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Página 339, Litoral La noche
LA NOCHE SIN NOCHE
CLUB LECTOR BIBLORAL
Josefa Parra
En Tetuán se hace de noche antes que en ningún sitio. No hay espacio
para el crepúsculo, y el sol desaparece sin aviso tras el Monte
Dersa, dejando a la ciudad aterida y aún desnuda. No será hasta mucho
más tarde cuando las luces de las farolas, de una tonalidad amarilla,
la vistan y la recuperen. Y es en ese espacio entre dos luces cuando
llegan los gatos. Ávidos y sigilosos, vienen a devorar los restos del
día, esas esquirlas de sol que a veces quedan prendidas en el agua,
en un espejo o en el fondo de una copa. Los gatos son guardianes de
una ciudad que significa en tamazicht “los ojos”, y velan por la
oscuridad, por sus dobleces, por sus misterios de tiniebla, de frío,
de abandono.
Algunos gatos son de carne y otros de sombra.
En la noche de Tetuán también viven los desencantados. Los gatos
los aceptan como a iguales, olfatean su oscuridad, la consienten.
Algunos son de carne, otros de sombra. Buscan el cerco de la luna,
pero la luna tarda en llegar, más que la luz de las farolas, y muchas
veces falta a la cita, ocupada en alumbrar ciudades más alegres o más
agradecidas. Los gatos no la buscan ni la desean: si maúllan a su luz
redonda es para retarla.
La luna no es de carne ni de sombra.
Pero también en Tetuán hay noches que se escapan de todas las
reglas. Esas noches no hay gatos, ni luna, ni desencantados, ni
espejos, ni farolas. Son pocas y esquivas. Son las noches sin ruido
en las que los seres nocturnos duermen a la par que los diurnos. Son
las noches en que un secreto se extiende sobre los tejados y un
milagro sucede en una de las casas, en una cualquiera, señalada por
el amor o por el azar.
Las noches sin noche sólo pueden ser de carne.
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