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24<br />

MIENTRAS ESCRIBO<br />

10 (+1) libros para<br />

la eternidad<br />

POR CARLOS COVA<br />

Soy adicto al juego de las palabras. Leer es,<br />

ante todo, entregarse a un placer lúdico. En<br />

mi caso porque vi siempre las letras —esos<br />

signos gráficos que en el alfabeto latino se<br />

ordenan desde la “a” hasta la “z”— como piezas<br />

sobre un tablero, como fichas tentadoramente<br />

esparcidas sobre el paño verde de una<br />

ruleta. Estimo la literatura, por tanto, la combinación<br />

de tableros de juego más descomunal<br />

que un ludópata haya podido imaginar.<br />

Ahora, mientras escribo, y vuelvo a colocar<br />

las letras una detrás de la otra esperando hallar<br />

un nuevo golpe de suerte, recuerdo esa<br />

entretenida fórmula que reta a los teóricos<br />

lectores a seleccionar los libros que llevarían<br />

consigo a una isla desierta.<br />

El ejercicio de este delirio posnaufragio resulta<br />

por demás estimulante porque obliga<br />

a recordar las lecturas más placenteras de la<br />

vida, aquellas que se prenden heroicamente de<br />

una memoria más o menos caprichosa, aquellas<br />

obras que no nos avergonzarían llegado<br />

el fin de los tiempos o las fuerzas especiales<br />

de salvamento, lo que sucediera primero.<br />

Lo otro que consigue este envite es hacernos<br />

volver sobre el lector que alguna vez fuimos,<br />

ese individuo que afrontó originalmente un<br />

título literario y se entregó a su lectura con<br />

la candidez propia de las primeras veces, que<br />

reincidió otras tantas y que no dejará de hacerlo<br />

en el plazo crónico de lo eterno. Es curioso<br />

cómo la imagen de un islote desierto<br />

termina acomodándose a esa percepción.<br />

La promesa de esa lectura perpetua supone,<br />

sí, renovadas interpretaciones de lo leído pero<br />

también —y sobre todo— la reafirmación del<br />

camino andado, el eco de nuestra historia<br />

rebotado contra el dominio aparentemente<br />

Edición Número Veintinueve. Año 01. ÉPALE CCS Caracas, 12 de mayo de 2013.<br />

EL EjERCICIO dE ESTE dELIRIO POSNAufRAgIO<br />

RESuLTA POR dEMáS ESTIMuLANTE PORquE<br />

OBLIgA A RECORdAR LAS LECTuRAS MáS<br />

PLACENTERAS dE LA VIdA<br />

—<br />

inmutable del texto, un espejo soberbio que<br />

refleja la imagen fusionada de lo que somos<br />

y lo que fuimos.<br />

Diez libros que llevaría a una isla desierta:<br />

• Cien años de soledad. G. G. Márquez<br />

• Rayuela. Julio Cortázar<br />

• Ficciones. Jorge Luis Borges<br />

• Don Quijote. Miguel de Cervantes<br />

• Opiniones de un payaso. Heinrich Böll<br />

• La peste. Albert Camus<br />

• Los detectives salvajes. Roberto Bolaño<br />

• El testigo. Juan Villoro<br />

• Los jardines de Morgante. J. P. Goux<br />

• La vida exagerada de Martín Romaña.<br />

Alfredo Bryce Echenique<br />

Diez, desde luego, es una cifra arbitraria,<br />

útil solo a efectos de esta gimnasia cerebral.<br />

Nada nos impide seguir enumerando títulos<br />

hasta erigir, por qué no, otra Alejandría<br />

en nuestro pequeño cayo ultramarino.<br />

Yo agregaré, sin querer perder de vista<br />

el contexto geográfico, un último libro:<br />

Utopía, de Thomas More, obra que parece<br />

haber sido escrita para consumir en<br />

una isla desierta, el lugar en el que todo<br />

podría finalizar o, apenas, comenzar.

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