Concurso Literario UC - Dirección de Asuntos Estudiantiles ...

Tres veces
La imagino larga, una bestia. Y lo imagino así. Mirándome. Nada
más. Decirle esto, contarle, creerle. Sí, sí, creerle que podría ser,
que podríamos ser dos. Nosotros dos. Tan lejos de él que acercarme
es un dolor. Una bestia. Un beso.
–Fuerte y preciso controla, sugiere con los ojos, aleja con el cuerpo–
indica ronco, raspando, un corte. Y mis ojos miran al frente, al
vacío del que actúa “al más allá” que es muralla, del que se hunde,
del que no sabe volver, al nombre, al cuerpo que tiembla, inestable,
que parece apacible, que se obliga al llanto dirigido. No entiende.
Ensaya conmigo y no me advierte, no como quiero, no aunque me
respira en el cuello, encima de la boca, mi cintura en sus dedos, y la
boca y las manos y la rabia y el color rojo, y la luz fuerte, y los pies
se muelen abajo y las piernas y me torturo, y sigo intentando. Ir
adelante, sin preguntármelo, sin pensarlo. Sigo, avanzo, actúo, llanto
dirigido.
El apuro premedita lo incorrecto. El incorregible disgusto de
alejarse y casi llorar es probarte, jodidamente probarte.
Él me mira inconstante, en pasillos y los paseos por Campus
Oriente, el patio de Música los viernes por la tarde, el café de las
seis en punto, el ensayo extra, el kiosco, un cigarro, las conversaciones
en su auto estacionado, las galletas de soda, el vicio de tenerlo
cerca, el horror de saber que lo tengo cerca. –Tú, mi alumna favorita–
dice.
Judith ya no intenta, Judith ya no quiere. Su turno, de Judith,
del cuchillo en la escena que sigue. Sobra el cuchillo, exagero el impulso.
Un ojo más cerrado que el otro. El cuchillo en la mano y el
llanto que no es falso pero que no siento, que no sale de adentro.
La mano tiembla, Judith se demora, Judith no aparece, de ella el
nombre, la culpa es mía. Arrojarla, expulsando la rabia, el rojo y su
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