Concurso Literario UC - Dirección de Asuntos Estudiantiles ...

Ciento setenta soles
la pared. “No si igual me falta caleta”. Está hablando con el vendedor
de maní, tal vez pensó. El supuesto estudiante que se parece al
vendedor y el vendedor que se parece al estudiante me han estado
siguiendo todo este tiempo. “Ya”. Intentó sonarse pero la opresión
de sus pulmones le impidió soplar. “Mira, mejor cuando sepái
bien me llámai”. Comenzó a sentir un dolor en el pecho. “Ya, bacán”.
El dolor aumentaba lentamente pero de forma regular. El estudiante,
finalizada la llamada y restaurado el peinado, salió, al
fin, del baño.
Corrió al lavamanos. Abrió la llave del agua y colocó la cabeza
debajo del chorro. Sucumbió a la tentación de beber unos tragos.
No fue capaz de tragar. Su garganta, ya completamente cerrada,
devolvió con una ligera convulsión el líquido. El dolor en el pecho
aumentó hasta volverse tangible, sólido, un dolor que podía
ser estructurado y desarticulado como una gigantesca torre de
acero. Pensó que iba desfallecer y se aferró al borde del aguamanil.
Apretó los dientes, cerró los ojos, debía soportar o perdería el
automóvil. Y entonces, simplemente, el dolor cedió. Durante
unos segundos permaneció inmóvil, perplejo, extrañado ante el
súbito desvanecimiento del dolor. Extrañado y al mismo tiempo
extrañándolo.
Acercó los labios al grifo y comprobó con satisfacción que esta
vez el agua circuló sin problemas por su garganta. Recordó al cura
de piedra moviendo los brazos, el espasmo mientras esperaba en la
banqueta, la falta de oxígeno en sus pulmones, el vendedor de maní
que se parecía al estudiante y al estudiante que se parecía al vendedor,
el dolor aprehensible y maleable en el pecho, su garganta cerrada,
y concluyó que acaba de sufrir un ataque de pánico. Los
conocía bien. En la infancia, cuando Sendero Luminoso penetraba
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