong> dolores <strong>de</strong> cabeza, puesto que el faraón sufría <strong>de</strong> ellos. Al<br />

cuidarlos, hubiera podido amasar una fortuna, pero yo estaba asqueado<br />

<strong>de</strong>l oro y <strong>de</strong> las reverencias, <strong>de</strong> manera que a menudo trataba<br />

bruscamente a mis clientes Y por eso <strong>de</strong>cían:


-La dignidad <strong>de</strong> médico real se le ha subido a a la cabeza Sinuhé;<br />

imaginándose que el faraón escucha sus palabras, olvida lo que le dicen<br />

los <strong>de</strong>más.»<br />

Pero, pensando en Tebas, en Kaptah y en “La Cola <strong>de</strong> Cocodrilo”, me<br />

sentía presa <strong>de</strong> la melancolía y mi corazón estaba hambriento, como si<br />

hubiese tenido siempre hambre y ningún alimento pudiese saciarlo. Me<br />

di cuenta también <strong>de</strong> que mis cabellos caían y mi cráneo iba<br />

<strong>de</strong>snudándose bajo la peluca, y había días en que olvidaba mis <strong>de</strong>beres y<br />

soñaba con los ojos abiertos, errando <strong>de</strong> nuevo por las rutas <strong>de</strong> Babilonia<br />

y oliendo el olor <strong>de</strong> trigo en las eras <strong>de</strong> tierra batida. Había engordado y<br />

mi sueño era pesado y me ahogaba a los pocos pasos, <strong>de</strong> manera que la<br />

litera me era indispensable.<br />

Pero cuando vino el otoño y el río se <strong>de</strong>sbordo, y las golondrinas<br />

salieron <strong>de</strong>l cieno para batir el aire con sus alas inquietas, la hija <strong>de</strong>l<br />

faraón mejoró y entró en convalecencia. Mi corazón seguía el vuelo <strong>de</strong> las<br />

golondrinas y me embarqué hacia Tebas autorizado por el faraón, y con<br />

el encargo <strong>de</strong> su parte <strong>de</strong> saludar a mi paso a todos los agricultores que<br />

se habían repartido las tierras <strong>de</strong>l falso dios, esperando que a mi vuelta le<br />

llevaría buenas noticias.<br />

Por esto hice muchas escalas en los villorrios y los campesinos<br />

acudían a hablarme y el viaje no me fue penoso, como lo había temido,<br />

porque en mi mástil flotaba la oriflama <strong>de</strong>l faraón, mi lecho era blando y<br />

no había moscas. Mi cocinero me seguía en otra embarcación y le<br />

entregaban constantemente regalos, <strong>de</strong> manera que tenía siempre<br />

víveres frescos. Pero los campesinos que acudían a verme estaban<br />

<strong>de</strong>lgados como esqueletos, sus mujeres me lanzaban miradas<br />

<strong>de</strong>spavoridas y los chiquillos eran raquíticos y tenían las piernas<br />

<strong>de</strong>macradas y torcidas. Me mostraban sus arcas <strong>de</strong> trigo medio vacías y<br />

el trigo tenía unas manchas coloradas como <strong>de</strong> sangre. Y me <strong>de</strong>cían:<br />

-Al principio creímos que nuestras malas cosechas procedían <strong>de</strong><br />

nuestra ignorancia, puesto que no habíamos cultivado nunca la tierra.<br />

Pero ahora sabemos que la tierra que el faraón nos ha distribuido está<br />

maldita, y por esto nuestras cosechas son mezquinas y nuestro ganado<br />

muere. Y también nosotros estamos malditos. Unos pies invisibles<br />

huellan nuestras tierra y unas manos invisibles rompen las ramas <strong>de</strong> los<br />

árboles que hemos plantado, nuestro ganado muere sin razón y nuestros<br />

canales se obstruyen, y encontramos cadáveres <strong>de</strong> animales en los pozos,<br />

<strong>de</strong> manera que no tenemos agua potable. Muchos han abandonado ya las<br />

tierras para regresar a la villa más pobres que antes, maldiciendo el<br />

nombre <strong>de</strong>l faraón y <strong>de</strong> su dios. Pero hasta ahora hemos resistido<br />

poniendo nuestra confianza en las cruces y en las cartas <strong>de</strong>l faraón, y las<br />

suspendimos en los campos para alejar a los saltamontes. Pero la magia<br />

<strong>de</strong> Amón es más po<strong>de</strong>rosa que la <strong>de</strong> Akhenatón y por esto vuestra fe se


tambalea y tendremos que abandonar en breve estas tierras malditas<br />

antes <strong>de</strong> perecer en ellas como tantas mujeres y chiquillos.<br />

Fui también a visitar las escuelas, y, al ver sobre mis ropas la Cruz <strong>de</strong><br />

Atón, los maestros escondían piadosamente sus palos y hacían los signos<br />

<strong>de</strong> Atón, y los chiquillos estaban sentados en los patios, con las piernas<br />

cruzadas, muy bien alineados. Y los maestros me <strong>de</strong>cían:<br />

--Sabemos que es insensato preten<strong>de</strong>r que todos los chiquillos<br />

aprendan a leer y escribir, pero, ¿que no haríamos por el amor <strong>de</strong>l<br />

faraón, que es nuestro padre y nuestra madre y que respetamos como<br />

hijo <strong>de</strong> su dios? Pero somos hombres instruidos y es ofensivo para<br />

nuestra dignidad estar sentados en estos patios sonando a los chiquillos<br />

grasientos y dibujando letras en la arena, porque no tenemos tablillas ni<br />

plumas <strong>de</strong> caña, y estas nuevas letras son incapaces <strong>de</strong> representar la<br />

ciencia y el saber que con tantas penas y gastos hemos adquirido.<br />

Nuestro salario es muy irregular y los padres no nos pagan justamente y<br />

su cerveza es ácida y floja y el aceite se vuelve rancio en nuestras jarras.<br />

Pero esperamos llegar a <strong>de</strong>mostrar al faraón que es imposible conseguir<br />

que todos los chiquillos aprendan a leer y escribir, porque solo los<br />

mejores son capaces <strong>de</strong> ello. También es insensato enseñar a las<br />

muchachas a escribir, porque no se ha hecho nunca, y creemos que los<br />

escribas <strong>de</strong>l faraón se han equivocado al escribirlo, lo cual es una prueba<br />

mis <strong>de</strong> cuán imperfecta y mala es la nueva escritura.<br />

Comprobé su saber, y este saber no me satisfizo mucho, y me satisfizo<br />

menos ver sus rostros hinchados y sus ojos temerosos, porque estos<br />

maestros eran escribas caídos <strong>de</strong> los que no quería nadie. Su instrucción<br />

era <strong>de</strong>plorable y habían aceptado la cruz <strong>de</strong> Atón solamente para<br />

asegurarse el pan, y si había entre ellos alguna excepción, no es una<br />

mosca quien transforma el invierno en verano. Los agricultores y los<br />

viejos <strong>de</strong> los poblados mal<strong>de</strong>cían amargamente el nombre <strong>de</strong> Atón y<br />

<strong>de</strong>cían:<br />

-!Oh Sinuhé! Dile al faraón que nos <strong>de</strong>sembarace por lo menos <strong>de</strong>l<br />

peso <strong>de</strong> estas escuelas, puesto que no po<strong>de</strong>mos vivir, ya que nuestros<br />

hijos regresan <strong>de</strong> la escuela con la espalda llena <strong>de</strong> car<strong>de</strong>nales y los<br />

cabellos arrancados, y estos maestros son insaciables como cocodrilos y<br />

nada es bastante bueno para ellos, pero <strong>de</strong>sprecian nuestro pan y nuestra<br />

cerveza, y nos <strong>de</strong>spojan <strong>de</strong> nuestras últimas monedas <strong>de</strong> cobre y <strong>de</strong> las<br />

pieles <strong>de</strong> nuestros bueyes para comprar vino, y cuando estamos en los<br />

campos penetran en nuestras casas para divertirse con nuestras mujeres,<br />

diciendo que es la voluntad <strong>de</strong> Atón, puesto que no hay diferencia entre<br />

un hombre y otro, ni entre una y otra mujer.<br />

Pero el faraón me había autorizado tan sólo a saludarlos en su nombre<br />

y yo no podía aliviarlos en su miseria. Pero no obstante, les dije:


-El faraón no pue<strong>de</strong> hacerlo todo por vosotros, y en parte por vuestra<br />

culpa Atón no bendice vuestros campos. Sois ávidos y no queréis que<br />

vuestros hijos vayan a la escuela para que trabajen por vosotros en los<br />

canales <strong>de</strong> irrigación mientras holgazaneáis. No puedo hacer nada<br />

tampoco por el pudor <strong>de</strong> vuestras mujeres, porque a ellas incumbe saber<br />

con quien quieren divertirse. Por esto, al veros, siento vergüenza por el<br />

faraón, porque os ha encomendado una alta misión. Pero habéis<br />

estropeado las tierras más fértiles <strong>de</strong> Egipto y sacrificado vuestro ganado<br />

para ven<strong>de</strong>rlo.<br />

Pero ellos protestaron vivamente.<br />

-No <strong>de</strong>seábamos ningún cambio en nuestras vidas, porque si éramos<br />

pobres en la ciudad, por lo menos éramos felices, pero aquí no vemos<br />

más que cabañas <strong>de</strong> arcilla y vacas que mugen. Tenían razón los que nos<br />

pusieron en guardia diciéndonos: «Temed cualquier cambio, porque<br />

para el pobre es siempre en mal, y su medida <strong>de</strong> trigo disminuye y el<br />

aceite baja en sus arras.>,<br />

Mi corazón me <strong>de</strong>cía que tenían probablemente razón, y no queriendo<br />

discutir más con ellos reemprendí la ruta. Pero mi espíritu estaba<br />

acongojado por el faraón y me extrañaba que cuanto tocase trajese la<br />

<strong>de</strong>sgracia, <strong>de</strong> manera que la gente enérgica se volvía perezosa a causa <strong>de</strong><br />

sus regalos, y sólo los más miserables se agrupaban alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> Atón<br />

como las moscas en torno a un animal muerto.<br />

Y un temor se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> mí: el <strong>de</strong> que verda<strong>de</strong>ramente el faraón, los<br />

cortesanos, los nobles y los dignatarios que vivían en la ociosidad, así<br />

como yo durante estos últimos años, no fuésemos más que parásitos<br />

engordados por el pueblo, como las pulgas en la pelambrera <strong>de</strong>l perro.<br />

Quizá la pulga en la pelambrera <strong>de</strong>l perro se imagina ser lo esencial y que<br />

el perro no vive más que para mantenerla. Quizá también el faraón y su<br />

dios no son más que dos pulgas en la pelambrera <strong>de</strong> un perro y no<br />

procuran a este más que molestias sin ningún provecho, porque el perro<br />

sería más feliz sin pulgas.<br />

Así fue como mi corazón se <strong>de</strong>spertó <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un largo sueño y<br />

<strong>de</strong>spreció la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte, y miré en torno mío con ojos nuevos y<br />

nada <strong>de</strong> lo que vi a mi alre<strong>de</strong>dor era bueno. Pero esto procedía quizá <strong>de</strong><br />

que la magia <strong>de</strong> Amón reinaba en todo Egipto en secreto y que su<br />

maldición falseaba mi vista, y que la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte fuese el único<br />

lugar al que no alcanzaba su po<strong>de</strong>río.<br />

Pronto aparecieron en el horizonte los tres gigantes eternos que<br />

guardaban Tebas, y el techo y las murallas <strong>de</strong>l templo emergieron<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mis ojos, pero las puntas <strong>de</strong> los obeliscos no centelleaban ya<br />

bajo el sol, porque su dorado no había sido renovado. Sin embargo, esta<br />

vista fue <strong>de</strong>liciosa para mi corazón, y procedí a hacer una libación <strong>de</strong><br />

vino en las aguas <strong>de</strong>l Nilo como los marinos al regresar <strong>de</strong> un largo viaje,


pero los marinos vierten cerveza en lugar <strong>de</strong> vino, porque prefieren<br />

bebérselo. Vi los gran<strong>de</strong>s muelles <strong>de</strong> Tebas y sentí en mi olfato el olor <strong>de</strong>l<br />

Puerto, el olor <strong>de</strong>l trigo podrido y <strong>de</strong>l agua cenagosa, <strong>de</strong> las especias y <strong>de</strong><br />

la pez.<br />

Pero cuando volví a ver la casa <strong>de</strong>l antiguo fundidor <strong>de</strong> cobre en el<br />

barrio <strong>de</strong> los pobres, me pareció muy pequeña y estrecha y la calle era<br />

sucia y pestilente y estaba llena <strong>de</strong> moscas. Y el sicómoro <strong>de</strong>l patio no<br />

alegró ya mis ojos, pese a que lo hubiese plantado yo mismo y hubiera<br />

crecido mucho durante mi ausencia. Hasta tal punto la riqueza y el lujo<br />

<strong>de</strong> la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte me habían corrompido; y sentí vergüenza <strong>de</strong><br />

mí y mi corazón se entristeció, porque no podía alegrarme <strong>de</strong> volver a ver<br />

mi casa. Kaptah no estaba en casa, pero sí la cocinera Muti, que al verme<br />

dijo amargamente:<br />

-Bendito sea el día que me <strong>de</strong>vuelve a mi dueño, pero las habitaciones<br />

no están listas y la ropa esta en la colada, y tu regreso me trae molestias y<br />

preocupaciones, pues no espero ya ningún bien <strong>de</strong> la vida. Pero no me<br />

sorpren<strong>de</strong> lo brusco regreso, porque es esta la manera <strong>de</strong> obrar <strong>de</strong> los<br />

hombres.<br />

La calmé diciéndole que me quedaría a bordo <strong>de</strong> la barca y me<br />

informó sobre Kaptah. Después me hice llevar a “La Cola <strong>de</strong> Cocodrilo” y<br />

Merit me recibió, pero no me reconoció a causa <strong>de</strong> mis vestiduras<br />

elegantes y mi litera, y me dijo:<br />

-¿Has reservado un sitio para la velada? Porque si no lo has reservado<br />

no podré <strong>de</strong>jarte entrar.<br />

Había engordado un poco y sus pómulos no eran salientes, pero sus<br />

ojos eran los mismos, pese a las leves arrugas que los circundaban. Por<br />

esto mi espíritu se regocijó y le puse una mano en la ca<strong>de</strong>ra diciendo:<br />

-Comprendo que no te acuer<strong>de</strong>s ya <strong>de</strong> mí <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber calentado<br />

en tu alfombrilla a tantos hombres solitarios y tristes, pero creía, sin<br />

embargo, encontrar un asiento en tu casa y una copa <strong>de</strong> vino helado,<br />

aunque no me atreva a pensar en tu alfombrilla.<br />

Gritó <strong>de</strong> sorpresa y exclamó:<br />

-¡Sinuhé! ¿Eres tu? -Y dijo, a<strong>de</strong>más-: Bendito sea el día que me<br />

<strong>de</strong>vuelve a mi dueño. -Puso sus manos bellas y firmes sobre mis<br />

hombros y dijo-: Sinuhé, Sinuhé, ¿qué has hecho <strong>de</strong> tu soledad? Porque<br />

si antes era la <strong>de</strong>l león ahora es la <strong>de</strong>l perrito engordado que lleva una<br />

correa al cuello. -Me quitó la peluca y acariciando cariñosamente mi<br />

cráneo calvo, continuó<br />

-: Siéntate, Sinuhé, voy a traerte vino helado, porque estás sudando y<br />

ja<strong>de</strong>ante <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tu largo viaje.<br />

-No me traigas una cola <strong>de</strong> cocodrilo, porque mi estómago no la<br />

soportaría y me daría dolor <strong>de</strong> cabeza.<br />

Ella me tocó la mejilla y dijo:


-¿Soy ya tan vieja y gorda que piensas antes que todo en tu estómago<br />

al volver a verme <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una larga ausencia? Antes no te daba miedo<br />

tener dolor <strong>de</strong> cabeza en mi compañía, pero abusabas <strong>de</strong> las colas, y yo<br />

<strong>de</strong>bía velar para que te mo<strong>de</strong>rases.<br />

Me sentí apenado, porque tenía razón y la verdad apena. Por esto le<br />

dije:<br />

-¡Ay <strong>de</strong> mi, Merit, soy ya viejo y no valgo para nada!<br />

Pero ella dijo:<br />

-Es imaginación tuya creerte viejo, porque tus ojos no lo son al<br />

mirarme y esto me alegra sobremanera.<br />

Entonces le dije:<br />

-Merit, en nombre <strong>de</strong> nuestra amistad, tráeme pronto una cola; si no,<br />

temo cometer locuras contigo y seria contrario a mi<br />

dignidad <strong>de</strong> trepanador real, sobre todo en Tebas y en una taberna <strong>de</strong>l<br />

Puerto.<br />

Me sirvió <strong>de</strong> beber y me puso la concha en la mano y bebí y la bebida<br />

abrasó mi garganta acostumbrada a vinos más dulces, pero este ardor<br />

era <strong>de</strong>licioso, porque mi otra mano reposaba sobre la ca<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> Merit.<br />

Le dije:<br />

-Merit, me dijiste un día que la mentira podía ser más exquisita que la<br />

verdad, si el hombre es solitario y su primera Primavera está <strong>de</strong>shojada.<br />

Por esto te digo que mi corazón ha permanecido joven y florece al volver<br />

a verte, y los años que nos han separado han sido largos y durante estos<br />

años no ha transcurrido día en que no haya confiado tu nombre al<br />

viento, y con cada golondrina te he mandado un saludo y cada mañana<br />

me he <strong>de</strong>spertado murmurando tu nombre.<br />

Me miró, y a mis ojos había permanecido esbelta y familiar, y en el<br />

fondo <strong>de</strong> sus ojos dormitaba una sonrisa triste como la superficie negra<br />

<strong>de</strong>l agua en un pozo profundo. Y me acaricio la mejilla, diciéndome:<br />

-Hablas bien, Sinuhé, amigo mío. ¿Por que no te confesaría que mi<br />

corazón te ha echado mucho <strong>de</strong> menos y que mis manos han buscado las<br />

tuyas, mientras reposaba sola por la noche sobre mi alfombrilla y cada<br />

vez que los hombres bajo la influencia <strong>de</strong> las colas <strong>de</strong> cocodrilo,<br />

empezaban a <strong>de</strong>cirme tonterías, pensaba en ti y me ponía triste? Pero en<br />

el palacio dorado <strong>de</strong>l faraón abundan las bellas mujeres, y como médico<br />

<strong>de</strong> la Corte te habrás seguramente <strong>de</strong>dicado a curarlas a conciencia.<br />

Verdad es que me había divertido con algunas damas <strong>de</strong> la Corte que<br />

habían acudido a pedirme consejo en sus contrarieda<strong>de</strong>s, porque su piel<br />

era lisa como la corteza <strong>de</strong> los frutos y tierna como el vello y en invierno,<br />

especialmente se tiene más calor siendo dos que uno. Pero estas<br />

aventuras fueron tan insignificantes que no he hablado siquiera <strong>de</strong> ellas<br />

en mis libros. Por esto le dije:


-Merit, si bien es cierto que no siempre he dormido solo, no por esto<br />

<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser verdad que eres mi única amiga.<br />

La cola <strong>de</strong> cocodrilo comenzaba a hacer su efecto sobre mí y mi cuerpo<br />

se rejuvenecía tanto como mi corazón y un fuego <strong>de</strong>licioso se apo<strong>de</strong>raba<br />

<strong>de</strong> mis venas, y dije:<br />

-Muchos hombres habrán sin duda compartido tu lecho, pero tendrás<br />

que ponerlos en guardia contra mi durante mi estancia en Tebas, porque<br />

cuando me enfado soy un hombre terrible, y durante la batalla contra los<br />

khabiri los soldados <strong>de</strong> Horemheb me llamaron el Hijo <strong>de</strong>l Onagro.<br />

Ella levanto la mano fingiendo miedo y dijo:<br />

-Es lo que temía, y Kaptah me ha contado las numerosas riñas y<br />

batallas a que tu temperamento fogoso te ha llevado y <strong>de</strong> las que solo<br />

gracias a su serenidad y sangre fría has salido in<strong>de</strong>mne. Pero <strong>de</strong>bes<br />

recordar que mi padre guarda una porra <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> su asiento y no tolera<br />

escándalo alguno en esta casa.<br />

Al oír el nombre <strong>de</strong> Kaptah y presintiendo todas las patrañas que<br />

había contado a Merit sobre mí y mi vida en los países extranjeros, mi<br />

corazón se fundió emocionado y las lágrimas acudieron a mis ojos y<br />

exclamé:<br />

-¿Don<strong>de</strong> está Kaptah, mi fiel servidor, para que pueda abrazarle,<br />

porque mi corazón lo ha echado <strong>de</strong> menos pese a que sea indigno <strong>de</strong> mí,<br />

puesto que no es más que un antiguo esclavo?<br />

Merit dijo:<br />

-Veo claramente que las colas <strong>de</strong> cocodrilo, no te sientan bien y mi<br />

padre dirige ya hacia nosotros miradas <strong>de</strong> enojo porque haces <strong>de</strong>masiado<br />

ruido. Pero no verás a Kaptah antes <strong>de</strong> la noche, porque pasa sus<br />

jornadas en la Bolsa <strong>de</strong>l trigo y en las tabernas, don<strong>de</strong> hace gran<strong>de</strong>s<br />

negocios, y creo que quedarás sorprendido al verlo, porque ha olvidado<br />

completamente que ha sido esclavo y que ha llevado tus sandalias y tu<br />

bastón en sus hombros. Por esto voy a salir contigo para que te calmes<br />

con el aire fresco, y a<strong>de</strong>más, te gustará sin duda ver cuanto ha cambiado<br />

Tebas durante tu ausencia, y por fin estaremos solos.<br />

Fue a cambiarse <strong>de</strong> traje y se untó el rostro con un bálsamo precioso y<br />

se adornó con oro y plata, <strong>de</strong> manera que tenía aspecto <strong>de</strong> una gran<br />

dama. Los esclavos nos llevaron por la Avenida <strong>de</strong> los Carneros y vi que<br />

Tebas no había recuperado todavía su aspecto anterior, sino que los<br />

macizos <strong>de</strong> flores estaban todavía pisoteados y rotas las ramas <strong>de</strong> los<br />

árboles, y se reconstruían las casas <strong>de</strong>rribadas. Íbamos estrechamente<br />

unidos en una litera y yo respiraba el perfume <strong>de</strong> Merit, y era el perfume<br />

<strong>de</strong> Tebas, más excitante y embriagador que el <strong>de</strong> todos los preciosos<br />

ungüentos <strong>de</strong> la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte. Tenía su mano en la mía y no me<br />

asaltaba ningún mal pensamiento; me parecía haber regresado a mi<br />

hogar <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una larga ausencia.


Llegamos cerca <strong>de</strong>l templo y unos pájaros negros revoloteaban por<br />

encima <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong>sierto, porque se habían quedado en Tebas y nadie<br />

los molestaba <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l recinto <strong>de</strong>l dios maldito. Bajamos <strong>de</strong> la litera y<br />

entramos en el patio, y no se veía gente más que <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> las Casas <strong>de</strong><br />

la Vida y <strong>de</strong> la Muerte, porque su traslado hubiera ocasionado<br />

<strong>de</strong>masiados gastos y dificulta<strong>de</strong>s. Pero Merit me dijo que mucha gente<br />

temía la Casa <strong>de</strong> la Vida, <strong>de</strong> manera que muchos médicos la habían<br />

abandonado para instalarse en la Ciudad. La hierba crecía en los<br />

caminos <strong>de</strong>l parque y muchos árboles habían sido cortados y vendidos;<br />

los gran<strong>de</strong>s peces <strong>de</strong>l lago sagrado habían sido arponeados, y en aquel<br />

parque, que el faraón había puesto a disposición <strong>de</strong>l pueblo y <strong>de</strong> los<br />

niños, no se veían mis que raros paseantes andrajosos y suspicaces.<br />

Paseándome por el recinto <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong>sierto sentía la sombra <strong>de</strong>l<br />

falso dios pesar sobre mí, porque su po<strong>de</strong>río no había <strong>de</strong>saparecido con<br />

sus imágenes, sino que continuaba reinando Por el temor en el corazón<br />

<strong>de</strong> los hombres. En el gran templo la hierba había crecido entre las losas<br />

y nadie nos impidió entrar en el santuario <strong>de</strong> los santuarios, y las<br />

inscripciones<br />

sagradas <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s estaban afeadas por las profanaciones, porque<br />

los grabadores habían borrado torpemente el nombre y las imágenes <strong>de</strong>l<br />

dios. Y Merit dijo:<br />

-Este es un lugar funesto y mi corazón se hiela al errar por aquí<br />

contigo, pero ciertamente esta cruz <strong>de</strong> Atón te protege y, sin embargo,<br />

me alegraría <strong>de</strong> que la quitases <strong>de</strong> tu cuello, porque podrían tirarte<br />

alguna piedra o apuñalarte en un lugar solitario a causa <strong>de</strong> esta cruz.<br />

Porque el odio es muy gran<strong>de</strong> en Tebas.<br />

Decía la verdad, porque en la plaza <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l templo mucha gente<br />

escupía al ver la cruz <strong>de</strong> Atón en mi cuello. Quedé sorprendido al ver a<br />

un sacerdote <strong>de</strong> Amón pasearse <strong>de</strong>scaradamente por entre la<br />

muchedumbre, con el cráneo afeitado y vestido <strong>de</strong> blanco, a pesar <strong>de</strong><br />

haberlo prohibido el faraón. Su rostro relucía <strong>de</strong> grasa y sus ropas eran<br />

<strong>de</strong>l lino mas fino y la gente se apartaba respetuosamente a su paso. Por<br />

esto creía pru<strong>de</strong>nte poner mi mano <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la cruz <strong>de</strong> Atón a fin <strong>de</strong><br />

ocultarla, porque no tenía interés en provocar un escándalo. No quería<br />

herir los sentimientos <strong>de</strong> la gente, porque contrariamente al faraón, yo<br />

entendía que cada cual tenia el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> elegir su fé, y, a<strong>de</strong>más, no<br />

quería crearle complicaciones a Merit.<br />

Nos <strong>de</strong>tuvimos cerca <strong>de</strong> la muralla para escuchar a un narrador<br />

sentado sobre una alfombrilla, con un pote vacío <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él, a la<br />

manera <strong>de</strong> los narradores, y la gente se había agrupado en torno a él; los<br />

pobres, sentados, porque no temían ensuciar sus vestiduras. Yo no había<br />

oido nunca aquel cuento, porque hablaba <strong>de</strong> un falso faraón que había<br />

vivido antaño y que Seth había engendrado en el seno <strong>de</strong> una bruja


negra. Esta bruja había conseguido apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong>l amor <strong>de</strong>l faraón. Por<br />

la voluntad <strong>de</strong> Seth, este falso faraón se proponía arruinar el pueblo<br />

egipcio y hacer <strong>de</strong> él el esclavo <strong>de</strong> los negros y los bárbaros y había<br />

<strong>de</strong>rribado las estatuas <strong>de</strong> Ra, y Ra había mal<strong>de</strong>cido el país y la tierra no<br />

daba frutos, las inundaciones ahogaban a la gente, la langosta <strong>de</strong>voraba<br />

las cosechas, los estanques se convertían en charcas ensangrentadas y las<br />

ranas saltaban a las prensas <strong>de</strong> harina. Pero los días <strong>de</strong>l faraón estaban<br />

contados, porque la fuerza <strong>de</strong> Ra es superior a la <strong>de</strong> Seth. Por esto el<br />

falso faraón perecía <strong>de</strong> una muerte miserable y la bruja que lo había<br />

parido perecía <strong>de</strong> una manera miserable también y Ra aniquilaba a todos<br />

los que habían renegado <strong>de</strong> él y distribuía sus casas y sus bienes a todos<br />

los que, pese a todas las pruebas, le habían permanecido fieles, creyendo<br />

en su regreso.<br />

Este cuento es muy largo y muy cautivador y la gente mostraba su<br />

impaciencia por conocer el final, golpeando con el pie y levantando los<br />

brazos, y yo también estaba con la boca abierta. Pero cuando el cuento<br />

hubo terminado y el falso faraón hubo recibido su castigo siendo<br />

precipitado a un abismo infernal; cuando su nombre fue maldito y Ra<br />

hubo recompensado a sus fieles, los auditores saltaron <strong>de</strong> alegría y<br />

gritaron <strong>de</strong> júbilo, lanzando monedas <strong>de</strong> cobre en el recipiente.<br />

Sorprendido, le dije a Merit:<br />

-En verdad es un cuento nuevo que no había oído nunca, pese a que<br />

creyese conocerlos todos por mi madre Kipa a quien gustaban y que<br />

protegía a los narradores, <strong>de</strong> manera que mi padre Senmut los<br />

amenazaba con su bastón cuando les daba <strong>de</strong> comer en la cocina. Es<br />

verda<strong>de</strong>ramente un cuento nuevo y peligroso, porque parece po<strong>de</strong>r<br />

aplicarse al faraón Akhenatón y al falso dios cuyo nombre no <strong>de</strong>be ser<br />

pronunciado. Por eso <strong>de</strong>bería prohibirse.<br />

Merit sonrió y dijo:<br />

-¿Quien podría prohibir un cuento que se cuenta en los dos reinos,<br />

cerca <strong>de</strong> todas las murallas, incluso en los más pequeños poblados y que<br />

gusta tanto a la gente? Si los guardias intervienen, los narradores dicen<br />

que se trata <strong>de</strong> un cuento muy antiguo y lo pue<strong>de</strong>n probar, porque los<br />

sacerdotes han <strong>de</strong>scubierto esta leyenda en un documento que se<br />

remonta a varios siglos. Por esto los guardias son impotentes, pese a que<br />

se diga que Horemheb, que es un hombre cruel y se ríe <strong>de</strong> ]as pruebas y<br />

los documentos, ha hecho colgar <strong>de</strong> las murallas a varios narradores y ha<br />

dado sus cuerpos a los cocodrilos. -Merit me cogía la mano y prosiguió,<br />

sonriendo-: Se citan en Tebas numerosas profecías y en cuanto dos<br />

personas se encuentran se comunican las profecías que han oído contar y<br />

los presagios funestos, porque, como sabes muy bien, el trigo no cesa <strong>de</strong><br />

aumentar <strong>de</strong> precio, los pobres conocen el hambre y los impuestos<br />

abruman a los pobres y los ricos. Pero las predicciones dicen que


veremos todavía cosas peores, y tiemblo al pensar en todas las <strong>de</strong>sgracias<br />

que se predicen para Egipto.<br />

Entonces retire mi mano <strong>de</strong> la suya y mi corazón se enojo con ella; la<br />

cola <strong>de</strong> cocodrilo había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> producir su efecto y la tontería y la<br />

obstinación <strong>de</strong> Merit aumentaban mi malestar. Así llegamos <strong>de</strong> nuevo a “<br />

La Cola <strong>de</strong> Cocodrilo”, enfadados, y yo sabía que el faraón Akhenatón<br />

había tenido razón al <strong>de</strong>cir: -En verdad Atón separará al hijo <strong>de</strong> su<br />

madre y al hombre <strong>de</strong> la hermana <strong>de</strong> su corazón, hasta que su reino se<br />

haya extendido sobre la Tierra.- Pero yo no tenía ningún <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />

separarme <strong>de</strong> Merit por culpa <strong>de</strong> Atón y por esto estuve <strong>de</strong> bastante mal<br />

humor hasta el momento en que, a la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, encontré a<br />

Kaptah.<br />

No había nadie capaz <strong>de</strong> estar <strong>de</strong> mal humor viendo a Kaptah entrar<br />

majestuosamente en la taberna, hinchado e imponente como un lechón<br />

cebado y tan gordo que tenía que entrar <strong>de</strong> lado. Su rostro era redondo<br />

como la luna y brillaba <strong>de</strong> aceite perfumado y <strong>de</strong> sudor y llevaba una<br />

elegante peluca azul y cubría su ojo tuerto con una placa <strong>de</strong> oro. No<br />

llevaba ya el<br />

traje sirio, sino que iba vestido a la egipcia con las mas finas telas <strong>de</strong><br />

Tebas, y su cuello, sus muñecas y sus tobillos estaban cargados <strong>de</strong><br />

brazaletes sonoros.<br />

Al verme lanzó un grito <strong>de</strong> alegría y levantó los brazos en signo <strong>de</strong><br />

sorpresa y se inclinó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, llevándose las manos a la altura <strong>de</strong><br />

las rodillas, lo cual era penoso a causa <strong>de</strong> su barriga, y dijo:<br />

-¡Bendito sea el día que me <strong>de</strong>vuelve a mi dueño!<br />

Y <strong>de</strong>spués la emoción se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> el y comenzó a llorar y<br />

postrándose <strong>de</strong> hinojos me abrazaba las rodillas lanzando gritos, <strong>de</strong><br />

manera que por ellos reconocí a mi antiguo Kaptah, pese a su peluca y<br />

sus finas telas. Lo levante agarrándolo <strong>de</strong> los brazos y lo abracé y acaricié<br />

con mi nariz sus hombros y sus mejillas y era como si hubiese abrazado a<br />

un buey cebado y olido un pan caliente, tan fuertemente olía a trigo. Me<br />

husmeó también respetuosamente los hombros y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> secar sus<br />

lagrimas se echo a reír ruidosamente y dijo:<br />

-Es para mi un día <strong>de</strong> gran júbilo y ofrezco gratuitamente una ronda a<br />

todos los que están sentados en este momento en mi taberna. Pero si<br />

alguien <strong>de</strong>sea otra cola tendrá que pagarla.<br />

3


Y con estas palabras me llevó a la sala <strong>de</strong>l fondo haciéndome sentar<br />

sobre una mullida alfombra y permitió a Merit que se sentase a mi lado y<br />

or<strong>de</strong>nó que me sirviesen lo mejor que hubiera en la casa, y su vino podía<br />

compararse con el <strong>de</strong>l faraón; la oca que me sirvió estaba guisada a la<br />

manera <strong>de</strong> Tebas y no pue<strong>de</strong> haberla mejor, porque el animal se alimenta<br />

<strong>de</strong> pescado podrido que da a su carne un sabor exquisito. Cuando nos<br />

hubimos saciado, dijo:<br />

-¡Oh mi dueño y señor! Espero que habrás leído atentamente todos los<br />

papeles <strong>de</strong> cuentas que te he mandado durante tantos años a la Ciudad<br />

<strong>de</strong>l Horizonte. Me permitirás que apunte esta comida en los gastos <strong>de</strong><br />

representación, así como la ronda que una alegría exagerada me ha<br />

incitado a ofrecer por error a mis clientes. No te reportara perjuicio<br />

alguno, al contrario, porque bastante trabajo tengo en engañar a los<br />

perceptores en beneficio tuyo.<br />

Entonces yo le dije:<br />

-Tus palabras son para mi un balbuceo <strong>de</strong> negro, porque no entiendo<br />

<strong>de</strong> ellas ni una palabra; pero obra a tu antojo, porque ya sabes que tengo<br />

plena confianza en ti. He leído tus cuentas y memorias, pero tengo que<br />

confesarte que no las veo claras, porque hay <strong>de</strong>masiadas cifras y me dolía<br />

la cabeza sólo <strong>de</strong> verlas.<br />

Kaptah se rió ruidosamente sacudiendo su gruesa barriga como una<br />

enorme almohada y Merit se rió también porque había bebido vino<br />

conmigo y se había echado sobre la alfombra, con las manos en la nuca,<br />

para hacerme admirar su pecho bajo la tela tirante. Kaptah entonces<br />

dijo:<br />

-¡Oh mi dueño y señor! Me regocija ver que sigues tan ingenuo e<br />

inocente como antes y que no entien<strong>de</strong>s una palabra <strong>de</strong> los asuntos<br />

razonables <strong>de</strong> la vida cotidiana, lo mismo que un cerdo se ríe <strong>de</strong> las<br />

perlas, si bien no es que quiera compararte a un cerdo, pero alabo y doy<br />

gracias a todos los dioses <strong>de</strong> Egipto en tu nombre porque me han dado a<br />

ti, porque <strong>de</strong> la misma manera hubieran podido darte a un ladrón o un<br />

canalla que te hubiese <strong>de</strong>jado sobre la paja mientras que yo te he<br />

enriquecido.<br />

Le recordé que no tenía que dar gracias a los dioses, sino a mi buen<br />

sentido el día que lo compré en el mercado y no caro, porque era tuerto.<br />

Estos viejos recuerdos me conmovieron y dije:<br />

-En verdad que jamás olvidaré la primera vez que te vi, porque<br />

estabas atado a una columna gritando impertinencias a las mujeres que<br />

pasaban y reclamabas cerveza <strong>de</strong> los hombres. He tenido<br />

incontestablemente razón al comprarte, pese a que al principio lo<br />

dudaba un poco. Pero entonces no tenía mucho dinero, puesto que era<br />

un médico joven, y tenías un ojo perdido, lo cual me convenía, como<br />

<strong>de</strong>bes recordar muy bien.


Kaptah se ensombreció, su rostro se cubrió <strong>de</strong> arrugas y dijo:<br />

-¡A santo <strong>de</strong> que recordar cosas tan viejas y tan penosas que hieren mi<br />

dignidad? -Después alabó nuestro escarabajo y dijo-: En verdad que<br />

hiciste bien en confiarme este escarabajo para que nos protegiese; en<br />

realidad por él nos hemos enriquecido, y eres más rico <strong>de</strong> lo que<br />

imaginas, pese a que los perceptores an<strong>de</strong>n constantemente <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

mí, <strong>de</strong> manera que he tenido que contratar a dos escribas sirios para que<br />

me lleven contabilidad especial para el fisco, porque ni el mismo Seth ni<br />

todos los <strong>de</strong>monios serían capaces <strong>de</strong> ver claro en la contabilidad siria; y<br />

a propósito <strong>de</strong> Seth, ahora pienso en nuestro viejo amigo Horemheb, a<br />

quien he prestado dinero por cuenta tuya, como ya sabes. Pero no<br />

hablemos <strong>de</strong> él ahora, porque mis pensamientos vuelan libres como<br />

pájaros a causa <strong>de</strong>l júbilo que siento al volver a verte. ¡Oh dueño mío!, y<br />

quizá vuelan tan libremente a causa <strong>de</strong>l vino que anoté en gastos <strong>de</strong><br />

representación; y por esto, dueño mío, bebe tanto como tu panza pueda<br />

contener, porque las bo<strong>de</strong>gas <strong>de</strong>l faraón no pue<strong>de</strong>n ofrecerte nada<br />

parecido y no te robo mucho sobre el precio. Si, quiero hablarte <strong>de</strong><br />

riquezas, aún cuando no entien<strong>de</strong>s nada <strong>de</strong> ellas, pero me limitaré a<br />

<strong>de</strong>cirte que gracias a mí eres más rico que muchos gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l país, y<br />

eres rico con verda<strong>de</strong>ras riquezas, porque no posees oro, sino casas, y<br />

<strong>de</strong>pósitos, y navíos, y muelles, y ganado, tierras y árboles frutales, bestias<br />

y esclavos. Posees todo esto, pese a que lo ignores quizá, porque he<br />

tenido que inscribir muchos inmuebles a nombre <strong>de</strong> nuestros servidores<br />

y <strong>de</strong> nuestros escribas y <strong>de</strong> nuestros esclavos a fin <strong>de</strong> ocultar tu fortuna al<br />

fisco. Porque los impuestos <strong>de</strong>l faraón abruman pesadamente al rico, que<br />

<strong>de</strong>be pagar mas que el pobre, y así como el pobre <strong>de</strong>be dar al faraón la<br />

quinta parte <strong>de</strong> su cosecha <strong>de</strong> trigo, el rico <strong>de</strong>be entregar a los malditos<br />

perceptores una tercera parte o casi la mitad. Es lo mas injusto e impío<br />

que ha or<strong>de</strong>nado el faraón. Esta imposición y la pérdida <strong>de</strong> Siria han<br />

empobrecido el país; pero lo mas extraño (sin duda alguna gracias a los<br />

dioses) es que mientras el país se empobrece los pobres son cada día más<br />

pobres, porque los ricos se enriquecen todavía más y ni el propio faraón<br />

pue<strong>de</strong> evitarlo. Alégrate, pues, Sinuhé, porque eres verda<strong>de</strong>ramente rico<br />

y voy a confiarte un secreto, y es que tu riqueza proviene <strong>de</strong>l trigo.<br />

Habiendo hablado así, Kaptah bebió vino, y comenzó a elaborar sus<br />

asuntos <strong>de</strong> trigo diciendo:<br />

-Nuestro escarabajo es maravilloso, ¡oh dueño mío!, puesto que <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

el primer día <strong>de</strong> nuestra llegada aquí me llevo a la taberna don<strong>de</strong> los<br />

merca<strong>de</strong>res <strong>de</strong> trigo se embriagaban <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber hecho buenos<br />

negocios. Así fue como compré también trigo por tu cuenta y el primer<br />

año los beneficios fueron ya gran<strong>de</strong>s, pues los campos <strong>de</strong> Am..., quiero<br />

<strong>de</strong>cir unos vastos campos, quedaron sin cultivar. Pero el trigo es<br />

maravilloso, porque se pue<strong>de</strong> comprar y ven<strong>de</strong>r aún antes <strong>de</strong> que la


crecida haya inundado el país y el grano este sembrado, y es más<br />

maravilloso todavía porque sube siempre <strong>de</strong> un año a otro, como por<br />

magia, <strong>de</strong> manera que comprando trigo no se pier<strong>de</strong> nunca, se gana<br />

siempre. Por esto, a partir <strong>de</strong> ahora, no quiero ven<strong>de</strong>r trigo, sino que<br />

compraré y lo acumularé en los almacenes, hasta que una medida <strong>de</strong><br />

trigo se cambie por oro, porque llegaremos a esto si las cosas siguen así,<br />

<strong>de</strong> la misma manera que los viejos tratantes <strong>de</strong> granos se arrancan los<br />

cabellos al pensar en todo el trigo que han vendido por su ignorancia,<br />

cuando hubieran podido realizar enormes beneficios guardándolo.<br />

Kaptah me lanzó una mirada satisfecha y se sirvió más vino, me sirvió a<br />

mí y a Merit y dijo con tono serio:<br />

-Pero no hay que arriesgar todo el oro en un solo golpe <strong>de</strong> dados y por<br />

esto he repartido cuidadosamente tus beneficios y juego, por <strong>de</strong>cirlo así,<br />

con varios dados por tu cuenta, mi querido dueño. El momento es <strong>de</strong> los<br />

más propicios a causa <strong>de</strong>l faraón, cuyo nombre por esta razón <strong>de</strong>bería<br />

ben<strong>de</strong>cir, porque por sus ór<strong>de</strong>nes y por sus actos y sobre todo por su<br />

maldita imposición, arruina a gran cantidad <strong>de</strong> ricos que <strong>de</strong>ben ven<strong>de</strong>r<br />

sus bienes a cualquier precio. Eres, pues, muy rico, y no te he robado<br />

más que antes, ni siquiera la mitad <strong>de</strong> lo que has ganado por mi<br />

habilidad, <strong>de</strong> manera que algunas veces me reprocho mi <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za y mi<br />

conciencia, y doy gracias a los dioses por no tener mujer e hijos que me<br />

reprocharan no robarte bastante, pese a que nadie sea tan fácil <strong>de</strong> robar<br />

como tú, ¡oh mi querido y amado dueño Sinuhé!<br />

Merit, acostada sobre la alfombra, me miraba sonriéndome<br />

gentilmente por mi expresión confusa, porque no llegaba a compren<strong>de</strong>r<br />

todo lo que me contaba Kaptah. Este prosiguió su exposición:<br />

-Debes compren<strong>de</strong>r que al hablar <strong>de</strong> tus ganancias y <strong>de</strong> tus riquezas<br />

entiendo el beneficio neto, una vez pagados los impuestos. He <strong>de</strong>ducido<br />

también todos los regalos que he <strong>de</strong>bido hacer a los perceptores a causa<br />

<strong>de</strong> la contabilidad siria, y el vino que les he servido para que no viesen las<br />

cifras, y era necesario darles mucho, porque son hombres astutos y<br />

resistentes. Y se enriquecen aprisa, porque la época les es propicia, y si<br />

yo no fuese Kaptah, el rey <strong>de</strong>l trigo y el amigo <strong>de</strong> los pobres, me haría<br />

perceptor. He distribuido algunas veces trigo entre los pobres, a fin <strong>de</strong><br />

que bendijesen mi nombre, porque en épocas <strong>de</strong> turbulencia es<br />

conveniente estar bien con los pobres. Es una especie <strong>de</strong> seguro para el<br />

porvenir, porque se ha observado que en época <strong>de</strong> perturbaciones los<br />

incendios estallan con mucha facilidad en las casas <strong>de</strong> los ricos y los<br />

gran<strong>de</strong>s mal vistos por el pueblo.<br />

A<strong>de</strong>más, estas distribuciones son muy po<strong>de</strong>rosas, porque en su locura,<br />

el faraón permite <strong>de</strong>ducir su valor <strong>de</strong>l impuesto, y cuando se le da una<br />

medida a un pobre se le hace atestiguar que recibe cinco, porque los<br />

pobres no saben leer y, aunque supiesen, están agra<strong>de</strong>cidos <strong>de</strong> recibir


una medida <strong>de</strong> trigo y bendicen mi nombre, e imprimen el pulgar sobre<br />

cualquier documento.<br />

Después <strong>de</strong> este discurso, Kaptah cruzo los brazos sobre el pecho y<br />

esperó mis felicitaciones. Pero sus palabras me habían hecho reflexionar<br />

y le pregunte:<br />

-¿Tenemos, pues, mucho trigo en los <strong>de</strong>pósitos?<br />

Kaptah asintió rápidamente esperando mis elogios, pero yo le dije:<br />

-Pues bien, vas a ir inmediatamente a casa <strong>de</strong> los agricultores que<br />

cultivan las tierras malditas y les distribuirás este trigo para sus<br />

siembras, porque no tienen grano y su trigo está manchado como si<br />

hubiese llovido sangre. La crecida ha pasado, es el tiempo <strong>de</strong> la labranza<br />

y la siembra, <strong>de</strong> manera que <strong>de</strong>bes darte prisa.<br />

Kaptah me dirigió una mirada <strong>de</strong> piedad y movió la cabeza. Después<br />

me dijo:<br />

- !0h dueño mío! No atormentes tu cabeza con pequeñeces parecidas,<br />

y <strong>de</strong>ja que piense yo por ti. Trata <strong>de</strong> seguirme; al principio los tratantes<br />

en trigo han ganado mucho grano a los agricultores porque estos <strong>de</strong>bían,<br />

en su pobreza, pagar dos medidas por una y si no podían pagar se hacía<br />

sacrificar su ganado y se quedaban las pieles. Pero ahora que el precio<br />

<strong>de</strong>l trigo ha subido sin cesar, estos negocios ya no son interesantes, y el<br />

beneficio es mo<strong>de</strong>sto, <strong>de</strong> manera que nos será más ventajoso que esta<br />

Primavera que<strong>de</strong>n muchas tierras yermas, porque esto hará subir<br />

todavía el precio <strong>de</strong>l trigo. Por esto no <strong>de</strong>bemos cometer la locura <strong>de</strong><br />

prestar trigo a los agricultores, porque <strong>de</strong> esta manera perjudicaríamos<br />

nuestros intereses. Y si lo hiciera, provocaría la cólera <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>más<br />

graneros.<br />

Pero yo le dije con tono enérgico:<br />

-Ejecuta mis ór<strong>de</strong>nes, Kaptah, porque el trigo es mío y no pienso en<br />

ganancias, sino en los hombres cuyas costillas les saben por la piel como<br />

a los esclavos <strong>de</strong> ]as minas, y pienso en ]as mujeres cuyos pechos cuelgan<br />

como pellejos varios, y pienso en los niños que rondan por la ribera con<br />

las piernas torcidas y los ojos enfermos. Por esto quiero que les<br />

distribuyas para la siembra todo el trigo que poseo. Quiero que lo hagas<br />

por Atón y por el faraón Akhenatón, porque lo quiero. Pero no les darás<br />

el trigo gratuitamente, porque he observado que los regalos engendran la<br />

pereza y el ocio y la mala voluntad. Han recibido gratuitamente las<br />

tierras y el ganado y no han sabido aprovecharlos. Recurre al palo si es<br />

necesario, pero vigila <strong>de</strong> modo que se hagan las siembras y las cosechas.<br />

Mas al recuperar nuestro crédito no quiero que tomes beneficio alguno,<br />

sino que les pedirás tan solo medida por medida.<br />

Ante estas palabras Kaptah lanzó fuertes clamores y <strong>de</strong>sgarró sus<br />

vestiduras, que estaban manchadas <strong>de</strong> vino, y dijo, aterrado:


-?Medida por medida? Es insensato, porque, sobre que podré yo robar<br />

puesto que no te puedo robar el trigo, ya que me limito a retirar una<br />

parte <strong>de</strong> los beneficios? Estas palabras son insensatas e impías, porque<br />

voy a incurrir no sólo en la cólera <strong>de</strong> los tratantes en granos, sino en la <strong>de</strong><br />

los sacerdotes <strong>de</strong> Amón, y me atrevo a pronunciar su nombre porque<br />

estamos en un local cerrado y nadie pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>nunciarnos. Digo a gritos<br />

su nombre, ¡oh dueño mío!, porque vive todavía en potencia y es más <strong>de</strong><br />

temer que nunca, y maldice nuestras casas y nuestros navíos y nuestros<br />

<strong>de</strong>pósitos e incluso esta taberna que harías bien en inscribir a nombre <strong>de</strong><br />

Merit, si ella consiente; y me alegro <strong>de</strong> que una parte <strong>de</strong> tus bienes esté<br />

inscrita a nombres extranjeros, porque así los sacerdotes no podrán<br />

mal<strong>de</strong>cirlos. Pero ahora que te has quitado la peluca veo que empiezas a<br />

volverte calvo y si lo <strong>de</strong>seas podría procurarte un ungüento maravilloso<br />

que te haría volver a crecer el pelo mas largo que antes y rizado, y te lo<br />

regalaré sin inscribirlo en ningún libro, porque proce<strong>de</strong> <strong>de</strong> nuestro<br />

almacén y tengo numerosos atestados que <strong>de</strong>muestran su eficacia<br />

maravillosa, pese a que un hombre ha <strong>de</strong>clarado que este ungüento le ha<br />

hecho salir un cabello lanoso y rizado como el <strong>de</strong> un negro.<br />

Kaptah charlaba <strong>de</strong> esta forma para ganar tiempo y llevarme a<br />

renunciar a mis intenciones, pero viendo que yo permanecía<br />

imperturbable comenzó a lanzar imprecaciones y a invocar una serie <strong>de</strong><br />

dioses cuyos nombres había aprendido durante el curso <strong>de</strong> nuestros<br />

viajes. Y dijo:<br />

- ¿Te ha mordido acaso un perro rabioso o un escorpión? En verdad<br />

creía que bromeabas. Tu <strong>de</strong>cisión va arruinarnos, pero acaso nuestro<br />

escarabajo nos salve al final y, hablando francamente, no me gusta<br />

tampoco ver gente flaca, pero aparto la mirada y <strong>de</strong>berías hacer como yo,<br />

¡oh dueño mío!, porque el hombre no sabe mas que lo que ve y para<br />

tranquilizar mi conciencia he distribuido ya trigo a los pobres, porque<br />

me beneficiaba con ello. Pero lo que más me <strong>de</strong>sagrada en tus palabras<br />

es que me impones un viaje penoso, porque tendré que caminar sobre<br />

tierra resbaladiza en la que mis pies resbalaran quizá y me caeré a un<br />

canal y serás responsable <strong>de</strong> mi muerte, porque en verdad soy viejo y<br />

estoy fatigado, y mis miembros están anquilosados y me gusta mi lecho<br />

confortable y la cocina <strong>de</strong> Muti y sus asados, y me ahogo al andar.<br />

Pero yo me mostré implacable y le dije:<br />

-En verdad que mientes más que antes, Kaptah, porque estos últimos<br />

años te has rejuvenecido y tu mano no tiembla ya ni tus ojos se enrojecen<br />

si no es por la acción <strong>de</strong>l vino. Por otra parte, te impongo como médico<br />

este viaje penoso, porque te quiero, porque estás <strong>de</strong>masiado gordo y esto<br />

fatiga tu corazón y te corta el aliento, y espero que a<strong>de</strong>lgazarás para<br />

recobrar tu aspecto <strong>de</strong>cente a fin <strong>de</strong> que no tenga que avergonzarme <strong>de</strong>l<br />

aspecto <strong>de</strong> mi servidor. En verdad, Kaptah, recuerdo el placer que


sentíamos al correr antaño por las rutas polvorientas <strong>de</strong> Babilonia y<br />

atravesar las montañas <strong>de</strong>l Líbano y sobre todo al bajar <strong>de</strong> tu asno en<br />

Ka<strong>de</strong>sh. En verdad te digo que si fuese más joven, es <strong>de</strong>cir, si no tuviese<br />

misiones importantes que llevar a cabo aquí por cuenta <strong>de</strong>l faraón, te<br />

acompañaría para regocijar mi espíritu, porque serán muchos los que<br />

ben<strong>de</strong>cirán tu nombre <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> este viaje.<br />

Sin presentar más objeciones, Kaptah se sometió a mi <strong>de</strong>cisión y<br />

bebimos vino hasta tar<strong>de</strong> en la noche y Merit nos hizo compañía y<br />

<strong>de</strong>scubrió su pecho moreno a fin <strong>de</strong> que pudiese tocarlo con mi boca.<br />

Kaptah evocó los viejos recuerdos y las eras <strong>de</strong> Babilonia y, según <strong>de</strong>cía,<br />

mi amor por Minea me había vuelto gordo y viejo durante aquel viaje.<br />

Porque no olvidaba a Minea; pero, sin embargo, aquella noche me divertí<br />

con Merit y mi corazón se calentó y mi soledad se fundió. Pero no la<br />

llamaba mi hermana; me divertía con ella porque era mi amiga y hacía<br />

por mí lo más amistoso que una mujer pue<strong>de</strong> hacer por un hombre. Por<br />

esto hubiera estado dispuesto a romper una jarra con ella, pero ella no lo<br />

consintió, porque había nacido en una taberna y yo era <strong>de</strong>masiado rico y<br />

distinguido para ella. Pero creo que sobre todo <strong>de</strong>seaba conservar su<br />

libertad y mi afecto.<br />

AL día siguiente tuve que ir al palacio dorado a ver a la reina madre, a<br />

quien todo Tebas llamaba ya la hechicera negra. Creo que a pesar <strong>de</strong> toda<br />

su cordura y habilidad era ella la responsable <strong>de</strong> este nombre, porque era<br />

pérfida y cruel, y el po<strong>de</strong>r había aniquilado en ella todo lo que era bueno.<br />

Mientras me vestía <strong>de</strong> lino real en mi barca y me ponía mis insignias,<br />

vino mi cocinera Muti y me dijo<br />

-Bendito sea el día que te <strong>de</strong>vuelve a mí, ¡oh dueño mío!, pero,<br />

verda<strong>de</strong>ramente, es obrar como un hombre rondar toda la noche por las<br />

casas <strong>de</strong> placer y no venir a tomar una comida en casa, a pesar <strong>de</strong> que he<br />

penado preparándote platos muy sabrosos y he azotado a las esclavas<br />

para activar la limpieza, hasta el punto que tengo el brazo <strong>de</strong>recho<br />

cansado. Porque soy ya vieja y no creo en los hombres, y tu conducta <strong>de</strong><br />

esta noche no me hará cambiar <strong>de</strong> opinión. Date prisa, pues, y ven a<br />

saborear la comida que te he preparado y tráete a tu concubina si no<br />

pue<strong>de</strong>s prescindir <strong>de</strong> ella un solo día.<br />

Hablaba así y, no obstante, yo sabía que estimaba mucho a Merit y la<br />

admiraba, pero estaba acostumbrado a su forma <strong>de</strong> hablar, <strong>de</strong> manera<br />

que sus palabras ofensivas eran dulces a mis oídos y me sentía <strong>de</strong> nuevo<br />

4


en mi casa. Por esto la seguí y envié un mensaje a Merit; y, mientras<br />

caminaba al lado <strong>de</strong> mi litera, Muti seguía refunfuñando.<br />

-Creía que habrías aprendido a vivir convenientemente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />

frecuentas la Corte, pero veo que eres tan <strong>de</strong>svergonzado como antes. Y,<br />

sin embargo, al volver a verte ayer, me dije que tenías el aspecto<br />

apaciguado y tranquilo. Me alegra ver tus mejillas rollizas, porque al<br />

engordar el hombre se serena y no será culpa mía si te a<strong>de</strong>lgazas en<br />

Tebas; será culpa <strong>de</strong> tu temperamento excesivo, porque todos los<br />

hombres son iguales y todo mal proviene <strong>de</strong> este pequeño objeto que<br />

ocultáis tras el <strong>de</strong>lantal porque os avergonzáis <strong>de</strong> él, lo cual no me<br />

extraña.<br />

Así hablaba refunfuñando y me recordaba a mi madre Kipa y hubiera<br />

sido capaz <strong>de</strong> llorar <strong>de</strong> emoción si no me hubiese serenado diciéndole<br />

severamente:<br />

-¡Cállate, mujer, porque tus palabras me molestan y son como zumbidos<br />

<strong>de</strong> moscas en mis oídos!<br />

Entonces se calló, y estaba muy satisfecha por haber provocado mis<br />

reproches, porque ahora sabía que su dueño había vuelto al redil.<br />

Había <strong>de</strong>corado la casa para recibirme y guirnaldas <strong>de</strong> flores<br />

adornaban la terraza; había barrido el patio, y lanzamos al patio <strong>de</strong>l<br />

vecino un gato muerto que allí había. Había contratado a unos chiquillos<br />

para que gritasen: .¡Bendito sea el día que nos <strong>de</strong>vuelve a nuestro<br />

dueño!» Obraba así porque se sentía <strong>de</strong>cepcionada <strong>de</strong> que no tuviese<br />

hijos como ella hubiera querido, pero sin introducir ninguna mujer en<br />

casa. Yo distribuí monedas <strong>de</strong> cobre entre los chiquillos y Muti les dio<br />

pasteles <strong>de</strong> miel y se alejaron muy contentos. Merit llegó con sus mejores<br />

galas y flores en sus cabellos perfumados. La comida preparada por Muti<br />

fue <strong>de</strong>liciosa a mi paladar, porque eran platos típicos <strong>de</strong> Tebas y en la<br />

Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte había olvidado que no hay lugar alguno don<strong>de</strong> la<br />

comida pueda compararse a la <strong>de</strong> Tebas.<br />

Felicité a Muti alabando su habilidad y estuvo encantada, pese a que<br />

frunciese el ceño y arrugase la nariz, y Merit la alabó. Esta comida<br />

celebrada en la casa <strong>de</strong>l antiguo fundidor <strong>de</strong> cobre no tiene nada <strong>de</strong><br />

particular, pero la cito aquí porque me sentía feliz; y dije:<br />

-¡Suspen<strong>de</strong> tu curso, clepsidra, y retén tu agua, porque el instante es<br />

propicio y quisiera que el tiempo se <strong>de</strong>tuviese para que este instante<br />

durase para siempre!<br />

Durante la comida, algunos pobres se aglomeraron en el patio<br />

vestidos con sus mejores ropas para venir a saludarme, y me contaron<br />

sus males y sus penas, y <strong>de</strong>cían: .<br />

-Mucho te hemos echado <strong>de</strong> menos, Sinuhé, porque mientras<br />

habitabas entre nosotros no supimos apreciar tu valor y sólo durante tu


ausencia nos hemos dado cuenta <strong>de</strong> cuánto nos habías ayudado y cuánto<br />

habíamos perdido al per<strong>de</strong>rte.<br />

Me llevaban regalos, aun cuando estos regalos fuesen mo<strong>de</strong>stos,<br />

porque eran todavía más pobres que antes a causa <strong>de</strong>l dios <strong>de</strong><br />

Akhenatón. Pero uno me daba una medida <strong>de</strong> sémola y otro un pájaro<br />

que había matado y otro dátiles secos, o incluso una flor, y al ver la<br />

cantidad <strong>de</strong> flores amontonadas en mi patio, comprendí por qué los<br />

parterres <strong>de</strong> la Avenida <strong>de</strong> los Carneros estaban <strong>de</strong>snudos. Entre<br />

aquellos hombres estaba el viejo escriba que llevaba la cabeza inclinaba a<br />

causa <strong>de</strong> su bocio, y me extrañó que viviese todavía. Vi también al<br />

esclavo a quien había curado los <strong>de</strong>dos y los movió <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, y él era<br />

quien me había llevado la sémola, porque seguía trabajando en el molino<br />

y podía robarla. Una madre me llevó a su hijo, que se había hecho un<br />

chiquillo robusto y tenía un ojo tumefacto y lleno <strong>de</strong> equimosis, y se<br />

jactaba <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r apalear a cualquier chiquillo <strong>de</strong> su edad en el barrio.<br />

Acudió también la meretriz a quien había curado el ojo y me llevó a todas<br />

sus amigas con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que podía <strong>de</strong>sembarazarlas <strong>de</strong> todas las marcas<br />

que afeaban sus cuerpos. Había prosperado, porque había hecho<br />

economías y había comprado unos baños públicos cerca <strong>de</strong> la plaza <strong>de</strong>l<br />

mercado, don<strong>de</strong> vendía también perfumes y procuraba a los merca<strong>de</strong>res<br />

las direcciones <strong>de</strong> muchachas libres <strong>de</strong> prejuicios. Todos me entregaron<br />

sus regalos diciéndome:<br />

-No <strong>de</strong>sprecies nuestros regalos, Sinuhé, aunque seas médico real y<br />

mores en el palacio dorado <strong>de</strong>l faraón, porque nuestro corazón se<br />

regocija al volver a verte, pero no vuelvas a hablarnos <strong>de</strong> Atón.<br />

No les hablé, pues, <strong>de</strong> Atón, pero los recibí uno tras otro y escuché sus<br />

quejas y les di medicinas y los curé. Para ayudarme, Merit se quitó su<br />

rico traje para no mancharlo y lavó las llagas y limpió mi cuchillo a la<br />

llama y mezcló los anestésicos para aquellos a quienes había que<br />

arrancar un diente. Cada vez que la veía, mi corazón se regocijaba, y la<br />

miraba a menudo, porque era bella <strong>de</strong> ver y su busto era firme y esbelto y<br />

su porte elegante, y no sentía vergüenza <strong>de</strong> estar <strong>de</strong>snuda, como las<br />

mujeres <strong>de</strong>l pueblo cuando trabajan, y ninguno <strong>de</strong> los enfermos se ofuscó<br />

por ello, porque cada cual tenía suficientes preocupaciones con sus<br />

propias penas.<br />

Así pasé el tiempo recibiendo enfermos como en días pasados, y yo les<br />

hablaba y me alegraba <strong>de</strong> mi saber que me permitía ayudarlos, y me<br />

gustaba ver a Merit que era mi amiga, y a veces, suspirando<br />

profundamente, <strong>de</strong>cía:<br />

-¡Suspen<strong>de</strong> tu curso, clepsidra, y retén tu agua, porque este instante<br />

presente no pue<strong>de</strong> continuar siendo tan bello!


Y así olvidé que tenía que ir al palacio dorado y que mi llegada había<br />

sido anunciada a la reina madre. Pero me parece que no pensaba en ello,<br />

porque en aquel instante <strong>de</strong> felicidad no quería pensar en nada.<br />

Cuando se alargaron las sombras, mi patio se vació y Merit me vertió<br />

agua en las manos y me ayudó a lavarme y yo la ayudé en sus abluciones,<br />

y lo hice con gusto, y nos lavamos. Pero cuando quise acariciar sus<br />

mejillas y besar sus labios, me rechazó diciendo:<br />

-Corre hacia tu bruja, Sinuhé, v date prisa para regresar antes <strong>de</strong> la<br />

noche, porque mi alfombrilla te espera con impaciencia. Sí,<br />

verda<strong>de</strong>ramente tengo el sentimiento <strong>de</strong> que mi alfombrilla te espera con<br />

impaciencia, bien que no sepa por qué, ya que tus miembros son lacios,<br />

Sinuhé, y tu carne es blanda y yo no puedo <strong>de</strong>cir que tus caricias sean<br />

hábiles; pero, a pesar <strong>de</strong> todo, eres diferente <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más hombres y por<br />

esto comprendo a mi alfombrilla.<br />

Anudó a mi cuello las insignias <strong>de</strong> mi rango y me puso mi peluca <strong>de</strong><br />

médico v me acarició la mejilla, <strong>de</strong> manera que con gusto hubiera<br />

renunciado por ella ir al palacio dorado. Pero hice correr a mis esclavos<br />

prometiéndoles oro y bastonazos, di prisa a los remeros, <strong>de</strong> manera que<br />

el agua parecía hervir alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la barca. Así pu<strong>de</strong> penetrar en el<br />

palacio en el momento en que el sol <strong>de</strong>scendía sobre la montaña <strong>de</strong>l<br />

Oeste y las estrellas se encendían.<br />

Pero antes <strong>de</strong> referir mi conversación con la reina madre, tengo que<br />

<strong>de</strong>cir que ésta no había ido más que dos veces a la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte,<br />

y las dos veces reprochó al faraón su locura, lo cual afectó vivamente a<br />

Akhenaton, porque quería a su madre y estaba ciego por ella, como a<br />

menudo los hijos están ciegos con sus madres hasta el día en que se<br />

casan y sus esposas les abren los ojos. Pero Nefertiti no había abierto los<br />

ojos <strong>de</strong> su marido a causa <strong>de</strong> su padre. Debo, en efecto, reconocer que en<br />

aquellos tiempos el sacerdote Ai y la reina Tii vivían libremente juntos y<br />

no trataban <strong>de</strong> disimular su felicidad, y dudo <strong>de</strong> que el palacio hubiese<br />

pasado jamás por una vergüenza parecida, pero estas cosas no se<br />

escriben nunca y se olvidan con la muerte <strong>de</strong> los que han sido testigos <strong>de</strong><br />

ellas. Pero no quiero opinar sobre el nacimiento <strong>de</strong> Akhenatón, porque<br />

creo que su origen es divino, porque si no hubiese tenido en sus venas la<br />

sangre real <strong>de</strong> su padre, no hubiera tenido sangre real alguna, y entonces<br />

hubiera sido efectivamente un falso faraón, como lo pretendían los<br />

sacerdotes, y todo lo que ocurría hubiera sido todavía más insensato y<br />

vano. Por estos motivos prefiero dar crédito a mi corazón y mi espíritu<br />

en este asunto.<br />

La reina madre me recibió en un saloncito particular en el cual<br />

revoloteaban unos pajarillos con las alas recortadas. No había olvidado el<br />

oficio <strong>de</strong> su juventud y le gustaba atrapar pajarillos en el jardín,<br />

poniendo pez en las ramas <strong>de</strong> los árboles v tendiendo re<strong>de</strong>s. Cuando me


presenté <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella estaba tejiendo una alfombrilla <strong>de</strong> cañas<br />

pintadas. Me acogió con reproches, censurándome mi retraso y dijo:<br />

-¿Acaso la locura <strong>de</strong> mi hijo se cura o ha llegado el momento <strong>de</strong><br />

trepanarlo? Porque ya escandaliza <strong>de</strong>masiado alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> su dios Atón<br />

y tiene al pueblo inquieto, lo cual es superfluo, porque el falso dios ha<br />

sido <strong>de</strong>rribado y nadie le disputa el po<strong>de</strong>r.<br />

Yo le hablé <strong>de</strong> la salud <strong>de</strong>l faraón, <strong>de</strong> las princesitas y <strong>de</strong> sus juegos, y<br />

<strong>de</strong> sus paseos en barca por el lago sagrado v acabó calmándose y me<br />

permitió sentarme a sus pies v me ofreció cerveza. No por avaricia me<br />

ofrecía<br />

cerveza, sino porque era fuerte y dulce y bebía muchas jarras al día, <strong>de</strong><br />

manera que su rostro estaba rechoncho y su cuerpo también era<br />

<strong>de</strong>sagradable <strong>de</strong> ver, porque se parecía mucho a un rostro <strong>de</strong> negro, a<br />

pesar <strong>de</strong> que no era completamente negra. Nadie hubiera sido capaz <strong>de</strong><br />

imaginar que aquella mujer obesa hubiese podido un día conquistar por<br />

su belleza el amor <strong>de</strong>l faraón. Por esto el pueblo pretendía que había<br />

conquistado este amor por medio <strong>de</strong> prácticas mágicas, porque es<br />

verda<strong>de</strong>ramente excepcional que un faraón tome por mujer a la hija <strong>de</strong><br />

un pajarero <strong>de</strong>l río.<br />

Saboreando su cerveza comenzó a hablarme abiertamente y en<br />

confianza, lo cual no es <strong>de</strong> extrañar, porque era médico v las mujeres<br />

confían a los médicos cosas que callan a los <strong>de</strong>más hombres, y bajo este<br />

aspecto la reina Tii u no difería <strong>de</strong> las <strong>de</strong>más mujeres.<br />

Bajo el efecto <strong>de</strong> la cerveza me habló y dijo:<br />

-Sinuhé, a quien el estúpido capricho <strong>de</strong> mi hijo dio el nombre <strong>de</strong><br />

Solitario, pese a que no tengas aspecto <strong>de</strong> ello, pues apostaría que en la<br />

Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte te has divertido cada noche con una mujer distinta,<br />

porque conozco las mujeres <strong>de</strong> esa ciudad; sí, Sinuhé, eres un hombre<br />

tranquilo, quizás el más tranquilo que conozco, y tu calma me irrita y<br />

quisiera pincharte con una aguja para verte saltar y gritar, y me pregunto<br />

<strong>de</strong> don<strong>de</strong> viene tu calma, pero eres seguramente un buen hombre, si bien<br />

no me explico qué ventaja proporciona esta bondad, porque he<br />

comprobado que sólo los imbéciles incapaces <strong>de</strong> otra cosa son buenos.<br />

Sea como sea, tu presencia me calma maravillosamente y quisiera <strong>de</strong>cirte<br />

que este Atón que en mi locura he <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nado me pone furiosa, y no<br />

creía que las cosas fuesen tan lejos, pero yo había inventado a Atón para<br />

<strong>de</strong>rribar a Amón, a fin <strong>de</strong> que mi po<strong>de</strong>r y el <strong>de</strong> mi hijo fuesen mayores,<br />

pero en el fondo es Ai quien lo ha inventado. Ai es mi marido, como tú<br />

sabes, a menos que seas suficientemente inocente para no saberlo, pero<br />

es mi marido aunque no hayamos <strong>de</strong>cidido romper juntos una jarra.<br />

Quiero <strong>de</strong>cir que este maldito Ai, que no tiene más fuerza que una ubre<br />

<strong>de</strong> vaca, ha traído a este Atón <strong>de</strong> Heliópolis y lo ha revelado a mi hijo. No<br />

comprendo lo que ha encontrado en este Atón, pero sueña <strong>de</strong>spierto con


él <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su infancia, y creo verda<strong>de</strong>ramente que está loco y que es hora<br />

<strong>de</strong> trepanarlo y no comprendo por qué su bella esposa, que es hija <strong>de</strong> Ai,<br />

no le da más que hijas, pese a que mis hechiceros hayan tratado <strong>de</strong><br />

ayudarla. No comprendo por qué el pueblo <strong>de</strong>testa a mis hechiceros,<br />

porque son honrados, pese a que sean negros y lleven agujas <strong>de</strong> marfil<br />

atravesadas en la nariz, y estiren sus labios y los cráneos <strong>de</strong> los niños.<br />

Pero el pueblo los <strong>de</strong>testa, lo sé, <strong>de</strong> manera que <strong>de</strong>bo tenerlos ocultos en<br />

los sótanos <strong>de</strong>l palacio, si no, el pueblo los mataría, pero no puedo<br />

prescindir <strong>de</strong> ellos, porque nadie como ellos sabe hacerme cosquillas en<br />

la planta <strong>de</strong> los pies y me preparan filtros que me permiten gozar todavía<br />

<strong>de</strong> la vida como mujer y divertirme, pero si crees que encuentro algún<br />

placer con Ai te equivocas, y me pregunto por qué le tengo tanto afecto,<br />

cuando sería mejor abandonarlo. Mejor para mí, naturalmente. Pero<br />

quizá no pueda abandonarlo aunque quiera, y esto es lo que me<br />

inquieta_ Por esto mi único placer proce<strong>de</strong> <strong>de</strong> mis queridos negros. -La<br />

reina madre se echo a reír, como las viejas lavan<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>l puerto cuando<br />

beben cerveza, v continuó-: Estos negros son hábiles doctores, Sinuhé,<br />

pese a que el pueblo los trata <strong>de</strong> hechiceros, pero es por pura ignorancia,<br />

y tú mismo te instruirías seguramente con ellos si dominases tus<br />

prejuicios contra su color y su olor y si consintiesen en revelarte su arte,<br />

cosa que dudo, pues son muy celosos <strong>de</strong> él. Su color es cálido u oscuro y<br />

su olor no tiene nada <strong>de</strong> <strong>de</strong>sagradable cuando está uno acostumbrado a<br />

él al contrario, es excitante y no se pue<strong>de</strong> prescindir <strong>de</strong> él. Puedo<br />

confesarte, Sinuhé, puesto que eres médico, que algunas veces me<br />

divierto con ellos porque me lo prescriben como remedio. Pero no para<br />

experimentar sensaciones nuevas como lo hacen las mujeres agotadas <strong>de</strong><br />

la Corte, que recurren a los negros, <strong>de</strong> la misma manera que una persona<br />

que lo ha probado todo y está cansada <strong>de</strong> todo, preten<strong>de</strong> que la carne<br />

convenientemente pasada es el mejor alimento. No, no por esto me<br />

gustan mis negros, porque mi sangre es roja y joven y no tiene necesidad<br />

<strong>de</strong> excitantes artificiales y los negros son para mí un misterio que me<br />

aproxima a las fuentes <strong>de</strong> la vida cálida, <strong>de</strong> la tierra, <strong>de</strong>l sol y <strong>de</strong> los<br />

animales. No quisiera que divulgases esta confesión, pero si lo hicieses,<br />

no me reportará ningún prejuicio, porque siempre podré afirmar que has<br />

mentido. En cuanto al pueblo, cree todo lo que se cuenta <strong>de</strong> mí y mucho<br />

más, <strong>de</strong> manera que, a sus ojos, mi reputación no pue<strong>de</strong> sufrir ya, y por<br />

esto poco importa lo que cuentes, pero prefiero que no digas nada, y te<br />

callarás, porque eres bueno, cosa que yo no soy.<br />

Se ensombreció y <strong>de</strong>spués volvió a tejer su alfombra <strong>de</strong> cañas <strong>de</strong> colores<br />

y yo contemplaba sus <strong>de</strong>dos oscuros, porque no me atrevía a mirarla<br />

a la cara. En vista <strong>de</strong> que yo guardaba silencio y no prometía nada, prosiguió:


-Por la bondad no se gana nada, y la única cosa que importa en este<br />

momento es el po<strong>de</strong>r. Pero los que nacen en las gradas <strong>de</strong> un trono no<br />

aprecian su valor como los que han nacido con estiércol entre los <strong>de</strong>dos<br />

<strong>de</strong> los pies, como yo. En verdad, Sinuhé, que comprendo el valor <strong>de</strong>l<br />

po<strong>de</strong>r y todos mis actos han tendido a conseguirlo para po<strong>de</strong>r<br />

transmitirlo a mis hijos y los suyos, a fin <strong>de</strong> que mi sangre viva en el<br />

trono dorado <strong>de</strong> los faraones, y no he retrocedido ante nada para<br />

alcanzar este fin. Quizá mis actos sean reprobables a los ojos <strong>de</strong> los<br />

dioses, pero, a <strong>de</strong>cir verdad, los dioses no me inquietan mucho, pues los<br />

faraones son superiores a los dioses, y en el fondo no existen ni buenas ni<br />

malas acciones, sino que lo que sale bien es bueno y lo que fracasa y se<br />

<strong>de</strong>scubre es malo. Pero a pesar <strong>de</strong> todo, mi corazón tiembla algunas<br />

veces y mis entrañas se convierten en agua al pensar en mis acciones,<br />

porque en el fondo no soy más que una mujer y todas las mujeres son<br />

supersticiosas, pero creo que en esto mis hechiceros podrán ayudarme.<br />

Lo que sobre todo me hace temblar es ver que Nefertiti no pone en el<br />

mundo más que hijas y a cada nacimiento tengo la impresión <strong>de</strong> ver<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí una piedra que he lanzado hacia atrás, como una<br />

maldición que reptase hacia mí.<br />

Murmuró algunos conjuros y agitó sus gran<strong>de</strong>s pies, pero sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong><br />

tejer sus cañas coloreadas, y al contemplar sus <strong>de</strong>dos sombríos un<br />

estremecimiento recorrió mi espalda. Porque hacía nudos <strong>de</strong> pajarero y<br />

yo creía reconocer estos nudos. En verdad, los reconocía, porque eran los<br />

nudos <strong>de</strong>l Bajo Egipto y yo, en la casa <strong>de</strong> mi padre, los había observado<br />

en la cesta suspendida encima <strong>de</strong>l lecho <strong>de</strong> mi madre. Mi lengua se<br />

paralizó y mis miembros adquirieron rigi<strong>de</strong>z, porque la noche <strong>de</strong> mi<br />

nacimiento un ligero viento <strong>de</strong>l Oeste empujó mi cesta <strong>de</strong> cañas por el río<br />

ya en crecida, hasta <strong>de</strong>tenerse ante la puerta <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> mi madre. La<br />

i<strong>de</strong>a que germinaba en mi espíritu al ver los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> la reina madre era<br />

tan terrible e insensata que me negaba a admitirla, y me <strong>de</strong>cía que<br />

cualquiera era capaz <strong>de</strong> hacer nudos <strong>de</strong> pajarero a una cesta <strong>de</strong> cañas.<br />

Pero los pajareros ejercían su oficio en el Bajo Egipto y no en Tebas. Por<br />

esto, durante mi infancia, había examinado a menudo estos nudos<br />

<strong>de</strong>sconocidos en Tebas, sin ni siquiera saber entonces <strong>de</strong> qué forma<br />

aquella cesta había <strong>de</strong> unirse a mi <strong>de</strong>stino.<br />

Pero la reina madre no observó mi actitud, y sumida en sus recuerdos<br />

y sus i<strong>de</strong>as prosiguió <strong>de</strong> esta forma:<br />

-Acaso me encuentras mala y <strong>de</strong>sagradable, Sinuhé, porque te hablo<br />

así, pero no me con<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>masiado severamente por mis actos y trata<br />

<strong>de</strong> compren<strong>de</strong>rme. No es fácil para la hija <strong>de</strong> un pajarero penetrar en el<br />

gineceo real don<strong>de</strong> se la <strong>de</strong>sprecia a causa <strong>de</strong> su color y <strong>de</strong> sus gran<strong>de</strong>s<br />

pies, y la pinchan con mil agujas, y su única salvación es un capricho <strong>de</strong>l<br />

faraón. No te sorpren<strong>de</strong>rá que no haya vacilado ante los medios <strong>de</strong>


conservar el favor real familiarizándome noche tras noche con las<br />

extrañas costumbres <strong>de</strong> los negros hasta que no podía vivir sin mis<br />

caricias y yo gobernaba Egipto por medio <strong>de</strong> él. De esta forma <strong>de</strong>shacía<br />

todas las intrigas <strong>de</strong>l palacio dorado y evitaba los lazos que me tendían y<br />

<strong>de</strong>strozaba las re<strong>de</strong>s tendidas en mi camino, sin vacilar en vengarme en<br />

caso necesario. Por el temor he ligado todas las lenguas a mi alre<strong>de</strong>dor y<br />

he gobernado el palacio dorado a mi antojo, y mi voluntad fue que<br />

ninguna mujer diese al faraón un hijo antes <strong>de</strong> habérselo dado yo. Por<br />

esto ninguna mujer <strong>de</strong>l harén dio un hijo al faraón, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su<br />

nacimiento casaba con nobles a las hijas que nacían. Tal era la fuerza <strong>de</strong><br />

mi voluntad, pero yo no me atrevía a engendrar por miedo a que<br />

perjudicase la belleza <strong>de</strong> mi cuerpo, porque al principio no lo dominaba<br />

más que por él. Pero el faraón envejeció y mis caricias lo agotaban y con<br />

gran terror, cuando vino el momento <strong>de</strong> procrear, le di una hija. Y esta<br />

hija es Baketatón y no la he casado, sino que la guardo como una flecha<br />

en mi carcaj, porque la persona pru<strong>de</strong>nte guarda siempre más <strong>de</strong> una<br />

flecha en su carcaj, no fiándose <strong>de</strong> una sola. El tiempo pasaba para mí en<br />

la angustia, pero al fin di a luz un hijo que no me ha dado la alegría que<br />

esperaba <strong>de</strong> él, Porque se ha vuelto loco, y así basaba todas mis<br />

esperanzas en su hijo que no ha nacido todavía. Pero mi po<strong>de</strong>r era tan<br />

gran<strong>de</strong> que durante todos estos años ninguna mujer dio a luz un hijo,<br />

sino solamente niñas. ¿No tienes que reconocer, como médico, Sinuhé,<br />

que mi habilidad y mi hechicería son gran<strong>de</strong>s?<br />

Entonces temblé y mirándola a los ojos, dije:<br />

-Tu hechicería es simple y <strong>de</strong>spreciable, reina madre, porque tejes con<br />

tus <strong>de</strong>dos en las cañas pintadas y todo el mundo pue<strong>de</strong> reconocerla. Dejó<br />

caer las cañas como si le hubiesen quemado las manos, y sus ojos,<br />

enrojecidos por la cerveza, brillaron <strong>de</strong> furor y dijo:<br />

-¿Eres también tú hechicero, Sinuhé, para hablar <strong>de</strong> esta forma, o es<br />

que el pueblo sabe esta historia también?<br />

Y yo le dije:<br />

-A la larga no se pue<strong>de</strong> ocultar nada al pueblo, y el pueblo lo sabe todo<br />

sin que se le diga. Tus actos no han tenido quizá testigos, reina madre,<br />

pero la noche te ha visto y el viento nocturno ha susurrado tus actos a<br />

numerosos oídos y si pue<strong>de</strong>s ligar las lenguas no pue<strong>de</strong>s evitar que el<br />

viento charle. Sin embargo, la alfombrilla que tejes con tus manos es<br />

ciertamente una bella alfombra y te agra<strong>de</strong>cería que me la regalases,<br />

porque sabría apreciarla mejor que nadie.<br />

Estas palabras la calmaron y tomó <strong>de</strong> nuevo su tejido y bebió cerveza.<br />

Después me miró con aire <strong>de</strong> astucia y dijo:<br />

-Quizá te dé esta alfombrilla, Sinuhé, cuando esté terminada. Es una<br />

alfombrilla preciosa, porque, la he tejido con mis propias manos y es una<br />

alfombrilla real. Pero, ¿qué me darás tú a cambio?


Yo me eché a reír y respondí:<br />

-Te daré mi lengua, ¡oh reina madre! Pero quisiera que me la <strong>de</strong>jases<br />

hasta mi muerte. Mi lengua no conseguirá ningún provecho hablando<br />

mal <strong>de</strong> ti. Por esto te la doy-.<br />

La reina murmuró algunas palabras y, mirándome <strong>de</strong> soslayo, dijo:<br />

-No puedo aceptar un regalo que poseo ya. Nadie me impediría tomar<br />

tu lengua ni tus manos para que no<br />

pudieses escribir lo que no podrías <strong>de</strong>cir. Podría también mandarte a mis<br />

hechiceros <strong>de</strong> los subterráneos <strong>de</strong>l<br />

palacio y probablemente no regresarías nunca más, porque les gusta<br />

sacrificar seres humanos.<br />

Pero yo le dije:<br />

-Has bebido, ciertamente, <strong>de</strong>masiada cerveza, ¡oh reina madre! No<br />

bebas más, si no, corres el riesgo <strong>de</strong> soñar hipopótamos. Mi lengua es<br />

tuya y espero recibir la alfombrilla cuando esté terminada.<br />

Me levanté para <strong>de</strong>spedirme y ella no me retuvo, sino que se echó a<br />

reír y dijo:<br />

-Me diviertes mucho, Sinuhé; en verdad me diviertes mucho.<br />

Así la <strong>de</strong>jé y regresé a la ciudad. Y Merit compartió su alfombra<br />

conmigo. Yo no era ya enteramente feliz, porque me acordaba <strong>de</strong> la cesta<br />

<strong>de</strong> cañas suspendida sobre el lecho <strong>de</strong> mi madre, y pensaba también en<br />

los <strong>de</strong>dos<br />

que tejían alfombrillas <strong>de</strong> caña con nudos <strong>de</strong> pajarero, y pensaba en el<br />

viento nocturno que se lleva las cestas ligeras lejos <strong>de</strong> los muros dorados<br />

<strong>de</strong>l palacio hacia las riberas <strong>de</strong> Tebas. Pensaba en todas estas cosas y no<br />

era enteramente feliz, porque lo que aumenta el saber aumenta también<br />

el dolor, y hubiera querido evitármelo porque no era ya joven.<br />

La razón oficial <strong>de</strong> mi viaje a Tebas era hacer una visita a la Casa <strong>de</strong> la<br />

Vida don<strong>de</strong> no había ido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía años, a pesar <strong>de</strong> que mi función <strong>de</strong><br />

trepanador real me obligaba a ello, y temía también que mi habilidad<br />

manual disminuyese, porque durante todos los años <strong>de</strong> estancia en la<br />

Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte no había practicado una sola trepanación. Por esto<br />

dí en la Casa <strong>de</strong> la Vida algunas lecciones a los discípulos. Pero esta Casa<br />

había cambiado mucho y disminuido en importancia, porque la gente,<br />

incluso los pobres, la evitaban, y los mejores médicos la habían<br />

abandonado para ir a practicar en la ciudad. Yo pensé que la ciencia se<br />

había liberado y <strong>de</strong>sarrollado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que los discípulos no tenían que<br />

pasar el examen <strong>de</strong> sacerdocio <strong>de</strong> primer grado y nadie les impedía<br />

preguntar el porqué <strong>de</strong> las cosas, pero me equivocaba, porque los<br />

5


discípulos eran jóvenes y holgazanes y no sentían el menor <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />

preguntar el porqué, v su mayor afán era recibir <strong>de</strong> sus maestros la<br />

ciencia ya preparada e inscribir su nombre en el Libro <strong>de</strong> la Vida, a fin <strong>de</strong><br />

po<strong>de</strong>r ejercer su profesión y ganar oro y plata.<br />

Los enfermos eran tan poco numerosos que tuve que esperar varias<br />

semanas para po<strong>de</strong>r trepanar tres cráneos, como había <strong>de</strong>cidido, para<br />

comprobar mi habilidad. Estas tres operaciones me valieron gran<br />

renombre y maestros y discípulos cantaron las alabanzas <strong>de</strong> mis manos y<br />

mi <strong>de</strong>streza. Sin embargo, yo tenía la <strong>de</strong>cepcionante impresión <strong>de</strong> que<br />

mis manos no poseían la seguridad <strong>de</strong> antaño. Mi vista había disminuido<br />

y no podía reconocer tan fácilmente las enfermeda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> mis clientes,<br />

sino que tenía que hacer muchas preguntas y largas investigaciones<br />

antes <strong>de</strong> estar seguro. Por esto cada día recibí enfermos en mi casa v los<br />

cuidé sin pedirles 'nada, porque quería recobrar mi antigua habilidad.<br />

Hice, pues, tres trepanaciones en la Casa <strong>de</strong> la Vida, una <strong>de</strong> ellas por<br />

piedad, porque el enfermo era incurable y sufría atrozmente. Pero los<br />

otros dos era interesantes y requerían <strong>de</strong> todo mi talento. Uno <strong>de</strong> ellos<br />

era uno que se había caído <strong>de</strong>l tejado a la calle hacia dos años, tratando<br />

<strong>de</strong> escapar <strong>de</strong> un marido engañado. No se había producido herida<br />

aparente pero más tar<strong>de</strong> había comenzado a sufrir ciertas crisis que se<br />

renovaban cuanto bebía vino. No tenía pesadillas, pero daba gritos y<br />

patadas y se mordía la lengua y se mojaba. Temía tanto aquellas crisis<br />

que quiso hacerse trepanar. Y consentí en ello, y por consejo <strong>de</strong> los<br />

médicos <strong>de</strong> la Casa recurrí a un hombre hemostático, cosa que no<br />

entraba en mis costumbres. Este hombre era todavía más estúpido y más<br />

dormido que el que murió en la cámara <strong>de</strong>l faraón, como ya he referido,<br />

y durante toda la operación hubo que mantenerlo <strong>de</strong>spierto para que<br />

produjese efecto. A pesar <strong>de</strong> todo, la sangre goteó alguna vez en la<br />

herida. Durante la operación vi que el cerebro <strong>de</strong>l enfermo estaba negro<br />

<strong>de</strong> sangre coagulada en muchos sitios. Por esto la limpieza duró mucho<br />

tiempo y no pu<strong>de</strong> limpiarlo a fondo porque hubiera podido estropear la<br />

superficie <strong>de</strong>l cerebro. Pero las crisis <strong>de</strong>l mal cesaron completamente,<br />

porque murió tres días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la operación, como es normal. Pero la<br />

operación fue consi<strong>de</strong>rada como un éxito, y me felicitaron y los<br />

discípulos anotaron cuidadosamente todo lo que había hecho.<br />

El segundo caso es muy sencillo, porque se trataba <strong>de</strong> un hombre<br />

joven que los guardias habían encontrado en la calle <strong>de</strong>svanecido v<br />

moribundo, <strong>de</strong>svalijado y con el cráneo fracturado. Yo me encontraba en<br />

la Casa <strong>de</strong> la Vida cuando lo llevaron allí y <strong>de</strong>cidí trepanarlo en seguida,<br />

porque lo consi<strong>de</strong>ré perdido. Quité cuidadosamente las esquirlas <strong>de</strong><br />

hueso y cubrí la abertura con una placa <strong>de</strong> plata <strong>de</strong>sinfectada. Se curó y<br />

vivía todavía dos semanas más tar<strong>de</strong> cuando salí <strong>de</strong> Tebas, pero tenía<br />

dificultad en mover las manos, y la palma <strong>de</strong> la mano y <strong>de</strong> los pies no


espondían a las cosquillas. Pero creo que con el tiempo <strong>de</strong>be <strong>de</strong> haberse<br />

restablecido completamente. Esta trepanación no produjo tanto efecto<br />

como la primera porque todo el mundo consi<strong>de</strong>ró mi éxito natural y<br />

alabó mi habilidad manual. Sin embargo, a causa <strong>de</strong> la urgencia, operé<br />

sin haber afeitado antes el cráneo y cuando hube cosido el cuero<br />

cabelludo sobre la placa <strong>de</strong> plata, el cabello creció sobre su cabeza como<br />

antes.<br />

A causa <strong>de</strong> mi categoría me trataban respetuosamente en la Casa <strong>de</strong> la<br />

Vida, pero los médicos ancianos me evitaban y no se atrevían a hablarme<br />

con confianza, porque venía <strong>de</strong> la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte y el falso dios les<br />

inspiraba temor. Yo no les hablaba <strong>de</strong> Atón, sino únicamente <strong>de</strong><br />

cuestiones médicas. Día tras día me husmeaban como un perro que<br />

buscara un rastro y acabé extrañándome <strong>de</strong> ello. Finalmente, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

la tercera trepanación, un médico muy hábil e inteligente fue a<br />

encontrarme y me dijo:<br />

-Sinuhé real, habrás sin duda observado que la Casa <strong>de</strong> la Vida está<br />

cada vez más vacía y que se recurre menos a nuestros cuidados, pese a<br />

que haya en Tebas más enfermos que antes. Has viajado por muchos<br />

países y has visto muchas curas, Sinuhé, pero creo que no has visto<br />

ninguna curación como las que se producen en secreto en Tebas, porque<br />

no se utiliza en ellas ni cuchillo, ni fuego, ni medicina, ni apósitos. Me<br />

han encargado que te hablase <strong>de</strong> estas curaciones y te preguntase si<br />

querías ser testigo <strong>de</strong> ellas. Pero <strong>de</strong>bes prometerme no <strong>de</strong>cir nada a<br />

nadie <strong>de</strong> todo lo que veas. Tendrás también que <strong>de</strong>jarte vendar los ojos<br />

cuando te lleven al lugar <strong>de</strong> las curaciones milagrosas.<br />

Estas palabras no me gustaban mucho, porque por este motivo temía<br />

complicaciones con el faraón. Pero mi curiosidad era gran<strong>de</strong> y dije:<br />

-He oído hablar, efectivamente, <strong>de</strong> cosas asombrosas que ocurren en<br />

Tebas en estos momentos. Los hombres<br />

cuentan historias y las mujeres tienen sueños, pero no he oído hablar<br />

nunca <strong>de</strong> curaciones. Como médico, dudo mucho <strong>de</strong> las curaciones<br />

obtenidas sin cuchillo ni fuego, sin medicina ni apósitos. Por esto no<br />

quiero intervenir en esta charlatanería, a fin <strong>de</strong> que mi nombre no se vea<br />

mezclado en testimonios posibles.<br />

Pero él insistió v dijo:<br />

-Después <strong>de</strong> tus viajes al extranjero, don<strong>de</strong> has aprendido tantas<br />

cosas, pensábamos que no tendrías prejuicios. Por otra parte, la sangre<br />

<strong>de</strong>ja también <strong>de</strong> manar sin tener que recurrir a las pinzas ni al cauterio.<br />

¿Por qué no se podría, pues, curar sin cuchillo ni fuego? Tu nombre no<br />

estará mezclado en el asunto, te lo prometemos, porque por ciertas<br />

razones <strong>de</strong>seamos que lo veas todo, a fin <strong>de</strong> que sepas que no hay frau<strong>de</strong><br />

en estas curas. Eres solitario, Sinuhé, y serás un testigo imparcial; por<br />

esto tenemos necesidad <strong>de</strong> ti.


Estas palabras aguzaron mi curiosidad. Por esto acepté su proposición<br />

v por la tar<strong>de</strong> fue a buscarme con su litera v me vendó los ojos. Cuando la<br />

litera se <strong>de</strong>tuvo, me cogió <strong>de</strong>l brazo y me guió por largos corredores,<br />

subiendo y bajando escalones, y acabé diciéndome que estaba harto <strong>de</strong><br />

aquella farsa. Pero él me tranquilizó y me quitó la venda y me hizo entrar<br />

en una sala don<strong>de</strong> ardían numerosas lámparas y cuyos muros eran <strong>de</strong><br />

piedra. Tres enfermos estaban tendidos en unas camillas y un sacerdote<br />

se acercó a mí con la cabeza afeitada y el rostro reluciente <strong>de</strong> aceite<br />

sagrado. Me llamó por mi nombre y me invitó a examinar a los enfermos<br />

para evitar todo frau<strong>de</strong>. Su voz era firme y suave y sus ojos inteligentes.<br />

Por esto seguí su exhortación y examiné a los enfermos, y el cirujano <strong>de</strong><br />

la Casa <strong>de</strong> la Vida me asistió.<br />

Ví que los tres enfermos lo estaban realmente y no podían levantarse<br />

solos. Uno <strong>de</strong> ellos era una mujer cuyos miembros estaban <strong>de</strong>scarnados v<br />

completamente insensibles, y sólo sus ojos se movían en su rostro<br />

asustado. El otro era un muchacho cuyo cuerpo estaba cubierto <strong>de</strong> una<br />

erupción terrible y <strong>de</strong> húmedas postillas. El tercero era un anciano cuyas<br />

piernas estaban paralizadas y no podía andar, y no era un simulacro,<br />

pues lo pinché con una aguja y no sintió nada. Por esto le dije al<br />

sacerdote.<br />

--He examinado a estos tres enfermos con toda mi ciencia y si fuese su<br />

médico sólo podría mandarlos a la Casa <strong>de</strong> la Vida. Esta Casa no podría,<br />

seguramente, curar a la mujer ni al anciano, pero disminuiría los<br />

sufrimientos <strong>de</strong>l muchacho con baños <strong>de</strong> azufre.<br />

El sacerdote sonrió v me invitó a tomar asiento con el otro médico y a<br />

esperar pacientemente. Después llamaron a unos esclavos que colocaron<br />

las camillas sobre un altar y, quemaron unos inciensos que espesaban el<br />

aire. En el corredor se oían cánticos y entró un grupo <strong>de</strong> sacerdotes<br />

entonando los cánticos <strong>de</strong> Amón. Se agruparon alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> los<br />

enfermos y comenzaron a orar, saltando y bailando. El sudor corría por<br />

sus rostros y se quitaron la túnica y agitaron cascabeles, produciéndose<br />

cortes en todo el cuerpo con unas piedras afiladas, <strong>de</strong> manera que la<br />

sangre corría. Yo había visto ceremonias parecidas en Siria y observaba<br />

fríamente como médico, pero comenzaron a gritar todavía más fuerte y a<br />

golpear el muro <strong>de</strong> la sala con sus puños, y el muro se abrió y a la luz <strong>de</strong><br />

unas lámparas apareció la estatua <strong>de</strong> Amón, colosal y atemorizadora. Al<br />

instante los sacerdotes se callaron y el silencio fue más terrible que el<br />

ruido prece<strong>de</strong>nte. En la bóveda sombría el rostro <strong>de</strong> Amón brillaba con<br />

una luz celeste, y <strong>de</strong> repente el más alto <strong>de</strong> los sacerdotes se acercó a los<br />

enfermos v, llamándolos por sus nombres, dijo:<br />

-Levantaos y marchaos, porque el gran Amón os ha ben<strong>de</strong>cido para<br />

que creáis en él.


Y entonces vi con mis propios ojos cómo los tres enfermos, con<br />

inseguros a<strong>de</strong>manes, se levantaban fijando la vista en la estatua <strong>de</strong><br />

Amón. Se pusieron primero <strong>de</strong> rodillas, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> pie y se tocaron las<br />

piernas con sorpresa, <strong>de</strong>spués se echaron a llorar bendiciendo el nombre<br />

<strong>de</strong> Amón. Pero el muro se volvió a cerrar, los sacerdotes salieron y los<br />

esclavos se llevaron el incienso y encendieron otras lámparas a fin <strong>de</strong> que<br />

pudiésemos examinar a los enfermos. Y la mujer pudo mover los<br />

miembros y dar algunos pasos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros, y el<br />

anciano caminaba sin dificultad, y la erupción había <strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong><br />

todo el cuerpo <strong>de</strong>l muchacho, cuya piel era lisa y sana. Todo aquello se<br />

había producido en muy poco tiempo, y si no lo hubiese visto con mis<br />

propios ojos no creería que fuese posible.<br />

El sacerdote que nos había recibido se acercó a nosotros con una<br />

sonrisa <strong>de</strong> victoria y nos dijo:<br />

-¿Qué dices ahora, real Sinuhé? Yo le miré a los ojos y le dije:<br />

-Comprendo que la mujer y el anciano eran víctimas <strong>de</strong> prácticas<br />

mágicas que habían ligado su voluntad, y la magia es vencida por la<br />

magia, si la voluntad <strong>de</strong>l mago es superior a la <strong>de</strong>l hechizador. Pero una<br />

erupción es una erupción y no se cura por la magia, sino por un<br />

tratamiento prolongado <strong>de</strong> baños medicinales. Por esto reconozco que<br />

no había visto todavía nada parecido.<br />

Me miró y su mirada echó llamas, y dijo:<br />

-¿Reconoces, Sinuhé, que Amón sigue siendo el rey <strong>de</strong> todos los<br />

dioses?<br />

Pero yo le dije:<br />

-Te ruego que no pronuncies en voz alta el nombre <strong>de</strong> este falso dios,<br />

porque el faraón lo ha prohibido y estoy todavía a su servicio.<br />

Vi que mis palabras lo irritaban, pero era sacerdote <strong>de</strong> grado superior<br />

y su voluntad dominó, sus sentimientos. Y así, recobrando la serenidad,<br />

dijo, sonriendo:<br />

-Mi nombre es Hríbor, y te lo digo a fin <strong>de</strong> que puedas <strong>de</strong>nunciarme a los<br />

guardias, porque no temo a los guardias <strong>de</strong>l falso faraón, ni sus azotes, ni<br />

sus minas, y curaré a todo aquel que venga a mí en nombre <strong>de</strong> Amón.<br />

Pero no disputemos por estas cosas y hablemos corno personas<br />

civilizadas. Permíteme que te invite a tomar una copa <strong>de</strong> vino en mi<br />

celda, porque <strong>de</strong>bes estar seguramente cansado <strong>de</strong> haber permanecido<br />

tanto tiempo sentado sobre la dura piedra.<br />

Me llevó por unos largos corredores hacia su celda y por el aire pesado<br />

<strong>de</strong> corredores adiviné que estábamos bajo tierra y supuse que nos<br />

hallábamos en los subterráneos <strong>de</strong> Amón, sobre los que se contaban<br />

tantas leyendas, pero que ningún profano había visto. Hríbor <strong>de</strong>spidió al<br />

médico <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Vida y entramos en su celda, don<strong>de</strong> no faltaba<br />

nada <strong>de</strong> lo necesario, para proporcionar el bienestar al hombre. Un


aldaquino cubría el lecho, y los cofres y las cajas eran <strong>de</strong> marfil y ébano,<br />

las alfombras eran mullidas y la habitación olía a perfumes preciosos. Me<br />

vertió cortésmente agua perfumada sobre las manos y me hizo sentar, y<br />

me ofreció pasteles <strong>de</strong> miel, frutos y ese vino fuerte <strong>de</strong> los viñedos <strong>de</strong><br />

Amón al que se había mezclado mirra. Bebimos juntos y me habló en<br />

estos términos:<br />

~Sinuhé, te conocemos y hemos seguido tus pasos y sabemos que<br />

amas mucho al falso faraón y que su dios no te es tan indiferente como<br />

nosotros quisiéramos. Sin embargo, te aseguro que este dios no tiene<br />

nada más que Amón, porque la persecución lo ha purificado y lo ha<br />

hecho más fuerte que antes. Pero no quiero abordar las cuestiones<br />

teológicas contigo; <strong>de</strong>seo hablarte como a un hombre que, sin exigir<br />

nada, ha curado a los pobres y como un egipcio que ama más las tierras<br />

negras que las tierras rojas. Por te digo: el faraón Akhenatón es un<br />

flagelo para los pobres y una maldición para Egipto, y <strong>de</strong>be ser muerto a<br />

fin <strong>de</strong> que sus fechorías no sean irremediables.<br />

Yo bebí vino v dije:<br />

- Los dioses me son indiferentes y estoy cansado <strong>de</strong> ellos, pero el dios<br />

<strong>de</strong>l faraón es diferente a todos los <strong>de</strong>más, porque no tiene imágenes y<br />

todos los hombres son iguales <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él, y cada cual, sea pobre o<br />

esclavo, o incluso extranjero, tiene un valor a sus ojos. Por esto creo que<br />

el año <strong>de</strong>l mundo toca a su fin y que otro comienza Pue<strong>de</strong> ocurrir lo<br />

increíble y también lo que es contrario a la razón humana. Porque jamás<br />

se había presentado como ahora la ocasión <strong>de</strong> renovarlo todo y hacer que<br />

los hombres sean hermanos entre sí.<br />

Hribor hizo un gesto <strong>de</strong> protesta y, sonriendo, dijo:<br />

-Comprendo, Sinuhé, que sueñas con los ojos abiertos, mientras yo te<br />

creía un hombre sensato. Mis aspiraciones son más mo<strong>de</strong>stas. Espero<br />

únicamente que las cosas vuelvan a ser las <strong>de</strong> antes y el pobre tenga su<br />

medida llena y las leyes sigan en vigor. Quiero solamente que todo el<br />

mundo pueda ejercer su profesión en paz y tenga la fe que <strong>de</strong>see. Quiero<br />

que se conserve todo lo que perpetúa la vida, la diferencia entre el<br />

esclavo y el señor, entre el siervo y el patrón. Quiero que el po<strong>de</strong>río y el<br />

honor <strong>de</strong> Egipto que<strong>de</strong>n a salvo, quiero que los niños nazcan en su país,<br />

don<strong>de</strong> cada cual esté en su sitio, con una misión fijada <strong>de</strong> antemano<br />

hasta el final <strong>de</strong> su vida y don<strong>de</strong> ninguna inquietud atormente su<br />

corazón. He aquí lo que quiero, y por esto el faraón Akhenatón tiene que<br />

<strong>de</strong>saparecer.<br />

»Tú, Sinuhé, eres un hombre bueno y dócil y no quieres mal a nadie.<br />

Pero vivimos en una época en que todo el mundo tiene que tomar su<br />

partido. Quien no esté con nosotros está contra nosotros y sufrirá las<br />

consecuencias, porque no eres suficientemente ingenuo para creer que el<br />

faraón conservará mucho tiempo su po<strong>de</strong>r. Poco importa qué dios es el


que honras, porque Amón no tiene necesidad <strong>de</strong> ti. Pero está en tus<br />

manos, Sinuhé, aniquilar la maldición que pesa sobre Egipto. Está en tus<br />

manos suprimir el hambre y la miseria y la inquietud en las tierras<br />

negras. Está en tus manos restaurar el po<strong>de</strong>río <strong>de</strong> Egipto.<br />

Estas palabras inquietaron mi corazón. Por esto bebí más vino y mi<br />

boca y mis narices se llenaron <strong>de</strong>l perfume exquisito <strong>de</strong> la mirra. Traté <strong>de</strong><br />

reírme, diciéndole:<br />

-Un perro rabioso o un escorpión te han mordido, porque mi po<strong>de</strong>r no<br />

es tan extenso ni soy siquiera tan hábil como tú para curar enfermos.<br />

Se levantó y dijo:<br />

-Quiero enseñarte algo.<br />

Tomó una lámpara y me llevó por el corredor hasta una puerta<br />

cerrada por varios cerrojos, que abrió, y entramos en una habitación<br />

don<strong>de</strong> centelleaban el oro y la plata y las piedras preciosas. Y dijo:<br />

-No temas. No quiero tratar <strong>de</strong> corromperte, no soy tan tonto, pero es<br />

conveniente que veas que Amón es más rico que el faraón. No, no trato<br />

<strong>de</strong> seducirte con el oro.<br />

Abrió una pesada puerta <strong>de</strong> cobre e iluminó una pequeña estancia en<br />

la que reposaba sobre un lecho <strong>de</strong> piedra una imagen <strong>de</strong> cera, cuyo pecho<br />

y sienes estaban atravesados por unas afiladas agujas. Instintivamente<br />

levanté el brazo y recité las fórmulas contra la magia, tal como las había<br />

aprendido antes <strong>de</strong> mi iniciación como sacerdote <strong>de</strong> primer grado.<br />

Hribor me miró sonriendo y ví que su mano no temblaba.<br />

-Ya ves que el tiempo <strong>de</strong>l faraón toca a su fin -dijo- porque le hemos<br />

hecho un sortilegio en nombre <strong>de</strong> Amón y hemos atravesado su corazón<br />

y sus sienes con las agujas sagradas <strong>de</strong> Amón. Pero el sortilegio es lento y<br />

pue<strong>de</strong>n ocurrir todavía muchas <strong>de</strong>sgracias, y su dios pue<strong>de</strong> protegerlo<br />

hasta cierto punto. Por esto quisiera discutir todavía contigo, ahora que<br />

has visto esto.<br />

Volvió a cerrar cuidadosamente todas las puertas y me llevó <strong>de</strong> nuevo<br />

a su celda y llenó mi copa <strong>de</strong> vino, pero el vino me cayó por la barbilla y<br />

la copa tintineó contra mis dientes, porque había visto con mis propios<br />

ojos un sortilegio más funesto que todos los <strong>de</strong>más y contra el cual todo<br />

el mundo es impotente.<br />

Y Hribor dijo:<br />

-Ya ves que el po<strong>de</strong>río <strong>de</strong> Amón se extien<strong>de</strong> hasta la Ciudad <strong>de</strong>l<br />

Horizonte, pero no me preguntes cómo hemos podido procurarnos<br />

cabellos y limaduras <strong>de</strong> uñas <strong>de</strong>l faraón para meterlas <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la<br />

imagen <strong>de</strong> cera, aunque puedo <strong>de</strong>cirte que no las hemos conseguido a<br />

precio <strong>de</strong> oro, sino que las hemos recibido <strong>de</strong> Amón. -Me dirigió tina<br />

mirada indagadora y, pesando sus palabras, continuó-: La fuerza <strong>de</strong><br />

Amón crece <strong>de</strong> día en día, como has podido ver mientras curaba a los<br />

enfermos en su nombre. Día tras día la maldición <strong>de</strong> Amón pesa sobre


Egipto. Cuanto más viva el faraón, más sufrirá Egipto, porque el<br />

sortilegio obra lentamente. ¿Qué dirías, Sinuhé, si te diesen una droga<br />

que librase para siempre al faraón <strong>de</strong> sus dolores <strong>de</strong> cabeza?<br />

-El hombre está siempre sujeto a enfermeda<strong>de</strong>s -dije-. Sólo un muerto<br />

está libre <strong>de</strong> ellas.<br />

Me miró con sus ojos que echaban llamas y su voluntad me inmovilizó<br />

en el suelo, <strong>de</strong> manera que no pu<strong>de</strong> levantar el brazo cuando dijo:<br />

-Es probable, pero esta droga no <strong>de</strong>ja rastro y nadie podrá acusarte, y<br />

ni aun los embalsamadores observarán nada anormal en las entrañas. Y<br />

no tendrás que darle al faraón un remedio que cura los dolores <strong>de</strong><br />

cabeza. Se dormirá y no conocerá ya nunca más el dolor ni la pena. -<br />

Levantó la mano y añadió-: No quiero ofrecerte oro, pero, si lo haces, tu<br />

nombre será bendito eternamente y tu cuerpo no se <strong>de</strong>scompondrá<br />

jamás y vivirás eternamente. Manos invisibles protegerán los días <strong>de</strong> tu<br />

vida y no habrá <strong>de</strong>seo humano que tú no consigas. Te lo prometo, porque<br />

tengo el po<strong>de</strong>r para ello. -Levantó los brazos y sus ojos echaron llamas y<br />

no pu<strong>de</strong> evitar su mirada. Su voluntad me enca<strong>de</strong>naba <strong>de</strong> manera que no<br />

podía moverme, ni levantar el brazo, ni ponerme en pie. Y dijo-: Si te<br />

digo:


Sonrió levantando la mano en signo <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida v dijo, según la<br />

costumbre:<br />

-Tú recompensa será gran<strong>de</strong>.<br />

Después me acompañó por unos largos corredores sin ocultarme<br />

nada, porque sus ojos veían en el corazón <strong>de</strong> los hombres y sabía que no<br />

lo <strong>de</strong>nunciaría. Por esto puedo <strong>de</strong>cir que los subterráneos <strong>de</strong> Amón se<br />

encuentran <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l gran templo, pero no quiero <strong>de</strong>cir cómo se<br />

penetra en ellos, porque este secreto no es mío.<br />

Algunos días <strong>de</strong>spués la reina madre Tii moría en el palacio dorado.<br />

Había sido mordida por un áspid mientras visitaba los cepos para<br />

pájaros en el jardín <strong>de</strong>l palacio. No hubo manera <strong>de</strong> encontrar a su<br />

médico, como suele ocurrir cuando más necesidad se tiene <strong>de</strong> él. Por esto<br />

fueron a buscarme a mi casa, pero a mi llegada a palacio no pu<strong>de</strong> hacer<br />

sino certificar su <strong>de</strong>función. Su médico no pue<strong>de</strong> jamás ser responsable,<br />

porque la mor<strong>de</strong>dura <strong>de</strong> esta serpiente es siempre mortal, a menos que<br />

antes <strong>de</strong> las cien primeras pulsaciones se abra la mor<strong>de</strong>dura y se haga la<br />

ligadura <strong>de</strong> las venas.<br />

Tuve que ocuparme <strong>de</strong> hacer entregar el cuerpo a los embalsamadores<br />

<strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Muerte. Allí encontré también al sombrío sacerdote Ai y<br />

tomó las mejillas hinchadas <strong>de</strong> la reina madre y dijo:<br />

-Era ya hora <strong>de</strong> que muriese, porque no era más que una mujer vieja y<br />

fastidiosa que intrigaba contra mi. Sus propios actos la con<strong>de</strong>naban y<br />

ahora que está muerta espero que el pueblo se calmará.<br />

De todos modos, no creo que Ai la hubiese matado, porque no se<br />

hubiera atrevido. Los crímenes comunes v los sombríos secretos unen,<br />

en efecto, a la gente más sólidamente que el amor, y sé que, a pesar <strong>de</strong><br />

sus palabras cínicas, Ai echaba <strong>de</strong> menos a la difunta, porque con el<br />

transcurso <strong>de</strong> los años se hablan acostumbrado uno a<br />

otro.<br />

Cuando la noticia <strong>de</strong> esta muerte se esparció por Tebas el pueblo se<br />

puso las vestiduras <strong>de</strong> fiesta v se agrupó en plazas y calles. Las<br />

predicciones corrían <strong>de</strong> boca en boca y numerosas santas mujeres<br />

comenzaron a contar presagios todavía más funestos. La muchedumbre<br />

se precipitó hacia los muros <strong>de</strong>l palacio y, para calmarla y ganar su favor,<br />

Ai hizo arrojar a latigazos a los hechiceros negros que vivían en las<br />

bo<strong>de</strong>gas <strong>de</strong> palacio. Eran cinco, y uno <strong>de</strong> ellos era una mujer vieja y<br />

gorda como un hipopótamo y los guardias los expulsaron por la puerta<br />

6


<strong>de</strong>l Papiro, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo cual, la muchedumbre se arrojó sobre ellos y<br />

los <strong>de</strong>scuartizó y toda su magia no pudo salvarlos. Ai hizo también<br />

<strong>de</strong>strozar y quemar en los subterráneos todos sus objetos mágicos y sus<br />

drogas, lo cual es lástima, porque hubiera podido estudiar sus filtros y<br />

sus fórmulas herméticas.<br />

Nadie en palacio lloró la muerte <strong>de</strong> la reina madre ni el fin <strong>de</strong> los<br />

hechiceros. La princesa Baketatón acudió, sin embargo, a ver el cuerpo<br />

<strong>de</strong> su madre y le tocó las manos con sus lindos <strong>de</strong>dos, y dijo:<br />

-Tu marido ha obrado mal permitiendo al pueblo <strong>de</strong>scuartizar a tus<br />

hechiceros negros. -Y me dijo luego-: Estos hechiceros no eran mala<br />

gente y no estaban a gusto aquí; <strong>de</strong>seaban volver a sus selvas y sus<br />

cabañas. No hubieran <strong>de</strong>bido ser castigados por los actos <strong>de</strong> mi madre.<br />

Así fue como conocí a Baketatón y me gustó mucho, a causa <strong>de</strong> su aire<br />

altivo y su belleza. Me habló <strong>de</strong> Horemheb y se burló <strong>de</strong> él y dijo: -<br />

Horemheb es <strong>de</strong> baja extracción y sus palabras son groseras, pero si<br />

tomara mujer podría ser el generador <strong>de</strong> una familia noble. ¿Pue<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong>cirme por qué no está casado?<br />

Yo le dije:<br />

-No eres tú la primera en preguntármelo, Baketatón real, pero a causa<br />

<strong>de</strong> tu belleza voy a contarte lo que no he contado a nadie. Cuando siendo<br />

muy joven Horemheb llegó por primera vez a palacio miró por<br />

equivocación la luna. Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces no ha podido mirar a una mujer<br />

ni romper una jarra. Pero, ¿qué es <strong>de</strong> ti, Baketatón? Ningún árbol crece<br />

sin cesar, mas <strong>de</strong>be dar frutos, y como médico vería con gusto hincharse<br />

tus flancos <strong>de</strong> fertilidad.<br />

Ella levantó la cabeza y dijo:<br />

-Sabes muy bien, Sinuhé, que mi sangre es <strong>de</strong>masiado sagrada para<br />

unirse aun a la sangre más noble <strong>de</strong> Egipto. Por ésto mi hermano<br />

hubiera hecho mejor en tomarme por esposa como es la buena<br />

costumbre, y seguramente le hubiera dado un hijo. Por otra parte, si<br />

estuviese en mi po<strong>de</strong>r, le haría arrancar los ojos a este Horemheb porque<br />

es infamante pensar que ha osado levantar su vista hacia mí. Te digo<br />

francamente que la mera i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> un hombre me aterra, porque su<br />

contacto es brutal y vergonzoso y sus miembros duros <strong>de</strong>strozan a las<br />

mujeres frágiles. Por esto creo que se exagera mucho el placer que un<br />

hombre pue<strong>de</strong> proporcionar a una mujer,<br />

Pero sus ojos brillaban y respiraban ansiosamente, y ví que aquella<br />

conversación le gustaba. Por esto le continué diciendo:<br />

-He visto cómo mi amigo Horemheb, tendiendo sus músculos, rompía<br />

un brazalete <strong>de</strong> cobre. Sus miembros son largos y robustos, y su pecho<br />

resuena como un tambor cuando en su cólera lo golpea. Y las damas <strong>de</strong><br />

la Corte lo persiguen con sus asiduida<strong>de</strong>s, mayando como gatas, y pue<strong>de</strong><br />

hacer con ellas lo que quiere.


Baketatón me miró y su boca pintada temblaba y sus ojos lanzaban<br />

llamas.<br />

Me dijo:<br />

-Sinuhé, tus palabras son muy <strong>de</strong>sagradables, y no comprendo por<br />

qué me ensalzas a tu Horemheb. Ha nacido con estiércol entre los <strong>de</strong>dos<br />

<strong>de</strong> los pies y su nombre mismo me <strong>de</strong>sagrada. ¿Por qué hablarme así <strong>de</strong><br />

él <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l cuerpo <strong>de</strong> mi madre?<br />

Renuncié a hacerle ver que había sido ella la que había empezado,<br />

pero, fingiendo sorpresa, le dije:<br />

-¡Oh, Baketaton! Permanece como un árbol florido; tu cuerpo no se<br />

usará y florecerás todavía muchos años. Pero ¿tu madre no tiene ninguna<br />

sirvienta fiel para llorar y lamentarse al lado <strong>de</strong> su cuerpo hasta que la<br />

Casa <strong>de</strong> la Muerte se lo lleve y, las lloronas retribuidas se arranquen el<br />

cabello alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> ella? Si pudiese, lloraría, pero un médico no pue<strong>de</strong><br />

llorar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la muerte. La vida es una jornada calurosa, Baketatón;<br />

la muerte es quizás una noche fría. La vida es un golfo estancado,<br />

Baketatón; la muerte es quizás una ola profunda y clara.<br />

Y ella me dijo:<br />

-No me hables <strong>de</strong> la muerte cuando la vida es todavía <strong>de</strong>liciosa en mi<br />

boca. Pero es verda<strong>de</strong>ramente escandaloso que nadie llore al lado <strong>de</strong>l<br />

cuerpo <strong>de</strong> mi madre. Yo no puedo llorar, porque no convendría a mi<br />

dignidad, y el color <strong>de</strong> mis cejas correría y estropearía el afeite <strong>de</strong> mis<br />

mejillas, pero voy a mandar una mujer a fin <strong>de</strong> que llore contigo, Sinuhé.<br />

Yo bromeé y le dije:<br />

-Divina Baketaton, tu belleza me ha seducido y tus palabras han<br />

vertido aceite sobre mi fuego. Por esto te pido que me man<strong>de</strong>s una mujer<br />

fea y vieja, a fin <strong>de</strong> que no la seduzca en mi excitación, lo cual sería<br />

profanar la casa mortuoria.<br />

Ella movió la cabeza y dijo:<br />

-Sinuhé, Sinuhé, ¿no te avergüenzas <strong>de</strong> las tonterías que dices?<br />

Porque si es verdad, como dicen, que no temes a los dioses, menos<br />

<strong>de</strong>berías temer a la muerte.<br />

Pero como era una mujer no se ofendió <strong>de</strong> mis palabras y salió para ir<br />

en busca <strong>de</strong> una llorona.<br />

Yo había tenido mi i<strong>de</strong>a al hablar con tanta impiedad <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l<br />

cuerpo <strong>de</strong> la difunta y esperaba con<br />

ansiedad a la enviada, y cuando vino vi que era más fea y vieja <strong>de</strong> lo que<br />

había osado esperar, porque en el gineceo vivían todavía todas las<br />

mujeres <strong>de</strong> su ex real marido y las <strong>de</strong>l faraón Akhenatón y sus nodrizas y<br />

damas <strong>de</strong> compañía. El nombre <strong>de</strong> esta vieja era Mehunefer y ví por su<br />

rostro que le gustaban los hombres y el vino. Por <strong>de</strong>ber comenzó a aullar<br />

y gemir v arrancarse los cabellos. Fui a buscar vino y lo aceptó cuando le<br />

hube asegurado que sería muy útil a su dolor. Después le dirigí algunas


pullas y alabé su antigua belleza. Y le hablé <strong>de</strong> los hijos <strong>de</strong>l viejo faraón y<br />

<strong>de</strong> las hijas <strong>de</strong> Akhenatón, y, para terminar, fingiendo tontería, le<br />

pregunté:<br />

--¿Es verda<strong>de</strong>ramente exacto, como se dice, que la reina madre fue la<br />

única mujer <strong>de</strong>l faraón que le dio un hijo?<br />

Mehunefer dirigió una mirada <strong>de</strong> terror hacia la difunta y movió la<br />

cabeza como para impedirme continuar. Por esto comencé a halagarla y<br />

hablé <strong>de</strong> su cabello, <strong>de</strong> sus ropas y <strong>de</strong> sus joyas. Y alabé también sus<br />

labios y sus ojos, y acabó olvidando las lágrimas y escuchándome<br />

embelesada. Porque una mujer cree siempre los halagos, porque quiere<br />

creerlos. Así nos hicimos buenos amigos, y cuando los hombres <strong>de</strong> la<br />

Casa <strong>de</strong> la Muerte se hubieron llevado el cuerpo me invitó a su<br />

habitación con toda clase <strong>de</strong> mimos y me ofreció vinos. El vino le <strong>de</strong>sató<br />

la lengua y me acariciaba las mejillas dándome nombres cariñosos y me<br />

contó las historias más picarescas <strong>de</strong> la Corte para darme ánimos. Me<br />

<strong>de</strong>jó enten<strong>de</strong>r también que la difunta reina se había divertido a menudo<br />

con los hechiceros negros, y, riéndose, añadió:<br />

-Era una mujer terrible, y ahora que está muerta respiro y no<br />

comprendo en absoluto sus gustos, puesto que existen bellos egipcios<br />

jóvenes <strong>de</strong> carne tostada y que huelen bien.<br />

Me olió las mejillas y las orejas, pero yo me aparté.<br />

--La gran reina Tii -dije- era una hábil tejedora <strong>de</strong> cañas, ¿verdad?<br />

Tejía pequeñas barquichuelas y las ponía <strong>de</strong> noche en el río, ¿verdad,<br />

Estas palabras la inquietaron y dijo:<br />

-¿Cómo quieres que lo sepa?<br />

Pero el vino le hizo per<strong>de</strong>r toda reserva v sintió la necesidad <strong>de</strong><br />

jactarse y dijo:<br />

-Sé, sin embargo, mucho más que tú y sé que tres recién nacidos<br />

<strong>de</strong>scendieron por el río como los hijos <strong>de</strong> los pobres, porque esta vieja<br />

bruja temía a los dioses y no quería ensuciarse las manos con sangre. Fue<br />

Ai quien le enseñó el uso <strong>de</strong> los venenos, <strong>de</strong> manera que la princesa <strong>de</strong><br />

Mitanni murió llorando y reclamando a su hijo.<br />

-¡Oh, bella Mehunefer! -dije tocándole las mejillas cubiertas <strong>de</strong> una<br />

espesa capa <strong>de</strong> ungüentos-, te aprovechas <strong>de</strong> mi juventud y mi<br />

inexperiencia para contarme historias inventadas. La princesa <strong>de</strong><br />

Mitanni no tuvo hijos, y si tuvo uno, ¿cuándo ocurrió?<br />

--No eres ni joven ni inexperimentado, Sinuhé, al contrario; y tus<br />

manos son <strong>de</strong>svergonzadas y peligrosas y tus ojos pérfidos, pero sobre<br />

todo tu lengua es pérfida y hábil en el mentir. Pero tus mentiras son<br />

<strong>de</strong>liciosas a mis viejos oídos y por esto voy a <strong>de</strong>cirte todo lo que sé <strong>de</strong> la<br />

princesa <strong>de</strong> Mitanni, que hubiera podido llegar a ser la gran esposa real,<br />

pero estas palabras pasarían un hilo alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> mi garganta si Tii<br />

viviese todavía. La princesa Tadu-Hepa no era más que una chiquilla


cuando llegó <strong>de</strong> su lejano país. Jugaba todavía con las muñecas mientras<br />

crecía en el harén, igual que la pequeña princesa casada con Akhenatón,<br />

que murió. El faraón Amenophis no la tocó, la consi<strong>de</strong>raba una chiquilla<br />

y jugaba a muñecas con ella y le daba juguetes dorados. Pero Tadu-Hepa<br />

creció y a la edad <strong>de</strong> catorce años era bella <strong>de</strong> veras y sus miembros eran<br />

finos y lisos y su piel blanca como la <strong>de</strong> las mujeres <strong>de</strong> Mitanni. Entonces<br />

el faraón cumplió sus <strong>de</strong>beres para con ella, como hacía con todas las<br />

mujeres, pese a las intrigas <strong>de</strong> Tii, porque un hombre no se <strong>de</strong>ja<br />

fácilmente retener en estos asuntos mientras las raíces <strong>de</strong> su árbol no se<br />

han resecado. Y así el grano <strong>de</strong> cebada comenzó a germinar en Tadu-<br />

Hepa, pero al cabo <strong>de</strong> poco tiempo germinó también en Tii y Tii<br />

experimentó un gran júbilo, porque había dado al faraón una hija que es<br />

esta insoportable y arrogante Baketatón.<br />

Se mojó la garganta y dijo:<br />

-Todos los bien informados sabían que el grano <strong>de</strong> cebada <strong>de</strong> Tii venía<br />

<strong>de</strong> Heliópolis, pero es mejor no insistir sobre este asunto. En todo caso,<br />

Tii estaba sumamente preocupada por el embarazo <strong>de</strong> Tadu-Hepa e<br />

intentó por todos los medios hacerla abortar, como lo ha hecho con<br />

muchas mujeres por medio <strong>de</strong> sus hechiceros negros. Antes, había<br />

mandado a dos niños por el río en barquichuelas <strong>de</strong> cañas, pero estos dos<br />

niños eran hijos <strong>de</strong> concubinas sin importancia y las mujeres temían a<br />

Tii, que las consolaba con regalos, <strong>de</strong> manera que se resignaban a<br />

encontrar una hija en lugar <strong>de</strong> su hijo. Pero la princesa <strong>de</strong> Mitanni era<br />

una adversaria más peligrosa, porque era <strong>de</strong> familia real y tenía amigos<br />

que la protegían y esperaban que llegase a ser la gran esposa real en el<br />

lugar <strong>de</strong> Tii si daba un día un hijo al faraón. Pero el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> Tii era tan<br />

gran<strong>de</strong> y su pasión tan violenta <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que su seno había sido fertilizado,<br />

que nadie osaba resistírsele, y Ai, a quien se había traído <strong>de</strong> Heliópolis,<br />

estaba a su lado. Y cuando la princesa <strong>de</strong> Mitanni parió, <strong>de</strong>spidieron a<br />

todos sus amigos y los hechiceros negros la ro<strong>de</strong>aron con el pretexto <strong>de</strong><br />

calmar sus dolores, y cuando quiso ver a su hijo le enseñaron una niña<br />

que había nacido muerta, pero ella se negó a creer a Tii. Yo sabía<br />

también que había dado a luz un niño y este niño vivía y aquella misma<br />

noche se marchó río abajo.<br />

Yo me eché a reír ruidosamente y dije: -¿Cómo pudiste saberlo, bella<br />

Mehunefer? Ella se enfadó y vertió el vino sobre la barbilla al beber y<br />

dijo:<br />

-Por todos los dioses, fui yo misma quien cortó las cañas con mis<br />

propias manos, porque Tii no quería<br />

mojarse a causa <strong>de</strong> su embarazo. Estas palabras me alteraron y me<br />

levanté y vertí vino sobre la alfombra y lo pisoteé para <strong>de</strong>mostrar mi<br />

horror. Pero Mehunefer me cogió <strong>de</strong>l brazo y me hizo sentar a la fuerza a<br />

su lado y dijo:


-He hecho mal en contarte esta historia que me pue<strong>de</strong> ocasionar<br />

disgustos, pero tienes un no sé qué que atrae y mi corazón no tiene ya<br />

secretos para ti, Sinuhé. Por esto te lo confieso; yo fui quien cortó las<br />

cañas y Tii tejió la cesta, porque no tenía confianza en la servidumbre y a<br />

mí me había afectado a ella por medio <strong>de</strong> prácticas mágicas, porque<br />

sabía las tonterías que había cometido durante mi juventud, por las<br />

cuales me hubieran flagelado y arrojado <strong>de</strong> la casa dorada si se hubiesen<br />

sabido, pero todo el mundo obraba <strong>de</strong> aquella manera en palacio. Sea<br />

como sea, estaba ligada a ella, y tejió la cesta en la oscuridad y se reía<br />

diciendo palabras impías, porque era feliz por haber apartado así <strong>de</strong> su<br />

camino a la princesa <strong>de</strong> Mitanni. Pero mi corazón se consolaba<br />

diciéndome que alguien recogería al chiquillo, y, sin embargo, sabía que<br />

no sería así, porque los niños confiados al río perecen bajo el sol ardiente<br />

o bien son <strong>de</strong>vorados por los cocodrilos o las aves <strong>de</strong> rapiña. Pero la<br />

princesa <strong>de</strong> Mitanni se negó a reconocer la niña muerta puesta a su lado,<br />

porque el color <strong>de</strong> su piel era diferente <strong>de</strong> la suya y la forma <strong>de</strong> la cabeza<br />

también. Porque, efectivamente, la piel <strong>de</strong> las mujeres <strong>de</strong> Mitanni es<br />

tersa y lisa como la <strong>de</strong> un fruto y <strong>de</strong> color <strong>de</strong> humo o <strong>de</strong> ceniza blanca y<br />

sus cabezas pequeñas y finas. Por esto comenzó a gemir v arrancarse los<br />

cabellos acusando a los hechiceros negros y a Tii, pero Tii le administró<br />

unos calmantes diciéndole que había perdido la razón en el dolor <strong>de</strong> dar<br />

al mundo una criatura muerta. Y el faraón dio más bien crédito a Tii que<br />

a Tadu-Hepa y entonces ésta perdió rápidamente la salud y murió, pero<br />

antes <strong>de</strong> morir intentó varias veces escapar <strong>de</strong>l palacio dorado para ir a<br />

buscar a su hijo y por esto todo el mundo creyó que se había vuelto<br />

realmente loca.<br />

Yo miraba mis manos, que eran blancas al lado <strong>de</strong> las manos <strong>de</strong> mona<br />

<strong>de</strong> Mehunefer, que tenían color <strong>de</strong> humo. Mi emoción era inmensa y en<br />

voz baja pregunté:<br />

-Bella Mehunefer, ¿recuerdas cuándo ocurrió todo esto?<br />

Ella me acarició el cuello con sus <strong>de</strong>dos secos, haciéndome mimos, v<br />

respondió:<br />

-¡ Oh, mi muchacho precioso! ¿Por qué per<strong>de</strong>r tiempo con estas viejas<br />

historias? Pero como no puedo negarte nada, te diré que todo esto<br />

ocurrió durante el vigésimo segundo año <strong>de</strong>l reinado <strong>de</strong>l gran faraón, en<br />

otoño, cuando la lluvia estaba en plena intensidad. Si me preguntas<br />

cómo puedo recordarlo con tanta precisión, te diré que el faraón<br />

Akhenatón nació aquel mismo año, pero un poco más tar<strong>de</strong>, en<br />

primavera, en el tiempo <strong>de</strong> las siembras<br />

Estas palabras me <strong>de</strong>jaron helado <strong>de</strong> terror hasta el punto <strong>de</strong> que fui<br />

incapaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rme y no sentí nada cuando me tocó con sus labios<br />

avinados y tiñó <strong>de</strong> rojo mis mejillas con su pintura. Ro<strong>de</strong>ó mi talle con<br />

sus brazos y me estrechó contra ella y me llamó torito y pichón lindo. Yo


la rechazaba distraídamente y mis pensamientos hervían como el mar y<br />

todo en mi se rebelaba contra esta terrible historia, porque si todo lo que<br />

me había dicho era verdad, la sangre <strong>de</strong>l gran faraón corría por mis<br />

venas y era hermanastro <strong>de</strong> Akhenatón y hubiera sido faraón antes que él<br />

si la perfidia efe Tii no hubiese podido más que el amor <strong>de</strong> mi madre.<br />

Miraba fijamente <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí y me parecía compren<strong>de</strong>r por qué había<br />

sido siempre tan solitario y extraño sobre la tierra, porque la sangre real<br />

es siempre solitaria entre los hombres. Pero los mimos <strong>de</strong> Mehunefer me<br />

volvieron a la realidad y me dominé para soportar sus caricias y sus<br />

palabras que ahora me asustaban. Y le serví vino para que se embriagase<br />

y olvidase todo lo que me había contado. Pero el vino la excitaba todavía<br />

más y tuve que verterle jugo <strong>de</strong> adormi<strong>de</strong>ra, <strong>de</strong> manera que quedó<br />

atontada y pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>sembarazarme <strong>de</strong> ella.<br />

Cuando salí <strong>de</strong>l gineceo, la noche había cerrado ya y los servidores y<br />

los guardias me señalaban con el <strong>de</strong>do y se reían <strong>de</strong> mí, pero me parece<br />

que era porque mis pasos eran vacilantes y mis ropas estaban arrugadas.<br />

Merit me esperaba en casa, inquieta y turbada, para tener noticias <strong>de</strong> la<br />

muerte <strong>de</strong> Tii, y al verme se llevó la mano a la boca y Muti hizo igual y<br />

cambiaron una mirada.<br />

Y <strong>de</strong>spués Muti le dijo a Merit con tono agrio:<br />

-¿No te he dicho mil veces que todos los hombres son iguales y que no<br />

hay que fiarse <strong>de</strong> ellos?<br />

Pero yo estaba cansado y quería quedarme solo con mis<br />

pensamientos, y por esto les dije con impaciencia:<br />

-La jornada ha sido penosa y me río <strong>de</strong> vuestras observaciones.<br />

Entonces los ojos <strong>de</strong> Merit se endurecieron y su rostro se ensombreció <strong>de</strong><br />

cólera, y me tendió un espejo <strong>de</strong> plata, diciéndome:<br />

-Mírate, Sinuhé; no te he prohibido nunca divertirte con otras<br />

mujeres, pero <strong>de</strong>berías hacerlo sin que yo me entere para no ofen<strong>de</strong>r mi<br />

corazón. No pue<strong>de</strong>s preten<strong>de</strong>r que estuvieses solitario y triste al salir <strong>de</strong><br />

esta casa hoy.<br />

Me miré en el espejo y quedé asustado, porque mi rostro estaba<br />

embadurnado con la pintura <strong>de</strong> Mehunefer y sus labios habían <strong>de</strong>jado<br />

rastros rojos en mis rodillas, mi nuca y mi cuello. Para ocultar su fealdad<br />

y sus arrugas se había pintado el rostro con una capa tan espesa que<br />

parecía el revoque <strong>de</strong> una pared y cada vez que había bebido se había<br />

vuelto a poner rojo en los labios. Por esto mi rostro estaba lleno <strong>de</strong> rayas<br />

rojas como el <strong>de</strong> un enfermo y sentí vergüenza y me limpié rápidamente,<br />

mientras Merit sostenía implacable el espejo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mis ojos.<br />

Una vez lavado con aceite, dije en tono <strong>de</strong> arrepentimiento:<br />

-Te equivocas en tus suposiciones, Merit querida, te lo voy a explicar.<br />

Pero ella me miró fríamente y dijo:


-No necesito tus explicaciones, Sinuhé, y no quiero que mancilles tu<br />

boca con embustes a causa <strong>de</strong> mí, porque en este asunto es imposible<br />

equivocarse <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberte visto. No pensabas sin duda que velaba<br />

esperándote, porque no te has lavado siquiera <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tu orgía. ¿O<br />

acaso quisieras vanagloriarte <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí <strong>de</strong> tus conquistas y<br />

mostrarme que las damas <strong>de</strong>l palacio dorado son flexibles como los<br />

juncos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ti? ¿O es que te has embriagado simplemente como un<br />

cerdo hasta el punto <strong>de</strong> que no ves cuán in<strong>de</strong>cente es tu conducta?<br />

Me costó mucho trabajo calmarla y Muti se echó a llorar y se retiró a<br />

su cocina con un <strong>de</strong>sprecio redoblado hacia todos los hombres. A <strong>de</strong>cir<br />

verdad me fue más difícil calmar a Merit que <strong>de</strong>sembarazarme <strong>de</strong><br />

Mehunefer, <strong>de</strong> manera que al final maldije a todas las mujeres y dije:<br />

-Merit, me conoces mejor que nadie y podrías tener confianza en mí.<br />

Créeme, pues si quisiera podría explicártelo todo y me compren<strong>de</strong>rías,<br />

pero el secreto no es mío, sino <strong>de</strong>l palacio dorado, y por esto es mejor<br />

para ti ignorarlo.<br />

Pero su lengua era más acerada que un aguijón <strong>de</strong> avispa y dijo:<br />

-Creía conocerte, Sinuhé, pero ahora me doy cuenta <strong>de</strong> que tu<br />

corazón oculta unos abismos <strong>de</strong> los que no me daba cuenta. Pero tienes<br />

seguramente razón al respetar el honor <strong>de</strong> una dama y no quiero<br />

arrancarte secretos. Por mí eres libre <strong>de</strong> ir y venir a tu antojo, y doy<br />

gracias a los dioses por haber sabido salvaguardar mi libertad<br />

negándome a romper una jarra contigo aún cuando me lo hubieses<br />

propuesto en serio. ¡Ah, Sinuhé, cuán estúpida he sido en dar crédito a<br />

tus palabras falaces! Porque a tu modo seguramente has murmurado a<br />

unas lindas orejas otras parecidas. Por esto quisiera estar muerta.<br />

Quise acariciarla para que se calmase, pero dio un salto y dijo:<br />

-No me toques, Sinuhé, porque estás seguramente cansado <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

esta noche sobre las mullidas alfombras <strong>de</strong>l palacio dorado. No dudo que<br />

son más mullidas que mi alfombrilla y que se encuentran en ellas<br />

mujeres más jóvenes y más bellas que yo.<br />

Así hablaba, clavándome en el corazón dardos inflamados que me<br />

enloquecían. Sólo entonces me <strong>de</strong>jó en paz y salió, negándose a que la<br />

acompañase. Su marcha me hubiera afectado todavía más vivamente si<br />

mi espíritu no estuviese en ebullición y no hubiera preferido quedarme<br />

solo con mis i<strong>de</strong>as. Por esto la <strong>de</strong>jé marchar y me parece que se quedó<br />

muy sorprendida.<br />

Velé toda la noche rumiando mis pensamientos, y estos pensamientos<br />

eran cada vez más lejanos y fríos, a medida que la acción <strong>de</strong>l vino se<br />

disipaba y el frío se apo<strong>de</strong>raba <strong>de</strong> mis miembros porque no tenía a nadie<br />

para calentármelos. Escuchaba el agua correr lentamente por la clepsidra<br />

y no se paraba, y el tiempo pasaba para mí sin fin mientras me sentía<br />

alejado <strong>de</strong> todo. Y le <strong>de</strong>cía a mi corazón:


«Yo, Sinuhé, soy lo que mis actos han hecho <strong>de</strong> mí y todo lo <strong>de</strong>más es<br />

vano. Yo, Sinuhé, he precipitado a mis padres adoptivos a una muerte<br />

prematura a causa <strong>de</strong> una mujer cruel. Yo, Sinuhé, conservo todavía una<br />

cinta <strong>de</strong> plata <strong>de</strong> Minea, mi hermana. Yo, Sinuhé he visto al Minotauro<br />

muerto en el mar y a mi adorada <strong>de</strong>vorada por los cangrejos. ¡Qué me<br />

importa mi sangre si todo esto estaba ya escrito en las estrellas mucho<br />

antes <strong>de</strong> mi nacimiento y estaba <strong>de</strong>stinado a ser un forastero en este<br />

mundo! Por esto la paz <strong>de</strong> la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte no fue para mí sino<br />

un espejismo dorado y necesitaba este terrible conocimiento para<br />

arrancar mi corazón <strong>de</strong> su letargo y saber que seré para siempre<br />

solitario.»<br />

Pero al levantarse muy amarillo el sol <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las montañas <strong>de</strong>l Este<br />

disipó en un instante todas las sombras nocturnas, y el corazón humano<br />

es tan extraño que me reí amargamente <strong>de</strong> mis quimeras. Porque cada<br />

noche eran muchos los chiquillos que bajaban por el río en cestas <strong>de</strong><br />

caña sujetas con nudos <strong>de</strong> pajarero. Y si mi tez era <strong>de</strong> color <strong>de</strong> humo, era<br />

sobre todo porque los médicos trabajan con preferencia <strong>de</strong> noche y su<br />

piel pali<strong>de</strong>ce. No, a la claridad <strong>de</strong>l día no encuentro ninguna prueba<br />

formal <strong>de</strong> mi nacimiento.<br />

Me lavé y vestí y Muti me sirvió cerveza y pescado salado, con los ojos<br />

enrojecidos por las lágrimas y llenos <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprecio hacia mí, porque era<br />

un hombre. Me hice llevar a la Casa <strong>de</strong> la Vida, y examiné a los enfermos,<br />

pero no encontré uno solo a quien pudiese trepanar. Salí <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la<br />

Vida y pasé por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l gran templo <strong>de</strong>sierto, en cuyo tejado<br />

graznaban gran<strong>de</strong>s cuervos.<br />

Pero una golondrina voló <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí hacia el templo <strong>de</strong> Atón y la<br />

seguí, y en el templo los sacerdotes cantaban los himnos <strong>de</strong> Atón y le<br />

ofrecían incienso, frutos y trigo. El templo no estaba vacío, sino que<br />

había mucha gente que escuchaba los himnos y levantaba la mano para<br />

alabar a Atón y los sacerdotes les enseñaban la verdad <strong>de</strong>l faraón. Pero<br />

esto no significaba gran cosa, porque Tebas era una ciudad muy poblada<br />

y la curiosidad atrae a la gente a todas partes. Yo miré las imágenes<br />

grabadas sobre las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l templo, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> diez columnas<br />

el faraón me contemplaba con su mirada espantosa <strong>de</strong> pasión. Esta<br />

imagen había sido esculpida según las reglas <strong>de</strong>l arte mo<strong>de</strong>rno, y vi al<br />

faraón Amenophis sentado en su trono dorado, viejo y enfermo, con la<br />

cabeza inclinada bajo el peso <strong>de</strong> las coronas, y la reina Tii sentada a su<br />

lado. Encontré también todas las imágenes <strong>de</strong> la familia real y me <strong>de</strong>tuve<br />

largamente <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la <strong>de</strong> Tadu-Hepa <strong>de</strong> Mitanni sacrificando a los<br />

dioses <strong>de</strong> Egipto, pero la inscripción primitiva había sido borrada a<br />

martillazos y la nueva afirmaba que sacrificaba a Atón, pese a que no se<br />

le honrase todavía en Tebas en sus tiempos.


Esta imagen había sido esculpida según el estilo antiguo y la princesa<br />

era una bella muchacha, con un peinado real; sus miembros eran<br />

graciosos y frágiles y su rostro elegante y racial. Yo contemplé aquella<br />

imagen largo rato y una golondrina pasó volando por encima <strong>de</strong> mi<br />

cabeza lanzando gritos <strong>de</strong> alegría, pero una emoción terrible se apo<strong>de</strong>ró<br />

<strong>de</strong> mi espíritu fatigado por los pensamientos <strong>de</strong> la noche anterior y bajé<br />

la cabeza y lloré por la suerte <strong>de</strong> aquella pobre princesa solitaria venida<br />

<strong>de</strong> su lejano país. Al comparar con ella mi cabeza calva y mi cuerpo obeso<br />

por el exceso <strong>de</strong> comida en la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte y mi rostro arrugado,<br />

no podía creerme su hijo; pero a pesar <strong>de</strong> todo, una emoción inmensa<br />

hacía acudir las lágrimas a los ojos mientras pensaba en su vida solitaria<br />

en el palacio dorado, y la golondrina seguía revoloteando por encima <strong>de</strong><br />

mí. Evoqué las bellas casas <strong>de</strong> Mitanni y sus habitantes melancólicos,<br />

evoqué también los caminos polvorientos <strong>de</strong> Babilonia y sus eras <strong>de</strong><br />

arcilla, y sentía que mi juventud había huido hacia lo inaccesible y mi<br />

virilidad había naufragado en el fango y el agua estancada <strong>de</strong> la Ciudad<br />

<strong>de</strong>l Horizonte.<br />

Así pasó el día, vino la noche y regresé al puerto y entré en «La Cola<br />

<strong>de</strong> Cocodrilo» para reconciliarme con Merit. Pero ella me acogió<br />

fríamente y me trató como un forastero y me ofreció <strong>de</strong> comer sin<br />

hablarme. Y <strong>de</strong>spués me dijo:<br />

-¿Has vuelto a ver a tu amante?<br />

Respondí malhumorado que no había ido a ver mujeres, sino que<br />

había practicado mi arte en la Casa <strong>de</strong> la Vida e ido <strong>de</strong> allí al templo <strong>de</strong><br />

Atón. Para mostrarle bien mi contrariedad le expuse <strong>de</strong>talladamente<br />

todo lo que había hecho durante la jornada, pero ella me observó<br />

durante todo el tiempo con una sonrisa <strong>de</strong> mofa. Cuando hube<br />

terminado, dijo:<br />

-Ya me imaginaba que no habías corrido <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las mujeres, porque<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tus hazañas <strong>de</strong> anoche eres incapaz, con lo gordo y calvo que<br />

eres. Pero tu amante ha venido a buscarte aquí y la he mandado a la Casa<br />

<strong>de</strong> la Vida.<br />

Me levanté bruscamente y mi asiento se cayó al suelo, y grité:<br />

-¿Qué quieres <strong>de</strong>cir, mujer insensata?<br />

Merit se arregló el cabello, sonrió maliciosamente y dijo:<br />

-En verdad te digo que tu amante ha venido aquí a buscarte; iba<br />

vestida como una novia, llevaba joyas e iba pintada como una mona y<br />

apestaba a hierbas aromáticas. Ha <strong>de</strong>jado una carta para ti, y te ruego<br />

que le digas que no vuelva por aquí porque ésta es una taberna<br />

respetable y ella parece la dueña <strong>de</strong> una casa <strong>de</strong> lenocinio.<br />

Me tendió una carta que no estaba cerrada y la abrí temblando.<br />

Cuando la hube leído, la sangre me subió a mi cabeza y mi corazón<br />

palpitó.


He aquí lo que escribía Mehunefer:<br />

Al médico Sinuhé, el saludo <strong>de</strong> Mehunefer, hermana <strong>de</strong> su corazón,<br />

guardiana <strong>de</strong> las agujas <strong>de</strong> la casa dorada <strong>de</strong>l faraón. Mi adorado torito,<br />

mi pichón <strong>de</strong>licioso, Sinuhé. Me he <strong>de</strong>spertado sola sobre mi alfombra,<br />

con la cabeza enferma, pero mi corazón estaba más enfermo que mi<br />

cabeza, porque mi alfombra estaba <strong>de</strong>sierta y no estabas a mi lado y no<br />

sentía el perfume <strong>de</strong>l ungüento <strong>de</strong> tus manos. ¡Por qué no seré yo el<br />

<strong>de</strong>lantal <strong>de</strong> tu cintura, un ungüento sobre tus cabellos, el vino <strong>de</strong> tu<br />

boca:, Sinuhé! Me hago llevar <strong>de</strong> una casa a otra para encontrarte y no<br />

renunciaré hasta haberlo conseguido, porque mi cuerpo está lleno <strong>de</strong><br />

hormigas cuando pienso en ti, y tus ojos son <strong>de</strong>liciosos a mis ojos. Y no<br />

tienes que privarte <strong>de</strong> venir a mi casa, pese a que seas tímido, como sé,<br />

porque en el palacio dorado todo el mundo conoce ya mi secreto y la<br />

servidumbre te mirará por entre <strong>de</strong>dos. Ven hacia mí en cuanto recibas<br />

esta carta, ven con las alas <strong>de</strong>l pájaro, porque mi corazón tiene necesidad<br />

<strong>de</strong> ti. Si no acu<strong>de</strong>s a mí, yo volaré hacia ti más rápida que el pájaro.<br />

Mehunefer, la que es hermana <strong>de</strong> tu corazón, te saluda.<br />

Leí varias veces la espantosa misiva sin osar mirar a Merit, que acabó<br />

arrancándomela <strong>de</strong> las manos y rompió el palo a que iba sujeta, y la<br />

rasgó y la pisoteó diciendo:<br />

-Podría en cierto modo compren<strong>de</strong>rte si fuese joven y bella, pero es<br />

vieja y arrugada y más fea que un saco aunque se pinte como el revoque<br />

<strong>de</strong> un muro. No comprendo tu gusto, Sinuhé, a menos que el resplandor<br />

<strong>de</strong> la casa dorada te haya cegado hasta el punto <strong>de</strong> que lo veas todo <strong>de</strong><br />

través. Tu conducta te pondrá en ridículo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> todo Tebas, y a mí<br />

contigo.<br />

Yo me <strong>de</strong>sgarré las vestiduras, me arañé el pecho y grité:<br />

-Merit, he cometido una solemne tontería, pero tenía mis motivos y<br />

no pensaba que el castigo fuese tan terrible. En verdad te digo, Merit,<br />

que man<strong>de</strong>s a buscar a mis remeros y que icen las velas, porque <strong>de</strong>bo<br />

huir. Si no, esta horrible vieja querrá acostarse conmigo, y no puedo<br />

<strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rme contra ella, puesto que escribe que volará más rápida que un<br />

pájaro, y la creo.<br />

Merit vio mi pena y <strong>de</strong>sesperación, y creo que al final quedó<br />

convencida <strong>de</strong> mi inocencia, porque bruscamente se echó a reír y su risa<br />

era cordial, y, riéndose todavía, me dijo:<br />

-Esto te enseñará a ser más pru<strong>de</strong>nte con las mujeres, Sinuhé; porque<br />

nosotras las mujeres somos unos vasos <strong>de</strong> frágil cristal y sé yo misma<br />

cuán hechicero eres, mi querido Sinuhé. -Se burlaba cruelmente <strong>de</strong> mí, y<br />

afectando humildad, dijo-: Imagino que esta mujer te gusta más que yo<br />

sobre la alfombra; tiene dos veces mi edad y ha tenido tiempo <strong>de</strong>


<strong>de</strong>sarrollar su talento amoroso, <strong>de</strong> manera que no podría rivalizar con<br />

ella, y por esto pienso que me vas a abandonar fríamente.<br />

Mi tormento era tan gran<strong>de</strong> que me llevé a Merit a la casa <strong>de</strong>l<br />

fundidor y se lo conté todo. Le revelé el secreto <strong>de</strong> mi nacimiento y le<br />

repetí todo lo que había sabido por Mehunefer, y le dije también por qué<br />

me negaba a creer que mi nacimiento tuviese relación alguna con el<br />

palacio dorado y la princesa <strong>de</strong> Mitanni. Al escucharme se puso seria y<br />

no se rió ya. Miraba a lo lejos, y en el fondo <strong>de</strong> sus ojos parecía<br />

acumularse el dolor; al fin me tocó el hombro y me dijo:<br />

-Ahora comprendo muchas cosas, Sinuhé, y comprendo por qué tu<br />

soledad me ha hablado sin palabras cuando te vi por primera vez, y por<br />

qué me he sentido débil al mirarte. También yo tengo un secreto y estos<br />

días he estado tentada <strong>de</strong> contártelo, pero ahora doy gracias a los dioses<br />

por no habértelo revelado, porque los secretos son pesados <strong>de</strong> llevar y<br />

peligrosos, y por esto vale más llevarlos uno solo que confiarlos a<br />

alguien. Y, sin embargo, estoy contenta <strong>de</strong> que me lo hayas contado todo.<br />

Pero, como dices muy bien, es más pru<strong>de</strong>nte no cansar el corazón<br />

pensando en lo que quizá no ha existido nunca, y olvidarlo todo, como si<br />

fuese un sueño, y también yo lo olvidaré.<br />

Mi curiosidad se había <strong>de</strong>spertado y le pedí que me revelase su<br />

secreto, pero ella no quiso revelármelo y tocó mi mejilla con sus manos,<br />

ro<strong>de</strong>ó mi cuello con sus brazos y lloró un poco. Y <strong>de</strong>spués dijo:<br />

-Si no te mueves <strong>de</strong> Tebas no podrás <strong>de</strong>sembarazarte <strong>de</strong> esta mujer, te<br />

perseguirá con encarnizamiento y tu vida será insoportable, porque<br />

conozco esta clase <strong>de</strong> mujeres y sé que pue<strong>de</strong>n ser terribles. Has hecho<br />

mal en halagarla <strong>de</strong>masiado hábilmente. Vas a regresar, pues, a la<br />

Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte, porque has hecho ya las trepanaciones necesarias<br />

y nada te retiene aquí. Pero antes <strong>de</strong> marcharte tienes que escribirle una<br />

carta conjurándola a que te <strong>de</strong>je en paz; en otro caso, te seguirá para<br />

romper una jarra contigo y serás incapaz <strong>de</strong> resistirla, y no te <strong>de</strong>seo tal<br />

suerte.<br />

Su consejo era bueno y encargué a Muti que embalase mis efectos y<br />

arrollase las alfombrillas y mandé un esclavo a buscar a mis remeros en<br />

las tabernas <strong>de</strong> cerveza y en las casas <strong>de</strong> placer. Y, entretanto, escribí una<br />

carta a Mehunefer, y escribí cortésmente, porque no quería ofen<strong>de</strong>rla:<br />

El trepanador real Sinuhé saluda a Mehunefer, guardiana <strong>de</strong> las<br />

agujas <strong>de</strong> la casa dorada <strong>de</strong>l faraón <strong>de</strong> Tebas. Amiga mía, lamento<br />

profundamente que mi ardor te haya dado una falsa imagen <strong>de</strong> mi<br />

corazón, porque no puedo volver a verte nunca más, ya que este<br />

encuentro podría inducirme a ciertos pecados y mi corazón está ligado<br />

ya. Por esto me voy <strong>de</strong> viaje y no te veré nunca más; espero que<br />

guardarás <strong>de</strong> mí el recuerdo <strong>de</strong> un amigo y con esta carta te mando una


jarra <strong>de</strong> una bebida llamada cola <strong>de</strong> cocodrilo, que espero mitigará tu<br />

dolor, pese a que puedo asegurarte que no tienes que preocuparte por<br />

mí, porque soy viejo, cansado y lacio e incapaz <strong>de</strong> alegrar a una mujer<br />

como tú. Soy feliz pudiendo <strong>de</strong> esta forma evitarnos a los dos el pecado, y<br />

cuento no volver a verte nunca más. Es lo que <strong>de</strong>sea ardientemente tu<br />

amigo Sinuhé, médico real.<br />

Merit leyó esta carta y dijo, moviendo la cabeza, que el tono era<br />

<strong>de</strong>masiado cortés. A su modo <strong>de</strong> ver hubiera <strong>de</strong>bido escribir más<br />

categóricamente diciéndole que Mehunefer era a mis ojos una mujer<br />

vieja y fea y que huía para escapar a sus asiduida<strong>de</strong>s. Pero yo no podía<br />

escribir a una mujer <strong>de</strong> esta forma, y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un momento <strong>de</strong><br />

discusión, Merit me permitió doblar la carta y cerrarla, pese a que seguía<br />

moviendo la cabeza. Mandé un esclavo con ella y cogió también una jarra<br />

<strong>de</strong> cola <strong>de</strong> cocodrilo que a mi juicio <strong>de</strong>bía asegurarme la tranquilidad<br />

aquella noche por lo menos.<br />

Así fue como me creí liberado <strong>de</strong> Mehunefer y lancé un suspiro <strong>de</strong><br />

tranquilidad.<br />

Había estado tan absorbido por mi angustia que había olvidado<br />

completamente a Merit, pero una vez expedida la carta, mientras Muti<br />

embalaba mis efectos y mis cajas, miré a Merit y una melancolía<br />

in<strong>de</strong>cible se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> mi corazón ante la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que por mi estupi<strong>de</strong>z<br />

iba a per<strong>de</strong>rla, cuando hubiera podido perfectamente quedarme todavía<br />

en Tebas. Merit estaba pensativa también y súbitamente me dijo:<br />

-¿Te gustan los chiquillos, Sinuhé? -Esta pregunta me embarazó;<br />

Merit me miraba tristemente a los ojos y sonriendo me dijo-: No te<br />

asustes, Sinuhé, no tengo la intención <strong>de</strong> darte hijos. Pero tengo una<br />

amiga que tiene un hijo <strong>de</strong> cuatro años y dice a menudo que su hijo<br />

quisiera navegar por el río y ver los prados ver<strong>de</strong>s y los campos<br />

ondulantes y los pájaros acuáticos y el ganado en lugar <strong>de</strong> las calles<br />

polvorientas <strong>de</strong> Tebas con sus perros y sus gatos.<br />

Yo tuve miedo y dije:<br />

-¿No vas a pensar que me voy a llevar a bordo al retoño <strong>de</strong> una <strong>de</strong> tus<br />

amigas para que mi tranquilidad <strong>de</strong>saparezca y durante todo el viaje<br />

tenga que velar para que no caiga al agua o se haga arrancar una mano<br />

por un cocodrilo?<br />

Merit me miró sonriendo, pero el dolor ensombreció su mirada, y<br />

dijo:<br />

-No quisiera causarte molestias, pero un viaje por el río le haría<br />

mucho bien a este chiquillo que yo misma llevé a la circuncisión, <strong>de</strong><br />

manera que, como compren<strong>de</strong>rás, tengo <strong>de</strong>beres acerca <strong>de</strong> él.<br />

Naturalmente, le acompañaría en el barco para vigilarlo, y así tendría un


motivo para acompañarte, pero no quiero hacer nada contra tu voluntad,<br />

<strong>de</strong> manera que no hablemos más <strong>de</strong> este proyecto.<br />

Al oír estas palabras lancé un grito <strong>de</strong> júbilo, batí palmas sobre mi<br />

cabeza y exclamé:<br />

-En este caso pue<strong>de</strong>s traer contigo todos los chiquillos <strong>de</strong> las escuelas<br />

<strong>de</strong>l templo. En verdad que hoy es un día <strong>de</strong> júbilo para mí, y era lo<br />

suficiente idiota para no pensar que podías acompañarme a la Ciudad<br />

<strong>de</strong>l Horizonte. Y tu reputación no sufriría en nada por culpa mía, puesto<br />

que tendrás al chiquillo contigo.<br />

-Sí, Sinuhé -dijo con una sonrisa irritante, como hacen las mujeres<br />

cuando ven que un hombre no entien<strong>de</strong> algo-. Sí, mi reputación no<br />

sufrirá en nada, puesto que el chiquillo estará conmigo y <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>rá <strong>de</strong><br />

mí. Tú lo has dicho. ¡Ah, qué tontos son los hombres! Pero te perdono.<br />

Nuestra marcha fue precipitada, pues temía a Mehunefer, y partimos<br />

al alba. Merit llevó al chiquillo dormido y bien envuelto y su madre no lo<br />

acompañó; sin embargo, hubiera querido ver a aquella mujer que había<br />

osado dar a su hijo el nombre <strong>de</strong> Thot, porque raras veces se atreve nadie<br />

a dar a un chiquillo el nombre <strong>de</strong> un dios. Thot es, a<strong>de</strong>más, el dios <strong>de</strong> la<br />

escritura y <strong>de</strong> todo saber humano y divino, <strong>de</strong> manera, que la <strong>de</strong>sfachatez<br />

<strong>de</strong> aquella mujer era más gran<strong>de</strong> todavía. Pero el chiquillo dormía sobre<br />

las rodillas <strong>de</strong> Merit sin experimentar el peso <strong>de</strong> su nombre, y no se<br />

<strong>de</strong>spertó hasta que los eternos guardianes <strong>de</strong> Tebas <strong>de</strong>saparecían en el<br />

horizonte y el sol doraba el agua <strong>de</strong>l río. Era un lindo chiquillo, sus rizos<br />

eran negros y sedosos y no me tenía miedo; le gustaba sentarse en mis<br />

rodillas y a mí me gustaba tenerlo, porque era tranquilo y no se <strong>de</strong>fendía<br />

y me miraba con ojos sombríos y pensativos, como si estuviese<br />

meditando en su cabecita todos los problemas <strong>de</strong>l saber. Yo me aficioné<br />

pronto a él a causa <strong>de</strong> su tranquilidad y le tejí pequeñas barcas <strong>de</strong> cañas y<br />

juncos y le <strong>de</strong>jaba jugar<br />

tranquilamente con mis instrumentos <strong>de</strong> médico y oler todas mis<br />

redomas, porque le gustaba mucho el olor.<br />

El chiquillo no nos molestó en lo más mínimo, ni se cayó al agua, ni se<br />

<strong>de</strong>jó mor<strong>de</strong>r una mano por un cocodrilo, ni rompió mis plumas <strong>de</strong> cañas,<br />

sino que nuestro viaje fue luminoso y feliz, porque estaba en compañía<br />

<strong>de</strong> Merit y cada noche reposaba a mi lado mientras el chiquillo dormía<br />

no lejos <strong>de</strong> nosotros. El viaje fue feliz y hasta el último día <strong>de</strong> mi vida<br />

conservaré su recuerdo. En ciertos momentos mi corazón se henchía <strong>de</strong><br />

felicidad, como un fruto que rezuma jugo, y yo le <strong>de</strong>cía a Merit:<br />

-Merit, amada mía, rompamos una jarra a fin <strong>de</strong> vivir siempre juntos<br />

y quizá me darás un hijo que se parecerá a este Thot. En verdad, jamás<br />

hasta ahora había <strong>de</strong>seado tener un hijo, pero mi juventud ha pasado y<br />

mi sangre ha perdido su ardor, y al ver a Thot he sentido <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> tener<br />

un hijo contigo, Merit.


-Sinuhé, no digas tonterías, pues ya sabes que nací en una taberna y<br />

quizá no puedo tener ya hijos. Quizá sea mejor también para ti, que<br />

llevas tu <strong>de</strong>stino en tu corazón, permanecer solo sin estar ligado a una<br />

mujer y un chiquillo, porque esto es lo que he leído en tus ojos el día que<br />

nos encontramos. No, Sinuhé, no me hables así, porque tus palabras me<br />

<strong>de</strong>bilitan y siento <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> llorar, y no quisiera llorar ahora que la<br />

felicidad me ro<strong>de</strong>a. También yo quiero mucho a este chiquillo y<br />

tendremos todavía muchos días <strong>de</strong> plena felicidad sobre el río.<br />

Imaginemos, pues, que hemos roto juntos una jarra y que somos marido<br />

y mujer y que este chiquillo es nuestro hijo. Yo le enseñaré a llamarnos<br />

padre y madre, porque es todavía muy pequeño y olvidará pronto y no le<br />

hará ningún daño. Así robaremos a los dioses una joven vida que será<br />

nuestra durante estas jornadas. ¡Qué ninguna preocupación<br />

ensombrezca nuestra alegría!<br />

Así arrojé <strong>de</strong> mi espíritu todos los malos pensamientos y cerré los ojos<br />

ante la miseria <strong>de</strong> Egipto y la gente hambrienta <strong>de</strong> los pueblecillos <strong>de</strong> la<br />

ribera, y vivía día tras día a medida que iban transcurriendo, a medida<br />

que íbamos bajando por el río. El pequeño Thot pasaba sus brazos<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> mi cuello y ponía sus mejillas junto a la mía y me <strong>de</strong>cía:<br />

«Padre», y su frágil cuerpo era <strong>de</strong>licioso a mis rodillas. Cada noche<br />

sentía sobre mi cuello los cabellos <strong>de</strong> Merit y sujetaba mis manos con las<br />

suyas, respirando contra mi mejilla, y siendo mi amiga ninguna pesadilla<br />

turbaba mi sueño. Así pasaron aquellos días, rápidos como un sueño, y<br />

no existieron ya. No quiero hablar más <strong>de</strong> ellos, porque el recuerdo me<br />

abrasa la garganta y mis lágrimas manchan lo que escribo. El hombre no<br />

<strong>de</strong>bería ser nunca <strong>de</strong>masiado dichoso.<br />

Así llegué <strong>de</strong> nuevo a la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte, pero no era ya el mismo<br />

que a mi marcha, y vi la ciudad con ojos distintos; y las casas ligeras y <strong>de</strong><br />

alegres colores bajo el sol radiante me hicieron el efecto <strong>de</strong> una burbuja<br />

frágil o un espejismo pasajero. Y la verdad no vivía. en la Ciudad <strong>de</strong>l<br />

Horizonte, vivía en otra parte, y esta verdad era el hambre, la miseria, el<br />

sufrimiento y el crimen. Merit y Thot regresaron a Tebas llevándose mi<br />

corazón. Por esto veía <strong>de</strong> nuevo todas las cosas con los ojos fríos y sin<br />

velo engañador, y todo lo que veía era malo.<br />

Pero pocos días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mi llegada la verdad penetró en la Ciudad<br />

<strong>de</strong>l Horizonte y el faraón tuvo que acogerla en la terraza <strong>de</strong> su palacio y<br />

mirarla cara a cara. En efecto, Horemheb había enviado a Menfis a una<br />

banda <strong>de</strong> fugitivos <strong>de</strong> Siria, con todo el esplendor <strong>de</strong> su miseria, para<br />

hablar al faraón, y creo que les había recomendado exagerar todavía más<br />

sus sufrimientos, <strong>de</strong> manera que su llegada causó sensación y los nobles<br />

enfermaron <strong>de</strong> miedo y se encerraron en sus casas y los guardias<br />

prohibieron a los fugitivos el acceso al palacio dorado. Pero lanzaron


gritos y arrojaron piedras contra los muros <strong>de</strong>l palacio, <strong>de</strong> manera que el<br />

faraón acabó oyéndolos y los hizo entrar inmediatamente en el patio.<br />

Y dijeron:<br />

-Escucha <strong>de</strong> nuestras bocas torturadas los gritos <strong>de</strong> dolor <strong>de</strong> los<br />

pueblos, porque el po<strong>de</strong>río <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Kemi no es más que un fantasma<br />

que vacila en el bor<strong>de</strong> la tumba; y el estruendo <strong>de</strong> los arietes y el horror<br />

<strong>de</strong> los incendios, la sangre <strong>de</strong> todos los que tuvieron confianza en ti y<br />

pusieron su esperanza en ti corre hoy por todas las ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Siria.<br />

Y levantaban los muñones <strong>de</strong> los brazos amputados hacia la terraza<br />

<strong>de</strong>l faraón y <strong>de</strong>cían:<br />

-¡Mira nuestros brazos, faraón Akhenaton! ¿Dón<strong>de</strong> están nuestras<br />

manos?<br />

Hicieron avanzar hombres con los ojos vaciados y ancianos con la<br />

lengua cortada que lanzaban aullidos enormes. Y añadieron:<br />

-No nos preguntes dón<strong>de</strong> están nuestras mujeres y nuestras hijas,<br />

porque su <strong>de</strong>stino es peor que la muerte entre las manos <strong>de</strong> los soldados<br />

<strong>de</strong> Aziru y <strong>de</strong> los hititas. Nos han vaciado los ojos y cortado las manos<br />

porque tenemos confianza en ti, faraón Akhenaton.<br />

Pero el faraón se tapó el rostro con las manos y tembló <strong>de</strong> miedo, y les<br />

habló <strong>de</strong> Atón.<br />

Y entonces se burlaron <strong>de</strong> él y lo injuriaron diciéndole:<br />

-Ya sabemos que has mandado una cruz <strong>de</strong> vida a nuestros enemigos.<br />

Han prendido esta cruz <strong>de</strong>l pecho <strong>de</strong> sus caballos y en Jerusalén han<br />

cortado los pies <strong>de</strong> tus sacerdotes y los han hecho bailar así en honor a tu<br />

dios. Entonces Akhenaton lanzó un grito terrible y el mal sagrado se<br />

apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> él y rodó por la terraza perdiendo el conocimiento. Los<br />

guardias, enloquecidos, quisieron rechazar a los fugitivos, pero ellos<br />

resistieron en su <strong>de</strong>sesperación y su sangre corrió sobre las losas <strong>de</strong>l<br />

palacio y sus cuerpos fueron arrojados al río. Nefertiti y Meriatón, la<br />

frágil Anksenatón y la pequeña Meketatón contemplaban este<br />

espectáculo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> la terraza, y no lo olvidaron jamás, porque<br />

era la primera vez que veían las huellas <strong>de</strong> la sangre, la miseria y la<br />

muerte.<br />

Yo hice poner compresas frías al faraón y le di remedios calmantes y<br />

soporíficos; porque esta crisis era tan fuerte que tenía un <strong>de</strong>senlace fatal.<br />

El faraón se durmió, pero al <strong>de</strong>spertar, con el rostro <strong>de</strong>scompuesto y<br />

los ojos enrojecidos por el dolor <strong>de</strong> cabeza, me dijo:<br />

-Sinuhé, amigo mío, esto no pue<strong>de</strong> continuar así; Horemheb me ha<br />

dicho que conocías a Aziru. Ve a verle y<br />

cómprale la paz. Compra la paz para Egipto, aunque me cueste todo mi<br />

oro y aunque Egipto tenga que ser en a<strong>de</strong>lante un país pobre.<br />

Yo protesté vivamente diciendo:


-Faraón Akhenaton, manda tu oro a Horemheb; te comprará rápidamente<br />

la paz con las lanzas y los carros <strong>de</strong> guerra, y, así, Egipto no tendrá<br />

que sonrojarse <strong>de</strong> vergüenza.<br />

El se cogió la cabeza con las dos manos y dijo:<br />

-Por Atón, Sinuhé, ¿no compren<strong>de</strong>s que el odio suscita el odio, la<br />

venganza engendra la venganza y la sangre llama a la sangre? ¿De qué<br />

sirve a las víctimas vengar sus sufrimientos con los sufrimientos <strong>de</strong> otro?<br />

Lo que dices <strong>de</strong> la vergüenza no es más que un prejuicio. Por esto te<br />

or<strong>de</strong>no que vayas a encontrar a Aziru para comprar la paz.<br />

Traté <strong>de</strong> luchar contra esta manía, diciendo:<br />

-Faraón Akhenaton, me arrancarían los ojos y me cortarían la lengua<br />

antes <strong>de</strong> haber llegado a Aziru, que ha olvidado ya seguramente nuestra<br />

amistad, y no estoy acostumbrado a las fatigas <strong>de</strong> la guerra, porque<br />

<strong>de</strong>testo los combates. Mis miembros están fatigados y no puedo viajar<br />

rápidamente y no sé componer mis frases como la gente educada <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

su infancia para mentir, y así te pido que man<strong>de</strong>s a alguien en mi lugar.<br />

Pero él con obstinación dijo:<br />

-Ejecuta mis ór<strong>de</strong>nes; el faraón ha hablado.<br />

Yo había visto los fugitivos en el patio <strong>de</strong>l palacio, había visto sus<br />

bocas mutiladas y sus ojos vacíos y los muñones <strong>de</strong> sus brazos y no sentía<br />

el menor <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> partir para Siria. Por esto <strong>de</strong>cidí irme a casa y fingir<br />

una enfermedad hasta que el faraón hubiese olvidado su capricho. Pero<br />

mi sirviente vino a mi encuentro y con aire sorprendido me dijo:<br />

-Felizmente has llegado, Sinuhé, dueño mío, porque acaba <strong>de</strong> llegar <strong>de</strong><br />

Tebas una barca trayendo una mujer llamada Mehunefer que dice ser tu<br />

amiga. Te espera en casa y va vestida como una novia y la casa entera<br />

está llena <strong>de</strong> su perfume.<br />

Di media vuelta y regresé a palacio y le dije al faraón:<br />

-Serás obe<strong>de</strong>cido. Salgo para Siria, pero que mi sangre caiga sobre tu<br />

cabeza. Quiero partir en seguida y, por consiguiente, manda a tus<br />

escribas que redacten todas las tablillas necesarias para establecer mi<br />

rango y mis po<strong>de</strong>res, porque Aziru tiene en alta estima las tablillas.<br />

Mientras los escribas trabajaban, me refugié en el taller <strong>de</strong> Thotmés,<br />

que era mi amigo, y no me rechazó. Estaba terminando la estatua <strong>de</strong><br />

Horemheb en gres pardo <strong>de</strong> estilo mo<strong>de</strong>rno, y estaba lleno <strong>de</strong> vida, pese<br />

a que a mi juicio Thotmés había exagerado un poco la potencia <strong>de</strong> los<br />

músculos y la anchura <strong>de</strong>l pecho, <strong>de</strong> manera que Horemheb tenía más el<br />

aspecto <strong>de</strong> un luchador que <strong>de</strong> un jefe real. Pero el arte nuevo tenía<br />

ten<strong>de</strong>ncia a exagerar todo lo que veían los ojos, incluso la fealdad, por<br />

respeto a la verdad, porque el arte antiguo había disimulado la fealdad<br />

humana para <strong>de</strong>stacar la parte bella, mientras el arte mo<strong>de</strong>rno, para ser<br />

fiel a la realidad, veía al hombre por el lado feo. No sé si es especialmente<br />

verídico acusar la fealdad <strong>de</strong>l hombre, pero Thotmés estaba convencido


<strong>de</strong> ello y no quise contra<strong>de</strong>cirlo, porque era mi amigo. Frotó la estatuta<br />

con una tela mojada para mostrarme cómo brillaba el gres en los<br />

músculos <strong>de</strong> Horemheb y cómo el color <strong>de</strong> la piedra respondía a la tez<br />

<strong>de</strong>l mo<strong>de</strong>lo y me dijo:<br />

-Creo que te acompañaré hasta Hetnetsut con esta estatua, para velar<br />

porque la erijan en el templo en un lugar digno <strong>de</strong>l rango <strong>de</strong> Horemheb y<br />

<strong>de</strong> mi nombre <strong>de</strong> escultor. En verdad, te acompañaré, Sinuhé, y el viento<br />

<strong>de</strong>l río disipará en mi cabeza los vapores <strong>de</strong>l vino <strong>de</strong> la Ciudad <strong>de</strong>l<br />

Horizonte, porque mis manos tiemblan al manejar el martillo y el cincel<br />

y la fiebre me roe el alma.<br />

Los escribas me entregaron las tablillas y el oro para el viaje con la<br />

bendición <strong>de</strong>l faraón, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber hecho llevar la estatua <strong>de</strong><br />

Horemheb a la barca real, partimos sin más <strong>de</strong>mora. Pero yo había<br />

or<strong>de</strong>nado a mi servidor que dijese a Mehunefer que me había ido a Siria,<br />

don<strong>de</strong> había muerto en la guerra, lo cual no era <strong>de</strong>l todo mentira, porque<br />

estaba seguro <strong>de</strong> sucumbir <strong>de</strong> una muerte cruel. Le dije también que<br />

volviese a meter a Mehunefer en un barco que zarpase hacia Tebas,<br />

empleando la fuerza si era necesario. Porque le dije que si contra toda<br />

probabilidad volvía <strong>de</strong> Siria y encontraba a esta mujer en mi casa, haría<br />

azotar a todos mis servidores y esclavos antes <strong>de</strong> hacerles cortar la nariz<br />

y las orejas y mandarlos a las minas para el resto <strong>de</strong> sus días. Mi servidor<br />

vio en mi mirada que hablaba en serio y tuvo miedo, jurándome que<br />

sería obe<strong>de</strong>cido. Así embarqué con el corazón ligero acompañado <strong>de</strong><br />

Thotmés; y como estaba seguro <strong>de</strong> perecer en manos <strong>de</strong> los hombres <strong>de</strong><br />

Aziru y los hititas, no fuimos parcos en vino. Thotmés dijo también que<br />

no había que economizar el vino cuando se partía para la guerra, y <strong>de</strong>bía<br />

saberlo, pues había nacido en la casa <strong>de</strong> los soldados.<br />

Pero para narrar mi viaje a Siria y todo lo que ocurrió, <strong>de</strong>bo comenzar<br />

otro libro.<br />

LIBRO DUODÉCIMO<br />

LA CLEPSIDRA MIDE <strong>EL</strong> TIEMPO<br />

1


Así se realizó el voto emitido por Kaptah cuando le or<strong>de</strong>né que<br />

distribuyera el trigo entre los agricultores <strong>de</strong> Atón, pero mi sino era<br />

mucho más terrible que el suyo, porque no solamente tenía que<br />

renunciar a mi casa, a mi lecho y a mis comodida<strong>de</strong>s, sino que a causa<br />

<strong>de</strong>l faraón iba a exponerme a todos los horrores <strong>de</strong> la guerra. El hombre<br />

<strong>de</strong>bería reflexionar sobre los votos que emite en voz alta, porque los<br />

<strong>de</strong>seos así formulados tienen una enojosa ten<strong>de</strong>ncia a realizarse, y se<br />

realizan muy fácilmente si tien<strong>de</strong>n al mal <strong>de</strong> nuestro prójimo. Cuando se<br />

<strong>de</strong>sea algún mal a alguien, este <strong>de</strong>seo se realiza mucho más fácilmente<br />

que si se le <strong>de</strong>sea bien.<br />

Esto es lo que le <strong>de</strong>cía a Thotmés mientras <strong>de</strong>scendíamos por el río<br />

bebiendo vino. Pero Thotmés me hizo callar y comenzó a dibujar pájaros<br />

en pleno vuelo. Dibujó también mi retrato, pero sin favorecerme, y por<br />

esto le dirigí vivos reproches diciéndole que no era mi amigo, puesto que<br />

me representaba <strong>de</strong> aquella manera. Pero él dijo que un artista, cuando<br />

dibuja o pinta a alguien, no <strong>de</strong>be ser amigo <strong>de</strong> nadie, sino que <strong>de</strong>be<br />

obe<strong>de</strong>cer únicamente a su visión.<br />

Pronto llegamos a Hetnetsut, que es una pequeña población situada<br />

en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l río, tan pequeña, que los cor<strong>de</strong>ros circulan por las calles y<br />

el templo es <strong>de</strong> ladrillos. Las autorida<strong>de</strong>s nos acogieron con gran respeto<br />

y Thotmés erigió la estatua <strong>de</strong> Horemheb en un templo que había sido<br />

consagrado a Horus, pero que, ahora, estaba consagrado a Atón. Esto no<br />

turbaba en absoluto a los habitantes, que seguían adorando a Horus con<br />

su cabeza <strong>de</strong> halcón, pese a que la imagen <strong>de</strong>l dios hubiese sido quitada.<br />

Fueron muy felices al ver la estatua <strong>de</strong> Horemheb y supongo que no<br />

tardaron en asociarle la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Horus y llevarle ofrendas, porque Atón<br />

no tenía imagen y sólo contados habitantes <strong>de</strong> la población sabían leer.<br />

Así encontramos a los padres <strong>de</strong> Horemheb, que vivían en una casa <strong>de</strong><br />

ma<strong>de</strong>ra, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber estado entre las más pobres <strong>de</strong> la villa. En su<br />

vanidad, Horemheb había hecho que les nombraran para <strong>de</strong>terminadas<br />

altas funciones honoríficas, como si hubiesen sido nobles, mientras<br />

habían ganado su vida apacentando rebaños y preparando queso. El<br />

padre era ahora guardasellos real y vigilaba las construcciones en<br />

diversas villas y poblados, y la madre era dama <strong>de</strong> la Corte y guardiana<br />

<strong>de</strong> las vacas reales, y, sin embargo, ni uno ni otro sabían escribir. Pero<br />

gracias a estos títulos, Horemheb podía preten<strong>de</strong>r <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong> padres<br />

nobles y en ninguna parte <strong>de</strong> Egipto se podía poner en duda su alta<br />

estirpe.<br />

Tal era la vanidad <strong>de</strong> Horemheb.<br />

El viaje hasta Menfis fue pesado y yo permanecía echado sobre<br />

cubierta, mientras las oriflamas <strong>de</strong>l faraón flotaban sobre mi cabeza y yo<br />

veía los cañaverales <strong>de</strong>l río y los ána<strong>de</strong>s y me <strong>de</strong>cía: «¿Acaso todo esto


vale la pena <strong>de</strong> ser visto y vivido?» Y <strong>de</strong>cía también: «El sol es ardiente y<br />

las moscas pican y la alegría humana es mínima al lado <strong>de</strong> las penas. El<br />

ojo se cansa <strong>de</strong> ver, los ruidos y las vanas palabras fatigan el oído, y el<br />

corazón sueña <strong>de</strong>masiado para ser feliz.» Así calmaba mi corazón<br />

durante el viaje y comí los buenos platos preparados por el cocinero real<br />

y bebí vino, y al final la muerte no era más que un viejo amigo sin nada<br />

espantoso, mientras la vida era peor que la muerte, con todos sus<br />

tormentos, y la vida era como una ceniza caliente y la muerte como<br />

una onda fresca.<br />

Horemheb me recibió con todos los honores <strong>de</strong>bidos a mi rango <strong>de</strong><br />

enviado <strong>de</strong>l faraón y se inclinó profundamente <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, porque su<br />

palacio estaba atestado <strong>de</strong> dignatarios fugitivos <strong>de</strong> Siria y <strong>de</strong> nobles<br />

egipcios <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s sirias, y <strong>de</strong> enviados y representantes <strong>de</strong> países<br />

extranjeros que no habían tomado parte en la guerra, y en su presencia<br />

tenía que honrar al faraón en mi persona. Pero en cuanto estuvimos<br />

solos comenzó a azotarse las pantorrillas con su fusta y me preguntó con<br />

impaciencia:<br />

-¿Qué mal viento te trae por aquí como enviado <strong>de</strong>l faraón y qué maldito<br />

excremento ha soltado <strong>de</strong> nuevo su loco cerebro?<br />

Le expuse que tenía que ir a Siria y comprar a Aziru la paz a cualquier<br />

precio. Al oír mis palabras, Horemheb juró y lanzó maldiciones, y dijo:<br />

-Ya había temido que comprometiese todos mis planes, porque <strong>de</strong>bes<br />

saber que, gracias a mis medidas, Ghaza está todavía en nuestro po<strong>de</strong>r,<br />

<strong>de</strong> manera que Egipto posee todavía una cabeza <strong>de</strong> puente para las<br />

operaciones <strong>de</strong> Siria. Por medio <strong>de</strong> regalos y amenazas he conseguido<br />

que la flota cretense proteja nuestras comunicaciones con Ghaza, porque<br />

una unión siria potente e in<strong>de</strong>pendiente no es conforme a los intereses<br />

<strong>de</strong> Creta, sino que amenazaría su supremacía marítima. Debes saber que<br />

el propio Aziru tiene muchas dificulta<strong>de</strong>s para contener a sus propios<br />

aliados, y numerosas villas sirias se hacen la guerra <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />

echado a los egipcios. A<strong>de</strong>más, los sirios que han perdido sus casas y sus<br />

bienes, sus mujeres, y sus hijos, han formado cuerpos francos, y <strong>de</strong><br />

Ghaza a Tanis estos cuerpos francos dominan el <strong>de</strong>sierto y combaten a<br />

las tropas <strong>de</strong> Aziru. Yo los he equipado con armas egipcias y muchos<br />

egipcios se han unido a ellos. Son, sobre todo, antiguos soldados,<br />

bandoleros y esclavos fugitivos y exponen sus vidas en el <strong>de</strong>sierto para<br />

formar una muralla <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Egipto. Claro es que hacen la guerra<br />

contra todo el mundo y viven a costa <strong>de</strong>l país don<strong>de</strong> se baten y <strong>de</strong>strozan<br />

toda vida en él, pero así está bien, porque causan más perjuicios a Siria<br />

que a Egipto, y por esto sigo proveyéndoles <strong>de</strong> armas y trigo. Pero lo<br />

esencial es que los hititas han atacado por fin Mitanni con todas sus<br />

fuerzas y han aniquilado su pueblo, <strong>de</strong> manera que este país no existe ya.<br />

Pero sus lanzas y sus carros están <strong>de</strong>tenidos en Mitanni, y Babilonia se


inquieta y equipa sus tropas para proteger sus fronteras, y los hititas no<br />

tienen tiempo <strong>de</strong> ayudar a Aziru. Es probable que Aziru, ahora que los<br />

hititas han conquistado Mitanni, comience a temerlos, porque no hay<br />

más protección entre su país y Siria. Por esto la paz que vas a ofrecer<br />

ahora a Aziru es el don más precioso que pue<strong>de</strong> esperar para consolidar<br />

su po<strong>de</strong>río y respirar un poco. Pero dame medio año más y compraré una<br />

paz honrosa con Siria, y con las flechas silbantes y el rugido <strong>de</strong> los carros<br />

<strong>de</strong> guerra forzaré a Aziru a temer los dioses <strong>de</strong> Egipto.<br />

Yo protesté y dije:<br />

-No pue<strong>de</strong>s hacer la guerra, Horemheb, porque el faraón lo ha<br />

prohibido y no te dará oro para ello.<br />

Pero Horemheb dijo:<br />

-Me meo en su oro. He pedido prestado por todas partes para equipar<br />

un ejército en Tanis. Verdad es que son tropas miserables y sus carros <strong>de</strong><br />

guerra son pesados y sus caballos cojean, pero los cuerpos francos<br />

pue<strong>de</strong>n formar la punta <strong>de</strong> la lanza que penetrará hasta el corazón <strong>de</strong><br />

Siria, y hasta Jerusalén y Megiddo bajo mis ór<strong>de</strong>nes. ¿No compren<strong>de</strong>s,<br />

Sinuhé, que he pedido prestado a todos los ricos <strong>de</strong> Egipto que se<br />

hinchan y engordan como ranas mientras el pueblo sufre y suspira bajo<br />

el peso <strong>de</strong> los impuestos? Les he pedido prestado oro y he fijado la suma<br />

que cada uno <strong>de</strong> ellos <strong>de</strong>be prestarme y me la han dado con gusto,<br />

porque les he prometido un cinco por ciento al año, y me río ya <strong>de</strong> ver<br />

sus caras si un día tienen el aplomo <strong>de</strong> reclamarme su oro o sus<br />

intereses, porque he obrado así para conservar Siria para Egipto, y<br />

precisamente los ricos se aprovecharán <strong>de</strong> ello, porque los ricos sacan<br />

siempre ventajas <strong>de</strong> las guerras, y lo curioso es que los ricos sacarían<br />

también un beneficio aunque perdiesen. Por esto no siento piedad por su<br />

oro.<br />

Horemheb se rió satisfecho y golpeándose las pantorrillas con su fusta<br />

dorada puso su mano sobre mi hombro y me llamó su amigo. Pero<br />

pronto recuperó la seriedad y dijo:<br />

-Por mi halcón, Sinuhé, ¿no vas a estropear todos mis planes yéndote<br />

a Siria a negociar la paz?<br />

Pero yo le expliqué que el faraón había hablado entregándome todas<br />

las tablillas necesarias para hacer la paz. Pero me alegraba saber, si<br />

Horemheb había dicho la verdad, que Aziru <strong>de</strong>seaba también hacer la<br />

paz, porque en este caso estaría dispuesto a ven<strong>de</strong>rla a un precio<br />

razonable.<br />

Pero Horemheb se excitó, volcó su silla y gritó:<br />

-En verdad que si compras la paz a Aziru para vergüenza <strong>de</strong> Egipto te<br />

<strong>de</strong>sollaré vivo y arrojaré tu cuerpo a los cocodrilos en cuanto regreses, a<br />

pesar <strong>de</strong> que seas mi amigo. Habla <strong>de</strong> Atón a Aziru y haz el imbécil y dile<br />

que en su bondad incomprensible el faraón está dispuesto a perdonarlo.


Verdad es que Aziru no te creerá, porque es astuto, pero rumiará sobre la<br />

cosa antes <strong>de</strong> volverte a mandar y te fatigará con sus regateos a lo sirio,<br />

tratando <strong>de</strong> darte gato por liebre. Pero guárdate mucho <strong>de</strong> rendirle<br />

Ghaza, y dile que el faraón no es responsable <strong>de</strong> los cuerpos francos ni <strong>de</strong><br />

los saqueos. Porque estos cuerpos francos no <strong>de</strong>pondrán las armas y<br />

harán sus necesida<strong>de</strong>s sobre las tablillas <strong>de</strong>l faraón.<br />

-Yo me ocuparé <strong>de</strong> ello.<br />

-Naturalmente, no tienes por qué <strong>de</strong>círselo a Aziru. Dile simplemente<br />

que los cuerpos francos están formados por hombres bondadosos y<br />

pacientes a quienes el dolor ha cegado, pero que, una vez restablecida la<br />

paz, cambiarán gustosamente sus lanzas por el cayado <strong>de</strong> pastor. Pero no<br />

abandones Ghaza o te <strong>de</strong>sollaré vivo. He necesitado mucho trabajo y<br />

mucho oro y espías antes <strong>de</strong> conseguir mis fines y entrar en Ghaza para<br />

mantener una puerta abierta con Egipto.<br />

Permanecí varios días en Menfis para discutir con Horemheb las<br />

condiciones <strong>de</strong> paz. Encontré allí al embajador <strong>de</strong> Creta y al <strong>de</strong><br />

Babilonia, así como a los nobles refugiados <strong>de</strong> Mitanni. Sus palabras me<br />

<strong>de</strong>jaron adivinar todo lo que había ocurrido y por primera vez sentí<br />

<strong>de</strong>spertarse mi ambición al darme cuenta <strong>de</strong> que podía <strong>de</strong>sempeñar un<br />

importante papel en una partida en la que estaban en juego los <strong>de</strong>stinos<br />

<strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s y los pueblos.<br />

Horemheb tenía razón; en aquellos momentos la paz era más<br />

ventajosa para Aziru que para Egipto, pero en la situación actual no sería<br />

más que una tregua, porque en cuanto Aziru hubiese consolidado su<br />

posición en Siria, se levantaría contra Egipto. Siria era, en efecto, la clave<br />

<strong>de</strong>l mundo, y Egipto no podía permitir para su seguridad que este país<br />

cayese en manos <strong>de</strong> un príncipe versátil, venal y hostil, una vez los hititas<br />

habían conquistado Mitanni. Todo <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> saber si los hititas, una<br />

vez su po<strong>de</strong>río consolidado en Mitanni, atacarían a Babilonia o, a través<br />

<strong>de</strong> Siria, a Egipto. El buen sentido <strong>de</strong>cía que llevarían su esfuerzo sobre<br />

el punto <strong>de</strong> menor resistencia y Babilonia se armaba ya, mientras Egipto<br />

era más débil y no tenía armas. El país <strong>de</strong> Khatti era ciertamente un<br />

aliado <strong>de</strong>sagradable, pero al enten<strong>de</strong>rse con los hititas, Aziru se<br />

aseguraba una aportación <strong>de</strong> fuerzas, mientras al aliarse con Egipto<br />

contra los hititas, iba a un <strong>de</strong>sastre cierto, puesto que bajo el reinado <strong>de</strong><br />

Akhenaton, Egipto no tenía nada que ofrecerle.<br />

Horemheb me dijo que encontraría a Aziru en algún lugar <strong>de</strong> Tanis y<br />

Ghaza, don<strong>de</strong> sus carros daban caza a los cuerpos francos. Me habló<br />

también <strong>de</strong> la situación <strong>de</strong> Simyra y me enumeró el número <strong>de</strong> casas<br />

incendiadas y los nombres <strong>de</strong> los nobles asesinados, lo cual suscitó mi<br />

viva sorpresa. Entonces me habló <strong>de</strong> los espías que penetraban en las<br />

ciuda<strong>de</strong>s sirias y seguían a las tropas <strong>de</strong> Aziru como tragadores <strong>de</strong> sables,<br />

prestidigitadores o charlatanes, o como ven<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> cerveza o


compradores <strong>de</strong> botín. Pero añadió que Aziru poseía también espías que<br />

llegaban hasta Menfis y seguían a los cuerpos francos como tragadores<br />

<strong>de</strong> sables, prestidigitadores o charlatanes, o bien ven<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> cerveza<br />

o compradores <strong>de</strong> esclavos. Aziru había alistado también a algunas<br />

vírgenes <strong>de</strong> Astarté, y estas espías eran peligrosas, porque al acostarse<br />

con los oficiales egipcios, les sonsacaban importantes informaciones,<br />

pero, felizmente para nosotros eran poco competentes en materias<br />

militares. Existían también espías que servían a la vez a Aziru y a<br />

Horemheb, y eran los más hábiles.<br />

Pero los refugiados y los oficiales <strong>de</strong> Horemheb me habían contado<br />

tantos horrores sobre los soldados <strong>de</strong> Amurrú y sobre los cuerpos<br />

francos, que en el momento <strong>de</strong> partir, mi corazón comenzó a temblar y<br />

mis rodillas se fundieron en agua. Y Horemheb me dijo:<br />

-Pue<strong>de</strong>s a tu antojo viajar por tierra o por mar. Si vas por mar, los<br />

navíos cretenses te protegerán quizás hasta Ghaza, pero es posible que<br />

huyan en cuanto vean <strong>de</strong> lejos los barcos <strong>de</strong> guerra <strong>de</strong> Sidón y Tiro. En<br />

este caso, tu navío será hundido si te <strong>de</strong>fien<strong>de</strong>s y te ahogarías. Si te<br />

rin<strong>de</strong>s, serías hecho prisionero y con<strong>de</strong>nado a remar en los barcos sirios,<br />

don<strong>de</strong> perecerás bajo los latigazos y el ardor <strong>de</strong>l sol. Pero eres egipcio y<br />

noble, y por esto lo más probable es que te <strong>de</strong>suellen vivo y tu piel servirá<br />

para hacer sacos. No quisiera asustarte, y es posible que llegues sano y<br />

salvo a Ghaza, don<strong>de</strong> acaba <strong>de</strong> llegar un navío <strong>de</strong> armas, mientras un<br />

cargamento <strong>de</strong> trigo ha sido hundido por el camino. En cuanto a saber<br />

cómo forzarás el bloqueo <strong>de</strong> Ghaza para llegar a Aziru, lo ignoro<br />

completamente.<br />

-Sería quizá mejor que fuese por tierra -dije yo vacilando. Horemheb<br />

movió la cabeza y dijo:<br />

-Te daré alguna escolta <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Tanis, algunos barcos y carros ligeros,<br />

Mas en cuanto hayas entrado en contacto con las tropas <strong>de</strong> Aziru, te<br />

abandonarán en el <strong>de</strong>sierto y escaparán a toda prisa. Pero es igualmente<br />

posible que los soldados <strong>de</strong> Aziru, al reconocerte como noble y egipcio, te<br />

empalen a la manera hitita y se orinen sobre tus tablillas <strong>de</strong> arcilla.<br />

También es posible que, a pesar <strong>de</strong> tu escolta, caigas en manos <strong>de</strong> los<br />

cuerpos francos, que te <strong>de</strong>svalijarán y te harán dar vueltas a las muelas<br />

<strong>de</strong> los molinos hasta que hayas ganado lo suficiente para pagar tu<br />

rescate, pero no aguantarás mucho tiempo este régimen, porque sus<br />

látigos están hechos con tiras <strong>de</strong> piel <strong>de</strong> hipopótamo. Por otra parte,<br />

pue<strong>de</strong>n también reventarte la barriga a lanzazos y <strong>de</strong>jar que tu cuerpo se<br />

pudra en el <strong>de</strong>sierto, lo cual, al fin y al cabo, no es una muerte muy<br />

dolorosa.<br />

Ante estas palabras, mis temores aumentaron y temblé pese a que<br />

hiciese un calor estival. Y por esto dije:


-Deploro haber <strong>de</strong>jado mi escarabajo en manos <strong>de</strong> Kaptah, porque<br />

ahora me sería <strong>de</strong> una ayuda más eficaz que el Atón <strong>de</strong>l faraón, cuyo<br />

po<strong>de</strong>río no se extien<strong>de</strong> ahora a estas regiones malditas. Pero, en<br />

resumen, encontraré más rápidamente la muerte o a Aziru viajando por<br />

tierra con una escolta. Pero te conjuro, Horemheb, a que si alguna vez<br />

sabes que soy prisionero en alguna parte, me rescates en el acto sin mirar<br />

el precio, porque ya sabes que soy rico, más rico <strong>de</strong> lo que crees.<br />

Y Horemheb respondió:<br />

-Conozco tu fortuna, y te he pedido prestada también una fuerte suma<br />

<strong>de</strong> oro por mediación <strong>de</strong> Kaptah, como a los <strong>de</strong>más ricos, porque soy<br />

justo y equitativo y no quería privarte <strong>de</strong> este mérito. Pero, en nombre <strong>de</strong><br />

nuestra amistad, espero que no me reclamarás nunca este oro, porque<br />

nuestra amistad podría llegar a romperse. Parte, pues, Sinuhé, parte<br />

para Tanis y toma una escolta y penetra en el <strong>de</strong>sierto, don<strong>de</strong> mi halcón<br />

te protegerá tal vez, porque mi po<strong>de</strong>río no se extien<strong>de</strong> hasta allá. Si eres<br />

hecho prisionero te rescataré y si mueres serás vengado.<br />

Que esto sea un consuelo para ti en el momento en que una lanza te<br />

<strong>de</strong>sgarre el vientre.<br />

-Si te enteras <strong>de</strong> mi muerte -le dije-, no pierdas el tiempo<br />

vengándome. Mi cráneo roído por los cuervos no experimentaría ningún<br />

alivio al verme regado con sangre nueva. Pero saluda a la princesa<br />

Baketatón en mi nombre, porque es bella y <strong>de</strong>seable, aunque un poco<br />

altiva, y me ha interrogado sobre ti al lado <strong>de</strong>l lecho mortuorio <strong>de</strong> su<br />

madre.<br />

Después <strong>de</strong> haberle lanzado por encima <strong>de</strong>l hombro esta flecha<br />

envenenada, me marché un poco consolado y redacté mi testamento a<br />

favor <strong>de</strong> Kaptah, Merit y Horemheb. Este testamento fue <strong>de</strong>positado en<br />

los archivos reales <strong>de</strong> Menfis una vez hube tomado el barco para Tanis, y<br />

al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto, en un fuerte abrasado por el sol, encontré a los<br />

soldados <strong>de</strong> Horemheb.<br />

Estaban bebiendo cerveza, maldiciendo su existencia, cazaban<br />

antílopes y volvían a beber cerveza. Sus cabañas eran sucias y<br />

pestilentes, y las más miserables mujeres, que no eran dignas siquiera <strong>de</strong><br />

los marineros <strong>de</strong> los puertos <strong>de</strong>l Bajo Egipto, amenizaban su existencia.<br />

Esperaban que Horemheb los llevase en breve a la guerra con Siria,<br />

porque incluso la muerte era preferible a aquella existencia monótona y<br />

putrefacta. Des<strong>de</strong> hacía años no se veían llegar ya caravanas, porque los<br />

cuerpos francos las pillaban y las saqueaban por el camino.<br />

Mientras la escolta se preparaba para la marcha, observé la vida <strong>de</strong> los<br />

soldados. Pronto comprendí el secreto <strong>de</strong> toda educación militar. En<br />

efecto, todo buen capitán impone a sus soldados una disciplina tan<br />

espantosa que los agota con maniobras durísimas que les hacen la vida<br />

tan insoportable que cualquier otra cosa, incluso la batalla y la muerte,


les parece preferible a la vida <strong>de</strong> cuartel. Pero lo más sorpren<strong>de</strong>nte es que<br />

los soldados no<br />

<strong>de</strong>testan a sus jefes por ello, al contrario, los admiran y los alaban y se<br />

jactan <strong>de</strong> todos los sufrimientos pasados y <strong>de</strong> las marcas <strong>de</strong> los golpes en<br />

sus espaldas.<br />

Según las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Horemheh, me prepararon una escolta <strong>de</strong> diez<br />

carros <strong>de</strong> guerra tirados por dos caballos cada uno, con un caballo <strong>de</strong><br />

reserva, y en el carro, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>l cochero, iban un lacayo y un lancero.<br />

Al anunciarme su tropa, el jefe se inclinó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí con las manos a<br />

la altura <strong>de</strong> las rodillas y yo lo observé atentamente, porque iba a<br />

confiarle mi vida. Su <strong>de</strong>lantal estaba tan sucio como el <strong>de</strong> sus soldados, y<br />

el sol <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto le había ennegrecido el rostro; sólo una fusta trenzada<br />

<strong>de</strong> plata lo diferenciaba <strong>de</strong> sus soldados. A pesar <strong>de</strong> su apariencia, tuve<br />

más confianza en él <strong>de</strong> la que hubiera puesto en un oficial vestido con<br />

telas preciosas que hubiese hecho llevar un parasol sobre su cabeza.<br />

Olvidó todo respeto y se echó a reír cuando le hablé <strong>de</strong> una litera. Lo creí<br />

cuando me dijo que toda nuestra seguridad no <strong>de</strong>pendía más que <strong>de</strong><br />

nuestra rapi<strong>de</strong>z y que por esta razón tenía que subir a su carro y<br />

renunciar a las literas y comodida<strong>de</strong>s. Me prometió que podría sentarme<br />

sobre un saco <strong>de</strong> forraje, pero me aseguró que haría mejor en<br />

acostumbrarme a ir <strong>de</strong> pie, porque las sacudidas no tardarían en<br />

quebrarme los huesos.<br />

Le respondí que no era la primera vez que subía a un carro <strong>de</strong> guerra y<br />

que una vez había realizado en un tiempo mínimo el viaje <strong>de</strong> Simyra a<br />

Amurrú, lo cual había suscitado la admiración <strong>de</strong> los hombres <strong>de</strong> Aziru.<br />

Pero entonces era más joven y no tenía que temer los esfuerzos físicos<br />

exagerados. El oficial, que se llamaba Juju, me escuchó cortésmente,<br />

<strong>de</strong>spués encomendé mi alma a todos los dioses <strong>de</strong> Egipto y subí al carro.<br />

La escolta tomó el camino <strong>de</strong> las caravanas y yo me senté sobre un saco<br />

<strong>de</strong> forraje, agarrándome al carro con las dos manos y lamentándome <strong>de</strong><br />

mi suerte.<br />

Los carros corrieron así durante toda la jornada y pasé la noche sobre<br />

unos sacos, más muerto que vivo. Al día siguiente traté <strong>de</strong> mantenerme<br />

<strong>de</strong> pie en el carro, agarrándome a la cintura <strong>de</strong> Juju, pero una piedra me<br />

hizo per<strong>de</strong>r el equilibrio y, <strong>de</strong>scribiendo un arco <strong>de</strong> círculo caí <strong>de</strong> cabeza<br />

sobre la arena don<strong>de</strong> unas plantas espinosas me laceraron el rostro. Por<br />

la noche, Juju se preocupó por mi suerte y me vertió agua sobre la<br />

cabeza, pese a que se negaba a darla a sus hombres, y me aseguró que<br />

nuestro viaje se <strong>de</strong>sarrollaba bajo felices auspicios y que, si la suerte nos<br />

favorecía, encontraríamos a los hombres <strong>de</strong> Aziru al cuarto día.<br />

La jornada transcurrió sin inci<strong>de</strong>ntes, pero atravesamos un<br />

campamento en el que los hombres habían sido aniquilados poco antes y<br />

los cuervos <strong>de</strong>sgarraban sus cuerpos. La noche siguiente percibimos a lo


lejos el resplandor <strong>de</strong> los fuegos <strong>de</strong> un vivaque o <strong>de</strong> algunas casas<br />

incendiadas. Juju me dijo que nos aproximábamos a Siria, y al claro <strong>de</strong><br />

luna avanzamos pru<strong>de</strong>ntemente <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber dado forraje a los<br />

caballos. Yo acabé durmiéndome sobre mi saco <strong>de</strong> forraje y al alba fui<br />

<strong>de</strong>spertado bruscamente cuando Juju me agarró y me tiró <strong>de</strong>l carro con<br />

mis tablillas <strong>de</strong> arcilla y mi saco <strong>de</strong> viaje; entonces dio media vuelta y me<br />

confió a todos los dioses <strong>de</strong> Egipto. Los carros se alejaron a toda<br />

velocidad, levantando chispas <strong>de</strong> las piedras <strong>de</strong>l camino.<br />

Después <strong>de</strong> haberme sacudido el polvo que me cegaba, vi avanzar por<br />

entre dos colinas un grupo <strong>de</strong> carros <strong>de</strong> guerra sirios que se abrieron en<br />

abanico para la batalla. Yo me levanté y agité sobre mi cabeza un ramo<br />

<strong>de</strong> palmera en signo <strong>de</strong> paz, pese a que fuese un ramo muy seco y mustio<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l viaje. Pero los carros pasaron por mi lado sin <strong>de</strong>tenerse y<br />

una flecha me rozó el rostro antes <strong>de</strong> clavarse en la arena. Perseguían a<br />

Juju, que consiguió, no obstante, escapar.<br />

Después <strong>de</strong> aquella vana persecución, los carros <strong>de</strong> Aziru regresaron<br />

hacia mí y los conductores se apearon. Yo les expuse quién era y les<br />

mostré las tablillas <strong>de</strong>l faraón. Pero no me hicieron caso y me<br />

<strong>de</strong>svalijaron y me tomaron mi oro, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber abierto mi cofre<br />

me ataron <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un carro <strong>de</strong> manera que tuve que correr hasta<br />

per<strong>de</strong>r el aliento y la arena me <strong>de</strong>sollaba las rodillas.<br />

Sin duda alguna hubiera sucumbido por el camino si el campamento<br />

<strong>de</strong> Aziru no se hubiese encontrado<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la primera colina. Con mis ojos cegados por la arena vi<br />

numerosas tiendas <strong>de</strong> campaña y unos caballos que pacían en un cercado<br />

formado por carros <strong>de</strong> guerra y carretas <strong>de</strong> bueyes. Después no vi nada<br />

más y no volví en mí hasta que los esclavos me echaron agua sobre la<br />

cabeza y me frotaron los miembros con aceite, porque un oficial que<br />

sabía leer había leído mis tablillas y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces me trataron con las<br />

consi<strong>de</strong>raciones que me eran <strong>de</strong>bidas y me <strong>de</strong>volvieron mis vestiduras.<br />

En cuanto pu<strong>de</strong> caminar me llevaron a la tienda <strong>de</strong> Aziru, que<br />

apestaba a sebo, lana e incienso, y Aziru avanzó hacia mí rugiendo como<br />

un león, con unas ca<strong>de</strong>nas <strong>de</strong> oro en el cuello y la barba en una re<strong>de</strong>cilla<br />

<strong>de</strong> plata. Y me abrazó, diciendo:<br />

-Estoy <strong>de</strong>sconsolado <strong>de</strong> que mis hombres te hayan maltratado, pero<br />

hubieras <strong>de</strong>bido <strong>de</strong>cirles tu nombre y tu rango y que eras enviado <strong>de</strong>l<br />

faraón, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> ser amigo. Hubieras <strong>de</strong>bido también, según la buena<br />

costumbre, agitar una rama <strong>de</strong> palmera sobre tu cabeza en signo <strong>de</strong> paz,<br />

pero mis hombres me han dicho que te precipitaste sobre ellos gritando y<br />

con un puñal en la mano, <strong>de</strong> manera que han tenido que calmarte con<br />

gran riesgo <strong>de</strong> su vida.<br />

Las rodillas me ardían, mis muñecas estaban doloridas, y le dije a<br />

Aziru con amargura:


-Mírame y dime si tengo un aspecto peligroso para tus hombres. Han<br />

quebrado mi hoja <strong>de</strong> palmera y me han <strong>de</strong>svalijado y han pisoteado las<br />

tablillas <strong>de</strong>l faraón. Por esto <strong>de</strong>bes azotarlos con vergas a fin <strong>de</strong><br />

enseñarles a respetar a los enviados <strong>de</strong>l faraón.<br />

Pero Aziru levantó los brazos con una sonrisa irónica y dijo:<br />

-Has tenido sin duda alguna pesadilla, y no es culpa mía si te has<br />

herido las rodillas durante el curso <strong>de</strong> tu penoso viaje. No tengo la menor<br />

intención <strong>de</strong> hacer fustigar a mis mejores hombres por un miserable<br />

egipcio, y las palabras <strong>de</strong> un enviado <strong>de</strong>l faraón son como un zumbido <strong>de</strong><br />

moscas en mis oídos.<br />

-Aziru -le dije-, tú que eres rey <strong>de</strong> varios reyes, haz, por lo menos,<br />

azotar al hombre que me ha pinchado las nalgas mientras corría <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong>l carro. Me <strong>de</strong>clararé satisfecho y <strong>de</strong>bes saber que te traigo como<br />

regalo la paz para ti y para Siria.<br />

Aziru se echó a reír, y, frotándose el pecho con los puños, dijo:<br />

-¡Qué me importa que tu miserable faraón se postre <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí en<br />

el polvo e implore la paz! Pero tus palabras son sensatas, y puesto que<br />

eres mi amigo y el amigo <strong>de</strong> mi mujer y <strong>de</strong> mi hijo, haré azotar al hombre<br />

que te ha pinchado las nalgas con su lanza para hacerte avanzar, porque<br />

es contrario a las buenas costumbres y, como sabes muy bien, yo me bato<br />

con armas nobles y por fines elevados.<br />

Así tuve la satisfacción <strong>de</strong> ver a mi martirizador fustigado <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

las tropas en presencia <strong>de</strong> Aziru, y sus camaradas no lo compa<strong>de</strong>cieron,<br />

sino al contrario, se rieron y se burlaron <strong>de</strong> él al oír sus aullidos,<br />

señalándolo con el <strong>de</strong>do, porque eran soldados y apreciaban cualquier<br />

distracción en su monótona existencia. Aziru lo hubiera hecho sucumbir<br />

bajo los golpes, pero al ver la carne arrancarse a las costillas y la sangre<br />

correr levanté la mano e hice cesar el suplicio. Hice llevar al hombre a<br />

una tienda que Aziru me había <strong>de</strong>stinado como alojamiento, con gran<br />

cólera <strong>de</strong> los oficiales que la ocupaban, y los soldados gritaron <strong>de</strong> júbilo<br />

al pensar que iba a torturar con refinamiento a su camarada. Pero yo le<br />

unté la espalda y los miembros, y curé sus llagas y le di cerveza, <strong>de</strong><br />

manera que me creyó loco y perdió todo respeto hacia mí.<br />

Por la tar<strong>de</strong> Aziru ofreció un asado <strong>de</strong> cabrito y harina amasada cocida<br />

en la grasa y yo comí con él y sus nobles y los oficiales hititas reunidos en<br />

el campo y cuyos pechos y capas estaban adornados con hachas dobles e<br />

imágenes <strong>de</strong> un soldado alado. Bebimos juntos y todos me trataron muy<br />

amablemente, creyéndome estúpido, puesto que les traía la paz en el<br />

momento en que más necesidad tenían <strong>de</strong> ella. Hablaban con fuego <strong>de</strong> la<br />

libertad <strong>de</strong> Siria y <strong>de</strong> su futuro po<strong>de</strong>río y <strong>de</strong>l yugo que se habían<br />

sacudido. Pero cuando hubieron bebido bastante comenzaron a<br />

querellarse y un nativo <strong>de</strong> Joppe sacó un puñal y lo clavó en la garganta


<strong>de</strong> un amorrita. Pero la herida no era grave y pu<strong>de</strong> curarla fácilmente y<br />

este acto confirmó mi reputación <strong>de</strong> imbécil.<br />

Hubiera hecho mejor en <strong>de</strong>jar morir al herido, porque aquella misma<br />

noche hizo asesinar por sus servidores al hombre <strong>de</strong> Joppe, y Aziru lo<br />

hizo colgar en el muro cabeza abajo para mantener la disciplina entre sus<br />

tropas. En efecto, Aziru trataba a sus tropas más duramente que los<br />

<strong>de</strong>más sirios, porque estaban más celosos <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>río e intrigaban<br />

contra él, <strong>de</strong> manera que estaba constantemente sentado sobre un<br />

hormiguero.<br />

Después <strong>de</strong> la comida, Aziru mandó a sus nobles y sus oficiales a que<br />

disputasen en sus tiendas. Me mostró a su hijo, que lo acompañaba a la<br />

guerra aunque no tuviese más que siete años. Era un bello chiquillo <strong>de</strong><br />

mejillas rosadas y una pelusilla como los melocotones, y sus ojos eran<br />

brillantes y vivos. Sus cabellos eran rizados y negros como la barba <strong>de</strong> su<br />

padre y tenía la tez <strong>de</strong> su madre. Aziru le acarició los cabellos y dijo:<br />

-¿Has visto jamás una criatura más soberbia? He reunido para él<br />

varias coronas y será un gran rey y no me atrevo a pensar hasta dón<strong>de</strong> se<br />

exten<strong>de</strong>rá su po<strong>de</strong>río, porque ha atravesado ya con su pequeña espada a<br />

un esclavo que lo había ofendido y sabe leer y escribir y no tiene miedo<br />

en el combate, porque me lo llevo conmigo a la batalla, pero solamente<br />

cuando castigamos los poblados rebel<strong>de</strong>s y no tengo que temer por su<br />

preciosa vida.<br />

Keftiú se había quedado en Amurrú, y Aziru no se consolaba <strong>de</strong> su<br />

ausencia y era en vano que buscara una diversión con las mujeres<br />

prisioneras o con las vírgenes <strong>de</strong> Astarté, porque quien había conocido el<br />

amor <strong>de</strong> Keftiú no podía olvidarlo jamás, y su belleza había florecido <strong>de</strong><br />

tal modo que casi no la reconocía.<br />

Durante nuestra conversación se oyeron gritos en el campo y Aziru me<br />

dijo con tono irritado:<br />

-De nuevo dos oficiales hititas torturan a las mujeres porque es su<br />

costumbre. No me atrevo a prohibírselo porque tengo necesidad <strong>de</strong> ellos.<br />

Pero no me gustaría que enseñasen sus malas costumbres a mis<br />

hombres.<br />

2


Yo sabía ya lo que podía esperar <strong>de</strong> los hititas y por esto le dije a<br />

Aziru:<br />

-¡Oh rey <strong>de</strong> reyes! Renuncia a tiempo a la alianza con los hititas antes<br />

que te arranquen tus coronas, porque no hay que fiar <strong>de</strong> ellos. Concluye<br />

la paz con el faraón ahora que los hititas se han aliado para guerrear<br />

contra Mitanni. Babilonia se arma también contra ellos, como<br />

seguramente sabes, si sigues con los hititas no recibirás más trigo <strong>de</strong><br />

Babilonia. Por esto a la entrada <strong>de</strong>l invierno el hambre penetrará en Siria<br />

como un lobo famélico si no quieres hacer la paz con el faraón, que te<br />

mandará trigo como antes.<br />

Pero Aziru protestó:<br />

-Tus palabras son insensatas porque los hititas son buenos con sus<br />

amigos, pero terribles con sus enemigos. Ninguna alianza me liga con<br />

ellos pese a que me man<strong>de</strong>n ricos regalos y bellas armaduras, <strong>de</strong> manera<br />

que puedo pensar en la paz sin inquietarme por ello. Los hititas se han<br />

apo<strong>de</strong>rado <strong>de</strong> Ka<strong>de</strong>sh contrariamente a nuestras convenciones y utilizan<br />

el puerto <strong>de</strong> Biblos como si fuese suyo. Por otra parte, me han mandado<br />

un navío entero cargado <strong>de</strong> armas forjadas con un metal nuevo que hará<br />

a mis hombres invencibles en el combate. En todo caso me gusta la paz y<br />

prefiero la paz a la guerra y hago la guerra únicamente para obtener una<br />

paz honrosa. Por eso concluiría con gusto la paz si el faraón me ce<strong>de</strong><br />

Ghaza, que ha tomado por medio <strong>de</strong> un ardid, si <strong>de</strong>sarma a los<br />

bandoleros <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto y me in<strong>de</strong>mniza con trigo y aceite y oro <strong>de</strong> todos<br />

los perjuicios sufridos durante esta guerra con las ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Siria,<br />

porque es Egipto el único responsable <strong>de</strong> esta guerra, como sabes muy<br />

bien.<br />

Me observaba <strong>de</strong> soslayo sonriendo, pero yo me excité y dije:<br />

-¡Aziru, bandido y ladrón <strong>de</strong> ganado y verdugo <strong>de</strong> inocentes! ¿Ignoras<br />

acaso que en todo el Bajo Egipto se forjan puntas <strong>de</strong> lanza y que los<br />

carros <strong>de</strong> guerra <strong>de</strong> Horemheb son más numerosos que los piojos en tu<br />

campo y que estos piojos te mor<strong>de</strong>rán cruelmente cuando llegue el<br />

momento oportuno? Este Horemheb que conoces ha escupido a mis pies<br />

cuando le he hablado <strong>de</strong> paz, pero a causa <strong>de</strong> su dios el faraón <strong>de</strong>sea la<br />

paz y no quiere verter sangre. Por esto te ofrezco una última<br />

oportunidad, Aziru. Ghaza seguirá siendo <strong>de</strong> Egipto y tú podrás dominar<br />

por tu mano a los bandoleros <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto, porque Egipto no es<br />

responsable <strong>de</strong> sus actos, puesto que son fugitivos sirios arrojados <strong>de</strong> su<br />

país por tu crueldad. Deberías también liberar a todos los prisioneros<br />

egipcios y compensar los perjuicios sufridos por los comerciantes<br />

egipcios en las villas <strong>de</strong> Siria y restituirles sus bienes.<br />

Pero Aziru rasgó sus vestiduras y se arrancó pelos <strong>de</strong> la barba y gritó:<br />

-¿Te ha mordido acaso un perro rabioso, Sinuhé, para proferir tales<br />

insensateces? Ghaza pertenece a Siria y los merca<strong>de</strong>res egipcios podrán


esarcirse ellos mismos <strong>de</strong> sus pérdidas, y los prisioneros serán vendidos<br />

como esclavos según la respetable costumbre, lo cual no impi<strong>de</strong> al faraón<br />

comprarlos, si tiene oro suficiente para ello.<br />

Y yo le dije:<br />

-Si obtienes la paz podrás elevarlas murallas <strong>de</strong> tus villas y fortificar<br />

las ciuda<strong>de</strong>s, <strong>de</strong> manera que no tendrás nada que temer <strong>de</strong> los hititas y<br />

Egipto te sostendrá. En verdad los comerciantes <strong>de</strong> tus ciuda<strong>de</strong>s se<br />

enriquecerán en tus negocios con Egipto sin pagar impuestos, y los<br />

hititas no podrán entorpecer el comercio, ya que no poseen navíos <strong>de</strong><br />

guerra. Todas las ventajas serán para ti, Aziru, si haces la paz, porque las<br />

condiciones <strong>de</strong>l faraón son razonables y no puedo rebajarte nada.<br />

Día tras día discutimos y regateamos así, y muchas veces Aziru<br />

<strong>de</strong>sgarró sus vestiduras y <strong>de</strong>rramó cenizas sobre su cabeza, tratándome<br />

<strong>de</strong> ladrón <strong>de</strong>scarado y lamentándose sobre la suerte <strong>de</strong> su hijo, que iba<br />

seguramente a morir <strong>de</strong> miseria arruinado por Egipto. Una vez salí <strong>de</strong> la<br />

tienda y pedí una litera para irme a Ghaza, pero Aziru me llamó. Creo<br />

que, como buen sirio, gozaba con todos estos regateos, en la creencia <strong>de</strong><br />

que engañaba y estafaba. No se daba cuenta <strong>de</strong> que el faraón me había<br />

encargado comprar la paz a todo precio.<br />

Pero yo conservaba mi sangre fría y pu<strong>de</strong> <strong>de</strong> esta manera salvaguardar<br />

los intereses <strong>de</strong>l faraón, y el tiempo trabajaba por mí, porque la discordia<br />

nacía en el campo y cada día los hombres partían para regresar a sus<br />

villas y Aziru no podía retenerlos, porque su po<strong>de</strong>río no estaba todavía<br />

suficientemente consolidado. Para terminar me<br />

propuso la solución siguiente: las murallas <strong>de</strong> Ghaza serían arrasadas y<br />

él <strong>de</strong>signaría un rey a su elección que sería asistido <strong>de</strong> un consejo <strong>de</strong>l<br />

faraón, y los barcos sirios y egipcios podrían entrar libremente en el<br />

puerto y comerciar sin pagar <strong>de</strong>rechos. Pero yo no pu<strong>de</strong> consentir,<br />

porque Ghaza, sin murallas, no tenía ningún valor para Egipto.<br />

Al ver que rechazaba esta proposición se enojó y me arrojó <strong>de</strong> la<br />

tienda lanzándome a la cabeza mis tablillas, pero no me permitió<br />

abandonar el campo. Yo comencé a curar a los heridos y los enfermos y a<br />

comprar los esclavos egipcios. Compré también algunas mujeres, pero a<br />

otras les di una poción para hacerlas morir, porque <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las<br />

violencias <strong>de</strong> los hititas la muerte era para ellas una liberación. Así<br />

pasaban los días y sólo podía ganar porque Aziru iba perdiendo terreno,<br />

maldiciendo mi intransigencia y arrancándose la barba.<br />

Una noche, dos hombres trataron <strong>de</strong> asesinar a Aziru en su tienda,<br />

pero él mató a uno <strong>de</strong> sus agresores y su hijo hirió a otro por la espalda.<br />

Al día siguiente me convocó y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberme insultado<br />

copiosamente, consintió en hacer la paz y en nombre <strong>de</strong>l faraón firmé<br />

una paz con él y con todas las villas <strong>de</strong> Siria, y Ghaza siguió siendo<br />

egipcia, y Aziru tenía que <strong>de</strong>struir todos los cuerpos francos y el faraón se


eservaba el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> comprar todos los prisioneros. Estas condiciones<br />

fueron consignadas en unas tablillas <strong>de</strong> arcilla como un tratado <strong>de</strong> paz<br />

perpetuo entre Siria y Egipto y fue puesto bajo la protección <strong>de</strong> todos los<br />

dioses <strong>de</strong> Egipto y todos los <strong>de</strong> Siria, sin olvidar a Atón. Aziru lanzó<br />

terribles maldiciones al imprimir su sello en la arcilla, y yo también lloré<br />

amargamente y me <strong>de</strong>sgarré las vestiduras al imprimir el sello egipcio,<br />

pero en el fondo estábamos muy contentos los dos. Aziru me colmó <strong>de</strong><br />

regalos y yo le prometí enviar ricos presentes para él, su mujer y su hijo,<br />

en el primer navío que llegase al puerto <strong>de</strong> Ghaza <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la paz.<br />

Nos separamos en perfecto acuerdo y Aziru me besó llamándome su<br />

amigo, y antes <strong>de</strong>partir levanté a su hijo en brazos para <strong>de</strong>positar un<br />

beso en sus mejillas redondas. Pero tanto Aziru como yo sabíamos que el<br />

tratado firmado para durar eternamente no valía siquiera la arcilla en<br />

que estaba escrito. Aziru había firmado la paz porque estaba obligado a<br />

ello, y Egipto porque el faraón lo quería. En resumen, todo <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong><br />

lo que harían los hititas a partir <strong>de</strong> Mitanni, así como <strong>de</strong> la resolución <strong>de</strong><br />

los cretenses, que protegían el comercio marítimo.<br />

Aziru quería licenciar sus tropas y me dio una escolta para ir a Ghaza<br />

y dar or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> cesar el asedio <strong>de</strong> la plaza. Pero antes <strong>de</strong> entrar en Ghaza<br />

corrí un gran peligro, pues mientras nos aproximábamos a la ciudad<br />

blandiendo ramas <strong>de</strong> palmera, la guarnición egipcia nos recibió<br />

disparando flechas y venablos, <strong>de</strong> manera que creí llegada mi última<br />

hora. Me oculté tras un escudo, al pie <strong>de</strong> las murallas, nos arrojaron pez<br />

hirviendo que me causó quemaduras en las manos y las rodillas. Los<br />

hombres <strong>de</strong> Aziru se reían con el espectáculo a pesar <strong>de</strong> mis gritos<br />

lamentables, <strong>de</strong>spués tocaron la trompeta y finalmente los egipcios<br />

aceptaron acogerme en la ciudad. Pero no quisieron abrir las puertas,<br />

bajaron un cesto y tuve que acomodarme allí y así me izaron por las<br />

murallas con mis tablillas y mis ramas <strong>de</strong> palmera.<br />

Protesté enérgicamente ante el comandante <strong>de</strong> la plaza, pero era un<br />

hombre violento y obstinado y me dijo que había sufrido tantas<br />

traiciones por parte <strong>de</strong> los sirios, que no abría las puertas <strong>de</strong> la plaza sin<br />

or<strong>de</strong>n expresa <strong>de</strong> Horemheb. Ni siquiera quiso creerme cuando le dije<br />

que la paz estaba firmada y hubo visto las tablillas. Era un hombre<br />

sencillo y <strong>de</strong> cortas i<strong>de</strong>as y seguramente a estas cualida<strong>de</strong>s era <strong>de</strong>bida la<br />

heroica resistencia <strong>de</strong> Ghaza.<br />

Un barco me llevó hacia Egipto y para mayor seguridad hice izar en el<br />

mástil la insignia <strong>de</strong>l faraón y todas las insignias <strong>de</strong> paz, <strong>de</strong> manera que<br />

los marinos me <strong>de</strong>spreciaron y dijeron que el navío estaba pintado y<br />

lleno <strong>de</strong> afeites como una prostituta. Pero una vez en el río, la gente<br />

acudía a la ribera con hojas <strong>de</strong> palmera y me alabaron porque les llevaba<br />

la paz, <strong>de</strong> manera que los marinos acabaron respetándome también y<br />

olvidaron que en Ghaza me habían izado en una cesta.


Llegado a Menfis, fui recibido por Horemheb, que elogió mi habilidad,<br />

cosa que era contraria a sus costumbres con respecto a mí. Lo comprendí<br />

al enterarme <strong>de</strong> que los navíos cretenses habían recibido or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> ganar<br />

su isla, <strong>de</strong> manera que si la guerra hubiese continuado, Ghaza no hubiera<br />

tardado en caer en manos <strong>de</strong> los sirios, porque, sin comunicación<br />

marítima, la villa estaba perdida. Por esto Horemheb se dio prisa en<br />

enviar numerosos navíos cargados <strong>de</strong> tropas, víveres y armas.<br />

Durante mi estancia en Menfis llegó un embajador <strong>de</strong> Burraburiash, y<br />

yo lo tomé a bordo <strong>de</strong> la barca real para llevarlo a Tebas, y este viaje nos<br />

fue muy agradable, porque era un respetable anciano <strong>de</strong> barba blanca<br />

que le caía sobre el pecho y su saber era gran<strong>de</strong>. Hablamos <strong>de</strong> las<br />

estrellas y <strong>de</strong>l hígado <strong>de</strong>l cor<strong>de</strong>ro, y los temas <strong>de</strong> conversación no nos<br />

faltaron nunca.<br />

Pero observé que temía muchísimo el creciente po<strong>de</strong>río <strong>de</strong> los hititas.<br />

Me dijo, sin embargo, que los sacerdotes <strong>de</strong> Marduk habían predicho que<br />

el po<strong>de</strong>río <strong>de</strong> los hititas duraría un siglo, pero que <strong>de</strong>l Oeste vendría un<br />

pueblo bárbaro y blanco que barrería al pueblo hitita. La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que esto<br />

ocurriría <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un centenar <strong>de</strong> años no me tranquilizaba en absoluto<br />

y me pregunté también cómo podía un pueblo venir por el Oeste cuando<br />

por allí no había más que las islas <strong>de</strong>l mar. Pero <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> haberlo, puesto<br />

que las estrellas lo habían predicho porque había visto tantas maravillas<br />

en Babilonia que tenía más fe en las estrellas que en mi inteligencia.<br />

Tenía el vino más <strong>de</strong>licioso para alegrarnos el corazón y me aseguró<br />

que todas las señales indicaban que el año <strong>de</strong>l mundo tocaba a su fin. De<br />

esta forma él y yo sabíamos que estábamos viviendo en el crepúsculo <strong>de</strong>l<br />

mundo y la noche estaba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros; se producirían terribles<br />

catástrofes y pueblos enteros serían borrados <strong>de</strong> la superficie <strong>de</strong> la tierra,<br />

como el <strong>de</strong> Mitanni, y los antiguos dioses perecerían, pero nacerían otros<br />

nuevos y un nuevo milenio comenzaría.<br />

Me interrogó sobre Atón, moviendo la cabeza y acariciándose la barba<br />

mientras me escuchaba. Declaró que no había visto jamás un dios<br />

parecido sobre la tierra y que por esta razón la aparición <strong>de</strong> Alón podía<br />

muy bien marcar el fin <strong>de</strong>l año <strong>de</strong>l mundo, porque jamás hasta entonces<br />

había oído exponer una doctrina tan peligrosa.<br />

Durante mi ausencia los dolores <strong>de</strong> cabeza <strong>de</strong>l faraón se habían<br />

agudizado y la inquietud le <strong>de</strong>voraba el corazón, porque veía que todas<br />

sus empresas fracasaban y su cuerpo, inflamado por los sueños y las<br />

3


visiones, a<strong>de</strong>lgazaba y se mustiaba. Para calmarlo, el sacerdote Ai había<br />

<strong>de</strong>cidido organizar una fiesta treintenaria <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las cosechas, en el<br />

momento <strong>de</strong> la crecida <strong>de</strong>l río. Pero importa que el faraón no hubiese<br />

reinado más que trece años, porque la costumbre permitía al faraón<br />

celebrar el treintenario cuando le parecía bien.<br />

Todos los presagios eran favorables, porque la cosecha había sido<br />

satisfactoria, pese a que el trigo siguiese manchado, y los pobres tenían<br />

su medida. Yo regresaba con la paz y todos los comerciantes celebraron<br />

la reanudación <strong>de</strong>l comercio con Siria. Pero lo más importante para el<br />

porvenir era que el embajador <strong>de</strong> Babilonia traía como esposa <strong>de</strong>l faraón<br />

a una <strong>de</strong> las numerosas hermanastras <strong>de</strong>l rey Burraburiash y le pedía<br />

una hija al faraón como esposa <strong>de</strong> su rey. Esto representaba que<br />

Babilonia buscaba una doble alianza con Egipto por miedo a los hititas.<br />

Muchos fueron los que pensaron que la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> enviar una hija <strong>de</strong>l<br />

faraón al gineceo <strong>de</strong> Babilonia era una injuria para Egipto, porque la<br />

sangre sagrada <strong>de</strong>l faraón no <strong>de</strong>be mezclarse con la sangre extranjera.<br />

Pero Akhenatón no vio en ello nada injurioso. Cierto es que <strong>de</strong>ploró la<br />

suerte <strong>de</strong> su hijita en la Corte lejana y se acordó <strong>de</strong> las pequeñas<br />

princesas <strong>de</strong> Mitanni que habían muerto en Tebas, pero la amistad con<br />

Burraburiash le era tan preciosa que accedió a su <strong>de</strong>manda. Pero como la<br />

chiquilla no tenía dos años prometió casarla por po<strong>de</strong>res y la princesa no<br />

saldría hacia Babilonia hasta haber alcanzado la edad núbil.<br />

El embajador aceptó con verda<strong>de</strong>ro entusiasmo esta proposición.<br />

Rejuvenecido por todas estas buenas noticias el faraón olvidó sus dolores<br />

<strong>de</strong> cabeza y festejó dignamente el treintenario en la Ciudad <strong>de</strong>l<br />

Horizonte. Ai había organizado el festejo con esplendor. Del país <strong>de</strong><br />

Kush llegaron mensajeros con asnos rayados y jirafas que montaban<br />

unos monos pequeños sosteniendo loros. Los esclavos entregaron al<br />

faraón marfil y arena <strong>de</strong> oro, plumas <strong>de</strong> avestruz y cofrecitos <strong>de</strong> ébano, y<br />

nada faltaba <strong>de</strong> todo lo que el país <strong>de</strong> Kush pue<strong>de</strong> ofrecer a Egipto como<br />

tributo. Pero eran pocos los que sabían que Ai había tomado todos estos<br />

regalos <strong>de</strong>l tesoro <strong>de</strong>l faraón y que las cestas trenzadas en las cuales se<br />

transportaba el oro estaban vacías. El faraón no supo nada <strong>de</strong> todo esto<br />

y, alabando la fi<strong>de</strong>lidad <strong>de</strong>l pueblo <strong>de</strong> Kush, se alegró al ver tantos ricos<br />

presentes. Le llevaron también los regalos <strong>de</strong>l embajador <strong>de</strong> Creta, y el<br />

rey <strong>de</strong> Babilonia le entregó unas copas maravillosas y jarras <strong>de</strong> aceite <strong>de</strong>l<br />

más fino, y Aziru había enviado regalos también, porque le habían<br />

prometido otros a cambio si consentía en hacerlo y porque su embajador<br />

tendría <strong>de</strong> esta forma la ocasión <strong>de</strong> hacer espionaje en Egipto y son<strong>de</strong>ar<br />

las disposiciones <strong>de</strong>l faraón.<br />

Después <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sfiles y las ceremonias, Akhenatón condujo a su hija<br />

que no tenía todavía dos años, al templo <strong>de</strong> Atón, y la colocó al lado <strong>de</strong>l<br />

embajador <strong>de</strong> Babilonia y los sacerdotes rompieron una jarra entre ellos


como era la costumbre. Fue un momento solemne, porque aquel acto<br />

consolidaba la amistad y la alianza entre Egipto y Babilonia y disipaba<br />

muchas sombras en el camino <strong>de</strong>l porvenir. Los rostros <strong>de</strong>sconcertados<br />

<strong>de</strong>l embajador <strong>de</strong> Aziru y <strong>de</strong>l <strong>de</strong>legado <strong>de</strong> los khatti hubieran bastado<br />

para disipar nuestros temores y reforzar nuestro júbilo.<br />

El embajador <strong>de</strong> Babilonia se inclinó profundamente <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la<br />

princesa que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel instante, era la esposa <strong>de</strong> su dueño. La<br />

chiquilla se portó muy bien durante la ceremonia, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la cual se<br />

agachó para coger los trozos <strong>de</strong> jarra rota. Y todos vieron en su a<strong>de</strong>mán<br />

un feliz presagio.<br />

Después <strong>de</strong> esta ceremonia, el faraón estaba tan excitado que no podía<br />

permanecer en cama y se levantó para pasearse, levantando los brazos al<br />

cielo como si tuviese el po<strong>de</strong>río <strong>de</strong> liberar al mundo <strong>de</strong>l miedo y las<br />

tinieblas. En vano le di calmantes y soporíferos; no consiguió dormirse<br />

y me habló <strong>de</strong> esta forma:<br />

-Sinuhé, Sinuhé, ésta es la jornada más feliz <strong>de</strong> mi vida y mi fuerza me<br />

hace temblar. Mira, Atón crea millones <strong>de</strong> seres producto <strong>de</strong> sí mismo,<br />

<strong>de</strong> su propia fuerza, ciuda<strong>de</strong>s, pueblos, campos, caminos y el río. Atón,<br />

todas las miradas te ven cuando brillas como un sol sobre la tierra. Pero<br />

cuando has <strong>de</strong>saparecido, cuando los hombres cierran los ojos en los<br />

rostros que has creado, cuando duermen profundamente sin verte,<br />

entonces brillas con todos tus rayos en mi corazón.<br />

Se sumergió en la claridad <strong>de</strong> sus visiones, que le abrasaban el cuerpo,<br />

<strong>de</strong> manera que su corazón latía en su pecho hasta romperse. Y <strong>de</strong>spués<br />

lloró <strong>de</strong> éxtasis y levantó los brazos y cantó con fervor:<br />

No hay nadie que te conozca verda<strong>de</strong>ramente;<br />

sólo tu hijo, el faraón Akhenaton, te conoce,<br />

y brillas eternamente en su corazón,<br />

día y noche, noche y día;<br />

sólo a él le revelas tus intenciones y tu fuerza;<br />

el mundo entero reposa en tus manos<br />

tal como Tú lo has creado;<br />

cuando te levantas, el hombre renace a la vida;<br />

cuando ocultas tu luz, muere.<br />

Tú mi<strong>de</strong>s su vida,<br />

sólo en ti vive el hombre.<br />

Su excitación era tal que lo habría seguramente escuchado y la magia<br />

<strong>de</strong> su corazón hubiera cautivado mi espíritu si no hubiese sido su médico<br />

y, como tal, responsable <strong>de</strong> su salud. Por esto traté <strong>de</strong> calmarlo y la<br />

noche transcurrió así, y las estrellas se movían lentamente en el<br />

firmamento, mientras yo velaba sobre el faraón.


Súbitamente, un perrito se puso a ladrar en la lejanía y sus ladridos<br />

atravesaron las murallas, y <strong>de</strong>spués el perro aulló a la muerte como un<br />

chacal. Estos aullidos sacaron al faraón <strong>de</strong> su éxtasis y volvió<br />

rápidamente en sí; levantándose echó a correr a través <strong>de</strong>l palacio<br />

mientras yo lo seguía con una lámpara, hasta que llegamos a la<br />

habitación <strong>de</strong> la princesita Meketatón. Toda la servidumbre dormía<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la fiesta y sólo el perrito había velado al lado <strong>de</strong> la princesita<br />

enferma, que había comenzado a toser, y su cuerpo agotado no había<br />

podido resistir el esfuerzo y la sangre manaba <strong>de</strong> sus tiernos labios<br />

pálidos, mientras el perro le lamía el rostro y las manos en su impotente<br />

ternura. Después había aullado a la muerte, porque los perros sienten la<br />

muerte antes que los hombres. Así fue como la princesita murió antes <strong>de</strong>l<br />

alba en brazos <strong>de</strong> su padre y toda mi ciencia fue impotente. Era la<br />

segunda <strong>de</strong> las hijas y tenía sólo diez años.<br />

El faraón no podía conciliar el sueño y andaba errante por las<br />

habitaciones <strong>de</strong>l palacio y salía solo al jardín, <strong>de</strong>spidiendo a los guardias.<br />

Una mañana, mientras se paseaba cerca <strong>de</strong>l lago sagrado, dos hombres<br />

trataron <strong>de</strong> asesinarlo, pero un discípulo <strong>de</strong> Thotmés, que dibujaba<br />

ána<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l natural, porque Thotmés quería que sus discípulos<br />

aprendiesen a dibujar según lo que veían con sus ojos y no según los<br />

mo<strong>de</strong>los, se echó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l faraón y pidió socorro. El faraón salió con<br />

una herida en el hombro, pero el dibujante fue muerto ante sus ojos y su<br />

sangre se <strong>de</strong>rramó sobre las manos <strong>de</strong>l faraón. Así la muerte perseguía al<br />

faraón.<br />

Me llamaron para hacer la cura al faraón, cuya herida no era grave, y<br />

vi a los asesinos. Uno <strong>de</strong> ellos iba afeitado y tenía el rostro reluciente <strong>de</strong><br />

aceite; el otro llevaba las orejas cortadas por algún <strong>de</strong>lito cometido.<br />

Atados y golpeados, seguían invocando a Amón, pese a que la sangre les<br />

saliese por la boca. Los sacerdotes <strong>de</strong> Amón los habían seguramente<br />

embrujado para hacer que fueran insensibles al dolor.<br />

Era un crimen inaudito, porque jamás hasta entonces nadie había<br />

osado levantar la mano sobre un faraón. Es posible, sin embargo, que<br />

antaño los faraones hubiesen perecido en su palacio <strong>de</strong> muerte violenta,<br />

sin que <strong>de</strong>jase<br />

rastro, ya por el veneno, ya estrangulados por una <strong>de</strong>lgada cuer<strong>de</strong>cilla, o<br />

bien ahogados bajo una alfombra. Y algunas veces se había trepanado<br />

también a algún faraón contra su voluntad, según había oído referir en<br />

palacio; pero públicamente nadie había atentado contra el faraón.<br />

Los dos prisioneros fueron interrogados en presencia <strong>de</strong>l faraón, pero<br />

se negaron a <strong>de</strong>cir quién los había enviado. A pesar <strong>de</strong> los golpes <strong>de</strong> los<br />

guardias, se limitaban a invocar el nombre <strong>de</strong> Amón y a mal<strong>de</strong>cir al falso<br />

faraón. Exasperado <strong>de</strong> oírles pronunciar el nombre maldito <strong>de</strong>l dios,<br />

Akhenatón los hizo torturar, y pronto los dos hombres tuvieron el rostro


cubierto <strong>de</strong> sangre y los dientes les cayeron <strong>de</strong> la boca, pero no cesaban<br />

<strong>de</strong> clamar en nombre <strong>de</strong> Amón y gritaban:<br />

-¡Haznos torturar, falso faraón! ¡Haznos arrancar los miembros y<br />

lacerar nuestra carne, haznos quemar nuestra piel, porque no sentimos<br />

el dolor!<br />

Su endurecimiento era tal que el faraón se apartó <strong>de</strong> ellos y recobró la<br />

calma. Se avergonzó <strong>de</strong> haber permitido a los guardias que maltratasen a<br />

aquellos hombres y por esto dijo:<br />

-Soltadlos, porque no saben lo que hacen.<br />

Pero, una vez libres <strong>de</strong> sus ligaduras, comenzaron <strong>de</strong> nuevo sus<br />

maldiciones y la espuma les salía <strong>de</strong> la boca y juntos gritaban:<br />

-¡Danos la muerte, faraón maldito! Por Amón, danos la muerte, para<br />

que obtengamos la vida eterna.<br />

Viendo que iban a ponerlos en libertad sin castigarlos, se soltaron<br />

bruscamente y se arrojaron contra el muro <strong>de</strong>l patio, don<strong>de</strong> se partieron<br />

el cráneo. Tal era el po<strong>de</strong>r secreto <strong>de</strong> Amón en el corazón <strong>de</strong> los<br />

hombres.<br />

Des<strong>de</strong> entonces todo el mundo supo en el palacio que la vida <strong>de</strong>l<br />

faraón no estaba segura. Por esto sus fieles reforzaron los puestos <strong>de</strong><br />

guardia y no lo perdieron nunca <strong>de</strong> vista, incluso cuando quería pasearse<br />

solo por el parque a causa <strong>de</strong> su dolor. El atentado tuvo, a<strong>de</strong>más, como<br />

consecuencia, aumentar el fanatismo, tanto en los partidarios <strong>de</strong> Atón<br />

como en los <strong>de</strong> Amón.<br />

En Tebas, don<strong>de</strong> se celebraron también festejos para conmemorar el<br />

treintenario, el pueblo no <strong>de</strong>mostró ningún entusiasmo al ver <strong>de</strong>sfilar el<br />

cortejo con las panteras en jaulas y las jirafas, los monos pequeños y los<br />

loros <strong>de</strong> brillante plumaje. Por la calle estallaron alborotos, se<br />

arrancaron las cruces <strong>de</strong> Atón a los transeúntes y dos sacerdotes <strong>de</strong> Atón<br />

que se habían extraviado entre la muchedumbre fueron muertos.<br />

Pero lo peor fue que los embajadores extranjeros pudieron darse<br />

cuenta <strong>de</strong> todo y se enteraron <strong>de</strong>l atentado efectuado contra el faraón.<br />

Por esto creo que el emisario <strong>de</strong> Aziru tuvo bastantes cosas interesantes<br />

que referir a su señor, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> entregarle los regalos que el faraón le<br />

mandaba. Por mi parte, entregué al embajador los regalos prometidos a<br />

Aziru. A su hijo le mandé todo un pequeño ejército <strong>de</strong> lanceros y<br />

arqueros <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra pintada, caballos y carros, la mitad pintados <strong>de</strong><br />

hititas y la mitad <strong>de</strong> sirios, esperando que los haría luchar unos con otros<br />

para divertirse. Estos juguetes estaban hábilmente esculpidos por los<br />

mejores artesanos <strong>de</strong> Amón, que no tenían trabajo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que los ricos no<br />

encargaban ya servidores ni barcas para sus tumbas. Este regalo me<br />

costó más caro que el que le hice a Aziru.<br />

Fue aquel un tiempo <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s sufrimientos para el faraón, que se<br />

sentía asediado por la duda y <strong>de</strong>ploraba que sus visiones hubiesen


cesado, pero acabó persuadiéndose <strong>de</strong> que el atentado era para él un<br />

signo <strong>de</strong> tener que redoblar sus esfuerzos para disipar las tinieblas que<br />

reinaban todavía sobre Egipto. Y se <strong>de</strong>slizó paulatinamente hasta<br />

saborear el amargo pan <strong>de</strong> la venganza y el agua salada <strong>de</strong>l odio, pero<br />

este pan no calmó su hambre ni esta agua apagó su sed, porque sólo por<br />

pura bondad y amor imaginaba obrar al dar or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> intensificar las<br />

persecuciones contra los sacerdotes <strong>de</strong> Amón, y mandar a las minas a<br />

cuantos pronunciasen su nombre maldito. Fueron, naturalmente, los<br />

pobres y los simples <strong>de</strong> espíritu los que más tuvieron que sufrir, porque<br />

el po<strong>de</strong>r oculto <strong>de</strong> los sacerdotes <strong>de</strong> Amón se conservaba intacto y los<br />

guardias no se atrevían a atacarlos. Por esto la cólera y el odio rugieron<br />

en breve por todo Egipto.<br />

Para consolidar su po<strong>de</strong>r, en vista <strong>de</strong> que no tenía hijos, el faraón casó<br />

a dos <strong>de</strong> sus hijas con nobles <strong>de</strong> la Corte. Meriatón rompió una jarra con<br />

un muchacho llamado Smenkhkaré, que era copero <strong>de</strong>l palacio real, y<br />

que creía en Atón con un fervor ciego. Soñaba con los ojos abiertos, y era<br />

predilecto <strong>de</strong> Akhenatón, que le ciñó la corona y lo <strong>de</strong>signó como<br />

sucesor.<br />

Anksenaton rompió una jarra con un muchacho <strong>de</strong> diez años llamado<br />

Tut, que fue nombrado guardián <strong>de</strong> las caballerizas reales y vigilante <strong>de</strong><br />

los edificios y canteras <strong>de</strong>l rey. Era un muchacho raquítico y enfermizo<br />

que jugaba con muñecas, le gustaban los dulces y era sumiso y obediente<br />

en todo. Era imposible <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> él ni mal ni bien. Al dar así sus hijas a<br />

nobles egipcios, el faraón esperaba atraer hacia sí a sus po<strong>de</strong>rosas<br />

familias y ganarlas para la causa <strong>de</strong> Atón. Le gustaban aquellos<br />

muchachos, porque no tenían voluntad propia y el faraón no soportaba<br />

ya la contradicción ni escuchaba a sus consejeros.<br />

Así todo parecía seguir sin cambio alguno, pero la muerte <strong>de</strong> la<br />

princesa y <strong>de</strong> su perro y el atentado frustrado eran funestos presagios, y<br />

lo peor <strong>de</strong> todo era que el faraón cerraba sus oídos a todas las voces<br />

terrestres para no escuchar más que la suya propia. Por esto la vida en la<br />

Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte llegó a ser exasperante, el ruido cesó en la calle y la<br />

gente no se atrevía a reír y hablaba menos y en voz baja, como si un<br />

peligro amenazase la ciudad. Algunas veces la ciudad parecía<br />

verda<strong>de</strong>ramente muerta, tan profundo era el silencio, porque no se oía<br />

más que el ruido <strong>de</strong>l agua <strong>de</strong> mi clepsidra, que medía el tiempo y parecía<br />

indicar que el fin se aproximaba. Pero bruscamente pasaba un carro por<br />

la calle tirado por caballos con plumas pintadas sobre sus cabezas, y el<br />

ruido <strong>de</strong> las ruedas se mezclaba a las voces <strong>de</strong> la cocinera que<br />

<strong>de</strong>splumaba una gallina en el patio. Y entonces me parecía salir <strong>de</strong> una<br />

<strong>de</strong>sagradable pesadilla.<br />

Y, sin embargo, durante ciertos momentos <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z me <strong>de</strong>cía que la<br />

Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte no era sino una soberbia cáscara cuya almendra


había sido roída por los gusanos. El gusano <strong>de</strong>l tiempo <strong>de</strong>struía la<br />

médula <strong>de</strong> toda vida alegre y el júbilo se apagaba y la risa se moría en la<br />

ciudad. Por esto comenzaba a echar <strong>de</strong> menos a Tebas don<strong>de</strong>, por otra<br />

parte, asuntos importantes me llamaban. A<strong>de</strong>más, eran ya muchos los<br />

que abandonaban la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte, unos para ir a vigilar sus<br />

dominios y otros para casar a algún pariente. Algunos regresaban, pero<br />

muchos no temían ya per<strong>de</strong>r el favor <strong>de</strong>l faraón por una ausencia<br />

prolongada y pensaban en reconciliarse con la temible potencia <strong>de</strong><br />

Amón. Yo pedí a Kaptah que me mandase numerosos escritos <strong>de</strong><br />

negocios y me reclamase a Tebas, y así el faraón no se opuso a mi<br />

partida.<br />

Una vez a bordo y en ruta hacia Tebas, mi corazón se sentía como<br />

liberado <strong>de</strong> un embrujamiento, y era la primavera, y las golondrinas<br />

hendían el aire y la crecida había bajado ya. El fango fértil había cubierto<br />

los campos; los árboles estaban en flor y yo impaciente por llegar, como<br />

el prometido a quien espera su prometida. Así el hombre es esclavo <strong>de</strong> su<br />

corazón y cierra los ojos a lo que le <strong>de</strong>sagrada y cree en lo que espera.<br />

Liberado <strong>de</strong> la magia y <strong>de</strong>l miedo subrepticio <strong>de</strong> la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte,<br />

mi corazón se alegraba como un pájaro escapado <strong>de</strong> la jaula, porque es<br />

muy duro para un hombre vivir ligado a la voluntad <strong>de</strong> otro; y todos los<br />

habitantes <strong>de</strong> la ciudad estaban sometidos a la tiranía ardiente <strong>de</strong>l faraón<br />

y a sus coléricos caprichos. Para mí no era más que un hombre, porque<br />

yo era su médico, y por esto mi esclavitud era más que la <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más,<br />

para<br />

quienes era un dios.<br />

Me regocijaba po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> nuevo ver con mis propios ojos, oír con mis<br />

propios oídos y hablar con mi propia lengua, y, en una palabra, vivir a mi<br />

antojo. Y esta libertad no es perjudicial para el hombre, porque le<br />

permite ver más claramente en él. Así, remontando el río, me hice una<br />

imagen más exacta <strong>de</strong>l faraón y, a medida que me alejaba <strong>de</strong> él, me daba<br />

cuenta mejor <strong>de</strong> su gran<strong>de</strong>za y lo quería más profundamente en mi<br />

corazón.<br />

Recordé cómo Amón dominaba a los hombres por el miedo y les<br />

prohibía preguntar: «¿Por qué?» Recordaba también el dios muerto <strong>de</strong><br />

Creta y cómo flotaba sobre el agua corrompida y cuyas víctimas estaban<br />

entrenadas para bailar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los toros a fin <strong>de</strong> divertir al monstruo<br />

marino. Todos estos recuerdos aumentaban mi odio hacia los viejos<br />

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dioses, y la luz y la claridad <strong>de</strong> Atón tomaba un resplandor <strong>de</strong>slumbrante<br />

ante todo el pasado, porque Atón liberaba a los hombres <strong>de</strong>l miedo, y<br />

estaba en mí y fuera <strong>de</strong> mí, y más allá <strong>de</strong> todo saber, porque era un dios<br />

vivo, y, como la Naturaleza, vivía en mí y fuera <strong>de</strong> mí, y, como los rayos<br />

<strong>de</strong>l sol, calentaba la tierra que se cubría <strong>de</strong> flores. Pero en la vecindad <strong>de</strong><br />

Akhenatón este dios era impuesto a la gente, lo cual lo hacía<br />

<strong>de</strong>sagradable, y eran muy numerosos los que sólo lo servían por miedo y<br />

a la fuerza.<br />

Esto es lo que comprendí al remontar el río bajo un cielo azul y a<br />

través <strong>de</strong> paisajes floridos. Nada aclara tanto el espíritu como una larga<br />

travesía sin una ocupación precisa. Me di cuenta <strong>de</strong> que mi estancia en la<br />

Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte me había aletargado en la molicie y las<br />

comodida<strong>de</strong>s y que mi viaje a Siria me había vuelto jactancioso y lleno <strong>de</strong><br />

vanida<strong>de</strong>s, porque creía haber aprendido en él cómo se gobiernan los<br />

reinos y se dirigen los pueblos. Y la compañía <strong>de</strong>l embajador <strong>de</strong><br />

Babilonia me había saturado <strong>de</strong> cordura terrenal y ahora las escamas<br />

caían <strong>de</strong> mis ojos y vi que toda la cordura <strong>de</strong> Babilonia no era más que<br />

terrenal y sólo tendía a fines terrenales.<br />

Por esto acabé humillándome e inclinándome <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la divinidad<br />

que vivía en mí y en cada ser humano a la que el faraón Akhenatón<br />

llamaba Atón y proclamaba dios único. Reconocía que había tantos<br />

dioses como seres humanos en el mundo y que la mayoría <strong>de</strong> ellos<br />

caminaban <strong>de</strong>l nacimiento a la tumba sin haber conocido jamás el dios<br />

que llevaban en el corazón. Y este dios no era sólo saber ni comprensión;<br />

era una cosa más gran<strong>de</strong> todavía.<br />

Para ser franco y vivir en la verdad tengo que confesar que estas i<strong>de</strong>as<br />

me incitaban a mostrarme bueno, mejor incluso que el faraón<br />

Akhenatón, porque no pretendía imponerlas al prójimo y hacerle daño. Y<br />

ya en mi juventud había curado gratuitamente a los pobres.<br />

Durante el viaje pu<strong>de</strong> observar por todas partes los rastros <strong>de</strong>l nuevo<br />

dios. Pese a que estuviésemos en época <strong>de</strong> siembra, la mayoría <strong>de</strong> los<br />

campos estaban incultos, las malas hierbas y las ortigas invadían el suelo<br />

y los fosos y los canales <strong>de</strong> irrigación no estaban <strong>de</strong>sobstruidos. Y era que<br />

Amón había lanzado maldiciones terribles contra los colonos <strong>de</strong> sus<br />

antiguas tierras, <strong>de</strong> manera que los esclavos huían a las ciuda<strong>de</strong>s para<br />

escapar <strong>de</strong> ellas. Algunos miserables agricultores habían permanecido en<br />

sus cabañas <strong>de</strong> tierra, temerosos y <strong>de</strong>scorazonados, y yo les pregunté por<br />

qué no sembraban, exponiéndose <strong>de</strong> esta manera a morir <strong>de</strong> hambre.<br />

Pero ellos me dirigieron miradas hostiles y dijeron, mirando mis<br />

ropas <strong>de</strong> hilo fino:<br />

-¿Para qué sembrar, ya que el trigo que crecerá en nuestros campos<br />

será maldito y manchado como el que ya ha hecho morir a nuestros<br />

hijos?


La Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte vivía tan lejos <strong>de</strong> la realidad que sólo aquí oí<br />

hablar <strong>de</strong>l trigo manchado <strong>de</strong> rojo que hacía morir a los chiquillos. Yo no<br />

había visto jamás semejante epi<strong>de</strong>mia, y los chiquillos tenían el vientre<br />

hinchado y morían gimiendo, y los médicos eran impotentes para<br />

curarlos, lo mismo que los hechiceros. Y yo me <strong>de</strong>cía que esta<br />

enfermedad no podía proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l trigo, sino que era causada por el<br />

agua <strong>de</strong> la crecida, como las <strong>de</strong>más enfermeda<strong>de</strong>s contagiosas <strong>de</strong>l<br />

invierno, pese a que sólo los chiquillos fuesen afectados. En cuanto a los<br />

adultos, no se atrevían a cultivar sus campos y preferían esperar la<br />

muerte. Pero yo no acusaba a Akhenatón, sino que atribuía la<br />

responsabilidad a Amón, que atemorizaba a los campesinos.<br />

En mi impaciencia por volver a Tebas di prisa a los remeros, que me<br />

mostraron sus manos llenas <strong>de</strong> callosida<strong>de</strong>s y ampollas. Yo les ofrecí oro<br />

y cerveza porque quería mostrarme bueno, pero les oí discutir entre ellos<br />

y <strong>de</strong>cían:<br />

-¿Por qué remar para este viajero gordo como un cerdo, puesto que<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> su dios todos somos iguales? Que reme él mismo y verá lo<br />

que significa y si sus manos se curarán con una moneda <strong>de</strong> oro y dos<br />

gotas <strong>de</strong> cerveza.<br />

Mis brazos sentían el hormigueo <strong>de</strong> levantar mi bastón, pero quería<br />

ser bueno porque nos acercábamos a Tebas.<br />

Por esto bajé hasta ellos y les dije:<br />

-Remeros, dadme un remo.<br />

Y maniobré el pesado remo y mis manos se llenaron <strong>de</strong> ampollas, que<br />

reventaron. Mi espalda estaba dolorida y todas mis articulaciones<br />

crujían; me parecía que mi espinazo iba a quebrarse y mi respiración<br />

<strong>de</strong>sgarraba mi pecho.<br />

Pero le dije a mi corazón: «¿Vas a abandonar el trabajo apenas<br />

emprendido para que los esclavos se mofen <strong>de</strong> ti? Bastante más soportan<br />

ellos cada día. Soporta hasta el final el sudor <strong>de</strong> tus manos<br />

ensangrentadas a fin <strong>de</strong> que sepas cómo es la vida <strong>de</strong> remero. Eres tú,<br />

Sinuhé, quien has reclamado una vez la copa llena. Por esto remé<br />

hasta caer <strong>de</strong>svanecido y me llevaron a mi lecho.<br />

Pero al día siguiente remé <strong>de</strong> nuevo con mis manos <strong>de</strong>strozadas y los<br />

remeros no se burlaron ya <strong>de</strong> mí, y me invitaron a renunciar diciendo:<br />

-Tú eres nuestro dueño y nosotros tus esclavos; no remes más, <strong>de</strong> lo<br />

contrario el suelo se convertirá en el techo y caminaremos con los pies al<br />

aire. Deja <strong>de</strong> remar, querido dueño Sinuhé, para no sucumbir porque el<br />

or<strong>de</strong>n es necesario en todo y cada hombre tiene el lugar que los dioses le<br />

han asignado y el banco <strong>de</strong> los remeros no está hecho para ti.<br />

Remé con ellos hasta Tebas y su comida fue la mía y cada día remaba<br />

mejor y mi flexibilidad aumentaba y gozaba <strong>de</strong> la vida al darme cuenta


<strong>de</strong> que no me quedaba sin aliento al remar. Pero mis servidores estaban<br />

inquietos por mí y entre ellos <strong>de</strong>cían:<br />

-Un escorpión ha mordido seguramente a nuestro dueño o se ha<br />

vuelto loco como se vuelve uno en la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte, porque la<br />

locura es contagiosa. Pero no tenemos miedo <strong>de</strong> él, porque llevamos un<br />

cuerno <strong>de</strong> Amón oculto en nuestro mandil.<br />

Pero yo no estaba loco, porque no tenía ninguna intención <strong>de</strong> remar<br />

más allá <strong>de</strong> Tebas.<br />

Así fue como llegamos a Tebas y <strong>de</strong> lejos el río nos trajo sus efluvios, y<br />

nada hay más <strong>de</strong>licioso que el olor <strong>de</strong> Tebas para quien ha nacido allí.<br />

Me hice ungir las manos con un ungüento especial y vestí mis mejores<br />

ropas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberme lavado. Pero mi mandil era <strong>de</strong>masiado ancho,<br />

porque había a<strong>de</strong>lgazado, lo cual <strong>de</strong>solaba a mis servidores. Pero yo me<br />

mofé <strong>de</strong> ellos y los envié a la antigua casa <strong>de</strong>l fundidor <strong>de</strong> cobre para<br />

anunciar mi regreso a Muti, porque no me atrevía ya a presentarme en<br />

mi casa sin previo aviso. Distribuí oro y plata entre los remeros y les dije:<br />

-Por Atón, id y comed y llenaos la panza y alegrad vuestro espíritu con<br />

cerveza y divertíos con bellas muchachas <strong>de</strong> Tebas, porque Atón es<br />

dispensador <strong>de</strong> bienes y ama los placeres simples y prefiere los pobres a<br />

los ricos, porque su placer es más simple que el <strong>de</strong> los ricos.<br />

Pero ante estas palabras los remeros se ensombrecieron y arañaron el<br />

suelo con los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> sus pies y sopesaron su oro y su plata y me<br />

dijeron:<br />

-No queremos ofen<strong>de</strong>rte, dueño nuestro, pero ¿no estará maldito tu<br />

oro, puesto que nos hablas <strong>de</strong> Atón? No po<strong>de</strong>mos aceptarlo, porque<br />

todos sabemos que abrasa la mano y se convierte en barro.<br />

Jamás me hubieran hablado así si no hubiese remado con ellos, pero<br />

aquello les inspiró confianza en mí.<br />

Yo los calmé, diciéndoles:<br />

-Si teméis que se convierta en barro daos prisa en cambiarlo por<br />

cerveza. Pero estad tranquilos, mi dinero no está maldito, podéis ver por<br />

el troquel que es buena plata vieja, sin mezcla <strong>de</strong> cobre, <strong>de</strong> la Ciudad <strong>de</strong>l<br />

Horizonte. Pero <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>ciros que sois estúpidos por temer a Atón,<br />

porque Atón no tiene nada que haga temer.<br />

Pero ellos me contestaron así:<br />

-No tememos a Atón, porque, ¿quién temería a un dios sin fuerza?<br />

Pero sabes muy bien a quién tememos, ¡oh dueño nuestro!, aunque no<br />

podamos pronunciar su nombre.<br />

Renuncié a seguir discutiendo con ellos y los <strong>de</strong>spedí, y se alejaron<br />

cantando alegremente como marineros. También yo tenía ganas <strong>de</strong> saltar<br />

y hacer piruetas, pero era contrario a mi dignidad. Me dirigí en seguida a<br />


que nunca. Pero <strong>de</strong>bo reconocer que el amor enturbia la vista <strong>de</strong> los<br />

hombres, como todas las pasiones, porque Merit no era ya muy joven,<br />

mas en la radiante madurez <strong>de</strong> su estío era mi amiga y nadie estaba tan<br />

cerca <strong>de</strong> mí. Al verme se inclinó profundamente y levantó el brazo, y<br />

<strong>de</strong>spués se acercó y me tocó el hombro y la mejilla, y dijo sonriendo:<br />

-Sinuhé, Sinuhé, ¿qué te ha ocurrido para que tus ojos sean tan<br />

brillantes y hayas perdido la barriga?<br />

Yo le respondí en estos términos:<br />

-Merit, querida mía, mis ojos brillan <strong>de</strong> <strong>de</strong>seo y relucen <strong>de</strong> amor, y mi<br />

barriga se ha fundido y <strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong> nostalgia, tan aprisa corría hacia<br />

ti, ¡oh hermana mía!<br />

Ella se secó los ojos y dijo:<br />

-¡Oh, Sinuhé, cuán más bella es la mentira que la verdad, cuando la<br />

primavera se ha agotado! Pero tu regreso me aporta la primavera y creo<br />

en las leyendas, ¡oh amigo mío!<br />

Pero hablemos <strong>de</strong> Kaptah. Su barriga no se había fundido y estaba<br />

más imponente que nunca y numerosos abalorios y anillos pendían <strong>de</strong> su<br />

cuello y <strong>de</strong> sus muñecas y tobillos, y había hecho engarzar piedras<br />

preciosas en la placa <strong>de</strong> oro que cubría su ojo tuerto. Al verme se echó a<br />

llorar <strong>de</strong> alegría, diciéndome:<br />

-¡Bendito sea el día que me <strong>de</strong>vuelve a mi dueño!<br />

Me llevó a una habitación reservada y me instaló sobre muelles<br />

alfombras y Merit me ofreció lo mejor que había en la taberna y así<br />

pasamos alegremente algunos instantes.<br />

Kaptah me dio cuenta <strong>de</strong> mis riquezas y dijo:<br />

-¡Oh Sinuhé, dueño mío! Eres el más astuto <strong>de</strong> los hombres, porque<br />

eres más listo que todos los merca<strong>de</strong>res <strong>de</strong> trigo, porque hasta ahora<br />

raros son los que los han engañado y en cambio la primavera pasada tú<br />

los engañaste con tu habilidad, a menos que no sea un mérito <strong>de</strong> nuestro<br />

escarabajo. Como recordarás, me habías dado or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> distribuir todo<br />

nuestro trigo a los colonos y pedirles solamente medida por medida, <strong>de</strong><br />

manera que te he tratado <strong>de</strong> loco y tenía razón, a juzgar por las<br />

apariencias. Debes saber, pues, que, gracias a tu habilidad, eres<br />

doblemente rico que antes, hasta el punto que no llego a retener <strong>de</strong><br />

memoria la cifra <strong>de</strong> tu fortuna, y los perceptores <strong>de</strong>l faraón me están<br />

obsesionando constantemente con su <strong>de</strong>sfachatez y codicia, que no cesan<br />

<strong>de</strong> aumentar. En efecto, en cuanto los tratantes <strong>de</strong> trigo supieron que los<br />

agricultores iban a recibirlo para po<strong>de</strong>r sembrar, los precios bajaron, y<br />

cuando corrió la voz <strong>de</strong> que iba a firmarse la paz, los precios siguieron<br />

bajando, y todo el mundo quería ven<strong>de</strong>r para liberarse <strong>de</strong> sus<br />

compromisos <strong>de</strong> manera que los merca<strong>de</strong>res se arruinaron. Entonces fue<br />

cuando compré trigo a bajo precio incluso antes <strong>de</strong> que fuese cosechado.<br />

En otoño cobré medida por medida, según tus ór<strong>de</strong>nes, y he recuperado


todo lo que distribuí. Por otra parte, puedo confiarte bajo secreto que es<br />

mentira <strong>de</strong>cir que el trigo <strong>de</strong> los colonos está manchado, porque es tan<br />

bueno e inofensivo como el otro. Creo que los sacerdotes han vertido<br />

secretamente sangre sobre el trigo <strong>de</strong> los colonos, pero hay que<br />

guardarse <strong>de</strong> repetirlo; por otra parte, nadie te creería, porque todo el<br />

mundo está convencido <strong>de</strong> que el trigo y el pan <strong>de</strong> los colonos está<br />

maldito. Después, en invierno, los precios subieron todavía cuando el<br />

sacerdote Ai dio or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> embarcar trigo para Siria a fin <strong>de</strong> hacer la<br />

competencia al trigo babilónico en el mercado. De manera que jamás el<br />

precio <strong>de</strong>l trigo había sido tan elevado como ahora, y nuestro beneficio es<br />

inmenso y aumentará aún si guardamos nuestras reservas, porque el<br />

invierno próximo el hambre se exten<strong>de</strong>rá por Egipto, puesto que las<br />

tierras están incultas, los esclavos huyen <strong>de</strong> las tierras <strong>de</strong>l faraón y los<br />

campesinos ocultan su trigo para que no lo exporten a Siria. Por esto<br />

<strong>de</strong>bo elevar a las nubes tu sagacidad, ¡oh dueño mío!, porque te has<br />

revelado más sagaz que yo, pese a que te creía loco.<br />

Kaptah <strong>de</strong>sbordaba <strong>de</strong> entusiasmo y prosiguió así:<br />

-Bendigo los tiempos que enriquecen al rico aunque lo enriquezcan<br />

contra su voluntad. Y se saca oro incluso <strong>de</strong> las jarras vacías, como te lo<br />

voy a <strong>de</strong>mostrar. Me he enterado, en efecto, que hay unos hombres que<br />

recorren el país en busca <strong>de</strong> jarras vacías <strong>de</strong> cualquier clase. En seguida<br />

me puse a la caza en Tebas y mis esclavos compraron centenares <strong>de</strong><br />

jarras a un precio miserable, y si te dijese que he vendido mil veces mil<br />

este invierno, no exageraría mucho.<br />

-¿Quiénes suficientemente loco para comprar jarras vacías? -<br />

pregunté.<br />

Kaptah guiñó el ojo y dijo:<br />

-Los compradores preten<strong>de</strong>n que en el Bajo Egipto han <strong>de</strong>scubierto<br />

un nuevo procedimiento para conservar el pescado en agua salada, pero<br />

me he informado y me he enterado <strong>de</strong> que estas jarras salían hacia Siria.<br />

Han <strong>de</strong>scargado en Tanis cargamentos enteros <strong>de</strong> jarras vacías y las<br />

caravanas se las llevan a Siria, y han <strong>de</strong>scargado también en Ghaza, pero<br />

nadie sabe para qué las utilizan los sirios. Y tampoco se sabe qué les lleva<br />

a pagar las jarras vacías al mismo precio que las nuevas.<br />

Esta historia era muy extraña, pero renuncié a romperme el cerebro<br />

en averiguarla, porque el asunto <strong>de</strong>l trigo era mucho más importante.<br />

Cuando Kaptah hubo terminado su exposición, le dije:<br />

-Ven<strong>de</strong> todo lo que tienes si es necesario y compra trigo, tanto como<br />

puedas y a cualquier precio. Pero compra solamente trigo que veas con<br />

tus ojos, no aquel que no ha germinado todavía. Consi<strong>de</strong>ra también si no<br />

convendría, a<strong>de</strong>más, comprar el trigo exportado a Siria, porque, aunque<br />

el faraón tenga que exportar trigo según el tratado <strong>de</strong> paz, Siria pue<strong>de</strong><br />

recibirlo <strong>de</strong> Babilonia. Es verdad que en otoño próximo el hambre se


exten<strong>de</strong>rá en el país <strong>de</strong> Kemi, y por esto maldigo a quien venda trigo a<br />

Siria para hacer la competencia a los babilonios.<br />

A estas palabras, Kaptah alabó <strong>de</strong> nuevo mi cordura y dijo:<br />

-Tienes razón, ¡oh dueño mío!, porque serás el hombre más rico <strong>de</strong><br />

Egipto cuando estas compras hayan sido efectuadas. Pero el hombre a<br />

quien maldices no es otro que el sacerdote Ai, que, en su idiotez, ha<br />

vendido a Siria trigo suficiente para cubrir las necesida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> varios años<br />

y a bajo precio. Porque la Siria paga en oro y necesitaba dinero para<br />

cubrir los gastos <strong>de</strong> las fiestas <strong>de</strong>l treintenario. Pero los sirios no quieren<br />

reven<strong>de</strong>r este trigo, porque son unos comerciantes sagaces y esperan a<br />

que en Egipto se pague a precio <strong>de</strong> oro. Y entonces nos lo reven<strong>de</strong>rán y<br />

acumularán en sus cofres todo el oro <strong>de</strong> Egipto.<br />

Pero pronto olvidé el trigo y la miseria amenazadora, así como el<br />

porvenir incierto, y al mirar a Merit mi corazón se regalaba con su<br />

belleza, porque era el vino en mi boca y el perfume <strong>de</strong> mis cabellos.<br />

Kaptah se retiró y Merit se tendió sobre la alfombrilla y yo no vacilé en<br />

llamarla hermana, pese a que hubiese dudado ya <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r hacerlo nunca<br />

más. En la oscuridad <strong>de</strong> la noche tenías mis manos sujetas entre las<br />

suyas y su cabeza reposaba sobre mi hombro y mi corazón no tenía ya<br />

secretos para ella. Pero ella conservaba su discreción y no me confió su<br />

misterio. Al reposar en el suelo al lado <strong>de</strong> Merit no me sentía ya forastero<br />

en esta tierra, sino que sus brazos eran un hogar para mí y su boca<br />

alejaba mi soledad. Pero no era más que un espejismo pasajero que <strong>de</strong>bía<br />

conocer para que mi copa estuviese colmada.<br />

Volví a ver también al pequeño Thot y su presencia alentó mi espíritu<br />

y me pasó sus brazos alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l cuello y me llamó padre, <strong>de</strong> manera<br />

que su memoria me emocionó. Merit me dijo que su madre había muerto<br />

y lo había tomado a su cargo, porque lo había llevado a la circuncisión<br />

comprometiéndose a velar por él en el caso <strong>de</strong> que sus padres no<br />

pudiesen hacerlo. Thot llegó pronto a ser el favorito <strong>de</strong> «La Cola <strong>de</strong><br />

Cocodrilo», don<strong>de</strong> los clientes le llevaban juguetes para complacer a<br />

Merit. Durante mi estancia en Tebas me llevé a Thot a mi casa, lo cual<br />

produjo un gran placer a Muti, y al verlo jugar bajo el sicómoro y oírlo<br />

jugar con los chiquillos <strong>de</strong> la calle,<br />

recordaba mis años <strong>de</strong> infancia en Tebas y lo envidiaba. Le gustó tanto<br />

mi casa que pasó allá la noche, y para divertirme le daba lecciones, pese a<br />

que fuese todavía <strong>de</strong>masiado tierno para estudiar. Habiendo<br />

comprobado que era inteligente y aprendía con facilidad las imágenes y<br />

los signos, <strong>de</strong>cidí llevarlo a la mejor escuela <strong>de</strong> Tebas, con los hijos <strong>de</strong> los<br />

nobles, lo cual alegró mucho a Merit. Y Muti no se cansaba <strong>de</strong> prepararle<br />

golosinas con miel y contarle leyendas, puesto que había conseguido su<br />

fin, que era tener en casa un chiquillo sin madre que le arrojase agua


caliente a las piernas, como hacen las mujeres <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />

disputado con sus maridos.<br />

Así hubiera podido ser feliz, pero en Tebas la excitación era gran<strong>de</strong>, y<br />

me era imposible escapar a ella. No pasaba día sin alborotos por las<br />

calles y las plazas, y la gente se hería y partía el cráneo discutiendo <strong>de</strong><br />

Atón y Amón. Los guardias y los jueces no cesaban, y cada semana se<br />

llevaban al puerto hombres y mujeres atados para mandarlos a las minas<br />

o a los campos <strong>de</strong>l faraón <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberlos arrancado a sus familias.<br />

Pero estos con<strong>de</strong>nados no partían como culpables, la muchedumbre los<br />

aclamaba y les arrojaba flores, y, levantando sus manos atadas, <strong>de</strong>cían:<br />

-Volveremos pronto. Y otros añadían: -Volveremos y conoceremos el<br />

sabor <strong>de</strong> la sangre <strong>de</strong> Atón.<br />

Y los guardias no se atrevían a intervenir por miedo a la<br />

muchedumbre. La discordia reinaba en Tebas y el hijo abandonaba a su<br />

padre y el marido a su mujer a causa <strong>de</strong> Atón. Así como los servidores <strong>de</strong><br />

Atón llevaban una cruz sobre sus ropas o en el cuello, los fieles a Amón<br />

llevaban un cuerno como símbolo, lo llevaban muy visible y nadie podía<br />

impedírselo, porque <strong>de</strong> todos los tiempos el cuerno había sido un<br />

ornamento lícito. Ignoro por qué habían elegido este símbolo, acaso<br />

porque fuese uno <strong>de</strong> los numerosos nombres <strong>de</strong> Amón. Sea como fuere,<br />

los que llevaban el cuerno volcaban los cestos <strong>de</strong> los ven<strong>de</strong>dores <strong>de</strong><br />

pescado y rompían los cristales <strong>de</strong> las ventanas gritando:<br />

-Embestimos con el cuerno, reventaremos a Atón con nuestros<br />

cuernos.<br />

Pero los servidores <strong>de</strong> Atón comenzaron a llevar puñales adornados<br />

con una cruz bajo su ropa y se <strong>de</strong>fendían gritando:<br />

-En verdad nuestra cruz es más cortante que vuestros cuernos, y con<br />

nuestras cruces <strong>de</strong> vida os daremos la vida eterna.<br />

Y así las muertes y las agitaciones se multiplicaban rápidamente por la<br />

ciudad.<br />

Quedé sorprendido al ver cuánto había aumentado la influencia <strong>de</strong><br />

Atón en Tebas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un año atrás. Porque muchos colonos que se habían<br />

refugiado en la ciudad <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberlo perdido todo, comenzaron a<br />

acusar a los sacerdotes <strong>de</strong> envenenar el trigo y a los nobles <strong>de</strong> obstruir<br />

sus canales <strong>de</strong> irrigación y pisotear los campos, y se habían afiliado a<br />

Atón. Por otra parte, muchos jóvenes se habían apasionado por la nueva<br />

doctrina, como reacción contra la generación prece<strong>de</strong>nte. De la misma<br />

forma los esclavos y los <strong>de</strong>scargadores <strong>de</strong>l muelle se <strong>de</strong>cían:<br />

-Nuestra medida ha disminuido en una mitad y no tenemos nada que<br />

per<strong>de</strong>r. Delante <strong>de</strong> Atón ni hay dueños ni esclavos, amos ni servidores,<br />

pero a Amón <strong>de</strong>bemos pagárselo todo.<br />

Pero los más ardientes partidarios <strong>de</strong> Atón eran los ladrones, los<br />

saqueadores <strong>de</strong> tumbas y los <strong>de</strong>nunciadores que se habían enriquecido y


temían la venganza. Y también todos aquellos que se aprovechaban <strong>de</strong><br />

Atón o querían conservar el favor <strong>de</strong>l faraón. En cuanto a la gente<br />

respetable o pacífica, acabó cansándose <strong>de</strong> todo y no creyó más en los<br />

dioses, sino que se lamentó tristemente diciendo:<br />

-Amón o Atón, poco importa. Sólo <strong>de</strong>seamos trabajar en paz para<br />

ganar nuestra vida, pero tiran <strong>de</strong> nosotros por uno y otro lado, <strong>de</strong><br />

manera que no sabemos qué hacer.<br />

Los más <strong>de</strong>sgraciados <strong>de</strong> aquella época fueron los que querían<br />

conservar los ojos abiertos y <strong>de</strong>jar a cada cual su fe. Los atacaban por<br />

todos lados, se les censuraba y criticaba, y eran tratados <strong>de</strong> cobar<strong>de</strong>s e<br />

indiferentes, <strong>de</strong> imbéciles y <strong>de</strong> renegados, <strong>de</strong> manera que al fin elegían la<br />

cruz o el cuerno según creyesen qué les podía ser menos pernicioso.<br />

Ocurrió así que las cruces bebían en sus tabernas y los cuernos en las<br />

<strong>de</strong> ellos, y las mujeres <strong>de</strong> placer que ejercían su profesión al pie <strong>de</strong> las<br />

murallas sacaban la cruz o el cuerno a gusto <strong>de</strong>l cliente. Y cada noche, las<br />

cruces y los cuernos salían ebrios <strong>de</strong> las tabernas y recorrían las calles<br />

rompiendo lámparas y apagando las antorchas y golpeaban los postigos<br />

<strong>de</strong> las casas y herían a sus adversarios <strong>de</strong> manera que no podría <strong>de</strong>cir<br />

quiénes eran peores, si los cuernos o las cruces, pero yo los <strong>de</strong>testaba a<br />

los dos.<br />

«La Cola <strong>de</strong> Cocodrilo» había tenido que elegir también su signo, pese<br />

a que Kaptah hubiera preferido abstenerse y sacar provecho <strong>de</strong> los dos<br />

bandos. Pero aquello no <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> él y cada noche dibujaban una cruz<br />

en los muros <strong>de</strong> la taberna, ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> dibujos obscenos. Era muy<br />

natural, porque los tratantes en trigo <strong>de</strong>testaban a Kaptah, que los había<br />

arruinado distribuyendo simiente entre los colonos, y poco importaba<br />

que hubiese inscrito la taberna a nombre <strong>de</strong> Merit en el registro <strong>de</strong> los<br />

impuestos. Se <strong>de</strong>cía también que los sacerdotes <strong>de</strong> Amón habían sido<br />

maltratados en su taberna. Los clientes habituales eran principalmente<br />

individuos sospechosos que no habían tenido escrúpulos en los medios<br />

utilizados para enriquecerse, y a los jefes <strong>de</strong> los saqueadores <strong>de</strong> tumbas<br />

les gustaba saborear las colas <strong>de</strong> cocodrilo vendiendo su botín en las<br />

habitaciones posteriores. Toda esta gente se había adherido a Atón<br />

porque los enriquecía, y los ladrones <strong>de</strong>claraban incluso que penetraban<br />

en las tumbas para borrar el nombre maldito <strong>de</strong> Amón.<br />

No tardé en darme cuenta <strong>de</strong> que me visitaban muy pocos enfermos y<br />

que en mi barrio la gente me evitaba o<br />

apartaba la mirada. Cuando se cruzaban conmigo en un lugar solitario,<br />

me <strong>de</strong>cían:<br />

-No tenemos nada contra ti, Sinuhé, y nuestras mujeres y nuestros<br />

hijos están enfermos, pero no nos atrevemos a recurrir a tu arte porque<br />

tu Corte está maldita y no queremos crearnos disgustos.<br />

Y <strong>de</strong>cían, a<strong>de</strong>más:


-No tememos la maldición, porque estamos hartos <strong>de</strong> los dioses y sus<br />

querellas, y no sabemos ya si vivimos o estamos muertos, tan escasa es<br />

nuestra medida. Pero tenemos miedo <strong>de</strong> los cuernos, porque rompen las<br />

puertas <strong>de</strong> nuestras casas y golpean a nuestros hijos mientras estamos<br />

trabajando. Sabes muy bien que has hablado <strong>de</strong>masiado <strong>de</strong> Atón y llevas<br />

esta <strong>de</strong>sgraciada cruz colgada <strong>de</strong> tu cuello.<br />

Pero los esclavos y los faquines continuaban acudiendo a mi casa para<br />

curarse, y pru<strong>de</strong>ntemente me preguntaban:<br />

-¿Es verdad que Atón, que no enten<strong>de</strong>mos por qué no tiene imagen,<br />

no hace diferencia entre el rico y el pobre? Quisiéramos también<br />

nosotros reposar bajo baldaquinos y beber vino en copas <strong>de</strong> oro y tener<br />

gente que trabajase por nosotros. Hubo un tiempo en que los ricos<br />

trabajaban en las minas y sus mujeres mendigaban en las esquinas y los<br />

que no tenían nada mojaban su pan en el vino y dormían en lechos<br />

dorados. ¿Por qué no vuelve este tiempo si Atón lo quiere, Sinulté?<br />

Traté <strong>de</strong> explicarles que un hombre pue<strong>de</strong> ser esclavo y, sin embargo,<br />

sentirse libre.<br />

Pero ellos se reían burlonamente y <strong>de</strong>cían:<br />

-Si hubieses recibido bastonazos en la espalda no hablarías así. Pero<br />

nosotros te queremos porque eres bueno y simple y nos cuidas sin<br />

exigirnos ningún regalo. Por esto, cuando comiencen los tumultos, ve al<br />

puerto y te ocultaremos. Porque este tiempo llegará pronto.<br />

Pero nadie se atrevió a inquietarme, porque era médico real y todo el<br />

mundo me conocía. Por esto no dibujaban cruces ni obscenida<strong>de</strong>s en mi<br />

puerta. Tal era aún el respeto popular por los que llevaban el emblema<br />

real.<br />

Pero un día el pequeño Toht llegó a casa lleno <strong>de</strong> contusiones,<br />

sangrando por la nariz y con un diente roto. Muti lloró lavándolo y,<br />

tomando el tundidor <strong>de</strong> la ropa, salió diciendo:<br />

-Amón o Atón, los chicos <strong>de</strong>l tejedor me las van a pagar.<br />

Pronto resonaron gritos <strong>de</strong> dolor en la calle y vimos a Muti azotando a<br />

los cinco hijos <strong>de</strong>l tejedor y atacando también al padre y a la madre.<br />

Después regresó rezumando cólera, y en vano le expliqué que el odio<br />

siembra el odio. Pero más tar<strong>de</strong> se calmó y fue a llevar pasteles <strong>de</strong> miel al<br />

tejedor y se reconcilió con él y su mujer.<br />

Des<strong>de</strong> entonces la familia <strong>de</strong>l tejedor sintió un vivo respeto por Muti,<br />

y sus hijos fueron los mejores amigos <strong>de</strong> Thot y pescaban golosinas en la<br />

cocina y se iban a la calle a jugar con los <strong>de</strong>más chiquillos sin<br />

preocuparse <strong>de</strong> los cuernos ni <strong>de</strong> las cruces.<br />

5


Mi estancia en Tebas se prolongaba y tuve que ir una vez al palacio<br />

dorado, a pesar <strong>de</strong> mi temor <strong>de</strong> encontrarme con Mehunefer. Me <strong>de</strong>slicé<br />

como una liebre que pasa <strong>de</strong> un matorral a otro por miedo al águila<br />

rapaz.<br />

Vi a Ai, con su cetro; estaba sombrío e inquieto y me habló con<br />

franqueza.<br />

-Sinuhé, los disturbios estallan por todas partes y temo que mañana<br />

sea peor que hoy. Trata <strong>de</strong> volver al faraón a la razón, si pue<strong>de</strong>s; y si<br />

fracasas, adminístrale estupefacientes para que que<strong>de</strong> atontado, porque<br />

sus ór<strong>de</strong>nes son cada vez más insensatas y creo que no se da cuenta <strong>de</strong> su<br />

alcance. En verdad, el po<strong>de</strong>r es amargo y este maldito Horemheb intriga<br />

contra mí y retiene en Menfis los cargamentos <strong>de</strong> trigo que mando a Siria<br />

para obtener oro. La autoridad se tambalea, porque el faraón ha<br />

prohibido la pena <strong>de</strong> muerte y no se pue<strong>de</strong> azotar a los criminales.<br />

¿Cómo preten<strong>de</strong> asegurar el respeto <strong>de</strong> las leyes si no se corta la mano<br />

<strong>de</strong>l criminal para servir <strong>de</strong> ejemplo? ¿Y cómo mantener el respeto <strong>de</strong><br />

unas leyes que cambian sin cesar y según el capricho <strong>de</strong>l faraón? -Se<br />

quedó pensativo y sombrío, y añadió:<br />

-¡Si tan sólo me hubiese quedado <strong>de</strong> sacerdote en Heliópolis! Pero<br />

aquella maldita mujer me trajo aquí contagiándome su sed <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r, <strong>de</strong><br />

manera que no soy ya libre e incluso en sueños su alma se me ha<br />

aparecido repetidas veces. No, Sinuhé, quien ha saboreado el po<strong>de</strong>r<br />

quiere siempre más y más, y esta pasión es la más terrible <strong>de</strong> todas, pero<br />

proporciona también el mayor goce posible. Cierto es que si yo ostentara<br />

el po<strong>de</strong>r en Egipto sabría calmar al pueblo y restablecer el or<strong>de</strong>n, y la<br />

autoridad <strong>de</strong>l faraón sería más gran<strong>de</strong> que nunca frente a un Atón y un<br />

Amón rivales. Pero habría que hacer <strong>de</strong> Atón una imagen a la que el<br />

pueblo pudiese adorar.<br />

Le pregunté <strong>de</strong> nuevo si había elegido ya el sucesor <strong>de</strong>l faraón<br />

Akhenaton, pero él levantó el brazo para protestar y dijo:<br />

-No soy ningún traidor, ya lo sabes, y si discuto con los sacerdotes es<br />

por su bien y para salvar su autoridad.<br />

Pero un hombre pru<strong>de</strong>nte lleva varias flechas en su carcaj. Y me permito<br />

recordarte <strong>de</strong> paso que soy el padre <strong>de</strong> la reina Nefertiti y <strong>de</strong> esta manera<br />

mi sangre está aliada a la familia real. Te lo digo para tu buen gobierno.<br />

Porque sé que estás muy ligado a ese vanidoso e inoportuno Horemheb,<br />

pero está sentado sobre unas puntas <strong>de</strong> lanza y es un asiento muy<br />

incómodo <strong>de</strong>l que es fácil caer y romperse la crisma. Sólo la sangre <strong>de</strong> los<br />

faraones une los reinos, y esta sangre <strong>de</strong>be transmitirse <strong>de</strong> siglo en siglo,<br />

pero pue<strong>de</strong> reinar también por las mujeres si el faraón no tiene<br />

here<strong>de</strong>ros.


Estas palabras me llenaron <strong>de</strong> estupefacción. Dije:<br />

-¿Crees verda<strong>de</strong>ramente que Horemheb, mi amigo Horemheb, trata<br />

<strong>de</strong> acaparar la doble corona? Es una i<strong>de</strong>a loca, sabes muy bien que nació<br />

con estiércol entre los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> los pies y llegó a la Corte con la túnica<br />

gris <strong>de</strong> los pobres.<br />

Pero Ai me escrutaba con sus ojos oscuros hundidos en su rostro, y<br />

me dijo:<br />

-¿Quién pue<strong>de</strong> leer en el corazón <strong>de</strong> los hombres? La ambición es la<br />

más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> las pasiones, pero si Horemheb vuela tan alto, lo<br />

<strong>de</strong>rribaré rápidamente.<br />

Pasé al gineceo a visitar a la princesa <strong>de</strong> Babilonia, que había roto una<br />

jarra con el faraón Akhenatón, porque Nefertiti la había expedido<br />

inmediatamente a Tebas. Era una linda muchacha y había aprendido ya<br />

el egipcio, que hablaba <strong>de</strong> una manera verda<strong>de</strong>ramente divertida.<br />

Aunque estaba muy disgustada <strong>de</strong> que el faraón no hubiese cumplido<br />

con su <strong>de</strong>ber para con ella, estaba contenta en Tebas y más a gusto que<br />

en Babilonia.<br />

Y me dijo:<br />

-No sabía que la mujer pudiese ser tan libre como lo es en Egipto. No<br />

tengo necesidad <strong>de</strong> velarme el rostro <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los hombres y puedo<br />

dirigir la palabra a quien quiero y me basta <strong>de</strong>cir una palabra para que<br />

me lleven a Tebas, don<strong>de</strong> soy bien acogida en los banquetes <strong>de</strong> los nobles<br />

y nadie me juzga mal si permito a los hombres guapos cogerme por el<br />

cuello y poner sus labios sobre mis mejillas. Pero quisiera que el faraón<br />

cumpliese su <strong>de</strong>ber conmigo a fin <strong>de</strong> ser más libre y po<strong>de</strong>r divertirme con<br />

quien quisiera, porque según es costumbre en Egipto, cada cual pue<strong>de</strong><br />

divertirse con quien quiere, a condición <strong>de</strong> que no se sepa. ¿Crees que el<br />

faraón me llamará pronto? Porque es muy enojoso permanecer virgen<br />

cuando la jarra está ya rota <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace tiempo.<br />

Yo olvidaba que era médico y la miraba con ojos <strong>de</strong> hombre, y pu<strong>de</strong><br />

asegurarle que no tenía ningún <strong>de</strong>fecto y que la mayoría <strong>de</strong> los hombres<br />

preferían una alfombra mullida a una dura. Pero le aconsejé que<br />

renunciase<br />

a las cosas dulces y a la leche porque el faraón y su real esposa estaban<br />

<strong>de</strong>lgados y las conveniencias exigían que las damas <strong>de</strong> la Corte lo<br />

estuviesen también, y que, a<strong>de</strong>más, la moda se inspiraba en ello.<br />

Pero ella añadió:<br />

-Tengo <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l pecho izquierdo una pequeña marca, como vas a<br />

ver. Es tan pequeña que casi no se ve y hay que acercarse mucho para<br />

examinarla mejor. A pesar <strong>de</strong> su pequeñez, me molesta mucho y quisiera<br />

que me operases. Las damas que han estado en la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte<br />

me han dicho que manejas admirablemente el bisturí y que sabes hacer<br />

la operación tan agradable para ti como para el enfermo.


Su pecho juvenil era verda<strong>de</strong>ramente espléndido y merecía ser visto,<br />

pero me di cuenta <strong>de</strong> que la princesa había sido ya víctima <strong>de</strong> la pasión<br />

<strong>de</strong> Tebas y yo no sentía <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> romper los precintos <strong>de</strong> las jarras <strong>de</strong>l<br />

faraón. Por esto le dije que <strong>de</strong>sgraciadamente no tenía allí los<br />

instrumentos y salí rápidamente.<br />

Había pasado en Tebas toda la primavera y se acercaba el verano, con<br />

sus calores y sus moscas, pero yo no pensaba en abandonar la ciudad. Al<br />

final, el faraón Akhenatón me reclamó porque sus dolores <strong>de</strong> cabeza<br />

habían empeorado y no pu<strong>de</strong> diferir por más tiempo mi partida. Me<br />

<strong>de</strong>spedí, pues, <strong>de</strong> Kaptah, que me dijo:<br />

-¡Oh dueño mío! He comprado en tu nombre todo el trigo disponible y<br />

lo he <strong>de</strong>positado en diferentes ciuda<strong>de</strong>s y lo he escondido, porque un<br />

hombre pru<strong>de</strong>nte obra con cautela en previsión <strong>de</strong> todo lo que pue<strong>de</strong><br />

ocurrir; si, por ejemplo, se requisa el trigo en caso <strong>de</strong> hambre para<br />

ven<strong>de</strong>rlo a los pobres, el fisco se metería en el bolsillo todo el beneficio,<br />

lo cual sería profundamente injusto y contrario a las costumbres. Pero<br />

me parece que los acontecimientos van a precipitarse, porque han<br />

prohibido ya el envío <strong>de</strong> jarras vacías a Siria, <strong>de</strong> manera que hay que<br />

embarcarlas a escondidas, lo cual disminuye mi beneficio. Han<br />

prohibido también exportar trigo a Siria, pero ésta es una or<strong>de</strong>n natural<br />

y comprensible, que viene, sin embargo, <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>, porque no se<br />

encontraría en todo Egipto trigo que comprar para mandarlo a Siria.<br />

Esta última resolución es razonable, pero no la <strong>de</strong> las jarras vacías.<br />

Verdad es que siempre se pue<strong>de</strong> burlar la ley llenándolas <strong>de</strong> agua, <strong>de</strong><br />

manera que no estén vacías, y los perceptores no han puesto todavía<br />

ningún impuesto sobre el agua, pero son muy capaces.<br />

Me <strong>de</strong>spedí <strong>de</strong> Merit y <strong>de</strong>l pequeño Thot, porque, <strong>de</strong>sgraciadamente,<br />

no podía llevármelos en vista <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l faraón llamándome a toda<br />

prisa. Pero le dije a Merit:<br />

-Ve a verme con el pequeño Thot y pasaremos días felices en la Ciudad<br />

<strong>de</strong>l Horizonte.<br />

Y Merit dijo:<br />

-Toma una flor <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto y plántala en un suelo graso y riégala cada<br />

día; se mustiará y morirá. Eso es lo que me ocurriría a mí en la Ciudad<br />

<strong>de</strong>l Horizonte, y tu amistad por mí se mustiaría y perecería, porque las<br />

mujeres <strong>de</strong> la Corte te harían ver todo lo que me separa <strong>de</strong> ellas, y creo<br />

conocer tan bien a los hombres como a las mujeres. A<strong>de</strong>más, no es<br />

conforme a tu rango retener en tu casa a una mujer nacida en una<br />

taberna y a quien los hombres ebrios han tocado los muslos durante<br />

muchos años.<br />

Yo le dije:


-Merit, querida, regresaré en cuanto pueda, porque tengo hambre y<br />

sed en cuanto estoy a tu lado. Quizá regresaré para no volverme a<br />

marchar nunca más.<br />

Pero ella dijo:<br />

-No hablas lo que te dicta el corazón, Sinuhé, porque te conozco lo<br />

suficiente para saber que no abandonarás al faraón ahora que tantos<br />

nobles se apartan <strong>de</strong> él. No lo abandonarás en los malos tiempos. Tal es<br />

tu corazón, Sinuhé, y ésta es quizá la razón por la cual soy tu amiga.<br />

Estas palabras me indignaron y sentí una opresión en la garganta al<br />

pensar que quizá la per<strong>de</strong>ría para siempre. Y por esto le dije:<br />

-Merit, Egipto no es el único país <strong>de</strong>l mundo. Estoy hastiado <strong>de</strong> las<br />

querellas <strong>de</strong> los dioses y <strong>de</strong> las locuras <strong>de</strong>l faraón. Huyamos, pues, juntos<br />

muy lejos los tres, sin pensar en el mañana.<br />

Pero ella sonrió tristemente y su mirada se ensombreció y dijo:<br />

-Tus palabras son vanas y sabes bien que tu mentira me es agradable,<br />

porque me prueba que me amas. Pero no creo que pudieses vivir feliz<br />

fuera <strong>de</strong> Egipto y yo no podría ser feliz más que en Tebas. No, Sinuhé,<br />

cuando sea vieja y arrugada y gorda, me abandonarás y me <strong>de</strong>testarás a<br />

causa <strong>de</strong> todo lo que habrás hecho por mí. Por esto prefiero renunciar a<br />

ti.<br />

-Eres para mí el hogar y la patria, Merit -le dije-. Eres el pan en mi<br />

mano y el vino en mi boca, y lo sabes muy bien. Eres la única mujer en el<br />

mundo con quien no me siento solitario, y por eso te amo.<br />

-Sí, es verdad -dijo ella con cierta amargura-. No soy, en realidad, más<br />

que la manta <strong>de</strong> tu soledad esperando ser una alfombra usada. Pero bien<br />

está así. Por esto no te diré el secreto que me roe el corazón y que<br />

<strong>de</strong>bieras quizá conocer. Pero por ti lo callo, Sinuhé, no por mí.<br />

Así no me reveló el secreto, porque era más orgullosa que yo y quizá<br />

más solitaria también, pese a que no lo hubiese comprendido entonces,<br />

porque, en el fondo, no pensaba más que en mí. Yo creo que en amor<br />

todos los hombres son lo mismo, pero esto no es una excusa.<br />

Poco <strong>de</strong>spués abandoné Tebas y me fui a la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte y<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel momento no tengo más que cosas tristes que contar. Por<br />

esto me he extendido tanto sobre mi estancia en Tebas, pese a que no<br />

ocurriese nada notable, pero lo he evocado para mí.


LIBRO DECIMOTERCERO<br />

<strong>EL</strong> REINO DE ATON SOBRE LA TIERRA<br />

A mi regreso a la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte, el faraón estaba<br />

verda<strong>de</strong>ramente enfermo y necesitaba mis cuidados. Sus mejillas<br />

estaban hundidas y sus pómulos salientes, y el cuello parecía más largo<br />

todavía; en las ceremonias no soportaba ya el peso <strong>de</strong> la doble corona<br />

que le hacía inclinar la cabeza. Sus muslos estaban hinchados y las<br />

pantorrillas eran <strong>de</strong>lgadas como vergas y tenía los ojos ojerosos y<br />

apagados y a menudo, a causa <strong>de</strong> su dios, olvidaba a las personas con<br />

quien hablaba. Acentuaba todavía sus males saliendo al sol con la cabeza<br />

<strong>de</strong>scubierta y sin parasol, para exponerse a los rayos benefactores <strong>de</strong> su<br />

dios. Pero éstos en lugar <strong>de</strong> ben<strong>de</strong>cirle, lo envenenaban, <strong>de</strong> manera que<br />

<strong>de</strong>liraba y tenía pesadillas. Su dios era como él, ofrecía su bondad y su<br />

amor con <strong>de</strong>masiada generosidad y violencia y este amor sembraba las<br />

ruinas a su alre<strong>de</strong>dor.<br />

Pero en sus momentos <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z, cuando le había puesto compresas<br />

frías en las sienes y administrado pociones calmantes, me miraba con<br />

sus ojos sombríos y amargos, como si una <strong>de</strong>cepción in<strong>de</strong>cible hubiese<br />

invadido su espíritu, y esta mirada me penetraba hasta el corazón, <strong>de</strong><br />

manera que lo amaba en su <strong>de</strong>bilidad y hubiera dado mucho por evitarle<br />

su <strong>de</strong>cepción. Y me <strong>de</strong>cía:<br />

-Sinuhé, ¿mis visiones habrán sido engañosas? Si es así, la vida es más<br />

espantosa <strong>de</strong> lo que pensaba y el mundo está gobernado no por la<br />

bondad, sino por un mal inmenso. Por esto mis visiones tienen que ser<br />

verdad. ¿Me oyes, Sinuhé? Tienen que ser verdad aunque el sol no brille<br />

ya sobre mi corazón y mis amigos escupan en mi lecho. No soy ciego, veo<br />

en los corazones, en el tuyo también, Sinuhé, en tu corazón tierno y<br />

débil, y sé que<br />

me tienes por loco, pero te perdono, porque la luz ha iluminado una vez<br />

tu corazón.<br />

Pero cuando el dolor lo atormentaba se lamentaba y <strong>de</strong>cía:<br />

-Sinuhé, se remata a un animal enfermo o a un león herido, pero<br />

nadie le da el golpe <strong>de</strong> gracia a un ser humano. Mi <strong>de</strong>cepción es más<br />

cruel que la muerte, que no temo, porque mi espíritu vivirá eternamente.<br />

Nací <strong>de</strong>l sol y regresaré al sol, y sólo a esto aspiro <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todas mis<br />

<strong>de</strong>cepciones.<br />

1


Hacia otoño, gracias a mis cuidados, estuvo mejor, pero yo me<br />

preguntaba si hubiera <strong>de</strong>bido <strong>de</strong>jarlo morir. Un médico no <strong>de</strong>be nunca<br />

abandonar a sus enfermos si su arte es suficiente para hacerlos vivir, lo<br />

cual es a menudo la maldición <strong>de</strong>l médico, pero no pue<strong>de</strong> evitarlo, <strong>de</strong>be<br />

cuidar a los buenos y a los malos, a los justos y a los culpables, sin hacer<br />

diferencias entre ellos. Así el faraón se repuso hacia el otoño, y se<br />

encerró en sí mismo y no habló con nadie y sus ojos eran duros mientras<br />

permanecía a menudo solo.<br />

Pero tenía razón al <strong>de</strong>cir que la gente escupía sobre su lecho, porque<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber dado a luz a una quinta hija, la reina Nefertiti se cansó<br />

<strong>de</strong> él y comenzó a odiarlo y a no pensar más que en hacerle daño. Por<br />

esto cuando el grano <strong>de</strong> cebada comenzó a germinar en ella por sexta<br />

vez, el hijo que llevaba en su seno no era más que nominalmente <strong>de</strong><br />

sangre real, porque había permitido a una simiente extranjera<br />

fecundarla, y no conocía ya el límite en su libertinaje y se divertía con<br />

todo el mundo, incluso con mi amigo Thotmés. Su belleza se había<br />

conservado intacta pese a que su primavera estuviese <strong>de</strong>sflorada, y su<br />

mirada y su sonrisa irónica tenían un encanto que atraía a los hombres.<br />

Se <strong>de</strong>dicó a seducir a los familiares <strong>de</strong>l faraón para apartarlos <strong>de</strong> él.<br />

Su voluntad era firme y su inteligencia terriblemente viva, y como a<br />

ello unía la belleza y el po<strong>de</strong>río, era muy peligrosa. Durante años enteros<br />

le había bastado sonreír y dominar por su belleza, y se contentó con<br />

joyas y vinos, poesías y galanterías. Pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l nacimiento <strong>de</strong> la<br />

quinta hija, hizo a su marido responsable. Y no olvi<strong>de</strong>mos que por sus<br />

venas circulaba la sangre ambiciosa <strong>de</strong> su padre Ai, la sangre negra <strong>de</strong> la<br />

mentira, el ardid y la perfidia.<br />

Hay que reconocer, sin embargo, que durante todos los años<br />

transcurridos su conducta había sido irreprochable y que ro<strong>de</strong>ó al faraón<br />

Akhenatón <strong>de</strong> toda su ternura <strong>de</strong> mujer amante y había creído en sus<br />

visiones. Por esto mucha gente quedó sorprendida <strong>de</strong> este cambio y lo<br />

atribuyó a la maldición que flotaba sobre la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte como<br />

una sombra mortal. Porque su <strong>de</strong>svergüenza era tal que llegó a <strong>de</strong>cirse<br />

que se divertía con la servidumbre, los sardos y los obreros, si bien me<br />

niego a creerlo, porque la gente tiene siempre ten<strong>de</strong>ncia a exagerar.<br />

En cuanto al faraón, se encerró en su soledad, y su alimento era el pan<br />

y la harina amasada <strong>de</strong>l pobre y su bebida el agua <strong>de</strong>l Nilo, porque quería<br />

purificarse para volver a encontrar su claridad y creía que la carne y el<br />

vino turbaban sus visiones.<br />

Las noticias <strong>de</strong>l extranjero eran todas malas. Aziru mandaba <strong>de</strong> Siria<br />

numerosas tablillas <strong>de</strong> arcilla para quejarse. Decía que los hombres<br />

querían regresar a sus hogares para apacentar sus cor<strong>de</strong>ros, cuidar su<br />

ganado, cultivar las tierras y divertirse con su mujer, porque eran<br />

amantes <strong>de</strong> la paz. Pero los bandoleros <strong>de</strong> los <strong>de</strong>siertos <strong>de</strong>l Sinaí


cruzaban a cada instante la frontera y saqueaban a Siria, y estos<br />

bandoleros iban provistos <strong>de</strong> armas egipcias e iban mandados por<br />

oficiales egipcios y constituían un peligro para la apacible Siria, <strong>de</strong><br />

manera que Aziru no podía licenciar a sus tropas. El comandante <strong>de</strong><br />

Ghaza había adoptado una actitud inconveniente contraria a la letra y el<br />

espíritu <strong>de</strong>l tratado, porque cerraba las puertas <strong>de</strong> la villa a los<br />

comerciantes y las caravanas, no admitiendo más que a sus protegidos.<br />

Las quejas <strong>de</strong> Aziru eran incesantes, y escribía que cualquier otro que no<br />

fuese él hubiera perdido ya la paciencia pero que amaba la paz por<br />

encima <strong>de</strong> todo. Era necesario, sin embargo, terminar; <strong>de</strong> lo contrario,<br />

no respondía <strong>de</strong> las consecuencias.<br />

Babilonia estaba muy <strong>de</strong>scontenta <strong>de</strong> la competencia egipcia en los<br />

mercados sirios <strong>de</strong>l trigo, y Burraburiash estaba <strong>de</strong>cepcionado a causa <strong>de</strong><br />

los regalos <strong>de</strong>l faraón y presentaba una larga lista <strong>de</strong> reivindicaciones. El<br />

embajador <strong>de</strong> Babilonia en Egipto se encogía <strong>de</strong> hombros, abría los<br />

brazos y se arrancaba la barba, diciendo:<br />

-Mi señor es como un león que husmea el viento <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su antro para<br />

saber lo que le aporta. Ha puesto todas sus esperanzas en Egipto, pero si<br />

Egipto es realmente tan pobre que no pue<strong>de</strong> enviarle el oro necesario<br />

para construir carros <strong>de</strong> guerra, no sé lo que ocurrirá. Mi señor <strong>de</strong>sea ser<br />

siempre el amigo <strong>de</strong> un Egipto fuerte y rico y esta alianza aseguraría la<br />

paz <strong>de</strong>l mundo, porque Egipto y Babilonia son lo suficientemente ricos<br />

para no tener que <strong>de</strong>sear la guerra. Pero la amistad <strong>de</strong> un Egipto débil y<br />

pobre no tiene ninguna importancia, no es más que una carga, y <strong>de</strong>bo<br />

confesar que mi señor ha quedado sorprendido al ver a Egipto renunciar<br />

a Siria por <strong>de</strong>bilidad. Pese a que amo a Egipto y le <strong>de</strong>seo todo el bien<br />

posible, el interés por mi país domina mis sentimientos y no me<br />

extrañaría ser en breve llamado a Babilonia, lo cual me causaría una gran<br />

pena.<br />

Así hablaba, y ningún hombre razonable podía negarle la razón. Y el<br />

rey Burraburiash cesó <strong>de</strong> enviar juguetes y huevos teñidos a su esposa <strong>de</strong><br />

tres años, pese a que fuese la hija <strong>de</strong>l faraón y la sangre real corriese por<br />

sus venas.<br />

Y he aquí que una embajada hitita llegó a la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte,<br />

presidida por numerosos nobles, diciendo que iban a confirmar la<br />

amistad tradicional entre Egipto y el país <strong>de</strong> Khatti y a familiarizarse,<br />

a<strong>de</strong>más, con las costumbres egipcias <strong>de</strong> las cuales habían oído <strong>de</strong>cir<br />

mucho bien y con el Ejército egipcio, cuya disciplina y armamento no<br />

<strong>de</strong>jaría <strong>de</strong> procurarles algunas informaciones útiles. Su actitud era<br />

<strong>de</strong>ferente y cortés y eran portadores <strong>de</strong> numerosos regalos para los<br />

personajes <strong>de</strong> la Corte. Así dieron al joven Tut, yerno <strong>de</strong> Akhenaton, un<br />

puñal <strong>de</strong> un metal azul que era más brillante y cortante que todos los<br />

<strong>de</strong>más. Yo tenía un puñal idéntico que me había regalado el capitán <strong>de</strong>l


puerto, como he referido, y aconsejé a Tut que lo hiciese dorar y platear a<br />

la moda siria. Estuvo encantado con su regalo y dijo que habría que<br />

ponerlo en su tumba, porque era <strong>de</strong>lgado y raquítico y pensaba a<br />

menudo en la muerte, más que la gente joven <strong>de</strong> su edad.<br />

Estos jefes hititas eran hombres bellos, agradables e instruidos. Su<br />

nariz aguileña, su mentón enérgico y sus ojos <strong>de</strong> animal feroz les<br />

procuraron numerosos éxitos, porque las mujeres se entusiasman<br />

fácilmente con todo lo que es nuevo. Y durante el transcurso <strong>de</strong> las<br />

veladas a que estaban invitados, <strong>de</strong>cían así:<br />

-Sabemos que se cuentan muchas leyendas atroces sobre nuestro país,<br />

pero es obra <strong>de</strong> pérfidos envidiosos. Por esto somos felices al<br />

<strong>de</strong>mostraros que somos gente culta que sabe leer y escribir. No comemos<br />

carne cruda ni bebemos la sangre <strong>de</strong> los niños, como se cuenta, sino que<br />

apreciamos la cocina siria y la egipcia. Somos gente apacible que<br />

<strong>de</strong>testamos las querellas y a cambio <strong>de</strong> nuestros regalos sólo os<br />

pediremos algunas informaciones que puedan sernos útiles para<br />

<strong>de</strong>sarrollar el nivel cultural <strong>de</strong> nuestro pueblo. Nos interesamos<br />

vivamente por la forma como vuestros sardos manejan sus armas así<br />

como vuestros carros <strong>de</strong> guerra dorados, a los que no podríamos<br />

comparar con los nuestros, pesados y primitivos. Y no <strong>de</strong>béis creer las<br />

calumnias difundidas sobre nosotros por los fugitivos <strong>de</strong> Mitanni,<br />

porque están amargados por la <strong>de</strong>sgracia que les ha valido su cobardía.<br />

Os po<strong>de</strong>mos asegurar que si se hubiesen quedado en el país no les<br />

hubiera ocurrido ningún mal, y les aconsejamos que regresen al país y<br />

vivan en buena armonía con nosotros y no les guardamos rencor alguno<br />

por sus calumnias, porque nos hacemos cargo <strong>de</strong> su <strong>de</strong>cepción. Pero<br />

podéis compren<strong>de</strong>r que nuestro país es <strong>de</strong>masiado pequeño para<br />

nosotros, porque tenemos muchos hijos, ya que nuestro gran rey<br />

Shubbiluliuma los ama enormemente. Y necesitamos espacio para ellos y<br />

para apacentar nuestros ganados, y en Mitanni había sitio para nosotros,<br />

porque las mujeres no tienen más que uno o dos chiquillos. Por otra<br />

parte, no podíamos soportar ver reinar en este país la injusticia y la<br />

opresión, y en realidad los habitantes <strong>de</strong> Mitanni nos han llamado en su<br />

ayuda y hemos entrado en su país como liberadores y no como invasores.<br />

Ahora tenemos en Mitanni suficiente espacio vital para nosotros y<br />

nuestros hijos y nuestros ganados, y no soñamos con nuevas conquistas,<br />

porque somos un pueblo apacible y pacífico.<br />

Levantaban sus copas tendiendo el brazo y elogiaban gran<strong>de</strong>mente<br />

Egipto, y las mujeres admiraban sus nucas potentes y sus ojos salvajes. Y<br />

ellos <strong>de</strong>cían:<br />

-Egipto es un país maravilloso y lo admiramos. Pero id también al<br />

nuestro, y apren<strong>de</strong>réis a conocer mejor nuestras costumbres.


Gracias a estos halagos consiguieron ganar el favor general y la Corte<br />

y nada les quedó oculto. Yo pensaba en su país árido y en sus hechiceros<br />

empalados a lo largo <strong>de</strong> los caminos y me <strong>de</strong>cía que su estancia en Egipto<br />

no presagiaba nada bueno para nosotros. Y así estuve encantado <strong>de</strong><br />

verlos marchar.<br />

La Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte había cambiado enormemente y jamás hasta<br />

entonces la gente se había divertido tanto, jamás había comido y bebido<br />

<strong>de</strong> aquella manera, ni jurado <strong>de</strong> aquella forma, ni sus costumbres fueron<br />

tan licenciosas. De la tar<strong>de</strong> al alba las antorchas ardían <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los<br />

palacios <strong>de</strong> los nobles, y <strong>de</strong> la mañana a la tar<strong>de</strong> resonaban los cantos, las<br />

músicas y las risas, y este furor se había apo<strong>de</strong>rado incluso <strong>de</strong> los criados<br />

y los esclavos que rondaban ebrios por las calles. Pero era una alegría<br />

enfermiza y malsana, trataban <strong>de</strong> olvidar el presente y no pensar en el<br />

porvenir. A menudo un silencio <strong>de</strong> muerte pesaba bruscamente sobre la<br />

ciudad.<br />

Los artistas estaban poseídos también <strong>de</strong> una rabia <strong>de</strong> crear como si<br />

se hubiesen dado cuenta <strong>de</strong> que el tiempo se les escapaba entre los<br />

<strong>de</strong>dos. Exageraban la verdad que se convertía en caricatura bajo sus<br />

pinceles y cinceles, y rivalizaban en encontrar formas cada vez más<br />

extravagantes, hasta el punto que acabaron por <strong>de</strong>cir que algunas líneas<br />

y manchas bastaban para simbolizar el mo<strong>de</strong>lo. Hacían <strong>de</strong>l faraón<br />

Akhenatón unas imágenes que escandalizaban a la gente <strong>de</strong> edad,<br />

exagerando sus muslos hinchados o la <strong>de</strong>lga<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su cuello. Parecía que<br />

<strong>de</strong>testasen al faraón, pero ellos pretendían que jamás se había expresado<br />

la vida con tanta realidad. Yo conversaba con Thotmés:<br />

-El faraón Akhenatón te ha sacado <strong>de</strong>l arroyo y ha hecho <strong>de</strong> ti su<br />

amigo, ¿por qué lo representas como si fuese tu enemigo y por qué has<br />

escupido sobre su lecho y profanado su amistad?<br />

Y Thotmés <strong>de</strong>cía:<br />

-No te metas en lo que no entien<strong>de</strong>s Sinuhé. Quizás es cierto que lo<br />

odio, pero me odio todavía más a mí. En mí ar<strong>de</strong> la fiebre <strong>de</strong> la creación y<br />

jamás mis manos fueron más hábiles que ahora, y es posible que un<br />

artista <strong>de</strong>scontento y saturado <strong>de</strong> odio cree obras más gran<strong>de</strong>s que un<br />

artista harto y satisfecho <strong>de</strong> sí mismo. Soy un creador y lo hallo todo en<br />

mí y cada imagen que esculpo es una imagen mía que vivirá<br />

eternamente. Nadie pue<strong>de</strong> igualarme y valgo más que todos los hombres<br />

y no existen para mí leyes que no pueda violar, porque en mi arte estoy<br />

por encima <strong>de</strong> todas las leyes y soy más un dios que un hombre. Al crear<br />

formas y colores rivalizo con su dios Atón, porque todo lo que Atón crea<br />

está llamado a <strong>de</strong>saparecer, mientras lo que creo yo vivirá eternamente.<br />

Pero para hablar así había bebido vino <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la mañana, y yo le<br />

perdonaba sus divagaciones, porque en su rostro se dibujaba un<br />

verda<strong>de</strong>ro tormento y leía en sus ojos que era muy <strong>de</strong>sgraciado.


Y con esto llegaron las cosechas y el agua <strong>de</strong>l Nilo subió y volvió a<br />

bajar, y <strong>de</strong>spués vino el invierno que llevó la miseria a Egipto <strong>de</strong> manera<br />

que todo el mundo se preguntaba qué <strong>de</strong>sgracia traería el día <strong>de</strong> mañana.<br />

A principios <strong>de</strong> invierno se divulgó la noticia <strong>de</strong> que Aziru había abierto<br />

la mayoría <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s sirias a los<br />

hititas y que los carros hititas habían atravesado el <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong> Sinaí y<br />

atacado Tanis, <strong>de</strong>vastando toda la región.<br />

Ante estas noticias, Ai llegó <strong>de</strong> Tebas y Horemheb <strong>de</strong> Menfis para<br />

entrevistarse con el faraón. Yo asistí a las reuniones en mi calidad <strong>de</strong><br />

médico, porque temía que el faraón se excitase y tuviese una recaída a<br />

causa <strong>de</strong> todo lo que tendría que oír.<br />

Pero permaneció ensimismado y frío y no perdió la calma ni un momento.<br />

El sacerdote Ai le dijo:<br />

-Los graneros <strong>de</strong>l faraón están vacíos y este año el país <strong>de</strong> Kush no ha<br />

pagado su tributo en el cual ponía todas mis esperanzas. Un hambre<br />

terrible reina en todo el país y el pueblo arranca las raíces para<br />

alimentarse con ellas y comen la corteza <strong>de</strong> los árboles frutales y los<br />

saltamontes, los escarabajos e incluso las ranas. Muchos han muerto ya,<br />

pero muchos más morirán todavía porque, incluso estrictamente<br />

racionado, el trigo <strong>de</strong>l faraón no basta para alimentar a todo el mundo, y<br />

el trigo <strong>de</strong> los merca<strong>de</strong>res es <strong>de</strong>masiado caro para que los pobres puedan<br />

comprarlo. La inquietud se apo<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> todo el país y los campesinos<br />

afluyen a las ciuda<strong>de</strong>s y los ciudadanos huyen a los campos y todos<br />

dicen: «Es la maldición <strong>de</strong> Amón y sufriremos por culpa <strong>de</strong>l dios <strong>de</strong>l<br />

faraón.» Por esto, Akhenatón, <strong>de</strong>bes reconciliarte con los sacerdotes y<br />

<strong>de</strong>volver a Amón su po<strong>de</strong>río, a fin <strong>de</strong> que el pueblo pueda adorarlo, y esto<br />

le calmará. Devuelve a Amón sus tierras para que las cultive, porque el<br />

pueblo no se atreve a sembrar las tierras <strong>de</strong> Amón y las tuyas han<br />

quedado también incultas, porque el pueblo dice que están malditas. Por<br />

esto <strong>de</strong>bes llegar a un acuerdo con Amón y sin per<strong>de</strong>r tiempo, <strong>de</strong> lo<br />

contrario me lavo las manos con respecto a todo lo que ocurra.<br />

Y Horemheb dijo:<br />

-Burraburiash ha comprado la paz a los hititas y Aziru ha cedido a su<br />

presión y se ha aliado con ellos. El número <strong>de</strong> soldados hititas en Siria es<br />

como las arenas <strong>de</strong>l mar y sus carros son numerosos como las estrellas<br />

en el cielo y es el fin <strong>de</strong> Egipto, porque en su malicia han puesto jarras <strong>de</strong><br />

2


agua en el <strong>de</strong>sierto en vista <strong>de</strong> que no disponen <strong>de</strong> flota. En el <strong>de</strong>sierto<br />

disponen <strong>de</strong> una cantidad <strong>de</strong> agua inmensa, <strong>de</strong> manera que en la<br />

primavera un ejército podrá atravesar el <strong>de</strong>sierto sin morir <strong>de</strong> sed. Y en<br />

Egipto es don<strong>de</strong> han comprado la mayoría <strong>de</strong> las jarras, <strong>de</strong> manera que<br />

los merca<strong>de</strong>res que se las han vendido han cavado su propia tumba por<br />

codicia. En su impaciencia, los carros <strong>de</strong> Aziru y los hititas han hecho<br />

incursiones hasta Tanis y en territorio egipcio, violando así la paz. Cierto<br />

es que estas incursiones son poco graves, pero he hecho propagar por el<br />

pueblo el rumor <strong>de</strong> <strong>de</strong>strucciones terribles y cruelda<strong>de</strong>s hititas, <strong>de</strong><br />

manera que el pueblo está dispuesto para la guerra. Todavía es tiempo,<br />

faraón Akhenatón. Da or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> que soplen las trompetas, iza las<br />

oriflamas y <strong>de</strong>clara la guerra. Convoca a todos los hombres aptos para el<br />

combate, reúne todo el cobre <strong>de</strong>l país para fabricar lanzas y tu po<strong>de</strong>río<br />

será salvado. Yo lo salvaré y aseguraré a Egipto un triunfo y batiré a los<br />

hititas y reconquistaré Siria. Pero necesito para esto todos los recursos<br />

<strong>de</strong> Egipto. ¡Nada <strong>de</strong> Atón ni Amón! En la guerra el pueblo olvidará sus<br />

males y su cólera se <strong>de</strong>scargará en el exterior, y una guerra victoriosa<br />

consolidará tu trono. Te prometo una guerra victoriosa, porque soy<br />

Horemheb, Hijo <strong>de</strong>l Halcón, y he sido creado para realizar gran<strong>de</strong>s<br />

hazañas y mi hora ha sonado al fin.<br />

A estas palabras Ai se precipitó para añadir:<br />

-No creas a Horemheb, faraón Akhenaton, hijo mío, porque la mentira<br />

habla por su boca y <strong>de</strong>sea tu po<strong>de</strong>r. Reconcíliate con los sacerdotes <strong>de</strong><br />

Amón y <strong>de</strong>clara la guerra, pero no confíes el mando a Horemheb, sino a<br />

un viejo jefe experimentado que haya estudiado los escritos <strong>de</strong> estrategia<br />

<strong>de</strong> los antiguos faraones y en quien puedas tener plena confianza.<br />

Y Horemheb dijo:<br />

-Si no estuviésemos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l faraón te pondría la mano en la cara,<br />

asqueroso Al. Me mi<strong>de</strong>s por tu talla y tú eres quien miente, porque has<br />

negociado ya en secreto con los sacerdotes <strong>de</strong> Amón y llegado a un<br />

acuerdo. Pero yo no engañaré al chiquillo que un día protegí con mi<br />

túnica en el <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong> las montañas <strong>de</strong> Tebas, y mi objeto es la<br />

gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> Egipto y sólo yo puedo salvar el país.<br />

El faraón les preguntó:<br />

-¿Habéis hablado?<br />

Y con una sola voz dijeron:<br />

-Hemos terminado.<br />

Y entonces el faraón dijo:<br />

-Tengo que velar y orar antes <strong>de</strong> tomar una <strong>de</strong>cisión. Pero convocad<br />

para mañana a todo el pueblo, a todos los que me aman, nobles y<br />

villanos, dueños y esclavos, y llamad también a los mineros <strong>de</strong> las<br />

canteras, porque quiero hablar con mi pueblo y comunicarles mi<br />

<strong>de</strong>cisión.


La or<strong>de</strong>n fue cumplida y el pueblo fue convocado para el día siguiente.<br />

Pero durante toda la noche el faraón<br />

veló u oró errando por su palacio, sin comer ni hablar con nadie, <strong>de</strong><br />

manera que yo estaba muy inquieto por él. Al día siguiente se hizo<br />

llevar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l pueblo y tomó asiento en el trono y su rostro brilló<br />

como el sol cuando levantó el brazo y comenzó a hablar:<br />

-A causa <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>bilidad, el hambre reina en Egipto y a causa <strong>de</strong> mi<br />

<strong>de</strong>bilidad el enemigo amenaza las fronteras, porque <strong>de</strong>béis saber que los<br />

hititas se disponen a invadir Egipto a través <strong>de</strong> Siria y en breve sus pies<br />

hollarán las tierras negras. Todo esto ocurre por mi <strong>de</strong>bilidad, porque no<br />

he comprendido claramente la voz <strong>de</strong> mi dios ni ejecutado sus<br />

volunta<strong>de</strong>s. Pero al fin mi dios se me ha aparecido. Atón se me ha<br />

aparecido y su verdad ar<strong>de</strong> en mi corazón, <strong>de</strong> manera que no soy ya débil<br />

ni vacilante. He <strong>de</strong>rribado el falso dios, pero en mi <strong>de</strong>bilidad he <strong>de</strong>jado<br />

que los <strong>de</strong>más dioses reinasen al lado <strong>de</strong> Atón, el único, y su sombra ha<br />

oscurecido a Egipto. Así, que en esta jornada caigan todos los viejos<br />

dioses <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Kemi y que la claridad <strong>de</strong> Atón reine como una luz<br />

única sobre todo el país. Que en esta jornada todos los antiguos dioses<br />

<strong>de</strong>saparezcan y que comience el reinado <strong>de</strong> Atón sobre la tierra.<br />

Ante estas palabras el pueblo se estremeció <strong>de</strong> angustia y fueron<br />

muchos los que se postraron <strong>de</strong> rodillas. Pero el faraón elevó la voz y<br />

gritó:<br />

-Vosotros, los que amáis, id y <strong>de</strong>rribad a todos los antiguos dioses <strong>de</strong><br />

Kemi, <strong>de</strong>struid sus altares, romped sus imágenes, verted su agua<br />

sagrada, <strong>de</strong>moled sus templos, borrad sus nombres <strong>de</strong> todas las<br />

inscripciones, penetrad hasta en las tumbas para <strong>de</strong>struirlos a<br />

martillazos, a fin <strong>de</strong> que Egipto sea salvado. Nobles, tomad una maza;<br />

artistas, cambiad el pincel por un hacha; obreros, tomad vuestros<br />

martillos e id a todas las ciuda<strong>de</strong>s y pueblos para <strong>de</strong>rribar a los viejos<br />

dioses y borrar sus nombres. Así es como purificaré a Egipto <strong>de</strong>l mal.<br />

Muchos huyeron <strong>de</strong>spavoridos, pero el faraón respiró profundamente<br />

y su rostro brilló <strong>de</strong> éxtasis y añadió:<br />

-¡Que comience el reinado <strong>de</strong> Atón sobre la tierra! ¡Que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hoy no<br />

haya más dueños ni esclavos, señores ni servidores! Porque todos los<br />

hombres son iguales y libres <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Atón y nadie viene obligado ya a<br />

cultivar la tierra <strong>de</strong> otro ni hacer girar la piedra <strong>de</strong>l molino <strong>de</strong> otro, sino<br />

que todos podéis elegir vuestro oficio e ir y venir a vuestro antojo. El<br />

faraón ha hablado.<br />

El pueblo observaba un silenció aterrador, pero el resplandor que se<br />

<strong>de</strong>sprendía <strong>de</strong>l rostro <strong>de</strong>l faraón era tan potente que la gente comenzó en<br />

breve a gritar <strong>de</strong> ardor diciendo:<br />

-No había ocurrido jamás una cosa parecida, pero en verdad, su dios<br />

habla por su boca y <strong>de</strong>bemos obe<strong>de</strong>cerlo.


Y así la gente comenzó a dispersarse y en breve comenzaron a cambiar<br />

puñetazos y mataron a los ancianos que se habían atrevido a rebelarse<br />

contra las palabras <strong>de</strong>l faraón.<br />

Una vez la muchedumbre dispersada, Ai le dijo al faraón:<br />

-Akhenaton, lanza tu corona a lo lejos y rompe tu cetro, porque tus<br />

palabras acaban <strong>de</strong> <strong>de</strong>rribar tu trono.<br />

-Las palabras que he pronunciado asegurarán la inmortalidad a mi<br />

nombre, y mi po<strong>de</strong>río vivirá en el corazón <strong>de</strong> los hombres <strong>de</strong> eternidad<br />

en eternidad.<br />

Entonces Ai se frotó las manos y escupió en el suelo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l faraón<br />

y pisando su saliva con el pie, dijo:<br />

-Si es así obraré a mi antojo y me lavo las manos, porque <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

un loco no me consi<strong>de</strong>ro ya responsable <strong>de</strong> mis actos.<br />

Iba a alejarse cuando Horemheb lo retuvo por el brazo a pesar <strong>de</strong> que<br />

era un hombre robusto.<br />

Y Horemheb dijo:<br />

-Es tu faraón y <strong>de</strong>bes obe<strong>de</strong>cerle, Ai, y no lo traicionarás; porque si lo<br />

traicionas te atravesaré el vientre con mi espada, aunque tuviese que<br />

levantar un ejército a mi costa para conseguirlo. Créeme, no tengo<br />

costumbre <strong>de</strong> mentir. En verdad su locura es gran<strong>de</strong> y peligrosa, pero<br />

incluso en su locura lo amo y le soy fiel, porque le he prestado<br />

juramento. Y en su locura hay una brizna <strong>de</strong> cordura, porque si se<br />

hubiese limitado a <strong>de</strong>rribar a los dioses todo se hubiera reducido a una<br />

guerra civil, pero habiendo liberado a los esclavos <strong>de</strong> los molinos y los<br />

siervos, entorpece los planes <strong>de</strong> los sacerdotes y gana el apoyo <strong>de</strong>l<br />

pueblo, pese a que la confusión no hará más que crecer en el país. Todo<br />

lo <strong>de</strong>más me da lo mismo, pero, ¿qué vamos a hacer con los hititas,<br />

faraón Akhenaton? -El faraón estaba sentado, con los brazos cruzados<br />

sobre las rodillas y no respondió. Horemheb siguió a<strong>de</strong>lante-: Dame oro<br />

y trigo, armas, carros y caballos y el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> alistar soldados y <strong>de</strong><br />

convocar las guardias <strong>de</strong>l Bajo Egipto y trataré <strong>de</strong> rechazar el ataque <strong>de</strong><br />

los hititas.<br />

Entonces el faraón levantó sus ojos enrojecidos y todo el éxtasis había<br />

<strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong> su rostro. Y dijo:<br />

-Te prohíbo que <strong>de</strong>clares la guerra, Horemheb. Pero si el pueblo<br />

quiere <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r la tierra negra no se lo puedo impedir. No tengo oro ni<br />

trigo para no hablar <strong>de</strong> las armas, pero no te las daría si las tuviese,<br />

porque no quiero respon<strong>de</strong>r al mal con el mal. Pero pue<strong>de</strong>s preparar a tu<br />

manera la <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> Tanis, con tal <strong>de</strong> que no viertas sangre y te limites a<br />

mantenerte a la <strong>de</strong>fensiva.<br />

-De acuerdo -dijo Horemheb-. Entonces moriré en Tanis, porque, sin<br />

oro ni trigo, el ejército más hábil y más valiente no pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse


largo tiempo. Pero me meo en tu vacilación, faraón Akhenatón, y me<br />

<strong>de</strong>fen<strong>de</strong>ré como lo entiendo. Te saludo.<br />

Se fue, y Ai salió también, <strong>de</strong>jándome solo con el faraón. Me miró con<br />

sus ojos infinitamente cansados y dijo:<br />

-Ahora que he hablado, toda mi fuerza ha <strong>de</strong>saparecido; pero a pesar<br />

<strong>de</strong> todo me siento feliz en mi <strong>de</strong>bilidad.<br />

¿Qué vas a hacer, Sinuhé?<br />

Esta pregunta me extrañó y le dirigí una mirada <strong>de</strong> sorpresa. Sonrió<br />

con expresión <strong>de</strong> cansancio y dijo:<br />

-¿Me quieres, Sinuhé? -Cuando le hube asegurado que le quería a pesar<br />

<strong>de</strong> toda su locura, dijo-: Si me quieres, ya sabes lo que <strong>de</strong>bes hacer,<br />

Sinuhé.<br />

Me rebelé contra su voluntad, pese a que sabía perfectamente lo que<br />

<strong>de</strong>seaba <strong>de</strong> mí. Malhumorado le respondí:<br />

-Creía que tenías necesidad <strong>de</strong> mí como médico; pero si pue<strong>de</strong>s<br />

prescindir <strong>de</strong> mí, me marcharé. En verdad no sirvo para <strong>de</strong>rribar las<br />

imágenes <strong>de</strong> los dioses y mis brazos son <strong>de</strong>masiado débiles para manejar<br />

el martillo, pero que tu voluntad sea hecha. El pueblo reventará<br />

seguramente mi piel y me machacará el cráneo y me colgará <strong>de</strong> los<br />

muros cabeza abajo, pero todo esto no me inquieta. Me iré, por<br />

consiguiente, a Tebas, don<strong>de</strong> hay muchos templos y mucha gente que me<br />

conoce.<br />

No dijo nada y me marché sin <strong>de</strong>cir palabra. Permaneció solo en su<br />

trono y fui en busca <strong>de</strong> Thotmés, porque necesitaba aliviar mi corazón.<br />

Horemheb estaba sentado en el taller con un viejo artista borracho<br />

llamado Bek y estaban bebiendo vino mientras los servidores <strong>de</strong><br />

Thotmés preparaban los equipajes para la marcha.<br />

-Por Atón -dijo Thotmés, levantando su copa <strong>de</strong> oro-, ya no hay nobles<br />

ni villanos y yo que soy un artista que doy vida a la piedra, voy a<br />

<strong>de</strong>strozar con gusto unas malas estatuas. Bebamos juntos, amigos míos,<br />

porque me parece que no nos queda mucho tiempo que vivir.<br />

Bebimos y Bek dijo:<br />

-Me ha sacado <strong>de</strong>l fango y me ha llamado su amigo y cada vez que me<br />

había bebido hasta mi mandil me ha dado ropas nuevas. ¿Por qué no<br />

complacerlo? Espero solamente que la muerte no me sea <strong>de</strong>masiado<br />

penosa, porque en mi pueblo los campesinos tienen mal carácter y la<br />

mala costumbre <strong>de</strong> recurrir a sus hoces cuando se enfadan y abren la<br />

barriga <strong>de</strong> los que no les gustan.<br />

Horemheb dijo:<br />

-Ciertamente no te envidio, pese a que puedo asegurarte que los<br />

hititas tienen costumbres todavía más <strong>de</strong>sagradables. En todo caso voy a<br />

hacerles la guerra y rechazarlos, porque tengo confianza en mi suerte y<br />

una vez vi un matorral ardiendo que no se consumía, y con ello supe que


estaba <strong>de</strong>stinado a gran<strong>de</strong>s cosas. Pero es difícil realizar hazañas con las<br />

manos vacías, porque es poco probable que los hititas se <strong>de</strong>jen<br />

atemorizar por los excrementos secos que les lanzarán mis soldados.<br />

Yo dije:<br />

-Por Seth y todos los <strong>de</strong>monios, <strong>de</strong>cidme por qué lo amamos y<br />

obe<strong>de</strong>cemos pese a que sepamos que está loco y sus palabras son<br />

insensatas. Explicadme este misterio si es que sois capaces.<br />

-No tiene acción alguna sobre mí -dijo Bek-, pero no soy más que un<br />

viejo ebrio y mi muerte no causará pena a nadie. Por esto lo obe<strong>de</strong>zco y<br />

pagaré <strong>de</strong> esta manera todos los años <strong>de</strong> borrachera que he vivido gracias<br />

a él.<br />

-No lo quiero; al contrario, lo <strong>de</strong>testo -afirmó Thotmés-. Y precisamente<br />

por esta razón salgo para ejecutar sus ór<strong>de</strong>nes, porque quiero<br />

precipitar su fin. En verdad estoy hastiado <strong>de</strong> todo y espero que venga<br />

pronto el fin.<br />

Pero Horemheb dijo:<br />

-¡Mentís, cerdos! Confesad que cuando os mira a los ojos vuestro<br />

espinazo grasiento comienza a temblar y quisierais ser <strong>de</strong> nuevo<br />

chiquillos y jugar con los cor<strong>de</strong>ros. Yo soy el único sobre quien su mirada<br />

no surte<br />

efecto, pero mi <strong>de</strong>stino está unido al suyo y <strong>de</strong>bo confesar que lo quiero,<br />

pese a que se porte como una vieja y hable con esa voz aguda.<br />

Así hablábamos mientras bebíamos vino y veíamos las barcas subir o<br />

bajar por el río y la gente marcharse <strong>de</strong> la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte. Algunos<br />

nobles huían con sus mejores efectos, pero otros iban a <strong>de</strong>rribar los<br />

dioses y cantaban himnos a Atón al marcharse. Creo que no cantaron<br />

mucho tiempo, pues los sones se helaron en sus bocas cuando se<br />

enfrentaron con las multitu<strong>de</strong>s enfurecidas en los templos. Estuvimos<br />

todo el día bebiendo vino, pero no conseguía alegrarnos el espíritu,<br />

porque el porvenir se abría ante nosotros como un abismo negro y<br />

nuestras palabras eran cada vez más amargas.<br />

Al día siguiente, Horemheb se embarcó para regresar a Menfis y <strong>de</strong><br />

allí a Tanis. Antes <strong>de</strong> marcharse, le prometí prestarle todo el oro que<br />

pudiese reunir en Tebas y mandarle la mitad <strong>de</strong>l trigo que poseyese.<br />

Probablemente ese error <strong>de</strong> juicio <strong>de</strong>terminó mi suerte, porque di la<br />

mitad a Akhenaton y la otra mitad a Horembeb y ninguno <strong>de</strong> los dos<br />

quedó satisfecho.<br />

3


Thotmés y yo nos marchamos juntos a Tebas y ya <strong>de</strong> lejos vimos los<br />

cadáveres flotar sobre las aguas. Aparecían hinchados y reconocíamos las<br />

cabezas afeitadas <strong>de</strong> los sacerdotes, nobles y villanos, guardianes y<br />

esclavos. Los cocodrilos celebraban festines en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> las aguas,<br />

porque por todas partes había matanzas y arrojaban los cadáveres al<br />

Nilo, y los cocodrilos, que son animales muy inteligentes, comenzaban a<br />

hacer remilgos y elegían los bocados más exquisitos, prefiriendo la carne<br />

<strong>de</strong> los chiquillos y mujeres a la <strong>de</strong> los trabajadores y esclavos. Si los<br />

cocodrilos tienen uso <strong>de</strong> razón, como creo, aquel día <strong>de</strong>bieron <strong>de</strong> cantar<br />

las alabanzas <strong>de</strong> Atón.<br />

A nuestra llegada a Tebas había incendios en todas partes y un humo<br />

espeso se elevaba también <strong>de</strong> la Ciudad <strong>de</strong> los Muertos y la plebe<br />

saqueaba las tumbas <strong>de</strong> los sacerdotes y quemaba las momias. «Cruces»<br />

muy excitados arrojaban a los «Cuernos» al río y los golpeaban con unas<br />

pértigas hasta que se ahogaban. Esto nos <strong>de</strong>mostró que los viejos dioses<br />

estaban ya <strong>de</strong>stronados en Tebas y que Atón había vencido.<br />

Fuimos directamente a «La Cola <strong>de</strong> Cocodrilo», don<strong>de</strong> encontramos a<br />

Kaptah. Se había <strong>de</strong>spojado <strong>de</strong> sus bellas vestiduras y disfrazado <strong>de</strong><br />

pobre. Se había quitado también la placa <strong>de</strong> oro <strong>de</strong> su ojo tuerto y ofrecía<br />

<strong>de</strong> beber a los esclavos harapientos y faquines armados diciéndoles:<br />

-Divertíos y alegraos hermanos porque hoy es un día <strong>de</strong> júbilo y ya no<br />

hay dueños ni esclavos, nobles ni villanos, sino que todos los hombres<br />

son libres <strong>de</strong> ir y venir a su antojo. Bebed hoy por mi cuenta y espero que<br />

os acordaréis <strong>de</strong> mi taberna si la suerte os favorece y conseguís robar oro<br />

en los templos <strong>de</strong> los falsos dioses y las casas <strong>de</strong> los malos dueños. Soy<br />

esclavo como vosotros y esclavo nací, y mi ojo me fue reventado por mi<br />

dueña un día en que había vaciado su jarra <strong>de</strong> cerveza para llenarla con<br />

mi orina. Pero estas injusticias no se producirán más y nadie soportará<br />

ya la caricia <strong>de</strong> los vergajos porque sea esclavo y nadie tendrá que<br />

trabajar con las manos porque sea esclavo, sino que no habrá más que<br />

alegría y júbilo, danzas y diversiones mientras dure.<br />

Sólo entonces se dio cuenta <strong>de</strong> mi presencia y <strong>de</strong> la <strong>de</strong> Thotmés y se<br />

apresuró a llevarnos a una habitación aislada y dijo:<br />

-Es pru<strong>de</strong>nte que os vistáis con mayor mo<strong>de</strong>stia y os ensuciéis las<br />

manos <strong>de</strong> barro, porque los esclavos y los faquines recorren las calles<br />

alabando el nombre <strong>de</strong> Atón y matando a todos los que les parecen<br />

<strong>de</strong>masiado gordos y <strong>de</strong>masiado limpios. A mí me han perdonado mi<br />

obesidad porque soy un antiguo esclavo y les he distribuido trigo y los<br />

obsequio gratuitamente. Pero, ¿qué mal viento os trae a Tebas, don<strong>de</strong> el<br />

clima es malo para los nobles?<br />

Le mostramos nuestros martillos y nuestras hachas diciéndole que<br />

veníamos a <strong>de</strong>rribar a los viejos dioses y a borrar sus nombres <strong>de</strong> los<br />

templos.


Kaptah movió la cabeza y dijo:<br />

-Vuestro proyecto pue<strong>de</strong> quizá ser inteligente y gustará al pueblo, a<br />

condición <strong>de</strong> que no sepan quiénes sois, porque siempre son posibles los<br />

cambios y los cuernos se vengarán si vuelven a adueñarse <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r. No<br />

creo que este sistema pueda durar mucho tiempo, porque los esclavos no<br />

sabrán adón<strong>de</strong> ir a buscar su trigo para vivir y en su excitación han<br />

cometido una serie <strong>de</strong> actos que han inducido a muchas cruces a<br />

reflexionar y unirse con los cuernos para mantener el or<strong>de</strong>n. Sin<br />

embargo, la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> liberar a los esclavos es muy sagaz porque así<br />

puedo <strong>de</strong>spedir a todos los esclavos <strong>de</strong>masiado viejos o incapaces que<br />

consumen inútilmente mi precioso trigo y mi aceite. No tengo ya<br />

necesidad <strong>de</strong> mantener a mis esclavos con gran<strong>de</strong>s gastos, sino que<br />

puedo contratar obreros cuando me convenga y <strong>de</strong>spedirlos cuando<br />

quiera sin estar comprometido con ellos, y pagaré lo que quiera. El trigo<br />

está más caro que nunca y una vez disipada su embriaguez vendrán a<br />

suplicarme que les dé trabajo, y esto me costará menos que la mano <strong>de</strong><br />

obra servil, porque para tener pan aceptarán cualesquiera condiciones.<br />

-Has hablado <strong>de</strong> trigo, Kaptah -le dije-. Debes saber, pues, que he<br />

prometido la mitad <strong>de</strong>l mío a Horemheb a fin <strong>de</strong> que pueda partir a la<br />

guerra contra los hititas, y <strong>de</strong>bes embarcarlo inmediatamente hacia<br />

Tanis. La otra mitad la harás moler y panificar para que se distribuya<br />

entre los hambrientos <strong>de</strong> las villas don<strong>de</strong> está <strong>de</strong>positado nuestro trigo.<br />

Al distribuir este pan tus servidores no exigirán pago alguno, sino que<br />

dirán: «He aquí el pan <strong>de</strong><br />

Atón; tomadlo y comedlo en nombre <strong>de</strong> Atón y alabad al faraón Akhenaton.<br />

»<br />

Al oír mis palabras, Kaptah <strong>de</strong>sgarró sus vestiduras porque iba<br />

solamente vestido <strong>de</strong> esclavo. Se arrancó <strong>de</strong>spués los cabellos haciendo<br />

volar el polvillo <strong>de</strong> barro y lloró amargamente diciendo:<br />

-Este acto te arruinará, ¡oh dueño mío! ¿Y dón<strong>de</strong> estará mi provecho?<br />

La locura <strong>de</strong>l faraón se ha apo<strong>de</strong>rado <strong>de</strong> ti, te sostienes cabeza abajo y<br />

caminas al revés. ¡Ay <strong>de</strong> mí, que <strong>de</strong>bo vivir esta jornada! Y nuestro<br />

escarabajo no nos pue<strong>de</strong> ayudar, porque nadie nos dará las gracias por<br />

esta distribución <strong>de</strong> pan, y este maldito Horemheb respon<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scaradamente a mis cartas en que le reclamo mi oro y me dice que<br />

vaya a cobrarlo en persona. Tu amigo Horemheb es peor que un<br />

bandido, porque un bandido se contenta con robar pero él ofrece pagar<br />

con interés y <strong>de</strong>spués atormenta a sus acreedores y los hace morir <strong>de</strong><br />

rabia. Pero leo en tus ojos que hablas en serio, ¡oh dueño mío!; y no<br />

tengo más remedio que obe<strong>de</strong>certe, pese a que te arruines.<br />

Dejamos a Kaptah con sus clientes y los traficantes en objetos y vasos<br />

preciosos robados en los templos. Toda la gente respetable se había<br />

encerrado en casa y las calles estaban <strong>de</strong>siertas, y algunos templos don<strong>de</strong>


los sacerdotes se habían atrincherado estaban en llamas. Entramos en<br />

los templos saqueados para borrar las inscripciones <strong>de</strong> los dioses y<br />

encontramos a otros fieles <strong>de</strong>l faraón y nuestro martillo hacía brotar<br />

chispas <strong>de</strong> la piedra. Día tras día nuestro celo aumentaba y a menudo<br />

teníamos que pelearnos con sacerdotes que se obstinaban en proteger a<br />

sus dioses.<br />

El pueblo sufría hambre y miseria, y los faquines y los esclavos, ebrios <strong>de</strong><br />

su libertad, formaban bandas para saquear las casas <strong>de</strong> los ricos y<br />

repartirse el botín. Los guardias <strong>de</strong>l faraón eran impotentes. Kaptah<br />

había contratado gente para moler el trigo y hacer el pan, pero la<br />

muchedumbre arrancaba los panes a los portadores y <strong>de</strong>cía: «Este pan<br />

ha sido robado a los pobres y es justo que les sea distribuido.» Y nadie<br />

ben<strong>de</strong>cía mi nombre, pese a que me hubiese arruinado en una sola luna.<br />

Cuando hubieron transcurrido cuarenta días y cuarenta noches y la<br />

confusión era extrema en Tebas y los hombres que habían poseído oro<br />

mendigaban en las esquinas y sus mujeres vendían sus joyas a sus<br />

esclavos para comprar pan para sus hijos, Kaptah vino a encontrarme<br />

una noche y me dijo:<br />

-¡Oh dueño mío! Ha llegado para ti el momento <strong>de</strong> huir, porque el<br />

po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> Atón no tardará en <strong>de</strong>rrumbarse y creo que nadie respetable lo<br />

lamentará. Hay que restaurar las leyes y el or<strong>de</strong>n y los antiguos dioses,<br />

pero antes <strong>de</strong> eso los cocodrilos tendrán sus buenos festines, porque los<br />

sacerdotes se proponen extirpar la mala sangre <strong>de</strong> todo Egipto.<br />

Y yo le pregunté:<br />

-¿Cómo lo sabes?<br />

Adoptó un aire inocente y dijo:<br />

-¿No he sido acaso siempre un cuerno fiel que adoraba a Amón en<br />

secreto? También he prestado mucho dinero a los sacerdotes, porque<br />

daban un buen interés y en garantía las tierras <strong>de</strong> Amón. Para salvar el<br />

pellejo, Ai se ha puesto <strong>de</strong> acuerdo con los sacerdotes. Todos los ricos y<br />

los nobles han vuelto a Amón y los sacerdotes atraen negros <strong>de</strong>l país <strong>de</strong><br />

Kush y alistan sardos. En verdad te digo, Sinuhé, que el molino va pronto<br />

a girar y moler el grano, pero el pan que se sacará será el <strong>de</strong> Amón y no el<br />

<strong>de</strong> Atón. Los dioses volverán, el or<strong>de</strong>n antiguo será restaurado, gracias<br />

sean dadas a Amón, porque ya estoy harto <strong>de</strong> esta confusión, pese a que<br />

me haya enriquecido consi<strong>de</strong>rablemente.<br />

Estas palabras me emocionaron profundamente y grité enfurecido:<br />

-¡El faraón Akhenatón no ce<strong>de</strong>rá jamás!<br />

Pero Kaptah esbozó una sonrisa <strong>de</strong> astucia y, frotándose su ojo ciego,<br />

respondió:<br />

-No le pediremos permiso. La Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte está ya maldita y<br />

todos los que permanezcan en ella están con<strong>de</strong>nados a morir. Una vez en<br />

el po<strong>de</strong>r, los sacerdotes harán cortar todas las rutas que llevan a ella y


morirán todos <strong>de</strong> hambre. Porque exigen que el faraón regrese a Tebas y<br />

se incline <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Amón.<br />

Entonces mis i<strong>de</strong>as se aclararon y vi <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí el rostro <strong>de</strong>l faraón<br />

y sus ojos expresaban una <strong>de</strong>cepción más amarga que la muerte. Y por<br />

esto dije:<br />

-Esta vergüenza no ocurrirá, Kaptah. Tú y yo hemos corrido muchos<br />

caminos juntos, Kaptah, y seguiremos éste también hasta el fin. Ahora yo<br />

soy pobre y tú eres rico. Compra, pues, armas, lanzas y flechas, y compra<br />

también mazas y soborna a los guardias y distribuye las armas a los<br />

esclavos y los faquines. No sé cual será el resultado, porque jamás hasta<br />

ahora el mundo ha tenido una ocasión parecida <strong>de</strong> reformarlo todo.<br />

Cuando la tierra haya sido repartida y las riquezas distribuidas y las<br />

casas <strong>de</strong> los ricos sean habitadas por los pobres y sus jardines sirvan <strong>de</strong><br />

lugares <strong>de</strong> juego para los hijos <strong>de</strong> los esclavos, el pueblo se calmará y<br />

cada cual tendrá su parte, cada cual trabajará a su antojo y todo irá<br />

mejor que antes.<br />

Pero Kaptah se puso a temblar y dijo:<br />

-¡Oh dueño mío! No tengo interés alguno en mis viejos días en<br />

trabajar con mis manos, y han obligado ya a algunos nobles a hacer girar<br />

las muelas <strong>de</strong> los molinos y les dan bastonazos y han obligado a las<br />

mujeres y las hijas <strong>de</strong> los ricos a acostarse con los faquines y los esclavos<br />

en las casas <strong>de</strong> placer, lo que está muy mal. ¡Oh amo Sinuhé! No me<br />

pidas esta vez que te acompañe, porque me acuerdo <strong>de</strong> la sombría<br />

mansión a la que te seguí un día. Me diste la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> no volver a<br />

hablarte jamás <strong>de</strong> ello, pero hoy tengo que hacerlo. ¡Oh dueño mío! Te<br />

dispones a penetrar <strong>de</strong> nuevo en una mansión sombría e ignoras lo que<br />

en ella te espera, y si entras <strong>de</strong>scubrirás quizás un monstruo en<br />

<strong>de</strong>scomposición. Porque, por lo que hemos podido ver, el dios <strong>de</strong>l faraón<br />

Akhenatón es tan terrible como el <strong>de</strong> Creta y hace bailar a los mejores y<br />

más dotados egipcios <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los toros y los manda a una mansión<br />

sombría sin esperanza <strong>de</strong> regreso. No, ¡oh dueño mío!, no te seguiré más<br />

al antro <strong>de</strong>l Minotauro. -No lloraba ni gemía, como <strong>de</strong> costumbre, sino<br />

que me hablaba seriamente para convencerme <strong>de</strong> que <strong>de</strong>bía renunciar a<br />

mis intenciones, y añadió-: Si no quieres pensar en ti ni en mí, piensa<br />

por lo menos en Merit y en el pequeño Thot, que te quiere. Llévatelos<br />

lejos <strong>de</strong> aquí, ponlos a salvo, porque su vida no estará ya en seguridad en<br />

cuanto el molino <strong>de</strong> Amón empiece a machacar.<br />

Pero la pasión me había cegado y las advertencias eran vanas, y<br />

respondí con convicción:<br />

-¿Quién perseguiría a una mujer y a un chiquillo? Estarán en<br />

seguridad en mi casa porque Atón vencerá. Si así no fuera la vida no<br />

merecería la pena <strong>de</strong> ser vivida. El pueblo tiene buen sentido y sabe que<br />

el faraón <strong>de</strong>sea su bien. Es imposible que pretenda volver a caer en el


temor y la oscuridad. La casa <strong>de</strong> Amón es la mansión sombría <strong>de</strong> que me<br />

hablas no la <strong>de</strong> Atón. Algunos guardias comprados y unos pocos nobles<br />

atemorizados no bastarán para <strong>de</strong>rribar a Atón, que tiene todo el pueblo<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> él.<br />

Y Kaptah dijo:<br />

-Te he dicho lo que tenía que <strong>de</strong>cirte y no me vuelvo atrás. Tengo<br />

ciertamente <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> revelarte un pequeño secreto, pero como no es<br />

mío, renuncio a ello, y, a<strong>de</strong>más, sería ineficaz en ti, porque eres presa <strong>de</strong><br />

la locura. No me acuses <strong>de</strong>spués si un día te ves obligado a lacerarte el<br />

rostro y el pecho en tu <strong>de</strong>sesperación. No me dirijas reproches si el<br />

monstruo te <strong>de</strong>vora. No soy más que un antiguo esclavo sin hijos que<br />

puedan llorarme. Por esto te acompañaré esta vez también, pese a que sé<br />

que es inútil. Así penetraremos juntos en esta mansión sombría y, con tu<br />

permiso, me llevaré también una jarra <strong>de</strong> buen vino.<br />

Des<strong>de</strong> entonces Kaptah comenzó a beber <strong>de</strong> la mañana a la noche,<br />

pero sin <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>cer mis ór<strong>de</strong>nes, y distribuyó armas a los antiguos<br />

esclavos y a los faquines y tuvo conciliábulos con algunos jefes <strong>de</strong><br />

guardias a fin <strong>de</strong> ganarlos para la causa <strong>de</strong> los pobres.<br />

El hambre y la violencia reinaron en Tebas aquellos días en que Atón<br />

<strong>de</strong>scendía sobre la tierra y muchas gentes estaban impresionadas por la<br />

crueldad <strong>de</strong> los tiempos y <strong>de</strong>cían: «Nuestra vida no es más que una<br />

pesadilla y la muerte un <strong>de</strong>spertar <strong>de</strong>licioso. Abandonemos el oscuro<br />

corredor <strong>de</strong> la vida por la aurora <strong>de</strong> la muerte. » Y se mataban y algunos<br />

mataban también a sus mujeres y a sus hijos. Otros bebían sin cesar para<br />

hallar el olvido y nadie se inquietaba ya ante las cruces y los cuernos;<br />

pero si alguien encontraba por la calle a una persona llevando un pan, le<br />

arrancaban el pan diciendo:<br />

-Dame este pan porque, ¿no somos acaso todos hermanos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

Atón?<br />

Y si veían un hombre vestido <strong>de</strong> lino fino le <strong>de</strong>cían:<br />

-Dame tu túnica, porque todos somos hermanos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Atón y no<br />

es justo que un hermano vaya mejor vestido que el otro.<br />

Los que llevaban los cuernos, si no eran muertos y sus cuerpos<br />

arrojados a los cocodrilos que se agitaban en el agua en los mismos<br />

muelles <strong>de</strong> Tebas, eran enviados a las minas o a los molinos, y no existía<br />

ya or<strong>de</strong>n alguno en la ciudad y los saqueos y los robos menu<strong>de</strong>aban.<br />

Así transcurrieron dos veces treinta días y el reino <strong>de</strong> Atón sobre la<br />

tierra no duró ya más, porque se hundió. Los negros reclutados en el país<br />

<strong>de</strong> Kush y los sardos alistados por Ai cercaron la ciudad a fin <strong>de</strong> impedir<br />

toda fuga. Los cuernos se rebelaron y los sacerdotes les procuraron<br />

armas proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> las cavernas <strong>de</strong> Amón, y los que no tenían armas<br />

endurecían las pértigas al fuego o dotaban <strong>de</strong> cobre sus cilindros <strong>de</strong><br />

amasar y fundían las joyas para fabricar puntas <strong>de</strong> lanza. Los cuernos se


ebelaron y arrastraron a todos los que querían el bien <strong>de</strong> Egipto; e<br />

incluso la gente pacífica y pon<strong>de</strong>rada <strong>de</strong>cía:<br />

-Queremos volver al or<strong>de</strong>n antiguo, porque estamos cansados <strong>de</strong>l<br />

or<strong>de</strong>n nuevo y Atón nos ha atormentado ya bastante.<br />

Pero yo <strong>de</strong>cía a la gente:<br />

-Es posible que la injusticia haya ganado al <strong>de</strong>recho en estos días en<br />

que muchos inocentes han pagado por los culpables pero, a pesar <strong>de</strong><br />

todo, Amón es el dios <strong>de</strong> las tinieblas y <strong>de</strong>l miedo y domina a los<br />

hombres a causa <strong>de</strong> su ignorancia. Atón es el único dios, porque vive en<br />

cada uno <strong>de</strong> nosotros y fuera <strong>de</strong> nosotros y no hay otros dioses. Luchad,<br />

pues, por Atón, esclavos y pobres, faquines y servidores, porque no<br />

tenéis nada que per<strong>de</strong>r, y si Amón se lleva la victoria conoceréis la<br />

servidumbre y la muerte. Luchad por el faraón Akhenatón, porque no<br />

existe en el mundo un hombre como él y el dios habla por su boca, y no<br />

ha habido nunca, ni nunca volverá a presentarse, una ocasión como ésta<br />

<strong>de</strong> renovar el Universo.<br />

Pero los esclavos y los faquines se reían ruidosamente y <strong>de</strong>cían:<br />

-Cesa ya <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir tonterías sobre Atón, Sinuhé, porque todos los<br />

dioses no valen y todos los faraones son iguales. Pero eres un buen<br />

hombre, aunque un poco cándido, y has vendado nuestras manos<br />

aplastadas y sanado nuestras llagas sin pedirnos nada. Arroja, pues, a lo<br />

lejos esta maza que ya no tienes fuerza para manejar, porque no estás<br />

hecho para pelear, y los cuernos te matarán si te ven con esta maza. En<br />

cuanto a nosotros, poca importancia tiene que muramos, porque hemos<br />

mojado nuestras manos en la sangre y vivido bellas jornadas durmiendo<br />

bajo los baldaquinos y bebiendo en copas <strong>de</strong> oro. Nuestra hora ha<br />

terminado y vamos a morir con las<br />

armas en la mano, porque <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber saboreado la libertad no<br />

queremos volver a caer en la esclavitud.<br />

Estas palabras me sumieron en un mar <strong>de</strong> confusiones, y arrojando la<br />

maza me fui a casa a buscar mi estuche <strong>de</strong> médico. Durante tres días y<br />

tres noches la gente peleó en Tebas e innumerables fueron las cruces que<br />

adoptaron el cuerno v muchos se escondieron en las casas y los sótanos y<br />

los <strong>de</strong>pósitos <strong>de</strong> trigo y las cestas vacías <strong>de</strong>l puerto. Pero los esclavos v<br />

los faquines se batieron valientemente. Tres días y tres noches se<br />

batieron en Tebas y se incendiaron casas para iluminar los combates, y<br />

los negros v los sardos incendiaban también las casas para saquearlas,<br />

4


mataban a la gente al azar fuesen cruces o fuesen cuernos. Su jefe era el<br />

mismo Pepitatón, aquel que había atropellado a la muchedumbre en la<br />

Avenida <strong>de</strong> los Carneros y <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> Amón pero se llamaba<br />

nuevamente Pepitamón y Ai lo había elegido porque era el más instruido<br />

<strong>de</strong> todos los jefes <strong>de</strong>l faraón.<br />

En cuanto a mí, curaba las heridas <strong>de</strong> los esclavos y los faquines y los<br />

cuidaba en , y Merit cortaba a tiras mis ropas,<br />

las suyas y las <strong>de</strong> Kaptah para hacer vendas, y el pequeño Thot llevaba<br />

vino a los que había que aliviar los sufrimientos. El último día se luchó<br />

únicamente en el barrio <strong>de</strong>l puerto, y en el <strong>de</strong> los pobres, y los negros y<br />

los sardos, entrenados para la guerra, segaban a la gente como si fuese<br />

trigo, y la sangre corría por los callejones. Jamás la muerte había hecho<br />

una tan rica cosecha en el país <strong>de</strong> Kemi, porque no se daba cuartel v los<br />

esclavos se batían hasta la muerte.<br />

Los jefes <strong>de</strong> los esclavos y los faquines acudían algunas veces a<br />

reponer sus fuerzas a la taberna, y aprovechaban la ocasión para<br />

<strong>de</strong>cirme:<br />

-Te hemos preparado en el puerto una cesta don<strong>de</strong> podrás ocultarte,<br />

Sinuhé, porque imaginamos que no tienes ganas <strong>de</strong> que te cuelguen<br />

cabeza abajo en los muros <strong>de</strong> la ciudad con nosotros esta noche. Es el<br />

momento <strong>de</strong> ocultarte, Sinuhé, porque es inútil curar heridos que van a<br />

ser <strong>de</strong>gollados <strong>de</strong> un momento a otro.<br />

Pero yo les contestaba:<br />

-Soy médico real y nadie osará poner la mano sobre mí.<br />

Y entonces se echaban a reír y me daban golpes en la espalda con sus<br />

gran<strong>de</strong>s manazas huesudas, bebían vino y volvían a la lucha.<br />

Finalmente, Kaptah se acercó a mí y dijo:<br />

-Tu casa ar<strong>de</strong>, Sinuhé, y los cuernos han matado a Muti, que los<br />

amenazaba con su pala <strong>de</strong> lavar. Es hora ya <strong>de</strong> vestir tus finas vestiduras<br />

y ostentar las insignias <strong>de</strong> tu dignidad. Abandona, pues, a estos heridos y<br />

sígueme a las habitaciones posteriores a fin <strong>de</strong> que nos preparemos a<br />

recibir a los sacerdotes y oficiales.<br />

Merit me ro<strong>de</strong>ó el cuello con sus brazos y me dijo también.<br />

-Huye, Sinuhé, y si no quieres hacerlo por ti, hazlo por mí y por Thot.<br />

Pero las largas vigilias y la <strong>de</strong>cepción y la muerte me habían embrutecido<br />

hasta el punto que no sabía ya lo que sentía.<br />

-¡Qué me importa mi casa, qué me importa Thot y qué me importas<br />

tú.! La sangre que corre es la sangre <strong>de</strong> mis hermanos en Atón y no<br />

quiero vivir si el reino <strong>de</strong> Atón se <strong>de</strong>rrumba.<br />

Pero ignoro por qué pronuncié estas palabras, que no expresaban los<br />

sentimientos <strong>de</strong> mi corazón.<br />

No sé si hubiera tenido tiempo <strong>de</strong> huir, porque al poco rato los sardos<br />

hundieron la puerta <strong>de</strong> la taberna v entraron precedidos por un


sacerdote con la cabeza afeitada y reluciente <strong>de</strong> aceite. Comenzaron a<br />

matar a los heridos y el sacerdote les reventaba los ojos con su cuerno y<br />

los negros, con los pies juntos, saltaban sobre su barriga, <strong>de</strong> manera que<br />

la sangre manaba <strong>de</strong> sus heridas. Y el sacerdote aullaba:<br />

-Es un inmundo antro <strong>de</strong> Atón, ¡limpiémoslo por el fuego!<br />

Ante mis ojos le partieron la cabeza al pequeño Thot y asesinaron a<br />

Merit a lanzazos, y mientras yo volaba en su socorro un sacerdote me dio<br />

un golpe en la cabeza y me caí y no supe nada más <strong>de</strong> lo que ocurría.<br />

Recobré el conocimiento, en la callejuela que había <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> «La Cola<br />

<strong>de</strong> Cocodrilo» y <strong>de</strong> momento no supe dón<strong>de</strong> estaba ni si estaba vivo o<br />

muerto. El sacerdote se había marchado v los soldados habían <strong>de</strong>puesto<br />

las armas y bebían el vino que Kaptah les ofrecía, mientras los oficiales<br />

les daban prisa , para que fuesen <strong>de</strong> nuevo a pelear, y «La Cola <strong>de</strong><br />

Cocodrilo» ardía. Entonces lo recordé todo y, traté <strong>de</strong> levantarme, pero<br />

las fuerzas me faltaron. Comencé a reptar sobre mis manos y las rodillas<br />

y penetré en la casa en llamas para reunirme con Merit v Thot, y mis<br />

cabellos se inflamaron v mis ropas también, pero Kaptah llegó corriendo<br />

y gritando, sacándome <strong>de</strong> las llamas me hizo rodar por el polvo hasta que<br />

mis ropas se hubieron apagado. Ante este espectáculo los soldados se<br />

echaron a reír, y Kaptah les dijo:<br />

-Está indudablemente atontado, porque el sacerdote le ha dado un<br />

golpe en la cabeza con el cuerno y será castigado. Porque este hombre es<br />

médico real y no <strong>de</strong>be tocarse su persona y es, a<strong>de</strong>más, sacerdote <strong>de</strong><br />

primer grado, si bien ha tenido que disfrazarse <strong>de</strong> pobre para ocultar sus<br />

insignias y escapar así <strong>de</strong> la furia <strong>de</strong>l pueblo.<br />

Sentado en el polvo me cogí la cabeza con ambas manos y las lágrimas<br />

corrieron por mis mejillas ,y gemí:<br />

¡Merit, Merit mía!<br />

Pero Kaptah me dio un golpe y me susurró al oído:<br />

-Cállate, loco! ¿No has causado todavía bastantes <strong>de</strong>sgracias con tu<br />

locura?-- Y en vista <strong>de</strong> que no me callaba se inclinó hacia mí y dijo- : Que<br />

esto te vuelva a la razón, ¡oh dueño mío!, porque tu medida está ya más<br />

que colmada. Debes saber, pues, aunque ya sea tar<strong>de</strong>, que Thot era tu<br />

hijo, nacido <strong>de</strong> ti, y fue concebido la primera vez que abrazaste a Merit y<br />

dormiste a su lado. Te digo este secreto para que recobres el espíritu, ya<br />

que ella no quiso hablarte <strong>de</strong> ello porque era orgullosa y solitaria y la<br />

abandonaste por Akhenatón y su Ciudad. El pequeño Thot era <strong>de</strong> tu<br />

sangre, y si no estuvieses completamente loco hubieras reconocido tus<br />

ojos y tu boca en su boca y en sus ojos. Yo hubiera dado mi vida por<br />

salvar la suya, pero a causa <strong>de</strong> tu locura no he podido salvar ni la <strong>de</strong><br />

Merit ni la suya. Por tu locura han perecido los dos, <strong>de</strong> manera que<br />

espero que recobres tu espíritu, dueño mío.


Estas palabras me impusieron silencio y, mirándolo frente a frente, le<br />

pregunté:<br />

-/Es verdad?<br />

Pero esta pregunta era inútil. Y así seguí en el polvo <strong>de</strong> la calle y ya no<br />

lloré más ni sentí más dolor, sino que todo se helaba en mí y mi corazón<br />

se cerraba, <strong>de</strong> manera que no sabía ya lo que me pasaba.<br />

«La Cola <strong>de</strong> Cocodrilo,> seguía ardiendo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí con el pequeño<br />

Thot v el bello cuerpo <strong>de</strong> Merit. Sus cadáveres se consumían en medio <strong>de</strong><br />

los cadáveres <strong>de</strong> los esclavos y faquines y yo no podía hacerlos conservar<br />

eternamente. Thot era mi hijo y era posible que por sus venas hubiese<br />

corrido sangre real, como corría por las mías. Si lo hubiese sabido, acaso<br />

hubiera obrado <strong>de</strong> otra forma, porque por un hijo un padre es capaz <strong>de</strong><br />

muchos actos que no haría por si mismo. Pero era ya tar<strong>de</strong> y permanecía<br />

sentado contemplando las llamas que <strong>de</strong>voraban los dos cuerpos y me<br />

tostaban la cara.<br />

Kaptah me llevó a casa <strong>de</strong> Ai y Pepitamón porque la batalla había<br />

terminado y, mientras el barrio <strong>de</strong> los pobres ardía, administraban<br />

justicia en tronos <strong>de</strong> oro y los soldados y los guardias les llevaban sus<br />

prisioneros. Todo el que fue cogido con las armas en las manos era<br />

colgado cabeza abajo <strong>de</strong> los muros, y quien era encontrado en posesión<br />

<strong>de</strong> botín era arrojado a los cocodrilos, y el que llevaba una cruz <strong>de</strong> Atón<br />

era apaleado y enviado a las minas y las mujeres eran entregadas a los<br />

soldados y los negros, que se divertían con ellas, y los chiquillos eran<br />

entregados a Amón para ser educados en los templos. Así la muerte<br />

reinaba en las riberas <strong>de</strong> Tebas y Ai no conocía la piedad, porque quería<br />

ganar el favor <strong>de</strong> los sacerdotes y <strong>de</strong>cía:<br />

-Extirpo la mala sangre en todo Egipto.<br />

Pepitamón estaba en el colmo <strong>de</strong> su cólera, porque los esclavos y los<br />

faquines habían saqueado su palacio llevándose la comida <strong>de</strong> sus gatos<br />

para dársela a sus hijos, y los gatos, hambrientos, se habían vuelto<br />

salvajes. Por esto tampoco él conocía la piedad y en dos días los muros<br />

estuvieron cubiertos <strong>de</strong> cuerpos colgados cabeza abajo.<br />

Pero los sacerdotes volvieron a levantar con alegría la estatua <strong>de</strong><br />

Amón y le ofrecieron gran<strong>de</strong>s sacrificios. Se entronizaron <strong>de</strong> nuevo las<br />

imágenes <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más dioses y los sacerdotes dijeron al pueblo:<br />

--No habrá ya más hambre ni más lágrimas en el país <strong>de</strong> Kemi, porque<br />

Amón ha vuelto y ben<strong>de</strong>cirá a todos los que creen en él. Sembremos los<br />

campos <strong>de</strong> Amón y el trigo crecerá centuplicado y la riqueza y la<br />

abundancia volverán a Egipto.<br />

Pero, a pesar <strong>de</strong> todo, el hambre era todavía espantosa en Tebas y los<br />

sardos saqueaban y robaban sin hacer distinción entre las cruces v los<br />

cuernos, y violaban a las mujeres y vendían a los chiquillos como<br />

esclavos, Pepitamón no podía retenerlos ni Ai se bastaba para imponer la


disciplina. Yen Egipto no había faraón, porque los sacerdotes habían<br />

<strong>de</strong>clarado que Akhenatón era un falso faraón y su sucesor tenía que<br />

entrar en Tebas inclinarse ante Amón para ser reconocido por los<br />

sacerdotes como soberano legítimo.<br />

Ante esta confusión, Ai nombró a Pepitamón gobernador <strong>de</strong> Tebas y<br />

fue urgentemente a la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte a incitar a Akhenatón a que<br />

renunciase a la doble corona. Y me dijo:<br />

-Acompáñame, Sinuhé, porque quizá tendré necesidad <strong>de</strong> los consejos<br />

<strong>de</strong> un médico para hacer ce<strong>de</strong>r al faraón.<br />

Y yo le contesté:<br />

-En verdad te acompañaré, Ai, porque quiero que mi medida esté bien<br />

colmada.<br />

Pero él no comprendió lo que quería <strong>de</strong>cirle,<br />

Así, con Ai llegué <strong>de</strong> nuevo a la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte, pero<br />

Horemheb, se había enterado en Menfis <strong>de</strong> los acontecimientos <strong>de</strong> Tebas<br />

y <strong>de</strong> otras ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> las riberas <strong>de</strong>l río y acudió también al faraón.<br />

Mientras iba remontando el río, las villas v los poblados iban calmándose<br />

a su paso, porque se abrían los templos y se colocaban las imágenes <strong>de</strong><br />

los dioses en su sitio, y creo que los cocodrilos bendijeron <strong>de</strong> nuevo su<br />

nombre. Pero tenía prisa en llegar antes que Ai a fin <strong>de</strong> disputarle el<br />

po<strong>de</strong>r, y por esto indultó a todos los esclavos que <strong>de</strong>pusieron las armas y<br />

no castigó a los que cambiaban la cruz <strong>de</strong> Atón por el cuerno <strong>de</strong> Amón- Y<br />

el pueblo alababa su generosidad, si bien su objeto era conservar a los<br />

hombres válidos para su ejército.<br />

Pero la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte era una tierra maldita, y sacerdotes y<br />

cuernos vigilaban los caminos que llevaban a ella y asesinaban a todos<br />

los que salían si no consentían en sacrificar a Amón. Habían cerrado<br />

también el río con ca<strong>de</strong>nas <strong>de</strong> cobre. Y al ver la ciudad <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el barco no<br />

la reconocí, porque reinaba en ella un silencio <strong>de</strong> muerte y las flores<br />

estaban mustias en en los parques y el césped quemado por el sol,<br />

porque nadie regaba ya. Los pájaros no piaban ya en los árboles<br />

<strong>de</strong>secados por el sol y un olor a muerte flotaba por las calles. Los nobles<br />

habían abandonado sus palacios y la servidumbre huyó <strong>de</strong>jándolo todo<br />

corno estaba, sin querer llevarse nada <strong>de</strong> la ciudad maldita. Los perros<br />

habían muerto en sus casetas y los caballos en las cuadras, con los<br />

tobillos cortados por los esclavos en fuga.<br />

5


Pero el faraón y su familia no se habían movido <strong>de</strong> su palacio dorado y<br />

algunos servidores fieles habían permanecido con ellos, con algunos<br />

viejos cortesanos que no podían concebir la existencia alejados <strong>de</strong> la<br />

Corte. Ignoraban todo lo ocurrido, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía dos lunas<br />

ningún mensajero había llegado a la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte. Y los víveres<br />

comenzaron a faltar en el palacio y todo el mundo se alimentaba <strong>de</strong> pan y<br />

harina amasada, según la voluntad <strong>de</strong>l faraón.<br />

El sacerdote Ai me mandó a ver al faraón, que tenía confianza en mí,<br />

para que le contase todo lo ocurrido. Así me presenté <strong>de</strong> nuevo ante<br />

Akhenatón, pero todo estaba helado en mí y no conocía ya ni pena ni<br />

alegría, y mi corazón estaba cerrado. Levantó hacia mí su rostro<br />

<strong>de</strong>vorado por la consunción y me miró con sus ojos<br />

apagados diciendo:<br />

-Sinuhé, ¿eres tú el único en volver a mí? ¿Dón<strong>de</strong> están mis fieles?<br />

¿Dón<strong>de</strong> están todos aquellos a quienes yo amaba y me amaban a mí?<br />

Y yo le dije:<br />

-Los antiguos dioses reinan <strong>de</strong> nuevo en Egipto y los sacerdotes<br />

sacrifican a Amón en Tebas, mientras el pueblo está lleno <strong>de</strong> júbilo. Te<br />

han mal<strong>de</strong>cido, faraón Akhenatón, han mal<strong>de</strong>cido tu villa y tu nombre<br />

hasta la consumación <strong>de</strong> los siglos y lo borran <strong>de</strong> las inscripciones.<br />

Movió la cabeza con impaciencia y la excitación le enrojeció el rostro,<br />

y dijo:<br />

-No te pregunto lo que pasa en Tebas; te pregunto dón<strong>de</strong> están mis<br />

fieles, todos aquellos a quienes amaba.<br />

Yo le contesté:<br />

-Tienes todavía a tu lado a la bella Nefertiti y a tus hijas. El joven<br />

Smenkhkaré pesca peces en el río y Tut juega al entierro con sus<br />

muñecas. ¿Qué te importa todo lo <strong>de</strong>más?<br />

Y él preguntó:<br />

-¿Dón<strong>de</strong> está mi amigo Thotmés, que era también tu amigo? ¿Dón<strong>de</strong><br />

está ese artista que hacía vivir eternamente la piedra?<br />

-Ha muerto por ti, faraón Akhenatón. Los negros lo han atravesado<br />

con sus lanzas y han dado su cuerpo como pasto a los cocodrilos porque<br />

te era fiel. Quizás haya escupido en tu lecho, pero ya no piensa en ello, y<br />

ahora su chacal aúlla en su taller <strong>de</strong>sierto.<br />

Akhenatón hizo un a<strong>de</strong>mán con la mano como si quisiera apartar una<br />

telaraña <strong>de</strong> <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sus ojos. Después me nombró un gran número <strong>de</strong><br />

personas a quienes había amado.<br />

A algunos nombres yo respondía: «Han muerto por ti», pero la<br />

mayoría <strong>de</strong> las veces <strong>de</strong>cía: «Sacrifica a Amón y maldice tu nombre.<br />

Para terminar, dije:<br />

-El reino <strong>de</strong> Atón se ha <strong>de</strong>rrumbado sobre la tierra, y Amón reina <strong>de</strong><br />

nuevo.


Miró fijamente en el vacío y agitó sus manos exangües, y dijo:<br />

-Sí, sí, lo sé todo. Mis visiones me lo han dicho. El reino <strong>de</strong> lo eterno<br />

no tiene lugar en los límites terrenales. Todo quedará como antes, y el<br />

miedo, el odio y la injusticia seguirán reinando. Por esto sería mejor que<br />

estuviese muerto, y mejor aún que no hubiese nacido nunca para ver<br />

todo el mal que reina sobre la tierra.<br />

Entonces su ceguera me irritó y, exaltándome, le dije:<br />

-No has visto más que una parte <strong>de</strong>l mal causado por tu culpa, faraón<br />

Akhenatón. La sangre <strong>de</strong> tu hijo no ha corrido por tus manos y tu<br />

corazón no se ha helado por el estertor <strong>de</strong> la mujer que amas. Por esto<br />

tus palabras no tienen sentido.<br />

Con aire cansado me dijo:<br />

-Vete, abandóname, puesto que tan malo soy. Abandóname para que<br />

no tengas que sufrir por mi culpa. Abandóname, porque estoy cansado<br />

<strong>de</strong> ver tu rostro, cansado <strong>de</strong> ver todos los rostros humanos, porque bajo<br />

todos los rostros se distinguen los rasgos <strong>de</strong> la bestia.<br />

Pero yo me senté a sus pies y le dije:<br />

-No te abandonaré, faraón Akhenatón, porque quiero mi medida<br />

llena. Debes saber que el sacerdote Ai va a llegar y Horemheb ha hecho<br />

sonar sus trompetas sobre el río y ha cortado las ca<strong>de</strong>nas <strong>de</strong> cobre para<br />

abordar en la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte.<br />

-Ai y Horemheb, el crimen y la lanza, son, pues, los únicos fieles que<br />

acu<strong>de</strong>n a mí...<br />

Y entonces guardó silencio hasta el momento en que los dos hombres<br />

entraron. Habían disputado con violencia y sus rostros estaban rojos <strong>de</strong><br />

indignación y respiraban con fuerza hablando sin respeto para el faraón.<br />

Y Ai dijo:<br />

-Debes abdicar, faraón Akhenatón, si quieres conservar la vida. Que<br />

Smenkhkaré reine en tu lugar y que regrese a Tebas para sacrificar a<br />

Amón. Y los sacerdotes lo ungirán faraón y colocarán la doble corona<br />

sobre su cabeza.<br />

Pero Horemheb dijo:<br />

-Mis lanzas salvarán tu corona, faraón Akhenatón, si regresas a Tebas<br />

y sacrificas a Amón. Los sacerdotes gruñirán quizás un poco, pero yo los<br />

calmaré con mi fusta y <strong>de</strong>jarán <strong>de</strong> gruñir, porque <strong>de</strong>clararás la guerra<br />

santa para conquistar la Siria.<br />

El faraón le contempló con una sonrisa muerta.<br />

-Viviré y moriré como faraón -dijo-. Jamás consentiré en sacrificar a<br />

un falso dios y jamás <strong>de</strong>clararé una guerra para salvar mi trono en la<br />

sangre. El faraón ha hablado.<br />

Ai levantó los brazos y miró a Horemheb, que hizo el mismo a<strong>de</strong>mán.<br />

Yo estaba sentado en el suelo, porque no tenía ya fuerzas en las<br />

rodillas y los observaba.


Súbitamente Ai sonrió astutamente y dijo:<br />

-Horemheb, las lanzas están a tu disposición y el trono es tuyo. Ponte<br />

sobre la cabeza la doble corona que <strong>de</strong>seas.<br />

Pero Horemheb tuvo una sonrisa <strong>de</strong> mofa y exclamó:<br />

-No soy tan tonto. Toma tú estas malditas coronas, si las quieres.<br />

Sabes muy bien que las cosas no volverán nunca más a ser como antes,<br />

sino que Egipto está amenazado por el hambre y la guerra, y si ahora<br />

asumiera el po<strong>de</strong>r, el pueblo me acusaría <strong>de</strong> todos los males que tendrá<br />

que soportar y te será fácil <strong>de</strong>stronarme en el momento preciso.<br />

Y Ai dijo:<br />

-En este caso, que lo sea Smenkhkaré, si consiente en regresar a<br />

Tebas. Si no, Tut, que consentirá seguramente. Sus esposas son <strong>de</strong><br />

sangre real. Que soporten la cólera popular hasta que los tiempos<br />

mejoren.<br />

-Tú te propones reinar en su nombre -dijo Horemheb.<br />

Pero Ai respondió:<br />

-Olvidas que tienes un ejército y <strong>de</strong>bes rechazar a los hititas. Si<br />

consigues hacerlo, nadie será más po<strong>de</strong>roso que tú en el país <strong>de</strong> Kemi.<br />

Así disputaban, pero acabaron dándose cuenta <strong>de</strong> que su suerte estaba<br />

ligada y que nada podía uno sin el otro.<br />

Y por esto Ai dijo al fin:<br />

-Reconozco que he hecho cuanto he podido para <strong>de</strong>rribarte, Horemheb,<br />

pero ahora eres más fuerte que yo, Hijo <strong>de</strong>l Halcón, y no puedo<br />

prescindir <strong>de</strong> ti. Pero si los hititas inva<strong>de</strong>n el país, el po<strong>de</strong>r carecerá <strong>de</strong><br />

atractivo para mí, porque sé muy bien que Pepitamón es incapaz <strong>de</strong><br />

resistir a los hititas y no sirve más que como verdugo. Que este día selle,<br />

pues, nuestra alianza, Horemheb, porque juntos po<strong>de</strong>mos gobernar<br />

Egipto, pero separados fracasaremos. Sin mí, tu ejército es impotente y<br />

sin tu ejército Egipto sucumbe. Juremos, pues, en nombre <strong>de</strong> todos los<br />

dioses <strong>de</strong> Egipto, que a partir <strong>de</strong> hoy estamos ligados uno a otro. Soy ya<br />

viejo, Horemheb, y <strong>de</strong>seo saborear la embriaguez <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r, pero tú eres<br />

joven y tienes tiempo para esperar.<br />

-No anhelo estas coronas, sino una buena campaña para mis rufianes<br />

-dijo Horemheb-. Pero quiero una garantía, Ai; si no, me traicionarías a<br />

la primera ocasión. No protestes, te conozco.<br />

Ai tendió su brazo y dijo:<br />

-¿Qué garantía puedo darte? ¿Es que el ejército no es una garantía <strong>de</strong><br />

duración eterna?<br />

Horemheb se puso sombrío y miró las pare<strong>de</strong>s con aire embarazado<br />

arañando el suelo con su sandalia como si hubiese querido hundir los<br />

<strong>de</strong>dos en la arena. Y <strong>de</strong>spués dijo:


-Quiero a la princesa Baketatón por esposa. En verdad te digo que<br />

quiero romper una jarra con ella aunque los cielos y la tierra se abran, y<br />

no podrás impedirlo.<br />

Ai exclamó diciendo:<br />

-¡Ah! Ya comprendo lo que <strong>de</strong>seas, y eres más astuto <strong>de</strong> lo que<br />

pensaba, <strong>de</strong> manera que te respeto. Ha vuelto a tomar ya el nombre <strong>de</strong><br />

Baketatón y los sacerdotes no tienen nada contra ella y por sus venas<br />

corre la sangre sagrada <strong>de</strong>l gran faraón. En verdad que al casarte con ella<br />

tendrás un <strong>de</strong>recho legítimo al trono, Horemheb, y un <strong>de</strong>recho más<br />

directo que los maridos <strong>de</strong> las hijas <strong>de</strong> Akhenatón, porque no tienen más<br />

que la sangre <strong>de</strong>l falso faraón <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ellos. En verdad has combinado<br />

bien el golpe, Horemheb, pero no puedo aceptar tu condición; en todo<br />

caso, todavía no, porque entonces estaría enteramente en tus manos y no<br />

tendría ningún po<strong>de</strong>r sobre ti.<br />

Pero Horemheb gritó:<br />

-¡Guárdate tus cochinas coronas, Ai! Más que las coronas es a ella a<br />

quien <strong>de</strong>seo y he <strong>de</strong>seado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer día que la vi en el palacio<br />

dorado. Deseo mezclar mi sangre con la <strong>de</strong>l faraón, a fin <strong>de</strong> que <strong>de</strong> mis<br />

flancos salgan reyes <strong>de</strong> Egipto. Tú no <strong>de</strong>seas más que la corona, Ai.<br />

Tómala, pues, cuando juzgues llegado el momento propicio y mis lanzas<br />

sostendrán tu trono, pero dame a la princesa y no reinaré hasta <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> ti, porque, como has dicho, tengo tiempo para esperar.<br />

Ai se frotó el rostro con la mano, reflexionando largamente, mientras<br />

su aspecto iba tiñéndose <strong>de</strong> satisfacción porque había encontrado una<br />

manera <strong>de</strong> dominar a Horemheb. Por esto dijo:<br />

-Has esperado largo tiempo a la princesa y la esperarás aún, porque<br />

tienes que ganar primero una guerra difícil. Y requerirá tiempo también<br />

conseguir que la princesa consienta, porque te <strong>de</strong>sprecia profundamente,<br />

ya que naciste con estiércol entre los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> los pies. Pero yo y sólo yo<br />

poseo la manera <strong>de</strong> hacerla ce<strong>de</strong>r y te juro por todos los dioses <strong>de</strong> Egipto<br />

que el día en que coloque sobre mi cabeza la corona roja y la corona<br />

blanca, yo mismo romperé una jarra entre la princesa y tú. Y no puedo ir<br />

más lejos en mis concesiones; lo compren<strong>de</strong>rás muy bien.<br />

-De acuerdo. Llevemos a término esta empresa y creo que no harás las<br />

cosas <strong>de</strong>spacio, tal es tu impaciencia por ceñir en tus sienes estas coronas<br />

que no son más que juguetes.<br />

En el ardor <strong>de</strong> la discusión, habían olvidado totalmente mi presencia<br />

en el suelo y, al <strong>de</strong>scubrirme, Horemheb exclamó:<br />

-Sinuhé, ¿todavía estás aquí? Es lamentable para ti, porque has oído<br />

cosas que no convienen a tus oídos indignos y por esto <strong>de</strong>bes matarte,<br />

aun cuando lo siento, porque eres mi amigo.<br />

Estas palabras me hicieron sonreír, porque me dije que los dos, Ai y<br />

él, eran <strong>de</strong> baja extracción y se repartían coronas, mientras yo era quizás


el único here<strong>de</strong>ro varón <strong>de</strong>l trono. Por esto no pu<strong>de</strong> evitar reírme, y<br />

poniéndome la mano <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la boca me eché a reír, ahogándome<br />

como una vieja.<br />

Ai se sintió vejado y dijo:<br />

-No tienes por qué reírte, Sinuhé, porque se trata <strong>de</strong> asuntos serios.<br />

Pero no te haremos perecer, como te<br />

merecerías, porque es conveniente que lo hayas oído todo y puedas<br />

servirnos <strong>de</strong> testigo. Porque no repetirás a nadie lo que has oído hoy.<br />

Tenemos necesidad <strong>de</strong> tí y te consi<strong>de</strong>raremos <strong>de</strong> los nuestros, porque<br />

compren<strong>de</strong>rás que es hora ya <strong>de</strong> que el faraón Akhenatón muera. Por<br />

esto vas a trepanarlo hoy y harás que tu bisturí penetre lo<br />

suficientemente profundo para que muera según la buena vieja<br />

costumbre.<br />

Pero Horemheb dijo:<br />

-Yo no me meto en este asunto. Pero Ai tiene razón. El faraón <strong>de</strong>be<br />

morir para que Egipto pueda salvarse. No hay otro medio.<br />

Yo acabé calmándome y dije:<br />

-Como médico, no puedo trepanarlo, porque nada en su estado lo<br />

exige y los <strong>de</strong>beres <strong>de</strong> mi profesión me atan. Pero estad tranquilos; como<br />

amigo le administraré una buena poción. Se dormirá y no <strong>de</strong>spertará ya<br />

más y así estaré ligado a vosotros y no tendréis que temer que hable mal<br />

<strong>de</strong> vosotros.<br />

Habiendo hablado así, tomé la redoma que me había dado Hribor, y<br />

vertí su contenido en el vino <strong>de</strong> una copa <strong>de</strong> oro, y no se notaba ningún<br />

olor. Tomé la copa y fuimos al encuentro <strong>de</strong>l faraón. Se había quitado las<br />

coronas, <strong>de</strong>jado el cetro y la fusta, y reposaba sobre el lecho, con el rostro<br />

terroso y los ojos hinchados. Ai fue a sopesar las coronas y la fusta<br />

dorada, y dijo:<br />

-Faraón Akhenatón, tu amigo Sinuhé te ha preparado una bebida.<br />

Bébela para curarte y mañana volveremos a hablar <strong>de</strong> estos enojosos<br />

asuntos.<br />

El faraón se incorporó sobre el codo, nos miró a uno <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> otro<br />

con una mirada que me atravesó y sentí un estremecimiento en el<br />

espinazo. Y <strong>de</strong>spués dijo:<br />

-Se da el golpe <strong>de</strong> gracia a un animal enfermo. ¿Eres tú quien me lo<br />

das, Sinuhé? Si es así, te doy las gracias, porque mi <strong>de</strong>sesperación es<br />

peor que la muerte y hoy la muerte me es más <strong>de</strong>liciosa que el perfume<br />

<strong>de</strong> la mirra.<br />

-Bebe, faraón Akhenatón -le dije-, bebe por Atón.<br />

Y Horemheb dijo también:<br />

-Bebe, Akhenatón, amigo mío. Bebe para salvar Egipto y yo cubriré tu<br />

<strong>de</strong>bilidad con mi túnica como en otro tiempo en el <strong>de</strong>sierto.


El faraón Akhenatón bebió, pero su mano temblaba tanto que el vino<br />

manchó su barbilla. Entonces tomó la copa con las dos manos, la apuró y<br />

volvió a acostarse. No nos dirigió más la palabra, sino que nos miró con<br />

sus ojos apagados y enrojecidos. Al cabo <strong>de</strong> un momento comenzó a<br />

temblar como si tuviera frío y Horemheb se quitó la túnica y la tendió<br />

sobre él, mientras Ai se probaba las coronas en la cabeza.<br />

Así fue como murió el faraón Akhenatón y recibió la muerte <strong>de</strong> mis<br />

manos. Ignoro cuáles fueron mis verda<strong>de</strong>ros motivos, porque el hombre<br />

no conoce su propio corazón. Creo que fue sobre todo por causa <strong>de</strong> Merit<br />

y por el pequeño Thot, que era mi hijo. Y creo que no fue tanto por<br />

piedad <strong>de</strong> él, sino por todo el odio y amargura y por todo el mal que<br />

había causado. Pero sobre todo porque seguramente estaba escrito en las<br />

estrellas que <strong>de</strong>bía obrar <strong>de</strong> esta forma para colmar mi medida. Al verle<br />

morir, creí que mi medida estaba llena, pero el hombre no se conoce a sí<br />

mismo y su corazón es insaciable, más insaciable que los cocodrilos <strong>de</strong>l<br />

río.<br />

Una vez el faraón muerto, salimos <strong>de</strong>l palacio, prohibiendo a los<br />

servidores molestarlo porque dormía. Sólo por la mañana los servidores<br />

lanzaron lamentaciones cuando lo hallaron muerto y los lloros llenaron<br />

el palacio, pese a que su muerte aportase un <strong>de</strong>scanso para todos. Pero la<br />

reina Nefertiti estaba <strong>de</strong> pie al lado <strong>de</strong> la puerta, sin verter una lágrima, y<br />

nadie podía <strong>de</strong>scifrar su expresión. Con su bella mano tocó los <strong>de</strong>dos<br />

<strong>de</strong>macrados <strong>de</strong>l faraón y le acarició las mejillas, como lo vi cuando llegué<br />

para cumplir mi cometido. El cuerpo fue transportado a la Casa <strong>de</strong> la<br />

Muerte y los embalsamadores comenzaron su trabajo a fin <strong>de</strong><br />

conservarlo eternamente. Así, según la costumbre, el joven Smenkhkaré<br />

fue faraón, pero estaba dominado por el dolor y lanzaba miradas<br />

ansiosas a su alre<strong>de</strong>dor, porque había adoptado la costumbre <strong>de</strong> no<br />

pensar más que por Akhenatón. Ai y Horemheb le hablaron diciéndole<br />

que tenía que salir inmediatamente hacia Tebas a fin <strong>de</strong> sacrificar a<br />

Amón si <strong>de</strong>seaba conservar las coronas sobre la cabeza. Pero se negó a<br />

creerlo, porque era cándido y soñaba con los ojos abiertos. Y por esto<br />

dijo:<br />

-Proclamaré la caridad <strong>de</strong> Atón a todos los pueblos y construiré un<br />

templo a mi padre Akhenatón y lo adoraré como a un dios en este<br />

templo, porque no era parecido a los <strong>de</strong>más hombres.<br />

Ante su obstinación, Ai y Horemheb lo <strong>de</strong>jaron, y al día siguiente,<br />

según su costumbre, el muchacho fue a pescar al río y cayó al agua y fue<br />

<strong>de</strong>vorado por los cocodrilos. Esto es lo que se contó, pero ignoro lo que<br />

ocurrió verda<strong>de</strong>ramente. No creo, sin embargo, que fuese Horemheb<br />

quien lo hiciese matar; <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> ser más bien Ai, que tenía prisa en<br />

regresar a Tebas a fin <strong>de</strong> consolidar allí su po<strong>de</strong>r.


Ai y Horemheb fueron a ver al joven Tut, que jugaba al entierro con<br />

sus muñecas, y su esposa Anksenatón jugaba con él. Y Horemheb dijo:<br />

-Vamos, Tut, ha llegado la hora <strong>de</strong> levantarte, porque eres faraón.<br />

Tut se levantó dócilmente y se sentó en el trono dorado, y dijo:<br />

-¿Soy el faraón? No me extraña, porque siempre me he sentido<br />

superior a los <strong>de</strong>más y es justo que sea faraón. Mi fusta castigará a los<br />

malhechores y mi cetro gobernará a los buenos y los piadosos.<br />

Y Ai dijo:<br />

-Nada <strong>de</strong> tonterías, Tut. Harás todo lo que yo te diré, y sin rechistar.<br />

Ante todo vamos a regresar a Tebas,<br />

don<strong>de</strong> te inclinarás ante Amón, ofreciéndole un sacrificio, y los<br />

sacerdotes te ungirán y colocarán sobre tu cabeza la doble corona blanca<br />

y roja. ¿Compren<strong>de</strong>s?<br />

-Si voy a Tebas quiero que me construyan una tumba como la <strong>de</strong> todos<br />

los gran<strong>de</strong>s faraones, y los sacerdotes la llenarán <strong>de</strong> juguetes y <strong>de</strong><br />

asientos dorados y <strong>de</strong> bellos lechos, porque las tumbas <strong>de</strong> la Ciudad <strong>de</strong>l<br />

Horizonte son estrechas y pesadas; y quiero otra cosa, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> las<br />

pinturas <strong>de</strong> los muros, quiero un verda<strong>de</strong>ro juguete y también el puñal<br />

azul que me regalaron los hititas.<br />

-Los sacerdotes te construirán seguramente una bella tumba –le<br />

aseguró Ai -. Siendo ya faraón, eres cuerdo al pensar ante todo en tu<br />

tumba, Tut; eres más cuerdo <strong>de</strong> lo que te figuras. Pero <strong>de</strong>bes cambiar <strong>de</strong><br />

nombre. Tutankhatón <strong>de</strong>sagrada al sacerdocio <strong>de</strong> Amón. Que tu nombre<br />

sea Tutankhamón.<br />

Tut no hizo ninguna objeción; <strong>de</strong>seaba apren<strong>de</strong>r únicamente a escribir<br />

su nuevo nombre, porque no conocía el signo representativo <strong>de</strong> Amón.<br />

Así este nombre fue escrito por primera vez en la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte.<br />

Pero al ver que Tutankhamón había sido hecho faraón y que ella quedaba<br />

completamente olvidada, Nefertiti revistió sus mejores galas, ungió su<br />

cuerpo y su cabello, pese a que fuese una viuda inconsolable, fue a buscar<br />

a Horemheb a bordo <strong>de</strong>l navío y le dijo:<br />

-Es ridículo nombrar faraón a un chiquillo y mi maldito padre Ai le<br />

usurpará todo el po<strong>de</strong>r y gobernará en su sitio, pese a que yo sea la gran<br />

esposa real y la madre real. A los hombres les gusta mirarme y me juzgan<br />

bella y dicen que soy la mujer más bella <strong>de</strong> Egipto, pese a que quizás<br />

exageren. Mírame, pues, Horemheb, pese a que el dolor haya turbado<br />

mis ojos y encorvado mi espalda. Mírame, Horemheb, porque el tiempo<br />

es precioso y tienes lanzas <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ti, y entre los dos podríamos<br />

combinar toda clase <strong>de</strong> proyectos que serían útiles a Egipto. Te hablo<br />

francamente, porque no pienso más que en el bien <strong>de</strong> Egipto y sé que mi<br />

padre, el maldito Ai, es voraz y malvado y hará daño a Egipto.<br />

Horemheb la miró y Nefertiti abrió sus ropas tratando <strong>de</strong> seducirlo y<br />

diciendo que hacía mucho calor en su camarote. Y era que ignoraba el


pacto secreto establecido entre Horemheb y su padre Ai, y si como mujer<br />

quizás adivinaba que Horemheb <strong>de</strong>seaba a Baketamón, imaginaba que<br />

su belleza triunfaría fácilmente sobre esta princesa orgullosa e<br />

inexperimentada. Estaba acostumbrada a éxitos fáciles en el palacio<br />

dorado.<br />

Pero su belleza no produjo efecto alguno en Horemheb, que la miró<br />

fríamente y dijo:<br />

-Me he enlodado ya <strong>de</strong>masiado en esta maldita ciudad, y no tengo el<br />

menor <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> enlodarme más todavía contigo, bella Nefertiti. Por otra<br />

parte, tengo que dictar ahora unas cartas a los escribas, referentes a la<br />

guerra, <strong>de</strong> manera que no tengo tiempo para divertirme contigo.<br />

Horemheb fue quien me contó la escena, y es probable que exagerase,<br />

pero la parte esencial <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser verdad, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel día<br />

Nefertiti <strong>de</strong>mostró un odio implacable contra Horemheb y se esforzó<br />

siempre en perjudicarlo y ensombrecer su reputación, y en Tebas se alió<br />

con Baketamón, lo cual causó muchos disgustos a Horemheb, como<br />

veremos más tar<strong>de</strong>. Horemheb hubiera hecho mejor en no ofen<strong>de</strong>rla a<br />

fin <strong>de</strong> asegurarse su apoyo. Pero es que no quería escupir sobre el cuerpo<br />

<strong>de</strong> Akhenatón porque, por extraño que pueda parecer, seguía queriendo<br />

al faraón muerto a pesar <strong>de</strong> que hiciese <strong>de</strong>saparecer su nombre <strong>de</strong> todas<br />

las inscripciones y <strong>de</strong>struyese el templo <strong>de</strong> Atón en Tebas. Como prueba<br />

<strong>de</strong> este amor, puedo mencionar que Horemheb encargó. a sus hombres<br />

<strong>de</strong> confianza que transportaran el cuerpo <strong>de</strong> Akhenatón, en secreto, <strong>de</strong> la<br />

Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte a la tumba <strong>de</strong> su madre, en Tebas, a fin <strong>de</strong> que no<br />

cayese en manos <strong>de</strong> los sacerdotes que hubieran querido quemarlo y<br />

dispersar sus cenizas en el río. Pero esto ocurrió mucho más tar<strong>de</strong>.<br />

Habiendo obtenido el consentimiento <strong>de</strong> Tutankhamón, Ai hizo<br />

preparar los navíos y toda la Corte embarcó en ellos, abandonando la<br />

Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte, <strong>de</strong> manera que no quedó en ella alma viviente,<br />

salvo los embalsamadores <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Muerte, que preparaban el<br />

cuerpo <strong>de</strong>l faraón. Los últimos habitantes huyeron con tal precipitación,<br />

que lo abandonaron todo, y los platos quedaron sobre las mesas <strong>de</strong> la<br />

casa dorada y los juguetes <strong>de</strong> Tut continuaron en el suelo jugando<br />

eternamente al fúnebre cortejo.<br />

El viento <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong>rribó los postigos, y la arena llovió sobre los<br />

suelos, don<strong>de</strong> los ána<strong>de</strong>s volaban sin cesar entre los cañaverales ver<strong>de</strong>s, y<br />

los peces <strong>de</strong> colores nadaban en las aguas frías. El <strong>de</strong>sierto invadió <strong>de</strong><br />

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nuevo la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte y los estanques se secaron y los canales se<br />

obstruyeron y los árboles frutales se agotaron. El barro <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s se<br />

resquebrajó, los techos se hundieron y los chacales rondaron por las<br />

ruinas y se acostaron sobre los blancos lechos bajo los baldaquinos<br />

lujosos. Así murió la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte <strong>de</strong> Atón, tan rápidamente<br />

como había nacido por la voluntad <strong>de</strong> Akhenatón. Y nadie se atrevió a<br />

aventurarse a robar los objetos preciosos que fueron enterrados por la<br />

arena, porque esta tierra estaba maldita para siempre y Amón hería con<br />

una langui<strong>de</strong>z mortal a todo el que se hubiera aventurado. Así la Ciudad<br />

<strong>de</strong>l Horizonte <strong>de</strong>sapareció como un sueño o un espejismo.<br />

Precediendo a los navíos reales, Horemheb remontó la corriente <strong>de</strong>l<br />

río restableciendo la paz en ambas<br />

orillas, e hizo cesar los <strong>de</strong>sór<strong>de</strong>nes en Tebas; el bandolerismo<br />

<strong>de</strong>sapareció y no se colgó ya a nadie <strong>de</strong> cabeza abajo a causa <strong>de</strong> Atón,<br />

porque necesitaba para la guerra a todos los hombres aptos para llevar<br />

armas. Ai or<strong>de</strong>nó izar las oriflamas <strong>de</strong>l nuevo faraón en la Avenida <strong>de</strong> los<br />

Carneros y los sacerdotes le prepararon un recibimiento fastuoso en el<br />

gran templo. El faraón pasó en su litera dorada seguida <strong>de</strong> Nefertiti y sus<br />

hijas, y la victoria <strong>de</strong> Amón fue completa. Los sacerdotes ungieron al<br />

nuevo faraón <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la imagen <strong>de</strong>l dios en el santuario <strong>de</strong> los<br />

santuarios y colocaron sobre su cabeza, en presencia <strong>de</strong> la<br />

muchedumbre, la corona roja y blanca, la <strong>de</strong> los lirios y la <strong>de</strong> los papiros,<br />

para mostrar bien claramente al pueblo que recibía el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> manos<br />

<strong>de</strong>l clero. Los cráneos <strong>de</strong> los sacerdotes estaban afeitados y sus rostros<br />

relucían <strong>de</strong> óleos sagrados, y el faraón ofreció a Amón todas las riquezas<br />

que Ai había podido obtener <strong>de</strong>l país empobrecido. Pero Hribor había<br />

convenido con Horemheb prestarle las riquezas <strong>de</strong> Amón para la guerra,<br />

porque <strong>de</strong>l Bajo Egipto llegaban noticias alarmantes y Horemheb las<br />

exageraba todavía para sembrar el miedo entre el pueblo.<br />

Los tebanos estaban encantados con Amón y con el nuevo faraón,<br />

pese a que fuese todavía un chiquillo, porque el corazón humano es tan<br />

insensato que <strong>de</strong>posita su confianza en el porvenir y la esperanza, sin<br />

apren<strong>de</strong>r nada <strong>de</strong> sus errores, e imaginando que el mañana será mejor<br />

que la víspera. Por esto el pueblo se aglomeró en la Avenida <strong>de</strong> los<br />

Carneros y aclamó al nuevo faraón, sembrando flores a su paso.<br />

Pero en el puerto y el barrio <strong>de</strong> los pobres, los incendios no se habían<br />

extinguido todavía y un humo acre salía <strong>de</strong> las ruinas y el río apestaba a<br />

podredumbre y cadáveres. Sobre el tejado <strong>de</strong>l templo los cuervos<br />

alargaban el cuello, tan hartos que no tenían ya fuerzas para remontar el<br />

vuelo. Por entre los escombros corrían las mujeres <strong>de</strong>spavoridas y los<br />

chiquillos hurgaban el suelo tratando <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir los utensilios<br />

domésticos y yo recorría los muelles en medio <strong>de</strong>l olor <strong>de</strong> sangre


corrompida y miraba las cestas vacías, y pensaba en Merit y en Thot, que<br />

habían muerto a causa <strong>de</strong> Atón y <strong>de</strong> mi locura.<br />

Mis pasos me condujeron hacia las ruinas <strong>de</strong> «La Cola <strong>de</strong> Cocodrilo».<br />

En medio <strong>de</strong>l humo y el polvo, me parecía ver el cuerpo mutilado <strong>de</strong><br />

Merit y los rizos ensangrentados <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sgraciado Thot y me <strong>de</strong>cía que la<br />

muerte <strong>de</strong>l faraón Akhenatón había sido bien dulce. Me <strong>de</strong>cía también<br />

que nada en el mundo es más peligroso que los sueños <strong>de</strong> un faraón,<br />

porque siembran la sangre y la muerte. Oía a lo lejos las aclamaciones<br />

<strong>de</strong>l pueblo que saludaba a su nuevo rey y se imaginaba que aquel<br />

chiquillo, sólo preocupado por su tumba, sería capaz <strong>de</strong> suprimir la<br />

injusticia y restablecer la paz y la prosperidad.<br />

Así yo estaba <strong>de</strong> nuevo solitario en Tebas y sabía que mi sangre se<br />

había extinguido con Thot y que no podía esperar ya la inmortalidad,<br />

pero la muerte sería para mí un consuelo y un reposo, como una estufa<br />

en una noche fría. El dios <strong>de</strong>l faraón Akhenatón me había <strong>de</strong>spojado <strong>de</strong><br />

toda esperanza y <strong>de</strong> toda alegría, y sabía que todos los dioses moran en<br />

un palacio sombrío <strong>de</strong>l que no se regresa jamás. El faraón había bebido<br />

la muerte ofrecida por mi mano, pero aquello no me <strong>de</strong>volvía nada, y su<br />

muerte había sido un olvido misericordioso. Yo vivía y no podía olvidar.<br />

Por esto la amargura <strong>de</strong>voraba mi corazón y sentía repulsión por la<br />

muchedumbre vulgar que rugía en el templo sin haber aprendido<br />

absolutamente nada.<br />

El puerto estaba <strong>de</strong>sierto, pero súbitamente un hombrecillo salió <strong>de</strong><br />

entre un montón <strong>de</strong> cestas y me dijo:<br />

-¿No eres tú, Sinuhé, el médico real que cuidaba las heridas en<br />

nombre <strong>de</strong> Atón? -Se echó a reír, señalándome con el <strong>de</strong>do, y añadiendo-<br />

: ¿No eres tú el Sinuhé que distribuía el pan entre el pueblo diciendo:<br />

«Es el pan <strong>de</strong> Atón, tomad y comed el pan <strong>de</strong> Atón»? Por esto te pido en<br />

nombre <strong>de</strong> todos los dioses infernales que me <strong>de</strong>s un trozo <strong>de</strong> pan,<br />

porque hace días que estoy escondido aquí y no me atrevo a salir y la<br />

saliva se ha secado en mi boca. -Pero yo no tenía pan que darle, ni él lo<br />

esperaba <strong>de</strong> mí, porque se había acercado tan sólo para burlarse <strong>de</strong> mí. Y<br />

dijo-: Yo tenía una cabaña y, aunque era sórdida y olía a pescado<br />

podrido, era mía. Tenía una mujer y, aunque era fea y flaca, era mía.<br />

Tenía hijos y, aunque conocían el hambre, eran míos. ¿Dón<strong>de</strong> está mi<br />

cabaña y mi mujer y mis hijos? Es tu dios quien me los ha quitado,<br />

Sinuhé, ese Atón funesto que lo <strong>de</strong>struye todo, y pronto moriré, pero no<br />

me importa.<br />

Rodó por el suelo y comenzó a llorar, y como no podía ayudarle me<br />

alejé y pasé <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong>l antiguo fundidor <strong>de</strong> cobre, cuyos<br />

muros ennegrecidos se elevaban cerca <strong>de</strong>l estanque seco y el sicómoro <strong>de</strong><br />

ramas calcinadas. Pero contra el muro se había instalado un abrigo y vi<br />

una jarra <strong>de</strong> agua, y Muti salió a mi encuentro con los cabellos en


<strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, y cojeaba al andar. Y al verme se inclinó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí y dijo<br />

irónicamente:<br />

-Bendito sea el día que <strong>de</strong>vuelve a mi amo al antiguo hogar.<br />

No pudo <strong>de</strong>cir más, porque la amargura le ahogaba la voz y se sentó y<br />

ocultó su rostro entre sus manos. Su cuerpo <strong>de</strong>macrado llevaba señales<br />

<strong>de</strong> los cuernos y su pie estaba dislocado. Lo curé lo mejor que supe y le<br />

pregunté dón<strong>de</strong> estaba Kaptah.<br />

-Kaptah ha muerto. Se dice que los esclavos lo asesinaron porque<br />

vieron que daba vino a los soldados <strong>de</strong> Pepitamón y que los traicionaba.<br />

Pero yo no lo creía porque sabía que Kaptah no podía morir <strong>de</strong> aquella<br />

forma.<br />

Muti se irritó ante mi incredulidad y dijo:<br />

-Sin duda eres feliz ahora que has visto el triunfo <strong>de</strong> tu Atón. Los<br />

hombres son todos iguales y <strong>de</strong> ellos provienen todos los males, porque<br />

no llegan nunca a adultos, sino que permanecen chiquillos y lanzan<br />

piedras y su mayor placer es entristecer a los que los quieren. No hablo<br />

por mí, que no tengo como recompensa a mi abnegación más que llagas<br />

y granos <strong>de</strong> trigo podrido, sino por Merit, que era <strong>de</strong>masiado buena para<br />

ti y la has arrojado <strong>de</strong>liberadamente a las fauces <strong>de</strong> la muerte. También<br />

he llorado todas mis lágrimas por Thot, que era para mí como un hijo y<br />

le gustaban tanto mis pasteles <strong>de</strong> miel. Pero, ¿qué importa? Llegas<br />

seguramente muy contento <strong>de</strong> ti, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber dilapidado todos tus<br />

bienes, para reposar bajo el refugio que me he construido y reclamarme<br />

comida. Apostaría a que antes <strong>de</strong> la noche me reclamarás cerveza y<br />

mañana me darás bastonazos porque no te sirvo suficientemente <strong>de</strong><br />

prisa, pero los hombres son así y no te guardo rencor.<br />

Así me habló y sus palabras me recordaron a mi madre Kipa y mi<br />

corazón se anegó <strong>de</strong> melancolía y las lágrimas rodaron por mis mejillas.<br />

Entonces Muti quedó <strong>de</strong>sconcertada y dijo:<br />

-Compren<strong>de</strong>rás, Sinuhé, hombre orgulloso, que hablo por tu bien. Me<br />

queda todavía un puñado <strong>de</strong> grano y voy a molerlo y te prepararé un<br />

muelle lecho <strong>de</strong> cañas y podrás volver a ejercer tu profesión para ganar<br />

nuestra vida. Pero no te inquietes, porque he ido a lavar ropa a casa <strong>de</strong><br />

los ricos, don<strong>de</strong> hay muchas vestiduras ensangrentadas, y pediré<br />

prestada una jarra <strong>de</strong> cerveza en una casa <strong>de</strong> placer don<strong>de</strong> se han alojado<br />

unos soldados, <strong>de</strong> manera que podrás alegrarte el espíritu. No llores más,<br />

Sinuhé, hijo mío, porque no cambiarás nada y los hijos son los hijos y<br />

<strong>de</strong>ben hacer tonterías para <strong>de</strong>strozar el corazón <strong>de</strong> sus madres y <strong>de</strong> sus<br />

esposas, como fue siempre el caso. Pero te ruego que no introduzcas<br />

nuevos dioses en esta casa, porque no quedaría piedra sobre piedra en<br />

todo Tebas. En cuanto a Merit, la quería como una hija, pese a que no he<br />

tenido hijos, porque soy fea y <strong>de</strong>testo a los hombres; quiero solamente<br />

<strong>de</strong>cir que no es la única mujer en este mundo. En verdad te digo, Sinuhé,


que el tiempo es un remedio misericordioso, y verás que hay otras<br />

mujeres capaces <strong>de</strong> calmar el pequeño objeto que llevas <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l<br />

mandil, puesto que es una cosa esencial para los hombres. Pero has<br />

a<strong>de</strong>lgazado mucho, Sinuhé, tus mejillas están hundidas y casi no te<br />

reconozco. Y voy a cuidarte, a condición <strong>de</strong> que <strong>de</strong>jes <strong>de</strong> llorar.<br />

Acabé calmándome y le dije:<br />

-No he venido a importunarte, querida Muti; volveré a marcharme y<br />

no regresaré antes <strong>de</strong> mucho tiempo. Pero he querido volver a ver la casa<br />

don<strong>de</strong> fui feliz y acariciar el tronco rugoso <strong>de</strong>l sicómoro y franquear el<br />

umbral tantas veces hollado por Merit y el pequeño Thot. No te<br />

preocupes por mí, Muti, y voy a hacerte enviar un poco <strong>de</strong> dinero a fin <strong>de</strong><br />

que puedas subvenir a tus necesida<strong>de</strong>s durante mi ausencia. Y te bendigo<br />

por tus palabras, como si fueses mi madre, porque eres buena, pese a<br />

que tu lengua algunas veces pica como una avispa.<br />

Muti comenzó a sollozar; negándose a <strong>de</strong>jarme partir, encendió fuego<br />

y me preparó comida y tuve que comer para no ofen<strong>de</strong>rla, pero cada<br />

bocado se me quedaba en la garganta. Y ella me miraba moviendo la<br />

cabeza y sollozando, y me dijo:<br />

-Come, Sinuhé, come, hombre orgulloso, aun cuando mi comida esté<br />

mal guisada, pero no tengo nada mejor que ofrecerte hoy. Adivino que<br />

vas a meter nuevamente la cabeza en todos los cepos, pero no puedo<br />

evitarlo. Come, pues, para recuperar las fuerzas, y regresa cuanto antes,<br />

porque te esperaré fielmente. Y no te preocupes por mí, porque aunque<br />

sea vieja y coja, soy robusta y ganaré mi subsistencia haciendo coladas y<br />

cociendo el pan en cuanto llegue algo <strong>de</strong> Tebas.<br />

Permanecí sentado hasta la noche en las ruinas <strong>de</strong> mi casa y el fuego<br />

encendido por Muti brillaba pálidamente en la oscuridad. Y yo me <strong>de</strong>cía<br />

que quizás era mejor no regresar nunca allí y morir en la soledad, puesto<br />

que no causaba más que tormentos a todos los que me amaban.<br />

Cuando las estrellas se encendieron, me <strong>de</strong>spedí <strong>de</strong> Muti para ir <strong>de</strong><br />

nuevo hacia la ribera, veía <strong>de</strong> nuevo el resplandor rojizo sobre la ciudad y<br />

en las calles principales resonaban las orquestas y brillaban las luces,<br />

porque era el día <strong>de</strong> la coronación <strong>de</strong> Tutankhamón y Tebas estaba en<br />

fiesta.<br />

Pero aquella misma noche los viejos sacerdotes trabajaban con ardor<br />

en el templo <strong>de</strong> Sekhmet y arrancaban la hierba que había crecido entre<br />

las losas y ponían en su lugar la imagen <strong>de</strong> cabeza <strong>de</strong> leona, revistiéndola<br />

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<strong>de</strong> lino rojo y adornándola con sus emblemas <strong>de</strong> guerra y <strong>de</strong>strucción.<br />

Después <strong>de</strong> la coronación, Ai había dicho a Horemheb:<br />

-Ha sonado tu hora, Hijo <strong>de</strong>l Halcón. Haz sonar las trompetas y<br />

<strong>de</strong>clara que la guerra ha comenzado. Haz correr la sangre para limpiar el<br />

país <strong>de</strong> Kemi a fin <strong>de</strong> que todo que<strong>de</strong> como en el pasado y el pueblo<br />

olvi<strong>de</strong> al falso faraón.<br />

Y al día siguiente, mientras el faraón jugaba al cortejo fúnebre con su<br />

esposa y los sacerdotes, ebrios por la victoria, incensaban a su dios y<br />

mal<strong>de</strong>cían el nombre <strong>de</strong> Akhenatón para toda la eternidad, Horemheb<br />

hizo sonar las trompetas en todas las esquinas y abrió <strong>de</strong> par en par las<br />

puertas <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> Sekhmet, y Horemheb avanzó con sus tropas por<br />

la Avenida <strong>de</strong> los Carneros y ofreció un sacrificio a la diosa. Por todas<br />

partes, a martillazos y con cinceles, se <strong>de</strong>struía el nombre <strong>de</strong>l faraón<br />

Akhenatón. El faraón Tutankhamón había recibido también su parte,<br />

porque los arquitectos reales discutían ya el lugar <strong>de</strong>l emplazamiento <strong>de</strong><br />

su tumba. Ai tenía asimismo su parte porque, sentado a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l<br />

faraón, gobernaba el país <strong>de</strong> Kemi, regulando los impuestos, la justicia,<br />

los donativos, los favores y las tierras reales. Le tocó el turno a<br />

Horemheb y también tuvo éste su parte, y yo lo seguí al templo <strong>de</strong><br />

Sekhmet, porque él quería mostrarme toda la extensión <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>río.<br />

Pero <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir en su honor que en el momento <strong>de</strong>l triunfo<br />

menospreció todo honor y todo lujo externo y quiso impresionar al<br />

pueblo por su simplicidad. Se dirigió al templo en un sólido carro <strong>de</strong><br />

guerra, sin plumas en los arneses <strong>de</strong> los caballos ni oro en los rayos <strong>de</strong><br />

las ruedas. Pero dos hoces afiladas hendían el aire a ambos lados <strong>de</strong> su<br />

carro, y los lanceros y arqueros <strong>de</strong>sfilaban en perfecto or<strong>de</strong>n y el ruido <strong>de</strong><br />

sus pies <strong>de</strong>scalzos sobre el pavimento <strong>de</strong> la avenida era rítmico y potente<br />

como el ruido <strong>de</strong>l mar, y los negros marcaban el ritmo <strong>de</strong> la marcha con<br />

sus tambores <strong>de</strong> piel humana.<br />

Silencioso y poseído <strong>de</strong> temor, el pueblo admiraba su imponente<br />

estatura y sus tropas rebosantes <strong>de</strong> bienestar cuando toda la ciudad tenía<br />

hambre. Silencioso, contemplaba a Horemheb al verlo entrar en el<br />

templo, sintiendo confusamente que sus sufrimientos no habían hecho<br />

más que comenzar.<br />

Delante <strong>de</strong>l templo, Horemheb se apeó <strong>de</strong> su carro y entró seguido <strong>de</strong><br />

sus jefes, y los sacerdotes acudieron a recibirlo con las manos manchadas<br />

<strong>de</strong> sangre fresca y lo condujeron <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la estatua <strong>de</strong> la diosa.<br />

Sekhmet iba vestida <strong>de</strong> lino y sus vestiduras, impregnadas en la sangre<br />

<strong>de</strong> las ofrendas, se pegaban a su cuerpo marcando sus altivos pechos. En<br />

la penumbra <strong>de</strong>l templo parecía mover su cabeza <strong>de</strong> leona y sus ojos<br />

llameantes miraban a Horemheb mientras machacaba sobre el altar los<br />

corazones calientes <strong>de</strong> las víctimas, implorando la victoria para sus


ejércitos. Los sacerdotes danzaban en torno a él en señal <strong>de</strong> alegría y se<br />

herían con puñales, gritando al unísono:<br />

-¡Regresa vencedor, Horemheb, Hijo <strong>de</strong>l Halcón! Regresa vencedor y<br />

la diosa <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>rá viva a tu lado para enlazarte con su cuerpo <strong>de</strong>snudo.<br />

Horemheb no se distrajo con los gritos ni las danzas <strong>de</strong> los sacerdotes,<br />

llevó a cabo con fría dignidad las ceremonias <strong>de</strong> ritual y se alejó. Delante<br />

<strong>de</strong>l templo, en presencia <strong>de</strong> la muchedumbre amontonada, levantó sus<br />

manos ensangrentadas y dijo al pueblo:<br />

-Escúchame, pueblo <strong>de</strong> Kemi, escúchame, porque soy Horemheb, el<br />

Hijo <strong>de</strong>l Halcón, y traigo en mis manos la victoria y el honor inmortal<br />

para todos aquellos que quieran seguirme a la guerra santa. En este<br />

instante los carros hititas rugen en el <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong>l Sinaí y sus vanguardias<br />

recorren el Bajo Egipto, y la tierra <strong>de</strong> Kemi no ha conocido jamás un<br />

peligro más temible, porque al lado <strong>de</strong> los hititas, la antigua dominación<br />

<strong>de</strong> los hiksos era dulce. Los hititas llegan y su número es infinito y su<br />

crueldad un horror para todo el pueblo. Destruirán las villas y os<br />

reventarán los ojos, violarán a vuestras mujeres y se llevarán a vuestros<br />

hijos como esclavos. El trigo no crece don<strong>de</strong> han pasado sus carros y la<br />

tierra se convierte en un <strong>de</strong>sierto cuando han puesto sobre ellos los<br />

cascos <strong>de</strong> sus caballos. Por esto la guerra que les <strong>de</strong>claro es una guerra<br />

santa, porque es una guerra para vuestras vidas y los dioses <strong>de</strong>l país <strong>de</strong><br />

Kemi, y si todo va bien, reconquistaremos la Siria, y el país <strong>de</strong> Kemi<br />

renacerá y cada cual tendrá la medida llena. Hace ya <strong>de</strong>masiado tiempo<br />

que se ha burlado <strong>de</strong> nuestra <strong>de</strong>bilidad y hecho mofa <strong>de</strong> nuestro Ejército.<br />

La hora ha sonado y voy a restaurar el honor guerrero <strong>de</strong> Kemi. Quien<br />

quiera seguirme recibirá una medida llena <strong>de</strong> trigo y su parte <strong>de</strong>l botín, y<br />

en verdad que el botín será rico. Pero los que no me sigan<br />

voluntariamente me seguirán a la fuerza y <strong>de</strong>berán doblegarse bajo el<br />

peso <strong>de</strong> la carga y serán objeto <strong>de</strong> mofa sin tener <strong>de</strong>recho al botín. Por<br />

esto espero que todo egipcio que posea un corazón <strong>de</strong> hombre y sea<br />

capaz <strong>de</strong> soportar el peso <strong>de</strong> una lanza, me seguirá voluntariamente.<br />

Ahora carecemos <strong>de</strong> todo y el hambre repta bajo nuestros talones, pero<br />

la victoria vendrá acompañada <strong>de</strong> días <strong>de</strong> abundancia, y quien haya<br />

muerto por la libertad <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Kemi entrará directamente en el<br />

campo <strong>de</strong> los bienaventurados, porque los dioses <strong>de</strong> Egipto recibirán su<br />

cuerpo. Hay que intentarlo todo para ganarlo todo. Por esto os digo,<br />

mujeres <strong>de</strong> Egipto, trenzad cuerda <strong>de</strong> arco con vuestros cabellos y<br />

mandad con alegría a vuestros maridos y vuestros hijos a la<br />

guerra. Hombres <strong>de</strong> Egipto, transformad vuestras joyas en puntas <strong>de</strong><br />

lanza y seguidme, porque os ofrezco una guerra como no se ha visto<br />

jamás otra conocida. El espíritu <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s faraones combatirá a<br />

nuestro lado. Todos los dioses <strong>de</strong> Egipto, y sobre todo el po<strong>de</strong>roso Amón,<br />

están con nosotros. Rechazaremos a los hititas, como la inundación


arre las briznas <strong>de</strong> paja. Reconquistaremos las riquezas <strong>de</strong> Siria y<br />

lavaremos en sangre la vergüenza <strong>de</strong> Egipto. Escúchame atentamente,<br />

pueblo <strong>de</strong> Kemi, Horemheb, el Hijo <strong>de</strong>l Halcón, el vencedor, ha hablado.<br />

' Bajó sus manos tintas en sangre y su pecho ja<strong>de</strong>aba, porque había<br />

hablado con voz potente. Las trompetas resonaron y los soldados<br />

golpearon sus escudos con las lanzas y el suelo con los pies y la<br />

muchedumbre comenzó a lanzar gritos que se convirtieron en clamores<br />

<strong>de</strong> alegría. Horemheb sonrió y volvió a subir a su carro. Los soldados le<br />

abrieron paso por entre la muchedumbre que lo aclamaba. Entonces<br />

comprendí que la mayor alegría <strong>de</strong>l pueblo era po<strong>de</strong>r gritar todos a la<br />

vez, sin que importara nada lo que se grita ni por qué se grita, pero al<br />

gritar con los <strong>de</strong>más uno se siente fuerte y está convencido <strong>de</strong> la justicia<br />

<strong>de</strong> la causa por la cual se grita. Horemheb estaba muy satisfecho y<br />

levantaba los brazos para saludar al pueblo.<br />

Fue directamente al puerto y subió al barco <strong>de</strong> mando para dirigirse<br />

con rapi<strong>de</strong>z a Menfis, porque se había retrasado en Tebas, y según las<br />

últimas noticias los hititas habían acampado ya en Tanis. Yo embarqué<br />

con él y nadie me impidió acercarme y <strong>de</strong>cirle:<br />

-Horemheb, el faraón Akhenatón ha muerto y no hay ya trepanador<br />

real, pero soy libre <strong>de</strong> ir adon<strong>de</strong> me<br />

plazca y nada me retiene. Por esto <strong>de</strong>seo acompañarte y partir contigo a<br />

la guerra, porque todo me da lo mismo y nada me divierte ya. Tengo<br />

curiosidad <strong>de</strong> ver qué bendición nos aportará esta guerra <strong>de</strong> la que has<br />

hablado toda la vida. En verdad siento <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> ver si tu po<strong>de</strong>río es<br />

superior al <strong>de</strong> Akhenatón o si son únicamente los espíritus <strong>de</strong> los<br />

infiernos los que gobiernan el mundo.<br />

Horemheb me sonrió y dijo:<br />

-Es un buen presagio porque jamás pensé que serías el primer<br />

voluntario que se alistara para esta guerra. Sé que te gusta la comodidad<br />

y pensaba <strong>de</strong>jarte en Tebas para velar por mis intereses en la casa<br />

dorada, pese a que seas solitario y cándido y sea fácil engañarte. Pero<br />

bien está así, porque, por lo menos, tendré conmigo un médico <strong>de</strong><br />

calidad y me parece que habrá necesidad <strong>de</strong> él. Mis soldados tenían<br />

razón al llamarte el Hijo <strong>de</strong> Onagro en la guerra contra los khabiri,<br />

porque verda<strong>de</strong>ramente tienes un espíritu bélico, puesto que no tienes<br />

miedo <strong>de</strong> los hititas.<br />

Los marineros metieron sus remos en el agua y la barca comenzó a<br />

<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r la corriente <strong>de</strong>l río empavesado. Los muelles <strong>de</strong> Tebas estaban<br />

blancos <strong>de</strong> gente y el viento nos traía las aclamaciones, Horemheb lanzó<br />

un profundo suspiro y dijo:<br />

-Como ves, mi discurso ha producido una honda impresión en el<br />

pueblo. Pero entremos en mi camarote, porque quiero lavarme las<br />

manos.


Yo lo seguí y al entrar hizo salir a su escriba y lavó la sangre <strong>de</strong> sus<br />

manos, las que husmeó fríamente diciendo:<br />

-Por Seth y todos los <strong>de</strong>monios, nunca hubiera creído que los<br />

sacerdotes <strong>de</strong> Sekhmet hiciesen todavía sacrificios humanos. Pero<br />

estaban por lo visto llenos <strong>de</strong> celo, porque las puertas <strong>de</strong> su templo no se<br />

habían abierto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía más <strong>de</strong> cuarenta años. Ahora comprendo por<br />

qué me han pedido prisioneros hititas y sirios para sus ceremonias.<br />

Estas palabras me causaron tal pavor que mis rodillas temblaron, pero<br />

Horemheb prosiguió tranquilamente:<br />

-Si lo hubiera sabido, me hubiera negado, porque pue<strong>de</strong>s imaginar<br />

que quedé muy sorprendido al recibir ante el altar un corazón humano<br />

todavía caliente. Pero si Sekhmet se muestra reconocida sosteniendo<br />

nuestras armas, pasaré por alto estas cosas, porque verda<strong>de</strong>ramente<br />

tengo necesidad <strong>de</strong> toda la ayuda posible, si bien una lanza bien<br />

templada es quizá más eficaz que todas las bendiciones <strong>de</strong> Sekhmet. Pero<br />

rindamos a los sacerdotes lo que es <strong>de</strong> los sacerdotes y nos <strong>de</strong>jarán en<br />

paz para todo lo <strong>de</strong>más.<br />

Recomenzó a hablar <strong>de</strong> su discurso <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l pueblo y yo le dije que<br />

prefería el que pronunció en Jerusalén <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sus tropas. Mi<br />

observación lo vejó un poco y dijo:<br />

-No es lo mismo hablar a los soldados que al pueblo. Mi discurso<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> Sekhmet estaba <strong>de</strong>stinado también a la posteridad,<br />

porque seguramente lo grabarán en la piedra. Y en este caso conviene<br />

elegir las palabras y lanzar frases que <strong>de</strong>spabilen la cabeza al pueblo y lo<br />

impresionen. Puesto que no entien<strong>de</strong>s una palabra, te diré que mi<br />

discurso se limitaba a reproducir las frases que se han dicho siempre al<br />

principio <strong>de</strong> todo conflicto. Para empezar he <strong>de</strong>clarado que la guerra<br />

contra los hititas era meramente <strong>de</strong>fensiva y he excitado al pueblo a<br />

rechazar al invasor que asola Egipto. En general, todo está <strong>de</strong> acuerdo<br />

con la verdad, pero no he ocultado que me proponía al mismo tiempo<br />

reconquistar Siria. En segundo lugar, he <strong>de</strong>clarado que los que me<br />

siguiesen voluntariamente no tendrían <strong>de</strong> qué arrepentirse mientras que<br />

los que viniesen obligados tendrían una triste suerte. Tercero, he<br />

afirmado que era una guerra santa y he invocado la ayuda <strong>de</strong> todos los<br />

dioses. En realidad, no creo que los dioses <strong>de</strong> los egipcios sean más<br />

po<strong>de</strong>rosos que los <strong>de</strong> los hititas ni que un país sea más seguro que otro,<br />

pero he leído en todas las proclamas <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s faraones <strong>de</strong> la<br />

antigüedad que es bueno invocar el auxilio <strong>de</strong> los dioses y un buen<br />

capitán no omite jamás esta formalidad. Al pueblo le gusta y está<br />

contento, como has podido ver. Por otra parte, había mezclado mis<br />

hombres entre la multitud a fin <strong>de</strong> dar la señal <strong>de</strong> las aclamaciones,<br />

porque más vale ser pru<strong>de</strong>nte. Te habrás fijado en que no he dicho nada<br />

<strong>de</strong> las dificulta<strong>de</strong>s que nos esperan, porque bastante tiempo tendrá el


pueblo <strong>de</strong> darse cuenta y no sirve <strong>de</strong> nada asustarlo <strong>de</strong> antemano.<br />

Porque esta guerra será muy dura, ya que no tengo suficientes tropas<br />

entrenadas ni carros <strong>de</strong> guerra. Pero no dudo <strong>de</strong> la victoria final, porque<br />

tengo fe en mi <strong>de</strong>stino.<br />

-Horemheb -le dije yo-, ¿hay algo sagrado para ti?<br />

Reflexionó un instante y dijo:<br />

-Un gran capitán y un soberano <strong>de</strong>ben saber interpretar las palabras<br />

<strong>de</strong> las imágenes a fin <strong>de</strong> aprovecharlas útilmente. Reconozco que es<br />

penoso y que entristece la vida, pese a que el sentimiento <strong>de</strong> dominar a<br />

otro por la voluntad y obligarlo a realizar gran<strong>de</strong>s cosas sea quizás una<br />

compensación. Cuando era joven, tenía fe en mi lanza y en mi halcón.<br />

Ahora no creo más que en mi voluntad, pero esta voluntad me gasta,<br />

como la muela gasta la piedra. Por esto no tengo un instante <strong>de</strong> reposo y<br />

para distraerme no puedo hacer otra cosa que beber hasta la embriaguez.<br />

Cuando era joven creía en la amistad y creía también amar una mujer<br />

cuyo <strong>de</strong>sprecio y resistencia me irritaban, pero ahora sé que los hombres<br />

no son más que instrumentos en mis manos y esta mujer no es ya un fin,<br />

sino solamente un medio. Yo soy el centro <strong>de</strong> todo. Yo soy Egipto y su<br />

pueblo. Y al asegurar la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> Egipto aseguro la mía. ¿Me<br />

compren<strong>de</strong>s?<br />

Estas palabras no produjeron el menor efecto en mí, porque ya siendo<br />

joven lo había juzgado un jactancioso y sabía que sus padres olían a<br />

estiércol y queso, pese a que los hubiese ennoblecido. Por esto me era<br />

difícil tomarlo en serio, pese a que quisiera impresionarme como un<br />

dios. Pero le oculté mis reflexiones y le hablé <strong>de</strong> la princesa Baketamón,<br />

que se había sentido muy ofendida por no haber tenido un sitio digno <strong>de</strong><br />

ella en el cortejo <strong>de</strong> Tutankhamón. Horemheb me escuchó atentamente y<br />

me ofreció vino para que le hablase más largamente <strong>de</strong> la princesa. Así<br />

pasábamos el tiempo navegando hacia Menfis, mientras los carros hititas<br />

asolaban el Bajo Egipto.<br />

LIBRO DECIMOCUARTO<br />

LA GUERRA SANTA


Horemheb convocó en Menfis a los nobles y los ricos y les habló <strong>de</strong><br />

esta manera:<br />

-Vosotros sois todos ricos y yo no soy más que un pobre pastor nacido<br />

con los pies en el estiércol. Pero Amón me ha ben<strong>de</strong>cido y el faraón me<br />

ha encargado conducir sus ejércitos, y el enemigo que amenaza el país es<br />

cruel y terrible, como todos sabéis. Me he enterado <strong>de</strong> que <strong>de</strong>cís que la<br />

guerra exige gran<strong>de</strong>s sacrificios y que por esto habéis reducido a la mitad<br />

la ración <strong>de</strong> trigo <strong>de</strong> vuestros esclavos y aumentado los precios <strong>de</strong> las<br />

cosas en el país. Vuestros actos y vuestras palabras me prueban que<br />

estáis dispuestos al sacrificio. Está muy bien y os felicito, porque para<br />

encontrar dinero para llevar a<strong>de</strong>lante la guerra, los armamentos y para el<br />

sueldo <strong>de</strong> las tropas he <strong>de</strong>cidido pediros prestada una parte <strong>de</strong> vuestras<br />

fortunas y he pedido al fisco la lista <strong>de</strong> vuestras imposiciones y, a<strong>de</strong>más,<br />

he tenido otros informes sobre vosotros, <strong>de</strong> manera que creo saber las<br />

cantida<strong>de</strong>s que habéis ocultado a los perceptores y al falso faraón. Pero<br />

ahora un verda<strong>de</strong>ro faraón reina en nombre <strong>de</strong> Amón y no tenéis<br />

necesidad <strong>de</strong> disimular vuestros bienes, sino que <strong>de</strong>béis ofrecerlos<br />

abierta y generosamente para la guerra. Por esto cada uno <strong>de</strong> vosotros va<br />

a entregarme en el acto la mitad <strong>de</strong> su fortuna, y poco me importa que<br />

sea oro, plata o trigo, o en ganado, caballos y carros <strong>de</strong> guerra, con tal<br />

que os <strong>de</strong>is prisa.<br />

Ante estas palabras los ricos se lamentaron en voz alta y, <strong>de</strong>sgarrando<br />

sus vestiduras, dijeron:<br />

-El falso faraón nos ha empobrecido y estamos casi arruinados, y los<br />

informes que te han dado sobre nosotros son ciertamente falsos. Pero,<br />

¿qué garantía nos das por nuestros préstamos y qué interés nos pagarás?<br />

Horemheb los miró con aire sonriente y dijo:<br />

-Mi garantía es la victoria que cuento obtener lo antes posible gracias<br />

a vuestra generosa ayuda, amigos míos. En efecto, si no consigo la<br />

victoria, los hititas os lo tomarán todo, <strong>de</strong> manera que a mi juicio la<br />

garantía es suficiente. En cuanto a los intereses, los discutiré con cada<br />

uno <strong>de</strong> vosotros en particular, y me permito esperar que aceptaréis mis<br />

proposiciones. Pero os habéis quejado <strong>de</strong>masiado pronto, porque no he<br />

terminado todavía. Exijo, pues, inmediatamente la entrega <strong>de</strong> la mitad<br />

<strong>de</strong> vuestra fortuna a título <strong>de</strong> préstamo, <strong>de</strong> préstamo solamente, amigos<br />

míos. Dentro <strong>de</strong> cuatro lunas <strong>de</strong>beréis entregarme como préstamo la<br />

mitad <strong>de</strong> lo que os quedará y <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un año la mitad <strong>de</strong> lo que os<br />

que<strong>de</strong>. Sois lo suficientemente inteligentes para calcular vosotros<br />

mismos a cuánto ascen<strong>de</strong>rá este resto, pero estoy seguro <strong>de</strong> que seréis<br />

1


todavía suficientemente ricos para llenar vuestras marmitas hasta el fin<br />

<strong>de</strong> vuestros días, <strong>de</strong> manera que no os arruino.<br />

Entonces los ricos se arrojaron al suelo a sus pies lamentándose y<br />

golpearon la tierra con la frente y gritaron que preferían rendirse a los<br />

hititas.<br />

Fingiendo sorpresa, Horemheb les dijo:<br />

-Si es así, me conformaré con vuestros <strong>de</strong>seos y me parece que mis<br />

soldados, que se juegan la piel y la vida, se irritarán al saber que no<br />

queréis consentir en ningún sacrificio para la guerra. Creo que no<br />

tendrán inconveniente en ataros con cuerdas y embarcaros para<br />

entregaros a los hititas como <strong>de</strong>seáis. Yo lo lamentaré mucho y<br />

verda<strong>de</strong>ramente no sé qué provecho obtendréis <strong>de</strong> vuestras fortunas<br />

abandonadas, que confiscaré, puesto que estaréis con los hititas dando<br />

vueltas a la noria con los ojos arrancados. Pero tal es vuestra voluntad y<br />

voy a <strong>de</strong>círselo a los soldados.<br />

Ante estas palabras los ricos gritaron <strong>de</strong> terror y le besaron las rodillas<br />

y aceptaron todas sus proposiciones, si bien maldiciéndolo en su fuero<br />

interno.<br />

Pero él los consoló diciéndoles:<br />

-Os he convocado porque sabía que amabais a Egipto y estabais<br />

dispuestos a todos los sacrificios por él. Sois los hombres más ricos y<br />

habéis adquirido vuestras fortunas por vuestra habilidad. Por esto estoy<br />

seguro <strong>de</strong> que os enriqueceréis <strong>de</strong> nuevo rápidamente, porque un rico se<br />

enriquece siempre aunque se le exprima algunas veces para sacarle el<br />

jugo superfluo. Sois para mí, mis queridos amigos, como un precioso<br />

vergel y si os estrujo como una granada cuyos granos se me escapan por<br />

entre los <strong>de</strong>dos, no pienso ni remotamente, como buen jardinero, en<br />

arrancar los árboles que me dan fruto, sino que me contento con hacer<br />

<strong>de</strong> vez en cuando la cosecha. A<strong>de</strong>más, durante las guerras, los ricos se<br />

enriquecen siempre, y no hay manera <strong>de</strong> evitarlo, ni siquiera el fisco. Por<br />

esto <strong>de</strong>beríais agra<strong>de</strong>cerme que os procure una larga guerra, y con esto<br />

os <strong>de</strong>spido dándoos las gracias. Id en paz y trabajad para engordaros<br />

como gusanos, puesto que es inevitable. Y no me quejaré si <strong>de</strong> cuando en<br />

cuando, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> vuestra aportación obligatoria me enviáis alguna<br />

aportación voluntaria, porque voy a conquistar Siria y ya sabéis cuál será<br />

el beneficio <strong>de</strong> Egipto y en primer lugar para vosotros, si <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la<br />

victoria estoy contento <strong>de</strong> vuestra conducta. Gemid, pues, a vuestro<br />

antojo si gemir os consuela, porque vuestros gemidos resuenan en mis<br />

oídos con un tintineo <strong>de</strong> oro.<br />

Los ricos salieron y en cuanto estuvieron fuera cesaron sus gemidos y<br />

comenzaron a contar sus pérdidas y a pensar en la manera <strong>de</strong><br />

compensarlas.<br />

Pero Horemheb me dijo:


-Gracias a la guerra, los ricos podrán imputar a los hititas todas las<br />

<strong>de</strong>sgracias que asolarán al país, y el faraón podrá acusarlos <strong>de</strong>l hambre y<br />

la miseria que reinará este invierno. Será, en efecto, el pueblo quien lo<br />

soportará y lo pagará todo y los ricos sabrán todavía sonsacarle lo<br />

necesario para compensar sus pérdidas y podré sangrarlos <strong>de</strong> nuevo.<br />

Este sistema es mejor que el <strong>de</strong> imponer impuestos <strong>de</strong> guerra, porque así<br />

el pueblo bendice mi nombre y me juzga equitativo. Porque tengo que<br />

velar celosamente por mi reputación, previendo el porvenir.<br />

Entretanto, los hititas asolaban el <strong>de</strong>lta y daban el trigo ver<strong>de</strong> como<br />

forraje a sus caballos y los fugitivos acudían a Menfis y contaban<br />

historias horribles sobre el furor <strong>de</strong>structivo <strong>de</strong>l enemigo. Y Horemheb<br />

me dijo:<br />

-Egipto tiene que conocer la crueldad hitita a fin <strong>de</strong> que se convenza<br />

<strong>de</strong> que no hay suerte más horrenda que la esclavitud <strong>de</strong> los hititas. Sería<br />

por mi parte una locura salir contra ellos con unas tropas mal entrenadas<br />

y sin carros <strong>de</strong> guerra. Pero no temas, Sinuhé, Ghaza es todavía nuestra,<br />

y los hititas no se atreverán a aventurarse por el <strong>de</strong>sierto con el grueso <strong>de</strong><br />

sus tropas mientras resista esta plaza, porque no tienen la primacía <strong>de</strong>l<br />

mar. No permanezco inactivo como pareces creer, sino que tengo<br />

hombres en el <strong>de</strong>sierto para inquietar y molestar a las patrullas hititas.<br />

Por otra parte, el peligro no es muy gran<strong>de</strong> para Egipto mientras la<br />

infantería hitita no haya franqueado el <strong>de</strong>sierto. Los hititas fundan su<br />

estrategia en la guerra <strong>de</strong> los carros, pero en el país negro los canales <strong>de</strong><br />

irrigación obstruyen su avance y pier<strong>de</strong>n el tiempo incendiando<br />

<strong>de</strong>sgraciados poblados y pisoteando los campos <strong>de</strong> trigo. Cuanto menos<br />

trigo haya en Egipto, más hombres se alistarán en mis ejércitos, porque<br />

saben que allí hay la medida <strong>de</strong> trigo llena e incluso cerveza.<br />

De todo Egipto acudían hombres a Menfis, gente hambrienta que lo<br />

había perdido todo a causa <strong>de</strong> Atón, y aventureros ávidos <strong>de</strong> botín.<br />

Horemheb, sin preocuparse <strong>de</strong> los sacerdotes, publicó una amnistía<br />

general <strong>de</strong> todos los que habían trabajado por Atón y liberó a los<br />

con<strong>de</strong>nados a las canteras para alistarlos. Menfis fue pronto un vasto<br />

campamento militar, y la vida se hizo agitada, porque estallaban riñas en<br />

las casas <strong>de</strong> placer y en las tabernas y <strong>de</strong> noche había alborotos, <strong>de</strong><br />

manera que la población pacífica se encerraba en casa y vivía en la<br />

angustia y el terror. Pero las forjas resonaban bajo el martillo, y el miedo<br />

a los hititas era tan gran<strong>de</strong>, que incluso las mujeres pobres daban sus<br />

joyas para forjar puntas <strong>de</strong> lanza.<br />

De las islas <strong>de</strong>l mar y <strong>de</strong> Creta llegaban numerosos navíos y<br />

Horemheb los compraba a la fuerza y reclutaba marineros y capitanes a<br />

sus ór<strong>de</strong>nes. Se apo<strong>de</strong>ró también <strong>de</strong> navíos <strong>de</strong> guerra cretenses y <strong>de</strong>cidió<br />

a sus tripulaciones a servir a Egipto. Porque los navíos cretenses erraban<br />

<strong>de</strong> puerto en puerto y no osaban regresar a Creta don<strong>de</strong> según se <strong>de</strong>cía,


había estallado una revuelta <strong>de</strong> los esclavos y los incendios asolaban la<br />

isla. Pero no se sabía nada cierto sobre estos acontecimientos, porque los<br />

marineros cretenses seguían mintiendo como <strong>de</strong> costumbre. Algunos<br />

afirmaban que los hititas habían invadido Creta, cosa inadmisible,<br />

puesto que no era un pueblo marinero. Otros pretendían que un pueblo<br />

blanco y <strong>de</strong>sconocido había invadido Creta viniendo por el Norte. Pero<br />

todos estaban <strong>de</strong> acuerdo en atribuir todas estas <strong>de</strong>sgracias al hecho <strong>de</strong><br />

que el dios <strong>de</strong> Creta hubiera muerto. Por esto se alistaban sin protestar al<br />

servicio <strong>de</strong> Egipto, mientras los navíos cretenses que habían abordado en<br />

Siria pasaban a manos <strong>de</strong> los hititas y <strong>de</strong> Aziru.<br />

Esta situación era favorable a Horemheb, porque la mayor confusión<br />

reinaba sobre el mar y todo el mundo trataba <strong>de</strong> apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong> los<br />

navíos. En Tiro estalló una revuelta contra Aziru y los rebel<strong>de</strong>s<br />

capturaron los navíos y se unieron a las fuerzas egipcias. Así fue como<br />

Horemheb pudo constituir una flota en la que embarcó unas<br />

tripulaciones adiestradas.<br />

Ghaza seguía resistiendo en Siria y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la siega, al empezar la<br />

crecida, Horemheb abandonó Menfis con sus tropas. Mandó emisarios a<br />

Ghaza, asediada por tierra y mar, y un navío que pudo forzar el bloqueo<br />

con sacos <strong>de</strong> trigo llevó este mensaje: «¡Sosteneos, <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>d Ghaza a<br />

toda costa! » Mientras los arietes hacían temblar las murallas <strong>de</strong> la villa y<br />

las casas ardían sin que hubiese tiempo <strong>de</strong> apagar los incendios, caía un<br />

mensaje con una flecha: «¡Defen<strong>de</strong>d Ghaza, es la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Horemheb!»<br />

Y mientras los hititas lanzaban a la ciudad marmitas llenas <strong>de</strong> serpientes<br />

venenosas, una <strong>de</strong> ellas resultó contener trigo y un mensaje <strong>de</strong><br />

Horemheb: «¡Defen<strong>de</strong>d Ghaza!» Yo no comprendo cómo esta villa pudo<br />

sostener el asedio <strong>de</strong> Aziru y los hititas, y el comandante malhumorado<br />

que me vio izar sobre las murallas en una cesta merece seguramente la<br />

reputación que le valió la <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> Ghaza.<br />

Horemheb hizo avanzar sus tropas hacia Tanis y cortó un regimiento<br />

<strong>de</strong> carros en un recodo <strong>de</strong>l río. Hizo limpiar los canales <strong>de</strong> irrigación<br />

enlodados y, cuando vino la crecida, los hititas se encontraron sitiados<br />

en un islote. Nuestros soldados pudieron entonces <strong>de</strong>strozar los carros y<br />

matar a los caballos, lo cual enfureció a Horemheb, que había esperado<br />

apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong> todo aquel material. Por eso or<strong>de</strong>nó un ataque, en el cual<br />

sus soldados mal adiestrados consiguieron, sin embargo, vencer a los<br />

hititas combatiendo a pie. Así se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> un centenar <strong>de</strong> carros y<br />

trescientos caballos e hizo inmediatamente pintar sobre los carros el<br />

emblema <strong>de</strong> Egipto y marcar a los caballos. Pero el efecto moral fue<br />

todavía más importante, porque ahora se sabía que los hititas no eran<br />

invencibles.


Horemheb avanzó entonces sobre Tanis con todos sus carros <strong>de</strong><br />

guerra, <strong>de</strong>jando atrás a la infantería pesada y las columnas <strong>de</strong><br />

avituallamiento. Un ardor loco animaba su rostro y me dijo:<br />

-Si quieres dar, da el primero y con fuerza.<br />

Por esto se dirigió hacia Tanis sin preocuparse <strong>de</strong> las tropas hititas<br />

que asolaban el Bajo País y <strong>de</strong> Tanis penetró directamente en el <strong>de</strong>sierto<br />

don<strong>de</strong> batió los puestos hititas encargados <strong>de</strong> velar por las jarras llenas<br />

<strong>de</strong> agua. Así se apo<strong>de</strong>ró rápidamente <strong>de</strong> varios <strong>de</strong>pósitos <strong>de</strong> agua en el<br />

<strong>de</strong>sierto. Los hititas habían transportado centenares <strong>de</strong> jarras <strong>de</strong> agua<br />

para avituallar las tropas durante la travesía <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto, porque no se<br />

atrevían a intentar un <strong>de</strong>sembarco en Egipto. Sin economizar los<br />

caballos, Horemheb seguía a<strong>de</strong>lante y muchos caballos perecieron<br />

durante esta loca hazaña, pero los que presenciaron aquel avance dicen<br />

que centenares <strong>de</strong> carros <strong>de</strong> guerra levantaban una columna <strong>de</strong> polvo<br />

que subía hasta el cielo, <strong>de</strong> manera que Horemheb parecía llegar como<br />

una violenta tempestad. Cada noche se encendían las señales convenidas<br />

en las montañas <strong>de</strong>l Sinaí, y los francos salían <strong>de</strong> sus escondrijos y<br />

atacaban los puestos hititas y los <strong>de</strong>pósitos establecidos en el <strong>de</strong>sierto.<br />

Poco tardó en esparcirse la noticia <strong>de</strong> que Horemheb marchaba contra la<br />

Siria, <strong>de</strong> día como una tempestad <strong>de</strong> polvo y <strong>de</strong> noche como una columna<br />

<strong>de</strong> fuego. Después <strong>de</strong> esta campaña su reputación llegó a ser tan gran<strong>de</strong><br />

que el pueblo comenzó a contar leyendas sobre él como se cuentan sobre<br />

los dioses.<br />

Horemheb conquistó así todos los <strong>de</strong>pósitos <strong>de</strong> agua <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong>l<br />

Sinaí sorprendiendo a los hititas, que no podían imaginarse que se<br />

atrevería a lanzarse a través <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto, mientras sus vanguardias<br />

asolaban el Bajo País y sabían la <strong>de</strong>bilidad <strong>de</strong> Egipto. A<strong>de</strong>más, su ejército<br />

no estaba todavía unido, había tenido que diseminarse por las ciuda<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> Siria esperando la caída <strong>de</strong> Ghaza, porque los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> esta villa<br />

y el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto no podían alimentar al enorme ejército que<br />

habían levantado para someter a Egipto. Porque los hititas eran muy<br />

minuciosos en sus preparativos militares y no pasaban a la ofensiva<br />

hasta que estaban seguros <strong>de</strong> su superioridad, y sus jefes poseían una<br />

lista <strong>de</strong> todos los pastos y abreva<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> la región que <strong>de</strong>bían atacar.<br />

Por esto quedaron sorprendidos ante la brusca ofensiva <strong>de</strong> Horemheb,<br />

porque hasta entonces nadie había osado atacarlos y pensaban que los<br />

egipcios no tenían suficiente número <strong>de</strong> carros para una ofensiva <strong>de</strong> esta<br />

importancia.<br />

El propio Horemheb no había tenido por objetivo primitivo más que<br />

<strong>de</strong>struir los <strong>de</strong>pósitos <strong>de</strong> agua <strong>de</strong> los hititas en el <strong>de</strong>sierto, con el fin <strong>de</strong><br />

ganar tiempo para adiestrar a sus tropas en una guerra penosa. Pero su<br />

éxito inesperado lo embriagó y marchó sobre Ghaza, sorprendiendo por<br />

la retaguardia a los sitiadores, <strong>de</strong>strozando sus máquinas <strong>de</strong> guerra, pero


no pudo entrar en la ciudad, porque los hititas, viendo la <strong>de</strong>bilidad <strong>de</strong> su<br />

ejército <strong>de</strong> carros, se volvieron contra él. Horemheb hubiera estado<br />

perdido si los sitiadores hubiesen tenido carros <strong>de</strong> guerra, pero consiguió<br />

batirse en retirada en el <strong>de</strong>sierto y <strong>de</strong>strozar las reservas <strong>de</strong> agua <strong>de</strong> la<br />

frontera siria<br />

antes <strong>de</strong> que los hititas, furiosos, hubiesen podido reunir sus carros<br />

diseminados.<br />

Después <strong>de</strong> esta osada expedición, Horemheb se dijo que su halcón no<br />

lo había abandonado y, recordando el matorral ardiendo que había visto<br />

una vez, or<strong>de</strong>nó a sus lanceros y arqueros que acudiesen a marchas<br />

forzadas por el camino que los hititas habían jalonado <strong>de</strong> jarras <strong>de</strong> agua<br />

suficientes para abastecer a todo un ejército. Se proponía <strong>de</strong> esta forma<br />

hacer la guerra en el <strong>de</strong>sierto, pese a que este terreno fuese favorable a<br />

los carros <strong>de</strong> combate.<br />

' Pero creo que se vio obligado por las circunstancias, porque cuando<br />

hubo conseguido escapar <strong>de</strong> los hititas y ganar el <strong>de</strong>sierto, los hombres y<br />

los caballos estaban tan extenuados que acaso no hubieran estado en<br />

condiciones <strong>de</strong> atravesarlo para regresar a Egipto. Por esto, cosa que no<br />

se había visto nunca, concentró un gran ejército en el <strong>de</strong>sierto.<br />

Lo que acabo <strong>de</strong> referir <strong>de</strong> esta primera campaña <strong>de</strong> Horemheb lo sé<br />

por él y por sus hombres, porque esta vez no le acompañé. Me había<br />

<strong>de</strong>jado en el Bajo Egipto diciéndome que esta vez no tendría tiempo <strong>de</strong><br />

curar a los heridos, sino que quien cayese <strong>de</strong> un carro o fuese herido en<br />

camino <strong>de</strong>bería ser abandonado a su suerte para que eligiese su propia<br />

muerte: <strong>de</strong>gollarse o entregarse a los hititas.<br />

Pero el botín <strong>de</strong> esta expedición fue muy mezquino, porque una jarra<br />

no es más que una jarra, incluso si, llena <strong>de</strong> agua, vale su peso en oro en<br />

el <strong>de</strong>sierto. En cuanto a los hombres que habían bajado <strong>de</strong> sus carros<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Ghaza para saquear un campo hitita contra la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />

Horemheb fueron todos muertos, y sus cabezas cortadas y clavadas en<br />

pértigas hicieron durante largo tiempo muecas contra los muros <strong>de</strong><br />

Ghaza y su piel sirvió para fabricar sacos y bolsas, porque los hititas son<br />

muy hábiles en este género <strong>de</strong> trabajo manual.<br />

Es posible que esta campaña haya salvado a Egipto, como lo pretendía<br />

Horemheb, y los soldados que lo acompañaron merecieran una gloria<br />

inmortal. Pero <strong>de</strong> momento se quejaron <strong>de</strong> la mezquindad <strong>de</strong>l botín<br />

obtenido y con gusto hubieran cambiado la gloria por un puñado <strong>de</strong><br />

plata.<br />

Atravesando el <strong>de</strong>sierto a marchas forzadas, bajo el polvo y el calor,<br />

siguiendo las trazas <strong>de</strong> Horemheb, el ejército que yo acompañaba no veía<br />

sino <strong>de</strong> vez en cuando el cuerpo medio <strong>de</strong>vorado <strong>de</strong> un soldado caído <strong>de</strong>l<br />

carro, o los esqueletos <strong>de</strong> los caballos muertos, o algunas jarras rotas y<br />

los cadáveres <strong>de</strong> los hititas <strong>de</strong>snudos y empalados en señal <strong>de</strong> victoria.


Por esto es comprensible que tenga que narrar aquí los horrores <strong>de</strong> la<br />

guerra y no la embriaguez <strong>de</strong> las batallas.<br />

Después <strong>de</strong> dos semanas <strong>de</strong> marcha agotadora, a pesar <strong>de</strong> la<br />

abundancia <strong>de</strong> agua acumulada por los hititas, vimos una columna <strong>de</strong><br />

fuego que nos anunció que Horemheb nos esperaba con sus carros.<br />

Aquella noche no dormí. El <strong>de</strong>sierto es frío por la noche, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l<br />

calor sofocante <strong>de</strong>l día, y los soldados que han caminado <strong>de</strong>scalzos<br />

durante semanas enteras sobre la arena ardiente, por entre las plantas<br />

espinosas, gimen y gritan durmiendo, lo cual ha creado, probablemente,<br />

la leyenda <strong>de</strong> que el <strong>de</strong>sierto está poblado <strong>de</strong> malos espíritus.<br />

Antes <strong>de</strong>l alba sonó la trompeta y los soldados reemprendieron su<br />

marcha agotadora y muchos se caían <strong>de</strong> cansancio. En pequeños grupos,<br />

bandoleros y cuerpos francos se reunían así con Horemheb, cuya señal<br />

nos daba ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> apresurarnos.<br />

Cuando llegamos cerca <strong>de</strong>l campamento vimos todo el horizonte<br />

cubierto <strong>de</strong> nubes <strong>de</strong> polvo, porque los hititas llegaban por fin para<br />

reconquistar sus <strong>de</strong>pósitos <strong>de</strong> agua. Sus vanguardias recorrían el <strong>de</strong>sierto<br />

en pequeños grupos y caían sobre nuestros soldados, sembrando la<br />

confusión y el pánico entre ellos, poco acostumbrados a luchar contra los<br />

carros e insuficientemente adiestrados para el combate. Por esto el<br />

pánico se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> nuestras filas y muchos soldados huyeron al<br />

<strong>de</strong>sierto, don<strong>de</strong> los hititas los mataron con sus lanzas.<br />

Felizmente Horemheb envió en nuestro auxilio los carros que tenía<br />

todavía utilizables y el respeto <strong>de</strong> los hititas por los soldados <strong>de</strong><br />

Horemheb era tan gran<strong>de</strong> que nos <strong>de</strong>jaron tranquilos y se retiraron.<br />

Esta retirada renovó la moral <strong>de</strong> nuestros soldados y los lanceros<br />

blandieron sus armas gritando y los arqueros dispararon en vano sus<br />

flechas contra los carros en fuga. Y, observando las nubes <strong>de</strong> polvo en el<br />

horizonte, <strong>de</strong>cían:<br />

-No hay nada que temer, porque el brazo potente <strong>de</strong> Horemheb nos<br />

protege. No hay nada que temer, porque se arroja como un halcón sobre<br />

los hititas y les vacía los ojos y los ciega.<br />

Pero si pensaban po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>scansar al llegar al campo <strong>de</strong> los hititas, se<br />

llevaron un <strong>de</strong>sengaño, y si imaginaban que iban a felicitarlos por su<br />

marcha a través <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto y sus pies <strong>de</strong>sollados, se equivocaban.<br />

Porque Horemheb nos acogió con los ojos rojos <strong>de</strong> fatiga y la expresión<br />

malhumorada, y agitando una fusta llena <strong>de</strong> sangre y polvo, vociferó:<br />

-Por dón<strong>de</strong> habéis andado, cobar<strong>de</strong>s perezosos? ¿Por qué llegáis tan<br />

tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong>sgraciados? No me importa en absoluto que mañana vuestros<br />

cráneos se blanqueen en el horizonte, porque siento vergüenza <strong>de</strong><br />

vosotros al veros. Avanzáis como la tortuga y oléis a sudor y<br />

excrementos, <strong>de</strong> manera que tengo que taparme las narices y, sin<br />

embargo, mis mejores hombres pier<strong>de</strong>n su sangre por innumerables


heridas y mis nobles caballos ja<strong>de</strong>an agotadas sus fuerzas. Pero poneos a<br />

cavar, cavad para salvar el pellejo, puesto que estáis acostumbrados a<br />

manejar el fango, cuando no os hurgáis la nariz u otra cosa con vuestros<br />

cochinos <strong>de</strong>dos.<br />

Y los soldados egipcios no adiestrados no se enojaron por este<br />

discurso y estuvieron encantados y se rieron entre ellos, porque todos<br />

tenían la sensación <strong>de</strong> haber escapado al peligro cuando vieron a<br />

Horemheb. Olvidaron sus pies <strong>de</strong>sollados y su lengua reseca, y,<br />

siguiendo las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Horemheb, cavaron profundos fosos y<br />

hundieron palos en el suelo entre las rocas y tendieron unas cuerdas <strong>de</strong><br />

cañas entre los palos y arrastraron gran<strong>de</strong>s piedras hacia el <strong>de</strong>sfila<strong>de</strong>ro<br />

<strong>de</strong> las montañas.<br />

Los hombres agotados <strong>de</strong> Horemheb salieron <strong>de</strong> sus tiendas y sus<br />

abrigos y vinieron a mostrar sus heridas y narrar sus proezas, y <strong>de</strong> los<br />

dos mil quinientos que habían partido con Horemheb no quedaban más<br />

allá <strong>de</strong> quinientos en situación <strong>de</strong> combatir.<br />

Poco a poco todo el ejército fue llegando al campamento y Horemheb<br />

mandó en el acto a sus hombres a cavar trincheras y construir obstáculos<br />

- para cerrar el acceso al <strong>de</strong>sierto a los carros <strong>de</strong> los hititas. Mandó<br />

mensajeros a los retardatarios para emplazarlos a llegar al campamento<br />

durante el transcurso <strong>de</strong> la noche lo más tar<strong>de</strong>, porque todos los que<br />

permaneciesen en el <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> este plazo serían cruelmente<br />

asesinados por los hititas si sus carros conseguían abrirse paso.<br />

Pero los soldados egipcios se sentían reconfortados al verse tan<br />

numerosos en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto y tenían una confianza ciega en<br />

Horemheb que, a su juicio, conseguiría salvarlos <strong>de</strong> los hititas. Mientras<br />

cavaban las trincheras y tendían las cuerdas <strong>de</strong> cañas entre los palos a<br />

ras <strong>de</strong>l suelo y hacían rodar las enormes moles <strong>de</strong> piedra, vieron llegar<br />

los carros <strong>de</strong> los hititas en medio <strong>de</strong> una nube <strong>de</strong> polvo y oyeron sus<br />

gritos <strong>de</strong> guerra. Entonces su nariz se enfrió y comenzaron a tener<br />

miedo <strong>de</strong> los carros y <strong>de</strong> sus hoces.<br />

Pero la noche cerraba y los hititas no se atrevieron a atacar en terreno<br />

<strong>de</strong>sconocido y sin conocer la fuerza <strong>de</strong> las tropas <strong>de</strong> Horemheb. Acamparon<br />

en el <strong>de</strong>sierto y encendieron hogueras y dieron pienso a los caballos<br />

con plantas espinosas, y el <strong>de</strong>sierto estaba cubierto, hasta per<strong>de</strong>rse <strong>de</strong><br />

vista, <strong>de</strong> pequeños resplandores. Durante toda la noche los exploradores<br />

reconocieron los obstáculos con sus carros ligeros y mataron a los<br />

centinelas y a todo lo largo <strong>de</strong>l frente hubo escaramuzas. Pero en las dos<br />

alas don<strong>de</strong> no había obstáculos, los bandoleros y los cuerpos francos<br />

sorprendieron a los hititas y se apo<strong>de</strong>raron <strong>de</strong> muchos carros.<br />

Aquella noche fue incesantemente turbada por el ruido <strong>de</strong> los carros,<br />

los gemidos <strong>de</strong> los heridos, el silbido <strong>de</strong> las flechas y el chocar <strong>de</strong> las<br />

armas. Horemheb aconsejó a sus hombres que durmiesen si podían,


pero yo pasé la noche curando a los soldados y él me daba ánimos<br />

diciéndome:<br />

-Cúralos bien, Sinuhé, porque no hay soldados más valientes que<br />

éstos y cada uno <strong>de</strong> ellos vale por cien. Cúralos porque quiero a mis<br />

granujas y son los únicos que saben batirse y todos los <strong>de</strong>más tendrían<br />

que apren<strong>de</strong>r <strong>de</strong> ellos la manera <strong>de</strong> comportarse. Te daré un <strong>de</strong>ben <strong>de</strong><br />

oro por cada soldado que pongas en condiciones <strong>de</strong> batirse.<br />

Pero yo estaba <strong>de</strong>masiado agotado por la travesía <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto, pese a<br />

que la realicé en litera, y mi garganta estaba irritada por el polvo y<br />

maldije a Horemheb que iba a obligarme a perecer en manos <strong>de</strong> los<br />

hititas. Por esto le respondí bruscamente:<br />

-Guarda tu oro y distribúyelo entre tus pobres granujas para que se<br />

sientan ricos en el momento <strong>de</strong> morir. Porque mañana todos estaremos<br />

ciertamente muertos, ya que nos has traído a este <strong>de</strong>sierto horrible. Si<br />

cuido con celo a estos hombres es por mí, porque a mi juicio son los<br />

únicos <strong>de</strong> todo el ejército que saben batirse, mientras los que han venido<br />

conmigo huirán en cuanto vean el primer hitita. Lo más cuerdo sería<br />

escoger los dos caballos más rápidos y huir los dos, y podrías reclutar un<br />

ejército mejor que éste.<br />

Horemheb se frotó la nariz y dijo:<br />

-Tu consejo es digno <strong>de</strong> tu cordura, Sinuhé. Pero no lo seguiré. Por<br />

una razón muy simple. Ahora no tenemos otro medio <strong>de</strong> salvación que<br />

batir a los hititas. Y los batiremos, porque no tenemos otro medio <strong>de</strong><br />

salvarnos. Voy a dormir un momento y beber vino, porque cuando llevo<br />

un vaso <strong>de</strong> más soy más irritable y me bato mejor.<br />

Se separó <strong>de</strong> mí y al poco rato oí el gotear <strong>de</strong> su jarra <strong>de</strong> vino. Ofreció<br />

también a los soldados que pasaban por allí y los llamó por su nombre,<br />

dándoles golpes en la espalda.<br />

Así transcurrió la noche y el alba lívida se levantó en el <strong>de</strong>sierto.<br />

Delante <strong>de</strong> los obstáculos yacían los caballos muertos y los carros<br />

volcados y los cuervos picoteaban los cráneos <strong>de</strong> los hititas muertos.<br />

Horemheb reunió sus tropas al pie <strong>de</strong> la montaña y les habló.<br />

Mientras los hititas apagaban los fuegos <strong>de</strong>l vivac con arena, poniendo<br />

los arneses a los caballos y afilaban sus armas, Horemheb, apoyado<br />

contra una roca rugosa, mordisqueando un mendrugo <strong>de</strong> pan seco y una<br />

cebolla, habló así a sus tropas:<br />

2


-Al mirar ante vosotros veis un gran milagro, porque en verdad Amón<br />

nos ha entregado a los hititas y realizaremos hoy una gran hazaña. Como<br />

veis, la infantería hitita no ha llegado todavía; espera en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>sierto, don<strong>de</strong> hay agua en abundancia, a que los carros le hayan<br />

abierto camino para reconquistar los <strong>de</strong>pósitos <strong>de</strong> agua e invadir Egipto.<br />

Sus caballos sufren ya <strong>de</strong> la sed y no tienen forraje, porque he incendiado<br />

sus <strong>de</strong>pósitos y roto las jarras <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquí a Siria. Por esto los carros<br />

hititas tienen hoy que forzar el paso o retirarse a Siria a esperar haber<br />

renovado sus <strong>de</strong>pósitos. Si fuesen inteligentes, renunciarían a la batalla y<br />

se retirarían a Siria, pero son ambiciosos y han puesto todo su oro en las<br />

jarras <strong>de</strong> agua que jalonan la ruta <strong>de</strong> Egipto y no quieren per<strong>de</strong>rlas sin<br />

combate. Por esto os digo que Amón nos los ha entregado, porque sus<br />

caballos tropezarán enredándose las patas en nuestras cuerdas y el asalto<br />

<strong>de</strong> sus carros, que es la fuerza <strong>de</strong> los hititas, será anulado por las<br />

trincheras que habéis abierto sin reparar en los esfuerzos.<br />

Horemheb escupió un trozo <strong>de</strong> cebolla y mascó un pedazo <strong>de</strong> pan, y<br />

las tropas comenzaron a golpear el suelo con el pie y a reclamar como<br />

chiquillos que pi<strong>de</strong>n que les cuenten un cuento.<br />

Entonces Horemheb frunció el ceño y gritó:<br />

-¡Por Seth y todos los <strong>de</strong>monios! ¿Es que mis cocineros han metido<br />

excremento <strong>de</strong> gato en mi pan para que apeste <strong>de</strong> esta manera? Haré<br />

colgar a dos cabeza abajo, pero no os riáis, asquerosas ratas <strong>de</strong> lodo, no<br />

los castigaré por vosotros, porque son libres <strong>de</strong> alimentaros <strong>de</strong> boñigas<br />

<strong>de</strong> vaca y el fiemo <strong>de</strong> mis caballos tiene para mí más valor que todos<br />

vosotros. No tenéis nada <strong>de</strong> soldados y sois una cuadrilla <strong>de</strong> ratas<br />

pestilentes. Recordad que los palos que lleváis en la mano son lanzas y<br />

no están hechas para rascaros las nalgas, sino para reventar las barrigas<br />

<strong>de</strong> los hititas. Y a los arqueros que se creen muy listos porque tien<strong>de</strong>n el<br />

arco y lanzan al aire una flecha, les digo que hay que apuntar a los<br />

hititas, y si sois verda<strong>de</strong>ros soldados les sacaréis los ojos. Pero es inútil<br />

daros estas instrucciones, <strong>de</strong> manera que contentaos con apuntar a los<br />

caballos que son un blanco suficientemente gran<strong>de</strong> para vosotros.<br />

Cuanto más los <strong>de</strong>jéis acercar, más fácilmente los alcanzaréis pese a<br />

vuestra torpeza, y acordaos <strong>de</strong> que azotaré a todo hombre que haya<br />

fallado su objetivo, porque no tenemos medios para <strong>de</strong>sperdiciar las<br />

flechas. Recordad que sus puntas han sido forjadas en Egipto con las<br />

joyas <strong>de</strong> las mujeres y <strong>de</strong> las muchachas <strong>de</strong> placer, si la información os<br />

interesa. Y a los lanceros les digo: Cuando un caballo se acerque, apoyad<br />

vuestra lanza en el suelo y dirigid la punta contra el pecho <strong>de</strong>l caballo; no<br />

correréis ningún peligro, porque siempre tendréis tiempo <strong>de</strong> saltar <strong>de</strong><br />

lado antes <strong>de</strong> que el caballo se caiga. Si os caéis, sacad vuestro puñal y<br />

cortad las corvas <strong>de</strong>l caballo, es vuestra única salvación, antes <strong>de</strong> que las<br />

ruedas os aplasten. He aquí lo que <strong>de</strong>béis hacer, ratas <strong>de</strong>l Nilo.


Olió con asco su trozo <strong>de</strong> pan, y lo arrojó a lo lejos, <strong>de</strong>spués levantó la<br />

jarra y bebió un buen trago <strong>de</strong> vino antes <strong>de</strong> continuar:<br />

-En el fondo, es inútil que os hable, porque en cuanto oigáis los<br />

aullidos <strong>de</strong> los hititas y el rugido <strong>de</strong> sus carros comenzaréis a llorar y<br />

hundiréis vuestros rostros en la arena <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto, porque no tenéis<br />

regazo maternal a vuestro alcance. Pero quiero <strong>de</strong>ciros que si los hititas<br />

fuerzan el paso y alcanzan los <strong>de</strong>pósitos <strong>de</strong> agua que tenemos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

nosotros, estaremos todos perdidos y <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> poco tiempo vuestra piel<br />

servirá <strong>de</strong> saco a las mujeres <strong>de</strong> Biblos y <strong>de</strong> Sidón cuando vayan al<br />

mercado, a menos que, vaciados los ojos, <strong>de</strong>is vueltas a la rueda <strong>de</strong> algún<br />

molino <strong>de</strong>l campo <strong>de</strong> Aziru. Porque nos encontraremos cercados. Pero<br />

tengo que haceros observar que ahora estamos ya cercados y que no hay<br />

retirada posible, porque si abandonamos nuestra posición, los carros<br />

hititas nos perseguirán en el <strong>de</strong>sierto y nos dispersarán como la crecida<br />

que arrastra las briznas <strong>de</strong> paja. Os digo esto únicamente para quitaros<br />

toda la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> huir. Y para mayor seguridad, voy a colocar a buena<br />

distancia <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> vosotros a quinientos <strong>de</strong> mis buenos granujas para<br />

que puedan reírse a gusto viéndoos combatir, cosa que han merecido<br />

ampliamente, pero también para que maten sin piedad a todo el que se<br />

equivoque <strong>de</strong> dirección o le hagan sufrir la pequeña operación que<br />

transforma a un toro salvaje en un apacible buey <strong>de</strong> labranza. Ya sabéis,<br />

pues, que si <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> vosotros os espera una muerte posible, <strong>de</strong>trás os<br />

espera cierta, pero <strong>de</strong>lante tenéis también el triunfo y la gloria, porque si<br />

todo el mundo cumple con su <strong>de</strong>ber, no dudo <strong>de</strong> nuestra victoria sobre<br />

los hititas. Para esto basta caer sobre ellos y agujerearles la piel o abrirles<br />

la cabeza con las armas que os han sido confiadas. Esta es vuestra única<br />

salvación, y yo me batiré al lado vuestro, y si mi fusta os azota más a<br />

menudo que los hititas será porque vosotros lo habréis querido, mis<br />

valientes ratas <strong>de</strong>l estiércol.<br />

Los hombres lo escuchaban fascinados y <strong>de</strong>bo confesar que yo me<br />

sentía inquieto, porque los hititas se acercaban ya a los obstáculos, pero<br />

me pareció que Horemheb hablaba sólo para ganar tiempo y para<br />

comunicar su calma a los soldados abreviando la nerviosidad <strong>de</strong> la<br />

espera. Dirigió una mirada al <strong>de</strong>sierto, blandió la fusta y gritó:<br />

-Nuestros amigos los hititas se acercan con sus carros y yo doy gracias<br />

a todos los dioses <strong>de</strong> Egipto por haber cegado su entendimiento. Id, ratas<br />

<strong>de</strong> barro <strong>de</strong>l Nilo, que cada cual ocupe el sitio fijado y nadie lo abandone<br />

sin or<strong>de</strong>n mía. Y vosotros, mis bravos granujas, colocaos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> estas<br />

babosas y estas liebres y castradlos como conviene si tratan <strong>de</strong> huir.<br />

Podría <strong>de</strong>ciros: batíos por la tierra negra, luchad por los dioses <strong>de</strong><br />

Egipto, pelead por vuestras mujeres y vuestros hijos. Pero sería inútil,<br />

porque estaríais dispuestos a mearos sobre vuestras mujeres si pudieseis<br />

huir con seguridad. Por esto os digo: ratas <strong>de</strong> barro <strong>de</strong>l Nilo, luchad por


vosotros, luchad por vuestro pellejo y no retrocedáis, porque no tenéis<br />

otra salvación. Corred, muchachos, corred; si no, los carros hititas<br />

llegarán a los obstáculos antes que vosotros y la batalla terminará antes<br />

<strong>de</strong> haber comenzado.<br />

Despidió a sus hombres y las tropas corrieron hacia los obstáculos<br />

lanzando gran<strong>de</strong>s gritos, no sé si <strong>de</strong> valor o <strong>de</strong> miedo.<br />

Horemheb los siguió lentamente y yo me quedé al pie <strong>de</strong> la montaña<br />

para seguir a distancia el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> la batalla, porque era médico y mi<br />

vida era preciosa.<br />

Los hititas habían alineado sus carros en or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> batalla en el<br />

<strong>de</strong>sierto. Era soberbio y espantoso ver brillar los soles alados en los<br />

pechos <strong>de</strong> los hombres y en los carros y las oriflamas y las plumas<br />

flotantes y los escudos abigarrados. Era evi<strong>de</strong>nte que iban a concentrar<br />

su ataque sobre el terreno <strong>de</strong>scubierto, sumariamente fortificado por<br />

Horemheb, sin meterse por las gargantas <strong>de</strong> las montañas ni aventurarse<br />

a lo lejos en el <strong>de</strong>sierto, don<strong>de</strong> los cuerpos francos y los bandoleros<br />

protegían los flancos <strong>de</strong> Horemheb. No se atrevían a aventurarse<br />

<strong>de</strong>masiado lejos en el <strong>de</strong>sierto, porque carecían ya <strong>de</strong> agua y <strong>de</strong> forraje y<br />

contaban con su fuerza y su táctica eficaz para forzar el paso por un lugar<br />

<strong>de</strong>fendido por unas tropas inexperimentadas. Sus carros combatían por<br />

grupos <strong>de</strong> seis y una sección <strong>de</strong> diez grupos formaba un regimiento, y<br />

creo que tenían en total sesenta regimientos. Y los carros pesados con<br />

tres caballos y tres hombres formaban el centro <strong>de</strong> su línea <strong>de</strong> batalla y al<br />

ver aquellos carros pesados no comprendía cómo las tropas <strong>de</strong><br />

Horemheb podrían <strong>de</strong>tener su ataque, porque se movían con una<br />

lentitud pesada, como navíos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto, <strong>de</strong>strozándolo todo a su paso.<br />

Hicieron sonar las trompetas y los jefes izaron las oriflamas y los<br />

carros se pusieron en movimiento a un paso acelerado, y cuando se<br />

acercaron a los obstáculos vi con sorpresa que entre ellos corrían<br />

caballos sueltos y sobre cada caballo un hombre agarrado a las crines le<br />

golpeaba los flancos con los talones. Y no comprendí el objeto <strong>de</strong> esta<br />

rara cabalgata hasta ver los hombres bajarse y cortar las cuerdas<br />

tendidas entre las estacas a ras <strong>de</strong>l suelo para hacer caer a los caballos <strong>de</strong><br />

los carros. Pero otros hombres a caballo avanzaron por entre los<br />

obstáculos y clavaron en el suelo lanzas provistas <strong>de</strong> pequeñas ban<strong>de</strong>ras<br />

<strong>de</strong> colores. Todo esto ocurrió con la velocidad <strong>de</strong>l relámpago, pero yo no<br />

entendía el objeto. Pronto los hombres a caballo hubieron <strong>de</strong>saparecido<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los carros y sólo algunos caballos heridos se estremecían en los<br />

obstáculos.<br />

Súbitamente vi a Horemheb correr solo hacia los obstáculos y<br />

arrancando una <strong>de</strong> las lanzas la arrojó a lo lejos y entonces comprendí<br />

que los hititas las habían colocado para marcar los puntos débiles <strong>de</strong> los<br />

obstáculos y servir <strong>de</strong> guía a los carros pesados. Otros hombres siguieron


el ejemplo <strong>de</strong> Horemheb y la mayor parte se llevaron las lanzas como<br />

trofeos. Yo creo que la rápida intervención <strong>de</strong> Horemheb salvó a Egipto<br />

durante aquella jornada, porque si los hititas hubiesen podido<br />

concentrar todo el peso <strong>de</strong> sus fuerzas en los sitios marcados por las<br />

ban<strong>de</strong>ras, los egipcios no hubiesen sido capaces <strong>de</strong> resistir su ataque.<br />

Pronto los carros ligeros llegaron a los obstáculos y abrieron brecha<br />

en ellos. Este primer choque levantó tal polvareda que me fue difícil<br />

discernir nada <strong>de</strong> los movimientos. Pero pu<strong>de</strong>, sin embargo, ver que<br />

numerosos carros habían quedado inmovilizados <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los<br />

obstáculos y que los conductores hititas iban ro<strong>de</strong>ándolos<br />

pru<strong>de</strong>ntemente. En algunos puntos, los carros hititas consiguieron<br />

franquear los obstáculos, a pesar <strong>de</strong> sus gran<strong>de</strong>s pérdidas, pero no<br />

consiguieron su avance, sino que se agruparon y los hombres se apearon<br />

para allanar el terreno y abrir camino a los carros pesados que esperaban<br />

su turno fuera <strong>de</strong>l alcance <strong>de</strong> las flechas.<br />

Un soldado experimentado hubiera visto en el acto que todo estaba<br />

perdido, pero las tropas <strong>de</strong> Horemheb no vieron más que los caballos en<br />

el suelo y los carros inmovilizados y creyeron que el ataque había sido<br />

dominado por su valentía. Por esto se precipitaron hacia los carros<br />

ligeros inmovilizados y otros se arrastraron para ir a cortar las corvas <strong>de</strong><br />

los caballos, mientras los arqueros disparaban contra los hititas<br />

ocupados en mover enormes bloques <strong>de</strong> piedra. Horemheb los <strong>de</strong>jó obrar<br />

a su antojo y gracias a su número consiguieron apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong> muchos<br />

carros, que entregaron a los soldados <strong>de</strong> Horemheb lanzando<br />

exclamaciones <strong>de</strong> triunfo. Horemheb sabía que la batalla no hacía más<br />

que empezar, pero conservaba la confianza en su suerte y en el gran foso<br />

que había hecho excavar <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las tropas, en medio <strong>de</strong>l valle, y que<br />

habían cubierto o <strong>de</strong> ramas y arena. Los carros ligeros no habían<br />

avanzado hasta esta trinchera, creyendo haber salvado ya todos los<br />

obstáculos.<br />

Después <strong>de</strong> haber limpiado un espacio suficiente para los carros<br />

pesados, los hititas supervivientes volvieron a subir a sus carros y se<br />

replegaron rápidamente, lo cual ocasionó una inmensa alegría en las<br />

tropas egipcias, convencidas ya <strong>de</strong> haberse llevado la victoria. Pero<br />

Horemheb hizo sonar las trompetas y or<strong>de</strong>nó colocar los bloques <strong>de</strong><br />

piedra en su sitio y plantar las lanzas con la punta dirigida contra los<br />

asaltantes, porque se veía obligado a retirar sus tropas al abrigo <strong>de</strong> los<br />

obstáculos y <strong>de</strong>jar las brechas sin guarnecer para evitar que las hoces <strong>de</strong><br />

los carros pesados causasen estragos entre las fuerzas <strong>de</strong>fensoras.<br />

Apenas esta or<strong>de</strong>n había sido cumplida, cuando los carros pesados <strong>de</strong> los<br />

hititas, flor y orgullo <strong>de</strong> su ejército, arrancaron con estruendo. Iban<br />

tirados por enormes caballos más altos que los egipcios, cuya cabeza<br />

estaba protegida por una placa <strong>de</strong> metal y cuyos flancos estaban


cubiertos por espesas corazas <strong>de</strong> lana. Las anchas ruedas separaron las<br />

piedras y el peto <strong>de</strong> los caballos quebró las lanzas clavadas en tierra y los<br />

gritos y clamores se elevaron cuando las ruedas aplastaron a los<br />

<strong>de</strong>fensores y las hoces los <strong>de</strong>strozaron haciéndoles pedazos.<br />

Pronto vi salir <strong>de</strong> la nube <strong>de</strong> polvo los carros pesados cuyos caballos<br />

galopaban como monstruos espantosos con sus caparazones abigarrados<br />

y las puntas <strong>de</strong> bronce adornando sus máscaras. Se lanzaban <strong>de</strong>lante y<br />

ninguna fuerza <strong>de</strong>l mundo parecía capaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>tenerlos y cerrarles el paso<br />

hacia los <strong>de</strong>pósitos <strong>de</strong> agua, porque los soldados se habían retirado a las<br />

dos alas sobre las primeras pendientes <strong>de</strong> las colinas, como lo había<br />

or<strong>de</strong>nado Horemheb. Los hititas lanzaron el grito <strong>de</strong> guerra y<br />

prosiguieron su avance levantando nubes <strong>de</strong> polvo y yo me arrojé al<br />

suelo llorando por Egipto y el país sin protección y por todos los<br />

hombres que iban a perecer allí a causa <strong>de</strong> la estúpida obstinación <strong>de</strong><br />

Horemheb.<br />

Pero los hititas no se <strong>de</strong>jaron <strong>de</strong>slumbrar por su triunfo, los frenos <strong>de</strong><br />

sus carros labraron el suelo, y mandaron carros ligeros <strong>de</strong><br />

reconocimiento, porque era pru<strong>de</strong>nte y temían las sorpresas, pese a que<br />

no tuviesen el menor respeto por los egipcios. Pero es difícil frenar el<br />

asalto <strong>de</strong> los carros, porque los enormes caballos lanzados al galope<br />

rompen las riendas y vuelcan los carros si se los <strong>de</strong>tiene <strong>de</strong>masiado<br />

bruscamente.<br />

Así los carros continuaron avanzando por un vasto frente <strong>de</strong> terreno<br />

<strong>de</strong>scubierto hasta el momento en que, <strong>de</strong> repente el suelo se abrió bajo<br />

sus pies y se los tragó. La trinchera cavada por las ratas <strong>de</strong>l fango <strong>de</strong>l<br />

Nilo se extendía en toda la anchura <strong>de</strong>l valle y los carros pesados cayeron<br />

en ella por<br />

docenas antes <strong>de</strong> que los conductores hubiesen tenido tiempo <strong>de</strong> frenar<br />

para seguir por el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l foso, <strong>de</strong> manera que el frente <strong>de</strong> ataque<br />

quedó roto. Al oír los aullidos <strong>de</strong> los hititas levanté la cabeza y vi su<br />

<strong>de</strong>rrota, pero pronto el polvo cubrió el campo <strong>de</strong> batalla.<br />

Si los hititas hubiesen sabido dominarse y reconocer su <strong>de</strong>rrota<br />

hubieran podido salvar, por lo menos, la mitad <strong>de</strong> sus carros y aplastar a<br />

los egipcios. Hubieran podido, en efecto, volver a atravesar los<br />

obstáculos <strong>de</strong>struidos y <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nar otro ataque, pero no podían<br />

admitir una <strong>de</strong>rrota porque era a sus ojos una cosa inconcebible. Por esto<br />

no les vino a la mente la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> escapar a la infantería egipcia sin carros,<br />

sino que treparon por las la<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> las colinas para <strong>de</strong>tenerse en la<br />

cumbre y bajaron <strong>de</strong> los carros para examinar cómo podrían franquear la<br />

trinchera y salvar a sus camaradas en cuanto se hubiese disipado el<br />

polvo.<br />

Pero Horemheb no esperó a que hubiesen vuelto <strong>de</strong> su sorpresa, hizo<br />

sonar las trompetas y <strong>de</strong>claró a sus tropas que su ardid había aniquilado


los carros hititas y que el enemigo estaba ahora a su merced. Mandó<br />

arqueros a las colinas para hostigar a los hititas y encargó a sus hombres<br />

que pisoteasen el suelo para levantar nubes <strong>de</strong> polvo, en parte para<br />

molestar a los hititas y en parte para impedir que sus hombres viesen el<br />

enorme número <strong>de</strong> carros que estaba todavía en situación <strong>de</strong> combatir.<br />

Dio or<strong>de</strong>n también <strong>de</strong> hacer rodar piedras <strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> la colina para<br />

cerrar las brechas <strong>de</strong> los obstáculos, a fin <strong>de</strong> completar su victoria y<br />

apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong> los carros intactos.<br />

Entretanto los regimientos <strong>de</strong> carros ligeros acampaban en la llanura<br />

para abrevar los caballos y reparar los arneses y las ruedas. Oían los<br />

gritos y el ruido <strong>de</strong> las armas y, al ver el torbellino <strong>de</strong> polvo, creyeron que<br />

los carros pesados perseguían a los egipcios fugitivos para aniquilarlos<br />

como ratas.<br />

Bajo la protección <strong>de</strong>l polvo, Horemheb envió a sus mejores lanceros<br />

cerca <strong>de</strong> la trinchera para impedir que los hititas socorriesen a sus<br />

camaradas y llenasen el foso. Or<strong>de</strong>nó a otros hombres que llevasen<br />

rodando gran<strong>de</strong>s piedras alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> los carros inmovilizados y, si era<br />

posible, aislarlos por grupos para encerrarlos en un espacio estrecho<br />

don<strong>de</strong> no pudiesen evolucionar fácilmente. Por las la<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> las colinas<br />

no tardaron en rodar gruesas piedras, porque los egipcios son hábiles en<br />

manejar las piedras y en las tropas <strong>de</strong> Horemheb había muchos hombres<br />

que habían aprendido a manejar las piedras en las canteras.<br />

Los hititas se extrañaron mucho <strong>de</strong> ver que el polvo no se disipaba, y<br />

no podían ver lo que pasaba en torno <strong>de</strong> ellos, y caían sobre ellos flechas<br />

<strong>de</strong> todas partes. Sus jefes disputaban, porque no habían visto todavía<br />

nunca nada parecido y no sabían qué hacer, porque durante las<br />

maniobras no les habían enseñado lo que había que hacer en una<br />

situación parecida. Por esto perdieron el tiempo discutiendo y mandaron<br />

algunos carros a la nube <strong>de</strong> polvo para reconocer la posición <strong>de</strong> los<br />

egipcios, pero estos carros no regresaron, porque los caballos tropezaron<br />

con las piedras y los soldados mataron a los conductores. Para terminar,<br />

los jefes hititas hicieron sonar las trompetas para que sus soldados se<br />

reunieran y lanzaron un ataque para volver a ganar la llanura a fin <strong>de</strong><br />

preparar un nuevo asalto. Pero no reconocieron el camino que habían<br />

seguido y los caballos tropezaron con las cuerdas y en los cepos y los<br />

carros se volcaban, <strong>de</strong> manera que los hombres tuvieron que apearse y<br />

combatir a pie. Eran valientes y diestros en la batalla y mataron muchos<br />

egipcios, pero no estaban acostumbrados a luchar a pie. Por esto los<br />

soldados <strong>de</strong> Horemheb los vencieron, pero la batalla duró hasta la noche.<br />

A la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> el viento sopló <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto y barrió las nubes <strong>de</strong><br />

polvo y <strong>de</strong>scubrió el campo <strong>de</strong> batalla y la terrible <strong>de</strong>rrota <strong>de</strong> los hititas,<br />

que habían perdido la mayoría <strong>de</strong> sus carros pesados, y otro gran<br />

número <strong>de</strong> carros había caído en manos <strong>de</strong> Horemheb con sus caballos.


Pero los vencedores, agotados y excitados por el ardor <strong>de</strong>l combate, por<br />

las heridas y el olor <strong>de</strong> sangre, se asustaron al ver sus propias pérdidas,<br />

porque los cadáveres <strong>de</strong> los egipcios eran mucho más numerosos que los<br />

<strong>de</strong> los hititas. Y los supervivientes dijeron:<br />

-Fue una jornada terrible y felizmente no vimos lo que ocurrió en<br />

torno a nosotros, porque si hubiésemos advertido la multitud <strong>de</strong> hititas y<br />

comprobado la cuantía <strong>de</strong> nuestras pérdidas, el corazón se nos hubiera<br />

subido a la garganta y no nos hubiéramos batido como leones, como lo<br />

hemos hecho.<br />

Los últimos hititas cercados se rindieron y Horemheb los hizo atar<br />

con cuerdas y todas las ratas <strong>de</strong>l fango <strong>de</strong>l Nilo se acercaron a ellos para<br />

examinarlos y tocar con el <strong>de</strong>do sus heridas y arrancarles los soles alados<br />

y el hacha doble que adornaban sus cascos y vestidos.<br />

En medio <strong>de</strong> aquella confusión terrible, Horemheb iba <strong>de</strong> un grupo a<br />

otro y distribuía palmadas a sus hombres y elogiaba a los que se habían<br />

batido bien, llamándoles hijos suyos y escarabajos <strong>de</strong> estercolero. Les<br />

hizo distribuir vino y cerveza y les permitió <strong>de</strong>svalijar a los muertos,<br />

tanto los egipcios como los hititas, a fin <strong>de</strong> que se hiciesen la ilusión <strong>de</strong><br />

recoger un botín. Pero el botín más precioso lo constituían los carros<br />

pesados y los caballos que coceaban y mordían rabiosamente, pero se les<br />

dio agua y forraje y los hombres <strong>de</strong> Horemheb, acostumbrados a tratar<br />

con caballos, les hablaron dulcemente y los <strong>de</strong>cidieron a servir a Egipto.<br />

Porque el caballo es un animal muy inteligente, aunque temible, y<br />

entien<strong>de</strong> el lenguaje humano. Por esto, una vez bien alimentados,<br />

aceptaron servir a Horemheb. Pero me pregunto cómo pudieron<br />

enten<strong>de</strong>r el egipcio cuando estaban acostumbrados a enten<strong>de</strong>r tan sólo el<br />

incomprensible lenguaje hitita. Pero los hombres <strong>de</strong> Horemheb me<br />

aseguraron que los caballos entendían todo lo que se les hablaba y tuve<br />

que creerlo al ver cómo aquellos animales po<strong>de</strong>rosos y salvajes se<br />

sometían <strong>de</strong>jándose quitar sus pesados caparazones.<br />

La misma noche Horemheb envió un mensaje a los bandoleros <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>sierto y a los cuerpos francos invitándoles a alistarse en el ejército <strong>de</strong><br />

carros, porque los hombres <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto saben cuidar mejor los caballos<br />

que los egipcios, que tienen miedo <strong>de</strong> ellos. Todos respondieron a la<br />

llamada y estuvieron encantados <strong>de</strong> sus carros y sus magníficos caballos.<br />

Yo no tenía tiempo <strong>de</strong> <strong>de</strong>scansar, porque tenía que cuidar a los<br />

heridos y coser las heridas, poner en su sitio los miembros dislocados y<br />

trepanar los cráneos hundidos por las mazas hititas. Tenía muchos<br />

ayudantes y, sin embargo, el trabajo duró tres días y tres noches y<br />

durante este tiempo murieron todos aquellos cuyas heridas eran<br />

incurables. Me fue imposible trabajar en paz, porque el ruido <strong>de</strong> la<br />

batalla me <strong>de</strong>strozaba los oídos y los hititas se negaron todavía a<br />

reconocer su <strong>de</strong>rrota. Al día siguiente lanzaron otro ataque con los carros


ligeros a fin <strong>de</strong> recuperar los carros perdidos, y al tercer día trataron <strong>de</strong><br />

franquear los obstáculos, porque no se atrevían a regresar a Siria y<br />

presentarse ante sus gran<strong>de</strong>s jefes.<br />

Al tercer día Horemheb pasó a la ofensiva con los carros tomados al<br />

enemigo y consiguió dispersar los carros ligeros <strong>de</strong> los hititas, pero los<br />

egipcios sufrieron gran<strong>de</strong>s pérdidas, porque los hititas eran más rápidos<br />

y estaban más entrenados que los egipcios en la guerra <strong>de</strong> los carros.<br />

Pero, según me explicó Horemheb, estas pérdidas eran necesarias,<br />

porque sólo en el combate sus nuevos soldados podían apren<strong>de</strong>r a<br />

manejar los carros y los caballos, y valía más entrenarlos contra un<br />

enemigo inferior en número y <strong>de</strong>salentado por la <strong>de</strong>rrota que contra<br />

unas tropas reposadas y con buenos equipos.<br />

-Si no tenemos carros que oponer a los carros, no reconquistaremos<br />

nunca Siria -dijo Horemheb-. Por eso toda la batalla al amparo <strong>de</strong> los<br />

obstáculos no era más que un juego <strong>de</strong> niños, y la única ventaja ha sido<br />

haber impedido la invasión <strong>de</strong> Egipto.<br />

Horemheb esperaba que los hititas mandarían su infantería al<br />

<strong>de</strong>sierto, pero eran <strong>de</strong>masiado cautos para ello y conservaron sus tropas<br />

en Siria diciéndose que tal vez en la embriaguez <strong>de</strong> la victoria Horemheb<br />

invadiría el país, don<strong>de</strong> sus hombres hubieransido una presa fácil para<br />

sus tropas aguerridas y experimentadas. Pero su <strong>de</strong>rrota había suscitado<br />

una gran inquietud en Siria y numerosas Ciuda<strong>de</strong>s se levantaron contra<br />

Aziru y le cerraron las puertas, porque estaban cansados <strong>de</strong> la ambición<br />

<strong>de</strong> Aziru y <strong>de</strong> la rapacidad <strong>de</strong> los hititas y pensaban en granjearse la<br />

amistad <strong>de</strong> Egipto, cuya pronta victoria se daba por <strong>de</strong>scontada. En<br />

efecto, las ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Siria han estado siempre <strong>de</strong>sunidas y los<br />

emisarios <strong>de</strong> Horemheb sembraban la discordia y propalaban rumores<br />

exagerados y espantosos sobre la <strong>de</strong>rrota <strong>de</strong> los hititas en el <strong>de</strong>sierto.<br />

Mientras sus tropas <strong>de</strong>scansaban en la Montaña <strong>de</strong> la Victoria,<br />

Horemheb urdía nuevos proyectos y <strong>de</strong> nuevo envió emisarios a Ghaza<br />

sitiada: «¡Defen<strong>de</strong>d Ghaza!» Porque sabía que si Ghaza caía no tendría<br />

punto <strong>de</strong> apoyo sobre las costas <strong>de</strong> Siria. Hizo también propalar entre<br />

sus tropas rumores sobre las riquezas <strong>de</strong> Siria y las sacerdotisas <strong>de</strong>l<br />

templo <strong>de</strong> Ishtar, que tan hábiles son en el arte <strong>de</strong> seducir a los bravos<br />

soldados. No sé lo que pretendía, pero un día un hombre medio muerto<br />

<strong>de</strong> hambre y <strong>de</strong> sed se <strong>de</strong>slizó por entre los obstáculos y constituyéndose<br />

prisionero pidió ser llevado a presencia <strong>de</strong> Horemheb. Los soldados se<br />

burlaron <strong>de</strong> él, pero Horemheb lo recibió y el hombre se inclinó<br />

respetuosamente <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él, llevándose las manos a la altura <strong>de</strong> las<br />

rodillas, pese a que fuese vestido a la manera siria. Después se llevó la<br />

mano a un ojo como si lo tuviese herido y Horemheb le dijo:<br />

-¿Te ha picado acaso algún escarabajo en el ojo?


Yo me encontraba en aquel momento en mi tienda y me extrañó<br />

aquella estúpida pregunta, porque un escarabajo es un animal inofensivo<br />

que no pica, pero el hombre respondió:<br />

-En verdad, un escarabajo me ha picado en el ojo, porque en Siria hay<br />

diez veces diez escarabajos y son todos muy venenosos.<br />

Y Horemheb le dijo:<br />

-Te saludo, hombre valiente, y pue<strong>de</strong>s hablar con franqueza, porque<br />

este médico es un hombre estúpido que no entien<strong>de</strong> nada.<br />

A estas palabras el emisario dijo:<br />

-¡Oh mi señor Horemheb, ha llegado el heno!<br />

No dijo nada más, pero por estas palabras adiviné que era un espía <strong>de</strong><br />

Horemheb, y Horemheb salió e hizo encen<strong>de</strong>r un fuego en la cresta <strong>de</strong> la<br />

colina, y al cabo <strong>de</strong> un momento en todas las colinas entre la Montaña <strong>de</strong><br />

la Victoria y el Bajo Egipto se encendieron hogueras. Así fue como<br />

Horemheb transmitió a Tanis un mensaje or<strong>de</strong>nando a la flota<br />

trasladarse a Ghaza y, en caso necesario, dar la batalla a las fuerzas<br />

navales sirias.<br />

Al día siguiente, Horemheb hizo sonar las trompetas y el ejército<br />

emprendió el camino <strong>de</strong> Siria, y los carros precedían a las tropas y<br />

limpiaban el camino preparando las etapas. Pero yo no comprendía<br />

cómo Horemheb osaba ahora afrontar a los hititas en terreno<br />

<strong>de</strong>scubierto. Los soldados lo seguían sin murmurar, porque soñaban en<br />

las riquezas <strong>de</strong> Siria y el abundante botín. Yo subí a mi litera y seguía a<br />

las tropas, y <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> nosotros <strong>de</strong>jábamos la Montaña <strong>de</strong> la Victoria y los<br />

huesos <strong>de</strong> los egipcios y los hititas que se blanqueaban en buena armonía<br />

en el <strong>de</strong>sierto.<br />

Debo <strong>de</strong> hablar ahora <strong>de</strong> la guerra <strong>de</strong> Siria, pero mi relato será breve<br />

porque no entiendo gran cosa en asuntos militares, y todas las batallas se<br />

parecen para mí y todas las ciuda<strong>de</strong>s incendiadas y las casas saqueadas<br />

son semejantes, y las mujeres llorando y los cuerpos <strong>de</strong>scuartizados son<br />

idénticos, estén don<strong>de</strong> estén. Si lo contase todo minuciosamente, mi<br />

relato sería muy monótono, porque la guerra <strong>de</strong> Siria duró tres años y<br />

fue una guerra cruel e implacable, porque muchos poblados sirios<br />

quedaron <strong>de</strong>spoblados y los árboles eran cortados en los huertos y los<br />

pueblos se <strong>de</strong>spoblaban.<br />

Quiero, ante todo, contar el ardid <strong>de</strong> Horemheb, que no temió<br />

penetrar en Siria y <strong>de</strong>rribar los jalones establecidos por Aziru, mientras<br />

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sus soldados saqueaban los pueblos y se divertían con las mujeres sirias<br />

para saborear <strong>de</strong> antemano los frutos <strong>de</strong> la victoria. Se dirigió<br />

directamente hacia Ghaza; en cuanto se enteraron <strong>de</strong> este proyecto, los<br />

hititas concentraron sus tropas cerca <strong>de</strong> esta ciudad a fin <strong>de</strong> cerrarle el<br />

paso y aniquilarlo en alguna llanura favorable a la evolución <strong>de</strong> los<br />

carros. Pero el invierno había llegado ya y tuvieron que alimentar sus<br />

caballos con heno comprado a los merca<strong>de</strong>res sirios y antes <strong>de</strong> la batalla<br />

los caballos comenzaron a vacilar y sus excrementos eran verdosos y<br />

muchos <strong>de</strong> ellos perecieron. Por esto Horemheb pudo dar la batalla con<br />

fuerzas iguales y una vez hubo rechazado los carros hititas acabó<br />

fácilmente con la infantería. Sus lanceros y arqueros terminaron la<br />

<strong>de</strong>rrota, <strong>de</strong> manera que los hititas sufrieron el <strong>de</strong>sastre más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />

Historia, y en el campo <strong>de</strong> batalla quedaron más cadáveres sirios e hititas<br />

que egipcios, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces aquella llanura fue llamada el Llano <strong>de</strong> las<br />

Osamentas. Pero en cuanto hubo penetrado en el campo hitita hizo<br />

inmediatamente quemar el heno y el forraje, porque estaban envenenados<br />

y había mezclado a ellos unas drogas que enfermaban a los caballos.<br />

Pero yo ignoraba entonces cómo había combinado Horemheb este ardid<br />

<strong>de</strong> guerra.<br />

Así llegó Horemheb ante Ghaza mientras los hititas y los sirios<br />

abandonaban principalmente toda Siria <strong>de</strong>l Sur para refugiarse en sus<br />

plazas fuertes, y dispersó a los asediadores. Al mismo tiempo la flota<br />

egipcia entraba en el puerto <strong>de</strong> Ghaza, pero en bastante mal estado, y<br />

muchos navíos ardieron todavía dos días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la batalla naval que<br />

habían tenido que sostener <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la villa. Esta batalla había<br />

quedado in<strong>de</strong>cisa porque la flota egipcia tuvo que refugiarse en Ghaza y<br />

muchos navíos se hundieron antes <strong>de</strong> que el comandante <strong>de</strong> la plaza se<br />

hubiese <strong>de</strong>cidido a abrir el puerto.<br />

Por su parte, la flota unida <strong>de</strong> Siria y los hititas huyó a Tiro y Sidón a<br />

reparar sus averías.<br />

El día en que las puertas <strong>de</strong> Ghaza invicta se abrieron para dar paso a<br />

las tropas <strong>de</strong> Horemheb se celebra todavía en Egipto como una fiesta, y<br />

es el día <strong>de</strong> Sekhmet, y los chiquillos se pelean con mazas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y<br />

lanzas <strong>de</strong> caña jugando al sitio <strong>de</strong> Ghaza. Y es cierto que jamás villa<br />

alguna fue <strong>de</strong>fendida más encarnizadamente que Ghaza y el comandante<br />

<strong>de</strong> la plaza mereció todo el renombre y reputación que le dio su<br />

resistencia. Por esto mencionaré su nombre, pese a que me afligiese la<br />

vergüenza <strong>de</strong> ser izado en un cesto. Se llamaba Roju.<br />

Sus hombres lo llamaban Nuca <strong>de</strong> Toro, y esto dará i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> su físico y<br />

<strong>de</strong> su carácter, porque jamás he conocido a un hombre más obstinado ni<br />

más receloso. Después <strong>de</strong> su victoria, Horemheb tuvo que esperar un día<br />

entero antes <strong>de</strong> convencer a Roju <strong>de</strong> que le abriese las puertas <strong>de</strong> la<br />

ciudad. Y, para empezar, no admitió más que a Horemheb solo y se


aseguró <strong>de</strong> su i<strong>de</strong>ntidad, porque lo tomaba por un sirio disfrazado.<br />

Cuando finalmente comprendió que Horemheb había batido a los hititas<br />

y Ghaza no estaba cercada ya, no <strong>de</strong>mostró ningún júbilo y se quedó<br />

malhumorado, y encontraba <strong>de</strong>sagradable que Horemheb fuese su<br />

superior y le diese ór<strong>de</strong>nes en Ghaza, porque durante el curso <strong>de</strong> este<br />

sitio <strong>de</strong> varios años se había acostumbrado a ser jefe <strong>de</strong> sí mismo.<br />

Quiero contar también algunas anécdotas sobre este Nuca <strong>de</strong> Toro,<br />

porque era un personaje muy curioso y su obstinación fue causa <strong>de</strong> no<br />

pocos inci<strong>de</strong>ntes. Me parece que estaba un poco loco o chiflado, pero si<br />

no hubiese sido así, los hititas y Aziru hubieran seguramente tomado<br />

Ghaza. No creo que en ninguna parte hubiese hecho una tan buena<br />

carrera como en Ghaza, don<strong>de</strong> los dioses y el Destino le habían dado un<br />

puesto a<strong>de</strong>cuado a sus faculta<strong>de</strong>s. Lo habían relegado a Ghaza a causa <strong>de</strong><br />

sus eternas jeremiadas y lamentaciones, porque esta ciudad era un<br />

verda<strong>de</strong>ro puesto <strong>de</strong> castigo, pero más tar<strong>de</strong> los acontecimientos le<br />

dieron importancia. De hecho fue Roju quien le hizo caer este papel al<br />

negarse a entregarla a Aziru.<br />

Ghaza fue salvada por sus altas murallas <strong>de</strong> enormes bloques <strong>de</strong><br />

piedra que se <strong>de</strong>cía habían sido un día construidas por los gigantes. Los<br />

mismos hititas fueron impotentes contra estas murallas, pero habían, sin<br />

embargo, conseguido, por su habilidad militar, practicar en ellas algunas<br />

brechas y excavando una galería provocaron el <strong>de</strong>rrumbamiento <strong>de</strong> la<br />

torre <strong>de</strong> guardia.<br />

La ciudad antigua había estado en parte incendiada y ninguna casa<br />

tenía el techo intacto. En cuanto a la ciudad nueva, la que se encontraba<br />

fuera <strong>de</strong> los baluartes, Roju la hizo arrasar en cuanto se enteró <strong>de</strong> la<br />

revuelta <strong>de</strong> los hititas, y había dado la or<strong>de</strong>n por simple espíritu <strong>de</strong><br />

contradicción, porque todos sus consejeros trataban <strong>de</strong> disuadirle.<br />

Naturalmente, los habitantes sirios <strong>de</strong> la ciudad se pusieron furiosos y se<br />

levantaron prematuramente, <strong>de</strong> manera que Roju pudo sofocar la<br />

rebelión antes <strong>de</strong> que Aziru pudiese llegar en apoyo <strong>de</strong> los sublevados. La<br />

represión fue tan brutal que nadie a partir <strong>de</strong> entonces se atrevió a<br />

rebelarse contra Roju.<br />

Si alguien era sorprendido con las armas en la mano y pedía merced,<br />

Roju <strong>de</strong>cía: «¡Degollad a este hombre, porque ofen<strong>de</strong> mi equidad<br />

pidiéndome merced!» Y si alguno se rendía sin pedir gracia, Roju se<br />

enfadaba y <strong>de</strong>cía: «Matad a este rebel<strong>de</strong> que se atreve a hacerme frente.»<br />

Si algunas mujeres acudían con sus hijos a implorar la gracia <strong>de</strong> sus<br />

maridos, las hacía matar sin piedad diciendo: «Matad a toda esta<br />

camada <strong>de</strong> sirios que no compren<strong>de</strong> que mi voluntad es más fuerte que la<br />

suya como el cielo es superior a la tierra.» Así nadie sabía cómo<br />

conciliarlo, porque olía una injuria o una resistencia en toda palabra que<br />

se le dirigía.


Pero el asalto <strong>de</strong> Aziru no había sido más que un juego <strong>de</strong> niños en<br />

comparación con el sitio cruel y racional <strong>de</strong> los hititas. Porque los hititas<br />

lanzaban día y noche materias inflamables a la ciudad y también<br />

serpientes venenosas encerradas en jarras y carroñas y egipcios<br />

prisioneros que se <strong>de</strong>spachurraban contra las murallas. A nuestra<br />

entrada en la villa no había ya muchos habitantes vivos y sólo algunas<br />

mujeres y ancianos <strong>de</strong>macrados salieron <strong>de</strong> los subterráneos <strong>de</strong> las casas<br />

incendiadas. Todos los chiquillos habían muerto y los hombres habían<br />

perecido trabajando por reparar las murallas. Y los supervivientes no nos<br />

acogieron con júbilo, sino que nos mostraban el puño y nos injuriaban.<br />

Horemheb les hizo distribuir carne, vino y trigo y muchos murieron<br />

durante la noche siguiente, porque su estómago hambriento no pudo<br />

soportar la abundante y rica comida.<br />

Quisiera <strong>de</strong>scribir a Ghaza tal como me apareció el día <strong>de</strong> nuestra<br />

entrada. Quisiera hablar <strong>de</strong> las pieles humanas suspendidas <strong>de</strong> los muros<br />

y los cráneos ennegrecidos que los cuervos picoteaban. Quisiera contar el<br />

horror <strong>de</strong> las casas llenas <strong>de</strong> escombros. Quisiera hablar <strong>de</strong>l olor<br />

espantoso <strong>de</strong> la ciudad, el hedor <strong>de</strong> muerte y <strong>de</strong> peste que forzaba a los<br />

soldados <strong>de</strong> Horemheb a taparse la nariz. Quisiera <strong>de</strong>scribir todo esto<br />

para explicar por qué en este día <strong>de</strong> gran victoria para Egipto, mi corazón<br />

no sintió ninguna alegría.<br />

Quisiera también <strong>de</strong>scribir a los soldados supervivientes <strong>de</strong> Roju,<br />

Nuca <strong>de</strong> Toro, sus costillas salientes, sus rodillas tumefactas y sus<br />

espaldas cebradas por los latigazos. Quisiera hablar <strong>de</strong> sus ojos que no<br />

tenían ya nada <strong>de</strong> humano, sino que brillaban en las ruinas como los <strong>de</strong><br />

las fieras. Blandían lanzas en sus manos impotentes y gritaban<br />

lamentablemente en honor <strong>de</strong> Horemheb: «¡Defen<strong>de</strong>d Ghaza!» No creo<br />

que fuese ironía, sino que ninguna otra i<strong>de</strong>a cabía en su pobre cabeza. No<br />

estaban en tan mal estado como los habitantes <strong>de</strong> la ciudad, porque Roju<br />

les había reservado víveres y Horemheb les hizo distribuir carne fresca,<br />

cerveza y vino, que tenía en abundancia <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber saqueado el<br />

campo <strong>de</strong> los hititas y las provisiones <strong>de</strong> los sitiadores.<br />

A cada soldado <strong>de</strong> Ghaza, Horemheb le dio una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> oro, lo cual<br />

no le costó mucho, porque apenas si quedaban unos doscientos. Les dio<br />

también mujeres sirias, pero estaban tan agotados que no tenían fuerzas<br />

para gozar <strong>de</strong> ellas y comenzaron a torturarlas a la manera hitita, porque<br />

durante el sitio habían aprendido muchas nuevas costumbres, como, por<br />

ejemplo, <strong>de</strong>sollar vivos a los prisioneros y colgar las pieles en los muros.<br />

Pero pretendían que sólo torturaban a las mujeres sirias por odio a los<br />

sirios y <strong>de</strong>cían: «No nos mostréis un sirio, porque si lo vemos le<br />

saltaremos a la garganta y lo estrangularemos.»<br />

A Nuca <strong>de</strong> Toro, le dio Horemheb una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> oro esmaltada y<br />

adornada con piedras preciosas y un látigo <strong>de</strong> oro e hizo lanzar a sus


hombres gritos en honor <strong>de</strong> Roju, lo cual todos hicieron con gusto,<br />

porque admiraban realmente a aquel hombre, cuya valentía había<br />

salvado a Ghaza.<br />

Después <strong>de</strong> la ceremonia, Roju le dijo a Horemheb:<br />

-¿Me tomas acaso por un caballo que me das un arnés completo?<br />

¿Este látigo ha sido trenzado con oro verda<strong>de</strong>ro o no es más que oro sirio<br />

mezclado? -Y dijo también-: Llévate a tus hombres fuera <strong>de</strong> la ciudad,<br />

porque su número me molesta y el ruido que hacen me impi<strong>de</strong> dormir,<br />

mientras mi sueño era excelente durante el asedio al ruido <strong>de</strong> los arietes<br />

y a la luz <strong>de</strong> los incendios. Llévate en verdad a tus hombres, porque en<br />

Ghaza soy yo el faraón, y si me enfado lanzaré a mis hombres contra los<br />

tuyos para aniquilarlos y así <strong>de</strong>jarán <strong>de</strong> turbar mi sueño.<br />

Y, verda<strong>de</strong>ramente, Roju no podía dormir <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que había cesado el<br />

sitio, y los soporíferos eran inoperantes y el vino no lo hacía dormir.<br />

Pensaba sin cesar y trataba <strong>de</strong> recordar dón<strong>de</strong> había sido empleado todo<br />

el material <strong>de</strong> los almacenes militares, y un día fue humil<strong>de</strong>mente a<br />

encontrar a Horemheb y le dijo:<br />

-Eres mi superior. Inflígeme un castigo, porque tengo que dar cuenta<br />

al faraón <strong>de</strong> todo el material que me ha sido confiado y no puedo hacerlo,<br />

porque la mayor parte <strong>de</strong> los papiros han sido quemados en los<br />

incendios y mi memoria flaquea <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que duermo tan mal. Puedo dar<br />

cuenta <strong>de</strong> todo, salvo <strong>de</strong> cuatrocientas retrancas para asnos que no sé<br />

dón<strong>de</strong> encontrar, y mi jefe <strong>de</strong> material lo ignora también pese a que lo he<br />

hecho azotar hasta el punto <strong>de</strong> que no pue<strong>de</strong> sentarse. ¿Dón<strong>de</strong> estarán<br />

las cuatrocientas retrancas <strong>de</strong> las cuales no tenemos necesidad, puesto<br />

que los asnos han sido comidos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace mucho tiempo? Por Seth y<br />

todos los <strong>de</strong>monios, Horemheb, hazme fustigar públicamente, porque la<br />

cólera <strong>de</strong>l faraón me inquieta y jamás osaré presentarme ante él como lo<br />

exige mi rango si no encuentro estas retrancas.<br />

Horemheb trató <strong>de</strong> calmarlo y le dijo que con gusto le proporcionaría<br />

las cuatrocientas retrancas, pero Roju se enfadó y dijo:<br />

-Buscas <strong>de</strong> una manera manifiesta incitarme al frau<strong>de</strong>, porque si<br />

aceptase tus retrancas no serían las que me han sido confiadas por el<br />

faraón. Obras seguramente así para perjudicarme acusándome <strong>de</strong><br />

prevaricación ante el faraón, porque tienes celos <strong>de</strong> mi fama y quieres ser<br />

nombrado jefe <strong>de</strong> Ghaza. Quizás hayas or<strong>de</strong>nado a tus soldados<br />

indisciplinados robar estas retrancas en los almacenes. Pero rehúso las<br />

que me ofreces y prefiero <strong>de</strong>moler la ciudad piedra por piedra hasta<br />

encontrarlas.<br />

Estas palabras inquietaron a Horemheb temiendo por el estado<br />

mental <strong>de</strong> Roju y le propuso ir a Egipto a encontrar a su mujer y sus hijos<br />

y <strong>de</strong>scansar <strong>de</strong> las fatigas <strong>de</strong>l asedio. Pero fue un error, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong>


entonces Roju estuvo más convencido que nunca <strong>de</strong> que Horemheb<br />

quería quitarlo <strong>de</strong> en medio para apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong> su cargo. Y dijo:<br />

-Ghaza es mi Egipto, sus murallas son mi mujer y sus torres mis hijos.<br />

Pero en verdad <strong>de</strong>gollaré a mi mujer y cortaré la cabeza a mis hijos si<br />

no encuentro estas malditas retrancas.<br />

A espaldas <strong>de</strong> Horemheb llamó al escriba <strong>de</strong>l material que había<br />

sufrido con él todo el asedio y encargó a sus hombres registrar todas las<br />

torres. Ante estos excesos, Horemheb intervino e hizo vigilar a Roju en<br />

su habitación y me pidió mi consejo <strong>de</strong> médico. Después <strong>de</strong> haber<br />

hablado amistosamente con Roju, que se negaba a consi<strong>de</strong>rarme un<br />

amigo y pensaba que quería apo<strong>de</strong>rarme <strong>de</strong> su cargo le dije a Horemheb:<br />

-Este hombre no se calmará hasta que hayas abandonado Ghaza con<br />

todos tus hombres y pueda cerrar las puertas y gobernar a su antojo.<br />

Pero Horemheb gritó:<br />

-¡Por Seth y todos los <strong>de</strong>monios, esto es imposible antes <strong>de</strong> que los<br />

navíos hayan traído <strong>de</strong> Egipto refuerzos <strong>de</strong> armas y provisiones para que<br />

pueda empezar la campaña contra Joppe! Hasta entonces las murallas <strong>de</strong><br />

Ghaza son mi única protección, y si salgo con mis tropas, me arriesgo a<br />

per<strong>de</strong>r todo lo que he ganado.<br />

Yo vacilé un poco y dije:<br />

-Para Roju sería quizá conveniente que lo trepanase para tratar <strong>de</strong><br />

curarlo, porque sufre enormemente y hay que atarlo en la cama; si no,<br />

sería capaz <strong>de</strong> hacerse daño o hacértelo a ti.<br />

Pero Horemheb se negó a <strong>de</strong>jar trepanar al héroe más ilustre <strong>de</strong><br />

Egipto, porque su propia reputación hubiera sufrido con ello si Roju<br />

sucumbía en la operación, porque una trepanación es siempre peligrosa<br />

e incierta. Por esto regresé a casa <strong>de</strong> Roju con algunos hombres sólidos y<br />

conseguimos amarrarlo a la cama y le administré calmantes y narcóticos.<br />

Pero sus ojos relucían en la oscuridad <strong>de</strong> la cámara con un resplandor<br />

verdoso <strong>de</strong> ojos <strong>de</strong> fiera, se retorcía en la cama y la rabia le salía <strong>de</strong> la<br />

boca, mientras gritaba:<br />

-¿No soy acaso el comandante <strong>de</strong> Ghaza chacal <strong>de</strong> Horemheb? Ahora<br />

recuerdo que en la prisión <strong>de</strong> la torre se pudre un espía sirio que pesqué<br />

poco antes <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong> tu dueño y que otras tareas urgentes me han<br />

hecho olvidar <strong>de</strong> colgarlo <strong>de</strong> la pared. Es un hombre muy astuto, y estoy<br />

seguro <strong>de</strong> que es él quien ha robado las cuatrocientas retrancas.<br />

Traédmelo aquí a fin <strong>de</strong> que pueda hacerle confesar dón<strong>de</strong> las ha<br />

escondido y podré dormir en paz.<br />

Insistió tanto sobre este espía que hice encen<strong>de</strong>r una antorcha y bajé<br />

al calabozo, don<strong>de</strong> numerosos cadáveres <strong>de</strong>vorados por las ratas estaban<br />

todavía enca<strong>de</strong>nados al muro. El guardián era un viejo ciego. Le pedí que<br />

me llevase al espía sirio que había sido <strong>de</strong>tenido poco antes <strong>de</strong>l fin <strong>de</strong>l<br />

sitio, pero me juró por su vida que no había un solo preso vivo en el


calabozo, porque eran torturados para interrogarlos y <strong>de</strong>spués se les<br />

<strong>de</strong>jaba morir <strong>de</strong> hambre y sed según las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Roju. Pero la actitud<br />

<strong>de</strong> aquel hombre me inspiró <strong>de</strong>sconfianza y lo amenacé hasta que cayó<br />

<strong>de</strong> rodillas diciendo:<br />

-Perdóname la vida, porque he servido siempre fielmente a Egipto y<br />

en nombre <strong>de</strong> Egipto he maltratado a los prisioneros y les he quitado la<br />

comida. Pero este espía no es un hombre ordinario y su lengua es<br />

maravillosa y canta como un ruiseñor y me ha prometido gran<strong>de</strong>s<br />

riquezas si lo mantengo vivo y le doy <strong>de</strong> comer hasta la llegada <strong>de</strong><br />

Horemheb, y me ha prometido <strong>de</strong>volverme la vista, porque también él<br />

estuvo ciego y un gran médico le curó uno <strong>de</strong> los ojos, y me ha jurado<br />

llevarme a casa <strong>de</strong> este médico, <strong>de</strong> manera que podré salir y gozar <strong>de</strong> mis<br />

riquezas. Me <strong>de</strong>be ya más <strong>de</strong> dos millones <strong>de</strong> <strong>de</strong>bens por el pan y el agua<br />

que le he traído y no le he anunciado el fin <strong>de</strong>l sitio <strong>de</strong> Ghaza ni la llegada<br />

<strong>de</strong> Horemheb a fin <strong>de</strong> que su <strong>de</strong>uda aumente cada día. Porque afirma<br />

que lo liberará y le dará ca<strong>de</strong>nas <strong>de</strong> oro, y estoy convencido <strong>de</strong> ello,<br />

porque su lengua habla <strong>de</strong> una manera irresistible. Pero no lo llevaré<br />

ante Horemheb hasta que su <strong>de</strong>uda haya alcanzado tres millones, porque<br />

es una cifra redonda y fácil <strong>de</strong> retener.<br />

Mientras hablaba, mis rodillas temblaban y mi corazón saltaba en mi<br />

pecho, porque creía ir adivinando poco a poco <strong>de</strong> quién hablaba. Pero me<br />

en<strong>de</strong>recé y, gritando le dije:<br />

-Pobre viejo, en todo Siria y Egipto reunidos no existe esta cantidad <strong>de</strong><br />

oro. Pero todo indica que este hombre es un granuja que merece castigo.<br />

Por esto <strong>de</strong>bes conducirme inmediatamente a él, y que la <strong>de</strong>sgracia caiga<br />

sobre ti si le ha ocurrido algo.<br />

Gimiendo e implorando a Amón, el viejo me hizo entrar en una celda<br />

cuya entrada había ocultado con piedras para engañar a los hombres <strong>de</strong><br />

Roju. A la luz <strong>de</strong> la antorcha vi a un hombre vestido <strong>de</strong> harapos sirios<br />

enca<strong>de</strong>nado al muro, y su espalda estaba en carne viva y su vientre<br />

colgaba lacio sobre sus piernas. Era tuerto y su ojo único centelleaba a la<br />

luz <strong>de</strong> la antorcha. Y me dijo:<br />

-¿Eres verda<strong>de</strong>ramente tú, Sinuhé, oh dueño mío? Bendito sea el día<br />

que te trae aquí, pero haz pronto romper estas ca<strong>de</strong>nas y que me traigan<br />

una jarra <strong>de</strong> vino para que pueda olvidar mis penas, y di a tus esclavos<br />

que me laven y me unten, porque estoy acostumbrado a la comodidad y<br />

el lujo, y las malditas losas <strong>de</strong> esta celda me han gastado la piel <strong>de</strong> las<br />

nalgas. No veo objeción alguna a que me ofrezcas un buen lecho con<br />

algunas vírgenes <strong>de</strong> Ishtar, porque bastante he estado privado <strong>de</strong> ellas.<br />

-¡Kaptah, Kaptah! -dije yo, acariciando su espalda <strong>de</strong>sollada-. Eres<br />

incorregible. En Tebas me han afirmado que estabas muerto, pero no lo<br />

he creído, porque estoy convencido <strong>de</strong> que no morirás nunca, y la prueba<br />

es que te <strong>de</strong>scubro en este antro lleno <strong>de</strong> cadáveres y respiras todavía y


no estás en tan mal estado y, sin embargo, es probable que los hombres<br />

que han muerto aquí cargados <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>nas fuesen más agradables a los<br />

dioses que tú. Sin embargo, me alegro mucho <strong>de</strong> verte todavía vivo.<br />

Pero Kaptah prosiguió:<br />

-Sigues siempre siendo el mismo charlatán vanidoso, ¡oh dueño mío<br />

Sinuhé! No me hables <strong>de</strong> los dioses, porque en mi miseria los he<br />

invocado a todos, incluso los <strong>de</strong> Babilonia y <strong>de</strong> los hititas, y ninguno me<br />

ha ayudado, y he tenido que arruinarme para obtener comida <strong>de</strong> mi<br />

carcelero. Sólo nuestro escarabajo me ha protegido trayéndote a mí,<br />

porque el comandante <strong>de</strong> esta plaza está loco y no cree nada razonable y<br />

me ha hecho torturar y azotar, <strong>de</strong> manera que berreaba como un buey<br />

cuando estaba en el lecho <strong>de</strong> tortura. Pero he conseguido felizmente<br />

salvar nuestro escarabajo escondiéndolo en <strong>de</strong>terminado sitio <strong>de</strong> mi<br />

cuerpo que es ciertamente infamante para un dios, pero que es quizás<br />

agradable para un escarabajo, puesto que has llegado aquí. Un<br />

acontecimiento tan milagroso sólo pue<strong>de</strong> ser obra <strong>de</strong> nuestro escarabajo.<br />

Me mostró el escarabajo, que guardaba todavía rastros <strong>de</strong> su reciente<br />

estancia. Unos herreros vinieron a cortar las ca<strong>de</strong>nas y me llevé a Kaptah<br />

a mi habitación porque estaba débil y su ojo no soportaba ya la luz. Lo<br />

hice lavar y ungir por mis esclavos y le di ropa <strong>de</strong> lino fino y le presté una<br />

ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> oro y brazaletes para que pudiese parecer conforme a su<br />

dignidad, y le hice cortar los cabellos y la barba. Durante todas estas<br />

operaciones comió carne y bebió vino eructando <strong>de</strong> bienestar. Pero el<br />

guardián gemía y se lamentaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la puerta y reclamaba sus dos<br />

millones trescientos sesenta y cinco mil <strong>de</strong>bens <strong>de</strong> oro. Y se negaba a<br />

rebajar un solo <strong>de</strong>ben <strong>de</strong> esta suma, alegando que había arriesgado su<br />

vida para salvar la <strong>de</strong> su prisionero, robando comida. Para terminar con<br />

las lamentaciones <strong>de</strong>l viejo, que me cansaban, le dije a Kaptah:<br />

-Horemheb está aquí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace dos semanas y este hombre te ha<br />

engañado y no <strong>de</strong>bes nada, sino que voy a hacerlo azotar por los soldados<br />

y si es necesario le haré cortar el cuello, porque es un monstruo<br />

responsable <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> innumerables prisioneros.<br />

Pero Kaptah respondió enérgicamente y dijo:<br />

-Soy un hombre honrado y como tal tengo que cumplir mis<br />

compromisos, <strong>de</strong> lo contrario mi reputación sufriría. Es cierto que<br />

hubiera podido discutir con el viejo y obtener una disminución en sus<br />

precios pero cuando notaba el olor <strong>de</strong>l pan renunciaba a regatear y le<br />

prometía cuanto solicitaba.<br />

Yo me froté la frente y dije:<br />

-¿Eres verda<strong>de</strong>ramente tú, Kaptah? No, no es posible; hay<br />

seguramente en esta fortaleza una maldición que vuelve locos a todos los<br />

que están en ella algún tiempo. Estás indudablemente loco tú también.<br />

¿Es que tienes verda<strong>de</strong>ramente la intención <strong>de</strong> pagar tu <strong>de</strong>uda a este


epugnante viejo? ¿Y con qué?, porque supongo que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l reinado<br />

<strong>de</strong> Atón eres tan miserable como yo.<br />

Pero Kaptah estaba ebrio y dijo:<br />

-Soy un hombre piadoso que respeta a los dioses y cumple su palabra.<br />

Pagaré mi <strong>de</strong>uda hasta el último <strong>de</strong>ben, pero pediré un plazo, y por otra<br />

parte, el hombre es tan estúpido que si le hacía pesar dos <strong>de</strong>ben <strong>de</strong> oro,<br />

se contentaría con ellos, porque no ha visto nunca una suma igual. Creo<br />

incluso que estaría en el colmo <strong>de</strong> su júbilo si le daba uno, pero esto no<br />

me liberaría. No sé verda<strong>de</strong>ramente <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> sacar todo este oro,<br />

porque la revuelta <strong>de</strong> Tebas me ha arruinado y he <strong>de</strong>bido huir<br />

vergonzosamente abandonando mi fortuna cuando los esclavos se<br />

metieron en la cabeza la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que los había traicionado y <strong>de</strong>nunciado a<br />

Amón. Pero <strong>de</strong>spués he prestado gran<strong>de</strong>s servicios a Horemheb en<br />

Menfis, y cuando tuve que abandonar la ciudad don<strong>de</strong> me perseguía la<br />

venganza <strong>de</strong> los esclavos, les he hecho todavía más servicios en Siria,<br />

vendiendo a los hititas trigo y forraje. Por esto estimo que Horemheb<br />

me <strong>de</strong>be ya cerca <strong>de</strong> medio millón <strong>de</strong> <strong>de</strong>bens <strong>de</strong> oro, sin contar que he<br />

arriesgado mi vida viniendo por mar a Ghaza. Para colmo, los hititas se<br />

han puesto furiosos contra mí cuando sus caballos cayeron enfermos<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber comido el forraje que yo les había vendido. Pero en<br />

Ghaza un peligro más gran<strong>de</strong> todavía me amenazaba, porque el<br />

comandante <strong>de</strong> la plaza estaba loco y me hizo encerrar como espía sirio y<br />

me dio tortura y me hubiera seguramente hecho ahorcar si el viejo loco<br />

guardián no me hubiese ocultado diciendo que me había muerto en el<br />

calabozo. Por esto es necesario que yo pague mi <strong>de</strong>uda.<br />

Entonces mis ojos se abrieron y comprendí que Kaptah había sido el<br />

mejor servidor <strong>de</strong> Horemheb en Siria y el jefe <strong>de</strong> sus espías, puesto que<br />

en la Montaña <strong>de</strong> la Victoria el emisario llegado a la tienda <strong>de</strong> Horemheb<br />

había ocultado uno <strong>de</strong> sus ojos para indicar que venía <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> un<br />

tuerto. Y comprendí también que nadie como Kaptah hubiera sido capaz<br />

<strong>de</strong> componérselas en Siria, porque nadie lo igualaba en astucia y<br />

picardía. Pero le dije:<br />

-Admitamos que Horemheb te <strong>de</strong>ba mucho oro, pero podrás extraerlo<br />

más fácilmente <strong>de</strong> una piedra estrujándola que haciéndote pagar tu<br />

crédito. Sabes muy bien que no paga nunca sus <strong>de</strong>udas.<br />

Y Kaptah dijo:<br />

-Sé muy bien que Horemheb es duro e ingrato, y más ingrato aún que<br />

el comandante <strong>de</strong> Ghaza, a quien he hecho lanzar trigo por los hititas,<br />

que creían que las jarras cerradas contenían serpientes venenosas. Para<br />

convencerlos rompí una jarra y las serpientes venenosas mordieron a<br />

tres soldados, que murieron, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces los hititas no quisieron<br />

abrir más las jarras. Pero, a falta <strong>de</strong> oro, Horemheb pue<strong>de</strong> darme todos


los <strong>de</strong>rechos portuarios <strong>de</strong> Siria, que conquistará y <strong>de</strong>be ce<strong>de</strong>rme todo el<br />

comercio <strong>de</strong> sal <strong>de</strong> Siria para que pueda recuperar mis bienes.<br />

Le pregunté si pensaba trabajar durante toda su vida para pagar su<br />

<strong>de</strong>uda al viejo guardián, pero él se rió y dijo:<br />

-Después <strong>de</strong> dos semanas <strong>de</strong> permanencia sobre la piedra dura <strong>de</strong>l<br />

calabozo oscuro, se aprecian los asientos blandos, el vino y la luz. No, no<br />

estoy loco hasta ese punto, Sinuhé. Pero hay que cumplir la palabra y vas<br />

a <strong>de</strong>volver la vista a este hombre para que pueda jugar a los dados con él,<br />

porque antes <strong>de</strong> ser ciego era muy aficionado a este juego. Y no será<br />

culpa mía si la suerte no le sonríe, porque jugaremos sumas importantes.<br />

Era, en efecto, el único medio que tenía Kaptah <strong>de</strong> librarse<br />

honradamente <strong>de</strong> su <strong>de</strong>uda, y si podía escoger los dados era un jugador<br />

hábil. Le prometí, por consiguiente, <strong>de</strong>volver al guardián la vista<br />

suficiente para que pudiese distinguir los agujeros <strong>de</strong> los dados, y, a<br />

cambio, Kaptah me prometió darle a Muti dinero suficiente para<br />

reconstruir la casa <strong>de</strong>l antiguo fundidor <strong>de</strong> cobre <strong>de</strong> Tebas. Hicimos<br />

entrar al guardián, que concedió un plazo a Kaptah para el pago <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>uda, y examiné sus ojos y vi que su ceguera no procedía <strong>de</strong> su estancia<br />

en los subterráneos, sino <strong>de</strong> una enfermedad mal curada. Y pu<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>volverle la vista con una aguja, como había aprendido a hacerlo en<br />

Mitanni, pero no supe cuánto tiempo pudo gozar <strong>de</strong> la vista, porque los<br />

ojos operados con una aguja se cicatrizan rápidamente y no pue<strong>de</strong>n<br />

volver a operarse.<br />

Acompañé a Kaptah a ver a Horemheb, quien se alegró sobremanera<br />

<strong>de</strong> verlo y lo abrazó llamándole héroe, asegurándole que todo Egipto le<br />

estaba agra<strong>de</strong>cido por sus hazañas. Pero a estas palabras Kaptah<br />

comenzó a lloriquear y dijo:<br />

-Mira mi barriga convertida en un saco arrugado a tu servicio, y mira<br />

mi espalda <strong>de</strong>sollada y mis hombros <strong>de</strong>vorados por las ratas por culpa<br />

tuya en las mazmorras <strong>de</strong> Ghaza. Me hablas <strong>de</strong> reconocimiento, pero el<br />

agra<strong>de</strong>cimiento no me da un grano <strong>de</strong> trigo ni un vaso <strong>de</strong> vino, y no veo<br />

en ninguna parte los saquitos <strong>de</strong> oro que me has prometido. No,<br />

Horemheb, no te pido agra<strong>de</strong>cimiento, sino que me rembolses mi<br />

crédito, porque tengo también <strong>de</strong>udas contraídas a tu servicio y mayores<br />

<strong>de</strong> lo que pue<strong>de</strong>s imaginar.<br />

Pero Horemheb frunció el ceño al oír la palabra «oro» y golpeándose<br />

el muslo con la fusta dijo:<br />

-Tus palabras son como un zumbido <strong>de</strong> moscas en mis oídos y hablas<br />

como un imbécil, y tu boca está sucia. Sabes muy bien que no tengo botín<br />

que darte y que todo el oro disponible <strong>de</strong>be ser empleado en la guerra<br />

contra los hititas, y yo mismo soy pobre y la gloria es mi única<br />

recompensa. Por esto podrías escoger un momento más propicio para<br />

hablarme <strong>de</strong> oro, pero, para prestarte un servicio puedo hacer encarcelar


a tus acreedores acusándolos <strong>de</strong> crímenes y hacerlos colgar en los muros<br />

cabeza abajo y así quedarás libre <strong>de</strong> tus <strong>de</strong>udas.<br />

Kaptah protestó, pero Horemheb le dijo con un tono bastante irónico:<br />

-Me gustaría saber cómo es posible que Roju te haya hecho torturar<br />

como espía sirio y encerrar en un calabozo, porque, aunque estuviese<br />

loco, es un buen soldado y no pue<strong>de</strong> haber obrado sin razón.<br />

Entonces, Kaptah <strong>de</strong>sgarró sus vestiduras en señal <strong>de</strong> inocencia, y lo<br />

hizo sin pena alguna, porque eran mías y, golpeándose el pecho,<br />

exclamó:<br />

-Horemheb, Horemheb, acabas <strong>de</strong> hablarme <strong>de</strong> agra<strong>de</strong>cimiento y<br />

ahora lanzas contra mí acusaciones falsas. ¿Acaso no he envenenado los<br />

caballos <strong>de</strong> los hititas y mandado trigo a Ghaza en jarras cerradas? ¿No<br />

he sobornado hombres valientes para informarte en el <strong>de</strong>sierto sobre los<br />

movimientos <strong>de</strong> las tropas hititas y hendido los pellejos <strong>de</strong> agua <strong>de</strong> los<br />

carros mandados contra ti en el <strong>de</strong>sierto? He hecho todo esto por ti y por<br />

Egipto sin pensar en un salario y por esto es justo que haya prestado<br />

servicios a Aziru y los hititas, porque no te he perjudicado en nada. Por<br />

esto tenía sobre mí una tablilla <strong>de</strong> arcilla <strong>de</strong> Aziru como salvoconducto<br />

cuando huí a Ghaza escapando <strong>de</strong> los hititas enfurecidos contra mí,<br />

porque había envenenado sus caballos causando su <strong>de</strong>rrota en el Llano<br />

<strong>de</strong> las Osamentas. Un hombre pru<strong>de</strong>nte proce<strong>de</strong> con cautela y tiene más<br />

<strong>de</strong> una flecha en su carcaj y sin mi habilidad no hubiera servido <strong>de</strong> nada.<br />

Me llevé el salvoconducto <strong>de</strong> Aziru, porque Ghaza hubiera podido<br />

sucumbir antes <strong>de</strong> tu llegada, pero Roju es un hombre <strong>de</strong>sconfiado y me<br />

hizo registrar y encontró la tablilla <strong>de</strong> Aziru y en vano me tapé un ojo con<br />

la mano y hablé <strong>de</strong> las serpientes venenosas como había sido convenido<br />

contigo; me hizo torturar y para no ser <strong>de</strong>scuartizado tuve que confesar<br />

que era espía <strong>de</strong> Aziru.<br />

Pero Horemheb se echó a reír y dijo:<br />

-Que tus penas sean tu salario, Kaptah. Te conozco y me conoces, y<br />

por lo tanto <strong>de</strong>bes <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> reclamar oro, porque me molesta y enfada.<br />

Kaptah no se dio por vencido y acabó obteniendo <strong>de</strong> Horemheb el<br />

monopolio <strong>de</strong> compra y venta <strong>de</strong> todo el botín <strong>de</strong> Siria. Así tuvo el<br />

<strong>de</strong>recho exclusivo <strong>de</strong> comprar a los soldados y cambiarles por vino,<br />

cerveza, dados o mujeres el botín que se les había distribuido <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

la victoria <strong>de</strong>l Llano <strong>de</strong> las Osamentas, y sólo él tenía el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong><br />

ven<strong>de</strong>r el botín <strong>de</strong>l faraón y <strong>de</strong> Horemheb o <strong>de</strong> cambiarlo por mercancías<br />

necesarias para el ejército. Y este solo <strong>de</strong>recho bastaría para<br />

enriquecerlo, porque ya llegaban a Ghaza numerosos comerciantes<br />

egipcios e incluso sirios para traficar con el botín y comprar prisioneros<br />

como esclavos, y a partir <strong>de</strong> entonces nadie podía cerrar un trato en<br />

Ghaza sin pagar a Kaptah un <strong>de</strong>recho por cada transacción. Y,<br />

finalmente, insistiendo con tenacidad, obtuvo el mismo <strong>de</strong>recho sobre el


otín que Horemheb recogiese en Siria; y Horemheb consintió en ello,<br />

porque no le costaba nada y Kaptah le prometía ricos presentes.<br />

Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber recibido refuerzos <strong>de</strong> Egipto y puesto en<br />

condiciones los carros <strong>de</strong> guerra y reunido en Ghaza todos los caballos <strong>de</strong><br />

la Siria meridional y adiestrado las tropas, Horemheb lanzó una<br />

proclama afirmando que no llegaba como conquistador, sino como<br />

liberador. Las ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Siria habían gozado siempre <strong>de</strong> la libertad <strong>de</strong><br />

comercio y una larga autonomía bajo sus reyes y la alta protección <strong>de</strong><br />

Egipto, pero Aziru había instaurado un régimen <strong>de</strong> terror <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haber <strong>de</strong>stronado a los reyes hereditarios y percibía fuertes impuestos.<br />

A<strong>de</strong>más, en su codicia, había vendido Siria a los hititas, cuya crueldad e<br />

inmoralidad podían<br />

comprobar los sirios con sus propios ojos. Por esto Horemheb, el Hijo<br />

<strong>de</strong>l Halcón, el invencible, iba a liberar a Siria, liberar cada ciudad y cada<br />

pueblo <strong>de</strong>l yugo <strong>de</strong> la esclavitud, liberar el comercio y restaurar los<br />

antiguos reyes en sus <strong>de</strong>rechos a fin <strong>de</strong> que bajo la égida <strong>de</strong> Egipto, Siria<br />

pudiera recuperar su prosperidad y su riqueza. Amparaba a las ciuda<strong>de</strong>s<br />

que se alzasen contra los hititas. Pero las ciuda<strong>de</strong>s que ofreciesen<br />

resistencia serían saqueadas e incendiadas, y sus murallas serían<br />

<strong>de</strong>struidas para siempre jamás y sus habitantes vendidos como<br />

esclavos.<br />

Horemheb marchó inmediatamente sobre Joppe, mientras su flota<br />

bloqueaba el puerto. Su proclama fue mandada por emisarios a todas las<br />

ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Siria y provocó discordias y alborotos entre los enemigos, lo<br />

cual era su objeto principal. Pero, hombre pru<strong>de</strong>nte, Kaptah no se movió<br />

<strong>de</strong> Ghaza por si ocurría el caso <strong>de</strong> que Horemheb fuese batido, porque<br />

Aziru y los hititas reunían tropas en el interior <strong>de</strong>l país.<br />

Roju, Nuca <strong>de</strong> Toro, se había reconciliado con Kaptah una vez éste le<br />

hubo curado <strong>de</strong> su obsesión contándole que los soldados se habían<br />

comido las cuatrocientas retrancas, porque eran <strong>de</strong> cuero tierno, y<br />

pudieron <strong>de</strong>sligar a Roju, que perdonó a los soldados este pequeño hurto<br />

en honor a su heroísmo.<br />

Después <strong>de</strong> la marcha <strong>de</strong> Horemheb, Roju hizo cerrar las puertas <strong>de</strong> la<br />

ciudad y juró que jamás volvería a <strong>de</strong>jar entrar tropas en ella, y comenzó<br />

a beber vino con Kaptah, viéndole jugar a los dados con el viejo<br />

carcelero. De la mañana a la noche los dos hombres jugaban y bebían<br />

vino disputando, porque el pobre hombre estaba <strong>de</strong>sconsolado <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r<br />

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su oro y Kaptah insistía en jugar fuerte. Mientras Horemheb sitiaba a<br />

Joppe, el juego se animaba, y Kaptah ganó <strong>de</strong> nuevo toda su <strong>de</strong>uda y<br />

cuando Horemheb consiguió abrir una brecha en la muralla <strong>de</strong> la ciudad,<br />

el carcelero le <strong>de</strong>bía a Kaptah más <strong>de</strong> doscientos mil <strong>de</strong>bens <strong>de</strong> oro. Pero<br />

Kaptah se mostró generoso y no le exigió esta suma, porque el viejo, al<br />

fin y al cabo, le había salvado la vida; e incluso le dio algunas monedas<br />

<strong>de</strong> plata, <strong>de</strong> manera que el viejo se separó <strong>de</strong> él llorando <strong>de</strong><br />

agra<strong>de</strong>cimiento.<br />

No podía <strong>de</strong>cir si Kaptah jugaba con dados trucados, pero en todo<br />

caso tenía una suerte fabulosa. A todos los rincones <strong>de</strong> Siria llegó la<br />

noticia <strong>de</strong> esta partida <strong>de</strong> dados que había durado varias semanas y<br />

ascendió a algunos millones <strong>de</strong> <strong>de</strong>bens <strong>de</strong> oro. El carcelero terminó sus<br />

días en una cabaña al pie <strong>de</strong> los muros <strong>de</strong> Ghaza y estaba otra vez ciego,<br />

pero se complacía narrando a los numerosos visitantes las fases <strong>de</strong> esta<br />

partida memorable <strong>de</strong> la cual recordaba todas las peripecias, sobre todo<br />

aquella inci<strong>de</strong>ncia en la cual, en una sola jugada <strong>de</strong> dados perdió cien mil<br />

<strong>de</strong>bens <strong>de</strong> oro, porque jamás se habían jugado sumas parecidas. Y los<br />

visitantes le llevaban regalos <strong>de</strong> manera que vivió <strong>de</strong>sahogadamente<br />

hasta su muerte, mejor incluso que si Kaptah le hubiese fijado una renta<br />

vitalicia.<br />

Después <strong>de</strong> la toma <strong>de</strong> Joppe por Horemheb, Kaptah se fue allá<br />

precipitadamente, y yo lo acompañé y por primera vez vi una ciudad rica<br />

en manos <strong>de</strong> sus conquistadores. Los más osados <strong>de</strong> sus habitantes se<br />

habían rebelado ya contra Aziru y los hititas al acercarse las tropas<br />

egipcias, pero Horemheb se negó a proteger a la ciudad contra el saqueo;<br />

porque esta rebelión tardía no le había servido <strong>de</strong> nada. Durante dos<br />

semanas enteras los soldados saquearon la ciudad. Kaptah acumuló una<br />

fortuna enorme, porque los soldados cambiaban, por vino y cerveza,<br />

alfombras magníficas, muebles espléndidos y estatuas <strong>de</strong> los dioses que<br />

no se podían llevar, y por dos brazaletes <strong>de</strong> cobre se compraba una siria<br />

bien educada.<br />

En verdad fue en Joppe don<strong>de</strong> vi hasta qué punto el hombre es el lobo<br />

<strong>de</strong>l hombre, porque no hubo crimen ni infamia que allí no fuese llevada a<br />

cabo durante aquellos días <strong>de</strong> saqueo e incendio. Los soldados ebrios<br />

incendiaban las casas para divertirse, a fin <strong>de</strong> ver por la noche mientras<br />

robaban y saqueaban, abusaban <strong>de</strong> las mujeres y torturaban a los<br />

comerciantes para obligarles a revelar sus escondrijos. Algunos se<br />

apostaban en una esquina y asesinaban al primer sirio que pasase, fuese<br />

hombre o mujer, anciano o niño. Mi corazón se endurecía al ver el<br />

espectáculo <strong>de</strong> la maldad <strong>de</strong>l hombre, y todo lo que había ocurrido en<br />

Tebas por causa <strong>de</strong> Atón no eran más que bagatelas en comparación con<br />

lo que ocurría en Joppe por culpa <strong>de</strong> Horemheb. Porque Horemheb<br />

había <strong>de</strong>jado las manos libres a sus soldados a fin <strong>de</strong> ligarlos más


estrechamente a él. El saqueo <strong>de</strong> Joppe fue inolvidable y los soldados <strong>de</strong><br />

Horemheb le tomaron gusto al robo, <strong>de</strong> manera que nada podía<br />

<strong>de</strong>tenerlos en el combate y no temían a la muerte, pensando solamente<br />

que renovarían los placeres saboreados en Joppe. Por otra parte, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> estas matanzas, los soldados comprendían que no podían esperar ya<br />

cuartel por parte <strong>de</strong> los hititas, porque los hombres <strong>de</strong> Aziru <strong>de</strong>sollaron<br />

vivos a todos los prisioneros que habían tomado parte en el saqueo <strong>de</strong> la<br />

ciudad. Y, finalmente, para escapar a la suerte <strong>de</strong> Joppe, muchas<br />

pequeñas ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la costa se rebelaron y abrieron sus puertas a<br />

Horemheb.<br />

Renuncio a seguir hablando <strong>de</strong> los horrores <strong>de</strong> Joppe, porque al<br />

evocarlos siento mi corazón como si fuese una piedra en mi pecho y mis<br />

manos se hielan. Me limitaré a <strong>de</strong>cir que a la entrada <strong>de</strong> Horemheb en la<br />

ciudad, ésta contaba cerca <strong>de</strong> veinte mil habitantes y que a su marcha no<br />

quedaban trescientos.<br />

Así guerreaba Horemheb en Siria y yo le seguía para curar a los<br />

heridos y me daba cuenta <strong>de</strong> todo el mal que el hombre pue<strong>de</strong> hacer al<br />

hombre. La guerra duró tres años y Horemheb batió a los hititas y las<br />

tropas <strong>de</strong> Aziru en muchas batallas y dos veces los carros hititas<br />

sorprendieron sus tropas y le causaron gran<strong>de</strong>s daños, obligándolos a<br />

retirarse al amparo <strong>de</strong> los muros <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s. Pero mantuvo las<br />

comunicaciones marítimas con Egipto y la flota siria era impotente. Por<br />

esto pudo recibir refuerzos y preparar nuevas ofensivas, y las ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

Siria eran saqueadas y la gente se ocultaba en las grutas <strong>de</strong> las montañas.<br />

Provincias enteras fueron <strong>de</strong>vastadas y las tropas <strong>de</strong>struían los cultivos y<br />

cortaban los árboles frutales. Así se agotaba el Ejército egipcio y Egipto<br />

era como una madre que <strong>de</strong>sgarra sus vestiduras y se vierte ceniza sobre<br />

la cabeza al ver morir a sus hijos, porque a todo lo largo <strong>de</strong>l río no había<br />

ciudad o cabaña cuyos hijos no hubiesen muerto en Siria por la gran<strong>de</strong>za<br />

<strong>de</strong> Egipto.<br />

Horemheb combatió tres años en Siria y durante estos años yo<br />

envejecí más que durante los prece<strong>de</strong>ntes, y perdí mis cabellos, y mi<br />

espalda se encorvó, y mi rostro se arrugó como un fruto podrido.<br />

Me convertí en hombre <strong>de</strong> mal genio y malhumorado y hablaba con<br />

ru<strong>de</strong>za a los enfermos como hace todo médico al envejecer.<br />

El tercer año se <strong>de</strong>claró la peste en Siria, porque la peste sigue<br />

siempre los rastros <strong>de</strong> la guerra y nace en cuanto un número suficiente<br />

<strong>de</strong> cadáveres se pudre en un mismo lugar. En realidad toda Siria no era<br />

ya más que una fosa pestilente, y tribus enteras fueron exterminadas, <strong>de</strong><br />

manera que sus lenguas cayeron para siempre en el olvido. La peste<br />

alcanzó a aquellos a quienes la guerra había perdonado y en los dos<br />

ejércitos mató tantos hombres que las operaciones fueron interrumpidas<br />

y las tropas huyeron a las montañas y los <strong>de</strong>siertos al abrigo <strong>de</strong> la peste.


Y no hacía diferencia alguna entre ricos y pobres, nobles y villanos,<br />

azotaba equitativamente a todo el mundo y los remedios ordinarios eran<br />

insuficientes y los apestados se tapaban la cabeza con sus mantas y se<br />

acostaban en el suelo y morían en tres días. Pero los que curaron<br />

conservaban cicatrices espantosas en las axilas y articulaciones, que eran<br />

las heridas por don<strong>de</strong> el pus había corrido durante su convalecencia.<br />

La peste era tan caprichosa en la elección <strong>de</strong> sus víctimas como en su<br />

curación, porque no siempre eran las personas más robustas o más sanas<br />

las que se curaban, sino muchas veces las más débiles y enfermizas,<br />

como si la enfermedad no hubiese encontrado en ellas suficientes fuerzas<br />

para po<strong>de</strong>r matarlas. Por esto al cuidar a los apestados, los sangraba lo<br />

más posible para <strong>de</strong>bilitarlos y les prohibía todo alimento durante la<br />

enfermedad. Así pu<strong>de</strong> curar a un gran número <strong>de</strong> enfermos, pero<br />

muchos murieron también a pesar <strong>de</strong> mis cuidados, <strong>de</strong> manera que<br />

ignoro si mi tratamiento es bueno. Yo tenía, sin embargo, que curar a los<br />

enfermos para mantener la confianza en mí, porque un enfermo que<br />

pier<strong>de</strong> la esperanza <strong>de</strong> la curación o la que ha <strong>de</strong>positado en su médico,<br />

muere más seguramente que el que confía en él. Mi manera <strong>de</strong> tratar la<br />

peste valía, con toda seguridad, más que cualquier otra, pero no costaba<br />

nada.<br />

Los navíos llevaron la peste a Egipto, pero no mató allí a tanta gente<br />

como en Siria, porque era más débil, y el número <strong>de</strong> curaciones fue<br />

superior al <strong>de</strong> <strong>de</strong>funciones. Con la crecida, la peste <strong>de</strong>sapareció <strong>de</strong> Egipto<br />

aquel mismo año, y el invierno la suprimió en Siria, <strong>de</strong> manera que<br />

Horemheb pudo reunir a sus tropas y reanudar las hostilida<strong>de</strong>s. En<br />

primavera, llegó a través <strong>de</strong> las montañas a la llanura vecina <strong>de</strong> Megiddo<br />

y batió a los hititas en una gran batalla, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la cual pidieron la paz<br />

porque, viendo los triunfos <strong>de</strong> Horemheb, el rey Burraburiash había<br />

recobrado la confianza, recordando su alianza con Egipto. Se mostró<br />

arrogante con los hititas, e invadiendo el antiguo país <strong>de</strong> Mitanni, arrojó<br />

a los hititas <strong>de</strong> sus pastos <strong>de</strong> Naharani. Viendo que no podían conseguir<br />

ya nada <strong>de</strong> una Siria <strong>de</strong>vastada, los hititas ofrecieron la paz, porque eran<br />

soldados pru<strong>de</strong>ntes y hombres económicos, y no querían arriesgar por<br />

una simple cuestión <strong>de</strong> honor los carros <strong>de</strong> guerra que necesitaban para<br />

dar una merecida corrección a los babilonios.<br />

Horemheb fue muy feliz al firmar la paz, porque sus tropas se habían<br />

agotado y la guerra había arruinado a Egipto, y quería empren<strong>de</strong>r la<br />

reconstrucción <strong>de</strong> Siria a fin <strong>de</strong> reanimar el comercio en provecho <strong>de</strong><br />

Egipto. Pero exigió corno condición la entrega <strong>de</strong> Megiddo, <strong>de</strong> la que<br />

Aziru había hecho su capital y estaba dotada <strong>de</strong> murallas infranqueables<br />

y <strong>de</strong> torres. Por esto los hititas aprisionaron a Aziru y su familia en<br />

Megiddo y se apo<strong>de</strong>raron <strong>de</strong> los enormes tesoros que había acumulados<br />

y entregaron a Horemheb a Aziru, su mujer y sus dos hijos, cargados <strong>de</strong>


ca<strong>de</strong>nas. Habiendo dado así un rehén a los egipcios, que comenzaron a<br />

saquear Megiddo y a empujar hacia el Norte, fuera <strong>de</strong> los terrenos que<br />

<strong>de</strong>bían abandonar, todos los rebaños y ganados <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Amurrú.<br />

Horemheb no se lo impidió, sino que hizo sonar las trompetas para<br />

anunciar el fin <strong>de</strong> la guerra y ofreció banquetes a los jefes hititas y a los<br />

príncipes, bebiendo todas las noches con ellos y jactándose <strong>de</strong> sus<br />

hazañas. Y al día siguiente haría ejecutar a Aziru y su familia <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

las tropas reunidas y los jefes hititas, para señalar la paz eterna que<br />

reinaría en a<strong>de</strong>lante entre Egipto y el país <strong>de</strong> Khatti.<br />

Por esto rehusé tomar parte en el festín y por la noche fui a la tienda<br />

don<strong>de</strong> Aziru estaba cargado <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>nas, y los centinelas me <strong>de</strong>jaron<br />

pasar porque sabían que era el médico <strong>de</strong> Horemheb y que alguna vez<br />

incluso le hacía frente. Quería ver a Aziru, porque sabía que no tenía ya<br />

un solo amigo en toda Siria, porque no era más que un vencido,<br />

con<strong>de</strong>nado a morir. Sabía que amaba la vida y yo quería asegurarle que,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo lo que había visto, la vida no valía la pena <strong>de</strong> ser vivida.<br />

Y como médico quería <strong>de</strong>cirle que la muerte era fácil y más dulce que el<br />

dolor, la pena y el sufrimiento <strong>de</strong> la vida. La vida es como una llama<br />

ardiente que quema, pero la muerte es el agua sombría <strong>de</strong>l olvido. Quería<br />

<strong>de</strong>cirle todo esto porque tenía que morir al día siguiente al alba, y aquella<br />

noche no podía dormir porque amaba la vida. Pero si se negaba a<br />

escucharme, me sentaría a su lado en silencio, para que no estuviese<br />

solo. En efecto, un hombre pue<strong>de</strong> vivir sin un amigo, pero es difícil morir<br />

sin él, sobre todo si durante la vida se ha sido jefe y testa coronada.<br />

Cuando lo llevaron a Horemheb bajo los ultrajes y las mofas <strong>de</strong> la<br />

solda<strong>de</strong>sca, que le arrojaban barro y boñigas <strong>de</strong> vaca, yo me tapé la cara<br />

para que no me viese. Conocía su orgullo y no quería que sufriese al<br />

mostrarse a mí en aquel estado <strong>de</strong> inferioridad infamante cuando lo<br />

había conocido en el apogeo <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>río. Los guardias me <strong>de</strong>jaron<br />

pasar y se dijeron: «Dejémoslo entrar, porque es Sinuhé el médico, y su<br />

gestión es seguramente lícita. Si lo <strong>de</strong>tenemos nos dirigirá injurias o nos<br />

hará per<strong>de</strong>r magníficamente nuestra virilidad, porque es malvado y su<br />

lengua pica más cruelmente que el escorpión.»<br />

En la tienda, dije:<br />

-Aziru, rey <strong>de</strong> Amurrú, ¿quieres recibir a un amigo en la víspera <strong>de</strong> la<br />

muerte?<br />

Suspiró en la oscuridad, sus ca<strong>de</strong>nas chirriaron y respondió:<br />

-Ya no soy rey ni tengo amigos; pero, ¿eres verda<strong>de</strong>ramente tú,<br />

Sinuhé, <strong>de</strong> quien creo reconocer la voz?<br />

Y yo dije:<br />

-Soy Sinuhé.<br />

Y entonces él dijo:


-¡Por Marduk y todos los <strong>de</strong>monios <strong>de</strong>l infierno! Si eres Sinuhé, haz<br />

traer un poco <strong>de</strong> luz, porque estoy cansado <strong>de</strong> estar en la oscuridad.<br />

Cierto es que estos malditos hititas han <strong>de</strong>sgarrado mis vestiduras y<br />

torturado mis miembros, <strong>de</strong> manera que no soy agradable <strong>de</strong> ver, pero<br />

como médico estás acostumbrado a espectáculos peores y ya no siento<br />

vergüenza, porque <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la muerte no hay que sonrojarse <strong>de</strong> la<br />

miseria. Sinuhé, trae un poco <strong>de</strong> luz para que vea tu rostro y pueda tener<br />

tu mano entre las mías, porque mi hígado está dolorido y mis ojos<br />

vierten lágrimas cuando pienso en mi mujer y en mis hijos. Si pue<strong>de</strong>s<br />

procurarme un poco <strong>de</strong> cerveza fuerte para hume<strong>de</strong>cerme la garganta,<br />

mañana cantaré tus alabanzas a todos los dioses <strong>de</strong>l infierno. No estoy en<br />

condiciones <strong>de</strong> pagar ni una gota <strong>de</strong> cerveza siquiera, Sinuhé, porque los<br />

hititas me han quitado hasta la última pieza <strong>de</strong> cobre.<br />

Di or<strong>de</strong>n a los guardias <strong>de</strong> que trajesen una lámpara <strong>de</strong> aceite y la<br />

encendiesen, porque el humo acre <strong>de</strong> las antorchas me irrita los ojos, y<br />

me llevaron también una jarra <strong>de</strong> cerveza. Aziru se incorporó quejándose<br />

y yo le ayudé a beber cerveza siria, que es muy espesa. Tenía el cabello<br />

enmarañado y gris y su barba había sido arrancada por los hititas, <strong>de</strong><br />

manera que le faltaban algunos trozos <strong>de</strong> carne en su barbilla. Tenía los<br />

<strong>de</strong>dos machacados y las uñas negras <strong>de</strong> sangre y las costillas hundidas,<br />

<strong>de</strong> manera que gemía al respirar y escupía sangre. Cuando hubo bebido a<br />

placer, miró la lámpara y dijo:<br />

-¡Ah, cuán dulce y clara es la luz a mis ojos fatigados, pero vacilará y<br />

se apagará una vez como la vida humana! Te doy las gracias por la luz y<br />

la cerveza, Sinuhé, y a gusto te haría un regalo, pero no tengo nada,<br />

porque los hititas me han arrancado incluso los dientes dorados que me<br />

habías puesto.<br />

Es muy fácil ver las cosas claras <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ocurridas, y por esto no<br />

quise recordarle que lo había puesto en guardia contra los hititas, y cogí<br />

su mano machacada y él colocó su orgullosa cabeza sobre mis manos y<br />

lloró, y sus lágrimas brotaban <strong>de</strong> sus ojos hinchados y corrían sobre mis<br />

manos. Y <strong>de</strong>spués me dijo:<br />

-No he tenido vergüenza <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ti <strong>de</strong> mi risa ni mi alegría durante<br />

los días <strong>de</strong> po<strong>de</strong>río y felicidad; ¿por qué habría <strong>de</strong> tener vergüenza ahora<br />

<strong>de</strong> mis lágrimas y mi dolor? Debes saber, Sinuhé, que no lloro por mí, ni<br />

por mis riquezas, ni por mis coronas perdidas, sino por mi mujer Keftiú,<br />

y lloro por mi valiente hijo mayor y por su hermano pequeño tan tierno,<br />

porque mañana <strong>de</strong>ben morir conmigo.<br />

Y yo le dije:<br />

-Aziru, rey <strong>de</strong> Amurrú, recuerda que toda la Siria no es más que una<br />

fosa llena <strong>de</strong> cadáveres podridos a causa <strong>de</strong> tu ambición. Innumerables<br />

son los que han muerto por tu causa. Por esto es justo que mueras<br />

mañana, puesto que estás vencido, y es justo también que tu familia


perezca contigo. Debes saber, sin embargo, que he pedido a Horemheb la<br />

vida <strong>de</strong> tu mujer y <strong>de</strong> tus hijos ofreciéndole un fuerte rescate, pero se ha<br />

negado, porque quiere <strong>de</strong>struir la simiente <strong>de</strong> tu nombre y tu recuerdo<br />

en Siria. Por esto te niega incluso una tumba, y las fieras <strong>de</strong>scuartizarán<br />

tu cuerpo. Porque no quiere que los sirios puedan reunirse junto a tu<br />

tumba para prestar juramentos en tu nombre, Aziru.<br />

Ante estas palabras Aziru sintió miedo y dijo:<br />

-Por mi Baal, Sinuhé, ofréceme una libación y un sacrificio <strong>de</strong> carne<br />

humana ante el Baal <strong>de</strong> Amurrú; si no, erraré eternamente hambriento y<br />

sediento por el sombrío reino <strong>de</strong> los infiernos. Presta el mismo servicio a<br />

Keftiú, a quien un día amaste antes <strong>de</strong> cedérmela por amistad, y haz lo<br />

mismo por mis hijos a fin <strong>de</strong> que muera sin inquietud por ellos. No le<br />

guardo rencor a Horemheb, porque yo hubiera obrado probablemente <strong>de</strong><br />

la misma manera con él si hubiera sido el vencedor. Pero en verdad,<br />

Sinuhé, soy feliz <strong>de</strong> que mi familia perezca conmigo y que nuestra sangre<br />

corra junta porque en los infiernos me atormentaría constantemente<br />

pensando que otro se divierte con Keftiú. Porque tiene muchos<br />

admiradores y los poetas han cantado sus pródigos encantos. Vale más<br />

también que mis hijos mueran, porque han nacido reyes y llevan coronas<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cuna. No quisiera que fuesen esclavos <strong>de</strong> Egipto.<br />

Volvió a beber más cerveza y se embriagó un poco en medio <strong>de</strong> sus<br />

sufrimientos, y dijo:<br />

-Sinuhé, amigo mío, me acusas falsamente al <strong>de</strong>cir que la Siria es una<br />

vasta fosa <strong>de</strong> cadáveres podridos por mi causa, porque mi única culpa ha<br />

sido haber perdido la partida y <strong>de</strong>jarme engañar por los hititas. En<br />

verdad, si hubiese ganado, culparían <strong>de</strong> todo a Egipto y se celebraría mi<br />

nombre. Pero como he perdido me acusan <strong>de</strong> todos los males y toda Siria<br />

maldice mi nombre. -La cerveza fuerte lo excitaba y gritó-: ¡Oh, tú, Siria,<br />

mi <strong>de</strong>sgracia, mi tormento, mi esperanza, mi ardor! Por tu gran<strong>de</strong>za he<br />

penado, por tu libertad me rebelé, y he aquí que el día <strong>de</strong> mi muerte me<br />

rechazas y maldices. ¡Oh, soberbia Biblos! oh, próspera Simyra; oh,<br />

Sidón; oh, po<strong>de</strong>rosa Joppe; oh, vosotras, todas las ciuda<strong>de</strong>s que<br />

centelleabais como perlas en mi corona!, ¿por qué me habéis<br />

abandonado? Os amo <strong>de</strong>masiado para <strong>de</strong>testaros, porque amo a Siria<br />

porque es pérfida, cruel, caprichosa y pronta a la traición. Las razas<br />

<strong>de</strong>saparecen, los pueblos se levantan y se borran, los imperios se suce<strong>de</strong>n<br />

y la gloria huye como una sombra. Pero seguid alzando vuestras murallas<br />

blancas sobre la ribera al pie <strong>de</strong> las montañas rojas, ¡oh, ciuda<strong>de</strong>s<br />

queridas!, vivid eternamente, y <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto mis cenizas correrán con el<br />

viento<br />

para besaros.


Estas palabras me llenaron <strong>de</strong> melancolía y me di cuenta <strong>de</strong> que era<br />

prisionero <strong>de</strong> su sueño y no quise contra<strong>de</strong>cirlo, porque era un consuelo<br />

para él. Continué sujetándole las manos y prosiguió:<br />

-Sinuhé, no lamento mi muerte ni mi <strong>de</strong>rrota, porque tan sólo con<br />

mucha audacia pue<strong>de</strong> ganarse mucho, y la victoria y la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> Siria<br />

estaban al alcance <strong>de</strong> mi mano. Todos los días <strong>de</strong> mi vida he sido<br />

po<strong>de</strong>roso en amor y en odio y no me arrepiento <strong>de</strong> un solo acto <strong>de</strong> mi<br />

vida, pese a que estos actos hayan acabado formando una cuerda sólida<br />

que me arrastra a una muerte infamante, <strong>de</strong> manera que mi cuerpo será<br />

arrojado como pasto a los chacales. Pero siempre he sido curioso, porque<br />

tengo sangre <strong>de</strong> comerciante, como todos los sirios. Mañana moriré y la<br />

muerte suscita en mí una viva curiosidad, <strong>de</strong> modo que quisiera saber si<br />

existe alguna manera <strong>de</strong> engañar a la muerte y sobornar a los dioses. Tú,<br />

que has reunido en ti toda la cordura y el saber <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más países,<br />

Sinuhé, dime si hay una manera <strong>de</strong> corromper la muerte.<br />

Moví negativamente la cabeza y dije:<br />

-No, Aziru el hombre pue<strong>de</strong> corromperlo y engañarlo todo menos la<br />

muerte y el nacimiento. Pero quiero <strong>de</strong>cirte hoy, en el momento en que<br />

la lámpara <strong>de</strong> tu vida está próxima a extinguirse, que la muerte no tiene<br />

nada temible, la muerte es buena. Al lado <strong>de</strong> todo el mal que flagela al<br />

mundo, la muerte es la mejor amiga <strong>de</strong>l hombre. Como médico, no creo<br />

mucho en el reino <strong>de</strong> los infiernos, y como egipcio no creo ya en el reino<br />

<strong>de</strong> Occi<strong>de</strong>nte ni en la conservación eterna <strong>de</strong> los cuerpos, sino que para<br />

mí la muerte es como un largo sueño, como una noche fresca <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

una jornada bochornosa. En verdad, Aziru, la vida es como una ceniza<br />

caliente, y la muerte es una onda fresca. En la muerte cierras los ojos y<br />

no vuelves a abrirlos; en la muerte tu corazón se calla y no volverá a<br />

gemir; en la muerte tus manos se agotan y no ar<strong>de</strong>n en <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> obrar;<br />

en la muerte tus pies se inmovilizan y no aspiran más el polvo <strong>de</strong> las<br />

rutas infinitas. Tal es la muerte, Aziru, amigo mío, pero por mi amistad<br />

hacia ti ofreceré sacrificios al Baal <strong>de</strong> Amurrú, por ti y toda tu familia.<br />

Haré un sacrificio digno <strong>de</strong> tu jerarquía, si esto pue<strong>de</strong> consolarte, pese a<br />

que no crea ya en los sacrificios. Pero vale más estar seguro y sacrificaré<br />

para que no sufras hambre ni sed en los infiernos, que quizá no existen.<br />

Aziru estuvo encantado <strong>de</strong> mis palabras y añadió:<br />

-Cuando sacrifiques, ofrece por mí los cor<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> Amurrú, porque<br />

son los más gordos y su carne se fun<strong>de</strong>. No olvi<strong>de</strong>s ofrecerme riñones <strong>de</strong><br />

cor<strong>de</strong>ro, porque son un regalo para mí, y, si pue<strong>de</strong>s, haz libaciones con<br />

vino <strong>de</strong> Sidón mezclado con mirra, porque mi sangre ha preferido<br />

siempre los vinos pesados y las comidas grasas.<br />

Enumeró, a<strong>de</strong>más, una serie <strong>de</strong> cosas que <strong>de</strong>bería sacrificarle y se<br />

divertía como un chiquillo al pensar en todas las exquisiteces <strong>de</strong> que<br />

podría disfrutar en los infiernos, y especialmente <strong>de</strong> un lecho sólido


don<strong>de</strong> po<strong>de</strong>r divertirse con Keftiú. Pero pronto cayó <strong>de</strong> nuevo en la<br />

melancolía, y, poniendo su cabeza dolorida sobre mis manos, dijo:<br />

-Si quieres hacerme todos estos favores, Sinuhé, serás<br />

verda<strong>de</strong>ramente un amigo, y no comprendo por qué lo haces, porque te<br />

he causado también mucho daño como a todos los egipcios. Has hablado<br />

elocuentemente <strong>de</strong> la muerte, y es quizá, como dices, un largo sueño y<br />

una onda fresca. Pero, a pesar <strong>de</strong> todo, mi corazón se acongoja al pensar<br />

en una rama <strong>de</strong> cerezo en flor en el país <strong>de</strong> Amurrú, y al oír el balido <strong>de</strong><br />

los cor<strong>de</strong>ros y ver los cabritillos saltar por las colinas. El corazón me<br />

ar<strong>de</strong>, sobre todo, al evocar las primaveras <strong>de</strong> Amurrú y el florecer <strong>de</strong> los<br />

lirios y el olor <strong>de</strong> pez y el bálsamo <strong>de</strong> los lirios, porque el lirio es una flor<br />

real. Sufro al pensar que no veré nunca más el país <strong>de</strong> Amurrú, ni en<br />

primavera ni en otoño, ni bajo los calores <strong>de</strong>l verano ni en los rigores <strong>de</strong>l<br />

invierno. Y, sin embargo, el dolor <strong>de</strong> mi corazón es <strong>de</strong>licioso al pensar en<br />

el país <strong>de</strong> Amurrú.<br />

Así conversamos toda la larga noche evocando nuestros recuerdos<br />

comunes y nuestros encuentros cuando yo vivía en Simyra y éramos los<br />

dos jóvenes y fuertes. Al alba, mis esclavos nos llevaron comida y los<br />

guardianes los <strong>de</strong>jaron pasar, porque tuvieron también su parte, y nos<br />

sirvieron cor<strong>de</strong>ro bien graso y harina amasada cocida en la grasa, y nos<br />

escanciaron vino fuerte <strong>de</strong> Sidón mezclado con mirra. Dije a mis esclavos<br />

que lavasen y peinasen a Aziru y le hice cubrir la barba con una re<strong>de</strong>cilla<br />

tejida en oro. Por encima <strong>de</strong> sus vestiduras <strong>de</strong>sgarradas y <strong>de</strong> sus grilletes<br />

vistió un manto real, y mis esclavos hicieron lo mismo con Keftiú y sus<br />

dos hijos, pero Horemheb no le permitió a Aziru que los viera antes <strong>de</strong> la<br />

ejecución.<br />

Por la mañana, cuando Horemheb salió <strong>de</strong> su tienda con los<br />

principales hititas ebrios, riendo con ellos y agarrándose por el cuello, yo<br />

me acerqué a él y le dije:<br />

-En verdad, Horemheb, te he hecho muchos favores y te he salvado<br />

quizá la vida en Tiro cuidando tu muslo herido por una flecha<br />

envenenada. Por esto te pido también un favor y es que concedas a Aziru<br />

una muerte sin infamia, porque es rey <strong>de</strong> Siria y se ha batido<br />

valientemente. Tu gloria no hará sino aumentar si lo haces perecer sin<br />

tratamientos infamantes, y tus amigos hititas lo han torturado ya<br />

suficientemente para obligarlo a revelar sus tesoros ocultos.<br />

Horemheb se ensombreció al oír mis palabras, porque había<br />

imaginado ya una serie <strong>de</strong> medios hábiles <strong>de</strong> prolongar la agonía <strong>de</strong><br />

Aziru, y todo el ejército se había reunido para gozar <strong>de</strong>l espectáculo y se<br />

disputaban los mejores sitios, Horemheb no obraba así más que para<br />

proporcionar una diversión a sus soldados y amedrentar a toda Siria, a<br />

fin <strong>de</strong> que el ejemplo terrible <strong>de</strong>sanimase a cualquiera ante la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> una<br />

rebelión. Debo <strong>de</strong>cirlo en honor <strong>de</strong> Horemheb, porque no era cruel por


naturaleza, pero era soldado y la muerte no era más que un arma entre<br />

sus <strong>de</strong>dos. Y pensaba también que el pueblo respetaba más a un<br />

soberano duro y cruel y tomaba la dulzura por <strong>de</strong>bilidad. Por eso se<br />

ensombreció y <strong>de</strong>jó el cuello <strong>de</strong>l príncipe Shubbatú y vaciló <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí<br />

golpeándose el muslo con su fusta <strong>de</strong> oro. Y me dijo:<br />

-Sinuhé, eres como una espina en mi flanco y comienzo a cansarme <strong>de</strong><br />

ti, porque contrariamente a la gente razonable eres amargo y criticas con<br />

aci<strong>de</strong>z a los que triunfan y alcanzan las riquezas y los honores, y en<br />

cambio, si alguien cae y se <strong>de</strong>rrumba, eres el primero en arrullarlo y<br />

consolarlo. Sabes muy bien que he convocado <strong>de</strong> cerca y <strong>de</strong> lejos a los<br />

verdugos más hábiles, y la instalación <strong>de</strong> sus aparatos <strong>de</strong> tortura ha<br />

costado ya mucho. No puedo en el último momento privar a mis ratas <strong>de</strong><br />

barro <strong>de</strong> su diversión, porque todos han soportado muchas penas y<br />

vertido su sangre por culpa <strong>de</strong> este Aziru.<br />

El príncipe Shubbatú le dio una palmada en la espalda exclamando:<br />

-Bien hablado, Horemheb. No vas a privarnos <strong>de</strong> nuestro placer,<br />

porque para que sea completo para ti también hemos evitado arrancarle<br />

las carnes, limitándonos a pellizcarlo tan sólo con tornos y tenazas.<br />

Pero Horemheb se sintió ofendido por aquellas palabras halagüeñas<br />

para él y no le gustaba que lo molestasen. Por esto frunció el ceño y dijo:<br />

-Estás borracho, Shubbatú, y no tengo otro objeto con Aziru que<br />

<strong>de</strong>mostrar a todo el mundo la suerte que le espera a cualquiera<br />

suficientemente loco para fiarse <strong>de</strong> los hititas. Pero puesto que hemos<br />

pasado esta noche fraternizando y hemos vaciado buena cantidad <strong>de</strong><br />

copas, voy a respetar a tu aliado Aziru y dispensarle una muerte fácil a<br />

causa <strong>de</strong> vuestra amistad.<br />

Shubbatú se sintió vivamente afectado por estas palabras y su rostro<br />

se convulsionó y pali<strong>de</strong>ció, porque los hititas son muy susceptibles, pese<br />

a que todo el mundo sabe que traicionan y ven<strong>de</strong>n a sus aliados sin<br />

pensar en el honor, en cuanto éstos no les son ya útiles y pue<strong>de</strong>n sacar<br />

algún provecho <strong>de</strong> su traición. Por otra parte, así es como obra todo el<br />

pueblo y todo soberano hábil, pero los hititas lo hacen más<br />

impru<strong>de</strong>ntemente que los <strong>de</strong>más sin preocuparse <strong>de</strong> encontrar pretextos<br />

ni explicaciones. Y, sin embargo, Shubattú se enfadó, pero sus<br />

compañeros le pusieron la mano en la boca y se lo llevaron, y acabó<br />

calmándose <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber vomitado el vino.<br />

Pero Horemheb hizo traer a Aziru y quedó muy sorprendido, al verlo<br />

avanzar con la cabeza alta y orgulloso como un rey bajo su manto real.<br />

Bien alimentado por mí, Aziru caminaba con arrogancia y reía al<br />

dirigirse al lugar <strong>de</strong> la ejecución y gritaba burlas a los jefes egipcios y a<br />

los guardias. Su rostro relucía <strong>de</strong> grasa y su barba estaba rizada y por<br />

encima <strong>de</strong> la cabeza <strong>de</strong> los soldados interpeló a Horemheb.


-¡Eh, Horemheb, egipcio grasiento, no tengas ya miedo <strong>de</strong> mí porque<br />

estoy enca<strong>de</strong>nado y no tienes necesidad <strong>de</strong> escon<strong>de</strong>rte <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las<br />

lanzas <strong>de</strong> los soldados! Acércate para que pueda secar el estiércol <strong>de</strong> mis<br />

pies en tu manto, porque no he visto en mi vida un campamento más<br />

asqueroso que el tuyo y quiero presentarme ante Baal con los pies<br />

limpios.<br />

Horemheb estuvo encantado <strong>de</strong> estas palabras y se rió en voz alta<br />

diciéndole:<br />

-No puedo acercarme a ti porque tu pestilencia siria me da náuseas,<br />

pese a que hayas conseguido robar una manta para ocultar tu asqueroso<br />

cuerpo. Pero eres ciertamente un hombre valiente, Aziru, puesto que te<br />

ríes <strong>de</strong> la muerte. Por esto te conce<strong>de</strong>ré una muerte fácil, para aumentar<br />

mi gloria.<br />

Mandó a sus soldados que escoltasen a Aziru e impidiesen a los<br />

soldados arrojarle barro y excrementos, y los guardias daban lanzazos a<br />

todos los que trataban <strong>de</strong> burlarse <strong>de</strong> Aziru. Llevaron también a la reina<br />

Keftiú y sus dos hijos, y Keftiú iba arreglada y pintada y los chiquillos<br />

caminaban orgullosamente como hijos <strong>de</strong> rey y el mayor llevaba al<br />

pequeño <strong>de</strong> la mano.<br />

Al verlos, Aziru pali<strong>de</strong>ció y dijo:<br />

-Keftiú, mi Keftiú, mi yegua blanca, niña <strong>de</strong> mis ojos y amor mío.<br />

Estoy <strong>de</strong>sconsolado <strong>de</strong> arrastrarte a la muerte, porque mi vida sería<br />

todavía <strong>de</strong>liciosa para ti.<br />

Pero Keftiú le dijo:<br />

-No te entristezcas por mí, ¡oh rey mío!, porque te sigo a gusto hacia el<br />

reino <strong>de</strong> los muertos. Eres mi marido y fuerte como un toro, y creo que<br />

nadie podría satisfacerme como tú. Te he separado <strong>de</strong> todas las <strong>de</strong>más<br />

mujeres uniéndote a mí. Por esto no me permitiría que fueses solo al<br />

reino <strong>de</strong> los muertos, sino que te acompaño para vigilarte e impedirte<br />

que te diviertas con otras mujeres, porque te esperan seguramente todas<br />

las bellas damas que han vivido antes que yo. En verdad, me<br />

estrangularía con mis cabellos para seguirte, ¡oh mi rey!, porque no soy<br />

más que una esclava y has hecho <strong>de</strong> mí una reina, y te he dado dos bellos<br />

chiquillos.<br />

Aziru gozó con estas palabras y se hinchó <strong>de</strong> júbilo, y dijo a sus hijos:<br />

-Hijos míos, nacisteis hijos <strong>de</strong> rey. Morid como hijos <strong>de</strong> rey, a fin <strong>de</strong><br />

que no tenga que sonrojarme <strong>de</strong> vosotros. Creedme, la muerte no es peor<br />

que la extracción <strong>de</strong> un diente. Sed valientes, hijos míos.<br />

Y, habiendo pronunciado estas palabras, se arrodilló <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l<br />

verdugo y, volviéndose hacia Keftiú, le dijo:<br />

-Estoy asqueado <strong>de</strong> ver a mi alre<strong>de</strong>dor a todos estos egipcios<br />

pestilentes, y asqueado <strong>de</strong> ver sus lanzas ensangrentadas. Por esto


ábreme tu pecho opulento, Keftiú, a fin <strong>de</strong> que vea tu belleza al morir y<br />

muera tan feliz como he vivido contigo.<br />

Keftiú <strong>de</strong>scubrió su opulento pecho, y el verdugo levantó su pesada<br />

espada y <strong>de</strong> un solo golpe le separó la cabeza <strong>de</strong>l tronco. La cabeza rodó a<br />

los pies <strong>de</strong> Keftiú y la sangre salió <strong>de</strong>l tronco y salpicó a los dos chiquillos<br />

y el pequeño comenzó a temblar. Pero Keftiú cogió la cabeza <strong>de</strong> Aziru y<br />

besó sus labios tumefactos y acarició sus<br />

mejillas laceradas y estrechó la cabeza contra su pecho diciendo a sus<br />

hijos:<br />

-Daos prisa, hijos míos, seguid sin temor a vuestro padre, porque me<br />

impaciento también por seguirlo.<br />

Y los dos chiquillos se arrodillaron gentilmente y el mayor seguía<br />

teniendo al pequeño <strong>de</strong> la mano, como para protegerlo, y el verdugo les<br />

cortó prontamente la cabeza. Después, habiendo apartado con el pie las<br />

cabezas cortadas, cortó también <strong>de</strong> un solo golpe el cuello blanco y graso<br />

<strong>de</strong> Keftiú, <strong>de</strong> modo que todos tuvieron una muerte fácil. Pero Horemheb<br />

hizo arrojar los cuerpos en una fosa para que sirvieran <strong>de</strong> pasto a los<br />

animales salvajes.<br />

Así murió mi amigo Aziru sin tratar <strong>de</strong> corromper la muerte, y Horemheb<br />

hizo la paz con los hititas, sabiendo, sin embargo, tan bien como<br />

ellos que todo no era más que una tregua, porque Sidón, Simyra, Biblos y<br />

Ka<strong>de</strong>sh seguían en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> los hititas, que hicieron <strong>de</strong> esta última<br />

ciudad una plaza fuerte y una base en la Siria <strong>de</strong>l Norte. Pero los dos<br />

bandos estaban cansados <strong>de</strong> la guerra y Horemheb era feliz <strong>de</strong> haber<br />

llegado a una paz con ellos, porque tenía que velar por sus intereses en<br />

Tebas, y tenía que pacificar también el país <strong>de</strong> Kush y los negros que se<br />

habían embriagado con su libertad y se negaban a pagar su tributo a<br />

Egipto.<br />

Durante estos años el faraón Tutankhamon reinaba sobre Egipto, pese<br />

a que no fuese más que un muchacho preocupado tan sólo por su tumba,<br />

y el pueblo le atribuía, sin embargo, todos los males <strong>de</strong> la guerra y lo<br />

<strong>de</strong>testaba diciendo: «¿Qué po<strong>de</strong>mos esperar <strong>de</strong> un faraón cuya esposa es<br />

<strong>de</strong> la sangre <strong>de</strong>l falso faraón?» Y Ai no intentaba contra<strong>de</strong>cir al pueblo,<br />

porque estas quejas redundaban en ventaja suya, y, al contrario, hacía<br />

propalar por el templo nuevas leyendas sobre la indiferencia <strong>de</strong><br />

Tutankhamon y su codicia que le llevaba a acumular todos los tesoros <strong>de</strong><br />

Egipto para su tumba. El faraón estableció también un impuesto especial<br />

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para la edificación <strong>de</strong> su tumba, <strong>de</strong> manera que toda persona que hacía<br />

conservar eternamente su cuerpo <strong>de</strong>bía pagar un impuesto al faraón.<br />

Pero fue Ai quien le sugirió esta i<strong>de</strong>a, porque sabía que sembraría el<br />

<strong>de</strong>scontento entre el pueblo.<br />

Durante todo este tiempo estuve ausente <strong>de</strong> Tebas acompañando a las<br />

tropas que tanta necesidad tenían <strong>de</strong> mis cuidados, y conociendo las<br />

penas y la escasez, pero los hombres que llegaban <strong>de</strong> Tebas contaban que<br />

el faraón Tutankhamon era débil y enfermizo y que una enfermedad<br />

secreta lo <strong>de</strong>voraba. Decían que la guerra <strong>de</strong> Siria parecía minar sus<br />

fuerzas, porque cada vez que se enteraba <strong>de</strong> una victoria <strong>de</strong> Horemheb<br />

caía enfermo; pero si Horemheb sufría una <strong>de</strong>rrota sanaba y abandonaba<br />

el lecho. Decían también que era algo como <strong>de</strong> hechicería y que todo el<br />

mundo podía comprobar que la salud <strong>de</strong>l faraón <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> la guerra<br />

<strong>de</strong> Siria.<br />

Pero con el tiempo Ai se impacientaba más cada día y enviaba a<br />

Horemheb mensajeros diciendo: «¿No acabarás ya <strong>de</strong> pelear y darás la<br />

paz a Egipto, porque soy ya viejo y estoy cansado <strong>de</strong> esperar? Date prisa<br />

en sanar y trae la paz a fin <strong>de</strong> que reciba mi salario y me ocupe también<br />

<strong>de</strong>l tuyo.»<br />

Por todas estas razones no quedé en lo más mínimo sorprendido<br />

cuando, mientras remontábamos el río en los navíos <strong>de</strong> guerra<br />

empavesados, recibimos un mensaje diciéndonos que el faraón<br />

Tutankhamon había subido a la barca dorada <strong>de</strong> su padre Amón a fin <strong>de</strong><br />

ganar el reino <strong>de</strong> Occi<strong>de</strong>nte. Por esto tuvimos que arriar las ban<strong>de</strong>ras y<br />

ennegrecernos el rostro con ceniza <strong>de</strong> hollín. Se <strong>de</strong>cía que el faraón<br />

Tutankhamon había tenido un grave ataque <strong>de</strong> su enfermedad el mismo<br />

día en que le había llegado la noticia <strong>de</strong> la capitulación <strong>de</strong> Megiddo y <strong>de</strong><br />

la firma <strong>de</strong> la paz. En cuanto a saber <strong>de</strong> qué enfermedad había muerto,<br />

los médicos <strong>de</strong> la Casa <strong>de</strong> la Muerte no estaban <strong>de</strong> acuerdo entre ellos y<br />

algunos pretendían que las entrañas <strong>de</strong>l faraón estaban ennegrecidas por<br />

el veneno, pero el pueblo <strong>de</strong>cía que había muerto <strong>de</strong> <strong>de</strong>specho al ver el<br />

final <strong>de</strong> la guerra, porque gozaba viendo sufrir a Egipto. Pero yo sabía<br />

que al poner su sello en el tratado <strong>de</strong> paz, Horemheb lo había matado tan<br />

seguramente como si le hubiese hundido un puñal en el corazón, porque<br />

Ai no esperaba más que la paz para <strong>de</strong>sembarazarse <strong>de</strong> Tutankhamon y<br />

subir al trono como faraón <strong>de</strong> la paz.<br />

Por esto tuvimos que ennegrecernos el rostro y arriar las ban<strong>de</strong>ras <strong>de</strong><br />

victoria, y Horemheb, muy contrariado, tuvo que arrojar al río los<br />

cuerpos <strong>de</strong> los jefes hititas y sirios que había hecho colgar cabeza abajo<br />

en la popa <strong>de</strong>l navío, a la manera <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s faraones <strong>de</strong> antaño. Y<br />

sus hombres, que llevaba a Tebas para que gozasen <strong>de</strong> su victoria,<br />

<strong>de</strong>jando a las ratas <strong>de</strong> fango que pacificasen la Siria y se engordasen con<br />

los <strong>de</strong>spojos <strong>de</strong>l país <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las miserias <strong>de</strong> la guerra, quedaron


también muy <strong>de</strong>cepcionados y maldijeron al faraón que seguía<br />

molestándolos.<br />

Mataban el tiempo jugándose a los dados el botín que habían recogido<br />

en Siria y peleándose por las mujeres que llevaban para ven<strong>de</strong>rlas en<br />

Tebas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberse divertido con ellas. Se hacían heridas y<br />

chichones berreando obscenida<strong>de</strong>s, con gran escándalo <strong>de</strong> la gente<br />

piadosa que estaba reunida en las riberas. Y estos hombres no tenían ya<br />

casi aspecto egipcio, porque muchos iban vestidos a la manera siria o<br />

hitita y utilizaban palabras sirias y blasfemaban en sirio y muchos se<br />

habían puesto a adorar a Baal en Siria. Yo no podía censurárselo, porque<br />

también yo había ofrecido a Baal <strong>de</strong> Amurrú un importante sacrificio <strong>de</strong><br />

vino y carne en recuerdo <strong>de</strong> mi amigo Aziru, pero cuento esto para<br />

<strong>de</strong>mostrar por qué el pueblo teme a esta gentuza aun<br />

enorgulleciéndose <strong>de</strong> sus victorias.<br />

Por su parte, los soldados <strong>de</strong> Horemheb contemplaban con sorpresa<br />

aquel Egipto que no habían visto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía varios años, porque ya no<br />

lo reconocían y yo también estaba sorprendido. Porque doquiera que<br />

bajásemos para pasar la noche, no veíamos más que luto, miseria y<br />

<strong>de</strong>sesperación. Las ropas <strong>de</strong>l pueblo eran grises a fuerza <strong>de</strong> haber sido<br />

lavadas y zurcidas, y los rostros estaban <strong>de</strong>macrados y resecos por falta<br />

<strong>de</strong> aceite; las miradas eran <strong>de</strong>sconfiadas e inquietas y las espaldas <strong>de</strong> los<br />

pobres llevaban la marca <strong>de</strong> los bastonazos <strong>de</strong> los perceptores. Los<br />

edificios públicos estaban <strong>de</strong>startalados y las aves anidaban en los áticos<br />

<strong>de</strong> las casas <strong>de</strong> los jueces y las tejas caían <strong>de</strong> los tejados a la calle. Los<br />

caminos no habían sido cuidados <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía muchos años, y las pare<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> los canales <strong>de</strong> irrigación se habían <strong>de</strong>rrumbado.<br />

Sólo los templos estaban florecientes y las pare<strong>de</strong>s resplan<strong>de</strong>cían <strong>de</strong><br />

imágenes e inscripciones en oro y rojo, a la gloria <strong>de</strong> Amón, y los<br />

sacerdotes estaban gordos y sus cráneos relucían <strong>de</strong> aceite y ungüentos.<br />

Y mientras se hartaban <strong>de</strong> la carne <strong>de</strong> sus víctimas, el pueblo bebía agua<br />

<strong>de</strong>l Nilo para regar su pan seco, y los hombres que un día fueron ricos y<br />

bebían vino en copas adornadas eran felices si cada luna podían<br />

procurarse una jarra <strong>de</strong> cerveza floja. Y en las riberas no resonaban ya las<br />

risas <strong>de</strong> las mujeres ni los gritos <strong>de</strong> alegría <strong>de</strong> los chiquillos, sino que las<br />

mujeres blandían en sus manos débiles las palas <strong>de</strong> lavar y los chiquillos<br />

rondaban por los caminos como animales asustados y maltratados, y<br />

hurgaban el suelo para encontrar las raíces <strong>de</strong> que se alimentaban. He<br />

aquí lo que la guerra había hecho en Egipto, porque la guerra se había<br />

llevado todo lo que había <strong>de</strong>jado Atón. Por esto la gente no tenía ya<br />

fuerzas para alegrarse <strong>de</strong>l retorno <strong>de</strong> la paz y miraban con ansiedad los<br />

navíos <strong>de</strong> Horemheb que remontaban el río.<br />

Pero las golondrinas volaban rápidas como flechas sobre el espejo <strong>de</strong>l<br />

Nilo y en los cañaverales <strong>de</strong> las riberas los hipopótamos gruñían y los


cocodrilos se hacían limpiar los dientes por los pájaros. Nosotros<br />

bebíamos agua <strong>de</strong>l Nilo, que es la mejor <strong>de</strong>l mundo y la más refrescante.<br />

Respirábamos el olor <strong>de</strong>l barro y oíamos a los pájaros murmurar bajo el<br />

viento, y los ána<strong>de</strong>s graznaban y Amón cruzaba el cielo rutilante en su<br />

barca <strong>de</strong> oro y nosotros sentíamos que llegábamos a nuestra patria.<br />

Pero vino el día en que vimos las tres colinas <strong>de</strong> Tebas, y el techo <strong>de</strong>l<br />

templo y las punta doradas <strong>de</strong> los obeliscos lanzaban rayos fulgurantes.<br />

Volvimos a ver las montañas <strong>de</strong> Occi<strong>de</strong>nte y la ciudad infinita <strong>de</strong> los<br />

difuntos, y el puerto con sus muelles y callejuelas <strong>de</strong>l barrio <strong>de</strong> los pobres<br />

formadas por cabañas <strong>de</strong> tierra y los palacios <strong>de</strong> los nobles en el<br />

esplendor <strong>de</strong> las flores y el verdor <strong>de</strong> sus céspe<strong>de</strong>s. Entonces respiramos<br />

profundamente, y los remeros, con un ardor creciente, hundieron sus<br />

remos en el agua, y los soldados <strong>de</strong> Horemheb comenzaron a cantar y<br />

gritar, olvidando el luto a que les obligaba la muerte <strong>de</strong>l faraón.<br />

Así fue como regresé a Tebas y <strong>de</strong>cidí no salir <strong>de</strong> ella nunca más,<br />

porque mis ojos habían visto ya la maldad <strong>de</strong> los hombres y no podían<br />

contemplar ya nada nuevo bajo el cielo. Por esto <strong>de</strong>cidí instalarme en<br />

Tebas y acabar mi vida en la pobreza <strong>de</strong> la mansión <strong>de</strong>l barrio <strong>de</strong> los<br />

pobres, porque todos los regalos que mi arte me había procurado en Siria<br />

fueron consagrados a la ofrenda hecha por Aziru, porque no quería<br />

conservar estas riquezas. Porque a mi olfato estas riquezas apestaban a<br />

sangre y no me hubiera proporcionado ningún placer utilizarlas. Por esto<br />

le di a Aziru todo lo que había ganado en su país y regresé a Tebas.<br />

Pero mi medida no estaba todavía llena, porque una misión me<br />

esperaba; una misión que me repugnaba y asustaba, pero a la que no<br />

podía negarme, y por esto tuve que abandonar Tebas al cabo <strong>de</strong> pocos<br />

días. Ai y Horemheb habían creído, en efecto, combinar hábilmente su<br />

intriga y realizar sus planes, y creían que el po<strong>de</strong>r les pertenecía por fin,<br />

pero el po<strong>de</strong>r estuvo a punto <strong>de</strong> escapárseles <strong>de</strong> improvisto y<br />

simplemente por el capricho <strong>de</strong> una mujer. Por esto <strong>de</strong>bo hablar<br />

nuevamente <strong>de</strong> la reina Nefertiti y <strong>de</strong> la princesa Baketamon antes <strong>de</strong><br />

terminar mi relato y conseguir la paz. Pero para esto tengo que comenzar<br />

un nuevo libro, que será el último, y explicaré cómo yo, que había sido<br />

creado para curar, fui llevado a asesinar.<br />

LIBRO DECIMOQUINTO


HOREMHEB<br />

En virtud <strong>de</strong> su acuerdo con Horemheb, Ai, el portador <strong>de</strong>l cetro,<br />

estaba dispuesto a ceñir las coronas <strong>de</strong> los faraones a la muerte <strong>de</strong><br />

Tutankhamon. Para llegar a sus fines hizo activar la ceremonia funeraria<br />

e interrumpió la construcción <strong>de</strong> la tumba, que resultó pequeña y<br />

estrecha en comparación con las tumbas <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s faraones, y se<br />

reservó una parte <strong>de</strong> los inmensos tesoros que Tutankhamon había<br />

<strong>de</strong>stinado a acompañarlo en el reino <strong>de</strong> los difuntos. Pero el acuerdo lo<br />

obligaba también a obtener que Baketamon consintiese en ser la esposa<br />

<strong>de</strong> Horemheb a fin <strong>de</strong> que éste pudiese reclamar legalmente la corona a<br />

la muerte <strong>de</strong> Ai, pese a que hubiese nacido con los pies en el estiércol.<br />

Había combinado con los sacerdotes que la princesa se aparecería a<br />

Horemheb bajo los rasgos <strong>de</strong> la diosa Sekhmet, mientras el vencedor<br />

celebrase su triunfo en el templo, y que se entregaría a él allá mismo, a<br />

fin <strong>de</strong> que su alianza hallase una consagración divina y Horemheb<br />

quedase así divinizado. Esto es lo que Ai había convenido con los<br />

sacerdotes, pero la princesa Baketamon había tramado también cuidadosamente<br />

su propia intriga y sé que la reina Nefertiti la había inducido<br />

a ello, por odio hacia Horemheb y en la esperanza <strong>de</strong> llegar a ser, con<br />

Baketamon, la mujer más po<strong>de</strong>rosa <strong>de</strong> Egipto si el plan triunfaba.<br />

Su proyecto era impío y atroz, y sólo la astucia <strong>de</strong> una mujer agriada<br />

pue<strong>de</strong> imaginar un tal plan. Tan increíble era que estuvo a punto <strong>de</strong><br />

triunfar. Sólo el <strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong> esta intriga me permitió compren<strong>de</strong>r<br />

por qué los hititas habían accedido tan fácilmente a ofrecer la paz y ce<strong>de</strong>r<br />

Megiddo y el país <strong>de</strong> Amurrú y hacer otras concesiones. Los hititas son,<br />

en efecto, gente astuta, y tenían en su carcaj una flecha cuya existencia Ai<br />

y Horemheb ignoraban. Su espíritu <strong>de</strong> conciliación hubiera <strong>de</strong>bido<br />

<strong>de</strong>spertar las sospechas <strong>de</strong> Horemheb, pero sus éxitos lo habían cegado y<br />

él mismo <strong>de</strong>seaba la paz a fin <strong>de</strong> consolidar su po<strong>de</strong>r en Egipto y casarse<br />

con Baketamon, porque lo esperaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía años y la espera había<br />

exacerbado su pasión.<br />

Después <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> su marido y una vez hubo consentido en<br />

sacrificar a Amón, la reina Nefertiti no pudo soportar verse alejada <strong>de</strong>l<br />

po<strong>de</strong>r. A pesar <strong>de</strong> su edad se había conservado bella gracias a los<br />

constantes cuidados y a los cosméticos. Su belleza le atrajo numerosos<br />

nobles que vivían en la mansión dorada como zánganos inútiles<br />

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alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> un faraón pueril. Por su inteligencia y su astucia ganó<br />

también la amistad y confianza <strong>de</strong> Baketamon, en quien transformó el<br />

orgullo innato en una llama <strong>de</strong>voradora que le consumía el cuerpo, hasta<br />

que llegó a ser una obsesión y una especie <strong>de</strong> locura. Estaba tan poseída<br />

<strong>de</strong> su sangre sagrada que no permitía ya a una persona ordinaria tocarla<br />

y ni siquiera rozar su sombra. Había conservado orgullosamente su<br />

virginidad, porque a su juicio no había en Egipto un solo hombre digno<br />

<strong>de</strong> ella. Había pasado ya <strong>de</strong> la edad normal <strong>de</strong>l matrimonio y creo que su<br />

virginidad se le había subido a la cabeza y enfermaba su corazón, si bien<br />

un buen matrimonio la hubiera curado.<br />

Nefertiti le hizo creer que había nacido para gran<strong>de</strong>s hazañas y que<br />

<strong>de</strong>bía salvar a Egipto <strong>de</strong> las manos <strong>de</strong> pretendientes <strong>de</strong> baja extracción.<br />

Le habló <strong>de</strong> la gran reina Hatshepsut, que pegaba una barba a su mentón<br />

y ceñía la cola <strong>de</strong> león y gobernaba a Egipto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el trono <strong>de</strong> los<br />

faraones. Y la persuadió <strong>de</strong> que su belleza recordaba la <strong>de</strong> la ilustre reina.<br />

También Nefertiti le hablaba mal <strong>de</strong> Horemheb, y Baketamon acabó<br />

experimentando en su orgullo virginal un verda<strong>de</strong>ro horror físico hacia<br />

Horemheb, que era <strong>de</strong> baja extracción y mancillaría su sangre sagrada.<br />

Pero yo creo que en el fondo <strong>de</strong> su corazón había conservado, sin<br />

confesárselo, una cierta inclinación hacia aquel hombre bello y robusto a<br />

quien había visto un día llegar a la Corte.<br />

Nefertiti no tuvo gran dificultad en convencer a Baketamon cuando<br />

los planes <strong>de</strong> Ai y Horemheb se precisaron durante la guerra <strong>de</strong> Siria. Y,<br />

por otra parte, es probable que Ai confiase sus proyectos a Nefertiti, que<br />

era su hija. Pero ella <strong>de</strong>testaba a su padre, que la había apartado <strong>de</strong>l<br />

po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberse servido <strong>de</strong> ella y la tenía encerrada en la<br />

mansión dorada, porque era la esposa <strong>de</strong>l faraón maldito. Yo digo que la<br />

belleza y la inteligencia asociadas en una mujer cuyo corazón se ha<br />

endurecido con los años forma una combinación peligrosa, más peligrosa<br />

que los puñales <strong>de</strong>senvainados y las más cortantes hoces <strong>de</strong> los carros <strong>de</strong><br />

combate. Esto es lo que <strong>de</strong>muestra la intriga urdida por Nefertiti y<br />

aprobada por Baketamon.<br />

He aquí cómo fue <strong>de</strong>scubierto este plan.<br />

Des<strong>de</strong> su llegada a Tebas, Horemheb, en el colmo <strong>de</strong> su impaciencia,<br />

comenzó a rondar por las habitaciones <strong>de</strong> Baketamon, a fin <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r<br />

verla y hablarle, pese a que ella se negase a recibirlo. Vio por azar a un<br />

emisario hitita que penetraba en las habitaciones <strong>de</strong> la princesa y se<br />

preguntó por qué Baketamon recibía un hitita y estaba tanto rato a solas<br />

con él. Por esto, por propia iniciativa y sin consultar a nadie, hizo<br />

<strong>de</strong>tener al hitita, quien, en su arrogancia, profirió amenazas y habló <strong>de</strong><br />

una forma como sólo pue<strong>de</strong> hablar una persona muy segura <strong>de</strong> su<br />

po<strong>de</strong>río.


Entonces Horemheb le contó todo a Ai y penetraron por la fuerza en la<br />

habitación <strong>de</strong> Baketamon, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber matado a un esclavo que se<br />

oponía, y en la ceniza <strong>de</strong>l brasero encontraron la correspon<strong>de</strong>ncia<br />

cambiada con los hititas. Después <strong>de</strong> haber leído estas tablillas <strong>de</strong> cera se<br />

quedaron aterrorizados y pusieron a Nefertiti y Baketamon bajo una<br />

estrecha vigilancia. La misma noche fueron a verme a mi casa, que Muti<br />

había hecho reparar con el dinero <strong>de</strong> Kaptah, y llegaron en una simple<br />

litera, con el rostro tapado. Muti los hizo entrar refunfuñando. Yo no<br />

dormía porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi regreso <strong>de</strong> Siria sufría <strong>de</strong> insomnio. Me levanté,<br />

encendí la lámpara y recibí a mis visitantes, a quienes tomé por<br />

enfermos. Pero quedé muy sorprendido al reconocerlos y dije a Muti que<br />

nos trajese vino y se fuese a dormir, pero Horemheb estaba tan inquieto<br />

que quería matarla porque había visto su rostro. Jamás hasta entonces<br />

había visto a Horemheb tan asustado y esto me causó una gran alegría. Y<br />

por esto le dije:<br />

-Te prohíbo que mates a Muti, y me parece que tienes el cerebro<br />

resquebrajado. Muti es una mujer vieja y dura <strong>de</strong> oído que ronca como<br />

un hipopótamo, como podrás oírlo. Bebe vino y no temas nada <strong>de</strong> la<br />

pobre vieja.<br />

Pero Horemheb, con impaciencia, dijo:<br />

-No he venido aquí a hablar <strong>de</strong> ronquidos, Sinuhé. Pero Egipto corre<br />

un peligro mortal y tú <strong>de</strong>bes salvarlo.<br />

Ai confirmó estas palabras diciendo:<br />

-En verdad te digo que Egipto corre un peligro mortal, Sinuhé, y yo<br />

también, y para Egipto jamás el peligro ha sido tan gran<strong>de</strong>. Por esto, en<br />

nuestro abandono, acudimos a ti.<br />

Pero yo me eché a reír tendiendo mis manos vacías. Horemheb sacó<br />

entonces las tablillas <strong>de</strong> arcilla <strong>de</strong>l rey Suhbbiluliuma y me las hizo leer,<br />

así como la copia <strong>de</strong> las respuestas <strong>de</strong> Baketamon. Terminada la lectura,<br />

no tuve ya ganas <strong>de</strong> reír, y el vino perdió su sabor en mi boca, porque he<br />

aquí lo que Baketamon había escrito a los hititas:<br />

Soy la hija <strong>de</strong>l faraón y por mis venas corre sangre sagrada y no hay en<br />

Egipto ningún hombre digno <strong>de</strong> mí. Me he enterado <strong>de</strong> que tienes<br />

numerosos hijos. Envía aquí a uno <strong>de</strong> ellos para que yo pueda romper<br />

una jarra con él, y tu hijo reinará a mi lado sobre el país <strong>de</strong> Kemi.<br />

Esta carta era tan inconcebible que el pru<strong>de</strong>nte Suhbbiluliuma se<br />

había negado al principio a creer en ella y había mandado un emisario<br />

secreto para concretar más. Baketamon había confirmado su oferta<br />

asegurándole que los nobles egipcios estaban <strong>de</strong> su parte y que los<br />

sacerdotes <strong>de</strong> Amón estaban también <strong>de</strong> acuerdo.


Convencido por esta carta, el rey se había apresurado a hacer la paz<br />

con Horemheb y se disponía a enviar a su hijo Shubbatú a Egipto.<br />

Mientras yo leía estas misivas, Ai y Horemheb comenzaron a disputar<br />

y Horemheb dijo:<br />

-Esta es mi recompensa <strong>de</strong> todo lo que he hecho por ti, y el premio <strong>de</strong><br />

la guerra en que he batido a los hititas y soportado gran<strong>de</strong>s penalida<strong>de</strong>s.<br />

En verdad que hubiera hecho mejor en encargar a un perro ciego que<br />

velase por mis intereses en Egipto durante mi ausencia, y no eres más<br />

útil que una alcahueta a quien se paga aun antes <strong>de</strong> ver las nalgas <strong>de</strong> la<br />

muchacha. En verdad te digo, Ai, que eres el personaje más repugnante<br />

que conozco, y lamento profundamente haber tocado tu pata sucia en<br />

señal <strong>de</strong> acuerdo. No me queda otro remedio que hacer ocupar Tebas por<br />

mis soldados y ceñir las dos coronas.<br />

Pero Ai dijo:<br />

-Los sacerdotes no lo consentirán jamás y también ignoramos la<br />

extensión <strong>de</strong> la conspiración y el apoyo <strong>de</strong> que goza Baketamon entre el<br />

clero y la nobleza. No hay que preocuparse <strong>de</strong>l pueblo, porque el pueblo<br />

es un buey al que se le pone un ronzal en el cuello y todo el mundo lo<br />

lleva adon<strong>de</strong> quiere. No, Horemheb, si Shubbatú llega a Tebas y rompe<br />

una jarra con Baketamon, nuestro po<strong>de</strong>río se <strong>de</strong>rrumbará y no podremos<br />

resistir por las armas, porque sería una nueva guerra y Egipto no podría<br />

soportarla y sería el fin <strong>de</strong>l mundo. En verdad he sido un perro ciego,<br />

pero jamás hubiera podido adivinar lo que se trataba, tan increíble es.<br />

Por esto, Sinuhé, <strong>de</strong>bes ayudarnos.<br />

-Por todos los dioses <strong>de</strong> Egipto -exclamé yo, sorprendido-. ¿Cómo<br />

podría yo ayudaros si no soy más que un médico incapaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>cidir a una<br />

mujer loca a amar a Horemheb?<br />

Y Horemheb dijo:<br />

-Nos has ayudado ya una vez, y quien coge el remo <strong>de</strong>be remar hasta<br />

el fin lo quiera o no. Vas a salir al encuentro <strong>de</strong>l príncipe Shubbatú y<br />

hacer <strong>de</strong> modo que no llegue a Egipto. ¿Cómo? Es asunto tuyo y no<br />

queremos saber nada. Debes saber, sin embargo, que no po<strong>de</strong>mos<br />

hacerlo asesinar públicamente, porque esto sería una nueva guerra con<br />

los hititas y quiero escoger yo mismo la fecha.<br />

Estas palabras me aterraron, mis rodillas temblaron y mi corazón se<br />

fundía, mientras mi lengua se torcía en mi boca, y dije:<br />

-Si es verdad que os he ayudado una vez fue por el bien <strong>de</strong> Egipto, y<br />

este príncipe no me ha hecho nunca ningún daño, y no lo he visto más<br />

que una vez en su tienda el día <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> Aziru. No, Horemheb, no<br />

harás <strong>de</strong> mí un asesino; prefiero morir, porque no hay crimen más<br />

abyecto, porque si ofrecí un brebaje mortal a Akhenaton lo hice por su<br />

propio bien, porque estaba enfermo y yo era su amigo.


Pero Horemheb se golpeó los muslos con la fusta frunciendo el ceño y<br />

Ai dijo:<br />

-Sinuhé, eres un hombre sensato y compren<strong>de</strong>rás que no po<strong>de</strong>mos<br />

sacrificar todo un imperio al capricho <strong>de</strong> una mujer. Créeme, no hay otro<br />

medio. El príncipe <strong>de</strong>be morir por el camino; poco importa que sea por<br />

un acci<strong>de</strong>nte o enfermedad. Por esto vas a partir a su encuentro en el<br />

<strong>de</strong>sierto <strong>de</strong>l Sinaí en calidad <strong>de</strong> emisario <strong>de</strong> la princesa Baketamon y<br />

como médico podrás examinar si es apto para el matrimonio. Te creerá<br />

fácilmente, y te recibirá y te hará preguntas sobre la princesa Baketamon<br />

porque los príncipes no son más que hombres y creo que es presa <strong>de</strong> una<br />

viva curiosidad y que se pregunta a qué hechicera lo van a ligar. Tu<br />

misión será fácil y no <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñarás los regalos que te valdrá, porque<br />

entonces serás un hombre rico.<br />

Y Horemheb dijo:<br />

-Decí<strong>de</strong>te pronto, Sinuhé, entre la vida o la muerte. Compren<strong>de</strong>rás<br />

que ahora que conoces nuestro secreto no podríamos <strong>de</strong>jarte vivir,<br />

aunque fueses mil veces nuestro amigo. El nombre que te ha dado tu<br />

madre te ha sido funesto, Sinuhé, porque has escuchado <strong>de</strong>masiados<br />

secretos <strong>de</strong> los faraones. Así, según tu respuesta, te cortaré la garganta <strong>de</strong><br />

oreja a oreja, y bien contra mi placer, porque eres nuestra mejor ayuda.<br />

Estás unido a nosotros por un crimen común y compartiremos contigo la<br />

responsabilidad <strong>de</strong> este nuevo crimen, si tal es a tu juicio el hecho <strong>de</strong><br />

salvar a Egipto <strong>de</strong> la dominación <strong>de</strong> una loca y <strong>de</strong> los hititas.<br />

-Sabes muy bien que no temo la muerte, Horemheb -dije.<br />

Pero sentí que la red se había cerrado en torno a mí y que mi suerte<br />

estaba ligada a la <strong>de</strong> Ai y Horemheb.<br />

Confieso francamente que aquella noche tuve miedo <strong>de</strong> la muerte,<br />

porque se presentaba bruscamente y <strong>de</strong> una forma repugnante. Pero<br />

pensaba en el vuelo rápido <strong>de</strong> las golondrinas sobre el río y pensaba en<br />

los vinos <strong>de</strong>l puerto y en la oca asada por Muti al estilo tebano, y la vida<br />

me pareció súbitamente <strong>de</strong>liciosa. Y pensaba también en Egipto y me<br />

<strong>de</strong>cía que Akhenaton tuvo que morir para que Egipto se salvase y que<br />

Horemheb pudiese rechazar a los hititas. ¿Por qué no matar a un joven<br />

príncipe <strong>de</strong>sconocido para salvar nuevamente a Egipto, puesto que había<br />

matado ya a Akhenaton?<br />

-Escon<strong>de</strong> tu puñal, Horemheb, porque la vista <strong>de</strong> un puñal sin filo me<br />

estremece. Me inclino y salvaré a Egipto <strong>de</strong>l yugo hitita, pero en verdad<br />

ignoro todavía <strong>de</strong> qué forma lo haré, y es probable que pierda en ello la<br />

vida, porque los hititas me matarán ciertamente una vez su príncipe esté<br />

muerto. Pero no tengo ya apego a la vida y quiero impedir que los hititas<br />

reinen sobre Egipto. Y no quiero regalo alguno, porque todo lo que haré<br />

estaba ya escrito en las estrellas antes <strong>de</strong> mi nacimiento y no puedo<br />

escapar a mi sino. Aceptad, pues, vuestras coronas <strong>de</strong> mis manos, Ai y


Horemheb, y ben<strong>de</strong>cid mi nombre, porque soy yo, el humil<strong>de</strong> Sinuhé,<br />

quien os erige faraones.<br />

Esta i<strong>de</strong>a me divirtió mucho, porque llevaba quizá sangre real en las<br />

venas y hubiera sido el único sucesor legal <strong>de</strong> los faraones, mientras Ai<br />

no era más que un mo<strong>de</strong>sto sacerdote <strong>de</strong>l sol y los padres <strong>de</strong> Horemheb<br />

olían a ganado y queso. En aquel momento los dos hombres se me<br />

mostraban sin velos, tal como eran en realidad: los sacerdotes que se<br />

disputaban el cuerpo agonizante <strong>de</strong> Egipto, dos chiquillos que jugaban<br />

con coronas y emblemas reales, y su pasión los tiranizaba hasta el punto<br />

que no serían jamás felices. Y por esto le dije a Horemheb:<br />

-Horemheb, amigo mío, la corona es pesada, lo sentirás alguna tar<strong>de</strong><br />

calurosa, cuando se lleva el ganado al abreva<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l río y los ruidos<br />

cesan a tu alre<strong>de</strong>dor.<br />

Pero él respondió:<br />

-Date prisa en partir, porque el navío te espera y <strong>de</strong>bes encontrar a<br />

Shubbatú en el <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong>l Sinaí antes <strong>de</strong> que llegue a Tanis con su<br />

séquito. Y así partí bruscamente en plena noche, y Horemheb me había<br />

dado su navío más rápido, y yo hice llevar mi estuche <strong>de</strong> médico y el<br />

resto <strong>de</strong> la oca que Muti me había preparado al estilo tebano para la<br />

cena. Y no olvidé tampoco <strong>de</strong> proveerme <strong>de</strong> vino.<br />

A bordo tuve tiempo <strong>de</strong> reflexionar y comprendí netamente el grave<br />

peligro que amenazaba a Egipto como una negra nube <strong>de</strong> arena en el<br />

horizonte. Me sería fácil embellecer mi papel presentándome como<br />

salvador <strong>de</strong> Egipto, pero los móviles <strong>de</strong> los hombres son siempre<br />

complejos y había aceptado mi misión ante el miedo experimentado<br />

bruscamente en presencia <strong>de</strong> una muerte inminente. Pero mientras iba<br />

bajando por el río dando prisa a los remeros, estaba persuadido <strong>de</strong> que<br />

iba a realizar un acto meritorio.<br />

De nuevo estaba solo y más solitario que todos los hombres a causa<br />

<strong>de</strong>l secreto que llevaba y no podía revelar a nadie sin causar la muerte <strong>de</strong><br />

miles y miles <strong>de</strong> personas. Tenía que ser más astuto que la serpiente para<br />

no ser <strong>de</strong>scubierto y sabía que sufriría una muerte atroz si los hititas me<br />

sorprendían en el acto.<br />

Alguna vez me inclinaba a abandonarlo todo y huir a lo lejos, como mi<br />

homónimo <strong>de</strong> la leyenda, y escon<strong>de</strong>rme para <strong>de</strong>jar que la suerte siguiese<br />

su curso sobre Egipto. Si hubiese ejecutado este proyecto, el curso <strong>de</strong> los<br />

acontecimientos hubiera cambiado y el mundo no sería hoy como es.<br />

2


Pero al envejecer he comprendido que, en el fondo, todos los soberanos<br />

son iguales y que todos los pueblos son idénticos y que poco importa, en<br />

resumen, quién gobierna y qué pueblo oprime a otro, porque finalmente,<br />

son siempre los pobres los que soportan los sufrimientos.<br />

Pero no huí, porque era débil, y cuando un hombre es débil se <strong>de</strong>ja<br />

llevar por los otros hasta el crimen antes que elegir por sí mismo su<br />

camino. Prefiere incluso la muerte a romper la cuerda que lo liga, y creo<br />

que no soy el único en ser débil <strong>de</strong> esta manera.<br />

Así, el príncipe Shubbatú <strong>de</strong>bía morir, y me rompía la cabeza para<br />

encontrar el medio <strong>de</strong> matarlo sin que mi acto fuese <strong>de</strong>scubierto y Egipto<br />

tuviese que respon<strong>de</strong>r <strong>de</strong> su muerte. La tarea era ardua porque el<br />

príncipe iría seguramente acompañado <strong>de</strong> un numeroso séquito digno <strong>de</strong><br />

su rango, y los hititas eran recelosos y estaban en guardia. No podía<br />

pensar en asesinarle y me preguntaba si podría llevármelo al <strong>de</strong>sierto<br />

para buscar en él un basilisco cuyos ojos son dos piedras ver<strong>de</strong>s que<br />

matan, o para precipitarlo en alguna sima y contar <strong>de</strong>spués que había<br />

tropezado rompiéndose la nuca. Pero esta i<strong>de</strong>a era infantil, porque jamás<br />

podría quedarme solo en compañía <strong>de</strong>l príncipe, y, en cuanto a los<br />

venenos, tenía hombres para probar los alimentos y bebidas, <strong>de</strong> manera<br />

que no podría envenenarlo por los procedimientos habituales.<br />

Repasé en mi memoria mis recuerdos sobre los venenos secretos <strong>de</strong><br />

los sacerdotes y los <strong>de</strong> la mansión dorada. Sabía que se podía envenenar<br />

el fruto <strong>de</strong> un árbol aun antes <strong>de</strong> que estuviese maduro, y sabía también<br />

que existían volúmenes <strong>de</strong> papiros que producían una muerte lenta a sus<br />

lectores, y que el perfume <strong>de</strong> ciertas flores podía matar una vez habían<br />

sido tratadas por los sacerdotes. Pero todo esto eran secretos <strong>de</strong> los<br />

sacerdotes y quizás hubiese en todo aquello una parte <strong>de</strong> leyenda.<br />

A<strong>de</strong>más, no hubiera podido recurrir a ellos en el <strong>de</strong>sierto.<br />

¡Si tan sólo Kaptah hubiese podido ayudarme con su astucia! Pero no<br />

hubiera podido ponerlo al corriente <strong>de</strong> la empresa, y, a<strong>de</strong>más, estaba en<br />

Siria don<strong>de</strong> trataba <strong>de</strong> recuperar sus créditos. Por esto recurrí a toda mi<br />

ingeniosidad y mi ciencia <strong>de</strong> médico. Si el príncipe estuviese enfermo,<br />

hubiera podido tratarlo llevándolo lentamente a la muerte según las<br />

reglas <strong>de</strong>l arte, y ningún médico hubiera tenido nada que objetar a mis<br />

prescripciones, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los tiempos más remotos el cuerpo médico<br />

entierra junto sus víctimas. Pero Shubbatú no estaba enfermo y si lo<br />

estaba sería cuidado por los médicos hititas.<br />

Me extiendo sobre este punto tan sólo para mostrar las inmensas<br />

dificulta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la empresa que me había sido confiada por Horemheb,<br />

pero ahora me limitaré a exponer mis actos: en Menfis completé mi<br />

provisión <strong>de</strong> medicamentos, porque un médico pue<strong>de</strong> tener un veneno<br />

mortal que, en sus manos, se convierte en una medicina curativa.<br />

Proseguí rápidamente mi viaje hasta Tanis, don<strong>de</strong> tomé una silla <strong>de</strong>


manos y la guarnición me dio una escolta <strong>de</strong> algunos carros <strong>de</strong> guerra y<br />

emprendí la gran ruta militar <strong>de</strong> Siria.<br />

Horemheb había sido correctamente informado <strong>de</strong>l viaje <strong>de</strong> Shubbatú,<br />

porque lo encontré con su séquito a tres días <strong>de</strong> Tanis, cerca <strong>de</strong> una<br />

fuente ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> muros. Viajaba en litera e iba acompañado <strong>de</strong><br />

numerosos asnos que llevaban pesadas cargas y los regalos preciosos<br />

para la princesa Baketamon, y los carros pesados <strong>de</strong> guerra lo<br />

escoltaban, mientras los carros ligeros reconocían el camino, porque el<br />

rey había recomendado la pru<strong>de</strong>ncia, puesto que sabía que este viaje<br />

<strong>de</strong>sagradaría profundamente a Horemheb.<br />

Pero los hititas se mostraron sumamente corteses conmigo y con los<br />

oficiales <strong>de</strong> mi pequeña escolta, según la costumbre <strong>de</strong> mostrarse<br />

corteses y amables con la gente <strong>de</strong> quien podían obtener gratuitamente<br />

lo que no podían ganar por las armas. Nos acogieron en su campamento<br />

y ayudaron a los soldados egipcios a plantar nuestras tiendas y colocaron<br />

numerosos centinelas para protegernos, dijeron, contra los bandoleros y<br />

los leones, a fin <strong>de</strong> que pudiésemos dormir en paz. Pero al enterarse <strong>de</strong><br />

que venía en nombre <strong>de</strong> la princesa Baketamon, Shubbatú me llamó en<br />

el acto movido por una impaciente curiosidad.<br />

Así fue como lo ví en su tienda, y era joven y altivo, y sus ojos eran<br />

gran<strong>de</strong>s y claros como el agua cuando no estaba ebrio como lo había<br />

estado en la tienda <strong>de</strong> Horemheb cerca <strong>de</strong> Megiddo. La alegría y la<br />

curiosidad animaban su rostro cetrino y su nariz era firme como el pico<br />

<strong>de</strong> un ave <strong>de</strong> rapiña y sus dientes relucían <strong>de</strong> blancura como los <strong>de</strong> las<br />

fieras. Le tendí una carta <strong>de</strong> la princesa, falsificada por Ai, y me incliné<br />

con las manos a la altura <strong>de</strong> las rodillas en signo <strong>de</strong> respeto. Me di cuenta<br />

con satisfacción <strong>de</strong> que iba vestido a la moda egipcia, pero que sus<br />

vestidos parecían incomodarlo. Y me dijo:<br />

-Puesto que mi futura esposa se ha confiado a ti y eres médico real, no<br />

te ocultaré nada. Al casarme me ligo a mi esposa y su país será el mío y<br />

las costumbres egipcias serán las mías, y me he esforzado en<br />

acostumbrarme a las costumbres egipcias para no ser un extranjero al<br />

llegar a Tebas. Estoy impaciente por ver todas las maravillas <strong>de</strong> Egipto y<br />

conocer todos los dioses <strong>de</strong> Egipto, que serán <strong>de</strong> ahora en a<strong>de</strong>lante los<br />

míos. Pero estoy impaciente sobre todo por ver a mi gran esposa real,<br />

porque voy a fundar con ella una nueva dinastía. Háblame <strong>de</strong> ella y dime<br />

su aspecto y su talla y la anchura <strong>de</strong> sus ca<strong>de</strong>ras como si fuese egipcio ya.<br />

Y no <strong>de</strong>bes ocultarme nada <strong>de</strong> ella, ni siquiera lo que sea <strong>de</strong>sagradable, y<br />

pue<strong>de</strong>s tener confianza en mí como yo tengo confianza en ti.<br />

Su confianza se mostraba teniendo a sus oficiales <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí, con el<br />

arma en la mano, y guardias en la entrada <strong>de</strong> la tienda con las lanzas<br />

dirigidas hacia mi espalda. Pero yo fingí no darme cuenta y me incliné<br />

ante él, diciéndole:


-Mi dueña y señora, la princesa Baketamon, es una <strong>de</strong> las mujeres más<br />

bellas <strong>de</strong> Egipto. A causa <strong>de</strong> su sangre sacra ha conservado su virginidad,<br />

pese a que sea consi<strong>de</strong>rablemente mayor que tú, pero su belleza no tiene<br />

edad y su rostro es como la luna y sus ojos ovalados como el loto. Como<br />

médico puedo confiarte también que sus ca<strong>de</strong>ras son lo suficientemente<br />

anchas para dar a luz, pese a que sean <strong>de</strong>lgadas, como ocurre en Egipto.<br />

Por esto me ha mandado a tu encuentro en el <strong>de</strong>sierto para cerciorarme<br />

<strong>de</strong> que tu sangre real es digna <strong>de</strong> su sangre sagrada y que físicamente<br />

eres capaz <strong>de</strong> cumplir con los <strong>de</strong>beres que incumben a un esposo a fin <strong>de</strong><br />

no <strong>de</strong>cepcionarla, porque te espera con impaciencia.<br />

Shubbatú arqueó el torso y dobló el brazo para hacer resaltar los<br />

músculos y me dijo:<br />

-Mi brazo tiene el arco más duro y entre los muslos puedo ahogar un<br />

asno. Mi rostro no tiene <strong>de</strong>fecto, como pue<strong>de</strong>s verlo, y no recuerdo haber<br />

estado nunca enfermo.<br />

Y yo le dije:<br />

-Eres, cierramente, un muchacho joven e inexperimentado que no<br />

conoce las costumbres egipcias, porque<br />

parece que crees que una princesa es una mujer que se tien<strong>de</strong> con el<br />

brazo o un asno que se tritura entre las rodillas. Pero no es éste el caso, y<br />

<strong>de</strong>bería darte algunas lecciones sobre las costumbres amorosas en Egipto<br />

a fin <strong>de</strong> que no tengas que sonrojarte <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la princesa.<br />

Estas palabras lo ofendieron, porque era orgulloso y se jactaba <strong>de</strong> su<br />

virilidad como todos los hititas. Sus jefes se echaron a reír, lo cual lo<br />

ofendió más todavía, <strong>de</strong> manera que pali<strong>de</strong>ció <strong>de</strong> cólera y apretó los<br />

dientes. Pero tenía empeño en mostrarse ante mí bajo un aspecto<br />

favorable, y con la mayor calma posible dijo:<br />

-No soy ningún chiquillo inocente como me crees, sino que mi lanza<br />

ha atravesado ya muchos sacos <strong>de</strong> piel y no creo que tu princesa que<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scontenta cuando le enseñe las costumbres hititas.<br />

Y yo le dije entonces:<br />

-No tengo inconveniente en creer en tu fuerza, pero te equivocas al<br />

afirmar que no has estado nunca enfermo, porque leo en tus ojos que no<br />

estás bien y que tu vientre no está sano.<br />

Es probable que no haya hombre que no se encuentre enfermo si se le<br />

afirma con autoridad e insistencia que no se encuentra bien. Todo el<br />

mundo siente, en efecto, la necesidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarse mimar, y los médicos <strong>de</strong><br />

todos los tiempos lo saben y han sabido aprovecharlo para enriquecerse.<br />

Pero yo tenía, a<strong>de</strong>más, la suerte <strong>de</strong> saber que el agua <strong>de</strong> los manantiales<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto contiene magnesio y que ocasiona diarreas a todos los que<br />

no están acostumbrados a ella. Por esto el príncipe quedó muy extrañado<br />

<strong>de</strong> mis palabras y dijo:


-Te equivocas, Sinuhé el egipcio, porque no me siento en absoluto<br />

enfermo, pese a que tengo que reconocer que mi vientre anda algo suelto<br />

y he tenido que agacharme varias veces durante la jornada. Eres,<br />

ciertamente, más hábil que mi médico, que no se ha dado cuenta <strong>de</strong><br />

nada. -Se llevó la mano a la frente y a los ojos, y dijo-: Verda<strong>de</strong>ramente,<br />

los ojos me brillan, porque he mirado <strong>de</strong>masiado tiempo la arena roja <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>sierto, y mi frente ar<strong>de</strong> y no estoy tan bien como quisiera.<br />

Y yo le dije:<br />

-Tú médico <strong>de</strong>bería prepararte un remedio que te cure y te<br />

proporcione un sueño tranquilo. Las enfermeda<strong>de</strong>s gástricas <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto<br />

son graves y he visto muchos soldados egipcios morir <strong>de</strong> ellas durante su<br />

marcha hacia Siria. Las causas <strong>de</strong> estas enfermeda<strong>de</strong>s se ignoran; unos<br />

dicen que provienen <strong>de</strong>l viento apestado <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto; otros preten<strong>de</strong>n<br />

que proce<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l agua y algunos <strong>de</strong> la langosta. Pero no dudo <strong>de</strong> que<br />

mañana estarás restablecido para proseguir el viaje si tu médico te<br />

administra un buen remedio.<br />

A mis palabras comenzó a reflexionar y entornó los ojos dirigiendo<br />

una mirada a sus jefes y diciéndome con aire infantil:<br />

-Dame tú mismo una buena medicina, Sinuhé, porque pareces<br />

conocer estas enfermeda<strong>de</strong>s mucho mejor que mi médico.<br />

Pero yo no era tan tonto como se imaginaba y levanté los brazos en<br />

signo <strong>de</strong> protesta y dije:<br />

-¡Jamás me atrevería a darte una medicina, porque si empeorabas me<br />

acusarían inmediatamente! Tu médico te cuidará mejor que yo, porque<br />

conoce tu naturaleza y el remedio sencillo.<br />

El sonrió y dijo:<br />

-Tu consejo es bueno, porque quiero comer y beber contigo para que<br />

me hables <strong>de</strong> mi esposa real y <strong>de</strong> las costumbres egipcias, y no quiero<br />

verme obligado a correr a cada momento a agacharme <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la<br />

tienda.<br />

Hizo llamar a su médico, que era un hitita malhumorado y receloso.<br />

Cuando comprobó que no quería rivalizar con él se suavizó y preparó una<br />

poción astringente que, bajo mis consejos, hizo muy fuerte. Yo tenía ya<br />

una i<strong>de</strong>a.<br />

Probó el brebaje y lo ofreció al príncipe.<br />

Yo sabía que el príncipe no estaba enfermo, pero quería que su séquito<br />

lo creyese tal y <strong>de</strong>seaba que su diarrea cesase a fin <strong>de</strong> que el veneno que<br />

me proponía hacerle beber no saliese <strong>de</strong>masiado rápidamente. Antes <strong>de</strong><br />

la comida que el príncipe encargó en mi honor, volví a mi tienda y me<br />

llené el estómago <strong>de</strong> aceite <strong>de</strong> oliva, lo cual es muy <strong>de</strong>sagradable, pero, a<br />

pesar <strong>de</strong> las náuseas, lo bebí para salvar mi vida. Después tomé una<br />

jarrita <strong>de</strong> vino en el que había mezclado veneno y que había vuelto a<br />

precintar y que era tan pequeña que no contenía más que dos vasos <strong>de</strong>


vino. Regresé a la tienda <strong>de</strong>l príncipe y me senté y me entretuve<br />

contando, a pesar <strong>de</strong> mis náuseas, una serie <strong>de</strong> anécdotas divertidas<br />

sobre las costumbres egipcias, para divertir al príncipe y a sus jefes. Y<br />

Shubbatú se rió verda<strong>de</strong>ramente a gusto mostrando sus bellos dientes; y,<br />

dándome palmadas en la espalda, <strong>de</strong>cía:<br />

-Eres un compañero agradable, Sinuhé, pese a que seas egipcio, y te<br />

tomaré como médico real. En verdad que me muero <strong>de</strong> risa y olvido mis<br />

dolores <strong>de</strong> barriga mientras me cuentas las costumbres amorosas <strong>de</strong> los<br />

egipcios, que me parecen <strong>de</strong>stinadas sobre todo a evitar tener hijos. Pero<br />

yo me propongo enseñarles las costumbre hititas y mis jefes tomarán el<br />

mando <strong>de</strong> las provincias en cuanto le haya dado a Baketamon lo que le<br />

pertenece, lo cual será un gran bien para el país. -Se golpeó las rodillas<br />

bebiendo vino, y riéndose, exclamó-: Quisiera que la princesa estuviese<br />

ya acostada sobre mi alfombrilla, porque tus relatos me han excitado<br />

mucho y quisiera hacerla gemir <strong>de</strong> placer. Por el Cielo sagrado y la Tierra<br />

madre, una vez el país <strong>de</strong> Khatti y Egipto no formen más que un imperio,<br />

ningún Estado podrá resistirnos y someteremos a los cuatro continentes.<br />

Pero será necesario primero infiltrar hierro a Egipto y meterle hierro en<br />

el corazón, a fin <strong>de</strong> que se convenza <strong>de</strong> que la muerte vale más que la<br />

vida. ¡Ojalá este momento venga pronto!<br />

Bebió <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber ofrecido una libación al Cielo y otra a la<br />

Tierra, y todos sus compañeros estaban ya un poco ebrios y mis historias<br />

alegres habían <strong>de</strong>svanecido sus sospechas. Y yo aproveché la ocasión<br />

para <strong>de</strong>cir:<br />

-No quiero ofen<strong>de</strong>rte criticando tu vino, Shubbatú, pero no <strong>de</strong>bes<br />

haber probado nunca el vino <strong>de</strong> Egipto, porque, si lo conocieses, todos<br />

los <strong>de</strong>más serían insípidos como el agua en tu boca. Perdóname, pues, si<br />

prefiero beber mi propio vino, porque sólo él me embriaga<br />

convenientemente. Lo llevo siempre conmigo a los festines <strong>de</strong> los<br />

extranjeros.<br />

Sacudí la jarra y rompí el precinto en su presencia y llené mi copa<br />

fingiendo embriaguez; algunas gotas cayeron al suelo y bebí y al terminar<br />

dije:<br />

-He aquí el verda<strong>de</strong>ro vino <strong>de</strong> Menfis, el vino <strong>de</strong> las pirámi<strong>de</strong>s que se<br />

paga a precio <strong>de</strong> oro, fuerte, sabroso y embriagador, sin igual en el mundo.<br />

El vino era verda<strong>de</strong>ramente fuerte y bueno, y yo había añadido mirra,<br />

<strong>de</strong> manera que toda la tienda quedó perfumada, pero en mi lengua<br />

reconocí el sabor <strong>de</strong> la muerte y la copa tembló en mi mano, pero los<br />

hititas lo atribuyeron a mi embriaguez. Shubbatú sintió aumentar su<br />

curiosidad y, tendiéndome la copa, dijo:


-No soy ya un extranjero para ti, puesto que mañana seré tu amo y<br />

señor. Déjame, pues, probar tu vino, a fin <strong>de</strong> que me cerciore <strong>de</strong> que es<br />

tan bueno como preten<strong>de</strong>s.<br />

Pero yo estreché la jarra contra mi pecho y protesté, diciendo:<br />

-No hay para dos ni tengo otra jarra aquí y quiero embriagarme esta<br />

noche, porque es un día <strong>de</strong> júbilo para todo Egipto, ya que es el día <strong>de</strong> la<br />

alianza eterna entre Egipto y el país <strong>de</strong> Khatti.<br />

Y simulando embriaguez comencé a bramar como un asno abrazando<br />

mi jarra, y los hititas reventaban <strong>de</strong> risa y se golpeaban los muslos. Pero<br />

Shubbatú estaba acostumbrado a obtener todo lo que quería y me<br />

suplicó que le hiciese saborear mi vino, <strong>de</strong> manera que acabé por llenar<br />

su copa llorando y vacié la jarra. Y no lloraba en vano, porque temía lo<br />

que iba a ocurrir.<br />

Pero Shubbatú, como si hubiese recelado un peligro, miró a su<br />

alre<strong>de</strong>dor y, a la manera hitita, me tendió la copa, diciendo:<br />

-Prueba mi copa, porque eres mi amigo y quiero testimoniarte mi<br />

favor. No se atrevía a <strong>de</strong>mostrar su <strong>de</strong>sconfianza llamando a su catador<br />

oficial.<br />

Bebí un buen sorbo y él vació la copa y chasqueó la lengua y se recogió<br />

un momento, y <strong>de</strong>spués dijo:<br />

-En verdad, tu vino es fuerte, Sinuhé, y se sube a la cabeza como el<br />

humo y me quema el estómago, pero <strong>de</strong>ja en la boca un sabor amargo<br />

que quiero borrar con el vino <strong>de</strong> las montañas.<br />

Llenó su copa con su vino y la aclaró, y yo sabía que el veneno no haría<br />

su efecto hasta la mañana siguiente, porque su vientre era duro y había<br />

bebido y comido copiosamente.<br />

Bebí tanto como pu<strong>de</strong> fingiendo embriaguez, y <strong>de</strong>spués, al cabo <strong>de</strong><br />

media clepsidra, me hice acompañar a mi tienda y estrechaba contra mi<br />

pecho la jarrita que no quería <strong>de</strong>jar examinar. Una vez los hititas me<br />

hubieron <strong>de</strong>jado sobre mi lecho con toda clase <strong>de</strong> bromas y se hubieron<br />

retirado, me levanté y, metiéndome los <strong>de</strong>dos en la garganta, vomité el<br />

aceite protector y el veneno. Pero mi temor era tal que un sudor frío<br />

corría a lo largo <strong>de</strong> mis miembros y mis rodillas temblaban, y temía que<br />

el veneno hubiese comenzado a obrar. Por esto me hice un lavaje <strong>de</strong><br />

estómago y tomé un contra veneno y acabé vomitando por miedo, sin<br />

necesidad <strong>de</strong> vomitivos. Tuve todavía fuerzas para lavar cuidadosamente<br />

la jarra y hacerla pedazos y enterrar éstos en la arena. Después me tendí<br />

en el lecho sin po<strong>de</strong>r dormir, temblando <strong>de</strong> miedo, y en la oscuridad los<br />

ojos gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Shubbatú me miraban fijos. Porque era verda<strong>de</strong>ramente<br />

un hombre bello, y yo no podía olvidar su risa altiva y juvenil, ni sus<br />

dientes <strong>de</strong> un resplandor tan blanco.


El orgullo hitita vino en mi ayuda, porque al día siguiente Shubbatú,<br />

no sintiéndose bien, rehusó mostrarse e interrumpir el viaje para<br />

<strong>de</strong>scansar. Subió a su litera a costa <strong>de</strong> un gran esfuerzo y consiguió<br />

disimular sus males. Así avanzamos durante toda la jornada y su médico<br />

le administró dos veces astringentes y calmantes que no hicieron sino<br />

aumentar sus dolores y reforzar la acción <strong>de</strong>l veneno, porque una fuerte<br />

diarrea al alba quizá le hubiera salvado todavía la vida.<br />

Pero por la tar<strong>de</strong> cayó en el coma y su mirada se extravió y sus<br />

mejillas se <strong>de</strong>macraron y pali<strong>de</strong>cieron, <strong>de</strong> manera que su médico me<br />

llamó a consulta. Ante el estado <strong>de</strong>l enfermo, no tuve que fingir la<br />

inquietud, porque todo mi cuerpo temblaba, en parte a causa <strong>de</strong>l veneno<br />

que había absorbido. Declaré reconocer la enfermedad <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto,<br />

cuyos primeros síntomas había discernido la víspera, pese a que no me<br />

quiso creer. La caravana se <strong>de</strong>tuvo y cuidamos al príncipe en su litera<br />

dándole remedios y laxantes y colocando piedras calientes sobre su<br />

vientre, pero puse buen cuidado en <strong>de</strong>jar que el médico mezclase las<br />

drogas y las administrase él mismo al enfermo abriéndole a la fuerza los<br />

dientes. Pero yo sabía que iba a morir y no quería más que aliviarle la<br />

muerte, puesto que no podía hacer nada más por él.<br />

A la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> lo llevaron a su tienda y los hititas comenzaron a<br />

lamentarse y <strong>de</strong>sgarrar sus vestiduras y a arrojar arena sobre sus<br />

cabellos y herirse con sus puñales, porque tenían miedo por sus vidas y<br />

sabían que el rey no les perdonaría la muerte <strong>de</strong> su hijo confiado a su<br />

custodia. Yo velaba al lado <strong>de</strong>l príncipe junto con el médico hitita y veía<br />

aquel muchacho, ayer aún tan vigoroso, <strong>de</strong>slizarse lentamente hacia la<br />

muerte.<br />

El médico hitita se rompía la cabeza para hallar la causa <strong>de</strong> aquella<br />

brusca enfermedad, pero los síntomas no diferían <strong>de</strong> los <strong>de</strong> una fuerte<br />

diarrea y nadie podía pensar en el veneno, puesto que yo había bebido en<br />

la misma copa que él. Así nadie sospechó <strong>de</strong> mí y puedo vanagloriarme<br />

<strong>de</strong> haber realizado hábilmente mi cometido para el mayor bien <strong>de</strong><br />

Egipto, pero no sentía el menor orgullo <strong>de</strong> mi habilidad al ver morir al<br />

príncipe Shubbatú.<br />

Al día siguiente recobró el conocimiento y al acercarse la muerte no<br />

era más que un chiquillo enfermo que llama a su madre. Y una voz débil<br />

y lastimera <strong>de</strong>cía:<br />

-Madre, madre, madre mía.<br />

Después sus dolores se calmaron y sonrió con una sonrisa <strong>de</strong> niño y<br />

recordó su sangre real. Hizo llamar a sus jefes y dijo:<br />

3


-No hay que acusar a nadie <strong>de</strong> mi muerte, pues,es causada por la<br />

enfermedad <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto y he sido cuidado por el mejor médico <strong>de</strong>l país<br />

<strong>de</strong> los Khatti. Pero su arte no ha podido salvarme porque es voluntad <strong>de</strong>l<br />

Cielo y la Tierra que muera, y seguramente el <strong>de</strong>sierto no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />

Tierra, sino <strong>de</strong> los dioses <strong>de</strong> Egipto, porque protege a este país. Sabed,<br />

pues, todos, que los hititas no <strong>de</strong>ben penetrar nunca más en el <strong>de</strong>sierto,<br />

porque mi muerte es la prueba <strong>de</strong> ello y otra prueba fue la <strong>de</strong>rrota <strong>de</strong><br />

nuestros carros en el <strong>de</strong>sierto. Por esto <strong>de</strong>béis dar a los médicos regalos<br />

dignos <strong>de</strong> ellos, y tú, Sinuhé, saluda a la princesa Baketamon y dile que la<br />

libero <strong>de</strong> todas sus promesas, lamentando infinitamente no haber<br />

podido llevarla al lecho nupcial por su propio placer y el mío. En verdad<br />

<strong>de</strong>bes transmitirle este saludo, porque al morir pienso en ella como en<br />

una princesa <strong>de</strong> leyenda y muero con su belleza sin edad <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mis<br />

ojos, pese a que yo no la haya visto nunca.<br />

Murió sonriendo, porque, algunas veces, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s dolores<br />

la muerte llega con una beatitud sonriente, y sus ojos, que se extinguían<br />

lentamente, veían maravillosas visiones.<br />

Los hititas metieron su cuerpo en una jarra llena <strong>de</strong> vino y <strong>de</strong> miel,<br />

para llevárselo a la tumba real <strong>de</strong> las montañas don<strong>de</strong> las águilas y los<br />

lobos velan por el reposo <strong>de</strong> los dioses hititas. Todos estaban<br />

emocionados por mi compasión y mis lágrimas, y consintieron sin<br />

inconveniente en darme una tablilla atestiguando que no era en absoluto<br />

responsable <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong>l príncipe Shubbatú y que no había<br />

economizado mis esfuerzos y mis penas por tratar <strong>de</strong> salvarlo. Pusieron<br />

sus sellos en la tablilla, así como el sello <strong>de</strong>l príncipe Shubbatú, a fin <strong>de</strong><br />

que no recayese sobre mí en Egipto la menor sospecha <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong>l<br />

príncipe. Y es porque juzgaban a Egipto como a su propio país y se<br />

imaginaban que la princesa Baketamon me haría matar cuando se<br />

enterase <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> su prometido.<br />

Así fue como salvé verda<strong>de</strong>ramente a Egipto <strong>de</strong>l yugo hitita y hubiera<br />

<strong>de</strong>bido estar contento <strong>de</strong> mí, pero no lo estaba en absoluto y tenía la<br />

impresión <strong>de</strong> que, doquiera que fuese, la muerte me seguía pisándome<br />

los talones. Me había hecho médico para curar y sembrar la vida, y mi<br />

padre y mi madre habían muerto por mi culpa, Minea sucumbió por mi<br />

<strong>de</strong>bilidad, y Merit y el pequeño Thot sucumbieron a causa <strong>de</strong> mi ceguera<br />

y el faraón Akhenaton pereció a causa <strong>de</strong> mi odio y <strong>de</strong> mi amor a Egipto.<br />

Todos los que amé perecieron por culpa mía <strong>de</strong> muerte violenta, así<br />

como el príncipe Shubbatú, a quien había aprendido a querer durante el<br />

tiempo que duró su agonía. Una maldición me acompañaba por doquier.<br />

Regresé a Tanis y <strong>de</strong> allí a Menfis y <strong>de</strong>spués a Tebas. Mi barca abordó<br />

cerca <strong>de</strong> la mansión dorada y me presenté <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Ai y <strong>de</strong> Horemheb,<br />

y les dije:


-Vuestra voluntad ha sido cumplida. El príncipe Shubbatú ha muerto<br />

en el <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong>l Sinaí y ni la menor sombra caerá sobre Egipto.<br />

Ante esta noticia se alegraron mucho, y Ai, tomando una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong><br />

oro <strong>de</strong>l portacetro, me la colocó en el cuello, y Horemheb dijo:<br />

-Ve a ver a la princesa Baketamon, porque si le llevamos esta noticia<br />

no nos creerá y pensará que hemos hecho asesinar al príncipe por celos.<br />

La princesa Baketamon me recibió, y su boca y sus mejillas estaban<br />

pintadas <strong>de</strong> rojo, pero en sus gran<strong>de</strong>s ojos ovalados acechaba la muerte.<br />

Y le dije:<br />

-Tu pretendiente, el príncipe Shubbatú, te ha liberado <strong>de</strong> tus<br />

promesas, porque ha muerto en el <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong>l Sinaí <strong>de</strong> la enfermedad<br />

intestinal <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto, a pesar <strong>de</strong> todos mis cuidados y <strong>de</strong> los <strong>de</strong>l médico<br />

hitita.<br />

Baketamon se arrancó los brazaletes <strong>de</strong> oro <strong>de</strong> sus muñecas y me los<br />

dio, diciéndome:<br />

-Tu mensaje es bueno, Sinuhé, y te doy las gracias por él, porque he<br />

sido consagrada sacerdotisa <strong>de</strong> Sekhmet y mi traje dorado está<br />

preparado ya para la fiesta <strong>de</strong> la Victoria. Pero comienzo a conocer muy<br />

bien esta enfermedad intestinal, Sinuhé, y me acuerdo <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong><br />

mi hermano, el faraón Akhenaton. Por esto te digo que maldito seas,<br />

Sinuhé, y maldito seas para toda la eternidad, que tu tumba sea maldita y<br />

tu nombre olvidado para siempre jamás, porque has hecho <strong>de</strong>l trono <strong>de</strong><br />

los faraones un juguete <strong>de</strong> bandoleros y has profanado para siempre más<br />

la sangre sagrada <strong>de</strong> los faraones.<br />

Yo bajé la cabeza y puse mis manos a la altura <strong>de</strong> las rodillas y dije:<br />

-Que tus palabras sean cumplidas.<br />

Y salí, y ella hizo barrer el suelo <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí hasta el umbral <strong>de</strong> la<br />

mansión dorada.<br />

Entretanto, el cuerpo <strong>de</strong>l faraón Tutankhamon había sido preparado<br />

para la eternidad y Ai encargó a los sacerdotes que lo transportasen<br />

rápidamente a su tumba <strong>de</strong>l Valle <strong>de</strong> los Muertos. Se llevaron ricos<br />

regalos, pero eran pocos, porque Ai había robado mucho. En cuanto se<br />

hubieron puesto los sellos a la tumba <strong>de</strong> este faraón insignificante, Ai dio<br />

por terminado el luto y Horemheb hizo ocupar por sus soldados todas las<br />

plazas <strong>de</strong> Tebas. Pero nadie se opuso a la coronación <strong>de</strong> Al, porque el<br />

pueblo estaba agotado <strong>de</strong> cansancio como un animal arrojado a lanzadas<br />

por una ruta sin fin, y nadie preguntó qué <strong>de</strong>rechos tenía a la corona.<br />

4


Ai fue consagrado faraón por los sacerdotes, a quienes había dado<br />

inmensos regalos y el pueblo lo aclamó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l gran templo <strong>de</strong><br />

Amón, porque había distribuido pan y cerveza, lo cual era un regalo<br />

principesco, tan empobrecido estaba Egipto. Pero eran muchos los que<br />

sabían que el po<strong>de</strong>r real pertenecía a Horemheb y se preguntaban por<br />

qué no habría ceñido la doble corona.<br />

Pero Horemheb sabía lo que hacía, porque la copa <strong>de</strong> los sufrimientos<br />

no estaba vacía aún. En efecto, noticias alarmantes llegaban <strong>de</strong>l país <strong>de</strong><br />

Kush, don<strong>de</strong> habría que guerrear con los negros, y <strong>de</strong>spués habría<br />

todavía que volver a pelear con los hititas a causa <strong>de</strong> Siria. Por esto<br />

Horemheb <strong>de</strong>seaba que el pueblo acusase a Ai <strong>de</strong> todos los sufrimientos<br />

<strong>de</strong>bidos a la guerra, para que <strong>de</strong>spués lo saludara a él como vencedor que<br />

trae <strong>de</strong> nuevo la paz y la prosperidad.<br />

Ai estaba <strong>de</strong>slumbrado por el resplandor <strong>de</strong> sus coronas y gozaba <strong>de</strong><br />

ellas plenamente. Cumplió la promesa hecha a Horemheb el día <strong>de</strong> la<br />

muerte <strong>de</strong>l faraón Akhenaton. Por esto los sacerdotes llevaron el cortejo<br />

a la princesa Baketamon al templo <strong>de</strong> la diosa Sekhmet y la vistieron <strong>de</strong><br />

rojo y la adornaron con las joyas <strong>de</strong> la diosa y la hicieron subir al altar.<br />

Horemheb celebró su triunfo sobre los hititas y fue aclamado por el<br />

pueblo y <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l templo distribuyó ca<strong>de</strong>nas <strong>de</strong> oro a sus soldados y<br />

los licenció. Y <strong>de</strong>spués penetró en el templo y los sacerdotes cerraron las<br />

puertas <strong>de</strong> cobre <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> él. Sekhmet se le apareció bajo los rasgos <strong>de</strong><br />

Baketamon y tomó lo que le pertenecía, porque era soldado y había<br />

esperado mucho tiempo.<br />

Aquella noche Tebas festejó a Sekhmet y el cielo se enrojeció y los<br />

soldados <strong>de</strong> Horemheb vaciaron las tabernas y tugurios y <strong>de</strong>rribaron las<br />

puertas <strong>de</strong> las casas <strong>de</strong> placer. Muchos fueron heridos y los soldados<br />

ebrios provocaron muchos incendios, pero al alba los hombres se<br />

trasladaron al templo <strong>de</strong> Sekhmet para asistir a la salida <strong>de</strong> Horemheb.<br />

Lanzaron gritos en todas las lenguas y blasfemaron <strong>de</strong> sorpresa al ver<br />

aparecer a su jefe, porque Sekhmet había sido fiel a su aspecto <strong>de</strong> leona,<br />

y el rostro, los brazos y los hombros <strong>de</strong> Horemheb estaban llenos <strong>de</strong><br />

arañazos como si una leona lo hubiese <strong>de</strong>sgarrado. Los soldados<br />

estuvieron encantados y lo quisieron más todavía. Pero la princesa<br />

Baketamon, sin mostrarse a la muchedumbre, fue <strong>de</strong>vuelta a palacio por<br />

los sacerdotes.<br />

Tal fue la noche <strong>de</strong> novios <strong>de</strong> mi amigo Horemheb y no sé qué placer<br />

obtuvo <strong>de</strong> ella, porque poco <strong>de</strong>spués reunió sus tropas cerca <strong>de</strong> la<br />

primera catarata para preparar la campaña contra el país <strong>de</strong> Kush. Y<br />

durante esta campaña los sacerdotes <strong>de</strong> Sekhmet no carecieron <strong>de</strong><br />

víctimas, sino que prosperaron y se engordaron, tanto abundaba el vino<br />

y la carne en el templo.<br />

Ai gozaba <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>río y <strong>de</strong>cía:


-Nadie es superior a mí en todo el país <strong>de</strong> Kemi, y poco importa que<br />

muera o viva, porque el faraón no muere jamás, sino que vive<br />

eternamente, y subiré a la barca dorada <strong>de</strong> mi padre Amón. Y me alegro<br />

<strong>de</strong> ello, porque no quisiera que Osiris pesase mi corazón en su balanza, y<br />

sus asesores, los justos babuinos, podrían presentar graves acusaciones<br />

contra mí y lanzar mi alma a las fauces <strong>de</strong>l Devorador. Porque tengo ya<br />

años, y en la oscuridad mis actos se me aparecen a menudo. Felizmente,<br />

no tengo por qué temer la muerte, puesto que soy faraón.<br />

Pero yo le respondí con tono irónico:<br />

-Eres viejo ya y te creía más cuerdo. ¿Crees acaso en serio que el aceite<br />

pestilente <strong>de</strong> los sacerdotes te ha hecho inmortal? En verdad te digo que<br />

con corona o sin ella eres siempre el mismo hombre y la muerte no te<br />

respetará.<br />

El comenzó a gemir, y con voz plañi<strong>de</strong>ra dijo:<br />

-¿ Es, pues, en vano que he cometido tan malas acciones y he<br />

sembrado la muerte a mi alre<strong>de</strong>dor toda mi vida? No, seguramente te<br />

equivocas, Sinuhé, y los sacerdotes me salvarán <strong>de</strong> los abismos <strong>de</strong> los<br />

infiernos y mi cuerpo vivirá eternamente. Mi cuerpo es divino, puesto<br />

que soy faraón y nadie pue<strong>de</strong> reprocharme nada, puesto que soy el<br />

faraón.<br />

Así fue como su razón comenzó a naufragar y no obtuvo ya goce<br />

alguno <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>río. Temiendo por su salud se privaba <strong>de</strong>l vino y se<br />

alimentaba <strong>de</strong> pan seco y leche cocida. Su cuerpo estaba <strong>de</strong>masiado<br />

agotado para gozar <strong>de</strong> las mujeres. Poco a poco comenzó a temer un<br />

atentado y no osaba tocar los alimentos por temor a ser envenenado. Así<br />

sus malda<strong>de</strong>s lo asediaban durante su vejez, y se volvió <strong>de</strong>sconfiado y<br />

cruel y todo el mundo huía <strong>de</strong> él.<br />

Pero el grano <strong>de</strong> cebada comenzaba a germinar en la princesa<br />

Baketamon, y en su cólera y su <strong>de</strong>specho trató <strong>de</strong> matar al hijo que<br />

llevaba en su seno, pero sin conseguirlo. Al término <strong>de</strong> su embarazo dio a<br />

luz a un niño <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s dolores, porque sus ca<strong>de</strong>ras eran<br />

estrechas, y le quitaron a su hijo para que no lo maltratase. Sobre este<br />

chiquillo se contaron muchas historias y hubo quien pretendió incluso<br />

que había nacido con cabeza <strong>de</strong> león, pero yo puedo asegurar que era un<br />

chiquillo normal a quien Horemheb hizo dar el nombre <strong>de</strong> Ramsés.<br />

Horemheb estaba ahora haciendo la guerra en el país <strong>de</strong> Kush y sus<br />

carros causaban gran<strong>de</strong>s estragos entre los negros, que no estaban<br />

acostumbrados a estos artefactos. Incendió sus poblados y sus cabañas y<br />

mandó mujeres y niños como esclavos <strong>de</strong> Egipto, pero alistó a los<br />

hombres e hizo <strong>de</strong> ellos excelentes soldados, puesto que no tenían ya<br />

mujeres ni hijos. Y así reclutó un nuevo ejército en previsión <strong>de</strong> otra<br />

guerra contra los hititas, porque los negros eran robustos y no temían a<br />

la muerte cuando habían bailado al son <strong>de</strong> sus tambores.


Horemheb mandó también a Egipto los rebaños tomados a los negros<br />

y pronto el trigo comenzó a brotar en el país <strong>de</strong> Kemi y los chiquillos no<br />

carecieron ya <strong>de</strong> leche ni los sacerdotes <strong>de</strong> carne para sus sacrificios.<br />

Pero tribus enteras abandonaron sus poblados <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Kush para<br />

huir a las estepas más allá <strong>de</strong> las fronteras, en el país <strong>de</strong> las jirafas y los<br />

elefantes, <strong>de</strong> manera que el país <strong>de</strong> Kush permaneció <strong>de</strong>sierto durante<br />

muchos años. Pero Egipto no sufrió con ello, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los tiempos<br />

<strong>de</strong>l faraón Akhenaton este país no había pagado su tributo, a pesar <strong>de</strong><br />

que en las épocas <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s faraones hubiese sido la mejor fuente <strong>de</strong><br />

riquezas <strong>de</strong> Egipto y más próspero que Siria.<br />

Después <strong>de</strong> una campaña <strong>de</strong> dos años, Horemheb regresó a Tebas con<br />

un rico botín y distribuyó regalos y donativos entre la población, y Tebas<br />

festejó su triunfo durante diez días y diez noches y todo trabajo cesó en la<br />

ciudad, y los soldados ebrios rondaban por las calles balando como<br />

cabras y las mujeres <strong>de</strong> Tebas dieron a luz a muchos hijos <strong>de</strong> piel oscura.<br />

Horemheb tenía a su hijo en brazos y le enseñaba a andar y<br />

orgullosamente <strong>de</strong>cía:<br />

-Mira, Sinuhé, <strong>de</strong> mis flancos ha brotado una nueva dinastía y en las<br />

venas <strong>de</strong> mi hijo corre sangre real, pese a que yo haya nacido con mis<br />

pies en el estiércol.<br />

Fue a ver a Ai, pero éste, presa <strong>de</strong> terror, cerró la puerta y amontonó<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella los muebles y su lecho, gritando:<br />

-Vete, Horemheb, porque soy el faraón y sé que vienes a matarme<br />

para robarme las coronas.<br />

Pero Horemheb se echó a reír y hundió la puerta <strong>de</strong> un puntapié y lo<br />

sacudió entre sus manos diciendo:<br />

-No quiero matarte, viejo zorro, porque eres para mí algo más que un<br />

suegro y tu vida me es preciosa. Debes aguantar todavía el tiempo <strong>de</strong><br />

otra guerra, Ai, pese a que la baba caiga <strong>de</strong> tus labios, a fin <strong>de</strong> que el<br />

pueblo tenga un faraón en quien <strong>de</strong>scargar su cólera.<br />

Horemheb llevó gran<strong>de</strong>s regalos a su esposa Baketamon, arena<br />

aurífera en cestas trenzadas, pieles <strong>de</strong> león que había matado con las<br />

flechas, plumas <strong>de</strong> avestruz y monos vivos, pero ella se negó a mirar<br />

estos regalos y dijo:<br />

-Eres quizá mi marido ante los hombres y te he dado un hijo. Pero<br />

esto <strong>de</strong>be bastarte, porque <strong>de</strong>bes saber que si me tocas escupiré en tu<br />

lecho y te seré infiel como jamás una mujer ha sido infiel a su marido.<br />

Para cubrirte <strong>de</strong> oprobio me acostaré con los esclavos y los faquines y me<br />

divertiré en las plazas públicas <strong>de</strong> Tebas con los borriqueros. Porque<br />

apestas a sangre y tu sola presencia me causa náuseas.<br />

Esta resistencia excitó todavía más la pasión <strong>de</strong> Horemheb, que vino a<br />

exponerme sus preocupaciones y contratiempos. Yo le aconsejé que<br />

ofreciese sus tributos a otras mujeres, pero él protestó con indignación,


porque Baketamon era la única mujer a quien amaba y había <strong>de</strong>seado<br />

durante muchos años, absteniéndose incluso a menudo <strong>de</strong> divertirse con<br />

otras mujeres. Me pidió una droga para inspirar los <strong>de</strong>seos amorosos <strong>de</strong><br />

Baketamon, pero yo me negué a ello. Entonces se dirigió a otros médicos<br />

y le dieron drogas peligrosas que hizo beber a Baketamon y pudo una vez<br />

aprovecharse <strong>de</strong> su sueño para gozar con ella. Pero cuando la abandonó,<br />

ella lo <strong>de</strong>testaba todavía más que antes y le dijo:<br />

-Acuérdate <strong>de</strong> lo que te he dicho, ya estás advertido.<br />

Pero Horemheb se marchó en breve a Siria a preparar la guerra contra<br />

los hititas y <strong>de</strong>cía:<br />

-En Ka<strong>de</strong>sh es don<strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s faraones han plantado los jalones <strong>de</strong><br />

Egipto y no me <strong>de</strong>tendré hasta que mis carros hayan penetrado en<br />

Ka<strong>de</strong>sh en llamas.<br />

Pero al darse cuenta <strong>de</strong> que el grano <strong>de</strong> cebada comenzaba <strong>de</strong> nuevo a<br />

germinar en ella, Baketamon se encerró en sus habitaciones para ocultar<br />

su vergüenza. Le entregaban los alimentos por un ventanillo <strong>de</strong> la puerta,<br />

y cuando el término se acercó tuvieron que vigilarla, porque temían que<br />

quisiera parir sola y <strong>de</strong>sembarazarse <strong>de</strong> su hijo como las mujeres que<br />

<strong>de</strong>positan a sus hijos en cestos <strong>de</strong> mimbre en la corriente <strong>de</strong>l Nilo. Pero<br />

no hizo nada <strong>de</strong> esto y, llamando a los médicos, soportó sonriendo los<br />

dolores <strong>de</strong>l parto y dio a luz otro niño, al que dio el nombre <strong>de</strong> Sethos sin<br />

consultar a Horemheb. Detestaba tanto a este hijo suyo que le dio el<br />

nombre <strong>de</strong> Seth, porque <strong>de</strong>cía había sido engendrado por este espíritu<br />

<strong>de</strong>l mal.<br />

En cuanto estuvo restablecida se hizo perfumar y pintar y vestir <strong>de</strong><br />

lino real y se fue sola al mercado <strong>de</strong> pescado <strong>de</strong> Tebas. E interpelaba a los<br />

conductores <strong>de</strong> las recuas y a los faquines y pescadores y les <strong>de</strong>cía:<br />

-Soy la princesa Baketamon, la esposa <strong>de</strong> Horemheb, el ilustre<br />

capitán. Le he dado dos hijos, pero es un<br />

hombre aburrido y perezoso que apesta a sangre y no siento goce<br />

ninguno con él. Venid, pues, a divertiros conmigo, porque me gustan<br />

vuestras manos callosas, vuestro sano olor <strong>de</strong> estiércol y el olor a<br />

pescado.<br />

Pero los hombres tenían miedo <strong>de</strong> ella y se apartaban, y ella los<br />

perseguía para seducirlos y, mostrándoles su bello pecho, les <strong>de</strong>cía:<br />

-¿No soy acaso suficientemente bella para vosotros? ¿Por qué vaciláis?<br />

Soy quizá vieja y fea, pero no os pido ningún regalo y sí sólo una piedra,<br />

una piedra cualquiera; pero cuanto mayor haya sido vuestro placer<br />

conmigo, más gran<strong>de</strong> tiene que ser la piedra.<br />

Jamás hasta entonces se había visto cosa parecida. Poco a poco los<br />

ojos <strong>de</strong> los hombres comenzaron a brillar y su pasión se inflamó ante la<br />

belleza que se ofrecía a ellos y el olor <strong>de</strong> las sustancias aromáticas se les<br />

subía a la cabeza y se <strong>de</strong>cían:


-Es, ciertamente, una diosa que se nos aparece, porque somos agradables<br />

a sus ojos. Por esto sería falso resistir a su voluntad, porque el placer<br />

que nos ofrece es ciertamente un placer divino.<br />

Y otros dijeron:<br />

-En todo caso, este placer no nos costará caro, porque incluso las<br />

negras exigen por lo menos un trozo <strong>de</strong> cobre. Es seguramente una<br />

sacerdotisa que recoge materiales para erigir un templo a Bastet y<br />

complaceremos a los dioses ejecutando su voluntad.<br />

Y ella se los llevaba poco a poco hacia la ribera y a los cañaverales, al<br />

abrigo <strong>de</strong> las miradas. Y durante todo el día la princesa Baketamon se<br />

divirtió con los hombres <strong>de</strong>l mercado <strong>de</strong> pescado y no los <strong>de</strong>cepcionó,<br />

sino que se aplicó a proporcionarles placer, y ellos le regalaron piedras,<br />

incluso piedras talladas <strong>de</strong> las que se compran en casa <strong>de</strong> los merca<strong>de</strong>res<br />

<strong>de</strong> piedras.<br />

Y ellos <strong>de</strong>cían:<br />

-En verdad que no hemos conocido jamás una mujer parecida, porque<br />

su boca es <strong>de</strong> miel y sus senos son<br />

como manzanas maduras y su abrazo es ardiente como las brasas que<br />

fríen el pescado.<br />

Y le suplicaron que volviese prometiéndole prepararle gruesas<br />

piedras, y ella les sonrió púdicamente dándoles las gracias por su<br />

gentileza y el gran placer que le habían dado. Al regresar por la tar<strong>de</strong> al<br />

palacio dorado tuvo que alquilar una gran barca para transportar todas<br />

las piedras recibidas durante el día.<br />

Al día siguiente, en una gran barca, fue al mercado <strong>de</strong> legumbres e<br />

interpeló a los campesinos que llegaban al alba con sus bueyes y sus<br />

asnos, y cuyas manos eran rudas y tenían la piel curtida por el sol. Y a los<br />

barren<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> las calles y a los vendimiadores les hablaba también<br />

diciéndoles:<br />

-Soy la princesa Baketamón, esposa <strong>de</strong>l ilustre capitán Horemheb.<br />

Pero es un hombre aburrido y holgazán y su cuerpo es impotente, <strong>de</strong><br />

manera que no me proporciona el menor placer. Me maltrata y me priva<br />

<strong>de</strong> mis hijos, y me arroja <strong>de</strong> su casa, <strong>de</strong> manera que no tengo siquiera un<br />

techo sobre mi cabeza. Venid, pues, a divertiros conmigo y<br />

proporcionarme placer, porque no os pido más que una piedra a cada<br />

uno.<br />

Los campesinos y los barren<strong>de</strong>ros y los guardianes negros quedaron<br />

sorprendidos, pero ella les <strong>de</strong>scubrió sus encantos y los llevó hacia los<br />

cañaverales <strong>de</strong> la ribera, y ellos abandonaron sus cestos <strong>de</strong> hortalizas,<br />

sus bueyes, sus asnos y sus escobas para seguirla. Y <strong>de</strong>cían:<br />

-No todos los días se ofrece un tal regalo a un pobre diablo y su piel no<br />

recuerda la <strong>de</strong> nuestras esposas porque huele bien. Estaríamos locos si


no aprovechásemos una ocasión como ésta para darle el placer que nos<br />

pi<strong>de</strong>, puesto que es una mujer abandonada.<br />

Y se divertían con ella y le regalaban piedras, y los campesinos<br />

compraron las piedras <strong>de</strong>l umbral <strong>de</strong> las tabernas, y los guardianes<br />

robaron las losas <strong>de</strong>l edificio <strong>de</strong>l faraón. Pero sentían cierta angustia<br />

porque se <strong>de</strong>cían:<br />

-Si verda<strong>de</strong>ramente es la mujer <strong>de</strong> Horemheb, éste nos matará,<br />

porque es más terrible que un león y es celoso y suspicaz. Pero si somos<br />

muy numerosos no nos podrá matar, y por esto, en interés nuestro, hay<br />

que llevarle muchas piedras.<br />

Y por esto regresaron al mercado <strong>de</strong> hortalizas y contaron lo ocurrido<br />

a sus amigos y los condujeron a la ribera, <strong>de</strong> manera que se formó un<br />

largo sen<strong>de</strong>ro en los cañaverales, y a la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> el cañaveral<br />

estaba como si los hipopótamos se hubiesen acostado en él. El mayor<br />

<strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n reinaba en el mercado <strong>de</strong> hortalizas y se robaban cargamentos<br />

enteros, y los bueyes y los asnos se agitaban porque no tenían qué beber,<br />

y los dueños <strong>de</strong> las tabernas corrían y se arrancaban el cabello<br />

lamentando las piedras que les habían robado. Y entonces la princesa<br />

Baketamón dio las gracias púdicamente a los hombres <strong>de</strong>l mercado por<br />

su gran amabilidad y el placer que le habían proporcionado, y los<br />

hombres cargaron las piedras en la barca, que estuvo a punto <strong>de</strong><br />

zozobrar, y los esclavos tuvieron que penar para atravesar el río hasta la<br />

mansión dorada.<br />

Aquella misma noche todo Tebas sabía que la diosa <strong>de</strong> cabeza <strong>de</strong> gato<br />

se había aparecido al pueblo y había gozado con él, y los rumores más<br />

extraños corrían por la ciudad, porque los hombres que no creían en los<br />

dioses inventaban otras explicaciones.<br />

Al día siguiente la princesa fue al mercado <strong>de</strong> carbón y se divirtió todo<br />

el día, y por la noche la ribera <strong>de</strong>l Nilo estaba negra <strong>de</strong> carbón y<br />

pisoteada, y los sacerdotes <strong>de</strong> muchos pequeños templos se quejaban <strong>de</strong><br />

la impiedad <strong>de</strong> los hombres <strong>de</strong>l mercado <strong>de</strong> carbón, que no vacilaban en<br />

arrancar las piedras <strong>de</strong> los templos y que <strong>de</strong>cían con jactancia:<br />

-En verdad hemos saboreado <strong>de</strong>licias divinas y sus labios se fundían<br />

en nuestras bocas y sus pechos eran<br />

como ascuas en nuestras manos y no sabíamos que pudiese existir en<br />

este mundo un goce parecido.<br />

Pero cuando se extendió por Tebas la noticia <strong>de</strong> que la diosa había<br />

aparecido por tercera vez, una gran inquietud se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> la ciudad, e<br />

incluso los hombres más respetables abandonaban a sus mujeres y<br />

arrancaban las piedras <strong>de</strong> las casas <strong>de</strong>l faraón, <strong>de</strong> manera que al día<br />

siguiente cada hombre llevaba una piedra bajo el brazo esperando con<br />

impaciencia la aparición <strong>de</strong> la diosa <strong>de</strong> cabeza <strong>de</strong> gato. También los


sacerdotes estaban turbados y enviaban guardias con or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> <strong>de</strong>tener a<br />

la mujer que tanto escándalo y agitación causaba.<br />

Pero aquel día la princesa Baketamon no se movió <strong>de</strong> palacio para<br />

<strong>de</strong>scansar <strong>de</strong> sus fatigas y se mostró sonriente y amable, lo cual<br />

sorprendió profundamente a la Corte, porque nadie podía pensar que<br />

fuese ella la mujer misteriosa que aparecía en la ciudad <strong>de</strong> Tebas y se<br />

divertía con los pescadores y barren<strong>de</strong>ros.<br />

Después <strong>de</strong> haber examinado las piedras <strong>de</strong> diferentes tamaños y<br />

colores que había coleccionado, la princesa hizo que llamaran al<br />

arquitecto <strong>de</strong> las caballerizas reales y le dijo:<br />

-He recogido estas piedras en la ribera y son sagradas para mí, y a<br />

cada una <strong>de</strong> ellas va unido un dulce recuerdo, y cuanto mayor es la<br />

piedra, más dulce es el recuerdo. Debes, pues, con estas piedras<br />

construirme un pabellón <strong>de</strong> recreo para que tenga un techo sobre mi<br />

cabeza, porque mi marido me <strong>de</strong>sprecia, como <strong>de</strong>bes saber<br />

probablemente. Quiero que el pabellón sea amplio, con las pare<strong>de</strong>s<br />

elevadas, porque voy a seguir recolectando piedras, y recogeré tantas<br />

como sean necesarias.<br />

El arquitecto era un hombre sencillo y quedó sorprendido, y dijo:<br />

-Noble princesa Baketamon, temo no estar a la altura <strong>de</strong> mi cometido,<br />

porque estas piedras son muy difíciles <strong>de</strong> ajustar, y tendrías que dirigirte<br />

a un constructor <strong>de</strong> templos o a un artista, porque no puedo<br />

comprometer por mi ignorancia la realización <strong>de</strong> tu bello proyecto.<br />

Pero ella tocó púdicamente sus hombros callosos y dijo:<br />

-Constructor <strong>de</strong> las caballerizas reales, no soy más que una pobre<br />

mujer a quien su marido abandona y no tengo medios <strong>de</strong> recurrir a un<br />

gran arquitecto. No podré hacerte un buen regalo como yo quisiera, pero<br />

cuando el pabellón esté terminado irás a verlo conmigo y nos<br />

divertiremos juntos, te lo prometo. No tengo nada que ofrecerte más que<br />

un poco <strong>de</strong> placer, pero tú me lo darás también a mí, porque eres<br />

robusto.<br />

El hombre se quedó vivamente impresionado por estas palabras y<br />

admiró la belleza <strong>de</strong> la princesa y recordó todas las leyendas en que las<br />

princesas se enamoraban <strong>de</strong> hombres sencillos y se divertían con ellos.<br />

Verdad era que tenía miedo <strong>de</strong> Horemheb, pero el <strong>de</strong>seo fue más fuerte<br />

que sus temores y las palabras <strong>de</strong> Baketamon lo halagaban. Por esto se<br />

puso al trabajo con todo su ardor, recurriendo a toda su habilidad y<br />

perdía el sueño buscando combinaciones para todas las piedras. El <strong>de</strong>seo<br />

y el amor hicieron <strong>de</strong> él un verda<strong>de</strong>ro artista, porque cada día veía a la<br />

princesa y su corazón se conmovía, y trabajaba como un insensato,<br />

a<strong>de</strong>lgazándose y <strong>de</strong>macrándose, <strong>de</strong> manera que terminó construyendo<br />

con aquellas piedras un pabellón como no se había visto nunca.


Cuando las piedras se terminaron, Baketamon tuvo que procurarse<br />

más. Por esto iba a Tebas y recibía piedras en las plazas y en la Avenida<br />

<strong>de</strong> los Carneros y también en los parques <strong>de</strong> los templos, y pronto no<br />

hubo lugar en Tebas don<strong>de</strong> ella no hubiese mendigado piedras. Para<br />

terminar, los sacerdotes y los guardianes acabaron sorprendiéndola y<br />

quisieron llevarla ante los jueces, pero ella, levantando orgullosamente la<br />

cabeza, dijo:<br />

-Soy la princesa Baketamón y quisiera ver quién se atrevería a ser mi<br />

juez, porque por mis venas corre la sangre sagrada <strong>de</strong> los faraones y soy<br />

la here<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> los faraones. Pero no os castigaré por vuestra imbecilidad,<br />

y me divertiré a gusto con vosotros, porque sois fuertes y robustos, pero<br />

cada uno <strong>de</strong> vosotros tendrá que regalarme una piedra, que tomaréis en<br />

la casa <strong>de</strong> los jueces o en el templo, y cuanto mayor sea la piedra más<br />

placer os daré, y cumpliré mi promesa, porque soy ya muy hábil en el<br />

arte <strong>de</strong> amar.<br />

Los guardias la miraron y la locura se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> ellos como <strong>de</strong> los<br />

otros hombres, y con sus lanzas soltaron las gruesas piedras <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong><br />

los jueces y <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> Amón y se las llevaron, y ella cumplió<br />

generosamente su promesa. Pero <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir en su favor que jamás se<br />

comportó con <strong>de</strong>sfachatez recogiendo las piedras, y una vez se había<br />

divertido con los hombres se velaba púdicamente y bajaba los ojos y no<br />

permitía a nadie que la tocase. Pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> este inci<strong>de</strong>nte tuvo que<br />

entrar en las casas <strong>de</strong> placer para reunir las piedras sin que nadie la<br />

inquietase, y los dueños sacaron <strong>de</strong> ella gran provecho.<br />

En aquel tiempo todo el mundo sabía ya lo que hacía la princesa<br />

Baketamon y la gente <strong>de</strong> la Corte iba en secreto a ver el pabellón que se<br />

levantaba en el parque. Al ver la altura <strong>de</strong> los muros y el número <strong>de</strong><br />

piedras, las damas <strong>de</strong> la Corte se llevaban la mano a la boca y lanzaban<br />

exclamaciones <strong>de</strong> sorpresa. Pero nadie se atrevía a hablar <strong>de</strong> ello a la<br />

princesa, y cuando Ai fue informado <strong>de</strong> la conducta <strong>de</strong> la princesa<br />

Baketamon, en lugar <strong>de</strong> intervenir con una reprimenda sintió en su<br />

locura senil un gran júbilo, porque sabía que para Horemheb sería todo<br />

aquello una tremenda humillación.<br />

Y Horemheb seguía haciendo la guerra en Siria y recuperó <strong>de</strong> los<br />

hititas Sidón, Simyra y Biblos, y mandó muchos esclavos y botín a Egipto<br />

y expidió ricos presentes para su mujer. Todo el mundo sabía ya en<br />

Tebas lo que ocurría en la mansión dorada, pero nadie tenía la osadía<br />

suficiente para informar <strong>de</strong> ello a Horemheb, y los hombres que había<br />

colocado en el palacio para velar por sus intereses cerraban los ojos<br />

sobre la conducta <strong>de</strong> Baketamon, diciendo:<br />

-Es una cuestión <strong>de</strong> familia y valdría más meter la mano bajo la muela<br />

<strong>de</strong> un molino que intervenir en una<br />

querella entre marido y mujer.


Por esto Horemheb ignoró todo lo ocurrido, y creo que fue una suerte<br />

para Egipto, porque el conocimiento <strong>de</strong> la conducta <strong>de</strong> Baketamon<br />

hubiera turbado consi<strong>de</strong>rablemente su calma durante las operaciones<br />

militares.<br />

He hablado extensamente <strong>de</strong> lo ocurrido durante el reinado <strong>de</strong> Ai y<br />

poco <strong>de</strong> mí. Pero es natural, porque no tengo gran cosa que añadir. En<br />

efecto, la corriente <strong>de</strong> mi vida no hervía ya, iba calmándose y se <strong>de</strong>slizaba<br />

como agua mansa. Vivía tranquilamente con Muti en la casa que había<br />

hecho construir <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l incendio; mis piernas estaban cansadas <strong>de</strong><br />

correr las rutas polvorientas, mis ojos fatigados <strong>de</strong> ver la inquietud <strong>de</strong><br />

este mundo y mi corazón harto <strong>de</strong> ver la vanidad <strong>de</strong> los hombres. Por<br />

esto vivía retirado en mi casa y no recibía enfermos, pero cuidaba a los<br />

vecinos y a los que no tenían dinero para pagar un médico. Hice abrir un<br />

nuevo estanque en el patio y puse en él peces <strong>de</strong> colores variados, y<br />

pasaba días enteros sentado bajo el sicómoro, mientras los asnos<br />

rebuznaban en la calle y los chiquillos jugaban en el polvo mirando los<br />

peces que nadaban lentamente por el agua fresca. El sicómoro,<br />

ennegrecido por el incendio, comenzó a echar brotes nuevos y Muti me<br />

cuidaba bien y me preparaba buenos platos y me servía vino con<br />

mo<strong>de</strong>ración velando por mi bienestar y mi sueño.<br />

Pero la comida no tenía ya sabor en mi boca ni el vino me causaba<br />

ningún placer, sino que me recordaba todas mis malas acciones y el<br />

rostro moribundo <strong>de</strong>l faraón Akhenaton y los rasgos juveniles <strong>de</strong>l<br />

príncipe Shubbatú en la frescura <strong>de</strong> los atar<strong>de</strong>ceres. Por esto renunciaba<br />

a cuidar a los enfermos, porque mis manos estaban malditas y sembraba<br />

la muerte a pesar mío. Miraba los peces <strong>de</strong>l estanque y los envidiaba,<br />

porque tienen la sangre fría y viven en el agua sin respirar el aire<br />

abrasador <strong>de</strong> la tierra.<br />

Sentado en el jardín contemplando los peces le <strong>de</strong>cía a mi corazón:<br />

«Cálmate, corazón insensato, porque no tienes la culpa, y todo lo que<br />

pasa en el mundo es insensato, y la bondad y la maldad no tienen<br />

sentido, y la codicia, el odio y la pasión dominan por doquier. No es<br />

culpa tuya, Sinuhé, porque el hombre permanece el mismo y no cambia.<br />

Los años pasan y los hombres nacen y mueren y su vida es como un<br />

soplo cálido y no son felices viviendo, sino que lo son tan sólo al morir.<br />

Por esto nada es más vano que la vida humana. En vano sumerges al<br />

hombre en la corriente <strong>de</strong>l tiempo, su corazón no cambia y sale <strong>de</strong> la<br />

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corriente tal como ha entrado en ella. En vano lo pones a prueba en la<br />

guerra y la miseria, en la peste y los incendios, en los dioses y las lanzas,<br />

porque sólo consigue endurecerse con estas pruebas hasta llegar a ser<br />

más malvado que un cocodrilo, y por esto sólo el hombre muerto es el<br />

hombre bueno.»<br />

Pero mi corazón protestaba y <strong>de</strong>cía:<br />

«Mira estos peces, Sinuhé; pero mientras vivas no te <strong>de</strong>jaré en paz,<br />

porque cada día te diré: "Tú eres el culpable", y cada noche <strong>de</strong> tu vida te<br />

diré: "Tú eres el culpable, Sinuhé", porque yo, tu corazón, soy más<br />

insaciable que un cocodrilo y quiero que tu medida esté colmada.»<br />

Y yo me enojaba contra mi corazón y le <strong>de</strong>cía:<br />

«Eres un corazón alocado y estoy cansado <strong>de</strong> ti también, porque no<br />

me has causado más que contrarieda<strong>de</strong>s y fatigas, dolores y tormentos<br />

cada día <strong>de</strong> mi vida. Sé muy bien que mi razón es asesina y tiene las<br />

manos negras, pero mis asesinatos son pequeños comparados con todos<br />

los que se cometen en este mundo, y nadie me acusa <strong>de</strong> ellos. Por esto no<br />

comprendo que me estés reiterando mi culpabilidad sin <strong>de</strong>jarme en paz,<br />

porque, ¿quién soy yo para curar el mundo y modificar la naturaleza <strong>de</strong>l<br />

hombre?»<br />

Pero mi corazón dijo:<br />

«No hablo <strong>de</strong> tus muertes ni te acuso <strong>de</strong> ellas, pese a que día y noche<br />

te repita: "¡Culpable, culpable!" Millares y millares <strong>de</strong> personas han<br />

muerto por tu culpa. Han sucumbido al hambre y a la peste, a las armas<br />

y a las heridas, a las ruedas <strong>de</strong> los carros <strong>de</strong> asalto y a la fatiga en los<br />

caminos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto. Por tu culpa los niños han muerto en el seno<br />

materno, por tu culpa los palos han caído sobre las espaldas curvadas,<br />

por tu culpa la injusticia se mofa <strong>de</strong>l <strong>de</strong>recho, por tu culpa la codicia<br />

vence la generosidad, por tu culpa los ladrones reinan sobre este mundo.<br />

Innumerables son los que han perecido por tu causa, Sinuhé. El olor <strong>de</strong><br />

su piel es diferente y sus lenguas no están hechas con las mismas<br />

palabras, pero han muerto inocentes porque no tenían tu saber, y todos<br />

los que han muerto y mueren son tus hermanos y mueren por tu culpa, y<br />

sólo tú eres el responsable. Por esto tus lágrimas turban tu sueño y te<br />

quitan el gusto <strong>de</strong> la comida y corrompen tus placeres.»<br />

Pero yo endurecí mi espíritu y dije:<br />

«Los peces son mis hermanos, porque no dicen vanas palabras. Los<br />

lobos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto son mis hermanos y los leones feroces y <strong>de</strong>voradores<br />

son mis hermanos, pero no los hombres, porque saben lo que hacen.»<br />

Mi corazón se burló <strong>de</strong> mí y dijo:<br />

«¿Crees que verda<strong>de</strong>ramente saben lo que hacen? Tú, tú lo sabes,<br />

porque posees el saber, y por esto te atormentaré hasta que sea llegada la<br />

hora <strong>de</strong> tu muerte a causa <strong>de</strong> tu saber, pero los <strong>de</strong>más no lo saben. Por<br />

esto eres culpable, Sinuhé.»


Entonces lancé gritos y rasgué mis vestiduras diciendo:<br />

«¡Maldito sea mi saber, malditas sean mis manos, malditos sean mis<br />

ojos; pero, sobre todo, maldito sea mi corazón, que no me <strong>de</strong>ja en paz y<br />

forma contra mí acusaciones! Traedme sin tardar la balanza <strong>de</strong> Osiris<br />

para pesar mi corazón pérfido y que los cuarenta babuinos juntos<br />

pronuncien su sentencia contra mí, porque tengo más confianza en ellos<br />

que en mi miserable corazón. »<br />

Muti salió <strong>de</strong> la cocina y, mojando en el estanque una tela, me puso<br />

compresas frías sobre la frente. Me llenó <strong>de</strong> reproches, me acostó y me<br />

hizo beber pociones amargas que me calmaron. Estuve mucho tiempo<br />

enfermo y Muti me cuidó con abnegación, mientras yo <strong>de</strong>liraba<br />

hablándole <strong>de</strong> Osiris y su balanza y <strong>de</strong> Merit y <strong>de</strong> Thot. Muti me<br />

prohibió permanecer en el jardín con la cabeza <strong>de</strong>scubierta bajo el sol,<br />

porque mis cabellos habían caído y mi calvicie me hacía propenso a las<br />

insolaciones. Pero yo me había sentado a la sombra <strong>de</strong>l sicómoro para<br />

observar los peces que eran mis hermanos.<br />

Una vez curado me volví más taciturno y melancólico que antes, pero<br />

hice las paces con mi corazón, que <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> atormentarme. No hablé más<br />

<strong>de</strong> Merit ni <strong>de</strong> Thot, <strong>de</strong> quienes conservaba el recuerdo y sabía que<br />

habían tenido que perecer para que mi medida fuese colmada y me<br />

quedase solo, porque si hubiesen permanecido a mi lado hubiera estado<br />

satisfecho y contento. Pero yo estaba <strong>de</strong>stinado a estar solo según la<br />

medida que me había sido atribuida y por esto la noche <strong>de</strong> mi nacimiento<br />

bajé solo en mi cesta por la corriente <strong>de</strong>l río.<br />

Un día abandoné mi casa disfrazado <strong>de</strong> pobre y no regresé a ella.<br />

Comencé a hacer <strong>de</strong> faquín en los muelles y mi espalda estaba cansada y<br />

dolorida. Fui al mercado a recoger las hortalizas podridas para<br />

alimentarme y me contraté en casa <strong>de</strong> los herreros para hacer funcionar<br />

el fuelle. Trabajé como un esclavo y un faquín. Y <strong>de</strong>cía:<br />

-No hay diferencia entre los hombres y todos nacemos <strong>de</strong>snudos. Y no<br />

se pue<strong>de</strong> medir a los hombres por el color <strong>de</strong> su piel o el sonido <strong>de</strong> su<br />

lengua, ni por sus ropas o sus joyas, sino únicamente por su corazón. Por<br />

esto un hombre bueno es mejor que uno malo, y el <strong>de</strong>recho es mejor que<br />

la injusticia, y esto es todo lo que sé.<br />

Pero la gente se reía diciendo:<br />

-Estás loco, Sinuhé, al trabajar como esclavo cuando sabes leer y escribir.<br />

Has cometido ciertamente crímenes puesto que te escon<strong>de</strong>s entre<br />

nosotros, y tus palabras apestan a Atón, cuyo nombre no <strong>de</strong>be ser<br />

pronunciado. Pero no te <strong>de</strong>nunciaremos; permanecerás entre nosotros<br />

para divertirnos con tus ridículos discursos. Pero <strong>de</strong>ja ya <strong>de</strong><br />

compararnos a los sirios pestilentes o a los negros grasientos, porque al<br />

fin y al cabo somos egipcios y estamos orgullosos <strong>de</strong> nuestro color y<br />

nuestra lengua, <strong>de</strong> nuestro pasado y <strong>de</strong> nuestro porvenir.


Y yo les dije:<br />

-No tenéis razón, porque mientras un hombre se glorifique a sí mismo<br />

y se consi<strong>de</strong>re mejor que los <strong>de</strong>más, las cuerdas y los bastonazos, las<br />

lanzas y los cuervos continuarán persiguiendo a la Humanidad. El<br />

hombre <strong>de</strong>be ser pesado según su corazón, y todos los corazones se valen<br />

porque todas las lágrimas están hechas con la misma agua salada, las <strong>de</strong><br />

los negros y las <strong>de</strong> los <strong>de</strong> color pardo, las <strong>de</strong> los sirios y los negros, las <strong>de</strong>l<br />

pobre y las <strong>de</strong>l rico.<br />

Pero ellos se reían, golpeándose los muslos, y <strong>de</strong>cían:<br />

-En verdad estás loco y has vivido en un saco. Porque el hombre no<br />

pue<strong>de</strong> vivir si no se consi<strong>de</strong>ra superior a los <strong>de</strong>más, y no hay miserable<br />

que no se crea mejor que otro. Uno se jacta <strong>de</strong> la habilidad <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos,<br />

otro <strong>de</strong> la anchura <strong>de</strong> sus espaldas, el ladrón <strong>de</strong> la habilidad <strong>de</strong> su<br />

astucia, el juez <strong>de</strong> su justicia, el avaro <strong>de</strong> su avaricia, el pródigo <strong>de</strong> su<br />

prodigalidad, la mujer <strong>de</strong> su virtud, la mujer <strong>de</strong> placer <strong>de</strong> su naturaleza<br />

generosa. Y nada regocija tanto al hombre como saberse superior a otro<br />

en lo que sea. Así, estamos encantados <strong>de</strong> sabernos más inteligentes que<br />

tú y más astutos, pese a que seamos unos pobres parias y unos esclavos y<br />

tú sepas leer y escribir.<br />

Y yo dije:<br />

-Y, sin embargo, la justicia vale más que la injusticia.<br />

Pero ellos contestaron con amargura:<br />

-Si matamos a un patrono duro porque nos azota y nos roba la comida<br />

y mata <strong>de</strong> hambre a nuestras mujeres y nuestros hijos, cometemos una<br />

acción buena y justa, pero vienen los guardias y nos arrastran <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

los jueces y nos cortan las orejas y la nariz y nos cuelgan con la cabeza<br />

hacia abajo.<br />

Me hicieron dar pescado frito por sus mujeres y bebí su cerveza, y<br />

dije:<br />

-Un asesinato es el acto más vil que pue<strong>de</strong> cometerse, sea cual sea el<br />

motivo.<br />

Entonces se pusieron la mano <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la boca y miraron a su<br />

alre<strong>de</strong>dor y dijeron:<br />

-No queremos matar a nadie, pero si quieres curar a los hombres <strong>de</strong><br />

su maldad y mejorarlos, dirígete a los ricos y po<strong>de</strong>rosos y a los jueces <strong>de</strong>l<br />

faraón, porque en ellos encontrarás más maldad e injusticia que en<br />

nosotros. Pero no nos acuses si te cortan la nariz y las orejas o te mandan<br />

a las minas o te cuelgan con cabeza hacia abajo, porque tus palabras son<br />

peligrosas. Es cierto que Horemheb, nuestro gran capitán, te haría<br />

con<strong>de</strong>nar a muerte en el acto si oyera lo que dices, porque nada es más<br />

honroso que matar a un enemigo en la guerra.<br />

Seguí, sin embargo, sus consejos, y vestido como un pobre, con los<br />

pies <strong>de</strong>scalzos, recorrí las calles <strong>de</strong> Tebas y hablé con los merca<strong>de</strong>res que


mezclaban arena a su harina, y a los molineros que ponían una mordaza<br />

a sus esclavos para impedirles comer trigo, y me dirigí también a los<br />

jueces que robaban la herencia <strong>de</strong> los huérfanos y dictaban sentencias<br />

inicuas para recibir gran<strong>de</strong>s dádivas. Les hablaba a todos y les<br />

reprochaba sus actos y su<br />

maldad, y me escuchaban con profunda sorpresa, diciendo:<br />

-¿Quién es en el fondo este Sinuhé que habla con tanta osadía, pese a<br />

que vaya vestido como un esclavo? Seamos pru<strong>de</strong>ntes, porque <strong>de</strong>be <strong>de</strong><br />

ser sin duda un espía <strong>de</strong>l faraón, para osar expresarse con tanta<br />

franqueza.<br />

Y por esto me escucharon y me invitaron a sus casas y me hicieron<br />

regalos, y los jueces me pidieron consejos y dictaron sentencias en favor<br />

<strong>de</strong> los pobres y en contra <strong>de</strong> los ricos, lo cual suscitó un vivo <strong>de</strong>scontento,<br />

y en Tebas se <strong>de</strong>cía:<br />

-No pue<strong>de</strong> uno fiarse ni <strong>de</strong> los jueces, porque son más pérfidos que los<br />

ladrones que juzgan.<br />

Pero los nobles se burlaron <strong>de</strong> mí y me lanzaron sus perros y sus<br />

esclavos me echaron a bastonazos, <strong>de</strong> manera que mi vergüenza era<br />

gran<strong>de</strong> y corrí por las calles <strong>de</strong> Tebas con mis vestiduras <strong>de</strong>sgarradas y<br />

mis muslos ensangrentados.<br />

Los comerciantes y los jueces, al verme en aquel estado, perdieron<br />

toda confianza en mí y no creyeron ya mis palabras, sino que llamaron a<br />

los guardias para echarme, y me dijeron:<br />

-Si vienes otra vez a lanzarnos acusaciones gratuitas te con<strong>de</strong>naremos<br />

como propagandista <strong>de</strong> falsos rumores y excitador <strong>de</strong>l pueblo.<br />

Así fue como regresé a mi hogar <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber comprobado la<br />

vanidad <strong>de</strong> todos mis esfuerzos, porque mi muerte no hubiera sido útil a<br />

nadie. Y <strong>de</strong> nuevo me senté bajo el sicómoro y contemplé los peces<br />

mudos, cuyo aspecto me calmaba, mientras los asnos rebuznaban en la<br />

calle y los chiquillos jugaban a la guerra y se lanzaban excrementos <strong>de</strong><br />

asno. Kaptah acudió a verme, porque finalmente se había aventurado a<br />

entrar en Tebas. Llegó majestuosamente en una litera llevada por doce<br />

esclavos negros, sentado sobre muelles almohadones, y un ungüento<br />

precioso bañaba su frente y corría por su rostro para evitarle oler la<br />

pestilencia <strong>de</strong>l barrio <strong>de</strong> los pobres. Había engordado y un orfebre le<br />

había confeccionado un ojo <strong>de</strong> oro y pedrería <strong>de</strong>l cual estaba muy<br />

orgulloso, pese a que algunas veces le molestase, y se lo quitó en cuanto<br />

estuvo sentado bajo mi sicómoro.<br />

Lloró <strong>de</strong> júbilo al verme y me abrazó, y cuando se sentó en el taburete<br />

traído por Muti lo aplastó con su peso. Me contó que la guerra <strong>de</strong> Siria<br />

tocaba a su fin y que Horemheb había puesto sitio a Ka<strong>de</strong>sh. Kaptah<br />

había acumulado una inmensa fortuna en Siria y comprado un gran<br />

palacio en el barrio <strong>de</strong> los nobles, y centenares <strong>de</strong> esclavos trabajaban


para arreglarlo a su conveniencia, porque no quería ya ser dueño <strong>de</strong> una<br />

taberna <strong>de</strong>l puerto. Y me dijo:<br />

-En Tebas se habla muy mal <strong>de</strong> ti, dueño mío, y te acusan <strong>de</strong> excitar al<br />

pueblo contra Horemheb, y los nobles y los jueces están irritados contra<br />

ti, porque los acusas en falso. Te aconsejo que seas pru<strong>de</strong>nte, porque si<br />

sigues propalando estas versiones te enviarán a las minas. Es posible que<br />

no se atrevan a atacarte abiertamente porque eres amigo <strong>de</strong> Horemheb,<br />

pero pue<strong>de</strong> ocurrir que peguen fuego a tu casa <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberte dado<br />

muerte, si continúas excitando a los pobres contra los ricos. Cuéntame,<br />

pues, lo que te atormenta y te ha metido hormigas en el cerebro, a fin <strong>de</strong><br />

que pueda ayudarte como conviene.<br />

Bajé la cabeza y le conté lo que había pasado. Me escuchó con la<br />

cabeza baja y, cuando hube terminado, dijo:<br />

-Sabía que eras un hombre sencillo y alocado, ¡oh dueño mío!, pero<br />

creía que tu locura se curaría con la edad. Mas veo que no hace más que<br />

empeorar, pese a que hayas comprobado con tus propios ojos todo el mal<br />

hecho por Atón. Yo creo que sufres por tu inacción, que te <strong>de</strong>ja<br />

<strong>de</strong>masiado tiempo para pensar. Por esto <strong>de</strong>berías volver a curar a los<br />

enfermos, porque un solo enfermo curado te causaría más alegría que tus<br />

palabras, que son peligrosas para ti y para los que seduces. Pero si no<br />

quieres trabajar podrías buscarte otro pasatiempo como los ricos<br />

ociosos. Como cazador <strong>de</strong> hipopótamos no valdrías nada, y sin duda el<br />

olor <strong>de</strong> los gatos te incomoda, <strong>de</strong> lo contrario podrías seguir el consejo <strong>de</strong><br />

Pepitamon, que ha adquirido gran renombre como criador <strong>de</strong> gatos <strong>de</strong><br />

lujo. Pero, ¿quién te impi<strong>de</strong> recopilar viejos textos y establecer un<br />

catálogo <strong>de</strong> ellos o coleccionar objetos y joyas proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> la época <strong>de</strong><br />

las pirámi<strong>de</strong>s? Podrías buscar los instrumentos <strong>de</strong> música <strong>de</strong> los sirios o<br />

los ídolos negros traídos por los soldados <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Kush. En verdad,<br />

Sinuhé, que existen mil maneras <strong>de</strong> matar el tiempo para evitar verte<br />

obsesionado por vanas i<strong>de</strong>as, y las mujeres y el vino no son los peores<br />

remedios. Por Amón, juega a los dados, gasta tu oro con las mujeres,<br />

embriágate, haz cualquier cosa, pero <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> atormentarte por nada. -Y<br />

añadió- : En este mundo nada es perfecto, la corteza <strong>de</strong>l pan está<br />

quemada, cada fruto oculta un gusano y el vino da dolor <strong>de</strong> cabeza. Por<br />

esto no hay tampoco justicia perfecta y las buenas intenciones pue<strong>de</strong>n<br />

tener consecuencias <strong>de</strong>sastrosas y las buenas acciones acarrean la<br />

muerte, como te lo ha <strong>de</strong>mostrado el ejemplo <strong>de</strong> Akhenaton. Pero fíjate<br />

en mí, me contento con mi suerte mo<strong>de</strong>sta y engordo en buena armonía<br />

con los dioses, y los hombres y los jueces se inclinan ante mí y la gente<br />

me alaba, y en cambio los perros levantan la pata sobre tu pantorrilla.<br />

Cálmate, Sinuhé, dueño mío, porque no es tuya la culpa <strong>de</strong> que el mundo<br />

sea como es.


Yo veía su obesidad y su riqueza y le envidiaba su serenidad, pero le<br />

dije:<br />

-Tienes razón, Kaptah, voy a trabajar <strong>de</strong> nuevo en mi profesión, pero<br />

cuéntame si la gente se acuerda todavía <strong>de</strong> Atón para mal<strong>de</strong>cirlo, porque<br />

has pronunciado este nombre y está prohibido mencionarlo.<br />

Y él dijo:<br />

-En verdad Atón ha sido olvidado en cuanto se han hundido las<br />

columnas <strong>de</strong> la Ciudad <strong>de</strong>l Horizonte. Pero he visto artistas que han<br />

permanecido fieles al estilo <strong>de</strong> Atón y existen narradores que cuentan<br />

leyendas peligrosas, y algunas veces se ven dibujadas en la arena algunas<br />

cruces <strong>de</strong> Atón, así como en las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los<br />

urinarios públicos, <strong>de</strong> manera que Atón no está quizá tan olvidado como<br />

podría creerse.<br />

-Bien, Kaptah, según tus consejos voy a reanudar mi profesión, y<br />

comenzaré a coleccionar, pero como no quiero imitar a nadie<br />

coleccionaré a los hombres que se acuer<strong>de</strong>n todavía <strong>de</strong> Atón.<br />

Pero Kaptah creyó que bromeaba, porque se acordaba todavía <strong>de</strong> todo<br />

el mal que Atón había causado a Egipto y a mí. Muti nos sirvió vino y<br />

conversamos agradablemente, pero a poco vinieron los esclavos a<br />

levantar a Kaptah, que a causa <strong>de</strong> su obesidad no podía incorporarse<br />

solo. Se marchó, más al día siguiente me mandó gran<strong>de</strong>s regalos que me<br />

hicieron la vida fácil e incluso lujosa, <strong>de</strong> manera que nada hubiera<br />

faltado a mi felicidad si hubiera sido capaz <strong>de</strong> alegrarme.<br />

Así fue como hice poner <strong>de</strong> nuevo mi emblema <strong>de</strong> médico en mi<br />

puerta, y los enfermos me pagaban según sus medios, y no pedía nada a<br />

los pobres, <strong>de</strong> manera que el patio <strong>de</strong> mi casa estaba lleno <strong>de</strong> la mañana<br />

a la noche. Al cuidarlos los interrogaba pru<strong>de</strong>ntemente sobre Atón,<br />

porque no quería ni asustarlos ni incitarlos a propalar rumores enojosos,<br />

porque mi reputación era ya bastante mala en Tebas. Pero no tardé en<br />

darme cuenta <strong>de</strong> que Atón había caído completamente en el olvido y que<br />

nadie lo entendía ya, aparte los violentos y las víctimas <strong>de</strong> una injusticia,<br />

que no veían en él y en su cruz más que una manera mágica <strong>de</strong> vengarse.<br />

Después <strong>de</strong> la crecida, murió el sacerdote Ai, y se dijo que había<br />

muerto <strong>de</strong> hambre, porque en su miedo al veneno no osaba comer nada,<br />

ni siquiera el pan que él mismo se fabricaba, porque creía que los granos<br />

<strong>de</strong> trigo habían sido envenenados mientras crecían en los campos.<br />

Entonces Horemheb puso fin a la guerra <strong>de</strong> Siria y <strong>de</strong>jó Ka<strong>de</strong>sh a los<br />

6


hititas, puesto que no podía apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong> ella, y entró en triunfo en<br />

Tebas para celebrar sus victorias. No consi<strong>de</strong>raba a Ai como un<br />

verda<strong>de</strong>ro faraón y, por consiguiente, no or<strong>de</strong>nó duelo público, sino que<br />

proclamó inmediatamente que Ai había sido un falso faraón, que por sus<br />

guerras continuas y sus exacciones fiscales había causado a Egipto<br />

in<strong>de</strong>cibles sufrimientos. Poniendo fin a la guerra y cerrando las puertas<br />

<strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> Sekhmet inmediatamente <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> Ai,<br />

consiguió convencer al pueblo <strong>de</strong> que él no había querido la guerra, sino<br />

que había obe<strong>de</strong>cido al malvado faraón. Y por esto el pueblo lo aclamó a<br />

su regreso.<br />

En cuanto llegó a Tebas, Horemheb me hizo llamar y me dijo: -<br />

Sinuhé, amigo mío, soy más viejo que cuando nos separamos y a menudo<br />

he estado atormentado por tus palabras y tus reproches <strong>de</strong> ser un<br />

hombre sanguinario y perjudicar a Egipto. Pero he conseguido mis fines<br />

y he restaurado el po<strong>de</strong>río <strong>de</strong> Egipto, <strong>de</strong> manera que ningún peligro<br />

exterior lo amenaza porque he quebrado la lanza <strong>de</strong> los hititas y <strong>de</strong>jo a<br />

mi hijo Ramsés la tarea <strong>de</strong> apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong> Ka<strong>de</strong>sh, porque estoy harto <strong>de</strong><br />

guerras y quiero consolidar el trono <strong>de</strong> mi hijo. Es cierto que Egipto está<br />

sucio como el establo <strong>de</strong> un pobre, pero pronto verás cómo hago sacar el<br />

estiércol y sustituir la injusticia por la justicia, y cada cual recibirá la<br />

medida <strong>de</strong> sus méritos. En verdad, Sinuhé, quiero restaurar los buenos<br />

viejos tiempos y todo volverá a ser como antes. Por esto haré borrar <strong>de</strong> la<br />

lista <strong>de</strong> los soberanos los nombres <strong>de</strong> Tutankhamon y Ai, <strong>de</strong> la misma<br />

manera que ha sido suprimido ya el <strong>de</strong> Akhenaton, y sus reinos serán<br />

como si no hubiesen existido jamás, y haré comenzar mi reino en la<br />

noche <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong>l gran faraón, cuando llegué a Tebas con la lanza<br />

en la mano, mientras mi halcón volaba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí.<br />

Se sintió melancólico y se cogió la cabeza con las manos, y la guerra<br />

había trazado surcos en su rostro y sus ojos no expresaban ninguna<br />

alegría cuando dijo:<br />

-En verdad el mundo es muy diferente <strong>de</strong> lo que era cuando nuestra<br />

juventud, y el pobre tenía su medida llena y el aceite y la grasa no<br />

faltaban en las cabañas <strong>de</strong> barro. Pero los buenos viejos tiempos<br />

volverán conmigo, Sinuhé, y Egipto será fértil y rico y mandaré mis<br />

navíos a Punt y volveré a abrir las canteras y las minas abandonadas para<br />

construir templos soberbios y hacer afluir el oro, la plata y el cobre a las<br />

arcas <strong>de</strong>l faraón. En verdad te digo que <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> diez años no<br />

reconocerás Egipto, porque no verás en él inválidos ni mendigos. Los<br />

débiles <strong>de</strong>ben ce<strong>de</strong>r la plaza a los fuertes, y extirparé <strong>de</strong> Egipto toda la<br />

sangre débil o enferma a fin <strong>de</strong> que nuestro pueblo sea <strong>de</strong> nuevo sano y<br />

fuerte y mis hijos puedan arrastrarlo a la conquista <strong>de</strong>l universo.<br />

Pero estas palabras no me causaron ninguna alegría y mi estómago se<br />

me cayó a los talones y el frío me encogió el corazón. Por esto permanecí


mudo y sin sonreír. Se sintió vejado y frunció el ceño, y golpeándose el<br />

muslo con la fusta <strong>de</strong> oro, dijo:<br />

-Eres tan <strong>de</strong>sagradable como antes, Sinuhé, y pareces un estéril<br />

matorral espinoso; no comprendo por qué pensaba alegrarme al verte.<br />

Eres el primero a quien he llamado a mi presencia, antes incluso <strong>de</strong><br />

haber visto a mis hijos o saludado a mi esposa, porque la guerra y el<br />

po<strong>de</strong>r me han hecho solitario, <strong>de</strong> manera que en Siria no tenía a nadie<br />

con quien compartir mis penas y mis alegrías. A ti, Sinuhé, no te pido<br />

nada, sino tu amistad, pero me parece que se ha extinguido y que no<br />

estás contento <strong>de</strong> verme.<br />

Yo me incliné profundamente <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él, y mi corazón solitario<br />

volaba hacia él y le dije:<br />

-Horemheb, soy el único superviviente <strong>de</strong> nuestros amigos <strong>de</strong><br />

infancia. Por esto te querré siempre. Ahora el<br />

po<strong>de</strong>r es tuyo y en breve llevarás las coronas <strong>de</strong> los dos reinos y nadie<br />

podrá resistirte. Por esto te suplico Horemheb: haz regresar a Atón. Por<br />

nuestro amigo Akhenatón restaura a Atón. Por nuestro crimen atroz<br />

restaura a Atón a fin que todos los pueblos sean hermanos y no haya más<br />

guerras.<br />

Ante estas palabras, Horemheb movió la cabeza y dijo:<br />

-Estás tan loco como antes, Sinuhé. ¿No compren<strong>de</strong>s que Akhenaton<br />

lanzó una piedra al agua y el alboroto fue gran<strong>de</strong>, pero yo restablezco la<br />

calma en la superficie como si la piedra no hubiese existido jamás? ¿No<br />

compren<strong>de</strong>s que mi halcón me condujo a la mansión dorada, cuando la<br />

muerte <strong>de</strong>l gran faraón, a fin <strong>de</strong> que Egipto no sucumbiese? Por esto lo<br />

pondré todo en su lugar, porque el hombre no está nunca contento <strong>de</strong> su<br />

presente y sólo el pasado es bueno para él, así como el porvenir también.<br />

Exprimiré a los ricos que han acumulado fortunas escandalosas y<br />

estrujaré a los dioses que se han engordado <strong>de</strong>masiado, a fin <strong>de</strong> que en<br />

mi reino los ricos no sean <strong>de</strong>masiado ricos ni los pobres <strong>de</strong>masiado<br />

pobres, y nadie, ni tan sólo un dios, podrá disputarme el po<strong>de</strong>r. Pero en<br />

vano te explico mis i<strong>de</strong>as; no las entien<strong>de</strong>s porque eres débil e<br />

impotente, y los débiles no tienen <strong>de</strong>recho a vivir, han sido creados para<br />

ser pisoteados por los fuertes. Lo mismo ocurre con los pueblos; así ha<br />

sido siempre y así siempre será.<br />

Así nos separamos Horemheb y yo, y ya no éramos amigos como<br />

antes. Después <strong>de</strong> mi marcha fue a ver a sus hijos y los levantó con sus<br />

brazos potentes y <strong>de</strong>spués fue a ver a la princesa Baketamon y le dijo:<br />

-Mi esposa real, has brillado como la luna en mi espíritu durante los<br />

años transcurridos y he langui<strong>de</strong>cido por ti. Pero ahora la obra está<br />

realizada y serás la gran esposa real a mi lado, como te autoriza tu sangre<br />

sagrada. Mucha sangre se ha <strong>de</strong>rramado por ti y muchas ciuda<strong>de</strong>s han<br />

ardido en tu nombre. ¿No he merecido mi recompensa?


Baketamon le sonrió amablemente y, tocándole púdicamente el<br />

hombro, le dijo:<br />

-En verdad, has merecido una recompensa, Horemheb, mi marido,<br />

gran capitán <strong>de</strong> Egipto. Por esto he hecho construir en el parque un<br />

pabellón sin igual, para po<strong>de</strong>r acogerte en él como mereces, y yo he sido<br />

quien, en mi soledad, he recogido las piedras una tras otra esperándote.<br />

Vamos a ver este pabellón a fin <strong>de</strong> que recibas tu recompensa en mis<br />

brazos y te cause placer.<br />

Horemheb estuvo encantado <strong>de</strong> estas palabras y Baketamon lo tomó<br />

púdicamente <strong>de</strong> la mano y lo llevó al parque, y los cortesanos se<br />

escondieron conteniendo la respiración, llenos <strong>de</strong> terror al pensar en lo<br />

que iba a ocurrir, e incluso los esclavos y los palafreneros huyeron.<br />

Baketamon hizo entrar a Horemheb en el pabellón, pero cuando éste, en<br />

su impaciencia, quiso cogerla entre sus brazos, ella lo rechazó<br />

suavemente y dijo:<br />

-Refrena un instante tus viriles instintos, Horemheb, a fin <strong>de</strong> que<br />

pueda contarte todas las penas que he pasado para erigirte este pabellón.<br />

Espero que recordarás lo que te dije la última vez que me poseíste a la<br />

fuerza. Pues bien, mira este pabellón y cada una <strong>de</strong> sus piedras, y<br />

entérate <strong>de</strong> que cada una, y son numerosas, es para mí el recuerdo <strong>de</strong> un<br />

goce en brazos <strong>de</strong> otro hombre. Con mis goces he elevado este pabellón<br />

en tu honor, Horemheb, y esta gran piedra blanca me ha sido dada por<br />

un pesca<strong>de</strong>ro que está entusiasmado conmigo, y esta piedra ver<strong>de</strong><br />

proce<strong>de</strong> <strong>de</strong> un <strong>de</strong>scargador <strong>de</strong>l muelle <strong>de</strong> carbón, y estas ocho piedras<br />

ver<strong>de</strong>s, una al lado <strong>de</strong> otra, son el regalo <strong>de</strong> un merca<strong>de</strong>r <strong>de</strong> hortalizas<br />

que era insaciable en mis brazos y que alababa mi habilidad. Por poco<br />

que tengas paciencia te contaré la historia <strong>de</strong> cada piedra y espero que<br />

tendremos tiempo todavía. Tenemos muchos años que vivir juntos aún, y<br />

los días <strong>de</strong> nuestra vejez serán comunes, pero me parece que tendré<br />

historias suficientes cada vez que quieras tomarme en tus brazos.<br />

Al principio, Horemheb se negó a creerlo, creyendo que era una loca<br />

diversión, y la actitud púdica <strong>de</strong> Baketamon lo engañó. Pero al mirar los<br />

ojos ovalados <strong>de</strong> la princesa vio brillar en ellos un odio más espantoso<br />

que la muerte, y la creyó. Loco <strong>de</strong> rabia sacó su puñal hitita para matar a<br />

aquella mujer que lo había <strong>de</strong>shonrado. Pero, antes <strong>de</strong> que lograra su<br />

propósito, Baketamon <strong>de</strong>snudó su pecho y en tono <strong>de</strong> reto dijo:<br />

-Hiere, Horemheb, hiere y tus coronas se te escaparán, porque soy<br />

sacerdotisa <strong>de</strong> Sekhmet y mi sangre es sagrada, y si me matas no tendrás<br />

ningún <strong>de</strong>recho a la corona <strong>de</strong> los faraones.<br />

Estas palabras calmaron a Horemheb. Y así la venganza <strong>de</strong><br />

Baketamon fue completa, porque Horemheb estaba para siempre ligado<br />

a ella y no se atrevió siquiera a hacer <strong>de</strong>rribar el pabellón, que tenía<br />

constantemente <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los ojos cuando se asomaba a la ventana.


Después <strong>de</strong> madura reflexión vio que no le quedaba otro camino que<br />

fingir ignorar la conducta <strong>de</strong> Baketamón durante su ausencia. Y si<br />

hubiese hecho <strong>de</strong>rribar el pabellón, todo el mundo hubiese comprendido<br />

que sabía cómo Baketamon había incitado a la plebe a escupir en su<br />

lecho. Por esto prefirió <strong>de</strong>jar que la gente se riese a sus espaldas antes<br />

que exponerse a una vergüenza pública. Pero a partir <strong>de</strong> entonces no<br />

tocó más a Baketamon y vivió solitario, y <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir en honor <strong>de</strong><br />

Baketamón que renunció a sus empresas <strong>de</strong> construcción.<br />

Para ser equitativo <strong>de</strong>bo hablar aún <strong>de</strong> las buenas acciones <strong>de</strong><br />

Horemheb, porque el pueblo lo alababa<br />

altamente consi<strong>de</strong>rándolo como un buen soberano, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los primeros<br />

años <strong>de</strong> su reinado lo clasificó entre los gran<strong>de</strong>s faraones. Porque<br />

intervino con los ricos y los nobles, porque no permitía a nadie ser<br />

<strong>de</strong>masiado rico ni <strong>de</strong>masiado noble a fin <strong>de</strong> que nadie pudiese disputarle<br />

el po<strong>de</strong>r, y esto gustaba mucho al pueblo. Castigó a los jueces inicuos, les<br />

<strong>de</strong>volvió sus <strong>de</strong>rechos a los pobres y reformó la imposición pagando<br />

sobre el tesoro público los sueldos <strong>de</strong> los perceptores, que no tuvieron ya<br />

la posibilidad <strong>de</strong> presionar al pueblo para enriquecerse.<br />

Presa <strong>de</strong> una constante inquietud, recorría el país <strong>de</strong> provincia a<br />

provincia y <strong>de</strong> pueblo a pueblo, examinando los abusos, y su ruta estaba<br />

jalonada <strong>de</strong> orejas y narices cortadas a los perceptores que no eran<br />

honrados y se oían en todas partes aullidos arrancados por los<br />

bastonazos. Hasta el más pobre podía exponerle personalmente sus<br />

quejas, y administraba justicia con una firmeza inquebrantable. Mandó<br />

nuevamente sus navíos a Punt, y las mujeres y los hijos <strong>de</strong> los marineros<br />

lloraron <strong>de</strong> nuevo en los muelles y se herían el rostro según la buena<br />

costumbre y Egipto se enriqueció rápidamente, porque <strong>de</strong> cada diez<br />

navíos regresaban por lo menos tres cargados con gran<strong>de</strong>s tesoros.<br />

Construyó templos y rindió a los dioses lo que es <strong>de</strong> los dioses, sin<br />

favorecer a ninguno en especial, salvo a Horus, y se interesó sobre todo<br />

por el templo <strong>de</strong> Hetnetsut, don<strong>de</strong> se le adoraba como a un dios y le<br />

sacrificaban bueyes. Por esto el pueblo ben<strong>de</strong>cía su nombre y lo<br />

ensalzaba altamente contando sobre él historias maravillosas.<br />

Kaptah seguía también prosperando y enriqueciéndose, y nadie podía<br />

rivalizar con él. Como no tenía mujer ni hijos, había <strong>de</strong>signado a<br />

Horemheb como su here<strong>de</strong>ro universal a fin <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r vivir en paz y gozar<br />

7


<strong>de</strong> sus riquezas. Por esto Horemheb no lo estrujaba tan implacablemente<br />

como a los <strong>de</strong>más ricos y los perceptores lo respetaban.<br />

Kaptah me invitaba a menudo a su palacio, que estaba situado en el<br />

barrio <strong>de</strong> los nobles, y cuyos parques y jardines ocupaban un vasto<br />

espacio, <strong>de</strong> manera que no había ningún vecino que lo molestase. Comía<br />

en vajilla <strong>de</strong> oro y en su casa el agua manaba a la manera cretense por<br />

grifos <strong>de</strong> plata, y su bañera era <strong>de</strong> plata también y el asiento <strong>de</strong> sus<br />

comodida<strong>de</strong>s era <strong>de</strong> ébano y las pare<strong>de</strong>s formaban mosaicos <strong>de</strong> piedras<br />

con dibujos divertidos. Me ofrecía platos exquisitos y vino <strong>de</strong> las<br />

pirámi<strong>de</strong>s y tenía músicos y cantores, con las más bellas e ilustres<br />

danzarinas <strong>de</strong> Tebas, que nos divertían durante nuestras comidas.<br />

Daba también gran<strong>de</strong>s banquetes a los que asistían encantados ricos y<br />

nobles, a pesar <strong>de</strong> que hubiese nacido esclavo y conservase modales<br />

vulgares, como por ejemplo, sonarse con los <strong>de</strong>dos y eructar<br />

ruidosamente. Pero era un anfitrión generoso y distribuía regalos<br />

preciosos entre sus huéspe<strong>de</strong>s, y sus consejos en negocios eran juiciosos<br />

<strong>de</strong> manera que todos se aprovechaban <strong>de</strong> su amistad. Sus frases y sus<br />

relatos eran <strong>de</strong> una comicidad irresistible, y a menudo se disfrazaba <strong>de</strong><br />

esclavo para divertir a sus invitados y contarles bromas a la manera <strong>de</strong><br />

los esclavos charlatanes, porque era suficientemente rico para no temer<br />

ya alusiones <strong>de</strong>sagradables a su pasado. Y me <strong>de</strong>cía:<br />

-¡Oh dueño mío, Sinuhé! Cuando un hombre es muy rico no pue<strong>de</strong><br />

arruinarse y es más rico cada vez aunque no haga nada por ello. Pero mi<br />

fortuna proce<strong>de</strong> <strong>de</strong> ti, Sinuhé, y por esto te reconozco como mi dueño, y<br />

no te faltará jamás nada mientras yo viva, aunque es mejor para ti no ser<br />

rico, porque no sabes aprovecharte <strong>de</strong> la riqueza y no harías más que<br />

provocar el escándalo y el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n. En el fondo fue una suerte para ti<br />

dilapidar tu fortuna en tiempos <strong>de</strong>l viejo faraón, pero yo velaré para que<br />

no carezcas nunca <strong>de</strong> lo necesario.<br />

Protegía también a los artistas y lo esculpieron en la piedra, y su<br />

retrato era noble y distinguido, y tenía los miembros <strong>de</strong>lgados y las<br />

mejillas altas; sus ojos parecía que viesen y estaba con una tablilla sobre<br />

las rodillas y un estilete en la mano, pese a que no supo nunca escribir,<br />

pues tenía escribas y contables. Estas estatuas divertían mucho a Kaptah,<br />

y los sacerdotes <strong>de</strong> Amón, a quienes había hecho gran<strong>de</strong>s regalos a su<br />

regreso <strong>de</strong> Siria, colocaron una en el interior <strong>de</strong>l templo.<br />

Se hizo construir igualmente una vasta tumba en la necrópolis y los<br />

artistas cubrieron los muros <strong>de</strong> numerosas imágenes <strong>de</strong> Kaptah<br />

entregado a sus ocupaciones cotidianas, y tenía un aspecto elegante y<br />

noble, sin barriga, porque quería engañar a los dioses y llegar al reino <strong>de</strong><br />

Occi<strong>de</strong>nte tal como hubiera querido ser y no tal como era. Con este<br />

objeto se hizo redactar un Libro <strong>de</strong> los Muertos que era el más artístico y<br />

complicado que había visto nunca y comprendía doce rollos <strong>de</strong> imágenes


y escrituras, así como unas conjuraciones para aplacar los espíritus <strong>de</strong><br />

los infiernos y dotar la balanza <strong>de</strong> Osiris <strong>de</strong> pesos trucados y sobornar a<br />

los cuarenta babuinos. Estimaba que la seguridad importa sobre todo, y<br />

respetaba a nuestro escarabajo más que a ningún dios.<br />

Yo no envidiaba las riquezas <strong>de</strong> Kaptah ni su felicidad, como no<br />

envidiaba el placer y la satisfacción <strong>de</strong> mi vecino, y en vista <strong>de</strong> que la<br />

gente era feliz no quería ya quitarle las ilusiones. Porque a menudo la<br />

verdad es cruel y vale más matar un hombre que quitarle las ilusiones.<br />

Pero las ilusiones no me <strong>de</strong>jaban ninguna paz y el trabajo no me<br />

contentaba, y, no obstante, durante muchos años traté y curé numerosos<br />

enfermos y realicé también algunas trepanaciones, y sólo tres enfermos<br />

murieron <strong>de</strong> ellas, <strong>de</strong> manera que mi reputación <strong>de</strong> trepanador se<br />

extendió muy lejos. Pero a pesar <strong>de</strong> todo no estaba satisfecho y Muti me<br />

comunicaba quizá su misantropía, <strong>de</strong> manera que refunfuñaba contra<br />

todo el mundo. Reprochaba a Kaptah sus excesos y a los pobres su<br />

pereza, y a los ricos sus riquezas y a los jueces su indiferencia, y no<br />

estando contento <strong>de</strong> nadie disputaba con todo el mundo. Pero nunca<br />

trataba bruscamente a los enfermos ni a los chiquillos, y los curaba<br />

causándoles el menor dolor posible, encargando a Muti distribuir<br />

pasteles <strong>de</strong> miel entre los chiquillos <strong>de</strong> la calle cuyos ojos me recordaban<br />

los ojos claros <strong>de</strong> Thot.<br />

Y <strong>de</strong>cían <strong>de</strong> mí:<br />

-Este Sinuhé es malhumorado y gruñón y su bilis hierve sin cesar, <strong>de</strong><br />

manera que no sabe gozar <strong>de</strong> la vida. Y sus malas acciones le persiguen,<br />

<strong>de</strong> manera que por la noche no pue<strong>de</strong> dormir.<br />

Pero yo también hablaba mal <strong>de</strong> Horemheb, <strong>de</strong> quien todas las<br />

acciones me parecían malas, y sobre todo criticaba a sus soldados, que<br />

mantenía a cargo <strong>de</strong> los graneros reales y llevaban una vida <strong>de</strong> vagancia,<br />

y se jactaban <strong>de</strong> sus hazañas en las hosterías y en las casas <strong>de</strong> placer y<br />

provocaban alborotos inquietando a las mujeres <strong>de</strong> las calles <strong>de</strong> Tebas.<br />

Porque Horemheb perdonaba a sus hombres todas sus fechorías y no les<br />

<strong>de</strong>sposeía nunca <strong>de</strong> la razón. Si los pobres iban a él a quejarse <strong>de</strong> que<br />

habían violado a sus hijas, les <strong>de</strong>cía que tendrían que sentirse orgullosos<br />

<strong>de</strong> que sus soldados engendrasen una raza fuerte en Egipto. Porque<br />

menospreciaba a las mujeres y no veía en ellas más que un instrumento<br />

<strong>de</strong> procreación.<br />

Se me había puesto en guardia contra estas opiniones mías tan<br />

impru<strong>de</strong>ntemente manifestadas, pero no renuncié a ellas porque no<br />

temía nada. Pero a la larga Horemheb se volvió <strong>de</strong>sconfiado y<br />

susceptible, y un buen día sus guardias penetraron en mi casa y, echando<br />

a los enfermos, me llevaron ante su presencia. Era la primavera y la<br />

inundación se había retirado ya y las golondrinas volaban sobre el río<br />

con su vuelo rápido como una flecha. Horemheb había envejecido; su


nuca se había curvado y su rostro era amarillo y los músculos se<br />

marcaban bajo la piel <strong>de</strong> su largo cuerpo <strong>de</strong>lgado. Me miró a los ojos y<br />

me dijo:<br />

-Sinuhé, te he hecho avisar ya muchas veces, pero no haces caso <strong>de</strong><br />

mis advertencias y sigues diciendo a todo el mundo que el oficio <strong>de</strong><br />

soldado es el más vil <strong>de</strong> todos y el más <strong>de</strong>spreciable, y dices que vale más<br />

morir en el seno materno que llegar a ser soldado, y que a una mujer le<br />

bastan dos o tres hijos y que vale más criarlos bien que tener ocho o<br />

nueve y ser pobre. Has dicho también que todos los dioses son iguales y<br />

que los templos son lugares oscuros y que el dios <strong>de</strong>l falso faraón era<br />

mejor que los otros. Y dices que el hombre no <strong>de</strong>be comprar a otro para<br />

tenerlo por esclavo, y preten<strong>de</strong>s que el que siembra y recoge la cosecha<br />

<strong>de</strong>bería también poseer la tierra, incluso si pertenece al faraón. Y has<br />

osado <strong>de</strong>cir que mi régimen no difiere <strong>de</strong>l <strong>de</strong> los hititas y una serie <strong>de</strong><br />

estupi<strong>de</strong>ces más que merecen tu envío a las minas. Pero he sido paciente<br />

contigo, Sinuhé, porque un día fuiste mi amigo y mientras vivió el<br />

sacerdote Ai tuve necesidad <strong>de</strong> ti porque eras mi único testigo contra él.<br />

Pero ahora ya no me eres necesario, sino al contrario, podrías<br />

perjudicarme a causa <strong>de</strong> todo lo que sabes. Si hubieses sido cuerdo y<br />

pru<strong>de</strong>nte, hubieras cerrado la boca y vivido tranquilamente, porque nada<br />

te hubiera faltado, pero en lugar <strong>de</strong> esto vomitas basura sobre mi cabeza<br />

y no quiero tolerarlo más.<br />

Se excitaba hablando, golpeándose sus muslos <strong>de</strong>lgados con la fusta, y<br />

fruncía el ceño al proseguir:<br />

-En verdad eres como el piojo <strong>de</strong> la arena entre los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> mis pies o<br />

el abejorro sobre mis hombros, y en mi jardín no tolero matorrales<br />

estériles que no dan más que espinas venenosas. De nuevo es primavera<br />

en el país <strong>de</strong> Kemi, las golondrinas comienzan a hundirse en el fango, las<br />

palomas se arrullan y las acacias florecen. La primavera es una estación<br />

peligrosa porque suscita siempre perturbaciones y vanas palabras, y los<br />

jóvenes ven rojo y cogen piedras para lapidar a los guardias y han<br />

ensuciado ya mis imágenes en algunos templos. Por esto tengo que<br />

<strong>de</strong>sterrarte <strong>de</strong> Egipto, Sinuhé, <strong>de</strong> manera que no volverás a ver más el<br />

país <strong>de</strong> Kemi; porque si te permitiese quedarte aquí, llegaría el día en<br />

que tendría que dar or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> ejecutarte, y no quiero verme obligado a<br />

ello porque eres mi amigo. Tus palabras insensatas podrían, en efecto,<br />

ser la chispa que encien<strong>de</strong> los cañaverales secos, y una vez encendidos<br />

ar<strong>de</strong>n con altísimas llamas. Por esto tus palabras son a veces más<br />

peligrosas que las lanzas, y quiero extirpar <strong>de</strong> Egipto tus palabras<br />

sediciosas como un buen jardinero arranca las malas hierbas, y<br />

comprendo a los hititas que empalaban a los hechiceros a lo largo <strong>de</strong> las<br />

rutas. No quiero que el país <strong>de</strong> Kemi siga siendo pasto <strong>de</strong> las llamas, ni a<br />

causa <strong>de</strong> los hombres, ni a causa <strong>de</strong> los dioses, y por esto te <strong>de</strong>stierro,


Sinuhé, porque ciertamente no has sido nunca egipcio, sino que eres un<br />

curioso bastardo cuyo cerebro no abriga más que pensamientos enfermizos.<br />

Quizá tuviese razón y la pena <strong>de</strong> mi espíritu provenía acaso <strong>de</strong> que, en<br />

mis venas, la sangre sagrada <strong>de</strong> los faraones se mezclaba con la sangre<br />

pálida <strong>de</strong> los crepúsculos <strong>de</strong> Mitanni. Pero a pesar <strong>de</strong> todo, estas<br />

palabras me hicieron reír, y me puse la mano <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la boca por<br />

cortesía. Y, sin embargo, me sentía lleno <strong>de</strong> temor, porque Tebas era mi<br />

ciudad; en ella había nacido y vivido y no quería vivir en otro sitio que<br />

Tebas. Mi risa hirió a Horemheb, que había pensado que me postraría a<br />

sus pies implorando el perdón. Y por esto blandió su fusta y dijo:<br />

-Está <strong>de</strong>cidido; te <strong>de</strong>stierro para siempre y cuando mueras tu cuerpo<br />

no podrá ser enterrado en Egipto pese a que te autorizo a hacerte<br />

conservar para siempre según la tradición. Tu cuerpo reposará en la<br />

ribera <strong>de</strong>l mar oriental, en el lugar don<strong>de</strong> se embarca hacia Punt, y allá es<br />

don<strong>de</strong> te <strong>de</strong>stierro, porque no puedo enviarte a Siria, don<strong>de</strong> quedan<br />

muchos carbones medio apagados, y tampoco al país <strong>de</strong> Kush, porque<br />

dices que todos los hombres son iguales y que los egipcios y los negros<br />

valen lo mismo y podrías sembrar i<strong>de</strong>as locas en la cabeza <strong>de</strong> los negros.<br />

Pero la ribera <strong>de</strong>l mar está <strong>de</strong>sierta y podrás hacer discursos a las rocas<br />

rojas, al viento <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto y a las olas y tendrás como auditores a los<br />

chacales, los cuervos y las serpientes. Los guardias medirán el espacio en<br />

el que podrás moverte y te matarán con sus lanzas si tratas <strong>de</strong> moverte<br />

<strong>de</strong>l lugar fijado. Pero por lo <strong>de</strong>más, no carecerás <strong>de</strong> nada; tu lecho será<br />

blando y tu comida abundante, y te mandarán todo lo que pidas y sea<br />

razonable, porque el <strong>de</strong>stierro en la soledad es un castigo suficiente para<br />

ti y no quiero perseguirte porque has sido mi amigo.<br />

Yo no temía la soledad, porque toda la vida había sido solitario, pero<br />

mi corazón se fundía <strong>de</strong> tristeza al pensar que no volvería nunca más a<br />

ver Tebas, que jamás volvería a pisar la muelle tierra <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Kemi y<br />

que nunca más volvería a beber agua <strong>de</strong>l Nilo. Y por esto le dije:<br />

-No tengo muchos amigos, porque la gente me huye a causa <strong>de</strong> mi<br />

lengua acerada y amarga, pero me permitirás, sin embargo, <strong>de</strong>spedirme<br />

<strong>de</strong> ellos. Quisiera también <strong>de</strong>cir adiós a Tebas y recorrer una vez más la<br />

Avenida <strong>de</strong> los Carneros; respirar el olor <strong>de</strong>l incienso entre las gran<strong>de</strong>s<br />

columnas <strong>de</strong>l templo y aspirar por la noche el olor <strong>de</strong>l pescado frito, en el<br />

barrio <strong>de</strong> los pobres, cuando las mujeres encien<strong>de</strong>n fuegos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> las<br />

cabañas <strong>de</strong> barro y los hombres regresan <strong>de</strong>l trabajo con los hombros<br />

caídos.<br />

Horemheb hubiera seguramente accedido a mi <strong>de</strong>manda si me<br />

hubiese arrojado llorando a sus pies, porque era muy vanidoso, y la<br />

principal causa <strong>de</strong> su rencor contra mí era que no lo admiraba ni lo<br />

adulaba. Pero pese a que fuese débil y tuviese un corazón <strong>de</strong> oveja no


quería humillarme <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él, porque la ciencia no <strong>de</strong>be inclinarse<br />

ante el po<strong>de</strong>r. Oculté mi boca para disimular un bostezo, porque un<br />

miedo intenso me da siempre ganas <strong>de</strong> dormir, y sobre este punto creo<br />

diferir <strong>de</strong> la mayoría <strong>de</strong> la gente.<br />

Y entonces Horemheb dijo:<br />

-No me gustan los retrasos ni las efusiones, porque soy soldado. Vas a<br />

partir inmediatamente y tu partida será fácil y no habrá manifestaciones<br />

ni alborotos en Tebas, porque te conocen, y mejor <strong>de</strong> lo que te figuras.<br />

Partirás en una litera cerrada, y si alguien quiere acompañarte lo<br />

permito, pero tendrá que permanecer contigo en tu lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>portación<br />

para siempre, incluso <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tu muerte, y morir él también allí.<br />

Porque las i<strong>de</strong>as peligrosas son contagiosas como la peste, y no quiero<br />

que el contagio se extienda por Egipto. En cuanto a tus amigos, si<br />

piensas en un esclavo <strong>de</strong> molino <strong>de</strong> <strong>de</strong>dos <strong>de</strong>formados y en un artista<br />

borracho que dibuja dioses agachados en los bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l camino y<br />

algunos negros que han frecuentado tu casa, los buscarás en vano,<br />

porque han emprendido un largo viaje <strong>de</strong>l que no se regresa nunca.<br />

En aquel instante odiaba a Horemheb, pero me <strong>de</strong>testaba a mí mismo<br />

mucho más, porque mis manos habían sembrado <strong>de</strong> nuevo la muerte y<br />

mis amigos habían sufrido por causa mía. No dije ni una palabra más,<br />

coloqué mis manos a la altura <strong>de</strong> las rodillas y salí. Horemheb dijo<br />

simplemente:<br />

-El faraón ha hablado.<br />

Los guardias me metieron en una litera cerrada que salió <strong>de</strong> Tebas y<br />

me dirigí hacia el Este, más allá <strong>de</strong> las montañas siguiendo un camino<br />

empedrado que Horemheb había hecho construir. El viaje duró veinte<br />

días y llegamos a un puerto don<strong>de</strong> cargaban los navíos que partían con<br />

<strong>de</strong>stino a Punt. Pero el puerto estaba habitado y los guardias me llevaron<br />

siguiendo la ribera hasta un pueblo abandonado, a tres jornadas <strong>de</strong>l<br />

puerto. Allí midieron el espacio en que me podía mover, y me<br />

construyeron una casa en la cual he vivido todos estos años, y no me faltó<br />

en ella jamás nada <strong>de</strong> lo que pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>sear, y he vivido la vida <strong>de</strong>l rico y he<br />

tenido papiro fino y lo necesario para escribir y cofres <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra negra<br />

en los que conservo lo que escribo y mis instrumentos <strong>de</strong> medicina. Pero<br />

éste es el último libro que escribo y no tengo gran cosa que añadir,<br />

porque estoy cansado y soy viejo y mis ojos están fatigados, <strong>de</strong> manera<br />

que no distingo ya claramente los signos.<br />

Creo que no hubiera podido soportar esta vida si no hubiese<br />

imaginado escribir mis recuerdos y revivir <strong>de</strong> esta forma mi existencia.<br />

Quisiera compren<strong>de</strong>r por qué he vivido, pero al final <strong>de</strong> este último libro<br />

lo sé todavía menos que nunca.<br />

Cada día el mar se extien<strong>de</strong> <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí y lo he visto rojo y negro,<br />

ver<strong>de</strong> <strong>de</strong> día y blanco <strong>de</strong> noche, y durante los gran<strong>de</strong>s calores más azul


que las piedras azules, y estoy cansado <strong>de</strong> contemplar el mar porque es<br />

<strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong> y <strong>de</strong>masiado espantoso para que se pueda contemplar<br />

toda la vida. Y he contemplado también las montañas rojas en torno a mí<br />

y he estudiado las pulgas <strong>de</strong> arena, y los escorpiones y las serpientes han<br />

sido mis amigos y no me huyen, sino que me escuchan. Pero creo que los<br />

escorpiones y las serpientes son malos amigos para el hombre, y por esto<br />

estoy cansado <strong>de</strong> ellos, como estoy cansado <strong>de</strong> las olas eternas <strong>de</strong> este<br />

mar sin fin.<br />

Debo todavía mencionar que el primer año <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>stierro,<br />

cuando llegó al puerto la caravana <strong>de</strong> Punt, me siguió mi fiel Muti. Llevó<br />

sus manos a la altura <strong>de</strong> las rodillas y me saludó, y lloró amargamente<br />

viendo mi triste estado, porque mis mejillas estaban hundidas y mi<br />

vientre se había fundido, y todo me era indiferente. Pero reaccionó<br />

pronto y comenzó a cubrirme <strong>de</strong> reproches y refunfuñando me dijo:<br />

-¿No te había puesto mil veces en guardia, Sinuhé, contra tu<br />

naturaleza, que no pue<strong>de</strong> gastarte más que malas bromas? Pero los<br />

hombres son más sordos que las piedras, y son como chiquillos que<br />

tienen que romperse la cabeza contra los muros. En verdad ha llegado<br />

para ti el momento <strong>de</strong> calmarte y vivir con cordura, puesto que ese<br />

pequeño objeto que los hombres ocultan bajo sus vestiduras, porque se<br />

avergüenzan <strong>de</strong> él, no te atormenta ya ni te da fiebre, porque <strong>de</strong> él<br />

proviene todo el mal <strong>de</strong>l mundo.<br />

Pero cuando la reñi por haber abandonado Tebas para reunirse<br />

conmigo sin esperanza <strong>de</strong> regreso y ligar su existencia a la <strong>de</strong> un<br />

<strong>de</strong>sterrado, me respondió bruscamente:<br />

-Al contrario, creo que lo que te ha ocurrido es lo mejor que te podía<br />

ocurrir, y creo que el faraón Horemheb es verda<strong>de</strong>ramente tu amigo,<br />

puesto que te ha mandado a un lugar tan tranquilo para pasar tu vejez.<br />

También yo estoy fatigada <strong>de</strong> la agitación <strong>de</strong> Tebas y <strong>de</strong> los vecinos<br />

pen<strong>de</strong>ncieros que me pi<strong>de</strong>n prestados mis utensilios sin jamás<br />

<strong>de</strong>volverlos y vacían sus basuras en mi patio. Pensándolo bien, la casa<br />

<strong>de</strong>l antiguo fundidor <strong>de</strong> cobre no era la misma <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l incendio y el<br />

horno quemaba mis asados y el aceite se volvía rancio en mis jarras;<br />

había corrientes <strong>de</strong> aire en la cocina y los postigos crujían sin cesar. Pero<br />

aquí podremos empezarlo todo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio y arreglarlo todo a<br />

nuestro gusto y he visto ya un terreno excelente para plantar mi huerto, y<br />

plantaré en él los berros que tanto te gustan, ¡oh mi dueño! En verdad<br />

voy a hacer trabajar a estos holgazanes que el faraón te ha dado para<br />

<strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rte contra los bandoleros y ladrones, y los mandaré cada día a la<br />

caza y a la pesca, para procurarte caza y pescado fresco, y cogerán<br />

mariscos y moluscos, pese a que temo que los pescados <strong>de</strong>l mar no serán<br />

tan sabrosos como los <strong>de</strong>l Nilo. Y, a<strong>de</strong>más, quiero escogerme un buen<br />

sitio para mi tumba, porque no tengo intención <strong>de</strong> marcharme <strong>de</strong> aquí.


Estoy harta <strong>de</strong> correr el mundo en tu busca y los viajes me asustan,<br />

porque hasta ahora no había puesto nunca los pies fuera <strong>de</strong> Tebas.<br />

Así Muti me reconfortaba y consolaba, y creo que gracias a ella volví a<br />

tomar gusto a la vida y empecé a escribir. Estuvo encantada, porque veía<br />

que era una ocupación para mí, pero creo que en el fondo <strong>de</strong> su corazón<br />

juzgaba perfectamente inútil todo lo que escribía. Me confeccionaba<br />

excelentes platos, porque, según su promesa, había obligado a los<br />

guardias a trabajar, lo cual les hacía la vida amarga y mal<strong>de</strong>cían a Muti,<br />

pero no se atrevían a resistirse porque entonces ella los cubría <strong>de</strong> injurias<br />

y su lengua era más aguda que el cuerno <strong>de</strong> un buey y les contaba sobre<br />

el famoso pequeño objeto historias que les hacían bajar los ojos.<br />

Pero, por otra párte, Muti les proporcionaba trabajo, lo cual les<br />

evitaba encontrar el tiempo largo, y algunas veces les ofrecía un plato <strong>de</strong><br />

caldo o les daba cerveza fuerte y les enseñó a prepararse una comida<br />

variada y sana. Cada año, con la caravana <strong>de</strong> Punt, Kaptah nos mandaba<br />

numerosos cargamentos <strong>de</strong> objetos diversos, a los que añadía cartas<br />

dictadas a sus escribas para contarnos lo que pasaba en Tebas, <strong>de</strong><br />

manera que no vivía completamente ignorado. Los guardias acabaron no<br />

<strong>de</strong>seando ya regresar a Tebas porque tenían una vida agradable y mis<br />

regalos los enriquecían.<br />

Pero ahora estoy cansado <strong>de</strong> escribir y mis ojos están fatigados. Los<br />

gatos <strong>de</strong> Muti se sientan en mis rodillas y se frotan contra mis manos. Mi<br />

corazón está saciado <strong>de</strong> todo lo que he referido y mis miembros aspiran<br />

al reposo eterno. No soy, quizá feliz, porque tampoco soy <strong>de</strong>sgraciado en<br />

mi soledad.<br />

Pero bendigo mis útiles para escribir porque me han permitido volver<br />

a sentirme niño en la casa <strong>de</strong> mi padre Senmut. He recorrido las rutas <strong>de</strong><br />

Babilonia con Minea y los bellos brazos <strong>de</strong> Merit han ro<strong>de</strong>ado mi cuello.<br />

He llorado con los <strong>de</strong>sgraciados y he distribuido mi trigo entre los<br />

pobres. Pero me niego a evocar <strong>de</strong> nuevo mis malas acciones y la tristeza<br />

<strong>de</strong> mis pérdidas.<br />

Soy yo, Sinuhé el egipcio, quien ha escrito todos estos libros para mí<br />

mismo. No para los dioses ni los hombres, ni para asegurar la<br />

inmortalidad <strong>de</strong> mi nombre, sino para apaciguar mi pobre corazón que<br />

ha tenido la medida entera. Sé que los guardias <strong>de</strong>struirán a mi muerte<br />

todo lo que he escrito y <strong>de</strong>rribarán los muros <strong>de</strong> mi casa por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />

Horemheb; pero no sé si esta perspectiva <strong>de</strong> <strong>de</strong>molición completa me<br />

contraría, mas guardo preciosamente estos quince libros, y Muti ha<br />

tejido para cada uno <strong>de</strong> ellos un sólido estuche <strong>de</strong> fibras <strong>de</strong> palmera y las<br />

colocaré en un cofre <strong>de</strong> plata, y este cofre en una sólida caja <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra<br />

dura que será puesta a su vez en una caja <strong>de</strong> cobre, como un día los libros<br />

sagrados <strong>de</strong> Thot, que fueron encerrados en una caja y arrojados al río.


Pero ignoro si Muti conseguirá sustraer la caja a los guardianes y<br />

colocarla en mi tumba.<br />

Porque yo, Sinuhé, soy un hombre y como tal he vivido en todos los<br />

que han existido antes que yo y viviré en todos los que existan <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> mí. Viviré en las risas y en las lágrimas <strong>de</strong> los hombres, en sus pesares<br />

y sus temores, en su bondad y su maldad, en su <strong>de</strong>bilidad y su fuerza.<br />

Como hombre, viviré eternamente en el hombre y por esta razón no<br />

necesito ofrendas sobre mi tumba ni inmortalidad para mi nombre. He<br />

aquí lo que ha escrito Sinuhé el egipcio, que vivió solitario todos los días<br />

<strong>de</strong> su vida.

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