Memoria y poder - Universidad Obrera de México

memoria
Memoria y poder
Bicentenario del Benémerito de las Américas,
Licenciado Benito Juárez García
ALBERTO TORRENTERA*
Entrada triunfal de Juárez a la capital el 15 de julio de 1867. Grabado de Alberto Beltrán.
I
El gobierno de la República ha
establecido el 2006 como año del
bicentenario de Benito Juárez. En
este sentido, aparecen dos elementos
en apariencia diferenciados,
pero que es posible enlazarlos
en un momento posterior. La primera
cuestión se refiere a la exaltación
oficialista de una figura
histórica que, en su recorrido político,
aparece alejado de las actitudes
públicas y confesionales de
varios de los miembros más importantes
del gabinete actual: nos
referimos a la separación entre el
Estado y la Iglesia, una de las
banderas principales de los reformistas
representados por Benito
Juárez, que no siempre saben
distinguir los funcionarios en sus
prácticas (es decir, en sus interacciones
discursivas y su toma de
decisiones). La segunda cuestión
es la que tiene que ver con la
construcción de un Estado-nación
que, pese a las vicisitudes,
guerras, conflictos, crisis, divisiones,
a lo largo de su existencia
desde el siglo XIX, continúa asentándose
sobre un principio común
de segregación y diferencias socia-
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memoria
les radicales. Lo que en apariencia desgarra esta decisión
oficial es lo que late en el interior del gobierno
presente: una política conservadora y una economía
liberal que, en sus sustratos profundos, convergen en
la unidad de un ejercicio del poder contradictorio,
pero también continuador de los accidentados gobiernos
de la Reforma liberal.
La Reforma es uno de los elementos clave de la historia
nacional; con las diversas políticas públicas instrumentadas
y convertidas en ley, México se articula
como una nación moderna; entre los elementos básicos
destaca la separación de los poderes políticos del
Estado de la intromisión de la Iglesia, la orientación
de la propiedad de la tierra basado en el modelo del
agricultor privado, el establecimiento de una ley que
impide fueros y excepciones, la posibilidad de que la
democracia representativa haga posible la continuidad
de la vida nacional; son todos ellos principios
liberales e ilustrados, la cara más progresista de la
modernidad para ese entonces posible en nuestro
territorio, pero que tocaban profundos intereses de
algunos sectores de poder de la nación, los cuales hicieron
lo posible para desestabilizar y derrocar los gobiernos
liberales. No en balde la Reforma ha sido
uno de los hitos de la memoria oficial y popular: se
conjugan una serie de elementos complejos que permiten
establecer líneas elementales que proyectan la
ideación de un país posible: laico, democrático, vencedor
de las fuerzas extranjeras invasoras, defensor
de la propiedad privada, modernizador, civil. De este
modo, podemos distinguir también a este respecto
dos elementos: por un lado, los acontecimientos históricos
en los cuales se vieron involucrados los liberales;
y por otro, los usos políticos que se han hecho
posteriormente, y de los cuales, por supuesto, no son
responsables. En este uso político se inscribe, en buena
medida, la celebración del natalicio de Benito
Juárez por parte del gobierno del presidente Vicente
Fox, y la entronización en el primer lugar del santoral
laico por parte de los gobiernos anteriores.
Desde la vertiente histórica existe, desde luego,
un elemento objetivo que ha permitido reconocer
en los personajes liberales reformistas una de las imágenes
más apreciadas de la historia de México, pues
se defendió la legalidad constitucional en medio de
una nación fragmentada por la guerra, la deuda eco-
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II
nómica, las traiciones militares, la presión de las autoridades
eclesiásticas y la intervención armada de
países poderosos, así como de cientos de mexicanos
que apoyaban los movimientos conservadores y la
instauración monárquica; el movimiento de Reforma
intentó construir un país sobre las ruinas de una
nación agotada por el enfrentamiento continuo, incesante.
Benito Juárez es quien, de las figuras que se destacan
de la Reforma (Melchor Ocampo, Guillermo
Prieto, Sebastián Lerdo de Tejada, entre otros), ostenta
un papel primigenio por revestir la figura presidencial
en circunstancias difíciles, apremiantes. Juárez
nació en Guelatao, Oaxaca, en 1806, y antes de
ser presidente de la República ocupó diversos cargos
públicos a nivel estatal y nacional: regidor del ayuntamiento
de Oaxaca (1831), diputado local (1833),
magistrado del Tribunal Superior de Justicia de
Oaxaca (1834-45), diputado federal (1846-47), gobernador
de Oaxaca (1847-53), ministro de Justicia
e Instrucción Pública (1855), presidente de la Suprema
Corte de Justicia (1857). Como es sabido, a raíz
de que Comonfort traiciona su propia investidura
presidencial (y liberal) al hacer válido el golpe de
Estado y quedar, de esta manera, fuera del orden
legal, obligó a que la Presidencia de la República, de
acuerdo con los criterios de la Constitución, se depositara
en la figura del máximo funcionario de la
Corte de Justicia, en este caso Benito Juárez. De este
modo se inicia una accidentada historia en la Presidencia
de la República, hasta 1872, cuando fallece
en la ciudad de México. Pero en los años de su gestión
se concentran una serie de elementos sumamente
conflictivos en la vida política, económica,
jurídica del país. El primero de ellos es la Guerra de
los Tres Años (1858-1860), iniciada por los conservadores
opositores a la elección de Juárez para la
Presidencia, y de las medidas que asumía su gobierno.
Una vez ganada la guerra por parte de los liberales,
el Congreso decidió que Benito Juárez desempeñara
el cargo de presidente de la República; el
gobierno juarista, entonces, se ve cercado por dos
frentes: el de los conservadores en el interior del
país, que hacían continuos levantamientos, y el de la
presión ejercida por los intereses geopolíticos y económicos
de las elites francesas, españolas y británicas;
los barcos de estas naciones fondeaban en Veracruz,
aunque, como es sabido, únicamente las fuerzas
francesas intervinieron militarmente México. Pese a

la oposición presentada por las armas mexicanas, los
franceses consiguen que el gobierno de Juárez salga
de la capital y comience una peregrinación en diversos
puntos del país. Mientras tanto, la alianza de los
intervencionistas y de los conservadores da como resultado
el ofrecimiento (viejo sueño de muchos mexicanos)
a un noble europeo para que se convirtiera
en emperador de México. Paradójicamente éste,
Maximiliano de Habsburgo, resultó tener ideas liberales,
lo cual decepcionó profundamente a casi todos
los sectores conservadores que habían hecho lo posible
por traerlo al país. Ese es, seguramente, el momento
más complicado para el gobierno de Juárez;
sin embargo, los liberales mantienen la lucha armada
y el ejemplo ético de soberanía. El imperio es, en realidad,
efímero (1864-1867) por la oposición ejercida
por los republicanos en armas, pero también porque
los franceses le quitan el apoyo militar al emperador,
dejándolo en una batalla agónica en la cual terminará
fusilado en el Cerro de las Campanas. Juárez es
reelegido presidente dos períodos más, en 1867 y en
1871, pero estos años tampoco están exentos de problemas:
además del hambre, surgen diversas rebeliones
indígenas en varios puntos del país y existe, en
1871, el intento de derrocar a Juárez por obra de antiguos
subordinados suyos, entre ellos Porfirio Díaz.
De este modo, los períodos presidenciales de Juárez
estuvieron marcados por la violencia más extrema
en el interior del país, el desmoronamiento interno
por las posiciones encontradas: la firmeza de la postura
que supo Juárez oponer a la violencia ejercida es
uno de los elementos que le han hecho transmitirse
en la memoria y en el poder político, además de su
origen indígena y su condición de civil.
…los períodos presidenciales de Juárez
estuvieron marcados por la violencia más
extrema en el interior del país, el
desmoronamiento interno por las
posiciones encontradas: la firmeza de la
postura que supo Juárez oponer a la
violencia ejercida es uno de los
elementos que le han hecho transmitirse
en la memoria y en el poder político,
además de su origen indígena y su
condición de civil.
memoria
Este uso político por parte del gobierno foxista,
no es diferente al usado por los gobiernos de otros
períodos, pues en todos ellos existe el presupuesto de
que el Estado-nación mexicano es, en la historia, en
los héroes que la encarnan, en las instituciones, el
resultado de una vida política más allá del conflicto y
de la diferencia. En las abstracciones de las cuales se
valen la reproducción de la memoria mítica, se disuelve
el otro rostro del Estado-nación, desde el siglo
XIX, el defendido por liberales y conservadores, el
del siglo XX, y el nuestro de cada día: el que segrega
la diversidad cultural (o la vuelve objeto de retórica,
que es una forma más de olvido), el que descansa en
la división de clases sociales, el que es reflejo de intereses
de elite. Y si bien en la actualidad los diversos
estados nacionales sufren una doble presión: por un
lado, la que los grandes capitales promueven para la
libertad de circulación de sus mercancías, y la que
por otro ejercen los movimientos étnicos y de reivindicación
cultural, el festejo del bicentenario se coloca
en los antiguos márgenes del mito, en donde la
imagen de un prócer, santo laico, es convertido en
un signo de poder, porque oculta, con su fachada de
abstracto patriotismo, la continuidad de una vida
política y económica desigual, asolada por las diferencias
infranqueables. En el fondo habita una indeterminación
que ejerce la opresión del mito: la
creencia de que México es una unidad sin desgarraduras;
las figuras heroicas son, en este sentido, una
forma más de transmitir el poder de la homogeneidad
discursiva en donde late, se agita, se revuelca,
lo heterogéneo, lo móvil, la violencia del olvido, la
segregación del otro, el hambre. Por ello la incongruencia
de la celebración del actual gobierno es
posible detectarla en el eje confesional: diversos funcionarios,
entre ellos el presidente de la República,
se confiesan abiertamente católicos (violentando la
Constitución y el derecho de disentir de cada uno de
nosotros); pero, en otro sentido, existe una continuidad
con aquel viejo Estado de la Reforma: el ejercicio
del poder de una minoría, la imposición de la
monoculturalidad y el empuje capitalista. De este
modo, la celebración de los valores y las conquistas
de la Reforma no debe dejar a un lado que deben dirigirse
a un Estado-nación, éste, el nuestro de hoy en
día, que sigue siendo un apremio disolver.
* Profesor de la Universidad Obrera de México.
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