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LOS OTROS, LOS UNOS, LOS MUCHOS Y LOS MAS.pdf

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<strong>LOS</strong> <strong>OTROS</strong>, <strong>LOS</strong> <strong>UNOS</strong>, <strong>LOS</strong><br />

<strong>MUCHOS</strong> Y <strong>LOS</strong> MÁS<br />

JUAN CRUZ SARMIENTO<br />

2º edición<br />

(Año 1995)<br />

INDICE<br />

PROLOGO...................................................................................... 2<br />

PRESENTACION............................................................................ 2<br />

DEL AUTOR (a la segunda edición) ............................................. 3<br />

Y AHORA LA CARTA… ................................................................. 4<br />

SOLILOQUIO.................................................................................. 8<br />

INSOMNIO HISTORICO................................................................ 11<br />

CUESTION DE HONOR................................................................ 15<br />

PARTIR......................................................................................... 21<br />

PRIMER NO .................................................................................. 24<br />

LA RONDA ................................................................................... 28<br />

PAGINA SIN NOMBRE................................................................. 38<br />

UNA HISTORIA DE TANTAS ....................................................... 43<br />

TU NOMBRE, MI NOMBRE .......................................................... 48<br />

“ENTRESUEÑOSDEMADRUGADA” ........................................... 53<br />

EL VALOR DE LAS COSAS SIMPLES ........................................ 59<br />

LA BURBUJA ............................................................................... 64<br />

LA ESPERA.................................................................................. 67<br />

EL JUICIO..................................................................................... 70<br />

<strong>LOS</strong> <strong>OTROS</strong>, <strong>LOS</strong> <strong>UNOS</strong>, <strong>LOS</strong> <strong>MUCHOS</strong> Y <strong>LOS</strong> <strong>MAS</strong> .............. 74


PROLOGO<br />

Dentro del Programa del Gobierno de la Provincia destinado a fomentar el<br />

conocimiento de la actividad literaria de San Luis y de sus protagonistas, la<br />

Subsecretaría de Estado de Cultura cumple poniendo a la consideración de los lectores<br />

una serie de publicaciones de autores sanluiseños.<br />

En un momento de incuestionables dificultades para lograr editar, los fecundos<br />

escritores nuestros tienen en esta selección –efectuada en 1986 por una Comisión<br />

Asesora de Publicaciones– el merecido reconocimiento a su esfuerzo.<br />

PRESENTACION<br />

“Los otros, los unos, los muchos y los más”. Un libro que celebro.<br />

Con él nace un autor artífice de una pujante narrativa. Bella, descarnada,<br />

con un lenguaje opulento, logrando precisamente en el lenguaje, una<br />

intensidad que sucede y detiene. Haciendo peligrar por el momento, la historia<br />

misma.<br />

Con esta obra, Juan Cruz Sarmiento se suma a los pocos autores<br />

puntanos que han incursionado en la narrativa –a la par de Polo Godoy Rojo y<br />

Eduardo Belgrano Rawson- habida cuenta de que son muchos más los poetas<br />

que los narradores.<br />

En esta obra ante la cual –y frente a algunos de sus relatos- el lector se<br />

sentirá ante el vértigo de un abismo, merced a un manejo de un lenguaje:<br />

voraz, frondoso y preciso, Juan Cruz Sarmiento nos lleva de la palabra a un<br />

tiempo donde la libertad fue privilegio de pocos y sueños permanentes de un<br />

pueblo.<br />

Nos lleva de las palabras para dejarnos a solas en cada final de sus<br />

relatos. Relatos poblados de certeras y bellísimas imágenes, para construir con<br />

ellas la tragedia del hombre.<br />

El mismo lo dirá cuando define como esencial en la literatura, su<br />

necesidad de ser “carnadura de la memoria de su propio tiempo”.<br />

Atendiendo a lo formal y estructural de estos relatos, diremos que no se<br />

ajustan al cuento clásico u ortodoxo, pero deben inscribirse dentro de lo que se<br />

ha dado en llamar la narrativa de la Nueva Era Cuentística Argentina.<br />

Al respecto, Carlos Mastrángelo dirá que los narradores de la Nueva Era<br />

Cuentística Argentina evidencian un cabal concepto o intuición del cuento. Y<br />

consciente o inconsciente hacen gala de esa capacidad de bordear el ensayo y<br />

hasta internarse por unos instantes en él, sin disfrazar o desnaturalizar,<br />

esencialmente, la especie narrativa que en ese preciso momento están<br />

cultivando.


Podría detenerme en cada uno de sus cuentos, hablar de la plasticidad<br />

en el lenguaje de “Y ahora la carta”, donde el autor logra un despliegue de<br />

metáforas tan magistral que sin superar la historia, nos despega y nos detiene<br />

para gozar la magia de la palabra. O en el bello monologo titulado “Soliloquio”,<br />

o bien en destacar la perfecta estructura del cuento “Cuestión de Honor”. Pero<br />

me inclino por invitar a los potenciales lectores a disfrutar de una obra valiosa,<br />

necesaria.<br />

Y de su autor exigir la continuidad de esta obra, con el mismo talento<br />

logrado, y siempre en el horizonte de la admirable y obcecada perseverancia<br />

del arte.<br />

La cita entonces, por la lumbre de la palabra y las tinieblas de la realidad<br />

de hombre –inmerso en una época- el hombre social y el antológico, queda<br />

abierto a partir de esta convocatoria literaria de Juan Cruz Sarmiento, a partir<br />

de su obra “Los otros, los unos, los muchos y los más”.<br />

Licenciada Raquel Weinstock, otoño del `89.<br />

DEL AUTOR<br />

(a la segunda edición)<br />

“…esa trinchera permanente sometida al perpetuo sojuzgamiento de los<br />

fraudes, de los prepotencia, de la prisión, de los ausentes clamados e<br />

impenetrados los desvelados jueves de la eternidad…”, trasunta Martín, un<br />

personaje de “Los otros, los unos…”.<br />

Y es la vida, la vida con las descarnaduras del ser social, la vida<br />

irreverente y desbordante que está mostrando no sólo los pasos de la historia,<br />

sino también sus entrañas viscerales, sus prodigios brillantes, sus miserias<br />

ocultas, lo sublime y lo malo, y un devenir de cansadas rutinas que se aplastan<br />

en el rostro de los hombres.<br />

Y más allá de los discursos que postulan héroes y glorias y que exaltan<br />

sublimes perfecciones deificando naturalezas humanas, están los creadores,<br />

los artistas que deben cruzar con sus miradas en una suerte de estocada<br />

profunda, y volver con los ojos llenos para volcar en el lienzo, en la canción, en<br />

el papel o la piedra, sus asombros.<br />

Se trata de hacer visible lo invisible y audible lo callado.<br />

Se trata de encontrar en una calle, en la simple hoja de un árbol, en una<br />

gota de lluvia, o en la vorágine muchas veces espasmódica de la historia,<br />

donde el hombre individual, aunque diminuto y frágil, es un necesario<br />

engranaje.<br />

Y es ahí cuando la vida se derrama por los cuatro costados, se pone<br />

delirante, poética, embravecida y torrencial.


Y los artistas dentro de ella, activos testigos de los tiempos, procurando<br />

tomarla de minúsculos retazos, antes que sucumbir impotentes en esa inmensa<br />

e inagotable fuente creativa.<br />

Y ahí, en la vida, que es referencia inexcusable para la creación,<br />

resolver los problemas de la forma sin permitir que ella termine con el arte, o<br />

que por el contrario, el arte se escape irremisiblemente de la forma.<br />

Es una relación dialéctica –un romance perpetuo quizá- entre la creación<br />

y las estructuras convencionales. Sin embargo, y aun reconociendo esas<br />

estructuras, vale la pena atreverse, dejarse llevar por la historia o los<br />

personajes, ir con ellos desde adentro, aunque de a ratos se vuelva necesario<br />

verlos desde afuera, sin creer que siempre será posible organizarlo todo.<br />

La libertad conceptual en la narrativa, permite que se establezca un<br />

nuevo contacto no lineal entre el artista y la creación y entre lo creado y el<br />

lector.<br />

Contacto que oscilará permanentemente, desde el desarrollo central de<br />

la historia hasta los afluentes que se arriman a ella por vía del concepto, la<br />

reflexión, la disgresión y aun la divagación.<br />

Todo junto finalmente, servirá para proponer una unidad creativa que<br />

valga por sus formas y trascienda por su contenido.<br />

… En esta segunda edición de “Los otros, los unos…” he vuelto a leer<br />

estas narraciones escritas –en su mayoría- hace aproximadamente unos<br />

quince años…<br />

Las leí… y las dejé como entonces, testimonian un tiempo que la<br />

memoria colectiva no debe olvidar…<br />

y resultan en la palabra escrita, allá lejos, un momento de mi vida.<br />

Y AHORA LA CARTA…<br />

Juan Cruz Sarmiento<br />

(1995)<br />

En el ventanal las luces parecían castigarle las retinas. Esa lluvia<br />

opalescente ahuyentada del espacio negro.<br />

Fumaba sin apuro –reflexivamente- en la habitación sin luz…quizá para<br />

apretar más los pensamientos y no dispersar sus paisajes interiores. Sus<br />

párpados pesados caían sobre aquel domingo –herido y agobiado como todos-<br />

en que las manos de María perseguían la melodía del tango que a él le gustaba<br />

escuchar…<br />

Porque los tangos María, me comenzaron a mostrar mi propio mundo.<br />

Yo que los pensaba, como obras tristes de tristes hombres, resultaron<br />

intérpretes de mis cosas, que no sé a esta altura si serán exclusivamente mías<br />

sino también tuyas, qué sé yo, de todos, te das cuenta?


Pero de aquello había transcurrido demasiado tiempo. Una increíble<br />

distancia hundida en lo que ya podría llamarse su pasado, se aglomeraba en<br />

las transformaciones que habían acudido a su rostro, a su modo de ser, a<br />

aquella respuesta exagerada y penetrante de sus ojos.<br />

Que no me hablen del asombro María si ya los tangos lo perdieron, lo<br />

improvisto no existe, y te aseguro, no por perder el gusto siempre expectante<br />

de la vida.<br />

Quién sabe si aquella habitación aún existiría en aquel primer piso… con<br />

cuatro o cinco muebles básicos, el calentador a gas…<br />

el piano que no pudiste dejar en casa de tus viejos cuando llegaste a<br />

estudiar, y la alfombra grande. La alfombra gruesa que explotaba de luces en la<br />

habitación y ponía su color, su tibieza. Sin ella María, la habitación podría<br />

haber sido cruel. Desnuda. Sólo bastaba encender la estufa a querosén,<br />

apagar la luz y quedarnos sobre la alfombra merodeando la azulada llama. Y<br />

era la penumbra, tu semirrostro disimulando el rubor. La encarnada pasión… y<br />

aquella vasija de cerámica en el rincón sosteniendo la naturaleza muerta y<br />

amarilla de las cañas secas, donde yo supe esconder mis secretos… pero vos<br />

lo sabías, claro, como aquello que se sabe sin preguntas, sin mirar, sin oír.<br />

Recordaba el restaurante inaugurado en esos al frente de la pensión<br />

¿cómo se llamaba?, y el número artístico de canciones selectas como decía el<br />

diario, que todos los días harto-persistía en la voz del juglar, que a nosotros<br />

María, nos tenía francamente repodridos… “malagueña salerosa ya se que<br />

eres linda y hechicera”. Y vos reías, estallabas en una carcajada por verme<br />

perseguido con el juglar, cada vez que se escuchaba abrir el micrófono y<br />

probar el sonido con los discretitos “hola hola” para no molestar el murmullo de<br />

los augustos comensales. Vos reías, a lo mejor porque tu paciencia siempre<br />

tuvo más soporte que la mía.<br />

Hacía rato que la habitación estaba sin luz. En la oscuridad el espacio se<br />

hace intemporal. Hágase la luz y el tiempo se hizo. Pero la oscuridad<br />

condensa. El pasado es al presente como éste al futuro. Y los cigarros se<br />

repetían como en aquel último domingo en que le pidió un tango.<br />

Un beso y un tango ¿habrá sido premonitoria aquella discepoleana<br />

melodía?<br />

La ciudad herida de carteles se mostraba exhausta y con ojeras, a la<br />

hora en que la mayoría vuelve y únicamente quedan los misterios noctívagos<br />

de los que van y simplemente van, porque han perdido el rastro o<br />

sencillamente aman la pausa de la noche. Aún guardaba en el bolsillo la carta<br />

que recibió en la tarde.<br />

El pasado que vuelve María, que llega tarde. Es cierto que los equívocos<br />

pueden ser discernibles a la razón. Si me pedís que comprenda tal vez pueda,<br />

pero no más. Aquel domingo, tu piano fue una especie de réquiem, la turbia<br />

revelación del absurdo, del adiós que se precipita como un telón que separa


dos momentos, que se vuelca moralmente gris y de este lado la vida, del otro lo<br />

que fue.<br />

La tragedia. La cárcel como el signo de los hombres, el estigma de la<br />

historia que se reitera en la memoria de los hijos.<br />

y vos no acertaste comprender que nadie ha puesto todavía, el sello y la<br />

firma final de lo que esto será así por los siglos de los siglos...<br />

No es difícil imaginar que estas palabras te sorprenderán. Daría lo mejor<br />

por verte leer mi carta -¿la leerás?- por verte dilatar tus ojos mientras seguís<br />

mis renglones. Por comprobar si cada una de mis letras, seguramente distintas<br />

a las que vos conociste, te despiertan algún gesto del instinto, del corazón.<br />

Sería natural que así sucediera. Ahí palpita la espontaneidad que nos<br />

reconoce, por más que las razones –las tuyas quizá– se asemejen a un<br />

yacimiento de datos procesados, cerrados tras la marca de alguna cicatriz… si<br />

acaso te preguntaras el porqué de esas líneas ni yo misma sabría explicármelo.<br />

Nunca tuve esa brújula orientada que es el sentido de la oportunidad, vos lo<br />

sabes y puede mejor que yo. Siempre me decías que es difícil conocer y<br />

erradicar las limitaciones propias. Será entonces esa limitación la que hoy me<br />

impulsa a pecar probablemente de inoportuna y la que también –a pesar del<br />

tiempo– me impide ver con claridad todo aquello. Sabés, la distancia que media<br />

entre aquel invierno y este presente, me ha hecho comprender el abismo nunca<br />

perecedero que cada uno de nosotros lleva en su alma. Qué difícil resulta<br />

desentrañar ese enredo que son las cabecitas… sus motivaciones… los<br />

espacios de ficción… después de tanto tiempo, seguramente yo pertenezca al<br />

museo de tus pasiones y ya ni esperabas –como nada se espera del pasado–<br />

que pudiera sorprenderte de esta forma. Quisiera ser ordenada. Una carta tipo<br />

relato como aquéllas que te gustaban, cuando en los veranos volvía a casa de<br />

mis padres. Pero es imposible. En todos estos años, hubo raudales de historias<br />

que son imposibles referirlas en una carta. Además no creo tan importante los<br />

hechos, cuanto ellos han dejado en mí como efecto final… en fin, aquí estoy<br />

como entonces, en la reluctancia de un mundo que no aprendí a dejar… no<br />

creas que allá quedó congelado mi afecto ni que le rinda tributos a una<br />

circunstancia que nunca terminaré de aceptar, sólo que han concluido muchas<br />

cosas a cuya consecuencia me queda esta soledad, el piano, y otras “reliquias<br />

sublimes” que me han vuelto exigente –tal vez hosca- como al fin y al cabo<br />

deben serlo todas las solteronas…<br />

Y el cigarrillo dibujaba sus azules caprichos. Los autos arrasaban el<br />

cemento a la hora en que las calles van de duendes durmiendo hacia la luna y<br />

los gatos rompen el encanto con sus maullidos fatales.<br />

Sí María, lo tengo decidido. Afuera está nevando y en noches como ésta<br />

la hiena de mi sangre quiere sangre, y no me asustés Felipe.<br />

Y Felipe que avanzaba con sus manos tensas, sus abrazos rígidos, los<br />

ojos grandes, buscando con sádico placer el cuello de María. Mirá Felipe que<br />

grito, prendé la luz, soy capaz. Tranco largo –lento- mudo. Ya te tengo entre<br />

mis manos… tengo sed… ¡Así! -¡No!- ¡Sí! lo tengo decidido. Esta noche iremos<br />

al cine –viste que sos malo- veremos “Colmillo blanco”, ¿te acordás María?. Yo<br />

te expliqué que el guión lo habían sacado de un libro de London y que sus


historias eran parecidas. Que había sido socialista o qué se yo, anarco o cosas<br />

por el estilo… y en el cine había poca gente… estaba frío.<br />

Supe cosas importantes. Mi silencio después de todo no puedo<br />

confundirse con ausencia. Ya sé, sí.<br />

Dirás que paciencia es la que está más acá del espíritu y esas cosas.<br />

Me parece escucharte diciéndome de las cuestiones concretitas como a vos te<br />

gustaban. Y qué sé yo, por más que viví pensando en los pormenores de tu<br />

situación, estaba prácticamente ausente… a pesar de aquellas Navidad en que<br />

ilusamente tonta, me quedaba mirando hacia la calle y brindando con las<br />

fotos… sé que hay una especie de paralelas por donde se deslizan nuestras<br />

vidas… imposible dejar de respetar el individuo y por tal lo que lleva, aunque<br />

brillen distantes las historias de los grandes amores… Adivino hasta en la<br />

memoria táctil de mis dedos cómo se habrá modificado tu cara, tus manos, la<br />

vibración de tu voz en la piel de tu garganta…<br />

Ahí estaban los dos. Aquella tarde habían vuelto de la montaña y tal<br />

como llegaron, cenaron algo frugal y se tendieron en la alfombra.<br />

No recuerdo cuánto dormí pero al despertar era noche cerrada. Miré a<br />

María. Su respiración era larga y pausada y su mano derecha descansaba laxa<br />

en mi cintura.<br />

…Por los intersticios de la ventana se obstinaba la luna y una brisa<br />

fresca…<br />

no se cómo empezó, pero fue inesperado. Una invasión del instinto, una<br />

necesidad que sabernos pertenecidos. La serenidad de la habitación era la<br />

sospechosa quietud que precede las convulsiones, sus ojos se habían<br />

entreabierto… la vibración de tu voz en la piel de tu garganta. La<br />

desmembración del cariño en lo suspiros rotos.<br />

Comienzo de la vida. Génesis.<br />

La luna débil confundiéndonos.<br />

Los brazos disputando los cuerpos. Embestida celeste, punto esencial<br />

donde empieza la floración del universo. Las manos huyendo por la vastedad<br />

de la piel. Buscándose.<br />

Y esos escalofríos María, que te avasallaban, desde la médula y hasta<br />

los huesos.<br />

Y las manos desordenado la cascada de cabellos vencidos. Propagando<br />

la luz. Repitiendo implacable cada minúsculo fragmento.<br />

Tus contornos María.<br />

Más allá del instante en que estallan las perlas y la miel se derrama.<br />

Como una bendición.


Y qué más puedo decir. Saber de vos será algo así como saber del<br />

tiempo. Ese precipicio en que quedó atrapada la distancia, ¿será irreversible?,<br />

no sé, puede que sí… un día nos encontraremos y de tanto que habrá por<br />

decirnos, sólo recurriremos al silencio porque bastará la mirada, seguramente,<br />

para entender que aquello que fuimos ya no existe. No por negar lo que fue<br />

real sino porque seremos diferentes, algo nuevo con cimientos añejos, que<br />

quizá valga la pena conocer… aunque probablemente algún viejo reflejo te<br />

delate…<br />

Las mil noches de un sábado en que se abre la memoria, pero la vida<br />

sigue. El ventanal, la noche y las calles apagadas. El tiempo que se reúne en el<br />

instante. El sueño que vence un día más y es otra cosa, otro rumbo que rueda<br />

escurridizo.<br />

El pasado no tiene salvación María, los cielos interiores son letargos,<br />

cicatrices… no.<br />

Y ahora te dejo. En fin, aunque es difícil, presiento que podré borrar las<br />

vetas algo hurañas de tu cara, cuando algún domingo me sorprenda, robándole<br />

a Discépolo un tango para vos…<br />

SOLILOQUIO<br />

¿Hasta pronto?<br />

Después de todo, la soledad no es más que descubrir el precipicio que<br />

cada uno lleva adentro. Esa antorcha siniestra que cae, alumbra-deslumbra al<br />

hombre que deambula insensible. Esa antorcha que revela las profundidades y<br />

conoce los colgajos de las naturalezas muertas, de las ilusiones detrás del<br />

fantasma solemne de las derrotas detalladas. Como esos esqueletos<br />

devastados por la rapiña del animal que vence. Como esos silencios que<br />

pertenecen al lenguaje de lo íntimo, de lo imposible, de lo permanentemente<br />

callado en aras de una resolución superior.<br />

La soledad no es más que eso –se decía Facundo– el muchacho que<br />

conoció las mil esquinas de la ciudad y la vida. El Facundo que perseguía la<br />

trama, a veces finamente urdida, de los problemas de siempre. Y la soledad no<br />

es más que eso. Esa serie larga de cruces y de tumbas donde retumba el<br />

clamor de los epitafios, los pasos lentos dados frente a aquello que se lleva<br />

sepultado pero irremediablemente vivo. Estigma lacerante. Látigo silbador<br />

rasgando el aire en busca del lomo pródigo donde restallar su potencia. Su<br />

placer.<br />

Todos son portadores de desierto al fin y al cabo.<br />

Todos conviven con los lastres de sus costrones secos que esconden<br />

las llagas de las batallas que no fueron.


Doña soledad. Con su cara embotada de vacuidades y viejos<br />

despropósitos. Con sus arrugas de cansancio cuadriculando el rostro de redes<br />

tiránicas. El rostro de Facundo, que caminaba en el estrecho margen de un<br />

calabozo desnudo. Desnudo y oscuro. Y el taconeo de sus pasos que lo<br />

perseguían en los interminables dos metros de pared a pared, de oscuridad a<br />

oscuridad, de pensamiento a pensamiento por donde se va y por donde se<br />

viene. Y el devaneo de los pasos cortos maquinando con los latidos. Pelota de<br />

goma dispuesta a rebotar. Tercamente. Pasos–latidos y ese aire que no<br />

alcanza. Sucedáneos latidos heredados de otros que se hicieron bombo en el<br />

corazón de las calles. Latido inexorable que vendrá. Y tú pecho Facundo,<br />

herido por el aleteo torpe del pájaro enjaulado, dispuesto a lastimarse por<br />

partir.<br />

Por no domesticar su naturaleza de vastedades. Como la libertad. Como<br />

esa libertad desbarrancada hacia mismísimas honduras de la historia…<br />

pensabas…<br />

Anclada en un puerto misérrimamente viejo y corroído de musgo. De<br />

fétida podredumbre. Como esos andenes muertos de austeros trenes<br />

redimensionados, invadidos de voraces telarañas que prosiguen su conquista<br />

de soledad. Y ahí estabas recorriendo tus propias enredaderas. Tus desiertos<br />

afectivos. Tus propios rostros que paseaban la mirada por el callejón largo de<br />

los cementerios, hurgando el futuro entre los muertos gloriosos. Y te pensabas<br />

Facundo, como prolongación para no perder el rumbo, y te trepabas a las<br />

catapultas de los bárbaros, de los cabecitas, que impulsaban sin desaciertos<br />

hacia más allá<br />

Ese más allá que otra vez será la plaza. Las plazas y la música más<br />

hermosa que te dejamos, pero que quedó aquí en nuestras gargantas,<br />

dispuesta a romperse otra vez, a derramarse, como esas lágrimas pesadas de<br />

las grandes emociones que caen sólo una vez y se despedazan. Conmueven e<br />

inundan. Y yo, Facundo, seré las palomas que salen de la caja tachonando el<br />

cielo con sus cuerpos. Iré hacía el azul intenso. Inmenso como estas ganas<br />

que me desbordan por ser yo definitivamente. Para dejar la oblicuidez enana<br />

de lo entredicho sin terminar nunca de decirse en esa exacta ciencia epistolaria<br />

de las cárceles. Porque la libertad es el cielo infinito y estas ganas de lo<br />

exagerado, de lo superlativo, de los cauces que no soportan la presión de sus<br />

propios ríos. Y se rompen. Destrozan el desodorizado dique de contención para<br />

arreciar con el sin respeto del amor que avanza, como un delirio masivo que se<br />

hartó de cascarones solemnes. Y yo en el medio, en el universo expansivo de<br />

la vida, Y yo en el grito, en el tumulto, sin poder contener la ternura que se<br />

escapa de la jaula racional hacia la calle, hacia la paz, hacia la mujer, hacia la<br />

libertad, hacia Dios, hasta no poder más por el agobio de la entrega hasta los<br />

huesos.<br />

Y pensaba Facundo. Sólo una parte de ese cielo de tus pensamientos,<br />

que iban y venían en el reducido espacio de la penitencia. Espacio hueco –<br />

profundo, que puebla su tamaño con pasado inextinto que vendrá. Y pensabas,<br />

mientras taconeabas junto al latido trepador de tu corazón, escalonando sin<br />

pausa la escalera del tiempo y la paciencia…


INSOMNIO HISTORICO<br />

Cierto es que los días no estaban para el regocijo del poder. Esto era el<br />

efecto. La caldera del tiempo ido según lo definía el bautismo de imágenes y<br />

metáforas, de cuánto círculo literario le daba por percibir las cosas de la<br />

realidad.<br />

Y el estupor crecía como masa informe en el rostro que parecía<br />

evaporarse. Brotar de erupciones y bermejuras que estallaban en<br />

adjetivaciones contundentes. Un paso una adjetivación. Y el cigarro innumeral<br />

deshaciéndose entre los dientes. Su propio contertulio. Sin atreverse a<br />

reclamar mejores atenciones de su mujer que dormía plácidamente. Ajena a las<br />

especulaciones de éstos y los otros y los adheridos acá y más allá, mientras<br />

crecía aquello que en las tardes sucesivas, iba incorporándose al lenguaje de<br />

los plenarios como el No Man´s Land del escenario político. El efecto de una<br />

causa que no pudo erguirse por la costumbre parásito –estatizante –según él–<br />

de los que no podían comprender el esfuerzo de la libertad conquistada a duro<br />

precio.<br />

Así, las obsesas reflexiones iban a horcajadas de su insomnio. Entre<br />

lamentaciones y búsquedas del porqué no fue, matizados por los leves y<br />

discretos ronquidos–condicionados de ella que avanzaba la noche sin<br />

desvelos, mientras él, tras sus pasos inaudibles le veía desparramada–inerte.<br />

Mi Andrómaca pensaba. En tanto a su lado, sobre la mesa de luz, reposaba un<br />

satisfecho breviario que horas antes, le había recordado advientos y<br />

advocaciones para su paz, su modo de obrar en el anchísimo marco de un<br />

cristianismo en el que debían comulgar éstos y los otros. La obsesión. El No<br />

Man´s Land, ésa es la cuestión…<br />

Es más sencillo avanzar con avaricia, llenando de banderitas una mesa<br />

de arena, Pero el ajedrez político exige gambitos y torres que deben<br />

anteponerse a los cruces oblicuos y repentinos de los alfiles. Sutileza tras<br />

sutileza. Diagonales y curvas. Traiciones de una tierra indefinida hasta<br />

escudriñar los escrutinios de miles según dicen que aún no han podido<br />

expresarse, pero en los estadios resultan la clásica caterva que ya conocemos<br />

y de sobra… no pueden expresarse…!¡Les voy a dar urnas!... yo veto-tú votasnosotros<br />

Botamos. Impartir el egregio ejemplo de lo que supieron volcar su<br />

impoluta moral en aras de las trasformaciones de adentro y de afuera. Del<br />

espíritu y la historia sin más rédito que la inconclusa geografía de la Patria y<br />

digo inconclusa, porque aún tenemos los Asuntos del Sur, que no es uno, y que<br />

no es fácil encontrarles salida. Y en tanto esto. El éxodo de un declive que baja<br />

inexorablemente. Rostros que increpan con sus miradas de hielo y homicidas,<br />

toda vez que piso la calle para ser yo mismo el testigo de esta incivilizadacivilidad.<br />

El clamoreo que reclama su pasto, su lugar, y extraña los Mayos y<br />

Octubres de la Plaza, pero así y todo cuando se juntan, comienzan a romper la<br />

tolerancia con sus exasperantes remoquetes de se-va-acabar… se-va-acabarla-dictadura…<br />

y sí así lo ven, será porque presienten que seguiremos dictando<br />

duro, gatopardeando, aunque con el objetivo nunca maculado de los Altos<br />

Honores de la Nación y su Honra. Ahora dicen del clivoso andamiaje de las<br />

verdades que dejan su invariable vertical para derrumbarse estrepitosamente.


Vociferaciones quejumbrosas que concluyen rotundas por las mutilaciones que,<br />

según ellos, se asemejan al soplo fantasmal de lo que pasó raudo como un<br />

violento terremoto. Campo de naderías, devastado –desierto-. Piedra y barro.<br />

Marjales lóbregos creciendo en un cuadro de raídas acuarelas como dijeran<br />

esos engreídos de sibilinas pléyades, confluyendo en un absurdo subrealista.<br />

Manos crispadas carcomidas por la rapiña, como último testimonio del que fue<br />

pasado. Pasado y protagonista. Catapulta y pasado. Presente proyectado hacia<br />

ese más allá con que ellos cuentan, porque aún se atreven a mirar más lejos…<br />

Encontrar la catálisis correcta, he ahí la cuestión, porque después de<br />

todo, el mito y el fetiche es la moneda con que juega el nigromante para decir<br />

lo que se gusta oír, y anticipar lo que se desea se anticipe. Será entonces la<br />

ménsula que deberá encontrarse para echar los codos y observar las<br />

recomposiciones presentes y futuras. Los políticos de la prudencia, aunque hay<br />

que desconfiar. Siempre. La prudencia es la mejor manera de hacerse un lugar,<br />

ganar espacios que le dicen, después uno tiene comprometido hasta el cuello y<br />

no podés girarlo siquiera para saber cuántos cupieron a tus espaldas. Hay que<br />

ser prudentes con la prudencia que bendecimos. Cuidado… me pregunto si<br />

debo replegarme hacia el rincón de la reserva o tentarme hoy…<br />

Ella dice sí querido, sos necesario-insustituible. Valoro tus esfuerzos y<br />

hasta que torpe soy, anoche ni antenoche escuché tus insomnios ¿por qué no<br />

tomás un miorrelajante de esos relajantes míos que tengo en la cartera azul,<br />

querido?. Ella cree que soy único. Imprescindible. Estas mujeres tienen una<br />

idea distinta de las dimensiones, claro, de no ser así no nos seguirían, aunque<br />

al fin de cuentas si existe una idea Altarizada, será porque ellas están más<br />

abajo del Altar. Duerma m’hijita que yo hago la vigilia de armas…<br />

Este País tiene la característica de abroquelarse, juntarse siempre, nada<br />

por pueril que sea pasa desapercibido, diríase en términos técnicos que este<br />

País padece de un colectivismo congénito. No, no puede ser congénito, de ser<br />

así sería inextirpable a menos que trasformemos a todos en discapacitados y<br />

ya la teoría de los refuerzos positivos-negativos tampoco ha dado resultado,<br />

sólo han servido al holocausto y sólo son forjadores de mártires los que no<br />

pueden trasformarse por sí mismos en sublimada esencia... ni cuando pienso<br />

puedo desprenderme de este lenguaje reflorido, como el que usan los<br />

estudiantes universitarios para demostrar una omnisciencia superior aunque<br />

superflua…disquisiciones bizantinas decían cuando debían acudir a las<br />

caracterizaciones que preceden el tamaño del ataque merecido… ¿promonopolista<br />

o pro-oligárquico? ¿pero y los rusos? ¿y el trigo?...camaradas,<br />

dejemos las disquisiciones bizantinas y vamos al aspecto central de la<br />

contradicción sin embarrar el faro ilustre… y ahí nomás, la negrada de la<br />

juventud comenzaba a repartir cadenazos qué faro ni la mierda y los cenáculos<br />

quedaban invadidos de epítetos que no se atrevían a saltar el cerco…<br />

¡fascistas!... y corrían con los negros detrás a cadenazo limpio… menos mal<br />

que eso no va más, los claustros son los claustros y allí se debe respirar el<br />

genio relumbrante y premonitorio que precisa el País. Por eso los cupos, si<br />

abrimos las compuertas tenemos los cabecitas de nuevo promoviendo<br />

barahúndas irreductibles. Eso nunca más. Pero creo que al final es peor,<br />

sacando cuentas los mandamos a la calle y ahí son pasto de fieras mayores.<br />

Por lo menos, adentro ensucian pero no trascienden… qué potencia tiene este<br />

País, de dónde saldrá señor…todo mal calculado.


Y estos efluvios que me siguen y persiguen como espectros inconclusos<br />

que han encontrado el modo de prolongarse, de multiplicarse, y no habrá olvido<br />

que los detenga como aquel Hiroshima que pregunta dónde-quiénes-dónde y<br />

pensamos que el olvido sería el nido abstracto donde se sumiría la memoria, o<br />

el depósito donde deyectáramos esa turba infernal, pero de ahí proceden,<br />

como esas luces encantadas que argumentan cuentos y aparecidos y<br />

recuerdan permanentemente una historia que no alcanza a sedimentarse y<br />

resignarse. Y es así, a pesar del sin-retorno. De lo ineludible. Y ahora resulta<br />

que nuestras medallas se trasformaron impercusas, el relieve se escondió por<br />

la vergüenza de no ser aceptadas y cada vez se hunden más y allí también<br />

quedará la oquedad de una memoria que no quiere regresar, de no ser por<br />

esos efluvios que danzan sus macabros velos. Velos blancos de zurcidos<br />

pañuelos blancos, que rondan su ronda empecinada los jueves de ceniza, sin<br />

comprender nunca que aquello fue la oblación a la Patria. Quien lo quiso. Ellos<br />

y los otros. Pero los otros-somos-nosotros. He ahí el problema. Y otra vez la<br />

cantinela de mártires y ahora retroactivos, porque fueron nuestros ascendientes<br />

ideológicos los que cargaron con Dorrego, Facundo, el Chacho, Valle y<br />

pretenden pasar por ventanilla para cobrarse lo que no hicimos, cuando lo que<br />

hicimos, fue a resultas de los más-Altos-Intereses- de la Nación. Y esta<br />

escisión es la que debemos cauterizar… se habla de desencuentros mientras<br />

ellos dicen del celeste paraíso que a su lado les espera y nosotros somos poco<br />

menos que un impredecible, voraz y dantesco Aqueronte. Dios mío, a tus<br />

puertas iré, porque no soy yo el que dejó la incauta rama de olivos y es mentira<br />

que comemos la paloma y es cierto que expresamos lo humano y lo derecho.<br />

Oíd mortales; oídme, no desertéis de la cordura, Dios mío, haz que el fiel de la<br />

balanza se incline hacia aquí y ganemos el No Man’s Land de mis amores y de<br />

mi incógnita.<br />

Y caminaba-caminaba-caminaba. El café se conserva en el termo<br />

querido, le había dicho y cuando fue por él, se encontró ahí con un suplicante<br />

cartelito de no tomés y venite a dormir, pero tomaba lo mismo, haciendo caso<br />

omiso a los reclamos de ella que más allá de la medianoche no soportaba<br />

mantener erguida la cabeza y caía vencida para dar paso, a los ásperos-bajos<br />

y sublinguales ronquidos, con el matiz visual de los apenas perceptibles rehílos<br />

del labio inferior. Y caminaba café en mano–cigarro en otra, mientras componía<br />

las intricadas urdimbres de este País, en el que decía, debemos buscar un<br />

armónico concierto donde incluso puedan expresarse éstos –los otros– y<br />

nosotros.<br />

La Fumata Blanca that is the question. Discutir–aprobar–reprobartomeytraiga-<br />

y no levantarnos hasta que de allí salga algo. La ménsula social<br />

digamos así, donde las futuras generaciones deban tener sus miradas y<br />

aplaudir la eficacia del genio y sobretodo el patriotismo, eso es.<br />

El patriotismo de haberse levantado más allá, sobre el ángulo mismo de<br />

esa cima compuesta de mandrias, lameculos, advenedizos, conciliadores,<br />

participacionistas, desarrollistas que no se pierden una, y los otros. Y desde<br />

esa cima de base ubérrima y mixturada poner en marcha el engranaje que no<br />

ha de pararse para nada y menos para tomar cual revista lo que hicimos y darle<br />

una hojeada retrospectiva.<br />

Borrón y cuenta nueva – Lo pasado pisado- ley de olvido y olvidamos. Y<br />

otra vez el telón que se abre para dar una nueva representación de


parlamentos y diversiones por el estilo, que en esta cintura-cósmica del sur, no<br />

han podido cuajar para mejor historia. Pero seamos pragmáticos. Esto es así.<br />

Lo que tenemos también es el producto-neto las cosas hechas. Además los<br />

gringos que de todas partes nos piden que arreglemos esto ahora, antes que a<br />

esta pampa austral y vasta, le dé por desertar del armónico occidente y las<br />

turbas otra vez tiñan con su alfombra negra de cabecitas bárbaras y tienten a<br />

algún monigote a dar un asomo de balcón con los brazos en cruz y<br />

demagógicos.<br />

Señor mío, es una verdadera encrucijada…<br />

Como este amanecer que ya se recuesta en imbricadas luces<br />

desplazando los sueños, quisiera encontrarme alguna vez sin que se queden<br />

“algos” desvelados. Como esa cosa que parece crecer a paso infinito –<br />

inexorable y crece-crece-crece sin deliquios ni delirios. Lentamente. Como un<br />

monstruo informe que ha comenzado a moverse y no sabemos cuál será su<br />

dimensión y te aseguro Dios que más asustan los peligros conocidos que los<br />

otros. Las imaginerías son un retablo de ansiedades que devoran en mordiscos<br />

bien sabidos la cordura, la paciencia, el sano juicio que es preciso preservar<br />

para no embadunarlo de prejuicio que de nada sirven y precipitan arrebatos de<br />

los cuales luego habrá que recular. Y encima tenemos otra vez la cegeté con la<br />

nueva jotapé, que acusan los asuntos del sur y los demás, de demolición<br />

nacional. Y nuevamente las pintadas, los libelos audaces que agitan el mórbido<br />

y las consignadas incomplacientes con la austera ruta que hemos emprendido.<br />

Es inútil… pero más allá están los otros, que efervecen como un caldo<br />

soterrado y que para males son aceptados como antes en las filas de los<br />

muchachos-que-juntos-unidos-triunfaremos. Perdón, triunfarán quise decir y<br />

que obliga jugar al anticipo.<br />

Habrá que restarles baza para evitar historias.<br />

Historias redivivas, claro. Impedirles batir alas en un vuelo siempre<br />

trunco pero que mucho embrolló las cosas… esas mismas alas que vienen<br />

batiéndose cuando allá por el veinte del siglo pasado vinieron a nuestras<br />

mismísimas barbas y que luego empalmaron con el noventa finisecular para<br />

proseguir con el peludo-personalista y tan luego derramarse en aglomeraciones<br />

descamisadas, que entre vinchas rojas y ponchos federales venían como–<br />

siempre-dando-un grito-de corazón<br />

¡DELENDA EST CARTAGO!...<br />

Y ya era de día cuando preguntó qué pasaba, que porqué querido tenés<br />

esos dedos en “ve”…<br />

-Por nada, por nada…


CUESTION DE HONOR<br />

Rojo bermellón -rojo púrpura-roja-camisa blanca-rojo suelo-manos-tierralabios.<br />

Jadeos de pulmón hinchado en el cuerpo de Manuel Lozano. El Negro<br />

Manuel. El Negro.<br />

- ¡Así no! de frente si te aguantás!<br />

Y el otro había aprovechado la tierra encajada en los ojos del Negro<br />

para hundirle en una sola embestida la navaja en el abdomen.<br />

- ¡Así no!...<br />

La sangre espesa y cuajada con sudor se le escapaba entre los dedos<br />

que preocupaban cubrir la herida… de apretar la vida que se iba.<br />

- ¡Florencia-Flor, por vos hermana!<br />

Y el traidor se hizo noche. Asustado. Corriendo despavorido entre las<br />

pencas del potrero, cuando un grupo de vecinos llegaba alumbrándose con<br />

linternas.<br />

- ¿Qué pasó?<br />

- ¡Es el Negro!<br />

- …me madrugó, me echó tierra en los ojos, lo tenía mal, y me echó<br />

tierra el hijo de…<br />

Y el pecho se le hinchaba con un silbido ronco por las vísceras y se<br />

negaba a caer. Estaba arrodillado como ante Dios. Una mano en el estómago y<br />

en la otra el cuchillo clamando venganza. La frente perlada de transpiración y<br />

por la comisura de los labios cayéndole una baba espesa: de bronca, de<br />

cansancio, de asombro por la traición.<br />

-Yo le estaba jugando limpio!... de frente!<br />

Respiraba entrecortado y aún viendo borroso se negaba a caer. Los<br />

rostros de los vecinos giraban en su cabeza; las estrellas se hundían cada vez<br />

más y se negaba a caer.<br />

-Fue por la Florencia, la embromó mucho el desgraciado…<br />

El universo todo lo empezó a dejar. Balbuceaba incoherencias y los<br />

perros ladraban opacos en sus oídos. Eran lejos –de otro mundo- los perros no<br />

existían. La gente tenía caras deformes, largas, todos tullidos y los ojos que<br />

ocupaban la totalidad de los rostros, se desprendían y lo perseguían. La gente -<br />

tus vecinos Negro- se habían ido ciegos porque dejaron ahí sus ojos,<br />

mirándote, cuidándote.<br />

- La herida no parece ser de magnitud.<br />

- ¿No doctor?<br />

- No.<br />

La luna se apagaba diluyéndose en oscuridades. Ya casi no desvariaba,<br />

no dolía pero ahí estaba con la mano en el estómago. La sensación del filo<br />

penetrante le cimbró la epidermis y los huesos. Después brotó la sangre. Su<br />

dignidad de macho traicionada, eso dolía más. Su sangre tantas veces invicta,<br />

tantas veces solidaria, amiga y de coraje, se prolongaba caliente por sus ropas<br />

y caía a la tierra tiñéndola con sus gotas agraviadas. De rojo, de violencia. Rojo<br />

horizonte, seibo-fuego eran sus manos. Hoguera empuñando el mango del<br />

cuchillo. Impotencia, herido orgullo y rencor eran sus manos. y ahí estaba;<br />

terco, inapelable. Malherido y martirizando los lobos de su sangre.<br />

-¡No me vencerás!, ¡no me vencerá, Florita!


-Tranquilo Negro, ya pasó. Quieto, que si no te nos morís…<br />

-Despacio por favor.<br />

-Sí doctor.<br />

-Primero en la camilla.<br />

-…eso, así…<br />

Y respiraba hondo. La luna, las estrellas, los ojos y el ladrido de los<br />

perros se habían apagado.<br />

La sirena de la ambulancia ululaba. Rasgaba la noche como una tela<br />

rota. Seca y transparente.<br />

-Tronaban los altoparlantes:<br />

¡No se lo pierda!, ¡Traiga a todo su familia! Baile-ría-diviértase en los<br />

rutilantes bailes de primavera que organiza la Comisión de Fomento y Acción<br />

Vecinal del barrio Ayacucho (música) ¡Sábado de júbilo!, de alegrías, al ritmo<br />

de tres grandes orquestas para deleite de usted y los suyos (música) jazz,<br />

Quinta Dimensión, cuarteto caribeño (música) no se lo pierda, ¡reserve su<br />

mesa con tiempo!, Damas: ¡totalmente gratis!<br />

Y Florencia barría la vereda -esta tarde vendrá Charo- pensaba. Y<br />

seguía barriendo. El automóvil que pasaba con los altoparlantes a todo<br />

volumen la aturdía…la contentaba. Y un deseo ineludible le impulsaba a<br />

levantar la escoba y hacerle unos pasitos al pasodoble.<br />

-¡Ay, capaz que se den cuenta. Guardá compostura tonta!<br />

Sus mejillas arrobadas y las caderas que explotaban en flor debajo de su<br />

cintura, se escapaban con la música.<br />

-De quién son esas trencitas…-decían los del auto.<br />

-¡Estúpido!<br />

Y volvía la cara con los ojos entrecerrados. Los despreciaba.<br />

-Tonta, a todas las mujeres nos gusta que nos digan cosas.<br />

-¡Ay!, pero siempre que no sean guarangadas.<br />

Y el auto se alejaba desperezando el despropósito del barrio. La tarde<br />

se quemaba allá lejos. Las calles regadas y los árboles mojados desprendían<br />

un aroma de prohibida primavera.<br />

Y los niños detrás. Arrebatando en el aire los volantes de propaganda.<br />

Después los cambiaban por bolitas: tantos volantes, tantas bolitas, y mejor si<br />

eran de colores diversos. El ansia de los cuzcos formaba parte de la barra. Se<br />

mezclaban entre los niños. Ladraban. La algarabía se prendía de las calles y<br />

penetraba por las ventanas dando una tonalidad de vida y frescura al<br />

vecindario.<br />

- Con semejante moño que te has puesto en esas trenzas y querés que<br />

no te diga nada.<br />

-¿Te parece Charito?<br />

- Bueno, la verdad que el moño no es nada, pero ni qué hablar del<br />

pantalón…<br />

-¡Ay Charito, vos también!...<br />

-¿Yo también qué?<br />

-El Negro dice lo mismo, yo no sé…<br />

Y sus ojos afligidos y vivaces se detenían a mirar las piernas largas, bien<br />

torneadas, y se paseaba su mano ensayando una excusa débil.<br />

-¡Ay Charito, son unos anticuados!


-A los muchachos se les caen los ojos detrás de vos Florita.<br />

Y lo sabía. Sentía las miradas gelatinosas pegadas al asombro de su<br />

cuerpo, a sus cabellos claros que caían en cascada sobre los hombros<br />

meciéndose al ritmo de su andar. Caderas a la derecha-cabellos a la derecha.<br />

Caminaba con prisa para desprenderse de las miradas procaces. Su mano<br />

izquierda acomodaba un mechón caprichoso que se volvía a cada instante<br />

sobre sus ojos. Lo sabía. Flora-Florida luz.<br />

-¡Ay Charito, qué culpa tengo!<br />

Y sus pechos orgullosos y pudorosos quebraban la brisa levantando con<br />

arrebato su camisa celeste.<br />

-¡Qué la mirás así, cochino! –decían las doñas a sus sorprendidos<br />

maridos.<br />

-Ya sé hermanita, ya sé que vos no te proponés nada, pero a ver si te<br />

conseguís un novio y te casás que los muchachos me llevan loco, cuñado aquícuñado<br />

allá…<br />

-¡Ay Charito!...<br />

-¿Te parece Flori que le pida al Negro que nos lleve?<br />

-Sí Chari, por supuesto.<br />

-Damas gratis Negro, no seas malo.<br />

-Esa chica es un problema, un día de éstos me voy a desgraciar.<br />

-Bueno, pero a la pobre quién la saca si no somos nosotros…<br />

Y las manos se enredaban. Los alientos se confundían. Los ojos<br />

hablaban su lenguaje enamorado, su pasión. La noche se hacía sofocante. La<br />

ternura incendiándose en la sangre. Negro-Charito. ¿Nos llevás amor?.<br />

Escándalo de grillos y luciérnagas –ya vamos a ver-. Caricias a mansalva<br />

creciendo por las manos. Por tu cintura Charo –tus ojos Negro-. Escalofrío<br />

incandescente difundiendo la luz. Chispa suprema y esparcida. Zumo-sumoamor.<br />

Volcán-suspiro largo. Gemido breve. Junco rojo Charo su cintura<br />

acosada y alarido.<br />

Ahí se pronunciaba septiembre… y después la paz –tenemos que<br />

llevarla Negro- y el aire era una sola llamarada…<br />

-¡Ay Charito!<br />

La pista del baile estaba repleta. Las quejas habituales de los tangos y<br />

las caras de las doñas pegadas a las de sus maridos arrastrando los pies<br />

contra el cemento.<br />

-Mirá ésa cómo se mueve. ¡Qué desfachatez, habráse visto en mis<br />

tiempos era menos escandaloso…<br />

-Bueno mami, ¡qué querés vos también!<br />

Y el tumulto de muchachones esperando que arrancara el cuarteto o la<br />

jazz recorriendo con ojos examinadores mesa por mesa y voraces como perros<br />

hambrientos vigilando su presa.<br />

-La Florencia la saco yo –había dicho el Zurdo Rodríguez–.<br />

-No te da bolilla Zurdo, ésa no con todos se da.<br />

-No te gastés hermano.


Y el vino de mano en mano. Cerveza y ginebra. El alcohol enturbiando<br />

cada vez más el ambiente. En un rincón los uniformados miraban con<br />

discreción y con más discreción unos traguitos aquí, otros allá. Y el cuarteto<br />

que irrumpía violento con un pasodoble. Camisas afuera –manos en alto–<br />

atracas batientes –silbatos–gritos–penetrantes–algarabía: un pasito atrás, dos<br />

adelante. Choque aquí, empujón allá, aprovechá para apretar y otra vez el<br />

pasito cordobés.<br />

-¡Ay Charito se vienen, qué hago!<br />

-Yo voy a salir con el Negro.<br />

-No me dejen sola, se vienen Charito.<br />

-¡Y dale pues!<br />

-Sí pero no con el Zurdo… ya debe estar borracho.<br />

-Mirá la blusa que se ha puesto aquélla.<br />

-¿Y el rubio oxigenado, que me decís?<br />

-Mirá la Tota, se hacía la mosca muerta.<br />

-¿Esa? caza a una perdiz volando.<br />

Y el Zurdo que llegaba con esa cabeza porfiada de rulos y esos ceñidos<br />

pantalones blancos… con los bigotes brillantes de vino, cayéndoles firmes<br />

sobre sus labios gruesos. Tranco a tranco.<br />

-¡Ay Chari!<br />

Y el pasito cordobés, caderas izquierda–cintura derecha, y el sudor<br />

brotando de los poros.<br />

-¿Un brindis Negro–amor?<br />

Pícaro mohín, guiño cómplice, noche sugerente y prometedora…<br />

-¿Bailamos Florencia?<br />

-No, por ahora no.<br />

-¿Cuándo?<br />

-No sé, tal vez nunca…<br />

Y cometiste el error de sonreír. Creyó que te burlabas. Humillaste el<br />

orgullo macho–borracho.<br />

-¡Vos bailás conmigo y ahora!<br />

-¡Pero vos que te creés!<br />

-Dejala Zurdo, si no quiere, buscate otra mina, sobran.<br />

-¡Ay Charito!<br />

Y la noche avanzaba hacia la madrugada de gallos. (música)<br />

Y el ritmo deshacía las piernas.<br />

-¿Y ahora bailás?<br />

-No<br />

-Dejá de embromar Zurdo, no vez que mi hermana no quiere.<br />

-¡Qué hago Chari!<br />

Y sus ojos giraban intolerantes.<br />

-¿A qué mierda has venido si no querés bailar?<br />

-A bailar, pero no con vos, roñoso!<br />

-Flori, por favor.<br />

-¡Y qué querés Chari!<br />

-¡Nadie me ha tratado de roñoso!... ¡vas a ver!<br />

-¡No me toqués!<br />

-¡Qué no te voy a tocar!<br />

Y ahí el Negro obligándolo a soltarla. El baile proseguía. Pasaron casi<br />

inadvertidos.


-¡Nos vamos!<br />

Y las mujeres obedecieron sin protesta.<br />

-¡Guardabosque, yo te voy ha enseñar qué es un hombre!<br />

Y tuvo que contenerse. Las mujeres ya llegaban a la puerta. Lo miró<br />

severo. Cualquier cosa menos eso.<br />

-Esperame, vuelvo y te muestro lo que soy.<br />

Salieron. Mudos. Las mujeres de miedo, él de rabia.<br />

Desandaron las calles desiertas. El aire fresco impulsó su sangre. La<br />

música se escuchaba lejana, muriendo bajo los gruesos tinglados…<br />

-¡Vos te quedás! –dijeron las mujeres tímidamente–.<br />

Pero no, era demasiado pedir. El Negro apenas contestó: –Ya vengo,<br />

quédense tranquilas– y ahí quedó la angustia. El remordimiento de Florencia.<br />

-¡Ay Chari, si hubiera sabido hasta salgo a bailar…!<br />

-No seas tonta…<br />

Y la noche desvanecía la distancia por donde iba el Negro. Caminaba a<br />

tranco pesado y sus pasos encontraban el eco en los caserones dormidos. “El<br />

Negro Lozano nunca se achicó”, pensaba. De su nariz salía el suspiro largo y<br />

caliente. Como un toro empinando la tierra. Iba a reparar la ofensa. De no ser<br />

así, mañana mismo sería el hazmerreír de los muchachos. Retroceder nunca…<br />

Se estudiaban. Un luna gorda era único testigo. El aire fresco y el peligro<br />

los había reanimado. Casi no hablaban. El Zurdo hacía esfuerzos por esquivar<br />

la andanada de golpes.<br />

-Esta vez no te mato pero te voy a marcar para que te acordés siempre.<br />

Estaban a pocas cuadras del baile. Un potrero. Algunas luces del<br />

vecindario se habían encendido. Agitados, el sudor mojaba las camisas y las<br />

embestidas arreciaban. Fue un instante cuando el Zurdo perdió el pie y rodó<br />

por el suelo: – ¡Levantate! –No vio que se había llenado el hueco de su mano<br />

derecha con tierra – ¡Levantate!. Se levanto con agilidad y rápidamente le llenó<br />

sus ojos – ¡Así no!– y sintió el metal helado penetrar su entrañas.<br />

El Zurdo vaciló – ¡Cobarde!– y echó a correr. “Lo maté”. Pensaba.<br />

No podía creerlo. El dolor de la traición, cualquiera sea, es más agudo<br />

que el hecho que la revela.<br />

Siempre. Y cerrada los ojos con fuerza mientras la luna seguía<br />

desvelando su martirio -¡Florita, hermana!- y una calesita sin colores le<br />

taladraba girando en su cerebro…rojo bermellón… caliente y espesa era su<br />

sangre.<br />

-No es nada, ya estoy bien.<br />

-Qué susto Negro, qué susto…<br />

Y a Florencia que luchaba por contener sus lágrimas se le hizo un nudo<br />

en la garganta –Flor-Florita- tragaba saliva pero el globo no la dejaba pasar. Se<br />

mordía los labios. Tu –hermano-Negro-Manuel- no lloraba. Flora-Florita. Y sus<br />

labios se habían puesto rojos, cargados. Guinda madura. Partido rojo-dulce<br />

carnoso- tus labios Flora. Y la bolsa de sus ojos insomnes se cuajaba de<br />

lágrimas. Y su pecho, derecho-pecho- al acecho, se agitaba. Una garra de<br />

fuego lento exprimía su sensibilidad -¡Yo tengo la culpa! –culpa-culpamachacaba<br />

el silencio.<br />

Las gotas de suero penetraban indiferentes por el brazo relajado del<br />

Negro.


Sus suspiros se repetían –y ya estallabas Flor, tus pétalos dispersos, tu<br />

sangre torbellino.<br />

-Está fuera de peligro- había dicho el doctor.<br />

Y sus ojeras de demorado sueño hablaban de la angustia. Y el globo<br />

condensado en su garganta comenzó a crecer –a tu pesar Florita; garraguinda-culpa-torbellino-pétalos<br />

dispersos de tu flor- se extendió por su pecho,<br />

osciló en sus cabellos, estalló en su vientre, enervó sus brazos… tallos tensos<br />

con la flor desconsolada de sus manos… y se rompió en su garganta, maduró<br />

en sollozos mansos de aliento largo… y los lagrimones rodaban pesados por<br />

su rostro –estabas hermosa Flor, con tus rodillas juntas, tus pechos<br />

temblorosos- y el Negro reía, el Negro macho-corazón-Manuel, se reía.<br />

-Tonta, no es nada… ya está.<br />

Una enfermedad entró-<br />

-El doctor autorizó por unos minutos a un policía que quiere hablarle.<br />

-Que pase.<br />

-Buenos días –extendió su mano a los tres- iré al grano. Tenemos con<br />

nosotros a Mauricio Rodríguez, el Zurdo. Está arrestado bajo sospecha de que<br />

en la madrugada de hoy, siendo aproximadamente las cinco, lo hirió a usted<br />

con arma blanca.<br />

¿Tiene algo que decir?<br />

-Sí, que es totalmente falso. No sé quién pudo inventar semejante cosa.<br />

Salí del baile de Ayacucho y al volver resbalé en la acequia de la esquina de mi<br />

casa, por la oscuridad comprende, y bueno… me clavé algo, después perdí el<br />

sentido, no sé.<br />

El policía lo miró con sorna.<br />

-Bien, por hoy es suficiente, quizá después sea llamado.<br />

Florencia y Charo se sorprendieron. Silencio. Comprendían que ésa no<br />

era su ley.<br />

“Me debés una marca Zurdo”, pensaba.<br />

Y se acomodó para dormir. Las mujeres acariciaban sus manos.<br />

PARTIR<br />

Su luz moría como una tarde rota. De súbito. Y ya no había nada que<br />

hacer. Todo había terminado.<br />

Se había llegado a la parte más fina del embudo. Esa parte en la que<br />

muchos se despedazan por pasar y dejar lo más rápido posible el hedor de la<br />

promiscuidad. El grito y los mil gritos de antes, ahora se habían despeñado por<br />

el desfiladero de los recuerdos. Sólo eso. Irse sin saber qué victorias y qué<br />

derrotas lo esperaban. Irse. Allá donde el bolsillo es una boca hambrienta y el


destino aúlla su ambición de vida. Repliegue que procura desprender los<br />

tentáculos que estrangulan el cuello lentamente, gozando de las vidas que<br />

resisten y los rostros persignados. Por el miedo. Por el Dios que no viene. Por<br />

el Cristo que adentro sigue desangrándose… y los rostros violáceos<br />

insuflándose aire. Sólo el necesario porque ni el aire parece pertenecerles.<br />

Ni el aire, ni ese cielo grande que se deja mirar.<br />

Ni ese sol…<br />

Sería alrededor de la medianoche y mañana amanecería en otra ciudad.<br />

No quiso que Angélica lo fuese a despedir. Para qué. Si sólo las despedidas de<br />

las que se advierte un retorno feliz pueden celebrarse –me instalo y te llamo- le<br />

había dicho despeinando el cabello de Andrecito. Y en su voz, quería<br />

acentuarse la confianza que resulta imprescindible transmitir cuando los<br />

hechos muestran la espalda…<br />

El decreto de “exterminio” le había llegado anunciándole que sus<br />

servicios no eran necesarios, que la circunstancia de la hora que vivíamos,<br />

requería de una especie de sublime virtuosismo, en nombre de una Patria que<br />

no entendía cuál era o dónde estaba sino en él… como en tantos. Y el decreto<br />

fue bailando su quemante gozo de mano en mano, de estupor a estupor, de<br />

suegra a suegro, de mujer a hombre en una ronda cerrada y perfecta, dejando<br />

detrás de él la llama ruin que devastaba. Frenética e impiadosa. Y los ojos<br />

quedaban perdidos, glaciales, buscando un lugar, una esperanza y un asomo<br />

de seguridad donde aferrarse…<br />

La terminal de ómnibus, como todas las terminales del mundo, resulta el<br />

escenario donde suele derramarse el rictus de la angustia. Donde la pregunta<br />

acosa y comienza a dilatarse el territorio de la ausencia.<br />

Andrés miraba la noche y la displicencia de los colectivos que partían o<br />

llegaban. Indiferentes. Irremisiblemente crueles para los que quedaban. Y el<br />

café en el bar –transitorio y breve- reconfortando en cada sorbo las caras<br />

pesadas y somnolientas. Portadoras del último beso o esperanzadas del primer<br />

abrazo. La ciudad y la noche. Los pensamientos que danzan con sus velos<br />

transparentes desollando de cuajo las verdades. Esa marea. Ese giro helicoidal<br />

que se hunde sin reservas hacia frases inconexas, procurando convocar un hilo<br />

que vertebre, un lugar, una circunstancia donde echar a descansar la<br />

interminable longitud de la paciencia. Esa paciencia que no es sino el signo de<br />

la mordaza que mira impotente la devastación que invade como un cáncer.<br />

Lentamente intolerable… No puede creerse que crezca prepotente el injerto<br />

que azota como un mimbre duro el rosedal de sueños. Rosedal necesario para<br />

seguir creyendo. Creyendo y respirando. Respirando y viviendo sin abdicar la<br />

guardia, frente a esa sombra que quiere tomarnos por sorpresa.<br />

Por eso estas ahí Andrés. Andrés o Juan-Julián o Pablo, que más da…<br />

esa marea turbia donde fermenta la incredulidad.<br />

Sentimiento que taladra lentamente. Rencor que hierve y se consume en<br />

el suspiro. Ahí se hamaca la sangre. Pero los pueblos no quieren suicidarse y<br />

algunos dicen que es paciencia. Y es el mudo ritual de los brazos cruzados que<br />

acunan la tensión. Ojo penetrante tallado en rabias. Manos que esperan crecer<br />

en la redención del tiempo. Por las falsificaciones-fraudes- hiel y prepotencias<br />

que tragaron las gargantas. Cruz y espina del pesebre pobre. Sin navidad-


Reyes Magos-Cruz del Sur-ni norte. Y los brazos cruzados. Impermeable en<br />

que resbala la austeridad de los que no pueden serlo más…<br />

Estrujados.<br />

Cómo explicarte Andrecito que debí partir mientras dormías. Que a mí<br />

también me duele, pero yo soy grande. Tu invencible castillo donde vos sentís<br />

que te protegen. Pero yo soy esto Andrés. También necesito de protección. Y<br />

tengo miedo. ¿Será cobarde tener miedo?. Porque la inseguridad es un niño<br />

que vuelve con toda su inocencia al regazo de su madre. ¿Te das cuenta? y<br />

ahora que estoy sin Dios, sin madre, ni mongo que se duela, la vida me queda<br />

grande. Es demasiado cansador. Porque sé que en esto debo ayudarme solo y<br />

que no bastan los rezos. ¿Qué confianza me dan?. Sin embargo creo<br />

Andrecito. Tengo que creer porque de no ser así estaría liquidado, y vos<br />

también. Seguí acumulando fábulas y resistiendo frente al derecho del pan y<br />

los juguetes. Tenés razón. Exigime, exigile a tu madre que sólo de ese modo<br />

será capaz hasta de amasar mis cenizas para tener la excusa de sacudir el<br />

mantel… Un día te diré y lo comprenderás. Estoy seguro. Pero no obstante<br />

tengo miedo que te toque formar en la reiterada vereda de la venganza. Como<br />

aquella película que vimos, la del Beto Sánchez, ¿te acordás Angelina?, hasta<br />

conversábamos con el placero por el gusto de ser amables frente a aquel que<br />

creíamos más en la sombra que nosotros. Un burdo gesto de humildad…<br />

Todas las parejas que se asoman al primer balcón del sentimiento,<br />

también se asoman al empuje inicial del primer gesto de coraje. Sentir la<br />

responsabilidad que nos va transformando en hombres serios, sólo porque el<br />

sentimiento de seguridad necesita afirmarse en un rostro serio. En un músculo<br />

contraído dispuesto a arrasar… y qué sé yo.<br />

Recién descubro que estamos demasiado solos, desnudos inermes.<br />

Perros vagabundos muertos de frío. Te diré Andrecito que las palabras sobran.<br />

No sirven para nada. Decile a una piedra que no ruede montaña abajo y verás<br />

que no te da cinco de bolilla. Y con los fuertes sucede lo mismo. Las palabras<br />

rebotan como dardos de papel frente a los pechos peludos. Y en eso están<br />

ahora, en jugar a guerras de papel los mismos que debieron hacer las cosas<br />

diferentes ayer… y prometen el apocalipsis de los hombres como yo, que no<br />

somos para ellos, más que un medio de sus razones. Un sufragio tibiamente<br />

democrático en la oscuridad de las urnas. A través de los como yo pasan las<br />

grandes estrategias. Yo mismo soy un recurso. De éstos y los otros. Estos, que<br />

hablan de mi reacción impredecible porque será vulgarmente inapelable y<br />

violenta. Y los otros, que después de todo quieren que muestre mi sonrisa más<br />

amorosa para no pasar a ser el buzón de lo anónimos siniestros o el objeto de<br />

los comunicados donde me dicen que no tolerarán mi anti-Ley. Porque para<br />

todo está la Ley, Andrecito. La solemnidad que no soporta el olor a negro por<br />

las calles. Por eso te digo que las palabras sobran. Tienen el simple mérito de<br />

su sonoridad. Y yo estoy seguro que se matan de risa –Oh, mirá cómo tiemblo-<br />

, dirán.<br />

Qué me ofrecen esta vez, si muchos como yo desbordamos las plazas.<br />

Incluso con el bombo y juntos –unidos– triunfaremos.<br />

Qué.<br />

Es cierto Andrecito que no hay que poner el vino nuevo en odres viejos.<br />

Por eso parto. Tal vez encuentre el odre nuevo. Hombres sin pinturas que


disimulen el bochorno que llevan. De una sola pieza. Sin la enredadera de las<br />

trenzas con éstos y los otros ¿te das cuenta?... ¿te das cuenta Andrecito?<br />

…pero tengo miedo, mirá cómo me transpiran las manos. ¿Tiene<br />

derecho un padre a tener miedo en estas circunstancias?<br />

La ciudad y la noche. La noche como un gorrión sin alas. Las calles que<br />

forjaron la historia del hombre. Su integridad.<br />

Cada ciudad del mundo tiene su personalidad. Y el desarraigo es un<br />

árbol sin hojas, desnudo. Con sus ramas al rigor de la noche. Para qué hablar<br />

de las ciudades, de su alfombra de sol por esas calles y sus techos embebidos<br />

de astros y de lunas. Y ahí están los grillos remontando los sueños, buscando<br />

un destino de gargantas crecidas… y no será esa ciudad decrépita que vomita<br />

sus hijos, será el grillo que empezó a creer que las victorias son actos, hechos.<br />

Más allá del estruendo del verbo y el brillante barniz de las palabras.<br />

Qué más puede decirse de las ciudades… del espanto de morir un poco<br />

cada vez que se parte en busca de alguien, de los “algo” impalpables<br />

prometidos.<br />

Y la noche, tragándose la luz de tardes devoradas, en busca de Dios,<br />

entre la niebla…<br />

PRIMER NO<br />

Fue en esa oportunidad cuando por primera vez decidió probar su primer<br />

cigarrillo. Tanto le habían mentado sus cualidades destructivas que creía de<br />

este modo asumir contra sí mismo una vandálica decisión. Su aspecto había<br />

pasado la línea de lo perentorio. Digamos que podría tratarse de un hecho<br />

taxativo. Poco menos que el fin del mundo. Yo y Chela –mi mujer– habíamos<br />

advertido sus raptos tornátiles. No obstante, creíamos que nuestra prudencia<br />

debía limitarnos a la observación, cruzando con él, una que otra sugerencia.<br />

Algo así como protegerlo sin que lo notara. Hay momentos que la sola<br />

presencia se ofrece como refugió donde acude sin darse cuenta el paso<br />

desbaratado de la derrota. Y nuestro Cochorro –así le decimos– era sólo eso,<br />

una pequeña derrota. Un montón de huesos, una mirada devastada. Sin<br />

embargo y como aquello es natural, sabíamos que su abstracción, los largos<br />

encierros en su dormitorio, su calidad de contumaz afásico, no constituía sino<br />

su mejor manera de resistir, de olvidar. A nosotros nos resultaba hasta cómico,<br />

aunque como es obvio, la experiencia en este plano es algo intransferible, le<br />

dejábamos hacer. Incluso le preparábamos el terreno. Le abonábamos el<br />

camino para que sufriera hasta lo imposible… es un decir, claro. Aún sabiendo<br />

que en estas ocasiones el corazón suele hurgar tanto en la sensibilidad que<br />

parece una bestia inmisericorde. Y no hay Dios ni nada. Sólo un abismo del<br />

que nos es dado buscar la luz. Por supuesto, que al mismo tiempo le<br />

demostrábamos que su realidad no era la nuestra.


Que el fin del mundo distaba de mucho de nuestros mortales días. Y<br />

ésta era su seguridad. En algún momento debía comenzar a comprender que<br />

sobre el tiempo nos esperan violencias tras violencias y que la mano del mundo<br />

permanece alerta buscando la primera oportunidad de desencajar su más<br />

sonora cachetada. En poco tiempo le vimos crecer desmesuradamente.<br />

Acostarse del tamaño del niño y levantarse del tamaño del hombre…sin<br />

olvidarse del niño. Y él se descubría otro frente al espejo que todos los días le<br />

deparaba una sorpresa. Al mirarlo, me daba la sensación de que para mí<br />

habían transcurrido diez años. En él, se habían concentrado los años y el<br />

instante y en esa ineludible y diría hasta concuspicente simbiosis, lo<br />

caracterizaba la inestabilidad. Su rostro se cerraba en un serio solemne y<br />

cuando Chela le recriminaba se animaba a retrucar ya tengo catorce años<br />

mamá. Por supuesto, pese a ello, su ingenuidad le brotaba por los cuatro<br />

costados. Entonces era torpe y hasta su voz le revelaba que esto no lo debo<br />

decir así porque no queda bien. Sus diversiones si bien variaban, cuando sin<br />

querer volvía a los juegos de uno o dos años antes, descubría que le sobraban<br />

fuerzas, que le faltaba espacio. Pasaba con mucha facilidad de la euforia a la<br />

depresión, de la expresividad al mutismo, y ahora –cada vez más frecuente– se<br />

esmeraba frente al espejo para mejorar su aspecto.<br />

Se había enamorado escandalosamente.<br />

Así son de portentoso esos amores; terribles, tiránicos, absolutos. Al<br />

comenzar la noche volvía con sus pupilas ardiendo, llenas de vida. Como un<br />

ejército que regresaba vencedor y entra con aire triunfal en medio de la<br />

fanfarria. A nosotros que muchas veces nos encontraba mirando televisión nos<br />

trataba cariñosamente de viejos gagás.<br />

Me despeinaba y se prendía al cuello de Chela. Ella lo admitía. Su<br />

orgullo por él le resultaba francamente indisimulable, le rebasaba los ojos<br />

disfrutar su desparpajo. Y mientras cenaba le refería los avances de su<br />

conquista, minimizándolos. Y ella escuchaba admitiendo con una ligera<br />

muestra de celos y cuidado m’hijo, portate bien que por ahí te fallan y vas a ver<br />

lo que es bueno. Pero no mamá, que es imposible, que yo estoy hecho y<br />

embalado para estas cosas. Dale nomás, que ya vendrás con un tajo en el<br />

cuore buscando a tu madre. Y después la risa. La hilarante y efervescente vida.<br />

La infaltable risa y el mundo es un carozo, no pasa nada… y otra vez la risa.<br />

Así las cosas.<br />

Pero alguna vez debía ocurrir. Y entonces volvió con un semblante<br />

hosco, pálido. Su primera derrota. Su paroxismo consumido, hecho cenizas.<br />

Pasó sin decir nada, queriendo –sin querer consuelo. Negándose, rechazando.<br />

No cenaré mamá, y ella que quiso ir tras él. La detuve –dejalo, ya pasará-<br />

intimar consigo mismo, soledad, era lo que necesitaba. El fracaso en un<br />

territorio vedado a los otros. Sólo se comparten las victorias. La derrota<br />

requiere ser revisada al detalle. Sin excusas. El primer amor es un acto de fe.<br />

Ordalías que testimonian el supremo alcance de la voluntad. Prueba infinita y<br />

permanente. Y cuando esas ordalías no han servido para mostrar su casa, el<br />

mundo se derrumba, la vida es una mentira infame. Y es la oscuridad, el sin<br />

sentido. Y Chela lo entendió, lo entendimos. Nuestra mejor intervención pasaba<br />

por demostrarle que él existía para nosotros sin más explicaciones. Para qué.<br />

Lo sabíamos todo. Entonces lo veíamos andar de un lado a otro, sin brújula,<br />

perdido. Tratando de disimular el espolón que lo roía por dentro.


Jugábamos al ajedrez en la galería y el tiempo que tardaba en realizar<br />

un movimiento le servía de excusa para perder su mirada en los generosos<br />

helechos del ventanal. Esquivaba sus amigos, buscaba permanentemente la<br />

soledad. Daba la impresión de haber caído en un pozo y al mismo tiempo<br />

buscar la forma de salir. Lentamente, arañando las paredes, pero al fin<br />

sintiendo necesidad de ese pozo que formaba parte del niño en tránsito al<br />

hombre y que probablemente le proporcionara un extraño placer. Pese a esto<br />

yo le hostigaba, para avivar su orgullo. Indirectamente. Esta es la edad<br />

acosada por todas las cosas malas de este universo mal hecho. Pero me<br />

ignoraba y eso era buen signo. No quería demostrarme que estaba a punto de<br />

sucumbir, que cualquier empujoncito podía serle fatal. Y se sumía<br />

todopoderoso en el débil parapeto de su indiferencia. Estos primeros escarceos<br />

del dolor, de la sensibilidad hecha un fardo, suelen ser terribles. El era mi viaje<br />

hacia el pasado. Con Chela siempre le inducimos su desenvolvimiento<br />

independiente. Además de largarlo solo en campamentos y viajes, le habíamos<br />

explicado todo –o casi todo- lo que puede interesarle a un cabecita de su edad.<br />

Recordábamos su rubor cuando un día le pregunte delante de Chela, si ya<br />

había pasado algo. Su turbación. No supo contestar. Bajo los ojos. Arrégleselas<br />

m’hijito le dijo Chela, usted ya es un hombre. Tiene miedo… qué sé yo,<br />

entendés?, contestó. Hay formas de esquivar eso, vos sabés, no?. Si. Y le<br />

veíamos rondar sobre la trascendente decisión. Su miedo al abordaje de algo<br />

desconocido. Tratábamos de adivinar los rotundos silencios cuando lo<br />

sorprendíamos en su habitación mirando desde la ventana hacia la calle.<br />

Imaginábamos ser actores y espectadores de su mundo interior, de penetrar en<br />

la urdimbre de su memoria inconexa tras esos monólogos turbios que le<br />

pertenecían y le horadaban su soledad…<br />

Como esas gotas despedazadas contra los cristales resbalando hacia el<br />

vacío. Olvidadas. Ahuyentadas del celeste que conocieron y arrojadas sin<br />

conmiseración hasta la tierra. Esta tierra. Polvo y barro. Pantano y ciénaga. Y<br />

en el medio hundiéndome y no seré yo quien pida socorro. No habrá grito, uno<br />

es hombre y desde él debe dar prueba y fe de su tamaño, pero todo esta<br />

terminado. Fin. Será el olvido, el interminable olvido que sale de mí y se coloca<br />

fuera para mirarme, para preguntarme cuándo m’hijo harás uso definitivo de mí<br />

y se sonríe. Irónico de porquería. Se sonríe con la suficiencia de los poderosos,<br />

me recorre palmo a palmo con su mirada pegajosa. Y yo, duro, sin hacerle<br />

caso.<br />

Soy hombre…<br />

Qué tal mami… ¿cómo?... nada, estoy bien, cómo querés que esté,<br />

dejame solo, no me persigás, ya no me hago nada en los pantalones y si me<br />

hago, puedo limpiarme solo…<br />

Estuve mal. Ella no se merece. No tiene nada que ver con la trastada de<br />

Celeste. Tal vez crea que el problema es mayor, que embarazo por ejemplo, le<br />

daré a entender que no, que se quede tranquila, que no embrome…<br />

Mi aspecto debe parecerse mucho a la convalecencia de un enfermo y<br />

ellos deben preocuparse, al fin y al cabo los viejos son piolas. Grandes viejos.<br />

Un monumento, pero yo soy yo, qué embromar. El viejo se da cuenta y se hace<br />

el sota, la vieja también pero aguanta menos. ¿Sabrán acaso?.<br />

…Corazón, supongamos que has cometido un crimen y te han llevado<br />

atado –apenas podés latir entre los alambres- frente a un tribunal de corazones


celestes… ¿Por qué celeste?. ¿Por qué todo tiene que llamarse así?... che<br />

corazón, escuchá, a vos te hablo, serenate, escuchá.<br />

Has cometido un crimen y te decía que estás frente a un tribunal que no<br />

es celeste. No tiene porqué serlo. Y yo ahí de fiscal:<br />

Señor, está usted acusado de varios cargos, responda, ¿por qué indujo<br />

a su dueño y señor hacia una circunstancia predestinada al fracaso?, ¿dónde<br />

ha quedado su minuciosa idolatría?, ¿la perdió?, ¿la empeño?, ¿se extinguió?<br />

Si quiere salvarse de la pena máxima deberá tener la suficiente capacidad de<br />

rebelión y comenzará primero por desatarse… corazón a vos te hablo. No hay<br />

caso, no entendés nada… no, no voy a llorar, Dios… dónde estás Celeste. Me<br />

meto en la cama, me tapo la cabeza y si entra la vieja finjo dormir. No puede<br />

verme así, soy un hombre. Todo un macho. Qué vergüenza. Celeste… porqué.<br />

Dónde queda el sitio de paz… me apedrean el pecho a mansalva, es un batería<br />

que estalla sobre mí. Y es un relámpago que quema, que atraviesa la piel, la<br />

carne, los huesos, un relámpago rojo. Yo no soy yo. No quiero serlo más. No<br />

ven ahí un montón de huesos. Soy yo, qué me miran. No existo más. Estoy<br />

triturado. Por eso no escucho las canciones.<br />

No quiero ver a nadie. Mi soledad es rigurosa y hacia alguna vez se<br />

fueron los domingos…<br />

Los domingos del parque.<br />

Tus piernas Celeste. Aquella vez que una hormiga vino desde el césped<br />

y subió a tu tobillo derecho. Comenzó a trepar. Es una buena oportunidad. Te<br />

besé. Para ganar tiempo. Hormiguita linda, vamos, seguí, subí que cuando<br />

estés arriba te doy el manotazo. Llegó a la rodilla. Listo, ahora.<br />

Tenés una hormiga, a ver, te la saco.<br />

… y mi mano que queda distraída. Tu piel suave. Otro beso. Tu cuerpo<br />

tibio y te habías puesto colorada. Un poco agitada. Te miraba las piernas. Esa<br />

delicada curva en pos de la cadera. Basta Cachorro. Porqué, dejame. No,<br />

basta, nos pueden ver, es de día. Y tu aliento derritiéndose en mi cara. No<br />

Cachorro, ahí no, por favor!...<br />

y justo ese tipo tuvo que pasar por ese lado…<br />

Celeste. Fue un desprecio el tuyo y yo no le aguanto desprecios de<br />

nadie. Prefiero el retiro de mi habitación. La calle. Mi nombre es agosto. El<br />

silencio está de guardia para cuidar la soledad. Estoy seco y esto es como un<br />

tajo acústico que me partió la vida…<br />

Nuestra expectativa nos mantuvo al borde de la ansiedad. Queríamos<br />

saber qué resolución encontraba a su conflicto. No era fácil. Era su voluntad<br />

frente al desdén de su primera sílfide.<br />

Y esa tarde lo supimos cuando a la hora de la merienda llamaron a la<br />

puerta. Atendió Chela.<br />

-¿Está Cachorro?<br />

-Sí<br />

-Soy Celeste, ¿podría llamarlo?<br />

-Sí hija, pasá.<br />

Fue a su habitación y al comunicarle, sus ojos se abrieron<br />

desmesurados. Hubo un silencio y volvió a preguntar.<br />

-¡¿Quién?!<br />

- Celeste<br />

Y salió. Detrás bajaba él, despacio y componiéndose el cabello con las<br />

manos. Fingíamos no darle importancia al suceso.


-Hola…<br />

-Hola.<br />

Quedaron mirándose. Era el segundo fundamental, el no y el sí jugando<br />

un batalla decisiva.<br />

-Tenés razón Cachorro.<br />

-¿Y por qué tardaste una semana?<br />

-Te esperaba.<br />

Y otra vez el silencio. Los ojos francos enfrentados. Cuando el orgullo se<br />

recompone y la dignidad se afirma, la soledad poco interesa. Ya pasaría.<br />

Su voz sonaba firme, serena.<br />

-Llegás tarde Celeste, quizá no valga la pena. Dejémoslo así, será<br />

mejor.<br />

Miré a Chela. Nos miramos.<br />

Y esta vez fui yo quien no podía con mi orgullo.<br />

LA RONDA<br />

Yo quiero contarles cómo sucedió. Si es que sucedió, claro. Porque a<br />

esta altura no sé… saben ustedes que un sueño de sueños –o un sueño más<br />

grande- no puede contarse. No se deja contar. Supongamos que habrá sido<br />

1978, el año digo. Y al final… casi. Yo quiero contarles que la historia<br />

únicamente avanza. Se trata de una fuga en perspectiva, que suele bifurcarse,<br />

pero siempre, fíjense que siempre, vuelve a su cause natural. Siempre. Pues<br />

como dice el aforismo”Solo hay un camino para llegar y mil para pararse”.<br />

Pero no, no nos vayamos por las ramas. Tratemos de empezar por la<br />

punta de ovillo.<br />

Lo intentaré.<br />

Sólo sé que hacían unas cuantas horas que había terminado la<br />

primavera y llovía. Llovía copiosamente mientras agonizaban las últimas luces<br />

del día.<br />

Verano naciente y Navidad.<br />

Pero yo entonces estaba en otro mundo. Bajo un cielo sin cielo. O cielo<br />

raso, seria mejor. Raso-rasante. Y con rejas. Vaya si las había!<br />

Volvían de sus extras los empleados de comercio, los oficinistas, todos.<br />

… los punguistas, los guante blanco. Y muchos más. A esa hora la calle<br />

se teñía de colores. Uniformes blancos, naranjas, grises, corbatas<br />

desanudadas revelando el desaliño del cansancio. De tanto en tanto, un<br />

refucilo rasgaba el vientre de las nubes y poco más, como latigazo en lomo<br />

pródigo, restallaban los truenos.<br />

Volvían arrebujándose en sus abrigos… pilotos, paraguas. Ovillándose<br />

en sí mismos.<br />

Y ensimismados. Eran los más.


Volvían esquivando los charcos. Saltando las baldosas sueltas de las<br />

veredas, protegiéndose bajo la copa de los árboles o bajo el toldo de los<br />

quioscos. Volvían con la ilusión de quebrar sus días repetidos en la algarabía<br />

de las fiestas. O romperse en ellas. En un alcohol sin redenciones. Sólo que<br />

desde algún lugar, alguien los observaba. Estaba en todo. Escrutaba sobre las<br />

calles descalzas. Sobre las arrugas de los rostros desnudos tratando de<br />

desenmascarar el rictus que trasuntaban. Sobre las sonrisas que fueron. Que<br />

LAS fueron. Sobre los insomnios. Sobre las redondas ojeras. Acariciaba la piel<br />

de los amantes. Era sus gemidos. El punto donde ella se suspendía<br />

fugazmente y estallaba con violencia, despedazando sus cometas –sus perlas-<br />

su papel, para después alejarse complacida. Se mimetizaba por los andurriales<br />

de la luz y el espacio… desde los balcones cargados de jardines colgantes,<br />

hasta los techos de lata, donde tamborileaban los goterones gruesos.<br />

Unos la glorificaban. Muchos la insultaban. Nadie la conocía del todo.<br />

Era una Niña. Venía desde siempre. Iba hasta siempre… por los cielos de los<br />

cielos. Era la Vida. Era una Niña.<br />

Déjenme que les cuente, no me apuren. Era una niña, les dije. Venía a<br />

ver qué pasaba con ella, como si este rincón de su cósmica calesita, fuese un<br />

espejo. Venía a esta partecita que es mi ciudad. Mi ciudad estropeada,<br />

desgreñada. Y vapuleada, y herida, y cansada… daría mi garganta si antes me<br />

dejaran gritar. Aullar. Un solo alarido.<br />

Déjenme que les cuente.<br />

Sí. No tenía nombre preciso ni señas particulares. Sin edad. No se<br />

identificaba bajo ninguna circunstancia porque ninguna la abarcaba<br />

completamente. Con decirles, que hasta el tiempo en su concepto literal, el<br />

tiempo, que era su brazo más travieso, más tonto, más apabullante, hasta él<br />

debía rendirle tributos, hasta él se prosternaba en busca de su bendición y<br />

satisfacerla cambiando su camaleónico cascarón… con sus primaveras,<br />

veranos, otoños e inviernos. Y ella –Ineluctable- no era siquiera un efluvio sutil<br />

o irradiación inmaterial. Ni la alegría total –ni la tristeza acabada- ni loca<br />

irreverente, ni una recatada castidad. Ni demasiado hermosa… pero nunca<br />

abominable. Era la vida.<br />

A veces –verán ustedes- era lo que los intelectos más enredados<br />

denominaban una conformación ecléctica de los valores y las cosas. Y para<br />

otros, tan abstracta que no se dejaba tocar. Para éstos, que era a quienes les<br />

tocaba mirarla de soslayo, porque no les daba la fuerza ni para protagonizarle<br />

una uña, era sencillamente una poca cosa, por decirlo de algún modo. Una<br />

hetaira… más todas las denominaciones que le siguieron en el tiempo, que se<br />

iba con el mejor postor.<br />

Aunque yo sé que no es así.<br />

Se ha dicho tanto de ella, de sus magias, de sus milagros, de sus<br />

ofrecimientos. Se han levantado tantas calumnias por ella, que no vale la pena<br />

referirlas. Sólo que por ser dueña del tiempo se deja querer, se deja amar, se<br />

deja odiar, herir, encancelar, insultar, defender, atacar, humillar, violar,<br />

escarnecer… se deja-dejar. Porque hay un tiempo para todo, o no?. Pero yo sé<br />

que es mentira cuando la llaman prostituida, como también es mentira cuando<br />

la adulan por blanda. Verán señores, ni gusto a miel, ni a hiel. ¿Y quieren<br />

saberlo?, se trata de un poco de arcilla húmeda para modelar. Unos lo toman<br />

entera. Otros se pasan su existencia tironeándola para ver si de tanto le<br />

arrebatan un beso, una caricia, una suerte… yo sé.


Y no quiero redundar.<br />

La vi, como les decía, dispuesta, resuelta a observar. Eligió una calle. La<br />

más larga. Una calle que vista desde arriba era un miscelánea. Como un<br />

laberinto de espejos, que reflejan las imágenes deformes y multiplicadas.<br />

Entró a la parte central de mi ciudad. La parte irisada y fúlgida de las<br />

vidrieras. Y era así, como candilejas encendidas en un teatro de variedades.<br />

Los arbolitos de Navidad con sus luces intermitentes, alternaban sus guiños<br />

inquietos, desprendiendo una constelación de fantasías. Propagandas,<br />

amarillas, verdes, rojas, violetas, aguzaban la inquietud de los bolsillos de lo<br />

paseantes ganados, que se extasiaban, que se dolían. Una arruga mortal<br />

cruzaba el rostro escuálido de los aguinaldos redimensionados, tras el celofán<br />

que daba encanto a los regalos que envolvía. Cintas plateadas, nudos<br />

melindrosos semejaban mariposas libando el néctar. Maniquíes arrobados por<br />

la fábula del rouge… maniquíes hombres, con sus gestos inmutables –entre<br />

desprotegidos y seguros- persuadiendo sobre las ventajas de las vestimentas.<br />

Pero aquí comenzó la perplejidad.<br />

La gente pasaba, se detenía, miraba aquí y allá. Y sus miradas eran<br />

lánguidas, presas de un despropósito ominoso. Miraban –se alejaban- volvían a<br />

mirar. Como si en esa observación se fuera destiñendo de a poco el color de<br />

sus pupilas. Como si en ella se evaporara la luz del último sueño y la<br />

esperanza hinchara sobre sí, una joroba más.<br />

Una giba grotesca.<br />

Y esto era grabe.<br />

La Niña palideció. Yo la ví, les aseguro.<br />

Y continuaba lloviendo. Mansamente. Las débiles briznas se recortaban<br />

ante las luces de mi ciudad. Se asimilaban a una humedad casi borrosa o se<br />

quedaban perlinas a derramar afectos infinitos en el dorso nervudo de las<br />

hojas. Ahí, en ese atrevimiento de la naturaleza estaba todo. Su enigma, su<br />

magia. El monocorde gotereo era un murmullo resignado.<br />

Desde las casas, alguna brisa traía la paz y ternura de los villancicos. A<br />

esa hora, se supone que las familias reunidas en torno de su mesa se<br />

congregaban a rendir el sagrado culto de su unidad –tras la cena- mientras<br />

esperaban el aullido de las sirenas que anunciara el inmarcesible milagro de la<br />

redención.<br />

Fíjense que yo odiaba las sirenas… los sátrapas solían usarlas para<br />

perforar el alma de la gente. Pero ésa es otra historia. La Niña, en este punto<br />

de su inspección decidió penetrar en los hogares…<br />

Allí estaban todos, o casi todos, no habían profusión de alegría. Los que<br />

se hallaban reunidos sostenían opacamente su tertulia. Sus rostros se<br />

advertían cansados, mascaras de tribulaciones, y miraban La Silla vacía que se<br />

encontraba al costado de la mesa en el lugar donde comenzaba el vértice de<br />

su cabecera. No había árbol de Navidad. El rincón donde otrora se levantaba el<br />

Pesebre, estaba vacío y en la pared unas estrofas de Machado…<br />

“Creo en Dios y en la esperanza<br />

y en la fe que nace<br />

cuando se busca a Dios y no se alcanza,<br />

y en el Dios que se lleva y que se hace…”<br />

Su aguda disfonía. Y todos continuaban mirando La Silla desnuda.<br />

Como un trono sin Rey. Un podio sin triunfo. O tal vez mejor, un cenotafio<br />

obligado donde se apoyaban todos los silencios. Hacía un tiempo que La Silla


estaba vacía. Sin resignarse a la ausencia. Un testimonio. Una espera cansada<br />

de esperanzas. Una lúgubre realidad. En aquellas épocas él supo ser<br />

estudiante –un gran tipo- trabajaba y se solventaba su carrera, con una gran<br />

sensibilidad por las cosas de su gente, los problemas, del barrio, me refiero. Y<br />

un buen día no volvió más.<br />

Valentín, se llamaba. Valentín Ledezma.<br />

“Y por su gloria eterna!”<br />

decía abajo una foto suya puesta bajo las<br />

estrofas de Machado.<br />

Aquí la Niña sintió un escozor en plena boca.<br />

Una ráfaga de frío contrajo los cuerpos desde la base occipital y hasta<br />

los dedos. Y prosiguió.<br />

Anduvo apurada. Como un gigante adusto y cejijunto. Pasó, como dije<br />

anteriormente, por el lecho de los amantes. Participó allí de sus regocijos. Una<br />

sola conciencia tripulando mares de miel. Un enredo de manos. Y un centro<br />

absoluto, orbicular, perfecto. Afuera otro mundo, la noche y mi ciudad. La Niña,<br />

complacida, continuó. Aunque quedaba algo inasible, imponderable, que no<br />

puede definir. La brisa fresca reanimó su voluntad y se dirigió hacia la plaza<br />

principal. Estaba vacía, o casi. Las plazas son el turismo de los pobres, el<br />

rincón de los romances sencillos, la tribuna inigualable de los jubilados. La<br />

plaza. Allí estaba mientras la llovizna la lavaba obcecadamente. Ahí estaba con<br />

su hontanar desierto, con los sauces cansados formando penachotes plateados<br />

por el agua contenida. Pero no estaba tan vacía. Tras la enredadera del rosal<br />

silvestre había un hombre sentado. Se dejaba mojar. Su mirada yacía en un<br />

punto del mosaico y en algún ángulo del recuerdo. Todo silencio. No había<br />

forma de averiguar lo que pasaba, su piel parecía un carapacho inexpugnable.<br />

Por los ojos de La Niña brotó una línea de luz claramente delimitada que<br />

penetró por los del hombre hurgando en los laberintos de su conciencia. Yo<br />

apenas pude acceder a una extraña nomenclatura y a balbuceos inconexos…<br />

“hijos de mala madre-castrados-cobardes”. Y nada más. La Niña contrajo su luz<br />

y se espantó, el pánico la inclinó y su rostro trocábase desencajado. Las Sillas<br />

de aquel solitario estaban todas vacías y también despedazadas. Se los<br />

llevaron todo. Los SATRAPAS… un País de encapuchados y de pañuelos<br />

blancos. Mientras más sátrapas, enormes y de grandes zapatones, más<br />

Valentines Ledezmas.<br />

Misantropía! –exclamó la Niña– ¿Quién?, ¿Por qué?, ¿Quién?.<br />

Miré al sesgo, sentí miedo. Y rabia. Pero más miedo, a qué negarlo.<br />

No obstante proseguí con ella. Eran saltos. Aquí-allá-más allá. En<br />

tantos algunos petardos pretendían festejar la Nochebuena… y esto es un<br />

eufemismo. Yo la acompañaba.<br />

Y allá en la calle desnuda dolida de pedregullo, donde la lluvia hace un<br />

río y procesiones de barro… allá no quedan sentimentalismos, ni versos, ni<br />

elegías, por la llovizna que débilmente caía. Allá esa llovizna era realmente<br />

exasperante y enemiga. Los techos de lata así lo denunciaban. Ni pan dulce, ni<br />

arbolitos, ni regalos prolijitos con su cinta verde-musgo. Nada. Un barco de<br />

papel venía a punto de zozobrar, tal vez con él, los sueños hechos agua de<br />

algún pibe. Nada. Sólo que en varias casas hay una silla vacía. O dos. O más.<br />

Y en algunos paredones que se alzaban aislados estaba escrita la causa. El<br />

testimonio, la historia… “QUE <strong>LOS</strong> SATRAPAS NUNCA MÁS”… pero ellos


siempre volvían, es decir “siempre más”, si me explico. Páginas de ladrillo en<br />

las calles de los pueblos.<br />

-Qué han hecho de mí…?! –se preguntó la Niña, llevándose su mano a<br />

la boca. La noche oscureció aún más y un trueno, como un espolón de gallo, le<br />

roía las extrañas. Alzó vuelo, fue un arco iris, tuve que correr para no perderla.<br />

Volvimos al deslumbramiento de las luces, entramos en la única confitería que<br />

en mí ciudad, permanecía abierta los veinticuatro de diciembre por la noche.<br />

Saltaba de mesa en mesa.<br />

-Ay! –dijo la rubia con un afro exagerado– seguro que hoy también lo<br />

pasaré sin compañía…<br />

Naderías. No le interesó. Y pasó por otro…<br />

“Corre vino y esperanza por la sangre del obrero,<br />

su voz es marcha y conciencia al trinar del romancero”.<br />

Murmuraba un poeta con ínfulas de poeta. Tampoco le interesó.<br />

Sin embargo había muchas mesas vacías que ocasionalmente para esta<br />

fecha, eran ocupadas. ¿Dónde estaban?.<br />

Salió y vio en diagonal la iglesia. Entre el peristilo y sobre el atrio se<br />

congregaban mujeres, en su mayoría. Madres-esposas-hermanas-novias. Y<br />

penetraron al Templo. Y el Cáliz que se alzaba sobre la mano del cura tomó un<br />

sabor de esperanza… es lo que menos cuesta cuando no queda en quien<br />

creer, ya sé. Y hubo un coro de plegarias por el Niño que venía.<br />

A redimir, a sonreír, a morir.<br />

-Suaviza la transfixión del calculado en las sombras- dijo el cura, y todas<br />

las plegarias recalaban su intención, allá dónde el valor de da un sentido a la<br />

vida. Donde amar es compartir y donde la paciencia es la coronación de las<br />

virtudes. Bajo el raso-rasante de mi cielo.<br />

-¡Creer!- ése es el sustento de la paciencia, se decían todos con el<br />

lenguaje mudo de los ojos. Hacía allá marchaban las plegarias, y hacia el<br />

ausente sin tiempo.<br />

El eco de los escritorios oficiales levantaba una sola frase…<br />

Cumplimos con nuestro deber. El eco de no muchas gargantas en las<br />

que se anudaban pañuelos blancos contestaban…<br />

Adeudan lo que cumplieron.<br />

Sin embargo, cuando llegó la hora, tañían mejor y más sonoras,<br />

repitiéndose por el silencio y hasta los intersticios de las Sillas solitarias. Pero<br />

la Niña lo mismo de sintió lacerada. Y proseguimos. Yo era sacudido por algo<br />

que me crecía por dentro, que me inflaba. Tomé aire, profundo, y continuamos.<br />

De súbito, mientras marchaba por la calle alta descubría a los costados<br />

jardines exuberantes, los villancicos festivos subían de tono, la exultancia y el<br />

jolgorio se hacían también solemnes en la canción que entonaban.<br />

A la ronda-ronda que llegó mi niño.<br />

Y allí no había Sillas vacías, al contrario, faltaban para tanta gente. Pero<br />

se habían suplantado por mullidos almohadones dispuestos con un toque de<br />

desprolijidad cuidada. Guirnaldas de pimpollos adornaban el cuello de ellas,<br />

festones de serpentinas arrojadas como alabanza de una estrambótica fuerza,<br />

le daban color y dinámica a la reunión. Música, luces y tanta algazara, aturdían<br />

la aparente displicencia de las señoras. El árbol de Navidad era un pino


minuciosamente podado, del cual pendían una explosión de luces multicolores<br />

y en la punta una estrella de Belén que parecía verdadera en las décimas de<br />

segundo en que todo se apagaba y ella reverberaba con más brillo. Todo esto<br />

en un amplio tramo del jardín.<br />

…Savoir faire mon cheri…en arrebatos de felicidad… y de “cultura”. La<br />

Niña siguió por un pasillo, luego entró en una habitación apartada que parecía<br />

un elegante despacho. Era el escritorio de la mansión. Allí, en un delicado<br />

álbum de fotografías selectas, estaba el dueño de casa. Un maduro de<br />

aladares cenicientos, al que habían retratado en el momento de colocar una<br />

medalla en el lomo de un blanco y poderoso Charolais. Otra donde un<br />

veterinario auscultaba el corazón de un indiferente cornudo Santa Gertrudis, y<br />

muchas más por el estilo. Aquí la Niña hizo memoria y recordó que en la villa<br />

por donde pasó no había siquiera un dispensario y aquí, el San Cornudo<br />

Gertrudis, con veterinario privado y en su cabaña.<br />

En una lustrosa vitrina celosamente cerrada una gorra de uniforme<br />

militar, a modo de reliquia. O de trofeo de alguna gloria de arena, de mesa de<br />

arena, quiero decir.<br />

La Niña se turbó, le dio un repentino vértigo, hizo una mueca de asco y<br />

salió rápido sin reparar en nada. Yo la seguí.<br />

Y fuimos bajando la arteria principal, avanzaba. No quería penetrar en<br />

ningún lado. De tanto en tanto bajo la llovizna débil algún transeúnte pasaba,<br />

algún sapito esquivaba mi petulancia. A lo lejos se escuchaba espaciado el<br />

reventón de los petardos. En la calle de los cines las propagandas ofrecían<br />

filmes lascivos con muslos interminables, miradas lánguidas, labios sugerentes,<br />

manos crispadas, apretando pasiones desbocadas. La Niña empalideció. Más<br />

allá un edificio adusto, solemne, tipo académico de principios de siglo, con sus<br />

puertas doble hoja de roble labrado mostraba una sobria plaqueta de<br />

identificación que anunciaba: Casa de la Cultura.<br />

Cruzamos una esquina y los cabarets se disputaban la clientela con sus<br />

conejas pudorosas… sus mariposas de verano… y aquí tuve que correr para<br />

alcanzar a la Niña.<br />

Se espantó. Había visto un mendigo lacerado de golpes, la nariz<br />

astillada, por tener la osadía de estirar su mano huesada en una de las puertas.<br />

Y por fin, al final de la calle, más allá de todos lados, había un niño esperando<br />

en el umbral de la puerta. Un gatito entre sus manos ronroneaba su ternura y<br />

los ojitos con ganas de fabular con sus duendes, miraban en la distancia el<br />

alquitrán de la noche. Esperaban. La caricia, la alegría, el pan dulce, la comida.<br />

Esperaban todo eso y algún juguete soñado. Y la madre apareció. Y él le salió<br />

al encuentro y fue un abrazo sublime, lo mejor de Nochebuena. Sólo que<br />

aquella madre tenía algo de extraño. No puedo precisarlo. Un andar<br />

deshabituado. Sobre párpados cansados el arco iris jugaba su exagerado<br />

turquesa.<br />

Sus cabellos despeinados le caían en cascadas por el cóncavo desnudo<br />

de sus hombros trajinados. Sus labios guindas partidas. Su mirada-simpleserena,<br />

perla de sueños sin brillos. Sus caderas contoneando el lenguaje del<br />

oficio. Su vestido con dos tajos que desnudaban sus piernas… piernas de<br />

carne cansada. Relajada, espoleada, descolorida, sin embargo les quedaba el<br />

recuerdo de haber sido lozanas y bien torneadas. Paradójicamente sus manos<br />

traían lo que el niño imaginó y lo que ella había prometido. La Niña lo intuyó. Lo<br />

comprendió. Sentí un grito agudo, penetrante, casi un alarido, que vibraba en


los tímpanos. Cerré los ojos, y cuando los abrí la Niña estaba en el suelo,<br />

tirada, desparramada.<br />

Y agonizaba.<br />

Sentí pánico. Estuve a punto de huir pero me detuvo algo que comencé<br />

a escuchar. Un monólogo lento y apenas susurrado. Era la Niña que hablaba.<br />

Casi sin aire. Silbando en cada suspiro un ronquido grave.<br />

Perforante.<br />

…Lo que dijo?<br />

¡Qué han hecho de mí… estoy agotada, cansada, cruzada de<br />

laceraciones!. ¡No puedo más!. ¡No aguanto más! Estoy podrida por dentro,<br />

gastada, manoseada. ¿Acaso mis comisuras no son rajos de peste?, ¿acaso<br />

de mis hendiduras no sube un vaho hediondo?,¿no ven mis parásitos ondular y<br />

horadar mis entrañas?, ¿no perciben el hedor?...Sí, llámenme como quieran,<br />

como les venga en gana!, todos los denuestos me pertenecen, el hombre<br />

desde hace mucho me los adjudicó completos… no importa. Me duelen los<br />

escozores por doquier. ¡Qué vandálico designio me condeno a arrastrarme<br />

como la serpiente… qué extraño conculcamiento cortó en jirones más fibras<br />

vapuleándome de largo a largo.<br />

Yo escuchaba en silencio.<br />

En este rincón del universo había florecido para todos por igual… y<br />

observen cómo estoy, cómo me dejaron. Parezco un nido de miserias. Es el<br />

resultado de tanta trapacería… ¡Sicarios del odio!. Imaginé un territorio donde<br />

el dolor no se había inaugurado… un surco donde la dicha creciera como<br />

espigas bajándose al sol… un tobogán de sueños por donde se deslizara el<br />

cauce natural de mi ternura… una perla tornasolada sin enigma-sin estigma… y<br />

qué es lo que he encontrado. Una calle negra como una boca sin dientes<br />

donde todos miran para atrás perseguidos de miedo.<br />

Quise correr hacia ella. Una fuerza extraña me impulsaba. Como un<br />

imán oculto. Pero no pude. Yo también caí. Mis oídos me zumbaban y un<br />

torbellino giraba en mi cabeza. Mi cerebro parecía irse por una estría de<br />

círculos concéntricos hacia un pozo sin fondo. Y me desvanecí. No sé cuánto<br />

tiempo pasó, sólo que al despertar una voz que sonaba sin matices, modulada<br />

al parecer en una sola cuerda vocal, o en un solo tono, si me explico, me<br />

dictaba un destino o una misión, tal vez fuera mi conciencia, pero era una voz<br />

cierta aunque a mi alrededor, nadie.


Harás una ronda –decía- que rondará a la Niña. Solo, no podrás<br />

abrazarla. Cuando completes la Ronda, volverás en la fuerza de las manos<br />

tomadas e intentarás levantarla. Les dará trabajo. Sudor… y quién sabe,<br />

lágrimas. Pero Podrán.<br />

Fue todo.<br />

Luego, con mis ojos redondos, desmesuradamente abiertos, me levanté.<br />

Y me fui.<br />

Y aquí termina mi cuento. O mi sueño. O la historia, qué sé yo. Pero<br />

aquí también comienza mi esperanza… ocurre, cuando revientan la burbuja de<br />

los sueños y debe erguirse la dignidad. Tengo una misión que cumplir. Lo haré.<br />

Por eso estoy apurado. Verán ustedes que estoy cansado de numerar<br />

ausencias. De que los sirenazos, como lobos, sean el aullido de los Sátrapas.<br />

Y la Niña caída debe ponernos de pie. He de concluir esa ronda. La he de<br />

concluir, sin duda. No ha de ser espejismo, futuro que no empieza nunca. Debe<br />

ser hoy. Es imprescindible. Un día volveré y he de referirles al final de esta<br />

historia. Ahora me voy… pero volveré. De esto estoy convencido.<br />

Volveré. Lo juro…


PAGINA SIN NOMBRE<br />

Entonces, al levantar casi ceremoniosamente los párpados, como aquél<br />

que pretende ponderar con lentitud un goce que va develándose de a poco,<br />

descubrí la oscuridad que me envolvía como un manto inasible.<br />

Un haz cenital atravesaba oblicuamente el cuerpo y chocaba en el piso<br />

sin difuminarse. Fuera de él, incluso a escasos centímetros, la oscuridad<br />

semejaba un poderoso cilindro donde la luz parecía no poder derramarse. Y yo<br />

ahí. No sé porqué me creció la impresión de habérseme revelado una<br />

dimensión diferente, como si aquel lugar estuviese compuesto de una densidad<br />

distinta de la otra de donde provenía la luz, pues, la imaginaba como un cuerpo<br />

refrangible a partir del cual, el chorro de luz se quebraba en ángulo obtuso en<br />

relación a uno de sus imaginarios catetos. Mis ojos cerrados tenían por cierto<br />

más vida que cuando los abría. Mejor dicho, ese mundo imaginario y ese otro<br />

del pasado que encontraba al cerrarlos, desaparecía abruptamente cuando al<br />

abrirlos daba en pleno con ese manto negro que separaba la luz, de la vida que<br />

conocí y que incluso a partir de ella podía fantasear. Pude descubrir que el<br />

campo de la imaginación no es absolutamente independiente del campo real.<br />

Para pasar el tiempo y al mero efecto de entretenerme me propuse jugar con<br />

encontrar formas, situaciones, rostros, y tiempos, inconciliables con los que<br />

hasta ese momento había asimilado, y aún en aquel íntimo goce del que<br />

procuraba mi propia creación, no logré despejar –por más extrañas y<br />

fantásticas que comparecieran las figuras- los remanentes de la realidad, y<br />

probablemente ninguna de mis fantasías, era un producto ajeno a ella. En<br />

consecuencia, mi dependencia a este tiempo y a este mundo era absoluta y es<br />

posible que ni aun en un estado de extravío mental, podía declararme en<br />

estado de “autonomía fantástica” ya que mi locura, también sería de este siglo.<br />

Sin embargo, de haberme limitado a valorar con la perspectiva de un niño o<br />

simplemente con los ojos del hombre común aquel cuadro del que yo mismo<br />

resultaba protagonista, concluiría en advertir la presencia de algo que mis<br />

fantasías no hubiesen admitido jamás.<br />

Sobre todo por la paradójica pertenencia a mi propia realidad.<br />

Sabía que esto sucedía a contrahilo de la historia. En aquel ancladero,<br />

tal como una infortunada pintura impresionista, me encontraba yo, también<br />

hecho noche, por la precisión con que aquella línea de luz penetraba la<br />

oscuridad, no alcanzaba para contornear mi figura ni siquiera para ofrecer en<br />

perspectiva mi sombra alumbrada, confundiéndose con el resto de la<br />

habitación. Optaba por caminar y escuchar mis pasos repetirse con la misma<br />

fuerza. Me detenía, y el silencio aunado con el espacio infinito de la oscuridad,<br />

relativizaba el tiempo. Parecía estar suspendido. Vaya a saber que historias<br />

correrían por ahí en las lumbres de la libertad. Ahora que tuve la certeza de<br />

morir, mi instinto de conservación no se detenía a aguzar el ingenio por<br />

salvarme, mi suerte estaba decidida y no creí posible un inesperado milagro.<br />

Pese a ello, aquel instinto salteándome en cuanto individuo, se expresaba en<br />

un sentimiento de angustia por saber que más allá no habría nadie<br />

prolongando mi sangre. Una mínima presencia que alguna vez proyectara en<br />

hechos mi propia vida. Un hijo, pensaba. Y hasta en algún momento me invadió<br />

una expresión de ternura por aquél que sólo vivía en mis deseos. Así, esa


fuerza intrínseca de la conservación, al considerar perdido el hombre, se<br />

desplazaba hacia la especie. Hacia los siglos de los hijos.<br />

Algo de ellos –posiblemente- se dibujó en el asombro de mi carcelero<br />

cuando supo mi edad.<br />

-¿Veintitrés años?<br />

-Sí.<br />

-¿Y por qué todo esto, se da cuenta joven que es un absurdo?<br />

-Me doy cuenta, aunque no desde su misma óptica.<br />

Se sentía dueño de mí. Era su prisionero y desde ese momento pasé a<br />

engrosar la lista de sus pertenencias. Se paseaba alrededor de mí<br />

estudiándome, atisbando tras ligeras fintas la mejor manera de penetrar en mí.<br />

Posiblemente de vencer mi resistencia. Me sentí una preciada pieza<br />

antropológica, cuyos restos despiertan el ansia propia de la curiosidad, además<br />

mis veintitrés años, constituían para aquél un elemento insidioso a su cordura.<br />

Percatado de esto, en algún momento de la charla dije que la juventud era<br />

siempre factor de estabilidad o imperativo de cambio en la vida de los pueblos.<br />

Observaba sus reacciones y hasta me divertía. Me dispuse hablarle con serena<br />

seguridad, al menos así, podría trasuntarle mi lealtad a una historia que viene<br />

de lejos y que va hacia lejos al margen de uno. Como prisionero prefería<br />

adoptar una pasiva atención y seguir a merced de su iniciativa, pues cada uno<br />

de aquellos paseos, a veces me habían llevado a otro tipo de interrogatorios<br />

que mejor no referirlos, y otras –como hoy- a encontrarme ante situaciones que<br />

por imprevisibles me retraían completamente.<br />

Se me ocurría pensar que hay dos cosas cuyas consecuencias nos<br />

vuelven reticentes y parcos, la duda y el desacuerdo, cuando esto último se<br />

halla en inferioridad de condiciones. La reticencia –posiblemente- Constituya<br />

una actitud en la que se pone en juego la reserva del individuo. Del mismo<br />

modo que las ofensivas son siempre apabullantes, las defensas resultan<br />

cautelosamente parcas.<br />

Así es que, cuando iban por mí a aquel cuarto, debían abrir una serie de<br />

puertas donde la segunda, que naturalmente era una de las más distantes,<br />

emitía un lejano pero siempre exacto sonido de goznes secos que entonces me<br />

anticipaba la llegada de ellos.<br />

Tanto supe del lenguaje de los goznes, que llegué a discernir –por la<br />

agudeza de su sonido- si se trataba de una noche de martirios o de la<br />

conversación con pretensiones disuadidas –café y cigarro de por medio-. No<br />

obstante, la duda se instala como el mejor parapeto de mi repliegue. Y así me<br />

encontraban.<br />

Esta vez la puerta se abrió con violencia. Tanto que se estrello contra<br />

una pared lateral. Podría tratarse de un pasillo. Era un solo hombre que<br />

avanzaba a largos y pesados pasos, silbando un ritmo tropical, de cuarteto, de<br />

ésos que yo mismo bailé en alguna noche carnaval en el club de mi barrio.<br />

Otras épocas. Aquella melodía me produjo cierto escozor. Una sensación casi<br />

indefinida pero que bien podría figurarla como una espereza royendo con<br />

lentitud mis intestinos. Un elemento extraño. Al menos, la orbicular tensión que<br />

hasta ese momento me cubría cual caparazón, no permitía la introducción del<br />

factor alguno, ajeno a tal circunstancia.<br />

Sin embargo, al escuchar la melodía, me descubrí remotamente lejos de<br />

la vida. Pensé que aún no se había descubierto, que en medio de la tribulación,


un intersticio por donde se cuele alguna forma o sonido del pasado feliz,<br />

constituye buen tormento.<br />

Después supe que en esta materia todo lo concebible –o mejor dicho<br />

inconcebible– se había practicado. Y más.<br />

-Usted lo ha dicho –aduje yo– mi presencia aquí es un absurdo.<br />

Reconozco que es difícil y poco meritorio autovalorarse pero siempre me<br />

consideré un joven responsable. No, no se preocupe, lo interpreto. Es erróneo<br />

considerar que mi participación es un mero efecto de audacia juvenil.<br />

Probablemente deba preguntarse si acaso no traduzca responsabilidad<br />

procurara alzar lo caído en enderezar lo torcido. Un país que no se dinamice<br />

con la esperanza de que adelante siempre habrá jóvenes, es un país<br />

esclerosado.<br />

Hablemos sin sofismas, como hombres ya no tengo qué perder, y es<br />

preferible. Mi vida entró en el conteo regresivo, verdad?. Entonces le ruego no<br />

argumente psicologismos ni supuestas fascinaciones de ideas extrañas. Los<br />

aludidos “cantos de sirena” podrán servir en pantalla de televisión. Aquí no.<br />

Además mi dogma es el pragmatismo y se alimenta de la más onda raíz<br />

nacional. Tanto como su liberalismo se impregna de añejuras europeas. No nos<br />

engañemos. Yo no soy un loco suelto ni un despegado de la historia. Vea usted<br />

a su alrededor y busque en su conciencia a qué se debe todo esto. Mis<br />

veintitrés años le están diciendo que algo no funciona. Nací en la década del<br />

cincuenta, y su mitad, o sus postrimerías, me recuerdan una violencia que yo<br />

no inauguré. Pese a todo, no soy más que una minúscula partícula de un<br />

engranaje que simplemente va y que se llama historia. Observe quiénes<br />

protagonizaron el cincuenta y cinco y quienes los comandos civiles. Si su<br />

deseo fuese mirar hondo y ofrecer una auténtica reparación yo no estaría aquí,<br />

y no escucharía las falacias que según usted se ciernen sobre este suelo.<br />

El hombre tomo el paquete de cigarrillos y me ofreció –no gracias-<br />

mientras encendía con movimientos lentificados disfrutando la posesión del<br />

tiempo. El humo fue en línea recta unos cuantos centímetros desde sus labios<br />

y hacia el techo.<br />

-Debes saber muchacho que en medio de una guerra ningún soldado se<br />

formula examen de conciencia. Menos cuando va ganando. El corazón tiene<br />

forma de proyectil. Toda cuestión tiene su momento. Vendrá ese momento en<br />

que deberemos responder con otra actitud y no será sino, otro modo de<br />

proseguir la guerra. Un soldado muchacho debe guerrear aun sin la presencia<br />

física del enemigo. Estos conflictos atípicos y modernos nos trasforman en<br />

Quijotes. Toda posibilidad es una amenaza inminente…<br />

Caminaba. Sopesaba las palabras. Los gestos procuraban mejorar la<br />

valoración de las expresiones. Me dio la impresión de hallarme frente a la Ley –<br />

luminar e infatuada- que hollaba perimidas sensateces. En fin, yo –mínimo e<br />

insignificante- miraba desde algún lugar remoto. Pude interrumpirlo sin el temor<br />

de quebrar alguna rigurosa urbanidad, aunque verdaderamente en ese instante<br />

no me interesaba. Pensé en lo sencillo que es cubrirse de un barniz de<br />

humildad. Incluso de paciencia, cuando se dispone de la seguridad del poder.<br />

En un primer momento creí que se trataba de inseguridad o de un indicio de<br />

fisura de la que podía inferirse un turbio autocuestionamiento –tal vez<br />

impotencia- ya que cuando el ser humano se enfrenta a opciones inexorables,


de cara o cruz, de blanco o negro, suele surgirle un sentimiento que circula en<br />

una suerte de ríos concéntricos donde la incertidumbre es el eje principal.<br />

Lo creí así, sobre todo cuando me dijo…<br />

-Lástima muchacho. Tus veintitrés años… tengo un pibe de tu edad,<br />

sabés. No me halagaría que estuviese en lo tuyo. Sin embargo… no es esa<br />

testarudez la que te jerarquiza, más bien son tus respuestas frente a lo<br />

irreversible, pensarás que soy un terrible mal nacido, ¿no?.<br />

-No es ésa la pregunta que consideraría más correcta. Aunque le<br />

mentiría si le dijese que no me ha invadido un sentimiento de tal catadura. No<br />

obstante el problema –creo yo– es algo más amplio. Sería grueso el error si me<br />

limitase a reducir esta circunstancia al mero apretujón de la sensibilidad. Usted<br />

cumple con el deber que más le convence. El odio me resulta, al menos para<br />

este caso, un sentimiento por demás primario, por lo tanto inconducente.<br />

¿Pensaría usted lo mismo de encontrarse en mi situación sin estar recubierta<br />

de esa cuota de paternalismo que le reconfiere la sensación del poder?<br />

-No sé.<br />

-¿Hay acaso una psicología del vencido y una del vencedor?. Jamás<br />

actué motivado por el odio sino por la justicia. Aquél me hubiese llevado a la<br />

venganza y a una suerte de caminos marginales. Un mal nacido será<br />

posiblemente aquél que actúe por propia voluntad en algo que a la postre sabe<br />

la será insidioso. Y aún así debería pensarlo mucho para asegurarlo. Se me<br />

ocurre que en los fondeaderos del alma se escurren pequeños yacimientos de<br />

miserias, que no sé hasta qué punto nos corresponden con exclusividad. Sólo<br />

puedo asegurar que una de las peores desdichas es la pusilanimidad de no<br />

alcanzar a ser leal consigo mismo. A usted le impele la certeza de hallarse en<br />

la precisa, y a quien le promueve tamaño sentimiento, suele matar sin<br />

remorderse y suele morir con el grito de victoria en la boca. Usted no tiene<br />

aspecto patibulario.<br />

Me persuado que es un convencido.<br />

El paquete de cigarrillo había quedado en la mesa. Pude sustraer uno<br />

sin su autorización, ya que el tono de la conversación familiarizaba el encuentro<br />

–por decir así- preferí no exceder los límites de mi sobriedad. Lo solicité.<br />

-Sí, por supuesto.<br />

Entre el humo, pude ver su prolijo rostro atezado.<br />

Se había detenido frente a mí con los brazos cruzados. Parecía<br />

disfrutarme. Proseguí.<br />

-Pese a todo, ni usted ni yo somos la realidad. En todo caso, formamos<br />

parte de ella. La realidad son los millones que andan por ahí, de modo que lo<br />

que yo piense, será absolutamente relativo el día que ellos le arrimen la gloria o<br />

el día que al recomponer su estragada suerte, le reclamen. Y ésa es la opinión<br />

que debe interesarle. No los desprecie. Ningún hombre es bueno o malo en sí<br />

mismo. Lo será según la actitud que disponga en sus diversas circunstancias.<br />

¿Hay luces de referencia que delineen permanentemente sus pasos y afirmen<br />

su certidumbre?. Cuando el conocimiento no alcanza, la intuición se ríe.<br />

Permítame decirle que usted se equivoca cuando dice que en la guerra ningún<br />

soldado se formula problemas de conciencia. No es absoluto. No, no lo digo<br />

con la intención de que revise mi estada aquí, las consecuencias, o mi final.


Esto es el margen. No es absoluto porque aquí no estamos frente a algo<br />

clásico-convencional. La realidad no puede medirse con filosofías que no se<br />

pensaron sino para un modelo que aquí no vemos por ningún lado. De esta<br />

parte saldrá una vez un pensamiento diferente. Está ahí bajo un manto casi<br />

traslúcido, en cuanto suceda algo que lo catalice, relumbrará. Usted podrá<br />

verlo. Los dogmatismos de cualquier pelaje no alcanzan, se quedan cortos<br />

porque es la realidad lo que los supera. Y por lejos. Hay que caminar, la<br />

historia, la calle, para darse cuenta que las teorías conocidas frustran. Y es<br />

precisamente el examen de conciencia. La antisoberbia del que admite su<br />

posibilidad de error, lo que se hace permanente y necesario para no llegar<br />

tarde. Otras equivocaciones le deberían advertir que a las ideas correctas les<br />

corresponde un tiempo, de lo contrario son inútiles. Además, sobre cualquier<br />

idea, pertenecemos a la misma tierra. Usted se ha persuadido que soy su<br />

enemigo porque no ha sabido verme y porque yo no he podido mostrarme<br />

mejor.<br />

Miró su reloj. La duda me llevó al silencio y volví a dejarle la iniciativa.<br />

-Debo dejarlo, dijo mirándome.<br />

Se sentó y abrió uno de los cajones del escritorio del que extrajo un<br />

portafolios.<br />

-¿Tiene miedo?<br />

-Sí y no. La dignidad como valor superior puede generar la fortaleza<br />

suficiente para reducir o anular los escándalos del miedo.<br />

¿Y el no?<br />

-El futuro despejará la razón. Más allá de su fuerza y de mi inadvertida<br />

ausencia.<br />

-¿Algún deseo?<br />

-Sí, Ver a mi esposa que estará por ahí Usted sabrá dónde.<br />

Silencio. La mujer que recién comenzaba su juventud, lo había<br />

escuchado con atención pero sin inmutarse. El lugar era una habitación sin<br />

ventanas, completamente cerrada. No pregunten dónde. No lo sé. Después, las<br />

palabras fueron pocas. Esa noche el amor fue un latido penetrante. Un intento<br />

supremo del uno por quedarse en el otro por siempre. Apenas cruzaron una<br />

frase acerca de aquel obseso ostracismo que les cortejaba y del que era<br />

imposible regresar. Sabían que la confianza no debía mellarse ya que no en<br />

vano se había escrito una historia que persistiría derramándose en la biografía<br />

de su pueblo.<br />

Y ellos ahí, en la página sin nombre.<br />

Cuentan los niños que una vez, en una tarde rezagada de verano,<br />

cuando ellos habían huído de los departamentos hacia la plaza, un señor<br />

próximo a la vejez, de piel atezada y porte firme quiso jugar con ellos buscando<br />

acomodarse en el centro de la ronda. No pudieron explicar el miedo instintivo<br />

que les invadió y que les obligó a escapar hacia distintos puntos.<br />

Desparramados así, les vieron cuando tomó una rosa de un cantero próximo,<br />

olió su aroma con fuerza y luego la arrojó al césped, mientras hacía un gesto<br />

impreciso y retomaba su camino…


UNA HISTORIA DE TANTAS<br />

Era uno de esos pueblos con su historia concluida. Esos, sobre los<br />

cuales es imposible asegurar que viven, sino que duran. Sobreviven.<br />

Ello, a fuerza del terco arraigo por la tierra que sienten sus pobladores<br />

más viejos. Quizá sea esto lo que les induce a decir que Los Tamarindos vivirá<br />

hasta el último de ellos. Salvo raras excepciones, ya no quedan jóvenes en<br />

este pueblo.<br />

Preguntarse porqué esa gente todavía persiste en Los Tamarindos –<br />

había dicho el Comisionado Municipal- es aventurarse a respuestas que a lo<br />

mejor no lo explican todo. Será porque las tierra de uno, la que se lleva y se<br />

siente siempre, es la tierra de la primera infancia.<br />

Por esto será que los viejos prefieren secarse y desintegrarse en esos<br />

medanales de Dios, sin que se vayan nunca.<br />

Fue un atardecer, cuando el Pardo –así le decían a Pedro Astudillo- vio<br />

desde el camino que entraba a Los Tamarindos, el magro espectáculo del<br />

caserío chato que parecía agonizar bajo un sol que se escondía. Nunca ese<br />

cuadro resultaba tan crepuscularmente olvidado como en las primeras<br />

penumbras de la tarde, cuando el sol declinaba y las sombras comenzaban a<br />

quitarle vida a las cosas. El tiempo se detenía en una serena quietud.<br />

Como en los cementerios.<br />

¿Y no era casi un cementerio todo esto?- se preguntaba el Pardo<br />

cuando avanzaba al tranco nervioso de su caballo de vuelta al hogar.<br />

Sintió escozor que le hormigueaba en sus entrañas al ver la plaza<br />

principal –Independencia- invadida de yuyos y algunos burros pastando con<br />

absoluta indiferencia de lo que les rodeaba. Recordó aquella vez que el<br />

Comisionado Municipal –nombrado por el Interventor de los Interventores, así<br />

decían– había expresado solemnemente, entre marcha y marcha de la banda<br />

de música traída de la Capital, que con el esfuerzo mancomunado de la<br />

población de Los Tamarindos y el Municipio en particular, tengo el honor de<br />

inaugurar las obras de lo que pronto será esta plaza con juegos y divertimentos<br />

varios, para solaz y esparcimiento de toda la familia y especialmente los niños<br />

(aplausos, se acomodó la corbata… los niños decía, futuro inexorable de<br />

nuestra Patria chica. Los espacios verdes…<br />

-¿Espacios verdes?, ¿eso dijo?<br />

-Sí Cándida.<br />

Todos se miraban disimuladamente, después se escuchó un rumoreo<br />

apenas contenido…<br />

Los espacios verdes –advertido el Comisionado- como Dios manda.<br />

Quiero decir, verdes-de-verdad, como ese verde césped de las grandes<br />

ciudades… y el Pardo asentía en silencio, sólo para sacar del apuro a aquel<br />

hombrecito “nariz de manija e’taza”, decían.<br />

-Si dejaran votar te elegíamos a vos Pardito- le confiaban en voz baja.<br />

El colectivo hacia los importantes departamentos del sur, pasaba cuatro<br />

veces por semana –dos de ida, dos de vuelta– y siempre repletos de pasajeros.<br />

-Esas dos cruces en la barranca, siempre con flores, ¿lo habías notado?


-Sí, siempre. ¿Alguna vez pasaste por aquí en la semana de los<br />

Difuntos?<br />

-No.<br />

-De lejos se observa el titilar de velas encendidas. Un espectáculo.<br />

-¿Sí?<br />

-Dicen que son los Santos de Los Tamarindos.<br />

-¿Santos?<br />

-La gente los quiere mucho. Cuentan que hasta milagros hacen…<br />

Comenzaba el verano en el almanaque pero en esta región los calores<br />

se habían adelantado desde primavera. El sol era apabullante y en las siestas<br />

aplastadas sobre los médanos y los algarrobos verdes-grises de polvo y<br />

sequedad, se podían observar los lagartos con sus lenguas expuestas como<br />

implorando agua. Ni perros se veían. La brisa caliente levantaba el polvo fino<br />

de las calles y a menudo los remolinos pequeños alzaban como duendes<br />

invisibles. Los escasos callejones internos mostraban las huellas hundidas de<br />

los carros y las veredas altas parecían observar sus cauces viejos y horadados.<br />

A Los Tamarindos no le quedaba más de doscientos habitantes. Presagiaba un<br />

final que sin prisa, se acercaba con sus ojos de parca.<br />

-Cuando el ferrocarril llegaba por aquí –decía el padre de Cándida,<br />

esposa del Pardo- todo esto era mejor. Los partidos de fútbol los domingos, los<br />

bailes de los sábados. Qué sé yo… era distinto.<br />

De noche el silencio caía en pleno. Se escuchaba. El canto de los grillos<br />

formaba parte de ese silencio. El grito despiadado de algún zorro y el ladrido<br />

lejano de los perros noctámbulos, decían que aún en esa negra oquedad,<br />

palpitaba un indicio de vida. En el firmamento las estrellas de tan bajas podían<br />

tomarse con las manos –decía Cándida a sus dos hijos pequeños- y ellos mitad<br />

creyendo, mitad incrédulos, estiraban sus brazos buscándolas.<br />

-Señor Astudillo, vea, lo mandé llamar porque como hay señales de<br />

tormenta, creo prudente pasar las manadas de los cuadros de arriba a este<br />

lado del río.<br />

-Sí, lo había pensando.<br />

-Por las dudas, comprende.<br />

-Sí, claro, puede quedar cortado el paso.<br />

A quince kilómetros del pueblo, en la estancia Los Alamos, propiedad de<br />

Don Justo Barragán Flores, el panorama era diferente. El molino y los largos<br />

álamos que rodeaban los bordes de la represa podían observarse de lejos, y<br />

hasta los perros, siempre vigilantes, eran más animados que los otros.<br />

- Buen mozote el Pardo, no?<br />

- Ay Blanqui! Cómo se te ocurre… tanta rudeza.<br />

- Y qué. Para delicadeza sobra con la nuestra.<br />

- Veo que sos también andás con esa teoría de los opuestos…<br />

Un sol cálido y procaz acariciaba las largas y voluptuosas piernas,<br />

espaldas de terciopelo, terraza-nido azul y las hijas de Don Justo<br />

bronceándose, laxas bajo el cielo amplio y el “Juego de abalorios” de Hesse,<br />

reposando a un costado…<br />

- Perfecto Don Justo, iré ya mismo.<br />

- Suerte- le palmeó la espalda.


- Hasta mañana…<br />

Lo supo desde el primer momento. De llegar realmente la tormenta, no<br />

tendría tiempo de pasar todos los animales. Llegaría a su casa, avisaría a<br />

Cándida y volvería a partir apresurado. Respiró hondo, movió su cabeza en un<br />

gesto resignado y exigió el galope raudo de su caballo.<br />

-No Pardo, el río…<br />

Sabía de los peligros de la creciente. Los ojos de ambos se habían<br />

cruzado un instante y bastó para que ella percibiera su preocupación. El rostro<br />

endurecido, con dos profundos pliegues en la frente, sus cejas gruesas y<br />

pobladas, se habían contraído en una mirada penetrante donde refulgía la<br />

ansiedad de lo incierto. Las manos huesudas revolvieron el cabello de sus<br />

hijos, sonrió apenas y partió sin decir palabra. Cándida tomó entre sus brazos<br />

al más pequeño y escrutó el horizonte de aquella tarde en la que a lo lejos se<br />

advertían los primeros refucilos lastimando el cielo.<br />

-No llore m`hijo, ya va a venir papá.<br />

Hacía tiempo que cundían las promesas por lluvia. Ahora esa posibilidad<br />

la angustiaba. Un olor a poleos mojados llegaba hasta Los Tamarindos traído<br />

por el viento. Era cuestión de media hora, poco nomás, a lo sumo. Se paseaba<br />

trémula por la habitación con las manos entrelazadas. Los niños dormían.<br />

Las velas vacilaban frente a un Cristo piadoso sobre la repisa. La<br />

tormenta arreciaba.<br />

Llamaron a la puerta.<br />

-¿Quién es?<br />

-Yo hija -entró- ¿y el Pardo?<br />

-Fue a pasar unos animales…<br />

Y quedaron mirándose. Los ojos se hicieron agua-suspiro-angustia. No<br />

pudo más; lo abrazo, sollozando.<br />

-Bueno hija tranquilícese, iremos a casa.<br />

-No, lleve a los chicos. Yo me quedo.<br />

Las gotas a mansalva aturdían en el techo.<br />

-De aquí nos vamos todos.<br />

-He dicho que me quedo.<br />

Su padre advirtió el seco empecinamiento de la voz. No insistió, era<br />

inútil. Llevó a los chicos de a uno por vez, cubiertos en su viejo impermeable<br />

ferroviario.<br />

-Vaya tranquilo papá, yo esperaré aquí.<br />

Los nubarrones densos rodaban en el cielo y los refucilos herían la<br />

oscuridad.<br />

-Al ajedrez Don Justo.<br />

-Sí José, hay para rato.<br />

-Ay Blanqui, yo que pensaba volver…<br />

Los truenos parecían un tropel de animales desbocados,<br />

desprendimientos de pesados peñascos. Entre la implacable lluvia se agitaba<br />

el Pardo. Empapado procuraba arriar los animales y sus piernas se apretaban<br />

al lomo del caballo. Los goterones avasallando su rostro. La noche negra le<br />

hacía imposible saber donde pisaba. Los relámpagos sucesivos ayudaban a<br />

seguir. Alumbraban. A veces los destellos violentaban sus ojos. Truenos.


Oscuridad. Agitación –Ignacito, Luis!– la manada era ingobernable. Disparaba<br />

espantada entre los montes.<br />

Trataba de juntarla. No podía. El caballo nervioso y la montura pesada<br />

de agua dificultaban la tarea -¡Dios!-<br />

Fue ahí. Casi al pie de la Barranca de los Loros cuando de súbito la<br />

noche pareció incendiarse. Duró un instante. El crepitar de un rayo que venía<br />

quemando el aire encandiló sus ojos.<br />

-¡Dios!<br />

Las aguas del río bajaban voraces de tanta sequedad, y rugiendo. El<br />

estruendo fué absoluto.<br />

-¡Ay Blanqui, estos truenos me ponen los nervios de punta!<br />

-Jaque a la Reina!<br />

-Astuto, muy astuto Don Justo.<br />

Pareció que la tierra se abría irremediablemente y mostraba sus<br />

infiernos…<br />

-Siempre nos embromaron José. Deben aprender.<br />

-Ciertamente.<br />

-Jaque mate!<br />

El caballo relinchó y parándose en sus patas traseras tomó impulso en<br />

una ciega y desenfrenada carrera. El corazón del Pardo parecía abrirse al<br />

mismo tiempo que la noche. Un grito desesperado se estrelló en su garganta.<br />

-¡No!- gritó Cándida en el mismo momento.<br />

El caballo lo llevó hacía la noche más noche -dirían las ancianas- hacia<br />

la nada…<br />

Impelida por una fuerza indescriptible abrió la puerta y encaró la<br />

oscuridad rumbo al río…<br />

Ahí va Cándida. Grita-llama-llora. Ahí va. Ráfagas de vientos<br />

encontrados se desgarran entre sí. Avanza. Intuye la tragedia. Rompe<br />

de gritos su garganta. Sus ropas empapadas hacen más pesada su<br />

carrera. Los cabellos mojados se ensañan como látigos con su rostro.<br />

Avanza Cándida. Paloma-mujer enamorada-compañera. Se hace dolor y<br />

noche. Se hace grito y refucilo. Espanto y tormenta.<br />

Se hace río y polvo… se hace cielo.<br />

Horas más tarde la tormenta habían concluido su trágico asedio.<br />

Lloviznaba.<br />

Con las primeras luces se habían organizados grupos que dieron vuelta<br />

el campo, y buscaron hasta el cansancio por varios kilómetros de río.<br />

-Nada Don Justo. Van dos semanas y nada…<br />

Nunca más se supo de ellos.<br />

-Los había llevado Dios –decían las viejas-<br />

-De no haber sido que en aquel tiempo no podíamos votar, lo<br />

hubiéramos elegido Intendente. Con él, seguro, el progreso volvía -comentaban<br />

los ancianos-.<br />

La procesión avanzaba. Esta vez había venido el cura de una población<br />

vecina y marchaba a la cabeza de la gente. Todos rezaban. El polvo de la tierra<br />

seca se levantaba sobre la procesión…


Prosternados ante dos cruces en la Barranca de los Loros, la<br />

muchedumbre oraba en silencio…<br />

-La fe siempre necesita santos.<br />

-Cierto, aunque son conocidos sus milagros.<br />

-Puede ser, nunca se sabe…<br />

Y otra vez, cada dos días, el colectivo se hacía un punto en el camino<br />

hundiéndose entre los montes rumbo al sur.<br />

Los Tamarindos seguía de pie.<br />

Obstinado ante la muerte.<br />

TU NOMBRE, MI NOMBRE<br />

(Con respeto)<br />

Fue un veintidós de julio. Todos la vieron caer exámine. Sin fuerzas.<br />

Había alzado nuevamente sus ojos hacia la arcada donde las imágenes en<br />

relieve se confundían unas con otras para luego desplomarse lentamente.<br />

Parecía su última imploración. La prosternación suprema. Un símbolo.<br />

Otro símbolo más de la época que vivimos le había dicho el sacerdote<br />

detrás del portier del confesionario, donde le había escuchado pacientemente.<br />

Habría entrado con las primeras luces de la mañana después de meditarlo<br />

serenamente la noche entera. Sus pómulos sobresalientes le descubrían aún<br />

más, aquellas ojeras delimitadas bajo sus ojos vidriosos y enrojecidos por el<br />

desvelo. Debía poner fin a aquel capítulo de su vida aunque adelante, poco se<br />

delineaba claro. ¿Habría ese adelante? –pensaba-. La decisión de doblar<br />

repentinamente –decía- se toma sin saber cómo sigue el camino, o si la curva<br />

será indefinidamente, un círculo que baja o sube –que importa- donde la<br />

imposibilidad de avizorar más lejos abre permanentemente la memoria sobre<br />

ese pasado que esta ahí, arañando las espaldas. Las cosas son así.<br />

El pasado suele condenar a los hombres, como si el individuo, de cabo a<br />

rabo, del principio al fin, naciera de una sola pieza; compacto, sin estar sujeto a<br />

otros hombres, a otras mujeres, a toda una historia que se va urdiendo al<br />

margen de uno sin que jamás le consulten ni se consulte a otros y finalmente<br />

resultemos todos encimados, comprometidos y enredados en un pantano<br />

común; sirviéndonos mutuamente, matándonos mutuamente,<br />

traicionándonos… y siempre mutuamente.<br />

Estaba ahí frente a la iglesia. Desde la vereda observaba su fachada<br />

con ojo escrutador. Hubiérase pensado por su porte, que podría tratarse de una<br />

estudiantes de arquitectura dispuesta a encontrarle imperfecciones a los planos<br />

exuberantes de los arcos que se habrían triunfantes en barrocos más allá del<br />

pórtico. Sin embargo, en sus ojos, deambulaba el secreto. Sólo miraba para<br />

compenetrarse más. Santificarse al influjo de los emblemas Eucarísticos. Y<br />

después, ya sobre el atrio, la solemnidad del edificio, la majestuosa sublimidad<br />

que de él se desprendía, la venció.


Cayó sumisa, arrodillada, casi lastimándose sobre la aspereza del piso<br />

de lajas y comenzó a avanzar por el medio de la nave central hacia el altar, un<br />

rosario colgaba de sus pequeñas manos. Un rosario que cobraba renovada<br />

oscilación cada vez que una de las rodillas avanzaba unos centímetros.<br />

Sus ojos y los ojos del Cristo sobre el Altar, parecían haberse puesto en<br />

contacto. Fuerza-imán.<br />

Un mundo cuya densidad no permitía que penetrasen otras cosas. Sus<br />

ojos, la súplica. Los del Cristo, la redención. Y avanzaba. Su cuerpo profanado<br />

centímetro a centímetro. Escarnecido.<br />

Cuando tomó conciencia del giro que había comprometido su vida quiso<br />

huir desesperada. Hundirse, pero su memoria le regresaba a cada instante las<br />

imágenes de lo que había sido su existencia. Ni aquellas interminables<br />

oraciones le alcanzaba para lavar su experiencia. Ni los sahumerios de<br />

espliegos, ni ese baño con agua caliente que estuvo a punto de escaldar su<br />

cuerpo alcanzaba para limpiarlo.<br />

Todo sucedió repentinamente. El fluir de su vida se vio conmocionado<br />

trastocando su simpleza, su manera de transcurrir según creyera lo mejor para<br />

sí. La muerte -o mejor dicho- la desaparición de su hermano a manos de<br />

misteriosos aunque comunes encapuchados; su madre que no pudo soportar<br />

quedando consumida en poco tiempo; su trabajo perdido aquella tarde después<br />

de su detención, cuando se sintió sola, vacía, bruscamente arrojada como un<br />

estropajo que no se usa más; la violación, la calle… y ahora de rodillas<br />

avanzando en busca no ya de un perdón que no pedía, sino de comprensión,<br />

de amor y fuerzas para seguir. No pedía creer. Pedía vivir.<br />

Probablemente olvidar.<br />

Habían transcurrido tres meses desde la noche en que un grupo de<br />

hombres le habían pedido que los acompañara al salir de su trabajo. Se negó.<br />

El pedido se transformo en orden y la orden en fuerza bruta que la tomaba de<br />

los brazos después de sentir que un violento golpe en el estómago la dejaba<br />

sin aire y sin posibilidad de gritar por ayuda. Fue a parar al piso de la parte<br />

trasera de un auto. Los hombres subieron callados. Se entendían por señas. Y<br />

mientras le colocaban una venda, otro puso el pie sobre su cintura y el auto se<br />

perdió en la cuidad. El terror tomaba forma concreta en esos ojos que bajo la<br />

venda de movían casi espasmódicamente y en sus labios que temblaban sin<br />

atreverse a proferir el más mínimo quejido. Sólo sus sentidos permanecían<br />

alertas y dispuestos a sobrevivir. ¿Así habría sido lo de Juan Manuel?<br />

pensaba.<br />

Aquello duró tres días y al salir, su historia sufrió un cambio total.<br />

Se dejó conducir dócilmente. Tuvo la impresión de recorrer un largo<br />

corredor donde los pasos retumbaban entre las paredes. Caminaba insegura,<br />

sin confiar en el hombre que la conducía con el brazo torcido a sus espaldas<br />

dándole cada tanto algunos enviones hacia arriba que la obligaban a inclinarse<br />

más. Ni un quejido. Terror. La venda produce terror. Sensación de estar frente<br />

a un suplicio desconocido. El misterio. La impresión de que en cualquier<br />

momento la tierra se abrirá dejando paso a un precipicio inacabable. -¡Vamos!-<br />

le decía el hombre frente a sus vacilaciones, no obstante, ella no se entregaba<br />

a caminar segura. Prácticamente la empujaba. La venda es soledad. Recorrió<br />

mentalmente los nombres de sus parientes cercanos que pudieran advertir su<br />

ausencia y acudir en su búsqueda, pero esto resultaba una remota posibilidad.


Los parientes -concluyó después, salvo contadas excepciones- son los que<br />

menos se preocupan en estas circunstancias. Estaba sola. Doble terror. Estos<br />

son los momentos en que la posibilidad de amparo trasunta seguridad. Pero<br />

ellos lo saben, por eso la venda que cumple tan variados y “patrióticos<br />

propósitos”, es el símbolo singular en esta guerra-sucia en la que<br />

“probablemente se hayan cometido algunos excesos que después de todo son<br />

saldos de toda guerra”.<br />

… o quieren decirme dónde hubo una guerra-limpia en la que se<br />

ensartara el sable y luego se le desinfectara entre alcoholes y algodones,<br />

dónde!.<br />

Venda-soledad-inseguridad-terror. Otro elemento; el objetivo tiende al<br />

despojo del último recurso que a cualquiera le resta cuando ha perdido todo: la<br />

dignidad. Metamorfosear el sujeto en objeto. Andrajos. Transformar en<br />

guiñapos los valores que sostienen el edificio humano. Eso es, sí señor. El que<br />

logra conservar su dignidad se salva –pensaba-. Mi hermano siempre me<br />

contaba esto y de aquel muchacho que el Mayor, un día sacó a pasear para<br />

mostrarle la gente que salía del cine mientras decía, mirá muchacho -todo<br />

paternalista él- te das cuenta que ése es el pueblo y que nadie se acuerda si<br />

existís, y el muchacho creyó que todas las miradas buscaban agujerearlo entre<br />

ceja y ceja y llegó a pensar que todos los que salían del cine eran canas. Una<br />

función armada para él. Pero después creyó. Era gente de todos los días.<br />

“Pueblo”, como decía el Mayor, que sólo buscaba acrecentarle el sentimiento<br />

de soledad.<br />

La detuvo bruscamente haciéndola girar sobre su derecha.<br />

Silencio. Percibió en la respiración del hombre cierta excitación. Abrió<br />

una puerta de latón que quedó vibrando unos segundos -¡Avance!- dio unos<br />

pasos y la detuvo nuevamente. La respiración del hombre se acentuaba sobre<br />

su nuca. Estaba tensa. Creyó sentir la humedad pegajosa de sus labios sobre<br />

el cuello. Estuvo a punto de gritar. El Hombre se retiró en silencio y cerró con<br />

violencia la puerta. Quedó inmóvil. Un temblor le invadía el cuerpo. Lloraba.<br />

Había perdido la noción del tiempo transcurrido. Bajo la venda oscura su<br />

memoria imaginaba un día de sol. Lentamente llevó su mano hacia ella con el<br />

temor de que en cualquier momento le dirían que no -no se puede- sus dedos<br />

tocaron el paño y ahí se detuvo esperando la voz. Fue un segundo… nadie.<br />

Deslizó apenas la cinta y trató de ver. Era noche. Arriba, desde el techo, una<br />

flecha de luz artificial penetraba recta… un calabozo. Llevó sus manos a una<br />

de las paredes y comenzó a desplazarse describiendo un cuadrado de no más<br />

de dos metros por lado. La pared era suave como si fuese de un material<br />

especial, o al menos, recubierta por él.<br />

Escuchó pasos que se aproximaban. Pasos seguros, violentos. Voces.<br />

Se acordó de Dios, la imagen de Cristo se recortó nítida en su memoria y<br />

comenzó a rezar… Padre nuestro que estás en los cielo… y los pasos y voces<br />

aumentaban y la angustia le comprimía el pecho… ¡Ahora verás lo que te<br />

espera guachita-orgullosa te voy a dar desmayarte justo ahora!... Santificado<br />

sea tu nombre…<br />

Aguantó nomás, peor para ella, ¡mirá qué piernas!... tocá esto… te voy a<br />

dar jotapé!, creés que nosotros comemos vidrio!... Hágase tu voluntad así en la<br />

tierra como en el cielo… sintió un cuerpo que cayó pesado sobre el piso y la<br />

puerta que se cerraba con la misma vibración que la de su calabozo. Cuando


despierte volvemos… y los pasos comenzaban a dirigirse adonde estaba ella…<br />

¡Dios, Señor… porqué… qué hice… no merezco, hacé algo!.<br />

-Nombre!<br />

-Celestina!<br />

-Completo, ricura.<br />

-Romero. Celestina Romero.<br />

-¡Vamos!, te toca a vos.<br />

Ahora la voz del hombre le parecía paternal. Un manto de protección.<br />

Serena, suave. Ni aun estando afuera percibió aquel sentimiento de<br />

comprensión. Su padre había muerto en Plaza de Mayo cuando los<br />

“bombardeos libertadores” y desde entonces, nadie le había hablado con tanta<br />

parsimonia, buscando la palabra justa, modulando la voz. Con pacientes<br />

pausas para que ella pudiese recomponer su estragada sensibilidad. Cafécaliente.<br />

¿Fumás?- Sí, gracias- y fue rehaciendo de a poco su seguridad.<br />

Creciendo a cada palabra de aquel hombre que parecía poderoso.-Jefe de los<br />

otros- y que sin duda era experto en penetrar la voluntad ajena cuando está<br />

sujeta a golpes que han colmado la incredulidad. Creencia que por otra parte<br />

se sustenta en la convicción de que “tal cosa nunca me podrá suceder” y<br />

cuando además la inocencia, exime de toda responsabilidad. Inocencia y<br />

convicción; dos estados interiores que suelen establecer base común para la<br />

paz consigo mismo. Celestina -dijo el hombre tras el escritorio- en un lugar de<br />

tu casa hay escondida cierta documentación y probablemente algunas otras<br />

cuestiones de importancia, lo sabemos por tu hermano. Sabemos también que<br />

vos en realidad no tenés nada que ver con todas estas cosas, aunque estimo<br />

imposible por tu profundo, digamos “compinchismo” con tu hermano, no te haya<br />

confiado él algunos aspectos de su vida, y en fin, esto que ahora te pregunto.<br />

Se aferró a un brazo del sillón. Un mareo. Los pequeños huesos de su mano se<br />

hicieron prominentes. Desesperados. ¿Cómo conocía aquel hombre la<br />

profundidad de la amistad con su hermano? ¿Habría presentido Juan Manuel<br />

los riesgos y prefirió preservarla ahorrándole los corrosivos efectos de la<br />

tensión cuando se han cruzado los límites de lo permitido?, ¿Un ardid para<br />

perjudicar a Juan Manuel que podría estar en algún lugar?<br />

-No sé nada señor, créame. Es así. Además, estoy segura de que en mi<br />

casa no hay nada, de alguna manera me habría enterado. Es cierto que con mi<br />

hermano somos –no quiso decir “éramos”- muy unidos, pero más allá de las<br />

cosas de la unidad básica, sus insultos a López Rega y decir que han vuelto los<br />

oligarcas de siempre y que incluso ahora nos parecerá que con La Señora<br />

vivíamos de lujo, nunca me dijo nada.<br />

-¡Batí la posta flaquita! –dijo un hombre detrás de ella mientras la tomaba de<br />

los hombros- ¿es marxista el turro de tu hermano?<br />

-No sé, creo que no, siempre ha sido peronista…<br />

y una risa violenta estalló a sus espaldas – te voy a dar peronista!-<br />

Comprendió la farsa, la risa del hombre le pareció enfermiza, lo<br />

imaginaba un individuo de baja estatura, estómago prominente, bigotes finitos,<br />

pelo corto, labios amoratados, que se sacudía en espasmos sucesivos en una<br />

carcajada siniestra y exacerbada que la penetraba en una ruptura violenta con<br />

aquel mundo en que nadie la humilló jamás.


g- Celestina –dijo el nombre detrás del escritorio- ¿es todo lo que podés<br />

decir?<br />

-Si –notó que el nombre se puso de pie con brusquedad.<br />

-Llévensela –y cuando la alejaban por el mismo corredor escuchó un “lo<br />

lamento por vos m’hijita” que la estremeció profundamente.<br />

Otra vez el calabozo. La absoluta oscuridad. El tiempo infinito. Las<br />

puertas que se abrían o cerraban siempre con violencia. Los quejidos e insultos<br />

superpuestos. Los gritos desencajados que callaban de súbito. El silencio.<br />

Los pasos que ahora retumbaban en su propio cerebro. Y las sirenas<br />

que de a ratos escuchaba y que desde aquel momento odió. El aullido siniestro<br />

de la desgracia y la miseria que rompía el aire y parecían anunciarle el infierno.<br />

-De modo que vos y tu hermano piensan que nosotros tragaremos el<br />

verso…<br />

Y después los golpes, la sangre tibia deslizándose por el rostro, las<br />

violaciones reiteradas -¡no sé nada, por Dios!-. La pausa. El cuerpo roto. El<br />

médico, las curaciones.<br />

Y otra vez la calle. El mundo que nunca volvería a ser igual.<br />

Besó los pies de Cristo y se dirigió al confesionario donde la esperaba el<br />

sacerdote. Pese a la referencia de los hechos y el consecuente<br />

compadecimiento y perdón sacerdotal que comprendía la confrontación de dos<br />

momentos de su vida, recordaba la miseria, su soledad, los estigmas, y los<br />

detalles de aquella detención…<br />

Y después… repentinamente la calle la descubrió corriendo. Impelida<br />

por un destino que la obliga a huir…<br />

Salio. Sin embargo hubiese preferido quedarse en la Iglesia. La calle era<br />

una grosera realidad que la esperaba con sarcasmos desafiantes. La angustia<br />

le produjo vértigos. Y volvió a mirar a través de la nave central y en la<br />

penumbra dio con el Cristo. Cayó exánime.<br />

En la ciudad, algunas paredes revelaban su testimonio de los Cristos<br />

crucificados…<br />

La gente que acudió en su ayuda revisó su cartera en busca de su<br />

identidad y encontró una estampa de la Virgen que al dorso, llevaba adosada<br />

una foto de Juan Manuel…<br />

Era un veintidós de julio…<br />

“ENTRESUEÑOSDEMADRUGADA”<br />

Estoy fumando. Otra vez estoy fumando para acompañarme mientras<br />

escribo. Qué se yo. La cárcel a esta altura se me representa como una<br />

interminable sucesión de cartas. Cartas que van-cartas que vienen, aunque


algunas quedan por ahí, estancadas en manos de curiosos que ya ni saben de<br />

qué quieren enterarse.<br />

Es así. No sé si seré un diminuto remitente.<br />

Avalanchas de cartas me enciman, aplastan y asfixian. Me asfixian<br />

también por la sola obligación que tengo de escribirlas y ya no soporto ver un<br />

renglón más de ningún ominoso block por mejor rosado que exista en el<br />

mismísimo universo. Esta frío y la sábana se corre, ha caído al suelo y estoy<br />

tiritando. También mi propio brazo se corre y deja mi cuerpo saltando con un<br />

castañeteo de dientes danzando un españolísimo ritmo. Mi brazo ha caído laxo<br />

y no tengo fuerzas para recogerlo. Hace frío en esta pampa austral, como<br />

aquella otra pampa infinita que vieron los ojos de Beresford cuando tuvieron<br />

que dejar el regocijo de las gaitas para desembarcar y ver que adelante sólo<br />

tenían pampa más pampa. Y aquí no había nieblas, ni esas brumas de<br />

Downing Street que le dan un aire siniestro a los hombres que bajan, entran y<br />

salen, de automóviles negros más siniestros todavía, en medio de esa bruma<br />

que ha absorbido los reflejos irisados y que tal vez dé a los ingleses, esa<br />

callada y circunspecta idiosincrasia.<br />

Aún no se sabe si son así para disimular una respuesta indiferencia que<br />

recubre la vanidad de sentirse la ínsula del mundo.<br />

Los gallegos están cabreros. Se han venido por Trinidad Tobago y hace<br />

agua mi balsita por estribor. Pero aquí nuestra humedad cae como un manto<br />

de gracias que nada tiene que ver con la Protestona Graciosa Majestad, sino<br />

que es una bendición del cielo que hará crecer trigales más trigales para<br />

mandarle a su Graciosa la espiga de oro. Oro trigal. Y esa gracia de<br />

humedades que Dios nos manda, sólo es para dar a estos páramos la<br />

proyección necesaria para que un día esta pampa húmeda, nos dé otros<br />

dolores de cabeza. De cabeza agrandada. Macrocefálica, con un cuerpo<br />

pequeño como ésos de la India donde se reproducen como si no les dejaran<br />

otra cosa para hacer, al mismo tiempo que las vacas mugen -orondas e<br />

indiferentes- y las barrigas crecen y crecen.<br />

Cabeza y barriga. Cabeza Buenos Aires, barriga de la barbarie tierra<br />

adentro…y un camino largo que baja y se pierde.<br />

La pampa tiene trigales<br />

y los trigales harina<br />

y en el centro de mi pecho<br />

la República Argentina.<br />

Otro más.<br />

Malvinas corazón<br />

el pueblo te saluda<br />

en nombre de Perón.<br />

Qué espíritu poético que tengo, y aún me quedan más pero son muy<br />

verdes de manera que los dejo para cuando esté afuera y encuentre un baño<br />

limpio, blanco-incitante, total, sí señor, es la cultura y sentimiento popular que<br />

como no tiene lugares donde decir, lo dice en los baños, y ahí ando yo<br />

babeándome por una parecita virgen inmaculada.<br />

Cuando las gaitas vienen tocando. Y ese pelotón de… pelotones con<br />

polleritas que han traído; ojo muchachos, éstos son escoceses, de Escocia,


tierra del mal sol y del buen güisqui, no los miren mal que aunque de pelotón<br />

no tiene nada, no sea que por ahí nos fallen los cálculos y la realidad interna<br />

nos dé una sorpresa. Andaban y andaban, y en aquel entonces todo era<br />

pampa. Algún ñandú, esos animales que sólo aquí sobreviven -¡semejante<br />

huevo para pasarlo por agua!- cruzaba a largos trancos allá lejos cortando la<br />

línea pampa del horizonte. Ningún gaucho, ningún indio. Ni siquiera un espíritu,<br />

se equivocó Ameghino. Erase una vez el silencio y los ingleses que avanzaban<br />

con Morgan a la cabeza, no saben que en los senderos…<br />

- Mi ser Morgan.<br />

- Mi ser, es de carne y hueso –contestó Inodoro-.<br />

Pero Morgan no entendía el idioma gauchizado de Cervantes. Los<br />

pastos se movían y esta vez quedaron doblados hacia el Río de la Plata. Esto<br />

significaba que los inglesitos de Beresford, se habían espantado con tal julepe<br />

de los bravos criollos, que se habían vuelto al raudo y maratónico “patitas<br />

pa’que te quiero” rumbo a los galeones.<br />

En los salones porteños un joven de barba y hablar rumboso decía<br />

henchido que la próxima vez, si fuere necesario habría que echar In Puribus a<br />

los piratas. Doña Margarita que había quedado sin entender los educados<br />

latinajos de aquel guerrero, buscó solícita una lengua culta y confidente que le<br />

sopló a su sensible oído, la traducción a la viva lengua y que a su vez, vino a<br />

avivar sus mejillas de un pudoroso carmesí, al saber de aquel contenido,<br />

mientras Vieytes la mirada codicioso pero con un jabón, no fuera que alguien le<br />

descubriera sus ideas de disfrutar de una monarquía fuerte y estable donde los<br />

únicos excluidos serían…<br />

Eran los albores de nuestra nacionalidad, aunque voy a decirles una<br />

sentencia célebre para gozo de las futuras generaciones, que seguro dirán de<br />

nosotros “buen viejito, hacela corta dejate de pendejadas, se me hace tarde<br />

para todos los etcéteras que tengo que hacer”, pero haciéndome el sota de<br />

esta celebridad que es inherente a la juventud apresurada, que no tiene tiempo<br />

para la reflexión serena, diré que en la vida de un hombre podrán haber<br />

circunstancias donde cada una signifique el Albor de la Patria Independiente,<br />

porqué, díganme, qué hubiese pasado si Rosas cedía ante franchutes e<br />

ingleses juntos. Nos parten y reparten.<br />

…y seguro, ahora que estoy aquí en esta Patagonia trágica, hablaría un<br />

inglés o un perfecto francés. ¡Ah, pero eso sí!, ninguna historia posible me<br />

impediría levantar los dedos en “ve” en plena Plaza Mayor y cantar otra vez con<br />

una vincha pampa y federal que juntos y unidos triunfaremos. Eso sí que no lo<br />

cambio. Sencillamente porque el General es intransferible.<br />

Y sigo escribiendo. Yo estoy destinado a escribir siempre. Sabés<br />

hermano, a veces el renglón es un callejón largo. Diría mejor infinitamente<br />

interminable, como cuando uno va en tren por esos campos de Dios y de los<br />

otros, y se imagina que adelante hay vías. Entonces, cansado de ver la<br />

extensión dorada de las mieses for exportación, uno se levanta y sale a<br />

caminar entre el vaivén monótono y niños traviesos que te acosan<br />

despiadadamente, y por fin, al llegar al último vagón, asomarse triunfalmente<br />

para observar ese pasado-pisado que dejamos, sólo descubrimos que se


alejan las infinitas paralelas de las vías dilatándose en la vasta dimensión de un<br />

mundo que para atrás se pierde y para adelante no cede. Jamás. Eso es el<br />

renglón, ésa es la carta en la que debo procurar palabras para alcanzar una<br />

meta inconclusa. Ya ahora estoy aquí, parado en la mitad de un renglón que<br />

parece desafiarme. Es de noche y me largo a caminar por ese callejón que de<br />

pronto se ilumina y se transforma en calle. Edificios-luces-gente. Y yo muy<br />

digno, vestido con este uniforme deleznable que quiero disimular pero que<br />

nuestra civilización occidental y cristiana, que no se viste como los chinos,<br />

delata mi presencia presidiaria y la gente me mira comentando “pobre hombre<br />

seguro que recién sale, debe ser del interior postergado y anda juntando<br />

monedas para tomárselas”. Yo opto por no darle bola a nadie y quedo<br />

extasiado frente a la cartelera de un cine Suipacha, con los labios, los gruesos<br />

labios ¡ay Dios! De la Nastassia Kinski que me mira, quién lo creyera!, con ese<br />

rostro pleno de candor que me sugiere vaya a saber qué cosas. Me fijo bien y<br />

resulta que esa película la dan la próxima semana o en el próximo renglón y<br />

ahora pasan la de Nelson Dos Santos “Tienda de los Milagros” donde me<br />

acuerdo hay un ininterruptus encontronazo entre Pedro y la lava en el que<br />

aquél termina por sacarle el maleficio ¡vamos Pedro todavía!. Después, las<br />

reflexiones que me exaltan cuando dice que a la vida no puede introducírsela<br />

en una teoría, que la realidad es la realidad y tiene la dinámica propia por<br />

donde se desgajan las ramas de algo vital, con misterios que no caben –eso<br />

interpreto- en un dogma prolijito por más seguro que parezca.<br />

Sí señor, la realidad es la única verdad como decía el general… aunque<br />

claro, la realidad no existe… nada es absoluto… salvo estos eslabones que<br />

ahora me sujetan al renglón y a esta butaca del cine frente a la ricura de<br />

periodista que entrevista al sabio casi arrinconándolo para comprobar si aquél<br />

que sabe tanto, conoce los feéricos sortilegios de ipiscilone. La gente me mira y<br />

un señor que parece harto por mis continuos saltitos y gritos me pide que por<br />

favor que deje de decir “me cago en los ingleses”, entonces ahí mismo,<br />

incentivado del espíritu que en estos días infla los corazones, le replico<br />

amenazador y el señor no tarda en responderme que por supuesto él considera<br />

un acto de justicia y otros anexos, pero no alcanza a finalizar sus<br />

argumentaciones cuando las puertas del cine de abren y me veo nuevamente<br />

ante la Kinski. De mis brazos, a la altura de mis muñecas, penden cadenas<br />

rotas de gruesos eslabones que yo miro sin saber qué hacen ahí. Será que los<br />

herejes ya han desembarcado y vienen por el lado de Quilmes con Whitelocke<br />

a la cabeza y yo debo meter cadenazo limpio como aquella vez en Plaza de la<br />

Victoria cuando querían impedir que el Tula batiera el parche, pretendiendo<br />

tapar -¡mirá vos!- con consignas trasnochadas las voces nacionales que<br />

constituyen la realidad efectiva de la Patria…<br />

Un mechón de la Kinski cae sobre sus labios carnosos desde su<br />

abundante cabellera. Ello, de ningún modo, alcanza para disminuir la fulgurante<br />

mirada que trasunta un espíritu redomón, que a poco va animando su cintura y<br />

ese muslo que se escapa de la cartelera y que ahora comienza a caminar a mi<br />

lado con un esplendor implacable, que los hombres admiran y envidian y que<br />

yo con un aparente desdén, relativizó como si fuera cosa de todos los días,<br />

pasearme con una de ésas que a fuerza de la austeridad de un diseño de<br />

haute couture, un muslo se le ha despejado sensualmente dorado, estimando


mis más traviesas fantasías. Debo aprovechar, porque mañana quién sabe.<br />

Como aquella vez siendo pibe, cuando aproveché una excursión a Salta para<br />

visitar las extranjeras que pululan bajo el madrinazgo de la rusa María y que<br />

me perdone don Jorge si quedó corto con Tieta, aunque después de todo él no<br />

tuvo la suerte de conocer mi Salta querida y extrañada.<br />

Hace frío. Renglón en blanco. Acabo de tirar mi sábana para cubrirme<br />

hasta la cabeza y mis pies quedan restregándose mutuamente las plantas<br />

respectivas, con los dedos arrebujados sobre la máxima angulación posible.<br />

Busco a mi lado y Nastassia no está. Seguro ha ido por café. Mis pies están<br />

helados. Totalmente desprotegidos. Opto por una reminiscente posición fetal<br />

ovillándome en mi más remolona redondez, calculando el lugar que ocupará la<br />

flaca cuando vuelva. Lo peor de todo es que nadie me creerá. Afuera llueve.<br />

Escucho el “toctoreo”de las gotas sobre ese piso de cemento duro que ha<br />

encallecido mis talones de tanto aerobismo circundante. Cada año que pasa<br />

significa un grado más en el endurecimiento de mis articulaciones, que trato de<br />

mantener en forma con sesiones de fragelo diario, gimnasia tras gimnasia.<br />

Creo mi deber aclararte en este renglón que “toctoreo” no figura en el<br />

diccionario ni en la imaginación de lingüística alguna, y que yo, artista y pueblo,<br />

exquisita simbiosis –viste- al tener la obligación de recrear y dinamizar el<br />

lenguaje vivo, tomo la atribución de inscribir en las áureas páginas del idioma,<br />

este neologismo que me ha costado un… desprendimiento glandular el poder<br />

materializarlo. “Tortoreo” en suma, es algo así como un fonema<br />

onomatopéyico, que sensibiliza el ruido que produce la lluvia al caer, sobre<br />

todo al caer al piso de este oprobioso cemento, que algún día por acto<br />

condicionado relacionaré irrevocablemente al “Rawson bíblico” -en el que se<br />

me han ido tantos años- al ver aunque fuese una brizna de cemento. De<br />

cualquier modo y por las dudas, he puesto el vocablo entre comillas. Estos<br />

signos son siempre permisivos ante los lances o lapsus del idioma.<br />

Lo que se dice una verdadera vanguardia cuyo complaciente deber, es<br />

el de causar horror a los ojos que gozan de un naftalítico letargo en el arcón de<br />

la letras.<br />

He formado en forma de renglón –Bendito sea!- el baño comienza por la<br />

treinta y cinco. Las caras enrojecidas aún no han cerrado los poros que<br />

también tuvieron recreo y unas cuantas y rebeldes gotas de sudor caen en<br />

montonera por los rostros. Sobre uno de los banquillos ha quedado una pieza<br />

de ajedrez. La Reina Blanca, será repudio?, no interesa, en este caso la<br />

negligencia es acto de soberanía. El pirataje relapso debe tener su castigo<br />

irreversible. Mis ojos se han perdido en el gris tumultuoso de las nubes, donde<br />

el gaviotaje extraviado efectúa un vuelo de reconocimiento, estableciendo un<br />

puente necesario por donde pasarán los secretos a los oídos de acorazados<br />

petreles, que avanzan en formación angular, porque por estas tierras,<br />

demostraremos que hasta la avifauna servirá a la Causa Nacional y los<br />

pingüinos indecisos, que no se resignen a perder el Manto de su Graciosa<br />

Majestad, serán deportados por los pagos de Madryn donde tengo entendido<br />

hay una banda de nacionales agradecidos que no los “boletearan”, entre otras<br />

cosas, por las lágrimas derramadas de la sensible francesa que ha demostrado<br />

estar más allá del tan trillado tema de los Derechos Humanos -viste- para<br />

ocuparse de los “Derechos Animales” del mundo.


-¡Avancen de a diez!<br />

-avanzo-<br />

-¡El últimosequeda¡<br />

-Soy yo, me quedo-<br />

-¡Apurelpaso!<br />

-apuro-<br />

Es así, todo pensado. Nada librado al azar.<br />

Y ya voy llegando al último renglón. Pero éste será el último de verdad.<br />

Detrás de ese renglón avaricioso, que ya se ha postrado a los pies de mi<br />

lapicera, no hay otro renglón. Ni siquiera un misérrimo block-liso. Esta vez iré<br />

yo personalmente para decir las cosas como son. Esa aguda pertenencia a la<br />

realidad que las palabras deben observar, cuando no pasan filtros de cortesía o<br />

de censura. Seré yo, por fin. Seremos nosotros afirmando sin la más mínima<br />

fisura ni el más remoto espíritu concedente, la dignidad, nacional. Así de<br />

grande. Sorry Alteza. Seguí nomás Liberty con ese Yesterday que corroe el<br />

“cajeteo” insular.<br />

Qué triste estarás Osvaldo ahora que las turbas otra vez arruinaron el<br />

jardín para multiplicar las gargantas que vociferan por las Islas irredentas. -Qué<br />

hizo esta mujer!- dicen que dijo el cowboy del norte. Turro!. Ojo con los<br />

compromisarios que se anotan. No sea que esta fiesta que es sentir la música<br />

más hermosa del fervor popular, se transforme en un día interciso. Deberá ser<br />

el fragor de la artillería, defendiendo como se sabe lo que es nuestro.<br />

- Voz: Le intimo rendición de plaza!<br />

- Respuesta: Que venga el principito!<br />

- Voz: Reitero intimación!<br />

- Respuesta: Un momento… consultaré a las bases!<br />

- Soldados: “lo vamo’a reventar lo vamo’a reventar”<br />

Y serán las avalanchas del tumulto que se derramaban tomando entre<br />

sus manos tantos siglos de explotación y latrocinio. Y estas rejas se abrirán<br />

para dejar paso a los muchahos que sumados a la marcha triunfal de los<br />

hombres y mujeres, se desplazarán hacia el infinito celeste de la victoria. Y yo<br />

con ellos. En medio del grito de los miles que han venido desbordando los<br />

renglones a derribar las rejas impiadosas. ¡Veo el cielo azul y ahí está Dios<br />

bendiciendo el fundamento de la vida, la libertad!.<br />

- Daniel, tocaron el timbre… Despierta, Daniel!<br />

- Eh?<br />

- El timbre…<br />

- Y bueh…


EL VALOR DE LAS COSAS SIMPLES<br />

Abstraído y solo. Perdido y solo. Como un náufrago en la niebla. Sin<br />

comprender el tiempo y ausente de tu siglo. Gris y marginado sin creencias.<br />

Será tu vida sin salvación. Huyendo siempre hacia el punto donde agoniza la<br />

perspectiva. Y en tanto huyes, más decrece el punto que persigues. Punto<br />

informe y sin identidad. Vos también te has metamorfoseado en un punto<br />

diminuto y cerrado .Orbicular y perfecto. Impenetrable. Y es la mixturación en<br />

que las rutinas de los hombres, describiendo sus reiterados pasos. Con ese<br />

amor desmesurado a lo que aquí tenemos y ganamos, aferrándonos con<br />

desesperación a la tranquilidad de lo conocido, reptando en el hollado camino<br />

de la seguridad. Ese es tu mundo. Tu signo principal. Con la paz de los que<br />

creen ser el soberano de sí mismo. Ley y mano ejecutora. Ensimismado en el<br />

pretil de tu avariciosa soledad. Serás feliz bajo el cristal de tu castillo esperando<br />

sin saber, que caigan sus aldabas y te abraces a un reencuentro con la gente,<br />

la ciudad y el mundo verdadero. Un reencuentro superior. Trascendente.<br />

Así es Nico-Nicolás Paret-huérfano. Prácticamente en orfandad desde<br />

que tus padres se separaron y tomaste un rumbo nuevo. Te partiste en dos-vas<br />

disgregado, buscándote. Y tu vida es una fábula. La impertinencia fantasía de<br />

pensarte libre. Solo y caudaloso en tu rumbosa gloria. Dueño, señor y ruiseñor<br />

de tu retiro y a tus costados nadie. El ramalazo te había transformado en esto.<br />

Un paso nocturnal que vaga por la noche cuando vas hacia la nada… te<br />

confundían, desconfiaban de tu aspecto desenfadado. Verde-vincha<br />

sosteniendo tu melena, evadido, ausente, y testigo fatal de aquello que creías<br />

vetusta hipocresía. Eras apenas un remanso. Una isla acosada resistiéndose a<br />

las invasiones, un gemido en el tumulto. Y avanzabas dejándote llevar por un<br />

mero transcurrir.<br />

Así es que habías cambiado de pensión tanta veces como tantas no<br />

podías pagarlas. Tus ventas de chafalonía, menudencias, también artesanías.<br />

“Libros nunca porque ataban la naturaleza a la falsa interpretación<br />

humana”.<br />

declinaba en la misma dimensión que decaían tus ganas de salir a la<br />

calle y venderlas. Y pasabas días encerrado en una especie de rito cenobita,<br />

hasta que tu estómago decía basta. Y éste resultaba tu enmarañado laberinto.<br />

El refugio donde caías arrebujado en la intimidad que presuponen cuatro<br />

paredes y un techo. Y tu habitación, un camastro viejo, casi derrumbado, que<br />

mostraba su pintura descascarada, un calentador y una mesa. En un rincón y<br />

entre los anaqueles de una pequeña biblioteca, un par de platos, jarros, y<br />

algunos recipientes con café, azúcar, y otros comestibles. Sobre un cajón de<br />

manzanas a modo de mesa de luz, un mate y una pava, y en su interior alguna<br />

ropa. Era tu habitación. Ahí descansabas en un cómodo cúbito-dorsal<br />

distrayendo la mirada en las viejas alfarjías del techo, las que en sus<br />

extremidades dejaban entrever que alguna vez estuvieron enjabelgadas y<br />

donde las telarañas se exponían surrealistas y concéntricas. Te sentías<br />

cansado de inventarle mentiras a doña Marta -dueña de la pensión- como esta<br />

mañana en que debiste recurrir a tus mejores melodramas, para explicarle que


aún no podías pagarle la mensualidad. Ella había entrado cual avalancha con<br />

los ruleros puestos y su voz de imprevistos falsetes que decían de nódulos y<br />

viejas histerias.<br />

… pero tu instinto fue más veloz. Oíste el ruido seco del picaporte y<br />

pronto te apoyaste en los postigos de la ventana y giraste con cara de vértigo.<br />

Ella vaciló. Fue un momento cuyo azoramiento aprovechaste para una<br />

representación que podría llevarte hasta las lágrimas y que a no dudar<br />

disfrutabas, aunque cada vez requería mayor esfuerzo en la convicción que<br />

debía trasuntar.<br />

… Que sí doña. Ya sé a que viene usted, créame que tiene toda la<br />

razón… hoy me iré sin más que hablar. Dirá que ya empiezo a descargar mi<br />

habitual rosario para decirle simplemente que no podré pagar.<br />

Si le digo que me siento un pájaro aterido con las alas agarrotadas por el<br />

frío…<br />

Y las miradas para estudiar la distensión de sus facciones, cada vez que<br />

optabas por una pausa o acudías a aquellas expresiones recurrentes.<br />

… Si le digo que probablemente merezca su desprecio, aunque deba<br />

buscar un mísero refugio donde se compadezcan mis andrajos, mis huesos<br />

hartos de sentir la tarde irse tras los grillos, y yo solo, otra vez solo con mi<br />

sangre, se da cuenta?.<br />

No podías permitirle hablar, hasta ver su rostro declinar y a punto de<br />

llanto. Era tu Batalla. Nuevamente precisabas doblegar su sensibilidad a pesar<br />

de la prevención que demostraba.<br />

-Esta vez no me engañará. Escúcheme jovencito.<br />

- Sí, madre.<br />

Inclinaste la cabeza sumiso, empleando la palabra reservada para el<br />

último monólogo y seguro estabas, la conmovería. Abrió sorprendida sus ojos<br />

incrédulos, y continuaste.<br />

- Ya sé que a usted le sorprende. Acaso piensa que a pesar de mi<br />

estatura me está vedado decir madre. Ya sé, es mi estigma, mi marca fatal, el<br />

eco que persiste delatando mi orfandad. Esta palabra -le confieso- ha sido mi<br />

delirio, en ella me perdía repitiéndola y yo gozaba sin ver más allá. Con los ojos<br />

cerrados y mis párpados trémulos, como si me levantase ingrávido en una<br />

humarasca perfumada. No soy un insensible. Aún me es dado valorar el techo<br />

que he encontrado en esta casa -¡tan parecida a la de mi infancia!- cuando<br />

volvía de madrugada después de repetir mis zozobras, en los abajaderos de la<br />

vida. Parecerá mentira, pero he ahí que pensaba en usted. ¿Podré llamarle<br />

madre? me preguntaba. Usted sabrá mejor. Su instinto le dirá dónde marchan<br />

aquéllos que han perdido la llama tutelar de sus ancestros. ¿Dónde marcharán,<br />

sino a los recintos que guardan la ternura del afecto, se da cuenta?<br />

Y la espiabas procurando percibir su sensibilidad tocada. Sus músculos<br />

olvidados de la rigidez inicial. Entonces intentabas mayor fuerza en tu<br />

representación, el broche de oro en una “mise en scene” de tu miseria<br />

reforzada por las inflexiones de tu voz y las crispaciones oportunas de las<br />

manos. Y proseguías.<br />

… nadie podrá saber cuánto resuma la memoria al ir por esas calles,<br />

recordando los tangos; porque yo y el tango somos una misma cosa.<br />

Un mismo pecado. Si pareciera que de mí se inspiraron los poetas. No<br />

sé si el tiempo me ha dejado de costado… qué hombre no sueña con la<br />

sencilla tarde de su hogar, con las… Antígonas que vienen a consolar las horas


cuando, la edad ya vive del pasado o cuando al umbral del infinito, uno dice<br />

que hasta aquí llegó. Será por eso que los tangos insisten en mi silbo. Me<br />

porfían. Obcecados con esa melodías vertidas en el alma. Me miro en el espejo<br />

y digo basta. El “supremum vale” que me llevará al lugar de los Dioses o al<br />

infierno, qué más da. Y me doy cuenta que usted me ha dado mucho. Más de<br />

los que usted misma se imagina. Pero no debo abusar. He de largarme con el<br />

recuerdo de ese rostro suyo que trasunta un aire maternal. Antes déjeme<br />

decirle, con la tibieza del hijo que ha de irse en busca de un destino…<br />

gracias… y adiós, mamá. No, no se preocupe, toda vez que escuche el<br />

destramar de un tango soy yo que está presente y que inaudiblemente vago en<br />

algún cielo tras su herida melodía.<br />

Y nada más… en un par de días volveré a pagarle lo que le debo…<br />

adiós.<br />

Y al instante que tomabas el picaporte ella dijo no. “Usted se queda.<br />

Cuando pueda paga… ¡Qué pícaro había resultado!”, y salió. Ganada, más que<br />

por las razones de tu drama, cuando por el esfuerzo puesto en convencerla.<br />

Era tu vida. Convertida en un mínimo esfuerzo por sobrevivir. Sin<br />

advertir que mañana seguirás viviendo. Será tu vida sin hogar; serán otras<br />

circunstancias que también confluyeron, como aquella vez que la casualidad te<br />

llevó a dar con Herminia, hermana de aquel amigo tuyo con el que solías<br />

concurrir a los encuentros de la progresiva en tus años de adolescente y que<br />

ahora estaba preso. Y te refirió la tragedia de la cárcel, su fatalidad…<br />

Fíjate Nico que Marcos siempre te recuerda, porque sabés, no hay mejor<br />

forma de sobrellevar la soledad del encierro que poblarse de los amigos que<br />

fueron, del pasado, porque en él, ellos encuentran un modo de ir también hacia<br />

el futuro -no entendías-. Vení un día de éstos por casa y leerás sus cartas, son<br />

abundantes, sabés; y te dio vergüenza cuando eludiste su pregunta de qué<br />

hacías, a qué te dedicabas, y siguió -quizá sospechando que fueses de los<br />

vendedores de datos, aunque algo, probablemente el olor te librara de<br />

sospechas- entonces dijo que una tarde vinieron y lo sacaron tirándolo de los<br />

cabellos, y yo ahí Nico, sin poder hacer nada. Impotente. Porque si abrís la<br />

jeta, me dijeron, te llevamos a vos también y conocerás lo que significa ser<br />

hermana de un turrito como éste, y vos pedazo de animal, gritá ahora si te<br />

animás, porque te vas a arrepentir de tu Patria libre y soberana. Y mi hermano<br />

gritaba, vieras, gritaba con toda la voz del mundo… y ellos se ponían locos, le<br />

pegaban, loquísimos. Si vos supieras por la que atravesamos, aquella tarde lo<br />

llevaron en un Falcón-verde, yo había quedado adentro pero luego los vecinos<br />

me dijeron, habían visto todo detrás de las ventanas. Te imaginás, no podía<br />

dejar de temblar…<br />

y vos no pudiste balbucear palabra, apenas un “iré” y ella te besó en la<br />

mejilla, chau Nico te esperamos allá, con mamá generalmente, estamos por la<br />

noche, no comprendías cuando Herminia te dijo que Marcos después de todo<br />

estaba bien, porque sigue creyendo en la gente y porque sin embargo la gente<br />

no ha olvidado un montón de cosas…<br />

Un sudor frío se derrama por tu cuerpo. Una campana repicando en tu<br />

cabeza y fue una alarma, una luz que se encendió de súbito comenzando a<br />

dividir tus momentos. Una suerte de topo emergiendo lentamente.<br />

Fundamentos que al encontrarse con tu inercia te provocaban rabia. Un<br />

malestar que rompía tus ficciones. Será por eso que te dio por improvisar un


poema en alta voz, ayer domingo, en un banco de la plaza, molestando<br />

premeditadamente al señor que leía a tu lado…<br />

Convoco la cadencia.<br />

Viento-luz<br />

y un rumor de playas extraviadas<br />

me dejan remembranzas.<br />

Vendrán los madrigales como un soplo<br />

del ángel que no fuiste<br />

y extasiarás el hueco de mi mano<br />

al relumbrante goce de tu pecho.<br />

Pluma-seda<br />

paloma y alabastro.<br />

Dónde están los ceráuneos<br />

destellos del Heraldo<br />

que anuncia el fuego de la carne,<br />

tu pasión amor; dónde…<br />

dónde irá tu mano<br />

fragmentada de luz,<br />

esparciendo las ondas expansivas<br />

por el cuerpo.<br />

Dónde.<br />

Si al mirar el arrebol de otoño<br />

hiriendo los amores,<br />

me invaden las canciones que perdimos<br />

y el hontanar derruido y sin deseos.<br />

Dónde amor,<br />

amores míos que llegaron<br />

mi corazón de agosto<br />

poblándolo de frío.<br />

Dónde mis aspacias,<br />

mis dulces hetairas callejeras…<br />

-Perdone caballero, le interrumpo sólo para preguntarle si le molestaría<br />

tomar otro asiento de éstos que incluso tenemos aquí al frente, ya que usted<br />

declama y yo leo, no veo porque debemos molestarnos.<br />

-No me molesta en absoluto, es más, diría que hasta me causa un<br />

inmenso placer que alguien a juzgar culto, pueda escuchar mis<br />

improvisaciones.<br />

-Es lo que hice caballero, pero note usted que estoy aquí precisamente<br />

porque por ahora he decidido no concurrir a ningún recital ni cosa que se le<br />

parezca.<br />

Y ésa fue tu razón para que se precipitaran en un rapto de violencia tus<br />

soledades tumultuosas. Los eslabones que uno a uno se iban abriendo en<br />

floración, descubriéndose. Incoherencias que increpaban los culpables<br />

supuestos, porque así -decías- es como se muestra la verdadera faz de los<br />

hipócritas como usted -¡cómo se atreve!- me atrevo porque me asiste el<br />

derecho de llamarlo a la luz y observe cuál es su propia dimensión, su tamaño,<br />

me entiende?.


No quiere escuchar mis versos como también le molestará que otros se<br />

expresen y hasta pondría el ejemplo de sus propios hijos que seguro le<br />

mentirán…<br />

- Soy soltero<br />

- Me lo imaginaba, de ese modo, también se expresa su individualismo.<br />

- ¿Usted es casado?<br />

- ¡No le importa!, de cualquier modo percibo su olor a aquéllos que<br />

pertenecen a la raza de los indolentes y quisieran el mundo así. Pero se<br />

engañan. Es insensato suponer que seguirán por mucho tiempo escamoteando<br />

lo que no les pertenece. Fíjese en mí, yo soy uno de los tantos que ustedes<br />

produjeron, y a más, debo soportar sus gazmoñerías delectables…<br />

Y te habías trepado sobre el banco para gritarle que seguirías<br />

proclamando tus amores dispersos. Y al placero, que había observado el<br />

desarrollo de la escena, también lo desafiaste -usted qué mira- y no hubo<br />

respuesta, sólo te miraba esperando la declinación de tu paroxismo -es un loco<br />

suelto, dijo el hombre, yéndose- ya no había razón para la lucha.<br />

-¿Cómo se llama?<br />

- José<br />

- Será también un carnudo- y su respuesta fu la risa.<br />

- No sé. De cualquier modo no es mi preocupación inmediata. A mi mujer<br />

le debe resultar incómodo, por un problema de tiempo, te das cuenta pibe?.<br />

Ahora está en el laburo, después vendrá a la casa y están los chicos, la<br />

escuela, la ropa que debemos lavar.<br />

- que deben lavar, dijo?<br />

Sí, claro, ella no puede con todo, imaginate pibe que también hemos<br />

montado un tallercito de costura con otros vecinos, para hacerle la ropa a los<br />

chicos, ahora que la vida está tan cara. Se le hace difícil cornearme, te das<br />

cuenta pibe?. Ni siquiera cuando el gremio llama a las ollas comunes…<br />

decidimos ir con las mujeres, es decir, la familia… ellas hacen la comida… te<br />

das cuenta?.<br />

Y se fue. Quedaste solo. Apretado entre el margen de tus fantasías y<br />

ese mundo real que había puesto los umbrales a tus pies para que entraras.<br />

Te vinieron aquellas palabras de Marcos cuando él decidió -allá en su<br />

adolescencia- ir tras un destino diferente “… las decisiones que rompen una<br />

costumbre y empujan otra, no pueden razonarse demasiado. No todo es<br />

previsible y calculado…”.<br />

Te quitaste la vincha, la miraste, y finalmente la arrojaste con fuerza.<br />

Desanudaste tu camisa y repentinamente te descubriste corriendo hacia<br />

el placero. Esta vez le preguntabas si podías volver a conversar con él, como si<br />

esa decisión te llevara a otro mundo como aquella tarde frente a la Facultad de<br />

Filosofía en que decidiste no entrar más y hacer la vida que llevaste hasta hoy.<br />

-¿Está usted todos los días?<br />

- No. Sólo los domingos.<br />

Y te siguió con la mirada, advirtiendo tu pelo libre y la camisa<br />

correctamente abrochada. La vida que inexorablemente se desplazaba,<br />

inauguraba de nuevo, otro momento.


LA BURBUJA<br />

Se había puesto cara al cielo con los ojos entrecerrados. A su lado, un<br />

castor crecía desordenando sus ramajes violáceos, y más allá, porfiaba el<br />

suelo una diminuta extensión de berros. Había otros árboles, algunas flores, y<br />

unas cuantas matas de menta desplegaban su frescura sin que nadie las<br />

exigiese.<br />

Paradójicamente, todo esta tranquilo.<br />

No pensaba nada en particular. Discurría despreocupado dejándose<br />

llevar sin urgencias. Ahí estaba con sus vivencias, relajado, tras recurrentes<br />

imágenes que trasmutaban de color y contenido. Sin embargo no se sentía<br />

tranquilo. Algún engranaje, de esos íntimos y profundos que todo ser humano<br />

los requiere armonizados, se había desprendido.<br />

La confusión se enseñoreaba y desparramaba por sus horas,<br />

ocupándole todos los espacios de la duda. Se indagaba, buscaba por esos<br />

recónditos pasajes de su memoria, cuál habría sido el sostén más flojo del<br />

edificio que hasta ese momento constituía su existencia.<br />

Recomponerse era la encrucijada.<br />

Pese a ello, carecía de respuestas y aún si la hubiese, debía<br />

confrontarlas con el tiempo y nada más que con él. No quería parches ni<br />

retoques que remozaran insustancialmente. Sólo pretendía crecer otra vez,<br />

desde el fondo, por eso comprendía que la empresa era difícil, y a la vez, el<br />

único camino válido tras el que encontraría la respuesta.<br />

Se llamaba Miguel y vivía en un estilo prácticamente monasterio,<br />

extremadamente puro. Casi perfecto.<br />

Afuera la realidad era una selva. Se sumergía en una especie de<br />

torbellino donde la perspectiva resultaba un hueso oscuro, sin una luz ni una<br />

mísera antorcha que revelara no ya su final, sino tan sólo sus flancos, sus<br />

curvas e inflexiones.<br />

Al ciudadano común le quedaba la exclusión, la indiferencia -<br />

desembozada o encubierta- pero retirada al fin. Apenas un rincón plagado de<br />

vacuidades mientras miraba girar la vida, el mundo, la historia…<br />

Si alguien se atreviera a bosquejar un cuadro, ensayaría acuarelas de<br />

naturalezas muertas, musgos corroyendo la montaña, arboledas mohosas,<br />

atardeceres en agónicos violetas, vides sin pámpanos…<br />

El herrumbre por espectáculo. Así eran las calles ciudadanas. Puro<br />

estertor de último suspiro y después la nada, o quizá la esperanza, espectros<br />

ambulando el estrago y mordazas opacando el fantasma de los gritos.<br />

Miguel venía de allí, de caminar el fondo de las cosas, palpitando la<br />

frescura de la mejor ilusión, y más aún, imprimiéndole un sentido a la vida,<br />

forjando su ambición de historia. Tanto era así que ahora su obligado momento<br />

era un riesgo previsible.<br />

Un sacrificio posible y necesario. Y ese riesgo llegó. Estaba instalado<br />

con él zumbándole siniestro en cada paso que daba.<br />

Regresaba de allí. De la calle ciudadana.<br />

Traía como muchos el asombro agotado, exprimido por los estupores del<br />

visaje canallesco. Aquél que tiene por memoria un dejo de inapelable rencor,


de historia negra aunque entrecortaba por fervores desbordantes, de pueblo en<br />

los octubres.<br />

Y mientras más desbordantes, más rencorosas se tornaban las<br />

memorias.<br />

Tantas cosas que de otro modo hubiese tardado años en conocer, se<br />

precipitaban con una carga infernal que agobiaba, porque allí se encontraban<br />

triturándose y recomponiéndose los pedacitos de la verdad, que aunque así,<br />

seguiría creciendo.<br />

A la vida, a la increíble vida se le habían caído de súbito sus velos y<br />

mostraba sus desnudeces y descarnaduras. Por eso Miguel no se sentía<br />

armonizado.<br />

Procuraba comprender lo inaccesible. Lo que sólo el futuro le arrimaría.<br />

Y la ansiedad le corría. Como un espigón removiendo sus entrañas.<br />

Y sus devaneos no tenían eje, sustento, digamos mejor, carecían de<br />

referente. Como una noria sacando agua sin que mediara un giro armónico y<br />

acompasado.<br />

Por eso sus ojos entrecerrados, se perdían ahora en el azul profundo -el<br />

cielo mendocino suele ser intenso- y entre sus dedos se consumía su habitual<br />

cigarro de mediodía.<br />

Por volver de tormentos inconcebibles. De conocer el martirio en las<br />

magulladuras de su propia carne. De percibir el hedor del bochorno en ese<br />

marjal de iniquidades, fango submarino y fetideces letales. De saber la tiniebla<br />

en sus ojos toscamente apretados…<br />

Por volver de ese modo, se habían parapetado tras aquello que<br />

constituía la razón de su vida. Su última convicción.<br />

Cuando la fe es sacudida hasta sus extremos más entrañables, se<br />

construye o se revitaliza -le habían dicho-<br />

Aquí no hay grises.<br />

Aquí vale también aquello de Hamlet.<br />

Si hubiera que definirlo de algún modo, él renacía después de bucear en<br />

el fondo. Renacía como único modo de autotestimoniarse que más allá de los<br />

túneles, brillaba una luz potente que atraía a quienes podían verla. Renacía por<br />

ser fiel a los augurios de su propia conciencia, casi contrario, cundiría la<br />

desintegración, el sin sentido de todo…<br />

Pero no resultaba fácil. Miguel, como cualquier otro, no se sentía un<br />

número que urgido a una experiencia potenciada, daría un hombre superior y<br />

perfecto. Esto también lo había comprendido. No puede encerrarse la vida, o la<br />

historia, en un simple redondo, o como se quiera -pensaba- es algo más<br />

complejo, más absurdo quizá. Y esto es lo que buscaba como respuesta,<br />

aunque más tarde seguro, recién se le dilucidaría.<br />

Tarde una hora en el fuego, el agua fría en hervir, pero estalla en un<br />

segundo y ese segundo es vivir -había escrito un poeta-<br />

Allí se hallaba recostado sobre sus espaldas cuando recibió el mensaje.<br />

No obstante su imprecisión, trasuntaba ternura.<br />

No hubo respuestas, para qué. Debió pensarlo mucho todavía. Pero<br />

sucedió finalmente ante una nueva insistente de Emilia que decidió decir sí, sin<br />

ambages ni obligado por las circunstancias. Un sí cuyo camino y tamaño -<br />

probablemente- residía en el valor de la palabra siempre.


Después siguió la vida. Volvieron y partieron varias veces las<br />

golondrinas… el túnel había comenzado a iluminarse.<br />

En sus aladares algunos cabellos se tornaban blancos y le divertía<br />

descubrirlos y quitárselos ya que aún no se trataba de una invasión. En todo<br />

ese tiempo le hicieron recorrer ignoradas geografías. Lóbregos lugares. Y<br />

algunas arrugas leves, minúsculas, habían bordado la concavidad de sus ojos<br />

diciendo de los años transcurridos. Sin embargo aquel “sí”no se había diluido<br />

en los imperceptibles pliegues de su rostro. Por el contrario había crecido.<br />

Comenzó siendo una burbuja que comenzó siendo sólida y densa.<br />

Conteniendo por dentro fabularios de ilusión y portentosas transparencias.<br />

Entonces, fue posible creer en lo definitivo.<br />

Miguel y Emilia vivieron circunstancias similares aunque absurdamente<br />

paralelas.<br />

La incertidumbre de esos años, hechas de ausencias y carencias -y al<br />

filo de la vida- royó el afecto.<br />

Cuál es su valor –se preguntaba Emilia- pero en Miguel la burbuja no se<br />

desvaneció. De tan crecida tuvo necesidad de expandirse, de manifestarse… y<br />

sucedió el reencuentro.<br />

Fue la burbuja la que viajó hacia ella. Y como todo encuentro tras el que<br />

ha transcurrido mucho tiempo fue pura espontaneidad, sin formas ni cuidados<br />

como un infantil desenfado. Como una mano abierta y extendida cuya<br />

exultancia no podía ser de otro modo. Aquella burbuja no se revistió de una<br />

formalidad que la mantuviera erguida en su estructura.<br />

Era simplemente así, vital en su perplejo crecimiento. Más, no por haber<br />

gastado tanta fantasía perdió el común sentido de las cosas. Y de la vida… No<br />

puede ser diferente -pensaba Miguel- es como pretender estáticas dos<br />

sustancias resbaladizas en medio de un canal vibrador. La imaginación es una<br />

fuente inexpugnable que se autoabastece de mil imponderables y tiene<br />

vivencias que a veces no concilian con la realidad.<br />

¿Cómo puede ser uno tan esplendorosamente tonto?, ¿Cómo puede<br />

uno exhibir sus fábulas fantásticas?, y reía de sus delirios, de esa fuerza inicial<br />

con que había nutrido su cariño…<br />

Todavía le repicaban aquellas palabras de Emilia “… Fue sólo una<br />

anécdota, aquel mensaje fue una mano extendida que buscaba asirse de algo,<br />

de alguien. Yo iba en naufragio. De pronto te vi…”.<br />

Función terminada –había pronunciado Miguel-.<br />

Estos pensamientos resultaron el epílogo de lo que encontró la<br />

ingenuidad de la burbuja; palabras fraternalmente formales.<br />

No entendía porqué. Lo que se revelaba floreciente parecía extinguido<br />

en subterráneos penitentes, no le quedaba sino una idea de los momentos<br />

esenciales.<br />

Pese a todo, restaba esperar. Comprendía que únicamente el<br />

reencuentro con la calle le podría dimensionar exactamente la verdad.<br />

Poco es lo que puede construirse cuando la incertidumbre se adueña del<br />

corazón humano.<br />

La burbuja no estaba. Había reventado…


LA ESPERA<br />

Atardecía y la ciudad estaba desierta. Llovía. Ella había dicho mirando `<br />

tras el ventanal de su casa que no siempre las tormentas podían predecirse,<br />

que a veces llegaban imprevistamente anegando ciudades, sembrados, gente,<br />

como suele suceder en ciudades como Buenos Aires, que encontrándose uno<br />

caminando, de súbito le sorprenden pasmosos aguaceros.<br />

Sin truenos bulliciosos ni esplendentes refucilos.<br />

Tras el ventanal parecía esperar algo. Años habían transcurrido en que<br />

aquel lugar de la casa que daba hacía la calle, no era sitio de tránsito.<br />

Ahí se detenían las horas.<br />

También la angustia.<br />

Toda la familia verificaba habitualmente esta costumbre. Una ceremonia.<br />

No obstante, quien más se aferraba a las expectativas propias de la calle, era<br />

ella.<br />

No diré su nombre, sólo que es innumeral en el coraje, la paciencia, la<br />

ternura, y más aún en el prodigio de su entrega. Lo atroz e increíble -debo<br />

decirlo- era que muchas como ella a esa misma hora, guardaban su estragada<br />

paciencia en ventanales, mientras sus miradas se perdían en la ciudad<br />

impersonal y fría.<br />

Tejía con sus menudas manos moviéndolas con destreza y sin<br />

necesidad de seguir minuciosamente lo que hacían. Sus lentes puestos a mitad<br />

de su nariz permitían que su mirada se escapara sobre ellos escrutando la<br />

distancia. De tanto en tanto sus pensamientos huían por sus labios en su<br />

farfullar casi inaudible.<br />

-Eso dicen… optaron por lo peor.<br />

Otras veces, ese rostro álgido y contraído parecía envolverse en un halo<br />

de tiempo, volviéndose relajado. Casi sonriente.<br />

-¿Me comprarás la pelota mamá?<br />

No<br />

-¿Porqué?<br />

-Porque siempre volvés con la ropa sucia y rota. ¿Vos pensás que tengo<br />

una fábrica de plata?. No m`hijito, hay que trabajar mucho para comprar todo<br />

eso y no es cuestión de romperlo todo de buenas a primeras.<br />

Y Raulito quedaba observándola como si tratara de desentrañar el<br />

significado de aquellos conceptos “…trabajar mucho, fábrica de plata…” luego,<br />

en esas ocurrencias sin tamaño, remedaba todas las preocupaciones.<br />

-Cuando sea grande te compro una fábrica de plata, así de gigante!.<br />

-Sí?<br />

-Sí!<br />

-Entonces te compro la pelota. Pero ojito con olvidarse de la fábrica, no?<br />

-No.<br />

Y era dichoso en la plenitud de su inocencia.<br />

Y ahora la lluvia. Por los vidrios de la ventana se desplomaban los<br />

goterones gordos dejando atrás, sus huellas de infinito.<br />

Raúl había salido una tarde con la promesa de regresar enseguida, pero<br />

nunca más se supo de él.


De esto habían transcurrido cinco años.<br />

Desde aquel momento su nombre acometía permanentemente los<br />

escritorios de magistrados, páginas de diario, oídos oficiales… el mundo.<br />

Y nada.<br />

Todo esfuerzo, parecía poco por lo vano. Era lo ineluctable.<br />

-¿Vendrán a mis zapatos los Reyes Magos, mamá?<br />

- No<br />

- ¿Por qué?<br />

-Porque no<br />

-¿Por qué, porque no?<br />

-No sé<br />

-Por qué no sabes?<br />

-…<br />

-¿Por qué?, ¡Decime che!<br />

-¡Cómo che!<br />

-¡NH, bueno!, ¿por qué no sabés si vendrán los Reyes?<br />

-¡Ufa!<br />

-¡Deciiime!<br />

-Si te portas bien, si tomas la sopa, si no peleás, si estudiás y hacés<br />

caso, entonces vendrán.<br />

-¿Todo eso?<br />

-Sí<br />

-¿Y cómo sabés?<br />

-¡Ufa!, mañana sabrás si vinieron, ahora basta…<br />

-Pero vendrán, no es cierto?<br />

Las agujas de tejer tramaban con rapidez la bufanda. Ella meneaba<br />

imperceptiblemente la cabeza y su figura se destacaba débil tras los vidrios<br />

opacos, azogados casi, que la separaban de la lluvia resignada. Las gotas<br />

llegaban minúsculas repitiéndose con una delicadeza femenina sobre el asfalto<br />

lustroso. El día gris inducía pensamientos tornadizos mientras los charcos<br />

dispersos, multiplicaban los círculos concéntricos de la lluvia que caía.<br />

Hacía tiempo que los diálogos de aquella familia venían cargados de<br />

silencio, temas soslayados, aunque ello no obstaba para el ir y venir sin pausas<br />

persiguiendo la esperanza diaria. Una gruesa carpeta con cartas, recortes de<br />

diarios, conferencia, preguntas y respuestas… la palabra del mundo,<br />

reemplazaba la ausencia y testimoniaba cuánto se había revuelto por todos los<br />

lugares.<br />

-¿Cómo fue señora?<br />

-La última vez que lo vieron se había detenido a comprar cigarrillos en<br />

un negocio frente a la plaza central. Ahí se le arrimaron cuatro hombres que lo<br />

obligaron a subir a un auto…<br />

-¿Después?<br />

-No sé. Llevaba cara de asombro. Subió en el Ford Falcon y después no<br />

sé. Lo tragó la ciudad.<br />

-¡Cuántas veces repetiré que no armés bochinche a la hora de la siesta,<br />

tu papá duerme!


-¿Duerme?<br />

-Sí, claro…<br />

¿Y después señora?<br />

-¿Te das cuenta que tu padre viene cansado de trabajar?<br />

-¿Y después señora?<br />

-¿Se cansa papá?<br />

-¡Y por supuesto!<br />

-¿Y después señora?<br />

-No sé más. Ese “después” me lo deben explicar ustedes.<br />

Eran látigos lacerantes en la memoria. Implacables exigencias que<br />

inferían una sospecha trágica. Era vida profanada.<br />

Y otra vez en ese devenir constante las campanas de la Iglesia tañían<br />

sus badajos desnudos. En medio de los exultantes villancicos se repetían<br />

frases que en alguna ocasión había pronunciado el Sumo Pontífice… “si<br />

quieres paz, defiende la vida”.<br />

-Somos madres y muchas, doble razón para ser y sentirse invencibles -<br />

les había dicho reunidas en el atrio-<br />

Luego entraron. Los huesos prominentes de las manos entrelazando<br />

rosarios, denunciaban la vehemencia de las oraciones. Esas mismas oraciones<br />

que dichas por otras bocas, apenas si testificaban un mero recurso de fe. Y<br />

ellas lo sabían. Se trataba de una presencia más. De un factor más en esa<br />

suma sin tiempo ni resultados visibles.<br />

-Pueden ir en paz- había finalizado el cura. Desde el altar oyó que una<br />

voz le solicitaba permiso para hablarle. Asintió. El templo parecía haber<br />

concentrado los silencios dispersos.<br />

-Es para agradecerle su gesto Padre… nosotras siempre vamos en paz,<br />

aunque verdaderamente, ella tiene el valor de la solución que anhelamos.<br />

La vida y libertad de nuestros hijos. ¿Cuántos deberemos andar?... sólo<br />

Dios lo sabe. Nuestra voluntad de paz está hecha de paciencia y de fe. La justa<br />

causa de los hijos y nuestra permanente comunión con Dios en los sagrados<br />

misterios, ya es motivo de fortaleza. Gracias Padre.<br />

El sacerdote cerró los ojos sin decir palabra. Entrelazo sus manos a la<br />

altura de su pecho. Movió sus manos y finalmente besó el Cristo que sujeto a la<br />

cadena, pendía de su cuello. Abrió sus ojos y sonrió en un gesto de ligera<br />

turbación.<br />

Quizá impotencia.<br />

El silencio absorbía todo.<br />

Ahí quedaron suspendidas las miradas. La fe como el sol viene para<br />

todos –pensaba ella- aunque debamos enfrentar ese mundo real que hay que<br />

abordar sin pausa…<br />

Ahí quedaba tras el ventanal trasuntando un punto inexorable del<br />

pensamiento. Seguía lloviendo.<br />

-Cuidado, hay tormentas que no pueden predecirse…<br />

Había comenzado otra historia.


EL JUICIO<br />

Cuando sonaron las sirenas del alerta rojo, que podrían significar el<br />

comienzo de los bombardeos por parte de la aviación enemiga, ellos se<br />

encontraban cenando tras la panorámica visión del ventanal, refiriendo<br />

anécdotas, suspicacias y erudiciones en una amena conversación, que giraba<br />

en torno a las posibilidades de la guerra.<br />

En ese momento la más joven, o mejor es decir, la única joven de las<br />

dos mujeres, reaccionó de súbito abordando inquisitivamente a Sebastián<br />

sobre porqué la había traído sin tomar en cuenta los peligros que podían<br />

cernirse sobre ella, mientras un leve temblor comenzaba a sacudirle el labio<br />

inferior.<br />

A su vez, Sebastián, que se vio inculpado y por lo tanto sorprendido, no<br />

pudo reaccionar con la premura que la circunstancia exigía, luego de mirarla<br />

desconcertado, bajó compungido la cabeza.<br />

Hubo un murmullo en el que apenas podía discernirse un débil deseo de<br />

aliento mutuo y después fue el silencio.<br />

La cena no había terminado, es decir en el sentido literal, pues aún<br />

faltaban los postres, incluso aquellos exquisitos licores que Marú tuvo -por<br />

melindrosa tarea- que seleccionar para la ocasión.<br />

Sin embargo, me dio la impresión de hallarme frente a una fotografía en<br />

la que los retratados, jugaran a quedarse estáticos ante una señal del fotógrafo.<br />

Así estaban y hasta supuse que Oliverio -quien frisaba los ochenta- había<br />

quedado con un bolo a mitad de esófago. De cualquier modo esto no concitaba<br />

mi mayor atención puesto que aquél no parecía encontrarse desde hacía<br />

tiempo, sobre las alteraciones terrenales, pues, por su relativa perlesía,<br />

siempre supuse que a cierta edad las cosas de la tierra, no alcanzan a<br />

satisfacer las expectativas del hombre a quien no le queda sino un recoleto<br />

visaje hacia la abstracción, con traviesos amagues hacia las cosas concretas.<br />

Naturalmente digo “cosas concretas” por el mero lujo de hacer gala de cierto<br />

sentido práctico, aunque tengo la certeza de que para el volátil espíritu de la<br />

especie humana, las cosas concretas no son un recurso de fácil disposición.<br />

Por lo tanto Oliverio, de quien la primera impresión me advirtió su<br />

incongruencia, parecía oscilar entre la eternidad y el presente. Por lo demás,<br />

diré que en un tiempo, Marú supo ser mujer de Oliverio, hoy la realidad le<br />

resignaba, con quince años menos, a cumplir el cruel papel de esposa, aunque<br />

es válido decir que la parte más cruel le correspondía al personal de servicio,<br />

quienes debía cargar con los remanentes del cada vez más, despojado<br />

Oliverio.<br />

Retomemos. Había dejado cuando estas personas; Dina, Sebastián,<br />

Marú y Oliverio, quedaron repentinamente estáticos mientras cenaban. Diré<br />

también que todo esto sucedía en un lapso breve, brevísimo diría, en tanto<br />

aullaban desesperadamente las sirenas. No era para menos. Este sonido suele<br />

perforar el alma -ya lo he dicho- si es que la pobre existe en algún lugar. Una<br />

circunstancia que la considero grave, ominosa, y que irremediablemente asocio<br />

al proceloso momento en que se centra y concentra la desgracia. Especie de<br />

energía que suele apropiarse de la razón y a veces, aflojar las piernas y las<br />

articulaciones.


Las luces se habían apagado. Total y absolutamente.<br />

Así, las sirenas podían asimilarse con toda su brutalidad. Son momentos<br />

en que la conciencia no escamotea contriciones y las imágenes danzan a lo<br />

largo de todo lo vivido. Urgentes y perentorias.<br />

Hasta recién conversaban sobre los avatares de la guerra y sus<br />

posibilidades con algunas desabarrancadas intervenciones de Oliverio, en los<br />

momentos en que parecía descender de su niebla.<br />

O sus tinieblas.<br />

-quién lo creyera- repetía Marú por momentos, como si sus meditaciones<br />

no pudieran escapar del círculo de su propio azoramiento. Un verdadero<br />

dislate, que según ella gravitaba con un formidable peso sobre la posibilidad de<br />

desintegrar ciertas armonías, que cuánto había costado ir consolidando.<br />

-Un verdadero despelote- decía Oliverio volviendo de su reducción<br />

intemporal y abstracta, dejando un pequeño vacío flotante como suele ocurrir,<br />

cuando en alguna reunión alguien interviene con escaso sentido del propósito<br />

que la concita, y con memos recurrencia de la oportunidad. Como quien dice, la<br />

pelota -del despelote Oliveriano- quedaba saltando de un lugar a otro de la<br />

mesa.<br />

Tal como pensás vos Marú –retomaba Dina- yo no encuentro palabras<br />

para explicar ciertas vivencias. Aquí creo que la palabra frustración es la que<br />

mejor me expresa y sigo esto con la sensación o mejor dicho con la angustia<br />

propia de la importancia que provoca la desmesura de lo que vivimos. Estamos<br />

verdaderamente solos y eso es grave. En este momento es cuando descubro el<br />

verdadero alcance de la palabra civilización, quién puede crear cosas<br />

semejantes sino aquellas sociedades que engendran dentro suyo, la potencia<br />

misteriosa que conjuga paso a paso esos saltos fabulosos de gigante. El peso<br />

que revienta la poca resistencia de estructuras perimidas y afirman la génesis<br />

de una aventura -por así decir- que es propia y conexa de la misma grandeza<br />

universal. Ahora por fin, he visto una Latinoamérica que casi la descubro<br />

primitiva, dónde han quedado los Regios Aztecas, dónde los Incas, qué somos.<br />

No me veo, probablemente no me sienta hija de aquí ni de allá. Veo pasar las<br />

cosas como un juicio desbordado.<br />

Un carruaje con boato pero sin gloria. Si hubiere que figurarlo pensaría<br />

en un dique que ha roto su contención y arrasa voraz. ¿Será eso el gigante del<br />

que recién hablaba?. No, no puedo creerlo… En todo caso es un gigante sin<br />

ojos y cada tranco puede resultar obviamente catastrófico.<br />

Faltan las luces, las brújulas orientadoras del norte, dónde los<br />

Napoleones Marú. No sé, me falta identidad. Claro -asentía aquélla- incluso<br />

creo que podemos hacerlo más simple. Fijate, de pronto en una familia grande,<br />

el hijo regalón comete una locura, es de esperar en los padres, que de un<br />

modo u de otro han consentido ocurran ciertos deslices, un poco de<br />

condescendencia y aunque valgan tirones de orejas, no hay motivos para creer<br />

que esa consideración sufrirá el efecto de una reprimida más grande.<br />

Eso, eso -decía Oliverio- a quien su brazo derecho le había abandonado<br />

por completo y caía laxo como una rama seca pronta a desprenderse. En<br />

cambio su izquierdo intentaba -cosa que parecía divertirlo- introducir un bocado<br />

entre sus labios hundidos. He de aclarar que esta operación consistía en dos<br />

esfuerzos sucesivos. Uno, levantar el tembloroso brazo, y otro acertar en una<br />

boca que de estar en un rostro quieto, pasaba a una larga secuencia de<br />

movimientos nerviosos. Es así, que mientras más cerca de los labios, más


desproporcionadas eran sus reacciones. Una ficción de marioneta. Pese a ello,<br />

los restos vívidos de sus buenos modales, le impulsaban una vez terminada<br />

estas excursiones alimenticias, a tomar rápidamente la servilleta y quitarse los<br />

restos de comida que en el escabroso viaje, habían caído sobre él. Dina<br />

pretendía mirarlo con una expresión neutral, pero es el caso que cuando no<br />

podía disimular su tentación -o su asco, no sé bien qué- esquivaba mirarlo. Ahí<br />

aprovechaba para continuar el fundamento de su desazón, diciendo: Mirá vos<br />

Marú, estas cosas me tienen verdaderamente perdida. No termino de<br />

preguntarme en qué sitio se halla exactamente la verdad o si se trata de una<br />

verdad sitiada. No sé. Esto es una trama de enredaderas de la que concluyo en<br />

advertir, que Occidente es un gran globo que por habérsele insuflado<br />

demasiado aire ha hecho ¡plof!, dejando al descubierto sus mendaces. Ha<br />

caído el subrepticio velo. Tal como si se tratara de una bailarina persa de<br />

espléndidos ojos y que ahora se ha quitado el chador para dejar sobre<br />

proscenio una narizota grande que desencanta su figura. Hay Orientes que<br />

mucho tienen de Occidente y Occidentes que poco a nada llevan de lo suyo.<br />

Cuál es la referencia exacta para decir esto sí, esto nó. ¿Estaremos<br />

asistiendo al colapso de concepciones que tanto nos marcaron rumbo y que<br />

hoy no sirven para encasillar nada?. Esta guerra será un ácido diluente que<br />

deja ver la densa y no menos artificial situación, en la que estábamos. Me temo<br />

un epílogo disperso como sucede al fin, después de un choque<br />

desproporcionado y violento.<br />

Así es hija -contestó Marú- hemos de admitir por ejemplo que Polonia<br />

está lejos, sin embargo tenemos varios ángulos en el que nos fusionamos, del<br />

mismo modo que Cuba está tan cerca y a la vez tras un manto inexpugnable.<br />

-Y Japón, qué me dicen de Japón?, intervino tímidamente Sebastián.<br />

-Sí, claro, también eso viene al caso, prosiguió Marú, pero lo más<br />

desconcertante y doloroso resulta que a pesar de seguir adhiriendo a esa<br />

causa insulsa que nadie sabe a ciencia cierta dónde pasan sus fronteras, ahora<br />

quienes más la pregonan ciernen su poder sobre nosotros.<br />

-Ciertamente es preocupante, arguyó Sebastián, ya Spengler había…<br />

Y éste fue el momento en que irrumpieron las sirenas y las luces se<br />

apagaron…<br />

Aclaro que Sebastián es del tipo de hombres, por así decir, que van<br />

actuando según a presión a la que se encuentren sometidos y que se<br />

caracterizan por carecer de iniciativas. Por lejos la oportunidad se les escapa<br />

permanentemente. Digamos también que oscilaba entre una masculinidad que<br />

no se resignaba a abandonar y que tampoco asumía del todo. Es decir, su<br />

adocenamiento podía compararse con la tremolante lumbre de una vela que a<br />

veces, en ocasiones especiales, puede refulgir mejor, pero es el caso, que ello<br />

sucedía nada más que a modo de raptos tornadizos.<br />

Había dicho que en circunstancias como éstas, la conciencia, o esa<br />

parte increíble de cada uno de nosotros que está ahí almacenando aciertos y<br />

traiciones, viene con su atinado testimonio a verter su irreversible juicio.<br />

Y es inapelable.<br />

Ahora las figuras se habían detenido y cobraban el aspecto espectral<br />

que suelen tener los seres humanos carentes de todo movimiento.<br />

Me pareció girar en una suerte de caverna concéntrica por la que se<br />

deslizaban imágenes fantásticas. Sueño y pesadilla. Muecas exageradas<br />

transfigurando rostros tediosos, intento agobiado de fabular imposibles.


Y un hedor que asfixiaba.<br />

La vi llegar silenciosa aunque no por humilde dejaba de infundir el peso<br />

de su propia seguridad. En la seráfica figura, podía reconocerse una forma de<br />

mujer vestida de una blanca y larga túnica blanca transparente. Mejor dicho,<br />

todo ella era traslúcida y flotaba. La oscuridad -paradójicamente- parecía ser el<br />

marco ideal donde reverberaba su contorno y en su mano derecha llevaba una<br />

larga vara a modo de pértiga, que de por sí desprendía luz. Se colocó en uno<br />

de los vértices del mesón y su resplandor dejaba ver débilmente la figura de los<br />

cuatro. Había venido para posar a su vara sobre cada uno de ellos, acto por el<br />

cual comenzaban a hablar como nunca lo hicieron.<br />

Con una prelación que parecía divertir a la muchacha, o digamos mejor,<br />

a aquel efluvio femenino, la vara se posó en Dina y es así que ella comenzó un<br />

monólogo cargado e incoherente. Apenas susurrado.<br />

Sebastián -decía- será preciso que me perdones. Es urgente. Nunca<br />

como hoy me sentí más pegada a esta tierra. Mis raíces van por dentro<br />

dibujando ramificaciones, raigambres que se pierden allá lejos y me llaman. Me<br />

suplican un vuelco atroz. Es necesario mirar hacia adentro y ver qué somos,<br />

qué tenemos. Es indispensable me perdones. No creas que me recubro en un<br />

subterfugio de sinceridad por no dar la cara a desnudas falsedades. Mirá esas<br />

locuras encadenadas que han llegado a una línea sin retorno. Para qué tanta<br />

reverencia. De qué sirvió si no fuimos capaces de ver nuestros hermanos<br />

desangrarse en postas desiguales y en esa larga recua de iniquidades. Y yo no<br />

he ido exenta de locuras. Ayer nomás, es decir, el ayer de todos los ayeres,<br />

desde el momento en que nací, y también desde el momento en que lo nuestro<br />

comenzó a estirase en rutinas agobiantes, no tuve el coraje de ser leal. Sólo he<br />

sido leal a mi egoísmo. Pero mis culpas deben encontrar la redención, más no<br />

soy sino una parte. Si. La última serie de un espiral que ha ido hacia el vacío.<br />

¡Fuera con esos dedos que me apuntan y esos ojos desorbitados!... ¡No me<br />

nieguen! ¡Atrás!<br />

En este punto la vara comenzó a registrar un movimiento fluctuante<br />

entre Sebastián y Dina, con lo cual tuvo lugar un diálogo preciso y breve.<br />

- Debemos irnos. Estamos hechos para la sumisión.<br />

- No podremos, estamos locos.<br />

- Jamás. Es nuestro derecho -replicó Dina.<br />

- Carecemos de eso. ¿Cuál es nuestra sangre?<br />

- No me interesa, ¿me seguirás?<br />

- Nunca me alcanzó la voluntad de poder. Fuiste o creíste ser demasiado<br />

independiente. Me colgué a tus sombras. Tengo miedo.<br />

Cuando la vara buscó los hombros de Oliverio y Marú hubo una extraña<br />

escena.<br />

Aquélla no conseguía posarse sobre ninguno de ellos. Los intentos se<br />

repetían, diría desesperadamente y ni aún así pudo lograrlo. Presenciaba un<br />

rito fantástico que bien semejaba una pequeña contienda.<br />

Es probable que de todo lo que vi, poco es lo que podré referir porque<br />

aquello abundaba en detalles, los cuales sumaban un exceso de gestos,


movimientos, palabras difusas, chasquidos de lengua, sonidos guturales que a<br />

mí -no sé porqué- me parecieron execrables.<br />

Afuera la sirena desgarraba la noche.<br />

Ahora la imagen femenina parecía debatirse en un esfuerzo superior.<br />

Proseguía en su propósito de posarse sobre aquellos cuerpos pero éstos<br />

parecían haberse recubierto de un caparazón irreductible. Tanto era el<br />

denuedo que la imagen se tornaba débil y pronta a evanescerse. Luego pasaba<br />

a un azul intenso de escasos segundos de duración, todo, en medio de<br />

conmociones en las que la veía retorcerse como si estuviese subyugada por<br />

una suprema energía. Oliverio en tanto, daba manotazos que se perdían en la<br />

oscuridad y farfullaba palabras ininteligibles de las que me pareció reconocer -<br />

¡No… profanación!- aunque esto no lo puedo asegurar pues en el mejor de los<br />

casos él decía -Profn!... ación!-<br />

En cuanto a Marú diré que lloraba. Desconsoladamente. Y en esto<br />

rebullía su cuerpo en largos y sucesivos estremecimientos, emitiendo un<br />

angustiado sonido de ahogo.<br />

Esto me aborrecía. Soy un persuadido de que muchas veces bajo el<br />

amparo del llanto, se resiste la sinuosidad del pasado.<br />

Tal era la escena.<br />

La sirena cesó y volvió a luz. Súbitamente la imagen desapareció. Se<br />

fueron mirando de a poco sin saber si los demás habían escuchado lo que<br />

cada uno, incluso no supieron cuánto hubo de realidad.<br />

Marú, habiéndose recompuesto presurosamente, pasó de la zozobra a la<br />

sonrisa…<br />

- Se ha tratado de una práctica, dijo tímidamente Dina.<br />

- Sí hija. No hay de qué preocuparse. Prosigamos…<br />

¿Dónde habíamos quedado?<br />

<strong>LOS</strong> <strong>OTROS</strong>, <strong>LOS</strong> <strong>UNOS</strong>,<br />

<strong>LOS</strong> <strong>MUCHOS</strong> Y <strong>LOS</strong> <strong>MAS</strong><br />

Supe que venías de lejos. Serás la tierra. Un camino sin comienzo y sin<br />

fin. Las dos cosas. Tierra y camino. Tiempo-regreso-despedida, del que va y<br />

lleva sus pasos inconclusos. Tierra y tiempo reunidos en el camino de tus ojos.<br />

Conciencia innominada e innumeral, diluida en las pupilas y los pasos que diste<br />

y caminaste. Te llamarás Martín, acusado-acusador. Círculo borroso que se<br />

escapa como una alcantarilla, dejando en su transcurso un bochorno de<br />

nombres, fechas, desaciertos y aciertos asociados a tu nombre. O en tu<br />

nombre. Desiertos malogrados de silencios. Viejas convicciones que dan vuelta<br />

esperando una mínima confirmación para emerger triunfantes. El santo y seña.<br />

Creyendo sin creer que creías. Y ahora el silencio. En él ronda tu extrañable<br />

discurso. Recurso que procura encontrar los porqué…<br />

Y te decías, porqué no hubo voluntad de defensa.


El sin sentido-el sin respeto- el sin honor…<br />

El para qué y ahora qué.<br />

Y los escalofríos se sucedían en la impotencia que cerraba los ojos,<br />

creyendo en ese pozo incomprensible de las cosas que no alcanzan un mera<br />

explicación.<br />

Un yacimiento de impudicias.<br />

Y los recursos que buscaba la palabra intentando allanar las<br />

persuasiones de una gloria que siempre estaba en el futuro o se refugiaba en<br />

las pertenencias del espíritu o la moral. Mientras tato, las otras, quiero decir, las<br />

circunstancias concretas, lo tangible y real, se marchitaba como una vela<br />

derritiéndose. Fundiéndose. Nada. Apenas un dato en la memoria. Por eso tu<br />

silencio.<br />

Al fin llegabas al encuentro de Antonia. Tu Antonia. Mujer y compañera.<br />

Sin embargo, el frío de la noche estaba en tus ojos sabiendo que la derrota no<br />

tiene magnetismos. Fuerza exógena que huye fragmentada. Tu silencio, ese<br />

camino sin regreso ni metas. Sabiendo que no habrá confianza ni calor que<br />

desemboce tus secretos. Algún retazo tuyo. La intimidad, tu intimidad es eso.<br />

Un espacio vedado. Una ficción prohibida que no verá la luz de la confidencia.<br />

Esa luz escasa y de tinte alumbrado, que a veces suele rezumar nada más que<br />

un gesto de lo íntimo.<br />

<strong>LOS</strong> <strong>OTROS</strong> hablaban de crisis de confianza. <strong>LOS</strong> <strong>UNOS</strong> procuraban el<br />

sinuoso costado del pretexto buscando exculparse. <strong>LOS</strong> <strong>MUCHOS</strong> sacaron su<br />

cólera a las calles clamando-reclamando-proclamando la verdadera gloria. <strong>LOS</strong><br />

MÁS, eran el hosco repliegue de la impotencia. El nudo de una rabia que<br />

hincaba el diente en las cosas que no fueron, que no se hicieron. Un testimonio<br />

irrevocable. <strong>LOS</strong> <strong>OTROS</strong> decían a <strong>LOS</strong> <strong>MUCHOS</strong> que se calmaran, que ése<br />

no era el modo, que comprendían el bramar de sus gargantas y el sin olvido-ni<br />

perdón pero que ellos, se ocuparían con mente fría y tomeytraiga- de decir lo<br />

debido en su momento, aunque <strong>LOS</strong> <strong>MUCHOS</strong> Y <strong>LOS</strong> MÁS, pregunten<br />

cuándo. Pero <strong>LOS</strong> MÁS no lo entendían, miraban al sesgo sabiendo que otra<br />

vez recelarían. No habría sorpresa. No expondrían su fe a cualquier andanza y<br />

a ningún a-Zar. En cambio con <strong>LOS</strong> <strong>MUCHOS</strong> era otra la estrategia. Cuidado -<br />

decían <strong>LOS</strong> <strong>OTROS</strong> a <strong>LOS</strong> <strong>UNOS</strong>- no es propicia la circunstancia. La cerviz<br />

sustantiva no se inclina. Los MÁS no son feudatarios, son el pueblo mismo<br />

señores, en ellos se está incubando la ebullición soterrada por tanta ignominia.<br />

Estamos dispuestos a llevar nuestro gesto donde vuele el intento de<br />

<strong>LOS</strong> MÁS, pero también sabemos que hay un momento previo en que siempre<br />

acude la sensatez a aliviar las tensiones. <strong>LOS</strong> <strong>UNOS</strong> en cambio, se miraban<br />

aterrados señalándose mutuamente en un lúdico bamboleo de Gran Bonete<br />

que ha perdido una batalla y que ni el Bonete Verde-ni el Azul Plomo-ni el<br />

Blanco, tienen la culpa, ¿pues entonces quién la tiene?.<br />

Sin embargo sus manos se imbricaban con celeridad, cuando debían<br />

jurar que por custodios de la libertad con responsabilidad -es imprescindible el<br />

adjetivo porque la libertad no puede ser a secas, todo paraíso tiene fronteras-<br />

no permitirían que se distorsionara la armonía del disenso ni se perturbara con<br />

la túrbida-turbulencia- de las turbas, ¡He dicho, has dicho, hemos dicho! Qué<br />

embromar tanto escándalo, si al fin y al cabo no es para tanto… habráse visto<br />

tanto inconcebible exasperación!...


Entonces rebosaban las consignas, los remozados libelos cual miles de<br />

papelitos blancos en ocasión de fiesta. Y arreciaban los embates. Hombres,<br />

mujeres, niños, y los comunicados enérgicos, que ya no eran parte del Gran<br />

Bonete, intentando amedrentar la indisciplina. Convocando al Gran Miedo. Los<br />

gritos se confundían entre gases “patrióticos y persuasivos” en tanto cada<br />

esquina se transformaba en llamarada. Eran miles. Todos se llamaban Martín.<br />

Todos eran uno solo. Tiempo-espacio. Siglo-instante revolviéndose,<br />

buscándose, amparándose, aunándose en el grito, en la rebelión, en las<br />

muertes sucesivas, en la paz perdida allá lejos porque ningún Martín recordaba<br />

haberla conocido, y en suma, en la vida. Por eso Martín, más bien eras un<br />

camino, y tal cual, ibas. Con ganas de tu Antonia, de esa mujer que siempre te<br />

esperó a pesar de tu impaciencia. Con ganas de hundirte en un silencio hueco,<br />

bajo resentido, o de hablar hasta enronquecer, contándole lo que fue aquello, el<br />

frío en las trincheras húmedas, y el fragor de la artillería propia y enemiga, el<br />

hambre y esas interminables anécdotas -datos ciertos- que en situaciones<br />

límites muestran la grandeza o la miseria, y el frío. Ese frío permanente puesto<br />

a entumecer los huesos.<br />

Te dejaba insensible Toniña, vieras…<br />

Por eso la rabia que muerde tu sangre y esos suspiros queriendo apagar<br />

el incendio que oscila por tu pecho. Oscila y se burla. Cómo explicarle que ya<br />

no eras el mismo. No sabías qué o quién, pero algo se había roto…<br />

- Un vacío lleno Toniña, me entendés?, pero no te figurabas que lo<br />

comprendería. Cosa intrincada.<br />

- Un vacío lleno Toniña, qué sé yo, un lleno vacío de triunfos, de<br />

victorias, un vacío lleno de sabiduría Toniña, un lleno vacío de llenos y un vacío<br />

lleno de vacíos. Y ella te miraría sin contestar. Y eso te acosaba porque temías<br />

no pertenecerle.<br />

Eras la tierra. Los Martín perseguidos. Fragmentados, rotos mil veces<br />

por la felonía. Entonces preferías buscar el abrigo del pasado. Aquellas tardes<br />

cuando al llegar, el perro regalón y ordinario, salía a tu encuentro.<br />

- Duque, Duquito- husmeándote y corriendo con su leal docilidad y<br />

alegría.<br />

-¿Qué era yo por aquel tiempo?, ¿cuánto transcurrió desde aquellos?.<br />

No lo sabías. Un raudo vértigo cual torbellino, alteraba cada instante<br />

descubriéndote el hallazgo.<br />

- El vacío lleno de Toniña, ¿qué era sino una cosa?- un número de los<br />

tantos, acaso de <strong>LOS</strong> MÁS, de <strong>LOS</strong> <strong>MUCHOS</strong>?. En cambio ahora sentías eso<br />

que no podías explicar y por lo cual temías que nada con Antonia tuviese<br />

sentido.<br />

Un vacío lleno de todo, un todo lleno de vacíos, un lleno de vacíos de<br />

todo, un tocío lledo de vano y un tono vado llecío, en suma un vacío, pero<br />

esencialmente lleno…<br />

Esa trinchera permanente sometida al perpetuo sojuzgamiento de los<br />

fraudes, del hambre, de la prepotencia, de la prisión, de los ausentes clamados<br />

e impetrados los desvelados jueves de la eternidad. Eras Martín que<br />

comprendías de dónde venías, hacia dónde ibas y porqué. Y los porqué te<br />

dolían, pues resulta inclemente reconocerse crédulo cuando la defraudación ha<br />

sido descubierta. Entonces preferías no mirar ni escuchar. Y eras distinto. Ese<br />

hombre que no encontraba límite a su crecimiento porque el mundo se había


partido en dos y mostraba sus entrañas. Sus verdaderas glorias y miserias. Sin<br />

embargo, la revelación también es un modo de sentirse solo. Ver<br />

transparencias donde otros ven oscuridades, es saber lo pisado. Lo transidointransitable-transitado.<br />

No hay que creer, decías.<br />

Ahí supiste del tiempo en que todo era sencillo.<br />

Más fácil. Cuando la conformidad era un modo de creer y aceptar un<br />

destino puesto en tu camino. Y así debía ser. Y así eran tus tardes con Antonia,<br />

cuando calculaban el modo de ir juntos, muy juntos. Casados.<br />

Retorciendo los números de agónicas monedas que permitieran siquiera<br />

avizorar esa posibilidad.<br />

Pero ahora era distinto. Supiste la frustración de los Martín que fuiste. El<br />

porqué de tanto número hecho, como pidiéndole permiso al futuro para poder<br />

seguir.<br />

Y así sucedió el encuentro con Antonia. Te miró. Se miraron.<br />

Largamente. Y comprendiste-comprendieron. Y en medio de voces que<br />

adjetivaban dispersas, escuchabas el Majestuoso Gran Miedo de <strong>LOS</strong> <strong>UNOS</strong>,<br />

metamorfosearse en humilde y retroceder refunfuñando, presto empero a dar<br />

sus coletazos de cocodrilo agónico. En tanto <strong>LOS</strong> <strong>OTROS</strong>, en coro gregoriano<br />

aprontaban ceremoniosamente sus corbatas, disputándose sus derechos a la<br />

pulcra encarnación, nunca encarnizada, de los símbolos. Y era preciso<br />

entonces el viejo juego de la cuerda cordura-cordero-acordado.<br />

<strong>LOS</strong> <strong>MUCHOS</strong> rebullían proclamando que se había llegado a un punto<br />

en el cual el camino de <strong>LOS</strong> MÁS y de <strong>LOS</strong> <strong>UNOS</strong>, se bifurcaba<br />

inexorablemente. Reconvenían lo pasado diciendo “…sucedió lo previsto”.<br />

<strong>LOS</strong> MÁS sentían a la altura de su pecho, una ominosa opresión. La<br />

misma que agobiaba a Martín y ahogaba a Antonia…<br />

Pero era la tierra. El camino hollado de tanto alborada prometida, que<br />

según <strong>LOS</strong> <strong>MUCHOS</strong>, comenzaría a bifurcarse, a inaugurarse… por la felicidad<br />

de los Octubres cuando en ese gran abrazo estemos todos. Los que fueron, lo<br />

que son y serán, por lo que es y será.<br />

Y era preciso. Porque para Martín y Antonia, nada volvería a ser igual…


***FIN***

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