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Las aventuras de Shelock Holmes - Educando

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sa podrían penetrar un disfraz tan perfecto. Pero entonces se me ocurrió que podrían registrar la habitación<br />

y las ropas me <strong>de</strong>latarían. Abrí la ventana con tal violencia que se me volvió a abrir un corte que me había<br />

hecho por la mañana en mi casa. Cogí la chaqueta con todas las monedas que acababa <strong>de</strong> transferir <strong>de</strong> la<br />

bolsa <strong>de</strong> cuero en la que guardaba mis ganancias. La tiré por la ventana y <strong>de</strong>sapareció en las aguas <strong>de</strong>l Támesis.<br />

Habría hecho lo mismo con las <strong>de</strong>más prendas, pero en aquel momento llegaron los policías corriendo<br />

por la escalera y a los pocos minutos <strong>de</strong>scubrí, <strong>de</strong>bo confesar que con gran alivio por mi parte, que en<br />

lugar <strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntificarme como el señor Neville St. Clair, se me <strong>de</strong>tenía por su asesinato.<br />

»Creo que no queda nada por explicar. Estaba <strong>de</strong>cidido a mantener mi disfraz todo el tiempo que me fuera<br />

posible, y <strong>de</strong> ahí mi insistencia en no lavarme la cara. Sabiendo que mi esposa estaría terriblemente preocupada,<br />

me quité el anillo y se lo pasé al marinero en un momento en que ningún policía me miraba, junto<br />

con una notita apresurada, diciéndole que no <strong>de</strong>bía temer nada.<br />

––La nota no llegó a sus manos hasta ayer ––dijo <strong>Holmes</strong>.<br />

––¡Santo Dios! ¡Qué semana <strong>de</strong>be <strong>de</strong> haber pasado!<br />

––La policía ha estado vigilando a ese marinero ––dijo el inspector Bradstreet––, y no me extraña que le<br />

haya resultado difícil echar la carta sin que le vieran. Probablemente, se la entregaría a algún marinero<br />

cliente <strong>de</strong> su casa, que no se acordó <strong>de</strong>l encargo en varios días.<br />

––Así <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> ser, no me cabe duda ––dijo <strong>Holmes</strong>, asintiendo––. Pero ¿nunca le han <strong>de</strong>tenido por pedir<br />

limosna?<br />

––Muchas veces; pero ¿qué significaba para mí una multa?<br />

––Sin embargo, esto tiene que terminar aquí ––dijo Bradstreet––. Si quiere que la policía eche tierra al<br />

asunto, Hugh Boone <strong>de</strong>be <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> existir.<br />

––Lo he jurado con el más solemne <strong>de</strong> los juramentos que pue<strong>de</strong> hacer un hombre.<br />

––En tal caso, creo que es probable que el asunto no siga a<strong>de</strong>lante. Pero si volvemos a toparnos con usted,<br />

todo saldrá a relucir. Verda<strong>de</strong>ramente, señor <strong>Holmes</strong>, estamos en <strong>de</strong>uda con usted por haber esclarecido<br />

el caso. Me gustaría saber cómo obtiene esos resultados.<br />

––Éste lo obtuve ––dijo mi amigo–– sentándome sobre cinco almohadas y consumiendo una onza <strong>de</strong> tabaco.<br />

Creo, Watson, que, si nos ponemos en marcha hacia Baker Street, llegaremos a tiempo para el <strong>de</strong>sayuno.<br />

7. El carbunclo azul<br />

Dos días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la Navidad, pasé a visitar a mi amigo Sherlock <strong>Holmes</strong> con la intención <strong>de</strong> transmitirle<br />

las felicitaciones propias <strong>de</strong> la época. Lo encontré tumbado en el sofá, con una bata morada, el colgador<br />

<strong>de</strong> las pipas a su <strong>de</strong>recha y un montón <strong>de</strong> periódicos arrugados, que evi<strong>de</strong>ntemente acababa <strong>de</strong> estudiar,<br />

al alcance <strong>de</strong> la mano. Al lado <strong>de</strong>l sofá había una silla <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, y <strong>de</strong> una esquina <strong>de</strong> su respaldo colgaba<br />

un sombrero <strong>de</strong> fieltro ajado y mugriento, gastadísimo por el uso y roto por varias partes. Una lupa y unas<br />

pinzas <strong>de</strong>jadas sobre el asiento indicaban que el sombrero había sido colgado allí con el fin <strong>de</strong> examinarlo.<br />

––Veo que está usted ocupado ––dije––. ¿Le interrumpo?<br />

––Nada <strong>de</strong> eso. Me alegro <strong>de</strong> tener un amigo con el que po<strong>de</strong>r comentar mis conclusiones. Se trata <strong>de</strong> un<br />

caso absolutamente trivial ––señaló con el pulgar el viejo sombrero––, pero algunos <strong>de</strong>talles relacionados<br />

con él no carecen por completo <strong>de</strong> interés, e incluso resultan instructivos.<br />

Me senté en su butaca y me calenté las manos en la chimenea, pues estaba cayendo una buena helada y<br />

los cristales estaban cubiertos <strong>de</strong> placas <strong>de</strong> hielo.<br />

––Supongo ––comenté–– que, a pesar <strong>de</strong> su aspecto inocente, ese objeto tendrá una historia terrible... o<br />

tal vez es la pista que le guiará a la solución <strong>de</strong> algún misterio y al castigo <strong>de</strong> algún <strong>de</strong>lito.<br />

––No, qué va. Nada <strong>de</strong> crímenes ––dijo Sherlock <strong>Holmes</strong>, echándose a reír––. Tan sólo uno <strong>de</strong> esos inci<strong>de</strong>ntes<br />

caprichosos que suelen suce<strong>de</strong>r cuando tenemos cuatro millones <strong>de</strong> seres humanos apretujados en<br />

unas pocas millas cuadradas. Entre las acciones y reacciones <strong>de</strong> un enjambre humano tan numeroso, cualquier<br />

combinación <strong>de</strong> acontecimientos es posible, y pue<strong>de</strong>n surgir muchos pequeños problemas que resultan<br />

extraños y sorpren<strong>de</strong>ntes, sin tener nada <strong>de</strong> <strong>de</strong>lictivo. Ya hemos tenido experiencias <strong>de</strong> ese tipo.<br />

––Ya lo creo ––comenté––. Hasta el punto <strong>de</strong> que, <strong>de</strong> los seis últimos casos que he añadido a mis archivos,<br />

hay tres completamente libres <strong>de</strong> <strong>de</strong>lito, en el aspecto legal.<br />

––Exacto. Se refiere usted a mi intento <strong>de</strong> recuperar los papeles <strong>de</strong> Irene Adler, al curioso caso <strong>de</strong> la señorita<br />

Mary Sutherland, y a la aventura <strong>de</strong>l hombre <strong>de</strong>l labio retorcido. Pues bien, no me cabe duda <strong>de</strong> que<br />

este asuntillo pertenece a la misma categoría inocente. ¿Conoce usted a Peterson, el reca<strong>de</strong>ro?<br />

––Sí.<br />

––Este trofeo le pertenece.<br />

––¿Es su sombrero?<br />

––No, no, lo encontró. El propietario es <strong>de</strong>sconocido. Le ruego que no lo mire como un sombrerucho <strong>de</strong>sastrado,<br />

sino como un problema intelectual. Veamos, primero, cómo llegó aquí. Llegó la mañana <strong>de</strong> Navi-

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