necesidades espirituales de la familia en la terminalidad

Necesidades espirituales de la familia en la terminalidad
algunos personajes cuyas historias reales hemos tenido la oportunidad
de conocer a través de sus biografías impresas o trasladadas al
cine, porque pueden ayudarnos a descubrir por afinidad, diversidad
o antipatía lo que cada uno de nosotros piensa en este sentido.
No es fácil saber cómo comportarse junto al lecho de un ser querido
aquejado de una grave enfermedad. ¿Por qué sufrir? ¿Por qué
morir? ¿Qué decir? ¿ Cómo responder a esos innumerables porqués,
que estas situaciones plantean desnuda y crudamente? Cada uno de
nosotros se habrá formulado alguna vez cualquiera de estas cuestiones,
aventurando quizá posible respuestas. Aunque el conocido pensador
Cioran con su sentido algo cáustico de la vida señale : “Mi
fuerza es no encontrarle respuesta a nada”.
Podemos aseverar que la fase terminal de la enfermedad en uno
de sus miembros impacta a los familiares de distintas maneras, preocupación
por el estado de ánimo cambiante en el enfermo que pasa
de la esperanza a la desesperanza en breves momentos, miedo a no
saber cómo ayudarle, a que fallen las fuerzas o el propio ánimo,
miedo a no ser capaz de controlar la ansiedad o el sentimiento de
pérdida. Es cierto que las familias que utilizan sistemas de comunicación
abiertos y eficaces y facilitan la coparticipación de los sentimientos,
tienen mayor probabilidad de llegar a una mejor adaptación,
que aquellas otras cuyas pautas de actuación estén basadas en
la negación o supresión de los sentimientos.
En diciembre de 1991 mi hija Paula cayó enferma de gravedad y
poco después entró en coma, explica Isabel Allende en su libro autobiográfico
Paula : alcancé a llamar a gritos e intenté darte respiración
boca a boca, pero el miedo me había bloqueado y lo hice todo mal.
Desde ese momento la vida se detuvo para ti y también para mi,
–comenta dirigiéndose a su hija– las dos cruzamos un misterioso
umbral y entramos en la zona más oscura. Al poco rato apareció tu
marido –continúa Isabel– se le veía muy cansado, ambos pasamos
ese día y la noche siguiente sentados en la sala de espera.
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