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Las aventuras de Shelock Holmes - Educando

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on la atención el orificio <strong>de</strong> ventilación y el cordón que colgaba sobre la cama. Al <strong>de</strong>scubrir que no tenía<br />

campanilla, y que la cama estaba clavada al suelo, empecé a sospechar que el cordón pudiera servir <strong>de</strong><br />

puente para que algo entrara por el agujero y llegara a la cama. Al instante se me ocurrió la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> una<br />

serpiente y, sabiendo que el doctor disponía <strong>de</strong> un buen surtido <strong>de</strong> animales <strong>de</strong> la India, sentí que probablemente<br />

me encontraba sobre una buena pista. La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> utilizar una clase <strong>de</strong> veneno que los análisis<br />

químicos no pudieran <strong>de</strong>scubrir parecía digna <strong>de</strong> un hombre inteligente y <strong>de</strong>spiadado, con experiencia en<br />

Oriente. Muy sagaz tendría que ser el juez <strong>de</strong> guardia capaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir los dos pinchacitos que indicaban<br />

el lugar don<strong>de</strong> habían actuado los colmillos venenosos.<br />

»A continuación pensé en el silbido. Por supuesto, tenía que hacer volver a la serpiente antes <strong>de</strong> que la<br />

víctima pudiera verla a la luz <strong>de</strong>l día. Probablemente, la tenía adiestrada, por medio <strong>de</strong> la leche que vimos,<br />

para que acudiera cuando él la llamaba. La hacía pasar por el orificio cuando le parecía más conveniente,<br />

seguro <strong>de</strong> que bajaría por la cuerda y llegaría a la cama. Podía mor<strong>de</strong>r a la durmiente o no; es posible que<br />

ésta se librase todas las noches durante una semana, pero tar<strong>de</strong> o temprano tenía que caer.<br />

»Había llegado ya a estas conclusiones antes <strong>de</strong> entrar en la habitación <strong>de</strong>l doctor. Al examinar su silla<br />

comprobé que tenía la costumbre <strong>de</strong> ponerse en pie sobre ella: evi<strong>de</strong>ntemente, tenía que hacerlo para llegar<br />

al respira<strong>de</strong>ro. La visión <strong>de</strong> la caja fuerte, el plato <strong>de</strong> leche y el látigo con lazo, bastó para disipar las pocas<br />

dudas que pudieran quedarme. El golpe metálico que oyó la señorita Stoner lo produjo sin duda el padrastro<br />

al cerrar apresuradamente la puerta <strong>de</strong> la caja fuerte, tras meter <strong>de</strong>ntro a su terrible ocupante. Una vez formada<br />

mi opinión, ya conoce usted las medidas que adopté para ponerla a prueba. Oí el silbido <strong>de</strong>l animal,<br />

como sin duda lo oyó usted también, y al momento encendí la luz y lo ataqué.<br />

––Con el resultado <strong>de</strong> que volvió a meterse por el respira<strong>de</strong>ro.<br />

––Y también con el resultado <strong>de</strong> que, una vez al otro lado, se revolvió contra su amo. Algunos golpes <strong>de</strong><br />

mi bastón habían dado en el blanco, y la serpiente <strong>de</strong>bía estar <strong>de</strong> muy mal humor, así que atacó a la primera<br />

persona que vio. No cabe duda <strong>de</strong> que soy responsable indirecto <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong>l doctor Grimesby Roylott,<br />

pero confieso que es poco probable que mi conciencia se sienta abrumada por ello.<br />

9. El <strong>de</strong>do pulgar <strong>de</strong>l ingeniero<br />

Entre todos los problemas que se sometieron al criterio <strong>de</strong> mi amigo Sherlock <strong>Holmes</strong> durante los años<br />

que duró nuestra asociación, sólo hubo dos que llegaran a su conocimiento por mediación mía, el <strong>de</strong>l pulgar<br />

<strong>de</strong>l señor Hatherley y el <strong>de</strong> la locura <strong>de</strong>l coronel Warburton. Es posible que este último ofreciera más campo<br />

para un observador agudo y original, pero el otro tuvo un principio tan extraño y unos <strong>de</strong>talles tan dramáticos<br />

que quizás merezca más ser publicado, aunque ofreciera a mi amigo menos oportunida<strong>de</strong>s para<br />

aplicar los métodos <strong>de</strong> razonamiento <strong>de</strong>ductivo con los que obtenía tan espectaculares resultados. La historia,<br />

según tengo entendido, se ha contado más <strong>de</strong> una vez en los periódicos, pero, como suce<strong>de</strong> siempre con<br />

estas narraciones, su efecto es mucho menos intenso cuando se exponen en bloque, en media columna <strong>de</strong><br />

letra impresa, que cuando los hechos evolucionan poco a poco ante tus propios ojos y el misterio se va aclarando<br />

progresivamente, a medida que cada nuevo <strong>de</strong>scubrimiento permite avanzar un paso hacia la verdad<br />

completa. En su momento, las circunstancias <strong>de</strong>l caso me impresionaron profundamente, y el efecto apenas<br />

ha disminuido a pesar <strong>de</strong> los dos años transcurridos.<br />

Los hechos que me dispongo a resumir ocurrieron en el verano <strong>de</strong>l 89, poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mi matrimonio.<br />

Yo había vuelto a ejercer la medicina y había abandonado por fin a Sherlock <strong>Holmes</strong> en sus habitaciones <strong>de</strong><br />

Baker Street, aunque le visitaba con frecuencia y a veces hasta lograba convencerle <strong>de</strong> que renunciase a sus<br />

costumbres bohemias hasta el punto <strong>de</strong> venir a visitarnos. Mi clientela aumentaba constantemente y, dado<br />

que no vivía muy lejos <strong>de</strong> la estación <strong>de</strong> Paddington, tenía algunos pacientes entre los ferroviarios. Uno <strong>de</strong><br />

éstos, al que había curado <strong>de</strong> una larga y dolorosa enfermedad, no se cansaba <strong>de</strong> alabar mis virtu<strong>de</strong>s, y tenía<br />

como norma enviarme a todo sufriente sobre el que tuviera la más mínima influencia.<br />

Una mañana, poco antes <strong>de</strong> las siete, me <strong>de</strong>spertó la doncella, que llamó a mi puerta para anunciar que<br />

dos hombres habían venido a Paddington y aguardaban en la sala <strong>de</strong> consulta. Me vestí a toda prisa, porque<br />

sabía por experiencia que los acci<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> ferrocarril casi nunca son leves, y bajé corriendo las escaleras.<br />

Al llegar abajo, mi viejo aliado el guarda salió <strong>de</strong> la consulta y cerró con cuidado la puerta tras él.<br />

––Lo tengo ahí. Está bien ––susurró, señalando con el pulgar por encima <strong>de</strong>l hombro.<br />

––¿De qué se trata? ––pregunté, pues su comportamiento parecía dar a enten<strong>de</strong>r que había encerrado en<br />

mi consulta a alguna extraña criatura.<br />

––Es un nuevo paciente ––siguió susurrando––. Me pareció conveniente traerlo yo mismo; así no se escaparía.<br />

Ahí lo tiene, sano y salvo. Ahora tengo que irme, doctor. Tengo mis obligaciones, lo mismo que<br />

usted ––y el leal intermediario se largó sin darme ni tiempo para agra<strong>de</strong>cerle sus servicios.<br />

Entré en mi consultorio y encontré un caballero sentado junto a la mesa. Iba discretamente vestido, con<br />

un traje <strong>de</strong> tweed y una gorra <strong>de</strong> paño que había <strong>de</strong>jado encima <strong>de</strong> mis libros. Llevaba una mano envuelta<br />

en un pañuelo, todo manchado <strong>de</strong> sangre. Era joven, yo diría que no pasaría <strong>de</strong> veinticinco, con un rostro

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