? 16 OCTUBRE 2011 <strong>Estampas</strong>
Tamara Adrián Nació como varón en 1954, pero nunca se sintió como tal. Durante décadas batalló contra la realidad biológica que veía en el espejo, una lucha personal que culminó en Tailandia en 2002 con una operación de reasignación de sexo. Abogada de la Universidad Católica Andrés Bello y doctora en Derecho de la Universidad de París, es la primera mujer transgénero venezolana que pide ante el Tribunal Supremo de Justicia el reconocimiento de su identidad. La querella jurídica lleva siete años y medio y el expediente está engavetado. Ante la ley sigue llamándose Tomás, como aparece en su cédula; sin embargo, ella es Tamara Adrián, uno de los rostros más reconocidos de la contienda por los derechos de la comunidad homosexual, bisexual, transexual e intersex del país. “Me he sentido mujer desde que tenía tres o cuatro años, que es cuando comencé a tener uso de razón, sólo que mi cuerpo no me acompañaba. Cuando te haces la operación de reasignación de género, lo que haces es adaptar tu cuerpo a lo que tu mente te dice que eres como persona —a un costo muy grande, por cierto. Y no es una decisión que tomas a la ligera o por capricho, sino una necesidad de coherencia entre lo que eres, lo que piensas y lo que ves en tu exterior”. Pero Tamara cree que la mente no tiene género. “La mujer no nace, se hace. Los hombres y mujeres son iguales en 99%. Lo único que los separa son aspectos biológicos relacionados con la procreación, pero nada más. De resto, todos tenemos aspectos femeninos y masculinos en un yin y yang perfecto, sólo que en el desarrollo social se suprime uno de los dos lados de la moneda. Los hombres y mujeres piensan distinto no porque sus cerebros sean diferentes sino por la educación que reciben. A <strong>las</strong> niñas se les enseña a actuar de una forma y a los varones de otra y eso determina <strong>las</strong> nociones de feminidad y masculinidad. Pero en el siglo XXI, creo que ser mujer —y hombre— es aprender a integrar los aspectos femeninos y masculinos que toda persona tiene”. Además de superar la intolerancia, su reto ha sido superar los estereotipos de feminidad. “En algún momento puedes sentirte una caricatura de mujer o una caricatura de hombre. Las personas trans femeninas aprendemos a ser mujeres tardíamente porque nacemos y nos forman como varones. Pero una vez que asumimos lo que se supone es la conducta femenina, debemos también desaprenderla porque la familia y la escuela te enseñan a ser mujer inculcándote conductas de sumisión, como si tuviéramos capacidades menores. Lo más complejo para mí fue entender que una mujer es aquella que puede expresarse emocional y racionalmente como un ser a parte entera, más allá de patrones o etiquetas. Me identifico como feminista de tercera generación: no me planteo una guerra contra el hombre, sino una lucha contra el machismo, estructura de poder institucionalizada y arraigada en muchos y muchas”. Es al machismo y su violencia a lo que más le teme. “Pese a haber nacido como hombre, mi miedo es el de todas <strong>las</strong> mujeres, el de ser parte de <strong>las</strong> estadísticas de violencia patriarcal, esa que va desde los piropos mal entendidos hasta el asesinato. La intolerancia me preocupa menos porque en la sociedad venezolana hay una mayor apertura y respeto a <strong>las</strong> diferencias de identidad y preferencia sexual. Los que no se han enterado son los políticos, que temen asumir la bandera de la igualdad”. A sus 57 años, se siente satisfecha, aunque aún no pueda llamarse legalmente Tamara. “Más que una mujer transgénero, soy una mujer. Y si alguna vez le pregunté a Dios: ¿por qué me hiciste esto?, hoy le agradezco la oportunidad de abrir caminos por el derecho a tener iguales derechos. La vida me hizo luchadora. Y estoy orgullosa”. ❋ efcastillo@eluniversal.com <strong>Estampas</strong> 16 OCTUBRE 2011 ?