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Cuentos del hogar - Biblioteca Virtual Universal

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mayoría de leales ha sido inmensa en las provincias vasco-navarras, donde casi toda la<br />

población rica e ilustrada se ha mantenido leal y ha hecho heroicos sacrificios y esfuerzos<br />

por el anonadamiento de la rebelión. Castíguese a los rebeldes, como se ha hecho siempre<br />

que han ocurrido, en España rebeliones; pero no se castigue a un mismo tiempo a los leales<br />

y los rebeldes, como, nunca se ha hecho en España, ni se ha hecho en Valencia ni en<br />

Cataluña. La supresión de las libertades vascongadas, que son derechos propios y no<br />

privilegios, sería castigar a los leales y dejar impunes a los rebeldes. Los rebeldes apenas<br />

perderían nada con la abolición de los fueros, porque apenas tienen que perder. Los que<br />

perderían serían los leales de Bilbao, de San Sebastián, de Vitoria, de Pamplona, de<br />

Hernani, de todos los pueblos ilustrados y ricos, que son los que lo tienen.<br />

No parece sino que el resto de España está completamente virgen de toda rebelión, al<br />

ver la indignación y el escándalo universal con que se ha visto el que a las provincias<br />

vasco-navarras (que por su situación geográfica, su topografía y su diseminada población se<br />

prestan a esta clase de rebeliones como ninguna otra región de la Península) se propagase la<br />

rebelión carlista más de un año después de aparecer en las provincias <strong>del</strong> interior, y de<br />

verse el país vasco-navarro hacía dos años desamparado de toda protección por parte <strong>del</strong><br />

gobierno central. Treinta años hacía que aquellas provincias, a pesar de que cada día se<br />

había arrancado una hoja <strong>del</strong> código de sus libertades, que se tiene la audacia de decir que<br />

se había respetado escrupulosamente, habían dado ejemplo constante de sumisión y lealtad<br />

al resto de España, hervidero continuo de rebeliones, coronadas con el destronamiento de la<br />

reina Doña Isabel II, en que no tuvieron parte alguna las provincias vasco-navarras. La<br />

rebelión carlista en estas provincias es criminal y digna de castigo, pero no lo es más que en<br />

cualquiera otra parte de España. Las libertades de los vascongados no son, como se supone,<br />

un generoso regalo <strong>del</strong> resto de la nación, que se les deba estar echando constantemente en<br />

cara para acusarlos de ingratos y suponer que en ellos es crimen imperdonable lo que en el<br />

resto de los españoles se considera poco menos que peccata minuta y a veces glorioso: esas<br />

libertades son propias y tan legítimas como pueden serlo las de los demás españoles, y<br />

reconocerlas y respetarlas no es gracia, que es sólo estricta justicia. Tristísima gloria sería<br />

para la España <strong>del</strong> siglo XIX el derribar el glorioso y secular árbol de Guernica que las<br />

simboliza y ha visto pasar tantas generaciones de tiranos sin que ninguno osara herir su<br />

sagrado tronco. Vizcaya decía en 1864 a Doña Isabel II:<br />

«No tendrán que decir nuestros hijos:<br />

«Ahí estaba el santo árbol cuyo recuerdo<br />

evocan llorando nuestros poetas y cronistas<br />

cuando cantan y narran las glorias y desventuras<br />

de la patria, y nuestras madres de familia cuando<br />

arrullan a sus hijos en la cuna; a la sombra de<br />

aquel árbol se alzaba una tosca silla de piedra<br />

donde los grandes reyes de Castilla se sentaban<br />

a recibir el homenaje de Vizcaya después de<br />

jurar que respetarían y ampararían sus libertades;<br />

Doña Isabel II, que era su sucesora, dejó aquí<br />

de ser su imitadora, pues ella fue quien derribó<br />

aquel árbol y aquella silla, ¡bendecidos<br />

de sus progenitores y los nuestros!»

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